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Ritual de la Confirmación

Sagrada Congregación para el Culto Divino

Decreto

Los Apóstoles y sus sucesores, los Obispos, transmitieron a los hombres bautizados el don
peculiar
del Espíritu Santo prometido por Cristo el Señor y derramado sobre los Apóstoles el día de
Pentecostés,
mediante el sacramento de la Confirmación. Por este sacramento se completa la iniciación de
la vida
cristiana de tal manera que los fieles, fortalecidos por el poder de lo alto, se convierten en
testigos sinceros
de Cristo, tanto por sus palabras como por sus ejemplos, y se unen a la Iglesia con un vínculo
más
estrecho.
Para que apareciera con mayor claridad "la íntima conexión de este sacramento con toda la
iniciación
cristiana", el Concilio Vaticano II decretó que el rito de la Confirmación fuera revisado.1 Ahora,
una vez
concluido este trabajo y aprobado por el Sumo Pontífice el Papa Pablo VI mediante la
Constitución
Apostólica "Divinae consortium naturae", firmada el 15 de agosto de 1971, la Sagrada
Congregación para
el Culto Divino mandó publicar el nuevo Ritual de la Confirmación que sustituirá al Ritual del
Pontifical y
Ritual Romano usado hasta ahora, y declara que esta edición que ahora se presenta es la
edición típica.
Sin que obste ninguna disposición en contrario.
Dado en la Sede de la Sagrada Congregación para el Culto Divino, el día 22 de agosto del año 1971.

Arturo Card. Tabera


Prefecto
A. Bugnini
Secretario
Argentinae

Instante Excellentissimo Domino Adulpho Tortolo, Archiepiscopo Paranensi, Praeside Coetus


Episcoporum Argentinae, litteris die 24 Octobris 1972 datis, vigore facultatum huic Sacrae
Congregationi
a Summo Pontifice Paulo VI tributarum, interpretationem hispanicam Ordinis Confirmationis,
prout in
adiecto prostat exemplari, perlibenter probamus seu confirmamus.
In textu autem imprimendo mentio fiat de confirmatione ab Apostolica Sede concessa.
Eiusdem
insuper textus impressi duo exemplaria ad hanc Sacram Congregationem transmittantur.
Contrariis quibuslibet minime obstantibus.

Ex aedibus Sacrae Congregationis pro Cultu Divino, die 27 Iunii 1973.

Arturus Card. Tabera


Praefectus
A. Bugnini
Archiep. tit. Diocletianen. a Secretis
Constitución Apostólica
Sobre El Sacramento De La Confirmación
Pablo Obispo
Siervo De Los Siervos De Dios
Para Perpetua Memoria

La participación de la naturaleza divina otorgada a los hombres mediante la gracia de Cristo,


comporta
cierta analogía con el origen, desarrollo y sustento de la vida natural. Nacidos a una vida
nueva por el
Bautismo los fieles han sido fortificados por el sacramento de la Confirmación y son
alimentados en la
Eucaristía con el pan de la vida eterna. Así por estos sacramentos de la iniciación cristiana
reciben cada
vez más las riquezas de la vida divina y avanzan hacia la perfección de la caridad. Con toda
razón se han
escrito estas palabras: "La carne es lavada para que el alma sea purificada; se unge la carne
para que el
alma sea consagrada; se hace una señal en la carne para que el alma sea robustecida; con la
imposición de
manos se protege la carne para que el alma sea iluminada por el Espíritu; la carne es
alimentada con el
cuerpo y la sangre de Cristo para que también el alma pueda nutrirse de Dios".1
El Concilio Ecuménico Vaticano II consciente de su finalidad pastoral, estudió cuidadosamente
los
sacramentos de la iniciación y prescribió revisar sus ritos a fin de que se adapten mejor a la
mentalidad de
los fieles. Así, habiendo entrado ya en vigor el Ritual del Bautismo de los Niños con la nueva
forma
preparada según el deseo de la asamblea conciliar y promulgado por nuestra autoridad, se ha
creído
conveniente publicar ahora el rito de la Confirmación con el fin de hacer resaltar debidamente
la unidad de
la iniciación cristiana.
En estos últimos años la revisión del modo de celebración de este Sacramento ha sido objeto
de
prolongados y arduos estudios; la intención era aclarar la íntima conexión de este Sacramento
con toda la
iniciación cristiana.2 Ahora bien, el vínculo que une la Confirmación con los demás
sacramentos de dicha
iniciación no se pone suficientemente de manifiesto por la mera coordinación de los diferentes
ritos, sino
también por los gestos y las palabras que acompañan la administración de la Confirmación.
En efecto, es
necesario que los textos y los ritos de este Sacramento se ordenen de manera que expresen
con mayor
claridad las cosas santas que significan y que el pueblo cristiano, en lo posible, pueda
comprenderlas
fácilmente y participar en ellas mediante una celebración plena, activa y comunitaria.3
Con este fin hemos querido incluir en esta revisión aquellos elementos que pertenecen a la
esencia
misma del rito de la Confirmación, por la cual los cristianos reciben la comunicación del
Espíritu Santo.
El Nuevo Testamento muestra claramente cómo el Espíritu Santo asistía a Cristo en el
cumplimiento
de su función mesiánica. Jesús, después de haber recibido el bautismo de Juan, vio al Espíritu
descender
sobre él (cf. Mc. 1, 10) y permanecer sobre él (cf. Jn. 1, 32). Fortificado por la presencia y la
ayuda del
mismo Espíritu fue impulsado por él a iniciar públicamente su ministerio mesiánico. Al anunciar
la
salvación al pueblo de Nazaret comenzó afirmando que la profecía de Isaías "el Espíritu del
Señor está
sobre mí" se refería a sí mismo (cf. Lc. 4, 17-21).
Después prometió a sus discípulos que el Espíritu Santo los ayudaría también a ellos para
hacerlos
capaces de atestiguar valientemente su fe, aun ante los perseguidores (cf. Lc. 12, 12). La
víspera de su
pasión aseguró a sus Apóstoles que les enviaría el Espíritu de verdad (cf. Jn. 15, 26), el cual
permanecería
con ellos para siempre (Jn. 14, 16) y los ayudaría a dar testimonio de él (cf. Jn. 15, 26).
Finalmente,
después de su resurrección Cristo prometió la venida inminente del Espíritu Santo: "Recibiréis
la fuerza del
Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros y seréis mis testigos" (Hech. 1, 8; cf. Lc. 24,
49).
El día de Pentecostés, en efecto, el Espíritu Santo descendió de modo admirable sobre los
Apóstoles
reunidos con María, la Madre de Jesús, y con los demás discípulos; fueron llenos del Espíritu
Santo
(Hech. 2, 4) e impulsados por el soplo divino comenzaron a proclamar las maravillas de Dios.
Pedro
declaró entonces que el Espíritu que había descendido sobre los Apóstoles era el don propio
de la era
mesiánica (cf. Hech. 2, 17-18). Entonces fueron bautizados los que creyeron en la predicación
apostólica
y recibieron también ellos el don del Espíritu Santo (Hech. 2, 38). Desde aquel tiempo los
Apóstoles, en
cumplimiento de la voluntad de Cristo, comunicaron a los neófitos, por la imposición de las
manos, el don
del Espíritu Santo destinado a completar la gracia del Bautismo (cf. Hech. 8, 15-17; 19, 5s.).
Esto explica
por qué en la carta a los Hebreos se recuerda, entre los elementos de la primera formación
cristiana, la
doctrina del Bautismo y de la imposición de las manos (cf. Hebr. 6, 2). Esta imposición de las
manos es
reconocida con razón por la tradición católica como el origen del sacramento de la
Confirmación, que en
cierto modo perpetúa en la Iglesia la gracia de Pentecostés.
Se ve entonces la importancia peculiar de la Confirmación respecto de la iniciación
sacramental por la
cual los fieles, como miembros de Cristo viviente, son incorporados y configurados por el
Bautismo, la
Confirmación y la Eucaristía.4 En el Bautismo los neófitos reciben el perdón de los pecados, la
adopción
de hijos de Dios y el "carácter" de Cristo por el cual quedan agregados a la Iglesia y
comienzan a participar
del sacerdocio de su Salvador (cf. 1 Ped. 2, 5 y 9). Por el sacramento de la Confirmación los
que han
nacido a una vida nueva por el Bautismo, reciben el Don inefable, el mismo Espíritu Santo, por
el cual son
enriquecidos con una fuerza especial5 y, marcados con el carácter de este Sacramento,
quedan
vinculados más perfectamente a la Iglesia6 y están más estrictamente obligados a difundir y
defender la fe
con la palabra y las obras, como auténticos testigos de Cristo.7 La Confirmación, por fin, está
tan
vinculada con la Eucaristía8 que los fieles, ya sellados por el Bautismo y la Confirmación se
insertan
plenamente en el cuerpo de Cristo mediante la participación de la Eucaristía.9
Ya desde los primeros tiempos el don del Espíritu Santo era conferido con diversidad de ritos.
Tanto
en Oriente como en Occidente estos ritos sufrieron diversos cambios pero conservando
siempre el mismo
significado: la comunicación del Espíritu Santo. En muchos ritos de Oriente parece que ya
desde la
antigüedad prevaleció en la comunicación del Espíritu Santo el rito de la crismación, sin que
aún se lo
distinguiera claramente del Bautismo.10 Este rito hoy continúa en vigencia en la mayoría de
las Iglesias
orientales.
En Occidente se encuentran testimonios muy antiguos sobre la parte de la iniciación cristiana
en la que
más tarde se ha reconocido claramente el sacramento de la Confirmación. En efecto, después
de la
ablución bautismal y antes de la cena eucarística se indican otros gestos rituales: la unción, la
imposición
de la mano y la "consignatio". 11 Se los encuentra mencionados tanto en los documentos
litúrgicos12
como en muchos testimonios de los Padres. Desde entonces y a lo largo de los siglos,
surgieron
discusiones y dudas acerca de los elementos que pertenecen a la esencia del rito de la
Confirmación. Es
oportuno recordar por lo menos algunos de los testimonios que, desde el siglo XIII,
contribuyeron en los
concilios ecuménicos y en los documentos de los Sumos Pontífices a ilustrar la importancia de
la
crismación sin olvidar por eso la imposición de las manos.
Inocencio III, nuestro Predecesor, escribió: "Por la crismación en la frente se designa la
imposición
de la mano, llamada también confirmación, porque por ella se da el Espíritu Santo para el
crecimiento y la
fuerza".13 Otro Predecesor nuestro, Inocencio IV, recuerda que los apóstoles comunicaban el
Espíritu
Santo mediante la imposición de la mano que representa la Confirmación o la crismación en la
frente.14
En la profesión de fe del emperador Miguel Paleólogo, leída en el II Concilio de Lyon, se hace
mención del
sacramento de la Confirmación que los Obispos confieren mediante la imposición de las
manos, ungiendo
con el crisma a los bautizados.15 El decreto "Pro Armenis" del Concilio de Florencia, afirma
que la
materia del sacramento de la Confirmación es el crisma confeccionado con aceite ... y
bálsamo16 y,
citando las palabras de los Hechos de los Apóstoles que se refieren a Pedro y Juan, los cuales
confirieron
el Espíritu Santo con la imposición de las manos (cf. Hech. 8, 17) añade: "En lugar de esta
imposición de
la mano, en la Iglesia se da la Confirmación".17 El Concilio de Trento, aunque en modo alguno
intenta
definir el rito esencial de la Confirmación, sin embargo, lo designa únicamente con el nombre
de sagrado
crisma de la Confirmación.18 Benedicto XIV declaró: "Esto está fuera de discusión: en la
Iglesia latina el
sacramento de la Confirmación se confiere usando el sagrado crisma, o sea aceite de oliva
mezclado con
bálsamo y bendecido por el Obispo, y haciendo el ministro la señal de la cruz en la frente del
confirmando
mientras el mismo ministro pronuncia las palabras de la forma".19
Muchos teólogos teniendo en cuenta estas declaraciones y tradiciones, sostuvieron que para
la
administración válida de la Confirmación se requería únicamente la unción del crisma hecha
en la frente
por la imposición de la mano; sin embargo, en los ritos de la Iglesia latina se prescribía
siempre la
imposición de las manos antes de la unción de los confirmandos.
En lo que se refiere a las palabras del rito con que se comunica el Espíritu Santo, hay que
advertir que
ya en la Iglesia naciente Pedro y Juan al terminar la iniciación de los bautizados en Samaría,
oraron por
ellos para que recibieran el Espíritu Santo y después impusieron las manos sobre ellos (cf.
Hech., 8,
15-17). En Oriente durante los siglos IV y V aparecen en el rito de la crismación los primeros
indicios de
las palabras Signaculum doni Spiritus Sancti.20 Muy pronto estas palabras fueron recibidas
por la Iglesia
de Constantinopla y son empleadas todavía por las Iglesias del rito Bizantino.
En Occidente por el contrario, las palabras del rito que completa el Bautismo no fueron
determinadas
claramente hasta los siglos XII y XIII. En el Pontifical Romano del siglo XII aparece por primera
vez la
fórmula que después se hizo común: "Yo te marco con el signo de la cruz y te confirmo con el
crisma de
la salvación. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".21
Por todo lo que hemos recordado aparece manifiestamente que en la administración de la
Confirmación en Oriente y en Occidente, aunque de diverso modo, el primer puesto lo ocupó
la
crismación, que en cierta manera representa la imposición de las manos hecha por los
apóstoles. Como
esta unción con el santo crisma significa convenientemente la unción espiritual del Espíritu
Santo que se
da a los fieles, Nos queremos confirmar la existencia y la importancia de la misma.
En lo que se refiere a las palabras que se pronuncian en el acto de la crismación, hemos
estimado en
su justo valor la dignidad de la venerable fórmula usada en la Iglesia latina; sin embargo
creemos que a
ésta se debe preferir la antiquísima fórmula propia del rito Bizantino, con la que se expresa el
Don del
Espíritu Santo y se recuerda la efusión del Espíritu el día de Pentecostés (cf. Hech. 2, 1-4 y
38). Por lo
tanto hemos adoptado esta fórmula traducida casi literalmente.
Por tanto, a fin de que la revisión del rito de la Confirmación corresponda oportunamente a la
esencia
misma del rito sacramental, con nuestra Suprema Autoridad Apostólica decretamos y
establecemos que en
adelante se observará en la Iglesia latina lo siguiente: el sacramento de la confirmación se
confiere
mediante la unción del crisma en la frente, que se hace con la imposición de la mano, y
mediante las
palabras "accipe signaculum doni spiritus sancti".
Sin embargo, la imposición de las manos sobre los elegidos que se realiza, con la oración
prescrita,
antes de la crismación, si bien no pertenece a la esencia del rito sacramental, debe ser tenida
en gran
consideración en cuanto que sirve para comunicar al rito toda su perfección y para favorecer
una mejor
comprensión del Sacramento. Es evidente que esta primera imposición de las manos que
precede, se
diferencia de la imposición de la mano con la cual se realiza la unción crismal en la frente.
Una vez establecidos y declarados todos estos elementos referentes al rito esencial del
sacramento de
la Confirmación, aprobamos también, con Nuestra Autoridad Apostólica el Ritual de este
Sacramento
revisado por la Sagrada Congregación para el Culto Divino, después de consultar a las
Sagradas
Congregaciones para la doctrina de la Fe, para la Disciplina de los Sacramentos y para la
Evangelización
de los pueblos en todo lo que atañe a su competencia. La edición latina del Ritual que
contiene la nueva
forma, entrará en vigor apenas sea publicada; mientras que las ediciones en lengua vulgar,
preparadas por
las Conferencias Episcopales y confirmadas por la Santa Sede, entrarán en vigor a partir del
día que será
establecido por cada Conferencia; el antiguo Ritual podrá usarse hasta finalizar el año 1972.
Sin embargo,
a partir del 1 de enero de 1973 deberá usarse solamente el nuevo Ritual.
Todo lo que hemos establecido y prescrito queremos que tenga ahora y en el futuro, plena
eficacia en
la Iglesia latina, no obstante las Constituciones y Ordenanzas Apostólicas de Nuestros
Predecesores y
cualquier otra prescripción, incluso las dignas de especial mención.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 15 de agosto, festividad de la Asunción de la Santísima
Virgen María, del año 1971, noveno de nuestro Pontificado.

Paulus PP. VI

Notas Preliminares
I. Dignidad de la Confirmación
1.
Los bautizados prosiguen el camino de la iniciación cristiana mediante el sacramento de la
Confirmación por el cual reciben el Espíritu Santo, que el Señor derramó sobre los Apóstoles
el día de
Pentecostés.
2.
Por este don del Espíritu Santo los fieles se configuran más perfectamente con Cristo y son
fortalecidos a fin de dar testimonio de Cristo para la edificación de su Cuerpo en la fe y en la
caridad.
Imprime en ellos un carácter o sello del Señor, de manera que el sacramento de la
Confirmación no puede
ser reiterado.

II. Funciones y Ministerios en la Celebración de la Confirmación


3.

Corresponde en gran manera al Pueblo de Dios la preparación de los bautizados para recibir
el
sacramento de la Confirmación. A los pastores les compete procurar que todos los bautizados
adquieran la
plena iniciación cristiana y por tanto los prepararán con todo cuidado para la Confirmación.
Los catecúmenos adultos que han de recibir la Confirmación inmediatamente después del
Bautismo,
gozan de los auxilios de la comunidad cristiana y se benefician especialmente con la
formación que se les
da durante el tiempo del catecumenado. A ello contribuirán los catequistas, los padrinos y los
miembros de
la Iglesia local mediante la catequesis y las celebraciones rituales comunes. La ordenación de
este
catecumenado se adaptará oportunamente a aquellos que habiendo recibido el Bautismo en la
niñez, se
acercan a la Confirmación en la edad adulta.
Corresponde a los padres cristianos preocuparse solícitamente por la iniciación de sus niños a
la vida
sacramental, tanto inculcando y acrecentando en ellos el espíritu de fe como también
preparándolos para
una recepción fructuosa de los sacramentos de la Confirmación y Eucaristía, en algún instituto
catequético. Esta función de los padres se expresa también mediante su participación activa
en la
celebración de los sacramentos.
4.
Se procurará dar a la acción sagrada un carácter festivo y solemne que manifieste su
importancia para
toda la Iglesia local. Esto se obtendrá especialmente si todos los candidatos se congregan
para una
celebración en común. Todo el Pueblo de Dios, representado por los familiares y amigos de
los
confirmandos y los miembros de la comunidad local, será invitado a participar de la
celebración; y
procurará manifestar su fe mediante los frutos que el Espíritu Santo hubiera producido en
ellos.
5.
De ordinario cada confirmando será asistido por un padrino que lo acompañará a recibir el
Sacramento, y lo presentará al ministro de la Confirmación para la santa unción, y en el futuro
lo ayudará
a cumplir las promesas hechas fielmente en el Bautismo, en conformidad con el Espíritu Santo
que ha
recibido.
Atendiendo a las circunstancias pastorales actuales conviene que el padrino del Bautismo, si
está
presente, sea también padrino de la Confirmación, quedando abrogado el canon 796, 1. De
esta manera se
significa con mayor claridad el nexo entre el Bautismo y la Confirmación, al mismo tiempo que
la función
y el oficio del padrino se torna más eficaz.

Sin embargo, de ninguna manera se excluye la facultad de elegir el propio padrino de


Confirmación.
También puede suceder que los mismos padres presenten a sus niños. Corresponderá al
Ordinario del
lugar, teniendo en cuenta las circunstancias de cada lugar, determinar qué disposiciones se
han de
observar en su diócesis.
6.
Los pastores de almas procurarán que el padrino elegido por el confirmando o por su familia,
sea
espiritualmente idóneo para el oficio que asume y que posea las siguientes cualidades:
a) que sea bastante maduro para cumplir con sus obligaciones de padrino;
b) que pertenezca a la Iglesia católica y que haya recibido los tres sacramentos de la
iniciación:
Bautismo, Confirmación y Eucaristía;
c) que no esté impedido por el derecho para desempeñar esta función.
7.
El ministro ordinario de la Confirmación es el Obispo. Habitualmente él mismo administrará el
Sacramento, para que de esta manera haya una referencia más manifiesta a la primera
efusión del Espíritu
Santo el día de Pentecostés. Pues los apóstoles después de haber sido llenados del Espíritu
Santo, lo
transmitieron a los fieles mediante la imposición de las manos. Esta recepción del Espíritu
Santo mediante
el ministerio del Obispo demuestra el vínculo más estrecho que une a los confirmandos con la
Iglesia, y
también el mandato recibido de Cristo de dar testimonio ante los hombres. Además de los
Obispos, gozan
de la facultad de confirmar, por el mismo derecho:
a) el Prelado territorial y el abad territorial, el Vicario apostólico y el prefecto apostólico, el
administrador apostólico y el administrador diocesano, dentro de los límites de su territorio y
en el tiempo
del desempeño de sus funciones;
b) respecto a la persona de que se trata, el presbítero que por el oficio que legítimamente se le
ha
concedido bautiza a un adulto o a un niño de edad escolar o que admite a la plena comunión
de la Iglesia a
un adulto ya válidamente bautizado;
c) para los que se encuentran en peligro de muerte, el párroco, e incluso cualquier presbítero.
8.
El Obispo diocesano debe administrar por sí mismo la confirmación, ocuidar de que la
administre otro
obispo; pero si la necesidad lo requiere, puede conceder facultad a uno o varios presbíteros
determinados,
para que administren este sacramento.
Por causas graves, como sucede algunas veces por razón del gran número de confirmandos,
el
Obispo, y asimismo el presbítero dotado de facultad de confirmar por el derecho o por
concesión de la
autoridad competente, pueden, en casos particulares asociarse otros presbíteros que
administren este
sacramento.
Se aconseja que los presbíteros que son invitados:
a) desempeñen en la diócesis una función u oficio particular, es decir que sean vicarios
generales,
vicarios o delegados episcopales o vicarios foráneos;
b) o bien sean párrocos de los lugares en los que se confiere la Confirmación, o párrocos de
los
lugares a los que pertenecen los confirmandos, o presbíteros que se ocuparon solícitamente
en la
preparación catequética de los confirmandos.

III. Celebración del Sacramento


9.
El sacramento de la Confirmación se confiere mediante la unción del crisma en la frente, que
se hace
con la imposición de la mano, y mediante las palabras:
Recibe por esta señal
El Don del Espíritu Santo.
La imposición de las manos que se hace sobre los confirmandos con la oración "Dios
todopoderoso",
si bien no es esencial para que la administración del Sacramento sea válida, sin embargo
tiene importancia
para la integridad del rito y para una inteligencia más plena del Sacramento.
Los presbíteros, que en algunos casos se asocian al ministro principal en la administración del
Sacramento, hacen junto con él la imposición de las manos sobre los candidatos, pero no
dicen nada.
Todo el rito presenta una doble significación. Mediante la imposición de las manos que el
Obispo y los
sacerdotes hacen sobre los confirmandos se expresa el gesto bíblico por el que se invoca el
don del
Espíritu Santo, de una manera sumamente apropiada a la inteligencia del pueblo cristiano.
Con la unción
del crisma y con las palabras que la acompañan, se significa claramente el efecto del don del
Espíritu
Santo: el bautizado, signado por la mano del Obispo con óleo perfumado recibe un carácter
indeleble, el
sello del Señor, juntamente con el don del Espíritu que lo configura más perfectamente con
Cristo y le
confiere la gracia de exhalar el "buen olor de Cristo" entre los hombres.
10.
El santo crisma es consagrado por el Obispo en la Misa que se celebra con este fin el Jueves
Santo.
11.
Cuando son bautizados catecúmenos adultos y niños en edad escolar, una vez recibido el
Bautismo,
sean admitidos de ordinario a la Confirmación y a la Eucaristía. Si esto no fuera posible
reciban la
Confirmación en otra celebración común (cf. n. 4). Los adultos que han sido bautizados en la
niñez
también recibirán en una celebración común la Confirmación y la Eucaristía, después de haber
sido
preparados convenientemente.
En cuanto a los niños, en la Iglesia latina por lo general se difiere la administración de la
Confirmación
hasta la edad de los siete años aproximadamente. Sin embargo, por razones pastorales,
especialmente para
inculcar con mayor intensidad en la vida de los fieles la plena obediencia a Cristo el Señor y el
firme
testimonio del mismo, las Conferencias episcopales pueden determinar la edad que parezca
más
conveniente, de manera que este Sacramento se confiera, en una edad más madura, después
de una
adecuada formación.
En este caso se tomarán las debidas precauciones para que en peligro de muerte o por
graves
dificultades de otra índole, los niños sean confirmados aun antes del uso de razón, a fin de
que no se vean
privados del bien de este Sacramento.
12.
Para recibir la Confirmación se requiere que el candidato esté bautizado. Además, si el fiel
tiene uso de
razón se requiere que esté en estado de gracia, que esté convenientemente instruido y que
pueda renovar
las promesas bautismales.
Corresponde a las Conferencias Episcopales determinar con precisión los recursos pastorales
para que
los candidatos, principalmente los niños, sean preparados en forma adecuada para la
Confirmación.
En cuanto a los adultos obsérvense las normas -oportunamente adaptadas- vigentes en cada
diócesis
para admitir a los catecúmenos al Bautismo y a la Eucaristía. Cuídese especialmente que
preceda una
conveniente catequesis y que las relaciones de los candidatos con la comunidad cristiana y
con cada uno
de los fieles sea eficaz y suficiente para proporcionarles la oportuna ayuda, a fin de que los
candidatos
adquieran una formación que los capacite para dar testimonio de vida cristiana y ejercer el
apostolado, y
torne más auténtico su deseo de participar en la Eucaristía (cf. Notas preliminares de la
Iniciación cristiana
de los adultos, n. 19).
La preparación de un adulto bautizado, para la Confirmación, algunas veces coincide con su
preparación para el Matrimonio. En estos casos, cuando se prevé que no se podrán cumplir
las
condiciones requeridas para una recepción fructuosa de la Confirmación, el Ordinario del lugar
considerará si no es más oportuno diferir la Confirmación hasta después de celebrado el
matrimonio. Si la
Confirmación se confiere a un fiel que tiene uso de razón y que está en peligro de muerte, se
le dará, en
cuanto sea posible, una preparación espiritual conveniente.
13.
De ordinario la Confirmación se administrará dentro de la Misa para que se manifieste con
más
claridad la conexión fundamental de este Sacramento con toda la iniciación cristiana, que
alcanza su
cumbre en la comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo. De este modo los confirmandos
participan de la
Eucaristía con la que se completa su iniciación cristiana.
Si los confirmandos son niños que aún no han recibido la santísima Eucaristía y no son
admitidos en
esta acción litúrgica a la Primera comunión, o si circunstancias particulares así lo aconsejan
confiérase
fuera de la Misa. Siempre que la Confirmación se confiera sin Misa ha de preceder una
celebración de la
Palabra de Dios.
Cuando la Confirmación se confiere dentro de la Misa, conviene que celebre la Misa el mismo
ministro de la Confirmación, aún más, que concelebre principalmente con los presbíteros que
tal vez se
asocien a él en la administración del Sacramento.
Si la Misa es celebrada por otro, conviene que el Obispo presida la liturgia de la Palabra, en la
cual
realizará todo lo que de ordinario compete al celebrante, y al fin de la Misa dará la bendición.
Es de suma importancia la celebración de la Palabra de Dios con la que comienza el rito de la
Confirmación. Porque de la audición de la Palabra de Dios proviene la multiforme acción del
Espíritu
Santo en la Iglesia y en cada uno de los bautizados o confirmandos, y se manifiesta aquella
voluntad del
Señor respecto de la vida de los cristianos. También se dará gran importancia a la recitación
de la oración
del Señor que los confirmandos rezarán junto con el puebo, ya sea en la Misa, antes de la
comunión, ya
sea fuera de la Misa, antes de la bendición, porque es el mismo Espíritu que ora en nosotros,
y el cristiano
en el Espíritu dice: "Abba, Padre".
14.
Deben inscribirse los nombresde los confirmandos en el libro de confirmaciones de la Curia
diocesana
dejando constancia del ministro, de los padres y padrinos, y del lugar y día de la
administración del
sacramento, o, donde lo mande la Conferencia Episcopal o el Obispo diocesano, en el libro
que se guarda
en el archivo parroquial; el párroco debe notificarlo al párroco del lugar del Bautismo, para que
se haga la
anotación en el libro de bautizados, según manda el derecho.
15.
Si no hubiera estado presente el párroco del lugar, el ministro, ya sea por sí mismo o por otro,

constancia de la administración de la Confirmación.

IV. Adaptaciones que pueden hacerse en el rito de la Confirmación


16.
Compete a las Conferencias Episcopales a tenor del artículo 63b de la Constitución sobre la
sagrada
Liturgia, preparar en los Rituales particulares una sección que responda a la sección de la
Confirmación
del Ritual Romano, acomodada a las necesidades de cada región, de modo que una vez
confirmada por la
Sede Apostólica, se emplee en las correspondientes regiones.1
17.
La Conferencia Episcopal considerará si de acuerdo con las circunstancias y lugares, y
también con la
índole y tradiciones de su pueblo, es oportuno:
a) adaptar convenientemente las fórmulas con las que se renuevan las promesas y
profesiones
bautismales, teniendo en cuenta el texto del Ritual del Bautismo, o adaptando esas fórmulas
para que
respondan mejor a la condición de los confirmandos;
b) introducir otra manera de dar la paz el ministro después de la unción, a cada uno en
particular
o a todos los confirmados al mismo tiempo.
18.
El ministro, en cada caso y teniendo en cuenta la condición de los confirmandos, podrá
introducir en
el rito algunas moniciones y adaptar oportunamente las ya existentes, por ejemplo a modo de
conversación, especialmente con los niños, exponiendo, etc. Cuando la Confirmación es
conferida por un
ministro extraordinario, o por concesión del derecho general, o especial indulto de la Sede
Apostólica,
conviene que él mismo recuerde en la homilía que el Obispo es el ministro ordinario del
Sacramento y que
exponga el motivo por el cual se ha concedido a los presbíteros la facultad de confirmar por
derecho o
por indulto de la Sede Apostólica.

V. Cosas necesarias para la celebración de la Confirmación


19.
Para administrar la Confirmación se han de preparar:
a) las vestiduras sagradas requeridas para la celeración de la Misa, para el Obispo y, si los
hubiera, para los presbíteros que lo ayudarán, cuando la Confirmación se confiere dentro de la
Misa en la
que ellos concelebran; si la Misa es celebrada por otro, conviene que el ministro de la
Confirmación y los
presbíteros que se asociarán a él en la administración del Sacramento participen en la Misa
revestidos con
los ornamentos sagrados prescritos para la administración de la Confirmación, es decir, alba,
estola y,
para el ministro de la Confirmación, la capa pluvial; estos ornamentos deben usarse también
cuando la
Confirmación se confiere fuera de la Misa;
b) sede para el Obispo y para los presbíteros que lo ayudarán;
c) vaso (o vasos) con el santo Crisma;
d) Pontifical Romano o Ritual;
e) todo lo necesario para la celebración de la Misa y, si la comunión se distribuye bajo las dos
especies, todo lo necesario para dicha distribución, siempre que la Confirmación se confiera
dentro de la
Misa;
f) lo necesario para limpiarse las manos después de la unción de los confirmandos.

I. Rito para administrar la Confirmación dentro de la Misa


20.
La liturgia de la Palabra se realiza según las rúbricas. Las lecturas pueden tomarse ya en
parte ya en su
totalidad de la Misa del día o de los textos propuestos en el Orden de las lecturas de la Misa
(nn. 763-767)
o los indicados en este Ritual (nn. 44-48, pp. 43-47).
21.
Después del Evangelio, el Obispo (y los presbíteros que lo ayudaren, cf. n. 8, p. 19) se sientan
en los
lugares preparados para ellos. Los confirmandos son presentados por el párroco o por otro
presbítero o
por un diácono o también por un catequista, según la costumbre de cada región, de este
modo: cada
confirmando, si fuera posible, es llamado por su nombre, y cada uno se acerca al presbiterio;
si se trata de
niños, éstos son llevados por uno de los padrinos o por uno de sus padres, y se colocan
delante del
Obispo.
Si los confirmandos fueran numerosos, no son llamados nominalmente, sino que se colocan
en un
lugar adecuado delante del celebrante.
La presentación se hace de la siguiente manera:
Párroco:
Queridísimo Padre:
Estos cristianos de la Parroquia N.N.
piden, por boca del Párroco,
el santo Sacramento de la Confirmación.
Obispo:
¿Tienes seguridad
de que están suficientemente preparados
y son dignos de recibir este santo Sacramento?
Párroco:
Ciertamente,
todos ellos están bautizados,
han sido instruidos en la fe
y se han venido preparando con sincero empeño.
Creo que son dignos de recibir
el sacramento del Espíritu Santo
que confirmará su Bautismo.
Obispo:
En el nombre del Señor los aceptamos
para la recepción de este sacramento admirable,
que los confirmará en la vida del Espíritu Santo
que han recibido en el Bautismo.

Homilía o Alocución
22.
Luego, el Obispo pronuncia una breve homilía en la cual explica las lecturas y conduce como
de la
mano a los confirmandos y a sus padrinos y padres, y a toda la asamblea a una inteligencia
más profunda
del misterio de la Confirmación.
Lo hará con estas u otras palabras semejantes:
Los Apóstoles que el día de Pentecostés recibieron el Espíritu Santo, como lo había prometido
el Señor,
tenían el poder de completar la obra del Bautismo comunicando el Espíritu Santo, como
leemos en los
Hechos de los Apóstoles. Cuando san Pablo impuso las manos sobre algunos bautizados,
descendió el
Espíritu Santo sobre ellos y hablaban en lenguas y profetizaban.
Los Obispos, sucesores de los Apóstoles, gozan de ese mismo poder, y sea por sí mismos o
por los
presbíteros legítimamente constituidos para desempeñar este ministerio, confieren el Espíritu
Santo a
aquellos que ya han renacido por el Bautismo.
Si bien la venida del Espíritu Santo ya no se manifiesta hoy por el don de lenguas, sin
embargo
sabemos por la fe, que recibimos en nosotros a aquel por quien la caridad de Dios se difunde
en nuestros
corazones y somos congregados en la unidad de la fe y en la multiplicidad de vocaciones: el
mismo
Espíritu que realiza invisiblemente la santificación y la unidad de la Iglesia.
El don del Espíritu Santo que van a recibir, queridos hijos, será un sello espiritual que los
identificará
más plenamente con Cristo y los unirá más estrechamente a su Iglesia. Cristo, ungido por el
Espíritu
Santo en el bautismo que recibió de Juan, fue enviado para realizar su obra y poder encender
en la tierra el
fuego del mismo Espíritu. Ustedes, que ya han sido bautizados, recibirán ahora la fuerza de su
Espíritu y
serán marcados en la frente con su cruz. Por tanto, deberán dar ante el mundo el testimonio
de su Pasión
y Resurrección, de tal manera que su vida, como dice el Apóstol, sea en todo lugar "la
fragancia de
Cristo". Su cuerpo místico, que es la Iglesia, el pueblo de Dios, recibe de él las gracias que el
mismo
Espíritu Santo distribuye a cada uno para la edificación del cuerpo en la unidad y en la
caridad.
Sean pues miembros vivos de esta Iglesia, y conducidos por el Espíritu Santo procuren servir
a todos,
como Cristo que no vino a ser servido sino a servir.
Y ahora, antes de recibir el Espíritu, recuerden la fe que profesaron en el Bautismo o que sus
padres y
padrinos profesaron junto con la Iglesia.

Renovación de las Promesas Bautismales


Primera fórmula
23.
El Obispo interroga a los confirmandos, que permanecen de pie, diciendo:
¿Renuncian al Demonio
y a todas sus obras
y a todos sus engaños?
Los confirmandos responden todos juntos:
Sí, renuncio.
Obispo:
¿Creen en Dios Padre todopoderoso,
creador del cielo y de la tierra?
Confirmandos:
Sí, creo.
Obispo:
¿Creen en Jesucristo,
su único Hijo, nuestro Señor,
que nació de la Virgen María,
padeció y fue sepultado,
resucitó de entre los muertos
y está sentado a la derecha del Padre?
Confirmandos:
Sí, creo.
Obispo:
¿Creen en el Espíritu Santo vivificador,
que hoy, por el sacramento de la Confirmación,
se les comunica de un modo particular,
como a los Apóstoles el día de Pentecostés?
Confirmandos:
Sí, creo.
Obispo:
¿Creen en la santa Iglesia católica,
la comunión de los santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de los muertos
y la vida eterna?
Confirmandos:
Sí, creo.
El Obispo asiente a esta profesión, proclamando la fe de la Iglesia:
Esta es nuestra fe.
Esta es la fe de la Iglesia,
la que nos gloriamos de profesar
en Jesucristo nuestro Señor.
La asamblea asiente respondiendo:
Amén.
Según las circunstancias, se permite reemplazar esta fórmula por alguna de las siguientes.
También se
puede entonar un canto apropiado con el que la comunidad, unánimemente, exprese su fe.
Segunda fórmula
Obispo:
¿Renuncian
a todo lo que les impide amar a Dios
de todo corazón y sobre todas las cosas?
Confirmandos:
Sí, renunciamos.
Obispo:
¿Renuncian
a todo lo que les impide amar al prójimo
como a ustedes mismos?
Confirmandos:
Sí, renunciamos.
Obispo:
¿Renuncian
a todo lo que les impide comportase
como testigos de Jesús en el mundo?
Confirmandos:
Sí, renunciamos.
Obispo:
¿Creen en Dios,
Padre todopoderoso, Creador del universo,
que nos hizo a su imagen
y nos llama a completar su obra?
Confirmandos:
Sí, creemos.
Obispo:
¿Creen en Jesucristo,
el Hijo de Dios hecho hombre y nuestro hermano,
que murió y resucitó para salvarnos?
Confirmandos:
Sí, creemos.
Obispo:
¿Creen en el Espíritu Santo, que vive en nosotros;
en la Iglesia,
que es la Familia visible de Jesús;
en la resurrección de los muertos;
y en la Vida Eterna?
Confirmandos:
Sí creemos.
El Obispo asiente a esta profesión, diciendo:
Esta es nuestra fe.
Esta es la fe de la Iglesia,
la que nos gloriamos de profesar
en Jesucristo nuestro Señor.
La asamblea asiente respondiendo:
Amén.
Tercera fórmula
Obispo:
Queridos cristianos:
¿Saben lo que van a recibir?
Confirmandos:
Recibiremos el Espíritu Santo,
que Jesús nos prometió.
Obispo:
¿Y saben
lo que va a hacer en ustedes el Espíritu Santo?
Confirmandos:
El Espíritu Santo nos alegrará,
nos iluminará con la luz de la Fe,
nos encenderá con el fuego del Amor,
nos confirmará para dar testimonio de Jesús.
Obispo:
De esa manera,
por medio de la Confirmación,
el Espíritu Santo completará en ustedes
la obra del Bautismo.
Así llegarán a ser cristianos perfectos,
es decir, ungidos del Señor
y señalados con la marca imborrable
de los testigos de Jesús.
Respondan entonces ahora:
¿Están dispuestos
a vivir y a morir alegremente
en esta vocación cristiana?
Confirmandos:
Sí, estamos dispuestos.
Obispo:
¿Están dispuestos a creer,
con la luz del Espíritu Santo,
todo lo que Dios ha revelado
y nos enseña por medio de la Iglesia?
Confirmandos:
Sí, estamos dispuestos.
Obispo:
¿Están dispuestos,
con el fuego del Espíritu Santo,
a amar a Dios sobre todas las cosas
y al prójimo como a ustedes mismos?
Confirmandos:
Sí, estamos dispuestos.
Obispo:
¿Están dispuestos,
con la fuerza del Espíritu Santo,
a dar testimonio de Jesús en todas partes,
aunque tengan que sufrir por eso
desprecio y persecución?
Confirmandos:
Sí, estamos dispuestos.
Párroco o catequista:
¿Renuncian a todo lo que les impide
amar a Dios sobre todas las cosas
y al prójimo como a ustedes mismos?
Confirmandos:
Sí, renunciamos.

Párroco o catequista:
¿Renuncian a todo lo que les impide
vivir como buenos hijos de Dios
en la Familia cristiana?
Confirmandos:
Sí, renunciamos.
Párroco o catequista:
¿Renuncian a todo lo que les impide
comportase como verdaderos testigos de Jesús
en medio del mundo?
Confirmandos:
Sí, renunciamos.
Párroco o catequista:
¿Creen en Dios,
Padre todopoderoso, Creador del universo,
que nos llama a completar su obra?
Confirmandos:
Sí, creemos.
Párroco o catequista:
¿Creen en Jesucristo,
el Hijo de Dios hecho hombre y nuestro hermano,
que murió y resucitó para salvarnos?
Confirmandos:
Sí, creemos.
Párroco o catequista:
¿Creen en el Espíritu Santo, que vive en nosotros;
en la Iglesia, que es la Familia visible de Jesús;
en la resurrección de los muertos;
y en la Vida eterna?
Confirmandos:
Sí, creemos.
Obispo:
Esta es nuestra fe.
Esta es la fe de la Iglesia,
la que nos gloriamos de profesar
en Jesucristo nuestro Señor.
24.
Después, el Obispo (teniendo junto a sí a los presbíteros que lo ayudan, cf. n. 8, p. 19) de pie
y con
las manos juntas, vuelto hacia el pueblo dice:
Queridos hermanos, roguemos a Dios Padre todopoderoso,
que derrame más abundantemente el Espíritu Santo
sobre estos hijos adoptivos suyos,
que ya han renacido a la vida eterna por el Bautismo,
para que ese Espíritu los confirme
con sus dones,
y por medio de su unción
los identifique más plenamente con Cristo.
Y todos hacen una pausa de oración en silencio.
Imposición de las Manos
25.
Luego, el Obispo (y los presbíteros que lo acompañan, cf. n. 8, p. 19) imponen las manos
sobre
todos los confirmandos, mientras el Obispo dice:
Dios todopoderoso,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que hiciste renacer a estos hijos tuyos
por medio del agua y del Espíritu Santo,
liberándolos del pecado:
envía sobre ellos el Espíritu Santo Paráclito;
concédeles
el espíritu de sabiduría y de entendimiento,
el espíritu de consejo y de fortaleza,
el espíritu de ciencia y piedad;
y cólmalos con el espíritu de tu santo temor.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Crismación
26.
Luego el diácono ofrece al Obispo el santo crisma. Cada confirmando se acerca al Obispo o,
según
las circunstancias, el Obispo se acerca a cada uno de los confirmandos. El que presentó al
confirmando le
pone la mano derecha sobre el hombro y dice su nombre al Obispo o lo dice el mismo
confirmando.
27.
El Obispo después de haber introducido la extremidad del dedo pulgar de la mano derecha en
el
crisma, hace la señal de la cruz con el mismo dedo pulgar en la frente del confirmando,
diciendo:
N., recibe por esta señal el Don del Espíritu Santo.
Y el confirmando responde:
Amén.
Si el confirmando es adulto, el Obispo le estrecha la mano; si es un niño le hace una caricia
afectuosa;
en caso de haber un número excesivo de confirmandos los saludará de manera semejante al
rito de paz de
la Misa.
El Obispo dice a cada uno en particular al saludarlo:
La paz esté contigo.
Confirmando:
Y con tu espíritu.
O bien:
Y también contigo.
28.
Si algunos presbíteros ayudan al Obispo a administrar el Sacramento, el diácono o los
ministros
ofrecen al Obispo todos los vasos con el santo crisma, y aquél los presenta a cada uno de los
presbíteros
que se acercan a él.
Los confirmandos se acercan al Obispo o a los presbíteros; o, según las circunstancias, el
Obispo y
los presbíteros se acercan a los confirmandos, los cuales son ungidos en la forma descrita en
el n. 27.
29.
Durante la unción se puede entonar un canto adecuado. Después de la unción el Obispo (y los
presbíteros) se lavan las manos.
Oración de los Fieles
30.
Sigue la Oración de los Fieles con esta u otra fórmula semejante establecida por la autoridad
competente:
Obispo:
Queridos hermanos:
Oremos a Dios Padre todopoderoso,
unidos en la misma Fe,
en la misma esperanza y en la misma caridad,
que proceden del Espíritu Santo.
Diácono o ministro:
Por estos hijos de Dios
que han sido confirmados por el Espíritu Santo:
para que arraigados en la fe y edificados en el amor,
den verdadero testimonio de Cristo, oremos.
R. Te rogamos, Señor
Diácono o ministro:
Por sus padres y sus padrinos
que se ofrecieron como responsables de su fe:
para que no dejen de animarlos
con la palabra y el ejemplo
a seguir los pasos de Cristo, oremos.
R. Te rogamos, Señor.
Diácono o ministro:
Por la santa Iglesia de Dios
congregada por el Espíritu Santo,
para que en comunión con el Papa N.,
nuestro Obispo N.,
y todos los obispos,
se dilate y crezca en la unidad de la fe y del amor
hasta que el Señor vuelva, oremos.
R. Te rogamos, Señor.
Diácono o ministro:
Por todo el mundo,
para que los hombres
que tienen un mismo Creador y Padre,
se reconozcan hermanos,
sin discriminación de raza o de nación,
y busquen con un corazón sincero el Reino de Dios
que es paz y gozo en el Espíritu Santo, oremos.
R. Te rogamos, Señor.
Obispo:
Señor,
que enviaste a tus Apóstoles el Espíritu Santo
y quisiste que por medio de ellos y sus sucesores
ese mismo Espíritu
fuera comunicado a los demás creyentes:
te rogamos que estos nuevos confirmados
puedan difundir en el mundo
los mismos frutos
que produjo la primera predicación evangélica.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Liturgia Eucarística
31.
Concluida la oración universal comienza la liturgia eucarística según el ordenamiento de la
Misa,
excepto lo que se indica a continuación:
a) se omite el Símbolo porque ya se ha hecho la profesión de fe;
b) algunos de los confirmados pueden acompañar a los que presentan las ofrendas;
c) en las Plegarias Eucarísticas se toman los elementos propios.
32.
Los confirmandos adultos y, según las circunstancias, los padrinos, padres, cónyuges y
catequistas
pueden recibir la comunión bajo las dos especies.
Bendición
33.
En lugar de la bendición acostumbrada al fin de la Misa, se emplea la bendición que sigue o la
oración
sobre el pueblo.
Dios Padre todopoderoso,
que los hizo renacer
por medio del agua y del Espíritu Santo
y los adoptó como hijos suyos,
los bendiga y los conserve dignos de su amor paternal.
R. Amén.
Su Hijo Único,
quien prometió que el Espíritu de Verdad
permanecería en la Iglesia,
los bendiga
y los confirme con su poder
en la confesión de la verdadera fe.
R. Amén.
El Espíritu Santo,
que encendió el fuego de su amor
en el corazón de los discípulos los bendiga,
y después de haberlos congregado en la unidad,
los conduzca al gozo del Reino de Dios.
R. Amén.
Y en seguida agrega:
Descienda sobre ustedes
la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo ? y Espíritu Santo.
R. Amén.
Oración sobre el Pueblo
En lugar de la anterior fórmula de bendición se puede emplear la oración sobre el pueblo.
El diácono o el ministro dice el invitatorio:
Inclinémonos para recibir la bendición.
U otra fórmula semejante.
Luego el Obispo con las manos extendidas hacia el pueblo dice:
Confirma, Señor, lo que has obrado en nosotros,
y conserva en los corazones de tus fieles
los dones del Espíritu Santo,
para que ellos no se avergüencen de dar testimonio
de Cristo crucificado y gloriosamente resucitado,
y cumplan sus mandamientos con sincero amor.
Por el mismo Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
E inmediatamente añade:
Y que descienda sobre ustedes
la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo ? y Espíritu Santo.
R. Amén.

II. Rito para administrar la Confirmación sin Misa


Rito de Entrada
34.
Una vez congregados los confirmandos con los padrinos y padres y toda la asamblea, el
Obispo con
(los presbíteros que lo acompañan y) uno o varios diáconos y ministros se acerca al
presbiterio, mientras,
según las circunstancias, todos cantan un salmo u otro canto adecuado.
35.
Después de hacer con los ministros la debida reverencia al altar, el Obispo saluda a la
asamblea:
La paz esté con ustedes.
Todos:
Y con tu espíritu.
O bien:
Y también contigo.
Luego dice la oración:
Oremos.
Dios todopoderoso y lleno de misericordia,
envíanos tu Espíritu,
para que habite en nosotros
y nos convierta en templo de su gloria.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Otras oraciones a elección como en el Misal.
Celebración de la Palabra de Dios
36.
Luego se realiza la celebración de la Palabra de Dios, en la que se proclama por lo menos una
de las
perícopas que se proponen para la Misa de la Confirmación (cf. nn. 44-48, pp. 43-47).
37.
Si se eligen dos o tres lecturas, obsérvese el orden tradicional de las lecturas, es decir Antiguo
Testamento, Apóstol, Evangelio. Después de la primera y de la segunda lectura seguirá un
salmo u otro
canto en cuyo lugar podrá haber una pausa de silencio sagrado.
38.
Concluidas las lecturas, el Obispo (y los presbíteros que lo ayudaren, cf. n. 8, p. 19) se sientan
en los
lugares preparados para ellos. Los confirmandos son presentados por el párroco o por otro
presbítero o
por un diácono o también por un catequista, según la costumbre de cada región, de este
modo: cada
confirmando, si fuera posible, es llamado por su nombre, y cada uno se acerca al presbiterio;
si se trata de
niños, éstos son llevados por uno de los padrinos o por uno de sus padres, y se colocan
delante del
celebrante.
Si los confirmandos fueran numerosos, no son llamados nominalmente; sino que se colocan
en un
lugar adecuado delante del Obispo.
Hasta la Oración de los Fieles, inclusive, continúa todo como en el Rito de la Confirmación con
Misa
(ver. nn. 22 al 30, pp. 26-38).
Recitación de la Oración del Señor
39.
Luego todos dicen la oración del Señor, que el Obispo puede introducir con estas u otras
palabras
semejantes:
Queridos hermanos,
unamos nuestras plegarias
y oremos todos juntos
como el Señor Jesús nos enseñó.
Todos:
Padre nuestro ...
40.
Bendición y Oración sobre el pueblo (ver n. 33, pp. 38-39).

III. Normas que deben observarse


cuando la Confirmación es administrada
por un Ministro Extraordinario
41.
El ministro extraordinario que, por concesión del Derecho general o por indulto especial de la
Sede
Apostólica, confiere la Confirmación, observará el mismo rito descrito más arriba.
42.
Si a causa del gran número de confirmandos es acompañado por algunos presbíteros para la
administración del Sacramento, ha de elegirlos observando lo establecido en el n. 8, p. 19.
Conviene que
estos presbíteros, si la Confirmación se confiere dentro de la Misa, concelebren con él.

Textos a emplear en la administración de la Confirmación


I. Misa para la administración de la Confirmación
43.
Cuando en la Misa, o inmediatamente antes o después de la Misa se confiere la Confirmación,
ésta se
celebra con ornamentos rojos o blancos.
Se puede decir todos los días excepto los domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua, las
solemnidades, en la octava de Pascua, Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, el
miércoles de
Ceniza y toda la Semana Santa.
II. Oraciones y Prefacios
Los textos de la Misa Ritual para la administración de la Confirmación se encuentran en el
Misal
Romano.
Como Prefacios pueden elegirse:
-Prefacio del Domingo VIII durante el año.
-Prefacio de la Dedicación de Iglesias.
-Prefacio de Adviento.
-Prefacio del Día de Pentecostés.
III. Lecturas bíblicas
Para la Liturgia de la Palabra pueden emplearse los textos que se encuentran en el
Leccionario Santoral
y Misas Diversas, o algunas de las siguientes:
44.
Antiguo Testamento
1. Is. 11, 1-4a: Reposará sobre él el Espíritu del Señor.
2. Is. 42, 1-3: He puesto mi Espíritu sobre mi servidor.

3. Is. 61, 1-3a. 6a. 8b-9: El Señor me ha consagrado por la unción y me ha enviado a llevar la
buena
noticia a los pobres y darles el óleo de la alegría.
4. Ez. 36, 24-28: Pondré un Espíritu nuevo en medio de ustedes.
5. Joel 2, 23a.26-30a: Derramaré mi Espíritu sobre mis servidores y servidoras.
45.
Nuevo Testamento
1. Hech. 1, 3-8: Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán
mis
testigos.
2. Hech. 2, 1-6. 14. 22b-23. 32-33: Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a
hablar.
3. Hech. 8, 1. 4a. 14-17: Impusieron las manos sobre ellos y recibieron el Espíritu Santo.
4. Hech. 10, 1.33-34a. 37-44: El Espíritu Santo descendió sobre todos los que escuchaban la
Palabra.
5. Hech. 19, 1b-6a: Cuando abrazaron la fe ¿recibieron el Espíritu Santo?
6. Rom. 5, 1-2. 5-8: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo, que nos ha sido dado.
7. Rom. 8, 14-17: El Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos
de
Dios.
8. Rom. 8, 26-27: El mismo Espíritu intercede con gemidos inefables.
9. 1 Cor. 12, 4-13: El mismo y único Espíritu distribuye sus dones a cada uno como él quiere.
10. Gál. 5, 16-17. 22-23a. 24-25: Si vivimos animados por el Espíritu dejémonos también
conducir
por él.
11. Ef. 1, 3a. 4a. 13-19a: Han sido marcados con un sello por el Espíritu Santo prometido.
12. Ef. 4, 1-6: Un solo cuerpo, un solo Espíritu, un solo Bautismo.
46.
Salmos Responsoriales
1. Sal. 21, 23-24. 26-27. 28 y 31-32.
R. (23): Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos.
O bien: (Jn. 15, 26-27).
Cuando venga el Paráclito, él dará testimonio de mí.
2. Sal. 22, 1-3a. 3b-4. 5-6.
R. (1): El Señor es mi pastor, nada me puede faltar.
3. Sal. 95, 1-2 a. 2b-3. 9-10a. 11-12.
R. (3): Anuncien entre los pueblos las maravillas de Dios.
4. Sal. 103, 1ab. 24. 27-28. 30-31. 33-34.
R. (30): Envía tu Espíritu, Señor, y renovarás la superficie de la tierra.
5. Sal. 116, 1. 2.
R. (Hech. 1, 8): Serán mis testigos hasta los confines de la tierra.
O bien: R. Aleluia.
6. Sal. 144, 2-3. 4-5. 8-9. 10-11. 15-16. 21.
R. (1b): Bendeciré tu nombre eternamente, Señor.
47.
Aleluias y versículos antes del Evangelio

1. Jn. 14, 16: El Padre les dará otro Paráclito, dice el Señor, que permanecerá con ustedes
para
siempre.
2. Jn. 15, 26b. 27a: El Espíritu de verdad dará testimonio de mí, dice el Señor, y ustedes
también
darán testimonio.
3. Jn. 16, 13a; 14, 26b: Cuando venga el Espíritu de verdad, él les hará conocer toda la verdad
y les
recordará lo que les he dicho.
4. Apoc. 1, 5a. 6: Jesucristo, tú eres el testigo fiel, el primero que resucitó de entre los
muertos,
hiciste de nosotros un reino sacerdotal para Dios, tu Padre.
5. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu
amor.
6. Ven, Espíritu Santo, y envía, desde el cielo, un rayo de tu luz.
48.
Evangelios
1. Mt. 5, 1-12a: A ellos les pertenece el Reino de los cielos.
2. Mt. 16, 24-27: El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo.
3. Mt. 25, 14-30: Ya que respondiste fielmente en lo poco, entra a participar del gozo de tu
Señor.
4. Mc. 1, 9-11: Vio que el Espíritu Santo descendía sobre él.
5. Lc. 4, 16-22a: El Espíritu del Señor está sobre mí.
6. Lc. 8, 4-10a. 11b-15: Los que la reciben en tierra fértil son los que oyen la palabra y gracias
a su
perseverancia producen frutos.
7. Lc. 10, 21-24: Te alabo, Padre, porque revelaste estas cosas a los pequeños.
8. Jn. 7, 37b-39: De su seno brotarán manantiales de agua viva.
9. Jn. 14, 15-17: El Espíritu de verdad permanecerá con ustedes.
10. Jn. 14, 23-26: El Espíritu Santo les enseñará todo.
11. Jn. 15, 18-21. 26-27: El Espíritu de verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de
mí.

12. Jn. 16, 5b-7. 12-13a (Gr.: 5-7. 12-13a): El Espíritu de verdad les hará conocer toda la
verdad.
Pontificia Commissio Decretis Concilii Vaticani II Interpretandis
Responsum ad propositum dubium:
"Patres Pontificiae Commissionis Decretis Concilii Vaticani interpretandis, proposito in plenario
coetu quod
sequitur dubio, respondendum esse censuerunt ut infra:
D. - Utrum, iuxta Constitutionem Apostolicam Divinae Consortium Naturae, die 15 Augusti
1971 publici
iuris factam, minister Confirmationis manum extensam super caput confirmandi imponere
debeat gestum
chrismationis peragendo, an sufficiat chrismatio cum pollice facta.
R. - Ad primum: negative; ad secundum: affirmative ad mentem: mens est: chrismatio ita
peracta manus
impositionem sufficienter manifestat.
SS.mus Dominus Noster Paulus Pp. VI in Audientia die 9 Iunii 1972 infrascripto impertita
supradictam
decisionem ratam habuit, approbavit et public ari iussit".
Pericles Card. Felici Praeses

Ritual de Órdenes y sus


Apéndices
Congregación para el Culto Divino

Decreto
Los Ritos de las Ordenaciones por los cuales se instituyen en la Iglesia los ministros de Cristo
y
dispensadores de los misterios de Dios, revisados según las normas del Concilio Vaticano II
(cf. SC 76),
fueron promulgados el año 1968 en la primera edición típica con el título De la Ordenación del
Diácono,
Presbítero y Obispo.
Ahora bien, teniendo en cuenta la experiencia adquirida en el ordenamiento litúrgico, ha
parecido
oportuno preparar otra edición típica que, manteniendo la índole de la anterior, presenta las
siguientes
particularidades:
1. A esta edición se agregan unas Prenotanda al modo de los restantes libros litúrgicos con el
fin de
exponer la doctrina sobre el sacramento y de que aparezca más claramente la estructura de la
celebración.
2. Se ha cambiado la disposición del libro: se pone al principio la ordenación episcopal, que
confiere la
plenitud del orden sagrado, para que así quede más claro que los presbíteros son
colaboradores del Obispo
y que los diáconos se ordenan para su ministerio.
3. En la Plegaria de ordenación, tanto del presbítero como del diácono, conservando las
mismas
palabras que afectan a la naturaleza del acto y que por tanto se exigen para la validez del
mismo, se han
cambiado algunas expresiones y añadido citas del Nuevo Testamento, con el fin de que la
Plegaria misma
presente a los elegidos y a los fieles una noción más rica del presbiterado y diaconado en
cuanto derivados
de Cristo Sacerdote.
4. Los que se han de ordenar presbíteros, son interrogados de una manera más explícita,
acerca del
ejercicio del ministerio de la reconciliación y de la celebración eucarística.
5. El rito por el que se comprometen a abrazar el sagrado celibato, preparado por la S.
Congregación
para el culto divino, según las normas dadas por el Papa Pablo VI en la Carta Apostólica Ad
pascendum de
1972, se incluye ahora en la ordenación diaconal.
Por especial mandato del Sumo Pontífice Juan Pablo II, se ha cambiado la disciplina en el
sentido de
que también los candidatos que emitieron votos perpetuos en un instituto religioso están
obligados en lo
sucesivo a abrazar el celibato con un compromiso íntimamente unido por derecho a la
ordenación, con lo
que queda derogado lo prescripto en el c. 1037 del CIC.
6. Además, los miembros de los Institutos de vida consagrada que han de ordenarse diáconos
o
presbíteros, en lo sucesivo han de ser interrogados también acerca de la reverencia y
obediencia al Obispo
diocesano para que así resplandezca la unidad de todos los clérigos en la respectiva Iglesia.
7. A modo de Apéndice, se añade el Rito para la admisión de los candidatos al diaconado y
presbiterado con unas pocas variantes.
El Sumo Pontífice Juan Pablo II aprobó con su autoridad la nueva edición del Pontifical
Romano De la
ordenación del Obispo, de los presbíteros y de los diáconos, y la Congregación para el Culto
Divino y la
Disciplina de los Sacramentos la promulga ahora y la declara edición típica.
Las Conferencias de Obispos tomarán a su cargo llevar a la práctica los textos, normas y ritos,
y
aplicarlas en las traducciones a las lenguas vernáculas.
Estos mismos ritos y textos redactados en latín, han de ser empleados inmediatamente
después de su
aparición. Las traducciones con las adaptaciones aprobados por las Conferencias de Obispos
y revisadas
por la Sede Apostólica, entrarán en vigencia el día que cada Conferencia establezca.
Sin que obste nada en contra.
Dada la presente por la Congregación del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, el 29
de Junio de 1989, en la solemnidad de los santos Apóstoles Pedro y Pablo.

Eduardo Card. Martínez

Prefecto
Ludovico Kada

Arzobispo titular de Thibiceo


Secretario

Decreto
Por la Constitución apostólica "Pontificalis Romani recognitio" dada el 18 de junio de 1968, el
Sumo
Pontífice Pablo VI aprobó un nuevo rito para la ordenación de diáconos, presbíteros y obispos,
preparado
por el "Consejo para la aplicación de la Sagrada Liturgia" con la ayuda de peritos, y habiendo
consultado a
los obispos de las diversas partes del mundo.
Este nuevo rito deberá ser observado en adelante para conferir aquellas órdenes, en lugar del
rito
ahora existente en el Pontifical Romano.
Por tanto, mediante el presente Decreto de esta Sagrada Congregación de Ritos, en vigor de
las
facultades que le han sido atribuidas por el Sumo Pontífice Pablo VI, se publica y es declarada
"Typica" la
parte del Pontifical Romano que contiene dichos nuevos ritos para la ordenación de diáconos,
presbíteros
y obispos.
Se establece, además, que hasta el día 6 de abril del próximo año 1969, domingo de la
Resurrección
de nuestro Señor Jesucristo, puedan ser usados tanto estos nuevos ritos, cuanto los que
actualmente se
encuentran en el Pontifical Romano. Pero desde aquel día solamente podrán ser utilizados los
nuevos.

Sin que obste nada en contrario.


Roma, 15 de agosto de 1968, en la fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María.

Benno Cardenal Gut

Prefecto de la Sagrada Congregación de Ritos


y Presidente del "Consejo para la aplicación

de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia"

Fernando Antonelli
Arzobispo Titular de Idrica Secretario de la S.C.R.

Constitución Apostólica
"Pontificalis Romani"

Sobre los Nuevos Ritos para la Ordenación


de Diáconos, Presbíteros y Obispos
El Concilio Vaticano II ha dispuesto la revisión del Pontifical romano no solamente de un modo
general1, sino también con indicaciones particulares que establecen la reforma del rito de las
ordenaciones
"tanto en lo que se refiere a las ceremonias como a los textos"2.
Entre los ritos de la ordenación hay que tener presentes principalmente aquellos que, por la
administración del sacramento del Orden, en sus varios grados, constituyen la sagrada
jerarquía: "El
ministerio eclesiástico de institución divina se ejerce en diversos órdenes por aquellos que
desde antiguo se
llaman obispos, presbíteros, diáconos"3.
En la revisión de los ritos de las sagradas ordenaciones, además de los principios generales
del
Concilio Vaticano II para la reforma general de la liturgia, hay que tener presente la admirable
doctrina
sobre la naturaleza y los efectos del orden, afirmada por el mismo Concilio en la Constitución
sobre la
Iglesia. Doctrina que la liturgia debe expresar en la manera que le es propio. En efecto, "tanto
los textos
como los ritos deben tener una disposición tal que la realidad sagrada que significan se
exprese lo más
claramente posible, y de tal forma que el pueblo cristiano lo entienda, en la medida de lo
posible, con
facilidad y pueda participar con una celebración plena, activa y en forma comunitaria"4.
El sagrado Concilio enseña que "con la consagración episcopal se confiere la plenitud del
sacramento
del orden, que la tradic ión litúrgica de la Iglesia, y por los santos Padres, designa con el
nombre de sumo
sacerdocio, plenitud del sagrado ministerio. La consagración episcopal confiere también, con
el oficio de
santificar, los deberes de enseñar y de gobernar, los cuales, por su naturaleza, no pueden
cumplirse sino
en comunión jerárquica con la cabeza y con los miembros del colegio. En la tradición,
transmitida
especialmente en los ritos litúrgicos, y en el uso de la Iglesia oriental y occidental, consta
claramente que
por la imposición de las manos, y con las palabras de la consagración, se confiere la gracia
del Espíritu
Santo y se imprime el carácter sagrado, de suerte que los obispos, de una manera eminente y
visible,
ocupan el lugar del mismo Cristo Maestro, Pastor y Pontífice y actúan en su persona"5.
Convergencia de la tradición de Oriente y Occidente
A estas palabras hay que añadir muchos otros excelentes puntos de doctrina sobre la
sucesión
apostólica de los obispos y sobre sus oficios y deberes, que aunque se confieren en el rito de
la
consagración episcopal, parece que deben ser expresados mejor y con más precisión. Con
esta finalidad,
ha parecido oportuno tomar de las fuentes antiguas la oración consacratoria que se encuentra
en la llamada
"Traditio apostólica" de Hipólito Romano, escrita al principio del siglo III, y que se ha
conservado en gran
parte, también en nuestros días, en la liturgia de la ordenación de los coptos y de los siro-
occidentales. De
esta menera, en el mismo momento de la ordenación queda demostrada la convergencia de la
tradición
oriental y occidental sobre el oficio apostólico de los obispos.
Referente a los presbíteros, entre todo lo que ha sido tratado en el Concilio Vaticano II,
recordemos
principalmente esto: "Los presbíteros, aunque no poseen la plenitud del sacerdocio y
dependen de los
obispos en el ejercicio de su potestad, están, sin embargo, unidos a ellos por el honor
sacerdotal y en
virtud del sacramento del orden. A imagen de Cristo, sumo y eterno sacerdote (cf. Hebr. 5, 1-
10; 7, 24; 9,
11-28), son consagrados para predicar el Evangelio, pastorear a los fieles y celebrar el culto
divino como
verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento"6. "Los presbíteros -leemos en otra parte-, en
virtud de su
ordenación y de la misión recibida de los obispos, son promovidos al servicio de Cristo
Maestro,
Sacerdote y Rey, participando en su ministerio, gracias al cual la Iglesia, aquí en la tierra,
incesantemente
es edificada como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y templo del Espíritu Santo"7.
La imposición de las manos
En la ordenación presbiteral, según el rito del Pontifical romano, la misión y la gracia del
presbítero,
como cooperador del orden episcopal, se expresaba muy claramente. Pero ha parecido
necesario dar
mayor unidad a todo el rito, distribuido en varias partes, y destacar más vivamente el núcleo
central de la
ordenación, esto es, la imposición de las manos y la oración consecratoria.
En cuanto a los diáconos, finalmente, además de cuanto ha sido dicho ya en las palabras de
la
Constitución Lumen Gentium: "En el grado inferior de la jerarquía están los diáconos, a los
cuales se les
imponen las manos "no para el sacerdocio, sino para el ministerio" (Constitución Ecclesiae
Aegyptiacae,
III, 2). En efecto, sostenidos por la gracia sacramental en el ministerio de la liturgia, de la
predicación y de
la caridad, sirven al pueblo de Dios, en comunión con el obispo y con su presbiterio"8. En el
rito de la
ordenación de los diáconos poco había que cambiar, habida cuenta de la nueva legislación del
diaconado
como grado permanente de la jerarquía de la Iglesia latina y de la mayor claridad y sencillez
del rito.
Además, entre los documentos del supremo magisterio sobre las sagradas órdenes, merece
particular
mención la Constitución apostólica "Sacramentum Ordinis", de nuestro predecesor Pío XII,
publicada el
30 de noviembre de 1947, con la cual se declara que "la materia única de las sagradas
órdenes del
diaconado, del presbiterado y del episcopado es la imposición de las manos, y la forma única
son las
palabras, que determinan la aplicación de esta materia, expresan claramente los efectos
sacramentales, es
decir, el poder de orden y la gracia del Espíritu Santo, y que, en este sentido, son recibidas y
usadas por la
Iglesia9. Anticipado esto, el mismo documento señala cuál imposición de las manos y cuáles
palabras
constituyen la materia y la forma de cada orden.
Ya que en la revisión del rito se ha debido añadir, quitar o cambiar alguna cosa tanto para
acomodar
los textos a la fidelidad de los más antiguos documentos, como para que las expresiones
resulten más
claras o para expresar mejor el efecto de los sacramentos, nos ha parecido necesario, para
evitar toda
controversia o motivo de turbación de conciencia, declarar qué partes del rito reformado deben
considerarse esenciales.
Partes esenciales del rito
Por esto, con nuestra suprema autoridad apostólica, decidimos y disponemos cuanto sigue
sobre la
materia y la forma de cada orden.
La materia de la ordenación del diácono es la imposición de las manos del obispo, hecha en
silencio a
cada uno de los ordenandos antes de la oración consecratoria. La forma la constituye la
misma oración
consecratoria, de la cual son esenciales, y por ello necesarias para la validez, estas palabras:
Emitte in eos, Domine, quaesumus, Spiritum Sanctum,
quo in opus ministerii fideliter exsequendi
munere septiformis tuae gratiae roborentur.
Igualmente la materia de la ordenación de los presbíteros es la imposición de las manos,
hecha en
silencio por el obispo a cada uno de los ordenandos, antes de la oración consecratoria. La
forma es la
misma oración consecratoria, de la cual son esenciales, y por ello exigidas para la validez, las
palabras:
Da, quaesumus, omnipotens Pater,
his famulis tuis Presbyterii dignitatem;
innova in visceribus eorum Spiritum sanctitatis;
acceptum a te, Deus, secundi meriti munus obtineant,
censuramque morum exemplo suae conversationis insinuent.
Finalmente, la materia de la ordenación del obispo es la imposición de las manos sobre la
cabeza del
elegido, hecha en silencio por los Obispos consagrantes, o al menos por el Consagrante
principal, antes de
la oración consecratoria. La forma son las palabras de la misma oración consecratoria, de la
cual son
esenciales, y por ello necesarias para la validez:
Et nunc effunde super hunc Electum eam virtutem,
quae a te est, Spirutum principalem,
quem dedisti dilecto Filio tuo Iesu Christo,
quem ipse donavit santis Apostolis,
qui constituerun Ecclesiam per singula loca, ut sanctuarium tuum,
in gloriam et laudem indeficientem nominis tui.
Por todo ello, el rito para la ordenación de diáconos, presbíteros y obispos compuesto por el
"Consejo
para la aplicación de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia", "con la ayuda de personas
competentes y
con el consejo de los obispos de diversas partes del mundo"10, lo aprobamos con Nuestra
Autoridad
Apostólica, y disponemos que en lo sucesivo sea usado en la administración de estas órdenes
en lugar del
que actualmente está en el Pontifical Romano.
Cuanto aquí hemos dispuesto y ordenado queremos que sea válido y eficaz ahora y en el
futuro, no
obstante cualquier cosa en contrario que pueda hallarse en las Constituciones y en las
Disposiciones
Apostólicas de Nuestros Predecesores, y en otras prescripciones aun dignas de peculiar
mención y
derogación.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 18 de junio de 1968, año V de Nuestro Pontificado.

Pablo PP. VI

Observaciones Generales Previas


I. Ordenación Sagrada
1.
Por la Ordenación sagrada, algunos fieles cristianos son instituidos en el nombre de Cristo, y
reciben
el don del Espíritu Santo, para apacentar a la Iglesia con la palabra y la gracia de Dios1.
2.
Porque "Cristo, a quien el Padre santificó y envió al mundo (Jn 10,36), hizo a los Obispos
partícipes
de su propia consagración y misión por mediación de sus Apóstoles, de los cuales son
sucesores. Estos
han confiado legítimamente a diversos sujetos en la Iglesia la función de su ministerio en
distintos grados.
Así el ministerio eclesiástico, instituido por Dios, está ejercido en diversos órdenes que ya
desde antiguo
recibían los nombres de Obispos, Presbíteros y Diáconos"2.
3.
Los Obispos, "cualificados por la plenitud del sacramento del Orden"3, "por el Espíritu Santo
que han
recibido en la Ordenación", "han sido constituídos verdaderos y auténticos maestros de la fe,
pontífices y
pastores"4, y como tales presiden la grey del Señor en la persona de Cristo cabeza.
4.
"Los Presbíteros, aunque no tengan la plenitud del sacerdocio y dependan de los Obispos en
el
ejercicio de sus poderes, sin embargo, están unidos a éstos en el honor del sacerdocio y, en
virtud del
sacramento del Orden, quedan consagrados como verdaderos Sacerdotes de la Nueva
Alianza a imagen de
Cristo, sumo y eterno Sacerdote, para anunciar el Evangelio a los fieles, para dirigirlos y para
celebrar el
culto divino"5.
5.
Los Diáconos "a los que se les imponen las manos para realizar un servicio y no para ejercer
el
sacerdocio. Fortalecidos, en efecto, con la gracia del sacramento, en comunión con el Obispo
y sus
presbíteros, están al servicio del pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y
de la
caridad"6.
6.
La Ordenación sagrada se confiere por la imposición de las manos del Obispo y la Plegaria
con la que
bendice a Dios e invoca el don del Espíritu Santo para el cumplimiento del ministerio7. Por la
tradición,
principalmente expresada en los ritos litúrgicos y en la práctica de la Iglesia tanto en Oriente
como de
Occidente, está claro que, por la imposición de las manos y la Plegaria de Ordenación, se
confiere el don
del Espíritu Santo y se imprime el carácter sagrado, de tal manera que los Obispos, los
presbíteros y los
diáconos, cada uno a su modo, quedan configurados con Cristo8.

