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PSICOLOGÍA

15 de marzo de 2018
Mariano López, las neurosis en el amor

“La pregunta ¿por qué


me querés? sólo puede
responderse mintiendo”
Docente e investigador, se dedicó a estudiar con una mirada psicoanalítica el
fenómeno del amor, que siempre es sintomático, explica. “Lo que el otro encuentra
en mí no es exactamente yo”, señala. El amor y la angustia, el amor ideal, el
deseo y su falta, el amor en el análisis.
Por Oscar Ranzani




Imagen: Guadalupe Lombardo

Uno de los temas esenciales en la vida de cualquier ser humano es el


amor que, según cómo cada sujeto lo experimente, puede ser el motor
de empuje para lograr plenitud personal o bien transformarse en el
mascarón de proa de un penoso naufragio sentimental. Motivo de charlas
interminables entre amigos para entender la opinión de quienes se
conocen de años, el amor siempre da lugar a un debate fecundo para
desentrañar el actuar de la pareja de alguno/a de ellos/as. Es también el
amor una de las palabras que más resuenan en el diván desde que el
psicoanálisis se propuso indagar en el universo inconsciente de las
personas. Pero, ¿por qué el amor es siempre sintomático para el
psicoanálisis? El analista Mariano López señala a PáginaI12 que “eso es
un descubrimiento freudiano que, hoy en día, tiene incluso toda su
importancia política porque el descubrimiento de Freud consiste en que
no hay una norma en cuanto al encuentro de dos cuerpos”, según explica
este docente e investigador en la Facultad de Psicología de la
Universidad de Buenos Aires de las materias Psicopatología, Clínica de
adultos y Usos del síntoma. Miembro del Foro Analítico del Río de la
Plata y de la Internacional de los Foros-Escuela de Psicoanálisis de los
Foros del Campo Lacaniano (IF-EPFCL), López se dedicó a estudiar con
rigurosidad analítica el fenómeno del amor, un tema convocante para
cualquier individuo con sólo nombrar esa palabra de tan solo cuatro
letras que puede dar lugar a una vida dichosa como también a dolorosos
desequilibrios emocionales.

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Solidaridad con Página/12

Parte de su investigación sobre “el” tema del ser humano –tal vez el más
importante antes que la muerte– la plasmó en el libro que coescribió con
la psicoanalista Cecilia Tercic en El deseo como destino. Acerca del
amor y la sublimación (Ed. Letra Viva). Pero López también suele
establecer su mirada psicoanalítica sobre el amor en las conferencias “El
amor en las neurosis” de la materia Psicopatología de la Facultad de
Psicología, que suelen ser muy concurridas todos los años y que son
motivo de un aplauso colectivo al finalizar cada una de ellas. López
retoma la idea de que el amor es siempre sintomático para el
psicoanálisis: “Es un descubrimiento que Freud realizó justamente a
partir de haberse encontrado con la variabilidad en los seres humanos de
la elección, en principio, de su objeto amoroso. Los planteó en textos
como, por ejemplo, Tres ensayos sobre teoría sexual. “Ahí Freud lo
planteó como perversiones y se encontró con que no hay norma.
Tampoco hay un objeto natural. Tal vez hoy en día decir: ‘No hay un
objeto natural’ es algo que tiene su aceptación, pero en los tiempos de
Freud claramente fue algo disruptivo. Que el amor sea sintomático, en
principio, parte de que no hay un objeto adecuado para todos como
especie. No hay eso. Sin embargo, hay algo que suple lo que no hay: lo
podríamos llamar síntoma.”

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–¿La elección de un objeto de amor es inconsciente o qué otros


factores intervienen?

–Es siempre inconsciente. La pregunta por la determinación del objeto de


amor es un clásico: “¿Por qué me querés?” Es una pregunta que sólo
puede responderse mintiendo. Desconocemos cuáles son los motivos,
las causas que hacen que cada uno elija un objeto distinto, aunque en
algunos casos algo de eso puede situarse. Hay casos famosos, donde
Freud pudo situar una condición erótica. Eso puede decir algo en cuanto
a la elección del objeto, a que un cuerpo sea atraído por otro cuerpo.
Después hay que distinguir al amor de eso. Una cosa es la atracción de
un cuerpo por otro cuerpo y otra cosa es el fenómeno amoroso, en
términos de decidir permanecer cierto tiempo con ese alguien al que
nuestro cuerpo nos atrajo.

