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ANÁLISIS DEL MITO DE PROMETEO Y LA PERSISTENCIA DE LA VIOLENCIA

SIMBÓLICA HACIA LAS MUJERES


Macarena Trujillo Cristoffanini

Datos de Autora: Socióloga Chilena (UDEC), Académica de la Universidad de Playa


Ancha desde 2007 hasta la actualidad, Master en Género (UCM, España) y actual
becaria de Doctorado Conicyt en la Universidad de Barcelona. Co-Coordinadora
Revista “Sociedad, Cultura y Género” de la Universidad de Playa Ancha, Académica e
integrante de la Comisión interdisciplinaria de Estudios de Género, CIEG, de la misma
casa de estudios.
Abstract:
Gender constructs framed within patriarchal society are analyzed from a feminist
perspective as those which place masculine values over feminine ones, thereupon they
are understood as frameworks that are configured just as much in a symbolic dimension
and in cultural materials. Thereby, the following work's objective is to consider, from a
sociology of gender, the presence and persistence of the symbolic violence that can be
glimpsed in the myth of Prometheus and Pandora by the Greek poet, Hesiod. The
relevance of this myth's analysis lies in that it recognizes humanity's birth as well as the
genesis of the demarcation between men and women from a sexist vision. Thus, the
domination strategies within patriarchal society are enunciated as constructed
discourses, as a kind of "natural" justification of the social inequalities between genders;
as such, the development of analyses that reveal these cultural dynamics and carry out a
critical reading of them becomes nescessary. In this sense, establishing the elements of
symbolic violence that underlie the matrixes of western thought, such as Greek myths -
specifically that of Prometheus and Pandora, - is understood as primordial at the time
of unearthing the connections between past and present when it comes to violence
towards women.

Keywords: Gender Constructs, Symbolic Violence, Cosmogonical Myths, Prometheus


and Pandora
Resumen:
Las construcciones de género que se enmarcan dentro de la sociedad patriarcal son
analizadas desde la perspectiva feminista como aquellas que posicionan los valores
masculinos como superiores a los femeninos, por tanto se entienden como entramados
culturales que se configuran tanto en las dimensiones simbólicas como materiales de la
cultura. De este modo, el presente trabajo tiene como objetivo reflexionar, desde la
sociología del género, sobre la presencia y persistencia de la violencia simbólica que se
vislumbra en el Mito de Prometeo y Pandora del poeta griego Hesiodo. La relevancia
del análisis de este mito radica en que en éste se da cuenta del nacimiento de la
humanidad así como de la génesis de la diferenciación entre hombres y mujeres desde
una visión sexista. Así, las estrategias de dominación dentro de la sociedad patriarcal se
enuncian como discursos constituidos como una suerte de legitimación “natural” de las
desigualdades sociales entre los géneros; por tanto se hace necesario la elaboración de
análisis que visibilicen estas dinámicas culturales realizando una lectura crítica de
dichas estrategias. En este sentido, establecer los elementos de violencia simbólica que
subyacen a matrices del pensamiento occidental, como lo son los mitos griegos y
específicamente el de Prometeo y Pandora, se entiende como primordial a la hora de
desentrañar las conexiones entre pasado y presente en lo que a violencia hacia las
mujeres respecta.
Palabras Claves:
Construcciones de Género, Violencia simbólica, Mitos Cosmogónicos, Prometeo y
Pandora.
.
I. Mitos Cosmogónicos e imaginarios Sociales:
En todas las sociedades se observan la existencia de mitos fundacionales que componen
y configuran la realidad social. Estos relatos, aunque se visten de un ropaje de
neutralidad, contienen una carga valórica que se impregnan en los cuerpos sociales por
medio de métodos de repetición y de legitimación de los mismos. En este proceso los
dispositivos de poder juegan un papel fundamental, permitiendo que estos relatos se
enmarquen como saberes y verdades llamadas a ser las “únicas” y “legitimas” desde las
distintas cosmogonías.
