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argumentos externos de su revelación, a saber, hechos divinos y ante todo, los
milagros y las profecías que, manifestando luminosamente la omnipotencia y
ciencia infinita de Dios, son signos certísimos de la divina revelación y
acomodados a la inteligencia de todos”
no es obra de la psicología, sino de Dios. Ella sabe que la fe no es sólo la
aceptación de un determinado número de verdades, sino la adhesión a la
Verdad Subsistente. No es un primer paso que el hombre da, sino la respuesta
a la iniciativa de Dios.
La fe no es efecto de la luz de nuestra inteligencia, sino una iluminación, una
dilatación, una agudización de nuestro conocimiento mediante una
participación en el conocimiento de Dios, realizada por medio de la revelación.
La inteligencia se doblega por la fe ante la autoridad de Dios; por eso la fe es fe
en la autoridad. La inteligencia se somete al juicio del magisterio de la Iglesia
católica (y por eso es fe católica).
En cuanto al hombre, su deber es recibir esa gracia que toca su inteligencia y
corazón, y cooperar activamente con ella : tal es la respuesta de la fe y así es
como el hombre se abre a Dios. La fe es un diálogo con Dios : Dios le envía al
hombre su revelación y por ella le habla, dándole al mismo tiempo el oído
capaz de captarla : tócale al hombre oir y responder por la fe.
Las verdades de la fe son verdades existenciales, es decir, verdades que
comprometen intrínsecamente al hombre . san AGUSTÍN: "Sólo puede creer el
que quiere". Acertadamente dice también santo Tomas que "no cree la
inteligencia sino bajo el imperio de la voluntad".
El acto de fe cae no sólo en el campo religioso, sino también en el moral: es un
acto moral, puesto que procede de la libertad, puesto que con él se decide el
hombre por Dios. Incluye, efectivamente, una decisión moral en sentido
estricto, pues encierra el reconocimiento de la obligación de obedecer a Dios
en todas las acciones intramundanas, puesto que la revelación no se contenta
con mostrarnos en Dios a un Padre amoroso, sino que nos coloca ante nuestro
amo y señor, que reclama con absoluto derecho toda nuestra existencia.
El Papa nos ha convocado a una nueva evangelización, pero sin caer en la
tentación de la impaciencia pero Por otra parte, no podemos darnos por
satisfechos porque el grano de mostaza ha crecido hasta formar el gran árbol
de la Iglesia universal. Hay que atreverse con la humildad del pequeño grano a
que crezca más dejando a Dios el cuándo y el cómo y el dónde. La nueva
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evangelización debe someterse al misterio del grano de mostaza y no
pretender producir rápidamente el gran árbol
NO HAY DIFUSION DE LA FE SIN ORACION NI SIN CRUZ: "Jesús predicaba
durante el día y de noche rezaba": Jesús debía adquirir de Dios a los discípulos.
No podemos ganar nosotros los hombres. Debemos obtenerlos de Dios para
Dios. Todos los métodos son estériles si no tienen en su base la oración. La
palabra del anuncio siempre debe fundarse en una vida de oración. El éxito de
San Pablo no fue el fruto de una gran arte retórica o de su prudencia pastoral;
la fecundidad fue vinculada al sufrimiento, a la comunión en la pasión con
Cristo, como atestigua en sus cartas: (1 Cor 2, 1; 2 Cor 5, 7; 11; 11, 30; Gál 4,
12). "Ninguna señal será dada sino aquella de Jonás el profeta" ha dicho el
Señor. La señal de Jonás es el Cristo crucificado. Nuestros sufrimientos son los
que completan "lo que falta a los sufrimientos de Cristo" (Col 1, 24).
Por otra parte cuando intentemos que las personas se acerquen a la fe
intentaremos transmitir lo de Juan el Bautista en la síntesis de su propio
predicar: "convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1, 15). Todo esto no
implica un moralismo. La reducción del cristianismo a la moralidad pierde de
vista la esencia del mensaje de Cristo, que es el don de una nueva amistad, el
don de la comunión con Jesús. Quien se convierte a Cristo no se crea una
autarquía moral suya, no pretende reconstruir con sus propias fuerzas su
propia bondad, pues "Conversión" significa salir de la propia suficiencia,
descubrir y aceptar la propia indigencia y la necesidad del perdón y la amistad
de Dios en Cristo.
Por otro lado, no se puede evangelizar sólo con las palabras; el Evangelio crea
vida, Dios no puede ser conocido sólo con las palabras, como no se conoce una
persona sólo por lo que se dice de ella. Anunciar a Dios es introducir en la
relación con Dios: enseñar a rezar. La oración es fe en acto. Y sólo en la
experiencia de la vida con Dios aparece también la evidencia de su existencia.