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p.b.
nombre: rodrigo mellado g.
ramo: diseño escénico del s. xx- ii
profesora: rocío troc
“(…) Pina Bausch compone sus coreografías a partir de
palabras. “Las palabras no son lo mío”, declaraba. Y, en efecto,
muy pocas veces aparecen en sus espectáculos:
fragmentariamente, como ocurrencias aisladas, en muchas
ocasiones ni si quiera se pretende que resulten inteligibles (…)”1
1
Sánchez, José Antonio, Dramaturgias de la imagen, 8.Memorias de la
imagen, Ediciones Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca, 1999,
p. 157.
más íntimo del ser humano y que afloran del interior al ser
mostrados ante un público que evoca y presencia:
2
Lábatte, Beatriz, Teatro- danza: Los pensamientos y las prácticas,
Cuaderno Nº 10 Instituto Nacional del Teatro, Inteatro editorial,
Argentina, 2006, p. 18.
la violencia, el instinto, la dimensión animal del ser humano, las
relaciones de poder, la soledad…”3. Podemos ver que en “Die
Klage Der Kaiserin” muchas de estas imágenes son directas, no
hay mucho filtro. Vinculemos, por ejemplo, la pieza de los niños
y niñas llorando y chillando en brazos de ancianos que caminan
por el bosque. Pues bien, al parecer una de las formas en las
que Pina esperaba encontrar cierta universalidad, era el tema
de la variedad etaria. De inmediato, nos narra, de forma pausada
y desmembrada, un espacio de memoria que circula entre lo
privado y lo público, entre lo íntimo y lo cotidiano. Anciano e
infante (o infante y anciano) como relación eterna, cíclica e
infinita que regula nuestra existencia, y estructura cuestiones
fundamentales de la condición humana.
3
Sánchez, José Antonio, Dramaturgias de la imagen, 8.Memorias de la
imagen, Ediciones Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca, 1999,
p. 159.
Está claro, entonces, que el tiempo se trabaja desde el espacio
de la memoria, desde las pulsiones instintivas y primitivas,
desde la historia desgarrada y desgarradora, planteando un
imaginario contestatario.
El espacio, en tanto, es la plataforma sobre la cual interactúan
los cuerpos devorados por el poder, por la territorialidad. El
cuerpo tiende a habitar el espacio escénico, lo que nos lleva a
pensar que el espacio de memoria ha sido habitado también,
dependiendo de cuán compleja sea el fragmento o “la palabra”,
por lo que la imagen surge en nuestros inconscientes de manera
espontánea, de manera orgánica. Es esta organicidad la que
conforma un mundo paralelo (pero real al fin) sobre el
escenario. Es más, Pina decide mudarse de las paredes del cubo
y se larga a los exteriores, a las memorias espontáneas de cada
espacio particular: un bosque, el sonido de las hojas al
soplarlas; la misma ciudad, habitar la memoria de las calles; los
pies hundidos descalzos en la tierra fresca; el agua fluyendo
entre las activas piernas de una joven. Pina captura la esencia
de los espacios que nos rodean, de las texturas, colores y olores
de la naturaleza. Podríamos, entonces, atrevernos a decir que
concentraba su interés en lo orgánico de la palabra hecha
movimiento, de lo orgánico del entorno donde se sitúe ese
cuerpo en movimiento, recreando una relación primaria y básica
(instintiva, nuevamente) entre cuerpo contenedor de
experiencia y espacio contenedor de energía vital. Energía vital
que brota en la repetición y descomposición de secuencias de
movimiento como el abrazo y la separación (“Café Müller”,
1978), llevando al cansancio, al agobio y a la angustia del
cuerpo fragmentado por la imagen.
5
Pavis, Patrice, El Gestus brechtiano y sus avatares en
La clave para descifrar una distinción y una amplia separación
de sujetos autónomos (entiéndase una mujer y un hombre,
conformando una pareja, pero al mismo tiempo sin perder su
condición existencial individual) sería un análisis complejo
inmerso en el cotidiano, descontextualizando detalles del
mismo para volverlos una imagen, una impresión que no ha sido
olvidada y que permite ser explicitada mediante el recurso de la
repetición. Es así como dentro de esos detalles, se identifican,
además, las pulsiones de una mujer y/o un hombre, mismas
pulsiones que generan roces de poder: quién se queda antes
con la presa, quién logra copular antes que el otro, quiénes
defienden su territorio de intrusos. Está, sin duda, marcado por
un componente de animalidad dentro de todo el despliegue
escénico-visual. Cada cual chillando por su territorio, por su
ejercicio de poder, al borde del deseo, como si fueran
emperatrices y emperadores reclamando la conquista.
6
Sánchez, José Antonio, Modelos y figuras de la época de resistencia,
Publicado en Quimera nº 156 (marzo), Barcelona, 1997, pp. 37-44.
“Pina Bausch trabaja con sus propios miedos, sus deseos y
complejos, su vulnerabilidad. Esto la lleva a emplear gestos
desgarrados en sus coreografías, escenificando nuestra
fantasmagórica intimidad y, en un registro de “lo terrible”, al
modo de los expresionistas, sus obras se pueblan de crueldad e
ironía, atravesadas por la fragilidad de las inseguridades
identitarias, aforadas de sentimientos humanos tan elementales
como la necesidad de ser amados o, al menos, odiados. El
espectador se convierte, también en el organizador de sus
impulsos y de su experiencia estética. Por medio de la catarsis
moviliza internamente la agresión no ejercitada o el erotismo
anestesiado.”7
7
Vásquez Rocca, Adolfo, Pina Bausch; Danza Abstracta y Psicodrama
Analítico, PUCV - Universidad Andrés Bello, p. 7.
bibliografía