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La dársena quedó llena de cajones que traían la Europa del siglo veinte a un
Buenos Aires que todavía vivía en el diecinueve. Wilhelm Mayer, rubio, alto y
Rio de la Plata. Por lo menos las mujeres son buenas, mejores que las de
otros puertos, incluso mejores que las de Marsella o Nápoles, pensaba con
azul, cuello de encaje, la cintura apretada por el corset hasta hacerle daño y
donde llevaba la foto de su macho, para que no olvide quien era su dueño.
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-Wilhelm.- Le dijo tocándose el pecho
noche. Pagó los servicios casi sin darse cuenta. Volvió al día siguiente y al
otro y al otro. Ella mintió amor, él dijo que era un capitán. Con el mismo ritmo
de los dos en las paredes, muñequitos de paño y hasta un perro fox terrier.
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sobre la cama. Mientras se ajustaba los tiradores en los pantalones bombilla,
puñaladas. Moreira vos sós mi hembra, te alquilo pero no te vendo. Sós mía
o de nadie.
fiado para hacerlo entrar. Un negocio que da para largo. Buen negocio mi
hombre.
tipo, entregado, sin guita y convencido que ella lo seguiría hasta el infierno,
finamente cruel, no tuvo piedad, le reclamó la deuda que tenía con su cuerpo
tesoro.
Con la caída del sol le llevó su joya, una caja con una cosa rara
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Al rato escuchó golpes en la puerta. Eran dos mocosos, uno ya
la cabeza. Apretando la gorra entre las manos y los ojos clavados en el piso,
Les dio el farol. Cuándo cerró la puerta, se acordó del coso ese.
a vos te sirve.
El chico, cuando lo vio, puso los ojos de huevo frito. Hacía mucho que
calle, el marinero alemán rondaba el burdel. Quería ver, aunque sea de lejos,
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Al mismo tiempo, en el patio de ladrillos con verdín del inquilinato, "El
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