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Semana 3: ¿Cómo podemos valorar correctamente los actos humanos?

“La verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre
el agua”.
Miguel de Cervantes

Aprendizajes esperados:
- Distingue la diferencia entre un análisis emocional y uno racional de la acción
humana, además el principio de doble efecto.
- Comprender que la Ética apunta al logro de la excelencia moral.
Conceptos clave: Juicio racional – Emotivismo – Fuentes de la moralidad – Principio
del doble efecto – Excelencia moral.

1. Juicios racionales y juicios emotivos

En las clases anteriores se ha recalcado que la Ética es una ciencia. Con esto, nos
referimos a que ésta constituye un estudio racional y sistemático –es decir, articulado
en torno a argumentos y no a meras opiniones– sobre los principios o criterios que nos
permitan discernir nuestro mejor curso de acción en cada caso. Dichos principios o
criterios están fundados en la ley natural y en la verdad, acerca de la cual reflexionamos
la semana pasada: la conciencia recta. Ahora bien, como ya sabemos, la Ética no es sólo
ciencia, sino que, para ser más precisos, es una ciencia práctica. Esto significa que su
objeto no es solo estudiar los actos humanos, sino, sobre todo, orientarlos, de acuerdo
con los ya mencionados principios o criterios. Por lo tanto, cuando realmente se puede
identificar si alguien tiene una auténtica sabiduría ética no es al momento de rendir una
prueba o el examen de esta asignatura, sino cada vez que tomamos una decisión. En
efecto, es en cada decisión donde se ve cómo orientamos realmente nuestra vida, es
decir, si la orientamos a partir de nuestra razón o a partir de nuestros impulsos1.

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Cabe señalar que la capacidad de aplicar los principios o criterios éticos a las acciones concretas está
estrechamente vinculada con el desarrollo de la virtud de la prudencia que, no por nada, se conoce también
como “sabiduría práctica”. A esa virtud nos dedicaremos más adelante en el curso.

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Esto último es importante porque nos podemos dar cuenta de que quizá en
muchas ocasiones no valoramos las acciones a partir de un criterio racional, sino de un
modo meramente visceral, es decir, a partir de las emociones que una acción cualquiera
nos genera. Consignas del tipo “obedece a tus instintos”, “haz caso a tus sentimientos”
pueden sonar atractivos, pero probablemente son más aplicables al contenido de una
telenovela que a la vida real, y esto por una razón muy sencilla: los sentimientos o las
emociones son de por sí erráticos, cambiantes e incluso fácilmente influenciables por la
opinión dominante, la moda, nuestros prejuicios o simplemente nuestro estado de
ánimo. Aun así, muchas personas evalúan moralmente una acción, por ejemplo, según
la empatía o antipatía que les genera la persona que la realiza, y no por el valor que esa
acción tiene en sí misma. Las personas que se conducen de esta manera, consciente o
inconscientemente, están suscribiendo un planteamiento ético llamado “emotivismo”,
cuyo representante más importante es el filósofo británico David Hume (1711-1776)2.
Para él, los juicios morales no tienen un fundamento racional, sino puramente
emocional. Dicho de otro modo, se reducen a una mera cuestión de gustos. Esto se
encuentra a un paso del relativismo, posición que fue tratada la semana pasada y que,
como veíamos, conduce a una serie de paradojas. Por ejemplo, cuando un alumno, al
verse en problemas para aprobar un ramo recurre a su profesor para solicitar una
oportunidad de subir nota apelando únicamente al hecho de que él hace un gran
esfuerzo, o a las dificultades que debe enfrentar para estudiar, en ese caso se puede ver
que el alumno se está comportando al modo del emotivismo, y consiguientemente,
espera que su profesor también así lo haga. En efecto, más que persuadir a su profesor
por medio de argumentos, él intenta conmoverlo, o sea, generar una conexión
puramente emotiva, con la esperanza de que éste resuelva emocional y no
racionalmente. Sin embargo, volviendo a lo que decíamos más arriba, si la ética es una
ciencia práctica, ésta debe discurrir mediante razones, por lo tanto, la apelación a las

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David Hume es un filósofo, economista, sociólogo e historiador escocés, cuya obra giró, sobre todo, en torno
a problemas de ética y teoría del conocimiento, desde una perspectiva marcadamente empirista, es decir,
desde una postura que sólo asume como válida la información recibida por medio de la experiencia sensible,
cuestionando, por tanto, la existencia de cualquier realidad que no sea observable, como Dios, el alma, las
relaciones causales, la ley natural, etc.

