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Criminología crítica

La criminología crítica es una rama de la criminología que construye su perspectiva


sobre la base del marxismo, feminismo, economía política y la teoría crítica. Uno de los
objetivos de esta disciplina es el estudio sistémico de la delincuencia y la justicia dentro de
la estructura de clases y los procesos sociales. En esta perspectiva, la ley y la pena son
vistas en relación con un sistema que perpetra la opresión y las desigualdades. 1
La clase obrera, en particular, es el grupo social que sufre mayormente esta asimetría de
valores, junto con las mujeres, los niños y las minorías étnicas.2 Más simplemente, la
criminología crítica puede ser definida como un área de la criminología que considera
extensamente los factores contextuales de un delito.

Índice
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 1Definiciones contingentes de criminalidad

 2Teorías del conflicto

o 2.1Pluralistas y tradicionalistas

o 2.2Crítica instrumental y estructural

o 2.3El marxismo y el anarquismo

 3Teorías sobre el Feminismo

o 3.1El punto de vista femenino

o 3.2Feminismo liberal y radical

 4Teorías posmodernas

 5Véase también

 6Referencias

 7Enlaces externos

Definiciones contingentes de criminalidad[editar]


Según la criminología crítica, las definiciones de lo que constituye un delito son social e
históricamente contingentes, es decir, varían en diferentes situaciones sociales y períodos
históricos. La homosexualidad, por ejemplo, era ilegal en Inglaterra hasta 1967, cuando fue
derogada la prohibición de tener relaciones con personas del mismo sexo a partir de los 21
años. De acuerdo a los criminólogos críticos, cualquier conducta humana no es de una
cualidad criminal en sí misma, sino que se somete a una determinada categorización por
parte de la legislación, que en ese momento histórico y en ese contexto persigue una
conducta determinada. Cierto tipo de conducta se convierten en desviadas sólo cuando un
grupo social es lo suficientemente poderoso como para condenarla.
Se podría argumentar acerca de la relatividad sobre la que descansa el paradigma
opuesto, la criminología tradicional, la cual se centra en las categorías tal como son
definidas por el derecho (por ejemplo, el hurto, la delincuencia callejera, la agresión,
la violación de la propiedad, entre otros). La diferencia entre estos dos paradigmas ha sido
interpretada por Steven Box en su libro Poder, crimen y Mistificación, donde afirma que un
individuo tiene un riesgo de muerte hasta siete veces mayor por causa de una negligencia,
con respecto a un asesinato en el sentido convencional. 3
Los criminólogos críticos tienden a afirmar que las criminologías convencionales no ponen
"al descubierto las desigualdades estructurales que sustentan los procesos a través de los
cuales se crean y hacen cumplir las leyes"4 y que "la desviación y la criminalidad son
moldeadas por las estructuras de poder e instituciones". 4 Además de no tener en cuenta
que el poder representa la capacidad 'para hacer cumplir sus propias reivindicaciones
morales', lo que permite a los poderosos 'volver aceptable su propia moral' y legitimar los
procesos de 'represión normalizada'.5 Así, fundamentalmente, los criminólogos críticos
critican las definiciones estatales del crimen, eligiendo en cambio centrarse en nociones
de daño social o derechos humanos.

Teorías del conflicto[editar]


Siguiendo a las teorías del conflicto, el delito es resultado de un conflicto social que tiene
sus raíces en el capitalismo. Estas perspectivas ven a los individuos como seres
abrumados por el poder inmutable de las estructuras sociales. Últimamente, sin embargo,
la relativa ineficacia de algunas instituciones es vista como el resultado de la represión
perpetrada por las estructuras políticas y económicas. Algunos escritores, etiquetados
como tradicionalistas, ven a la pareja criminal (víctima y agresor) como el resultado de un
sistema penal del que emerge la victimización. Es importante entender que la teoría del
conflicto, que se deriva de Marxismo, es distinta de la ideología marxista en sí misma. Por
otro lado, la teoría del conflicto es empíricamente contrastable y por lo tanto distinta de una
ideología (Cao, 2003).
Pluralistas y tradicionalistas[editar]
Se observan diferencias en los puntos de vista entre los pluralistas, que tras las obras de
autores tales como Mills creen que el poder es ejercido en las sociedades por grupos de
individuos interesados (empresas, grupos religiosos, organizaciones gubernamentales, por
ejemplo) que compiten por la influencia y el poder para promover sus propios intereses.
Estos criminólogos como Vold (Vold y Bernard 1979 [1958]) han sido llamados "teóricos
conservadores del conflicto" (Williams y McShane 1988). Sostienen que el crimen puede
surgir de las diferencias económicas, las diferencias de cultura, o de las luchas
relacionadas con el estatus, la ideología, la moralidad, la religión, la raza o la etnia. Estos
escritores creen que tales grupos, al afirmar su lealtad a la cultura dominante, obtienen el
control de recursos clave que les permite criminalizar a aquellos que no se ajustan a sus
códigos morales y valores culturales. (Selin 1938, Vold 1979 [1958], Quinney 1970, entre
otros). Por lo tanto, estos teóricos consideran que el delito tiene raíces en conflictos
simbólicos o instrumentales que ocurren en múltiples sitios dentro de una sociedad
fragmentada.
Otros son de la idea de que estos intereses, en particular los que se refieren a la
dimensión simbólica y fenomenológica, son producto de la un conflicto económico más
fundamental.46 Según estas teorías, el conflicto social a partir del cual surge la
delincuencia es fundado en las desigualdades sociales inherentes a la evolución del
capitalismo (Rusche y Kirchheimer, Castigo y Estructura Social). Recuperando a autores
clásicos del conflicto como Marx (1868), Engels (1845) y Bonger (1916), algunos
consideran que las condiciones a través de las cuales emerge el crimen son causadas por
la apropiación de los beneficios de los demás a través de lo que se define como la
plusvalía, concentrada en manos de unos pocos oportunistas ubicados en el contexto de la
producción.
Crítica instrumental y estructural[editar]
La criminología crítica se divide en dos ramas, de acuerdo a las diferentes concepciones
del papel del Estado en la perpetuación de las desigualdades sociales: la crítica
instrumental y la estructural. La crítica instrumental considera que el Estado es manipulado
por la clase dominante que sólo actúa en función de sus intereses. La crítica estructural
plantea que el Estado juega un papel decisivo en la manipulación de las clases
subordinadas.7 Los críticos instrumentales como Quinney (1975), Chambliss (1975), o
Krisberg (1975) sostienen que la sociedad capitalista es un edificio monolítico y en forma
de pirámide, dominado por intereses económicos. El poder y la riqueza se dividen de una
manera diferente entre los titulares de los medios de producción y la fuerza de trabajo. La
riqueza utiliza el poder coercitivo del Estado para criminalizar a aquellos que pudieran
poner en riesgo el orden económico convencional basado en la jerarquía.
La crítica estructural como en Spitzer (1975), Greenberg (1993) (1981), Chambliss y
Seidman (1982), sostiene, por el contrario, que las sociedades capitalistas exhiben una
estructura de poder dual, en la que el Estado es más autónomo. A través de su efecto
mediador mejora los peores aspectos de las desigualdades capitalistas, mientras trabaja
para preservar el modo capitalista de apropiación de riqueza, penalizando a aquellos que
amenazan el funcionamiento del sistema en su conjunto. Esto significa que el Estado
puede penalizar no sólo a aquellos que protestan contra las injusticias del sistema, sino
también a aquellos capitalistas cuyas conductas excesivas amenazan con exponer la
legitimidad del sistema.
El marxismo y el anarquismo[editar]
Mientras que los marxistas creen en la posibilidad de cambiar el capitalismo por el
socialismo, en un proceso que es completado por el comunismo, los anarquistas creen que
las actuales jerarquías tarde o temprano se derrumbarán, siendo sustituidas por un
sistema descentralizado donde todo el mundo puede participar en la implementación del
sistema de justicia penal. Ferrell, en particular, tiende a colocar el crimen en una zona de
resistencia entre la construcción social del sistema simbólico y las estructuras sociales que
amenazan la producción capitalista.8
Diametralmente opuesto a los anarquistas son los realistas, que tienden a centrarse en la
experiencia de las víctimas y los efectos de las conductas desviadas. La víctima, el Estado
y el agresor son considerados a partir de un vínculo causal que especifica la conducta
criminal. Mientras que los realistas tienden a ver el crimen como una categoría
históricamente contingente, anarquistas tienden a hacer hincapié en el peligro real de un
crimen para las víctimas, que a menudo tienen menos problemas que sus atacantes. 9

