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El trabajo que voy a socializar por este medio fue previamente leído y expuesto en las "Primeras
Jornadas Provinciales de la Asociación de Acompañantes Terapéuticos de la República
Argentina”, cuya temática central fue: "La inserción del acompañamiento terapéutico en las redes
de salud mental de la Provincia de Buenos Aires”. Estas primeras jornadas se llevaron a cabo en
el año 2005 y tuvieron un carácter preparatorio para el "Congreso Nacional de Acompañamiento
Terapéutico” que se desarrolló, al culminar dicho año, en la provincia de Córdoba. En aquel
momento el artículo fue titulado como "El acompañamiento terapéutico y una didáctica”. Este
trabajo constituyó para mí un punto de importancia coyuntural en mi historia formativa.
Es así que me daba cuenta que resultaría oportuno que adquiriera y forjara mis actitudes y
aptitudes psicológicas, para lograr una buena distancia instrumental en mi desempeño como
acompañante terapéutico (A.T).
Venía trabajando como A.T y me había empezado a sentir seguro con este rol que exigía
prestarse a una experiencia intersubjetiva, persona a persona. También estaba estudiando
psicología social. Y sucedió que me convocaron para trabajar en un Hogar de adolescentes y
adultos, con retraso mental y patologías asociadas. Mi función adjudicada como condición de
empleo era la de "instructor de un taller de manualidades y mantenimiento”. Esta situación me
conectó con lo grupal e institucional, creo ahora, de forma prematura.
Tomé el trabajo como un desafío personal y traté de ver en él una oportunidad para mi
crecimiento.
El proceso que transité fue como el de los bebés cuando quieren comenzar a caminar.
Primero lo hacen agarrándose de cosas para incorporarse y desplazarse. Luego dan dos o tres
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pasos de un objeto fijo a otro. Posteriormente, algunos de ellos, empiezan a recorrer distancias
un poco más largas, agarrados de un objeto. El mismo, puede ser cualquiera y no estar fijado a
nada, por ejemplo: un muñeco, un lápiz. Con él, ellos se sienten seguros y deambulan. A ese
elemento, Winnicott lo denominó "objeto transicional”. Después "caminamos sin él”.
En esta experiencia, dicho "objeto transicional” fue para mí, la "didáctica” de la psicología
social. Pero no como la entiendo ahora, sino como la comprendía en aquel entonces, como un
alumno del segundo año de la carrera. Lo transicional, esa didáctica fue lo que me permitió
pasar, "dar el paso”, de los abordajes singulares a algo que podría llamarse abordaje grupal.
Seis meses después de que empecé a trabajar como "instructor” en el Hogar, me llamaron
para que exponga un trabajo sobre acompañamiento terapéutico en la mencionada jornada.
Escribí, entonces, el artículo que les voy a presentar a continuación.
El A.T cumple diversas funciones, que varían de acuerdo a las particularidades del caso y
a la estrategia del profesional. Su objetivo general es representar, en el día a día del paciente, la
lógica y las premisas del tratamiento, tanto las que se orientan en relación a la cura, como las
que implican una direccionalidad preventiva, intentando aportar calidad y estilo de vida e
influyendo sobre el pronóstico y la evolución del padecer del acompañado.
En este contexto, los A.T desarrollamos una modalidad, en cada caso singular, de
acompañar los vaivenes emocionales del paciente respecto a su tratamiento, procurando la
continuidad del mismo. Para eso, construimos un modo de escuchar y otorgar contención
particulares y una habilidad de dar apoyo diario al paciente, que lo ayudan a integrarse
socialmente, a vincularse con otros significativos, a encontrar nuevos modelos identificatorios, a
salir de la posible retracción producida por su padecer, etc.
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En la posibilidad de brindar escucha, el A.T se presenta como una persona capaz de
escuchar y de tolerar el silencio e inducir al diálogo a su acompañado, si lo considera pertinente.
Además, se abstiene de emitir juicios de valor en relación con aquello que el acompañado le
comenta. En esta situación puede, también, poner en juego "silencios estratégicos” y/o la palabra
"objetivante” o "continente”. Es oportuno señalar, que el acompañado encuentra en esta
escucha:
Subrayo que todo encuentro con la propia historia, en este caso expresada verbalmente
por el acompañado, es en realidad, un reencuentro que configura un ejercicio terapéutico.
El eje del trabajo sobre el que está centrado este recurso, es el relacionado con la
producción y características de un vínculo acompañante – acompañado. El mismo tiene que
poder resultarle, al paciente, grato y, al mismo tiempo, terapéutico.