–¿O sea que no se puede responder la pregunta acerca de qué es lo


que hace que un sujeto se enamore?
–Se pueden decir algunas cosas. En principio, hay determinaciones; es
decir, que existe lo que Freud llamó “las condiciones de amor” y que son
condiciones que se producen a partir de la fijación de la pulsión a algún
objeto. Freud estableció condiciones de amor en términos reales, donde
ubicamos particularmente la fijación de la pulsión. En términos
imaginarios, también: Freud habló de las imago, por ejemplo, maternas y
paternas. Y también en ciertos rasgos significantes. Es decir que
sabemos que hay determinaciones del objeto de amor. La elección no es
azarosa, pero el azar tiene un lugar en la construcción de esas
condiciones de amor. Una vez que eso se establece, en la elección del
objeto hay determinación, pero en la constitución de las condiciones de
amor interviene el azar. Podemos decir algunas cosas respecto a las
elecciones amorosas, pero el amor siempre es algo del cual no se puede
decir del todo. No se pueden construir determinaciones absolutas. A eso
me refería con que siempre hay algo del misterio del amor que se
mantiene, incluso aun en el amor de transferencia.

–¿Qué diferencia hay entre amar y estar enamorado, según el


psicoanálisis?

–No sé si en el psicoanálisis tenemos una diferenciación formal teórica


entre el fenómeno del amor y el estar enamorado. En general, se suele
llamar enamoramiento a cierto primer momento en el encuentro amoroso.
Y se suele usar la expresión del amor para algo que puede trascender
ese momento donde se produce, tal vez, el efecto ilusorio de que hay
complementariedad, que la elegida es la persona perfecta para uno, que
no hay desencuentro. Evidentemente, para que el amor pueda
trascender ese primer momento más ligado a la idealización se requiere
que algo del síntoma del otro pueda soportarse e incluso, en cierta
manera, ponerse en relación con el propio inconsciente.

–Usted menciona el tema de la complementariedad y, en ese


sentido, el mito de la media naranja no existe porque para el
psicoanálisis no hay complementariedad en una relación, ¿no?

–Para el psicoanálisis no hay complementariedad en ninguna relación.


Eso tiene que ver con lo que me preguntaba anteriormente: ¿Por qué
para el psicoanálisis el amor es siempre sintomático? Decía antes que es
algo también político del psicoanálisis. Y me parece que hoy en día el
psicoanálisis tiene una posición política en cuanto a sostener que el amor
es siempre sintomático porque hay ciertas teorías y corrientes que, de
alguna manera, plantean que el amor podría ser algo armonioso, en
donde se pueda dialogar (algo que hoy está muy en boga)
tranquilamente, sin pasiones, sin enojos. El amor no tiene mucho que ver
con eso. En el amor, el desencuentro está presente todo el tiempo. El
amor es el encuentro de dos seres irremediablemente distintos.
Entonces, que no haya complementariedad es para el psicoanálisis una
posición política que es enseñada por los analizantes a los analistas.
Nosotros, los psicoanalistas aprendemos del amor fundamentalmente por
nuestro análisis, pero también por lo que nos encontramos de nuestros
analizantes. Entonces, que el amor sea siempre sintomático también
implica esta idea de la no complementariedad. Ahí hay dos. Y algo
fundamental para el psicoanálisis es que dos no hacen uno. Y el
desencuentro es fundamentalmente el signo de que ahí hay dos. El
desencuentro es siempre angustiante. Por eso, la angustia no es un
fenómeno que hay que separar del fenómeno amoroso. Incluso, no es
algo que el psicoanálisis combata ni elimine. La angustia tiene para los
seres hablantes una función de orientación que nos sirve justamente
para orientar nuestro deseo. El deseo no es algo que podamos decir:
“Quiero tal o cual cosa”. El deseo no es articulable del todo en la palabra.
Y la angustia puede servir para que alguien haga otra cosa que la que
hace el neurótico porque éste frente a lo angustiante, a la angustia de
castración, de lo que podría perderse, retrocede. Sin embargo, se podría
hacer otra cosa distinta: como plantea Lacan, frente a la angustia se le
pueda arrancar su certeza. Para los psicoanalistas, la angustia porta una
certeza. Y es la certeza de que ahí hay algo que vale la pena. Lacan nos
enseña que no engaña. En tanto afecto que no engaña, el ser hablante
podría hacer otro uso de la angustia que no sea retroceder sino darle su
valor, su sentido de orientación, más para avanzar que para retroceder. Y
digo lo de la angustia porque el uso que hacen otras disciplinas de la
angustia o lo que hacen con la angustia es intentar que desaparezca:
medicar o sugestionar para que no haya angustia. Es lo que impera hoy
en día: cuando hay angustia hay desencuentro y “Eso no va más”, “Hay
que cambiar por otro objeto”. Es la lógica del mercado: cambiemos por
otro objeto, fantaseemos con que hay otro que funciona mejor, nuevo
modelo más afín con nosotros.

–¿Cómo puede incidir un análisis para romper con la fijación del


objeto amoroso que no satisface?