Teorías sobre el Feminismo[editar]


El feminismo en criminología viene a indicar que la criminología convencional es sin dudas
sesgada hacia el género masculino. Las feministas argumentan que las perspectivas
anteriores omiten las experiencias femeninas que están involucradas en los proyectos que
se relacionan con la dimensión femenina en la teoría en criminología y de un punto de
vista particular que implica el uso de conocimientos para detectar la experiencia del mundo
en el que viven y de las mujeres. Un ejemplo de ello son los estudios sobre culturas
carcelarias: al analizarlos efectos de la reclusión en prisiones de hombres y mujeres, se
encuentran grandes diferencias entre ambos.10
El punto de vista femenino[editar]
La primer cuestión a abordar en la sociología, y en particular la criminología, representa
una perspectiva centrada en el rol de los hombres, y la forma en la que un hombre
perpetra un crimen en contra de otro hombre. Además, se tiende a generalizar el
comportamiento de las mujeres, sea como delincuentes o víctimas, en relación a lo que es
hecho por los hombres, y fuera de cualquier evidencia empírica.11 Otro aspecto de los
feministas es el modo en que las mujeres puedan acceder a la profesión de criminólogas,
en este sentido, se ha adoptado el término malestream para indicar el estilo asumido por la
mayoría de los criminólogos e investigadores, por la que las mujeres se han adaptado a la
forma de trabajar de sus colegas masculinos.12
Basado en las obras de Marx, Hartsock sugiere que el punto de vista femenino en el
mundo es más neutro que el de los hombres.13 De acuerdo con Marx, aquellos con menos
poder tienen una visión más clara del mundo como subordinados de clase, ven la riqueza
de las clases dominantes, mientras éstas son esencialmente indiferentes a las condiciones
de los menos afortunados. Desde su posición de subordinación, las mujeres son más
capaces de revelar la realidad empírica en comparación con los hombres. Por lo tanto, hay
dos conceptos clave en la escuela feminista: la criminología puede ser interpretada desde
una perspectiva neutral en relación al género, o bien a partir de una reivindicación positiva
por la adopción del punto de vista femenino.13
Feminismo liberal y radical[editar]
Artículos principales: Feminismo liberal y Feminismo radical.

