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JOSÉ WATANABE (1945-2007)

La mantis religiosa

Mi mirada cansada retrocedió desde el bosque azulado por el sol


hasta la mantis religiosa que permanecía inmóvil a 50 cm. de
mis ojos
Yo estaba tendido sobre las piedras calientes de la orilla del
Chanchamayo
y ella seguía allí, inclinada, las manos contritas,
confiando excesivamente en su imitación de ramita o palo seco.
Quise atraparla, demostrarle que un ojo siempre nos descubre,
pero se desintegró entre mis dedos como una fina y quebradiza
cáscara.

Una enciclopedia casual me explica ahora que yo había destruido


a un macho
vacío.
La enciclopedia refiere sin asombro que la historia fue así:
el macho, en su pequeña piedra, cantando y meneándose, llamando
hembra
y la hembra ya estaba aparecida a su lado,
acaso demasiado presta
y dispuesta.
Duradero es el coito de las mantis.
En el beso
ella desliza una larga lengua tubular hasta el estómago de él
y por la lengua le gotea una saliva cáustica, un ácido,
que va licuándole los órganos
y el tejido del más distante vericueto interno, mientras le hace gozo,
y mientras le hace gozo la lengua lo absorbe, repasando
la extrema gota de sustancia del pie o del seso, y el macho
se continúa así de la suprema esquizofrenia de la cópula
a la muerte
Y ya viéndolo cáscara, ella vuela, su lengua otra vez lengüita.

Las enciclopedias no conjeturan. Esta tampoco supone que última


palabra
queda fijada para siempre en la boca abierta y muerta
del macho.
Nosotros no debemos negar la posibilidad de una palabra
de agradecimiento.

[En: El huso de la palabra (1989)]

El lenguado

Soy
lo gris contra lo gris. Mi vida
depende de copiar incansablemente
el color de la arena,
pero ese truco sutil
que me permite comer y burlar enemigos
me ha deformado. He perdido la simetría
de los animales bellos, mis ojos
y mis narices
han virado hacia un mismo lado del rostro. Soy
un pequeño monstruo invisible
tendido siempre sobre el lecho del mar.
Las breves anchovetas que pasan a mi lado
creen que las devora
una agitación de arena
y los grandes depredadores me rozan sin percibir
mi miedo. El miedo circulará siempre en mi cuerpo
como otra sangre. Mi cuerpo no es mucho. Soy
una palada de órganos enterrados en la arena
y los bordes imperceptibles de mi carne
no están muy lejos.
A veces sueño que me expando
y ondulo como una llanura, sereno y sin miedo, y más grande
que los más grandes. Yo soy entonces
toda la arena, todo el vasto fondo marino.

El guardián del hielo

Y coincidimos en el terral
el heladero con su carretilla averiada
y yo
que corría tras los pájaros huidos del fuego
de la zafra.
También coincidió el sol.
En esa situación cómo negarse a un favor llano:
el heladero me pidió cuidar su efímero hielo.
Oh cuidar lo fugaz bajo el sol...
El hielo empezó a derretirse
bajo mi sombra, tan desesperada
como inútil.
Diluyéndose
dibujaba seres esbeltos y primordiales
que sólo un instante tenían firmeza
de cristal de cuarzo
y enseguida eran formas puras
como de montaña o planeta
que se devasta.
No se puede amar lo que tan rápido fuga.
Ama rápido, me dijo el sol.
Y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,
a cumplir con la vida:
Yo soy el guardián del hielo.

[En: Cosas del cuerpo (1999)]


***

JULIO CORTÁZAR (1914-1984)

Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj


Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido,
una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas
muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes;
no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás
contigo. Te regalan —no lo saben, lo terrible es que no lo saben—, te regalan un nuevo
pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que
atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te
regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que
siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las
joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de
perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la
seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia a comparar tu
reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el
cumpleaños del reloj.

Aplastamiento de las gotas


Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris,
aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como
bofetadas uno detrás de otro qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de
la ventana; se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va
creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae. Está prendida con todas
las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes mientras le crece la
barriga; ya es una gotaza que cuelga majestuosa, y de pronto zup, ahí va, plaf, deshecha,
nada, una viscosidad en el mármol.
Pero las hay que se suicidan y se entregan en seguida, brotan en el marco y ahí
mismo se tiran; me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito
que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas inocentes
gotas. Adiós gotas. Adiós.