· Una intervención.
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mantenimiento y manualidades” que funcionaba en un hogar para adolescentes y adultos, con
retraso mental y patologías asociadas.
Las primeras preguntas que surgieron fueron: ¿qué proceso voy a acompañar y qué
herramientas voy a utilizar?
Ahora bien, la idea de grupo cuya actividad se centra en el aprendizaje, solicitó la inclusión
de una noción de didáctica… ¿Y qué es la didáctica? Siguiendo a Bronckart, podemos definirla
como una forma de enseñanza coherente y sistemática, firmemente articulada con los objetivos
sociales más democráticos, que explore al máximo las capacidades psicológicas del alumnado.
En mi caso, tomé el esquema de la didáctica de la psicología social, basado en las ideas de
Pichón Riviere. El mismo puede describirse de la siguiente manera: se brinda una parte teórica
en donde la información impacta y dispara en lo emocional. Esto lleva a reflexionar- charlar,
sobre lo que se entiende, lo que se siente y lo que se hace con lo que se siente. Al mismo
tiempo promueve una planificación de actividades que requieren otras formas de expresión,
además de la palabra, como por ejemplo juegos, expresión plástica, actuación, creación. Dichas
acciones generan una nueva reflexión- charla sobre lo que se entiende, lo que se siente y lo que
se hace con lo que se siente. La didáctica esbozada, a su vez, supone a un sujeto dialéctico que
actúa sobre el mundo para transformarlo y no para imitarlo, es productor y al mismo tiempo es
producido.
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conocido. Esto podía, incluso, propiciar la renuncia a la actividad, quizás debido a que los
acompañados no se considerasen capaces de realizarla. Además, en el transcurso de la labor
aparecía el error y este debía ser asimilado, incluido en el proceso de aprendizaje. Sabemos
que en otras didácticas el error es negado o significado negativamente, esto puede tener que ver
con concebir al proceso de aprendizaje sin considerar el costo que trae aparejado. Pero en esta
propuesta, el error tomaba el lugar de tanteo necesario y fecundo, donde el aprendizaje es
entendido como una espiral, en la cual se encuentran los momentos de conflicto, de obstáculo,
de alejamiento, del objeto, momentos donde el objeto se nos opone. Y en otro polo, momentos
de encuentro, de dominio, de transformación de la realidad, de apropiación. En el taller donde
trabajaba, cada sujeto abocado a la tarea de crear y aprender pasaba por esta instancia de
alejamiento, de problema, de crisis, y lo hacía en un momento distinto al de su compañero. Esta
situación, a su vez, se presentaba para mí como una oportunidad para intervenir y "acompañar”
el proceso, ayudando con ideas, valorando lo alcanzado hasta el momento, introduciendo
nuevos materiales que impactasen y desestructurasen, para luego, volver a estructurar y
alcanzar un equilibrio que también era momentáneo. Intervenía apuntando a que los individuos
lograsen una retroalimentación positiva, en cada momento del proceso, que pusiesen en juego
su parte volitiva y su emocionalidad.
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dicho servicio: pedir turno, contenerlos en el momento en que esperan la atención del
profesional, retirar la medicación de la farmacia, escuchar y objetivar las ideas en torno a esta
situación. En otras palabras, mi acción consistía en operar en función de que el tratamiento se
lleve adelante, acompañando los vaivenes emocionales de cada sujeto. En ocasiones los
acompañados esperaban ansiosos que el profesional los atienda, tanto es así que querían entrar
al consultorio de inmediato, sin esperar. La ansiedad les hacía que muchos invadiesen dicho
lugar cada vez que el médico abre la puerta. Mi rol ante esto, consistía en normativizar la
conducta moderándola, apaciguándola, contextuándola. En otro tipo de salidas y eventos
sociales que promovía la institución (mateadas, fogones y partidos de fútbol abiertos a la
comunidad), mi función coincidía con la expresada anteriormente. La conducta debía ser
comprendida y decodificada como la resultante del proceso interno individual, también en
relación con el momento de aprendizaje y el contexto particular de cada sujeto. Bajo esta
perspectiva, dicha función también implicaba ayudar al acompañado a ponerle palabras a
aquello que le sucedía, a que lo pudiese tramitar y darle una vía a la verbalización, que luego
podía o no ser socializada en el grupo.
Bibliografía:
· F. Manson, G.Rossi, G. Pulice y otros Comp. (2002) "Eficacia clínica del A.T”. ED. Polemos.