Las cosmogonías, entendidos como mitos fundacionales, conforman el arquetipo de la
creación del tiempo, sirviendo de modelo al comportamiento humano (Eliade, 1998). En
dichos mitos se relata un acontecimiento primordial en el cual “se revela un misterio”
siendo sus personajes principales dioses o héroes civilizadores (Eliade, 1998, 2000). En
este sentido, los mitos se constituyen como verdad apolítica en tanto que fundamentan
la verdad absoluta, por tanto “consiste siempre en el relato de una creación, se cuenta
cómo se efectuó algo, cómo comenzó a ser” (Eliade, 1998: 72). De este modo, se
interconecta lo sagrado y lo divino, por tanto “todo mito muestra cómo ha venido la
existencia de una realidad, sea ésta la realidad total, el cosmos, o tan sólo un fragmento
de ella: una isla, una especie vegetal, una institución humana” (Eliade,1998:73).Así
mismo, se indica que el mito tiene como función el control social utilizada
especialmente por aquel grupo que en ese momento detenta el poder, y por esta razón,
se consagra como arcano y sagrado (Martínez, 1996).
Para Eliade, la función magistral del mito es la de fijar los modelos ejemplares en el
campo de la actividad humana, ya sean actividades de alimentación, sexualidad, trabajo
u otras (Eliade, 1998, 2000), así mismo se puede señalar que el mito tiene el papel de
unificador social (Eliade, 1998), y tal como indica Sagrera, las emanaciones de
autoridad necesitan un mito que las legitime (Sagrera, 1969).
De este modo, se puede indicar que algunas de las funciones sociales y políticas que
cumplen los mitos fundacionales son: Cumplir un papel explicativo en relación a la
génesis de los seres humanos, proporcionar cohesión social por medio de la
construcción de identidad(es) basados en discursos sociales determinados, legitimar las
relaciones de poder establecidas y justificar el orden social inscribiéndose así en los
imaginarios y en los cuerpos de las y los sujetos sociales.
En las culturas patriarcales los diversos mitos que explican los orígenes de la
humanidad son de carácter androcéntrico, ya que se hace referencia a la construcción de
la realidad y del sujeto desde el punto de vista masculino, destacando a éste como ser
neutro universal. Desde el androcentrismo, como señala Irigaray, lo femenino se
construye como lo “no masculino”, es decir como otredad (Irigaray, 1992). En este
sentido se puede afirmar que para que una cultura sea androcéntrica debe haber
posicionado estas concepciones dentro de un sistema de clasificaciones jerárquicas,
vinculadas con estatus diferenciados, situándolas siempre como categorías opuestas1.
Cabe mencionar que no existe una cultura que siendo androcéntrica que no sea
patriarcal.

1
En relación a este punto, Allen señala que la preocupación por definir “lo que son” las mujeres y los
varones, así como la relación entre éstos, ha sido una constante entre filósofas y filósofos de todas las
épocas y por lo tanto resulta ser tan antigua como la cultura occidental (Allen citada en Rivera, M, 2003:
21).
II Relevancia del Análisis del mito de Prometo desde la sociología del género
En la mitología griega se aprecia la elaboración de elementos simbólicos que se
relacionan con la superioridad masculina e inferioridad femenina, y teniendo en cuenta
la influencia cultural de la antigua Grecia en occidente, se afirma que estos relatos han
servido como trasmisores culturales para naturalizar la ideología patriarcal y la
violencia masculina hacia las mujeres (Alberdi y Matas, 2002).Esta situación ha
implicado que “sucesivas generaciones han aprendido cómo se mantienen las posiciones
respectivas de los hombres y las mujeres en nuestra cultura” (Alberdi y Matas, 2002:
42). De este modo, tal como señala Zaragoza “Se entiende a Grecia como cuna de
nuestra cultura y crisol del patriarcado que se ha impuesto en occidente” (Zaragoza,
2006: 16).
En este sentido, la presente reflexión se estima como un aporte para la comprensión de
la resistencia estructural hacia la transformación de las construcciones de género, y a su
vez para analizar la persistencia de la violencia hacia las mujeres. Así, se entiende que
la sociología de la modernidad, tal como señala Wagner, debe tener la capacidad de
comprender la peculiaridad de determinadas instituciones en sociedades occidentales, lo
que supone “interrogarse sobre las características que llevan al establecimiento y la
conservación de dichas instituciones; para de este modo investigar cómo estructuran la
vida, cómo abren posibilidades e imponen limitaciones” (Wagner, 1997:63). Siguiendo
esta concepción de la sociología de la modernidad e integrando la mirada feminista, se
plantea relevante visibilizar el peso de estos entramos simbólicos como elementos que
sustentan la conservación del patriarcado occidental moderno así como la persistencia
de la violencia hacia las mujeres. En este sentido, también se debe tener en cuenta que
las instituciones no son estructuras osificadas, más bien se conforman como “acuerdos
y convenciones que estructuran la vida cotidiana” (Wagner, 1997, 63) actualizándose en
la práctica diaria.

