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Karl Jaspers: Psicopatología general, FCE, México, 19932,pp. 13-16.

Hombre y animal

“Somáticamente, el hombre para los médicos apenas difiere del animal como
objeto de la anatomía, de la fisiología, de la farmacología de la patología y del
tratamiento somático. Pero en la psicopatología, el problema del hombre, se
puede decir, es permanente, pues el espíritu y el alma humana están presentes
en todas las enfermedades psíquicas.

Se discute si existen en animales en general enfermedades mentales.


Los animales tienen enfermedades del cerebro y nerviosas. Se puede
investigar, por ejemplo, la herencia de la siringomielia en los conejos. Hay
fenómenos como el de la condición de ariscos de los caballos, la llamada
hipnosis de los animales (que no tiene nada que ver con la hipnosis del
hombre), las reacciones de espanto. Hay en los animales “psicosis
sintomáticas” por enfermedades orgánicas del cerebro: perturbaciones de la
percepción de los sentidos, de la estática, de los movimientos, alteración de la
manera “de ser” en el andar, el morder, apatía, etcétera.

No se ha descrito una verdadera enfermedad mental “funcional” en los


animales (especialmente la teoría de la histeria de los animales no está
fundada). La esquizofrenia y la locura circular existen en verdad en todas las
razas humanas, pero no en los animales. “Que en los animales haya
enfermedades mentales y ante todo enfermedades mentales hereditarias, no
se ha demostrado”, dice Luxenburger, que protesta contra “las interpretaciones
antropomórficas de los animales”. El contraste con la medicina somática es
extraordinario. El problema de lo fundamentalmente humano en las
enfermedades mentales obliga a ver en ellas, no un fenómeno natural general,
sino un fenómeno natural específicamente humano. Donde el hombre es
propiamente hombre, no hay ninguna analogía con el animal.

El hombre tiene una posición singular. Con él se produjo en el mundo


algo que es simplemente extraño en los animales. El problema consiste en
saber qué es eso. El hombre, aunque físicamente integrable en la serie
zoológica de las formas, es sin embargo corporalmente único: no sólo por la
manera erecta y otros caracteres particulares, sino quizá por su constitución
somática específica, que ofrece, dentro del conjunto de todas las formas de la
vida, más posibilidades y está menos especializada que cualquier otra forma
de vida, y ciertamente el cuerpo, como expresión de la esencia humana, lo
distingue de todos los animales. Psíquicamente hay un salto más completo. No
hay en los animales risas ni llanto, la inteligencia del mono no es espíritu, no es
pensamiento auténtico, sino sólo aquella atención ágil que en nosotros es una
condición de nuestro pensar, pero no es éste mismo. Como rasgo básico del
hombre se tiene desde los orígenes: la libertad, la reflexión, el espíritu. El
animal tiene su destino natural, cumplido automáticamente por las leyes
naturales, el hombre en cambio tiene un destino que puede cumplir por sí
mismo. Pero en ninguna parte es el hombre un ser puramente espiritual, pues
hasta en las últimas ramificaciones de su espíritu es movido por necesidades
naturales. En tiempos anteriores se imaginó y construyó a los ángeles como
seres puramente espirituales. El hombre no es animal ni ángel, sino que entre
los dos tiene las modalidades de ambos, pero de tal modo que no puede ser
ninguno de ellos.

Otro problema consiste en saber cómo distingue también su enfermedad


la posición singular del hombre. En las enfermedades somáticas es tan idéntico
a los animales que las investigaciones en estos sirven en todas partes para la
interpretación de su vitalidad somática, aunque no es traspasable sin más de
modo totalmente idéntico. El concepto de la enfermedad psíquica, sin embargo,
adquiere en el hombre una dimensión por completo nueva. Para el hombre
mismo es base de su enfermedad su imperfección, su franqueza, su libertad y
su posibilidad ilimitable. Para él es vitalmente imposible, en comparación con
los animales, una perfección originaria. Tiene que conquistarla como forma
progresiva de su vida. En cuanto a la mera perfección, está quizá más cerca de
ella el animal.

En psicopatología, en todo caso, es evidente para cada campo de


investigación, que siempre se ha vuelto el hombre objeto como hombre, y que
las observaciones en los animales no enseñan nada esencial. Y además está
el límite: lo que ocurre en el hombre por la enfermedad psíquica no se ha
agotado con las categorías de la exploración científica. El hombre como
creador de obras espirituales, como creyente religioso, como ser que obra
éticamente, trasciende de lo que puede ser sabido y conocido de él en la
investigación empírica.

La psicología y la psicopatología de los animales –si existe- es de


interés por los siguientes motivos: enseña primeramente a conocer los
fenómenos elementales de la vida que volvemos a encontrar en el hombre y a
juzgar en la visión de ese vasto horizonte objetivamente: las costumbres, el
aprendizaje, los reflejos condicionales, los automatismos, el comportamiento en
la prueba y el error, las expresiones típicas de la inteligencia (W. Köhler:
IntelligenzprüfungenanAnthropoiden). En segundo lugar, nos enseña lo propio,
de naturaleza distinta a los animales, nos muestra que ninguna de esas formas
animales es precursora del hombre, todas son ramas diversas del gran árbol de
lo viviente. En contraste con ellas podemos aproximarnos más a la
interpretación de lo específicamente humano.”

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