Más allá de las dos últimas distinciones, la crítica feminista puede ser dividida en dos
grupos: liberal y radical. Los liberales prevén el fin de la discriminación de las mujeres a
través de la participación en las estructuras existentes que conforman el sistema político y
el derecho penal, en lugar de anular el sistema social y el poder patriarcal. 14 Por lo tanto,
los partidarios de este grupo son menos propensos a un cambio estructural.
Las feministas radicales, resaltan la necesidad de transformar el sistema y sus estructuras
de poder. El feminismo de este grupo ve las raíces de la opresión en el patriarcado, tanto
en las esferas pública y privada, que domina el mundo de las mujeres a través del control
de la sexualidad, tales como, por ejemplo, a través de la pornografía, violación y otras
formas de violencia sexual, la imposición de definiciones machistas, el papel de la mujer,
en particular para la vida familiar.15 Las feministas radicales, sin embargo, creen que las
estructuras patriarcales surgen a partir de las desigualdades de clase, relativas a los
medios de producción. El excedente, en particular, requiere que el hombre se aproveche
de un trabajo subordinado, la mujer, proporcionando prestaciones secundarias no
remuneradas como, por ejemplo, ordenar la casa, hacer las compras, cuidar de los hijos,
etcétera.16 Otros autores coinciden en que una sociedad patriarcal obliga a las mujeres a
asumir un papel subordinado, pero, a diferencia de los radicales, el patriarcado no es el
resultado de la agresión masculina, sino que depende de la producción
de capital (Eisenstein, 1979, Hartmann, 1979 Y 1981, Messerschmidt 1986, Currie 1989).
Las feministas radicales creen que el problema de la represión sólo puede ser resuelto con
una revolución que es la creación ex novo de una sociedad sin clases, sin jerarquías y sin
desigualdades.
Muchas críticas han sido realizadas hacia los criminólogos feministas. Algunos creen que
el pensamiento feminista es irrelevante para la criminología (Gelsthorpe 1997), Bottomley
& Pease (1986), o Walker (1987), otros creen que la disciplina se confunde con la
sociología etnográfica (Rice 1990, Mama 1989, Ahluwalia 1991). Una contribución
importante ha sido propuesta en 1992 por Pat Carlen, según la cual hay una incapacidad
del feminismo criminológico para conciliar la teoría con la realidad política, convirtiendo
peligrosamente hacia perspectivas auto-referenciales. El autor considera que la defensa
social y las políticas de prevención sólo pueden ser realizadas a través de las
intervenciones de la "ingeniería social".
El autor cree que este liberalismo refleja en la convicción de que las políticas de reducción
de la delincuencia pueden ser logradas sin la necesidad de recurrir a alguna forma de
"ingeniería social".
Más allá de la crítica a la rama libertaria del feminismo, Carlen sugiere que se necesitan
las reivindicaciones feministas para permitir a las mujeres hablar de sí mismas, lo que
revela una tendencia separatista, alegando que lo que las feministas exigen es
simplemente la oportunidad de hacer investigación en las ciencias sociales, derecho que
debería ser extendido a todas las clases de seres humanos. Este separatismo, admite
Carlen, muestra en sí mismo un rechazo a aceptar la evolución de las corrientes
principales de la criminología, definiéndolas como malestream (centradas en los hombres)
o en otros términos peyorativos. Quizás la prueba más importante de la crítica del
feminismo y de ciertas franjas de feminismo radical en particular, es que en algunos
aspectos de la sociedad occidental, se ha convertido en el grupo de interés dominante,
que puede permitirse criminalizar a la masculinidad (Nathanson & Young, 2001).

Teorías posmodernas[editar]
La escuela posmodernista en criminología se centra en el estudio del crimen y los
criminales, entendiendo la "criminalidad" como un producto del poder para limitar el
comportamiento de aquellos que son excluidos pero que buscan superar la desigualdad
social y comportarse de una manera que la estructura de poder prohíbe. Se centra en
la identidad del sujeto humano, el multiculturalismo y las relaciones humanas, empleando
el concepto de "diferencia" y "alteridad", el esencialismo como reduccionismo (Carrington:
1998). El posmodernismo cambia el foco de preocupación marxista por la opresión
económica y social a la producción lingüística, argumentando que el derecho penal es
un lenguaje para crear relaciones de dominación. Por ejemplo, el lenguaje de los tribunales
(la llamada "jerga legal") expresa y institucionaliza el dominio del individuo, ya sea el
acusado o el acusador, criminal o víctima, por las instituciones sociales. De acuerdo a la
criminología posmoderna, el discurso del derecho penal es dominante, excluyente y
marginalizador, menos diverso y culturalmente no pluralista, exagerando las reglas
definidas y la exclusión de los otros.

La criminología crítica surge como una nueva teoría de la desviación que otorga a la
criminalización connotaciones sociales y comunitarias, más que patológicas: el delito
no es fruto de la pertenencia a los estratos sociales más bajos pues se contemplan los
problemas estructurales de la sociedad y se resaltan otros factores hasta ahora no
considerados. Es por ello por lo que partimos de sus principales precursores para
centrarnos en el movimiento mismo, recurriendo a diversos autores para desarrollar
sus propuestas y objetos de estudio. Seguidamente, nos centraremos en Alessandro
Baratta y sus postulados, uno de sus principales precursores, para culminar con las
críticas recibidas a lo largo de su proceso de maduración y recopiladas por la
catedrática Elena Larrauri. Concluimos comentando las carencias de la criminología
crítica a la hora de explicar las causas del delito, pues numerosas pueden ser sus causas
además de las condiciones de la sociedad capitalista.

Introducción
Con las teorías de la criminalidad y de la reacción penal basadas en el labelling
approach y con las teorías del conflicto tiene lugar, en el ámbito de la sociología
criminal contemporánea, el paso de la criminología liberal a la criminología
crítica (Baratta, 1986). El presente término está inspirado en la tarea
desarrollada por la Escuela de Frankfurt, y comenzó a gestarse a partir de los
agitados años setenta, con las primeras críticas al sistema de control establecido
por un orden social cuestionado (Morales Peillard, 2002). En ese sentido, las
concepciones criminológicas positivistas empezaron a ser rechazadas por esta
corriente, que percibía estas posturas más bien como un instrumento de
legitimación del orden legal y social constituido, sumando entonces las críticas
al etiquetamiento y produciéndose un “cambio de paradigma” que criticaba, en
general, el hecho de presentar al infractor como un sujeto excesivamente pasivo.
De este modo, y con el objeto de esbozar concepciones de un orden social más
pluralista, sucedió que diversos actores comenzaron a revisar aquellas doctrinas
de corte marxista, surgiendo la llamada criminología crítica, criminología
radical o nueva criminología (Morales Peillard, 2002). De esta nueva corriente
y de todo lo relacionado con ella nos ocuparemos a lo largo de las siguientes
líneas.

