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Estudiante Julian Blumenfeld

DNI: 40732012

Número de registro: 889870

Historia Social Económica Argentina

PARCIAL DOMICILIARIO

“FACTORES QUE NO DETERMINARON QUE LA


ARGENTINA NO SEA UN PAÍS INDUSTRIALIZADO, HACIA
LAS ÚLTIMAS DÉCADAS DEL SIGLO XX”
En relación al capital extranjero puede verse una relación de subordinación mediante
préstamos y prerrogativas, aunque con ciertas fricciones, ya que “varios otros grupos de la
elite sostenían a veces que el precio que pagaban por sus servicios e inversiones era mayor
que el debido” (Rock, 1977: 79). Comprendiendo que el radicalismo gobernó el país
mediante una continuidad del modelo agroexportador, será la crisis del 29 y el golpe de
Estado de 1930 factores claves en el desarrollo de una industria nacional basado en un
modelo de sustitución de importaciones. La denominada década del 30 puede sintetizarse, a
grandes rasgos, en tres aspectos que funcionaron como presión interna y externa de la
política económica nacional:

I) La inserción de Argentina en la relación triangular mencionada; II) la Depresión


mundial posterior a la crisis financiera de 1929; III) la desvalorización de los
artículos exportables primarios en relación con los industriales, que comenzó en
la primera posguerra, vinculada con el exceso general de la oferta de las zonas
templadas y con la retracción creciente de la demanda europea. (Malgesini y
Álvarez 1983: 8).

La crisis financiera internacional provocó que los países centrales experimentaran una
contracción de sus economías, y por ende, afectó directamente en la débil economía
dependiente Argentina, economía que se reflejaba en una relación triangular con Estados
Unidos y Gran Bretaña. Es importante remarcar, frente a la tendencia a concebir, que los
años treinta significaron un aumento en el proceso de industrialización, “no puede notarse
en estos años una tasa de crecimiento de la capacidad industrial diferente respecto de la
década anterior” (Malgesini y Álvarez 1983: 14), aunque sí hubo un despegue de la
producción textil, mediante el crecimiento de la economía del algodón en la provincia de
Chaco. La hipótesis de trabajo consiste en que más allá de que existan múltiples factores
determinantes de la imposibilidad de un desarrollo industrial relevante, una causa
unificadora la podemos observar en las mutaciones de las clases dominantes, quienes
diseñan los modelos económicos en función de sus intereses como sector de la clase
propietaria de los medios de producción. De acuerdo con dicha hipótesis, se puede apreciar
el siguiente argumento como fundamento:

En conclusión, la oligarquía agroexportadora fuertemente vinculada a la


hegemonía británica sobre la economía argentina y reforzada en el poder
mediante el golpe de estado de 1930, inauguró a partir de entonces el
intervencionismo de Estado. Su política económica constituyó inicialmente una
mera reacción ante la crisis, en defensa de la estructura socioeconómica
tradicional y de los intereses extranjeros, de lo cual el Pacto Roca-Runciman
constituyó una clara muestra, al igual que la política cambiaria. Sin embargo,
dicha política transitoria se vio refractada y modificada en sus intenciones
originales y fines específicos por un proceso nacional e internacional que ningún
grupo aislado pudo controlar, con la aparición de efectos no pensados ni
deseados. Ello contribuyó a que, junto a sus lazos tradicionales con Gran
Bretaña, fueran creciendo relaciones cada vez más estrechas con EE.UU. y los
grupos industriales, mercantiles y financieros, cuya influencia política se hizo
sentir marcadamente sobre la conducción del Estado (Malgesini y Álvarez 1983:
15)

La Segunda Guerra Mundial trajo consecuencias para la economía argentina, en


especial por la constitución de la triangulación con EE.UU. y Gran Bretaña, lo que implicó
que no se perdiera el mercado para las materias primas, pero fue acompañado con un
problema de pagos por parte de EE.UU. que los acreditaba a Gran Bretaña. Más allá que los
años treinta implicaron una mayor intervención del Estado en los asuntos económicos, tesis
opuestas a los liberales ortodoxos que bregaban por un comercio libre, esto no significó una
transformación radical de la economía nacional que pasaría de un modelo agroexportador a
uno prioritariamente industrialista. Esto parte del hecho que las clases dominantes tuvieron
que emplear una especie de pragmatismo que tendría que bregar con las presiones
externas por el hecho de ser un país sometido al imperialismo y la división internacional del
trabajo. A partir del golpe de estado de 1943 comienza un proceso de mayor intervención
estatal signado por una política nacionalista, tal como expresara Malgesini y Álvarez (1983),
pero en nada significó una transformación del modelo económico. Desde el golpe de estado
del año 1943 el Estado comienza a adquirir atributos que van marcando una mayor
intervención en la vida económica y social del país: “en correspondencia con el
intervencionismo económico, hacia mediados de la década, comenzaron a desenvolverse
formas de intervencionismo social. La complejidad de la estructura productiva que
acompañó la industrialización sustitutiva, determinó la necesidad de articular los diferentes
intereses sociales cuya conflictividad podía afectar dicha estructura” (Rapoport, 2003: 299).