II. Estructura de la Celebración


7.
La imposición de las manos y la Plegaria de Ordenación son el elemento esencial de todas las
Ordenaciones, en la cual la oración de bendición e invocación determina el significado de la
imposición de
las manos. En consecuencia, estos ritos, por ser el centro de la Ordenación, deben ser
inculcados por la
catequesis y puestos de relieve a través de la celebración misma.
Mientras se imponen las manos, los fieles oran en silencio, pero participan en la Plegaria de
Ordenación escuchándola y, por la aclamación final, confirmándola y concluyéndola.
8.
Dentro de la Ordenación, tienen capital importancia los ritos preparatorios, a saber: la
presentación del
elegido o la elección de los candidatos, la homilía, la promesa de los elegidos y la súplica
letánica. Pero son
importantes sobre todo los distintos ritos explicativos de las diversas Ordenes, que señalan las
funciones,
conferidas por la imposición de las manos y la invocación del Espíritu Santo.
9.
La Ordenación se ha de celebrar dentro de la Misa en la que los fieles, sobre todo el domingo,
participan activamente "junto a un único altar, donde preside el Obispo rodeado de su
presbiterio y
ministros"9.
De este modo se unen el mismo tiempo la principal manifestación de la Iglesia y la
administración de
las Ordenes sagradas junto con el Sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida
cristiana10.
10.
El íntimo nexo de la misma Ordenación con la Misa celebrada se manifiesta oportunamente no
sólo
por la inserción del rito y por las fórmulas propias en la Plegaria eucarística y en la bendición
final, sino
también, observando lo prescrito, por medio de las lecturas que se pueden elegir y empleando
la Misa
ritual propia, según el Orden que se confiere.

III. Adaptaciones según la variedad de Regiones y Circunstancias


11.
Corresponde a las Conferencias Episcopales acomodar el rito de la Ordenación del Obispo, de
los
presbíteros y de los diáconos, a las necesidades de cada una de las regiones para que, tras la
aprobación
de la Sede Apostólica, sea utilizado en sus respectivas regiones. En esta materia,
corresponde a las
Conferencias Episcopales, habida cuenta de las circunstancias, la idiosincracia y las
tradiciones de los
pueblos:
a) Determinar la forma con que la comunidad presta su asentimiento a la elección de los
candidatos según la costumbres de la región (en la Ordenación del Obispo, nn. 38 y 74; en la
Ordenación
de presbíteros, nn. 122, 150, 266, 307; en la Ordenación de diáconos, nn. 198, 226, 264, 305).
b) Establecer que se añadan, si parece oportuno, otras preguntas a las previstas en los ritos
antes
de la Ordenación (en la Ordenación del Obispo, nn. 40 y 76; en la Ordenación de presbíteros,
nn. 124,
152, 270, 311; en la Ordenación de diáconos, nn. 200, 228, 268, 309).
c) Determinar la forma con la que los elegidos para el diaconado y el presbiterado promenten
reverencia y obediencia (nn. 125, 153, 201, 228, 269, 271, 310, 312).
d) Establecer que el propósito de asumir la obligación del celibato se manifieste con alguna
forma
externa, además de la respuesta a la pregunta al respecto (en la Ordenación de diáconos, nn.
200, 228,
268, 309).
e) Aprobar algunos cantos para utilizarlos en lugar de los indicados en este libro.
f) Proponer a la Sede Apostólica otras adaptaciones de los ritos para introducirlos con su
consentimiento. Sin embargo, no puede omitirse la imposición de manos. Tampoco puede
reducirse la
Plegaria de Ordenación ni sustituir por otros textos alternativos. Debe respetarse la estructura
general del
rito y la índole propia de cada uno de sus elementos.

Capítulo I.
Ordenación del Obispo
Observaciones Previas
I. Importancia de la Ordenación
12.
Se es constituido miembro del Cuerpo de los Obispos por la Ordenación episcopal y por la
comunión
jerárquica con la Cabeza del Colegio y sus miembros.
El Orden de los Obispos sucede en el magisterio y en el régimen pastoral al colegio de los
Apóstoles.
Más aún, en él perdura ininterrumpidamente el cuerpo apostólico11. Los Obispos, "como
sucesores de los
Apóstoles, reciben del Señor, a quien se ha dado todo poder en el cielo y en la tierra, la misión
de enseñar
a todos los pueblos y de predicar el Evangelio a todo el mundo para que todos los hombres,
por la fe, el
bautismo y el cumplimiento de los mandamientos consigan la salvación (cf. Mt. 28,18)"12. El
Colegio
episcopal, reunido bajo una sola cabeza, el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, expresa la
unidad,
variedad y universalidad de la grey de Cristo13.
13.
A su vez, cada uno de los Obispos, puestos al frente de las Iglesias particulares, ejercen su
gobierno
pastoral sobre la porción del Pueblo de Dios que se les ha confiado14. Son el principio y
fundamento
visible de la unidad de la Iglesia particular, formada a imagen de la Iglesia universal, en las
cuales y desde
las cuales existe la Iglesia católica15.
14.
La predicación del Evangelio sobresale entre las funciones principales de los Obispos, porque
ellos son
heraldos de la fe, que conducen nuevos discípulos a Cristo, y doctores auténticos que
predican al pueblo a
ellos confiado la fe que ha de creer y aplicar a la vida moral16. Y así como por el ministerio de
la palabra
comunican la fuerza de Dios a los creyentes para que se salven (cf. Rom. 1,16), también
mediante los
sacramentos santifican a los fieles. Los obispos regulan la administración del bautismo, son
los ministros
originarios de la confirmación, los que confieren las sagradas Ordenes y los moderadores de
la disciplina
penitencial. Investidos de la plenitud del sacramento del Orden, son "administradores de la
gracia del sumo
sacerdocio" sobre todo en la Eucaristía que ellos mismos ofrecen o cuidan que se ofrezca.
Pues toda
legítima celebración de la Eucaristía es dirigida por ellos, y en toda comunidad reunida en
torno al altar,
bajo el ministerio sagrado del Obispo se manifiesta el símbolo de la caridad y unidad del
Cuerpo místico17.

II. Oficios y Ministerios


15.
Todos los fieles tienen obligación de orar por la elección de su Obispo y por el ya elegido.
Hágase esto
principalmente en la Oración Universal de la Misa y en las preces de Vísperas.
Puesto que el Obispo es constituido en favor de toda la Iglesia particular, deben ser invitados
a la
Ordenación clérigos y otros fieles, de manera que asistan a la celebración en el mayor número
posible.
16.
En la Ordenación, según la práctica tradicional desde antiguo, el Obispo ordenante principal
debe estar
acompañado al menos de otros dos Obispos. Pero es muy conveniente que todos los Obispos
presentes
tomen parte en la elevación del nuevo elegido al ministerio del sumo sacerdote18,
imponiéndole las manos,
pronunciando lo que está determinado en la Plegaria de Ordenación y saludándolo.
Así, en la misma Ordenación de cada uno de los Obispos, se significa la índole colegial del
Orden.
Como de costumbre, el Metropolitano ordene al Obispo sufragáneo, y el Obispo del lugar al
Obispo
auxiliar.
El Obispo ordenante principal pronuncia la Plegaria de Ordenación, en la que se bendice a
Dios y se
invoca al Espíritu Santo.
17.
Dos presbíteros de la diócesis para la que se ordena el elegido, le asisten en la Ordenación.
Uno de
ellos, en nombre de la Iglesia particular, pide al Obispo ordenante que confiera la Ordenación
al elegido.
Estos dos presbíteros y, en cuanto sea posible también los otros presbíteros, sobre todo los
de la misma
diócesis, concelebran la Liturgia eucarística en unión con el Obispo ordenado en esta
celebración y con
los demás Obispos.
18.
Dos diáconos sostienen el Evangeliario sobre la cabeza del elegido mientras se pronuncia la
Plegaria de
Ordenación.

III. La Celebración
19.
Antes de la Ordenación, el elegido debe hacer ejercicios espirituales durante un tiempo
oportuno.
20.
Conviene que todas las comunidades de la diócesis para la que es ordenado el Obispo se
preparen para
la Ordenación.
21.
El Obispo que, como cabeza se pone al frente de una diócesis, debe ser ordenado en la
iglesia
catedral. Los Obispos auxiliares, que se ordenan al servicio de una diócesis, deben ser
ordenados también
en la iglesia catedral o en otra iglesia de gran importancia en la diócesis.
22.
Celébrese la Ordenación del Obispo con la asistencia del mayor número posible de fieles, en
domingo
o en día festivo, preferentemente en una fiesta de Apóstoles, a no ser que razones pastorales
aconsejen
otro día. Pero se excluyen el Triduo pascual, el Miércoles de Ceniza, toda la Semana Santa y
la
Conmemoración de todos los fieles difuntos.

23.
La Ordenación tiene lugar dentro de la Misa, una vez terminada la Liturgia de la Palabra y
antes de la
Liturgia de la Eucaristía.
Puede emplearse la Misa ritual para las Sagradas Órdenes, excepto en las Solemnidades, los
Domingos
de Adviento, Cuaresma y Pascua, los días de la octava de Pascua y la fiesta de los Apóstoles.
En estos
casos se dice la Misa del día, con sus lecturas. Pero en los otros días, si no se dice la Misa
ritual se puede
tomar una de las lecturas de las que se proponen en el Leccionario con este fin.
La Oración Universal se omite porque las letanías ocupan su lugar.
24.
Proclamado el Evangelio, la Iglesia particular, por medio de uno de sus presbíteros, pide al
Obispo
ordenante principal que ordene al elegido. Este, en presencia de los Obispos y de todos los
fieles,
manifiesta la voluntad de ejercer su ministerio según los deseos de Cristo y de la Iglesia, en
comunión con
el Orden de los Obispos, bajo la autoridad del sucesor de San Pedro Apóstol. En las letanías
todos
imploran la gracia de Dios en favor del elegido.
25.
Por la imposición de las manos de los Obispos y la Plegaria de Ordenación, se confiere al
elegido el
don del Espíritu Santo para su función episcopal. Estas son las palabras que pertenecen a la
naturaleza del
sacramento y que por ello se exigen para la validez del acto:
Infunde ahora sobre éste, tu elegido la fuerza que de ti procede: el espíritu de gobierno que
diste a tu
amado hijo Jesucristo, y él, a su vez, comunicó a los santos apóstoles, quienes establecieron
la Iglesia
como santuario tuyo en cada lugar para gloria y alabanza incesante de tu nombre.
El Obispo ordenante principal proclama la Plegaria de Ordenación en nombre de todos los
Obispos
presentes. Las palabras esenciales son pronunciadas por todos los Obispos que, junto con el
Obispo
principal, impusieron las manos al elegido. Pero estas palabras se han de decir de tal modo
que la voz del
Obispo ordenante principal se oiga con claridad, mientras los demás Obispos ordenantes las
pronuncian en
voz baja.
26.
Por la imposición del Evangeliario sobre la cabeza del Ordenando mientras se pronuncia la
Plegaria de
Ordenación, y por la entrega del mismo en manos del Ordenado, se declara como función
principal del
Obispo la predicación fiel de la Palabra de Dios. Por la unción de la cabeza se significa la
peculiar
participación del Obispo en el sacerdocio de Cristo. Por la entrega del anillo, se manifiesta la
fidelidad del
Obispo hacia la Iglesia, esposa de Dios; por la imposición de la mitra, el deseo de alcanzar la
santidad; y
por la entrega del báculo pastoral, su función de regir la Iglesia que se le ha confiado.
Con el saludo que el Ordenado recibe del Obispo ordenante principal y de todos los Obispos
se pone
como un sello a su acogida en el Colegio episcopal.
27.
Es muy conveniente que el Obispo ordenado dentro de la propia diócesis presida la
concelebración en
la Liturgia eucarística. Pero si la Ordenación se ha hecho en otra diócesis, preside la
concelebración el
Obispo ordenante principal. En este caso, el Obispo recién ordenado ocupa el primer lugar
entre los otros
concelebrantes.

IV. Lo que hay que preparar


28.
Además de lo necesario para la celebración de la Misa deben prepararse:
- Ritual de Ordenación;
- ejemplares de la Plegaria de Ordenación para los Obispos ordenantes;
- gremial;
- santo crisma;
- lo necesario para limpiarse las manos;
- el anillo, el báculo pastoral, la mitra para el elegido y, en su caso, el palio.
Las insignias, excepto el palio, no necesitan bendición previa cuando se entregan en el mismo
rito de
la Ordenación.
29.
Además de la cátedra del Obispo ordenante principal se han de preparar sedes para los
Obispos
ordenantes, para el elegido y para los presbíteros concelebrantes, de esta forma:
a) En la Liturgia de la Palabra, el Obispo ordenante principal se sienta en la cátedra, los otros
Obispos ordenantes, junto a la cátedra, a ambos lados, y el elegido, en el lugar más adecuado
del
presbiterio, entre los presbíteros que le asisten.
b) La Ordenación hágase normalmente junto a la cátedra, pero si es necesario para la
participación
de los fieles, prepárense las sedes para el Obispo ordenante principal y para los demás
Obispos ordenantes
delante del altar o en otro lugar más apto. Las sedes para el elegido y para los presbíteros que
asisten
prepárense de modo que los fieles puedan participar de la celebración, incluso visualmente.
30.
El Obispo ordenante principal y los Obispos y presbíteros concelebrantes visten los
ornamentos
sagrados que a cada uno se les exigen para la celebración de la Misa.
Conviene que el Obispo ordenante principal lleve la dalmática bajo la casulla.
El elegido viste todos los ornamentos sacerdotales y además la cruz pectoral y la dalmática.
Pero los Obispos ordenantes, si no concelebran, han de llevar alba, cruz pectoral, estola y, si
se cree
oportuno, capa pluvial y mitra. Los presbíteros que asisten al elegido, si no concelebran,
vestirán capa
pluvial sobre el alba.
Los ornamentos han de ser del color de la misa que se celebra o, en caso contrario, de color
blanco.
También pueden emplearse otros ornamentos festivos o más nobles.

Ordenación de un Obispo
Ritos iniciales y Liturgia de la Palabra
31.
Estando todo dispuesto para la celebración, se ordena la procesión por la iglesia hacia el altar
como de
costumbre. El diácono lleve el Evangeliario para la Misa y la Ordenación, y si hubiere otros
diáconos,
precedan a los presbíteros concelebrantes. Después, el elegido en medio de sus presbíteros
asistentes, a
los que seguirán los Obispos ordenantes y, finalmente, el Obispo ordenante principal y -un
poco más
atrás- dos diáconos que lo asistan. Al llegar al altar y, hecha la debida reverencia, todos vayan
a sus
lugares asignados. Se cuidará, sin embargo, que se manifieste la distinción entre los obispos y
los
presbíteros, aún en la disposición de los lugares.
Mientras tanto, se canta la Antífona de entrada con su salmo, u otro canto adecuado.
32.
Los Ritos iniciales y la Liturgia de la Palabra se hacen del modo acostumbrado hasta la
proclamación
del Evangelio inclusive.
33.
Si el Obispo se ordena en su iglesia catedral, después del saludo al pueblo, uno de los
diáconos o de
los presbíteros concelebrantes, exhiba y lea desde el ambón el mandato apostólico, ante el
Colegio de
consultores y con la presencia del Canciller de la Curia quien redactará un acta. Todos
escuchan sentados
y, finalizada la lectura, aclamarán diciendo:
Demos gracias a Dios.
También puede cantarse la siguiente Antífona:
"Te doy gracias, Señor, por tu amor.
No abandones la obra de tus manos.
Aleluia, aleluia".

En las diócesis recién erigidas, comuníquese el mandato apostólico al clero y al pueblo


presente en la
catedral, y el acta sea redactada por el presbítero más antiguo de los presentes.
34.
Después de la proclamación del Evangelio, el diácono deposita reverentemente de nuevo
sobre el altar
el Evangeliario, donde permanece hasta que sea puesto sobre la cabeza del Ordenado.

Ordenación
35.
Luego comienza la Ordenación del Obispo. Estando todos de pie, puede cantarse el "Veni,
Creator
Spiritus" u otro himno similar, de acuerdo con la costumbre del lugar.
36.
Después, el Obispo ordenante principal y los demás Obispos ordenantes, si así fuera, se
dirigen a las
sedes preparadas para la Ordenación.

Presentación del Elegido


37.
El elegido es conducido por los presbíteros asistentes delante del Obispo ordenante principal,
a quien
hacen reverencia.

38.
Uno de los presbíteros asistentes se dirige al Obispo ordenante principal con estas palabras:
Reverendísimo Padre, la Iglesia de N.
pide que ordenes Obispo al presbítero N.
Pero si se ordenara un Obispo no residencial se dice:
Reverendísimo Padre, la Santa Madre Iglesia Católica,
pide que ordenes Obispo al presbítero N.
El Obispo ordenante principal le pregunta:
¿Tienen el mandato apostólico?
El presbítero responde:
Sí, lo tenemos.
El Obispo ordenante principal dice:
Que se lea.
Todos toman asiento y se lee al mandato. Terminada la lectura todos asienten a la elección
del Obispo
diciendo:
Demos gracias a Dios.
También puede cantarse la siguiente Antífona:
"Te doy gracias, Señor, por tu amor.
No abandones la obra de tus manos.
Aleluia, aleluia".

Homilía
39.
Después todos se sientan. El Obispo ordenante principal, hace la homilía en la cual, tomando
como
punto de partida el texto de las lecturas proclamadas en la Liturgia de la Palabra, exhorta al
clero, al pueblo
y al elegido sobre el ministerio episcopal.
Sobre tal ministerio también puede hablar con palabras semejantes a las indicadas en el
Apéndice, p.
193, adaptando el texto si se ordenara un Obispo no residencial.

Promesas del Elegido


40.
Terminada la homilía, solamente el elegido se pone de pie delante del Obispo ordenante
principal, quien
lo interroga con las siguientes palabras:
La antigua norma de los Santos Padres
manda que quien va a ser ordenado Obispo
sea interrogado delante del pueblo
acerca de su propósito de custodiar la fe
y de cumplir con su oficio.
Por eso, querido hermano:
¿Quieres cumplir hasta tu muerte,
con la ayuda del Espíritu Santo,
el oficio pastoral que los Obispos
hemos recibido de los Apóstoles
y que se te comunica por la imposición de nuestras manos?
El elegido responde:
Sí, quiero.
El Obispo ordenante principal:
¿Quieres anunciar con fidelidad y constancia
el Evangelio de Jesucristo?
El elegido responde:
Sí, quiero.
El Obispo ordenante principal:
¿Quieres conservar puro e íntegro el depósito de la fe,
tal como fue recibido de los Apóstoles
y que la Iglesia conservó siempre y en todas partes?
El elegido responde:
Sí, quiero.
El Obispo ordenante principal:
¿Quieres edificar el cuerpo de Cristo que es su Iglesia,
y perseverar en su unidad junto con todos los Obispos
bajo la autoridad del sucesor del Apóstol San Pedro?
El elegido responde:
Sí, quiero.
El Obispo ordenante principal:
¿Quieres obedecer fielmente
al sucesor del Apóstol San Pedro?
El elegido responde:
Sí, quiero.
El Obispo ordenante principal:
¿Quieres, como padre bondadoso,
junto con tus colaboradores, los presbíteros y diáconos,
alimentar al pueblo santo de Dios
y guiarlo por el camino de la salvación?
El elegido responde:
Sí, quiero.
El Obispo ordenante principal:
¿Quieres mostrarte afable y bondadoso,
en el nombre del Señor,
con los pobres, con los que no tienen casa
y con todos los necesitados?
El elegido responde:
Sí, quiero.
El Obispo ordenante principal:
¿Quieres, como buen pastor, buscar las ovejas perdidas
y conducirlas al redil del Señor?
El elegido responde:
Sí, quiero.
El Obispo ordenante principal:
¿Quieres orar siempre a Dios todopoderoso
y cumplir con toda fidelidad
la función del sumo sacerdocio?
El elegido responde:
Quiero, con la gracia de Dios.
El Obispo ordenante principal dice:
Que Dios perfeccione la obra que ha comenzado en ti.

Súplica Litánica
41.
Luego los Obispos dejan la mitra y todos se ponen de pie. El Obispo ordenante principal, de
pie, con
las manos juntas y mirando hacia el pueblo, pronuncia la siguiente invitación:
Queridos hermanos:
Oremos a fin de que la bondad de Dios todopoderoso
conceda a este elegido la abundancia de su gracia,
para el bien de su Iglesia.
42.
Entonces, el elegido se postra y, todos se arrodillan, salvo en los días domingos y en el tiempo
pascual. Según el caso, el diácono dice:
Nos arrodillamos.
Se comienzan a cantar las letanías. Según las categorías que figuran como subtítulos y su
respectivo
lugar cronológico, pueden añadirse algunos nombres de santos (por ej. del patrono del lugar,
del titular de
la iglesia, del fundador o del patrono del que va a ser ordenado). Para facilitar el oficio del
cantor, se
añaden en su respectivo lugar los nombres de los santos latinoamericanos más importantes,
los que
pueden cantarse opcionalmente.
También pueden añadirse algunas súplicas por diversas necesidades más apropiadas a cada
circunstancia.
Kyrie, eleison Kyrie, eleison
Christe, eleison Christe, eleison
Kyrie, eleison Kyrie, eleison
O bien:
Señor, ten piedad Señor, ten piedad
Cristo, ten piedad Cristo, ten piedad
Señor, ten piedad Señor, ten piedad
[Invocación de los Santos]
Santa María, Madre de Dios ruega por nosotros
[Ángeles]
San Miguel, ruega por nosotros
Santos Ángeles de Dios ruegen por nosotros
[Patriarcas y Profetas]
San Juan Bautista ruega por nosotros
San José ruega por nosotros
[Apóstoles y discípulos]
San Pedro ruega por nosotros
San Pablo ruega por nosotros
San Andrés ruega por nosotros
Santiago, el mayor ruega por nosotros
San Juan ruega por nosotros
Santo Tomás ruega por nosotros
Santiago, el menor ruega por nosotros
San Felipe ruega por nosotros
San Bartolomé ruega por nosotros
San Mateo ruega por nosotros
San Simón ruega por nosotros
San Tadeo ruega por nosotros
San Matías ruega por nosotros
Santa María Magdalena ruega por nosotros
[Mártires varones]
San Esteban ruega por nosotros
San Ignacio de Antioquía ruega por nosotros
San Lorenzo ruega por nosotros
(San Roque González) ruega por nosotros
(San Juan del Castillo) ruega por nosotros
(San Alonso Rodríguez) ruega por nosotros
(San Héctor Valdivielso) ruega por nosotros
[Mártires mujeres]
Santas Perpetua y Felicidad ruegen por nosotros
Santa Inés ruega por nosotros
[Obispos y Doctores]
San Gregorio ruega por nosotros
San Agustín ruega por nosotros
San Atanasio ruega por nosotros
San Basilio ruega por nosotros
San Martín de Tours ruega por nosotros
(Santo Toribio Mogrovejo) ruega por nosotros
[Sacerdotes y religiosos]
San Benito ruega por nosotros
Santos Francisco y Domingo ruegen por nosotros
San Francisco Javier ruega por nosotros
(San Francisco Solano) ruega por nosotros
(San Martín de Porres) ruega por nosotros
San Juan María Vianney ruega por nosotros
[Religiosas]
Santa Catalina de Siena ruega por nosotros
Santa Teresa de Jesús ruega por nosotros
Santa Teresa del Niño Jesús ruega por nosotros
(Santa Rosa de Lima) ruega por nosotros
(Santa Teresa de los Andes) ruega por nosotros
[Laicos]
(Beata Laura Vicuña) ruega por nosotros
Todos los santos y santas de Dios ruegen por nosotros
[Invocaciones a Cristo]
Por tu bondad líbranos, Señor
De todo mal líbranos, Señor
De todo pecado líbranos, Señor
De la muerte eterna líbranos, Señor
Por el misterio de tu encarnación líbranos, Señor
Por tu muerte y resurrección líbranos, Señor
Por la venida del Espíritu Santo íbranos, Señor
[Súplica por Diversas Necesidades]
Nosotros, que somos pecadores te rogamos, óyenos
Para que gobiernes y conserves a tu Santa Iglesia te rogamos, óyenos
Para que conserves en tu santo servicio al Papa te rogamos, óyenos
y a todos los miembros del clero te rogamos, óyenos
Para que bendigas a este elegido tuyo te rogamos, óyenos
Para que lo bendigas y santifiques te rogamos, óyenos
Para que lo bendigas, santifiques y consagres te rogamos, óyenos
Para que concedas la paz y la concordia a todos los pueblos te rogamos, óyenos
Para que tengas misericordia de todos los que sufren te rogamos, óyenos
Para que nos fortalezcas y conserves en tu santo servicio te rogamos, óyenos
Jesús, Hijo del Dios vivo te rogamos, óyenos
Cristo, óyenos
Cristo, óyenos
Cristo, escúchanos
Cristo, escúchanos
43.
Terminadas las letanías, el Obispo ordenante principal, de pie y con las manos extendidas,
dice:
Padre bueno:
escucha nuestras súplicas
y derramando la plenitud de la gracia sacerdotal
sobre este servidor tuyo,
infúndele la fuerza de tu bendición.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
Si es el caso, el diácono dice:
Nos ponemos de pie.
Y todos se levantan.

Imposición de Manos y Plegaria de Ordenación


44.
El elegido se pone de pie, se acerca al Obispo ordenante principal quien está de pie con mitra
delante
de la sede y se arrodilla delante de él.
45.
El Obispo ordenante principal impone en silencio las manos sobre la cabeza del elegido.
Luego todos
los Obispos, sucesivamente, imponen las manos al elegido sin decir nada.
Después de imponer de manos, los Obispos permanecen cerca del Obispo ordenante
principal, hasta
terminar la Plegaria de Ordenación, permitiendo que los fieles puedan ver la celebración.
46.
Luego el Obispo ordenante principal toma el Evangeliario que le presenta uno de los diáconos
y lo
impone abierto sobre la cabeza del elegido. Dos diáconos de pie, uno a la derecha y otro a la
izquierda del
elegido, sostienen el Evangeliario sobre su cabeza hasta que termine la Plegaria de
Ordenación.
47.
El elegido se arrodilla delante del Obispo ordenante principal quien, sin mitra, y teniendo junto
a sí a
los demás Obispos ordenantes, también sin mitra, dice con las manos extendidas la Plegaria
de
Ordenación:
Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
Padre misericordioso y Dios de todo consuelo,
tú habitas en el cielo
y contemplas con amor a los hombres
inclinándote hacia ellos con mirada bondadosa;
tú conoces todas las creaturas antes de que existan
y has constituido a la Iglesia
bajo la inspiración de tu gracia.
Tú elegiste, desde el principio, a un pueblo santo,
descendiente de Abraham,
y le diste reyes y sacerdotes
para mantener el culto en tu santuario,
porque, desde siempre,
quisiste ser glorificado por tus elegidos.
La siguiente parte de la oración es dicha por todos los Obispos ordenantes con las manos
juntas y en
voz baja, para que la voz del Obispo ordenante principal se escuche claramente:
Infunde ahora
sobre este tu elegido
La fuerza que de ti procede:
El espíritu de gobierno
Que diste a tu amado hijo Jesucristo,
Y él, a su vez, comunicó a los santos apóstoles,
Quienes establecieron la Iglesia
Como santuario tuyo
En cada lugar
Para gloria y alabanza incesante de tu nombre.
Prosigue solo el Obispo ordenante principal:
Dios y Padre nuestro:
tú conoces los corazones,
concede a este servidor tuyo,
a quien elegiste para el episcopado,
que apaciente tu pueblo santo;
que ejerza ante ti, de modo ejemplar, el sumo sacerdocio,
sirviéndote día y noche,
y que atraiga tu bendición sobre nosotros
ofreciéndote los dones de la santa Iglesia.
Que por la fuerza del Espíritu Santo
perdone los pecados según tu voluntad;
distribuya los ministerios de la Iglesia
conforme a tus designios
y desate todo vínculo,
en virtud del poder que diste a los Apóstoles.
Que por la pureza y mansedumbre de su corazón
se ofrezca a ti como sacrificio agradable,
por tu Hijo Jesucristo,
por quien recibes la gloria, el poder y el honor,
con el Espíritu Santo, en tu santa Iglesia,
ahora y por los siglos de los siglos.
Todos responden:
Amén.
48.
Cuando termina la oración de la consagración, los diáconos retiran el Evangeliario que
mantenían
sobre la cabeza del Ordenado, y uno de ellos lo tiene hasta que le sea entregado al Ordenado.
Todos se
sientan. El Obispo ordenante principal y los demás Obispos ordenantes se ponen la mitra.

Unción de la Cabeza y entrega del Evangeliario y Demás Insignias


49.
El Obispo ordenante principal se pone el gremial, toma el recipiente con el santo crisma que
uno de los
diáconos le presenta y unge la cabeza del Ordenado quien está arrodillado frente al mismo,
diciendo:
Dios, que te hizo partícipe
del Sumo Sacerdocio de Cristo,
derrame sobre ti el bálsamo de la mística unción,
y haga fecundo tu ministerio
con la abundancia de la bendición espiritual.
Luego el Obispo ordenante principal se limpia las manos.
50.
El Obispo ordenante principal toma el Evangeliario que le presenta uno de los diáconos, y lo
entrega al
Ordenado diciendo: Recibe el Evangelio y proclama siempre la Palabra de Dios con paciencia
y deseo de
enseñar.
Después, el diácono toma el Evangeliario y lo coloca en su lugar.
51.
El Obispo ordenante Principal coloca el anillo en el dedo anular de la mano derecha del
Ordenado,
diciendo: Recibe este anillo, signo de fidelidad, y adornado con una fe inquebrantable,
permanece fiel a la
Iglesia, Esposa santa de Dios.
52.
Si el Ordenado goza de palio, el Obispo ordenante principal lo recibe del diácono y lo pone
sobre los
hombros del Ordenado, diciendo:
Recibe el palio traído del sepulcro de san Pedro,
que te entregamos en nombre del Romano Pontífice,
el Papa N.,
como signo de autoridad metropolitana,
para que lo uses dentro de los límites de tu Provincia eclesiástica;
que sea para ti símbolo de unidad
y señal de comunión con la Sede Apostólica,
vínculo de caridad y estímulo de fortaleza.
53.

Seguidamente, el Obispo ordenante principal pone al Ordenado la mitra, diciendo: Recibe la


mitra, y
brille en ti el resplandor de la santidad, para que, cuando aparezca el Príncipe de los pastores,
merezcas la
corona de gloria que no se marchita.
54.
Finalmente le entrega al Ordenado el báculo pastoral, diciendo:
Recibe el báculo, signo de tu ministerio pastoral.
Cuida a todo el rebaño que el Espíritu Santo
te confía como Obispo
para gobernar a la Iglesia de Dios.
55.
Todos se ponen de pie. Si la Ordenación es celebrada en la iglesia propia del Ordenado, el
Obispo
ordenante principal lo invita para que se siente en la cátedra, y el Obispo ordenante principal
se sienta a la
derecha del Ordenado.
Pero, si la Ordenación se realiza fuera de su iglesia propia, el Obispo ordenante principal invita
al
Ordenado a sentarse en el primer lugar entre los Obispos concelebrantes.
56.
Allí, el Ordenado, dejando el báculo pastoral, recibe el saludo del Obispo ordenante principal y
de los
demás Obispos.
57.
Después de la entrega del báculo y hasta el fin del rito se puede cantar el Salmo 95 con la
Antífona
"Vayan por el mundo, aleluia; enseñen a todos los pueblos" u otro canto similar.
58.
La Misa continúa del modo acostumbrado. El Símbolo se dice según corresponda. La Oración
Universal se omite.

Liturgia Eucarística
59.
En la Plegaria Eucarística se hace mención del Obispo ordenado según las fórmulas
siguientes:
a) En la Plegaria Eucarística I, se dice "Acepta Señor en tu bondad" propio:
Acepta, Señor, en tu bondad,
esta ofrenda de tus servidores,
y de toda tu familia santa;
te la ofrecemos también por tu hijo N.
(por mí, indigno servidor tuyo),
que ha sido (he sido) llamado al orden de los Obispos;
conserva en él (en mí) tus dones
para que fructifique lo que ha recibido (he recibido) de tu bondad;
[Por Cristo, nuestro Señor. Amén].
b) En las intercesiones de la Plegaria Eucarística II, después de la palabra "a cuantos
participamos del
Cuerpo y Sangre de Cristo", se dice:
Acuérdate, Señor,
de tu Iglesia extendida por toda la tierra;
y con el Papa N.,
con nuestro Obispo N.,
(y tu servidor N.)
a quien has constituido hoy pastor de la Iglesia (de N.),
a todos los pastores que cuidan de tu pueblo,
llévala a su perfección por la caridad.
c) En las intercesiones de la Plegaria Eucarística III, después de las palabras "traiga la paz y
la
salvación al mundo entero", se dice:
Confirma en la fe y en la caridad a tu Iglesia,
peregrina en la tierra:
a tu servidor, el Papa N.,
a nuestro Obispo N. (y a tu servidor N.)
a quien ha sido ordenado hoy pastor de la Iglesia (de N.),
al orden episcopal, a los presbíteros y diáconos,
y a todo el pueblo redimido por ti.
d) En las intercesiones de la Plegaria Eucarística IV, después de las palabras "para alabanza
de tu
gloria", se dice:
Y ahora, Señor, acuérdate
de todos aquellos por quienes te ofrecemos este sacrificio:
de tu servidor el Papa N., de nuestro Obispo N., (y de este servidor tuyo N.),
a quien te has dignado elegir hoy para el servicio de tu pueblo,
del orden episcopal y de los presbíteros y diáconos,
de los oferentes y de los aquí reunidos,
de todo tu pueblo santo
y de aquellos que te buscan con sincero corazón.
60.
Los familiares y amigos cercanos del Ordenado pueden recibir la comunión bajo las dos
especies.

Rito de Conclusión
61.
Terminada la oración después de la comunión, se canta el Te Deum o bien otro himno similar,
de
acuerdo con la costumbre del lugar.
Mientras tanto, el Ordenado con mitra y báculo pastoral, es conducido por dos de los Obispos
ordenantes por la iglesia, mientras bendice a todos.
62.
Terminado el himno, el Ordenado, desde el altar o -si la Ordenación se celebra en su propia
Iglesiadesde
la cátedra puede dirigirse al pueblo con breves palabras.
63.
Luego, el Obispo que presidió la Liturgia eucarística imparte la bendición. En lugar de la
bendición
habitual puede darse la bendición solemne que sigue. El diácono puede hacer la siguiente
invitación:
Nos inclinamos para la bendición.
o con otras palabras similares.
a) Si imparte la bendición el Ordenado, hace antes la triple súplica, con las manos extendidas:
Señor Dios:
tú cuidas de tu pueblo
y lo gobiernas con amor.
Concede el Espíritu de sabiduría a sus pastores
para que la santidad del rebaño
sea gozo eterno de los pastores.
Todos responden:
Amén.
El Ordenado continúa:
Señor: tú estableces la duración de nuestra vida
y por tu poder admirable
gobiernas los acontecimientos de la historia.
Mira con bondad nuestro humilde ministerio
y concede a nuestros días la abundancia de tu paz.
Todos responden:
Amén.
El Ordenado continúa:
Señor, concede los dones de tu gracia
a quien elevaste al orden episcopal
para que te agrade en su ministerio.
Dirige el corazón del pueblo y del pastor
para que al pastor no le falte la obediencia del rebaño,
ni a la grey le falten nunca los cuidados del pastor.
Todos responden:
Amén.
Y el Ordenado pronuncia la bendic ión:
Y la bendición de Dios todopoderoso
Padre, Hijo, y Espíritu Santo
descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.
Todos responden:
Amén.
b) Si el Obispo ordenante principal imparte la bendición, con las manos extendidas sobre el
Ordenado y el
pueblo, dice:
El Señor te bendiga y te proteja.
Ya que te constituyó pontífice de su pueblo,
te haga feliz en esta vida
y te permita compartir la felicidad eterna.
Todos responden:
Amén.
El Obispo ordenante principal:
Que el Señor te conceda por muchos años
gobernar felizmente, con su providencia y con tu esfuerzo,
al clero y al pueblo que ha querido reunir en torno tuyo.
Todos responden:
Amén.
El Obispo ordenante principal:
Que tu pueblo obedeciendo los preceptos divinos,
superando toda adversidad,
recibiendo toda clase de bienes
y respetando fielmente tu ministerio,
goce de la tranquilidad de la paz en este mundo
y merezca junto a ti
gozar de la compañía eterna de los santos.
Todos responden:
Amén.
Y el Obispo ordenante principal pronuncia la bendic ión:
Y la bendición de Dios todopoderoso
Padre, Hijo, y Espíritu Santo
descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.
Todos responden:
Amén.
64.
Dada la bendición, y despedido el pueblo por el diácono, se hace la procesión a la sacristía del
modo
acostumbrado.

Ordenación de varios Obispos


65.
Cuanto se dice en los nn. 15-27 de las Observaciones generales previas, vale también para la
Ordenación de varios obispos a la vez.
En este caso se indica como especial lo siguiente:
a) A cada uno de los elegidos le han de asistir dos presbíteros.
b) Es muy conveniente que todos los Obispos ordenantes y los presbíteros que asisten a los
elegidos concelebren la Misa con el Obispo ordenante principal y con los elegidos. Si la
Ordenación se
hace en la iglesia propia de alguno de los elegidos, concelebren también algunos de su
presbiterio.
c) Si la Ordenación tiene lugar dentro de la diócesis propia de alguno de los elegidos, el
Obispo
ordenante principal puede invitar al Obispo recién ordenado para que presida la
concelebración eucarística.
De lo contrario, el Obispo ordenante principal preside la concelebración, pero los Obispos
recién
ordenados ocupan los primeros lugares entre los demás concelebrantes.
d) Además de lo necesario para la celebración de la Misa deben prepararse:
- Ritual de Ordenación;
- separatas de la Plegaria de Ordenación para los Obispos ordenantes;
- Evangeliario que se ha de imponer a cada uno de los elegidos;
- gremial;
- santo crisma;
- lo necesario para limpiarse las manos;
- el anillo, el báculo pastoral y la mitra para cada uno de los elegidos y, en su caso, el
palio.
Las insignias, excepto el palio, no necesitan bendición previa, cuando se entregan en el
mismo rito
de Ordenación.
e) las sedes han de prepararse del modo ya indicado en el n. 29.
66.
El Obispo ordenante principal, como también los Obispos y los presbíteros concelebrantes,
visten los
ornamentos sagrados que se exigen a cada uno para la celebración de la Misa.
Conviene que el Obispo ordenante principal lleve la dalmática bajo la casulla.
Los elegidos visten todos los ornamentos sacerdotales y, además, la cruz pectoral y la
dalmática.
Pero los Obispos ordenantes, si no concelebran, han de llevar alba, cruz pectoral, estola y, si
se cree
oportuno, capa pluvial y mitra. Los presbíteros que asisten a los elegidos, si no concelebran,
vestirán capa
pluvial sobre el alba.
Los ornamentos han de ser del color de la Misa que se celebre o caso contrario de color
blanco.
También pueden emplearse otros ornamentos festivos o más nobles.

Ritos iniciales y Liturgia de la Palabra


67.
Estando todo dispuesto para la celebración, se ordena la procesión por la iglesia hacia el altar
como de
costumbre. El diácono lleve el Evangeliario para la Misa y la Ordenación, y si hubiere otros
diáconos,
precedan a los presbíteros concelebrantes. Después, los elegidos en medio de sus
presbíteros asistentes, a
los que seguirán los Obispos ordenantes y, finalmente, el Obispo ordenante principal y -un
poco más
atrás- dos diáconos que lo asistan. Al llegar al altar y, hecha la debida reverencia, todos vayan
a sus
lugares asignados. Se cuidará, sin embargo, que se manifieste la distinción entre los obispos y
los
presbíteros, aún en la disposición de los lugares.
Mientras tanto, se canta la Antífona de entrada con su salmo, u otro canto adecuado.
68.
Los Ritos iniciales y la Liturgia de la Palabra se hacen del modo acostumbrado hasta la
proclamación
del Evangelio inclusive.
69.
Si uno de los Obispos se ordena en su iglesia catedral, después del saludo al pueblo, uno de
los
diáconos o de los presbíteros concelebrantes, exhiba y lea desde el ambón el mandato
apostólico, ante el
Colegio de consultores y con la presencia del Canciller de la Curia quien redactará un acta.
Todos
escuchan sentados y, finalizada la lectura, aclamarán diciendo: Demos gracias a Dios.
También puede cantarse la siguiente Antífona:
"Te doy gracias, Señor, por tu amor.
No abandones la obra de tus manos.
Aleluia, aleluia".
En las diócesis recién erigidas, comuníquese el mandato apostólico al clero y al pueblo
presente en la
catedral, y el acta sea redactada por el presbítero más antiguo de los presentes.
70.
Después de la proclamación del Evangelio, el diácono deposita reverentemente de nuevo
sobre el altar
el Evangeliario, donde permanece hasta que sea puesto sobre la cabeza de cada Ordenado.

Ordenación
71.
Luego comienza la Ordenación de los Obispos. Estando todos de pie, puede cantarse el
"Veni, Creator
Spiritus" u otro himno similar, de acuerdo con la costumbre del lugar.
72.
Después, el Obispo ordenante principal y los demás Obispos ordenantes, si así fuera, se
dirigen a las
sedes preparadas para la Ordenación.

Presentación de los Elegidos


73.
Los elegidos son conducidos por los presbíteros asistentes delante del Obispo ordenante
principal, a
quien hacen reverencia.
74.
Uno de los presbíteros asistentes se dirige al Obispo ordenante principal con estas palabras:
Reverendísimo Padre, la Iglesia de N. pide que ordenes Obispo al presbítero N.
Pero si se ordenara un Obispo no residencial se dice:
Reverendísimo Padre, la Santa Madre Iglesia Católica, pide que ordenes Obispo al presbítero
N.
Así se hace para cada uno de los elegidos. Al final, el Obispo ordenante principal pregunta:
¿Tienen el mandato apostólico?
Uno de los presbíteros responde:
Si, lo tenemos.
El Obispo ordenante principal dice:
Que se lea.
Todos toman asiento y se lee al mandato. Terminada la cual todos asienten a la elección del
Obispo
diciendo:
Demos gracias a Dios.
También puede cantarse la siguiente Antífona:
"Te doy gracias, Señor, por tu amor.
No abandones la obra de tus manos.
Aleluia, aleluia".

Homilía
75.
Después todos se sientan. El Obispo ordenante principal hace la homilía en la cual, tomando
como
punto de partida el texto de las lecturas proclamadas en la Liturgia de la Palabra, exhorta al
clero, al pueblo
y a los elegidos sobre el ministerio episcopal.
Sobre tal ministerio también puede hablar con palabras similares a las señaladas en Apéndice,
p. 194,
adaptando el texto si se ordenara un Obispo no residencial.

Promesas de los Elegidos


76.
Terminada la homilía, solamente los elegidos se ponen de pie delante del Obispo ordenante
principal,
quien los interroga con las siguientes palabras:
La antigua norma de los Santos Padres
manda que quien va a ser ordenado Obispo
sea interrogado delante del pueblo
acerca de su propósito de custodiar la fe
y de cumplir con su oficio.
Por eso, queridos hermanos:
¿Quieren cumplir hasta la muerte,
con la ayuda del Espíritu Santo,
el oficio pastoral que los Obispos
hemos recibido de los Apóstoles
y que se les comunica por la imposición de nuestras manos?
Los elegidos responde todos juntos:
Sí, quiero.
El Obispo ordenante principal:
¿Quieren anunciar con fidelidad y constancia
el Evangelio de Jesucristo?
El elegido responde:
Sí, quiero.
El Obispo ordenante principal:
¿Quieren conservar puro e íntegro el depósito de la fe,
tal como fue recibido de los Apóstoles
y que la Iglesia conservó siempre y en todas partes?
Cada elegido responde:
Sí, quiero.
El Obispo ordenante principal:
¿Quieren edificar el cuerpo de Cristo que es su Iglesia,
y perseverar en su unidad junto con todos los Obispos
bajo la autoridad del sucesor del Apóstol San Pedro?
Cada elegido responde:
Sí, quiero.
El Obispo ordenante principal:
¿Quieren obedecer fielmente
al sucesor del Apóstol San Pedro?
Cada elegido responde:
Sí, quiero.
El Obispo ordenante principal:
¿Quieren, como padres bondadosos,
junto con sus colaboradores, los presbíteros y diáconos,
alimentar al pueblo santo de Dios
y guiarlo por el camino de la salvación?
Cada elegido responde:
Sí, quiero.
El Obispo ordenante principal:
¿Quieren mostrarse afables y bondadosos,
en el nombre del Señor,
con los pobres, con los que no tienen casa
y con todos los necesitados?

Cada elegido responde:


Sí, quiero.
El Obispo ordenante principal:
¿Quieren, como buen pastor, buscar las ovejas perdidas
y conducirlas al redil del Señor?
Cada elegido responde:
Sí, quiero.
El Obispo ordenante principal:
¿Quieren orar siempre a Dios todopoderoso
y cumplir con toda fidelidad
la función del sumo sacerdocio?
Cada elegido responde:
Quiero, con la gracia de Dios.
El Obispo ordenante principal dice:
Que Dios perfeccione la obra que ha comenzado en ustedes.

Súplica Litánica
77.
Luego los Obispos dejan la mitra y todos se ponen de pie. El Obispo ordenante principal de
pie, con
las manos juntas y mirando hacia el pueblo, pronuncia la siguiente invitación:
Queridos hermanos:
Oremos a fin de que la bondad de Dios todopoderoso
conceda a estos elegidos la abundancia de su gracia,
para el bien de su Iglesia.
78.
Los elegidos se postran y, salvo en los días domingos y en el tiempo pascual, todos se
arrodillan.
Según el caso, el diácono dice: Nos arrodillamos.
Entonces, se comienzan a cantar las letanías.
Según las categorías que figuran como subtítulos y su respectivo lugar cronológico, pueden
añadirse
algunos nombres de santos (por ej. del patrono del lugar, del titular de la iglesia, del fundador
o del patrono
de los que van a ser ordenados). Para facilitar el oficio del cantor, se añaden en su respectivo
lugar los
nombres de los santos latinoamericanos más importantes, los que pueden cantarse
opcionalmente.
También pueden añadirse algunas súplicas por diversas necesidades más apropiadas a cada
circunstancia. Los cantores comienzan las letanías según el texto del n.42 con las súplicas por
los
elegidos en plural.
79.
Terminadas las letanías, el Obispo ordenante principal, de pie y con las manos extendidas,
dice:
Padre bueno:
escucha nuestras súplicas
y derramando la plenitud de la gracia sacerdotal
sobre estos servidores tuyos,
infúndeles la fuerza de tu bendición.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
Si es el caso, el diácono dice:
Nos ponemos de pie.
Y todos se levantan.

Imposición de Manos y Plegaria de Ordenación


80.
Los elegidos se ponen de pie, se acercan al Obispo ordenante principal quien está de pie con
mitra
delante de la sede, y se arrodillan delante de él.
81.
El Obispo ordenante principal impone en silencio las manos sobre la cabeza de los elegidos.
Luego
todos los Obispos, sucesivamente, imponen las manos a los elegidos sin decir nada.
Después de imponer de manos, los Obispos permanecen cerca del Obispo ordenante
principal, hasta
terminar la Plegaria de Ordenación, permitiendo que los fieles puedan ver la celebración.
82.
Luego el Obispo ordenante principal toma el Evangeliario que le presenta uno de los diáconos
y lo
impone abierto sobre la cabeza de los elegidos. Dos diáconos de pie, uno a la derecha y otro
a la izquierda
de cada elegido, sostienen el Evangeliario sobre su cabeza hasta que termine la Plegaria de
Ordenación.
83.
Los elegidos se arrodillan delante del Obispo ordenante principal quien, sin mitra, y teniendo
junto a sí
a los demás Obispos ordenantes, también sin mitra, dice con las manos extendidas la Plegaria
de
Ordenación:
Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
Padre misericordioso y Dios de todo consuelo,
tú habitas en el cielo
y contemplas con amor a los hombres
inclinándote hacia ellos con mirada bondadosa;
tú conoces todas las creaturas antes de que existan
y has constituido a la Iglesia
bajo la inspiración de tu gracia.
Tú elegiste, desde el principio, a un pueblo santo,
descendiente de Abraham,
y le diste reyes y sacerdotes
para mantener el culto en tu santuario,
porque, desde siempre,
quisiste ser glorificado por tus elegidos.
La siguiente parte de la oración es dicha por todos los Obispos ordenantes con las manos
juntas y en
voz baja, para que la voz del Obispo ordenante principal se escuche claramente:
Infunde ahora
sobre éstos, tus elegidos
la fuerza que de ti procede:
el espíritu de gobierno
que diste a tu amado hijo Jesucristo,
y él, a su vez,
comunicó a los santos apóstoles,
quienes establecieron la Iglesia
como santuario tuyo,
en cada lugar,
para gloria y alabanza incesante
de tu nombre.
Prosigue solo el Obispo ordenante principal:
Dios y Padre nuestro:
tú conoces los corazones,
concede a estos servidores tuyos,
a quienes elegiste para el episcopado,
que apacienten tu pueblo santo;
que ejerzan ante ti, de modo ejemplar,
el sumo sacerdocio,
sirviéndote día y noche,
y que atraigan tu bendición sobre nosotros
ofreciéndote los dones de la santa Iglesia.
Que por la fuerza del Espíritu Santo
perdonen los pecados según tu voluntad;
distribuyan los ministerios de la Iglesia
conforme a tus designios
y desaten todo vínculo,
en virtud del poder que diste a los Apóstoles.
Que por la pureza y mansedumbre de sus corazones
se ofrezcan a ti como sacrificio agradable,
por tu Hijo Jesucristo,
por quien recibes la gloria, el poder y el honor,
con el Espíritu Santo, en tu santa Iglesia,
ahora y por los siglos de los siglos.
Todos responden:
Amén.
84.
Cuando termina la oración de la consagración, los diáconos retiran el Evangeliario que
mantenían
sobre la cabeza de cada Ordenado, y uno de ellos lo tiene hasta que le sea entregado a cada
Ordenado.
Todos se sientan. El Obispo ordenante principal y los demás Obispos ordenantes se ponen la
mitra.

Unción de la Cabeza y entrega del Evangeliario y demás Insignias


85.
El Obispo ordenante principal se pone el gremial, toma el recipiente con el santo crisma que
uno de los
diáconos le presenta y unge la cabeza de cada Ordenado quien está arrodillado frente al
mismo, diciendo:
Dios, que te hizo partícipe
del Sumo Sacerdocio de Cristo,
derrame sobre ti el bálsamo de la mística unción,
y haga fecundo tu ministerio
con la abundancia de la bendición espiritual.
Luego el Obispo ordenante principal se limpia las manos.
86.
El Obispo ordenante principal toma el Evangeliario que le presenta uno de los diáconos, y lo
entrega a
cada Ordenado diciendo:
Recibe el Evangelio
y proclama siempre la Palabra de Dios
con paciencia y deseo de enseñar.
Después, el diácono toma el Evangeliario y lo coloca en su lugar.
87.
El Obispo ordenante Principal coloca el anillo en el dedo anular de la mano derecha de cada
Ordenado,
diciendo:
Recibe este anillo, signo de fidelidad,
y adornado con una fe inquebrantable,
permanece fiel a la Iglesia, Esposa santa de Dios.
88.
Si alguno de los Ordenados goza de palio, el Obispo ordenante principal lo recibe del diácono
y lo
pone sobre los hombros del Ordenado, diciendo:
Recibe el Palio traído del sepulcro de san Pedro,
que te entregamos en nombre del Romano Pontífice, el Papa N.,
como signo de autoridad metropolitana,
para que lo uses dentro de los límites de tu Provincia eclesiástica;
que sea para ti símbolo de unidad
y señal de comunión con la Sede Apostólica,
vínculo de caridad y estímulo de fortaleza.
89.
Seguidamente, el Obispo ordenante principal pone la mitra a cada Ordenado, diciendo:
Recibe la mitra,
brille en ti el resplandor de la santidad,
para que, cuando aparezca el Príncipe de los pastores,
merezcas recibir la corona de gloria que no se marchita.
90.
Finalmente le entrega a cada Ordenado el báculo pastoral, diciendo:
Recibe el báculo, signo de tu ministerio pastoral.
Cuida a toda la grey, en la que el Espíritu Santo
te coloca como Obispo
para gobernar a la Iglesia de Dios.
91.
Todos se ponen de pie. Si la Ordenación es celebrada en la iglesia propia de alguno de los
Ordenados,
el Obispo ordenante principal lo invita para que se siente en la cátedra, y el Obispo ordenante
principal se
sienta a la derecha del Ordenado. Los demás Obispos ordenados fuera de su propia iglesia
son invitados
por el Obispo ordenante principal a ocupar los primeros lugares entre los Obispos
concelebrantes.
Si la Ordenación no se hace en la cátedra, el Obispo ordenante principal conduce al Ordenado
en su
propia iglesia a la cátedra y a los demás a los lugares preparados para ellos.
92.
Allí, los Ordenados, dejando el báculo pastoral, reciben el saludo del Obispo ordenante
principal y de
los demás Obispos.
93.
Después de la entrega del báculo y hasta el fin del rito se puede cantar el Salmo 95 con la
Antífona
"Vayan por el mundo, aleluia; enseñen a todos los pueblos" u otro canto similar.
94.
La Misa continúa del modo acostumbrado. El Símbolo se dice según corresponda. La Oración
Universal se omite.

Liturgia Eucarística
95.
En la Plegaria Eucarística se hace mención de los Obispos ordenados según las fórmulas
siguientes:
a) En la Plegaria Eucarística I, se dice "Acepta Señor en tu bondad" propio:
Acepta, Señor, en tu bondad,
esta ofrenda de tus servidores,
y de toda tu familia santa;
te la ofrecemos también por tus hijos N.
(por mí, indigno siervo tuyo),
que han sido (he sido) llamado(s) al orden de los Obispos;
conserva en ellos (en mí) tus dones
para que fructifique lo que hemos recibido (he recibido) de tu bondad;
[Por Cristo, nuestro Señor. Amén].
b) En las intercesiones de la Plegaria Eucarística II, después de la palabra "a cuantos
participamos del
Cuerpo y Sangre de Cristo", se dice:
Acuérdate, Señor,
de tu Iglesia extendida por toda la tierra;
y con el Papa N., con nuestro Obispo N., (y tus servidores N.)
a quienes has constituido hoy pastores de la Iglesia (de N.),
y con todos los que cuidan de tu pueblo,
llévala a su perfección por la caridad.
c) En las intercesiones de la Plegaria Eucarística III, después de las palabras "traiga la paz y
la
salvación al mundo entero", se dice:
Confirma en la fe y en la caridad
a tu Iglesia, peregrina en la tierra:
a tu servidor, el Papa N.,
a nuestro Obispo N. (y a tus servidores N.),
que han sido ordenado hoy pastores de la Iglesia (de N.),
al orden episcopal, a los presbíteros y diáconos,
y a todo el pueblo redimido por ti.
d) En las intercesiones de la Plegaria Eucarística IV, después de las palabras "para alabanza
de tu
gloria", se dice: Y ahora, Señor, acuérdate de todos aquellos por quienes te ofrecemos este
sacrificio: de
tu servidor el Papa N., de nuestro Obispo N., (y de estos servidores tuyos N.), que te has
dignado elegir
hoy para el servicio de tu pueblo, del orden episcopal y de los presbíteros y diáconos, de los
oferentes y
de los aquí reunidos, de todo tu pueblo santo y de aquellos que te buscan con sincero
corazón.
96.
Los familiares y amigos cercanos de los Ordenados pueden recibir la comunión bajo las dos
especies.
Rito de Conclusión
97.
Terminada la oración después de la comunión, se canta el Te Deum o bien otro himno similar,
de
acuerdo con la costumbre del lugar. Mientras tanto, los Ordenados con mitra y báculo pastoral,
son
conducidos por los Obispos ordenantes por la iglesia, mientras bendicen a todos.
98.
Terminado el himno, los Ordenados se paran delante del altar con mitra y báculo. Antes de la
bendición, uno de ellos, principalmente si alguno ha sido ordenado en su propia iglesia, desde
la cátedra
puede dirigirse al pueblo con breves palabras.
99.
Luego, el Obispo que presidió la Liturgia eucarística imparte la bendición. En lugar de la
bendición
habitual puede darse la bendición solemne que sigue. El diácono puede hacer la siguiente
invitación:
Nos inclinamos para la bendición.
o con otras palabras similares.
a) Si el celebrante principal es uno de los Ordenados, hace antes la triple súplica, con las
manos
extendidas:
Señor Dios: tú cuidas de tu pueblo
y lo gobiernas con amor.
Concede el Espíritu de sabiduría a sus pastores
para que la santidad del rebaño
sea gozo eterno de los pastores.
Todos responden:
Amén.
El Ordenado continúa:
Señor: tú estableces la duración de nuestra vida
y por tu poder admirable
gobiernas los acontecimientos de la historia.
Mira con bondad nuestro humilde ministerio
y concede a nuestros días la abundancia de tu paz.
Todos responden:
Amén.
El Ordenado continúa:
Señor, concede los dones de tu gracia
a quienes elevaste al orden episcopal
para que te agraden en su ministerio.
Dirige el corazón del pueblo y del pastor
para que al pastor no le falte la obediencia del rebaño,
ni a la grey le falten nunca los cuidados del pastor.
Todos responden:
Amén.
Y el Ordenado pronuncia la bendic ión:
Y la bendición de Dios todopoderoso
Padre, Hijo, y Espíritu Santo
descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.
Todos responden:
Amén.
b) Si el Obispo ordenante principal imparte la bendición, con las manos extendidas sobre los
Ordenados y el pueblo, dice:
El Señor los bendiga y los proteja.
Ya que los constituyó pontífices de su pueblo,
los haga feliz en esta vida
y les permita compartir la felicidad eterna.
Todos responden:
Amén.
El Obispo ordenante principal:
Que el Señor les conceda por muchos años
gobernar felizmente,
con su providencia y con el esfuerzo de ustedes,
al clero y al pueblo que ha querido reunir en torno suyo.
Todos responden:
Amén.
El Obispo ordenante principal:
Que el pueblo, obedeciendo los preceptos divinos,
superando toda adversidad,
recibiendo toda clase de bienes
y respetando fielmente su ministerio episcopal,
goce de la tranquilidad de la paz en este mundo
y merezca junto con ustedes
gozar de la compañía eterna de los santos.
Todos responden:
Amén.
Y el Obispo ordenante principal pronuncia la bendic ión:
Y la bendición de Dios todopoderoso
Padre, Hijo, y Espíritu Santo
descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.
Todos responden:
Amén.
100.
Dada la bendición, y despedido el pueblo por el diácono, se hace la procesión a la sacristía del
modo
acostumbrado.

Capítulo II. Ordenación de Presbíteros


Observaciones Previas
I. Importancia de la Ordenación
101.
Por la Ordenación sagrada se confiere a los presbíteros aquel sacramento que "mediante al
unción del
Espíritu Santo marca a los sacerdotes con un carácter especial. Así están identificados con
Cristo
Sacerdote, de tal manera que puedan actuar como representantes de Cristo Cabeza"19.
En consecuencia, los presbíteros tienen parte en el sacerdocio y en la misión del Obispo.
Como
sinceros cooperadores del Orden episcopal, llamados a servir al pueblo de Dios, forman, junto
con su
Obispo, un único presbiterio dedicado a diversas funciones20.
102.
Participando en el grado propio de su ministerio, del oficio del único Mediador, Cristo (1 Tim
2,5),
anuncian a todos la palabra divina. Pero su oficio sagrado lo ejercen, sobre todo, en la
asamblea
eucarística. Desempeñan con sumo interés el ministerio de la reconciliación y del alivio en
favor de los
fieles penitentes o enfermos, y presentan a Dios Padre las necesidades y súplicas de los fieles
(cf. Heb
5,1-4). Ejerciendo en la medida de su autoridad, el oficio de Cristo, Pastor y Cabeza, reúnen la
familia de
Dios como una fraternidad, animada con espíritu de unidad, y la conducen a Dios Padre por
Cristo en el
Espíritu. En medio de la grey la adoran en Espíritu y en verdad (cf. Jn 4,24). Se afanan,
finalmente, en la
palabra y en la enseñanza (cf. 1 Tim 5,17), creyendo aquello que leen cuando meditan la ley
del Señor,
enseñando aquello que creen, imitando lo que enseñan21.

II. Oficios y Ministerios


103.
Es propio de todos los fieles de la diócesis acompañar con sus oraciones a los candidatos al
presbiterado. Háganlo principalmente en la Oración Universal de la Misa y en las preces de
Vísperas.
104.
Puesto que el presbítero es constituido en favor de toda la Iglesia particular, deben ser
invitados a la
Ordenación de presbíteros los clérigos y otros fieles, de manera que asistan a la celebración
en el mayor
número posible. Principalmente han de ser invitados todos los presbíteros de la diócesis a la
Ordenación.
105.
El Obispo es el ministro de la sagrada Ordenación22. Conviene que sea el Obispo de la
diócesis quien
confiera la Ordenación de presbíteros a los diáconos. Pero los presbíteros presentes en la
Ordenación,
imponen las manos a los candidatos juntamente con el Obispo "a causa del espíritu común y
semejante del
clero"23.
106.
Uno de los colaboradores del Obispo que han sido delegados para la formación de los
candidatos, en
la Ordenación pide en nombre de la Iglesia la colación del Orden y responde a la pregunta
sobre la
dignidad de los candidatos. Algunos de los presbíteros ayudan a los Ordenados a revestirse
de los
ornamentos presbiterales. Los presbíteros presentes, en cuanto sea posible saludan a los
hermanos recién
ordenados como señal de acogida en el presbiterio y concelebran la Liturgia eucarística
juntamente con el
Obispo y los Ordenados.

III. La Celebración
107.
Conviene que la Iglesia particular, a cuyo servicio se ordenan los presbíteros, se prepare para
la
Ordenación.
Los candidatos mismos deben prepararse con la oración en retiro practicando ejercicios
espirituales al
menos durante cinco días.
108.
Realicése la Ordenación en la iglesia catedral o en las iglesias de aquellas comunidades de
las que son
oriundos algunos de los candidatos, o en otra iglesia de gran importancia.
Si se van a ordenar presbíteros de alguna comunidad religiosa, puede hacerse la Ordenación
en la
iglesia de la comunidad en la que van a ejercer su ministerio.
109.
Celébrese la Ordenación con la asistencia del mayor número posible de fieles en domingo o
día
festivo, a no ser que razones pastorales aconsejen otro día. Pero se excluyen el Triduo
Pascual, el
Miércoles de Ceniza, toda la Semana Santa y la Conmemoración de todos los fieles difuntos.
110.
La Ordenación tiene lugar dentro de la Misa, una vez terminada la Liturgia de la Palabra y
antes de la
Liturgia de la Eucaristía.
Puede emplearse la Misa ritual para las sagradas Ordenes excepto en las Solemnidades, los
Domingos
de Adviento, Cuaresma, Pascua y los días de la octava de Pascua. En estos casos se dice la
Misa del día
con sus lecturas.
Pero en otros días, si no se dice la Misa ritual se puede tomar una de las lecturas de las que
se
proponen en el Leccionario con este fin.
La Oración Universal se omite, porque las letanías ocupan su lugar.
111.
Proclamando el Evangelio, la Iglesia particular pide al Obispo que ordene a los candidatos. El
presbítero encargado informa al Obispo que le pregunta, ante el pueblo, de que no existen
dudas acerca de
los candidatos. Los candidatos, en presencia del Obispo y de todos los fieles, manifiestan la
voluntad de
cumplir su ministerio, según los deseos de Cristo y de la Iglesia bajo la autoridad del Obispo.
En las
letanías todos imploran la gracia de Dios en favor de los candidatos.
112.
Por la imposición de las manos del Obispo y la Plegaria de Ordenación, se les confiere a los
candidatos el don del Espíritu Santo para su función presbiteral. Estas son las palabras que
pertenecen a la
naturaleza del sacramento y que por tanto se exigen para la validez del acto:
Te pedimos, Padre todopoderoso, que confieras a estos siervos tuyos la dignidad del
presbiterado.
Renueva en sus corazones el espíritu de santidad, reciban de ti el segundo grado del
ministerio sacerdotal
y sean, por su conducta, ejemplo de vida.
Juntamente con el Obispo, los presbíteros imponen las manos a los candidatos para significar
su
recepción en el presbiterio.
113.
Inmediatamente después de la Plegaria de Ordenación se revisten los ordenados con la estola
presbiteral y con la casulla para que se manifieste visiblemente el ministerio que desde ahora
van a ejercer
en la liturgia.
Este ministerio se explica más ampliamente por otros signos. Por la unción de las manos, se
significa
la peculiar participación de los presbíteros en el sacerdocio de Cristo. Por la entrega del pan y
del vino en
sus manos, se indica el deber de presidir la celebración Eucarística y de seguir a Cristo
crucificado.
El Obispo con su saludo pone en cierto modo el sello a la acogida de sus nuevos
colaboradores en su
ministerio. Los presbíteros saludan a los ordenados para el común ministerio en su Orden.
114.
Los Ordenados ejercen por primera vez su ministerio en la Liturgia eucarística
concelebrándola con el
Obispo y con los demás miembros del presbiterio. Los presbíteros recién ordenados ocupan el
primer
lugar.

IV. Lo que hay que preparar


115.
Además de lo necesario para la celebración de la Misa, deben prepararse:
- Ritual de Ordenación;
- casullas para cada uno de los ordenandos;
- gremial;
- santo crisma;
- lo necesario para limpiarse las manos el Obispo y los Ordenados.
116.
La Ordenación hágase normalmente junto a la cátedra, pero si fuere necesario para la
participación de
los fieles, prepárese la sede para el Obispo delante del altar o en otro lugar más conveniente.
Las sedes para los ordenados deben prepararse de modo que los fieles puedan participar de
la
celebración, incluso visualmente.
117.
El Obispo y los presbíteros concelebrantes visten los ornamentos sagrados que se les exigen
a cada
uno para la celebración de la Misa.
Los Ordenandos se revisten con amito, alba, cíngulo y estola diaconal. Los presbíteros que
imponen
las manos a los elegidos para el presbiterado si no concelebran, estén revestidos de estola
sobre el alba o
sobre el traje talar con roquete.
Los ornamentos han de ser del color de la Misa que se celebra, o caso contrario de color
blanco.
También pueden emplearse otros ornamentos festivos o más nobles.

Ordenación de varios Presbíteros

Ritos iniciales y Liturgia de la Palabra


118.
Estando todo dispuesto para la celebración, se ordena la procesión por la iglesia hacia el altar
como de
costumbre. El diácono lleve el Evangeliario y, si hubiere otros diáconos, precedan a los
ordenandos, a los
presbíteros concelebrantes y finalmente vaya el Obispo y -un poco más atrás- dos diáconos
que lo asistan.
Al llegar al altar y, hecha la debida reverencia, todos vayan a sus lugares asignados.
Mientras tanto, se canta la Antífona de entrada con su salmo, u otro canto adecuado.
119.
Los Ritos iniciales y la Liturgia de la Palabra se hacen del modo acostumbrado hasta la
proclamación
del Evangelio inclusive.

Ordenación
120.
Luego comienza la Ordenación presbiteral.
El Obispo ocupa la sede preparada para la Ordenación, y se coloca la mitra. Después se
presentan los
candidatos.

Elección de los candidatos


121.
Los Ordenandos son llamados por el diácono del siguiente modo: Acérquense los que van a
ser
ordenados presbíteros.
Y llama a cada uno por su nombre, y cada uno de ellos responde: Aquí estoy.
Y se acerca al Obispo, a quien hace una reverencia.
122.
A medida que son llamados se colocan ante el Obispo. El presbítero designado por el Obispo
dice:
Reverendísimo Padre, la santa Madre Iglesia pide que ordenes presbíteros a estos hermanos
nuestros.
El Obispo le pregunta:
¿Sabes si son dignos?
El presbítero responde:
Teniendo en cuenta la consulta hecha al pueblo cristiano,
y con el voto favorable de las personas
a quienes compete darlo,
doy fe de que son dignos.
El Obispo dice:
Con la ayuda de Dios
y de nuestro Salvador Jesucristo,
elegimos a estos hermanos nuestros
para el Orden presbiteral.
Todos responden:
Demos gracias a Dios.
También puede cantarse la siguiente Antífona:
"Te doy gracias, Señor, por tu amor.
No abandones la obra de tus manos.
Aleluia, aleluia".

Homilía
123.
Después todos se sientan. El Obispo hace la homilía en la cual, tomando como punto de
partida el
texto de las lecturas proclamadas en la Liturgia de la Palabra, exhorta al pueblo y a los
elegidos sobre el
ministerio presbiteral.
Sobre tal ministerio también puede hablar con palabras semejantes a las indicadas en el
Apendice, p.
196, u otras palabras.

Promesa de los elegidos


124.
Concluida la homilía, sólo los elegidos se ponen de pie, y se colocan frente al Obispo, quien
interroga
a todos juntos con estas palabras:
Queridos hijos:
Antes de entrar en el Orden del presbiterado,
manifiesten delante de la comunidad
su propósito de recibir este ministerio.
¿Quieren desempeñar siempre el ministerio sacerdotal
en el grado de presbíteros
como buenos colaboradores del Orden episcopal,
apacentando el rebaño del Señor,
guiados por el Espíritu Santo?
Todos los elegidos responden simultáneamente:
Sí, quiero.
El Obispo:
¿Quieren desempeñar digna y sabiamente
el ministerio de la palabra
en la predicación del Evangelio
y en la enseñanza de la fe católica?
Los elegidos:
Sí, quiero.
El Obispo:
¿Quieren celebrar con fidelidad y piadosamente
los misterios del Señor,
principalmente el sacrificio de la Eucaristía
y el sacramento de la reconciliación,
para alabanza de Dios
y santificación del pueblo cristiano,
según la tradición de la Iglesia?
Los elegidos:
Sí, quiero.
El Obispo:
¿Quieren invocar la misericordia divina con nosotros,
en favor del pueblo que les sea encomendado,
perseverando en el mandato de orar sin desfallecer?
Los elegidos:
Sí, quiero.
El Obispo:
¿Quieren unirse cada día más a Cristo, sumo Sacerdote,
que por nosotros se ofreció al Padre como victima santa,
y con El consagrarse para la salvación de los hombres?
Los elegidos:
Sí, quiero, con la ayuda de Dios.
125.
Luego, cada uno de los elegidos se acerca al Obispo y, arrodillado delante de él, pone sus
manos entre
las del Obispo, quien pregunta a cada uno:
a) Si es el Ordinario:
¿Prometes respeto y obediencia a mí y a mis sucesores?
El elegido responde:
Sí, prometo.
b) Si el Obispo no es su Ordinario, dice:
¿Prometes respeto y obediencia a tu Obispo?
El elegido responde:
Sí, prometo.
c) Si el elegido es un religioso, el Obispo dice:
¿Prometes respeto y obediencia al Obispo diocesano y a tu legítimo Superior?
El elegido responde:
Sí, prometo.
El Obispo siempre concluye:
Que Dios complete y perfeccione la obra
que El mismo ha comenzado en ti.

Súplica Litánica
126.
Todos se ponen de pie. El Obispo, sin mitra y con las manos juntas, mirando hacia el pueblo,
pronuncia la siguiente invitación:
Queridos hermanos:
Pidamos a Dios todopoderoso
que derrame abundantemente su gracia
sobre estos hijos suyos
a quienes eligió para el ministerio de los presbíteros.
127.
Los elegidos se postran. Todos se arrodillan, salvo en los días domingos y en el tiempo
pascual.
Según el caso, el diácono dice:
Nos arrodillamos.
Se comienzan a cantar las letanías.
Según las categorías que figuran como subtítulos y su respectivo lugar cronológico, pueden
añadirse
algunos nombres de santos (por ej. del patrono del lugar, del titular de la iglesia, del fundador
o del patrono
de los que van a ser ordenados). Para facilitar el oficio del cantor, se añaden en su respectivo
lugar los
nombres de los santos latinoamericanos más importantes, los que pueden cantarse
opcionalmente.
También pueden añadirse algunas súplicas por diversas necesidades más apropiadas a cada
circunstancia.
Kyrie, eleison Kyrie, eleison
Christe, eleison Christe, eleison
Kyrie, eleison Kyrie, eleison
O bien:
Señor, ten piedad Señor, ten piedad
Cristo, ten piedad Cristo, ten piedad
Señor, ten piedad Señor, ten piedad
[Invocación de los Santos]
Santa María, Madre de Dios ruega por nosotros
[Ángeles]
San Miguel, ruega por nosotros
Santos Angeles de Dios ruegen por nosotros
[Patriarcas y Profetas]
San Juan Bautista ruega por nosotros
San José ruega por nosotros
[Apóstoles y discípulos]
Santos Pedro y Pablo ruegen por nosotros
San Andrés ruega por nosotros
San Juan ruega por nosotros
Santa María Magdalena ruega por nosotros
[Mártires varones]
San Esteban ruega por nosotros
San Ignacio de Antioquía ruega por nosotros
San Lorenzo ruega por nosotros
(San Roque González) ruega por nosotros
(San Juan del Castillo) ruega por nosotros
(San Alonso Rodríguez) ruega por nosotros
(San Héctor Valdivielso) ruega por nosotros
[Mártires mujeres]
Santas Perpetua y Felicidad ruegen por nosotros
Santa Inés ruega por nosotros
[Obispos y Doctores]
San Gregorio ruega por nosotros
San Agustín ruega por nosotros
San Atanasio ruega por nosotros
San Basilio ruega por nosotros
San Martín de Tours ruega por nosotros
(Santo Toribio de Mogrovejo) ruega por nosotros
[Sacerdotes y religiosos]
San Benito ruega por nosotros
Santos Francisco y Domingo ruegen por nosotros
San Francisco Javier ruega por nosotros
(San Francisco Solano) ruega por nosotros
(San Martín de Porres) ruega por nosotros
San Juan María Vianney ruega por nosotros
[Religiosas]
Santa Catalina de Siena ruega por nosotros
Santa Teresa de Jesús ruega por nosotros
Santa Teresa del Niño Jesús ruega por nosotros
(Santa Rosa de Lima) ruega por nosotros
(Santa Teresa de los Andes) ruega por nosotros
[Laicos]
(Beata Laura Vicuña) ruega por nosotros
Todos los santos y santas de Dios ruegen por nosotros
[Invocaciones a Cristo]
Por tu bondad líbranos, Señor
De todo mal líbranos, Señor
De todo pecado líbranos, Señor
De la muerte eterna líbranos, Señor
Por el misterio de tu encarnación líbranos, Señor
Por tu muerte y resurrección líbranos, Señor
Por la venida del Espíritu Santo líbranos, Señor
[Súplica por diversas necesidades]
Nosotros, que somos pecadores te rogamos,
óyenos
Para que gobiernes y conserves a tu Santa Iglesia te rogamos,
óyenos
Para que conserves en tu santo servicio al Papa y a todos los miembros del clero te rogamos,
óyenos
Para que bendigas a estos elegidos tuyos te rogamos,
óyenos
Para que los bendigas y santifiques te rogamos,
óyenos
Para que los bendigas, santifiques y consagres te rogamos,
óyenos
Para que concedas la paz y la concordia a todos los pueblos te rogamos,
óyenos
Para que tengas misericordia de todos los que sufren te rogamos,
óyenos
Para que nos fortalezcas y conserves en tu santo servicio te rogamos,
óyenos
Jesús, Hijo del Dios vivo te rogamos,
óyenos
Cristo, óyenos Cristo, óyenos
Cristo, escúchanos Cristo, escúchanos
128.
Terminadas las letanías, el Obispo, de pie y con las manos extendidas, dice:
Escúchanos, Señor, Dios nuestro:
Derrama sobre estos hijos tuyos
la bendición del Espíritu Santo
y la fuerza de la gracia sacerdotal.
para que la abundancia de tus dones
acompañe siempre
a los que ahora te presentamos para ser consagrados.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
Si es el caso, el diácono dice:
Nos ponemos de pie.
Y todos se levantan.

