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Había leído varias veces el único diario que consiguió, la noticia que ocupaba casi
todas sus páginas era la desastrosa goleada sufrida por la selección nacional ante
más mínimo. El monocorde ruido del tren le daba sueño, la última hora la había
pasado con los ojos cerrados, sumergido en un sopor que lo alejaba de la realidad
madera, el polvo que entraba por las ventanillas trabadas y el calor que los viejos
había primera clase y debía compartir el trayecto con peones de caras gastadas,
con olor a comida que visitaban a la parentela. Las inspecciones a las sucursales
del interior se le hacían cada vez más tediosas, pero ese era el precio a pagar si
del silbato lo despertaron del todo. Pasó los dedos sobre los ojos para restaurar la
planchó con las manos el pantalón y el saco del traje, ajustó la corbata y con la
valija de cuero marrón en la izquierda se dispuso a enfrentar a esa fauna local que
los cincuenta. Enfundado en un traje azul pasado de moda se acercó con la mano
fuera del agua. No había cosa que le molestara más que la actitud servil de esos
personajes, en todos esos puebluchos inmundos era igual, las sonrisas falsas, el
“señor” y el “a sus órdenes” que encabezaba cada frase que decían, como si eso
actitud de los jefes, con una mirada de espanto y sumisión que lo incitaba a
pedirles que se pusieran de cabeza, solo para reírse cuando, con seguridad, lo
intentaran. Por supuesto todo estaba en orden, excepto un atraso en cuatro cuotas
anterior. Con placer se lo hizo notar al gerente. Entre tartamudeos y con la cara
como un tomate, trató de explicarle que ese cliente era el más importante, susurró
el nombre del doctor no sé cuánto con dos o tres apellidos, estanciero, político y
compra de lápices que entraba por caja chica y le recriminó, con deleite, la
ordenaba en voz alta, era cómico ver como trataba de mostrar autoridad ante los
por descubiertos y por mora en los créditos. Espero este todo bien indicado-.
-No lo du, no lo du, no lo dude, esta to, esta to, esta todo en orden-.
respuesta, el hombre del traje azul, nunca la diría. Era demasiado cobarde.
puerta de su casa. Cerró con violencia la puerta de roble, abrió la cancel de cristal
grabado con tanta fuerza que los visillos se desengancharon y volaron por el aire.
maletín sobre un sillón. Los resoplidos y los insultos que salían de sus labios,
llenos de lagunas de carne viva que dejaron los pellejos arrancados en mordidas
-La inspección, la mal, la mal, la maldita inspección. Vino uno nue, uno nue,
uno nuevo y revolvió todo. Encontró los papeles del pré, pre, préstamo de
Etchebehere. Ricachón pre, pre, presumido, se fue a Europa y no le dejó la or, or,
orden al apoderado de pa, de pa, de pagar. Cua, cua, cuatro cuotas debe,
-Esta noche lo te, lo te, lo tenemos a cenar, te pido que lo ati, lo ati, lo
atiendas como si fuera el Agha Khan. Ponete algo atrevido pero de, pero de, pero
decente, deslumbralo. Que Juanita use el uniforme negro con el delantal almido,
almido, almidonado para ser, ser, servir la mesa y amenazá a la cocinera con
echarla a pa, a pa, a patadas si la comida no sale perfecta, que no inven, inven,
invente nada raro, mejor no arriesgarse. Que los cubiertos y las bandejas de plata
estén relu, relu, relucientes. Y cuidadito con hablar de política. Si todo sale bien
pode, pode, podemos evitar las consecuencias del de, de, desastre de hoy.
movimientos suaves de las manos intentó dar tranquilidad a su marido. Con sutil
habilidad, la misma que usaba para soportar a ese hombre pusilánime, escondió el
resquebrajaba y caía a pedazos. Puso la mente en blanco, cerró los oídos a las
manos de mierda cuando la patrona, ya vieja, se hacía encima. Y el olor. Ese olor
inmundo que inundaba la habitación y que ni los mejores perfumes podían sacar. A
ella no la iban a usar, se juró que nunca la iban a usar. Nunca más comería las
sobras de los ricos, nunca más se vestiría con la ropa, pasada de moda y gastada,
-Mirame, ¿Estoy bien así? ¿Me queda bien esta pollera? ¿Hace juego con
labios carnosos y moviendo las caderas, mientras levantaba y juntaba los pechos
con las manos y haciéndolos desbordar sobre la camisa que tenía más botones
desabrochados que lo conveniente. Ninguna pituca insípida podía competir con su
contundencia y su osadía.
Pero por sobre todo, sabía pararlo a tiempo. Los intentos de caricias
hay mejor forma de manejar a un hombre que dejarlo siempre con ganas y lo
barranca. Las pupilas eran buchonas y si aparecía por ahí lo sabría todo el pueblo.
rebelarse, tuvo que esperar que se muriera. Fueron tres años de tenerlo
picoteando de su mano. La fiesta juntó a lo más selecto con lo más bajo, fue la
última vez en que ella se mezcló con sus raíces. Desde ese día fue la esposa del
que quería a un costo que en principio le pareció aceptable. Renunció a ser una
mujer plena, el placer y la pasión solo fueron para ella párrafos de las novelas
rutina, boca arriba e insensible como un cadáver, abría las piernas a un hombre
que soportaba cada vez menos y que no sabía satisfacerla. Odiaba sentirlo jadear
Cerraba los ojos y lo dejaba hacer. Algunas veces, jugaba a gemir y él se sentía el
mayor semental de la tierra, sensación que le costaba, al otro día, un paseo por la
joyería del pueblo. La sociedad nunca la aceptó, nunca dejó de ser la hija de la
sirvienta. Aunque la mona se vista de seda mona queda era la frase preferida de
envidiaban, que el vacío que le hacían solo era envidia. Casi siempre se
estos casos y en particular en este, era la oportunidad que tenía el pajuerano para
entrada, arroz con pollo y flan con dulce y crema de postre. Lo único diferente
sería ella, la señora de la casa, esa morena de rostro perfecto, labios pintados de
rojo carmesí y mirada profunda, insinuante y deseable como una Marilyn criolla.
conseguido semejante hembra y lo más interesante de todo eran las miradas que
le sostenía, miradas con brillo, con un brillo obsceno y la comisura de los senos,
que mostraba con desparpajo. Esos senos que lo tenían hipnotizado como si
desparramado sobre la mesa, con un vaso vacío en la mano y una botella de wiski
tan vacía como el vaso al costado. Entre espasmos e hilos de saliva, gimoteaba la
opereta del borracho triste, repetía una y otra vez que ese bochorno le costaría el
de mí, no voy a poder entrar más al clu, al clu, al club social. ¿Qué diría ma, ma,
mamá si me viera? Por suerte está muer, esta muer, está muerta.- No paraba de
repetir esas cosas. La cara congestionada, mojada por las lágrimas y por los
profundo asco. Más lo miraba y más se le revolvía el estómago. ¿Su mundo hacía
Muchas veces en esos años contuvo las ganas de vomitar, sacrificó hasta la
menos para hacer más llevadero este trabajo, pensó el inspector, mientras
desvestía a la esposa morena que tal vez, esa noche conocería por primera vez el
crédito atrasado, todo lo irregular que podía encontrar y hasta se olvidaba que los
tomates rellenos y el pollo con arroz estaban incomibles. Y eso que ella no había