En este mismo sentido el Estado asume una mayor intervención en los conflictos
obrero-patronales, especialmente en la negociación colectiva, con un claro posicionamiento
bonapartista que se caracteriza por situarse por arriba de las partes en conflicto, y desde allí
mediar con presunción de neutralidad, escondiendo la naturaleza del Estado en el
capitalismo moderno, el hecho de ser la expresión de los intereses antagónicos de las
clases sociales y un espacio de unificación de las clases dominantes en la perspectiva
gramsciana. Portantiero y Murmis (2004) explica muy bien esta alianza de clases que
deviene en bloque histórico y el Estado como equilibrador de ese bloque de poder y de
articulación de intereses. Además de ello, el sociólogo argentino permite hacer una lectura a
partir de la intervención de los sectores subalternos en la política nacional, identificando que
el periodo de sustitución de importaciones implicó una modificación en la propia estructura
de la clase obrera por la migración del campo a los centros urbanos, lo que significó una
“popularización” de las capas obreras. Portantiero y Murmis explicando los orígenes del
peronismo desde esta modificación en la condición tradicional de lo que él llama como vieja
clase obrera, explica la importancia de tomar en cuenta las alianzas de clases, y cómo dada
la situación particular de la economía argentina dependiente de los centros imperialistas, se
desarrollaron otras contradicciones que desplazaron al antagonismo patrón-obrero, y desde
allí poder repensar al peronismo y la participación sindical como ejemplo de esta situación:

Las formas en que se produjo el crecimiento industrial en la Argentina, dadas las


condiciones de dependencia frente a los centros imperialistas que lo enmarcaron
y al control que sobre éste ejercieron capas sociales y grupos políticos ligados a
la renta de la tierra, trajeron como consecuencia el desarrollo de fuerzas internas
no obreras, marginadas también por el sistema de dominación, cuya presencia
obligó a cambiar, en el nivel político social, el plano de las coaliciones clásicas y
a desplazar momentáneamente el eje de las contradicciones sociales, de una
situación de enfrentamiento directo entre trabajadores y propietarios de los
medios de producción a un realineamiento de fuerzas que cortó verticalmente a
la sociedad y que cristalizó en nuevas formas de alianza de clases, elaboradas a
partir de la coincidencia en un proyecto más amplio de política nacional, proyecto
que supondría cambios en el sistema (Portantiero y Murmis, 2004: 167-168)

. El peronismo, como parte de los contradictorios movimientos nacional-populares,