Imposición de las Manos y Plegaria de Ordenación


129.
Los elegidos se ponen de pie. Cada uno se acerca al Obispo quien está de pie con mitra
delante de la
sede, y se arrodilla delante de él.
130.
El Obispo impone las manos sobre la cabeza de cada elegido sin decir nada.
Después de imponer de manos, todos los presbíteros presentes, con estola, imponen las
manos a cada
elegido en silencio.
Después de imponer de manos, los presbíteros permanecen cerca del Obispo hasta terminar
la
Plegaria de Ordenación, permitiendo que los fieles puedan ver la celebración.
131.
Los elegidos se arrodillan ante el Obispo, quien sin mitra y con las manos extendidas, dice la
Plegaria
de Ordenación:
Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno,
autor de la dignidad humana
y dispensador de toda gracia,
manifiesta tu presencia en medio nuestro.
Tú concedes al mundo su consistencia y progreso,
y para formar un pueblo sacerdotal
por la fuerza del Espíritu Santo,
estableciste ministros de Jesucristo, tu Hijo,
en diversos órdenes.
Ya en la primera Alianza
fueron instituidos diferentes oficios
como signos proféticos,
cuando constituiste a Moisés y Aarón
para gobernar y santificar a tu pueblo
dándoles colaboradores que los secundaran en su tarea.
De ese modo, durante la peregrinación por el desierto
comunicaste el espíritu de Moisés a setenta varones prudentes
con cuya ayuda pudo gobernar a tu pueblo con mayor facilidad.
Así, también, otorgaste a los descendientes de Aarón
la plenitud sacerdotal de su padre,
para que un número suficiente de sacerdotes según la Ley antigua
celebrara el culto divino,
imagen del sacrificio de Cristo.
Al llegar la plenitud de los tiempos
enviaste al mundo, Padre Santo, a tu Hijo Jesucristo,
Apóstol y Sumo Sacerdote de la fe que profesamos.
El, movido por el Espíritu Santo,
se ofreció a sí mismo como víctima sin mancha
e hizo partícipes de su misión a los Apóstoles
santificándolos en la verdad,
y dándoles cooperadores
para que anunciaran y realizaran en todo el mundo
la obra de la salvación.
Ahora te pedimos, Señor,
que nos concedas a nosotros, frágiles servidores tuyos,
estos colaboradores que necesitamos
para ejercer el sacerdocio apostólico.
Te pedimos, Padre todopoderoso,
Que confieras a estos siervos tuyos
La dignidad del presbiterado.
Renueva en sus corazones
El espíritu de santidad,
Reciban de ti el segundo grado
Del ministerio sacerdotal
Y sean, con su conducta, ejemplo de vida.
Que sean fieles colaboradores de nuestro orden episcopal,
de modo que por su predicación
y con la gracia del Espíritu Santo,
la palabra del Evangelio fructifique en el corazón de los hombres
y llegue hasta los confines de la tierra.
Que junto con nosotros
sean fieles dispensadores de tus misterios,
a fin de que tu pueblo se renueve por el agua bautismal,
se alimente con el pan de tu altar,
los pecadores se reconcilien contigo
y sean reconfortados los enfermos.
Que ellos, en comunión con nosotros,
imploren tu misericordia por el pueblo que se les confía
y en favor del mundo entero.
Así, todas las naciones, congregadas en Cristo,
se convertirán en un sólo pueblo
que alcanzará su plenitud en tu Reino
por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
Todos responden:
Amén.

Unción de las Manos y entrega del Pan y Vino


132.
Terminada la Plegaria de Ordenación, todos se sientan. El Obispo se pone la mitra. Los
Ordenados se
ponen de pie. Los presbíteros presentes vuelven a su lugar. Algunos presbíteros acomodan la
estola de
cada Ordenado según el modo presbiteral y le colocan la casulla.
133.
El Obispo recibe el gremial y unge con el santo Crisma las palmas de las manos de cada
Ordenado,
que estará arrodillado delante de él, diciendo:
Jesucristo, el Señor,
a quien el Padre ungió con la fuerza del Espíritu Santo,
te proteja para santificar al pueblo cristiano
y para ofrecer a Dios el sacrificio.
Luego el Obispo y los Ordenados se limpian las manos.
134.
Mientras los Ordenados visten la estola y la casulla y el Obispo les unge las manos, se canta
la
Antífona "Cristo, el Señor, Sacerdote eterno según el orden de Melquisedec, ofreció pan y vino
(T.P.
Aleluya)", con el Salmo 109 (110), u otro canto apropiado de idénticas características que
responda a la
antífona, sobre todo cuando el Salmo 109 (110) se hubiere utilizado como salmo responsorial
en la
Liturgia de la Palabra.
135.
Mientras tanto, los fieles presentan el pan sobre la patena y el cáliz con vino y agua para la
celebración
de la Misa. El diácono los recibe y presenta al Obispo, quien los entrega a cada Ordenado que
lo recibirá
de rodillas, diciéndole a cada uno:
Recibe la ofrenda del pueblo santo
para presentarla a Dios.
Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras,
y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor.
136.
Finalmente, el Obispo da a cada uno de los Ordenados el saludo, diciendo:
La paz esté contigo.
El Ordenado responde:
Y con tu espíritu.
De igual modo hacen todos o al menos algunos de los presbíteros presentes.
137.
Mientras tanto puede cantarse el Responsorio "Ya no los llamo siervos, sino amigos" o la
Antífona
"Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando, dice el Señor (T.P. Aleluya)" con el
Salmo 99
(100), u otro canto apropiado de idénticas características que se conforme con el responsorio
o con la
antífona, sobre todo cuando el Salmo 99 (100) se hubiere utilizado como salmo responsorial
en la Liturgia
de la Palabra.
138.
La Misa continúa del modo acostumbrado. El Símbolo se dice según corresponda. La Oración
Universal se omite.

Liturgia Eucarística
139.
La Liturgia eucarística se concelebra del modo acostumbrado, omitiendo la preparación del
cáliz.
140.
En la Plegaria Eucarística, el Obispo o uno de los presbíteros concelebrantes hace mención
de los
presbíteros recién ordenados según las siguientes fórmulas:
a) En la Plegaria Eucarística I, se dice el "Acepta, Señor, en tu bondad" propio:
Acepta, Señor, en tu bondad,
esta ofrenda de tus servidores,
y de toda tu familia santa;
te la ofrecemos también por tus hijos
que han sido llamados al orden de los presbíteros;
conserva en ellos tus dones
para que fructifique lo que han recibido de tu bondad;
[Por Cristo, nuestro Señor. Amén]
b) En la Plegaria Eucarística II, después de las palabras "congregue en la unidad a cuantos
participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo", se dice:
Acuérdate, Señor
de tu Iglesia extendida por toda la tierra,
y con el Papa N., con nuestro Obispo N.
llévala a su perfección por la caridad.
Acuérdate también de estos hijos tuyos
que has constituido hoy presbíteros de la Iglesia,
y de todos los pastores que cuidan de tu pueblo.
c) En la Plegaria Eucarística III, después de las palabras "traiga la paz y la salvación al mundo
entero",
se dice:
Confirma en la fe y en la caridad
a tu Iglesia, peregrina en la tierra,
a tu servidor, el Papa N.,
a nuestro Obispo N.,
al orden episcopal,
a estos hijos tuyos que han sido ordenados hoy
sacerdotes de la Iglesia,
a los presbíteros y diáconos,
y a todo el pueblo redimido por ti.
d) En la Plegaria Eucarística IV, después de las palabras "para alabanza de su gloria", se dice:
Y ahora, Señor,
acuérdate de todos aquellos por quienes te ofrecemos este sacrificio:
de tu servidor el Papa N.,
de nuestro Obispo N.,
del orden episcopal,
de estos hijos tuyos que te has dignado elegir hoy
para el ministerio presbiteral en favor de tu pueblo,
de los presbíteros y diáconos,
de los oferentes y de todos los aquí reunidos.
141.
Los familiares y amigos cercanos de los Ordenados pueden recibir la comunión bajo las dos
especies.
142.
Terminada la distribución de la Comunión, puede cantarse un canto de acción de gracias. Al
canto
sigue la oración para después de la Comunión.

Rito de Conclusión
143.
En lugar de la bendición habitual puede darse la bendición solemne que sigue. El diácono
puede hacer
la siguiente invitación:
Nos inclinamos para la bendición.
o con otras palabras similares.
Seguidamente, el Obispo, con las manos extendidas sobre los Ordenados y el pueblo,
pronuncia la
bendición:
Dios Padre, que dirige y gobierna la Iglesia,
mantenga sus propósitos
y fortalezca sus corazones
para que cumplan fielmente el ministerio presbiteral.
Todos:
Amén.
El Obispo:
El Señor los haga servidores y testigos en el mundo
de la verdad y del amor divino,
y ministros fieles de la reconciliación.
Todos:
Amén.
El Obispo:
Que Dios los haga pastores verdaderos
que distribuyan la Palabra de la vida y el Pan vivo,
para que los fieles crezcan en la unidad
del cuerpo de Cristo.
Todos:
Amén.
El Obispo:
Y la bendición de Dios todopoderoso
Padre, Hijo, y Espíritu Santo
descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.
Todos responden:
Amén.
144.
Dada la bendición, y despedido el pueblo por el diácono, se hace la procesión a la sacristía del
modo
acostumbrado.

Ordenación de un solo Presbítero


145.
Lo anteriormente expuesto en las Observaciones previas, nn. 107-117, vale también para la
Ordenación de un solo presbítero.

Ritos iniciales y Liturgia de la Palabra


146.
Estando todo dispuesto para la celebración, se ordena la procesión por la iglesia hacia el altar
como de
costumbre. El diácono lleve el Evangeliario y, si hubiere otros diáconos, precedan al
ordenando, a los
presbíteros concelebrantes y finalmente vaya el Obispo y -un poco más atrás- dos diáconos
que lo asistan.
Al llegar al altar y, hecha la debida reverencia, todos vayan a sus lugares asignados.
Mientras tanto, se canta la Antífona de entrada con su salmo, u otro canto adecuado.
147.
Los Ritos iniciales y la Liturgia de la Palabra se hacen del modo acostumbrado hasta la
proclamación
del Evangelio inclusive.

Ordenación
148.
Luego comienza la Ordenación presbiteral.
El Obispo ocupa la sede preparada para la Ordenación, y se coloca la mitra. Después se
presentan el
candidato.

Elección del candidato


149.
El Ordenando es llamado por el diácono del siguiente modo: Acérquese el que va a ser
ordenado
presbítero.
Y lo llama por su nombre. El Ordenando responde: Aquí estoy.
Y se acerca al Obispo, a quien hace una reverencia.
150.
El Ordenando se coloca ante el Obispo. El presbítero designado por el Obispo dice:
Reverendísimo Padre,
la santa Madre Iglesia pide que ordenes presbítero
a este hermano nuestro.
El Obispo le pregunta:
¿Sabes si es digno?
El presbítero responde:
Teniendo en cuenta la consulta hecha al pueblo cristiano,
y con el voto favorable de las personas
a quienes compete darlo,
doy fe de que es digno.
El Obispo dice:
Con la ayuda de Dios
y de nuestro Salvador Jesucristo,
elegimos a este hermano nuestro
para el Orden presbiteral.
Todos responden:
Demos gracias a Dios.
También puede cantarse la siguiente Antífona:
"Te doy gracias, Señor, por tu amor.
No abandones la obra de tus manos.
Aleluia, aleluia".

Homilía
151.

Después todos se sientan. El Obispo hace la homilía en la cual, tomando como punto de
partida el
texto de las lecturas proclamadas en la Liturgia de la Palabra, exhorta al pueblo y al elegido
sobre el
ministerio presbiteral.
Sobre tal ministerio también puede hablar con palabras semejantes a las indicadas en el
Apendice, p.
197, u otras palabras.

Promesa de los elegidos


152.
Concluida la homilía, sólo el elegido se pone de pie, y se coloca frente al Obispo quien lo
interroga con
estas palabras:
Querido hijo:
Antes de entrar en el Orden del presbiterado,
manifiesta delante de la comunidad
tu propósito de recibir este ministerio.
¿Quieres desempeñar siempre el ministerio sacerdotal
en el grado de presbítero como buen colaborador del Orden episcopal,
apacentando el rebaño del Señor,
guiado por el Espíritu Santo?
El elegido responde:
Sí, quiero.
El Obispo:
¿Quieres desempeñar digna y sabiamente
el ministerio de la palabra
en la predicación del Evangelio
y en la enseñanza de la fe católica?
El elegido:
Sí, quiero.
El Obispo:
¿Quieres celebrar con fidelidad y piadosamente
los misterios del Señor,
principalmente el sacrificio de la Eucaristía
y el sacramento de la reconciliación,
para alabanza de Dios
y santificación del pueblo cristiano,
según la tradición de la Iglesia?
El elegido:
Sí, quiero.
El Obispo:
¿Quieres invocar la miseric ordia divina con nosotros,
en favor del pueblo que te sea encomendado,
perseverando en el mandato de orar sin desfallecer?
El elegido:
Sí, quiero.
El Obispo:
¿Quieres unirte cada día más a Cristo, sumo Sacerdote,
que por nosotros se ofreció al Padre como victima santa,
y con El consagrarte para la salvación de los hombres?
El elegido:
Sí, quiero, con la ayuda de Dios.
153.
Luego, el elegido se acerca al Obispo y, arrodillado delante de él, pone sus manos entre las
del Obispo,
quien le pregunta:

a) Si es el Ordinario:
¿Prometes respeto y obediencia a mí y a mis sucesores?
El elegido responde:
Sí, prometo.
b) Si el Obispo no es su Ordinario, dice:
¿Prometes respeto y obediencia a tu Obispo?
El elegido responde:
Sí, prometo.
c) Si el elegido es un religioso, el Obispo dice:
¿Prometes respeto y obediencia
al Obispo diocesano y a tu legítimo Superior?
El elegido responde:
Sí, prometo.
El Obispo siempre concluye:
Que Dios complete y perfeccione la obra
que El mismo ha comenzado en ti.

Súplica Litánica
154.
Todos se ponen de pie. El Obispo, sin mitra y con las manos juntas, mirando hacia el pueblo,
pronuncia la siguiente invitación:
Queridos hermanos:
Pidamos a Dios todopoderoso
que derrame abundantemente su gracia
sobre este hijo suyo
a quien eligió para el ministerio de los presbíteros.
155.
El elegido se postra. Todos se arrodillan, salvo en los días domingos y en el tiempo pascual.
Según el
caso, el diácono dice: Nos arrodillamos.
Entonces se comienzan a cantar las letanías.
Según las categorías que figuran como subtítulos y su respectivo lugar cronológico, pueden
añadirse
algunos nombres de santos (por ej. del patrono del lugar, del titular de la iglesia, del fundador
o del patrono
del que va a ser ordenado). Para facilitar el oficio del cantor, se añaden en su respectivo lugar
los nombres
de los santos latinoamericanos más importantes, los que pueden cantarse opcionalmente.
También pueden añadirse algunas súplicas por diversas necesidades más apropiadas a cada
circunstancia.
Los cantores comienzan las letanías según el texto del n.127 con las súplicas por el elegido en
singular.
156.
Terminadas las letanías, el Obispo, de pie y con las manos extendidas, dice:
Escúchanos, Señor, Dios nuestro:
Derrama sobre este hijo tuyo
la bendición del Espíritu Santo
y la fuerza de la gracia sacerdotal
para que la abundancia de tus dones
acompañe siempre
a quien ahora te presentamos para ser consagrados.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
Si es el caso, el diácono dice:
Nos ponemos de pie.
Y todos se levantan.

Imposición de las Manos y Plegaria de Ordenación


157.
El elegido se pone de pie, se acerca al Obispo quien está de pie con mitra delante de la sede,
y se
arrodilla delante de él.
158.
El Obispo impone las manos sobre la cabeza del elegido sin decir nada.
Después de imponer de manos, todos los presbíteros presentes, con estola, imponen las
manos al
elegido en silencio.
Después de imponer de manos, los presbíteros permanecen cerca del Obispo hasta terminar
la
Plegaria de Ordenación, permitiendo que los fieles puedan ver la celebración.
159.
El elegido se arrodilla ante el Obispo, quien sin mitra y con las manos extendidas, dice la
Plegaria de
Ordenación:
Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno,
autor de la dignidad humana
y dispensador de toda gracia,
manifiesta tu presencia en medio nuestro.
Tú concedes al mundo su consistencia y progreso,
y para formar un pueblo sacerdotal
por la fuerza del Espíritu Santo,
estableciste ministros de Jesucristo, tu Hijo,
en diversos órdenes.
Ya en la primera Alianza
fueron instituidos diferentes oficios
como signos proféticos,
cuando constituiste a Moisés y Aarón
para gobernar y santificar a tu pueblo
dándoles colaboradores que los secundaran en su tarea.
De ese modo, durante la peregrinación por el desierto
comunicaste el espíritu de Moisés a setenta varones prudentes
con cuya ayuda pudo gobernar a tu pueblo con mayor facilidad.
Así, también, otorgaste a los descendientes de Aarón
la plenitud sacerdotal de su padre,
para que un número suficiente de sacerdotes según la Ley antigua
celebrara el culto divino,
imagen del sacrificio de Cristo.
Al llegar la plenitud de los tiempos
enviaste al mundo, Padre Santo, a tu Hijo Jesucristo,
Apóstol y Sumo Sacerdote de la fe que profesamos.
El, movido por el Espíritu Santo,
se ofreció a sí mismo como víctima sin mancha
e hizo partícipes de su misión a los Apóstoles
santificándolos en la verdad,
y dándoles cooperadores
para que anunciaran y realizaran en todo el mundo
la obra de la salvación.
Ahora te pedimos, Señor,
que nos concedas a nosotros, frágiles servidores tuyos,
estos colaboradores que necesitamos
para ejercer el sacerdocio apostólico.
Te pedimos, Padre todopoderoso,
que confieras a este siervo tuyo
la dignidad del presbiterado.
Renueva en su corazón
el espíritu de santidad,
reciba de ti el segundo grado
del ministerio sacerdotal
y sea, por su conducta, ejemplo de vida.
Que sea fiel colaborador de nuestro orden episcopal,
de modo que por medio de su predicación
y con la gracia del Espíritu Santo,
la palabra del Evangelio fructifique en el corazón de los hombres
y llegue hasta los confines de la tierra.
Que junto con nosotros
sea fiel dispensador de tus misterios,
a fin de que tu pueblo se renueve por el agua bautismal,
se alimente con el pan de tu altar,
los pecadores se reconcilien contigo
y sean reconfortados los enfermos.
Que, en comunión con nosotros,
implore tu misericordia por el pueblo que se le confía
y en favor del mundo entero.
Así, todas las naciones, congregadas en Cristo,
se convertirán en un sólo pueblo
que alcanzará su plenitud en tu Reino
por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
Todos responden:
Amén.

Unción de las Manos y Entrega del Pan y Vino


160.
Terminada la Plegaria de Ordenación, todos se sientan. El Obispo se pone la mitra. El
Ordenado se
pone de pie. Los presbíteros presentes vuelven a su lugar. Algunos presbíteros acomodan la
estola del
Ordenado según el modo presbiteral y le colocan la casulla.
161.
El Obispo recibe el gremial y unge con el santo Crisma las palmas de las manos del
Ordenado, que
estará arrodillado delante de él, diciendo: Jesucristo, el Señor, a quien el Padre ungió con la
fuerza del
Espíritu Santo, te proteja para santificar al pueblo cristiano y para ofrecer a Dios el sacrificio.
Luego el Obispo y el Ordenado se limpian las manos.
162.
Mientras el Ordenado viste la estola y la casulla y el Obispo le unge las manos, se canta la
Antífona
"Cristo, el Señor, Sacerdote eterno según el orden de Melquisedec, ofreció pan y vino (T.P.
Aleluya)", con
el Salmo 109 (110), u otro canto apropiado de idénticas características que responda a la
antífona, sobre
todo cuando el Salmo 109 (110) se hubiere utilizado como salmo responsorial en la Liturgia de
la Palabra.
163.
Mientras tanto, los fieles presentan el pan sobre la patena y el caliz con vino y agua para la
celebración
de la Misa. El diácono los recibe y presenta al Obispo, quien los entrega al Ordenado que lo
recibirá de
rodillas, diciéndole a cada uno: Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios.
Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la
cruz del
Señor.
164.
Finalmente, el Obispo da al Ordenado el saludo, diciendo:
La paz esté contigo.
El Ordenado responde:
Y con tu espíritu.
De igual modo hacen todos o al menos algunos de los presbíteros presentes.
165.
Mientras tanto puede cantarse el Responsorio "Ya no los llamo siervos, sino amigos" o la
Antífona
"Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando, dice el Señor (T.P. Aleluya)" con el
Salmo 99
(100), u otro canto apropiado de idénticas características que se conforme con el responsorio
o con la
antífona, sobre todo cuando el Salmo 99 (100) se hubiere utilizado como salmo responsorial
en la Liturgia
de la Palabra.
166.
La Misa continúa del modo acostumbrado. El Símbolo se dice según corresponda. La Oración
Universal se omite.

Liturgia Eucarística
167.
La Liturgia eucarística se concelebra del modo acostumbrado, omitiendo la preparación del
cáliz.
168.
En la Plegaria Eucarística, el Obispo o uno de los presbíteros concelebrantes hace mención
de los
presbíteros recién ordenados según las fórmulas siguientes:
a) En la Plegaria Eucarística I, se dice el "Acepta, Señor, en tu bondad" propio:
Acepta, Señor, en tu bondad,
esta ofrenda de tus servidores,
y de toda tu familia santa;
te la ofrecemos también por tu hijo
que ha sido llamado al orden de los presbíteros;
conserva en él tus dones
para que fructifique lo que ha recibido de tu bondad;
[Por Cristo, nuestro Señor. Amén]
b) En la Plegaria Eucarística II, después de las palabras "congregue en la unidad a cuantos
participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo", se dice:
Acuérdate, Señor de tu Iglesia extendida por toda la tierra,
y con el Papa N., con nuestro Obispo N.
llévala a su perfección por la caridad.
Acuérdate también de este hijo tuyo
que has constituido hoy presbítero de la Iglesia,
y de todos los pastores que cuidan de tu pueblo.
c) En la Plegaria Eucarística III, después de las palabras "traiga la paz y la salvación al mundo
entero",
se dice:
Confirma en la fe y en la caridad
a tu Iglesia, peregrina en la tierra,
a tu servidor, el Papa N.,
a nuestro Obispo N.,
al orden episcopal,
a este hijo tuyo que ha sido ordenado hoy
sacerdote de la Iglesia,
a los presbíteros y diáconos,
y a todo el pueblo redimido por ti.
d) En la Plegaria Eucarística IV, después de las palabras "para alabanza de su gloria", se dice:
Y ahora, Señor,
acuérdate de todos aquellos por quienes te ofrecemos este sacrificio:
de tu servidor el Papa N.,
de nuestro Obispo N.,
del orden episcopal,
de este hijo tuyo que te has dignado elegir hoy
para el ministerio presbiteral en favor de tu pueblo,
de los presbíteros y diáconos,
de los oferentes y de todos los aquí reunidos.
169.
Los familiares y amigos cercanos del Ordenado pueden recibir la comunión bajo las dos
especies.
170.
Terminada la distribución de la Comunión, puede cantarse un canto de acción de gracias. Al
canto
sigue la oración para después de la Comunión.

Rito de Conclusión
171.
En lugar de la bendición habitual puede darse la bendición solemne que sigue. El diácono
puede hacer
la siguiente invitación:
Nos inclinamos para la bendición.
o con otras palabras similares.
Seguidamente, el Obispo, con las manos extendidas sobre el Ordenado y el pueblo, pronuncia
la
bendición:
Dios Padre, que dirige y gobierna la Iglesia,
mantenga tus propósitos
y fortalezca tu corazón
para que cumpla fielmente el ministerio presbiteral.
Todos:
Amén.
El Obispo:
El Señor te haga servidor y testigo en el mundo
de la verdad y del amor divino,
y ministro fiel de la reconciliación.
Todos:
Amén.
El Obispo:
Que Dios te haga pastor verdadero
que distribuya la Palabra de la vida y el Pan vivo,
para que los fieles crezcan en la unidad del cuerpo de Cristo.
Todos:
Amén.
El Obispo:
Y la bendición de Dios todopoderoso
Padre, Hijo, y Espíritu Santo
descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.
Todos responden:
Amén.
172.
Dada la bendición, y despedido el pueblo por el diácono, se hace la procesión a la sacristía del
modo
acostumbrado.

Capítulo III. Ordenación de Diáconos


Observaciones Previas
I. Importancia de la Ordenación
173.
Los diáconos se ordenan mediante la imposición de las manos heredada de los Apóstoles,
para
desempeñar eficazmente su ministerio por la gracia sacramental. Por eso, ya desde la
primitiva época de
los Apóstoles, la Iglesia Católica ha tenido en gran honor el sagrado Orden del diaconado24.
174.
Es oficio propio del diácono, según le fuere asignado por la autoridad competente, administrar
solemnemente el Bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir al Matrimonio y bendecirlo
en nombre
de la Iglesia, llevar el Viático a los moribundos, leer la sagrada Escritura a los fieles, instruir y
exhortar al
pueblo, presidir el culto y la oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito
de los
funerales y de la sepultura. Dedicados a los oficios de la caridad y de la administración,
recuerden los
diáconos el aviso del bienaventurado Policarpo: "Misericordiosos, diligentes, actuando según
la verdad del
Señor, que se hizo servidor de todos"25.
175.
Los que van a ser ordenados de diáconos deben ser antes admitidos por el Obispo como
candidatos,
exceptuando los que están adscritos por los votos a un instituto clerical26.
176.
Mediante la Ordenación de diácono se obtiene la incorporación al estado clerical y la
incardinación a
una diócesis o prelatura personal.
177.
Por la libre aceptación del celibato ante la Iglesia, los candidatos al diaconado se consagran a
Cristo de
un modo nuevo. Están obligados a manifestarlo públicamente aun aquellos que hayan emitido
el voto de
castidad perpetua en un instituto religioso.
178.
En la Ordenación se encomienda a los diáconos la función de la alabanza divina en la que la
Iglesia
pide a Cristo, por él al Padre, la salvación de todo el mundo, y así han de recibir la Liturgia de
las Horas
por todo el mundo, más aún, por todos los hombres.

II. Oficios y Ministerios


179.
Es propio de todos los fieles de la diócesis acompañar con sus oraciones a los candidatos al
diaconado. Háganlo principalmente en la Oración Universal de la Misa y en las preces de
Vísperas.
Como los diáconos "se ordenan al servicio del Obispo"27, deben ser invitados a su
Ordenación los
clérigos y otros fieles, de manera que asistan a la celebración en el mayor número posible.
Principalmente
han de ser invitados todos los diáconos a la Ordenación.
180.
El Obispo es el ministro de la sagrada Ordenación. Uno de los colaboradores del Obispo,
delegados
para la formación de los candidatos, en la Ordenación pide en nombre de la Iglesia la colación
del Orden y
responde a la pregunta sobre la dignidad de los candidatos.
Los diáconos ayudan en la celebración vistiendo a los Ordenados los ornamentos diaconales.
Si no
hay diáconos, otros ministros pueden realizar este cometido. Los diáconos, o al menos
algunos de ellos,
saludan a los hermanos recién ordenados como señal de acogida en el diaconado.

III. La Celebración
181.
Conviene que la Iglesia particular, a cuyo servicio se ordena cada uno de los diáconos, se
prepare a la
Ordenación.
Los candidatos mismos deben prepararse con la oración en silencio practicando ejercicios
espirituales
al menos durante cinco días.
182.
Realicése la Ordenación en la iglesia catedral o en las Iglesias de cuyas comunidades son
oriundos uno
o más de los candidatos, o en otra iglesia de gran importancia. Si se van a ordenar diáconos
de alguna
comunidad religiosa, puede hacerse la Ordenación en la iglesia de la comunidad en la que van
a ejercer su
ministerio.
183.
Como el diaconado es uno solo, conviene que tampoco en la Ordenación se haga distinción
alguna por
razón del estado de los candidatos. Sin embargo puede admitirse una celebración especial
para los
candidatos casados o para los no casados, si parece oportuno.
184.
Celébrese la Ordenación con la asistencia del mayor número posible de fieles en domingo o
día
festivo, a no ser que razones pastorales aconsejen otro día. Pero se excluyen el Triduo
pascual, el
Miércoles de Ceniza, toda la Semana Santa y la Conmemoración de todos los fieles difuntos.
185.
La Ordenación tiene lugar dentro de la Misa, una vez terminada la Liturgia de la Palabra y
antes de la
Liturgia eucarística. Puede emplearse la Misa ritual "En la que se confieren las sagradas
Ordenes" excepto
en las Solemnidades, los Domingos de Adviento, Cuaresma, Pascua, y los días de la octava
de Pascua. En
estos casos se dice la Misa del día con sus lecturas.
Pero en otros días, si no se dice la Misa ritual se puede tomar una de las lecturas de las que
se
proponen en el Leccionario con este fin.
La Oración Universal se omite, porque las letanías ocupan su lugar.
186.
Proclamado el Evangelio, la Iglesia particular pide al Obispo que ordene a los candidatos.
El presbítero encargado informa al Obispo que le pregunta, ante el pueblo, de que no existen
dudas
acerca de los candidatos. Los candidatos, en presencia del Obispo y de todos los fieles,
manifiestan la
voluntad de cumplir su ministerio, según los deseos de Cristo y de la Iglesia bajo la autoridad
del Obispo.
En las letanías todos imploran la gracia de Dios en favor de los candidatos.
187.
Por la imposición de las manos del Obispo y la Plegaria de Ordenación, se les confiere a los
candidatos el don del Espíritu para su función diaconal. Estas son las palabras que pertenecen
a la
naturaleza del sacramento y que por tanto se exigen para la validez del acto: Envía sobre
ellos, Señor, el
Espíritu Santo, para que, fortalecidos con tu gracia de los siete dones, desempeñen con
fidelidad el
ministerio.
188.
Inmediatamente después de la Plegaria de Ordenación se revisten los Ordenados con la
estola diaconal
y con la dalmática para que se manifieste visiblemente el ministerio que desde ahora van a
ejercer en la
liturgia.
Por la entrega del Evangeliario se indica la función diaconal de proclamar el Evangelio en las
celebraciones litúrgicas y también de predicar la fe de palabra y de obra.
El Obispo con su saludo pone en cierto modo el sello a la acogida de los diáconos en su
ministerio.
Los diáconos saludan a los Ordenados para el común ministerio en su Orden.
189.
Los Ordenados ejercen por primera vez su ministerios en la Liturgia eucarística asistiendo al
Obispo,
preparando el altar, distribuyendo la Comunión a los fieles y principalmente sirviendo el cáliz y
proclamando las moniciones.

IV. Lo que hay que preparar


190.
Además de lo necesario para la celebración de la Misa, deben prepararse:
- Ritual de Ordenación;
- estolas y dalmáticas para cada uno de los ordenandos.
191.
La Ordenación hágase normalmente junto a la cátedra, pero si fuera necesario para la
participación de
los fieles, prepárase la sede para el Obispo delante del altar o en otro lugar más oportuno.
Las sedes para los ordenados deben prepararse de modo que los fieles puedan participar de
la
celebración, incluso visualmente.
192.
El Obispo y los presbíteros concelebrantes visten los ornamentos sagrados que se les exigen
a cada
uno para la celebración de la Misa.
Los ordenandos se revisten con amito, alba y cíngulo.
Los ornamentos han de ser del color de la Misa que se celebra, o caso contrario de color
blanco.
También pueden emplearse otros ornamentos festivos o más nobles.

Ordenación de varios Diáconos


Ritos iniciales y Liturgia de la Palabra
193.
Estando todo dispuesto para la celebración, se ordena la procesión por la iglesia hacia el altar
como de
costumbre. Los Ordenandos preceden al diácono que lleva el Evangeliario que se usará en la
Misa y en la
Ordenación. Seguirán otros diáconos, si los hubiere, los presbíteros concelebrantes y
finalmente vaya el
Obispo y -un poco más atrás- dos diáconos que lo asistan. Al llegar al altar y, hecha la debida
reverencia,
todos vayan a sus lugares asignados.
Mientras tanto, se canta la Antífona de entrada con su salmo, u otro canto adecuado.
194.
Los Ritos iniciales y la Liturgia de la Palabra se hacen del modo acostumbrado hasta la
proclamación
del Evangelio inclusive.
195.
Después de la proclamación del Evangelio, el diácono deposita reverentemente de nuevo
sobre el altar
el Evangeliario, donde permanece hasta que sea entregado a los Ordenados.

Ordenación
196.
Luego comienza la Ordenación diaconal.
El Obispo ocupa la sede preparada para la Ordenación, y se coloca la mitra. Después se
presentan los
candidatos.

Elección de los candidatos

197.
Los Ordenandos son llamados por el diácono del siguiente modo:
Acérquense los que van a ser ordenados diáconos.
Y llama a cada uno por su nombre, y cada uno de ellos responde:
Aquí estoy.
Y se acerca al Obispo, a quien hace una reverencia.
198.
A medida que son llamados se colocan ante el Obispo. El presbítero designado por el Obispo
dice:
Reverendísimo Padre,
la santa Madre Iglesia pide que ordenes diáconos
a estos hermanos nuestros.
El Obispo le pregunta:
¿Sabes si son dignos?
El presbítero responde:
Teniendo en cuenta la consulta hecha al pueblo cristiano,
y con el voto favorable de las personas
a quienes compete darlo,
doy fe de que son dignos.
El Obispo dice:
Con la ayuda de Dios
y de nuestro Salvador Jesucristo,
elegimos a estos hermanos nuestros
para el Orden diaconal.
Todos responden:
Demos gracias a Dios.
También puede cantarse la siguiente Antífona:
"Te doy gracias, Señor, por tu amor.
No abandones la obra de tus manos.
Aleluia, aleluia".

Homilía
199.
Después el Obispo, mientras todos se sientan, hace la homilía en la cual, tomando como
punto de
partida el texto de las lecturas proclamadas en la Liturgia de la Palabra, exhorta al pueblo y a
los elegidos
sobre el ministerio diaconal, teniendo en cuenta la condición celibataria o matrimonial de los
ordenandos.
Sobre tal ministerio también puede hablar con palabras semejantes a las indicadas en el
Apendice, p.
198, u otras palabras.

Promesa de los elegidos


200.
Concluida la homilía, sólo los elegidos se ponen de pie y se colocan frente al Obispo, quien los
interroga a todos juntos con estas palabras:
Queridos hijos:
Antes de acercarse a recibir el Orden del diaconado
manifiesten delante de la comunidad
su propósito de recibir este ministerio:
¿Quieren consagrarse al servicio de la Iglesia
por la imposición de mis manos
y la gracia del Espíritu Santo?
Todos los elegidos responden simultáneamente:
Sí, quiero.
El Obispo:
¿Quieren desempeñar con humildad y amor
el ministerio diaconal,
colaborando con los Obispos y presbíteros
y sirviendo al pueblo cristiano?
Los elegidos:
Sí, quiero.
El Obispo:
¿Quieren vivir el misterio de la fe con alma limpia,
como enseña el Apóstol,
y proclamar esta fe con la palabra y las obras,
según el Evangelio y la tradición de la Iglesia?
Los elegidos:
Sí, quiero.
La siguiente pregunta ha de hacerse incluso a los religiosos profesos. Pero se omite si se
ordenan
solamente elegidos casados.
El Obispo:
Ustedes, que están preparados para asumir el celibato:
¿Quieren observar durante toda su vida
el celibato por el Reino de los cielos
como signo de su consagración a Cristo,
y para servicio de Dios y de los hombres?
Los elegidos no casados:
Sí, quiero.
El Obispo:
¿Quieren conservar e incrementar
el espíritu de oración, propio de su modo de vida,
y celebrar fielmente y con ese espíritu
la Liturgia de las Horas según la condición de ustedes
junto con el pueblo de Dios,
por la Iglesia, más aún, por todo el mundo?
Los elegidos:
Sí, quiero.
El Obispo:
¿Quieren imitar siempre el ejemplo de Cristo,
cuyo Cuerpo y Sangre administrarán con sus manos?
Los elegidos:
Sí, quiero, con la ayuda de Dios.
201.
Luego, cada uno de los elegidos se acerca al Obispo y, arrodillado delante de él, pone sus
manos entre
las del Obispo, quien pregunta a cada uno:
a) Si es el Ordinario:
¿Prometes respeto y obediencia a mí y a mis sucesores?
El elegido responde:
Sí, prometo.
b) Si el Obispo no es su Ordinario, dice:
¿Prometes respeto y obediencia a tu Obispo?
El elegido responde:
Sí, prometo.
c) Si el elegido es un religioso, el Obispo dice:
¿Prometes respeto y obediencia al Obispo diocesano y a tu legítimo Superior?
El elegido responde:
Sí, prometo.
El Obispo siempre concluye:
Que Dios complete y perfeccione la obra
que El mismo ha comenzado en ti.

Súplica Litánica
202.
Todos se ponen de pie. El Obispo, sin mitra y con las manos juntas, mirando hacia el pueblo,
pronuncia la siguiente invitación:
Queridos hermanos:
Pidamos a Dios todopoderoso
que derrame abundantemente su bendición
sobre estos hijos suyos a quienes eligió
para el sagrado Orden del diaconado.
203.
Los elegidos se postran. Todos se arrodillan, salvo en los días domingos y en el tiempo
pascual.
Según el caso, el diácono dice:
Nos arrodillamos.
Se comienzan a cantar las letanías.
Según las categorías que figuran como subtítulos y su respectivo lugar cronológico, pueden
añadirse
algunos nombres de santos (por ej. del patrono del lugar, del titular de la iglesia, del fundador
o del patrono
de los que van a ser ordenados). Para facilitar el oficio del cantor, se añaden en su respectivo
lugar los
nombres de los santos latinoamericanos más importantes, los que pueden cantarse
opcionalmente.
También pueden añadirse algunas súplicas por diversas necesidades más apropiadas a cada
circunstancia.
Kyrie, eleison Kyrie, eleison
Christe, eleison Christe, eleison
Kyrie, eleison Kyrie, eleison
O bien:
Señor, ten piedad Señor, ten piedad
Cristo, ten piedad Cristo, ten piedad
Señor, ten piedad Señor, ten piedad
[Invocación de los santos]
Santa María, Madre de Dios ruega por nosotros
[Ángeles]
San Miguel, ruega por nosotros
Santos Angeles de Dios ruegen por nosotros
[Patriarcas y Profetas]
San Juan Bautista ruega por nosotros
San José ruega por nosotros
[Apóstoles y discípulos]
Santos Pedro y Pablo ruegen por nosotros
San Andrés ruega por nosotros
San Juan ruega por nosotros
Santa María Magdalena ruega por nosotros
[Mártires varones]
San Esteban ruega por nosotros
San Ignacio de Antioquía ruega por nosotros
San Lorenzo ruega por nosotros
San Vicente ruega por nosotros
(San Roque González) ruega por nosotros
(San Juan del Castillo) ruega por nosotros
(San Alonso Rodríguez) ruega por nosotros
(San Héctor Valdivielso) ruega por nosotros
[Mártires mujeres]
Santas Perpetua y Felicidad ruegen por nosotros
Santa Inés ruega por nosotros
[Obispos y Doctores]
San Gregorio ruega por nosotros
San Agustín ruega por nosotros
San Atanasio ruega por nosotros
San Basilio ruega por nosotros
San Efrén ruega por nosotros
San Martín de Tours ruega por nosotros
(Santo Toribio Mogrovejo) ruega por nosotros
[Sacerdotes y religiosos]
San Benito ruega por nosotros
Santos Francisco y Domingo ruegen por nosotros
San Francisco Javier ruega por nosotros
(San Francisco Solano) ruega por nosotros
(San Martín de Porres) ruega por nosotros
San Juan María Vianney ruega por nosotros
[Religiosas]
Santa Catalina de Siena ruega por nosotros
Santa Teresa de Jesus ruega por nosotros
Santa Teresa del Niño Jesús ruega por nosotros
(Santa Rosa de Lima) ruega por nosotros
(Santa Teresa de los Andes) ruega por nosotros
[Laicos]
(Beata Laura Vicuña) ruega por nosotros
Todos los santos y santas de Dios ruegen por nosotros
[Invocaciones a cristo]
Por tu bondad líbranos, Señor
De todo mal líbranos, Señor
De todo pecado líbranos, Señor
De la muerte eterna líbranos, Señor
Por el misterio de tu Encarnación líbranos, Señor
Por tu muerte y resurrección líbranos, Señor
Por la venida del Espíritu Santo líbranos, Señor
[Súplica por diversas necesidades]
Nosotros, que somos pecadores te rogamos,
óyenos
Para que gobiernes y conserves a tu Santa Iglesia te rogamos,
óyenos
Para que conserves en tu santo servicio al Papa y a todos los miembros del clero te rogamos,
óyenos
Para que bendigas a estos elegidos tuyos te rogamos,
óyenos
Para que los bendigas y santifiques te rogamos,
óyenos
Para que los bendigas, santifiques y consagres te rogamos,
óyenos
Para que concedas la paz y la concordia a todos los pueblos te rogamos,
óyenos
Para que tengas misericordia de todos los que sufren te rogamos,
óyenos
Para que nos fortalezcas y conserves en tu santo servicio te rogamos,
óyenos
Jesús, Hijo del Dios vivo te rogamos,
óyenos
Cristo, óyenos Cristo, óyenos
Cristo, escúchanos Cristo, escúchanos
204.
Terminadas las letanías, el Obispo, de pie y con las manos extendidas, dice:
Señor Dios, escucha nuestras súplicas
y confirma con tu gracia este ministerio que realizamos,
santifica con tu bendición
a quienes hemos juzgado apto para el servicio diaconal.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
Si es el caso, el diácono dice:
Nos ponemos de pie.
Y todos se levantan.
Imposición de las Manos y Plegaria de Ordenación
205.
Los elegidos se ponen de pie. Cada uno se acerca al Obispo quien está de pie con mitra
delante de la
sede, y se arrodilla delante de él.
206.
El Obispo impone las manos sobre la cabeza de cada elegido sin decir nada.
207.
Los elegidos se arrodillan ante el Obispo, quien sin mitra y con las manos extendidas, dice la
Plegaria
de Ordenación:
Dios Todopoderoso, que concedes toda gracia,
distribuyes las responsabilidades
y ordenas los ministerios,
manifiesta tu presencia en medio de nosotros.
Tú que eres inmutable en ti mismo,
todo lo renuevas y todo lo ordenas;
con tu providencia eterna todo lo dispones;
por tu palabra, tu sabiduría y tu fuerza,
que es Jesucristo, tu Hijo y Señor nuestro,
concedes en cada momento lo que conviene.
Tú haces crecer a la Iglesia, cuerpo de Cristo,
y, enriquecida con diversos dones,
hermosamente construida con diferentes miembros,
y unificada por el Espíritu Santo en su admirable estructura,
la edificas como templo de tu gloria.
Así estableciste, Señor, que hubiera tres órdenes
de ministros para tu servicio,
del mismo modo que antiguamente
habías elegido a los hijos de Leví
para que sirvieran en el tabernáculo de la primera Alianza.
De la misma manera, en los comienzos de la Iglesia,
los apóstoles de tu Hijo,
movidos por el Espíritu Santo,
eligieron siete hombres de buena fama
para que los ayudaran en el servicio cotidiano.
Mediante la oración e imposición de manos,
los dedicaron a la atención de los pobres,
para poder entregarse ellos, con mayor empeño,
a la oración y la predicación de la palabra.
Te suplicamos, Señor, que mires con bondad,
a éstos tus servidores
a quienes consagramos para el oficio del diaconado
al servicio del altar.
Envía sobre ellos, Señor,
el espíritu santo,
para que, fortalecidos con tu gracia
de los siete dones,
desempeñen con fidelidad el ministerio.
Que abunden en ellos las virtudes evangélicas:
el amor sincero, la solicitud por los enfermos y los pobres,
una autoridad discreta, una pureza intachable,
una vida según el Espíritu.
Que reflejando tus mandamientos en sus costumbres
el pueblo cristiano encuentre inspiración en el ejemplo de sus vidas,
y obrando con buena conciencia
perseveren con firmeza y constancia en Cristo
de manera que, imitando en la tierra a tu Hijo,
que no vino a ser servido sino a servir,
merezcan reinar con él en el cielo.
Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
Todos responden:
Amén.

Entrega del Evangeliario


208.
Terminada la Plegaria de Ordenación, todos se sientan. El Obispo se pone la mitra. Los
Ordenados se
ponen de pie. Algunos diáconos u otros ministros imponen la estola a cada Ordenado según el
modo
diaconal y le colocan la dalmática.
209.
Mientras tanto, puede cantarse la Antífona "Dichosos los que habitan en tu casa, Señor (T.P.
Aleluya)" con el Salmo 83 (84), u otro canto apropiado de idénticas características que
responda a la
antífona, sobre todo cuando el Salmo 83 (84) se hubiere utilizado como salmo responsorial en
la Liturgia
de la Palabra.
210.
Una vez revestidos con sus ornamentos diaconales, los Ordenados se acercan al Obispo.
Arrodillados
delante de él, cada uno recibe en sus manos el Evangeliario. El Obispo dice:
Recibe el Evangelio de Cristo
del cual eres mensajero.
Cree lo que lees,
enseña lo que crees,
y practica lo que enseñas.
211.

Finalmente, el Obispo da a cada uno de los Ordenados el saludo, diciendo:


La paz esté contigo.
El Ordenado responde:
Y con tu espíritu.
De igual modo hacen todos o al menos algunos de los diáconos presentes.
212.
Mientras tanto, puede cantarse la Antífona "Al que me sirva, mi Padre que está en el cielo, lo
premiará
(T.P. Aleluya)" con el Salmo 145, u otro canto apropiado de idénticas características y que
responda a la
antífona.
213.
La Misa continúa del modo acostumbrado. El Símbolo se dice según corresponda. La Oración
Universal se omite.

Liturgia Eucarística
214.
En la Plegaria Eucarística se hace mención de los diáconos recién ordenados, según las
siguientes
fórmulas:
a) En la Plegaria Eurarística I, el Obispo dice el "Acepta, Señor en tu bondad" propio:
Acepta, Señor, en tu bondad,
esta ofrenda de tus servidores,
y de toda tu familia santa;
te la ofrecemos también por tus hijos
que han sido llamados al orden de los diáconos;
conserva en ellos tus dones
para que fructifique lo que han recibido de tu bondad;
[Por Cristo, nuestro Señor. Amén].
b) En la Plegaria Eucarística II, después de las palabras "congregue en la unidad a cuantos
participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo", se dice:
Acuérdate, Señor de tu Iglesia extendida por toda la tierra
y con el Papa N., con nuestro Obispo N.
llévala a su perfección por la caridad.
Acuérdate también de estos hijos tuyos
que has constituido hoy diáconos de la Iglesia,
y de todos los pastores que cuidan de tu pueblo.
c) En las intercesiones de la Plegaria Eucarística III, después de las palabras "traiga la paz y
la
salvación al mundo entero", se dice:
Confirma en la fe y en la caridad
a tu Iglesia, peregrina en la tierra:
a tu servidor el Papa N.,
a nuestro Obispo N.,
al orden episcopal, a los presbíteros
y a estos hijos tuyos que han sido ordenados hoy
ministros de la Iglesia,
a los demás diáconos y a todo el pueblo redimido por ti.
d) En las intercesiones de la Plegaria Eucarística IV, después de las palabras "para alabanza
de tu
gloria", se dice:
Y ahora, Señor, acuérdate
de todos aquellos por quienes te ofrecemos
este sacrificio:
de tu servidor el Papa N.,
de nuestro Obispo N.,
del orden episcopal y de los presbíteros,
de estos hijos tuyos que te has dignado elegir hoy
para el ministerio diaconal en favor de tu pueblo,
de los demás diáconos,
de los oferentes y de los aquí reunidos.
215.

Los diáconos recién ordenados comulgan bajo las dos especies. Uno de ellos ayuda al Obispo
en el
ministerio del cáliz.
Los familiares y amigos cercanos de los Ordenados pueden recibir la comunión bajo las dos
especies.
216.
Alguno de los diáconos recién ordenados ayuda al Obispo a distribuir la Comunión a los fieles,
principalmente como ministros del cáliz.
217.
Terminada la distribución de la Comunión, puede cantarse un canto de acción de gracias. Al
canto
sigue la oración para después de la Comunión.

Rito de Conclusión
218.
En lugar de la bendición habitual puede darse la bendición solemne que sigue. El diácono
puede hacer
la siguiente invitación:
Nos inclinamos para la bendición.
o con otras palabras similares.
Seguidamente, el Obispo, con las manos extendidas sobre los Ordenados y el pueblo,
pronuncia la
bendición:
Dios Padre, que los ha llamado
para el servicio de los hombres en su Iglesia,
les conceda una gran solicitud hacia todos,
especialmente hacia los pobres y afligidos.

Todos:
Amén.
El Obispo:
El Señor que les ha confiado
la misión de predicar el Evangelio de Cristo,
les ayude a vivir según su Palabra
para que sean sus testigos entusiastas y sinceros.
Todos:
Amén.
El Obispo:
El Señor que los hizo dispensadores de sus sacramentos
les conceda ser imitadores de su Hijo Jesucristo
para ser en el mundo ministros de unidad y de paz.
Todos:
Amén.
El Obispo:
Y la bendición de Dios todopoderoso
Padre, Hijo, y Espíritu Santo
descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.
Todos responden:
Amén.
219.
Dada la bendición, y despedido el pueblo por el diácono, se hace la procesión a la sacristía del
modo
acostumbrado.

Ordenación de un solo diácono


220.
Lo anteriormente expuesto en las Observaciones previas, nn. 181-192, vale también para el
rito de la
Ordenación de un solo diácono.

Ritos iniciales y Liturgia de la Palabra


221.
Estando todo dispuesto para la celebración, se ordena la procesión por la iglesia hacia el altar
como de
costumbre. El Ordenando precede al diácono que lleva el Evangeliario que se usará en la
Misa y en la
Ordenación. Seguirán otros diáconos, si los hubiere, los presbíteros concelebrantes y
finalmente vaya el
Obispo y -un poco más atrás- dos diáconos que lo asistan. Al llegar al altar y, hecha la debida
reverencia,
todos vayan a sus lugares asignados.
Mientras tanto, se canta la Antífona de entrada con su salmo, u otro canto adecuado.
222.
Los Ritos iniciales y la Liturgia de la Palabra se hacen del modo acostumbrado hasta la
proclamación
del Evangelio inclusive.
223.
Después de la proclamación del Evangelio, el diácono deposita reverentemente de nuevo
sobre el altar
el Evangeliario, donde permanece hasta que sea entregado al Ordenado.

Ordenación
224.
Luego comienza la Ordenación diaconal.
El Obispo ocupa la sede preparada para la Ordenación, y se coloca la mitra. Después se
presentan los
candidatos.

Elección de los candidatos


225.
El Ordenando es llamado por el diácono del siguiente modo:
Acérquese el que va a ser ordenado diácono.
Y lo llama por su nombre. El Ordenando responde:
Aquí estoy.
Y se acerca al Obispo, a quien hace una reverencia.
226.
El Ordenando se coloca ante el Obispo. El presbítero designado por el Obispo dice:
Reverendísimo Padre,
la santa Madre Iglesia pide que ordenes diácono
a este hermano nuestro.
El Obispo le pregunta:
¿Sabes si es digno?
El presbítero responde:
Teniendo en cuenta la consulta hecha al pueblo cristiano,
y con el voto favorable de las personas
a quienes compete darlo,
doy fe de que es digno.
El Obispo dice:
Con la ayuda de Dios
y de nuestro Salvador Jesucristo,
elegimos a este hermano nuestro
para el Orden diaconal.
Todos responden:
Demos gracias a Dios.
También puede cantarse la siguiente Antífona:
"Te doy gracias, Señor, por tu amor.
No abandones la obra de tus manos.
Aleluia, aleluia".

Homilía
227.
Después el Obispo, mientras todos se sientan, hace la homilía en la cual, tomando como
punto de
partida el texto de las lecturas proclamadas en la Liturgia de la Palabra, exhorta al pueblo y al
elegido sobre
el ministerio diaconal, teniendo en cuenta la condición celibataria o matrimonial del ordenando.
Sobre tal ministerio también puede hablar con palabras semejantes a las indicadas en el
Apendice, p.
201, u otras palabras.

Promesa de los elegidos


228.
Concluida la homilía, sólo el elegido se pone de pie, y se coloca frente al Obispo, quien lo
interroga
con estas palabras:
Querido hijo:
Antes de acercarte a recibir el Orden del diaconado
manifiesta delante de la comunidad
tu propósito de recibir este ministerio:
¿Quieres consagrarte al servicio de la Iglesia
por la imposición de mis manos
y la gracia del Espíritu Santo?
El elegido responden:
Sí, quiero.
El Obispo:
¿Quieres desempeñar con humildad y amor
el ministerio diaconal,
colaborando con los Obispos y presbíteros
y sirviendo al pueblo cristiano?
El elegido:
Sí, quiero.
El Obispo:
¿Quieres vivir el misterio de la fe con alma limpia,
como enseña el Apóstol,
y proclamar esta fe con la palabra y las obras,
según el Evangelio y la tradición de la Iglesia?
El elegido:
Sí, quiero.
La siguiente pregunta ha de hacerse incluso a los religiosos profesos. Pero se omite si se
ordena un
elegido casado.
El Obispo:
¿Quieres observar durante toda tu vida
el celibato por el Reino de los cielos
como signo de tu consagración a Cristo,
y para servicio de Dios y de los hombres?
El elegido no casado:
Sí, quiero.
El Obispo:
¿Quieres conservar e incrementar
el espíritu de oración, propio de tu modo de vida,
y celebrar fielmente y con ese espíritu
la Liturgia de las Horas según tu condición
junto con el pueblo de Dios,
por la Iglesia, más aún, por todo el mundo?
El elegido:
Sí, quiero.
El Obispo:
¿Quieres imitar siempre el ejemplo de Cristo,
cuyo Cuerpo y Sangre administrarás con tus manos?
El elegido:
Sí, quiero, con la ayuda de Dios.
229.
Luego, el elegido se acerca al Obispo y, arrodillado delante de él, pone sus manos entre las
del Obispo,
quien le pregunta:
a) Si es el Ordinario:
¿Prometes respeto y obediencia a mí y a mis sucesores?
El elegido responde:
Sí, prometo.
b) Si el Obispo no es su Ordinario, dice:
¿Prometes respeto y obediencia a tu Obispo?
El elegido responde:
Sí, prometo.
c) Si el elegido es un religioso, el Obispo dice:
¿Prometes respeto y obediencia al Obispo diocesano y a tu legítimo Superior?
El elegido responde:
Sí, prometo.
El Obispo siempre concluye:
Que Dios complete y perfeccione la obra
que El mismo ha comenzado en ti.

Súplica Litánica
230.
Todos se ponen de pie. El Obispo, sin mitra y con las manos juntas, mirando hacia el pueblo,
pronuncia la siguiente invitación:
Queridos hermanos:
Pidamos a Dios todopoderoso
que derrame abundantemente su bendición
sobre este hijo suyo a quien eligió
para el sagrado Orden del diaconado.
231.
El elegido se postra. Todos se arrodillan, salvo en los días domingos y en el tiempo pascual.
Según el
caso, el diácono dice: Nos arrodillamos.
Se cantan las letanías.
Según las categorías que figuran como subtítulos y su respectivo lugar cronológico, pueden
añadirse
algunos nombres de santos (por ej. del patrono del lugar, del titular de la iglesia, del fundador
o del patrono
del que va a ser ordenado). Para facilitar el oficio del cantor, se añaden en su respectivo lugar
los nombres
de los santos latinoamericanos más importantes, los que pueden cantarse opcionalmente.
También pueden añadirse algunas súplicas por diversas necesidades más apropiadas a cada
circunstancia. Los cantores comienzan las letanías según el texto del n.203 con las súplicas
por el elegido
en singular.
232.
Terminadas las letanías, el Obispo, de pie y con las manos extendidas, dice:
Señor Dios, escucha nuestras súplicas
y confirma con tu gracia este ministerio que realizamos,
santifica con tu bendición a quien hemos juzgado apto para el servicio diaconal.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
Si es el caso, el diácono dice:
Nos ponemos de pie.
Y todos se levantan.

Imposición de las Manos y Plegaria de Ordenación


233.
El elegido se pone de pie, se acerca al Obispo quien está de pie con mitra delante de la sede,
y se
arrodilla delante de él.
234.
El Obispo impone las manos sobre la cabeza del elegido sin decir nada.
235.
El elegido se arrodilla ante el Obispo, quien sin mitra y con las manos extendidas, dice la
Plegaria de
Ordenación:
Dios Todopoderoso, que concedes toda gracia,
distribuyes las responsabilidades
y ordenas los ministerios,
manifiesta tu presencia en medio de nosotros.
Tú que eres inmutable en ti mismo,
todo lo renuevas y todo lo ordenas;
con tu providencia eterna todo lo dispones;
por tu palabra, tu sabiduría y tu fuerza,
que es Jesucristo, tu Hijo y Señor nuestro,
concedes en cada momento lo que conviene.
Tú haces crecer a la Iglesia, cuerpo de Cristo,
y, enriquecida con diversos dones,
hermosamente construida con diferentes miembros,
y unificada por el Espíritu Santo
en su admirable estructura,
la edificas como templo de tu gloria.
Así estableciste, Señor, que hubiera tres órdenes
de ministros para tu servicio,
del mismo modo que antiguamente
habías elegido a los hijos de Leví
para que sirvieran en el tabernáculo
de la primera Alianza.
De la misma manera,
en los comienzos de la Iglesia,
los apóstoles de tu Hijo,
movidos por el Espíritu Santo,
eligieron siete hombres de buena fama
para que los ayudaran en el servicio cotidiano.
Mediante la oración e imposición de manos,
los dedicaron a la atención de los pobres,
para poder entregarse ellos, con mayor empeño,
a la oración y la predicación de la palabra.
Te suplicamos, Señor, que mires con bondad,
a éste tu servidor
a quien consagramos para el oficio del diaconado
al servicio del altar.
Envía sobre él, Señor,
el espíritu santo,
para que, fortalecido con tu gracia
de los siete dones,
desempeñe con fidelidad el ministerio.
Que abunden en él las virtudes evangélicas:
el amor sincero, la solicitud por los enfermos
y los pobres,
una autoridad discreta, una pureza intachable,
una vida según el Espíritu.
Que reflejando tus mandamientos
en sus costumbres
el pueblo cristiano encuentre inspiración
en el ejemplo de su vida,
y obrando con buena conciencia
persevere con firmeza y constancia en Cristo
de manera que, imitando en la tierra a tu Hijo,
que no vino a ser servido sino a servir,
merezca reinar con él en el cielo.
Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
Todos responden:
Amén.

Entrega del Evangeliario


236.
Terminada la Plegaria de Ordenación, todos se sientan. El Obispo se pone la mitra. El
Ordenado se
pone de pie. Algunos diáconos u otros ministros imponen la estola al Ordenado según el modo
diaconal y
le colocan la dalmática.
237.
Mientras tanto, puede cantarse la Antífona "Dichosos los que habitan en tu casa, Señor (T.P.
Aleluya)" con el Salmo 83 (84), u otro canto apropiado de idénticas características que
responda a la
antífona, sobre todo cuando el Salmo 83 (84) se hubiere utilizado como salmo responsorial en
la Liturgia
de la Palabra.
238.
Una vez revestido con sus ornamentos diaconales, el Ordenado se acerca al Obispo.
Arrodillado
delante de él, recibe en sus manos el Evangeliario. El Obispo dice:
Recibe el Evangelio de Cristo
del cual eres mensajero.
Cree lo que lees,
enseña lo que crees,
y practica lo que enseñas.
239.
Finalmente, el Obispo da al Ordenado el saludo, diciendo:
La paz esté contigo.
El Ordenado responde:
Y con tu espíritu.
De igual modo hacen todos o al menos algunos de los diáconos presentes.
240.
Mientras tanto, puede cantarse la Antífona "Al que me sirva, mi Padre que está en el cielo, lo
premiará
(T.P. Aleluya)" con el Salmo 145, u otro canto apropiado de idénticas características y que
responda a la
antífona.
241.
La Misa continúa del modo acostumbrado. El Símbolo se dice según corresponda. La Oración
Universal se omite.

Liturgia Eucarística
242.
En la Plegaria Eucarística se hace mención del diácono recién ordenado, según las siguientes
fórmulas:
a) En la Plegaria Eucarística I, el Obispo dice el "Acepta, Señor en tu bondad" propio:
Acepta, Señor, en tu bondad,
esta ofrenda de tus servidores,
y de toda tu familia santa;
te la ofrecemos también por tu hijo
que ha sido llamado al orden de los diáconos;
conserva en él tus dones
para que fructifique lo que ha recibido de tu bondad;
[Por Cristo, nuestro Señor. Amén].
b) En la Plegaria Eucarística II, después de las palabras "congregue en la unidad a cuantos
participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo", se dice:
Acuérdate, Señor de tu Iglesia extendida por toda la tierra
y con el Papa N., con nuestro Obispo N.
llévala a su perfección por la caridad.
Acuérdate también de este hijo tuyo
que has constituido hoy diácono de la Iglesia,
y de todos los pastores que cuidan de tu pueblo.
c) En las intercesiones de la Plegaria Eucarística III, después de las palabras "traiga la paz y
la
salvación al mundo entero", se dice:
Confirma en la fe y en la caridad
a tu Iglesia, peregrina en la tierra:
a tu servidor el Papa N.,
a nuestro Obispo N.,
al orden episcopal, a los presbíteros
y a este hijo tuyo que ha sido ordenado hoy
ministro de la Iglesia,
a los demás diáconos y a todo el pueblo redimido por ti.
d) En las intercesiones de la Plegaria Eucarística IV, después de las palabras "para alabanza
de tu
gloria", se dice:
Y ahora, Señor, acuérdate
de todos aquellos por quienes te ofrecemos
este sacrificio:
de tu servidor el Papa N.,
de nuestro Obispo N.,
del orden episcopal y de los presbíteros,
de este hijo tuyo que te has dignado elegir hoy
para el ministerio diaconal en favor de tu pueblo,
de los demás diáconos,
de los oferentes y de los aquí reunidos.
243.
El diácono recién ordenado comulga bajo las dos especies, y ayuda al Obispo en el ministerio
del cáliz.
Los familiares y amigos cercanos del Ordenado pueden recibir la comunión bajo las dos
especies.
244.
El diácono recién ordenado ayuda al Obispo a distribuir la Comunión a los fieles.
245.
Terminada la distribución de la Comunión, puede cantarse un canto de acción de gracias. Al
canto
sigue la oración para después de la Comunión.

Rito de Conclusión
246.
En lugar de la bendición habitual puede darse la bendición solemne que sigue. El diácono
puede hacer
la siguiente invitación:
Nos inclinamos para la bendición.
o con otras palabras similares.

Seguidamente, el Obispo, con las manos extendidas sobre el Ordenado y el pueblo, pronuncia
la
bendición:
Dios Padre, que te ha llamado
para el servicio de los hombres en su Iglesia,
te conceda una gran solicitud hacia todos,
especialmente hacia los pobres y afligidos.
Todos:
Amén.
El Obispo:
El Señor que te ha confiado
la misión de predicar el Evangelio de Cristo,
te ayude a vivir según su Palabra
para que seas su testigo entusiasta y sincero.
Todos:
Amén.
El Obispo:
El Señor que te hizo dispensador de sus sacramentos
te conceda ser imitador de su Hijo Jesucristo
para ser en el mundo ministro de unidad y de paz.
Todos:
Amén.
El Obispo:
Y la bendición de Dios todopoderoso
Padre, Hijo, y Espíritu Santo
descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.
Todos responden:
Amén.
247.
Dada la bendición, y despedido el pueblo por el diácono, se hace la procesión a la sacristía del
modo
acostumbrado.

Capítulo IV. Ordenación de Diáconos y Presbíteros en


una misma
celebración
Observaciones Previas
I. Ordenación de Diáconos y Presbíteros
248.
Conviene que la Iglesia particular a cuyo servicio se ordenan los diáconos y los presbíteros se
prepare
a la Ordenación.
Los candidatos mismos deben prepararse con la oración en retiro practicando ejercicios
espirituales al
menos durante cinco días.
249.

Realicése la Ordenación en la iglesia catedral o en las iglesias de cuyas comunidades son


oriundos uno
o más de los candidatos, o en otra iglesia de mayor importancia.
Si los ordenandos son miembros de alguna comunidad religiosa, puede hacerse la Ordenación
en la
iglesia de la comunidad en la que van a ejercer su ministerio.
250.
Celébrese la Ordenación con la asistencia del mayor número posible de fieles en domingo o
días
festivos, a no ser que razones pastorales aconsejen otro día. Pero se excluyen el Triduo
pascual, el
Miércoles de Ceniza, toda la Semana Santa y la Conmemoración de todos los fieles difuntos.
251.
La Ordenación tiene lugar dentro de la Misa, una vez terminada la Liturgia de la Palabra y
antes de la
Liturgia eucarística.
Puede emplearse la Misa ritual "En la que se confieren las sagradas Ordenes" excepto en las
Solemnidades, los Domingos de Adviento, Cuaresma, Pascua, y los días de la octava de
Pascua.
En estos casos se dice la Misa del día con sus lecturas.
Pero en otros días, si no se dice la Misa ritual se puede tomar una de las lecturas de las que
se
proponen en el Leccionario con este fin.
La Oración Universal se omite, porque las letanías ocupan su lugar.
252.
Proclamado el Evangelio, la Iglesia particular pide la Obispo que ordene a los candidatos.
El presbítero encargado informa al Obispo, que le pregunta ante el pueblo, de que no existen
dudas
acerca de los candidatos. Los candidatos, diáconos y presbíteros cada cual en su momento,
en presencia
del Obispo y de todos los fieles, manifiestan la voluntad de cumplir su ministerio, según los
deseos de
Cristo y de la Iglesia bajo la autoridad del Obispo. En las letanías todos imploran la gracia de
Dios en favor
de los candidatos.
253.
Por la imposición de las manos del Obispo y la Plegaria de Ordenación, se les confiere a los
candidatos al diaconado el don del Espíritu Santo para su función diaconal. Estas son las
palabras que
pertenecen a la naturaleza del sacramento y que por tanto se exigen para la validez del acto:
Envía sobre ellos, Señor,
el espíritu santo,
para que, fortalecidos con tu gracia
de los siete dones,
desempeñen con fidelidad el ministerio.
Inmediatamente después de la Plegaria de Ordenación se revisten los Ordenados con la
estola diaconal
y con la dalmática para que se manifieste visiblemente el ministerio que desde ahora van a
ejercer en la
liturgia.
Por la entrega del Evangeliario se indica la función diaconal de proclamar el Evangelio en las
celebraciones litúrgicas y también de predicar la fe de la Iglesia de palabra y de obra.
254.
Después de que todos han orado de nuevo, sigue la Ordenación de los presbíteros.
Por la imposición de que todos han orado de nuevo, sigue la Ordenación de los presbíteros.
Por la imposición de las manos del Obispo y la Plegaria de Ordenación, se confiere a los
candidatos el
don del Espíritu Santo para su función presbiteral. Estas son las palabras que pertenecen a la
naturaleza del
sacramento y que por tanto se exigen para la validez del acto:
Te rogamos, Padre todopoderoso,
que confieras a estos siervos tuyos
la dignidad del presbiterado.
Renueva en sus corazones
el espíritu de santidad;
reciban de ti el segundo grado
del ministerio sacerdotal
y sean, por su conducta, ejemplo de vida.
Inmediatamente después de la Plegaria de Ordenación, se revisten los Ordenados con la
estola
presbiteral y con la casulla para que se manifieste visiblemente el ministerio que desde ahora
van a ejercer
en la liturgia.
Este ministerio se explica más ampliamente por medio de otros signos. Por la unción de las
manos, se
significa la peculiar participación de los presbíteros en el sacerdocio de Cristo. Por la entrega
del pan y del
vino en sus manos, se indica el deber de presidir la celebración Eucarística y de seguir a
Cristo
crucificado.
255.
El Obispo con su saludo pone en cierto modo el sello a la acogida de los presbíteros y de los
diáconos
como nuevos colaboradores suyos en su ministerio. En cuanto sea posible, todos o al menos
algunos
presbíteros saludan a los Ordenados de presbíteros y, a su vez, los diáconos a los recién
ordenados de
diáconos en señal de acogida en su Orden.
256.
Los ordenados presbíteros ejercen por primera vez su ministerio en la Liturgia eucarística
concelebrándola con el Obispo y con los demás miembros del presbiterio. Los presbíteros
recién
ordenados ocupan el primer lugar.
Y los diáconos asisten al Obispo. Uno de ellos prepara el altar, distribuye la Comunión a los
fieles,
sirve el cáliz y proclama las moniciones.

II. Lo que hay que preparar


257.
Además de lo necesario para la celebración de la Misa, deben prepararse:
- Ritual de Ordenación;
- casullas para cada uno de los ordenandos de presbíteros;
- estolas y dalmáticas para cada uno de los ordenandos diáconos;
- gremial;
- santo crisma;
- lo necesario para limpiarse las manos el Obispo y los ordenados de presbíteros.
258.
La Ordenación hágase normalmente junto a la cátedra, pero si fuere necesario para la
participación de
los fieles, prepárese la sede para el Obispo delante del altar o en otro lugar más oportuno.
Las sedes para los ordenandos deben prepararse de modo que los fieles puedan participar de
la
celebración, incluso visulamente.
259.
El Obispo y los presbíteros concelebrantes visten los ornamentos sagrados que se les exigen
a cada
uno para la celebración de la Misa.
Los que van a ser ordenados presbíteros se revisten con amito, alba, cíngulo y estola
diaconal. Los
que serán ordenados diáconos usan amito, alba y cíngulo.
Los presbíteros no concelebrantes, que imponen las manos a los elegidos para el
Presbiterado, estén
revestidos de estola sobre el alba o sobre el traje talar con sobrepelliz.
Los ornamentos han de ser del color de la Misa que se celebra, o caso contrario de color
blanco.
También pueden emplearse otros ornamentos festivos más nobles.

Ordenación simultánea de Diáconos y Presbíteros


Ritos iniciales y Liturgia de la Palabra
260.
Estando todo dispuesto para la celebración, se ordena la procesión por la iglesia hacia el altar
como de
costumbre. Los que se ordenarán diáconos preceden al diácono que lleva el Evangeliario, y a
los otros
diáconos, si los hubiere. Los que se ordenarán presbíteros siguen a los otros diáconos, y
preceden a los
presbíteros concelebrantes. El Obispo ingresa en último término solo y -un poco más atrás-
dos diáconos
que lo asistan. Al llegar al altar y, hecha la debida reverencia, todos vayan a sus lugares
asignados.
Mientras tanto, se canta la Antífona de entrada con su salmo, u otro canto adecuado.
261.
Los Ritos iniciales y la Liturgia de la Palabra se hacen del modo acostumbrado hasta la
proclamación
del Evangelio inclusive.

Ordenación
262.
Luego comienza la Ordenación diaconal.
El Obispo ocupa la sede preparada para la Ordenación, y se coloca la mitra. Después se
presentan los
candidatos.

Elección de los candidatos al Diaconado


263.
Los candidatos al diaconado son llamados por el diácono del siguiente modo: Acérquense los
que van
a ser ordenados diáconos.
Y llama a cada uno por su nombre, y cada uno de ellos responde: Aquí estoy.
Y se acerca al Obispo, a quien hace una reverencia.
264.
A medida que son llamados se colocan ante el Obispo. El presbítero designado por el Obispo
dice:
Reverendísimo Padre, la santa Madre Iglesia pide que ordenes diáconos a estos hermanos
nuestros.
El Obispo le pregunta:
¿Sabes si son dignos?
El presbítero responde:
Teniendo en cuenta la consulta hecha al pueblo cristiano,
y con el voto favorable de las personas
a quienes compete darlo,
doy fe de que son dignos.
El Obispo dice:
Con la ayuda de Dios
y de nuestro Salvador Jesucristo,
elegimos a estos hermanos nuestros
para el Orden diaconal.
Todos responden:
Demos gracias a Dios.
También puede cantarse la siguiente Antífona:
"Te doy gracias, Señor, por tu amor.
No abandones la obra de tus manos.
Aleluia, aleluia".