–Un análisis incide sobre las elecciones amorosas. El deseo no siempre


se dirige a lugares interesantes para los sujetos. Lacan hablaba de
deseos locos, de deseos que se sostienen solamente en una prohibición;
es decir, que alguien podría desear algo sólo porque otro se lo prohíbe.
Eso, tal vez, no es muy interesante para alguien. Entonces, un análisis
incide sobre el deseo. Y eso tiene consecuencias a nivel de los objetos
de amor.

–¿Cómo el análisis incide sobre eso?

–Bueno, todo el dispositivo analítico está construido sobre la base de


repartir dos lugares: el del analizante y el del analista. En esa repartición,
el único sujeto es el analizante. Y para el lugar del analista queda el lugar
de objeto. Esto quiere decir que es colocado ahí, solito, por el analizante.
Es lo que Freud llamó la dinámica de la transferencia. El analista queda
en el lugar de objeto, como en cualquier otra relación, sólo que el analista
soporta ese lugar. Encarnar ese lugar de objeto permite que el
analizante, en ese contexto de la transferencia, pueda desplegar todas
sus fantasías y todas sus repeticiones. Y no es a partir solamente del
relato. Freud descubrió que ese otro registro en donde transcurre un
análisis no es el del relato sino del plano que se actúa con el analista, de
lo que se actúa sin saber con el analista. Entonces, Freud dijo que el
analista puede maniobrar con la transferencia, incidir en eso que se
repite. Es incidir por el acto mismo del analista en algo que está
ocurriendo en ese momento con él. Ningún objeto va a satisfacer del
todo, pero eso no quiere decir que alguien no pueda elegir un objeto
mucho más satisfactorio que otro. ¿Cómo el análisis puede incidir sobre
eso? Porque esas insatisfacciones se reiteran con el analista, porque al
ser esas condiciones de amor repetitivas el analista entra dentro de la
serie y se convierte en un objeto más con el cual el analizante repite.
Entonces, el espacio fundamental para poder intervenir y cambiar algo de
esas elecciones, en las cuales el sujeto padece, se produce a partir del
fenómeno transferencial, que es esa repetición en acto que ocurre con el
analista y que Freud llamó neurosis de transferencia. El dispositivo
analítico monta un artificio que luego es fundamental que se desarme.
Por eso Freud decía que el analizante se va a enfermar también del
analista. El analista va a ser un elemento más de esos síntomas. Lacan
luego dijo que eso es la otra mitad del síntoma. Y eso es lo que hace que
pueda tener alguna incidencia.

–¿Qué lectura puede hacer sobre el amor ideal que sienten algunas
personas o sobre la idealización del amor?

–Lo que pasa es que la idealización del amor varía con el tiempo. ¿Cuál
es el amor ideal? ¿Es estar toda la vida juntos y llegar a viejitos juntos?
No sé si hoy es esa la versión imperante del amor ideal. Primero habría
que ver si hoy en día el amor está tan idealizado. Sin duda, tiene un lugar
fundamental, pero esa versión del amor para toda la vida no sé si hoy
está tan idealizada. Me parece que hoy hay algo más de los encuentros,
el “hasta que dure”, “hasta que funcione”. Hay algo de la temporalidad en
relación a los lazos amorosos que ya es distinta, incluso jurídicamente: la
gente puede separarse, volver a juntarse... Por eso, hay algo del amor
ideal o del ideal del amor que va cambiando de acuerdo a los tiempos
aun cuando uno no se lo proponga sino que estamos siempre bajo
ciertos discursos que nos determinan y hacen que nuestras elecciones
respondan a algo como los ideales de una época, de un momento. Tal
vez hoy en día estamos en crisis con los ideales.

–¿Siempre hay un amante y un amado o se puede revertir esa


polaridad?

–No siempre. Lacan habló de la metáfora del amor, en donde lo que el


amante demanda es hacer de sí el amado. Entonces, la metáfora del
amor para Lacan es que esos lugares se inviertan. No necesariamente
en las relaciones uno es el amado y otro es el amante sino que esos
lugares cambian, rotan.

–¿Por qué cree que es posible que haya parejas que duren muchos
años a pesar de la falta de deseo?

–Tal vez no es porque hay falta de deseo, porque ¿qué quiere decir que
hay falta de deseo? ¿Qué hay falta de deseo sexual entre ellos?

–Por ejemplo.