Principales Precursores De La
Criminología Crítica
Una vez revisada la bibliografía existente al respecto, dedicaremos los siguientes
párrafos a exponer los principales postulados y exponentes de la criminología
crítica que el profesor Bustos Ramírez (2007) realizó en su obra. Tal y como
Morales Peillard (2002) expone en su artículo, no se trata de una tarea sencilla,
pues todos los autores parecían centrarse más en criticar aquello que ya existía
que en proponer alternativas, lo que genera, a su vez, un elevado número de
críticas, autocríticas y reformulaciones, las cuales veremos más adelante.
Haciendo un breve repaso de los principales precursores, encontramos los
postulados de Chambliss (1978) en Estados Unidos, quien plantea que la
criminalidad es el resultado de las imposiciones culturales relacionadas con el
consumo y de las necesidades materiales fomentadas en el proceso de
explotación de la plusvalía, siendo el crimen el principal producto de la política
económica. Por su parte, Quinney (1974) concluye que el Estado burgués tiene
la función de legitimar el modo de producción capitalista atribuyendo sanciones
legales generales a los intereses de una minoría, protegiendo tales intereses con
el uso de la fuerza y siendo el derecho penal un instrumento coercitivo
empleado para mantener el orden socioeconómico existente (1974). También
Platt (1969) fue un autor de gran influencia pues, para él, el delito no depende
exclusivamente de la pobreza, sino que más bien es producto de ciertas
condiciones ideológicas, de las relaciones sociales y de la ética individualista.
Los mayores exponentes de la criminología crítica británica son, sin duda, Ian
Taylor, Paul Walton y Jock Young, constituyendo el más vigoroso intento de
suplantar los enfoques vigentes con una alternativa neo-marxista (Downes y
Rock, 1973) mediante una completa teoría social de la conducta desviada. Se
trata de un recorrido reflexivo crítico del pensamiento criminológico que se
plantea como una historia de ideas pasadas, presentadas de forma más o menos
cronológica (Cohen, 1991). Por su parte, una correcta teoría social debe
necesariamente estar libre de supuestos biológicos y psicológicos, asumiendo la
tarea de perfilar aquellos requisitos formales y sustantivos de una teoría
plenamente social de la desviación, que pueda explicar las formas que asume el
control social y la conducta desviada en sociedades desarrolladas (Morales
Peillard, 2002). A su vez, estos autores se hacen cargo de una de las críticas que
formularan: la teoría que se forme a partir de estos postulados debe estar
consagrada a lograr la abolición de las desigualdades de riqueza y poder, de
bienes y de oportunidades.
Sin embargo, fue con su libro Criminología Crítica y Crítica del Derecho
Penal (1982) cuando Baratta se transformó en uno de los exponentes más
importantes de esta corriente. Por su parte, este autor postula que
la criminología crítica y la crítica del derecho penal deben constituir las bases
sobre las cuales es posible elaborar una sociología jurídico-penal. Ya lo hemos
dicho previamente: a su juicio, esta construcción importa la generación de una
nueva ciencia, cuyo objeto debería ser el estudio de los comportamientos
normativos, ocupándose de elaborar una teoría económico-política de la
desviación en lugar de dirigir su atención al proceso individualizado de
criminalización. Por ello, Baratta sugiere la generación de un derecho penal
mínimo y limitado por principios legales y personales, defendiendo los derechos
humanos. De todos estos aspectos hablaremos con detalle más adelante.

El Movimiento De La Criminología
Crítica
Cuando hablamos de criminología crítica y, dentro de este movimiento nada
homogéneo del pensamiento criminológico contemporáneo, situamos el trabajo
que se está haciendo para la construcción de una teoría materialista de la
desviación de la criminalización, somos conscientes de que semejante
elaboración teórica requiere de una observación empírica en la cual ya pueden
considerarse válidos datos bastante importantes que han sido recogidos en
contextos teóricos marxistas (Baratta, 1986).
Según Baratta (1986), la plataforma teórica obtenida por la criminología
crítica y preparada por las corrientes más avanzadas de la sociología criminal
liberal puede sintetizarse en una doble contraposición a la vieja criminología
positivista, que usaba el enfoque biopsicológico. Como se recordará, ésta
buscaba la explicación de los comportamientos criminalizados partiendo de la
criminalidad como dato ontológico preconstituido a la reacción social y al
derecho penal pretendiendo, además, estudiar las “causas” de la criminalidad
con total independencia.
Es decir, desde un enfoque macro-sociológico, se desplaza el objeto de estudio
hacia los mecanismos estructurales de control social, poniendo atención en los
procesos de criminalización, interpretando la realidad del comportamiento
desviado y evidenciando su relación funcional o disfuncional con el desarrollo
de las relaciones político-económicas. Se resalta, por ende, la desigualdad
existente entre criminalización primaria, secundaria y la impunidad en que
quedaba la mayoría de los delitos, mostrando la debilidad del ciudadano frente
al sistema de justicia penal, fuente de abusos por parte del poder, hasta la
promulgación de los llamados derechos humanos como primordial objeto de la
criminología y como límite del derecho penal.
Por tanto, se puede decir que el principal objeto de estudio abordado desde esta
postura es el control social referido al “desarrollo de las instituciones
ideológicas y a la acción de prácticas de coerción que permiten mantener la
disciplina social, pero a la vez sirven para reproducir el consenso, respecto a los
principios axiológicos en que se basan las sociedades” (Baratta, 1986). De este
modo, el concepto de control social se abre también a conocer las estrategias
que se requieren para alcanzar el consentimiento espontáneo de la sociedad civil
hacia aquello que promulgan los grupos dominantes, asumiéndose el término
como una categoría que guía la lectura de las relaciones sociales, tanto en
aquellas conflictivas como las positivas y las neutrales.
Dos han sido las etapas fundamentales del desarrollo de la criminología
crítica según este mismo autor: el desplazamiento del enfoque teórico del autor
a las condiciones objetivas, estructurales y funcionales que se hallan en el origen
de los fenómenos de la desviación, así como el desplazamiento del interés
cognoscitivo desde las causas de la desviación criminal hasta los mecanismos
sociales e institucionales mediante los cuales se elabora la “realidad social” de la
desviación. Oponiendo el enfoque biopsicológico al enfoque macrosociológico,
la criminología crítica resalta la realidad del comportamiento desviado
poniendo en evidencia su relación funcional o disfuncional con las estructuras
sociales, con el desarrollo de las relaciones de producción y de distribución.
El salto cualitativo que separa la nueva de la vieja criminología consiste, por
tanto, en la superación del paradigma etiológico, fundamental de una ciencia
entendida naturalistamente como teoría de las “causas” de la criminalidad. Esta
superación comporta, también, la de sus implicaciones ideológicas: la
concepción de la desviación y de la criminalidad como realidad ontológica
preexistente a la reacción social e institucional, así como la aceptación acrítica
de las definiciones legales como principio de individualización de aquella
pretendida realidad ontológica, dos actitudes contradictorias entre sí (Baratta,
1986).
Por tanto, y con la perspectiva de la criminología crítica, la criminalidad no es
ya una cualidad ontológica de determinados comportamientos e individuos,
sino que se revela más bien como un estatus asignado a determinados
individuos por medio de una doble selección: la de los bienes protegidos
penalmente y los comportamientos ofensivos a estos bienes considerados en las
figuras legales, y la selección de los individuos estigmatizados que cometen
infracciones a normas penalmente sancionadas (Baratta, 1986). La criminalidad
es, por ende, un “bien negativo distribuido” desigualmente según la jerarquía de
intereses fijada en el sistema socioeconómico y según la desigualdad social entre
los individuos.
Por tanto y en ese sentido, la criminología deberá tener entonces, como objeto
general de estudio, el orden penal y los otros tipos de órdenes que tienen
vinculación con él. Se trata de un objeto cambiante y dinámico en el tiempo y el
espacio que desarrolló diversas propuestas de nuevos objetos de estudio, los
cuales veremos a continuación.