Elección de los candidatos al Presbiterado


265.
Los candidatos al presbiterado son llamados por el diácono del siguiente modo: Acérquense
los que
van a ser ordenados presbíteros.
Y llama a cada uno por su nombre, y cada uno de ellos responde: Aquí estoy.
Y se acerca al Obispo, a quien hace una reverencia.
266.
A medida que son llamados se colocan ante el Obispo. El presbítero designado por el Obispo
dice:
Reverendísimo Padre,
la santa Madre Iglesia pide que ordenes presbíteros
a estos hermanos nuestros.
El Obispo le pregunta:
¿Sabes si son dignos?
El presbítero responde:
Teniendo en cuenta la consulta hecha al pueblo cristiano,
y con el voto favorable de las personas
a quienes compete darlo,
doy fe de que son dignos.
El Obispo dice:
Con la ayuda de Dios
y de nuestro Salvador Jesucristo,
elegimos a estos hermanos nuestros
para el Orden presbiteral.
Todos responden:
Demos gracias a Dios.
También puede cantarse la siguiente Antífona:
"Te doy gracias, Señor, por tu amor.
No abandones la obra de tus manos.
Aleluia, aleluia".

Homilía
267.
Después el Obispo, mientras todos se sientan, hace la homilía en la cual, tomando como
punto de
partida el texto de las lecturas proclamadas en la Liturgia de la Palabra, exhorta al pueblo y a
los elegidos
sobre el ministerio diaconal y presbiteral, teniendo en cuenta la condición celibataria o
matrimonial de los
que se ordenan diáconos.
Sobre tal ministerio también puede hablar con palabras semejantes a las indicadas en el
Apendice, p.
203, u otras palabras.

Promesa de los elegidos Diáconos


268.
Concluida la homilía, solo los elegidos diáconos se ponen de pie, y se colocan frente al
Obispo, quien
interroga a todos juntos con estas palabras:
Queridos hijos:
Antes de acercarse a recibir el Orden del diaconado
manifiesten delante de la comunidad
su propósito de recibir este ministerio:
¿Quieren consagrarse al servicio de la Iglesia
por la imposición de mis manos
y la gracia del Espíritu Santo?
Todos los elegidos responden simultáneamente:
Sí, quiero.
El Obispo:
¿Quieren a desempeñar con humildad y amor
el ministerio diaconal,
colaborando con los Obispos y presbíteros
y sirviendo al pueblo cristiano?
Los elegidos:
Sí, quiero.
El Obispo:
¿Quieren vivir el misterio de la fe con alma limpia,
como enseña el Apóstol,
y proclamar esta fe con la palabra y las obras,
según el Evangelio y la tradición de la Iglesia?
Los elegidos:
Sí, quiero.
La siguiente pregunta ha de hacerse incluso a los religiosos profesos. Pero se omite si se
ordenan
solamente elegidos casados.
El Obispo:
Ustedes, que están preparados para asumir el celibato:
¿Quieren observar durante toda su vida
el celibato por el Reino de los cielos
como signo de su consagración a Cristo,
y para servicio de Dios y de los hombres?
Los elegidos no casados:
Sí, quiero.
El Obispo:
¿Quieren conservar e incrementar
el espíritu de oración, propio de su modo de vida,
y celebrar fielmente y con ese espíritu
la Liturgia de las Horas según la condición de ustedes
junto con el pueblo de Dios,
por la Iglesia, más aún, por todo el mundo?
Los elegidos:
Sí, quiero.
El Obispo:
¿Quieren imitar siempre el ejemplo de Cristo,
cuyo Cuerpo y Sangre administrarán con sus manos?
Los elegidos:
Sí, quiero, con la ayuda de Dios.
269.
Luego, cada uno de los elegidos diáconos se acerca al Obispo y, arrodillado delante de él,
pone sus
manos entre las del Obispo, quien pregunta a cada uno:
a) Si es el Ordinario:
¿Prometes respeto y obediencia a mí y a mis sucesores?
El elegido responde:
Sí, prometo.
b) Si el Obispo no es su Ordinario, dice:
¿Prometes respeto y obediencia a tu Obispo?
El elegido responde:
Sí, prometo.
c) Si el elegido es un religioso, el Obispo dice:
¿Prometes respeto y obediencia al Obispo diocesano y a tu legítimo Superior?
El elegido responde:
Sí, prometo.
El Obispo siempre concluye:
Que Dios complete y perfeccione la obra
que El mismo ha comenzado en ti.
Los elegidos diáconos retornan a sus lugares y se sientan.

Promesa de los elegidos Presbíteros


270.
Terminada la promesa de los elegidos diáconos, los elegidos presbíteros se ponen de pie, y
se colocan
frente al Obispo, quien interroga a todos juntos con estas palabras:
Queridos hijos:
Antes de entrar en el Orden del presbiterado,
manifiesten delante de la comunidad
su propósito de recibir este ministerio.
¿Quieren desempeñar siempre el ministerio sacerdotal
en el grado de presbíteros
como buenos colaboradores del Orden episcopal,
apacentando el rebaño del Señor,
guiados por el Espíritu Santo?
Todos los elegidos responden simultáneamente:
Sí, quiero.

El Obispo:
¿Quieren desempeñar digna y sabiamente
el ministerio de la palabra
en la predicación del Evangelio
y en la enseñanza de la fe católica?
Los elegidos:
Sí, quiero.
El Obispo:
¿Quieren celebrar con fidelidad y piadosamente
los misterios del Señor,
principalmente el sacrificio de la Eucaristía
y el sacramento de la reconciliación,
para alabanza de Dios
y santificación del pueblo cristiano,
según la tradición de la Iglesia?
Los elegidos:
Sí, quiero.
El Obispo:
¿Quieren invocar la misericordia divina con nosotros,
en favor del pueblo que les sea encomendado,
perseverando en el mandato de orar sin desfallecer?
Los elegidos:
Sí, quiero.
El Obispo:
¿Quieren unirse cada día más a Cristo, sumo Sacerdote,
que por nosotros se ofreció al Padre como victima santa,
y con El consagrarse para la salvación de los hombres?
Los elegidos:
Sí, quiero, con la ayuda de Dios.
271.
Luego, cada uno de los elegidos presbíteros se acerca al Obispo y, arrodillado delante de él,
pone sus
manos entre las del Obispo, quien pregunta a cada uno:
a) Si es el Ordinario:
¿Prometes respeto y obediencia a mí y a mis sucesores?
El elegido responde:
Sí, prometo.
b) Si el Obispo no es su Ordinario, dice:
¿Prometes respeto y obediencia a tu Obispo?
El elegido responde:
Sí, prometo.
c) Si el elegido es un religioso, el Obispo dice:
¿Prometes respeto y obediencia al Obispo diocesano y a tu legítimo Superior?
El elegido responde:
Sí, prometo.
El Obispo siempre concluye:
Que Dios complete y perfeccione la obra
que El mismo ha comenzado en ti.

Súplica Litánica
272.
Todos se ponen de pie. El Obispo, sin mitra y con las manos juntas, mirando hacia el pueblo,
pronuncia la siguiente invitación:
Queridos hermanos:
Pidamos a Dios todopoderoso
que derrame abundantemente su bendición
sobre estos hijos suyos a quienes eligió
para los sagrados Ordenes del diaconado y presbiterado.
273.
Los elegidos se postran. Todos se arrodillan, salvo en los días domingos y en el tiempo
pascual.
Según el caso, el diácono dice: Nos arrodillamos.
Comienza el canto de las letanías.
Según las categorías que figuran como subtítulos y su respectivo lugar cronológico, pueden
añadirse
algunos nombres de santos (por ej. del patrono del lugar, del titular de la iglesia, del fundador
o del patrono
de los que van a ser ordenados). Para facilitar el oficio del cantor, se añaden en su respectivo
lugar los
nombres de los santos latinoamericanos más importantes, los que pueden cantarse
opcionalmente.
También pueden añadirse algunas súplicas por diversas necesidades más apropiadas a cada
circunstancia.
Kyrie, eleison Kyrie, eleison
Christe, eleison Christe, eleison
Kyrie, eleison Kyrie, eleison
O bien:
Señor, ten piedad Señor, ten piedad
Cristo, ten piedad Cristo, ten piedad
Señor, ten piedad Señor, ten piedad
[Invocación de los santos]
Santa María, Madre de Dios ruega por nosotros
[Ángeles]
San Miguel, ruega por nosotros
Santos Angeles de Dios ruegen por nosotros
[Patriarcas y Profetas]
San Juan Bautista ruega por nosotros
San José ruega por nosotros
[Apóstoles y discípulos]
Santos Pedro y Pablo ruegen por nosotros
San Andrés ruega por nosotros
San Juan ruega por nosotros
Santa María Magdalena ruega por nosotros
[Mártires varones]
San Esteban ruega por nosotros
San Ignacio de Antioquía ruega por nosotros
San Lorenzo ruega por nosotros
San Vicente ruega por nosotros
(San Roque González) ruega por nosotros
(San Juan del Castillo) ruega por nosotros
(San Alonso Rodríguez) ruega por nosotros
(San Héctor Valdivielso) ruega por nosotros
[Mártires mujeres]
Santas Perpetua y Felicidad ruegen por nosotros
Santa Inés ruega por nosotros
[Obispos y Doctores]
San Gregorio ruega por nosotros
San Agustín ruega por nosotros
San Atanasio ruega por nosotros
San Basilio ruega por nosotros
San Efrén ruega por nosotros
San Martín de Tours ruega por nosotros
(Santo Toribio Mogrovejo) ruega por nosotros
[Sacerdotes y religiosos]
San Benito ruega por nosotros
Santos Francisco y Domingo ruegen por nosotros
San Francisco Javier ruega por nosotros
(San Francisco Solano) ruega por nosotros
(San Martín de Porres) ruega por nosotros
San Juan María Vianney ruega por nosotros
[Religiosas]
Santa Catalina de Siena ruega por nosotros
Santa Teresa de Jesús ruega por nosotros
Santa Teresa del Niño Jesús ruega por nosotros
(Santa Rosa de Lima) ruega por nosotros
(Santa Teresa de los Andes) ruega por nosotros
[Laicos]
(Beata Laura Vicuña) ruega por nosotros
Todos los santos y santas de Dios ruegen por nosotros
[Invocaciones a Cristo]
Por tu bondad líbranos, Señor
De todo mal líbranos, Señor
De todo pecado líbranos, Señor
De la muerte eterna líbranos, Señor
Por el misterio de tu Encarnación líbranos, Señor
Por tu muerte y resurrección líbranos, Señor
Por la venida del Espíritu Santo líbranos, Señor
[Súplica por diversas necesidades]
Nosotros, que somos pecadores te rogamos,
óyenos
Para que gobiernes y conserves a tu Santa Iglesia te rogamos,
óyenos
Para que conserves en tu santo servicio al Papa y a todos los miembros del clero te rogamos,
óyenos
Para que bendigas a estos elegidos tuyos te rogamos,
óyenos
Para que los bendigas y santifiques te rogamos,
óyenos
Para que los bendigas, santifiques y consagres te rogamos,
óyenos
Para que concedas la paz y la concordia a todos los pueblos te rogamos,
óyenos
Para que tengas misericordia de todos los que sufren te rogamos,
óyenos
Para que nos fortalezcas y conserves en tu santo servicio te rogamos,
óyenos
Jesús, Hijo del Dios vivo te rogamos,
óyenos
Cristo, óyenos Cristo, óyenos
Cristo, escúchanos Cristo, escúchanos
274.
Terminadas las letanías, el Obispo, de pie y con las manos extendidas, dice:
Señor Dios, escucha nuestras súplicas
y confirma con tu gracia este ministerio que realizamos,
santifica con tu bendición
a quienes hemos juzgado apto para el sagrado ministerio.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
Si es el caso, el diácono dice:
Nos ponemos de pie.
Todos se ponen de pie. Los elegidos al orden presbiteral vuelven a sus lugares.

Ordenación de los Diáconos


Imposición de las Manos y Plegaria de Ordenación Diaconal
275.
Cada uno de los elegidos al orden diaconal se acerca al Obispo quien está de pie con mitra
delante de
la sede, y se arrodilla delante de él.
276.
El Obispo impone las manos sobre la cabeza de cada elegido en silencio.
277.
Los elegidos se arrodillan ante el Obispo, quien sin mitra y con las manos extendidas, dice la
Plegaria
de Ordenación:
Dios Todopoderoso, que concedes toda gracia,
distribuyes las responsabilidades
y ordenas los ministerios,
manifiesta tu presencia en medio de nosotros.
Tú que eres inmutable en ti mismo,
todo lo renuevas y todo lo ordenas;
con tu providencia eterna todo lo dispones;
por tu palabra, tu sabiduría y tu fuerza,
que es Jesucristo, tu Hijo y Señor nuestro,
concedes en cada momento lo que conviene.
Tú haces crecer a la Iglesia, cuerpo de Cristo,
y, enriquecida con diversos dones,
hermosamente construida con diferentes miembros,
y unificada por el Espíritu Santo en su admirable estructura,
la edificas como templo de tu gloria.
Así estableciste, Señor, que hubiera tres órdenes
de ministros para tu servicio,
del mismo modo que antiguamente
habías elegido a los hijos de Leví
para que sirvieran en el tabernáculo de la primera Alianza.
De la misma manera, en los comienzos de la Iglesia,
los apóstoles de tu Hijo,
movidos por el Espíritu Santo,
eligieron siete hombres de buena fama
para que los ayudaran en el servicio cotidiano.
Mediante la oración e imposición de manos,
los dedicaron a la atención de los pobres,
para poder entregarse ellos, con mayor empeño,
a la oración y la predicación de la palabra.
Te suplicamos, Señor, que mires con bondad,
a éstos tus servidores
a quienes consagramos para el oficio del diaconado
al servicio del altar.
Envía sobre ellos, Señor,
el espíritu santo,
para que, fortalecidos
con tu gracia de los siete dones,
desempeñen con fidelidad el ministerio.
Que abunden en ellos las virtudes evangélicas:
el amor sincero, la solicitud por los enfermos y los pobres,
una autoridad discreta, una pureza intachable,
una vida según el Espíritu.
Que reflejando tus mandamientos en sus costumbres
el pueblo cristiano encuentre inspiración en el ejemplo de su vida,
y obrando con buena conciencia
perseveren con firmeza y constancia en Cristo
de manera que, imitando en la tierra a tu Hijo,
que no vino a ser servido sino a servir,
merezcan reinar con él en el cielo.
Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
Todos responden:
Amén.

Entrega del Evangeliario


278.
Terminada la Plegaria de Ordenación, todos se sientan. El Obispo se pone la mitra. Los
Ordenados se
ponen de pie. Algunos diáconos u otros ministros imponen la estola a cada Ordenado según el
modo
diaconal y le colocan la dalmática.
279.
Mientras tanto, puede cantarse la Antífona "Dichosos los que habitan en tu casa, Señor (T.P.
Aleluya)" con el Salmo 83 (84), u otro canto apropiado de idénticas características que
responda a la
antífona, sobre todo cuando el Salmo 83 (84) se hubiere utilizado como salmo responsorial en
la Liturgia
de la Palabra.
280.
Una vez revestidos con sus ornamentos diaconales, los Ordenados se acercan al Obispo.
Arrodillados
delante de él, cada uno recibe en sus manos el Evangeliario. El Obispo dice:
Recibe el Evangelio de Cristo
del cual eres mensajero.
Cree lo que lees,
enseña lo que crees,
y practica lo que enseñas.
281.
Mientras tanto, puede cantarse la Antífona "Anuncien el Evangelio a toda la creación (T.P.
Aleluya)"
con el Salmo 116 (117), u otro canto apropiado de idénticas características y que responda a
la antífona.

Ordenación de los Presbíteros


282.
Luego se acercan los elegidos al orden presbiteral. Todos se ponen de pie. El Obispo deja la
mitra, y
de pie mirando al pueblo, con las manos juntas, invita a los fieles a orar diciendo:
Queridos hermanos:
Pidamos a Dios todopoderoso
que derrame abundantemente su gracia
sobre estos hijos suyos
a quienes eligió para el ministerio de los presbíteros.
Y todos oran en silencio por un espacio de tiempo.

Imposición de Manos y Plegaria de Ordenación Presbiteral


283.
Cada uno de los elegidos se acerca al Obispo quien está de pie con mitra delante de la sede,
y se
arrodilla delante de él.
284.
El Obispo impone las manos sobre la cabeza de cada elegido sin decir nada.
Después de imponer de manos, todos los presbíteros presentes, con estola, imponen las
manos a cada
elegido, en silencio.
Después de imponer de manos, los presbíteros permanecen cerca del Obispo hasta terminar
la
Plegaria de Ordenación, permitiendo que los fieles puedan ver la celebración.
285.

Los elegidos se arrodillan ante el Obispo, quien sin mitra y con las manos extendidas, dice la
Plegaria
de Ordenación:
Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno,
autor de la dignidad humana
y dispensador de toda gracia,
manifiesta tu presencia en medio de nosotros.
Tú concedes al mundo su consistencia y progreso,
y para formar un pueblo sacerdotal
por la fuerza del Espíritu Santo,
estableciste ministros de Jesucristo, tu Hijo,
en diversos órdenes.
Ya en la primera Alianza
fueron instituidos diferentes oficios
como signos proféticos,
cuando constituiste a Moisés y Aarón
para gobernar y santificar a tu pueblo
dándoles colaboradores que los secundaran en su tarea.
De ese modo, durante la peregrinación por el desierto
comunicaste el espíritu de Moisés
a setenta varones prudentes
con cuya ayuda pudo gobernar a tu pueblo
con mayor facilidad.
Así, también, otorgaste a los descendientes de Aarón
la plenitud sacerdotal de su padre,
para que un número suficiente de sacerdotes
según la Ley antigua
celebrara el culto divino,
imagen del sacrificio de Cristo.
Al llegar la plenitud de los tiempos
enviaste al mundo, Padre Santo, a tu Hijo Jesucristo,
Apóstol y Sumo Sacerdote de la fe que profesamos.
El, movido por el Espíritu Santo,
se ofreció a sí mismo como víctima sin mancha
e hizo partícipes de su misión a los Apóstoles
santificándolos en la verdad,
y dándoles cooperadores
para que anunciaran y realizaran en todo el mundo
la obra de la salvación.
Ahora te pedimos, Señor,
que nos concedas a nosotros, frágiles servidores tuyos,
estos colaboradores que necesitamos
para ejercer el sacerdocio apostólico.
Te pedimos, Padre todopoderoso,
que confieras a esos siervos tuyos
la dignidad del presbiterado.
Renueva en sus corazones
el espíritu de santidad,
reciban de ti el segundo grado
del ministerio sacerdotal
y sean, por su conducta, ejemplo de vida.
Que sean fieles colaboradores
de nuestro orden episcopal,
de modo que por medio de su predicación
y con la gracia del Espíritu Santo,
la palabra del Evangelio fructifique
en el corazón de los hombres
y llegue hasta los confines de la tierra.
Que junto con nosotros
sean fieles dispensadores de tus misterios,
a fin de que tu pueblo se renueve por el agua bautismal,
se alimente con el pan de tu altar,
los pecadores se reconcilien contigo
y sean reconfortados los enfermos.
Que ellos, en comunión con nosotros,
imploren tu misericordia por el pueblo que se les confía
y en favor del mundo entero.
Así, todas las naciones, congregadas en Cristo,
se convertirán en un sólo pueblo
que alcanzará su plenitud en tu Reino
por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
Todos responden:
Amén.

Unción de las Manos y entrega del Pan y Vino


286.
Terminada la Plegaria de Ordenación, todos se sientan. El Obispo se pone la mitra. Los
Ordenados se
ponen de pie. Los presbíteros presentes vuelven a su lugar. Algunos presbíteros acomodan la
estola de
cada Ordenado según el modo presbiteral y le colocan la casulla.
287.
El Obispo recibe el gremial y unge con el santo Crisma las palmas de las manos de cada
Ordenado,
que estará arrodillado delante de él, diciendo: Jesucristo, el Señor, a quien el Padre ungió con
la fuerza del
Espíritu Santo, te proteja para santificar al pueblo cristiano y para ofrecer a Dios el sacrificio.
Luego el Obispo y los Ordenados se limpian las manos.
288.
Mientras los Ordenados visten la estola y la casulla y el Obispo les unge las manos, se canta
la
Antífona "Cristo, el Señor, Sacerdote eterno según el orden de Melquisedec, ofreció pan y vino
(T.P.
Aleluya)", con el Salmo 109 (110), u otro canto apropiado de idénticas características que
responda a la
antífona, sobre todo cuando el Salmo 109 (110) se hubiere utilizado como salmo responsorial
en la
Liturgia de la Palabra.
289.
Mientras tanto, los fieles presentan el pan sobre la patena y el caliz con vino y agua para la
celebración
de la Misa. El diácono los recibe y presenta al Obispo, quien los entrega a cada Ordenado que
lo recibirá
de rodillas, diciéndole a cada uno: Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios.
Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la
cruz del
Señor.
290.
Finalmente, el Obispo da a cada uno de los Ordenados el saludo, primero a los presbíteros y
luego a
los diáconos, diciendo:
La paz esté contigo.

El Ordenado responde:
Y con tu espíritu.
De igual modo hacen todos, o al menos algunos de los presbíteros presentes, pueden saludar
a los
presbíteros recién ordenados significando que han sido asociados a su Orden. Lo mismo
todos, o al
menos algunos diáconos, pueden saludar a los diáconos recién ordenados.
291.
Mientras tanto puede cantarse el Responsorio "Ya no los llamo siervos, sino amigos" o la
Antífona
"Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando, dice el Señor (T.P. Aleluya)" con el
Salmo 99
(100), u otro canto apropiado de idénticas características que se conforme con el responsorio
o con la
antífona, sobre todo cuando el Salmo 99 (100) se hubiere utilizado como salmo responsorial
en la Liturgia
de la Palabra.
292.
La Misa continúa del modo acostumbrado. El Símbolo se dice según corresponda. La Oración
Universal se omite.

Liturgia Eucarística
293.
La Liturgia eucarística se concelebra del modo acostumbrado, omitiendo la preparación del
cáliz.
294.
En la Plegaria Eucarística, el Obispo o uno de los presbíteros concelebrantes hace mención
de los
presbíteros y diáconos recién ordenados según las fórmulas siguiente:
a) En la Plegaria Eucarística I, se dice el "Acepta, Señor, en tu bondad" propio:
Acepta, Señor, en tu bondad,
esta ofrenda de tus servidores,
y de toda tu familia santa;
te la ofrecemos también por tus hijos
que han sido llamados al orden de los diáconos
y de los presbíteros;
conserva en ellos tus dones
para que fructifique lo que han recibido de tu bondad;
[Por Cristo, nuestro Señor. Amén].
b) En la Plegaria Eucarística II, después de las palabras "congregue en la unidad a cuantos
participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo", se dice:
Acuérdate, Señor de tu Iglesia extendida por toda la tierra
y con el Papa N., con nuestro Obispo N.
llévala a su perfección por la caridad.
Acuérdate también de estos hijos tuyos
que has constituido hoy
diáconos y presbíteros de la Iglesia,
y de todos los pastores que cuidan de tu pueblo.
c) En la Plegaria Eucarística III, después de las palabras "traiga la paz y la salvación al mundo
entero",
se dice:
Confirma en la fe y en la caridad
a tu Iglesia, peregrina en la tierra,
a tu servidor, el Papa N.,
a nuestro Obispo N.,
al orden episcopal,
a estos hijos tuyos que han sido ordenados hoy
diáconos y presbíteros de la Iglesia,
a los presbíteros y diáconos,
y a todo el pueblo redimido por ti.
d) En la Plegaria Eucarística IV, después de las palabras "para alabanza de su gloria", se dice:
Y ahora, Señor, acuérdate
de todos aquellos por quienes te ofrecemos
este sacrificio:
de tu servidor el Papa N.,
de nuestro Obispo N.,
del orden episcopal,
de estos hijos tuyos que te has dignado elegir hoy
para el ministerio diaconal y presbiteral
en favor de tu pueblo,
de los presbíteros y diáconos,
de los oferentes y de todos los aquí reunidos.
295.
Los diáconos recién ordenados comulgan bajo las dos especies. Uno de ellos ayuda al Obispo
en el
ministerio del cáliz.
296.
Los familiares y amigos cercanos de los Ordenados pueden recibir la comunión bajo las dos
especies.
297.
Alguno de los diáconos recién ordenados ayudan al Obispo a distribuir la Comunión a los
fieles.

298.
Terminada la distribución de la Comunión, puede cantarse un canto de acción de gracias. Al
canto
sigue la oración para después de la Comunión.

Rito de Conclusión
299.
En lugar de la bendición habitual puede darse la bendición solemne que sigue. El diácono
puede hacer
la siguiente invitación:
Nos inclinamos para la bendición.
o con otras palabras similares.
Seguidamente, el Obispo, con las manos extendidas sobre los Ordenados y el pueblo,
pronuncia la
bendición:
Dios Padre, que dirige y gobierna la Iglesia,
mantenga sus propósitos
y fortalezca sus corazones
para que cumplan fielmente el ministerio presbiteral.
Todos:
Amén.
El Obispo:
El Señor que, a ustedes diáconos, les ha confiado
la misión de predicar el Evangelio de Cristo,
les ayude a vivir según su Palabra
para que sean sus testigos entusiastas y sinceros.
Todos:
Amén.
El Obispo:
A ustedes, nuevos presbíteros,
Dios los haga pastores verdaderos
que distribuyan la Palabra de la vida y el Pan vivo,
para que los fieles crezcan en la unidad del cuerpo de Cristo.
Todos:
Amén.
El Obispo:
Y la bendición de Dios todopoderoso
Padre, Hijo, y Espíritu Santo
descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.
Todos responden:
Amén.
300.
Dada la bendición, y despedido el pueblo por el diácono, se hace la procesión a la sacristía del
modo
acostumbrado.

Apéndice I
Lecturas Bíblicas
Algunas perícopas de esta serie de lecturas están destinadas más bien a determinadas
circunstancias.
Las demás pueden utilizarse en todas las Ordenaciones.
Según la tradición litúrgica, el Antiguo Testamento no se lee durante el tiempo pascual, y en la
lectura
evangélica se prefiere el texto de san Juan.

I. Antiguo Testamento
1.
Núm. 3, 5-10a (Hebr. 5-9): Llama a la tribu de Leví para que asista al sacerdote Aarón. (Para
Diáconos).
2.
Núm. 11, 11b-12. 14-17. 24-25a.: Tomaré del espíritu que hay en ti y lo pondré sobre ellos
para que
compartan contigo el peso de este pueblo. (Para Presbíteros).
3.
Is. 61, 1-3a: El Señor me ha ungido, me ha enviado a evangelizar a los pobres. (Para Obispos
y
Presbíteros).
4.
Jer. 1, 4-9: A todos los que te enviaré, habrás de ir.

II. Nuevo Testamento


5.
Hech. 6, 1-7b: Elijan a siete varones llenos del Espíritu Santo. (Para Diáconos).
6.
Hech. 8, 26-40: Comenzando por este pasaje de la Escritura, le evangelizó a Jesús. (Para
Diáconos).
7.
Hech. 10, 37-43: Nosotros somos testigos de todo lo que hizo Jesús en Judea y Jerusalén.
8.
Hech. 20, 17-18a. 28-32. 36: Velen por ustedes mismos y por toda la grey de la que el Espíritu
Santo
los ha constituido Obispos para apacentar la Iglesia de Dios. (Para Obispos y Presbíteros).
9.
Rom. 12, 4-8: Teniendo carismas diferentes según la gracia que nos ha sido dada.
10.
2 Cor. 4, 1-2. 5-7: Predicamos a Jesucristo; nosotros somos vuestros servidores por Jesús.
11.
2 Cor. 5, 14-20: Nos confió la Palabra de la reconciliación.
12.
Ef. 4, 1-7. 11-13: Para la obra del ministerio, en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo.
13.
1 Tim. 3, 8-10.12-13: Que conserven el misterio de la fe con una conciencia pura. (Para
Diáconos).
14.
1 Tim. 4, 12-16: No malogres el don espiritual que hay en ti y que te fue conferido por la
imposición
de las manos del Presbiterio.
O bien:
1 Tim. 4, 12b-16: Trata de ser un modelo para los que creen. (Para Obispos).
15.
2 Tim. 1, 6-14: Te recomiendo que reavives el don de Dios que has recibido por la imposición
de las
manos. (Para Obispos).
16.
Hebr. 5, 1-10: Dios lo proclamó Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec.
17.
1 Ped. 4, 7b-11: Como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios.
18.
1 Ped. 5, 1-4: Apacienten el rebaño de Dios que les ha sido confiado.

III. Evangelios
19.
Mt. 5, 13-16: Ustedes son la luz del mundo.
20.
Mt. 9, 35-38: Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.
21.
Mt. 10, 1-5a: Anuncien que el Reino de los Cielos está muy cerca.
22.
Mt. 20, 25-28: El que quiera ser grande que se haga servidor de ustedes.
23.
Lc. 10, 1-9: La cosecha es abundante pero los trabajadores son pocos.
24.
Lc. 12, 35-44: Feliz aquel a quien su señor al llegar encuentre en este trabajo.
25.
Lc. 22, 14-20. 24-30: Hagan esto en conmemoración mía... Yo estoy entre ustedes como el
que sirve.
26.
Jn. 10, 11-16: El buen pastor da la vida por sus ovejas.
27.
Jn. 12, 24-26: El que quiera servirme que me siga.
28.
Jn. 15, 9-17: Ya no los llamaré servidores, yo los llamo amigos.
29.
Jn. 17, 6. 14-19: Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la
verdad.
30.
Jn. 20, 19-23: Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.
31.
Jn. 21, 15-17: Apacienta a mis corderos, apacienta a mis ovejas.

Salmos Responsoriales
32.
Sal. 22, 1-2a. 2b-3. 4. 5. 6: R. El Señor es mi Pastor. Nada me puede faltar.
33.
Sal. 83, 3-4. 5-6a. 8a. 11: R. Felices los que habitan en tu Casa, Señor.
34.
Sal. 88, 21-22. 25. 27: R. Cantaré eternamente el amor del Señor.
35.
Sal. 95, 1-2a. 2b-3. 10: R. Vayanpor todo el mundo. Aleluia. Enseñen a todas las naciones.
Aleluia.
36.
Sal. 99, 2. 3. 4. 5: R. Ustedes serán mis amigos si hacen lo que yo les he enseñado, dice el
Señor.
37.

Sal. 109, 1. 2. 3. 4: R. Tú eres sacerdote para siempre, mediador entre Dios y los hombres.
38.
Sal. 115, 12-13. 17-18: R.(1 Cor. 10, 16): El cáliz que bendecimos ¿no es la comunión con la
sangre
de Cristo.
O bien: Aleluia.
39.
Sal. 116, 1. 2: R. (Mc. 16, 15): Vayanpor todo el mundo, prediquen el Evangelio.
O bien: Aleluia.

IV. Aleluia
40.
Mt. 28, 19, 20: Vayanpor todo el mundo, enseñen a todas las naciones: Yo estaré con ustedes
hasta el
fin del mundo.
41.
Lc. 4, 18-19: Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los
cautivos.
42.
Jn. 10, 14: Yo soy el buen pastor, dice el Señor; conozco a mis ovejas y mis ovejas me
conocen a mí.
43.
Jn. 15, 15b: Los he llamado amigos, dice el Señor, porque todo lo que he oído de mi Padre se
los he
dado a conocer.
V. Antífonas de aclamación
Los mismos textos que en los nn. 40-43.

Homilías
Para la ordenación episcopal
Queridos hermanos:
Consideren atentamente a qué ministerio será promovido en la Iglesia este hermano nuestro.
Nuestro
Señor Jesucristo, enviado por el Padre para redimir a los hombres, envió a su vez por el
mundo a los doce
Apóstoles para que, llenos del Espíritu Santo, anunciaran el Evangelio y, reuniendo a todos los
hombres en
un solo rebaño, los santificaran y gobernaran. A fin de asegurar la continuidad de este
ministerio hasta el
fin de los tiempos, los Apóstoles eligieron colaboradores a quienes comunicaron por la
imposición de las
manos, que confiere la plenitud del sacramento del Orden, el don del Espíritu Santo que
habían recibido de
Cristo.
De este modo se ha conservado tan importante ministerio a través de los tiempos. Por la
ininterrumpida sucesión de los Obispos, permanece y se acrecienta hasta nuestros días la
obra del
Salvador.
En el Obispo, rodeado de sus presbíteros, se hace presente en medio de ustedes el mismo
Jesucristo
nuestro Señor, Sumo y Eterno Sacerdote.
Por el ministerio paternal del Obispo, el Señor continúa predicando el Evangelio,
administrando los
sacramentos de la fe a los creyentes. Por el ministerio paternal del Obispo, agrega a su
cuerpo nuevos
miembros. Por la sabiduría y prudencia del Obispo, los conduce a través de la peregrinación
terrena a la
eterna felicidad.
Reciban, por tanto, con alegría y gratitud a este hermano nuestro.
Nosotros, los Obispos presentes, por la imposición de las manos, lo agregaremos a nuestro
Orden
episcopal.
Hónrenlo como ministro de Cristo y dispensador de los misterios de Dios. A él se le confía dar
testimonio de la verdad del Evangelio y el ministerio de la vida del Espíritu y la santidad.
Recuerden las palabras de Cristo a los Apóstoles: "Quien los escucha, a mí me escucha y
quien los
rechaza, a mí me rechaza y el que me rechaza, rechaza al que me ha enviado".
Querido hermano, elegido por el Señor:
Recuerda que has sido tomado de entre los hombres y puesto al servicio de los hombres en
las cosas que
se refieren a Dios.
En efecto, el Episcopado significa un servicio, no un honor, y es necesario que el Obispo, más
que
presidir sirva a sus hermanos, ya que según el mandato del Señor, el que es mayor hágase el
menor, y el
que preside sea como el que sirve.
Proclama la Palabra oportuna e inoportunamente; corrige siempre con paciencia y deseo de
enseñar.
En la oración y en el sacrificio eucarístico que ofrecerás por el pueblo a ti encomendado,
implora
insistentemente la abundancia de la multiforme gracia, que procede de la plenitud de Cristo.
En la Iglesia a ti confiada, sé fiel dispensador, moderador y custodio de los sacramentos de
Cristo.
Elegido por el Padre para gobernar a su familia, acuérdate siempre del Buen Pastor que
conoce a sus
ovejas y es conocido por ellas y que no dudó en dar su vida por el rebaño.
Ama con amor de padre y hermano a todos los que Dios te encomienda, en primer lugar, a los
presbíteros y diáconos, tus colaboradores en el ministerio de Cristo; también a los pobres y a
los débiles, a
los que no tienen hogar y a los desamparados.
Exhorta a los fieles a que trabajen contigo en la obra apostólica y escúchalos gustosamente.
Preocúpate incansablemente de aquellos que aún no pertenecen al único rebaño de Cristo,
porque ellos
también te han sido encomendados en el Señor.
Nunca te olvides que has sido agregado al Orden episcopal en la Iglesia Católica, reunida por
el
vínculo del amor, de tal modo que no dejes de tener preocupación por todas las iglesias y no
olvides
socorrer con generosidad a las iglesias más necesitadas de ayuda.
Por tanto, preocúpate por todo el rebaño en el que el Espíritu Santo te pone para gobernar a la
Iglesia
de Dios. En el nombre del Padre, cuya imagen representas en la Iglesia. En el nombre del Hijo
Jesucristo,
cuyo ministerio de Maestro, Sacerdote y Pastor ejerces. Y en el nombre del Espíritu Santo,
que vivifica a
la Iglesia de Cristo y fortalece con su poder nuestra debilidad.

Para la ordenación de varios obispos


Queridos hermanos:
Consideren atentamente a qué ministerio serán promovidos en la Iglesia estos hermanos
nuestros. Nuestro
Señor Jesucristo, enviado por el Padre para redimir a los hombres, envió a su vez por el
mundo a los doce
Apóstoles para que, llenos del Espíritu Santo, anunciaran el Evangelio y, reuniendo a todos los
hombres en
un solo rebaño, los santificaran y gobernaran. A fin de asegurar la continuidad de este
ministerio hasta el
fin de los tiempos, los Apóstoles eligieron colaboradores a quienes comunicaron por la
imposición de las
manos, que confiere la plenitud del sacramento del Orden, el don del Espíritu Santo que
habían recibido de
Cristo.
De este modo se ha conservado tan importante ministerio a través de los tiempos. Por la
ininterrumpida sucesión de los Obispos, permanece y se acrecienta hasta nuestros días la
obra del
Salvador.
En el Obispo, rodeado de sus presbíteros, se hace presente en medio de ustedes el mismo
Jesucristo
nuestro Señor, Sumo y Eterno Sacerdote.
Por el ministerio paternal del Obispo, el Señor continúa predicando el Evangelio,
administrando los
sacramentos de la fe a los creyentes. Por el ministerio paternal del Obispo, agrega a su
cuerpo nuevos
miembros. Por la sabiduría y prudencia del Obispo, los conduce a través de la peregrinación
terrena a la
eterna felicidad.
Reciban, por tanto, con alegría y gratitud a estos hermanos nuestros.
Nosotros, los Obispos presentes, por la imposición de las manos, lo agregaremos a nuestro
Orden
episcopal.
Hónrenlos como ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios. A ellos se les
confía
dar testimonio de la verdad del Evangelio y el ministerio de la vida del Espíritu y la santidad.
Recuerden las palabras de Cristo a los Apóstoles: "Quien los escucha, a mí me escucha y
quien los
rechaza, a mí me rechaza y el que me rechaza, rechaza al que me ha enviado".
Queridos hermanos, elegidos por el Señor:
Recuerden que han sido tomados de entre los hombres y puestos al servicio de los hombres
en las cosas
que se refieren a Dios.
En efecto, el Episcopado significa una carga, no un honor, y es necesario que el Obispo, más
que
presidir sirva a sus hermanos, ya que según el mandato del Señor, el que es mayor hágase el
menor, y el
que preside sea como el que sirve.
Proclamen la Palabra oportuna e inoportunamente; corrijan siempre con paciencia y deseo de
enseñar.
En la oración y en el sacrificio eucarístico que ofrecerán por el pueblo a ustedes
encomendado,
imploren insistentemente la abundancia de la multiforme gracia, que procede de la plenitud de
Cristo.
En la Iglesia a ustedes confiada, sean fieles dispensadores, moderadores y custodios de los
sacramentos de Cristo. Elegidos por el Padre para gobernar a su familia, acuérdense siempre
del Buen
Pastor que conoce a sus ovejas y es conocido por ellas y que no dudó en dar su vida por el
rebaño.
Amen con amor de padre y hermano a todos los que Dios les encomienda, en primer lugar, a
los
presbíteros y diáconos, sus colaboradores en el ministerio de Cristo; también a los pobres y a
los débiles,
a los que no tienen hogar y a los desamparados.
Exhorten a los fieles a que trabajen con ustedes en la obra apostólica y escúchenlos
gustosamente.
Preocúpense incansablemente de aquellos que aún no pertenecen al único rebaño de Cristo,
porque
ellos también les han sido encomendados en el Señor.
Nunca se olviden que han sido agregados al Orden episcopal en la Iglesia Católica, reunida
por el
vínculo del amor, de tal modo que no dejen de tener preocupación por todas las iglesias y no
olviden
socorrer con generosidad a las iglesias más necesitadas de ayuda.

Por tanto, preocúpense por todo el rebaño en el que el Espíritu Santo los pone para gobernar
a la
Iglesia de Dios. En el nombre del Padre, cuya imagen representan en la Iglesia. En el nombre
del Hijo
Jesucristo, cuyo ministerio de Maestro, Sacerdote y Pastor ejercen. Y en el nombre del
Espíritu Santo,
que vivifica a la Iglesia de Cristo y fortalece con su poder nuestra debilidad.

Para la ordenación de varios presbíteros


Queridos hermanos:
Estos hijos nuestros, entre los que se encuentran sus familiares y amigos, serán ordenados
para el
ministerio presbiteral; por eso, es importante que consideren atentamente la función que van a
desempeñar
en la Iglesia.
Es verdad que todo el Pueblo Santo de Dios ha sido constituido como sacerdocio real por su
incorporación a Cristo; sin embargo, el mismo Jesucristo, nuestro gran Sacerdote, eligió a
algunos
discípulos para que ejercieran públicamente y en su nombre, el ministerio sacerdotal en la
Iglesia, al
servicio de los hombres. El, que fue enviado por el Padre, envió a su vez a los Apóstoles para
que ellos y
sus sucesores, que son los obispos, completaran en el mundo su obra de Maestro, Sacerdote
y Pastor.
Los presbíteros, por su parte, son constituidos cooperadores de los obispos con los cuales,
unidos en un
mismo ministerio sacerdotal, son llamados para servir al pueblo de Dios.
Después de madura reflexión, estos hermanos nuestros van a ser ordenados sacerdotes en el
grado de
presbíteros. Así harán las veces de Cristo Maestro, Sacerdote y Pastor, para que su cuerpo,
que es la
Iglesia, se edifique y crezca como pueblo de Dios y templo del Espíritu Santo.
Al asemejarse a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, y al unirse al sacerdocio de los obispos,
quedarán
consagrados como auténtic os sacerdotes del Nuevo Testamento, para anunciar el Evangelio,
apacentar al
pueblo de Dios y celebrar el culto divino, especialmente en el sacrificio del Señor.
Por eso, ustedes, queridos hijos, que ahora serán ordenados presbíteros: deben cumplir el
ministerio
de enseñar en nombre de Cristo, el Maestro. Anuncien a todos los hombres la palabra de Dios
que ustedes
mismos han recibido con alegría. Mediten la ley del Señor, crean lo que leen, enseñen lo que
creen y
practiquen lo que enseñan.
Que la doctrina de ustedes sea un alimento sustancioso para el pueblo de Dios; que la
fragancia
espiritual de su vida sea motivo de alegría para todos los cristianos, a fin de que con la palabra
y el ejemplo
construyan ese edificio viviente que es la Iglesia de Dios.
Les corresponderá también la función de santificar en el nombre de Cristo. Por su ministerio,
el
sacrificio espiritual de los fieles alcanzará su perfección al unirse al sacrificio del Señor, que
por sus
manos se ofrecerá incruentamente sobre el altar, en la celebración de la Eucaristía. Tengan
conciencia de
lo que hacen e imiten lo que conmemoran. Por tanto, al celebrar el misterio de la muerte y la
resurrección
del Señor, procuren morir ustedes mismos al pecado y vivir una vida realmente nueva.
Al introducir a los hombres en el pueblo de Dios por el bautismo, al perdonar los pecados en
nombre
de Cristo y de la Iglesia por el sacramento de la penitencia, al confortar a los enfermos con la
santa
unción, y en todas las celebraciones litúrgicas, así como también al ofrecer durante el día la
alabanza, la
acción de gracias y la súplica por el pueblo de Dios y por el mundo entero, recuerden que han
sido
elegidos de entre los hombres y puestos al servicio de los hombres en las cosas que se
refieren a Dios.
Con permanente alegría y verdadera caridad continúen la misión de Cristo Sacerdote, no
buscando
sus propios intereses sino los de Jesucristo.
Finalmente, al participar de la función de Cristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia, permanezcan
unidos y
obedientes al Obispo. Procuren congregar a los fieles en una sola familia, animada por el
Espíritu Santo,
conduciéndolos a Dios por medio de Cristo. Tengan siempre presente el ejemplo del Buen
Pastor que no
vino a ser servido sino a servir y a buscar y salvar lo que estaba perdido.

Para la ordenación de un solo presbítero


Queridos hermanos:
Este hijo, que es familiar y amigo de ustedes, será ordenado para el ministerio presbiteral; por
eso, es
importante que consideren atentamente la función que va a desempeñar en la Iglesia.
Es verdad que todo el Pueblo Santo de Dios ha sido constituido como sacerdocio real por su
incorporación a Cristo; sin embargo, el mismo Jesucristo, nuestro gran Sacerdote, eligió a
algunos
discípulos para que ejercieran públicamente y en su nombre, el ministerio sacerdotal en la
Iglesia, al
servicio de los hombres. El, que fue enviado por el Padre, envió a su vez a los Apóstoles para
que ellos y
sus sucesores, que son los obispos, completaran en el mundo su obra de Maestro, Sacerdote
y Pastor.
Los presbíteros, por su parte, son constituidos cooperadores de los obispos con los cuales,
unidos en un
mismo ministerio sacerdotal, son llamados para servir al pueblo de Dios.
Después de madura reflexión, este hermano nuestro va a ser ordenado sacerdote en el orden
de los
presbíteros. Así hará las veces de Cristo Maestro, Sacerdote y Pastor, para que su cuerpo,
que es la
Iglesia, se edifique y crezca como pueblo de Dios y templo del Espíritu Santo.
Al asemejarse a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, y al unirse al sacerdocio de los obispos,
quedará
consagrado como auténtico sacerdote del Nuevo Testamento, para anunciar el Evangelio,
apacentar al
pueblo de Dios y celebrar el culto divino, especialmente en el sacrificio del Señor.
Por eso, querido hijo, que ahora serás ordenado presbítero: deben cumplir el ministerio de
enseñar en
nombre de Cristo, el Maestro. Anuncia a todos los hombres la palabra de Dios que tu mismo
has recibido
con alegría. Medita la ley del Señor, cree lo que lees, enseña lo que crees y practica lo que
enseñas.
Que tu doctrina sea un alimento sustancioso para el pueblo de Dios; que la fragancia espiritual
de tu
vida sea motivo de alegría para todos los cristianos, a fin de que con la palabra y el ejemplo
construyas ese
edificio viviente que es la Iglesia de Dios.
Te corresponderá también la función de santificar en el nombre de Cristo. Por tu ministerio, el
sacrificio espiritual de los fieles alcanzará su perfección al unirse al sacrificio del Señor, que
por tus
manos se ofrecerá incruentamente sobre el altar, en la celebración de la Eucaristía. Ten
conciencia de lo
que haces e imita lo que conmemoras. Por tanto, al celebrar el misterio de la muerte y la
resurrección del
Señor, procura morir al pecado y vivir una vida realmente nueva.
Al introducir a los hombres en el pueblo de Dios por el bautismo, al perdonar los pecados en
nombre
de Cristo y de la Iglesia por el sacramento de la penitencia, al confortar a los enfermos con la
santa
unción, y en todas las celebraciones litúrgicas, así como también al ofrecer durante el día la
alabanza, la
acción de gracias y la súplica por el pueblo de Dios y por el mundo entero, recuerdas que has
sido elegido
de entre los hombres y puesto al servicio de los hombres en las cosas que se refieren a Dios.
Con permanente alegría y verdadera caridad continúa la misión de Cristo Sacerdote, no
buscando tus
intereses sino los de Jesucristo.
Finalmente, al participar de la función de Cristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia, permanece
unido y
obediente al Obispo. Procura congregar a los fieles en una sola familia, animada por el
Espíritu Santo,
conduciéndola a Dios por medio de Cristo. Ten siempre presente el ejemplo del Buen Pastor
que no vino a
ser servido sino a servir y a buscar y salvar lo que estaba perdido.

Para la ordenación de diáconos


Queridos hermanos:
Estos hijos nuestros, entre los cuales se encuentran sus familiares y amigos, serán ahora
promovidos al
Orden diaconal; por eso, es importante que consideren atentamente la función que van a
desempeñar en la
Iglesia.
El don del Espíritu Santo los fortalecerá para que ayuden al Obispo y a su presbiterio,
anunciando la
Palabra de Dios, actuando como ministros del altar y atendiendo las obras de caridad, como
servidores de
todos los hombres. Como ministros del altar, proclamarán el Evangelio, prepararán el sacrificio
de la
Eucaristía, y repartirán el Cuerpo y la Sangre del Señor a los fieles.
De acuerdo con el mandato recibido del Obispo, les competirá evangelizar a los que no creen,
y
catequizar a los creyentes enseñándoles la sagrada doctrina. También podrán dirigir las
celebraciones
litúrgicas, administrar el bautismo, autorizar y bendecir los matrimonios, llevar el viático a los
moribundos
y presidir las exequias.
Consagrados por la imposición de las manos, practicada desde el tiempo de los Apóstoles, y
estrechamente unidos al altar, cumplirán el ministerio de la caridad en nombre del Obispo o
del párroco.
Con la ayuda de Dios, deberán obrar de tal manera que los reconozcan como discípulos de
aquel que
no vino a ser servido sino a servir.
En cuanto a ustedes, queridos hijos, que serán ordenados diáconos, el Señor les dió el
ejemplo, para
que obren como él lo hizo.
En su condición de diáconos, es decir, como ministros de Jesucristo, que se comportó como
servidor
de sus discípulos, cumplan de todo corazón la voluntad de Dios, sirviendo con amor y con
alegría al
Señor y a los hombres. Como nadie puede servir a dos señores, tengan presente que toda
impureza y
avaricia es como una esclavitud al servicio de los ídolos.
Es necesario que se comporten como testigos del bien y de la verdad que provienen del
Espítu Santo,
a semejanza de aquellos hombres que los Apóstoles eligieron para ejercer el ministerio de la
caridad.
Que la fe sea el cimiento en el que se asiente la vida de ustedes, y que su conducta sea
intachable,
delante de Dios y de los hombres, como corresponde a quienes son ministros de Cristo y
dispensadores
de los misterios de Dios.
Nunca pierdan la esperanza que proviene del Evangelio, al cual deben no sólo escuchar sino
además
servir.
Conserven el misterio de la fe con pureza de alma, y practiquen en su vida la Palabra de Dios
que
anunciarán, para que el pueblo cristiano, vivificado por el Espíritu Santo, se convierta en una
ofrenda pura
y agradable a Dios, y ustedes puedan salir al encuentro del Señor, al fin de los tiempos, para
escuchar de
sus labios: "Bien, servidor bueno y fiel, entra a participar del gozo de tu Señor".
***
Si se ordenan simultáneamente elegidos casados y célibes:
Al acceder libremente al Orden del diaconado, al igual que aquellos varones elegidos por los
Apóstoles para
el ministerio de la caridad, también ustedes deben dar testimonio del bien, llenos del Espíritu
Santo y del
gusto por las cosas de Dios.
Quienes de entre ustedes van a ejercer el ministerio, observando el celibato, deben tener
presente que
el celibato será para ustedes símbolo y, al mismo tiempo, estímulo del amor pastoral y fuente
peculiar de
fecundidad apostólica en el mundo. Movidos por un amor sincero a Jesucristo, el Señor, y
viviendo este
estado con una total entrega, vuestra consagración a Cristo se renueva de modo más
excelente. Por el
celibato, en efecto, les resultará más fácil consagrarse, sin dividir el corazón, al servicio de
Dios y de los
hombres, y con mayor facilidad serán ministros de la obra de regeneración sobrenatural.
Constituídos o no en el celibato, tendrán por raíz y cimiento la fe. Muestrense sin mancha e
irreprochables ante Dios y ante los hombres, según conviene a ministros de Cristo y a
dispensadores de
los santos misterios. No se dejen arrancar la esperanza del Evangelio, al que deben no sólo
escuchar, sino
además servir. Viviendo el misterios de la fe con alma limpia, muestren en sus obras la
palabra que
proclaman para que el pueblo cristiano, vivificado por el Espíritu Santo, sea oblación
agradable a Dios, y
ustedes, en el último día, puedan salir al encuentro del Señor, y oir de él estas palabras: "Bien,
servidor
bueno y fiel, entra en el banquete de tu Señor".
***
Si se ordenan solamente elegidos célibes:
Al acceder libremente al Orden del diaconado, al igual que aquellos varones elegidos por los
Apóstoles para
el ministerio de la caridad, también ustedes deben dar testimonio del bien, llenos del Espíritu
Santo y del
gusto por las cosas de Dios.
Ejercerán su ministerio, observando el celibato. Será para ustedes símbolo y, al mismo
tiempo,
estímulo del amor pastoral y fuente peculiar de fecundidad apostólica en el mundo. Movidos
por un amor
sincero a Jesucristo, el Señor, y viviendo este estado con una total entrega, la consagración
de ustedes a
Cristo se renueva de modo más excelente. Por el celibato, en efecto, les resultará más fácil
consagrarse,
sin dividir el corazón, al servicio de Dios y de los hombres, y con mayor facilidad serán
ministros de la
obra de regeneración sobrenatural. Tendrán por raíz y cimiento la fe. Muestrense sin mancha
e
irreprochables ante Dios y ante los hombres, según conviene a ministros de Cristo y a
dispensadores de
los santos misterios. No se dejen arrancar la esperanza del Evangelio, al que no sólo deben
escuchar, sino
además servir. Viviendo el misterio de la fe con alma limpia, muestren en sus obras la palabra
que
proclaman para que el pueblo cristiano, vivificado por el Espíritu Santo, sea oblación
agradable a Dios, y
ustedes, en el último día, puedan salir al encuentro del Señor, y oír de él estas palabras:
"Bien, servidor
bueno y fiel, entra en el banquete de tu Señor".
***
Si se ordenan solamente elegidos casados:
Al acceder libremente al Orden del diaconado, al igual que aquellos varones elegidos por los
Apóstoles para
el ministerio de la caridad, también ustedes deben dar testimonio de bien, llenos de Espíritu
Santo y del
gusto por las cosas de Dios. Tendrán por raíz y cimiento la fe. Muestrense sin mancha e
irreprochables
ante Dios y antes de los hombres, según conviene a los ministros de Cristo y a dispensadores
de los
santos misterios. No se dejen arrancar la esperanza del Evangelio, al que no sólo deben
escuchar, sino
además servir. Viviendo el misterio de la fe con alma limpia, muestren en sus obras la palabra
que
proclaman para que el pueblo cristiano, vivificado por el Espíritu Santo, sea oblación
agradable a Dios, y
ustedes en el último día, puedan salir al encuentro del Señor, y oír de él estas palabras: "Bien,
servidor
bueno y fiel, entra en el banquete de tu Señor".

Para la ordenación de un solo diácono


Queridos hermanos:
Este hijo nuestro, que es familiar y amigo de ustedes, será ahora promovido al Orden
diaconal; por eso, es
importante que consideren atentamente la función que va a desempeñar en la Iglesia.
El don del Espíritu Santo lo fortalecerá para que ayude al Obispo y a su presbiterio,
anunciando la
Palabra de Dios, actuando como ministro del altar y atendiendo las obras de caridad, como
servidor de
todos los hombres. Como ministro del altar, proclamará el Evangelio, preparará el sacrificio de
la
Eucaristía, y repartirá el Cuerpo y la Sangre del Señor a los fieles.
De acuerdo con el mandato recibido del Obispo, le compete evangelizar a los que no creen, y
catequizar a los creyentes enseñándoles la sagrada doctrina. También podrá dirigir las
celebraciones
litúrgicas, administrar el bautismo, autorizar y bendecir los matrimonios, llevar el viático a los
moribundos
y presidir las exequias.
Consagrado por la imposición de las manos, practicada desde el tiempo de los Apóstoles, y
estrechamente unido al altar, cumplirá el ministerio de la caridad en nombre del Obispo o del
párroco.
Con la ayuda de Dios, deberá obrar de tal manera que lo reconozcan como discípulo de aquel
que no
vino a ser servido sino a servir.
En cuanto a ti, querido hijo, que serás ordenado diácono, el Señor te dió el ejemplo, para que
obres
como él lo hizo.
En tu condición de diácono, es decir, como ministro de Jesucristo, que se comportó como
servidor
de sus discípulos, cumple de todo corazón la voluntad de Dios, sirviendo con amor y con
alegría al Señor
y a los hombres. Como nadie puede servir a dos señores, ten presente que toda impureza y
avaricia es
como una esclavitud al servicio de los ídolos.
Es necesario que te comportes como testigos del bien y de la verdad que provienen del Espítu
Santo,
a semejanza de aquellos hombres que eligieron los Apóstoles para ejercer el ministerio de la
caridad.
Que la fe sea el cimiento en el que se asiente tu vida. Que tu conducta sea intachable, delante
de Dios
y de los hombres, como corresponde a quienes son ministros de Cristo y dispensadores de los
misterios
de Dios.
Nunca pierdas la esperanza que proviene del Evangelio, al cual debes no sólo escuchar sino
además
servir.
Conserva el misterio de la fe con pureza de alma, y practica en tu vida la Palabra de Dios que
anunciarás, para que el pueblo cristiano, vivificado por el Espíritu Santo, se convierta en una
ofrenda pura
y agradable a Dios; y ustedes puedan salir al encuentro del Señor, al fin de los tiempos, para
escuchar de
sus labios: "Bien, servidor bueno y fiel, entra a participar del gozo de tu Señor".
***
Si se ordena un elegido célibe:
Al acceder libremente al Orden del diaconado, al igual que aquellos varones elegidos por los
Apóstoles para
el ministerio de la caridad, también debes dar testimonio del bien, lleno del Espíritu Santo y del
gusto por
las cosas de Dios.

Ejercerás tu ministerio observando el celibato. Será para ti símbolo y, al mismo tiempo,


estímulo del
amor pastoral y fuente peculiar de fecundidad apostólica en el mundo. Movido por un amor
sincero a
Jesucristo, el Señor, y viviendo este estado con una total entrega, tu consagración a Cristo se
renueva de
modo más excelente. Por el celibato, en efecto, te resultará más fácil consagrarte, sin dividir el
corazón, al
servicio de Dios y de los hombres, y con mayor facilidad serás ministro de la obra de
regeneración
sobrenatural.
Tendrás por raíz y cimiento la fe. Muestrate sin mancha e irreprochable ante Dios y ante los
hombres,
según conviene a los ministros de Cristo y a dispensadores de los santos misterios. No te
dejes arrancar la
esperanza del Evangelio, al que no sólo debes escuchar, sino además servir. Viviendo el
misterio de la fe
con alma limpia, muestra en tus obras la palabra que proclamas para que el pueblo cristiano,
vivificado por
el Espíritu Santo, sea oblación agradable a Dios y, en el último día, puedas salir al encuentro
del Señor, y
oír de él estas palabras: "Bien, servidor bueno y fiel, entra en el banquete de tu Señor".
***
Si se ordena un elegido casado:
Al acceder libremente al Orden del diaconado, al igual que aquellos varones elegidos por los
Apóstoles para
el ministerio de la caridad, también debes dar testimonio de bien, llenos de Espíritu Santo y del
gusto por
las cosas de Dios. Tendrás por raíz y cimiento la fe. Muestrate sin mancha e irreprochable
ante Dios y
antes de los hombres, según conviene a los ministros de Cristo y a dispensadores de los
santos misterios.
No te dejes arrancar la esperanza del Evangelio, al que no sólo deben escuchar, sino además
servir.
Viviendo el misterio de la fe con alma limpia, muestra en tus obras la palabra que proclamas
para que el
pueblo cristiano, vivificado por el Espíritu Santo, sea oblación agradable a Dios y, en el último
día, puedas
salir al encuentro del Señor, y oír de él estas palabras: "Bien, servidor bueno y fiel, entra en el
banquete de
tu Señor".

Para la ordenación de presbítero y diácono


Queridos hermanos:
Ahora que estos hermanos nuestros van a ser ordenados diáconos y presbíteros, conviene
considerar con
atención qué grado de ministerio reciben. Servirán a Cristo, sumo Maestro, Sacerdote y
Pastor, por cuyo
ministerio en la tierra se edifica sin cesar la Iglesia, cuerpo suyo y tempo del Espíritu Santo.
Al unirse al sacerdocio de los obispos, los presbíteros y los diáconos quedarán consagrados
para
anunciar el Evangelio, santificar y apacentar el pueblo de Dios y celebrar el culto divino,
especialmente en
el sacrificio del Señor.
Con la ayuda de Dios, deberán obrar de tal manera que los reconozcan como discípulos de
aquel que
no vino a ser servido sino a servir.
En cuanto a ustedes, queridos hijos, que serán ordenados diáconos, el Señor les dio el
ejemplo, para
que obren como él lo hizo.
En su condición de diáconos, es decir, como ministros de Jesucristo, que se comportó como
servidor
de sus discípulos, cumplan de todo corazón la voluntad de Dios, sirviendo con amor y con
alegría al
Señor y a los hombres. Como nadie puede servir a dos señores, tengan presente que toda
impureza y
avaricia es como una esclavitud al servicio de los ídolos.
***
Si se ordenan simultáneamente elegidos casados y célibes:
Al acceder libremente al Orden del diaconado, al igual que aquellos varones elegidos por los
Apóstoles para
el ministerio de la caridad, también ustedes deben dar testimonio del bien, llenos del Espíritu
Santo y del
gusto por las cosas de Dios.
Quienes de entre ustedes van a ejercer el ministerio, observando el celibato, deben tener
presente que
el celibato será para ustedes símbolo y, al mismo tiempo, estímulo del amor pastoral y fuente
peculiar de
fecundidad apostólica en el mundo. Movidos por un amor sincero a Jesucristo, el Señor, y
viviendo este
estado con una total entrega, vuestra consagración a Cristo se renueva de modo más
excelente. Por el
celibato, en efecto, les resultará más fácil consagrarse, sin dividir el corazón, al servicio de
Dios y de los
hombres, y con mayor facilidad serán ministros de la obra de regeneración sobrenatural.
Constituídos o no en el celibato, tendrán por raíz y cimiento la fe. Muéstrense sin mancha e
irreprochables ante Dios y ante los hombres, según conviene a ministros de Cristo y a
dispensadores de
los santos misterios. No se dejen arrancar la esperanza del Evangelio, al que deben no sólo
escuchar, sino
además servir. Viviendo el misterios de la fe con alma limpia, muestren en sus obras la
palabra que
proclaman para que el pueblo cristiano, vivificado por el Espíritu Santo, sea oblación
agradable a Dios, y
ustedes, en el último día, puedan salir al encuentro del Señor, y oir de él estas palabras: "Bien,
servidor
bueno y fiel, entra en el banquete de tu Señor".
***
Si se ordenan solamente elegidos célibes:
Al acceder libremente al Orden del diaconado, al igualque aquellos varones elegidos por los
Apóstoles para
el ministerio de la caridad, también ustedes deben dar testimonio del bien, llenos del Espíritu
Santo y del
gusto por las cosas de Dios.
Ejercerán su ministerio observando el celibato. Será para ustedes símbolo y, al mismo tiempo,
estímulo del amor pastoral y fuente peculiar de fecundidad apostólica en el mundo. Movidos
por un amor
sincero a Jesucristo, el Señor, y viviendo este estado con una total entrega, la consagración
de ustedes a
Cristo se renueva de modo más excelente. Por el celibato, en efecto, les resultará más fácil
consagrarse,
sin dividir el corazón, al servicio de Dios y de los hombres, y con mayor facilidad serán
ministros de la
obra de regeneración sobrenatural. Tendrán por raíz y cimiento la fe. Muestrense sin mancha
e
irreprochables ante Dios y ante los hombres, según conviene a ministros de Cristo y a
dispensadores de
los santos misterios. No se dejen arrancar la esperanza del Evangelio, la que deben no sólo
escuchar, sino
además servir. Viviendo el misterio de la fe con alma limpia, muestren en sus obras la palabra
que
proclaman para que el pueblo cristiano, vivificado por el Espíritu Santo, sea oblación
agradable a Dios, y
ustedes, en el último día, puedan salir al encuentro del Señor, y oír de él estas palabras:
"Bien, servidor
bueno y fiel, entra en el banquete de tu Señor".
***
Si se ordenan solamente elegidos casados:
Al acceder libremente al Orden del diaconado, al igual que aquellos varones elegidos por los
Apóstoles para
el ministerio de la caridad, también ustedes deben dar testimonio de bien, llenos de Espíritu
Santo y del
gusto por las cosas de Dios. Tendrán por raíz y cimiento la fe. Muestrense sin mancha e
irreprochables
ante Dios y antes de los hombres, según conviene a ministros de Cristo y a dispensadores de
los santos
misterios. No se dejen arrancar la esperanza del Evangelio, la que deben no sólo escuchar,
sino además
servir. Viviendo el misterio de la fe con alma limpia, muestren en sus obras la palabra que
proclaman para
que el pueblo cristiano, vivificado por el Espíritu Santo, sea oblación agradable a Dios, y
ustedes en el
último día, puedan salir al encuentro del Señor, y oír de él estas palabras: "Bien, servidor
bueno y fiel,
entra en el banquete de tu Señor".
***
Por eso, ustedes, queridos hijos, que ahora serán ordenados presbíteros, deben cumplir el
ministerio de
enseñar en nombre de Cristo, el Maestro. Anuncien a todos los hombres la palabra de Dios
que ustedes
mismos han recibido con alegría. Mediten la ley del Señor, crean lo que leen, enseñen lo que
creen y
practiquen lo que enseñan.
Que la doctrina de ustedes sea un alimento sustancioso para el pueblo de Dios; que la
fragancia
espiritual de su vida sea motivo de alegría para todos los cristianos, a fin de que con la palabra
y el ejemplo
construyan ese edificio viviente que es la Iglesia de Dios.
Les corresponderá también la función de santificar en nombre de Cristo. Por su ministerio, el
sacrificio espiritual de los fieles alcanzará su perfección al unirse al sacrificio del Señor, que
por sus
manos se ofrecerá incruentamente sobre el altar, en la celebración de la Eucristía. Tengan
conciencia de lo
que hacen e imiten lo que conmemoran. Por tanto, al celebrar el misterio de la muerte y la
resurrección del
Señor, procuren morir ustedes mismos al pecado y vivir una vida realmente nueva.
Al introducir a los hombres en el pueblo de Dios por el bautismo, al perdonar los pecados en
nombre
de Cristo y de la Iglesia por el sacramento de la penitencia, al confortar a los enfermos con la
santa
unción, y en todas las celebraciones litúrgicas, así como también al ofrecer durante el día la
alabanza, la
acción de gracias y la súplica por el pueblo de Dios y por el mundo entero, recuerden que han
sido
elegidos de entre los hombres y puestos al servicio de los hombres en las cosas que se
refieren a Dios.
Con permanente alegría y verdadera caridad continúen la misión de Cristo Sacerdote, no
buscando
sus intereses sino los de Jesucristo.
Finalmente, al participar de la función de Cristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia, permanezcan
unidos y
obedientes al Obispo. Procuren congregar a los fieles en una sola familia, animada por el
Espíritu Santo,
conduciéndolos a Dios por medio de Cristo. Tengan siempre presente el ejemplo del Buen
Pastor que no
vino a ser servido sino a servir y a buscar y salvar lo que estaba perdido.

Bendición de las insignias pontificales


Las insignias pontificales (anillo, báculo pastoral y mitra) no necesitan bendición previa cuando
se
entregan en el mismo rito de la Ordenación Episcopal. Si fuera necesario bendecirlas se
procede del
siguiente modo:
V. Nuestra ayuda está en el Nombre del Señor.
R. Que hizo el cielo y la tierra.
V. El Señor esté con ustedes.
R. Y con tu espíritu.
Oremos.
Dios todopoderoso y eterno,
bendice estas insignias del oficio pastoral
y del honor pontifical,
de tal modo que quien las lleve,
reciba en la vida eterna,
el premio de la gracia que se le otorgó.
Con Cristo Sumo Sacerdote y Buen Pastor.
Que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Y se rocían las insignias con agua bendita.

Apéndice II.
Rito de admisión de candidatos al Orden Sagrado
Observaciones Previas
1.
El rito de admisión se realiza cuando consta que el propósito de los aspirantes, apoyado en
las
cualidades necesarias, ha alcanzado suficiente madurez.
2.
Los aspirantes han de manifestar públicamente su propósito de recibir las sagradas Órdenes.
El
Obispo o el Superior Mayor en los Institutos clericales, o su delegado acepte públicamente ese
propósito.
3.
La admisión puede celebrarse en cualquier día excepto en el Triduo pascual, la Semana
Santa, el
Miércoles de Ceniza, la Conmemoración de todos los fieles difuntos, preferentemente en la
iglesia u
oratorio del Seminario o Instituto religioso, con ocasión, v.gr., de una reunión de presbíteros o
de
diáconos, bien sea dentro de la Misa o en una celebración de la Liturgia de las Horas o de la
Palabra de
Dios. Por su índole, nunca debe unirse a las sagradas Órdenes ni a la Institución de lectores y
acólitos.
4.
Si la admisión se celebra dentro de la Eucaristía, puede decirse la Misa por las Vocaciones a
las
sagradas Órdenes, con las lecturas propias del rito de admisión, empleando color blanco.
Pero si coincide alguna de las celebraciones que se contempla en los nn. 2-9 de la tabla de los
días
litúrgicos, se dice la Misa del día.
Cuando no se dice la Misa por las Vocaciones a las sagradas Órdenes, una de las lecturas
puede
tomarse de las que se proponen en el Leccionario para el rito de admisión, a no ser que
coincida con uno
de los días que se citan en los nn. 2-4 de la tabla de los días litúrgicos.
5.
Si la admisión se hace en una Celebración de la Palabra de Dios, ésta puede iniciarse con una
antífona
apropiada y, después del saludo del celebrante, se dice la colecta de la Misa mencionada en
el n.4. Las
lecturas se toman de las indicadas en el Leccionario para esta celebración.
6.
Cuando el rito se celebra en la Liturgia de las Horas, comienza después de la lectura breve o
larga. En
Laudes y Vísperas, en lugar de las intercesiones o Preces, pueden decirse las invocaciones
de la oración
común como más adelante se proponen en el número 12.
7.
Si la admisión se celebra en la Misa, el Obispo celebrante se reviste con las vestiduras
sagradas que se
requieren para la celebración eucarística y usa mitra y báculo.
Si se celebra fuera de la Misa, puede llevar la cruz pectoral, estola y capa pluvial del color
conveniente
sobre el alba, o tomar solamente la cruz y la estola sobre el roquete y la muceta, pero no usa
mitra ni
báculo.

Rito de admisión
8.
Después de las lecturas bíblicas, el celebrante, si es Obispo toma mitra y báculo, y se sienta
en la
cátedra. Luego pronuncia la homilía, la cual tomando como punto de partida el texto de las
lecturas, habla
de la índole de la admisión con estas u otras palabras semejantes: Queridos hermanos: Estos
hermanos
nuestros que hoy se presentan ante la Iglesia para ser admitidos como candidatos al Orden
sagrado, han
de ser encomendados por todos nosotros al Señor.
Cristo mandó: "Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha".
Ellos,
conociendo la preocupación del Señor por su pueblo, y teniendo en cuenta la necesidad de la
Iglesia, se
sienten preparados para responder con generosidad al llamado del Señor y decirle con el
profeta: "Aquí
estoy, envíame", y confiando en él esperan realizar con fidelidad su vocación.
Ahora bien, la voz del Señor, cuando llama, ha de ser escuchada e interpretada a partir de
aquellos
signos por los cuales cada día la voluntad de Dios se da a conocer a los hombres prudentes.
Pero a
quienes en sus divinos designios elige para que participen en el sacerdocio jerárquico de
Cristo, el Señor
los mueve y ayuda con su gracia y nos encomienda a nosotros, cuando consta la idoneidad de
los
candidatos y después de la preparación adecuada, el oficio de llamarlos y consagrarlos con el
sello especial
del Espíritu Santo para el servicio de Dios y de la Iglesia. Por medio del Orden sagrado serán
destinados
para continuar el oficio que Cristo realizó en el mundo. Asociados entonces a nuestro
ministerio, cuando
llegue el momento, servirán a la Iglesia y edificarán las comunidades cristianas a las que sean
enviados,
por medio de la predicación de la Palabra y la celebración de los sacramentos.
Para que estos hermanos nuestros, que ya han comenzado su formación, puedan ser
llamados un día
por su Obispo para ser ordenados, será necesario que aprendan a vivir de acuerdo con las
exigencias del
Evangelio, que se afiancen en la práctica de la fe, la esperanza y la caridad, y por medio de la
práctica de
ellas adquieran el espíritu de oración y se fortalezcan en ansias de ganar a todos los hombres
para Cristo.
Queridos hijos, que serán admitidos a las sagradas Órdenes:
Ahora, impulsados por el amor a Cristo y fortalecidos por el Espíritu Santo, ha llegado el
momento de
expresar públicamente su deseo de entregarse al servicio de Dios y de los hombres.
Cuando sean llamados por su nombre, se acercarán hasta aquí y expresarán este propósito
en
presencia de la Iglesia.
9.
Un diácono o un presbítero designado al efecto llama por su nombre a los aspirantes. Cada
uno
responde:
Aquí estoy.
Y se acercan al celebrante, a quien -si es Obispo- hacen una reverencia.
10.
Seguidamente el celebrante los interroga con estas palabras:
Queridos hijos:
Los pastores y maestros responsables de su formación
y que afirman conocerlos,
han dado buenas referencias de ustedes
y en ese testimonio confiamos plenamente.
¿Quieren completar su preparación,
respondiendo al llamado del Señor,
para que llegado el momento
sean encontrados aptos para recibir
el ministerio de la Iglesia mediante el Orden sagrado?
Los aspirantes, todos juntos, responden:
Sí, quiero.
El celebrante:
¿Quieren formarse para servir fielmente al Señor Jesús
y a su Cuerpo que es la Iglesia?
Los aspirantes:
Sí, quiero.
El celebrante continúa:
La Iglesia recibe con alegría su propósito.
Que el Señor complete y perfeccione
la obra que él mismo ha comenzado en ustedes.
Todos responden:
Amén.
11.
Seguidamente todos se ponen de pie. El celebrante, si es Obispo, deja la mitra y el báculo. En
la Misa
se dice el Símbolo según corresponda.
Luego, el celebrante invita a los fieles a orar diciendo:
Queridos hermanos:
Oremos a nuestro Dios y Señor
y pidámosle por estos hijos suyos,
que desean consagrarse al servicio de la Iglesia,
para que se digne derramar sobre ellos
la gracia de su bendición.
12.
El diácono u otro ministro idóneo propone estas u otras intenciones más adaptadas a las
circunstancias. Todos responden con una aclamación adecuada:
- Para que estos hermanos nuestros se unan a Cristo más estrechamente, en lo más profundo
de su
ser, y sean sus testigos, en medio de los hombres, oremos al Señor.
R. Te rogamos, óyenos.
- Para que compartan las preocupaciones de los hombres y sean dóciles en todo momento a
la voz del
Espíritu Santo, oremos al Señor.
R. Te rogamos, óyenos.
- Para que lleguen a ser ministros de la Iglesia y confirmen en la fe a sus hermanos, por medio
de la
palabra y el ejemplo, y los reúnan para participar en la Eucaristía, oremos al Señor.
R. Te rogamos, óyenos.
- Para que envíe operarios a su mies y los llene de los dones de su Espíritu, oremos al Señor.
R. Te rogamos, óyenos.
- Para que todos los pueblos llegan a la plenitud de la paz y la justicia, oremos al Señor.
R. Te rogamos, óyenos.
- Para que todos nuestros hermanos sufrientes, partícipes de la pasión de Cristo, consigan la
libertad y
la salud, oremos al Señor.
R. Te rogamos, óyenos.
13.
Si la admisión se hace en Laudes y Vísperas, omitidas las intercesiones y la Oración dominical
inmediatamente se dice la oración del n. 14. En la celebración de la palabra, inmediatamente
sigue la
Oración dominical.
14.