estableció una relación compleja entre las clases sociales y las organizaciones que hacían
vida en la política económica Argentina. Por un lado la estatalización de los sindicatos y la
pérdida de su autonomía, como la intervención de la Unión de Industriales Argentinos (UIA),
motivada por conflictos institucionalistas y de representación política tradicional, tal como
puede verse: “Este movimiento no estaba dirigido por Ia clase dominante tradicional y tuvo
roces con ella que exceden el caso de Ia UIA. Precisamente por eso, el conflicto merece una
mención particular puesto que no nace por diferencias en cuanto a Ia política fabril”
(Schvarzer, 1996: 128). Mediante la compleja relación entre el peronismo y las clases
dominantes tradicionales, las cuales representaban a los sectores oligárquicos ligados al
agro, el proceso de industrialización fue marcado: creación de fábricas (automotor, aviones,
siderurgia), proyectos de energía hidroeléctrica, instalación de empresas de capital
extranjero que se situaron en el país mediante prerrogativas estatales, etc. Las
contradicciones internas del peronismo, y la presión de las fuerzas externas, terminaron con
el derrocamiento del gobierno, sumado al hecho que el proceso de industrialización se vio
marcado por el problema de los altos costos de la importación de materias primas y los
problemas de abastecimiento local. Nuevamente la relación de dependencia con el mercado
mundial capitalista funcionó como limitante y determinante para un desarrollo industrial
independiente. Los nuevos gobiernos que se forjaron a partir de la caída del peronismo,
cuestión que implicó la inestabilidad política y social del país, se debatieron alrededor de las
teorías del desarrollismo en su versión mayoritaria y el liberalismo en minoría. Es interesante
reconocer que aunque fuesen una minoría política, “no era una minoría cualquiera, sino la
más poderosa: tenía ascendiente y guardianes celosos en las Fuerzas Armadas (al menos,
hasta 1963), contaba con los medios de prensa más reputados y predominaba en las
asociaciones patronales más fuertes” (Altamirano, 2001: 92).
Los gobiernos post-peronistas reflejaron una serie de mayor dependencia económica,
principalmente por la inversión extranjera que creció hasta el año 1975, aunque se puede
constatar un mayor volumen de producción, especialmente en el rubro automotriz y el
crecimiento de la explotación petrolera. Todo este impulso industrialista, el cual no puede
considerarse de forma lineal, tuvo su procesos de retracción a partir del golpe de estado de
1976 que transforma la matriz de poder del país, quedando el Estado al servicio de las
clases dominantes financieras y del agro. Sin intención de profundizar sobre las medidas
económicas, se podría caracterizar al modelo como de aperturista, librecambista, de
endeudamiento externo, declinación de las exportaciones por las importaciones,
devaluación, bicicleta financiera y fuga de capitales. El gobierno de facto funcionó como
herramienta político-militar del nuevo bloque de poder, agro-financiero, lo que implicó una
ruptura con el crecimiento industrial, y particularmente funcionó como un quiebre que se
profundizó hasta los años noventa.

El gobierno de Alfonsín, mediante una política de desgravamen para promocionar la


industrial, permitió “el florecimiento de establecimientos más de tipo “enclave”, en desmedro
de establecimientos “productivos con generación de cadenas de valor en el resto del
territorio nacional”” (Palacio, 2009:121). Según Palacio, el problema de la industrialización
bajo el gobierno de Alfonsín ha sido la no comprensión de que el mismo es parte de un
proceso holístico, consistiendo más en políticas industriales que en una política industrial
determinada, lo que implicó que las políticas industriales se desarrollaran más en respuesta
a los vaivenes internacionales que a un plan determinado. Los años noventa también han
reflejado una continuidad de los procesos industrialistas, especialmente por la destrucción
del Estado de bienestar a partir de la segunda mitad de la década de los años setentas y la
consolidación del neoliberalismo. Con el gobierno de Carlos Menem se avanzó en el
proceso de desindustrialización que tuvo como consecuencia una pauperización de gran
parte de la sociedad argentina. De forma concluyente, los factores determinantes de que
Argentina no sea un país industrial son múltiples, desde la composición orgánica de las
alianzas de clases en el poder, la dependencia de los centros imperialistas y la ausencia de
una política industrialista, tal como lo refleja Palacio:

Es difícil encontrar un período en el cual pueda aseverarse que existió política


industrial en el país. Los períodos durante los cuales se registró un fuerte
crecimiento de la industria nacional, como la década del treinta, el peronismo, o
el desarrollismo, tampoco evidencian la existencia de una política industrial,
desde la perspectiva que se adoptó en este trabajo (Palacio, 2009: 124).
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Altamirano, C. (2001). “Desarrollo y Desarrollistas” en Bajo el signo de las masas (1943-


1973). Buenos. Aires, Ariel.

Malgesini, G. Alvarez, N. (1983). El Estado y la economía 1930-1955, Buenos. Aires,


CEAL.

Palacio, P. (2009). Las políticas industriales durante el gobierno de Raúl Alfonsín, Edición
electrónica gratuita. Texto completo en www.eumed.net/libros/2009b/565/

Portantiero, J. Murmis, M. (2004). Estudios sobre los orígenes del peronismo. Buenos Aires,
Siglo XXI Editores.

Rapoport, M. (2010.) Historia económica, política y social de la Argentina (1880-2003).


Buenos. Aires, Emecé.

Rock, D. (1977). El Radicalismo Argentino 1890-1930, Buenos Aires, Amorrortu.

Schvarzer, J. (1996). “Una elite empresaria en Ia Argentina: Ia Unión Industrial Argentina” en


revista Ensaios FEE, Porto Alegre (17) 2. Pp. 123-151.

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