EL NUEVO REALISMO DE IZQUIERDA:


El nuevo realismo de izquierda reanimó como objeto de estudio al delito, pero
tomando partido por las clases tradicionalmente criminalizadas así como los
delitos no convencionales (como, por ejemplo, aquellos perpetrados por las
clases poderosas o de cuello blanco) (Baratta, 1986). Para el realismo de
izquierda, el delito es realmente un problema que recae, principalmente, sobre
la clase trabajadora y sobre otros grupos desprotegidos por la ideología
dominante siendo, de manera paradójica, los sectores sociales más débiles
frente al impacto de los delitos organizados
Esta ideología ha hecho ver que los más débiles son las víctimas continuas de
una violencia oficial que no aparece reflejada en las estadísticas
gubernamentales. Por tanto, el objetivo será construir una criminología de la
clase trabajadora en las que las políticas de control no sean represivas, sino
preventivas, mediante la participación ciudadana y la común vigilancia de los
lugares donde ocurren los delitos, efectuada por los mismos interesados, con el
propósito de vigilar la acción oficial, quitándole al Estado el monopolio para
otorgarle a las personas una voz política que trascienda la naturaleza opresiva
de los mecanismos estatales.
De aquí se han derivado varios movimientos más representativos de reacción a
la criminalidad y que han proporcionado interesantes objetos de estudio a la
disciplina (Baratta, 1986):

 El feminismo: este movimiento social busca su reconocimiento en un


mundo hecho por y para los hombres. Ha evolucionado hasta conseguir
tipificar y agravar penalmente las sanciones de las conductas en las que
las mujeres son las víctimas principales, así como la liberación de la
violencia institucionalizada por la discriminación sufrida en la vida social
y privada.

 Los movimientos ecologistas: responsabilizan a los gobiernos y a los


grandes empresarios por la depredación del agua, la tierra o el espacio,
considerados bienes jurídicos que deben protegerse penalmente, pues su
víctima es la población abierta.

 Los movimientos por el derecho a la paz y el respeto a los derechos


humanos: éstos denuncian la violencia política estructural y la utilización
de los aparatos del Estado para la defensa del sistema de producción-
dominación capitalista, que funciona en contra de las personas
dominadas.

 Los movimientos sociales que sacan a la luz los conflictos de género y


de libertad de ejercicio sexual: promueven el reconocimiento de aquellas
personas que no encuadran en las normas ideológicas establecidas para
considerar a alguien como perteneciente a un sexo u otro, pudiendo
existir otros sexos.

EL ABOLICIONISMO PENAL:
En este caso, se denuncia la inflación excesiva de normas que padece el sistema
punitivo y su mínima eficacia, pues deja impune la mayoría de los delitos
cometidos. Se propugna, por tanto, tipificar sólo delitos que tengan una
trascendencia dañina para la sociedad, suprimiendo de los códigos penales las
conductas y los conflictos que puedan ser resueltos por otras áreas del derecho,
abriendo la vía a la conciliación para su solución (Baratta, 1986).

EL DERECHO PENAL MÍNIMO:


Aquí encontramos una opción que surge entre el abolicionismo y el
maximalismo penal, tomando en consideración los efectos nocivos del derecho
penal. Ante la imposibilidad real de eliminarlo, se considera su intervención
como último recurso, respetando los principios generales del derecho moderno,
tano de carácter sustantivo, procesal y de ejecución de penas, como
despenalizando un gran número de conductas que pueden resolverse por otras
vías, como las multas o las compensaciones (Baratta, 1986).
Esta corriente surgió en Italia como respuesta a las leyes contra el terrorismo
promulgadas durante la década de los ochenta, cuya característica esencial fue
la restricción de las garantías y de los derechos de las personas (Sánchez y
González, 2002).

LA CRÍMINOLOGÍA CRÍTICA LATINOAMERICANA:


Con cada uno de esos instrumentos teóricos y la necesidad dialéctica de tener un
lugar propio se originó una corriente alternativa, la criminología crítica
latinoamericana, independizada del derecho penal y necesitada de encontrar
objetos de estudio y métodos propios (Sánchez y González, 2002).
Rosa del Olmo, Roberto Bergalli, Lola Aniyar de Castro, Emiro Sandoval y otros
presentan líneas iniciales de investigación caracterizadas por la construcción de
afirmaciones teóricas que constituían la antítesis del positivismo, rechazando el
empleo del método de las ciencias naturales y mostrando que la norma y la
selectividad del control formal generaban la delincuencia. De hecho, todo ello
fundamentó la teoría crítica del control social en América Latina (De Castro,
1999).
Por aquellos entonces, Latinoamérica estaba sumida en dictaduras militares y
en guerras que los gobiernos desataban contra las poblaciones civiles de sus
propios países para defender el capitalismo, generando violencia
institucionalizada y procesos ideológicos que justificaban una situación muy
criticada por los criminólogos críticos, comprometidos con los cambios
estructurales y la liberación de los oprimidos. Por todo ello, en el último cuarto
de siglo pasado se reivindicaron, por ejemplo, el derecho a la resistencia contra
la tiranía y los derechos humanos (Zaffaroni, 1986).