[En: Historias de cronopios y de famas (1962)]

Más sobre escaleras


En un lugar de la bibliografía del que no quiero acordarme se explicó alguna vez
que hay escaleras para subir y escaleras para bajar; lo que no se dijo entonces es que
también puede haber escaleras para ir hacia atrás.
Los usuarios de estos útiles artefactos comprenderán sin excesivo esfuerzo que
cualquier escalera va hacia atrás si uno la sube de espaldas, pero lo que en esos casos está
por verse es el resultado de tan insólito proceso. Hágase la prueba con cualquier escalera
exterior; vencido el primer sentimiento de incomodidad e incluso de vértigo, se descubrirá
a cada peldaño un nuevo ámbito que si bien forma parte del ámbito del peldaño
precedente, al mismo tiempo lo corrige, lo critica y lo ensancha.
Piénsese que muy poco antes, la última vez que se había trepado en la forma usual
por esa escalera, el mundo de atrás quedaba abolido por la escalera misma, su hipnótica
sucesión de peldaños; en cambio bastará subirla de espaldas para que un horizonte limitado
al comienzo por la tapia del jardín salte ahora hasta el campito de los Peñaloza, abarque
luego el molino de la turca, estalle en los álamos del cementerio, y con un poco de suerte
llegue hasta el horizonte de verdad, el de la definición que nos enseñaba la señorita de
tercer grado. ¿Y el cielo, y las nubes? Cuéntelas cuando esté en lo más alto, bébase el cielo
que le cae en plena cara desde su inmenso embudo. A lo mejor después, cuando gire en
redondo y entre en el piso alto de su casa, en su vida doméstica y diaria, comprenderá que
también allí había que mirar muchas cosas en esa forma, que también en una boca, un
amor, una novela, había que subir hacia atrás. Pero tenga cuidado, es fácil tropezar y caerse;
hay cosas que sólo se dejan ver mientras se sube hacia atrás y otras que no quieren, que
tienen miedo de ese ascenso que las obliga a desnudarse tanto; obstinadas en su nivel y en
su máscara se vengan cruelmente del que sube de espaldas para ver lo otro, el campito de
los Peñaloza o los álamos del cementerio. Cuidado con esa silla; cuidado con esa mujer.

[En: Último round (1969)]

***

AUGUSTO MONTERROSO (1921-2003)

Los cuervos bien criados


Cerca del Bosque de Chapultepec vivió hace tiempo un hombre que se enriqueció y
se hizo famoso criando Cuervos para los mejores parques zoológicos del país y del mundo
y los cuales resultaron tan excelentes que a la vuelta de algunas generaciones y a fuerza de
buena voluntad y perseverancia ya no intentaban sacar los ojos a su criador sino que por lo
contrario se especializaron en sacárselos a los mirones que sin falta y dando muestras del
peor gusto repetían delante de ellos la vulgaridad de que no había que criar Cuervos porque
le sacaban a uno los ojos.

El perro que deseaba ser un ser humano


En la casa de un rico mercader de la ciudad de México, rodeado de comodidades y
de toda clase de máquinas, vivía no hace mucho tiempo un Perro al que se le había metido
en la cabeza convertirse en un ser humano, y trabajaba con ahínco en esto.
Al cabo de varios años, y después de persistentes esfuerzos sobre sí mismo,
caminaba con facilidad en dos patas y a veces sentía que estaba ya a punto de ser un
hombre, excepto por el hecho de que no mordía, movía la cola cuando encontraba a algún
conocido, daba tres vueltas antes de acostarse, salivaba cuando oía las campanas de la
iglesia, y por las noches se subía a una barda a gemir viendo largamente la luna.

La rana que quería ser una rana auténtica


Había una vez una Rana que quería ser una Rana auténtica, y todos los días se
esforzaba en ello.
Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su
ansiada autenticidad.
Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora,
hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.
Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión
de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro
recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una Rana auténtica.
Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus
piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada
vez mejores, y sentía que todos la aplaudían.
Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr
que la consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y otros se las comían, y
ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena Rana, que parecía
Pollo.

La oveja negra
En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra.
Fue fusilada.
Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó
muy bien en el parque.
Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas
por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran
ejercitarse también en la escultura.

La fe y las montañas
Al principio la Fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo
que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios.
Pero cuando la Fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de
mover montañas, éstas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil
encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por
supuesto creaba más dificultades que las que resolvía.
La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora montañas permanecen
por lo general en su sitio.
Cuando en la carrera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros,
es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo y ligerísimo atisbo de Fe.

