Professional Documents
Culture Documents
DE VALENCIA
VICARÍA DE EVANGELIZACIÓN
COMISIÓN DIOCESANA DE ESPIRITUALIDAD
C/ Avellanas, 12 · Telf: .96 315 82 09 · 46003 Valencia
1
los políticos proponen también un año de misericordia con sus leyes y su modo de
actuar.
Y porque espiritualidad tiene muchas dificultades?.
Un termómetro para medir la temperatura espiritual de nuestro tiempo lo
encontramos en las resonancias psicológicas de las palabras espiritualidad y
santidad.
Mientras el término espiritualidad suscita la idea de un jardín inútil o de un
peligroso refinamiento aristocrático, "cuando se habla de santidad —observa P.
Evdokimov— se produce una especie de bloqueo psicológico. Se piensa en los
gigantes: en los eremitas o monjes, tan sepultados unos en sus cavernas y tan
instalados los otros en sus monasterios, que, cual 'iluminados' e `iguales a los
ángeles', no parecían ya seres de este mundo. La santidad se diría superada o
perteneciente a un mundo que se ha vuelto extraño, inadaptable a las formas
discontinuas y al ritmo entrecortado de la vida moderna. UN MONJE hoy ya ni
siquiera suscita curiosidad; más bien nos empuja a preguntarnos: ¿Pare qué sirve
eso? Al santo se le mira como una especie de yogui o, más brutalmente, como un
enfermo, un inadaptado y, en todo caso, como un ser inútil"'.
Como se vive hoy la espiritualidad.
El itinerario espiritual del laico –como el de todo cristiano- arranca desde el
Bautismo y supone esencialmente una “nueva creación”, un “revestimiento de
Jesucristo” Unos apuntes que tienden a provocar la respuesta de los laicos a partir de su
propia experiencia cristiana:
cómo viven ellos su itinerario bautismal, su responsabilidad eclesial, su compromiso
cristiano con el mundo. Qué significa para ellos tomar cada día su cruz y seguir al Señor,
amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo, vivir en el mundo las
bienaventuranzas evangélicas.
Textos de San Pablo relativos al Espíritu:
“ releer todo el Cap. 8, en una constante referencia al CRISTIANO que vive
particularmente inmerso en “los sufrimientos del tiempo presente” y en medio de una
creación, redimida en esperanza pero todavía sujeta a esclavitud, que “desea vivamente
la revelación de los hijos de Dios” y que vive “en la esperanza de ser liberada de la
servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios”. l
Espíritu de Dios son hijos de Dios” (Rom. 8,14)
¡Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu” (Gal.5,-25)
Mucho también depende de los cristianos, nuestras obras, pueden influir en los
leyes de los estados. Pablo dice: “el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz” (Gal.5,22). La
paz –fruto de la verdad, de la justicia y del amor- es, antes que nada, don de Dios; hay
que obtenerlo con la oración y la conversión.
La teología de la cruz
“Yo sólo me glorificaré en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo
está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo” (Gal.6,14).
El cardenal estadounidense Timoti Dolan en una entrevista afirma “yo no, pero mi
sucesor acabara o en el cárcel o martirizado por la fe en Cristo”. Ya hay muchas
persecuciones pol llevar la cruz, quitar símbolos de las escuelas, por no casar parejas
homosexuales. Hay muchas leyes que nos obligan a elegir entre Cristo o sufrimiento
moral o físico. El mismo cardenal en el sínodo de la familia 2015 en octubre dice “hay que
proteger la nueva minoría en la Iglesia, aquellos que qieren ser fieles al Evangelio”.
2
Y la nuestra respuesta es La esperanza Pascual: el cristiano puede que ser en el
mundo testigo del amor de Dios y profeta de esperanza.
No el hombre que ilusiona fácilmente a sus hermanos; sino el hombre que sabe
descubrir, desde la fe y la oración, las causas profundas del dolor y se compromete
generosamente a remediarlas. El hombre que grita que Cristo resucitó y vive. La
esperanza no sólo ilumina la cruz, sino que la convierte en semilla de resurrección y de
vida. Una teología de la cruz es necesariamente una teología de la esperanza. La difícil
situación actual –tan marcada por los signos negativos del hambre y la miseria, la
injusticia, la opresión y las torturas, la violencia, el terrorismo y la guerras- es un
dramático desafío a la esperanza cristiana. “Aquella esperanza que no falla, porque el
amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha
sido dado” (Rom.5,5).
La esperanza nos ayuda a valorar el tiempo y las cosas temporales: ayuda a
descubrir la riqueza del “hoy” y del “aquí” del Reino. Pero, al mismo tiempo, nos ayuda a
superar este mundo que pasa. La esperanza está conectada con el Espíritu que habita en
nuestro corazón, con los “sufrimientos del tiempo presente” y “con la gloria que se ha de
manifestar en nosotros”(cfr. Rom.8,18).
La esperanza cristiana supone dos cosas tener una gran capacidad contemplativa
para releer evangélicamente los nuevos signos de los tiempos y seguir creyendo en la
actualidad del mensaje de Jesucristo crucificado “fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1
Cor. 1,24). Pero es el Espíritu Santo –que nos “guiará hasta la verdad completa” (Jn.
