Para Nietzsche la naturaleza del hombre es tan vanidosa, egoísta y egocéntrica que ve imposible que de ella se derive ningún amor puro y verdadero hacia la verdad; su intelecto en su única misión de procurar supervivencia se inclina para ello en las ficciones contrarias a toda verdad, ya que nuestra conciencia reposa en la indiferencia de nuestra ignorancia. Es en la salida del estado natural y al comienzo de la vida en sociedad cuando aparece no la idea de encontrar la verdad, sino de establecerla a partir del poder legislativo del lenguaje. El hombre no desea la “verdad” sino sus agradables consecuencias. Pero el lenguaje (conjunto de metáforas), fruto de una subjetiva convención con fines de unión entre individuos, no tiene en sí mismo ninguna predisposición hacia la verdad, no parte de la esencia de las cosas. Los conceptos surgen igualando lo distinto y se explican así mismos a partir de esa igualdad ficticia contraria a toda verdad, que sin embargo llamamos verdad. El orden que los conceptos del lenguaje crea es el mundo humano, ajeno incluso a las impresiones humanas de la naturaleza, basado en abstracciones arbitrarias. La razón solo puede descubrir lo que ella haya “escondido” bajo los límites impuestos humanamente de dicha razón, luego no descubre, sino que reencuentra sus propias metáforas que confunde por las cosas mismas. Entre sujeto y objeto no existe causalidad distinta al endurecimiento de una convicción (metáfora) que por repetición temporal se instala en el imaginario (ficticio) colectivo. De la naturaleza percibimos lo que nosotros le aportamos desde unas bases predispuestas por nosotros que aseguran una regularidad justamente humana, que confundimos con la esencia verdadera de la naturaleza. Es decir, la ciencia en su estudio de la naturaleza se apoya en el lenguaje humano (metáforas) y lo plasma en él. Lo antropológicamente menos humano es lo realmente más humano, ya que en la irrealidad del arte (más próxima a las impresiones) frente al rígido edificio conceptual (fundamentado en el lenguaje metafórico) el hombre despierta creyéndose en un sueño para continuar su vida pero dormido. El intelecto, predispuesto a la ficción y al engaño pero no a sus consecuencias negativas, encuentra en el arte la libertad que se le niega en la cotidianeidad. En la vivencia de la desgracia por parte del estoico (y su intento de apaciguarla) se implica el uso de una ficción equiparable a la usada por el hombre intuitivo en su felicidad.