III Género, Patriarcado y Violencia hacia las mujeres:


Con el objetivo de situar el análisis que se realiza en esta reflexión, es necesario tener en
cuenta categorías conceptuales que desde la mirada feminista son necesarias para
visibilizar las construcciones de género y sus consecuencias en la vida social.
En autoras consideradas como clásicas en los estudios de género se encuentra De
Beauvoir, quien plantea que tanto la feminidad como la masculinidad se construyen
histórica y socialmente, visión que plasma en la célebre frase “la mujer no nace, se
hace” (Beauvoir, 2005). Con respecto a lo que otras autoras han propuesto como
sistema sexo-género, Rubin lo entiende como “un conjunto de disposiciones por el que
una sociedad trasforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana, y
en la cual se satisfacen esas necesidades humanas transformadas” (Rubin, 1986:102).
Esta definición propone que en todas las sociedades se generan ideas y prácticas
determinadas para un sexo o para otro, las que en el marco de sociedades patriarcales
han resultado en un sistema estratificado por géneros que ha implicado inequidades
tanto materiales como simbólicas para las mujeres.
Es así como se debe tener en cuenta que el concepto de género hace alusión a las
construcciones sociales vinculadas a las ideas sobre lo femenino y lo masculino en un
contexto espacio temporal particular. De este modo, por género se entenderán aquellas
creencias socialmente compartidas por un determinado grupo social sobre las
características psicosociales como, rasgos, roles, motivaciones y conductas concebidas
como atributos de hombres y de mujeres (Bosch, 1999:105). Se ha de señalar que
dichas construcciones de género implican una serie de roles y estereotipos de género,
entendiendo por estos “las creencias o pensamiento que las personas tenemos sobre
cuáles son o deberían ser los atributos personales de hombres y mujeres” (Bosch, 1999:
141).
Las construcciones de género anteriormente comentadas, se constituyen en el marco de
estructuras de poder determinadas, y específicamente, en el sistema patriarcal El
concepto patriarcado que se desarrolló a partir de los años setenta y se ha utilizado hasta
la actualidad para la comprensión de las desigualdades de género, es entendido por Sau
como la toma de poder histórica de los hombres por sobre las mujeres, la cual se ha
basado en el orden biológico es elevado a categoría política y económica, (Sau,1990).
Así, en el sistema patriarcal subyacen una serie de valores que se reflejan en el código
patriarcal, donde se definen diversos rasgos implicados en la dicotomía de inferioridad y
superioridad entre los sexos (Alberdi y Matas, 2002).
En este sistema patriarcal, la masculinidad se constituye por sobre la feminidad, y en
este sentido, como indica Osborne, “los componentes centrales a la masculinidad se
hallan no sólo en la negación, sino también en la devaluación de todo lo femenino”
(Osborne, 2009, 43). Así mismo, dentro del sistema patriarcal, se establece la violencia
hacia las mujeres como suerte de estrategia para asegurar el mantenimiento del modelo.
En este sentido Osborne indica que dentro de la violencia de género se deben considerar
todas aquellas acciones, tanto de coacción directa como indirecta, que se enmarcan el la
estructura patriarcal. Por tanto, la autora resalta que la violencia directa, no logra ser
suficiente para el mantenimiento de la dominación patriarcal en las sociedades
democráticas (Osborne, 2009).
Es en este marco que el concepto de violencia simbólica (Bourdieu, 2000) se entiende
como central para la valoración de los mecanismos del mantenimiento del sistema de
dominación. Para Bourdieu, los esquemas construidos en las sociedades patriarcales
funcionan como matrices de percepción para la comprensión del mundo vivido. De este
modo, la visión androcéntrica de la reproducción biológica como social es investida por
una supuesta objetividad de la naturaleza humana. Así, se comprende la realidad desde
unos esquemas mentales que son producto de la asimilación de relaciones de poder; por
tanto la violencia simbólica implica que los dominados utilicen las categorías de los
dominadores y así estas categorías se materializan como parte del “orden natural”.