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emociones a la hora de discernir lo correcto de lo incorrecto no tiene cabida, ya que, de
ser así, nuestras decisiones y juicios éticos se quedarían sin fundamentos.
Cuando el filósofo Sócrates3 estaba en la cárcel esperando que se concretara la
ejecución de la pena de muerte a la que había sido condenado, recibió la visita de su
amigo Critón, que había elaborado un plan para que Sócrates escapara de la cárcel y
luego huyera de Atenas. Naturalmente, el ofrecimiento de Critón debe haber parecido
atractivo para Sócrates, pero antes, aun así, de tomar una decisión, le pidió que le diera
argumentos racionales para convencerlo de escapar, ya que, en sus propias palabras, él
es “el tipo de persona que sólo obedece el argumento que, habiendo reflexionado, le
parece el mejor”.4 Finalmente, Sócrates decide no huir y acatar la condena, pero lo más
interesante de esto es que, ya en los orígenes de la Ética, el filósofo ateniense nos
recuerda que los juicios éticos que pronunciamos deben estar fundados racionalmente.
A continuación, presentaremos un modo de evaluar éticamente, es decir,
racionalmente, nuestras acciones, aplicando los principios generales de la ley natural a
nuestras acciones concretas.

2. Las fuentes de la moralidad: objeto, fin y circunstancias

Un modo de evaluar racionalmente los actos humanos para emitir un juicio ético
consiste en el análisis de la acción. Analizar significa separar algo, para revisar por
separado cada una de sus partes. Si mi auto comienza a producir un sonido extraño, el
mecánico revisará cada parte del motor hasta dar con la fuente del problema; es decir,
analizará mi auto. Lo mismo podemos decir de cualquier acto humano que, por ser libre
y responsable, es susceptible de ser valorado éticamente. Para esto, lo primero que
debemos hacer es identificar cuáles son los componentes del acto humano, también
conocidos como las “fuentes de la moralidad”. Estos son tres:

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Sócrates (470-399 a.C.) es un filósofo griego cuyas ideas produjeron un impacto innegable en la cultura
occidental, a pesar de no haber publicado nada. Sus enseñanzas las conocemos fundamentalmente a través
de los escritos de su discípulo Platón. Sócrates fue, en efecto, el pensador que situó la pregunta por el hombre
y su comportamiento en el centro de la reflexión filosófica.
4
Platón, Critón 46b.

3
A. El objeto: Es lo realizado en la acción, es decir, lo primero que notamos al observarla.
Si queremos identificar el objeto, basta con preguntarse “¿qué hizo…?” Por ejemplo, si
Sergio copió en una prueba, el objeto de la acción es lo que responde a la pregunta “¿qué
hizo Sergio?”. La respuesta, naturalmente, es “copiar en una prueba”.
B. El fin: Toda acción racional es realizada con un fin o intención. Para identificarlo,
podemos preguntarnos simplemente “¿para qué lo hizo?”. En el ejemplo anterior, la
respuesta puede ser que copió “para aprobar el ramo”.
C. Las circunstancias: Así como en cualquier acción es fundamental identificar el
objeto y el fin, no podemos olvidar los demás datos que rodean a la acción y que tienen
alguna incidencia en su calificación moral. Las circunstancias pueden ser muchas, y se
las identifica mediante preguntas del tipo: ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿cuánto?, ¿con quién?,
etc. Entre las circunstancias de la acción del caso de Sergio, pueden estar, por ejemplo,
que ya había sido sorprendido en actitud sospechosa y el profesor le había advertido
personalmente que no copiara; que estaba a punto de reprobar el ramo y con eso podía
perder una beca; que el día anterior no pudo estudiar porque tuvo que cuidar a su
abuela enferma; etc.
Una vez identificados los tres componentes de la acción es más fácil evaluarla,
pues se puede revisar cada componente por separado. Para que la acción sea
éticamente correcta, es necesario que los tres componentes contribuyan a la bondad de
la acción. Por el contrario, basta con que uno de los tres elementos sea éticamente
incorrecto para que la totalidad de la acción también lo sea. Por lo general una acción
es incorrecta por el objeto y/o por el fin. Las circunstancias normalmente contribuyen
a la calificación de la acción haciéndola más o menos meritoria, en caso de que ésta sea
buena, o bien pueden atenuar o agravar la falta, en caso de que ésta sea incorrecta. En
el ejemplo de Sergio, podemos ver que la acción es mala por el objeto (copiar en la
prueba), aun cuando el fin sea bueno (aprobar el ramo) o aun cuando desconozcamos
el fin, y algunas circunstancias puedan sean atenuantes (la abuela enferma y la angustia
por la posible pérdida de la beca).
Cabe señalar que este modo de calificar las acciones debe ser útil no tanto para
juzgar las acciones ajenas (como las que revisaremos en los casos de estudio), sino,

4
sobre todo, para juzgar nuestros propios actos y así orientarlos racionalmente,
siguiendo el consejo de Sócrates “una vida sin autoexamen no es digna de ser vivida” 5.