[En: La oveja negra y demás fábulas (1969)]

***

JUAN JOSÉ ARREOLA (1918-2001)

Baby H.P.
Señora ama de casa: convierta usted en fuerza motriz la vitalidad de sus niños. Ya
tenemos a la venta el maravilloso Baby H.P., un aparato que está llamado a revolucionar la
economía hogareña.
El Baby H.P. es una estructura de metal muy resistente y ligera que se adapta con
perfección al delicado cuerpo infantil, mediante cómodos cinturones, pulseras, anillos y
broches. Las ramificaciones de este esqueleto suplementario recogen cada uno de los
movimientos del niño, haciéndolos converger en una botellita de Leyden que puede
colocarse en la espalda o en el pecho, según necesidad. Una aguja indicadora señala el
momento en que la botella está llena. Entonces usted, señora, debe desprenderla y
enchufarla en un depósito especial, para que se descargue automáticamente. Este depósito
puede colocarse en cualquier rincón de la casa, y representa una preciosa alcancía de
electricidad disponible en todo momento para fines de alumbrado y calefacción, así como
para impulsar alguno de los innumerables artefactos que invaden ahora, y para siempre, los
hogares.
De hoy en adelante usted verá con otros ojos el agobiante ajetreo de sus hijos. Y ni
siquiera perderá la paciencia ante una rabieta convulsiva, pensando que es fuente generosa
de energía. El pataleo de un niño de pecho durante las veinticuatro horas del día se
transforma, gracias al Baby H. P., en unos útiles segundos de tromba licuadora, o en quince
minutos de música radiofónica.
Las familias numerosas pueden satisfacer todas sus demandas de electricidad
instalando un Baby H.P. en cada uno de sus vástagos, y hasta realizar un pequeño y
lucrativo negocio, trasmitiendo a los vecinos un poco de la energía sobrante. En los
grandes edificios de departamentos pueden suplirse satisfactoriamente las fallas del servicio
público, enlazando todos los depósitos familiares.
El Baby H.P. no causa ningún trastorno físico ni psíquico en los niños, porque no
cohíbe ni trastorna sus movimientos. Por el contrario, algunos médicos opinan que
contribuye al desarrollo armonioso de su cuerpo. Y por lo que toca a su espíritu, puede
despertarse la ambición individual de las criaturas, otorgándoles pequeñas recompensas
cuando sobrepasen sus récords habituales. Para este fin se recomiendan las golosinas
azucaradas, que devuelven con creces su valor. Mientras más calorías se añadan a la dieta
del niño, más kilovatios se economizan en el contador eléctrico.
Los niños deben tener puesto día y noche su lucrativo H.P. Es importante que lo
lleven siempre a la escuela, para que no se pierdan las horas preciosas del recreo, de las que
ellos vuelven con el acumulador rebosante de energía.
Los rumores acerca de que algunos niños mueren electrocutados por la corriente
que ellos mismos generan son completamente irresponsables. Lo mismo debe decirse sobre
el temor supersticioso de que las criaturas provistas de un Baby H.P. atraen rayos y
centellas. Ningún accidente de esta naturaleza puede ocurrir, sobre todo si se siguen al pie
de la letra las indicaciones contenidas en los folletos explicativos que se obsequian con cada
aparato.
El Baby H.P. está disponible en las buenas tiendas en distintos tamaños, modelos y
precios. Es un aparato moderno, durable y digno de confianza, y todas sus coyunturas son
extensibles. Lleva la garantía de fabricación de la casa J.P. Mansfield & Sons, de Atlanta,
III.

[En: Confabulario (1952)]

***

JULIO RAMÓN RIBEYRO (1929-1994)

Dichos de Luder (1989), 18


—¿A qué te dedicas ahora? —le preguntan a Luder.
—Estoy inventando una nueva lengua.
—¿Puedes darnos algunos ejemplos?
—Sí: dolor, soñar, libre, amistad...
—¡Pero esas palabras ya existen!
—Claro, pero ustedes ignoran su significado.

Prosas apátridas (1986), 199


Nunca he podido comprender el mundo y me iré de él llevándome una imagen
confusa. Otros pudieron o creyeron armar el rompecabezas de la realidad y lograron
distinguir la figura escondida, pero yo viví entreverado con las piezas dispersas, sin saber
dónde colocarlas. Así, vivir habrá sido para mí enfrentarme a un juego cuyas reglas se me
escaparon y en consecuencia no haber encontrado la solución del acertijo. Por ello, lo que
he escrito ha sido una tentativa para ordenar la vida y explicármela, tentativa vana que
culminó en la elaboración de un inventario de enigmas. La culpa la tiene quizás la
naturaleza de mi inteligencia, que es una inteligencia disociadora, ducha en plantearse
problemas, pero incapaz de resolverlos. Si alguna certeza adquirí fue que no existen
certezas. Lo que es una buena definición del escepticismo.

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