Dicha fenómeno tiene como resultado una autodenigración de los dominados, la que
cobra fuerza cuando no se dispone de otro instrumento de conocimiento para conocer y
conocerse en el mundo; lo que como círculo vicioso, vuelve a naturalizar las relaciones
de desigualdad socialmente impuestas. En este sentido, el efecto de la dominación
simbólica “no se produce en la lógica pura de las conciencias conocedoras, sino a través
de los esquemas de percepción, apreciación y de acción que constituyen los hábitos y
que sustentan, antes que las decisiones de la conciencia y de los controles de la
voluntad, una relación de conocimiento profundamente oscura para ella misma”
(Bourdieu, 2000:54,55).En esta línea, desde la perspectiva feminista se afirma que la
violencia de género responde a una relación estructural, cuyo objetivo es la
perpetuación de la dominación sexista; dicho carácter estructural es la que le provee de
mayores herramientas para la normalización, naturalización y por tanto tolerancia de la
misma (Osborne, 2009).
Presentados los elementos analíticos que guían esta discusión, se pretende develar la
violencia simbólica en el Mito de Prometeo y en el nacimiento de Pandora en las
narraciones del poeta Griego Hesiodo. Tal como explica Molas Font, una de las
primeras referencias de violencia simbólica está presente en las narraciones de este
autor, quien se destaca por su misoginia al desvalorizar a las mujeres desde el momento
de su creación (Molas Font, 2006), situación que ciertamente se corresponde con la
matriz de poder del sistema patriarcal, en cuanto ésta debe justificar la infravaloración
de las mujeres ya que “el patriarcado es un sistema basado en el prejuicio sexista de la
inferioridad natural del sexo femenino que da lugar a relaciones sociales asimétricas y
jerárquicas entre hombres y mujeres” (Molas Font, 2006: 40). Así, el análisis de mitos y
literatura antigua implicará transformar el sentido del orden patriarcal desde la teoría y
crítica feminista, potenciando una lectura no androcéntrica de la realidad social. Para
dicha empresa, se debe tener presente que los sucesos, acciones y reacciones en que
están implicadas las mujeres como protagonistas de dichos mitos constituyen parte del
imaginario social patriarcal sobre las mujeres de la época (Molas Font, 2006).

IV Análisis de Prometeo, Pandora y la dimensión de violencia simbólica


El mito de Prometeo se relata tanto en la Teogonía como en el poema de Los Trabajos
y Los Días de Hesiodo. Este mito, tal como señala Martínez, “se relaciona con la
creación del hombre, y el surgimiento de la civilización (Martínez, 1996: 19), y se da
cuenta de la génesis de lo masculino y de lo femenino, distinción realizada desde una
visión androcéntrica y patriarcal de la misma. Graves destaca que en el mito de
Prometeo se relata una disputa que buscaba dilucidar qué partes de un toro sacrificado
correspondía entregar a los hombres y cuáles debían ser para los Dioses. Con el objetivo
de resolver esta cuestión, se invitó a actuar de arbitro a Prometeo quien deseaba
beneficiar a los humanos; fue así como en una porción ocultó la carne bajo los intestinos
del animal para que parecieran menos apetitosos, y en otra porción puso los huesos bajo
una llamativa capa de grasa(Graves: 1967). Así se relata el momento en que Prometeo
ofreció las dos porciones a Zeus, quien “quitó con ambas manos la blanca grasa, y su
corazón se irritó y la cólera llegole al alma, al descubrir los albos huesos del buey
colocados con arte engañador” (Hesiodo: 1993, 114). Hesiodo da cuenta de que por el
engaño cometido, Zeus decidió castigar a los humanos apoderándose de la fuerza del
fuego, por lo que Prometeo nuevamente quiso burlarle robando esta llama para los
hombres. Este hecho irritó aun más a Zeus, por lo que castigó al titán a ser atado al
centro de una columna y envió un águila para que le royera el hígado, el que se
regeneraba por la noche para que el castigo fuera eterno. Pero este no fue el único
castigo para Prometeo ya que Zeus le señala: “te crees el más sagaz de todos y te ríes,
satisfecho por haber robado el fuego y engañado mi ánimo. Pero eso será la mayor de
las desgracias para ti y para los hombres. En sustitución del fuego, mandaré a los
mortales un mal, al que todos, sin embargo, halagarán amorosamente como si no se
tratara de una desgracia” (Hesiodo, 1993: 45). Esta desgracia es Pandora, la primera
mujer de la humanidad “a la que Zeus había hecho tan tonta, malévola y haragana
como bella, la primera de una larga casta de mujeres como ella” (Graves, 1967:166).
