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Solamente asf puede ser un conocimiento “esencial” y no un cconocimiento “dominante”. Podfamos definir ese conocimiento csencial histérico, como el intento de adecuacién de aquellas, vitales del presente; pero esa adecuacién no debe tener una dad pragmética, debe responder, mejor dicho, debe ser una expe- riencia de la vida, I hombre medieval se concibe como la criatura prvilegiada. hecha a semejanza de Dios, es deci, como hombre; pero ademés, como el hombre redento. A esta doble concepcién natural- histérica quedan subordinados en la representaci6n sensible y en la interpretaci6n conceptual todos los hechos del pasado. Tal es el pati y tilimo sentido de la interpretacién simbélica de la ia; por eso le es indiferente la trabaz6n espacio-temporal. Me pregunta por la esencia y causa eficiente de los hechos. La clave, pues, para no efrar el camino en la comprensin de ca medieval es no perder de vista esta tmula t6rico entre mil; por lo s6lo existen en funcién 66 fecunda y que, pues el vastago es tan ilustre, justo es que nuestra gratitud rememore los orfgenes. Mas he ahi, precisamente, la ccuestién que inquieta y que nos mueve a escribir estas paginas, porque gpodemos en conciencia adherimos incondicionalmente a esa interpretacién? ;No, acaso, el reformismo liberal hunde sus rafoes mds alld de Ayutla? ;No acaso, también, después de esa revolucién pudo coronar la bandera conservadora a un emperador en México? {No acaso, por tiltimo, la Reforma triunfante acabé en unos poquitos afios por convertirse en cientifica reaccién conser- vaclora y terrateniente? Bien se columbra: mientras ms nos aleja- mos de aprendida en las escuelas oficiales, Ayutla parece perder su lugar en la perspectiva canonizada, para presentarse como un nudo més en la complicada trama de un proceso que, antes y después, es mezcla de sombra y de luz, de buenas intencio- nes y de demagogia. Quiza sf: quizd Ayutla sea una encrucijada significativa que le muda el signo al toma y daca del poder en el juego de los partidos y de las ambiciones. Pero si asf es, hagamos el descubrimiento por nuestra parte, en lugar de aceptar sin la santificacién oficial, Es muy modo hacerse dueiio del nombre de - liberal subiéndose al carro de las interpretaciones hechas; pero quien de veras aspira atin hoy en dia a tan alto honor debe tratar de merecerlo de algiin modo: con sus actos y con su inteligencia; y si alguna es taréa liberal, es la del historiador que se rehusa a ‘convertir en dogma Ia sentencia de sus predecesores, por més que le inckinen el corazén. El centenario que ahora se cumple y nos convoca, brinda esa oportunidad; nos invita, en efecto a reflexio- nat, con motivo de aquel plan de rebeldfa que hace un siglo se proclamé en Ayutla, sobre Ia confusa marcha del liberalismo mexicano y sobre sus progresos y sus caidas: especie de examen de conciencia hist6rico, siempre la mejor celebracién posible. Porque ta historia, como el catecismo, nos conmina a confesarnas por lo ‘menos una vez en cada siglo. Pongamos, pues, en saludable entredicho provisional nuestro entusiasmo conmemorativo, y 68 volviendo la mirada con una cierta ingenuidad hacia los aconte- cimientos-mexicanos de have cien afos, peguntemos por la intimidad de su razén de s nijestro ser nacional en un terreno més profundo que aquel en que se finca la pura fama de la hermenéutica of intentaremos mostrar que nuestra historia, por lo menos desde la Insurgencia, es la de un pueblo atenazado por dos utopismos contrarios, por dos suefios en pugna, y que en la dialéctica de esa oposicin encuentra el Plan de Ayutla su perspectiva adecuada. ‘Tratemos, entonces, de averiguar, primero, qué tiene de peculiar ese documento tan histricamente responsabilizado y que tanto quiere recomendarse al aplatso; averigiiemos, en seguida, cual es, para nosotros, el sentido de la revolucién cuya memoria nos congrega. TL, LA. PARADOJA DE AYUTLA Hemos sugerido que cierta ingenuidad es actitud propicia para acercamos al pasado; y es que sblo ast cabe el asombro, el fecundo pasmo de que habla el Fildsofo como disparadero de toda i . Y en efecto, el fruto no deja de manifestarse de }, porque, visto el mucho ruido que ha suscitado la revolucin de ajutta la eetura dl Plan qu la inicié nos deja en desconcierto, Es un documento tan abundante en trivilidades declamatorias sobre el celo por la libertad, sobre fa abnegacién patristica y sobre aquello de derramar la ltima gota de sangre; un documento tan inundado de halagos demagégicos y tan colmado de resentimiento partidarstay de imprevisi6n que apenas se distingue de los muchos otros de su especie que lo precedieron, Sin embargo, el hecho es que el Plan de Ayutla ha despertado entre os historiadores el entustasmno, y ese hecho pide una explicacin. i) modo distinto al establecido una