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Cuento erótico de una noche de verano

La miró desde la terraza de la casa de atrás, como lo hacía todas las noches. Las
ventanas, abiertas de par en par, trataban infructuosamente de devorar alguna gota
de brisa para mitigar la noche agobiante de febrero. La veía recortada sobre la
pared blanca. El aire era denso, casi cremoso. El calor trepaba por las paredes como
una enredadera infinita y chorreaba desde el techo, implacable, sobre la mujer que
intentaba concentrarse en el libraco de derecho romano que tenía enfrente.
El sudor serpenteaba desde su cabeza como un arroyo salado, bajaba por el cuello y
desaparecía en el borde del corpiño, seguía por el vientre y caía al suelo desde las
piernas que hacía rato que estaban descubiertas. Faltaba poco para la madrugada y
decidió que era suficiente por ese día. Secó con una mano las gotas redondas que
habían muerto sobre las hojas del libro y lo cerró. Se paró sobre las puntas de los
pies, respiró hondo, junto las manos y levantó los brazos hacia el cielo, estiró su
cuerpo tan largo como era y curvó la espalda hacia atrás en medio de quejidos de
placer. Un baño fresco y a dormir. No sabía que la observaban, que la observaban
siempre, nunca lo supo.
La vio levantarse, la siguió con la mirada cuando pasó de la ventana del comedor a
la del dormitorio, miró con sorpresa como volaban por el aire hacia una silla las
pocas prendas que llevaba puestas. Llegó a ver como su cuerpo, nacarado por la
luna, se perdía en la penumbra del pasillo rumbo al baño.
Abrió las canillas, primero la caliente y luego un poco de la fría. El pequeño
ambiente se llenó de vapor. Se apoyó en la pared con los brazos más arriba de la
cabeza. Dejó que el agua casi hirviendo le diera de lleno en la nuca y cayera por la
espalda. La piel se enrojeció y los músculos se relajaron. De a poco fue cambiando
la ecuación y haciendo que el chorro fuera cada vez más frío. La piel se contrajo con
rapidez. Cerró la ducha, se sacó el exceso de agua del pelo y fue al dormitorio.
Sacudió la cabeza y todo se cubrió de pequeñas gotitas. Se asomó a la ventana sin
importarle que la vieran desnuda. Y la estaban viendo.
Caminó por la terraza, se sintió bien cuando ella apareció en la ventana y volvió a
acercarse al borde. Ella se arrojó sobre la cama, desnuda, mojada. No sería difícil
llegar a la ventana y entrar, no sería difícil, solo bastaba la decisión de hacerlo. Y
estaba decidido. Subió a la baranda de la terraza y de un salto llegó al balcón del
departamento de al lado. De allí fue fácil entrar por la ventana del comedor.
Acostumbrarse a la penumbra fue casi instantáneo. En absoluto silencio se paró
bajo el marco de la puerta del dormitorio y se dedicó a observarla. A observarla con
detalle, con minucioso detalle. Casi con adoración.
El tiempo pasaba lento, como si no existiera. Se acercó a la cama. Ella dormía, boca
abajo, sin percatarse de su presencia. Detuvo la mirada en los pies. Disfrutó la
visión de las piernas que se transformaban en los montes de sus glúteos y
descendían suaves hacia la espalda. Con paciencia de cazador esperaba el momento
oportuno. Deseaba estar sobre ella.
A veces los ojos se movían tras los parpados cerrados delatando que soñaba, quizás
soñaba con el amor, con caricias tan tórridas como la noche. Se movió y giro sobre
su costado descubriendo sus pechos perfectos. El pelo, ya seco, era un torrente
castaño sobre su cara. Respiraba lento, con profundidad, los labios entreabiertos,
como con ansiedad, como si esperara un beso.
La luz del amanecer le ganó la batalla a la noche, la oscuridad escapaba de a poco.
Decidió que era el momento. Se deslizó con sigilo sobre las sábanas. Con su cara
casi tocándola, sintió su olor, el de la piel, el de su sexo, el de la cabellera. Estaba
tan cerca que el aire de su respiración la acariciaba dándole cosquillas. Su boca
enfrentaba el círculo exquisito de un pezón. Lo lamió suavemente, con deleite,
jugueteó con él, lo mordió con delicadeza. Gimió dormida. Sí. Ella soñaba con el
amor. No quería despertarla, quería que siguiera soñando, pero sabía que no sería
así. Con su cuerpo caliente se lanzó sobre ella.
Se despertó asustada, sobresaltada, la adrenalina la hizo volver pronto a la
realidad, con un brazo intentó sacarlo y le gritó
-Salí de acá gato cargoso que hace mucho calor.

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