Luego de la Oración dominical o, si la admisión se celebra dentro de la Misa, después de las


intenciones el celebrante prosigue:
Escucha, Señor, nuestras súplicas
y bendice con tu misericordia a estos hijos tuyos,
que desean entregarse a tu servicio y al del pueblo,
mediante el sagrado ministerio.
Concédeles que perseveren en la vocación y que,
unidos por un sincero amor a Cristo sacerdote,
puedan un día recibir dignamente el oficio apostólico.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos responden:
Amén.
O bien:
Te pedimos, Señor, que concedas a estos hijos tuyos
la gracia de conocer cada día más plenamente el misterio de tu amor
y vivir de acuerdo con él.
Ayúdalos para que al ejercer el sagrado ministerio en la Iglesia,
se preparen con generosidad para que imbuidos y compenetrados por el Espíritu de tu amor,
sirvan gustosamente a sus hermanos para su salvación y gloria de tu nombre.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos responden:
Amén.
15.
Si la admisión se celebra durante la Misa, ésta continúa como de costumbre. Los admitidos y
sus
familiares y amigos pueden recibir la Comunión bajo las dos especies.
Dentro de la Liturgia de las Horas todo continúa como de costumbre.

Si se realiza en el transcurso de una celebración de la Palabra, el Obispo bendice al pueblo y


luego el
diácono lo despide de la manera acostumbrada.

I Para la admisión de los candidatos al diaconado y presbiterado


Lecturas Bíblicas
Antiguo Testamento
1.
Deut. 1, 9-14: Procuren hombres sabios, perspicaces y experimentados y yo los pondré como
príncipes.
2.
Jer. 1, 4-8: Dondequiera que yo te envíe irás.
3.
Sir. 39, 1. 5-8: Aplica su corazón a ir, bien de mañana, donde el Señor.
4.
Is. 6, 1-2a. 3-8: ¿A quién enviaré? Y ¿quién irá de parte nuestra?

Nuevo Testamento
5.
Hech. 14, 21-23: Designaron presbíteros en cada Iglesia.
6.
1 Cor. 9, 16-19. 22-23: ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!
7.
1 Cor. 12, 4-11: A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para utilidad.
8.
2 Tim. 3, 10-12. 14-15: Persevera en lo que aprendiste.

Salmos Interleccionales
9.
Ps. 15, 1-2a y 5. 7-8. 11: R. (cf. 5ª): Tú eres, Señor, la parte de mi herencia.
10.
Ps. 23, 1-2. 3-4ab. 5-6: R. (cf. 6): Ésta es la generación de los que buscan tu rostro, Señor.
11.
Ps. 97, 1. 2-3ab. 3c-4. 5-6: (R. (2b): Dios ha dado a conocer su justicia a los ojos de las
naciones.

Aleluias y versículos antes del Evangelio


12.
Mc 1,17: Vengan en pos de mí y los haré pescadores de hombres.
13.
Lc 4, 18-19: Me ha enviado el Señor a evangelizar a los pobres, a proclamar la liberación a los
cautivos.
14.
Jn. 12, 26a: El que me sirva, que me siga, dice el Señor; y donde yo esté, allí estará, también,
mi
servidor.

Evangelios
15.
Mt. 9, 35-38: Rueguen al Señor para que envíe muchos operarios a su mies.
16.
Mc. 1, 14-20: Los haré pescadores de hombres.
17.
Lc. 5,1-11: En tu palabra, echaré las redes.
18.
Jn. 1, 35-42: He ahí el Cordero de Dios. Hemos encontrado al Mesías.
19.
Jn. 1, 45-51: Ahí tienen a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.

II Institución de los lectores


Notas Preliminares
1.
La Institución de los lectores se realiza por el Obispo o por el Superior mayor de un instituto
religioso
clerical durante la Misa o bien en una celebración de la Palabra de Dios.
2.
Las lecturas bíblicas se toman, en todo o en parte, de la liturgia del día o de las que se
proponen más
arriba (p. 214).

Rito para instituir Lectores


3.
Después de la proclamación del Evangelio, el Obispo, con mitra, toma asiento en su sede. Un
diácono
o un presbítero designado al efecto llama a los candidatos diciendo: Acérquense los que van a
ser
instituidos en el ministerio de lectores.
Los candidatos son llamados por su nombre; cada uno responde: Presente.
Y se acercan al Obispo, a quien hacen una reverencia.
4.
Entonces, todos toman asiento y el Obispo pronuncia la homilía y la concluye dirigiéndose a
los
candidatos con estas u otras palabras semejantes:
Queridos hijos:
Dios Padre reveló y realizó el Misterio de la Salvación por medio de Jesucristo, su Hijo hecho
hombre,
quien después de enseñarnos todo lo necesario para salvarnos, confió a su Iglesia el
ministerio de predicar
el Evangelio a todos los hombres.
Ustedes, constituidos como lectores o relatores de la Palabra de Dios, ayudaréis a cumplir
esta misión y
por eso recibiréis un oficio particular en el Pueblo de Dios: oficio que está al servicio de la fe
que se nutre
de la Palabra de Dios. Proclamaréis la Palabra en la asamblea litúrgica; educaréis en la fe y
para la digna
recepción de los sacramentos a los niños y a los adultos y anunciaréis la Buena Noticia de la
Salvación a
los hombres que todavía la desconocen. Con este anuncio y con vuestra ayuda, los hombres
podrán llegar
al conocimiento de Dios Padre y de su Hijo Jesucristo, su enviado, y así conseguir la Vida
eterna.
Ya que anunciaréis a otros la Palabra divina, dóciles al Espíritu Santo, recíbanla ustedes
primero,
medítenla asiduamente, a fin de ir adquiriendo o creciendo cada día más, en un suave y vivo
amor hacia
ella.
Que la conducta de ustedes manifieste a nuestro Salvador Jesucristo.
5.
Concluida la homilía, todos se ponen de pie y el Obispo, sin mitra, invita a los fieles a orar,
diciendo:
Queridos hermanos, roguemos a Dios Padre
que bendiga a estos servidores suyos
que han sido elegidos para el ministerio de lectores,
para que al realizar con empeño el oficio que se les confía,
anunciando a Cristo
glorifiquen al Padre que está en los cielos.
Todos oran en silencio unos instantes.
6.
Luego, el Obispo prosigue:
Dios, fuente de esplendor y bondad,
que enviaste a tu único Hijo, la Palabra que da vida,
para que revelara a los hombres el misterio de tu amor,
dígnate bendecir a estos hermanos nuestros
que han sido elegidos para desempeñar el ministerio de lectores.
Concédeles que al meditar asiduamente tu Palabra
asimilen su enseñanza
y la anuncien con fidelidad a sus hermanos.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
7.
Los candidatos se acercan al Obispo y éste entrega a cada uno el libro de la Sagrada
Escritura
mientras dice: Recibe el libro de la Sagrada Escritura y trasmite con fidelidad la Palabra de
Dios para que
tenga mayor vigencia en el corazón de los hombres.
El lector responde:
Amén.
Mientras tanto, sobre todo si los candidatos son numerosos, se puede cantar el Salmo 18 u
otro canto
apropiado.
8.
Si la institución de lectores se celebra durante la Misa, ésta continúa como de costumbre; si se
realiza
en el transcurso de una celebración de la Palabra, el Obispo bendice al pueblo y luego lo
despide de la
manera acostumbrada.

III Institución de acólitos


Notas preliminares
1.
La Institución de acólitos se realiza por el Obispo, o por el Superior mayor de un instituto
religioso
clerical, durante la celebración de la Misa.
2.
Las lecturas bíblicas se toman, en todo o en parte, de la liturgia del día o de las que se
proponen más
arriba (p. 214).

Rito para instituir acólitos


3.
Después de la proclamación del Evangelio, el Obispo, con mitra, toma asiento en su sede. Un
diácono
o un presbítero designado al efecto llama a los candidatos diciendo: Acérquense los que van a
ser
instituidos en el ministerio de acólitos.
Los candidatos son llamados por su nombre; cada uno responde: Presente.
Y se acercan al Obispo, a quien hacen una reverencia.
4.
Entonces, todos toman asiento y el Obispo pronuncia la homilía y la concluye dirigiéndose a
los
candidatos con estas u otras palabras semejantes:
Queridos hijos:
Elegidos para el oficio de acólitos, participarán de un modo peculiar en el ministerio de la
Iglesia, cuya vida
tiene su cumbre y su fuente en la Eucaristía, por la que es edificado y crece el Pueblo de Dios.
A ustedes
se les encomienda a función de ayudar a los presbíteros y a los diáconos en el ejercicio de su
ministerio y
se les confía, como ministros extraordinarios distribuir la sagrada Comunión a los fieles y
llevarla también
a aquellos que están enfermos. Al ser destinados de una manera especial para este
ministerio, es necesario
que procuren vivir intensamente de la gracia que brota del sacrificio del Señor y se identifiquen
cada vez
más con él, procuren percibir el sentido espiritual y profundo de las cosas; al cumplir su oficio,
busquen
profundizar en su sentido espiritual para que puedan ofrecerse cada día a Dios como sacrificio
espiritual y
aceptable, por Jesucristo, nuestro mediador.
Para hacer esto les ayudará recordar que así como participan de un mismo Pan con sus
hermanos, así
también deben formar un solo cuerpo con ellos; por tanto, amen sinceramente al Cuerpo
místico de
Cristo, que es el Pueblo de Dios especialmente a los débiles y enfermos y adecuen sus vidas
al precepto
que el Señor dio a sus Apóstoles en la última Cena cuando dijo: "Ámense los unos a los otros
como yo los
he amado".
5.
Concluida la homilía, todos e ponen de pie y el Obispo, sin mitra, invita a los fieles a orar,
diciendo:
Queridos hermanos:
Supliquemos al Señor que derrame la abundancia de sus bendiciones sobre aquellos a
quienes eligió para
el oficio de acólitos y los fortalezca para ejercer fielmente este ministerio en su Iglesia.
Y todos oran en silencio unos instantes.
6.
Luego, el Obispo prosigue:
Dios misericordioso,
que confiaste a tu Pueblo el Pan de Vida,
por medio de tu único Hijo,
bendice a estos hermanos nuestros,
que han sido elegidos para el ministerio de acólitos.
Concede que sean asiduos servidores del santo altar,
distribuyan con fidelidad
el Pan de la Vida a sus hermanos
y acrecienten constantemente su fe y caridad
para consolidar tu Iglesia.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
7.
Los candidatos se acercan al Obispo y éste entrega a cada uno el recipiente con el pan o con
el vino
que serán consagrados, mientras dice: Recibe este recipiente con el pan (con el vino)
destinado a la
celebración de la Eucaristía y compórtate de tal manera que merezcas servir a la mesa del
Señor y de la
Iglesia.
El acólito responde:
Amén.
8.
Los acólitos, y si fueran muchos, sólo algunos de ellos, llevan durante la preparación de los
dones las
patenas con el pan y el cáliz con vino.
9.
Los acólitos hacen la comunión inmediatamente después de los diáconos.
10.
El Obispo pude establecer que el acólito, hecho ministro extraordinario de la Eucaristía, ayude
a
distribuir la sagrada Comunión en la Misa en la que se le ha confiado este ministerio.
Apéndice III.
Toma de posesión y misa de inicio del ministerio pastoral
de un
nuevo párroco
La introducción del párroco la hace el mismo Obispo, o su delegado, el día y la hora más
oportunos,
con asistencia de los fieles según las costumbres locales, o de acuerdo con lo descrito más
adelante. Es
conveniente que la introducción del párroco se haga en el marco de la celebración eucarística,
que será la
del día, o la votiva del Titular de la Iglesia, o del Espíritu Santo.
Es conveniente realizar esta celebración en dos partes:
* la toma de posesión del cargo de párroco
* la celebración eucarística donde se inicia el ministerio pastoral recién encomendado.
De este modo el lenguaje simbólico-sacramental de los signos litúrgicos con los que se marca
el
ministerio pastoral del párroco (aspersión de agua bendita, entrega del Evangeliario, óleos y
llave del
sagrario) se dan en la celebración, y el lenguaje propio que prevé el derecho para la toma de
posesión de la
parroquia (profesión de fe, juramento de fidelidad y administración de bienes eclesiásticos) se
dan en un
ámbito diverso al celebrativo. No obstante, si no se puede realizar así, la profesión de fe y el
juramento de
fidelidad se leerán después del saludo inicial de la Misa o bien, en lugar del Credo de la misa,
después de la
homilía.

Primera parte.
Toma de posesión del cargo de párroco
Unos minutos antes del comienzo de la Misa en que el párroco será introducido en su
parroquia, fuera
del ámbito donde se celebre la misma (salón parroquial, lugar donde se revisten los
sacerdotes u otro sitio
apropiado), el nuevo párroco hará la profesión de fe delante del Ordinario del lugar o de su
delegado (p.
531-533).
La ceremonia es presidida por el Obispo, con la presencia del nuevo párroco, el anterior
párroco, el
Consejo Pastoral, el Consejo de Asuntos Económicos y los sacerdotes concelebrantes. Si el
nuevo párroco
es nombrado también Director Pastoral del Colegio Parroquial, conviene que estén presentes
los directivos
del Colegio.
El nuevo párroco lee los formularios "Profesión de Fe", "Juramento de Fidelidad",
"Administración de
Bienes Eclesiásticos" provistos por el Obispado (p. 531-533), tomando así posesión canónica
de la
Parroquia.
Prever que esté el Libro de los Evangelios y una lapicera para colocar las firmas.

Segunda parte.
Misa de inicio del ministerio pastoral de un nuevo párroco
Ritos iniciales
Procesión de entrada
La procesión de entrada se realiza de modo solemne; preside la cruz, luego los cirios, el
Evangeliario,
los ministros, los concelebrantes, el nuevo párroco y el Obispo. El Obispo lleva mitra y báculo.

Saludo inicial.
Palabras de bienvenida
Llegados al altar el Obispo se ubica en la sede presidencial y desde allí comienza la misa
como de
costumbre. Después del saludo del Obispo se invita a los fieles a tomar asiento. El Obispo se
sienta y se
coloca la mitra. El guía o monitor avisa que el párroco anterior u otra persona de la comunidad
según
corresponda (p.ej. encargado del consejo pastoral parroquial) da la bienvenida al Obispo y al
nuevo
párroco. La persona indicada se dirige al micrófono del guía y dice unas breves palabras.

Lectura del nombramiento


El guía anuncia que se dará lectura al nombramiento del nuevo párroco. Un lector lee el
nombramiento
desde el micrófono del guía. Si en la misma celebración el párroco anterior es nombrado
párroco emérito,
se leen los dos nombramientos, primero el del emérito y luego el del párroco actual.

Rito penitencial o aspersión con agua bendita


Terminada la lectura del nombramiento, el guía invita a la asamblea a ponerse de pie. El
Obispo, sin
mitra y sin báculo, comienza el rito penitencial o bien, y esto es más recomendable, utiliza el
rito previsto
en el Misal de bendición del agua y aspersión. En este caso, un acólito acerca el agua en un
recipiente. El
Obispo la bendice. Luego entrega el recipiente al nuevo párroco. El guía anuncia que el nuevo
párroco
rociará a toda su comunidad con el agua bendita como signo de ser pueblo de bautizados.
Anuncia un
canto apropiado para ese momento. El nuevo párroco recorre la nave del templo rociando a la
asamblea.

Gloria y oración colecta


Si corresponde se canta o recita el Gloria y luego el Obispo dice la oración colecta.

Liturgia de la Palabra
Lecturas
Se proclaman las lecturas correspondientes con el salmo responsorial. Quien preside o el guía
introduce a las mismas según la costumbre.

Entrega del Evangeliario (o bien del leccionario) y proclamación del


Evangelio
Antes de la proclamación del Evangelio, el nuevo párroco recibe del Obispo el Evangeliario o
el
Leccionario con la siguiente oración:
N. recibe el evangelio de Cristo,
del cual fuiste constituido mensajero
anuncia su mensaje de salvación
con deseo de enseñar y con toda paciencia,
por medio de la catequesis y de la homilía,
ayudando a tus hermanos
a conformar su vida con la Palabra de Dios.
En el nombre del Padre, del Hijo,
y del Espíritu Santo.
Si corresponde se canta el aleluia o el versículo propio de este tiempo.

Homilía
El Obispo pronuncia la homilía.

Profesión de fe
Si la profesión de fe y el juramento de fidelidad no se hicieron antes de la celebración de la
Eucaristía,
tienen lugar en este momento. El nuevo párroco lee ante toda la comunidad que permanecerá
sentada, el
formulario "Profesión de fe", "Juramento de fidelidad" y "Administración de bienes
eclesiásticos" provistos
por el Obispado (p. 531-533).
Es recomendable que el párroco haga la renovación de las promesas de su ordenación
sacerdotal. En
ese caso el Obispo lo interroga con estas palabras:
Querido hijo,
renueva delante del pueblo
que se entrega a tu cuidado pastoral,
el propósito que declaraste públicamente en tu ordenación.
¿Estás dispuesto a desempeñar siempre el ministerio sacerdotal,
como colaborador íntegro del Orden episcopal,
apacentando el rebañó del Señor
y bajo la dirección del Espíritu Santo?
Párroco:
Sí estoy dispuesto.
¿Estás dispuesto a celebrar con devoción y fielmente
la celebración de los misterios de Cristo,
para alabanza de Dios y santificación del pueblo cristiano,
según la tradición de la Iglesia?
Párroco:
Sí estoy dispuesto.
¿Estás dispuesto a realizar el ministerio de la palabra,
en la predicación del Evangelio
y la exposición de la fe católica,
dignamente y con sabiduría?
Párroco:
Sí estoy dispuesto.
¿Quieres unirte cada día más estrechamente a Cristo, Sumo Sacerdote,
que por nosotros se ofreció al Padre como víctima santa,
y con él, tú mismo consagrarte a Dios para la salvación de los hombres?
Párroco:
Sí quiero hacerlo, con la ayuda de Dios.
¿Prometes obediencia y respecto a mí y a mis sucesores?
Párroco:
Prometo.
Dios, que comenzó en ti la obra buena,
él mismo la lleve a término.

Oración de los fieles


Se realiza la Oración Universal de la manera acostumbrada. En ella formúlese una intención
especial
por el Obispo y por el nuevo párroco.

Liturgia de la Eucaristía
Puede realizarse la procesión de dones, que incluya los óleos santos, y al final el pan y el vino.
También se pueden acercar al altar imágenes de los centros misionales que forman parte de
la parroquia
como signo de la gran familia que el nuevo párroco deberá pastorear. Al llegar al altar el
Obispo y el nuevo
párroco se acercan; un acólito alcanza al Obispo las crismeras y éste se las entrega al nuevo
párroco
diciendo:
N. recibe los óleos consagrados
para hacer participar al pueblo que te ha sido confiado
del misterio pascual.
Unge a los catecúmenos para disponerlos al bautismo,
conforta a los enfermos con el aceite destinado para ellos
derrama sobre los recién bautizados el santo crisma
para hacerlos participes de Cristo sacerdote, profeta y rey.
Luego el Obispo entrega al nuevo párroco el pan y el vino diciendo:
Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios.
Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras
y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor.
El rito de la presentación de dones continúa como de costumbre.

Plegaria eucarística
Conviene que los concelebrantes principales sean el nuevo párroco y el anterior, o el emérito.

Rito de comunión
En el rito de la paz, el nuevo párroco saludará litúrgicamente a algunos fieles que representan
la
comunidad parroquial. Terminada la distribución de la comunión se deja sobre el altar el copón
de la
reserva. El Obispo puede hacer entrega al nuevo párroco de la llave del Tabernáculo donde se
reservará el
Santísimo Sacramento, diciendo la siguiente oración:
N. recibe la llave del sagrario.
Conserva con todo cuidado el pan eucarístico,
para llevarlo a los enfermos y moribundos,
a los ancianos y a cuantos no pueden celebrar
la eucaristía dominical con la comunidad.
Procura también que tus fieles
se dediquen a la adoración eucarística,
y cuida de que la luz permanezca encendida
para señalar la presencia del Señor.
El nuevo párroco reserva el Santísimo Sacramento. Luego de unos momentos de silencio el
Obispo,
desde la sede, reza la Oración después de la comunión.

Ritos conclusivos
El Obispo invita al párroco a dirigir unas palabras a la comunidad.
Bendición final.

Oraciones Consecratorias
Comparadas
Oración de Consagración de un Obispo
Versión del decreto
Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
Padre misericordioso y Dios de todo consuelo,
que habitas en el cielo
y te fijas en los humildes;
que lo conoces todo antes de que exista.
Tú estableciste normas en tu Iglesia
con tu palabra bienhechora.
Desde el principio tú predestinaste
un linaje justo de Abrahán;
nombraste príncipes y sacerdotes
y no dejaste sin ministros tu santuario.
Desde el principio del mundo te agrada
ser glorificado por tus elegidos.
INFUNDE AHORA
SOBRE ESTE TU ELEGIDO
LA FUERZA QUE DE TI PROCEDE:
EL ESPÍRITU DE GOBIERNO
QUE DISTE A TU AMADO HIJO JESUCRISTO,
Y ÉL, A SU VEZ, COMUNICÓ A LOS SANTOS
APÓSTOLES,
QUIENES ESTABLECIERON LA IGLESIA
COMO SANTUARIO TUYO
EN CADA LUGAR
PARA GLORIA Y ALABANZA INCESANTE DE TU
NOMBRE.
Padre santo,
tú que conoces los corazones,
concede a este servidor tuyo,
a quien elegiste para el episcopado,
que sea un buen pastor de tu santa grey
y ejercite ante ti el sumo sacerdocio
sirviéndote sin tacha día y noche;
que atraiga tu favor sobre tu pueblo
y ofrezca los dones de tu santa Iglesia;
que por la fuerza del Espíritu,
que recibe como sumo sacerdote
y según tu mandato,
tenga el poder de perdonar pecados;
que distribuya los ministerios
y los oficios según tu voluntad,
y desate todo vínculo conforme al poder
que diste a los Apóstoles;
que por la mansedumbre y la pureza de corazón
te sea grata su vida como sacrificio de suave olor,
por medio de tu Hijo Jesucristo,
por quien recibes la gloria, el poder y el honor,
con el Espíritu, en la santa Iglesia
ahora y por los siglos de los siglos.
Amén.

Versión que proponemos


Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
Padre misericordioso y Dios de todo consuelo,
tú habitas en el cielo
y contemplas con amor a los hombres
inclinándote hacia ellos con mirada bondadosa;
tú conoces todas las creaturas antes de que existan
y has constituido a la Iglesia
bajo la inspiración de tu gracia.
Tú elegiste, desde el principio, a un pueblo santo,
descendiente de Abraham,
y le diste reyes y sacerdotes
para mantener el culto en tu santuario,
porque, desde siempre,
quisiste ser glorificado por tus elegidos.
INFUNDE AHORA
SOBRE ESTE TU ELEGIDO
LA FUERZA QUE DE TI PROCEDE:
EL ESPÍRITU DE GOBIERNO
QUE DISTE A TU AMADO HIJO JESUCRISTO,
Y ÉL, A SU VEZ, COMUNICÓ A LOS SANTOS
APÓSTOLES,
QUIENES ESTABLECIERON LA IGLESIA
COMO SANTUARIO TUYO
EN CADA LUGAR
PARA GLORIA Y ALABANZA INCESANTE DE TU
NOMBRE.
Dios y Padre nuestro:
tú que conoces los corazones,
concede a este servidor tuyo,
a quien elegiste para el episcopado,
que apaciente tu pueblo santo;
que ejerza ante ti, de modo ejemplar,
el sumo sacerdocio,
sirviéndote día y noche,
y que atraiga tu bendición sobre nosotros
ofreciéndote los dones de la santa Iglesia.
Que por la fuerza del Espíritu Santo
perdone los pecados según tu voluntad;
distribuya los ministerios de la Iglesia
conforme a tus designios
y desate todo vínculo,
en virtud del poder que diste a los Apóstoles.
Que por la pureza y mansedumbre de su corazón
se ofrezca a ti como sacrificio agradable,
por tu Hijo Jesucristo,
por quien recibes la gloria, el poder y el honor,
con el Espíritu Santo, en tu santa Iglesia,
ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

Oración de Consagración de un Presbítero


Versión del decreto
Asístenos, Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno, autor de la dignidad
humana y dispensador de todo don y gracia; por ti
progresan tus criaturas
y por ti se consolidan todas las cosas.
Para formar el pueblo sacerdotal,
tú dispones con la fuerza del Espíritu Santo
en órdenes diversos a los ministros de tu Hijo
Jesucristo.
Ya en la primera Alianza aumentaron los oficios,
instituidos con signos sagrados.
Cuando pusiste a Moisés y Aarón al frente de tu
pueblo, para gobernarlo y santificarlo,
les elegiste colaboradores,
subordinados en orden y dignidad,
que les acompañaran y secundaran.
Así, en el desierto, diste parte del espíritu de
Moisés, comunicándolo a los setenta varones
prudentes con los cuales gobernó más fácilmente a
tu pueblo.
Así también hiciste partícipe a los hijos de Aarón
de la abundante plenitud otorgada a su padre, para que
un número suficiente de sacerdotes ofreciera, según
la ley, los sacrificios, sombra de los bienes futuros.
Finalmente, cuando llegó la plenitud de los tiempos,
enviaste al mundo, Padre santo, a tu Hijo Jesús,
Apóstol y Pontífice de la fe que profesamos.
Él, movido por el Espíritu Santo, se ofreció a ti como
sacrificio sin mancha, y habiendo consagrado a los
apóstoles con la verdad, los hizo partícipes de su
misión;
a ellos, a su vez, les diste colaboradores para
anunciar y realizar por el mundo entero la obra de la
salvación.
También ahora, Señor, te pedimos nos concedas
como ayuda a nuestra limitación, este colaborador
que necesitamos para ejercer el sacerdocio
apostólico.
TE PEDIMOS, PADRE TODOPODEROSO,
QUE CONFIERAS A ESTE SIERVO TUYO LA
DIGNIDAD DEL PRESBITERADO;
RENUEVA EN SU CORAZÓN EL ESPÍRITU DE
SANTIDAD; RECIBA DE TI EL SEGUNDO GRADO
DEL MINISTERIO SACERDOTAL Y SEA, CON SU
CONDUCTA, EJEMPLO DE VIDA.
Sea honrado colaborador del orden de los obispos,
para que por su predicación, y con la gracia del
Espíritu Santo, la palabra del Evangelio dé fruto en
el corazón de los hombres y llegue hasta los
confines del orbe.
Y se alimente de tu altar;
para que los pecadores sean reconciliados
y sean confortados los enfermos.
Que en comunión con nosotros, Señor,
implore tu misericordia
por el pueblo que se le confía
y a favor del mundo entero.
Así todas las naciones, congregadas en Cristo,
formarán un único pueblo tuyo
que alcanzará su plenitud en tu Reino.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios, por los siglos de los siglos.

Versión que proponemos


Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno,
autor de la dignidad humana
y dispensador de toda gracia,
manifiesta tu presencia en medio nuestro.
Tú concedes al mundo
su consistencia y progreso,
y para formar un pueblo sacerdotal
por la fuerza del Espíritu Santo,
estableciste ministros de Jesucristo, tu Hijo,
en diversos órdenes.
Ya en la primera Alianza
fueron instituidos diferentes oficios
como signos proféticos,
cuando constituiste a Moisés y Aarón
para gobernar y santificar a tu pueblo dándoles
colaboradores que los secundaran en su tarea.
De ese modo,
durante la peregrinación por el desierto comunicaste
el espíritu de Moisés a setenta varones prudentes con
cuya ayuda pudo gobernar a tu pueblo
con mayor facilidad.
Así, también, otorgaste a los descendientes de Aarón
la plenitud sacerdotal de su padre,
para que un número suficiente de sacerdotes según la
Ley antigua celebrara el culto divino,
imagen del sacrificio de Cristo.
Al llegar la plenitud de los tiempos
enviaste al mundo, Padre Santo, a tu Hijo Jesucristo,
Apóstol y Sumo Sacerdote de la fe que profesamos.
El, movido por el Espíritu Santo,
se ofreció a sí mismo como víctima sin mancha
e hizo partícipes de su misión a los Apóstoles
santificándolos en la verdad,
y dándoles cooperadores para que anunciaran y
realizaran en todo el mundo la obra de la salvación.
Ahora te pedimos, Señor,
que nos concedas a nosotros, frágiles servidores
tuyos, este colaborador que necesitamos
para ejercer el sacerdocio apostólico.
TE PEDIMOS, PADRE TODOPODEROSO,
QUE CONFIERAS A ESTE SIERVO TUYO
LA DIGNIDAD DEL PRESBITERADO.
RENUEVA EN SU CORAZÓN EL ESPÍRITU DE
SANTIDAD, RECIBA DE TI EL PODER DE
SECUNDAR NUESTRO MINISTERIO SACERDOTAL
Y SEA, CON SU CONDUCTA, EJEMPLO DE VIDA.
Que sea fiel colaborador de nuestro orden episcopal,
de modo que por su predicación
y con la gracia del Espíritu Santo,
sea con nosotros fiel dispensador de tus misterios,
para que tu pueblo se renueve
con el baño del nuevo sacramento
la palabra del Evangelio fructifique en el corazón de
los hombres
y llegue hasta los confines de la tierra.
Que junto con nosotros sea fiel dispensador de tus
misterios, a fin de que tu pueblo se renueve por el
agua bautismal,
se alimente con el pan de tu altar,
los pecadores se reconcilien contigo
y sean reconfortados los enfermos.
Que él, en comunión con nosotros,
implore tu misericordia por el pueblo que se le confía
y en favor del mundo entero.
Así, todas las naciones, congregadas en Cristo,
se convertirán en un sólo pueblo
que alcanzará su plenitud en tu Reino
por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.

Oración de Consagración de un Diácono

Versión del decreto


Asístenos, Dios todopoderoso,
de quien procede toda gracia
que estableces los ministerios regulando sus
órdenes;
inmutable en ti mismo, todo lo renuevas;
por Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro
-palabra, sabiduría y fuerza tuya-,
con providencia eterna todo lo proyectas
y concedes en cada momento cuanto conviene.
A tu Iglesia, cuerpo de Cristo,
enriquecida con dones celestes variados,
articulada con miembros distintos
y unificada en admirable estructura
por la acción del Espíritu Santo,
la haces crecer y dilatarse
como templo nuevo y grandioso.
Como un día elegiste a los levitas
para servir en el primitivo tabernáculo,
así ahora has establecido tres órdenes de ministros
encargados de tu servicio.
Así también, en los comienzos de la Iglesia,
los apóstoles de tu Hijo,
movidos por el Espíritu Santo,
eligieron, como auxiliares suyos en el ministerio
cotidiano, a siete varones acreditados ante el
pueblo
a quienes, orando e imponiéndoles las manos,
les confiaron el cuidado de los pobres,
a fin de poder ellos entregarse con mayor empeño
a la oración y a la predicación de tu palabra.
Te suplicamos, Señor, que atiendas propicio a este
tu siervo,
a quien consagramos humildemente
para el orden del diaconado
y el servicio de tu altar.
ENVÍA SOBRE ÉL, SEÑOR,
EL ESPÍRITU SANTO,
PARA QUE
FORTALECIDO CON TU GRACIA
DE LOS SIETE DONES,
DESEMPEÑE CON FIDELIDAD EL MINISTERIO.
Que resplandezca en él
un estilo de vida evangélica,
un amor sincero,
solicitud por pobres y enfermos,
una autoridad discreta,
una pureza sin tacha
y una observancia de sus obligaciones espirituales.
Que tus mandamientos, Señor,
se vean reflejados en sus costumbres,
y que el ejemplo de su vida
suscite la imitación del pueblo santo;
que, manifestando el testimonio de su buena
conciencia,
persevere firme y constante con Cristo,
de forma que, imitando en la tierra a tu Hijo
que no vino a ser servido sino a servir,
merezca estar con él en el cielo.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios, por los siglos de los siglos.

Versión que proponemos


Dios Todopoderoso, que concedes toda gracia,
distribuyes las responsabilidades
y ordenas los ministerios,
manifiesta tu presencia en medio de nosotros.
Tú que eres inmutable en ti mismo,
todo lo renuevas y todo lo ordenas;
con tu providencia eterna todo lo dispones;
por tu palabra, tu sabiduría y tu fuerza,
que es Jesucristo, tu Hijo y Señor nuestro,
concedes en cada momento lo que conviene.
Tú haces crecer a la Iglesia, cuerpo de Cristo,
y, enriquecida con diversos dones,
hermosamente construida con diferentes miembros,
y unificada por el Espíritu Santo en su admirable
estructura,
la edificas como templo de tu gloria.
Así estableciste, Señor, que hubiera tres órdenes
de ministros para tu servicio,
del mismo modo que antiguamente
habías elegido a los hijos de Leví
para que sirvieran en el tabernáculo de la primera
Alianza.
De la misma manera, en los comienzos de la Iglesia,
los apóstoles de tu Hijo,
movidos por el Espíritu Santo,
eligieron siete hombres de buena fama
para que los ayudaran en el servicio cotidiano.
Mediante la oración e imposición de manos,
los dedicaron a la atención de los pobres,
para poder entregarse ellos, con mayor empeño,
a la oración y la predicación de la palabra.
Te suplicamos, Señor, que mires con bondad,
a éste tu servidor
a quien consagramos para el oficio del diaconado
al servicio del altar.
ENVÍA SOBRE ÉL, SEÑOR,
EL ESPÍRITU SANTO,
PARA QUE,
FORTALECIDO CON TU GRACIA
DE LOS SIETE DONES,
DESEMPEÑE CON FIDELIDAD EL MINISTERIO.
Que abunde en él las virtudes evangélicas:
el amor sincero, la solicitud por los enfermos y los
pobres,
una autoridad discreta, una pureza intachable,
una vida según el Espíritu.
Que reflejando tus mandamientos en sus costumbres
el pueblo cristiano encuentre inspiración en el ejemplo
de su vida,
y obrando con buena conciencia
persevere con firmeza y constancia en Cristo
de manera que, imitando en la tierra a tu Hijo,
que no vino a ser servido sino a servir,
merezca reinar con él en el cielo.
Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
Amén.

Ritual de Bendición de Abad y


Abadesa
Sagrada Congregación para el Culto Divino

Decreto
Es tradición en el uso litúrgico de la Iglesia bendecir al Abad y a la Abadesa luego de su
elección
canónica, para que así quede de manifiesto que toda la familia religiosa invoca la gracia de lo
alto sobre
aquél que eligió previamente para ser su guía en el camino de la perfección.
En el transcurso de los siglos el Rito de la Bendición Abacial se adaptó a menudo a las
circunstancias
propias del lugar y del tiempo. Por tanto, pareció oportuno que en nuestros días se volviese a
revisar la
forma tradicional con el fin de que el rito manifestara con mayor evidencia la misión espiritual
de aquél que
preside la familia religiosa, suprimiendo aquello que está menos acorde con el pensar del
hombre de
nuestra época.
La Sagrada Congregación para el Culto Divino promulga el presente Ritual renovado de la
Bendición
Abacial, aprobado por el Sumo Pontífice Pablo VI el 19 de octubre de este año 1970, para que
sea usado
en lugar del Ritual que hasta ahora estaba en vigencia.
Se permite asimismo el uso de la edición en latín tan pronto como haya sido editada.
Las Conferencias Episcopales procuren que se prepare la edición en lengua vernácula y
determinen el
día en que dicha edición entrará en vigencia, luego de ser convenientemente confirmada por
la Santa Sede.
Sin que obste ninguna disposición en contrario.
Dado en la Sagrada Congregación para el Culto Divino el 9 de noviembre de 1970.

Benno Card. Gut

Prefecto

A. Bugnini
Secretario
Sacra Congregatio Pro Sacramentis Et Cultu Divino
Dioecesium Argentinae
Instante Eminentissimo Domino Radulpho Francisco Card. Primatesta, Archiepiscopo
Cordubensi in
Argentina, Praeside Coetus Episcoporum Argentinae, litteris die 16 Martii 1977 datis, vigore
facultatum
huic Sacrae Congregationi a Summo Pontifice Paulo VI tributarum, interpretationem
hispanicam Ordinis
Benedictionis Abbatis et Abbatissae, prout exstat in exemplari huic Decreto adnexo, perlibenter
probamus
seu confirmamus.
In textu imprimendo mentio fiat de confirmatione ab Apostolica Sede concessa. Eiusdem
insuper
textus impressi duo exemplaria ad hanc Sacram Congregationem transmittantur.
Contrariis quibuslibet minime obstantibus.
Ex aedibus S. Congregationis pro Sacramentis et Cultu Divino, die 29 Aprilis 1977.

Iacobus R. Card. Knox

Praefectus
Antonius Innocenti

Archiep. tit. Aeclanen.

a Secretis

Ritual de la Bendición de un Abad

Notas Preliminares
1.
Dentro de lo posible hágase la Bendición del Abad con asistencia de religiosos y fieles en día
domingo
o festivo, a no ser que motivos pastorales aconsejen otra cosa.
2.
Normalmente la Bendición del Abad la celebra el Obispo del lugar en que se encuentra el
monasterio.
Pero, por justa causa y con el consentimiento del Obispo del lugar, el Abad elegido puede
recibir la
bendición de otro Obispo o también de otro Abad.
3.
Al Abad elegido deben asistirlo dos monjes de su monasterio.
4.
Es conveniente que los monjes que asisten al Abad elegido, que los Abades y los monjes
sacerdotes y
demás sacerdotes presentes, concelebren la santa Misa junto con el que ha de conferir la
bendición y con
el Abad elegido.
5.
Si el Abad elegido es bendecido en su abadía por otro Abad, éste puede invitar al Abad
recientemente
bendecido a presidir la concelebración en la Liturgia de la Eucaristía; de lo contrario presida la
concelebración quien confirió la bendición, en cuyo caso el Abad que acaba de ser bendecido
ocupe el
primer lugar entre los demás concelebrantes.
6.
El que confiere la bendición y todos los concelebrantes usen aquellos ornamentos sagrados
requeridos
para la concelebración de la Misa.
El Abad elegido revístase con todos los ornamentos sacerdotales, la cruz pectoral y la
dalmática. Los
monjes que asisten al Abad elegido, si no concelebran, usen hábito coral o sobrepelliz.
7.
La bendición del anillo, del báculo pastoral y de la mitra, hágase en su momento oportuno y
según es
costumbre, antes de la bendición del Abad.
8.
Además de todo lo necesario para la concelebración de la Misa y administración de la santa
comunión
bajo ambas especies, prepárese:
a) el Pontifical Romano;
b) la Regla;
c) el báculo pastoral;
d) el anillo y la mitra para el Abad elegido, si es que éstos han de ser entregados al mismo.
9.
Durante la Liturgia de la Palabra el que confiere la bendición se sienta en la cátedra; el Abad
elegido
ocupe, sin embargo, el lugar más conveniente en el presbiterio, entre los monjes que lo
asisten.
10.
La bendición del Abad elegido se realiza, según la costumbre, junto a la cátedra. Si la
participación de
los fieles lo reclama, prepárese la sede para el que ha de conferir la bendición, delante del
altar o en el lugar
más apto; la sede para el Abad elegido y los monjes que lo asisten colóquese de modo tal que
los monjes y
los fieles puedan ver sin dificultad la acción litúrgica.
11.
Todo dispuesto, se ordena, según lo acostumbrado, la procesión por el centro de la iglesia
hasta el
altar. Los presbíteros concelebrantes van detrás del ministro que lleva el Libro de los
Evangelios, luego
sigue el Abad elegido entre los monjes que lo han de asistir; finalmente el que ha de conferir la
bendición,
en medio de dos diáconos.

Liturgia de la Palabra
12.
La Liturgia de la Palabra se realiza de acuerdo con las rúbricas.
13.
Las Lecturas pueden tomarse en parte o en su totalidad de la Misa del día o de la Misa Ritual
para la
Bendición de un Abad, según las rúbricas.
14.
Si el que ha de conferir la bendición dirige una alocución durante el rito de la bendición, como
se
aconseja en su lugar, se omite la homilía.
15.
En esta Misa no se reza el Credo. Igualmente se omite la Oración de los Fieles.

Bendición del Abad


16.
Leído el Evangelio o terminada la homilía, comienza la bendición del Abad. El que tiene a su
cargo la
bendición, toma asiento con la mitra puesta, en la sede dispuesta a tal fin.
17.
El abad elegido es acompañado por los monjes que lo asisten hasta la sede del que preside y
se inclina
ante él.
18.
Uno de los monjes que asisten al Abad elegido dirige la palabra al que preside con estos u
otros
términos semejantes:
Reverendísimo Padre:
En nombre de la comunidad de nuestro monasterio N.,
de la Orden N., de la Diócesis N.,
hemos traído para presentártelo
al Abad elegido del mismo monasterio,
pidiéndote humildemente que te dignes bendecirlo como Abad.
El que preside lo interroga diciendo:
¿Saben si ha sido elegido legítimamente?
El monje que asiste al Abad elegido responde:
Lo sabemos y somos testigos de ello.
El que preside contesta:
Demos gracias a Dios.
19.
De inmediato, el que preside, estando todos sentados, dirige unas breves palabras a los
monjes, al
pueblo y al Abad elegido.
20.
Después de la alocución, el Abad elegido se levanta y permanece así delante del que lo ha de
bendecir,
quien lo interroga con las siguientes palabras:
La antigua tradición de los Santos Padres enseña y prescribe
que el elegido para regir las almas en lugar de Cristo,
debe ser examinado e interrogado
sobre los diversos requisitos y condiciones para este gobierno.
Por tanto, carísimo hermano, con aquella misma autoridad,
te preguntamos:
¿Quieres observar tu santo propósito y la Regla de San N.,
e instruir diligentemente a tus hermanos
para que hagan lo mismo,
animándolos de este modo para que amen a Dios,
lleven una vida evangélica y practiquen la caridad fraterna?
El Abad elegido responde:
Sí, quiero.
El que preside:
¿Quieres enseñar a tus hermanos,
más que con palabras con tu modo de vivir,
tu doctrina y tu ejemplo?
El Abad elegido:
Sí, quiero.
El que preside:
¿Quieres, sin descuidar la salvación de las almas
que se te encomiendan,
dirigir a tus hermanos hacia Dios?
El Abad elegido:
Sí, quiero.
El que preside:
¿Quieres guardar fielmente los bienes del monasterio
que se te encomiendan y dispensarlos sabiamente
en provecho de tus hermanos, de los pobres y peregrinos?
El Abad elegido:
Sí, quiero.
El que preside:
¿Quieres observar para con la Santa Iglesia,
el Romano Pontífice y sus sucesores,
una actitud de fidelidad, obediencia y respeto,
con religiosa lealtad, en todo y para siempre?
El Abad elegido:
Sí, quiero.
Si se trata de un Abad con jurisdicción sobre algún territorio, el que preside agrega:
¿Quieres cuidar, como padre piadoso,
junto con tus ministros presbíteros y diáconos,
al Pueblo de Dios y conducirlo por el camino de la salvación?
El Abad elegido:
Sí, quiero.
El que preside:
¿Quieres como buen pastor,
ir en busca de las ovejas descarriadas
y llevarlas al redil del Señor?
El Abad elegido:
Sí, quiero.
El que preside:
¿Quieres orar constantemente a Dios todopoderoso
por su Pueblo Santo
y ejercer irreprochablemente tu cargo pastoral?
El Abad elegido:
Sí, quiero.
El que preside:
Todos estos bienes y muchos otros de todo orden,
te conceda el Señor y te proteja siempre y en todo lugar.
Todos responden:
R. Amén.
21.
Luego todos se levantan. El que preside, de pie y sin mitra, mirando hacia el pueblo, con las
manos
juntas, dice:
Queridísimos hermanos:
Oremos para que Dios nuestro Señor
otorgue el don de su gracia a este servidor N.,
elegido para gobernar este monasterio.
El Diácono, entonces, dice:
Nos ponemos de rodillas.
El que preside se arrodilla delante de su sede. El Abad elegido se postra; los demás se ponen
de
rodillas. Durante el tiempo pascual y en los domingos, el Diácono no dice Nos ponemos de
rodillas; el
elegido se postra, pero los demás permanecen de pie.
Entonces los cantores comienzan las Letanías a las que pueden agregarse, en su lugar
correspondiente, algunos nombres de santos (por ejemplo del Patrono del lugar, del Titular de
la iglesia,
del Fundador, del Patrono de quien recibe la bendición, etc.), o algunas invocaciones más
adecuadas a
cada circunstancia.

Letanías de los Santos


Señor, ten piedad de nosotros Señor, ten piedad de nosotros
Cristo, ten piedad de nosotros Cristo, ten piedad de nosotros
Señor, ten piedad de nosotros Señor, ten piedad de nosotros
Santa María, Madre de Dios ruega por nosotros
San Miguel, ruega por nosotros
Santos Ángeles de Dios ruegen por nosotros
San Juan Bautista ruega por nosotros
San José ruega por nosotros
San Pedro y San Pablo ruegen por nosotros
San Andrés ruega por nosotros
San Juan ruega por nosotros
Santa María Magdalena ruega por nosotros
San Esteban ruega por nosotros
San Lorenzo ruega por nosotros
San Ignacio de Antioquía ruega por nosotros
Santa Inés ruega por nosotros
Santa Perpetua y Santa Felicidad ruegen por nosotros
San Gregorio ruega por nosotros
San Agustín ruega por nosotros
San Atanasio ruega por nosotros
San Basilio ruega por nosotros
San Martín de Tours ruega por nosotros
San Antonio ruega por nosotros
San Benito ruega por nosotros
San Columbano ruega por nosotros
San Beda ruega por nosotros
San Romualdo ruega por nosotros
San Bruno ruega por nosotros
San Bernardo ruega por nosotros
San Francisco ruega por nosotros
Santo Domingo ruega por nosotros
Santa Escolástica ruega por nosotros
Santa Clara ruega por nosotros
Santa Teresa ruega por nosotros
Todos los Santos y Santas de Dios ruegen por nosotros
Por tu bondad líbranos, Señor
De todo mal líbranos, Señor
De todo pecado líbranos, Señor
De la muerte eterna líbranos, Señor
Por el misterio de tu Encarnación líbranos, Señor
Por tu muerte y tu Resurrección líbranos, Señor
Por la venida del Espíritu Santo líbranos, Señor
Nosotros, que somos pecadores, te pedimos escúchanos,
Señor
Para que gobiernes y conserves a tu Santa Iglesia escúchanos,
Señor
Para que conserves en tu santo servicio al Papa y a todos los miembros del clero escúchanos,
Señor
Para que concedas la paz y la concordia a todos los pueblos escúchanos,
Señor
Para que te dignes asociar más plenamente a la obra de la redención
a todos cuantos profesan los consejos evangélicos escúchanos,
Señor
Para que te dignes conservar y aumentar en todas las familias
a ti consagradas la caridad y el espíritu de los fundadores escúchanos,
Señor
Para que nos sostengas con tu ayuda y nos conserves en tu santo servicio escúchanos,
Señor
Para que bendigas y ayudes a este Abad elegido escúchanos,
Señor
Jesús, Hijo del Dios vivo escúchanos,
Señor
Cristo, óyenos Cristo, óyenos
Cristo, escúchanos Cristo, escúchanos
22.
Concluidas las Letanías, el Diácono, si es el caso, dice:
Nos ponemos de pie.

Oración de la Bendición
23.
Todos se ponen de pie. El Abad elegido se aproxima al que preside y se arrodilla ante él. El
que
preside, con las manos extendidas, dice una de las siguientes oraciones:
1-
Dios, Padre todopoderoso,
que enviaste a tu Hijo unigénito al mundo
para servir a los hombres
y para que, como buen pastor,
entregara su vida por sus ovejas,
te rogamos humildemente
que te dignes bendecir y fortalecer a este servidor N.,
elegido Abad de su monasterio.
Concédele, te pedimos, que por su excelente conducta
corresponda al nombre que se le da,
a fin de que su doctrina,
como fermento de la divina santidad
se difunda tanto más saludablemente
en las inteligencias de sus discípulos.
Que comprenda, Señor, qué cosa tan difícil recibe
y qué arduo es el oficio de gobernar almas
y adaptarse a la modalidad de muchos.
Que comprenda que le corresponde más bien ser útil a los demás
que ocupar el primer puesto.
Que siguiendo tu inspiración,
despliegue la mayor solicitud
y procure con inteligente destreza
no perder ninguna de las ovejas a él confiadas.
Que todo lo decida y disponga siempre de tal modo
que los hermanos, progresando constantemente
en el amor de Cristo y la caridad fraterna,
corran, con el corazón dilatado,
por el camino de tus mandamientos.
Que tu Espíritu, Señor, lo colme con sus dones,
para que sin descanso procure tu gloria
y el servicio de tu Iglesia,
y estimule en sus hermanos el mismo deseo.
Que nada anteponga a Cristo
y enseñe que nada debe preferirse a él,
de tal modo que al llegar aquel día supremo pueda,
con todos sus hermanos, entrar en tu Reino.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
O bien:
2-
Escucha, Señor, nuestros ruegos
que en presencia de tu Divina Majestad
elevamos a favor de este servidor N.,
elegido para gobernar esta familia religiosa
y llamado a ser, en lugar de tu Hijo,
el pastor de tus ovejas.
Míralo favorablemente
y otórgale todos los dones de tus virtudes.
Ábrele los tesoros de tu sabiduría
para que sepa enseñar lo nuevo y lo antiguo.
Dirige sus pasos por el camino de la salvación y de la paz
y haz que siga siempre las huellas de tu Hijo,
para que pueda obtener los premios eternos.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

O bien:
3-
Te rogamos, Señor,
que mires con bondad a este servidor N.,
a quien quisiste elegir para gobernar esta familia religiosa
y dígnate bendecirlo y santificarlo
a fin de que sus pensamientos y obras
concuerden con tu voluntad.
Que enseñe a sus hermanos con su palabra y ejemplo
el amor a Dios y al prójimo,
y permaneciendo ajeno a las vanidades del mundo,
atienda, sin embargo, a las necesidades de los hombres,
sean corporales o espirituales.
Que anime siempre a sus hermanos
al oficio divino y a las sagradas lecturas,
viviendo con ellos según el Evangelio,
y lleguen así todos juntos a las alegrías eternas.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
O bien:
4-
Dios, Padre todopoderoso,
que enviaste a tu Hijo al mundo para servir a tus ovejas
y dar su vida por ellas,
bendice y santifica a este servidor tuyo N.,
elegido Abad de esta familia religiosa.
Concédele que, con tu auxilio,
pueda cumplir la ardua tarea que emprende de gobernar almas
y adaptarse a la modalidad de muchos.
Que despliegue la mayor solicitud
a favor de los hermanos que se le confían
y no admita que ninguno de ellos se pierda
a fin de que cuando venga el Señor en el último día,
reciba el premio de su servicio.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
24.
Concluida la Oración de la Bendición, el que preside toma asiento y se pone la mitra. El Abad
que
acaba de ser bendecido, se le acerca y aquél le entrega la Regla en sus manos, diciendo:
Recibe la Regla heredada de los Santos Padres
para que gobiernes y guardes a los hermanos
que Dios te ha confiado,
con la fuerza que él te dé
y en cuanto lo permita la humana fragilidad.
25.
El que preside puede colocar el anillo en el dedo anular de la mano derecha del Abad recién
bendecido,
diciendo:
Recibe este anillo como signo de fe y fidelidad,
para que, armado de perseverante virtud,
guardes en la caridad fraterna a esta comunidad.
26.
Luego el que preside puede imponerle la mitra, sin decir nada.
27.
Finalmente le entrega el báculo pastoral, diciendo:
Recibe el báculo pastoral
y cuida con solicitud a los hermanos que se te encomiendan
y de los cuales tendrás que rendir cuenta.
28.
Todos se ponen de pie. Si la bendición la impartió el Obispo u otro Abad y no en la abadía del
Abad
elegido, éste ocupa el primer lugar entre los concelebrantes.
Si la bendición la impartió otro Abad, pero en la iglesia del Abad que acaba de ser bendecido,
éste se
sienta en la cátedra; el Abad que confirió la bendición se sienta entonces a la derecha del
Abad
recientemente bendecido.
Si el Abad bendecido goza de jurisdicción sobre algún territorio y recibe la bendición en su
iglesia, el
que preside lo invita a tomar asiento en la cátedra, sentándose él a su derecha.
29.
Luego, el Abad recién bendecido, dejado el báculo, recibe del que le confirió la bendición y de
todos
los Abades presentes el abrazo de paz. Si las circunstancias lo permiten, los monjes y
sacerdotes presentes
hacen lo mismo.

Liturgia de la Eucaristía
30.
Todo se realiza de acuerdo con el Ritual de la concelebración de la Misa.
31.
Al final de la concelebración, la bendición es impartida por el celebrante principal; si fuese el
mismo
Abad recién bendecido, la confiere de acuerdo con el rito pontifical.
32.
Impartida la bendición, si es oportuno, mientras se canta el Te Deum u otro canto adecuado a
las
circunstancias, todos en procesión por el centro de la iglesia, vuelven a la sacristía y se
retiran.
Si se trata de un Abad con poder de jurisdicción sobre algún territorio, concluida la oración
después
de la comunión, se canta el Te Deum u otro canto adecuado, según la costumbre del lugar.
Mientras tanto
el Abad recién bendecido, acompañado por sus asistentes, recorre el centro de la iglesia
bendiciendo a
todos los presentes.
Concluido el himno, el Abad recién bendecido, de pie, ante el altar o ante la cátedra, con mitra
y
báculo, puede dirigir unas breves palabras al pueblo. Lo demás se hace según lo
acostumbrado.

Ritual de la Bendición de una Abadesa


Notas Preliminares
1.
Dentro de lo posible hágase la bendición de la Abadesa con asistencia de religiosas y fieles en
día
domingo o festivo, a no ser que motivos pastorales aconsejen otra cosa.
2.
Normalmente la bendición de la Abadesa la celebra el Obispo del lugar en que se encuentra el
monasterio, pero por justa causa, y con el consentimiento del Obispo del lugar, la Abadesa
elegida puede
recibir la bendición de otro Obispo o de algún Abad.
3.
La Abadesa elegida, a la que asisten dos monjas de su monasterio, se ubica en el presbiterio,
fuera de
la clausura, de modo que pueda acercarse sin dificultad al Obispo o al Abad que ha de
conferirle la
bendición y todos, monjas y fieles, puedan ver y participar de la sagrada celebración.
4.
Además de todo lo necesario para la celebración de la Misa, prepárese:
a) el Pontifical Romano;
b) la Regla y el anillo, si es que éste debe ser entregado;
c) cálices suficientes para la administración de la comunión bajo ambas especies.
5.
La bendición de la Abadesa elegida se realiza, según la costumbre, junto a la cátedra.
Si la participación de los fieles lo reclama, prepárese, para el que ha de conferir la bendición,
la sede
delante del altar o en un lugar más apto; colóquese la sede para la Abadesa elegida y las
monjas que la
asisten de modo que las monjas y los fieles puedan ver sin dificultad la acción litúrgica.
6.
Antes de iniciarse la celebración, el que preside, con sus ministros y el clero, se aproxima a la
puerta
de la clausura. La Abadesa elegida, con las dos monjas que la asisten, sale y en la procesión
hacia la iglesia
se coloca inmediatamente delante del que preside.

Liturgia de la Palabra
7.
Los ritos iniciales y la Liturgia de la Palabra se realizan de acuerdo con las rúbricas.
8.
Las Lecturas pueden tomarse en parte o en su totalidad de la Misa del día o de la Misa Ritual
para la
bendición de una Abadesa, según las rúbricas.
9.
Si el que ha de conferir la bendición a la Abadesa dirige una alocución durante el rito de la
bendición,
como se aconseja en su lugar, se omite la homilía.
10.
Durante esta Misa no se reza el Credo. Igualmente se omite la Oración de los Fieles.

Bendición de la Abadesa
11.
Leído el Evangelio o terminada la homilía, comienza la bendición de la Abadesa. El que tiene
a su
cargo la bendición, se sienta, con la mitra puesta, en la sede dispuesta a tal fin.
12.
La Abadesa elegida es acompañada por las monjas asistentes hasta la sede del que preside y
le hace
reverencia.
13.
Una de las monjas que asiste a la Abadesa elegida, dirige la palabra al que preside con estos
u otros
términos semejantes:
Reverendísimo Padre:
En nombre de la Comunidad de nuestro monasterio N.,
de la Orden N., de la Diócesis N.,
hemos traído para presentártela
a la Abadesa electa del mismo monasterio,
pidiéndote humildemente
que te dignes bendecirla como su Abadesa.
El que preside la interroga diciendo:
¿Saben si ha sido elegida legítimamente?
La monja responde:
Lo sabemos y somos testigos de ello.
El que preside responde:
Demos gracias a Dios.
14.
De inmediato, el que preside, estando todos sentados, dirige unas breves palabras a las
monjas, al
pueblo y a la Abadesa electa.
15.
Después de la alocución, la Abadesa elegida se levanta y permanece de pie delante del que
preside,
quien la interroga con las siguientes palabras:
¿Quieres cumplir con tu santo propósito
y observar la Regla de San N.,
e instruir diligentemente a tus hermanas
para que hagan lo mismo,
animándolas de este modo para que amen a Dios,
lleven una vida evangélica y practiquen la caridad fraterna?
La Abadesa elegida responde:
Sí, quiero.
El que preside:
¿Quieres observar para con la Santa Iglesia,
el Romano Pontífice y sus sucesores,
una actitud de fidelidad, obediencia y respeto,
con religiosa lealtad, en todo y para siempre?
La Abadesa elegida:
Sí, quiero.
El que preside:
¿Quieres obedecer en el régimen de tu monasterio
a tu Prelado Ordinario,
según las leyes canónicas
y las Constituciones de la Congregación?
La Abadesa elegida:
Sí, quiero.
El que preside:
¿Quieres enseñar a tus hermanas más que con palabras,
con tu modo de vivir y tu ejemplo?
La Abadesa elegida:
Sí, quiero.
El que preside:
¿Quieres alentar a tus hermanas
para que sean fieles a las tradic iones de la vida religiosa
y para que acrecienten el Pueblo de Dios
con la misteriosa fecundidad de la vida contemplativa?
La Abadesa elegida:
Sí, quiero.
El que preside:
Todos estos bienes y muchos otros de todo orden
te conceda el Señor,
y te proteja siempre y en todo lugar.
Todos responden:
Amén.
16.
Luego, todos se ponen de pie. El que preside, de pie y sin mitra, con las manos juntas,
mirando hacia
el pueblo, dice:
Queridísimos hermanos y hermanas:
Oremos para que Dios nuestro Señor
otorgue el don de su gracia a esta servidora N.,
elegida para gobernar este monasterio.
El Diácono dice:
Nos ponemos de rodillas.
El que preside se arrodilla delante de su sede; también la Abadesa elegida. Los demás se
arrodillan en
sus respectivos lugares. Durante el tiempo pascual y en los domingos, el Diácono no dice Nos
ponemos
de rodillas. La elegida se arrodilla, pero los demás permanecen de pie.
Entonces los cantores comienzan las Letanías. Ubicándolos en los lugares correspondientes
pueden
agregarse algunos nombres de Santos (del Patrono del lugar, del Titular de la iglesia, del
Fundador, del
Santo Patrono de quien recibe la bendición, etc.), o algunas invocaciones más adecuadas a
cada
circunstancia.

Letanías de los Santos


Señor, ten piedad de nosotros Señor, ten piedad de nosotros
Cristo, ten piedad de nosotros Cristo, ten piedad de nosotros
Señor, ten piedad de nosotros Señor, ten piedad de nosotros
Santa María, Madre de Dios ruega por nosotros
San Miguel, ruega por nosotros
Santos Ángeles de Dios ruegen por nosotros
San Juan Bautista ruega por nosotros
San José ruega por nosotros
San Pedro y San Pablo ruegen por nosotros
San Andrés ruega por nosotros
San Juan ruega por nosotros
Santa María Magdalena ruega por nosotros
San Esteban ruega por nosotros
San Lorenzo ruega por nosotros
San Ignacio de Antioquía ruega por nosotros
Santa Inés ruega por nosotros
Santa Perpetua y Santa Felicidad ruegen por nosotros
San Gregorio ruega por nosotros
San Agustín ruega por nosotros
San Atanasio ruega por nosotros
San Basilio ruega por nosotros
San Martín de Tours ruega por nosotros
San Antonio ruega por nosotros
San Benito ruega por nosotros
San Columbano ruega por nosotros
San Beda ruega por nosotros
San Romualdo ruega por nosotros
San Bruno ruega por nosotros
San Bernardo ruega por nosotros
San Francisco ruega por nosotros
Santo Domingo ruega por nosotros
Santa Escolástica ruega por nosotros
Santa Clara ruega por nosotros
Santa Teresa ruega por nosotros
Todos los Santos y Santas de Dios ruegen por nosotros
Por tu bondad líbranos, Señor
De todo mal líbranos, Señor
De todo pecado líbranos, Señor
De la muerte eterna líbranos, Señor
Por el misterio de tu Encarnación líbranos, Señor
Por tu muerte y tu Resurrección líbranos, Señor
Por la venida del Espíritu Santo líbranos, Señor
Nosotros, que somos pecadores, te pedimos escúchanos, Señor
Para que gobiernes y conserves a tu Santa Iglesia escúchanos, Señor
Para que conserves en tu santo servicio al Papa escúchanos, Señor
y a todos los miembros del clero escúchanos, Señor
Para que concedas la paz y la concordia a todos los pueblos escúchanos, Señor
Para que te dignes asociar más plenamente a la obra de la redención
a todos cuantos profesan los consejos evangélicos escúchanos, Señor
Para que te dignes conservar y aumentar en todas las familias
a ti consagradas la caridad y el espíritu de los fundadores escúchanos, Señor
Para que nos sostengas con tu ayuda y nos conserves en tu santo servicio escúchanos, Señor
Para que bendigas y ayudes a esta Abadesa elegida escúchanos, Señor
Jesús, Hijo del Dios vivo escúchanos, Señor
Cristo, óyenos Cristo, óyenos
Cristo, escúchanos Cristo, escúchanos
17.
Concluidas las Letanías, el Diácono, si es el caso, dice: Nos ponemos de pie.

Oración de la Bendición
18.
Todos se ponen de pie. La Abadesa elegida se aproxima al que preside y se arrodilla ante él.
El que
preside, con las manos extendidas, dice una de las siguientes oraciones:
1-
Dios, Padre todopoderoso,
que enviaste a tu Hijo unigénito al mundo
para servir a los hombres
y para que, como buen pastor,
entregara su vida por sus ovejas,
te rogamos humildemente
que te dignes bendecir y fortalecer a esta servidora N.,
elegida Abadesa de su monasterio.
Concédele, te pedimos,
que por su excelente conducta
corresponda al nombre que se le da;
que comprenda que le corresponde
más bien ser útil a los demás
que ocupar el primer puesto.
Que siguiendo tu inspiración,
despliegue la mayor solicitud
y procure con inteligente destreza
no perder ninguna de las ovejas a ella confiadas.
Que todo lo decida y disponga siempre de tal modo
que las hermanas, progresando constantemente
en el amor de Cristo y la caridad fraterna,
corran, con el corazón dilatado,
por el camino de tus mandamientos.
Que tu Espíritu, Señor, la colme con sus dones,
para que sin descanso procure tu gloria
y el servicio de tu Iglesia,
y estimule en sus hermanas el mismo deseo.
Que nada anteponga a Cristo
y enseñe que nada debe preferirse a él,
de tal modo que al llegar aquel día supremo pueda,
con todas sus hermanas,
entrar en tu Reino.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
O bien:
2-
Escucha, Señor, nuestros ruegos
que en presencia de tu Divina Majestad
elevamos en favor de esta servidora N.,
elegida para gobernar esta familia religiosa.
Mírala favorablemente
y otórgale todos los dones de tus virtudes.
Dirige sus pasos
por el camino de la salvación y de la paz
y haz que siga las huellas de tu Hijo,
para que pueda obtener los premios eternos.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
O bien:
3-
Te rogamos, Señor,
que mires con bondad a esta tu servidora N.,
a quien quisiste elegir para gobernar esta familia religiosa
y dígnate bendecirla y santificarla
a fin de que sus pensamientos y obras
concuerden con tu voluntad.
Que enseñe a sus hermanas con su palabra y ejemplo
el amor a Dios y al prójimo
y, permaneciendo ajena a las vanidades del mundo,
atienda, sin embargo, a las necesidades de los hombres,
sean corporales o espirituales.
Que anime siempre a sus hermanas
al oficio divino y a las sagradas lecturas,
viviendo con ellas según el Evangelio,
y lleguen así todas juntas a las alegrías eternas.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
O bien:
4-
Dios, Padre todopoderoso,
que enviaste a tu Hijo al mundo para servir a tus ovejas
y dar su vida por ellas,
bendice y santifica a esta servidora tuya N.,
elegida Abadesa de esta familia religiosa.
Que despliegue la mayor solicitud
a favor de las hermanas que se le confían
a fin de que cuando venga el Señor en el último día,
reciba el premio de su servicio.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
19.
Concluida la Oración de la Bendición, el que preside toma asiento y se pone la mitra. La
Abadesa que
acaba de ser bendecida, se le acerca y aquél le entrega la Regla en sus manos, diciendo:
Recibe la Regla heredada de los Santos Padres
para que gobiernes y guardes a las hermanas que Dios te confía
con la fuerza que él te dé
y en cuanto lo permita la humana fragilidad.
20.
Si la Abadesa ya recibió el anillo el día de su profesión y consagración, éste no se entrega. Si
la
Abadesa no recibió el anillo, el que preside puede colocárselo en el dedo anular de su mano
derecha,
diciendo:
Recibe este anillo como signo de fe y fidelidad,
para que, armada de perseverante virtud,
guardes en la caridad fraterna a esta comunidad.
21.
Luego la Abadesa saluda al que preside y regresa a su sede acompañada de las dos monjas
asistentes.
22.
Después de la Misa, si es oportuno, mientras se canta el Te Deum u otro canto apropiado, el
que
preside conduce a la Abadesa hasta la clausura. Si el que preside es el Ordinario del lugar y
tiene
jurisdicción inmediata sobre las monjas, conduce a la Abadesa hasta su sede en el coro y la
hace sentar en
ella, a no ser que la Abadesa haya cumplido con esta señal de autoridad inmediatamente
después de la
elección.

Lecturas Bíblicas
Antiguo Testamento
1.
Prov. 2, 1-9: Inclina tu corazón para conocer la prudencia.
2.
Prov. 4, 7-13: Te mostraré el camino de la sabiduría.

Nuevo Testamento
3.
Hech. 2, 42-47: Todos los que creían, vivían en igualdad de condiciones y todo lo poseían en
común.
4.
Ef. 4, 1-6: Sean solícitos en guardar la unidad del espíritu en el vínculo de la paz.
5.
Col. 3, 12-17: Posean el amor porque es el vínculo de la perfección.
6.
Hebr. 13, 1-2. 7-8. 17-18: Obedezcan a sus superiores. Oren por nosotros.

7.
1 Ped. 5, 1-4: Siendo de corazón ejemplo para el rebaño.

Salmos Responsoriales
8.
Sal. 1, 1-2. 3. 4 y 6: (Sal. 39, 5a): Dichoso el hombre que ha puesto su esperanza en el Señor.
9.
Sal. 33, 2-3. 4-5. 10-11. 12-13: Hijos, óiganme: les enseñaré el temor del Señor.
10.
Sal. 91, 2-3. 5-6. 13-14. 15-16: ¡Qué bueno es alabar al Señor!

Aleluias y Versículos antes del Evangelio


11.
Mt. 23, 9a-10b: Uno es el Padre de ustedes que está en el cielo; y uno es el Maestro de
ustedes, el
Cristo.
12.
Col. 3, 15: Que la paz de Cristo reine en sus corazones, paz en la que fueron llamados a
formar un
solo cuerpo.

Evangelios
13.
Mt. 23, 8-12: El que es mayor entre ustedes será el servidor de ustedes.
14.
Lc. 12, 35-44: El Señor lo puso al frente de su familia.
15.
Lc. 22, 24-27: Yo estoy en medio de ustedes como el que sirve.

Ritual de Consagración de
Vírgenes
Sagrada Congregación para el Culto Divino

Decreto
El rito de la consagración de vírgenes se cuenta entre los más preciosos tesoros de la liturgia
romana.
Jesucristo dejó en herencia a su Esposa la sagrada virginidad, don particularmente sublime.
De aquí que en
los tiempos apostólicos, las vírgenes consagraban a Dios su castidad adornando el cuerpo
místico de
Cristo y enriqueciéndolo con admirable fecundidad. Por eso la Iglesia, Madre solícita, desde
los primeros
siglos -como lo atestiguan los Santos Padres- confirmaba el piadoso y arduo propósito de las
vírgenes
mediante una solemne oración de consagración. Esta, aumentada en el transcurso de los
siglos con otras
ceremonias sagradas, que significaban con mayor claridad que las vírgenes representan a la
Iglesia
desposada con Cristo, fue admitida en el Pontifical Romano.
El Concilio Vaticano II estableció que también el rito de la consagración de vírgenes fuera
revisado
(cf. Const. sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium, art. 80). En cumplimiento de este
propósito,
el Consilium para la aplicación de la Constitución sobre la sagrada liturgia, preparó este rito
que el Sumo
Pontífice Pablo VI con su Autoridad Apostólica aprobó y mandó que fuese publicado. Por lo
cual esta
Sagrada Congregación para el Culto Divino, por especial mandato del Sumo Pontífice, lo
promulga y
establece que, después de haber sido oportunamente adaptado si fuera necesario, entre en
vigor para
aquellas monjas a quienes corresponde por derecho el 6 de enero de 1971.
Las versiones en lengua vernácula preparadas por las Conferencias Episcopales y las
adaptaciones del
rito, deben ser primeramente enviadas a esta Sagrada Congregación para su confirmación.
Sin que obste ninguna disposición en contrario.
En la Sede de la Sagrada Congregación para el Culto Divino, el 31 de mayo de 1970, en la fiesta
de la Visitación de la Virgen María.

Benno Card. Gut


Prefecto

A. Bugnini

Secretario

Sacra Congregatio Pro Sacramentis Et Cultu Divino

Argentinae
Instante Eminentissimo Domino Radulpho Primatesta, Archiepiscopo Cordubensi in Argentina,
Praeside Coetus Episcoporum Argentinae, litteris die 3 Novembris 1977datis, vigore facultatum
huic
Sacrae Congregationi a Summo Pontifice Paulo VI tributarum, interpretationem hispanicam
Ordinis
consecrationis virginum, prout in adiecto prostat exemplari, perlibenter probamus seu
confirmamus.
In textu imprimendo mentio fiat de confirmatione ab Apostolica Sede concessa. Eiusdem
insuper
textus impressi duo exemplaria ad hanc Sacram Congregationem transmittantur.
Contrariis quibuslibet minime obstantibus.
Ex aedibus Sacrae Congregationis pro Sacramentis et Cultu Divino, die 29 Novembris 1977.

Iacobus R.Card. Knox


Praefectus

Vergilius Noè

a Secretis a.

Notas Preliminares
I. Naturaleza e importancia de la consagración de vírgenes
1.
La costumbre existente ya en la Iglesia primitiva de consagrar vírgenes, dio origen a la
elaboración de
un rito solemne, por el cual la virgen se convertía en una persona consagrada, signo
trascendente del amor
de la Iglesia a Cristo, imagen escatológica de la Esposa celestial y de la Vida futura. Por el rito
de la
consagración, la Iglesia manifiesta su amor por la virginidad, implora para las vírgenes la
gracia de Dios y
pide con insistencia la efusión del Espíritu Santo.

II. Principales funciones de las vírgenes


2.
Como es manifiesto, las vírgenes, impulsadas por el Espíritu Santo, consagran su castidad a
fin de
amar a Cristo más ardientemente y de servir con mayor libertad a los hermanos.

Porque las vírgenes cristianas, por las obras de penitencia y de misericordia, por la actividad
apostólica y la oración, deben cumplir su misión según su propio estado y sus propios
carismas.
Para que desempeñen su función de oración, exhórtese con vehemencia a las vírgenes
consagradas a
recitar diariamente el Oficio divino, en especial Laudes y Vísperas. De esta manera, asociando
su voz a la
de Cristo, Sumo Sacerdote, y a la de la santa Iglesia, alabarán sin interrupción al Padre del
cielo e
intercederán por la salvación de todo el mundo.

III. Quiénes pueden recibir la consagración virginal


3.
Pueden ser admitidas a la consagración virginal tanto monjas como mujeres laicas.
4.
Para las monjas se requiere:
a) que nunca hayan contraído matrimonio, ni hayan vivido pública o manifiestamente en un
estado
contrario a la castidad;
b) que ya hayan emitido la profesión perpetua, sea en el mismo rito o con anterioridad;
c) que la familia religiosa use este rito por una antigua costumbre o con permiso reciente de la
autoridad competente.
5.
Para las vírgenes laicas se requiere:
a) que nunca hayan contraído matrimonio, ni hayan vivido pública o manifiestamente en un
estado
contrario a la castidad;
b) que siendo, a juicio de todos, idóneas por su edad, prudencia y costumbres, ofrezcan
fundadas
garantías de que perseverarán en la vida de castidad dedicadas al servicio de la Iglesia y del
prójimo;
c) que sean admitidas a la consagración por el Obispo del lugar.
Compete al Obispo establecer de qué manera y forma las vírgenes laicas se comprometerán a
abrazar
la vida virginal para siempre.