Criminología Crítica Y Crítica Del


Derecho Penal
Alessandro Baratta fue un hombre universal: nació en Italia (1933-2002), pero
su presencia y enseñanzas recorrieron numerosos lugares hasta convertirle en
una figura en la materia. Es uno de los maestros de la sociología del derecho en
ese país, en particular, por sus contribuciones al derecho penal y al concepto de
desviación. Uno de los temas de mayor interés lo constituyó el análisis de la
estructura y la actuación del sistema de justicia criminal como un sistema que
reproduce las relaciones de poder existentes en la sociedad capitalista, con el fin
de plantear alternativas reales a ese sistema (Sánchez y Armenta, 1998).
Para abordar este estudio, Baratta analizó la política, la democracia, el derecho
penal y la criminología clínica, para dar entrada mediante el método
sociológico jurídico a los planteamientos de la criminología crítica en el
derecho penal, demostrando la superación de la doctrina positivista de
la defensa social y promoviendo una política criminal alternativa (Sánchez y
Armenta, 1998).
Por su parte, conceptualizó la política de una forma diferente, de manera que
los ciudadanos también eran considerados sujetos políticos. De hecho, la
sociedad estaría formada por el conjunto de personas portadoras de necesidades
reales y serían el principio constituyente de una organización de relaciones
sociales adecuadas al proyecto político de una manera humana de satisfacción
de necesidades. Esa manera permite la preservación del medio ambiente y de
los recursos naturales, favoreciendo el máximo desarrollo de la capacidad de
cualquier persona.
Como consecuencia de la explicación anterior, la democracia se define como la
autoorganización pública para dar respuesta a las necesidades reales de los
ciudadanos, es decir, la expresión de las políticas públicas que cumpliera
efectivamente las obligaciones del Estado como productor y proporcionador de
satisfactores para los ciudadanos.
Respecto al derecho penal y su relación con la criminología clínica, Baratta
manifestó que, para aquellos que asumen esa corriente de pensamiento,
el delito consiste en toda acción u omisión dolosa o culposa penada por la ley, es
decir, todo comportamiento definido como tal por el legislador y por el derecho
penal. Por tanto, los criminales serían aquellas personas sobre cuyo estatus
social ha incidido el estigma de la pena o de la medida de seguridad, que están o
han estado detenidas en la prisión o en un manicomio criminal. Esta corriente
(la criminología clínica), al adoptar definiciones jurídicas y estudiar cada hecho
como natural, utilizando el método propio de las ciencias naturales, fracasa al
mezclar premisas incompatibles.

LA CRÍTICA DEL DERECHO PENAL COMO DERECHO IGUAL POR


EXCELENCIA:
Ya hemos hablado de ello anteriormente: Baratta sugiere la generación de un
derecho penal mínimo y limitado por principios legales y personales,
defendiendo los derechos humano. De hecho, en su obra Criminología Crítica y
Crítica del Derecho Penal (1986), postula que el momento crítico en la
maduración de la criminología llega cuando el enfoque macrosociológico se
desplaza del comportamiento desviado a los mecanismos de control social del
mismo y, en particular, al proceso de criminalización. Se trata cada vez más de
una crítica al derecho penal: éste no es considerado como un sistema estático de
normas, sino como un sistema dinámico de funciones entre los que puede
distinguirse el mecanismo de la producción de la norma (criminalización
primaria), el mecanismo de aplicación de la norma (criminalización secundaria)
y el mecanismo de la ejecución de la pena o medida de seguridad.
Para cada uno de estos mecanismos y para el proceso de criminalización, el
análisis teórico y una serie de investigaciones empíricas han llevado la crítica del
derecho penal a resultados que pueden condensarse en tres proposiciones, las
cuales constituyen la negación radical del mito del derecho penal como derecho
igual y de defensa social. Este mito puede resumirse en tres proposiciones
(Baratta, 1986): (a) el derecho penal protege igualmente a todos los ciudadanos
contra las ofensas a los bienes esenciales, y (b) la ley penal es igual para todos y
con las mismas consecuencias.
Exactamente opuestas son las proposiciones en que se resumen los resultados
de la mencionada crítica (Baratta, 1986): (a) el derecho penal no defiende todos
y, cuando castiga las ofensas, lo hace con intensidad desigual y de un modo
parcial; (b) la ley penal no es igual para todos y los estatus de criminal se
distribuyen de modo desigual entre los individuos; (c) y el grado efectivo de
tutela y la distribución del estatus de criminal es independiente del daño social
de las acciones y de la gravedad de las infracciones. La crítica muestra, por
tanto, que el derecho penal no es menos desigual que otras ramas del derecho
burgués y que, contrariamente a toda apariencia, es el derecho desigual por
excelencia.
La crítica de la ideología del derecho privado consiste, entonces, en reconstruir
la unidad de los dos momentos, desenmascarando la relación desigual que
subyace ala forma jurídica del contrato entre iguales, mostrando cómo el
derecho igual se transforma en derecho desigual. Por tanto, la superación de
este derecho desigual burgués puede suceder sólo en una fase muy avanzada de
la sociedad socialista, en la que el sistema de distribución no será ya regulado
por la ley del valor o por la cantidad del trabajo prestado, sino por la necesidad
individual.

IGUALDAD FORMAL Y DESIGUALDAD SUSTANCIAL EN EL DERECHO


PENAL:
Por su parte, el sistema penal del control de la desviación revela, como todo el
derecho burgués, la contradicción fundamental entre igualdad formal de los
sujetos de derecho y desigualdad sustancial de los individuos. Si nos centramos
en la lógica de la desigualdad podemos evidenciar, según Baratta (1986), que
existen mecanismos selectivos del proceso de criminalización y de la ley de
desarrollo de la formación económica en la que vivimos.
Por lo referente a la selección de los bienes protegidos y de los comportamientos
lesivos, el carácter fragmentario del derecho penal tiende a privilegiar los
intereses de las clases dominantes y a inmunizar del proceso de criminalización
aquellos comportamientos dañinos que cometan aquellos individuos
pertenecientes a ellas. Los mecanismos de criminalización secundaria acentúan
todavía más ese carácter selectivo, evidenciándose que el dato objetivo más
importante a la hora de criminalizar a un individuo es la posición que ocupa en
la escala social: la posición precaria en el mercado y los defectos de la
socialización familiar y escolar son indicadas con las causas de la criminalidad,
revelándose como una connotación más sobre la base de que el estatus social
hace al criminal (Baratta, 1986).