De este modo, Hesiodo relata en la obra “Los trabajos y los días” que Zeus envió a
Hefesto a mezclar agua con tierra, para formar a una virgen que destacara por su
hermosura, y fue a Atenea a quien le encomendó enseñarle “las labores de mujer” y el
tejido del lienzo, a “Afrodita se le pidió que ungiera su frente de la gracia, y le
comunicara el doloroso deseo, además de la inquietud que destroza los miembros.
Asimismo mandó a Hermes, el mensajero, matador de Argos, que inspirara la impudicia
y la falsedad de la bella virgen” (Hesiodo, 1993: 46) a la que se le otorgó al nombre de
Pandora para “convertirla en la suerte desfavorable y que, como la mayor de las
desgracias, fuera el azote de los mortales” (Hesiodo, 1993: 46). Una vez creada esta
primera mujer, Zeus la envía a Prometeo, quien atento a las estrategias de éste, no la
aceptó como esposa, pero sí lo hizo su hermano Epimeteo, puesto que por su belleza
queda prendado de ella. Una vez que Pandora es aceptada por Epimeteo, ella abre la
caja que Zeus le había entregado, en la cual se encontraban todos los males del mundo,
los que hasta entonces el hombre desconocía. Y así relata Hesiodo, “la raza humana
vivía antes de eso en la tierra al amparo y abrigo de todo mal, de la dura fatiga y de las
dolorosas enfermedades que acarrean la muerte a los hombres. Pero la mujer Pandora, al
levantar con sus propias manos la ancha tapa del ánfora que las contenía, derramó y
esparció sobre los hombres los más nefastos pesares. Solo la Esperanza se quedó en el
interior de la infranqueable prisión, sin rebasar los bordes de la jarra, porque Pandora
había puesto nuevamente la tapa” (Hesiodo: 1993, 47). Con respecto a este suceso,
Madrid señala que en este punto radica la razón para que en la Teogonía de Hesiodo a
las mujeres se les clasifique de de kakón “mal”, como parte de su condición esencial
(Madrid, 1999)
En base a los sucesos que se presentan en la narración de Hesiodo, se aprecian al menos
dos dimensiones simbólicas que alimentan el imaginario femenino sexista que persiste
en la actualidad. En este sentido, se debe tener en cuenta que dichas imágenes de lo
femenino en particular, y de las mujeres en general; se entienden como refuerzos
ideológicos de la organización patriarcal, los cuales son elementos básicos para el
mantenimiento de este sistema, y que se constituyen como violencia simbólica, en
cuanto establecen desde los núcleos del saber/conocimiento las desigualdades entre
mujeres y varones.
El primero de estos elementos es el que se denominará como “devaluación femenina”:
Este punto se evidencia desde el nacimiento/creación de la mujer Pandora, ya que con
éste se establece no sólo una naturaleza diferenciada de los sexos-géneros, sino que
también se enuncia explícitamente la superioridad de lo masculino ante lo femenino.
Así, la “devaluación femenina” que se determina sólo por el hecho de ser mujer, permite
la instalación de lo que Alberdi y Matas (2002) designan como código patriarcal, pues
se expone la causa principal por la cual las mujeres forman parte de “otro orden” de lo
humano: su inferioridad. En este contexto, y en relación a Pandora, Madrid señala una
vez aparecida la mujer, la división se concreta en la especie humana y los ánthropoi
(“seres humanos”), van a quedar escindidos para siempre en Andrés (“varones”) y
gynaîkes (“mujeres”) (Madrid; 1999).
