You are on page 1of 3

9 de julio

El hombre trazó una línea muy suave con un lápiz negro sobre la cartulina azul
y luego otra y otra y otra. Dibujo un trapecio. Lo cortó con mucho cuidado.
Sobre los laterales pegó círculos dorados del tamaño de un botón y una banda
blanca cruzada sobre el azul.

El viento arrastra nubes de plomo. A lo lejos juegan los pájaros. Suben, bajan,
se hacen de fuego, caen. Se los ve formados de líneas que se sobreponen unas
con otras, aparecen y desaparecen como si estuvieran detrás de una masa de
vapor denso y cremoso. Forman parte de un espejismo, el de la salvación o la
destrucción definitiva. “Este agujero inmundo está inundado. No hay
borceguíes que paren el agua que ya es hielo, mis pies son una masa de carne
congelada”, pensaba sin esperanzas. El disco pálido que agoniza a través de la
bruma pronto será tragado por el horizonte y comenzará el terror.

Las campanas llamaban a misa. Fue una noche de confesiones y comuniones


que terminaba en ese amanecer tórrido y pegajoso. Nadie quería estar peleado
con Dios. “Con este calor espantoso la casaca de paño es una cárcel. El sudor
rebalsa los párpados y me ciega”, pensaba recostado en el suelo de lajas,
mientras se fregaba los ojos para poder ver, “Estoy mojado por dentro y por
fuera, tengo llagas en el cuello por el borde del uniforme y en los pies por las
botas”. El muchacho de azul trataba de dormir, sofocado por ese aire
impregnado de olor a caballo, a bosta y orines humanos. La luz hizo huir a los
mosquitos, tomaron su lugar los jejenes y así la tortura fue continua.

Marcó más líneas sobre la cartulina azul. Un rectángulo, un semicírculo negro.


Pegó los extremos, formó un cilindro y en el supuesto frente el semicírculo
negro. Un ovalo hacía las veces de escudo, un copete en rojo y el traje de
granadero estaba listo.

“Hablan de defender a la patria, del coraje, del honor y corren asustados


cuando suena el primer tiro. La espera es la peor pesadilla. Necesito saber si
existe valor en el miedo, en este miedo que me carcome. El enemigo es un
gigante que conoce mil formas de matarme. En sus ojos brilla la mirada de mi
asesino. Me acostumbré al tufo dulce de los cadáveres, pero nunca pienso qué
puede venir del mío, es mejor creer que veré subir el sol del día siguiente”,
pensaba y pensaba. “En la escuela, la maestra nos contaba sobre los héroes de
la independencia. Cuando hablaba de Cabral y los suyos, me emocionaba.
Nunca imaginé que un día me preguntaría si sufrieron lo mismo que sufro yo”.

Estaban hacinados en ese convento. Ciento veinte hombres y ciento veinte


caballos. Murmullos de oraciones, ruidos de cascos, pantalones orinados. Se
cruzarán con veteranos despiadados. “Esto no será el entrenamiento, no es lo
mismo sablear un zapallo que una cabeza. Las balas nos van a silbar en los
oídos”, pensaba y miraba a los demás, “la pobreza nos iguala, campesinos,
mulatos, esclavos como yo, hartos de sentir el látigo en la espalda. Creímos la
promesa de libertad de los doctorcitos que desparramaron la revolución. Ellos
discuten en los salones, entre señoras y licores. A nosotros nos destripan acá”.

El chico leía y leía un papelito. Repetía en voz alta y volvía a leerla. Daba
vueltas a la mesa del comedor leyendo. Cerraba los ojos y repetía todo en voz
alta, haciendo ademanes. Le costó dormirse y muy temprano ya estaba
despierto.

“Estamos hermanados, nosotros y ellos, compartimos el camino de la carne


barata. Él, negro y esclavo. Yo, un pobre infeliz que vive de las sobras de los
poderosos. A mí me trajeron para defender a la patria de los piratas imperiales.
Él fue por una esperanza. Soñaba con dejar a los hijos una nación por la que
valiera la pena vivir y morir. Una nación de iguales. Yo ya conozco esa mentira,
nunca seremos iguales. Por una ilusión vivimos y morimos. La muerte a veces
es piadosa, nos quita la vida pronto para que no sepamos que nuestra ilusión
nunca dejará de ser una ilusión. Tenemos el mismo rojo en las venas, la misma
angustia, el mismo dolor”, giraban y seguían girando las ideas en su cabeza,
“los vencedores son los dueños de la historia. Ellos vencieron, nosotros todavía
no lo sabemos. El resultado será el mismo: nuestros nombres, como los de
aquellos héroes, se perderán y salvo el de alguno al que hay que destacar para
que la guerra sea recordada como una gesta, seremos barridos hacia una nada
anónima, vacía, injusta”. La mayoría de ellos hoy forman parte de esa entidad
que engloba a los que, en realidad, nunca fueron nadie: el soldado
desconocido.

Y pasó el tiempo de las arengas, estaban formados. “Nos miramos


continuamente, somos hermanos. El único sereno es el coronel, ese hombre,
estoy seguro, se jugará por nosotros como lo haremos por él”. Salieron al trote,
apretó el escapulario de la Virgen de Itatí y miró al frente, “Virgencita salvame,
no seas como el diosito de la capilla de la plantación, que nunca me salvó del
látigo del amo”. Cargaron al galope. El destino de ese granadero correntino fue
ser eterno. Su carne se pudrió cuidada por la historia.

“El cielo pasa del gris al negro sin estrellas. Estamos desplegados y esperando.
Quiero que todo acabe de una vez. Muero de sed y hambre. Apenas puedo
sostener el fusil, tengo los dedos agarrotados por el frío. Aprieto el rosario que
pende de mi cuello, creer quizás es mi única esperanza. La sombra de Cabral
me cubre. Tal vez yo sea su reflejo y nuestras historias tengan un mismo
destello de gloria final. Ahora sé que sin miedo no existe el valor”, piensa y
medita mientras la realidad lo abruma. El bombardeo de ablande terminó, la
tierra ya no tiembla. Un olor acre apesta al aire. La niebla densa introduce el
último horror. “Vienen por nosotros. Por los que quedamos. Tengo miedo, no
puedo dejar de temblar, mientras aguardo en la soledad de mi pozo de zorro, la
inevitable llegada del enemigo”.

Pantaloncito largo azul, polera azul y sobre ella sujeta con alfileres la pechera
de cartulina. Se puso el gorro y colgó del cinturón una espada de plástico.
Corrió y se cuadró e hizo la venia frente a la foto de un muchacho vestido de
soldado, con un FAL en las manos.
—Soy un soldado de la patria como vos tío —dijo orgulloso el chico, mirando la
imagen que tenía una flor seca en el marco. El hombre lo tomó de la mano y
salieron a la calle. Caminaban despacio, llegarían con tiempo de sobra al acto
del nueve de julio.
—Abuelo, hoy festejamos el día de la independencia, pero ¿Qué es la
independencia? —preguntó buscando la mirada del viejo.
Pasaban frente a un quiosco de diarios, el hombre leyó de reojo los titulares.
Sin mirar al chico, le apretó fuerte la mano y con los ojos llenos de lágrimas
dijo:
—Vamos, apurate, que llegamos tarde.
El hombre gris

You might also like