FUNCIONES DESARROLLADAS POR EL SISTEMA PENAL EN LA


CONSERVACIÓN Y REPRODUCCIÓN DE LA RELIDAD SOCIAL:
No sólo las normas del derecho penal se forman y aplican selectivamente,
reflejando cada una de las relaciones de desigualdad existentes en una sociedad:
el derecho penal ejerce, también, una función activa en la reproducción y
producción de esas relaciones de desigualdad (Baratta, 1986). Por una parte, se
trata de la aplicación selectiva de las sanciones penales estigmatizantes, como
por ejemplo, la cárcel, cuya aplicación selectiva a los estratos sociales más bajos
y marginales acentúa los obstáculos de ascenso social. Por otro lado, el hecho de
castigar ciertos comportamientos ilegales sirve para cubrir un número más
amplio de comportamientos ilegales que se muestran inmunes al proceso de
criminalización, dando como resultado colateral la cobertura ideológica de la
misma selectividad.
Todavía más esencial aparece la función realizada por la cárcel: ésta no produce
sólo la relación de desigualdad, sino los propios sujetos pasivos de esta relación
(Baratta, 1986). Esta sanción produce, sobre todo en las zonas más
desfavorecidas, un sector social particularmente cualificado por la intervención
estigmatizante del sistema punitivo del Estado, así como por la realización de
aquellos procesos que son activados por la pena a realizar un efecto
marginalizaodr y atomizador.
La cárcel representa, en suma, la punta del iceberg del sistema penal burgués:
representa el momento culminante de un proceso de selección, la consolidación
definitiva de la carrera criminal (Baratta, 1986).

LA IDEOLOGÍA DEL TRATAMIENTO CARCELARIO Y SU RECEPCIÓN EN


RECIENTES LEYES DE REFORMA PENITENCIARIA ALEMANA E
ITALIANA:
La cárcel, contra todo pronóstico, es el instrumento esencial para la creación de
una población criminal reclutada casi exclusivamente entre las filas del
proletariado, separada de la sociedad y de su clase. De hecho, queda demostrado
tanto con la observación histórica como con la literatura sociológica la
imposibilidad estructural de la institución carcelaria para cumplir con la
reeducación y reinserción social que la ideología les asigna (Baratta, 1986).
Sin embargo, el derecho penal contemporáneo continúa autodefiniéndose como
el derecho penal del tratamiento, y así lo reflejan las leyes penitenciarias de la
época, atribuyendo al tratamiento la finalidad de reeducar y reintegrar al
delincuente. Sin embargo, todas esas innovaciones no pueden hacer desaparecer
de repente los efectos negativos de la cárcel en la vida futura del condenado y
que verdaderamente se oponen a su reinserción (elemento escéptico). Por su
parte, el elemento realista está dado por la conciencia de que, en la mayor parte
de los casos, el problema que se plantea con respecto del detenido se encuentra
en la representación de que la población carcelaria proviene en su mayor parte
de zonas marginadas, caracterizadas por defectos que influyen ya en la
socialización primaria de la edad. La cárcel, por tanto, viene a formar parte de
un continuo que comprende familia, escuela, asistencia social, tiempo libre,
preparación profesional, universidad e instrucción para adultos, permitiendo la
reintegración de los sujetos desviados.

EL SISTEMA PENAL COMO ELEMENTO DEL SISTEMA DE


SOCIALIZACIÓN:
Todo sistema penal tiende a entrar como subsistema específico en el universo de
los procesos de socialización y educación, función que tiende a atribuir a cada
individuo los modelos de comportamiento y los conocimientos correspondientes
a los diversos estatus sociales y, con ello, a distribuir los estatus mismos. El
derecho penal tiende, de este modo, a ser reabsorbido en el proceso de control
social, esquivando el cuerpo para actuar directamente sobre el alma (Baratta,
1986).
El presente esquema representa, entonces, el modo en el cual el sistema
punitivo tiende a ser concebido por los individuos a quienes les incumbe la tarea
de prepararlo, administrarlo, controlarlo y transmitirlo. Sin embargo, es sólo un
esquema privado del contacto con la realidad, dándose aquella función de
autolegitimación del sistema por medio de todos los organismos oficiales. De
hecho, la continuidad funcional de los sistemas escolar y penal puede observarse
en el proceso de selección y marginación que se da en el seno de las sociedades
capitalistas avanzadas.