Esta “devaluación femenina” sistemática, se profundiza cuando se establece que la
naturaleza inferior de las mujeres se vincula a “los males de la humanidad” Así, se
entiende que el origen de las mujeres y las dificultades a las que ahora deben enfrentase
los hombres son un solo fenómeno; en este sentido Hesiodo señala en su Poema, “Zeus
altisonante produjo para los hombres una calamidad, las mujeres, autoras de angustiosas
acciones, proporcionándoles, en vez de un bien, este otro mal” (Hesiodo:1993 ,115). De
este modo, se evidencia que la figura de Pandora es utilizada por Hesiodo para explicar
la razón de la existencia de “el mal en el mundo” y a su vez para exponer la causa de la
inferioridad “natural” de las mujeres. Así, se instala la comprensión de las mujeres
como seres que proveen de problemas, muchas veces incomprensibles a la naturaleza
del varón. Se vislumbra, por tanto, como una concatenación ideológica de este tipo de
matriz de pensamiento, afirmaciones del tipo: “las mujeres son un mal necesario”,
asumiendo la naturaleza negativa y problemática de las mujeres como un hecho dado,
una supuesta paradoja imposible de eludir. Así mismo, Hesiodo plantea que las mujeres
son una gran calamidad que “viven con los mortales hombres y por nada admiten la
pobreza dañosa, y sí tan sólo la abundancia de bienes” (Hesiodo,1993: 115),
considerando que en la propia naturaleza femenina está el deseo insaciable de la
obtención de bienes materiales, y por tanto, uno de los objetivos en la vida de éstas
sería “manipular” a los hombres por medio de su belleza para conseguir dicho fin; así,
en el Poema de Trabajos y Días, el autor aconseja a los campesinos “no te dejes
arrebatar el sentido por ninguna mujer que haga ante ti gala de su desnudez; su palique
halagador no vale nada contra tu granja. Quien se fía de una mujer es como quien se fía
de los ladrones” (Hesiodo, 1993: 58). Este punto, se vincula con lo planteado por
Zaragoza, quien establece que uno de los fundamentos de la mitología es establecer las
bases patriarcales de la sociedad (Zaragoza, 2006), dentro de las cuales la inferioridad
femenina es uno de sus cimientos, ya que de otro modo no se podría establecer ni
justificar las prácticas que tratan a las mujeres discriminatoriamente, ni tampoco la
exclusión de éstas de lo que se entiende propiamente humano, el mundo de la cultura y
de lo racional: el mundo público de los iguales.
En este punto, se puede destacar la táctica de “supervivencia” propia del orden
masculino, el cual, tal como señala Bourdieu, “se reproduce por medio de diversas
estrategias de (re)creación continuada de las estructuras objetivas y subjetivas de la
dominación masculina, de ahí la relevancia de “reconstruir la historia, del trabajo
histórico de deshistorización” (Bourdieu, 2000: 105). En este sentido, se concibe la
existencia de las mujeres sólo en relación a lo masculino, entendida como una creación
cuyo único objetivo es castigar a la humanidad (hombres), como una “trampa, sin
salvación y malignamente eficaz” (Hesiodo: 1993, 46).
Como segundo punto, se puede apreciar que la constitución de lo femenino, se
conforma en como lo que se denominará como “ser para otros” Así mismo, la llamativa
belleza con que fue concebida Pandora no es casual, e implica la consideración del ser-
cuerpo femenino como una herramienta para atraer la atención y el deseo masculino.
Así, en sus orígenes Pandora está determinada por los designios de Zeus y,
posteriormente, por la respuesta que genere su atracción física en los hombres, ya sea
Prometeo o su hermano Epimeteo. Pandora no se pertenece así misma, no es autónoma
ni tiene un papel en la trama mitológica más allá de ser un regalo, un objeto de
intercambio y transacción. Se debe entender que Pandora, no es sólo un relato que da
cuenta de la vida de un personaje, más bien lo que busca el autor es la representación de
todas las mujeres en cuanto género, para así instalar y delimitar la naturaleza de lo
femenino, describir sus características y, en base a esto, legitimar el lugar devaluado que
le corresponde en la sociedad.