16,13)- quien nos abrirá plenamente la verdad sobre Cristo y sobre el hombre.
Ante todo, comunión con Dios por Jesucristo en el Espíritu. Lo cual supone una
profunda vida de oración. ¿Es posible el silencio y realizable el desierto? Sí, en la medida
en que el silencio no sea una evasión y el desierto un refugio. El silencio es el espacio
donde se acoge la Palabra; el desierto es el ámbito donde se experimenta la fuerza del
Espíritu (la lucha y la victoria, la tentación y la gracia). Lo importante es que el Espíritu
cree en nosotros capacidad contemplativa, instale el desierto en nuestro corazón.
Cuando hablamos de espiritualidad de comunión subrayamos, también, la generosa
disponibilidad para asumir en la Iglesia su corresponsabilidad participativa. A veces la
participación falta porque los clérigos no ofrecemos o alentamos espacios; a veces,
porque los laicos mismos prefieren la pasividad y dejarse simplemente conducir. Una
espiritualidad de comunión y de participación supone, en el laico, fortaleza y coraje para
asumir su responsabilidad eclesial.
Supone, también, capacidad para saber morir a proyectos personales o de grupo, a
fin de entrar plenamente en una pastoral de conjunto, diocesana o parroquial. La
comunión se hace luego más amplia y universal y abarca a toda la comunidad humana: la
Iglesia camina con los hombres, como signo e instrumento de salvación.
3
todo bueno que propone concilio Vaticano, como lengua en liturgia como ser abiertos al
ecumenismo sin huir de la virgen María.
Pero como nos advertido papa Juan Pablo, en 2001 en misa de Lviv, “habéis
vencido muy valiente el comunismo, pero viene algo mas peligroso, que es consumismo y
vencerlo será muy difícil”. Esto experimentamos ahora mismo recibimos poquísima ayuda
de Europa en el guerra con la Rusia, pero en el mismo tiempo Europa no se olvida de
presionar el parlamento y gobierno para que promueven muy rápido la leyes de genero,
de homosexuales, en el mismo tiempo cuando por la guerra no reciben ayuda los
enfermos con tuberculosis, niños en los orfanatos no tienen comida necesaria.
El cristiano trata de escuchar en silencio la Palabra de Dios, de acogerla en su
pobreza y de realizarla en gozosa disponibilidad. Es la bienaventuranza de María:
“Felices, más vale, los que escuchan la Palabra de Dios y la realizan”. Esto exige en el
laico mucho silencio y pobreza, exige, también, fidelidad a todo el Evangelio y una lectura
comunitaria de la Palabra de Dios. No basta que sea leída; tiene que ser acogida,
gustada contemplativamete y comunicada. Cada discípulo de la Palabra se convierte
enseguida en profeta (falta mucho profetas hoy) y en testigo (incluso mártires): la Palabra
de Dios es transmitida, por la fuerza del Espíritu, a través de la palabra, de los hechos y
la vida del discípulo-servidor y del testigo-profeta. “La Palabra de Cristo habite en
vosotros con toda su riqueza” (Col.3,16).
La Palabra lleva a la Liturgia. La prepara, la ilumina, la actualiza. El Pan de vida –
bajado del cielo para la vida del mundo y aceptado en la fe- se convierte para nosotros en
Pan de la Eucaristía. Una verdadera Eucaristía no sólo nos transforma en Cristo y nos
diviniza, sino que nos hace más hermanos y servidores. Año de la misericordia, no solo
recibir, pero también compartir.
Cada sacramento tiene una esencial dimensión de compromiso con la historia. La
espiritualidad del cristiano vive de la riqueza fecunda del Bautismo, de la Confirmación y
de la Eucaristía: cada día más hijos, más testigos, más hermanos; cada día más
presencia transparente y salvadora de Jesús. El Sacramento del matrimonio significa
para el laico una fuente especial de santidad y nos trae sus exigencias específicas. Un
modo concreto de vivir la caridad.
El cristiano no sólo vive de una Palabra recibida y de una Liturgia celebrada en la
comunidad. La misma comunidad cristiana es la mejor escuela de crecimiento espiritual:
sea una comunidad eclesial de base, sea una parroquia, sea la diócesis. Pienso que la
mejor escuela de formación es la Eucaristía dominical. Allí se acoge comunitariamente la
Palabra de Dios y se ilumina la realidad concreta de la semana; allí se vive
comunitariamente el Misterio Pascual de Jesús que hace fecunda nuestra cruz y
engendra nuestra esperanza. Pero hace falta que la celebración eucarística sea
verdadera: llena de la gloria de la Trinidad, del sufrimiento de los hombres y del
compromiso de los cristianos:
Quiero terminar con este augurio de San Pablo a todos los laicos de Tesalónica:
“Que El, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el
alma y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la venida de Nuestro Señor Jesucristo.
Fiel es el que os llama y es él quien lo hará.” (1Tes. 5,23-24).
5
6