vez que la Revolucién hubiera de tantos males mo encargado de elegit un presidente interino de la fundamental seria convocar,asu vez, a.un congreso extraondinari constituents Este, con de su soberan‘a iba a nacer con la obligacién de darle al pais la manera de prometer inuar el regreso a suponiéndose con més fe de la que autorizaba la experiencia que las emplearfa s6lo en bien de la Patria, Se establecfa sumaria- ‘mente la manera en que se administrarfan los Estados, entretanto is quedaba debidamente constituido; se declaraba la protec- comercio y la abolicién inmediata de algunas leyes ps cularmente odiosas y, previo un demagégico halago al &j como noble protector del orden y de las garantias, se prometié que el gobiemo lo cuidarfay atenderia debidamente, El Bjétcito iba a ser el 1ado del nuevo régimen. Tal es, en substancia, el famoso Plan de Ayutla Giertamente ese documento qued6 en breve reformado en Acapulco (11 de marzo de 1854) por Comonfort quien, segtin reza el acta respect, se hallaba en el puerto “por una feliz casuali- 1", pero no por eso menos dispuesto al “sacrifcio de tomar una 05 que iban a iniciarse”, y a més remota idea de tad del pats, restable- plan, pues, s ar que “las insitucionesliberales son las tnicas que convienen al pais”; pero se aclaré que semejante cia no toleraba el régimen monérquico, calificado de y de “contratio a nuestro cardcter y costumbres”. Se una monarquia no excluye necesariamente Las institu- rales, y que, por lo tanto, si esas eran las que conventan, constituyente de la libertad de pronunciarse en favor del égimen mondrquico, La reforma al Plan de Ayutla responde, pues, a icas de partido y no a puntos de doctrina, segiin pretendia hacerse aparecer. Pero conviene advertir que no sdlo se conculcaba la voluntad de la representacién nacional, sino que la reforma acusa claramente el temor fundado de que se legara por Ja via legal al establecimiento de la monarquia. El Plan de Comonfort estaba calculado como un dique contra semejante posibilidad, y éste es un punto sobre el cual conviene a poco por su trascendencia, En efecto, hoy, después del desastre del Segundo Imperio, una monarquia nos. parece ridicula; pero es preciso admitir que en 1854 ese tipo de gobiemo se oftecia a ‘inuchos como la solucién adecuada para protegemos de los norteamericanos y como el régimen que pondrfa fin a las disen- siones politicas del pais. El solo nombre de Lucas Alamdn garan- tiza el acierto de esa afitmacidén, porque a nadie conviene peor el epiteto de iluso, ni el de traidor tampoco, por més equivocada que pueda parecemos su politica, Pero si esa prueba no bastase, allf estd Ia existencia del Segundo Imperio como evidencia defi de quesse le reyé plausible. No olvidemos que, al fin y al cabo, unos pocos afios separan al primer ensayo mondrquico del movi- ‘miento de Ayutla, de tal manera que no parece aventurado creer que si Comonfort apostrofaba de ridicula la idea de una monar guia en México, lo hacia con el propésito combativo de despresti- giar un proyecto vigente ef la conciencia de muchos mexicanos, y no en el sentido de mofa con que hoy podrfamos hacerlo. Ya es tiempo de superar la visién jacobina oficial, que pretende explicar Ja accién del partido conservador como las maquinaciones de un pequefio grupo de hombres inteligentes y perversos, que supo imponer su voluntad al pueblo por medio de la fuerza y del engatio, La verdad parece ser la contraria; parece que las tenden- cias llamadas reaccionarias contaban entonces con un mayor apoyo en la voluntad general que las ideas liberales; pero esta circunstancia, que podria capitalizarse demag6gicamente, sirve realidad para mostrar que el lento y penoso triunfo del lismo enffe nosotros, ha sido un notable progreso del convenci- miento popular en la bondad de esa doctrina como base de la convivencia humana, Pese a mezquindades y personalismos en ambos bandos, se oftece como més verdadero, es decir, como mas justo, pensar que las luchas entre conservadoresy liberales estuvie- ton animadas por una suficiente dosis de buena fe, como para poder entenderlas a la luz de una visin mas penetrante de nuestra n historia, que revela 1a pugna de los dos grandes suefios que han normado la marcha hist6rica de México como nacién indepen- diente. Pero antes de abordar tan decisiva cuestin, debemos terminar el anélisis de los textos que nos vienen ocupando, al poner de relieve una diferencia importante entre los planes de Ayutla y ‘Acapulco y dos citcunstancias signficativas que les son comuines, Por lo que toca a la diferencia, aludimos al punto concreto de Ja suma de poder con que iba a quedar investido el presidente interino que deberfa designar al triunfar la revolucién. En efecto, silo previsto a ese respecto en el Plan de Ayutla dejaba algunas

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