IV. Ministro del Rito


6.
El ministro ordinario de la consagración de vírgenes es el Obispo ordinario del lugar.

V. Forma del Rito


7.
Para la consagración de mujeres laicas se usará el rito que se describe en el capítulo I.
Para la consagración de monjas se ha de seguir el rito que se propone en el capítulo II, en el
cual la
profesión religiosa y la consagración virginal están oportunamente unidas. Sin embargo, por
justa causa,
los ritos pueden separarse, por ejemplo donde esto se hace por una antigua costumbre. Pero
cuídese que
las partes del rito no se dupliquen; antes bien las dos acciones litúrgicas se dispondrán de tal
manera que
en el rito de la profesión se omita la oración de consagración y se realice solamente lo que
pertenece a la
profesión; sin embargo la oración "Señor que habitas" y los demás elementos de índole
esponsal, por
ejemplo la entrega del anillo, se reservarán para el rito de consagración.
Las partes del rito son:
a) llamado a las vírgenes;
b) homilía o alocución en la que se instruye al pueblo y a las vírgenes acerca del don de la
virginidad;
c) interrogatorio, por el cual el Obispo pregunta a las vírgenes si están dispuestas a perseverar
en
su propósito de virginidad y recibir la consagración;
d) súplica litánica, mediante la cual se ora a Dios Padre y se pide la intercesión de la
Santísima
Virgen María y de todos los Santos;
e) renovación del propósito de castidad (o emisión de la profesión religiosa);
f) solemne consagración de las vírgenes, por la cual la Madre Iglesia pide al Padre del cielo
que
derrame abundantemente sobre las vírgenes los dones del Espíritu Santo;
g) entrega de las insignias de la consagración, mediante las cuales se significa exteriormente
la
consagración interior.

VI. Misa en el día de la consagración de vírgenes

8.
De ordinario se dice la Misa ritual "En el día de la consagración de vírgenes". Pero cuando
coincide
con una solemnidad o un domingo de Adviento, Cuaresma o Pascua, se dice la Misa del día,
conservando,
según las circunstancias, las fórmulas propias en la Plegaria eucarística y en la bendición final.
9.
Como quiera que la liturgia de la Palabra adaptada a la celebración de la consagración de
vírgenes tiene
una gran importancia para ilustrar el bien de la virginidad y su función en la Iglesia, cuando no
se permite
la Misa "En el día de la consagración de vírgenes", se puede tomar una lectura de las que se
encuentran en
el Leccionario correspondiente, excepto en el Triduo Pascual, en las solemnidades de
Navidad, Epifanía,
Ascensión, Pentecostés y Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, o en las otras solemnidades
de precepto.
10.
Para la celebración de la Misa ritual "En el día de la consagración de vírgenes" se usarán
ornamentos
blancos.

I. Consagración de Vírgenes
1.
Conviene que la consagración de vírgenes se realice en la octava de Pacua, en las
solemnidades,
especialmente en las que se refieren a los misterios de la Encarnación del Señor, domingos,
fiestas de la
Virgen María y de santas vírgenes.
2.
En un día prefijado, cercano al de la consagración, o por lo menos la víspera del mismo, las
vírgenes
que serán consagradas se presentarán al Obispo para que el Padre de la diócesis pueda
conversar con sus
hijas.
3.
Como las vírgenes laicas son admitidas a la consagración virginal a criterio del Obispo y con
su
autorización, y como muchas veces ellas prestan servicio en obras diocesanas, el rito se hará
oportunamente en la iglesia Catedral, a menos que las costumbres del lugar aconsejen otra
cosa.
4.
Según las circunstancias, especialmente para destacar el valor de la castidad, y para fomentar
el
sentido eclesial, la edificación y la asistencia del pueblo de Dios, se comunicará a tiempo a los
fieles el día
y la hora de la celebración.
5.
Se dice la Misa del día o la Misa ritual del día de la consagración de vírgenes, según las
rúbricas (cf.
Notas preliminares, nn. 8-10).
6.
De ordinario la consagración de vírgenes se hace junto a la sede; se preparará oportunamente
el sitial
para el Obispo delante del altar para facilitar la participación de los fieles. En un lugar del
presbiterio se han
de disponer los lugares para las vírgenes que serán consagradas, de tal manera que los fieles
puedan seguir
cómodamente toda la acción litúrgica.
7.
Prepárese el pan y el vino para consagrar, en cantidad suficiente que alcance para los
ministros, las
vírgenes, sus padres y familiares. Por lo tanto, si sólo se emplea un cáliz, éste será
suficientemente
grande.
8.
Además de lo necesario para la celebración de la Misa, se prepararán: a) el Pontifical
Romano; b) los
velos, anillos u otras insignias de la consagración virginal, según las costumbres del lugar, que
serán
entregadas a las vírgenes.

Rito de entrada
9.
Una vez congregado el pueblo y dispuestas convenientemente todas las cosas, entra la
procesión hacia
el altar por la nave central de la iglesia, mientras el coro canta con el pueblo la antífona o
canto de entrada
de la Misa. La procesión se hace como de costumbre y forman parte de ella las vírgenes que
serán
consagradas.
10.
Es conveniente que dos vírgenes ya consagradas a Dios o dos mujeres laicas elegidas de
entre la
asamblea, acompañen a las vírgenes que serán consagradas y las conduzcan al altar.
11.
Al llegar al presbiterio, hecha la debida reverencia al altar, las vírgenes se colocan en los
lugares
destinados para ellas en la nave de la iglesia; y continúa la Misa.

Liturgia de la Palabra
12.
En la liturgia de la Palabra todo se hace como de ordinario, excepto:
a) las lecturas se pueden tomar o de la Misa del día o bien de los textos que se proponen en
las
pp. 396-400 (cf. Notas preliminares, nn. 8-9);
b) no se dice el Credo aun cuando las rúbricas de la liturgia del día lo prescriban;
c) se omite la Oración de los Fieles, ya que tuvo lugar en las letanías.

Consagración de las vírgenes


Llamado a las Vírgenes
13.
Después del Evangelio, el Obispo -si la consagración se hace ante el altar- se acerca al sitial
allí
preparado y se sienta. Mientras tanto el coro canta esta u otra antífona adecuada:
Vírgenes prudentes, preparen sus lámparas:
ya llega el Esposo, salgan a su encuentro.
Entonces las vírgenes encienden los cirios y acompañadas por las mencionadas vírgenes ya
consagradas o por las mujeres laicas, se acercan al presbiterio y permanecen fuera de él.
14.
Después el Obispo llama a las vírgenes, cantando o diciendo en voz alta: Vengan, hijas,
escúchenme;
les enseñaré el temor del Señor.
Las vírgenes responden cantando esta antífona:
Ahora te seguimos de todo corazón,
te reverenciamos y buscamos tu rostro;
no nos defraudes, Señor,
sino manifiéstanos tu bondad
y la abundancia de tu misericordia.
Mientras cantan, suben al presbiterio y allí ocupan sus lugares, de manera que todos puedan
seguir
cómodamente la celebración. Luego colocan los cirios en un candelabro o lo entregan a los
ministros, de
quienes los recibirán al fin de la Misa, y toman asiento en los sitiales preparados para ellas.

Otra forma de llamado a las vírgenes


15.
Si la consagración de vírgenes se hace ante el altar, el Obispo se acerca al sitial allí preparado
y se
sienta. El Diácono llama por el nombre a cada una de las vírgenes. Al oír su nombre, cada una
se levanta y
responde:
Aquí estoy, Señor, porque me has llamado.
O de otra manera adecuada. Luego se acerca al presbiterio y permanece fuera de él.
16.
Terminado el llamado, el Obispo las invita con estas u otras palabras semejantes:
Vengan, hijas,
para que el Señor,
por nuestro humilde ministerio,
se digne consagrar el deseo de su corazón.
Las vírgenes responden cantando esta antífona u otro canto adecuado:
Ahora te seguimos de todo corazón,
te reverenciamos y buscamos tu rostro.
No nos defraudes, Señor,
sino manifiéstanos tu bondad
y la abundancia de tu misericordia.
Mientras cantan suben al presbiterio, acompañadas por las mencionadas vírgenes ya
consagradas o
por las mujeres laicas, y allí ocupan sus lugares, de manera que todos puedan seguir
fácilmente la
celebración.

Homilía o Alocución
17.
Luego el Obispo habla brevemente a las vírgenes que serán consagradas y al pueblo sobre el
don de la
virginidad y la función que realiza en orden a la santificación de las elegidas y al bien de toda
la Iglesia.
Puede hacerse con estas palabras:
Queridos hijos, estas hermanas nuestras que hoy recibirán de la Iglesia la consagración
virginal,
provienen del pueblo santo de Dios y de las familias de ustedes: son hijas, hermanas y amigas
unidas a
ustedes por la convivencia o el parentesco.

El Señor las llamó para unirlas más estrechamente a sí y consagrarlas al servicio de la Iglesia
y de
todos los hombres. Su consagración les exigirá una mayor entrega para extender el Reino de
Dios y las
obligará a trabajar intensamente para que el espíritu cristiano penetre en el mundo. Piensen
entonces el
gran bien que realizarán y las copiosas bendiciones que podrán obtener de Dios a favor de la
santa Iglesia,
la sociedad humana y las familias de ustedes, mediante sus oraciones y trabajos.
Ahora me dirijo a ustedes, hijas muy queridas, y las exhorto impulsado más por el afecto que
por la
autoridad. La verdadera patria de la vida virginal que desean es el cielo; su fuente es Dios;
porque de Dios,
como de una fuente purísima e incorruptible mana este don sobre algunas de sus hijas, que a
causa de su
integridad virginal son consideradas por los antiguos Padres de la Iglesia como imágenes de
la eterna
incorruptibilidad de Dios.
El mismo Padre todopoderoso, al llegar la plenitud de los tiempos, mostró en el misterio de la
Encarnación del Señor cuánto ama la virginidad: eligió una Virgen en cuyo seno purísimo, por
obra del
Espíritu Santo, el Verbo se hizo carne y la naturaleza humana se unió con la divina, como el
esposo se une
a la esposa.
También el divino Maestro exaltó la virginidad, consagrada a Dios a causa del Reino de los
cielos. Con
su vida, pero en especial con sus trabajos y predicación, y sobre todo con su misterio pascual,
dio origen
a la Iglesia que quiso fuera Virgen, Esposa y Madre: Virgen por la integridad de su fe; Esposa
por su
indisoluble unión con Cristo; Madre por la multitud de hijos.
Hoy, el Espíritu Paráclito, que por el agua vital del bautismo hizo de sus corazones templos del
Altísimo, por medio de mi ministerio, las enriquecerá con una nueva unción espiritual y las
consagrará con
un nuevo título a la infinita grandeza de Dios.Y también elevándolas a la dignidad de esposas
de Cristo, las
unirá con un vínculo indisoluble al Hijo de Dios.
Los Santos Padres y los Doctores de la Iglesia las designan con el sublime título de esposas
de Cristo,
título que es propio de la misma Iglesia. Prefigurando el Reino futuro de Dios donde nadie
tomará marido
ni mujer, son signo manifiesto de aquel gran sacramento que fue anunciado en los orígenes
de la creación
y llegó a su plenitud en los esponsales de Cristo con la Iglesia.
Hijas muy queridas: procuren entonces que su vida responda a su vocación y dignidad. La
santa
Madre Iglesia las considera como la porción elegida del rebaño de Cristo, y en ustedes su
fecundidad
gloriosa se alegra y florece abundantemente. A imitación de la Madre de Dios, deseen ser y
ser llamadas
servidoras del Señor. Conserven íntegra la fe, mantengan firme la esperanza, acrecienten la
caridad
sincera. Sean prudentes y velen, para que el don de la virginidad no se corrompa por la
soberbia.
Con el Cuerpo de Cristo renueven sus corazones consagrados a Dios; fortalézcanlos con
ayunos,
reanímenlos con la meditación de la Palabra de Dios, la oración asidua y las obras de
misericordia.
Preocúpense siempre de las cosas del Señor y que su vida esté escondida con Cristo en Dios.
Oren con
insistencia y de todo corazón por la propagación de la fe y la unidad de los cristianos.
Rueguen
solícitamente al Señor por los matrimonios. Acuérdense también de aquellos que habiendo
olvidado la
bondad del Padre se apartaron de su amor; así, Dios misericordioso salvará con su clemencia
a los que no
puede salvar con su justicia.
Tengan presente que se han consagrado al servicio de la Iglesia y de todos los hermanos. En
el
ejercicio de su apostolado, tanto en la Iglesia como en el mundo, en el orden espiritual como
en el
temporal, que su luz brille ante los hombres para que el Padre del cielo sea glorificado, y así
llegue a ser
realidad su designio de recapitular en Cristo todas las cosas. Amen a todos, especialmente a
los
necesitados; según sus posibilidades ayuden a los pobres, curen a los enfermos, enseñen a
los ignorantes,
protejan a los niños, socorran a los ancianos, conforten a las viudas y a los afligidos.
Ustedes que a causa de Cristo han renunciado al matrimonio, serán madres espirituales
cumpliendo la
voluntad del Padre y cooperando por su amor a que numerosos hijos de Dios nazcan o sean
restituidos a
la vida de la gracia.
Cristo, el hijo de la Virgen y Esposo de las vírgenes, será ya aquí en la tierra, su alegría y su
recompensa, hasta que las introduzca en su Reino; allí, entonando el canto nuevo, seguirán al
Cordero
divino donde quiera que vaya.

Interrogatorio
18.
Concluida la homilía, las vírgenes se ponen de pie; el Obispo las interroga con estas palabras
u otras
semejantes:
¿Quieren consagrarse virginalmente
al servicio de Dios y de la Iglesia
hasta el fin de sus días?
Vírgenes:
Sí, quiero.
Obispo:
¿Quieren seguir a Cristo
por el camino de los consejos
que él propone en el Evangelio
de tal manera que la vida de ustedes
ofrezca un particular testimonio de caridad
y sea un signo manifiesto del Reino?
Vírgenes:
Sí, quiero.
Obispo:
¿Quieren ser consagradas a nuestro Señor Jesucristo
y ante la Iglesia ser desposadas
con el Hijo del Dios Altísimo?
Vírgenes:
Sí, quiero.
El Obispo y todos responden:
¡Te damos gracias, Señor!
19.
Luego, todos se ponen de pie y el Obispo, con las manos juntas, mirando hacia el pueblo,
dice:
Oremos a Dios Padre todopoderoso
por medio de su Hijo Jesucristo nuestro Señor, a fin de que,
por la intercesión de la Santísima Virgen María
y de todos los Santos,
derrame abundantemente la gracia del Espíritu Santo
sobre estas hijas suyas
que ha elegido para que le sean consagradas.
20.
El Diácono dice:
Nos ponemos de rodillas.
El Obispo, los ministros, las vírgenes que serán consagradas y el pueblo se arrodillan. Sin
embargo,
donde se acostumbra, las vírgenes pueden postrarse. Durante el tiempo pascual y en los
domingos el
Diácono no dice Nos ponemos de rodillas. Las vírgenes se arrodillan o se postran, pero los
demás
permanecen de pie.

Letanías de los Santos


21.
Los cantores entonan las Letanías de la consagración de vírgenes, a las que todos responden.
En su
lugar correspondiente pueden agregarse algunas invocaciones de los Santos que son
particularmente
honrados por el pueblo y, según las circunstancias, también otras invocaciones adecuadas.
Señor, ten piedad de nosotros Señor, ten piedad de nosotros
Cristo, ten piedad de nosotros Cristo, ten piedad de nosotros
Señor, ten piedad de nosotros Señor, ten piedad de nosotros
Santa María ruega por nosotros
Santa Madre de Dios ruega por nosotros
Santa Virgen de las vírgenes ruega por nosotros
San Miguel ruega por nosotros
Santos Ángeles de Dios ruegen por nosotros
San Juan Bautista ruega por nosotros
San José ruega por nosotros
San Pedro y San Pablo ruegen por nosotros
San Juan ruega por nosotros
Santa María Magdalena ruega por nosotros
San Esteban y San Lorenzo ruegen por nosotros
Santa Perpetua y Santa Felicidad ruegen por nosotros
Santa Inés ruega por nosotros
Santa María Goretti ruega por nosotros
San Atanasio ruega por nosotros
San Ambrosio ruega por nosotros
San Agustín ruega por nosotros
San Jerónimo ruega por nosotros
San Benito ruega por nosotros
Santo Domingo y San Francisco ruegen por nosotros
Santa Macrina ruega por nosotros
Santa Escolástica ruega por nosotros
Santa Clara y Santa Catalina ruegen por nosotros
Santa Teresa de Jesús ruega por nosotros
Santa Rosa de Lima ruega por nosotros
Santa Luisa de Marillac ruega por nosotros
Santa Margarita María Alacoque ruega por nosotros
Todos los Santos y Santas de Dios ruegen por nosotros
Por tu bondad líbranos, Señor
De todo mal líbranos, Señor
De todo pecado líbranos, Señor
De la muerte eterna líbranos, Señor
Por el misterio de tu Encarnación líbranos, Señor
Por tu Muerte y tu Resurrección líbranos, Señor
Por la venida del Espíritu Santo líbranos, Señor
Nosotros, que somos pecadores, te pedimos
escúchanos, Señor
Para que configures cada vez más con Cristo, Esposo de la Iglesia,
a tu servidor el Papa N. y a los demás Obispos
escúchanos, Señor
Para que conserves y acrecientes en la Iglesia el amor a la santa virginidad
escúchanos, Señor
Para que confirmes a todos los fieles de Cristo
en la esperanza de la resurrección y de la vida futura
escúchanos, Señor
Para que concedas a todos los fieles la paz y la verdadera concordia
escúchanos, Señor
Para que se multipliquen y acrecienten su virtud los que siguen los consejos evangélicos
escúchanos, Señor
Para que enriquezcas con los dones celestiales a los padres de estas vírgenes
escúchanos, Señor
Para que bendigas, santifiques y consagres a estas hijas tuyas
escúchanos, Señor
Jesús, Hijo del Dios vivo
escúchanos, Señor
Cristo, óyenos Cristo, óyenos
Cristo, escúchanos Cristo, escúchanos
22.
A continuación, el Obispo, de pie y con las manos juntas, dice:
Escucha, Señor,
las oraciones de tu Iglesia suplicante,
y ten piedad de estas hijas tuyas
a quienes elegiste con tu infinita bondad;
guíalas por el camino de la salvación eterna,
para que deseen lo que es de tu agrado
y lo cumplan con diligencia.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
El Diácono, si es el caso, dice:
Nos ponemos de pie.

Renovación del Propósito de Castidad


23.
Luego, si pareciera oportuno, las vírgenes ofrecen a Dios su propósito, en manos del Obispo,
por
ejemplo, de esta manera: las vírgenes se acercan una por una al Obispo y se arrodillan;
colocan las manos
juntas entre las manos del Obispo y dicen:
Padre,
recibe mi propósito de castidad perfecta
y mi determinación de seguir a Cristo,
que espero lograr con la ayuda del Señor;
esta resolución la pongo de manifiesto ante ti
y ante el Pueblo Santo de Dios.
24.
Según la costumbre del lugar otro rito puede sustituir al descrito en el número 23. Pero si las
vírgenes
que serán consagradas son muchas, el Obispo puede permitir que todas, de rodillas en sus
respectivos
lugares, digan juntas:
Padre,
recibe nuestro propósito de castidad perfecta
y nuestra determinación de seguir a Cristo,
que esperamos lograr con la ayuda del Señor;
esta resolución la ponemos de manifiesto ante ti
y ante el Pueblo Santo de Dios.

Oración de Consagración
25.
Después de renovar su propósito, las vírgenes vuelven a sus lugares en el presbiterio y se
arrodillan.
El Obispo, con los brazos extendidos hacia adelante, dice la oración de consagración, en la
que se pueden
omitir las palabras entre paréntesis:
Señor, que habitas en los cuerpos castos
y amas las almas virginales;
Señor, que en tu Hijo, por quien todo fue hecho,
restauras la naturaleza humana,
herida en el primer hombre por el engaño del demonio.
Señor, que no sólo reintegras al hombre su inocencia original
sino que también le permites experimentar algunos de los bienes
que le están reservados para la vida futura,
haciendo semejantes a los ángeles del cielo
a quienes viven sujetos a la condición mortal.
Mira a estas hijas tuyas
que al colocar en tus manos su propósito de virginidad
te ofrendan el amor que tú mismo les inspiraste.
( Porque ¿cómo podría, Señor, una creatura mortal
superar el atractivo de la naturaleza
y las alternativas que brinda la libertad,
vencer la inclinación natural y los impulsos de la edad,
si tú no encendieras en ella
el amor a la virginidad,
si no reanimaras constantemente este deseo en su corazón
y no le infundieras la fortaleza necesaria? )
Al derramar tu gracia sobre todos los pueblos
has suscitado de entre todas las naciones del mundo
herederos del Nuevo Testamento tan incontables como las estrellas.
Pero, entre los dones que concediste a tus hijos,
que han sido engendrados no de la sangre ni por obra de la carne
sino por el Espíritu Santo,
quisiste otorgar a algunos de ellos
el don de la virginidad.
De esa manera, y sin menoscabo de la grandeza del matrimonio,
para el que has hecho permanecer la bendición
que le concediste en los orígenes del mundo,
quisiste que algunos de tus hijos,
por un designio de tu Providencia,
renuncien a esa legítima unión
con el propósito de lograr lo que el sacramento significa,
no imitando la unión que se realiza en las nupcias
sino amando lo que las nupcias prefiguran.
( La santa virginidad ha reconocido a su autor
y, aspirando a la integridad angélica,
se entrega a aquel que siendo Esposo de la virginidad perpetua
es al mismo tiempo Hijo de la virginidad. )

Por eso te pedimos, Señor, que protejas y guíes a estas hijas tuyas
que imploran tu ayuda
y desean ser afianzadas con tu consagración.
Líbralas del antiguo enemigo,
que contamina los mejores propósitos
con los más sutiles engaños,
para que nunca las sorprenda adormecidas
y trate de menoscabar el mérito del celibato,
arrebatándoles la castidad que también debe resplandecer
en las mujeres casadas.
Que por el don de tu Espíritu
resplandezcan con una modestia prudente,
una sabia bondad, una afabilidad serena y una libertad casta.
Que tengan una caridad ardiente
y nada amen fuera de ti.
Que su vida sea digna de alabanza
pero no busquen ser alabadas;
que te glorifiquen, Señor,
por la santidad de sus cuerpos
y la pureza de sus almas;
que te reverencien por amor y por amor te sirvan.
Que tú seas su honor, su alegría y su querer
y encuentren en ti consuelo en las tristezas,
consejo en la duda,
defensa en las injurias;
paciencia en la aflicción,
abundancia en la pobreza,
alimento en los ayunos
y remedio en la enfermedad.
Que en ti, Señor, lo encuentren todo
y sepan preferirte sobre todas las cosas.
Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.

Entrega de las Insignias de la Consagración


26.
Concluida la oración consecratoria, el Obispo y los fieles se sientan; las vírgenes se levantan y
acompañadas por las mencionadas vírgenes ya consagradas o las mujeres laicas, se acercan
al Obispo que
dice, una sola vez para todas:
Queridas hijas,
reciban el velo y el anillo,
como insignias de su consagración;
guarden intacta la fidelidad a su Esposo,
y nunca olviden
que se han entregado al servicio de Cristo
y de su Cuerpo que es la Iglesia.
Las vírgenes responden todas juntas:
Amén.
27.
O si no se entrega el velo, el Obispo dice una sola vez para todas:
Reciban el anillo,
que significa el sagrado desposorio con Cristo,
y guarden intacta la fidelidad a su Esposo,
para que sean admitidas
al gozo de las nupcias eternas.
Las vírgenes responden todas juntas:
Amén.
28.
Luego, el Obispo entrega a cada una -de rodillas ante él- el anillo y, si fuera el caso, el velo u
otras
insignias de la consagración. Mientras tanto se canta la antífona siguiente con el Salmo 44, u
otro canto
adecuado.
Salmo 44
Ant.
A ti, Señor, elevo mi alma;
ven y líbrame, Señor, en ti me refugio.
Me brota del corazón un hermoso poema
yo dedico mis versos al rey:
mi lengua es como la pluma de un hábil escribiente.
Tú eres hermoso, el más hermoso de los hombres;
la gracia se derramó sobre tus labios,
porque el Señor te ha bendecido para siempre.
Cíñete, guerrero, la espada a la cintura;
con gloria y majestad, avanza triunfalmente;
cabalga en defensa de la verdad y de los pobres.
Tu mano hace justicia y tu derecha, proezas;
tus flechas son punzantes, se te rinden los pueblos
y caen desfallecidos los rivales del rey.
Tu trono, como el de Dios, permanece para siempre;
el cetro de tu realeza es un cetro justiciero:
tú amas la justicia y odias la iniquidad.
Por eso el Señor, tu Dios, prefiriéndote a tus iguales,
te consagró con el óleo de la alegría:
tus vestiduras exhalan perfume de mirra, áloe y acacia.
Las arpas te alegran desde los palacios de marfil;
una hija de reyes está de pie a tu derecha:
es la reina, adornada con sus joyas y con oro de Ofir.
¡Escucha, hija mía, mira y presta atención!
Olvida tu pueblo y tu casa paterna,
y el rey se prendará de tu hermosura.
Él es tu señor: inclínate ante él;
la ciudad de Tiro vendrá con regalos
y los grandes del pueblo buscarán tu favor.
Embellecida con corales engarzados en oro
y vestida de brocado, es llevada hasta el rey.
Las vírgenes van detrás, sus compañeras la guían;
con gozo y alegría entran al palacio real.
Tus hijos ocuparán el lugar de tus padres,
y los pondrás como príncipes por toda la tierra.
Yo haré célebre tu nombre por todas las generaciones:
por eso, los pueblos te alabarán eternamente.
Al final del Salmo no se dice Gloria al Padre, sino la antífona. Si la entrega de las insignias
termina antes
que el Salmo, éste se interrumpe y se repite la antífona.

Otras antífonas a cantar durante la entrega de las insignias


29.
Las vírgenes entran al palacio real (cf. Sal. 44, 15-16).
30.
Escucha, hija mía: el Rey se prendará de tu hermosura (Sal. 44, 11-12).
31.
Mi alma tiene sed de ti (Sal. 62, 2).
32.
Mi corazón y mi carne claman ansiosos por el Dios viviente (Sal. 83, 3).
33.
Mi única dicha es estar cerca de ti (Sal. 72, 28).
34.
Busqué al amado de mi corazón (Cant. 3, 1).

35.
Mi amado es mío y yo soy suya (Cant. 2, 16).
36.
Muéstrame tu rostro, déjame oír tu voz (Cant. 2, 14).
37.
Ven, esposa mía; ven, serás coronada (Cant. 4, 8).
38.
La llevaré a un lugar solitario y le hablaré al corazón (Os. 2, 14).
39.
El que se une al Señor se hace un solo espíritu con él (1 Cor. 6, 17).
40.
Luego, si pareciera oportuno, el Obispo entrega a las vírgenes consagradas el libro de la
oración de la
Iglesia, con estas palabras u otras semejantes: Reciban el libro de la oración de la Iglesia,
para que en sus
labios resuene sin cesar la alabanza del Padre del Cielo e intercedan por la salvación de todo
el mundo.
Las vírgenes responden todas juntas:
Amén.
Y se acercan al Obispo que les entrega el libro del Oficio divino. Una vez recibido el libro, las
vírgenes
regresan a su lugar y permanecen allí de pie.
41.
A continuación,según las circunstancias, se canta esta antífona u otra adecuada: Estoy
desposada con
Aquél a quien sirven los ángeles, cuya hermosura admiran el sol y la luna.
Si fuera posible la cantan las vírgenes todas juntas.

Otra forma de entregar las insignias de la consagración


Para la Imposición del Velo
42.
Se omite si las vírgenes ya lo han recibido canónicamente.
Concluida la Oración de la Consagración, el Obispo y todo el pueblo se sientan; las vírgenes
se
levantan, y acompañadas por las religiosas o laicas mencionadas, se acercan al Obispo que
impone el velo
a cada una, diciendo:
Recibe el velo sagrado
como signo de que te has entregado
al servicio de Cristo
y de su Cuerpo que es la Iglesia.
Y la virgen responde:
Amén.
Y regresa a su lugar donde permanece de pie. Después que todas han recibido el velo, las
vírgenes
cantan la antífona:
Meditaré, Señor, en tus cosas,
para ser santa en el cuerpo y en el espíritu.
Por justa causa, después que la primera o segunda de las vírgenes ha recibido el velo, el coro
canta la
antífona Meditaré, en lugar de las vírgenes, la cual puede repetirse después de uno o más
versículos de un
Salmo o canto adecuado.

Para la Entrega del Anillo


43.
Se entrega el anillo a todas las vírgenes que han recibido el velo, de esta manera: las vírgenes
se
acercan al Obispo en el orden anteriormente indicado. El Obispo entrega a cada una el anillo,
diciendo:
Recibe el anillo,
que significa el sagrado desposorio con Cristo,
y guarda intacta la fidelidad a tu Esposo,
para que seas admitida
al gozo de las nupcias eternas.
La virgen responde:
Amén.

Para la Entrega del Oficio Divino


44.
Luego, si parece oportuno, el Obispo entrega a cada una de las vírgenes consagradas el libro
de la
oración de la Iglesia, con estas u otras palabras semejantes:
Recibe el libro de la oración de la Iglesia,
para que en tus labios resuene sin cesar
la alabanza del Padre del cielo
e intercedas por la salvación de todo el mundo.
La virgen responde:
Amén.
Y regresa a su lugar.
45.
Después que todas han recibido las insignias de la profesión, las vírgenes cantan la antífona:
Estoy desposada con aquél
a quien sirven los ángeles,
cuya hermosura admiran el sol y la luna.
Por justa causa, después que la primera o segunda ha recibido el anillo, el coro canta la
antífona Estoy
desposada, la cual puede repetirse después de cada uno o más versículos de un Salmo o
canto adecuado.
46.
Las vírgenes regresan a sus lugares en el presbiterio, y continúa la Misa.

Liturgia de la Eucaristía
47.
Durante el canto del ofertorio algunas de las vírgenes neoconsagradas llevan al altar el pan, el
vino y el
agua para el sacrificio eucarístico.
48.
En las Plegarias eucarísticas se recuerda la oblación de las vírgenes conforme a las fórmulas
que se
encuentran en el misal "Misa Ritual en la Consagración de Vírgenes".
49.
Después que el Obispo ha comulgado con el Cuerpo y la Sangre del Señor, las vírgenes se
acercan al
altar para recibir la comunión bajo las dos especies.

Despedida
50.
Concluida la oración después de la comunión, las vírgenes se acercan al altar y el Obispo,
mirando
hacia ellas pronuncia la bendición solemne
Que Dios, inspirador y causa de los santos propósitos,
las proteja constantemente con su gracia,
para que vivan el don de su vocación con espíritu fiel.
Todos:
Amén.
Obispo:
Él mismo las haga testimonio y signo de la caridad divina
en medio del mundo.
Todos:
Amén.
Obispo:
Y mantenga hasta la eternidad los vínculos,
con los que las ha unido a Cristo en la tierra.
Todos:
Amén.
51.
Finalmente bendice a todo el pueblo:
Y a todos ustedes que están aquí congregados,
los bendiga Dios todopoderoso,
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Todos:
Amén.
52.
Después de la bendición del Obispo, las vírgenes, si pareciera oportuno, reciben sus cirios.
Todos
cantan un himno adecuado o un canto de alabanza, y se ordena la procesión como en el rito
de entrada.

II. Consagración de Vírgenes junto con la Profesión


Religiosa de las
Monjas
53.
Conviene que la consagración de vírgenes, junto con el rito de la profesión perpetua, se
realice en la
octava de Pascua, en las solemnidades, especialmente en las que se refieren a los misterios
de la
Encarnación del Señor, en domingo, en fiestas de la Virgen María y de Santas Vírgenes, o de
Santos que
se han destacado en la vida religiosa.
54.
En un día prefijado, cercano al de la consagración, o por lo menos en la víspera del mismo, las
vírgenes que serán consagradas se presentarán al Obispo, para que el Padre de la diócesis
pueda
conversar con sus hijas.
55.
La consagración se realizará de ordinario en la iglesia del monasterio.
56.
El día y la hora de la consagración se comunicará oportunamente a los fieles, a fin de que
puedan
asistir en el mayor número posible.
57.
Se dice la Misa del día o la Misa Ritual del día de la consagración de vírgenes, según las
rúbricas (ver
Notas preliminares, nn. 8-10).
58.

De ordinario la consagración de vírgenes se realiza junto a la sede; se prepara oportunamente


el sitial
para el Obispo delante del altar con el fin de facilitar la participación de los fieles. En un lugar
conveniente
del presbiterio prepárese la sede para la Superiora que recibirá la profesión religiosa de las
vírgenes.
Igualmente, en el presbiterio se han de disponer los lugares para las vírgenes que serán
consagradas, de tal
manera que los fieles puedan seguir cómodamente toda la acción litúrgica.
59.
Celébrese toda la acción litúrgica con la debida solemnidad, como lo exige la naturaleza del
rito, pero
evítese la suntuosidad que desdiga de la pobreza religiosa.
60.
Prepárese el pan y el vino para consagrar, en cantidad suficiente para los ministros, las
vírgenes que
serán consagradas, sus padres, familiares y cohermanas. Por tanto, si sólo se emplea un
cáliz, éste será
suficientemente grande.
61.
Además de lo necesario para la celebración de la Misa, se prepararán: a) el Pontifical
Romano; b)
los velos, anillos u otras insignias de la consagración virginal o de la profesión religiosa, según
las
prescripciones del lugar o las costumbres de la familia religiosa.

Rito de entrada
62.
Una vez congregado el pueblo y dispuestas convenientemente todas las cosas, entra la
procesión hacia
el altar por la nave central de la iglesia, mientras el coro canta con el pueblo la antífona o
canto de entrada
de la Misa. La procesión se hace como de costumbre y es muy conveniente que tomen parte
en ella las
vírgenes que serán consagradas, acompañadas por la Superiora y la Madre Maestra.
63.
Al llegar al presbiterio, hecha la debida reverencia al altar, las vírgenes se colocan en los
lugares
destinados para ellas en la nave de la iglesia, y continúa la Misa.

Liturgia de la Palabra
64.
En la Liturgia de la Palabra todo se hace como de ordinario, excepto:
a) las Lecturas se pueden tomar de la Misa del día o bien de los textos que se proponen en las
pp.
396-400 (ver Notas preliminares, nn. 8-9);
b) no se dice el Credo, aun cuando las rúbricas de la liturgia del día lo prescriban;
c) se omite la Oración de los Fieles, ya que tuvo lugar en las Letanías.

Profesión religiosa y Consagración de las vírgenes


Llamado a las Vírgenes
65.
Después del Evangelio, el Obispo, si la consagración se hace ante el altar, se acerca al sitial
allí
preparado y se sienta. Mientras tanto el coro canta esta u otra antífona adecuada: Vírgenes
prudentes,
preparen sus lámparas: ya llega el Esposo, salgan a su encuentro.

Entonces las vírgenes encienden los cirios y, acompañadas por la Madre Maestra y por otra
monja
designada para esta función, se acercan al presbiterio y permanecen fuera de él.
66.
Después, el Obispo llama a las vírgenes, cantando o diciendo en voz alta:
Vengan, hijas, escúchenme;
les enseñaré el temor del Señor.
Las vírgenes responden cantando esta antífona:
Ahora te seguimos de todo corazón,
te reverenciamos y buscamos tu rostro;
no nos defraudes, Señor,
sino manifiéstanos tu bondad
y la abundancia de tu misericordia.
Mientras cantan, suben al presbiterio y allí ocupan sus lugares, de manera que todos puedan
seguir
cómodamente la celebración. Luego colocan los cirios en un candelabro o los entregan a los
ministros, de
quienes los recibirán al fin de la Misa, y toman asiento en los sitiales preparados para ellas.
67.
Otra manera de llamar a las vírgenes, especialmente cuando no se usan los cirios, se describe
en los
nn. 15-16, p. 266.

Homilía o Alocución
68.
Luego, el Obispo habla brevemente a las vírgenes que serán consagradas y al pueblo,
ilustrando con
lecturas bíblicas el don de la virginidad y la función de la vida religiosa en orden a la
santificación de las
elegidas y al bien de toda la Iglesia y de toda la familia humana.

Interrogatorio
69.
Concluida la homilía, las vírgenes se ponen de pie; el Obispo les pregunta si están preparadas
para
entregarse a Dios y para seguir la caridad perfecta, según la Regla y las Constituciones de su
familia
religiosa. Las preguntas que aquí se proponen pueden cambiarse u omitirse en parte, según la
índole de
cada familia religiosa.
El Obispo las interroga con estas u otras palabras semejantes:
Queridísimas hijas:
Por el Bautismo ya han muerto al pecado
y han sido consagradas a Dios.
¿Quieren unirse más íntimamente a él con el nuevo vínculo
de la profesión perpetua?
Las vírgenes que han de profesar responden:
Sí, quiero.
Obispo:
¿Quieren tender con voluntad firme y constante,
a un amor perfecto hacia Dios y el prójimo,
mediante la práctica fiel del Evangelio
y de la Regla de su familia?
Vírgenes:
Sí, quiero.
Obispo:
¿Quieren ocuparse sólo de Dios,
en la soledad y el silencio, en oración asidua y gozosa penitencia,
en el trabajo humilde y en las obras santas?
Vírgenes:
Sí, quiero.
Obispo:
¿Quieren ser consagradas a nuestro Señor Jesucristo,
y ante la Iglesia ser desposadas
con el Hijo del Dios Altísimo?
Vírgenes:
Sí, quiero.
70.
Entonces, el Obispo confirma esta decisión, diciendo estas u otras palabras semejantes:
El que comenzó en ustedes la obra buena,
él mismo la lleve a su plenitud en el día de Cristo Jesús.
Todas:
Amén.

Letanías de los Santos


71.
Luego, todos se ponen de pie. El Obispo, con las manos juntas, mirando hacia el pueblo, dice:
Oremos a Dios todopoderoso,
por medio de su Hijo nuestro Señor Jesucristo,
a fin de que por la intercesión de la Santísima Virgen María
y de todos los Santos,
derrame abundantemente la gracia del Espíritu Santo
sobre estas hijas suyas que ha elegido
para que le sean consagradas.
72.
El Diácono dice:
Nos ponemos de rodillas.
El Obispo, los ministros, las vírgenes que serán consagradas y el pueblo se arrodillan. Sin
embargo,
donde se acostumbra, las vírgenes pueden postrarse. Durante el tiempo pascual y en los
domingos, el
Diácono no dice
Nos ponemos de rodillas.
Las vírgenes se arrodillan o se postran, pero los demás permanecen de pie.
73.
Los cantores entonan las Letanías de la consagración de vírgenes, a las que todos responden.
En su
lugar correspondiente pueden agregarse algunas invocaciones de Santos particularmente
honrados por la
familia religiosa o por el pueblo y, según las circunstancias, también otras invocaciones
adecuadas.
Señor, ten piedad de nosotros Señor, ten piedad de nosotros
Cristo, ten piedad de nosotros Cristo, ten piedad de nosotros
Señor, ten piedad de nosotros Señor, ten piedad de nosotros
Santa María ruega por nosotros
Santa Madre de Dios ruega por nosotros
Santa Virgen de las vírgenes ruega por nosotros
San Miguel ruega por nosotros
Santos Ángeles de Dios ruegen por nosotros
San Juan Bautista ruega por nosotros
San José ruega por nosotros
San Pedro y San Pablo ruegen por nosotros
San Juan ruega por nosotros
Santa María Magdalena ruega por nosotros
San Esteban y San Lorenzo ruega por nosotros
Santa Perpetua y Santa Felicidad ruegen por nosotros
Santa Inés ruega por nosotros
Santa María Goretti ruega por nosotros
San Atanasio ruega por nosotros
San Ambrosio ruega por nosotros
San Agustín ruega por nosotros
San Jerónimo ruega por nosotros
San Benito ruega por nosotros
Santo Domingo y San Francisco ruegen por nosotros
Santa Macrina ruega por nosotros
Santa Escolástica ruega por nosotros
Santa Clara y Santa Catalina ruegen por nosotros
Santa Teresa de Jesús ruega por nosotros
Santa Rosa de Lima ruega por nosotros
Santa Luisa de Marillac ruega por nosotros
Santa Margarita María Alacoque ruega por nosotros
Todos los Santos y Santas de Dios ruegen por nosotros
Por tu bondad líbranos, Señor
De todo mal líbranos, Señor
De todo pecado líbranos, Señor
De la muerte eterna líbranos, Señor
Por el misterio de tu Encarnación líbranos, Señor
Por tu Muerte y tu Resurrección líbranos, Señor
Por la venida del Espíritu Santo líbranos, Señor
Nosotros, que somos pecadores, te pedimos
escúchanos, Señor
Para que configures cada vez más con Cristo,
escúchanos, Señor
Esposo de la Iglesia, a tu servidor el Papa N. y a los demás Obispos
escúchanos, Señor
Para que conserves y acrecientes en la Iglesia el amor a la santa virginidad
escúchanos, Señor
Para que confirmes a todos los fieles de Cristo
en la esperanza de la resurrección y de la vida futura
escúchanos, Señor
Para que concedas a todos los fieles la paz y la verdadera concordia
escúchanos, Señor
Para que se multipliquen y acrecienten su virtud los que siguen los consejos evangélicos
escúchanos, Señor
Para que enriquezcas con los dones celestiales a los padres
de estas hijas que te las han ofrecido generosamente
escúchanos, Señor
Para que bendigas, santifiques y consagres a estas hijas tuyas
escúchanos, Señor
Jesús, Hijo del Dios vivo
escúchanos, Señor
Cristo, óyenos Cristo, óyenos
Cristo, escúchanos Cristo, escúchanos
74.
A continuación, el Obispo, de pie y con las manos juntas, dice:
Escucha, Señor,
las oraciones de tu Iglesia suplicante,
y ten piedad de estas hijas tuyas
a quienes elegiste con tu infinita bondad;
guíalas por el camino de la salvación eterna,
para que deseen lo que es de tu agrado
y lo cumplan con diligencia.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
El Diácono, si es el caso, dice:
Nos ponemos de pie.
75.

Terminada la súplica litánica, dos vírgenes ya profesas, como es costumbre en las familias
religiosas,se dirigen a la sede de la Superiora y, permaneciendo allí de pie, desempeñan el
papel de testigos.
Las vírgenes que han de profesar se acercan a la Superiora una por una y leen la fórmula de
la Profesión
que con anterioridad habrán escrito con su propia mano.

Profesión
76.
Es preferible que a continuación la neoprofesa se dirija al altar y coloque sobre él la carta de
profesión
y, si puede hacerse cómodamente, firme la carta sobre el mismo altar. Una vez hecho esto,
vuelve a su
lugar.
77.
Luego, las vírgenes neoprofesas, de pie, según las circunstancias cantan la siguiente antífona
u otro
canto que exprese el gozo y el sentido de la entrega:
Recíbeme, Señor, según tu promesa
y viviré y no quede frustrada mi esperanza.

Oración de Consagración
78.
Las vírgenes se arrodillan y el Obispo, con las manos extendidas hacia ellas, dice la Oración
de la
Consagración, en la que se pueden omitir las palabras entre paréntesis.
Señor, que habitas en los cuerpos castos
y amas las almas virginales;
Señor, que en tu Hijo, por quien todo fue hecho,
restauras la naturaleza humana,
herida en el primer hombre por el engaño del demonio.
Señor, que no sólo reintegras al hombre su inocencia original
sino que también le permites experimentar algunos de los bienes
que le están reservados para la vida futura,
haciendo semejantes a los ángeles del cielo
a quienes viven sujetos a la condición mortal.
Mira a estas hijas tuyas
que al colocar en tus manos su propósito de virginidad
te ofrendan el amor que tú mismo les inspiraste.
( Porque ¿cómo podría, Señor, una creatura mortal
superar el atractivo de la naturaleza
y las alternativas que brinda la libertad,
vencer la inclinación natural y los impulsos de la edad,
si tú no encendieras en ella
el amor a la virginidad,
si no reanimaras constantemente este deseo en su corazón
y no le infundieras la fortaleza necesaria? )
Al derramar tu gracia sobre los pueblos
has suscitado de entre todas las naciones del mundo
herederos del Nuevo Testamento tan incontables como las estrellas.
Pero, entre los dones que concediste a tus hijos,
que han sido engendrados no de la sangre ni por obra de la carne
sino por el Espíritu Santo,
quisiste otorgar a algunos de ellos
el don de la virginidad.
De esa manera, y sin menoscabo de la grandeza del matrimonio,
para el que has hecho permanecer la bendición
que le concediste en los orígenes del mundo,
quisiste que algunos de tus hijos,
por un designio de tu Providencia,
renuncien a esa legítima unión
con el propósito de lograr lo que el sacramento significa,
no imitando la unión que se realiza en las nupcias
sino amando lo que las nupcias prefiguran.

( La santa virginidad ha reconocido a su autor


y, aspirando a la integridad angélica,
se entrega a aquel que siendo Esposo de la virginidad perpetua
es al mismo tiempo Hijo de la virginidad. )
Por eso te pedimos, Señor,
que protejas y guíes a estas hijas tuyas
que imploran tu ayuda
y desean ser afianzadas con tu consagración.
Líbralas del antiguo enemigo,
que contamina los mejores propósitos
con los más sutiles engaños,
para que nunca las sorprenda adormecidas
y trate de menoscabar el mérito del celibato,
arrebatándoles la castidad que también debe resplandecer
en las mujeres casadas.
Que por el don de tu Espíritu
resplandezcan con una modestia prudente,
una sabia bondad, una afabilidad serena y una libertad casta.
Que tengan una caridad ardiente
y nada amen fuera de ti.
Que su vida sea digna de alabanza
pero no busquen ser alabadas;
que te glorifiquen, Señor,
por la santidad de sus cuerpos
y la pureza de sus almas;
que te reverencien por amor y por amor te sirvan.
Que tú seas su honor, su alegría y su querer
y encuentren en ti consuelo en las tristezas,
consejo en la duda,
defensa en las injurias;
paciencia en la aflicción,
abundancia en la pobreza,
alimento en los ayunos
y remedio en la enfermedad.
Que en ti, Señor, lo encuentren todo
y sepan preferirte sobre todas las cosas.
Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.

Entrega de las Insignias de la Consagración


79.
Concluida la Oración de la Consagración, el Obispo y los fieles se sientan; las vírgenes se
levantan y,
acompañadas por la Madre Maestra y por otra monja designada para este oficio, se acercan al
Obispo que
dice, una sola vez para todas:
Queridas hijas:
Reciban el velo y el anillo,
como insignias de su consagración;
guarden intacta la fidelidad a su Esposo,
y nunca olviden
que se han entregado al servicio de Cristo
y de su Cuerpo que es la Iglesia.
Las vírgenes responden todas juntas:
Amén.
80.
O si no se entrega el velo, el Obispo dice una sola vez para todas:
Reciban el anillo,
que significa el sagrado desposorio con Cristo,
y guarden intacta la fidelidad a su Esposo,
para que sean admitidas
al gozo de las nupcias eternas.
Las vírgenes responden todas juntas:
Amén.
81.
Luego, el Obispo entrega acada una -de rodillas ante él- el anillo y, si fuera el caso, el velo u
otras
insignias de la consagración. Mientras tanto se canta esta antífona:
A ti, Señor, elevo mi alma;
ven y líbrame, Señor, en ti me refugio.
Con el Salmo 44, u otro canto adecuado (ver n. 28, pp. 276-277).
82.
Luego, si pareciera oportuno, el Obispo entrega a las vírgenes consagradas el libro de la
oración de la
Iglesia, con estas palabras u otras semejantes:
Reciban el libro de la oración de la Iglesia,
para que en sus labios resuene sin cesar
la alabanza del Padre del Cielo
e intercedan por la salvación del mundo.
Las vírgenes responden todas juntas:
Amén.
Y se acercan al Obispo que les entrega el libro del Oficio divino. Una vez recibido el libro las
vírgenes
regresan a su lugar y permanecen allí de pie.
83.
A continuación, según las circunstancias, se canta esta antífona u otra adecuada:
Estoy desposada con Aquél
a quien sirven los ángeles,
cuya hermosura admiran el sol y la luna.
Si fuera posible la cantan las vírgenes neoconsagradas todas juntas.
84.
Terminado esto, donde se acostumbre o parece conveniente, las neoprofesas son
incorporadas a su
familia religiosa mediante una fórmula apropiada dicha por la Superiora o el beso de paz; por
ejemplo:
a) La Superiora dice estas u otras palabras semejantes:
Las confirmamos como miembros de esta comunidad N.
para que en adelante todo lo tengan en común con nosotras.
Todos los miembros de la comunidad asienten diciendo:
Amén.
b) U, omitiendo lo anterior, el Obispo da la paz. La Superiora expresa su amor fraterno a las
neoconsagradas con el beso de la paz o de otro modo, según la costumbre de la familia
religiosa.
Mientras tanto se canta la antífona:
¡Qué dulce y agradable es
que los hermanos vivan unidos!
Con el Salmo 83 u otro canto conveniente, por ejemplo Bendigamos al Señor o Un
mandamiento
nuevo nos da el Señor.
Si el beso de paz se da en este momento, se omite antes de la comunión.
85.
Otra manera de entregar las insignias de la consagración se describe en los nn. 42-46, pp.
279-280.
86.
Las vírgenes regresan a sus lugares en el presbiterio, y continúa la Misa.

Liturgia Eucarística
87.
Durante el canto del ofertorio, algunas de las vírgenes neoconsagradas llevarán al altar el pan,
el vino
y el agua, para el sacrificio eucarístico.
88.
En las Plegarias eucarísticas se recuerda la oblación de las vírgenes conforme a las fórmulas
que se
encuentran en el misal.
89.
Si el beso de paz no fue dado (cf. n. 84, p. 295), el Obispo da la paz a las vírgenes
neoconsagradas,
del modo conveniente.
90.
Después que el Obispo ha comulgado con el Cuerpo y la Sangre del Señor, las vírgenes se
acercan al
altar para recibir la comunión bajo las dos especies. Los padres, familiares y cohermanas
pueden recibir la
comunión bajo las dos especies.

Despedida
91.
Concluida la oración después de la comunión, las neoconsagradas se acercan al altar, y el
Obispo
mirando hacia ellas pronuncia la Bendición solemne (n.50, p. 281).
92.
Finalmente bendice a todo el pueblo:
Y a todos ustedes que están aquí congregados
los bendiga Dios todopoderoso,
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Todos:
Amén.
Después de la bendición del Obispo, las vírgenes, si pareciera oportuno, reciben sus cirios;
todos
entonan un himno adecuado o un canto de alabanza, y se ordena la procesión como en el rito
de entrada.
Los textos propios de la Misa se encuentran en el misal y en el Leccionario, tomo IV.

Ritual de Profesión Religiosa


Sagrada Congregación para el Culto Divino

Decreto
El Rito de la Profesión por el que los religiosos, comprometiéndose a la práctica de los
consejos
evangélicos, se consagran a Dios, ha sido instaurado según la Constitución sobre la Sagrada
Liturgia. La
vida consagrada a Dios por los vínculos de religión siempre ha sido tenida en gran estima en
la Iglesia, la
cual, ya desde los primeros siglos, adornó con sagrados ritos la Profesión Religiosa. Los
Padres del
Concilio Vaticano II en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, ordenaron la redacción de un
Ritual de la
Profesión Religiosa y de la renovación de los votos, que contribuyera a una mayor unidad,
sobriedad y
dignidad y fuera adoptado por todos aquellos que hicieran su profesión o renovación de votos,
dentro de la
Misa, salvo derecho particular (art. 80).
Obediente a este mandato, el Consilium para la ejecución de la Constitución sobre la Sagrada
Liturgia,
preparó este Ritual de la Profesión Religiosa, que el Sumo Pontífice Pablo VI ha aprobado con
su
Autoridad Apostólica, ha incluido en el Ritual Romano y ha mandado publicarlo. Por lo cual
esta Sagrada
Congregación para el Culto Divino, lo promulga por especial mandato del mismo Sumo
Pontífice.
Las Conferencias Episcopales procurarán que las versiones de este Ritual se hagan con
cuidado y
solicitud, si es preciso, por medio de Comisiones mixtas de las varias naciones de una misma
lengua, de
común acuerdo con los organismos de Superiores, que en cada nación se encargan de
ordenar y dirigir
todo lo perteneciente a los religiosos.
Los Institutos religiosos, teniendo en cuenta que el rito de la Profesión debe expresar la
naturaleza y el
espíritu de cada familia religiosa, adaptarán este Ritual de modo que manifieste con claridad
su propio
carácter; y lo enviarán cuanto antes a esta Sagrada Congregación para el Culto Divino con el
fin de que
sea aprobado.
Sin que obste ninguna disposición contraria.
En la Sede de la Sagrada Congregación para el Culto Divino, el 2 de febrero de 1970, en la fiesta
de la Presentación del Señor.
Benno Card. Gut
Prefecto

A. Bugnini

Secretario
Sacra Congregatio Pro Cultu Divino

Argentinae
Instante Excellentissimo Domino Adulpho Tortolo, Archiepiscopo Paranensi, Praeside Coetus
Episcoporum Argentinae, litteris die 2 Decembris 1974 datis, vigore facultatum huic Sacrae
Congregationi
a Summo Pontifice Paulo VI tributarum, popularem interpretationem Ordinis Professionis
Religiosae, prout
in adnexo exstat exemplari, perlibenter probamus seu confirmamus.
In textu autem imprimendo mentio fiat de confirmatione ab Apostolica Sede concessa.
Eiusdem
insuper textus impressi duo exemplaria transmittantur ad hanc Sacram Congregationem.

Contrariis quibuslibet minime obstantibus.


Ex aedibus Sacrae Congregationis pro Cultu Divino, die 16 Decembris 1974.

Iacobus R. Card. Knox


Praefectus

A. Bugnini

Archiep. tit. Diocletianen.

a Secretis

Notas Preliminares
I. Naturaleza propia de la Profesión Religiosa
1.
Son muchos los fieles que llamados por Dios se consagran al servicio del Señor y al bien de
los
hombres, mediante los vínculos sagrados de la religión y se esfuerzan por seguir más de
cerca a Cristo
Jesús mediante la observancia de los consejos evangélicos.1
De este modo, la gracia del Bautismo produce en ellos más abundantes frutos.2
2.
La Iglesia, Madre piadosa, ha tenido siempre en gran estima la vida religiosa que, bajo la guía
del
Espíritu Santo, ha adquirido diversas formas en el decurso de los siglos;3 la ha elevado a la
dignidad de
estado canónico; ha aprobado a muchas familias religiosas, que protege con prudentes
leyes.4 La misma
Iglesia, por tanto, recibe los votos de los que profesan, les alcanza de Dios, mediante su
oración pública,
los auxilios y la gracia, los encomienda a Dios y les imparte su espiritual bendición, asociando
su oblación
al sacrificio eucarístico.5

II. Ritos para las diversas etapas de la vida religiosa


3.
Las etapas por las cuales los religiosos se consagran a Dios y a la Iglesia son: el noviciado, la
primera
profesión u otros sagrados vínculos, la profesión perpetua. A todo lo cual se añade -conforme
a las
Constituciones de los Institutos- la renovación de votos.
4.
El noviciado, por el que comienza la vida religiosa en el Instituto, 6 es tiempo de prueba tanto
para el
novicio como para su familia religiosa. Conviene que al comienzo del noviciado se realice
algún rito, por el
cual se implore la gracia de Dios para alcanzar el fin al que se ordena. Por su misma
naturaleza, este rito
debe ser sobrio y breve, reservado a la comunidad. Debe realizarse fuera de la Misa.
5.
Sigue la primera profesión, por la cual el novicio promete la observancia de los consejos
evangélicos
mediante los votos temporales emitidos ante Dios y ante la Iglesia. La emisión de los votos
temporales
puede hacerse dentro de la Misa pero sin especial solemnidad. El rito de la primera profesión
incluye la
entrega del hábito y de las demás insignias de la vida religiosa, según una antiquísima
costumbre de
entregar el hábito al concluir el tiempo de prueba: el hábito es signo de la consagración.7
6.
Concluido el tiempo establecido se emite la profesión perpetua, por la que el religioso se
entrega
perpetuamente al servicio de Dios y de la Iglesia. Por la profesión perpetua se representa a
Cristo unido
con su Esposa la Iglesia con vínculo indisoluble.8 El rito de la profesión perpetua ha de
celebrarse con la
conveniente solemnidad preferentemente dentro de la Misa ante los religiosos de la
comunidad y el
pueblo.9 Sus distintas partes son:
a) el llamado o petición de los profesandos, que puede omitirse, según los casos;
b) la homilía o exhortación por la que se instruye al pueblo y a los profesandos sobre el bien
de la vida
religiosa;
c) el interrogatorio, por el que el celebrante o el superior se cerciora de la disposición de los
profesandos a consagrarse a Dios y a seguir la caridad perfecta, conforme a la Regla de su
familia
religiosa;
d) la súplica litánica, por la que se eleva la oración a Dios Padre y se suplica la intercesión de
la
Santísima Virgen María y de todos los Santos;
e) la emisión de la profesión religiosa que se hace ante la Iglesia siendo testigos el legítimo
superior del
Instituto y el pueblo;
f) la bendición solemne o consagración de los profesos por la que la Madre Iglesia confirma la
profesión religiosa mediante la consagración litúrgica, rogando al Padre Celestial que derrame
abundantemente sobre los profesos los dones del Espíritu Santo;
g) la entrega de las insignias de la profesión, si esta es la costumbre de la familia religiosa, por
las que
se significa externamente la entrega perpetua a Dios.
7.
En algunas familias religiosas, conforme a las Constituciones, se renuevan los votos en fechas
determinadas.
Esta renovación puede hacerse dentro de la Misa, pero sin solemnidad, sobre todo si los votos
se
renuevan frecuentemente o cada año.
El rito litúrgico sólo se refiere a aquella renovación que tiene valor jurídico. Sin embargo, hay
familias
religiosas en las que se ha introducido la costumbre de renovar los votos sólo por motivos de
piedad. Esto
se puede hacer de muchos modos; pero no es recomendable hacer públicamente dentro de la
Misa lo que
es sólo un acto de piedad privado. Pero si pareciere oportuno renovar públicamente los votos
en
determinados aniversarios, como por ejemplo, en el 25° o 50° aniversario de vida religiosa, se
puede usar,
convenientemente adaptado, el rito de la renovación de los votos.
8.
Cada uno de estos ritos en atención a su diversa índole, requiere su propia celebración. Por
eso, ha de
evitarse en absoluto la convergencia de ritos en una misma acción litúrgica.

III. Misa que debe celebrarse en el Rito de la Profesión Religiosa


9.
Siempre que la profesión religiosa -sobre todo la perpetua- se celebra dentro de la Misa es
conveniente
decir una de las Misas rituales "en el día de la profesión religiosa", que están en el Misal
Romano. Pero en
la ocurrencia de una solemnidad o de un domingo del Tiempo de Adviento, Cuaresma o
Pascua y en la
octava de Pascua, se dice la Misa del día, empleando -si pareciera oportuno- fórmulas propias
en la
Plegaria eucarística y en la bendición final.
10.
Como quiera que la Liturgia de la Palabra debidamente adaptada a la celebración de la
profesión tiene
gran importancia en orden a ilustrar la naturaleza y obligaciones propias de la vida religiosa,
cuando se
prohíbe la Misa "en el día de la profesión religiosa" se podrá tomar una lectura de las que se
encuentran en
el Leccionario Santoral y Misas Diversas, excepto en el Triduo Sacro, las solemnidades de
Navidad,
Epifanía, Ascensión, Pentecostés y del Cuerpo y de la Sangre del Señor o en otras
solemnidades que han
de celebrarse de precepto.
11.
Para la Misa ritual "en el día de la profesión religiosa" se emplean ornamentos blancos.

IV. Adaptaciones propias de cada Instituto


12.
Las normas dadas para el rito de la iniciación (nn. 1-13) no son obligatorias, salvo que
expresamente
se diga lo contrario (como, por ejemplo, que el rito debe realizarse siempre fuera de la Misa, n.
2) o se
trate de algo que pertenece íntimamente a la naturaleza del rito (por ejemplo, que el rito sea
sencillo y
corto, n. 3).
13.
Salvo derecho particular, todos aquellos que hacen o renuevan la profesión dentro de la
Misa,10 han
de seguir los ritos de la profesión religiosa, de la profesión perpetua, de la renovación de los
votos.
14.
Sin embargo, es conveniente que las familias religiosas adapten el rito de modo que exprese y
presente
mejor la naturaleza y el espíritu de cada Instituto. Con este fin, se concede a todos los
Institutos la
facultad de adaptar el rito que ha de ser aceptado por la Sede Apostólica.
En la adaptación del rito, téngase en cuenta principalmente:
a) el rito ha de tener lugar inmediatamente después del Evangelio;
b) no se cambie en modo alguno la distribución de las partes. Sin embargo, nada obsta para
que
algunas puedan ser omitidas o sustituidas por otras equivalentes;
c) obsérvese fielmente la distinción litúrgica entre la profesión perpetua y la profesión temporal
o la
renovación de votos, no introduciendo en una, partes de otra;
d) como se dice en su lugar, pueden y aún deben cambiarse muchas fórmulas del rito de la
profesión
para que en ellas se manifieste mejor la naturaleza y el espíritu del Instituto. Así como el Ritual
Romano
trae muchas fórmulas ad libitum, también los Rituales particulares pueden añadir otras
fórmulas del mismo
género.
15.
Puesto que la profesión "delante del Santísimo Sacramento" antes de la comunión no se
aviene con el
recto sentido de la Liturgia, se prohíbe que en adelante nuevas familias religiosas adopten
este rito. Y se
aconseja a los Institutos que por derecho particular lo emplean, que dejen de usarlo.
Asimismo, se exhorta a todos aquellos religiosos que tienen rito particular que supriman todo
lo que
manifiestamente contradice los principios de la Liturgia instaurada y se adhieran y sigan las
más puras
formas de la Liturgia. De esta manera se conseguirá la sobriedad, la dignidad y la mayor
unidad, tan
recomendables en este punto.11

Profesión de los Religiosos


I. Normas Para el Rito de la Iniciación en la Vida Religiosa
1.
En el día en que comienza el noviciado canónico es conveniente realizar un rito para obtener
de Dios
la gracia de alcanzar el fin al que se ordena.
2.
Se prohíbe realizar el rito de la iniciación dentro de la Misa.
3.
El rito debe ser sencillo, sobrio y reservado sólo a la comunidad.
4.
Evítese en los textos del rito todo lo que de algún modo pareciera disminuir la libertad de los
novicios
o deformar el verdadero sentido del noviciado o prueba.
5.
Para realizar este rito elíjase la sala capitular u otro lugar conveniente. Si fuera necesario,
puede
celebrarse en la capilla.

Descripción del rito


El rito puede insertarse convenientemente dentro de una celebración de la Palabra que
explique la
naturaleza de la vida religiosa y manifieste la índole del Instituto.

Ritos Iniciales
6.
El rito comienza oportunamente con el saludo del Superior o el canto de un Salmo u otro
himno
adecuado.
7.
El Superior pregunta a los postulantes qué piden, con estas u otras palabras semejantes:
Estimadísimos hermanos (hijos),
¿qué desean de nosotros?
Todos los postulantes responden juntos con estas u otras palabras semejantes:
Que podamos participar y experimentar su vida,
que seamos probados por ustedes
y que, deseosos de seguir a Cristo,
nos permitan ser admitidos en esta familia N.
El Superior responde:
Que la ayuda de Dios los acompañe.
Todos:
Amén.
8.
Si se prefiere, omitiendo el interrogatorio, se hace la petición de este modo: uno de los
postulantes en
nombre de todos, dirigiéndose al Superior y a la comunidad, dice estas palabras:
Impulsados por la gracia de Dios,
deseamos compartir su vida y experimentarla;
les pedimos que nos enseñen a imitar a Cristo crucificado,
a vivir en la pobreza, castidad y obediencia;
a entregarnos a la oración y ejercitar la penitencia,
a servir a la Iglesia y a todos los hombres,
a llegar con ustedes a la unidad del amor.
Ayúdennos a dar testimonio
en toda nuestra vida
de los preceptos del Evangelio.
Enséñennos la Regla
y a vivir el amor fraterno.
O con otras palabras semejantes que los mismos postulantes hayan elegido.
El Superior responde con estas u otras palabras semejantes:
Dios misericordioso
les conceda la ayuda de su gracia
y a nosotros nos ilumine el Divino Maestro.
Todos:
Amén.
9.
Terminado el interrogatorio o la petición, el Superior dice:
Oremos.
Dios, que inspiras e impulsas la vocación religiosa,
escucha con bondad
las súplicas de tus hijos N.N.
que desean ingresar en nuestra familia;
y concede benigno
que la vida común
se convierta en fraterna comunidad de amor.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.

Celebración de la Palabra de Dios


10.
Se leen textos adecuados de la Sagrada Escritura, intercalando responsorios convenientes (cf.
pp.
396-400).
11.
Luego, el Superior habla a la comunidad y a los postulantes sobre la naturaleza de la vida
religiosa y la
índole del Instituto, o lee un capítulo adecuado de la Regla.

Conclusión del Rito


12.
Conviene concluir el rito con la oración universal o de los fieles y la Oración del Señor, a la
que puede
añadirse alguna oración adecuada, por ejemplo:
Dios, autor y dispensador de la vocación religiosa,
mira con bondad a estos hijos tuyos
que desean experimentar esta vida
en nuestra compañía;
concédeles
que conozcan tu voluntad,
y haz que perseveremos en tu servicio.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
13.
Después, el Superior entrega al Maestro los novicios recién recibidos y los saluda
fraternalmente junto
con los hermanos, según la costumbre de la familia religiosa.
Mientras tanto se canta un himno o un cántico adecuado.

II. Rito de la Profesión Temporal dentro de la Misa


14.
El rito que aquí se describe tiene lugar dentro de la Misa. Pueden seguirlo sólo aquellos
religiosos que
emiten la primera profesión, después de terminado felizmente el noviciado (cf. Notas prel., n.
5, p. 302).
15.
Se dice la Misa correspondiente a la liturgia del día o la Misa ritual "para el día de la primera
profesión
religiosa", conforme a las rúbricas (cf. Notas prel., n. 9, p. 303).
16.
En los Institutos clericales corresponde al Superior que recibe la profesión celebrar el sacrificio
eucarístico. En los Institutos laicales dispóngase, en un lugar conveniente del presbiterio, un
sitial para el
Superior que ha de recibir la profesión de los hermanos.
17.
La profesión religiosa se hace normalmente en la sede, la cual, si las circunstancias lo
aconsejaren, se
prepara oportunamente ante el altar; los bancos para los profesandos se han de colocar en el
presbiterio,
de tal forma que los fieles puedan seguir perfectamente toda la acción litúrgica.
18.
Prepárese el pan y el vino para consagrar en cantidad suficiente que alcance para los
ministros, los
profesandos, sus padres y familiares y sus hermanos en religión. Por lo que, si sólo se emplea
un cáliz,
sea éste suficientemente grande.
19.
Además de todo lo necesario para la celebración de la Misa, prepárese:
- el ritual de la profesión religiosa;
- el hábito, si la familia religiosa determinara entregarlo a sus miembros en la primera
profesión
(cf. Notas prel., n. 5, p. 302);
- el libro de la Regla o de las Constituciones y las demás insignias de la profesión religiosa
que,
por ley o por costumbre, hayan de ser entregadas.

Rito de entrada
20.
Una vez congregado el pueblo y la comunidad y dispuestas convenientemente todas las
cosas, entra la
procesión y se dirige hacia el altar por la nave de la iglesia mientras el pueblo canta la antífona
de entrada.
La procesión se hace como de costumbre. Es de desear que también formen parte de ella los
profesandos
acompañados por su Maestro y, en los Institutos laicales, por su Superior.
21.
Una vez llegados al presbiterio, hecha la debida reverencia al altar, ocupan los lugares
preparados para
ellos; luego continúa la Misa.

Liturgia de la Palabra
22.
En la Liturgia de la Palabra, todo se hace como de costumbre, excepto:
- las lecturas pueden tomarse de la Misa del día o de los textos que se proponen en las pp.
390-394 (cf. Notas prel., nn. 9-10);
- el Credo no se dice, aun cuando las rúbricas de la Liturgia del día lo prescriban.

Profesión religiosa
Llamado o Petición
23.
Terminado el Evangelio, el celebrante y el pueblo se sientan y los profesandos permanecen de
pie.
Entonces si se desea o lo piden las circunstancias, el Diácono o el Maestro de novicios los
llama por su
nombre y éstos responden con estas u otras palabras, según la costumbre de la familia
religiosa o del
lugar:
Aquí estoy, Señor, porque me has llamado.
24.
Luego, el Celebrante interroga a los profesandos con estas u otras palabras semejantes:
Hermanos (hijos) muy queridos,
¿qué piden a Dios
y a su Santa Iglesia?
Todos los profesandos responden juntos, con estas u otras palabras semejantes:
La gracia de poder servir a Dios
de un modo más perfecto
en esta comunidad religiosa,
y que él nos asista con su misericordia.
El Celebrante y toda la comunidad responden:
Demos gracias a Dios.
25.
Si se prefiere, omitiendo el llamado y el interrogatorio del Celebrante, se hace la petición, por
ejemplo
así: uno de los que van a profesar, de pie ante el Celebrante (o el Superior) dice en nombre de
todos, estas
u otras palabras semejantes:
Nosotros, N.N.
teniendo pleno conocimiento de la Regla,
y después del tiempo de prueba,
habiendo convivido en fraterna compañía con ustedes
por la bondad de Dios,
les pedimos, Reverendo Padre (Hermano),
nos concedan emitir la profesión religiosa
en esta familia N.
para que podamos dedicarnos totalmente a Dios
y a la extensión de su Reino.
El Celebrante y toda la comunidad responden:
Demos gracias a Dios.

Homilía o Alocución
26.
A continuación todos se sientan y el Celebrante hace una homilía en la que explica las
lecturas
bíblicas, la gracia y la función de la profesión religiosa en orden a la santificación de los
elegidos, y al bien
de la Iglesia y de toda la familia humana.

Interrogatorio
27.
Terminada la homilía, los profesandos se ponen de pie; el Celebrante les pregunta si están
preparados
para entregarse a Dios y para seguir la caridad perfecta, según la Regla y las Constituciones
de su familia
religiosa. Las preguntas que aquí se proponen pueden cambiarse u omitirse en parte, según la
índole o
naturaleza de cada familia religiosa.
El Celebrante interroga:
Queridísimos hermanos (hijos):
Ya han sido consagrados a Dios por el agua y el Espíritu Santo,
¿quieren unirse más íntimamente a él
con el nuevo vínculo de la profesión religiosa?
Todos los profesandos responden juntos:
Sí, quiero.
Celebrante:
Para poder seguir a Cristo de un modo más perfecto,
¿están decididos a guardar la castidad
por el Reino de los Cielos,
abrazar la pobreza voluntaria
y aceptar la obediencia?
Profesandos:
Sí, estoy decidido.
28.
Entonces el Celebrante confirma esta decisión diciendo estas u otras palabras semejantes:
Dios todopoderoso
les conceda esta gracia
por su gran misericordia.
Todos:
Amén.

Impetración de la Gracia Divina


29.
Luego, el Celebrante pide el auxilio divino diciendo:
Oremos.
Y según las circunstancias, todos oran en silencio durante breves momentos:
Dios de bondad,
dirige tu mirada
sobre estos hijos tuyos
que hoy, ante tu Iglesia,
desean consagrar su vida
profesando los consejos evangélicos;
concede misericordioso,
que su entrega glorifique tu nombre
y contribuya a la redención de las almas.
Por Cristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.

Profesión
30.
Terminada la oración, si así se acostumbra en la familia religiosa, dos hermanos profesos,
permaneciendo de pie al lado del Celebrante (o del Superior), desempeñan la función de
testigos. Los
profesandos se acercan al Celebrante, uno por uno, y leen la fórmula de profesión.
Si son muchos, la fórmula de profesión puede ser recitada por todos a la vez, pero cada uno
dice al
final las palabras Lo prometo u otras semejantes que manifiesten abiertamente la decisión de
cada uno.
Después de la profesión, los religiosos vuelven a su lugar y permanecen de pie.
Entrega de las Insignias de la Profesión
31.
Después de esto, el Maestro de novicios y otros religiosos entregan el hábito a los profesos,
que lo
revisten en el presbiterio o en otro lugar conveniente. Mientras tanto se canta, según las
circunstancias, la
antífona: Felices los que son fieles al Señor, porque entrarán en su santuario.
Con el Salmo 23 u otro canto adecuado. La antífona se repite cada dos versículos; al final del
salmo
no se dice Gloria al Padre, sino la antífona. Si la entrega del hábito concluye antes de que
termine el
Salmo, éste se interrumpe y se repite la antífona.
32.
Luego, donde es costumbre, los neo-profesos, revestidos del hábito religioso, se acercan al
Celebrante
(o al Superior) quien les entrega a cada uno la Regla o la Constitución, con estas u otras
palabras
semejantes: Recibe la Regla de nuestra (esta) familia religiosa, para que, observándola con
fidelidad,
alcances la caridad perfecta.
El profeso responde:
Amén.
Y, una vez recibido el Libro, vuelve a su lugar y permanece de pie.
33.
Si los neo-profesos son muchos, o por otra causa justa, el Celebrante (o Superior) les entrega
la Regla
recitando la fórmula una vez para todos con estas u otras palabras semejantes:
Reciban la Regla de nuestra (esta) familia religiosa,
para que, observándola con fidelidad,
alcancen la caridad perfecta.
Los profesos responden todos juntos:
Amén.
Y se acercan al Celebrante (o al Superior) que les entrega la Regla o las Constituciones. Una
vez
recibido el Libro, los profesos vuelven a sus lugares y permanecen de pie.
34.
Si, según las leyes o costumbres de alguna familia religiosa, se han de entregar otras insignias
de
profesión, entréguense en este momento, en silencio o con una fórmula adecuada. Obsérvese
en esto
suma sobriedad.