3. Principio del doble efecto

Hay situaciones en las que resultan uno o varios efectos de una acción que no
estaban previstos o que tampoco fueron buscados, a estos de les denomina principio
del doble efecto. Es decir, se trata de cómo actuar cuando de una misma acción resulta
un efecto bueno y otro malo en que este último no fue buscado. Por ejemplo, cuando un
médico realiza una intervención quirúrgica y fallece el paciente en la operación. Sin
embargo, para que no se le impute o culpe de aquella acción deben existir algunas
condiciones:
a) Que la acción en sí misma –prescindiendo de sus efectos- sea buena o al menos
indiferente. En el ejemplo tipo, la operación quirúrgica necesaria es en sí buena.

b) Que el fin del que realiza el acto sea obtener el efecto bueno y nunca el malo.

c) Que el efecto primero e inmediato que se sigue sea el bueno, por ejemplo en una
operación, sea la curación.

d) Que exista una causa proporcionalmente grave para actuar y que no exista otra
posibilidad de acción.

Si se cumplen esas condiciones estamos entonces frente a una situación en


donde no se le pueden imputar los efectos malos al que realizó la acción.

4. La excelencia moral

Este modo de elaboración de juicios éticos mediante el análisis de la acción


puede ser muy útil para resolver dilemas éticos complejos y, sobre todo, para asegurar
que lo que estamos haciendo es, efectivamente, un juicio racional y no un juicio
espontáneo, visceral o, lisa y llanamente, emotivo. En este sentido, seguir este método

5
Platón, Apología de Sócrates, 38a.

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nos puede ayudar para orientarnos en nuestra toma de decisiones especialmente ante
aquellos dilemas que generan algún nivel de perplejidad. Sin embargo, no se debe
pensar por ello que la reflexión ética se reduzca a practicar este procedimiento
mecánicamente. De hecho, la vida moral está llena de matices que no se dejan atrapar
mediante un análisis que, a fin de cuentas, es más bien “introductorio”.
Quizá, si la Ética se limitara a trazar la línea divisoria entre un comportamiento
correcto y uno incorrecto, la aplicación del análisis ético anteriormente expuesto sería
más que suficiente para tener una vida comprometida con la ética. Pero debemos
recordar que, tal como decíamos en la primera clase, la ética es mucho más que eso. En
efecto, de acuerdo con la definición propuesta, la ética no apunta simplemente a
distinguir lo bueno de lo malo, sino a orientarnos hacia nuestro fin último, es decir,
hacia nuestra plenitud. Por lo tanto, si la ética apunta a guiarnos hacia el despliegue de
nuestra mejor versión, entonces una auténtica comprensión de ella debiese
comprometernos con algo más que con el simple “evitar el mal” o “mantener una
conducta correcta”. Eso sería limitar la Ética a un conjunto de principios y criterios
“mínimos” y necesarios para que, por ejemplo, la vida en sociedad no se convierta en
un caos lleno de excesos.
La Ética, comprendida en su sentido más auténtico es mucho más que eso: no
apunta a fijar mínimos sino máximos, es decir, un ideal de excelencia humana cuya
búsqueda y obtención progresiva constituye una verdadera “vida lograda”, es decir, una
vida plena. Esta idea, que es de una importancia central, nos permite comprender que
la Ética es más que una disciplina más o menos interesante. Es más parecida a una
“forma de vida”, pues es “el arte de usar de forma correcta la libertad, poniendo en juego
los mejores recursos de nuestra naturaleza”6. En pocas palabras, podemos hablar de la
Ética como “el arte de vivir”.7 Es por eso que, en el contexto de la Ética Clásica se pone
mucho más énfasis en el desarrollo de virtudes o excelencias que nos mejoran como
personas que en normas y preceptos que nos mantengan “a raya” del mal moral.

6
Enrique Rojas, “Siete síntomas de nuestro tiempo”, publicado en el diario ABC (España), 02-06-2003.
7
Juan Luis Lorda, Moral. El arte de vivir, Ed. Palabra (Madrid), 2006.

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Esta es, en definitiva, la invitación que nos hace la Ética. Se trata de una invitación
eminentemente positiva, que no se puede reducir a evitar las acciones moralmente
reprobables, sino a ser mejores, realizando acciones virtuosas. Una persona que apunta
con su vida a un ideal de excelencia ética, será capaz de tomar decisiones con sabiduría,
incluso en aquellos casos de difícil discernimiento.
En síntesis, en tanto la ética es una ciencia, es natural que un juicio ético sea un
juicio racional, siendo, las fuentes de la moralidad, una buena herramienta para
asegurar, especialmente en caso de duda, que dicho juicio será racional, y no
meramente emotivo. Así también, en el actuar humano, pueden haber ciertos efectos
malos que no fueron buscados, ni dependen del que realizó el acto, a esto se le denomina
el principio del doble efecto. Cabe recordar que la ética nos invita no solo a cumplir con
estas “normas” básicas, sino a hacer el mayor bien, es decir, la excelencia moral,
cuestión que se logrará mediante las virtudes.

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