Críticas y Autocríticas
La catedrática Larrauri es quien mejor ha logrado fusionar los principales
cuestionamientos formulados a la criminología crítica y, especialmente, a los
autores de la obra La Nueva Criminología (Taylor, Walton y Young, 1973),
siendo una de las principales que esta corriente no era precisamente nueva,
pues se limitaba a exponer teorías anteriores sin elaborar una propia. Además,
se ha cuestionado a los autores de la obra por haber adoptado una concepción
instrumental y funcionalista del derecho, dándose a entender que tanto la ley
como el control respondían a los designios de la clase capitalista,
correspondiéndole al Estado reprimir cualquier intento de oposición (Larrauri,
1991).
Por otro lado y en relación a sus postulados de corte marxista, se acusa a esta
corriente de contener insuficiente análisis del marxismo. De hecho, algunos
autores postulan que la construcción de una teoría del delito con la concepción
de los delincuentes como luchadores políticos y en que la meta de una sociedad
sin el poder de criminalizar aparece más cercana a posturas anarquistas. Otros,
por el contrario, la critican por el hecho de exacerbar los postulados marxistas,
objetando la dificultad de integrar teóricamente las corrientes marxistas con las
sociológicas (Morales Peillard, 2002).
En particular, Downes y Rock plantean que los criminólogos críticos apostarían
por una total interconexión entre el delito y el capitalismo, siendo el conflicto de
clases la forma de conflicto de las sociedades industriales (Larrauri, 1991).
También estos autores, en una crítica formulada especialmente por los
postulados de los norteamericanos Chambliss y Platt, que objetan la falta de
permeabilidad de la teoría a otras manifestaciones político-económicas. De
hecho, otra esfera de críticas de orden práctico radió en que muchas de sus
reflexiones son concebidas como derechamente improductivas, pues se le
reprocha el no hacerse cargo, en definitiva, del problema real (Morales Peillard,
2002).
Por último, y con el resurgimiento de los políticos neoconservadores,
comenzaron las críticas desde la perspectiva de derecha, es decir, aquellas que
buscaban terminar con el idealismo radical reenfocando la criminología a una
de corte actuarialista, calculadora y evaluadora de los riesgos, orientada a la
víctima, a la prevención situacional/ambiental y a la propia comunidad
(Morales Peillard, 2002). De ahí que los precursores de la criminología
crítica iniciaran un período de contrarreforma, destacando ya no sólo la
reevaluación de las posiciones frente al delito común, sino la negación del poder
político de la delincuencia y la matización de las críticas formuladas al
positivismo. Se postula, por tanto, que el delito es un problema real, que va en
aumento y que es grave, que sí tiene víctimas y que éstas pertenecen a la clase
trabajadora, clase a su vez en la que más delitos se cometen. En ese sentido, se
admite la aplicación del derecho penal para castigar las vulneraciones de los
derechos fundamentales, debiendo asumir que la criminología tiene la tarea de
luchar contra el delito (Young, 2001).
Así entonces, llegando el momento de preguntarnos acerca de la esencia de
la criminología crítica, nos resulta posible rastrear el estado de discusión de la
materia: muchos han sido los cambios que han acontecido en su seno, y poco de
marxista queda en ella. De hecho, estos cambios pueden ser fruto de muchas
razones: maduración de sus ideas primarias, cambios acontecidos en la
sociedad, etc. Sin embargo, una de las críticas que se agudiza con estas
reformulaciones es aquella que observa que la aceptación de determinadas
categorías importa que se asuman y absorban ciertas formas de pensar acerca
del delito, las que se asemejan bastante a las posturas positivistas férreamente
resistidas por los criminólogos críticos (Morales Peillard, 2002). En ese sentido,
la cuestión del crimen y otras categorías deberían ser el punto de partida de
cualquier análisis en la materia.

Conclusiones
Evidentemente, el impacto de la criminología crítica es beneficioso para la
sociedad en general. De hecho, los conocimientos que brinda son muy positivos
para ser aplicados en un mundo más justo, donde el respeto a la dignidad
humana quede por encima de cualquier otra consideración utilitarista. Por su
parte, tiene en cuenta la dificultad de la resocialización del criminal, por lo que
se buscan los medios para prevenir el comportamiento antisocial implicando a
toda la comunidad, pues sólo podrá conseguirse este objetivo cuando toda la
sociedad tome conciencia del problema.
Para esta moderna criminología, el crimen pierde sus connotaciones patológicas
para ser contemplado como un problema social y comunitario, a la vez que la
víctima cobra un merecido protagonismo: en este momento, se convierte en un
elemento dinámico del delito, dando un giro al objeto de estudio de la
disciplina. La teoría del control social se convierte en todo un éxito,
desarrollando el llamado control social informal, capaz de resolver los conflictos
sin elevar los costes sociales ni estigmatizar. Por su parte, el control del crimen
le corresponde al derecho penal, pero desde un papel secundario y subsidiario,
conforme al principio de intervención mínima y reflejando la selectividad del
fenómeno criminal.
A pesar de sus beneficios, esta corriente no ha estado exenta de críticas. De
hecho, y desde un punto de vista personal, la criminología críticadebe regresar
sobre sus ideas primarias para analizar e investigar completamente las causas y
circunstancias del delito, siempre con la intención de denunciar los modelos de
injusticia estructural que explican que la pobreza y las condiciones de la
sociedad capitalista son los mayores indicadores de criminalidad.
Evidentemente, esta no es la única causa de la delincuencia, y numerosos
pueden ser los factores que pueden provocarla dentro de la sociedad misma,
como el individualismo, la competitividad, la codicia, etc. Es por ello por lo que
la criminología crítica debe continuar construyéndose a sí misma,
evolucionando y madurando con los cambios propios de una sociedad dinámica
y cambiante.

 Desigualdad: cualidad de ser diverso y variable (RAE, 2014).

 Desviación: acción y efecto de disuadir o apartar a alguien de la


intención, determinación, propósito o dictamen en el que estaba (RAE,
2014).

 Prevención: acción y efecto de preparar y disponer aquello que se hace


anticipadamente para evitar un riesgo o ejecutar algo (RAE, 2014).

 Socialización: acción y efecto de promover las condiciones sociales que,


independientemente de las relaciones con el Estado, favorezcan en los
seres humanos el desarrollo integral de su persona (RAE, 2014).

BIbliografía

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en: http://www.estudiocriminal.eu/media/Critica%20de%20la
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Armenta, A. y Sánchez, V. (1998): Política Criminal y Sociología Jurídica.
México: UNAM, Escuela Nacional de Estudios Profesionales Acatlán.
Baratta, A. (1986): Criminología Crítica y Crítica del Derecho Penal, traducción
de Álvaro Búnster. México: Siglo XXI Editores Argentina.
Berballi, Bustos y Miralles (1983): El Pensamiento Criminológico, Tomo I.
Bogotá: Editorial Termis.
Larrauri, E. (1997): Criminología Crítica, Abolicionismo y Garantismo,
en Anuario de Derecho Penal y Ciencias Penales, Vol. L: 1-37. España: Instituto
de Derecho Penal Europeo e Internacional (Universidad de Castilla-La
Mancha). Disponible
en: http://www.cienciaspenales.net/descargas/idp_docs/doctrinas/elenalarrau
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Morales Peillard, A. M. (2010): Las Huellas de la Criminología Crítica en la Obra
del Profesor Bustos, en Revista de Estudios de la Justicia, nº 12, año 2010: 283-
313. Chile: Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Disponible
en: http://www.derecho.uchile.cl/cej/rej12/MORALES%20_11_.pdf (12 de
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González, A. y Sánchez, A. (1998): De la Criminología Crítica a la Sociología en
el Pensamiento de Alessandro Baratta In Memoriam. Disponible
en: http://www.bibliojuridica.org/libros/4/1723/21.pdf (10 de febrero de 2014).

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