Otro modo de Entregar las Insignias de la Primera Profesión


35.
Una vez emitida la profesión, el Celebrante (o el Superior) ayudado por el Maestro de novicios,
entrega a cada profeso el hábito religioso, diciendo, por ejemplo:
Recibe este hábito
signo de tu consagración.
Que él manifieste siempre
tu fidelidad al Señor.
El profeso responde:
Amén.
Y se reviste del hábito en un lugar conveniente. Después que el primero o el segundo profeso
ha
recibido el hábito, el pueblo, según las circunstancias canta la antífona:
Felices los que son fieles al Señor,
porque entrarán en su santuario.
Con el Salmo 23 u otro canto adecuado. La antífona se repite cada dos versículos; al final del
Salmo
no se dice Gloria al Padre, sino la antífona. Si la entrega del hábito concluye antes de que
termine el
Salmo, éste se interrumpe y se repite la antífona.
36.
Luego, donde es costumbre, los neo-profesos, revestidos del hábito religioso, se acercan al
Celebrante
(o Superior) quien les entrega a cada uno la Regla o las Constituciones, con estas u otras
palabras
semejantes:
Recibe la Regla de nuestra (esta) familia religiosa,
para que, observándola con fidelidad,
alcances la caridad perfecta.
El profeso responde:
Amén.
Y una vez recibido el libro, vuelve a su lugar y permanece de pie.
37.
Si los neo-profesos son muchos, o por otra causa justa, el Celebrante (o el Superior) les
entrega la
Regla recitando la fórmula una sola vez.

Otras Insignias
Si, según las leyes o costumbres de alguna familia religiosa, se han de entregar otras insignias
de
profesión, entréguense en este momento, en silencio o con una fórmula adecuada. Obsérvese
en esto
suma sobriedad.

Conclusión del Rito de la Profesión


38.
El rito concluye de modo adecuado con la oración universal o de los fieles; puede utilizarse la
fórmula
que se propone en los nn. 94-96, pp. 337-340.

Liturgia de la Eucaristía
39.
Mientras se canta, al ofertorio algunos neo-profesos llevan al altar pan, vino y agua para el
sacrificio
eucarístico.
40.
Si pareciere conveniente, en esta Misa, el celebrante da la paz a cada neo-profeso según la
costumbre
del lugar o de la familia religiosa.
41.
Después que el Celebrante ha comulgado con el Cuerpo y la Sangre del Señor, los neo-
profesos se
acercan al altar para recibir la comunión bajo las dos especies. Después de ellos los padres y
también los
otros familiares y cohermanos pueden recibir la comunión bajo las dos especies.

III. Rito de la Profesión Perpetua dentro de la Misa


42.
Para la celebración del rito de la profesión -por la que el religioso se consagra a Dios
perpetuamentese
elegirá con preferencia un domingo o las solemnidades del Señor, de la Virgen, o de los
Santos que más
se distinguieron en la vida religiosa.
43.
El rito de la profesión perpetua se celebra separadamente de los demás ritos de la profesión
(cf. Notas
prel., n. 8, p. 303).
44.
Avísese oportunamente a los fieles el día y la hora para que puedan acudir en el mayor
número
posible.
45.
Se dice la Misa correspondiente a la liturgia del día o la Misa ritual "para el día de la profesión
perpetua" de los religiosos, según las rúbricas (cf. Notas prel., n. 9, p. 303).
46.
Prefiérase la Misa concelebrada, presidida por el Superior sacerdote que ha de presidir la
profesión,
siempre que fuera posible y que la utilidad de los fieles no requiera la celebración particular de
todos los
sacerdotes presentes.
47.
Normalmente la profesión se realiza en la iglesia de la familia religiosa. Pero, se puede
celebrar en la
iglesia catedral o parroquial o en cualquier otra iglesia importante, si pareciere oportuno por
razones
pastorales, para honor de la vida religiosa y edificación del pueblo de Dios y para facilitar una
mayor
asistencia.
48.
Asimismo, si alguna vez dos o más familias religiosas desean emitir la profesión en el mismo
sacrificio
eucarístico, sería oportuno que la profesión tuviera lugar en la Catedral, en la parroquia o en
cualquier otra
iglesia importante, concelebrando los superiores de los Institutos bajo la presidencia del
Obispo. Los
profesandos emitirán entonces sus votos ante su respectivo Superior.
49.
Dése a la acción litúrgica la conveniente solemnidad, como lo exige la naturaleza del rito, pero
evitando la suntuosidad que desdice de la pobreza religiosa.
50.
La profesión religiosa se hace normalmente junto a la sede; sin embargo para facilitar la
participación
de los fieles, puede ser conveniente colocar la sede para el Celebrante ante el altar. En los
Institutos
Laicales, colóquese en un lugar conveniente del presbiterio la sede para el Superior que ha de
recibir la
profesión de los hermanos; también en el presbiterio dispónganse los bancos para los
religiosos que han de
profesar de modo que los fieles puedan seguir perfectamente la acción litúrgic a.
51.
Prepárese el pan y el vino para consagrar en cantidad suficiente que alcance para los
ministros, los
profesandos, sus padres y familiares y hermanos en religión. Por tanto, si sólo se emplea un
cáliz, sea éste
suficientemente grande.
52.
Además de todo lo necesario para la Misa, prepárese:
- el ritual de la profesión religiosa;
- las insignias de la profesión, que conforme a las leyes y costumbres de la familia religiosa,
hubieran de ser entregadas.

Rito de entrada
53.
Una vez congregado el pueblo y la comunidad, y dispuestas convenientemente todas las
cosas, entra
la procesión y se dirige hacia el altar por la nave de la iglesia, mientras el pueblo canta la
antífona de
entrada. La procesión se hace como de costumbre. Es de desear que también formen parte de
ella los
hermanos que van a profesar, acompañados por su Maestro y, en los Institutos laicales, por su
Superior.
Una vez llegados al presbiterio, hecha la debida reverencia al altar, ocupan los lugares
preparados para
ellos; luego continúa la Misa.

Liturgia de la Palabra
54.
En la Liturgia de la Palabra, todo se hace como de costumbre, excepto:
- las lecturas pueden tomarse de la Misa del día o de los textos que se proponen en las pp.
396-400 (cf. Notas prel., nn. 9-10, p. 303);
- el Credo no se dice, aun cuando las rúbricas de la liturgia del día lo prescriban;
- también se omite la Oración de los Fieles.

Profesión religiosa
Llamado o Petición
55.
Terminado el Evangelio, el Celebrante y el pueblo se sientan y los que van a profesar
permanecen de
pie. Entonces, si se desea o lo piden las circunstancias, el Diácono o el Maestro los llama por
su nombre y
éstos responden con estas u otras palabras, según la costumbre de la familia religiosa o del
lugar.
Aquí estoy, Señor, porque me has llamado.
56.
Luego el Celebrante interroga a los profesandos con estas u otras palabras semejantes:
Hermanos (hijos) muy queridos:
¿qué piden al Señor
y a su santa Iglesia?
Todos juntos responden con estas u otras palabras semejantes:
Perseverar hasta la muerte
en el servicio de Dios
en esta comunidad religiosa.
El Celebrante y toda la comunidad responden:
Demos gracias a Dios.
57.
Si se prefiere, omitiendo el llamado y el interrogatorio del Celebrante, se hace la petición, por
ejemplo
así: uno de los que van a profesar, de pie, ante el Celebrante (o el Superior) dice, en nombre
de todos,
estas u otras palabras semejantes:
Nosotros, N.N.,
habiendo experimentado en esta comunidad
la vida de consagración a Dios,
te pedimos humildemente, Padre (Hermano),
emitir la profesión perpetua
en esta familia N.
para gloria de Dios
y servicio de la Iglesia.
El Celebrante y toda la comunidad responden:
Demos gracias a Dios.

Homilía o Alocución
58.
A continuación todos se sientan, y el Celebrante hace una homilía, en la cual explica las
lecturas
bíblicas, la gracia y la función que la profesión religiosa realiza en orden a la santificación de
los elegidos,
y el bien de la Iglesia y de toda la familia humana.

Interrogatorio
59.
Terminada la homilía, los profesandos se ponen de pie; el Celebrante les pregunta si están
preparados
para entregarse a Dios y para seguir la caridad perfecta, según la Regla y las Constituciones
de su familia
religiosa. Las preguntas que aquí se proponen pueden cambiarse u omitirse en parte, según la
índole o
naturaleza de cada familia religiosa.
El Celebrante interroga diciendo:
Queridísimos hijos (hermanos):
Por el bautismo ya han muerto al pecado
y han sido consagrados a Dios.
¿Quieren unirse más íntimamente a él
con el nuevo vínculo de la profesión perpetua?
Todos responden juntos:
Sí, quiero.
Celebrante:
¿Quieren con la gracia de Dios,
abrazar y observar para siempre
la misma vida de perfecta continencia,
de obediencia y pobreza,
que Cristo y su Madre, la Virgen María,
eligieron para sí?
Profesandos:
Sí, quiero.
Celebrante:
¿Quieren tender, con voluntad firme y constante,
a un amor perfecto hacia Dios y el prójimo,
mediante la práctica fiel del Evangelio
y de la Regla de ésta su familia?
Profesandos:
Sí, quiero.
Celebrante:
¿Quieren, con la ayuda del Espíritu Santo,
entregar generosamente toda su vida
al servicio del Pueblo de Dios?

Profesandos:
Sí, quiero.
60.
Para las familias religiosas dedicadas totalmente a la vida contemplativa es conveniente
agregar:
Celebrante:
¿Quieren vivir sólo para Dios
en la soledad y el silencio,
en oración asidua y gozosa penitencia,
en el trabajo humilde
y en las obras santas?
Profesandos:
Sí, quiero.
61.
Entonces, el Celebrante confirma esta decisión, diciendo estas u otras palabras semejantes:
El que comenzó en ustedes la obra buena,
él mismo la lleve a su plenitud,
en el día de Cristo Jesús.
Todos:
Amén.

Súplica Litánica
62.

Luego, todos se ponen de pie, y el celebrante con las manos juntas, mirando hacia el pueblo,
dice:
Queridos hermanos:
Oremos a Dios todopoderoso,
que derrame con abundancia
la gracia de su bendición
sobre estos hijos suyos
que ha llamado
a seguir a Cristo de un modo más perfecto,
y que por su misericordia
los confirme en su decisión.
El Diácono dice:
Nos ponemos de rodillas.
63.
A continuación todos se arrodillan, también el Celebrante. Durante el tiempo pascual y en los
domingos, el Diácono no dice Nos ponemos de pie. Pero donde exista la costumbre de que los
profesandos se postren, puede conservarse.
64.
Los cantores comienzan las Letanías a las que todos responden. En estas Letanías puede
omitirse una
de las dos peticiones que tienen la misma letra. En el lugar correspondiente pueden agregarse
algunas
invocaciones de Santos particularmente honrados por la familia religiosa o por el pueblo y,
según las
circunstancias, también otras peticiones.
Señor, ten piedad de nosotros Señor, ten piedad de nosotros
Cristo, ten piedad de nosotros Cristo, ten piedad de nosotros
Señor, ten piedad de nosotros Señor, ten piedad de nosotros
Santa María, Madre de Dios ruega por nosotros
San Miguel ruega por nosotros
Todos los Santos Ángeles ruegen por nosotros
San Juan Bautista ruega por nosotros
San José ruega por nosotros
Santos Pedro y Pablo ruegen por nosotros
San Juan ruega por nosotros
Santa María Magdalena ruega por nosotros
Santos Esteban y Lorenzo ruegen por nosotros
Santa Inés ruega por nosotros
San Basilio ruega por nosotros
San Agustín ruega por nosotros
San Benito ruega por nosotros
San Bernardo ruega por nosotros
Santos Francisco y Domingo ruegen por nosotros
San Ignacio de Loyola ruega por nosotros
San Vicente de Paúl ruega por nosotros
San Juan Bosco ruega por nosotros
Santa Catalina de Siena ruega por nosotros
Santa Teresa de Jesús ruega por nosotros
Todos los Santos y Santas de Dios ruegen por nosotros
Muéstrate propicio escúchanos, Señor
De todo mal líbranos Señor
De todo pecado líbranos Señor
De la muerte eterna líbranos Señor
Por tu Encarnación líbranos Señor
Por tu Muerte y Resurrección líbranos Señor
Por la venida del Espíritu Santo líbranos Señor
Nosotros que somos pecadores, te pedimos
te rogamos, óyenos
a) Que concedas una vida más fecunda a tu Iglesia, por la oblación y apostolado de tus
servidores
te rogamos, óyenos
a) Que acrecientes los dones del Espíritu Santo en tu servidor el Papa N. y en todos los
Obispos
te rogamos, óyenos
b) Que ordenes la vida y la obra de los religiosos para utilidad de la familia humana
te rogamos, óyenos
b) Que conduzcas a todos los hombres a la plenitud de la vida cristiana
te rogamos, óyenos
c) Que conserves y aumentes la caridad de Cristo y el espíritu de los fundadores en las
familias a
ti consagradas
te rogamos, óyenos
c) Que asocies más plenamente a la obra de la redención a todos los que profesan los
consejos
evangélicos
te rogamos, óyenos
d) Que enriquezcas con los dones celestiales a los padres de estos hijos que generosamente
te los
han ofrecido
te rogamos, óyenos
d) Que conformes a estos hijos tuyos a la imagen de Cristo, primogénito de muchos hermanos
te rogamos, óyenos
e) Que concedas a estos hijos tuyos la virtud de la perseverancia
te rogamos, óyenos
e) Que bendigas, santifiques y consagres a estos hijos tuyos
te rogamos, óyenos
Cristo, óyenos Cristo, óyenos
Cristo, escúchanos Cristo, escúchanos
65.
Después, el Celebrante se pone de pie y, con las manos juntas, dice:
Escucha, Señor,
las súplicas de tu pueblo
y prepara con tu gracia los corazones de tus hijos,
para que el fuego del Espíritu Santo
purifique de toda mancha
los corazones a ti consagrados,
y los haga arder
con el fuego de tu amor.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
El Diácono, si es el caso, dice:
Nos ponemos de pie.

Profesión
66.
Terminada la Súplica litánica, dos religiosos profesos, como es costumbre en las familias
religiosas, se
dirigen a la sede del Celebrante (o del Superior) y, permaneciendo allí de pie, desempeñan el
papel de
testigos. Los profesandos se acercan al Celebrante (o al Superior) uno por uno, y leen la
fórmula de
Profesión que con anterioridad habrán escrito con su propia mano.
67.
Es preferible que a continuación el neo-profeso se dirija al altar y coloque sobre él la carta de
profesión; y, si puede hacerse cómodamente, firme la carta sobre el mismo altar. Una vez
hecho esto,
vuelve a su lugar.
68.
Terminado esto, los profesos, de pie, pueden cantar, según la costumbre de la familia
religiosa, una
antífona u otro canto que exprese el gozo y el sentido de la donación (Sal 22. 33. 97. 99. 137)
o el Cántico
de la Virgen María.
Recíbeme Señor, según tu promesa, y viviré y no quede frustrada mi esperanza.

Bendición Solemne o Consagración del Profeso


69.
Los neo-profesos se arrodillan, y el Celebrante, con las manos extendidas hacia ellos, dice la
oración
de bendición Dios, fuente y origen, en la cual pueden omitirse las palabras entre paréntesis;
también puede
decirse la oración Dios, que santificas a tu Iglesia, que se encuentra en el n. 70, p. 329.
Dios, fuente y origen de toda santidad:
el amor hacia el hombre, tu creatura,
ha sido tan inmenso
que lo elevaste a participar
de tu vida divina,
don que ni el pecado de Adán
ni las culpas del mundo
fueron capaces de cambiar.
En efecto, en los albores de los tiempos
nos diste a Abel
como ejemplo de vida inocente;
suscitaste entre los hebreos,
tu pueblo elegido, santos varones,
y mujeres distinguidas por su fortaleza y virtud,
entre las que resplandece la Hija de Sión,
la Virgen Santísima,
en cuyo seno recibió la naturaleza humana,
para la salvación del mundo,
el Verbo encarnado, Jesucristo nuestro Señor.
El cual, causa y modelo de toda santidad,
se hizo pobre para enriquecernos,
y siervo, para devolvernos la libertad.
En un acto de inefable amor,
por el misterio pascual
redimió al mundo
y santificó a su Iglesia,
para la cual mereció ante ti, Señor,
los dones del Espíritu.
Por inspiración de este mismo Espíritu
atrajiste para que siguieran a Cristo,
hijos sin número
que, abandonándolo todo,
se uniesen a ti con corazón ardiente,
en el suave vínculo del amor
y se entregasen al servicio de todos los hermanos.
Mira, Señor, con ojos bondadosos
a estos hijos tuyos,
que has elegido con especial providencia;
infúndeles el Espíritu que santifica,
para que, lo que alegremente han prometido por tu don,
lo cumplan fielmente con tu ayuda.
Que mediten atentamente
los ejemplos del Divino Maestro
y los imiten con constancia.
(Brille en ellos, Señor,
la castidad perfecta,
la pobreza alegre, la obediencia generosa.
Sean de tu agrado por su humildad,
te sirvan con sencillez de corazón,
permanezcan unidos a ti con amor ferviente.
Acepten con paciencia la contrariedad,
tengan firmeza en la fe,
gocen en la esperanza y obren en el amor).
Que su vida contribuya a la edificación de la Iglesia,
promueva la salvación del mundo
y sea signo clarísimo de los bienes eternos.
Señor, Padre santo,
sé para estos hijos tuyos
ayuda y sostén en la vida
y su premio y recompensa
cuando lleguen al tribunal de tu Hijo,
para que la fidelidad a su entrega
se transforme en alegría,
y arraigados en tu amor
gocen de la compañía de tus santos,
dándote con ellos honor y gloria para siempre.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.

Otra Oración Solemne de Bendición o Consagración de los Profesos


70.
Dios, que santificas a tu Iglesia
y eres digno de toda alabanza:
En el principio creaste al mundo,
y después del pecado de Adán
prometiste cielos nuevos y tierra nueva.
Entregaste la tierra a los hombres
para que la fecundaran con el trabajo,
y por este camino se dirigieran hacia la ciudad celestial.
Congregas en la Iglesia a tus hijos,
regenerados por las aguas del Bautismo,
y les distribuyes nuevos dones
de modo que algunos te sirvan en el matrimonio
y otros renuncien a él por el Reino de los cielos,
compartan todos sus bienes con sus hermanos,
y de tal modo se amen mutuamente
que, teniendo un solo corazón,
presenten una imagen de la eterna Trinidad.
Envía, Señor, tu Espíritu sobre estos siervos tuyos
que con fe firme respondieron al llamado de Cristo.
Fortalece sus corazones,
conforma su vida a la doctrina del Evangelio.
Enciende en ellos el amor fraterno
y que éste se extienda a todos los hombres.
Que por este amor sean signo
de que tú eres el único Dios verdadero
y amas a todos los hombres con infinita caridad.
Haz, Señor, que manteniéndose firmes en los combates de esta vida,
reciban desde ahora el céntuplo prometido
y obtengan el premio eterno.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.

Entrega de las Insignias de la Profesión


71.
Terminada la bendición, si según la costumbre de la familia religiosa han de entregarse
algunas
insignias de la profesión, los neo-profesos se ponen de pie y se acercan al Celebrante que
entrega acada
uno las insignias en silencio o con una fórmula adecuada.
72.
Mientras tanto, el pueblo canta la antífona:
¡Qué amable es tu casa,
Señor del universo!
Con el Salmo 83 u otro canto conveniente. La antífona se repite cada dos versículos; al fin del
Salmo
no se dice Gloria al Padre, sino la antífona. Si la entrega de las insignias termina antes de que
se haya
cantado todo el Salmo, éste se interrumpe y se repite la antífona.
73.
Terminado esto, donde se acostumbra o parece conveniente, los neo-profesos son
incorporados
perpetuamente a su familia religiosa, mediante una fórmula apropiada dicha por el Celebrante
(o el
Superior) o el abrazo de paz, por ejemplo.
El Celebrante (o el Superior) dice estas palabras u otras semejantes:
Los confirmamos
como miembros de esta Familia N.,
para que en adelante
todo lo tengan en común con nosotros.
Según las circunstancias puede añadir:
Cumplan con fidelidad el santo ministerio
que la Iglesia les ha encomendado
para que sea ejercido en su nombre.
Todos los miembros de la comunidad asienten diciendo:
Amén.
U omitido lo anterior, el Celebrante (o el Superior) y los religiosos reciben a los neo-profesos
con el
abrazo de paz o de otro modo, según la costumbre de la familia religiosa.
Mientras tanto, el pueblo canta la antífona:
¡Qué dulce y agradable es
que los hermanos vivan unidos!
Con el Salmo 132, u otro canto conveniente.

Si el abrazo de paz se da en este momento, se omite antes de la comunión.


74.
Luego, los profesos vuelven a sus lugares. Continúa la Misa.

Liturgia de la Eucaristía
75.
Al ofertorio, mientras se canta, algunos de los neo-profesos llevan las ofrendas al altar para el
sacrificio eucarístico.
76.
En las Plegarias eucarísticas, se recuerda la oblación de los profesos con las fórmulas del
misal.
77.
Si el abrazo de paz no fue dado (cf. n. 73, p. 331) el Celebrante lo da en este momento a los
neo-profesos del modo conveniente, según la costumbre del lugar o de la familia religiosa.
78.
Después que el Celebrante ha comulgado con el Cuerpo y la Sangre de Jesús, los neo-
profesos se
acercan al altar para recibir la comunión bajo las dos especies.
Después de ellos los padres y también los otros familiares, y los cohermanos, pueden recibir
la
comunión bajo las dos especies.

Despedida
79.
Concluida la oración después de la comunión, los neo-profesos se acercan al altar y el
Celebrante,
vuelto hacia ellos, puede decir:
Dios, autor de toda obra y misión,
los colme de su gracia
para que por la santidad de vida y de obras,
contribuyan a la edificación del Pueblo de Dios.
Todos:
Amén.
Él mismo los convierta
en testimonio y signo del amor divino
para todos los hombres.
Todos:
Amén.
Y por su bondad, reciba en su gloria
a los que, en esta vida,
llamó a seguir de un modo perfecto a Cristo.
Todos:
Amén.
Otra fórmula de bendición: ver Misal, Misa Ritual.
80.
Finalmente, bendice a todo el pueblo:
Y a todos ustedes que están aquí congregados
los bendiga Dios todopoderoso
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Todos:
Amén.

IV. Rito de la Renovación de los Votos dentro de la Misa


81.
La renovación de los votos, que se hace por ley general de la Iglesia o por especial
prescripción de las
Constituciones, puede hacerse dentro de la Misa, si así pareciere a la familia religiosa.
82.
Celébrese el rito de la renovación de los votos con gran sobriedad, principalmente si los votos
se
renuevan frecuentemente o cada año, conforme a las Constituciones del Instituto.
83.
Se dice la Misa correspondiente a la liturgia del día o la Misa ritual "para el día de la
renovación de los
votos", conforme a las rúbricas (cf. Notas prel., n. 9, p. 303).
84.
En los Institutos Clericales corresponde presidir la celebración del Sacrificio Eucarístico al
Superior
que recibe la renovación de los votos. En los Institutos Laicales colóquese una sede para el
Superior que
ha de recibir la profesión en un lugar conveniente del presbiterio.
85.
Los religiosos que renuevan la profesión pueden recibir la comunión bajo las dos especies.
Por lo cual,
si sólo se emplea un cáliz, que tenga suficiente capacidad.

Liturgia de la Palabra
86.
En la Liturgia de la Palabra todo se hace como de costumbre, excepto:
- las lecturas pueden tomarse de la Misa del día o de los textos que se proponen en las pp.
396-400 (cf. Notas prel., nn. 9-10, p. 303);
- el Credo no se dice, aun cuando las rúbricas de la liturgia del día lo prescriban.
87.
Después del Evangelio se hace la homilía, en la que se explican las lecturas de la Sagrada
Escritura y
la eficacia de la vida religiosa.

Renovación de los votos


Petición de la Gracia Divina
88.
Terminada la homilía, el Celebrante pide el auxilio del Señor, diciendo:
Hermanos muy queridos:
Oremos a Dios, que concede la gracia de la perseverancia,
por estos hijos suyos
que hoy desean renovar su profesión ante la Iglesia.
Todos oran en silencio durante breves momentos. Luego el Celebrante dice:
Mira, Señor, a estos hijos tuyos
que, conforme al designio de tu voluntad,
llamaste a la perfección evangélica,
y concede en tu bondad,
que recorran con perseverancia
el camino de tu amor
que con gozo han iniciado.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.

Renovación de la Profesión
89.
Terminada la oración, si así se acostumbra en la familia religiosa, dos hermanos,
permaneciendo de
pie al lado del Celebrante (o del Superior) desempeñan la función de testigos.
Los que van a renovar la profesión se acercan al Celebrante (o al Superior) uno por uno y leen
la
fórmula de profesión. Si son muchos, la fórmula de profesión puede ser recitada por todos a la
vez, pero
cada uno dice al final las palabras Lo prometo u otras semejantes que manifiesten claramente
la decisión
de cada uno.

Conclusión del Rito de la Renovación de los Votos


90.
El rito concluye de modo adecuado con la Oración de los Fieles; puede utilizarse la fórmula
que se
propone en los nn. 94-96, pp. 337-340.

Liturgia de la Eucaristía
91.
Mientras se canta, al ofertorio algunos de los religiosos que han renovado los votos llevan al
altar las
ofrendas para el sacrificio eucarístico.
92.
El Celebrante da la paz a cada uno de los religiosos que han renovado su profesión como de
ordinario,
o según la costumbre del lugar o la familia religiosa. Si son muchos, da la paz al primero de
ellos y éste a
los demás.
93.
Después que el Celebrante ha comulgado con el Cuerpo y la Sangre del Señor, los religiosos
que han
renovado la profesión, se acercan al altar para recibir la comunión bajo las dos especies.

Oración de los Fieles


ad libitum

Invitación
94.
a) En la Misa de la primera profesión
Queridos hermanos,
nuestra familia espiritual se alegra hoy
porque estos hijos de Dios,
por su primera profesión,
desean entregarse totalmente
al servicio de Cristo y de la Iglesia;
oremos, pues, todos juntos
a Dios Padre, de quien desciende el don de la vocación.
b) En la Misa de la renovación de los votos
Queridos hermanos,
oremos a Dios Padre
por su santa Iglesia,
por la paz y la salvación del mundo,
por nuestra familia religiosa,
y por estos hermanos que hoy renuevan sus votos.

Intenciones
95.
I
a)
Por la santa Iglesia de Dios:
para que adornada por las virtudes de sus hijos,
brille con mayor esplendor
para Cristo, su Esposo.
b)
Por el Sumo Pontífice y todos los Obispos:
para que, cumpliendo fielmente su función pastoral,
alimenten con la palabra y se anticipen a amar
a toda la grey de Cristo.
II
a)
Por la paz y salvación del mundo:
para que todos los religiosos
sean mensajeros y artífices de la paz de Cristo.
b)
Por el bien y la prosperidad de todos los pueblos:
para que los consagrados al servicio divino,
en su búsqueda de las cosas celestiales,
no se despreocupen de la promoción de los hombres.
c)
Por todos los fieles cristianos:
para que escuchen con oídos atentos
la voz interior de Dios
que llama a todos a la santidad.
d)
Por los pobres y afligidos:
para que los religiosos a ejemplo del divino Maestro
se dediquen de todo corazón
a evangelizar a los pobres,
curar a los enfermos,
socorrer a los atribulados.
III
a)
Por todos los religiosos:
para que su vida
sea un signo manifiesto
del Reino futuro.
b)
Por todos los que siguen los consejos evangélicos:
para que en ellos se manifieste
el precepto del amor fraterno
y que, como los primeros discípulos de Jesús,
sean un solo corazón y una sola alma.
c)
Por todos los religiosos:
para que cada uno, según su vocación,
aumente la santidad de la Iglesia
y se empeñe en propagar el Reino de Dios.
IV
a)
Por estos hermanos nuestros
que hoy se han consagrado más íntimamente a Dios
por la profesión religiosa:
para que él, por su bondad,
les infunda el amor a la asidua oración,
a la gozosa penitencia
y al ferviente apostolado.
b)
Por los que hoy se han consagrado
más estrechamente al servicio divino:
para que el Señor mantenga
y aumente en ellos el amor fraterno
y una caridad inquebrantable para con todos.
c)
Por los que hoy profesan los consejos evangélicos:
para que la consagración religiosa
aumente en ellos la santidad
a la que fueron llamados en el bautismo.
d)
Por los que por la profesión religiosa
procuran imitar más de cerca a Cristo:
para que por la castidad
manifiesten la fecundidad de la Iglesia;
con su pobreza
socorran a los indigentes;
y por su obediencia
conduzcan a los que se rebelan
al yugo suave del Redentor.
e)
Por todos los fieles cristianos:
para que siendo luz y fermento del mundo
iluminen con sus virtudes a la sociedad humana
y la renueven por su vida oculta de oración.
f)
Por todos nosotros:
para que cumpliendo con fidelidad
las palabras del Maestro: "Sean perfectos",
demos dignos frutos de santidad,
y, alcanzada la medida de la plenitud de Cristo,
seamos congregados en la Jerusalén celestial.

Oración Conclusiva
96.
a) En la Misa de la primera profesión
Escucha, Señor, las oraciones de tu pueblo,
y por la intercesión de María Santísima, Madre de la Iglesia,
derrama tu Espíritu sobre estos hijos tuyos
que, en tu bondad,
llamaste al perfecto seguimiento de Cristo,
para que confirmen con una entrega total
lo que prometen con un compromiso temporal.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
b) En la Misa de la renovación de los votos
Dios, autor de toda santidad,
escucha con bondad las oraciones de tu familia
y, por la intercesión de la Virgen María,
derrama tu bendición sobre estos hijos tuyos,
para que cumplan fielmente con tu ayuda,
lo que por tu gracia prometieron.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.

Apéndice

Modelo de la Fórmula de Profesión


Toda familia religiosa tiene la facultad de redactar una fórmula de profesión que ha de ser
aprobada
por la Sagrada Congregación de Religiosos e Institutos seculares. Aquí se propone una
fórmula como
modelo:

I. El que Pronuncia los Votos


Yo, N.N.,
impulsado por la firme voluntad de consagrarme más íntimamente a Dios
y de seguir más de cerca a Cristo durante toda mi vida,
prometo para siempre 1 castidad, pobreza y obediencia
según (la Regla y) las Constituciones N.2
en sus manos N.3,
ante los hermanos aquí presentes;
y me entrego de todo corazón a esta familia religiosa,
para que, por la gracia del Espíritu Santo,
y con la ayuda de la Virgen María,
pueda tender a la caridad perfecta para gloria de Dios,
al servicio de la Iglesia.

II. El que Recibe los Votos


En el momento conveniente (cf. Ritual de Religiosos, n. 73; p. 331; Ritual de Religiosas, n. 77,
p.
384) puede decir:
Y yo, con el poder que me ha sido entregado,
en nombre de la Iglesia
recibo sus (tus) votos emitidos en N.
y una vez más los (te) encomiendo a Dios
para que puedan (puedas) llevar a su plenitud
su (tu) entrega,
que ha sido asociada al sacrificio eucarístico.
1 O se dice el período de tiempo por el que se profesa.
2 Se dice el nombre de la familia religiosa.
3 Se dice el nombre o dignidad del Superior que recibe la profesión.

Profesión de las Religiosas


I. Normas para el Rito de la Iniciación en la Vida Religiosa
1.
El día en que comienza el noviciado canónico es conveniente realizar un rito para obtener de
Dios la
gracia de alcanzar el fin al que se ordena el noviciado.
2.
Se prohíbe realizar el rito de la iniciación dentro de la Misa.
3.
El rito sea sencillo, sobrio y reservado sólo a la comunidad.
4.
Evítese en los textos del rito todo lo que de algún modo pareciera disminuir la libertad de las
novicias
o deformar el verdadero sentido del noviciado o prueba.
5.
Para realizar este rito elíjase la sala capitular u otro lugar conveniente. Si fuera necesario,
puede
celebrarse en la capilla.

Descripción del rito


El rito puede insertarse convenientemente dentro de una celebración de la Palabra que
explique la
naturaleza de la vida religiosa y manifieste la índole del Instituto.

Ritos Iniciales
6.
El rito comienza oportunamente con el saludo de la Superiora o el canto de un salmo u otro
himno
adecuado.
7.
La Superiora pregunta a las postulantes qué piden, con estas u otras palabras semejantes:
Queridas hijas (hermanas):
¿qué desean de nosotras?
Todas las postulantes responden juntas con estas u otras palabras semejantes:
Que podamos participar y experimentar la vida de ustedes,
que seamos probadas por ustedes
y que, deseosas de seguir a Cristo,
nos permitan ser admitidas en esta familia N.
La Superiora responde:
Que la ayuda de Dios las acompañe.
Todos:
Amén.
8.
Si se prefiere, omitiendo el interrogatorio, se hace la petición de este modo: una de las
postulantes, en
nombre de todas, dirigiéndose a la Superiora y a la comunidad, dice estas palabras:
Impulsadas por la gracia de Dios,
deseamos compartir la vida de ustedes y experimentarla;
les pedimos que nos enseñen a imitar a Cristo crucificado,
a vivir en la pobreza, castidad y obediencia;
a entregarnos a la oración y ejercitar la penitencia,
a servir a la Iglesia y a todos los hombres,
a llegar con ustedes a la unidad del amor.
Ayúdennos a dar testimonio
en toda nuestra vida
de los preceptos del Evangelio.
Enséñennos la Regla
y a vivir el amor fraterno.
O con otras palabras semejantes que las mismas postulantes hayan elegido.
La Superiora responde con estas u otras palabras semejantes:
Dios misericordioso
les conceda la ayuda de su gracia,
y a nosotras nos ilumine el Divino Maestro.
Todos:
Amén.
9.
Terminado el interrogatorio o la petición, la Superiora dice:
Oremos:
Dios, que inspiras e impulsas la vocación religiosa,
escucha con bondad
las súplicas de tus hijas N.N.
que desean ingresar en nuestra familia;
y concede benigno
que la vida común
se convierta en fraterna comunidad de amor.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.

Celebración de la Palabra de Dios


10.
Se leen textos adecuados de la Sagrada Escritura, intercalando responsorios convenientes (cf.
pp.
396-400).
11.
Luego, la Superiora habla a la comunidad y a los postulantes sobre la naturaleza de la vida
religiosa y
la índole del Instituto, o lee un capítulo adecuado de la Regla.

Conclusión del Rito


12.
Conviene concluir el rito con la Oración de los Fieles y la oración del Señor, a la que puede
añadirse
alguna oración adecuada, por ejemplo:
Dios, autor y dispensador de la vocación religiosa,
te pedimos que junto con estas hermanas nuestras
que desean seguir a tu Hijo en la vida religiosa,
podamos conocer tu voluntad
y llevar a buen fin tu designio sobre ellas.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
13.
Después, la Superiora entrega a la Maestra las novicias recién recibidas y las saluda
fraternalmente
junto con las hermanas, según la costumbre de la familia religiosa.
Mientras tanto se canta un himno o un cántico adecuado.

II. Rito de la Profesión Temporal dentro de la Misa


14.
El rito que aquí se describe tiene lugar dentro de la Misa. Pueden seguirlo sólo aquellas
religiosas que
emiten la primera profesión después de terminado felizmente el noviciado (cf. Notas prel., n. 5,
p. 361)1

Bendición del Hábito en la Vigilia de la Profesión


15.
Es conveniente entregar el hábito religioso, excepto el velo, a las novicias que han sido
admitidas a la
primera profesión, en la vigilia de la profesión.
16.
Un presbítero u otro ministro competente bendice los hábitos, excepto el velo, con esta u otra
oración
semejante:
Nuestra ayuda está en el nombre del Señor.
R.Que hizo el cielo y la tierra.
El Señor esté con ustedes.
R.Y con tu espíritu.
Oremos.
Dios, que en el seno purísimo de la Virgen
revestiste de carne mortal a tu Hijo,
bendice estos hábitos,
y concede que estas hijas tuyas que los visten en la tierra
sean signo de la futura resurrección
y puedan un día ser revestidas de inmortalidad.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
Y según las circunstancias, rocía los hábitos con agua bendita.
17.
A la hora establecida, la Superiora reúne a la comunidad y al noviciado y, con breves
palabras, prepara
los espíritus de todas para la ceremonia de profesión del día siguiente. Después entrega a
cada una de las
novicias el hábito religioso -excepto el velo- que revestirán para la procesión de entrada de la
Misa de la
profesión.
18.
Se dice la Misa correspondiente a la liturgia del día o la Misa ritual "para el día de la primera
profesión
religiosa", conforme a las rúbricas (cf. Notas prel., nn. 9-11, p. 303).
19.
La profesión se hace normalmente junto a la sede. Prepárese un sitial para la Superiora que
ha de
recibir la profesión de las hermanas en un lugar conveniente del presbiterio. Los bancos para
las religiosas
profesandas se han de disponer de tal forma que los fieles puedan seguir perfectamente la
acción litúrgica.
20.
Las religiosas obligadas a la ley de la clausura pueden emitir la profesión en el presbiterio,
habida
cuenta de las leyes generales de la Iglesia y de las circunstancias particulares.
21.
Prepárese el pan y el vino para consagrar en cantidad suficiente que alcance para los
ministros, las
profesandas, sus padres y familiares y sus hermanas en religión. Por tanto, si sólo se emplea
un cáliz, sea
éste suficientemente grande.
22.
Además de todo lo necesario para la celebración de la Misa, prepárese:
- el ritual de la profesión religiosa;
- los velos, si la familia religiosa ha establecido entregarlos en la primera profesión (cf. Notas
prel., n. 5, p. 302);
- el libro dela Regla o de las Constituciones;
- y las demás insignias de la profesión religiosa que, por ley o por costumbre, hayan de ser
entregadas.
Rito de Entrada
23.
Una vez congregado el pueblo y la comunidad y dispuestas convenientemente todas las
cosas, entra la
procesión y se dirige hacia el altar por la nave de la iglesia mientras el pueblo canta la antífona
de entrada.
La procesión se hace como de costumbre. Es de desear que también formen parte de ella las
profesandas
acompañadas por su Superiora y por su Maestra de novicias.
24.
Una vez llegadas al presbiterio, hecha la debida reverencia al altar, ocupan los lugares
preparados para
ellas; luego continúa la Misa.

Liturgia de la Palabra
25.
En la Liturgia de la Palabra, todo se hace como de costumbre, excepto:
- las lecturas pueden tomarse de la Misa del día o de los textos que se proponen en las pp.
396-400 (cf. Notas prel., nn. 9-10);
- el Credo no se dice, aun cuando las rúbricas de la Liturgia del día lo prescriban.

Profesión religiosa
Llamado o Petición
26.
Terminado el Evangelio, el Celebrante y el pueblo se sientan y las profesandas permanecen
de pie.
Entonces si se desea o lo piden las circunstancias, el Diácono o la Maestra de novicias las
llama por su
nombre y éstas responden con estas u otras palabras, según la costumbre de la familia
religiosa o del
lugar:
Aquí estoy, Señor, porque me has llamado.
27.
Después, el Celebrante interroga a las profesandas con estas u otras palabras semejantes:
Estimadísimas hijas (hermanas):
¿qué piden a Dios
y a su Santa Iglesia?
Todas las profesandas responden juntas, con estas u otras palabras semejantes:
La misericordia de Dios
y la fraternidad de esta familia N.
El Celebrante y toda la comunidad responden:
Demos gracias a Dios.
28.
Si se prefiere, omitiendo el llamado y el interrogatorio del Celebrante, se hace la petición, por
ejemplo
así: una de las que van a profesar, de pie ante la Superiora dice, en nombre de todas, estas u
otras palabras
semejantes:
Nosotras, N.N.,
teniendo pleno conocimiento de la Regla,
y después del tiempo de prueba,
habiendo convivido en fraterna compañía con ustedes
por la bondad de Dios,
les pedimos nos concedan emitir la profesión religiosa
en esta familia N.,
para que podamos dedicarnos totalmente a Dios
y a la extensión de su Reino.
El Celebrante y toda la comunidad responden:
Demos gracias a Dios.
Homilía o Alocución
29.
A continuación todos se sientan y el Celebrante hace una homilía en la que explica las
lecturas
bíblicas, la gracia y la función de la profesión religiosa en orden a la santificación de las
elegidas, y al bien
de la Iglesia y de toda la familia humana.
Interrogatorio
30.
Terminada la homilía, las profesandas se ponen de pie; el Celebrante les pregunta si están
preparadas
para entregarse a Dios y para seguir la caridad perfecta, según la Regla y las Constituciones
de su familia
religiosa. Las preguntas que aquí se proponen pueden cambiarse u omitirse en parte, según la
índole o la
naturaleza de cada familia religiosa.
El celebrante interroga:
Estimadísimas hijas (hermanas):
ustedes ya han sido consagradas a Dios
por el agua y el Espíritu Santo,
¿quieren unirse más íntimamente a él
con el nuevo vínculo de la profesión religiosa?

Todas las profesandas responden juntas:


Sí, quiero.
Celebrante:
Para poder seguir a Cristo de un modo más perfecto,
¿están decididas a guardar la castidad
por el Reino de los Cielos,
abrazar la pobreza voluntaria
y aceptar la obediencia?
Profesandas:
Sí, estoy decidida.
31.
Entonces, el Celebrante confirma esta decisión diciendo estas u otras palabras semejantes:
Dios todopoderoso
les conceda esta gracia
por su gran misericordia.
Todos:
Amén.
Impetración de la Gracia Divina
32.
Luego, el Celebrante pide el auxilio divino diciendo:
Oremos.

Y según las circunstancias, todos oran en silencio durante breves momentos:


Dios de bondad,
dirige tu mirada sobre estas hijas tuyas
que hoy, ante tu Iglesia,
desean imitar más de cerca a tu Hijo,
profesando los consejos evangélicos;
concede misericordioso,
que su entrega glorifique tu nombre
y contribuya a la salvación de los hombres.
Por Cristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
Profesión
33.
Terminada la oración, si así se acostumbra en la familia religiosa, dos hermanas profesas se
acercan
y, permaneciendo de pie al lado de la Superiora, desempeñan la función de testigos. Las
profesandas se
acercan al Celebrante, una por una, y leen la fórmula de profesión.
Si son muchas, la fórmula de profesión puede ser recitada por todas a la vez, pero cada una
dice al
final las palabras Lo prometo... u otras semejantes que manifiesten abiertamente la decisión
de cada una.
Después vuelven a su lugar y permanecen de pie.
Entrega de las Insignias de la Profesión
34.
Después de esto, si se entrega el velo, el Celebrante, ayudado por la Superiora y la Maestra
de
novicias, coloca el velo a cada una diciendo, por ejemplo:
Recibe este velo
por el cual se conozca
que te has entregado totalmente
a Cristo Señor
y al servicio de su Iglesia.
La profesa responde:
Amén.
35.
Luego, donde es costumbre, el Celebrante le entrega la Regla o las Constituciones con esta u
otra
fórmula semejante:
Recibe la Regla de esta familia
y manifiesta en toda tu vida
lo que con diligencia has aprendido.
La profesa responde:
Amén.
Y una vez recibido el libro, vuelve a su lugar.
36.
Después que la primera o segunda profesa ha recibido el velo y la Regla, el pueblo canta la
antífona:
Tú eres, Señor, mi herencia,
tú eres mi único bien.
Con el Salmo 15 (o con la antífona Busco al que ama mi alma, con el Salmo 44) u otro canto
adecuado. La antífona se repite cada dos versículos; al final del Salmo no se dice Gloria al
Padre, sino la
antífona. Si la entrega del hábito concluye antes de que termine el Salmo, éste se interrumpe y
se repite la
antífona.
37.
Si según las leyes o costumbres de alguna familia religiosa se han de entregar otras insignias
de
profesión, entréguense en este momento, en silencio o con una fórmula adecuada. Obsérvese
en esto
suma sobriedad.
38.
En los nn. 98-99, pp. 391-392 se describe otra forma de entregar las insignias de profesión.
Conclusión del Rito de la Profesión
39.
El rito concluye de modo adecuado con la Oración de los Fieles; puede utilizarse la fórmula
que se
propone en los nn. 100-102, pp. 392-395.

Liturgia de la Eucaristía
40.
Mientras se canta, al ofertorio algunas neo-profesas llevan al altar las ofrendas para el
sacrificio
eucarístico.
41.
Después de La Paz del Señor, el Celebrante da la paz a las neo-profesas y a todos los
asistentes, de
modo conveniente.
42.
Después que el Celebrante ha comulgado con el Cuerpo y la Sangre del Señor, las neo-
profesas se
acercan al altar para recibir la comunión bajo las dos especies. Después de ellas, los padres y
también los
otros familiares y sus cohermanas pueden recibir la comunión bajo las dos especies.

III. Rito de la Profesión Perpetua dentro de la Misa


43.
Para la celebración del rito de la profesión, por la que la religiosa se consagra a Dios
perpetuamente,
se elegirá con preferencia un domingo o las solemnidades del Señor, de la Virgen, o de los
Santos que más
se distinguieron en la vida religiosa.
44.
El rito de la profesión perpetua se celebra separadamente de los demás ritos de la profesión
(cf. Notas
prel., n. 8, p. 303).
45.
Avísese oportunamente a los fieles el día y la hora para que puedan acudir en el mayor
número
posible.
46.
Se dice la Misa correspondiente a la liturgia del día o la Misa ritual "para el día de la profesión
perpetua", conforme a las rúbricas (cf. Notas prel., nn. 9-11, p. 303).
47.
Prefiérase la Misa concelebrada donde pueda hacerse, y la utilidad de los fieles no requiera la
celebración particular de todos los sacerdotes presentes.
48.
La profesión se hace normalmente junto a la sede. Prepárese un sitial para la Superiora que
ha de
recibir la profesión de las hermanas, en un lugar conveniente del presbiterio; los bancos para
las religiosas
profesandas estén dispuestos de tal forma que los fieles puedan seguir perfectamente toda la
acción
litúrgica.
49.
Es preferible que las religiosas obligadas a la ley de la clausura emitan su profesión perpetua
en el
presbiterio.
50.
Normalmente, la profesión se hace en la iglesia de la familia religiosa. Pero el sagrado rito
puede
celebrarse en la iglesia Catedral o parroquial o en otra iglesia importante, si pareciere
oportuno por razones
pastorales, para honor de la vida religiosa y edificación del pueblo de Dios, y para facilitar una
mayor
asistencia.
51.
Asimismo, si alguna vez dos o más familias religiosas desean emitir la profesión en el mismo
sacrificio
eucarístico, sería oportuno que la profesión se hiciera en la Catedral o en la iglesia parroquial
o en otra
iglesia importante, bajo la presidencia del Obispo. Cada profesanda pronunciará los votos ante
su
respectiva Superiora. Con todo, las monjas observarán fielmente las normas de su clausura.
52.
Dése a la acción litúrgica la conveniente solemnidad, como exige la naturaleza del rito, pero
evitando la
suntuosidad que desdice de la pobreza religiosa.
53.
Prepárese el pan y el vino para consagrar en cantidad suficiente que alcance para los
ministros, las
profesandas, sus padres y familiares y hermanas en religión. Por tanto, si sólo se emplea un
cáliz, sea éste
suficientemente grande.
54.
Además de todo lo necesario para la Misa, prepárese:
- el ritual de la profesión religiosa;
- los anillos y demás insignias de la profesión religiosa que hubieren de ser entregadas, según
las
leyes o costumbres de la familia religiosa.

Rito de entrada
55.
Una vez congregado el pueblo y la comunidad, y dispuestas convenientemente todas las
cosas, entra
la procesión y se dirige hacia el altar por la nave de la iglesia, mientras el pueblo canta la
antífona de
entrada. La procesión se hace como de costumbre. Es de desear que también formen parte de
ella las
hermanas que van a profesar, acompañadas por su Superiora y su Maestra de novicias.
56.
Una vez llegados al presbiterio, hecha la debida reverencia al altar, ocupan los lugares
preparados para
ellas; luego continúa la Misa.

Liturgia de la Palabra
57.
En la Liturgia de la Palabra todo se hace como de costumbre, excepto:
- las lecturas pueden tomarse de la Misa del día o de los textos que se proponen en las pp.
396-400 (cf. Notas prel., nn. 9-10, p. 303);
- el Credo no se dice, aun cuando las rúbricas del día lo prescriban;
- también se omite la Oración de los Fieles.

Profesión religiosa
Llamado o Petición
58.
Terminado el Evangelio, el Celebrante y el pueblo se sientan y las que van a profesar
permanecen de
pie. Entonces, si se desea o lo piden las circunstancias, el Diácono o la Maestra las llama por
su nombre y
éstas responden con estas u otras palabras, según la costumbre de la familia religiosa o del
lugar:
Aquí estoy, Señor, porque me has llamado.
59.
Luego el Celebrante interroga a las profesandas con estas u otras palabras semejantes:
Estimadísimas hijas (hermanas),
¿qué piden al Señor
y a su santa Iglesia?
Todas juntas responden con estas u otras palabras semejantes:
Que siguiendo a Cristo, nuestro Esposo,
perseveremos hasta la muerte
en esta comunidad religiosa.
El Celebrante, la Superiora y toda la comunidad responden:
Demos gracias a Dios.
60.
Si se prefiere, omitiendo el llamado y el interrogatorio del Celebrante, se hace la petición, por
ejemplo
así: una de las profesandas de pie ante la Superiora dice, en nombre de todas, estas u otras
palabras
semejantes:
Nosotras N.N.,
que por la misericordia de Dios
hemos experimentado en fraternidad con ustedes
la vida suave y ardua totalmente a él consagrada,
le pedimos humildemente, Madre (Hermana),
emitir la profesión perpetua en esta familia N.
para gloria de Dios y servicio de la Iglesia.
La Superiora y toda la comunidad responden:
Demos gracias a Dios.
Homilía o Alocución
61.
A continuación todas se sientan, y el Celebrante hace una homilía en la cual explica las
lecturas
bíblicas, la gracia y la función que la profesión religiosa realiza en orden a la santificación de
las elegidas, y
al bien de la Iglesia y de toda la familia humana.
Interrogatorio
62.
Terminada la homilía, las profesandas se ponen de pie; el Celebrante les pregunta si están
preparadas
para entregarse a Dios y para seguir la caridad perfecta, según la Regla y las Constituciones
de su familia
religiosa. Las preguntas que aquí se proponen pueden cambiarse u omitirse en parte, según la
índole o
naturaleza de cada familia religiosa.
El Celebrante interroga diciendo:
Estimadísimas hijas (hermanas):
por el bautismo ya han muerto al pecado
y han sido consagradas a Dios.
¿Quieren ahora consagrarse más íntimamente a él
con el nuevo vínculo de la profesión perpetua?
Todas responden juntas:
Sí, quiero.
Celebrante:
¿Quieren con la gracia de Dios,
abrazar y observar para siempre
la vida misma de perfecta continencia,
obediencia y pobreza,
que Cristo y su Madre la Virgen María,
eligieron para sí?
Profesandas:
Sí, quiero.
Celebrante:
¿Quieren tender con voluntad firme y constante
a la perfecta caridad hacia Dios y el prójimo
mediante la práctica fiel del Evangelio
y de la Regla de esta familia religiosa?
Profesandas:
Sí, quiero.
Celebrante:
¿Quieren, con la ayuda del Espíritu Santo,
entregar generosamente toda su vida
al servicio del Pueblo de Dios?
Profesandas:
Sí, quiero.
63.
Para las familias religiosas dedicadas totalmente a la vida contemplativa es conveniente
agregar:
Celebrante:
¿Quieren vivir sólo para Dios
en la soledad y el silencio,
en oración asidua y gozosa penitencia,
en el trabajo humilde y en las obras santas?
Profesandas:
Sí, quiero.

64.
Entonces, el Celebrante confirma esta decisión diciendo estas u otras palabras semejantes:
El que comenzó en ustedes la buena obra,
él mismo la lleve a su plenitud
en el día de Cristo Jesús.
Todos:
Amén.
Súplica Litánica
65.
Luego, todos se ponen de pie y el Celebrante con las manos juntas, vuelto hacia el pueblo
dice:
Queridos hermanos,
elevemos nuestras súplicas a Dios Padre,
dispensador de todos los bienes,
para que la decisión, que por su bondad
inspiró en estas hijas suyas,
la confirme con su misericordia.
El Diácono dice:
Nos ponemos de rodillas.
66.
A continuación todos se arrodillan, también el Celebrante.
Durante el tiempo pascual y en los domingos, el Diácono no dice Nos ponemos de rodillas.
Pero,
donde exista la costumbre de que las profesandas se postren, puede conservarse.
67.
Los cantores comienzan las Letanías a las que todos responden. En estas Letanías puede
omitirse una
de las dos peticiones que tienen la misma letra. En el lugar correspondiente pueden agregarse
algunas
invocaciones de Santos particularmente honrados por la familia religiosa o por el pueblo y,
según las
circunstancias, también otras peticiones.
Señor, ten piedad de nosotros Señor, ten piedad de nosotros
Cristo, ten piedad de nosotros Cristo, ten piedad de nosotros
Señor, ten piedad de nosotros Señor, ten piedad de nosotros
Santa María, Madre de Dios ruega por nosotros
San Miguel ruega por nosotros
Todos los Santos Ángeles ruegen por nosotros
San Juan Bautista ruega por nosotros
San José ruega por nosotros
Santos Pedro y Pablo ruegen por nosotros
San Juan ruega por nosotros
Santa María Magdalena ruega por nosotros
Santos Esteban y Lorenzo ruegen por nosotros
Santa Inés ruega por nosotros
San Basilio ruega por nosotros
San Agustín ruega por nosotros
San Benito ruega por nosotros
Santos Francisco y Domingo ruegen por nosotros
San Vicente ruega por nosotros
Santa Escolástica ruega por nosotros
Santas Clara y Catalina de Siena ruegen por nosotros
Santa Teresa de Jesús ruega por nosotros
Santa Rosa de Lima ruega por nosotros
Santa Juana Francisca de Chantal ruega por nosotros
Santa Luisa de Marillac ruega por nosotros
Todos los Santos y Santas de Dios ruegen por nosotros
Muéstrate propicio líbranos, Señor
De todo mal líbranos, Señor
De todo pecado líbranos, Señor
De la muerte eterna líbranos, Señor
Por tu Encarnación líbranos, Señor
Por tu Muerte y Resurrección líbranos, Señor
Por la venida del Espíritu Santo líbranos, Señor
Nosotros que somos pecadores, te pedimos
te rogamos, óyenos
a) Que concedas una vida más fecunda a tu Iglesia, por la oblación y apostolado de tus hijas,
te rogamos, óyenos
a) Que acrecientes los dones del Espíritu Santo en tu servidor el Papa N. y en todos los
ministros
de la Iglesia,
te rogamos, óyenos
b) Que ordenes la vida y la obra de las religiosas para utilidad de la familia humana,
te rogamos, óyenos
b) Que conduzcas a todos los hombres a la plenitud de la vida cristiana,
te rogamos, óyenos
c) Que conserves y aumentes la caridad de Cristo y el espíritu de los fundadores en las
familias a
ti
consagradas,
te rogamos, óyenos
c) Que asocies más plenamente a la obra de la redención a todos los que profesan los
consejos
evangélicos,
te rogamos, óyenos
d) Que enriquezcas con los dones celestiales a los padres de estas hijas tuyas que
generosamente
te las han
ofrecido,
te rogamos, óyenos
d) Que conformes a estas hijas tuyas, a la imagen de Cristo, primogénito de muchos
hermanos,
te rogamos, óyenos
e) Que concedas a estas hijas tuyas la virtud de la perseverancia,
te rogamos, óyenos
e) Que bendigas, santifiques y consagres a estas hijas tuyas,
te rogamos, óyenos
Cristo, óyenos Cristo, óyenos
Cristo, escúchanos Cristo, escúchanos
68.
Después, el Celebrante se pone de pie y, con las manos juntas, dice:
Escucha, Señor,
las súplicas de tu pueblo
y prepara con tu gracia, los corazones de tus hijas,
para que el fuego del Espíritu Santo
purifique de toda mancha los corazones a ti consagrados,
y los encienda con el fuego de tu amor.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
El Diácono, si es el caso, dice:
Nos ponemos de pie.
Profesión
69.
Terminadas las preces litánicas, dos religiosas profesas, como es costumbre en las familias
religiosas,
se dirigen a la sede de la Superiora y, permaneciendo allí de pie, desempeñan el papel de
testigos. Las
profesandas se acercan a la Superiora, una por una, y leen la fórmula de profesión que con
anterioridad
habrán escrito con su propia mano.
70.
Es preferible que a continuación la neo-profesa se dirija al altar y coloque sobre él la carta de
profesión; y, si puede hacerse cómodamente, firme la carta sobre el mismo altar. Una vez
hecho esto,
vuelve a su lugar.
71.
Terminado esto, las profesas, de pie, pueden cantar, según la costumbre de la familia
religiosa, la
siguiente antífona u otro canto que exprese el gozo y el sentido de la donación.
Recíbeme, Señor, según tu promesa y viviré
y no quede frustrada mi esperanza.
Bendición Solemne o Consagración de la Profesa
72.
Las neo-profesas se arrodillan y el Celebrante, con las manos extendidas hacia ellas, dice la
oración de
bendición Dios, autor y protector, en la cual pueden omitirse las palabras entre paréntesis; o
bien la
oración Señor Dios, creador del mundo (p. 363).
Dios, autor y protector de esta santa decisión,
te ofrecemos nuestro canto de alabanza,
pues por tu Palabra, en el Espíritu Santo
creaste la familia humana;
como manifestación inefable de tu amor
la hiciste partícipe de tu vida divina,
y la enriqueciste como a una esposa,
con los rasgos de tu imagen
y con el esplendor de la vida eterna.
Abatida por el engaño diabólico
rompió el vínculo de la fidelidad divina,
pero tú no la excluiste del pacto nupcial:
el impulso de tu amor eterno
instauró de nuevo en Noé, tu siervo, la anterior alianza.
( De la descendencia de Abraham, padre de nuestra fe,
elegiste una estirpe más numerosa que las estrellas,
y confirmaste tu alianza,
entregando a Moisés las tablas de la Ley.
A través de los siglos hubo siempre en tu pueblo elegido
mujeres preclaras por su piedad y fortaleza,
por su justicia y su fidelidad. )
Al llegar la plenitud de los tiempos,
suscitaste de la raíz de Jesé, a la Virgen María.
El Espíritu Santo descendió sobre ella
y la cubrió con su sombra
para que, con parto inmaculado,
diera a luz al Redentor del mundo.
Quien, habiéndose hecho pobre, humilde y obediente,
es causa y ejemplar de toda santidad.
Fundó a la Iglesia como su Esposa
y tan intensamente la amó
que se entregó por ella y la santificó con su sangre.
Tú, Señor, por designio de tu providencia
determinaste que innumerables hijas tuyas siguieran sus pasos
y haciéndose discípulas de Cristo
merecieran la dignidad de esposas.
( Con admirable variedad florece la santa Iglesia
como Esposa adornada con joyas,
como Reina rodeada de esplendor,
como Madre que exulta por sus hijos. )
Te rogamos, Padre, que envíes
sobre estas hijas el fuego del Espíritu Santo,
para que alimente la llama de la decisión
que él suscitó en sus corazones.
Conserven y manifiesten en su vida
la inocencia bautismal.
El amor ferviente las mantenga unidas a ti,
confortadas por los sagrados vínculos
de la profesión religiosa
y sean fieles a Cristo, su único Esposo.
Amen a la Iglesia Madre con caridad intensa,
y que su amor se extienda a toda la humanidad
y la exhorte
a la dichosa esperanza de los bienes eternos.
Señor, Padre santo,
dirige los pasos de tus hijas con tu misericordia
y, por tu bondad, protégelas en su camino,
para que cuando lleguen al tribunal del Rey supremo
no teman las palabras del Juez,
sino que escuchen la voz del Esposo
que las llama a las nupcias celestiales.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
O bien:
Señor Dios, Creador del mundo y Padre de los hombres:
te ofrecemos nuestro canto de alabanza,
pues de la estirpe de Abraham
elegiste un pueblo
y lo consagraste a tu nombre.
Durante su peregrinación por el desierto
lo confortaste con tu palabra
y lo protegiste con tu diestra.
Siendo pobre y humillado,
lo uniste a ti con alianza de amor,
y cuando se apartó de ti por sus infidelidades,
por tu misericordia lo condujiste de nuevo
a la senda de la justicia.
Cuando te buscaba, tu amor de Padre se adelantó
hasta introducirlo en la tierra prometida.
Te bendecimos, Padre, porque, por Jesucristo
tu Hijo y nuestro hermano,
quisiste que llegáramos
al conocimiento de la verdad.
Nacido de María Virgen,
por su muerte, redimió a tu pueblo del pecado,
y por su resurrección le manifestó su futura gloria.
Después de su exaltación a tu derecha,
envió el Espíritu consolador
que llamaría a innumerables discípulos
para que, siguiendo los consejos evangélicos,
consagraran toda su vida
a la gloria de tu nombre y a la salvación de los hombres.
Hoy tu familia canta un cántico nuevo
por estas hermanas nuestras
que escucharon tu voz
y se entregaron a tu servicio.
Envía, Señor, tu Santo Espíritu
sobre estas hijas tuyas
que por ti lo abandonaron todo.
Brille en ellas, Padre, el rostro de tu Hijo,
para que al verlas
todos conozcan que él está presente en tu Iglesia.
Haz que, conservando libre su corazón,
asuman las inquietudes de sus hermanos
para que, consolando a los afligidos,
alivien a Cristo sufriente;
considerando los acontecimientos humanos,
vean en ellos la mano de tu providencia.
Por su vida de entrega
apresuren la venida del Reino
y merezcan participar con tus santos
de los gozos celestiales.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
Entrega de las Insignias de la Profesión
73.
Terminada la bendición, el Celebrante y el pueblo se sientan. Si hay entrega de los anillos, las
neo-profesas se levantan y se acercan al Celebrante que entrega a cada una el anillo,
diciendo, por ejemplo:
Recibe el anillo, pues eres esposa del Rey eterno; conserva intacta la fidelidad a tu Esposo
para que seas
admitida al gozo de las nupcias eternas.
La profesa responde:
Amén.
Y regresa a su lugar.

74.
Si las profesas son muchas, o por otra causa justa, el Celebrante dice una vez para todas, la
fórmula
de la entrega del anillo:
Reciban el anillo, pues son esposas del Rey eterno;
conserven intacta la fidelidad a su Esposo
para que sean admitidas
al gozo de las nupcias eternas.
Las profesas responden todas juntas:
Amén.
Y se acercan al Celebrante para recibir el anillo.
75.
Mientras tanto, el pueblo canta la antífona:
Tú eres, Señor, mi herencia,
tú eres mi único bien.
Con el Samo 15; o el Salmo 44 con la antífona siguiente:
Estoy desposada con el Hijo del Padre eterno,
Hijo de la Virgen Madre y Salvador de todo el mundo.
U otro canto conveniente. La antífona se repite cada dos versículos; al final del Salmo no se
dice
Gloria al Padre, sino la antífona. Si la entrega de las insignias termina antes de que se haya
cantado todo el
Salmo, éste se interrumpe y se repite la antífona.

76.
Si según las leyes o costumbres de alguna familia religiosa se han de entregar otras insignias
de
profesión, entréguense en este momento, en silencio o con una fórmula adecuada. Obsérvese
en esto
suma sobriedad.
77.
Terminado esto, donde se acostumbra o parece conveniente, las neo-profesas son
incorporadas
perpetuamente a su familia religiosa mediante una fórmula apropiada dicha por la Superiora, o
el beso de
paz, por ejemplo: La Superiora dice estas u otras palabras semejantes:
Las confirmamos
como miembros de esta comunidad N.
para que en adelante
todo lo tengan en común con nosotras.
Según las circunstancias, el Celebrante puede añadir:
Cumplan con fidelidad el santo ministerio
que la Iglesia les ha encomendado,
para que sea ejercido en su nombre.
Todos los miembros de la comunidad asienten diciendo:
Amén.
U, omitiendo lo anterior, el Celebrante da la paz. La Superiora y las religiosas expresan su
amor
fraterno a las neo-profesas con el beso de paz o de otro modo según la costumbre de la
familia religiosa.
Mientras tanto, el pueblo canta la antífona:
¡Qué dulce y agradable es
que los hermanos vivan unidos!
Con el Salmo 132 u otro canto conveniente (como Bendigamos al Señor o Un mandamiento
nuevo
nos da el Señor).
Si el beso de paz se da en este momento, se omite antes de la comunión.
78.
Luego, las profesas vuelven a sus lugares. Continúa la Misa.

Liturgia de la Eucaristía
79.
Al ofertorio, mientras se canta, algunas de las neo-profesas llevarán las ofrendas al altar para
el
sacrificio eucarístico.
80.
En las Plegarias eucarísticas se recuerda la oblación de las profesas con las fórmulas del
misal.
81.
Si el beso de paz no fue dado (cf. n. 77, p. 384), el Celebrante da la paz en este momento a
las
neo-profesas y a todos los presentes, del modo conveniente.
82.
Después que el celebrante ha comulgado con el Cuerpo y la Sangre del Señor, las neo-
profesas se
acercan al altar para recibir la comunión bajo las dos especies. Después de ellas, los padres y
otros
familiares, y sus cohermanas pueden recibir la comunión bajo las dos especies.

Despedida
83.
Concluida la oración después de la comunión, las neo-profesas se acercan al altar y el
Celebrante,
vuelto hacia ellas, puede decir:
Dios, autor de toda obra y misión,
las colme de su gracia
para que por la santidad de vida y de obras,
contribuyan a la edificación del Pueblo de Dios.
Todos:
Amén.
Él mismo las convierta
en testimonio y signo del amor divino
para todos los hombres.
Todos:
Amén.
Y por su bondad, reciba en su gloria
a los que, en esta vida,
llamó a seguir de un modo más perfecto a Cristo.
Todos:
Amén.
84.
Finalmente, bendice a todo el pueblo:
Y a todos ustedes que están aquí congregados
los bendiga Dios todopoderoso,
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Todos:
Amén.
O bien, otra fórmula:
Celebrante:
Dios, que inspira y realiza nuestra decisión,
las proteja constantemente con su gracia,
para que con fidelidad
respondan al don de su vocación.
Todos:
Amén.
El mismo las haga testimonio
y signo del amor divino
ante todos los hombres.
Todos:
Amén.
Y confirme para siempre en el cielo,
los vínculos con los que las unió a Cristo en la tierra.
Todos:
Amén.
Y a todos ustedes que están aquí congregados,
los bendiga Dios todopoderoso,
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Todos:
Amén.

IV. Rito de la Renovación de los Votos dentro de la Misa


85.
La renovación de los votos, que se hace por ley general de la Iglesia o por especial
prescripción de las
Constituciones, puede hacerse dentro de la Misa, si así pareciere a la familia religiosa.
86.
Celébrese el rito de la renovación de los votos con gran sobriedad, sobre todo si los votos se
renuevan
frecuentemente o cada año, conforme a las Constituciones del Instituto religioso.
87.

Se dice la Misa correspondiente a la liturgia del día o la Misa ritual "para el día de la
renovación de los
votos", conforme a las rúbricas (cf. Notas prel., nn. 9-10, p. 303).
88.
La renovación de los votos se hace normalmente junto a la sede. Prepárese para la Superiora
que ha
de recibir la profesión de las hermanas, un sitial en un lugar conveniente del presbiterio.
89.
Las religiosas que renuevan la profesión, pueden recibir la comunión bajo las dos especies.
Por lo
cual, si sólo se emplea un cáliz, que tenga suficiente capacidad.

Liturgia de la Palabra
90.
En la Liturgia de la Palabra todo se hace como de costumbre, excepto:
- las lecturas pueden tomarse de la Misa del día o de los textos que se proponen en las pp.
396-400 (cf. Notas prel., nn. 9-10, p. 303);
- no se dice el Credo, aun cuando las rúbricas de la liturgia del día lo prescriban.
91.
Después del Evangelio se hace la homilía, en la que se explican las lecturas de la Sagrada
Escritura y
la eficacia de la vida religiosa.

Renovación de los Votos


Petición de la Gracia Divina
92.
Terminada la homilía, el Celebrante pide el auxilio del Señor, diciendo:
Hermanos muy queridos,
oremos a Dios, que concede la gracia de la perseverancia
por estas hijas suyas
que hoy desean renovar su profesión ante la Iglesia.
Todos oran en silencio durante breves momentos. Luego el Celebrante dice:
Mira, Señor, a estas hijas tuyas
que, conforme al designio de tu voluntad,
llamaste a la perfección evangélica,
y concede en tu bondad
que recorran con perseverancia
el camino de tu amor
que con gozo han iniciado.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
Renovación de la Profesión
93.
Terminada la oración, si así se acostumbra en la familia religiosa, dos hermanas profesas,
permaneciendo de pie al lado de la Superiora, desempeñan la función de testigos.
Las profesas se acercan a la Superiora, una por una, y leen la fórmula de la profesión. Si son
muchas,
la fórmula de profesión puede ser recitada por todas a la vez, pero cada una dice al final las
palabras Lo
prometo..., u otras semejantes que manifiesten abiertamente la decisión de cada una.
Donde, según las Constituciones del Instituto, la profesión se renueva todos los años, es
conveniente
que la Superiora y las hermanas reciten todas juntas la fórmula de profesión.
Conclusión del Rito de la Renovación de los Votos
94.
El rito concluye de modo adecuado con la Oración Universal o de los Fieles; puede utilizarse
la
fórmula que se propone en los nn. 100-102, pp. 392-395.

Liturgia de la Eucaristía
95.
Al ofertorio, mientras se canta, algunas de las profesas que han renovado los votos llevan al
altar las
ofrendas para el sacrificio eucarístico.
96.
El Celebrante da la paz a cada una de las religiosas que han renovado su profesión, como de
ordinario
o según las costumbres del lugar, y también a todos los asistentes.
97.
Después que el Celebrante ha comulgado con el Cuerpo y la Sangre del Señor, las religiosas
que han
renovado la profesión se acercan al altar para recibir la comunión bajo las dos especies.

Otros Textos para el Rito de la Profesión Religiosa


I. Otro modo de entregar las insignias de la primera profesión
98.
Si las profesas son muchas, o por otra causa justa, el Celebrante entrega las insignias de la
profesión
recitando la fórmula una sola vez:
Estimadísimas hijas (hermanas):
reciban el velo y la Regla,
insignias de su profesión;
obedezcan a Cristo Señor,
y manifiesten en toda su vida
lo que con diligencia han aprendido.
Todas las profesas responden:
Amén.
Y se acercan al Celebrante que, ayudado por la Superiora y la Maestra de Novicias les coloca
el velo y
les entrega la Regla. Después, vuelven a sus lugares.
99.
Mientras tanto, el pueblo canta la antífona:
Busco al que ama mi alma.
La gracia fluye de tus labios,
el Señor te ha bendecido para siempre.
Con el Salmo 44 (cf. Consagración de Vírgenes, n. 28, p. 276) u otro salmo conveniente; al
final del
salmo no se dice Gloria al Padre, sino la antífona. Si la entrega de las insignias de la profesión
termina
antes de que se haya cantado todo el salmo, éste se interrumpe y se repite la antífona.
Si según las leyes o costumbres de alguna familia religiosa se han de entregar otras insignias
de
profesión, entréguense en este momento, en silencio o con una fórmula adecuada. Obsérvese
en esto
suma sobriedad.

II. Oración de los Fieles


ad libitum

Invitación
100.
a) En la Misa de la primera profesión
Queridos hermanos,
al celebrar el misterio pascual de Cristo
y la primera profesión religiosa de estas hermanas,
oremos juntos a Dios Padre todopoderoso,
por Jesucristo, ejemplo de la vida evangélica.
b) En la Misa de la renovación de los votos
Queridos hermanos,
recordando las palabras de Cristo:
"Sin mí nada pueden hacer",
roguemos en su nombre al Padre de las misericordias
por la salvación de los pueblos, por la paz del mundo
y por nuestras hermanas que hoy renuevan sus votos.

Intenciones
101.
I
a)
Por la Iglesia santa de Dios:
para que adornada por las virtudes de sus hijos
brille con mayor esplendor
para Cristo, su Esposo.
b)
Por el Sumo Pontífice y todos los Obispos:
para que el Espíritu Santo,
que descendió sobre los Apóstoles,
se derrame continuamente sobre sus sucesores.
c)
Por todos los ministros de la Iglesia:
para que por su palabra y sus obras
conduzcan a la salvación
al pueblo que les ha sido encomendado.
II
a)
Por la paz y salvación del mundo:
para que todos los religiosos
sean mensajeros y artífices de la paz de Cristo.
b)
Por el bien y la prosperidad de todos los pueblos:
para que los consagrados al servicio divino,
en su búsqueda de las cosas celestiales,
no se despreocupen de la promoción de los hombres.
c)
Por todos los fieles cristianos:
para que escuchen con oídos atentos
la voz interior de Dios
que llama a todos a la santidad.
III
a)
Por todos los religiosos:
para que ofrezcan a Dios hostias espirituales
con la alabanza de su corazón y de sus labios,
su trabajo intelectual y manual
y los sufrimientos de su vida.
b)
Por todos los que siguen los consejos evangélicos:
para que en ellos se manifieste
el precepto del amor fraterno
y que, como los discípulos de Jesús,
sean un solo corazón y una sola alma.
c)
Por todos los consagrados a Dios:
para que participen en la vida de la Iglesia
y, según sus fuerzas,
hagan suyos y favorezcan sus empresas y propósitos.
d)
Por todos los religiosos:
para que cada uno, según su vocación,
aumente la santidad de la Iglesia
y se empeñe en propagar el Reino de Dios.
IV
a)
Por estas hermanas nuestras que hoy se han consagrado
más íntimamente a Dios por la profesión religiosa
: para que él, por su bondad,
les infunda el amor a la asidua oración,
a la gozosa penitencia
y al ferviente apostolado.
b)
Por las que hoy se han consagrado
más estrechamente al servicio divino:
para que el Señor mantenga y aumente en ellas
el amor fraterno y una caridad inquebrantable para con todos.
c)
Por estas hermanas nuestras
que hoy se han consagrado a Cristo Señor:
para que, imitando a las vírgenes prudentes,
alimenten con solicitud
la lámpara del amor y de la fe.
d)
Por estas hijas tuyas
que hoy han confirmado su decisión:
para que con las lámparas encendidas
esperen al Esposo
y merezcan ser admitidas por él
a las nupcias celestiales.
e)
Por las que hoy profesan los consejos evangélicos:
para que la consagración religiosa
aumente en ellas la santidad
a la que fueron llamadas en el Bautismo.
f)
Por todos nosotros:
para que cumpliendo con fidelidad
las palabras del Maestro "sed perfectos",
demos dignos frutos de santidad
y, alcanzada la medida de la plenitud de Cristo,
seamos congregados en la Jerusalén celestial.