En este sentido, se debe tener en consideración que la tradición mítica se ha traducido
históricamente en una herramienta subjetiva de control y legitimación en la medida que
justifica las desigualdades validándose, por este medio, como naturales. De este modo,
logran pasar desapercibidas en tanto dispositivos de modelación y coerción social, ya
que son tomadas por la audiencia como “historias de la historia”. La complejidad radica
en ese mismo punto, ya que en la construcción de las identidades y roles de género
vigentes en la actualidad emergen tales planteamientos en torno a lo femenino y a lo
masculino
Por otro lado, se entiende relevante considerar que Pandora, modelada/creada por
Hermes, nace de un varón al igual que Atenea, quien proviene de la cabeza de Zeus2 En
este sentido algunas representantes de denominado “feminismo de la diferencia”
observarían aquí un claro matricidio necesario para la conformación y cimentación del
patriarcado y anular la genealogía femenina (Irigaray, 1992, Muraro, 1995, Sau, 1995
entre otras).En relación a Pandora y por ende a la “raza de las mujeres” Hesiodo es claro
y determinante al decir: “De ella procede el sexo femenino, en ella tuvo origen el linaje
funesto, el conjunto de todas las mujeres ¡Calamidad grandísima!” (Hesiodo, 1993:
115).
En este contexto, el mito de Prometeo y su difusión por medio de Hesiodo, ha calado
profundamente en el imaginario de la cultura occidental. El mito se constituye como una
legitimación del patriarcado que para mantenerse a lo largo del tiempo debe
procurar(se) discursos donde se valide la construcción de las identidades y roles de
género basados en estatus diferenciados. Vemos esta validación en escenas tales como
la misoginia, el sexismo y la violencia hacia las mujeres.
Es interesante analizar cómo las dimensiones simbólicas en relación a las mujeres que
están presentes en el mito de Hesiodo, aparecen constantemente en diversos mitos
fundacionales, los cuales también destacan por la desvalorización de lo femenino y por
establecer la constitución de éstas en un “ser para otros”. Por ejemplo en el caso de Eva,
creada por dios para acompañar a Adán, es culpabilizada por ser la causante de los
problemas humanos; es por las acciones de ésta, dada su soberbia y desobediencia, que
los hombres conocen el pudor y el dolor; puesto que ella toma el fruto prohibido es que
se experimenta el castigo divino, y así su presencia logra explicar los males del mundo,
siendo ésta la “instigadora al mal, la tentadora, la primera culpable” (Molina Petit, 2004:
48). Así mismo, en el mito de la Malinche, se reencarnan las mujeres míticas que en la
historia patriarcal han sido culpabilizadas del infortunio de los hombres, y por tanto, las
propias responsables de la situación de inferioridad social de las mujeres. En este mito
se da cuenta cómo por la traición de esta mujer a la raza indígena, los conquistadores
españoles pueden vencerles y lograr su dominio absoluto, la traición es posible por la
maldad y destructividad propia de la Malinche, es decir de todas las mujeres.
Nuevamente aquel personaje secundario sin palabra ni voz, es sacrificada

2
Atenea destaca por su inteligencia la que al parecer, como característica reservada para el sujeto/ varón,
anularía una de las particularidades femeninas más definitorias desde el patriarcado como lo es su
capacidad de reproducción, pues ella es infértil.
simbólicamente para contar con chivos expiatorios del propio dominio patriarcal, donde
la explicación de esta acción está en la naturaleza de destrucción de la propia mujer, y
así, “Malinche será la imagen de la abyección de la mujer y sellará para siempre la
desgracia del macho” (Palma, 1992: 145).
Estos elementos míticos se proyectan en diversos recambios discursivos en torno a los
roles y status de género fijados desde el patriarcado, por ejemplo en el caso “Emilio o
de la educación” donde Rousseau, considerado como uno de los “padres” del
pensamiento ilustrado, desarrolla los modelos en que varones y mujeres debían educarse
(Molina Petit, 1994), manifiesta, aunque desde otro paradigma, postulados muy
similares a los de Hesiodo en torno a lo masculino y femenino y a la correspondientes
“naturalezas” diferenciadas de unos y otras.
Se observa entonces que el mito de Pandora y la presencia de violencia simbólica hacia
las mujeres, no es un caso aislado entre los mitos que dan fuerza a las construcciones de
dominación masculina, por tanto no se puede explicar únicamente como resultado de la
misoginia de Hesiodo, ya que se revelan prácticas discursivas recurrentes para describir
a las mujeres en diversas sociedades, y de este modo dar forma a una matriz de
pensamiento que sustenta y que posibilita la dominación de un género por sobre otro,
que permite instruir colectivamente con respecto a roles y estereotipos de género
sexista, que son los cimientos que sostienen los imaginarios que dan vida a las prácticas
discriminatorias que persisten en relación a las mujeres desde la antigüedad hasta la
actualidad en las sociedades patriarcales.