–Lo que pasa es que el deseo es algo que el neurótico sostiene


fundamentalmente en la fantasía. Entonces, una pareja podría no tener
encuentros sexuales y eso no quiere decir que el deseo no esté
presente. Justamente, hay que distinguir el deseo del acto. Puede haber
muchísimo deseo sexual, pero un deseo sexual que pase por la mente,
por la fantasía, incluso por los síntomas mismos. Para el psicoanálisis, el
síntoma es algo que encarna el deseo, donde el deseo se encuentra
presente. El neurótico es un ser altamente deseante, pero justamente la
dificultad que tiene es la de poner ese deseo en acto, en eso que le
interesa. Entonces, una pareja podría permanecer muchísimo tiempo
junta por muchas razones, pero no quiere decir que el deseo no esté
presente. Este puede estar en otros lugares, en otras cosas, con otros,
pero fundamentalmente en el campo de la fantasía. La particularidad del
neurótico es que su posición en el deseo es la fantasía y su dificultad es
poner en acto algo de eso.

–¿Cualquier sujeto puede amar a una persona y desear a otra?


–Eso lo ubicaría en la estructura psíquica del obsesivo. En el texto Sobre
la más generalizada degradación de la vida amorosa Freud planteó
fundamentalmente eso en el hombre. Entonces, está la división entre la
mujer amada y la puta. Amar a una y desear a otra es una problemática
que yo pondría del lado del obsesivo.

–¿Cuál es la diferencia entre el objeto de amor y el objeto de deseo?

–La diferencia fundamental es que el objeto de amor es un objeto total.


En cambio, el objeto de deseo para Lacan es lo que llamó objeto a, que
ya no es un objeto total, sino parcial. Esto trae múltiples consecuencias.
En principio, la diferencia entre el objeto de amor y el objeto de deseo
hace que ya, en términos de deseo, uno ame en el otro algo más que el
otro, algo que no es exactamente así como “mi mujer, sus
características, sus particularidades”, sino algo más cercano a un rasgo.
Además, ese objeto de deseo, a diferencia del objeto de amor hace que
el otro se vuelva un poquito menos especial porque “como amo en el otro
algo más que el otro” no es exactamente que “lo amo a él y no podría
amar a ningún otro en el mundo” sino que “yo podría amar a otros”, en
tanto otros podrían encarnar ese objeto que es una condición más propia
que una particularidad del otro. Lacan decía que el objeto a es
generalizable. El generalizable es opuesto a la característica de uno,
solo, único, singular, especial. Que además es lo que Lacan llamó “El
callejón sin salida del amor”. Y es que para ser amado hay que ser
deseado. Pero cuando uno es deseado queda reducido a ese objeto. Eso
puede hacer que alguien que es amado también se angustie. Por eso, tal
vez hay algo del amor que desafía un poco el narcisismo. Es la paradoja
del amor: uno va en la búsqueda del encuentro amoroso para encontrar
cierta consistencia para el propio ser, ser algo para el otro, ser
reconocido por el otro, y eso, en general, falla. Justamente, no falla
porque algo esté mal, porque algo en la pareja no funcione sino que falla
porque hay algo estructuralmente fallado. Y tiene que ver con algo que
empezamos hablando: el amor es siempre sintomático. Y como es
siempre sintomático, lo que el otro encuentra en mí no es exactamente
yo. Entonces, yo no encuentro demasiada consistencia en eso sino lo
contrario: más bien me desarma. Y por eso puede angustiarme. Decía
que es paradójico porque uno cree que va a “ser para el otro”, “que el
otro me reconozca”, y cuando pasa el tiempo del enamoramiento se van
cayendo las máscaras del amor. Y uno se va encontrando que uno no es
único, especial, que hay desencuentros, que el otro no completa.

–¿Qué diferencias podría señalar finalmente entre el amor de un


neurótico y el de un sujeto que pasó por la experiencia del análisis?

–Un análisis abre la posibilidad de curarse de la enfermedad neurótica,


esto es de devolverle a quien lo emprende la chance de tomar otra
posición frente a las elecciones que más le conciernen. Allí donde Freud
descubrió que en la causa del síntoma está el elegir no elegir, su
invención reabre la oportunidad de elegir con la consecuente pérdida que
implica ese término. Pero no sólo de pérdida se trata la elección sino
también de la ganancia de una satisfacción más directa, menos costosa
que las vueltas metonímicas por los equívocos significantes que ocurre
cuando el hombre traiciona su deseo. Saberse objeto, con todo lo que
esto implica, saca al neurótico de su indeterminación y produce, entre
otras cosas, que deje de esperar recibir su ser del Otro. La pregunta que
se impone es: si el amor es justamente el intento de dar consistencia al
ser por la vía de ser para el Otro, ¿cómo pensar el amor de un sujeto
tratado? ¿Es que el sujeto que ha concluido su análisis ya no ama? No
parece ser la liquidación del amor la perspectiva que Lacan tiene del fin
de análisis. Un análisis debiera servir para dar un asomo de vida al amor,
amor que en el Seminario 21 es caracterizado como un medio-decir, o
más bien como dos medio-decires que no se recubren, como la
conexidad entre dos saberes en tanto que ellos son irremediablemente
distintos. ¡Irremediablemente distintos!

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