V Conclusiones:
Tal como señala Montecino, los mitos reflejan los sentidos, representaciones y
valoraciones de las distintas sociedades, por tanto las construcciones de género, como
productos culturales, están siempre presentes en dichos imaginarios (Montecino, 1997),
y por tanto “los relatos míticos parecen ser espacios estratégicos para conocer el
universo de las representaciones en torno al género en los distintas comunidades
humanas” (Montecino, 1997: 67).
De este modo se ha podidos establecer dos elementos centrales que reproducen la
violencia simbólica hacia las mujeres: “devaluación de lo femenino” y “ser para otros”.
Estos elementos se constituyen como bases fundamentales de la dominación masculina,
en cuanto permiten y justifican las construcciones de género desiguales, el trato
diferenciado a varones y mujeres, y por tanto sustentan los códigos de violencias
permitidos e invisibilizados por la sociedad. Se afirma entonces, que la integración de
estos elementos en la identidad(es) femeninas es violencia simbólica en cuanto el
imaginario de feminidad, socializado culturalmente, es de por sí devaluado tanto por
los hombres como por las propias mujeres.
En la actualidad podemos observar como la violencia simbólica hacia las mujeres y la
ideología sexista se validan a través de distintos medios. Una de las formas de
reproducción acrítica de estas narraciones míticas, ya que “aprovechando el carácter
pedagógico del género trágico” (Zaragoza, 2006), circulan y se absorben dichos textos
sin mayor cuestionamientos de las relaciones de poder que legitiman, haciendo gala de
las funciones sociales y políticas antes mencionados. Así el sistema de dominación
patriarcal se reproduce y se naturaliza, la historia se repite a si misma una y otra vez.
La vigencia del mito y el reflejo de las imágenes de construcción de género han podido
resistir al paso del tiempo y a la lucha de las mujeres por cambiar esta situación. Así, en
diferentes épocas, dichas narraciones han sido restituidas una y otra vez
reproduciéndose. Es decir, estas narraciones son una extensión de sí mismas y de este
modo se instituyen en el inconciente colectivo como modelo a través del tiempo,
situación que se aprecia en la diversidad de mitos que mantienen esta violencia
simbólica hacia las mujeres (Eva y Malinche entre otras).
De este modo, el análisis presentado permite confrontar y analizar estos grandes mitos
fundacionales desde una mirada crítica en torno a los mecanismos de poder proyectados
a través de los relatos que son estudiados sin ser sometidos a revisión, los cuales
influyen directa y silenciosamente en las identidades y relaciones de género actuales. En
este sentido, es importante volver a lo que planteó Bourdieu, en cuanto la violencia
simbólica no podrá ser cuestionada si es que no se generan nuevas de
pensamiento/conocimiento que permitan entrever la realidad más allá de las matrices de
percepción patriarcal. Si tanto mujeres como varones, siguen encontrando(se) como
sujetos sociales en textos y narraciones que instalan y explican naturalezas diferenciadas
entre lo masculino y lo femenino, que además están posicionadas desde la cultura
patriarcal, es difícil que se cuestionen otros tipos de violencias cotidianas que viven las
mujeres en el contexto patriarcal, ya que se entiende como parte de las naturalezas, de lo
que corresponde como “parte del orden de las cosas”.
En este sentido, es interesante considerar lo que plantea Eliade, en cuanto el/la sujeto de
la modernidad, le guste o no “conserva huellas del comportamiento religioso, pero
expurgados de sus significados religioso” (Eliade, 149), por tanto se entiende que la
lectura del mito de Prometeo y Pandora desde el enfoque feminista, expurga de las
funciones políticas primarias de estos mitos en el contexto de la cultura griega y de su
trasmisión a la cultura occidental, cuestionando la misoginia y la violencia simbólica
que hacia las mujeres representa, develando las relaciones de poder que se justifican y
legitiman, con el objetivo de promover una actitud reflexiva en torno a dichos
mecanismos en la construcción de presente y futuro.

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