Oración Conclusiva
102.
a) En la Misa de la primera profesión
Protege, Señor, a tu familia
y concede en tu bondad
lo que te pedimos para estas hermanas nuestras,
que hoy se entregan a ti por su primera profesión.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
b) En la Misa de la renovación de los votos
Dios de verdad y misericordia,
escucha las súplicas de tu pueblo
y por la intercesión de María, Madre de Dios,
concede a tus hijas la virtud de la perseverancia,
para que cumplan con tu ayuda
los votos que por tu gracia renovaron.
Por Jesucristo nuestro Señor.

Todos:
Amén.

Lecturas Bíblicas
Antiguo Testamento
1.
Gen. 12, 1-4a: Sal de tu tierra y de tu parentela y ven.
2.
1 Sam. 3, 1-10: Habla, Señor, que tu siervo escucha.
3.
1 Reyes 19, 4-9a. 11-15a: Quédate de pie en la montaña ante la presencia del Señor.
4.
1 Reyes 19, 16b. 19-21: Eliseo se fue detrás de Elías.
5.
Cant. 2,8-14: Levántate, amiga mía, y ven.
6.
Cant. 8, 6-7: El amor es fuerte como la muerte.
7.

Is. 61, 9-11: Mucho me gozaré en el Señor.


8.
Os. 2, 14. 19-20 (Hebr. 16, 21-22): Te desposaré conmigo para siempre.
9.
Para vírgenes:
a) Is. 44, 1-5: Uno dirá: "Yo soy el Señor".
b) Jer. 31, 31-37: Alianza nueva.

Nuevo Testamento
10.
Hech. 2, 42-47: Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común.
11.
Hech. 4, 32-35: Un corazón y un alma.
12.
Rom. 6, 3-11: Llevemos una vida nueva.
13.
Rom. 12, 1-13: Ofrezcan sus cuerpos como víctima viva, santa y agradable a Dios.
14.
1 Cor. 1, 22-31: La palabra de la cruz es locura para los que se pierden; para nosotros es la
fuerza de
Dios.
15.
1 Cor. 7, 25-35: La virgen piensa en las cosas del Señor.
16.
Ef. 1, 3-14: Dios nos eligió en Cristo para que fuéramos santos e inmaculados en la caridad.
17.
Fil. 2, 1-4: Permanezcan unidos, tengan una misma caridad.
18.
Fil. 3, 8-14: Todo lo considero como desperdicio con tal de ganar a Cristo.
19.
Col. 3, 1-4: Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra.
20.
Col. 3, 12-17: Sobre todo tengan caridad, que es el vínculo de la perfección.
21.
1 Tes. 4, 1-3a. 7-12: La voluntad de Dios es que sean santos.
22.
1 Ped. 1, 3-9: Aunque no ven a Jesucristo, lo aman.
23.
1 Jn. 4, 7-16: Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros.
24.
Apoc. 3, 14b. 20-22: Cenaré con él y él conmigo.
25.
Apoc. 22, 12-14. 16-17. 20: ¡Ven, Señor Jesús!

Salmos Responsoriales
La antífona se repite cada dos versículos.
26.
Sal. 23: Felices los que son fieles al Señor porque entrarán en su santuario.
27.
Sal. 26: Cantaré y celebraré al Señor.
28.
Sal. 33: Vayamos a gustar la bondad del Señor.
29.
Sal. 41: Mi alma tiene sed de Dios, ¿cuándo llegaré a ver su rostro?
30.

Sal. 42: Subiré al altar del Señor, cantando mi alegría.


31.
Sal. 44: La gracia fluye de tus labios; el Señor te ha bendecido para siempre.
32.
Sal. 62: Señor, mi Dios, te busco desde la aurora; mi alma tiene sed de ti.
33.
Sal. 83: ¡Qué amable es tu casa, Señor del universo!
34.
Sal. 99: Lleguemos hasta el Señor, cantando himnos de gozo.

Aleluias y Versículos antes del Evangelio


35.
Sal. 132, 1: ¡Qué dulce y agradable es que los hermanos vivan unidos!
36.
Mt. 11, 25: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado a los pequeños
los
misterios del Reino.
37.
Jn. 13, 34: Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor, ámense unos a otros como yo los
he
amado.
38.
Jn.15, 5: Yo soy la vid, ustedes los sarmientos, dice el Señor; el que permanece en mí y yo en
él, da
mucho fruto.
39.
2 Cor. 8, 9: Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre, a fin de enriquecernos con su pobreza.
40.
Gal. 6, 14: Yo sólo me he de gloriar en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el
mundo está
crucificado para mí como yo lo estoy para el mundo.
41.
Fil. 3, 8-9: Todas las cosas las considero como desperdicio con tal de ganar a Cristo y estar
unido a
él.

Evangelios
42.
Mt. 11, 25-30: Escondiste estas cosas a los sabios y las revelaste a los pequeños.
43.
Mt. 16, 24-27: El que pierde su vida por mí, la encontrará.
44.
Mt. 19, 3-12: Hay quienes se castraron por el Reino de los Cielos.
45.
Mt. 19, 16-26: Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes y sígueme.
46.
Mt. 25, 1-13: He aquí que viene el esposo; salgan a su encuentro.
47.
Mc. 3, 31-35: El que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.
48.
Mc. 10, 24b-30: He aquí que hemos dejado todas las cosas y te hemos seguido.
49.
Lc.1, 16-38: He aquí la esclava del Señor.
50.
Lc. 9, 57-62: El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás no es apto para el Reino
de Dios.
51.
Lc. 10, 38-42: Marta lo recibió en su casa. María eligió la mejor parte.
52.
Lc. 11, 27-28: Bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la practican.
53.
Jn. 12, 24-26: Si el grano de trigo muere, da mucho fruto.
54.
Jn. 15, 1-8: El que permanece en mí y yo en él, da mucho fruto.
55.
Jn. 15, 9-17: Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando.
56.
Jn. 17, 2-26: Quiero que donde yo estoy, también estén ellos conmigo.

Dedicación de Iglesias y Altares


Sagrada Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino

Decreto
El rito de la dedicación de iglesias y de altares se considera entre los más solemnes actos
litúrgicos.
En efecto, el lugar donde la comunidad cristiana se congrega para escuchar la Palabra de
Dios, para elevar
sus súplicas y alabanzas al Señor y, sobre todo, para celebrar los Sagrados Misterios y donde
se reserva el
santísimo sacramento de la Eucaristía, es un símbolo peculiar de la Iglesia, templo de Dios
edificado con
piedras vivas; y el altar, que el pueblo santo rodea para participar del Sacrificio del Señor y
restaurarse con
el banquete celestial, es un signo de Cristo, que es el sacerdote, la víctima y el altar de su
propio sacrificio.
Estos ritos, que se encuentran en el segundo libro del Pontifical Romano, fueron revisados y
rehechos
en forma más simple en el año 1961. Con todo, teniendo en cuenta las razones y normas de la
restauración litúrgica, promulgadas y fomentadas por el Concilio Vaticano II, pareció necesario
revisar
nuevamente dichos ritos y acomodarlos a las condiciones de nuestro tiempo.
El Sumo Pontífice Pablo VI, con su autoridad, aprobó el nuevo Ritual de la Dedicación de
iglesias y de
altares preparado por la Sagrada Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino,
mandó que fuera
publicado y ordenó que sustituyera a los ritos del libro segundo del Pontifical Romano.
Por tal motivo, esta Sagrada Congregación, por mandato del Sumo Pontífice, publica el Ritual
de la
Dedicación de iglesias y de altares que, compuesto en lengua latina, entra en vigencia desde
su aparición;
las versiones en lengua vernácula, a partir del día que determinen las Conferencias
Episcopales, una vez
que las hayan aprobado y obtenido la confirmación de la Sede Apostólica.
Sin que obste ninguna disposición en contrario.
Dado en la sede de la Sagrada Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino, el 29 de
mayo de 1977, domingo de Pentecostés.

Santiago R. Card. Knox


Prefecto

Antonio Innocenti

Arzob. tit. de Eclano

Secretario

Sacra Congregatio Pro Sacramentis Et Cultu Divino

Argentinae
Instante Eminentissimo Domino Radulpho Francisco Card. Primatesta, Archiepiscopo
Cordubensi in
Argentina, Praeside Coetus Episcoporum Argentinae, litteris die 5 Ianuarii 1979 datis, vigore
facultatum
huic Sacrae Congregationi a Summo Pontifice Ioanne Paulo II tributarum, interpretationem
hispanicam
Ordinis dedicationis ecclesiae et altaris, prout in adnexo prostat exemplari, perlibenter
probamus seu
confirmamus.
In textu imprimendo mentio fiat de confirmatione ab Apostolica Sede concessa. Eiusdem
insuper
textus impressi duo exemplaria ad hanc Sacram Congregationem transmittantur.
Contrariis quibuslibet minime obstantibus.
Ex aedibus Sacrae Congregationis pro Sacramentis et Cultu Divino, die 20 Ianuarii 1979.

Iacobus R. Card. Knox


Praefectus

Vergilius Noè

a Secretis a.

I. Ritual de la colocación de la piedra fundamental o del


comienzo
de los trabajos de una Iglesia
Notas Preliminares
1.
Al empezar la construcción de una nueva iglesia, es conveniente celebrar un rito para implorar
la
bendición de Dios y enseñar a los fieles que el edificio que se construirá con elementos
materiales será un
símbolo visible de aquella Iglesia viva o edificio de Dios, formada por ellos mismos.
Según la costumbre litúrgica, este rito consta de la bendición del terreno de la nueva iglesia y
de la
colocación de la piedra fundamental.
Con todo, si por causa de lo peculiar del arte o del modo de edificación, no se coloca piedra
fundamental, es oportuno celebrar el rito de la bendición del terreno de la nueva iglesia para
consagrar a
Dios la obra que se ha de iniciar.
2.
El rito de colocación de la piedra fundamental o del comienzo de la nueva iglesia puede
realizarse en
cualquier día y hora, menos en el Triduo Pascual; elíjase, sin embargo, un día en que sea
posible una
mayor afluencia de fieles.
3.
Es conveniente que el rito sea celebrado por el Obispo de la diócesis. Si él no puede hacerlo,
encomendará este oficio a otro Obispo o presbítero, sobre todo, al que coopera con él en la
tarea pastoral
de la diócesis o de la comunidad a favor de la cual se erige la nueva iglesia.
4.
Se avisará con anticipación a los fieles el día y la hora de la celebración; y el párroco u otros a
quienes
corresponda los instruirán sobre el sentido del rito y sobre la veneración que se debe tener al
templo que
se erigirá en su favor. Conviene invitar también a los fieles para que, espontánea y
gustosamente,
colaboren con sus bienes en la edificación de la iglesia.
5.
En cuanto sea posible, se ha de procurar que el terreno de la nueva iglesia esté bien
delimitado y que
se pueda circundar con comodidad.
6.
En el lugar donde se levantará el altar colóquese una cruz de madera de proporciones
adecuadas.
7.
Para la celebración del rito se preparará:
- el Pontifical Romano y el Leccionario;
- la sede para el Obispo;
- la piedra fundamental, si es el caso, la cual según la costumbre debe ser cuadrada y angular;
además el cemento y las herramientas para colocar la piedra en los cimientos;
- el calderillo del agua bendita y el aspersorio;
- el incensario con la naveta del incienso y la cucharita;
- la cruz procesional y los ciriales para los ministros.
Dispóngase un buen equipo de altoparlantes para que los fieles puedan escuchar claramente
las
lecturas, oraciones y moniciones.
8.
Para la celebración del rito se usarán ornamentos de color blanco o festivo. Se prepararán:
- para el Obispo: alba, estola, capa pluvial, mitra, báculo;
- para el presbítero, si es él quien preside la celebración: alba, estola, capa pluvial;
- para los diáconos: alba, estola y, si es oportuno, dalmática;
- para los demás ministros: albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas.

Ritual de la Bendición

Primera Parte.
Acceso al lugar donde se erigirá la Iglesia
9.
La reunión del pueblo y el acceso al lugar donde se desarrollará el rito, según las
circunstancias de
lugar y tiempo, puede realizarse en una de las dos formas siguientes:

Primera forma.
Procesión
10.
A la hora señalada se reúne el pueblo en un lugar apropiado, desde donde los fieles irán en
procesión al
lugar designado.
11.
El Obispo, revestido con los ornamentos sagrados, llevando mitra y báculo, se acerca con los
ministros al lugar donde está congregado el pueblo. Dejando el báculo y la mitra, saluda al
pueblo diciendo:
La gracia de nuestro Señor Jesucristo,
el amor del Padre
y la comunión del Espíritu Santo
estén con todos ustedes.

O con otras palabras adecuadas tomadas con preferencia de la Sagrada Escritura.


El pueblo responde:
Y con tu espíritu.
U otras palabras adecuadas.
12.
El Obispo habla brevemente a los fieles para prepararlos a la celebración e ilustrar el sentido
del rito.
13.
Terminada la alocución, el Obispo dice:
Oremos.
Todos oran en silencio, por unos instantes.
Luego, el Obispo prosigue:
Dios y Padre nuestro,
que formaste a tu santa Iglesia
edificada sobre el cimiento de los Apóstoles,
siendo el mismo Jesucristo la piedra fundamental;
concede que tu pueblo, reunido en tu nombre,
con santo temor te ame, te siga
y crezca como templo de tu gloria,
hasta que, bajo tu guía, llegue a la ciudad celestial.
Por Cristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
14.
Terminada la oración, el Obispo recibe la mitra y el báculo; el diácono, si es el caso, dice:
Hermanos:
Vayamos al lugar donde se edificará la nueva iglesia,
cantando alegremente.
U otras palabras semejantes.
Y se ordena la procesión como de costumbre. Precede la cruz entre dos ministros que llevan
los cirios
encendidos; sigue el clero, el Obispo con los diáconos asistentes y los demás ministros y
finalmente los
fieles. Durante la procesión se canta la antífona siguiente, con el Salmo 83 u otro canto
adecuado:
Ant. Mi alma desea ardientemente
visitar la casa del Señor (T.P. Aleluia).
Salmo 83
¡Qué amable es tu morada,
Señor del universo!
Mi alma se consume de deseos
por los atrios del Señor;
mi corazón y mi carne claman ansiosos
por el Dios viviente. Ant.
Hasta el gorrión encontró una casa,
y la golondrina un nido
donde poner sus pichones,
junto a tus altares, Señor del universo,
mi Rey y mi Dios. Ant.
¡Felices los que habitan en tu casa
y te alaban sin cesar!
¡Felices los que encuentran su fuerza en ti,
al emprender la peregrinación! Ant.
Al pasar por un valle desierto
lo convertirán en un oasis,
y al caer las primeras lluvias,
lo cubrirán de bendiciones:
avanzarán con vigor siempre creciente,
hasta contemplar a Dios en Sión. Ant.
Señor del universo, oye mi plegaria,
escucha, Dios de Jacob;
protege, Dios, a nuestro escudo
y mira el rostro de tu ungido. Ant.
Vale más un día en tus atrios
que mil en otra parte;
yo prefiero el umbral de la casa de mi Dios
antes que vivir entre malvados. Ant.
Porque el Señor es sol y escudo;
el Señor da la gracia y la gloria,
y no niega sus bienes
a los que proceden con rectitud.
¡Señor del universo,
feliz el hombre que confía en ti! Ant.
Luego se lee la Palabra de Dios, como se indica en los nn. 18-22, pp. 412-413.

Segunda forma.
Reunión en el sitio de la futura Iglesia
15.
Si no se puede realizar la procesión o no parece oportuno, los fieles se reúnen en el lugar
donde se
erigirá la nueva iglesia. Reunido el pueblo, se canta la aclamación siguiente u otro canto
adecuado:
La paz eterna que proviene del Eterno Padre
esté con todos ustedes.
La paz perenne, el Verbo del Padre,
sea la paz para el Pueblo de Dios.
El Espíritu Consolador
otorgue la paz a todos los hombres.
Mientras tanto, el Obispo, revestido con los ornamentos sagrados, con mitra y báculo, se
acerca al
lugar en que se encuentra reunido el pueblo. Dejado el báculo y la mitra, saluda al pueblo
diciendo:
La gracia de nuestro Señor Jesucristo,
el amor del Padre
y la comunión del Espíritu Santo
estén con todos ustedes.
O con otras palabras adecuadas tomadas con preferencia de la Sagrada Escritura.
El pueblo contesta:
Y con tu espíritu.
U otras palabras adecuadas.
16.
El Obispo habla brevemente a los fieles para prepararlos a la celebración e ilustrar el sentido
del rito.
17.
Terminada la alocución, el Obispo dice:
Oremos.
Todos oran en silencio, por unos instantes.
Luego, el Obispo prosigue:
Dios y Padre nuestro,
que formaste a tu santa Iglesia
edificada sobre el cimiento de los Apóstoles,
siendo el mismo Jesucristo la piedra fundamental;
concede que tu pueblo, reunido en tu nombre,
con santo temor te ame, te siga
y crezca como templo de tu gloria,
hasta que, bajo tu guía, llegue a la ciudad celestial.
Por Cristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.

Segunda Parte.
Lectura de la Palabra de Dios
18.
Luego se leen uno o varios textos apropiados de la Sagrada Escritura, particularmente de los
que se
proponen en el Leccionario Santoral y Misas diversas, para la dedicación de una iglesia,
intercalando
oportunamente un salmo u otro canto adecuado.
Conviene leer uno de los textos siguientes, sobre todo si se coloca la piedra fundamental.
19.

Lecturas Del Antiguo Testamento


1. 1 R. 5, 2-18: El rey ordenó extraer grandes bloques de piedra de calidad para cimientos del
templo.
2. Is. 28, 16-17: Coloco una piedra probada, angular, preciosa.
20.

Lecturas Del Nuevo Testamento


3. Hech. 4, 8-12: Jesús, a quien ustedes crucificaron, se ha convertido en la piedra angular.
4. 1 Cor. 10, 1-6: La roca era Cristo.
21.

Salmos Responsoriales
1. Sal. 23, 1-2. 3-4ab. 5-6: R. (2 Cro. 7, 16a): He elegido y santificado este lugar.
2. Sal. 41, 3. 5bcd; Sal. 42, 3. 4: R. (cf. Sal. 42, 3): Que tu verdad, Señor, me guíe hasta tu
monte santo.
3. Sal. 86, 1-3. 4-6. 6-7: R. (cf. 1): Los cimientos de la ciudad de Dios sobre el monte santo.
4. Sal. 99, 2. 3. 5: R. (Ez. 37, 27): Pondré mi morada entre los hombres.
5. Sal. 117, 1-2. 16ab-17. 22-23: R. (cf. 1 Cor. 3, 11): Fuera de Jesucristo no hay otro cimiento.
22.

Evangelios
1. Mt. 7, 21-29: La casa edificada sobre roca y la casa edificada sobre arena.
2. Mt. 16, 13-18: Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
3. Mc. 12, 1-12: La piedra que desecharon los constructores se ha convertido en la piedra
angular.
4. Lc 6, 46-49: Asentó los cimientos sobre la roca.
23.
Terminadas las lecturas se tiene la homilía, en la cual se explicarán oportunamente las
lecturas bíblicas
y el sentido del rito: que Cristo es la piedra fundamental de la Iglesia y que el templo que ha de
ser
edificado por la Iglesia viva de los fieles será la Casa de Dios y del Pueblo de Dios.
24.
Después de la homilía, según las costumbres del lugar, se puede leer el acta de la bendición
de la
piedra fundamental y del comienzo de la construcción, que será firmada por el Obispo y por
los
representantes de los que trabajarán en la edificación del templo, y será incluida en los
cimientos junto con
la piedra fundamental.

Tercera Parte.
Bendición del lugar de la nueva Iglesia
25.
Terminada la homilía, el Obispo se quita la mitra, se pone de pie y bendice el lugar de la
nueva iglesia,
diciendo:
Oremos.
Dios nuestro,
que con tu presencia santificas el mundo entero
para que en todas partes sea glorificado tu nombre,
bendice a estos hijos tuyos
que, por una donación o por su trabajo
han preparado este lugar para edificarte una iglesia;
haz que, con la misma unión de corazones y alegría de espíritu
con que hoy participan de esta iniciación de las obras,
puedan celebrar un día los divinos misterios en tu templo
y te alaben sin cesar en el cielo.
Por Cristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
26.
Luego, con la mitra puesta, el Obispo rocía con agua bendita el lugar de la nueva iglesia, lo
que podrá
hacer desde el centro del terreno o recorriendo procesionalmente el circuito de los cimientos,
junto con los
ministros. En este caso, se canta la antífona siguiente, con el Salmo 47 u otro canto
apropiado:
Ant. Todos tus muros son piedras preciosas
y las torres de Jerusalén serán edificadas con oro (T.P. Aleluia).
Salmo 47
El Señor es grande y digno de alabanza,
en la ciudad de nuestro Dios.
Su santa montaña, la altura más hermosa,
es la alegría de toda la tierra.
La montaña de Sión, la morada de Dios,
es la ciudad del gran rey:
el Señor se manifestó como un baluarte
en medio de sus palacios. Ant.
Hemos visto lo que habíamos oído
en la ciudad de nuestro Dios,
en la ciudad del Señor de los ejércitos,
que él afianzó para siempre.
Nosotros evocamos tu misericordia
en medio de tu templo, Señor.
Tu alabanza, lo mismo que tu renombre,
llega hasta los confines de la tierra.
Tu derecha está llena de justicia. Ant.
Den una vuelta alrededor de Sión
y cuenten sus torreones;
observen sus baluartes y miren sus palacios,
para que puedan decir a la próxima generación:
"Así es el Señor, nuestro Dios".
Él nos guiará eternamente. Ant.

Cuarta Parte.
Bendición y colocación de la piedra fundamental
27.
Realizada la bendición del lugar, si se va a colocar la piedra fundamental, ésta se bendice y se
coloca
como se indica en los nn. 28-30, pp. 415-416. En caso contrario, se concluye el rito como se
indica en
los nn. 31-32, pp. 416-418.
28.
El Obispo se acerca al lugar donde se colocará la piedra fundamental, deja la mitra y bendice
la piedra
diciendo:
Oremos.
Señor, Padre Santo,
cuyo Hijo, nacido de María, la Virgen,
fue anunciado por el profeta Daniel
como piedra de la montaña, no hecha por mano de hombre,
y fue llamado por el Apóstol san Pablo
fundamento inconmovible,
bendice esta piedra fundamental
que colocamos en su nombre
y concédenos que el mismo Jesucristo,
a quien hiciste principio y fin de todas las cosas,
sea el comienzo, el progreso y la consumación de esta obra.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
El Obispo, si es oportuno, rocía la piedra con agua bendita y la inciensa. Luego, toma de
nuevo la
mitra.
29.
Después, el Obispo coloca la piedra fundamental en el cimiento. Esto lo hace en silencio o, si
es
oportuno, diciendo estas palabras u otras semejantes:
Por nuestra fe en Jesucristo
colocamos la piedra fundamental en este cimiento.
La gracia y la fuerza de los santos sacramentos
se reciban en la iglesia que aquí surgirá
y en ella sea invocado y alabado
el nombre de nuestro Señor Jesucristo,
a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos.
Todos:
Amén.
30.
Un albañil fija la piedra con cemento. Mientras tanto, si es el caso, se canta la antífona
siguiente u otro
canto adecuado:
La casa del Señor está bien afirmada
sobre sólida piedra (T.P. Aleluia).

Conclusión del Rito


31.
Terminado el canto, el Obispo deja la mitra. Se hace la oración de los fieles con estas
palabras u otras
semejantes.
El Obispo invita a orar, diciendo:
Queridos hermanos:
roguemos a Dios, Padre todopoderoso, para que,
a quienes ha congregado aquí
para construirle una nueva iglesia
los haga templo vivo de su gloria,
edificados sobre su Hijo, Jesucristo, la piedra fundamental.
A cada invocación respondemos:
Señor, bendice y conserva a tu Iglesia.
- Para que, rechazada la división del pecado, se digne congregar en la unidad a sus hijos
dispersos. Roguemos al Señor.
- Para que a todos los que con sus bienes o su trabajo ayudarán en la construcción de este
templo. Roguemos al Señor.
- Para que nuestros hermanos que por diversas circunstancias se ven obstaculizados en
construir
iglesias dedicadas al nombre de Dios, procuren edificarse como templo vivo para testimoniar
su fe y su
alabanza. Roguemos al Señor.
- Para que todos los presentes, perfeccionados por la mano de Dios, seamos dignos de
celebrar
aquí los divinos misterios. Roguemos al Señor.
Luego, el Obispo introduce la oración del Señor con estas palabras u otras semejantes:
Unamos la voz de la Iglesia en oración a la de Cristo,
rogando al Padre celestial
con las palabras que su Hijo nos enseñó.
Todos:
Padre nuestro, que estás en el cielo:
santificado sea tu nombre;
venga a nosotros tu Reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
El Obispo prosigue:
Te alabamos, Padre Santo,
porque nos concedes levantar edificios sagrados
a quienes el bautismo convirtió en templos a ti consagrados;
mira propicio a estos hijos tuyos
que alegres comienzan los trabajos de una nueva iglesia,
haz que crezcan para formar un templo para tu gloria
hasta que, perfeccionados por tu gracia,
sean puestos por tu mano en la ciudad celestial.
Por Cristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
32.
El Obispo recibe la mitra y el báculo y bendice al pueblo como de costumbre; el diácono lo
despide
diciendo:
Pueden ir en paz.
Todos:
Demos gracias a Dios.

II. Ritual de la dedicación de una Iglesia


Notas Preliminares
I. Naturaleza y dignidad de las iglesias
1.
Por su muerte y resurrección, Cristo se convirtió en el verdadero y perfecto templo de la
Nueva
Alianza1 y congregó al pueblo adquirido por Dios.
Este pueblo santo, unificado por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, es la
Iglesia2 o sea
el templo de Dios edificado con piedras vivas, donde el Padre es adorado en espíritu y en
verdad.3
Por tanto, con razón, desde antiguo se llamó también "iglesia" al edificio en el que la
comunidad
cristiana se congrega para escuchar la Palabra de Dios, orar unida, recibir los sacramentos y
celebrar la
Eucaristía.
2.
Por el hecho de ser un edificio visible, esta casa es un signo peculiar de la Iglesia que
peregrina en la
tierra y una imagen de la Iglesia que ya ha llegado al cielo. Según una costumbre muy antigua
de la Iglesia,
es conveniente dedicarla al Señor con un rito solemne al erigirla como edificio destinado
exclusiva y
establemente a reunir al Pueblo de Dios y celebrar los sagrados misterios.
3.
La iglesia, como lo exige su naturaleza, debe ser adecuada para las celebraciones sagradas,
decorosa,
que resplandezca por una noble belleza y no por la mera suntuosidad; sea un símbolo y signo
de las cosas
celestiales. "Por consiguiente, la disposic ión general del edificio sagrado conviene que se
haga como una
imagen del pueblo congregado, que permita su ordenada colocación y favorezca la ejecución
de los oficios
de cada uno". Además, en lo que se refiere al presbiterio, al altar, a la sede, al ambón y al
lugar de la
reserva del Santísimo Sacramento, obsérvense las disposiciones de las Normas generales del
Misal
Romano.4
Obsérvese también diligentemente lo referente a las cosas y lugares destinados a la
celebración de los
demás sacramentos, especialmente al Bautismo y la Penitencia.5

II.Titular de la iglesia y reliquias de los Santos que se colocarán en


ella
4.
Toda iglesia que se dedica debe tener un titular que será, o la Santísima Trinidad; o nuestro
Señor
Jesucristo, bajo alguna advocación de un misterio de su vida o de un nombre ya utilizado en la
liturgia; o el
Espíritu Santo; o la Santísima Virgen María, bajo alguna advocación ya admitida en la liturgia;
o los Santos
Ángeles; o, finalmente, algún Santo inscripto en el Martirologio Romano o en su Apéndice
legítimamente
aprobado. Un Beato no puede ser titular de una iglesia sin indulto apostólico. El titular de la
iglesia debe ser
uno solo, a no ser que se trate de Santos que están inscriptos conjuntamente en el
Calendario.
5.
Oportunamente se conservará la tradición de la Liturgia Romana de depositar debajo del altar
reliquias
de Mártires o de otros Santos. Pero se tendrá en cuenta lo siguiente:6
a) las reliquias deben ser de tamaño tal que se pueda percibir que son partes de un cuerpo
humano. Se evitará, por tanto, depositar reliquias demasiado pequeñas, sea de uno o de
varios Santos;
b) investíguese con sumo cuidado que las reliquias sean auténticas. Es mejor dedicar un altar
sin
reliquias que depositar algunas de dudosa procedencia;
c) el cofre de las reliquias no se debe poner ni sobre el altar, ni en la mesa del mismo, sino
que,
teniendo en cuenta la forma del altar, ha de colocarse debajo de la mesa.
III. Celebración de la Dedicación
Ministerio del Rito
6.
Corresponde al Obispo, a quien ha sido encomendado el ministerio pastoral de una Iglesia
particular,
dedicar las nuevas iglesias erigidas en su diócesis.
Con todo, si él no puede presidir el rito, encomendará este oficio a otro Obispo, sobre todo al
que le
ayude en el ministerio pastoral de los fieles en cuyo favor será edificada la nueva iglesia; en
circunstancias
totalmente extraordinarias podrá delegar, con un mandato especial, a un presbítero.

Elección del Día


7.
Para dedicar una iglesia nueva elíjase un día en que sea posible la concurrencia de gran
número de
fieles, sobre todo en día domingo. Puesto que en este rito todo está relacionado con la
dedicación, la
celebración no puede realizarse en aquellos días en los que se conmemora un misterio que de
ninguna
manera puede ser dejado de lado: Triduo Pascual, Navidad del Señor, Epifanía, Ascensión,
Pentecostés,
Miércoles de Ceniza, Semana Santa, Conmemoración de todos los fieles difuntos.

Misa de la Dedicación
8.
La celebración de la Misa está íntimamente unida al rito de la dedicación; por tanto, en lugar
de los
textos del día, se utilizarán los textos propios, tanto para la Liturgia de la Palabra como para la
Liturgia de
la Eucaristía.
9.
Es conveniente que el Obispo concelebre la Misa con los presbíteros que se unen a él en el
rito de la
dedicación y con aquellos a quienes se les ha encomendado la tarea de regir la parroquia o
comunidad en
cuyo favor se edificó la iglesia.

Oficio de la Dedicación
10.
El día en que se dedica una iglesia debe ser considerado como solemnidad en la misma.
Se celebra la Liturgia de las Horas de la Dedicación de una iglesia, que comienza con las
primeras
Vísperas. Donde se realiza el rito de la colocación de las reliquias, es muy conveniente
celebrar una Vigilia
en honor de las reliquias del Mártir o del Santo, lo que se hará muy bien celebrando el Oficio
de lectura,
tomado del Común o del Propio conveniente. Para favorecer la participación del pueblo,
adáptese
convenientemente la Vigilia, observando lo que establece el derecho.7

Partes del rito de la Dedicación


A. Entrada en la Iglesia
11.
El rito comienza con la entrada en la iglesia, la cual puede hacerse de tres formas. Se utilizará
aquella
que parezca más apropiada a las circunstancias de tiempo y lugar:
- Procesión hacia la iglesia que se va a dedicar: el pueblo se reúne en una iglesia cercana o
en otro
lugar adecuado, desde donde el Obispo, los ministros y los fieles se dirigen orando y
cantando.
- Entrada solemne: si no puede hacerse la procesión o no parece oportuna, la comunidad se
congrega en la entrada de la iglesia.
- Entrada simple: los fieles se congregan dentro de la iglesia; el Obispo, los concelebrantes y
los
ministros salen de la sacristía como de costumbre.
Dos ritos sobresalen en la entrada a la nueva iglesia:
a) La entrega de la iglesia: los representantes de quienes colaboraron en la construcción de la
nueva iglesia la entregan al Obispo.
b) La aspersión de la iglesia: el Obispo bendice el agua y con ella rocía al pueblo, que es el
templo
espiritual, las paredes de la iglesia y el altar.
B. Liturgia de la palabra
12.
En la Liturgia de la Palabra se proclaman tres lecturas, tomadas de las que se proponen en el
Leccionario Santoral y Misas diversas para el Rito de la dedicación de una iglesia.
Con todo, en la primera lectura se lee siempre, aun en tiempo pascual, el pasaje de Nehemías
en el que
se nos muestra al pueblo de Jerusalén, reunido junto al escriba Esdras, para escuchar la
proclamación de
la ley de Dios (Neh. 8, 1-4a. 5-6. 8-10).
13.
Después de las lecturas, el Obispo tiene la homilía en la que ilustra los textos bíblicos y el
sentido de la
dedicación de la iglesia.
Siempre se dice el Credo. Se omite la oración de los fieles, ya que en su lugar se cantan las
Letanías
de los Santos.
C. Plegaria de la Dedicación. Unción de la Iglesia y del altar. Colocación de las reliquias
de

los Santos
14.
Colocación de las reliquias de los Santos
Después del canto de las Letanías, se colocan, si es el caso, las reliquias de un Mártir para
significar
que el sacrificio de los miembros ha tomado su principio del sacrificio de la Cabeza.8 Donde
no se tienen
reliquias de algún Mártir, pueden colocarse las de otro Santo.
15.
Plegaria de Dedicación
La celebración de la Eucaristía es lo máximo del rito y el único necesario en la dedicación de
una
iglesia; con todo, de acuerdo con la común tradición de la Iglesia, tanto del Oriente como del
Occidente,
se dice también una especial Plegaria de Dedicación, mediante la cual se expresa el propósito
de dedicar
para siempre la iglesia al Señor y se pide su bendición.

16.
Ritos de la unción, incensación, revestimiento e iluminación del altar
Los ritos de la unción, incensación, revestimiento e iluminación del altar expresan con signos
visibles
algo de aquella invisible obra que realiza Dios por medio de la Iglesia que celebra los
sagrados misterios,
sobre todo la Eucaristía.
a) Unción del altar y de las paredes de la iglesia:
- Por la unción del Crisma, el altar se convierte en símbolo de Cristo, que es y se llama por
excelencia el "Ungido"; en efecto, el Padre por el Espíritu Santo lo ungió y lo constituyó Sumo
Sacerdote,
que ofreció en el altar de su cuerpo el sacrificio de su vida para la salvación de todos los
hombres.
- La unción de la iglesia significa que se la dedica plena y perpetuamente para el culto
cristiano. Se
hacen doce unciones, según la tradición litúrgica, o cuatro, según las circunstancias, con las
que se
significa que la iglesia es una imagen de la santa ciudad de Jerusalén.
b) el incienso se quema sobre el altar para significar que el sacrificio de Cristo, que allí se
perpetúa místicamente, sube a Dios como suave perfume, y para expresar que las oraciones
de los fieles,
propiciatorias y agradecidas, llegan hasta el trono de Dios.9
La incensación de la nave de la iglesia indica que por la dedicación se convierte en casa de
oración;
pero se inciensa en primer lugar al Pueblo de Dios: él es, en efecto, el templo vivo en el que
cada uno de
los fieles es un altar espiritual.
c) el revestimiento del altar indica que el altar cristiano es el ara del sacrificio eucarístico y la
mesa del Señor, alrededor de la cual los sacerdotes y los fieles, en una única y misma acción,
pero con
diverso ministerio, celebran el Memorial de la muerte y resurrección de Cristo y comen la Cena
del Señor.
Por eso, el altar, como mesa del banquete sacrificial, se reviste y adorna festivamente. Así se
hace patente
que el altar es la Mesa del Señor a la que gozosamente llegan todos los fieles para nutrirse
con el divino
alimento, esto es, con el Cuerpo y la Sangre de Cristo inmolado.10
d) La iluminación del altar, seguida de la iluminación de la iglesia, recuerda que Cristo es "la
Luz
para iluminar a las naciones",11 con cuya claridad resplandece la Iglesia y por ella toda la
familia humana.
D. Celebración de la Eucaristía
17.
Preparado el altar, el Obispo celebra la Eucaristía, que es la parte principal y más antigua de
todo el
rito.12 En efecto, la celebración de la Eucaristía concuerda perfectamente con el rito de la
dedicación:
- por la celebración del rito eucarístic o se alcanza el fin principal para el que se edifica una
iglesia
y se erige un altar y se manifiesta con signos preclaros;
- además, la Eucaristía, que santifica los corazones de quienes la reciben, consagra en cierta
manera el altar y el lugar de la celebración, como lo afirmaron repetidas veces los antiguos
Padres de la
Iglesia: "Este altar debe ser admirado porque, siendo piedra por su naturaleza, queda
santificado después
de recibir el Cuerpo de Cristo";13
- el nexo por el que la dedicación de una iglesia está profundamente unida con la celebración
de la
Eucaristía, queda también de manifiesto por cuanto la Misa de la dedicación tiene un Prefacio
propio,
unido íntimamente al rito.

IV. Adaptación del rito


Adaptaciones que competen a las Conferencias Episcopales
18.
Las Conferencias Episcopales pueden adaptar oportunamente este Ritual a las costumbres de
cada
región, pero de tal modo que no se excluya nada de su nobleza y solemnidad.
Deben observarse estas cosas:
a) nunca debe omitirse la celebración de la Misa con su Prefacio propio y la Plegaria de la
Dedicación;
b) se conservarán aquellos ritos que, por tradición litúrgica, tienen un sentido y fuerza
peculiares
(cf. supra, n. 16), a no ser que obsten graves razones, adaptando convenientemente las
fórmulas, si fuera
el caso.
Al realizar las adaptaciones, la competente autoridad eclesiástica consultará a la Sede
Apostólica y con
su consentimiento introducirá las reformas.14

Opciones que competen a los Ministros


19.
Al Obispo y a los que preparan la celebración del rito, corresponde:
- determinar el modo de entrada en la iglesia (cf. n. 11);
- establecer la manera de hacer la entrega de la nueva iglesia al Obispo (cf. n. 11);
- juzgar si es oportuno colocar las reliquias de los Santos; en esto ha de tenerse en cuenta el
bien
espiritual de los fieles y ha de observarse lo prescripto en el n. 5.
Al rector de la iglesia nueva, con la ayuda de sus colaboradores, corresponde determinar y
preparar
todo lo relacionado con las lecturas, los cantos, así como los elementos de ayuda pastoral
necesarios para
promover no sólo la fructuosa participación del pueblo, sino también una decorosa
celebración.

V. Preparación espiritual
20.
Para que los fieles participen fructuosamente del rito de la dedicación, el rector de la iglesia a
dedicar
y los demás peritos en la labor pastoral deben realizar una adecuada catequesis sobre la
eficacia y virtud
espiritual, eclesial y misional de la celebración.
Por tanto, ilústrese a los fieles sobre las diversas partes de una iglesia y sus usos, sobre el rito
de la
dedicación y los principales símbolos litúrgicos que se emplean en el mismo, de tal modo que,
con las
oportunas ayudas, a través del rito y de las oraciones entiendan plenamente el sentido de la
dedicación de
una iglesia y participen consciente, piadosa y activamente.

VI. Cosas que deben prepararse


21.
Para celebrar el Rito de la dedicación de una iglesia, prepárense estas cosas:
a) En el lugar donde se reúne el pueblo:
- el Pontifical Romano;
- la cruz procesional;
- lo que se indica en el n. 24 a), si se llevan procesionalmente las reliquias;
b) En la sacristía o en el presbiterio o en la nave de la nueva iglesia, según el caso:
- el Misal Romano y el Leccionario;
- el calderillo con el agua para bendecir y el aspersorio;
- la crismera con el santo Crisma;
- toallas para secar la mesa del altar;
-si es el caso, el mantel de lino encerado o una tela impermeable, de la medida del altar;
- la jofaina, la jarra con agua, toalla y todo lo necesario para que se laven las manos el Obispo
y
los presbíteros que ungieron las paredes;
- un gremial;
- un braserillo para quemar el incienso o aromas; o granos de incienso y pequeñas velas que
se
quemarán sobre el altar;
- incensarios con la naveta del incienso y la cucharita;
- el cáliz, el corporal, los purificadores y manutergios;
- el pan, el vino y el agua para celebrar la Misa;
- la cruz del altar, a no ser que ya haya una cruz en el presbiterio, o que la cruz que se lleva en
la
procesión de entrada se coloque cerca del altar;
- el mantel, los cirios, los candeleros;
- si es el caso, flores.
22.
Conviene conservar la antigua costumbre de colocar cruces de piedra o de bronce o de otra
materia
apta, o de esculpirlas en las paredes de la iglesia. Por tal motivo se prepararán doce o cuatro
cruces, según
el número de las unciones (cf. n. 16), y se distribuirán adecuadamente en las paredes de la
iglesia a una
altura conveniente. Debajo de cada cruz se colocará un pequeño soporte en el que se fijará un
pequeño
candelero con un cirio que se encenderá oportunamente.
23.
En la Misa de la dedicación de la iglesia se usarán ornamentos de color blanco o festivo.
Prepárense:
- para el Obispo: alba, estola, casulla, mitra, báculo, palio arzobispal, si goza de ese privilegio;
- para los presbíteros concelebrantes: vestiduras para la celebración de la Misa;
- para los diáconos: albas, estolas y dalmáticas;
- para los otros ministros: albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas.
24.
Si se van a colocar debajo del altar reliquias de Santos, se preparará lo siguiente:
a) En el lugar donde se reúne el pueblo:
- el cofre con las reliquias rodeado de flores y cirios. Si se realiza el ingreso simple, el cofre
puede
colocarse en un lugar adecuado del presbiterio, antes de comenzar la celebración;
- para los diáconos que llevarán las reliquias: alba, estola roja, si son reliquias de un Mártir, o
de
color blanco en los demás casos, y, si hay disponibles, dalmáticas. Si las reliquias serán
llevadas por
presbíteros, en vez de dalmáticas se preparan casullas. Las reliquias también pueden ser
llevadas por otros
ministros, revestidos con alba u otras vestiduras legítimamente aprobadas.
b) En el presbiterio:
- una mesa pequeña para colocar el cofre con las reliquias, mientras se realiza la primera
parte del
rito.
c) En la sacristía:
- argamasa con la que se tapará el hueco donde se colocará el cofre con las reliquias; haya
también un albañil que, en su momento, tapará el sepulcro de las reliquias.
25.
Se redactará el acta de la dedicación en dos ejemplares que serán firmados por el Obispo, el
rector de
la iglesia y los representantes de la comunidad local. Un ejemplar se guardará en el archivo de
la diócesis y
otro en el de la iglesia dedicada. Donde se coloquen reliquias, se hará un tercer ejemplar del
acta que se
guardará oportunamente en el cofre de las reliquias.
En las actas se mencionarán el día, mes y año de la dedicación, el nombre del Obispo que
celebró el
rito, del Titular y, si fuera el caso, de los Mártires o de los Santos cuyas reliquias se colocarán
debajo del
altar.
Además, en un lugar adecuado de la Iglesia, se pondrá una placa en la que se hará mención
del día,
mes y año de la dedicación, del Titular de la Iglesia y del nombre del Obispo que celebró el
rito.

VII. Aniversario de la dedicación


A. En el día aniversario de la dedicación de la Iglesia Catedral
26.
Para que aparezca con mayor claridad la importancia y la dignidad de la Iglesia particular, se
celebrará
el aniversario de la dedicación de su iglesia catedral, con la categoría de solemnidad en la
misma iglesia
catedral, como fiesta en las demás iglesias de la diócesis.15 Si este día está
permanentemente impedido, la
celebración se asignará al día libre más próximo.
Conviene que en este día aniversario de la dedicación, el Obispo concelebre la Eucaristía en
la iglesia
catedral con el Cabildo de los Canónigos o con el Consejo presbiteral, con la mayor
participación posible
de fieles.

B. En el día aniversario de la dedicación de la propia Iglesia


27.
El día aniversario de la dedicación de la iglesia se celebrará con la categoría de
solemnidad.16

Primera Parte. Ritos iniciales


Entrada a la Iglesia
28.
La entrada a la iglesia que se va a dedicar, según las circunstancias de tiempo y lugar, se hará
en una
de las tres formas siguientes:

Primera forma.
Procesión
29.
La puerta de la iglesia que se va a dedicar debe estar cerrada. A la hora señalada el pueblo se
reúne en
una iglesia cercana o en otro lugar adecuado desde el cual se hará la procesión hacia la
nueva iglesia. Las
reliquias de los Mártires y de los Santos, si han de ser colocadas debajo del altar, se
prepararán en el lugar
donde se reúne el pueblo.
30.
El Obispo y los presbíteros concelebrantes, los diáconos y ministros, revestidos con las
vestiduras
litúrgicas propias, se acercan al lugar donde está reunido el pueblo. El Obispo, dejando el
báculo y la mitra,
saluda al pueblo diciendo:
La gracia y la paz
esté con todos ustedes
en la santa Iglesia de Dios.

O con otras palabras adecuadas tomadas con preferencia de la Sagrada Escritura.


El pueblo responde:
Y con tu espíritu.
U otras palabras adecuadas.
Luego, el Obispo se dirige al pueblo con estas u otras palabras semejantes:
Queridísimos hermanos: con gran alegría nos hemos reunido aquí
para dedicar una nueva iglesia,
con la celebración del Sacrificio del Señor.
Participemos con piadosa devoción de estos ritos,
oyendo con fe la Palabra de Dios,
para que nuestra comunidad,
renacida de la única fuente del Bautismo
y alimentada en la misma mesa,
crezca como templo espiritual y,
reunida junto al mismo altar,
sea enriquecida con el amor divino.
31.
Terminada la monición, el Obispo recibe la mitra y el báculo y comienza la procesión hacia la
iglesia.
No se llevan cirios fuera de los que acompañan las reliquias de los Santos. No se quema
incienso, ni
durante la procesión ni en la Misa antes del rito de incensación e iluminación del altar y de la
iglesia (cf.
nn. 66-71, pp. 447-449). Precede el crucífero, siguen los ministros, luego los diáconos o
presbíteros que
llevan las reliquias de los Santos, rodeados por ministros o fieles con cirios encendidos; los
presbíteros
concelebrantes, luego el Obispo al que siguen dos diáconos y por último los fieles.
32.
Al comenzar la procesión se canta la antífona: ¡Cómo me alegré cuando me dijeron:
"Vamos a la Casa del Señor"!
Con el Salmo 121 u otro canto adecuado.
Salmo 121
¡Qué alegría cuando me dijeron:
"Vamos a la Casa del Señor"!
Nuestros pies ya están pisando
tus umbrales, Jerusalén. Ant.
Jerusalén, que fuiste construida
como ciudad bien compacta y armoniosa.
Allí suben las tribus,
las tribus del Señor
-según es norma en Israelpara
celebrar el nombre del Señor.
Porque allí está el trono de la justicia,
el trono de la casa de David. Ant.
Auguren la paz a Jerusalén:
"¡Vivan seguros los que te aman!
¡Haya paz entre tus muros
y seguridad en tus palacios!" Ant.
Por amor a mis hermanos y amigos,
diré: "La paz esté contigo".
Por amor a la Casa del Señor, nuestro Dios,
buscaré tu felicidad. Ant.
33.
Todos se detienen en la puerta de la iglesia. Los representantes de los que colaboraron en la
edificación de la iglesia (fieles de la parroquia o de la diócesis, donantes, arquitectos, obreros)
entregan el
edificio al Obispo, presentándole, de acuerdo con las circunstancias de lugar y tiempo, o una
escritura
pública de posesión del edificio, o las llaves o una maqueta del templo, o un libro en el que se
describe la
historia de la obra con los nombres de quienes la dirigieron y de los obreros. Uno de los
representantes se
dirige al Obispo y a la comunidad con breves palabras, ilustrando, si es el caso, el significado
de la
arquitectura y de la forma peculiar de la iglesia. Luego, el Obispo pide al presbítero a quien se
le ha
encomendado la tarea pastoral de la nueva iglesia, que abra la puerta.
34.
Abierta la puerta, el Obispo invita al pueblo a entrar en la iglesia, con estas u otras palabras
semejantes:
Entren por la puerta del Señor con alabanzas,
atraviesen sus atrios con himnos.
Entonces, precedidos por la cruz procesional, el Obispo y todos los demás entran en la iglesia.
Al
entrar la procesión se canta la antífona:
Ábranse, puertas eternas,
para que entre el Rey de la gloria.
Con el Salmo 23 u otro canto apropiado.
Salmo 23
Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella,
el mundo y todos sus habitantes,
porque él la fundó sobre los mares,
él la afirmó sobre las corrientes del océano. Ant.
¿Quién podrá subir a la montaña del Señor
y permanecer en su recinto sagrado?
El que tiene las manos limpias
y puro el corazón;
el que no rinde culto a los ídolos
ni jura falsamente: Ant.
Él recibirá la bendición del Señor,
la recompensa de Dios, su Salvador.
Así son los que buscan al Señor,
Los que buscan tu rostro, Dios de Jacob. Ant.
¡Puertas, levanten sus dinteles,
levántense, puertas eternas,
para que entre el Rey de la gloria!
¿Y quién es ese Rey de la gloria?
Es el Señor, el fuerte, el poderoso,
el Señor, poderoso en los combates. Ant.
¡Puertas, levanten sus dinteles,
levántense, puertas eternas,
para que entre el Rey de la gloria!
¿Y quién es ese Rey de la gloria?
El Rey de la gloria
es el Señor de los ejércitos. Ant.
35.
El Obispo, omitido el beso del altar, se dirige a la cátedra; los concelebrantes, los diáconos y
los
ministros ocupan sus respectivos lugares en el presbiterio. Las reliquias de los Santos se
colocan en un
sitio adecuado en el presbiterio, en medio de cirios. Luego se bendice el agua, según el rito
descripto en
los nn. 48-50, pp. 435-437.

Segunda forma
36.
Si no se puede realizar la procesión o no es oportuno hacerla, los fieles se reúnen delante de
la puerta
de la iglesia que se va a dedicar, donde las reliquias de los Santos se habrán colocado
privadamente.
37.
Precedidos por la cruz procesional, el Obispo y los presbíteros concelebrantes, los diáconos y
los
ministros revestidos con sus vestiduras litúrgicas propias, se acercan a la puerta de la iglesia,
donde está
congregado el pueblo. Es conveniente que la iglesia esté cerrada y que el Obispo, los
concelebrantes, los
diáconos y ministros lleguen a ella desde afuera.
38.
El Obispo, dejando el báculo y la mitra, saluda al pueblo diciendo:
La gracia y la paz
esté con todos ustedes
en la santa Iglesia de Dios.
O con otras palabras adecuadas tomadas con preferencia de la Sagrada Escritura.
El pueblo responde:
Y con tu espíritu.
U otras palabras adecuadas.
Luego, el Obispo se dirige al pueblo con estas u otras palabras semejantes:
Queridísimos hermanos:
con alegría nos hemos reunido aquí
para dedicar una nueva iglesia,
con la celebración del Sacrificio del Señor.
Participemos con piadosa devoción de estos ritos,
oyendo con fe la Palabra de Dios,
para que nuestra comunidad,
renacida de la única fuente del Bautismo
y alimentada en la misma mesa,
crezca como templo espiritual y,
reunida junto al mismo altar,
sea enriquecida con el amor divino.
39.
Terminada la monición, el Obispo recibe la mitra y, si es oportuno, se canta la antífona:
¡Cómo me alegré cuando me dijeron:
"Vamos a la Casa del Señor"!
Con el Salmo 121 u otro canto apropiado (cf. n. 32, p. 430).
40.
Entonces, los representantes de los que colaboraron en la edificación de la iglesia (fieles de la
parroquia o de la diócesis, donantes, arquitectos, obreros) entregan al Obispo el edificio,
presentándole, de
acuerdo con las circunstancias de lugar y tiempo, o una escritura pública de posesión del
edificio, o las
llaves o una maqueta del templo, o un libro en el que se describe la historia de la obra con los
nombres de
quienes la dirigieron y de los obreros. Uno de los representantes se dirige al Obispo y a la
comunidad con
breves palabras, ilustrando, si es el caso, el significado de la arquitectura y de la forma
peculiar de la
iglesia. Luego, si la puerta está cerrada, pide al presbítero a quien se le ha encomendado la
tarea pastoral
de la nueva iglesia, que abra la puerta.
41.
Entonces, el Obispo recibe el báculo e invita al pueblo a entrar en la iglesia, con estas u otras
palabras
semejantes:
Entren por la puerta del Señor con alabanzas,
atraviesen sus atrios con himnos.
Luego, precedidos por la cruz procesional, el Obispo y todos los demás entran en la iglesia.
Durante la
procesión se canta la antífona:
Ábranse, puertas eternas,
para que entre el Rey de la gloria.
Con el Salmo 23 u otro canto adecuado (cf. n. 34, pp. 431-432).
42.
El Obispo, omitido el beso del altar, se dirige a la cátedra; los concelebrantes, los diáconos y
los
ministros ocupan sus respectivos lugares en el presbiterio. Las reliquias de los Santos se
colocan en un
sitio adecuado en el presbiterio, en medio de cirios. Luego, se bendice el agua, según el rito
descripto en
los nn. 48-50, pp. 435-437.

Tercera forma.
Entrada simple
43.
Si no puede hacerse la entrada solemne, se hace la entrada simple.
Reunido el pueblo, el Obispo y los presbíteros concelebrantes, los diáconos y los ministros,
revestidos
con sus vestiduras litúrgicas propias, salen de la sacristía precedidos por la cruz procesional, y
se dirigen
al presbiterio por la nave de la iglesia.
44.
Las reliquias de los Santos, si se han de colocar debajo del altar, se llevan al presbiterio en la
misma
procesión de entrada, desde la sacristía o desde la capilla donde desde la vigilia estuvieron
expuestas a la
veneración de los fieles. Sin embargo, por una causa justa se pueden colocar, antes de
comenzar el rito,
en un lugar adecuado del presbiterio en medio de cirios encendidos.
45.
Durante la procesión, se canta una de las antífonas siguientes:
¡Cómo me alegré cuando me dijeron:
"Vamos a la Casa del Señor"!
O bien:
Dios habita en su santa morada,
Dios que hace habitar a sus hijos unidos en su casa,
da fuerza y poder a su pueblo.
Con el Salmo 121 u otro canto adecuado (cf. n. 32, p. 430).
46.
Cuando la procesión llega al presbiterio, las reliquias de los Santos se colocan en un sitio
adecuado, en
medio de cirios encendidos. Los presbíteros concelebrantes, los diáconos y los ministros
ocupan sus
respectivos lugares en el presbiterio. El Obispo, omitido el beso del altar, se dirige a la
cátedra. Luego,
dejando el báculo y la mitra, saluda al pueblo, diciendo:
La gracia y la paz
esté con todos ustedes
en la santa Iglesia de Dios.
O con otras palabras adecuadas tomadas con preferencia de la Sagrada Escritura.
El pueblo responde:
Y con tu espíritu.
U otras palabras adecuadas.
47.
Entonces, los representantes de los que colaboraron en la edificación de la iglesia (fieles de la
parroquia o de la diócesis, donantes, arquitectos, obreros) entregan al Obispo el edificio,
presentándole, de
acuerdo con las circunstancias de lugar y tiempo, o una escritura pública de posesión del
edificio, o las
llaves o una maqueta del templo, o un libro en el que se describe la historia de la obra con los
nombres de
quienes la dirigieron y de los obreros. Uno de los representantes se dirige al Obispo y a la
comunidad con
breves palabras, ilustrando, si es el caso, el significado de la arquitectura y de la forma
peculiar de la
iglesia.

Bendición del agua y aspersión


48.
Terminado el rito de entrada, el Obispo bendice el agua para rociar al pueblo en señal de
penitencia y
en recuerdo del bautismo, y para purificar las paredes y el altar de la nueva iglesia. Los
ministros llevan el
calderillo con el agua al Obispo que está de pie en la cátedra. El Obispo invita a todos a orar
con estas u
otras palabras semejantes:
Queridísimos hermanos:
al dedicar esta iglesia con solemne rito,
supliquemos humildemente a Dios nuestro Señor
que se digne bendecir esta agua, con la cual seremos rociados
en señal de penitencia y en recuerdo del bautismo,
y con la que serán purificados las paredes y el nuevo altar.
Que el mismo Señor nos ayude con su gracia, para que,
dóciles al Espíritu Santo que hemos recibido,
permanezcamos fieles en su Iglesia.
Y todos oran en silencio, por unos instantes. Luego el Obispo continúa:
Señor Dios, por quien toda creatura ve la luz de la vida,
de tal modo amas al hombre
que no sólo lo alimentas con cuidados paternales,
sino que también lo purificas del pecado
con el rocío de la caridad
y lo guías constantemente hacia Cristo, nuestra Cabeza:
Tú estableciste con un designio misericordioso
que los que descendieran como pecadores
a las aguas del bautismo,
habiendo muerto con Cristo, resucitaran inocentes,
se hicieran sus miembros y coherederos del premio eterno.
Santifica con tu bendición esta agua,
para que, rociada sobre nosotros y sobre estas paredes,
sea una señal de aquel lavado salvífico por el cual,
purificados en Cristo, nos convertimos
en templo de tu Espíritu;
a nosotros y a todos nuestros hermanos
que celebrarán en esta iglesia los divinos misterios,
concédenos llegar a la Jerusalén celestial.
Por Cristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
49.
El Obispo, acompañado por los diáconos, rocía con agua bendita al pueblo y las paredes,
pasando por
la nave de la iglesia, y vuelto al presbiterio rocía el altar. Mientras tanto se canta la antífona:
Vi el agua que salía del templo
del lado derecho, aleluia;
y se salvaron todos a los que llegó esta agua,
y dirán: Aleluia, aleluia.
O en tiempo de Cuaresma:
Cuando sea santificado en ustedes,
los congregaré de todos los países,
y derramaré sobre ustedes un agua pura,
y serán purificados de todas sus iniquidades;
y les daré un espíritu nuevo.
U otro canto adecuado.
50.
Después de la aspersión, el Obispo vuelve a la cátedra y, terminado el canto, de pie, con las
manos
juntas, dice:
Dios, Padre misericordioso,
esté presente en esta Casa de oración
y, con la gracia del Espíritu Santo,
purifique a quienes somos templo donde habita.
Todos:
Amén.

Himno y oración colecta


51.
Luego, se dice el himno Gloria a Dios en el cielo.
52.

Terminado el himno, el Obispo, con las manos juntas, dice:


Oremos.
Y todos oran en silencio, por unos instantes. Luego, el Obispo, con las manos extendidas,
dice:
Dios todopoderoso y eterno,
derrama tu gracia sobre este lugar
y concede tu ayuda a todos los que te invocan,
para que la eficacia de tu palabra y de los sacramentos
confirme aquí los corazones de todos los fieles.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.
Todos:
Amén.

Segunda Parte. Liturgia de la palabra


53.
La proclamación de la Palabra de Dios se realiza convenientemente de esta forma: dos
lectores, de los
cuales uno lleva el Leccionario de la Misa, y el salmista se acercan al Obispo.
El Obispo, de pie, con mitra, recibe el Leccionario, lo muestra al pueblo y dice:
Resuene siempre en este recinto
la Palabra de Dios
que les haga conocer el misterio de Cristo
y realice la salvación de ustedes en la Iglesia.
Todos responden:
Amén.
Luego, el Obispo entrega el Leccionario al primer lector. Los lectores y el salmista se dirigen al
ambón, llevando el Leccionario de modo que todos lo vean.
54.
Las lecturas se ordenan de este modo:
a) en primer lugar se proclama siempre la lectura del Libro de Nehemías 8, 1-4a. 5-6. 8-10,
seguida del canto del Salmo 18B, 8-9. 10.15, con la respuesta: R.
Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
b) la segunda lectura y el Evangelio se toman de los textos propuestos en el Leccionario
Santoral
y Misas diversas para la celebración de la Dedicación de una iglesia. Para el Evangelio no se
llevan ciriales
ni incienso.
55.
Después del Evangelio el Obispo tiene la homilía, en la que ilustra los textos bíblicos y el
sentido de la
dedicación de la iglesia.
56.
Terminada la homilía se dice el Credo. Se omite la oración de los fieles, ya que en su lugar se
cantan
las Letanías de los Santos.

Tercera Parte. Plegaria de la dedicación y unciones


Letanías de los Santos
57.
Luego, el Obispo invita al pueblo a orar con estas u otras palabras semejantes:
Queridísimos hermanos:
oremos a Dios Padre todopoderoso,
que de los corazones de los fieles
se hizo un templo espiritual,
y que la súplica fraterna de los Santos
se una a nuestras voces.
58.
Se cantan entonces las Letanías de los Santos a las que todos responden; esto se realiza
estando todos
de pie, si es un día domingo o durante el tiempo pascual; en los demás días, de rodillas. En
este caso el
diácono dice:
Nos ponemos de rodillas.
59.
En las Letanías, en el lugar correspondiente, se agregan las invocaciones del Titular de la
iglesia, del
Patrono del lugar y, si es el caso, de los Santos cuyas reliquias se colocarán debajo del altar.
Se pueden
añadir también otras peticiones que tengan en cuenta la peculiar naturaleza del rito y la
condición de los
fieles. Los nombres de los Santos puestos entre paréntesis, oportunamente se omiten cuando
las Letanías
son cantadas.
Señor, ten piedad de nosotros Señor, ten piedad de nosotros
Cristo, ten piedad de nosotros Cristo, ten piedad de nosotros
Señor, ten piedad de nosotros Señor, ten piedad de nosotros
Santa María, Madre de Dios ruega por nosotros
San Miguel ruega por nosotros
Santos Ángeles de Dios ruegen por nosotros
San Juan Bautista ruega por nosotros
San José ruega por nosotros
Santos Pedro y Pablo ruegen por nosotros
San Andrés ruega por nosotros
San Juan ruega por nosotros
Santa María Magdalena ruega por nosotros
San Esteban ruega por nosotros
San Ignacio de Antioquía ruega por nosotros
San Lorenzo ruega por nosotros
Santas Perpetua y Felicidad ruega por nosotros
Santa Inés ruega por nosotros
San Gregorio ruega por nosotros
San Agustín ruega por nosotros
San Atanasio ruega por nosotros
San Basilio ruega por nosotros
San Martín ruega por nosotros
San Benito ruega por nosotros
Santos Francisco y Domingo ruegen por nosotros
San Francisco Javier ruega por nosotros
San Juan María Vianney ruega por nosotros
Santa Catalina de Siena ruega por nosotros
Santa Teresa de Jesús ruega por nosotros
Todos los Santos y Santas de Dios ruegen por nosotros
Por tu bondad líbranos, Señor
De todo mal líbranos, Señor
De todo pecado líbranos, Señor
De la muerte eterna líbranos, Señor
Por el misterio de tu Encarnación líbranos, Señor
Por tu muerte y tu resurrección líbranos, Señor
Por la venida del Espíritu Santo líbranos, Señor
Nosotros, que somos pecadores, te pedimos escúchanos,
Señor
Para que gobiernes y conserves a tu santa Iglesia escúchanos,
Señor
Para que conserves en tu santo servicio al Papa y a todos los miembros del clero escúchanos,
Señor
Para que concedas la paz y la concordia a todos los pueblos escúchanos,
Señor
Para que nos sostengas con tu ayuda y nos conserves en tu santo servicio escúchanos,
Señor
Para que consagres esta iglesia escúchanos,
Señor
Jesús, Hijo del Dios vivo escúchanos,
Señor
Cristo, óyenos Cristo, óyenos
Cristo, escúchanos Cristo, escúchanos
60.
Terminadas las Letanías, el Obispo, de pie, con las manos extendidas, dice:
Señor, te rogamos
por la intercesión de la Virgen María
y de todos los Santos,
que recibas benignamente nuestras súplicas,
para que este templo que dedicaremos a tu nombre
se convierta en casa de salvación y de gracia,
donde el pueblo cristiano, fraternalmente congregado,
te adore en espíritu y en verdad
y se edifique en la caridad.
Por Cristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
El diácono, si es el caso, dice:
Nos ponemos de pie.
Y todos se levantan. El Obispo vuelve a ponerse la mitra. Cuando no se han de colocar las
reliquias de
los Santos, el Obispo dice en seguida la Plegaria de la Dedicación, como se indica en el n. 62,
p. 443.

Colocación de las reliquias


61.
Si se han de colocar reliquias de Mártires o de otros Santos, debajo del altar, el Obispo se
acerca al
mismo. Un diácono o un presbítero lleva las reliquias al Obispo, quien las coloca en el
sepulcro
oportunamente preparado. Entre tanto se canta la antífona:
Santos de Dios, que han recibido un lugar debajo del altar:
intercedan por nosotros ante el Señor Jesucristo.
O bien:
Los cuerpos de los Santos fueron sepultados en paz
y sus nombres viven eternamente (T.P. Aleluia).
Con el Salmo 14, u otro canto adecuado.
Salmo 14
Señor, ¿quién se hospedará en tu carpa?
¿quién habitará en tu santa montaña? Ant.

El que procede rectamente


y practica la justicia:
el que dice la verdad de corazón
y no calumnia con su lengua.
El que no hace mal a su prójimo
ni agravia a su vecino. Ant.
El que no estima a quien Dios reprueba
y honra a los que temen al Señor.
El que no se retracta de lo que juró,
aunque salga perjudicado;
el que no presta su dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que procede así, nunca vacilará. Ant.
Mientras tanto, un albañil cierra el sepulcro. El Obispo vuelve a la cátedra.

Plegaria de la dedicación
62.
Luego, el Obispo, de pie, sin mitra, en la cátedra o junto al altar, con las manos extendidas, en
voz alta
dice:
Señor y Dios nuestro,
que santificas y guías a tu Iglesia,
es justo que celebremos tu santo nombre
con jubilosas alabanzas,
porque hoy tu pueblo desea dedicarte para siempre,
con rito solemne, esta casa de oración,
donde te venera con amor,
se instruye con tu palabra
y se alimenta con tus sacramentos.

Este templo hace vislumbrar el misterio de la Iglesia


que Cristo santificó con su sangre,
para presentarla ante sí como Esposa llena de gloria,
como Virgen insigne por la integridad de la fe,
como Madre fecunda por el poder del Espíritu.
Iglesia santa, viña elegida del Señor,
cuyas ramas se extienden por todo el mundo,
cuyos brotes adheridos al tronco,
son elevados hasta el Reino de los Cielos.
Iglesia feliz, tabernáculo de Dios con los hombres,
templo santo que se construye con piedras vivas,
asentada en los firmes cimientos de los Apóstoles,
siendo el mismo Jesús su piedra angular.
Iglesia sublime,
Ciudad erigida en la cima de la montaña,
visible a todos e iluminada para todos,
en la que brilla la perenne antorcha del Cordero
y resuena el cántico agradecido de los Santos.
Por eso, Señor, te suplicamos:
derrama en esta iglesia y en este altar
la santificación celestial,
para que sean siempre un lugar santo
y la mesa preparada para el sacrificio de Cristo.
Aquí las aguas de la divina gracia
cubran los pecados de los hombres,
para que tus hijos, Padre, muertos al pecado,
renazcan a la vida divina.
Aquí tus fieles, rodeando la mesa del altar,
celebren el memorial de la Pascua
y se fortalezcan con el alimento
de la Palabra y del Cuerpo de Cristo.
Aquí resuene alegre la oblación de la alabanza,
la voz de los hombres se asocie a los cánticos de los Ángeles,
y suba hasta ti constante la plegaria
por la salvación del mundo.
Aquí los pobres encuentren misericordia,
los oprimidos obtengan la verdadera libertad,
y todos los hombres se revistan
con la dignidad de hijos tuyos,
hasta que lleguen, llenos de alegría,
a la Jerusalén celestial.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
quien siendo Dios vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos.
Todos:
Amén.

Unción del altar y de las paredes


63.
Luego, el Obispo, si es necesario, se quita la casulla y, tomando un gremial, se acerca al altar
con los
diáconos y los demás ministros, uno de los cuales lleva la crismera, y realiza la unción del
altar y de las
paredes de la iglesia, como se describe en el n. 64.
Si el Obispo quisiera asociarse para la unción de las paredes a algunos presbíteros que con él
concelebran el sagrado rito, realizada la unción del altar, les entrega las crismeras y con ellos
realiza las
unciones.
El Obispo puede encomendar la unción de las paredes a los presbíteros, en cuyo caso,
después de la
unción del altar, les entrega las crismeras.
64.
El Obispo, de pie, ante el altar, dice en voz alta:
El Señor santifique con su poder
el altar y la casa que ungimos por nuestro ministerio,
para que expresen visiblemente
el misterio de Cristo y su Iglesia.
Luego, vierte el santo Crisma en el medio y en los cuatro ángulos del altar, siendo conveniente
ungir
toda la mesa.
Después, unge las paredes de la iglesia marcando doce o cuatro cruces distribuidas
convenientemente,
ayudándole, si es oportuno, dos o cuatro presbíteros.
Si hubiera encomendado la unción de las paredes a los presbíteros, éstos, cuando el Obispo
haya
terminado de ungir el altar, ungen las paredes marcando las cruces con el santo Crisma.
Mientras tanto se canta la antífona:
He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres,
y habitará con ellos;
ellos serán su pueblo
y él mismo será su Dios (T.P. Aleluia).
O bien:
El Templo del Señor es santo,
es construcción de Dios,
es edificación de Dios.
Con el Salmo 83 u otro canto adecuado.
Salmo 83
¡Qué amable es tu morada,
Señor del universo!
Mi alma se consume de deseos
por los atrios del Señor;
mi corazón y mi carne claman ansiosos
por el Dios viviente.
Hasta el gorrión encontró una casa,
y la golondrina tiene un nido
donde poner sus pichones,
junto a tus altares, Señor del universo,
mi Rey y mi Dios. Ant.
¡Felices los que habitan en tu casa
y te alaban sin cesar!
¡Felices los que encuentran su fuerza en ti,
al emprender la peregrinación! Ant.
Al pasar por un valle desierto
lo convertirán en un oasis,
y al caer las primeras lluvias,
lo cubrirán de bendiciones:
avanzarán con vigor siempre creciente,
hasta contemplar a Dios en Sión. Ant.
Señor del universo, oye mi plegaria,
escucha, Dios de Jacob;
protege, Dios, a nuestro escudo
y mira el rostro de tu Ungido. Ant.

Vale más un día en tus atrios


que mil en otra parte;
yo prefiero el umbral de la Casa de mi Dios
antes que vivir entre malvados. Ant.
Porque el Señor es sol y escudo;
el Señor da la gracia y la gloria,
y no niega sus bienes
a los que proceden con rectitud.
¡Señor del universo,
feliz el hombre que confía en ti! Ant.
65.
Terminada la unción del altar y de las paredes de la iglesia, el Obispo vuelve a la cátedra y se
sienta.
Los ministros le acercan lo necesario para lavarse las manos. Luego, el Obispo deja el gremial
y se pone la
casulla. También los presbíteros se lavan las manos después de ungir las paredes.

Incensación del altar y de la Iglesia


66.
Después del rito de la unción, se pone sobre el altar un braserillo para quemar incienso o
aromas, o, si
se prefiere, se pone sobre el altar incienso mezclado con cerillas. El Obispo echa incienso en
el braserillo o
con un cirio pequeño, que le alcanza un ministro, enciende el incienso, diciendo:
Suba, Señor, nuestra oración,
como el incienso en tu presencia
y, así como esta casa se llena de suave perfume,
así tu Iglesia expanda la fragancia de Cristo.
67.
Entonces, el Obispo echa incienso en los incensarios e inciensa el altar. Luego, vuelve a la
cátedra, es
incensado y se sienta. Los ministros, pasando por la nave de la iglesia, inciensan al pueblo y
las paredes.
68.
Mientras tanto se canta la antífona:
El ángel se puso de pie junto al ara del templo,
llevando un incensario de oro en su mano.
O bien:
El humo del incienso
subió a la presencia del Señor,
de mano del ángel.
Con el Salmo 137 u otro canto adecuado.
Salmo 137
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
te cantaré en presencia de los ángeles.
Me postraré ante tu santo Templo
y daré gracias a tu nombre
por tu amor y tu fidelidad,
porque tu promesa ha superado tu renombre. Ant.
Me respondiste cada vez que te invoqué
y aumentaste la fuerza de mi alma.
Que los reyes de la tierra te bendigan
al oír las palabras de tu boca,
y canten los designios del Señor,
porque la gloria del Señor es grande.
El Señor está en las alturas,
pero se fija en el humilde
y reconoce al orgulloso desde lejos. Ant.

Iluminación del altar y de la Iglesia


69.
Terminada la incensación, algunos ministros limpian con toallas la mesa del altar y, si es el
caso, lo
cubren con una tela impermeable; luego, lo cubren con el mantel y lo adornan, si es oportuno,
con flores;
colocan adecuadamente los candeleros con los cirios requeridos para la celebración de la
Misa y, si
corresponde, también la cruz.
70.
Después, el diácono se acerca al Obispo, el cual, de pie, le entrega un pequeño cirio
encendido,diciendo en voz alta:
Brille en la Iglesia la luz de Cristo
para que todos los hombres
lleguen a la plenitud de la verdad.
El Obispo se sienta. El diácono va al altar y enciende los cirios para la celebración de la
Eucaristía.
71.
Entonces se hace una iluminación festiva: se encienden todos los cirios, también los que se
pusieron
donde sehicieron las unciones, y las demás luces de la iglesia, en señal de alegría. Mientras
tanto se canta
la antífona:
Jerusalén, ha llegado tu luz
y la gloria del Señor se alza sobre ti;
los pueblos caminarán a tu luz, aleluia.
O, en tiempo de Cuaresma:
Jerusalén, ciudad de Dios,
resplandecerás con luz espléndida
y te venerarán todos los confines de la tierra.
Con el cántico de Tobías, u otro canto adecuado, con preferencia en honor de Cristo, luz del
mundo.
Cántico De Tobías (Vulg. 13, 10. 14ab. 14c-15. 17)
Bendigan al Señor todos sus elegidos,
celebren días de alegría y alábenlo. Ant.
Jerusalén, ciudad de Dios,
brillarás con luz resplandeciente
y todos los confines de la tierra te adorarán.
Vendrán a ti de lejos pueblos numerosos,
llevando sus dones al Rey del Cielo. Ant.
Mirarán tu tierra como santuario,
invocarán en ti el nombre santo.
Te alegrarás por tus hijos,
porque todos serán de nuevo congregados
y bendecirán al Señor de los siglos. Ant.

Cuarta Parte. Liturgia Eucarística


72.
Los diáconos y los ministros preparan el altar como de costumbre.
Algunos fieles llevan el pan, el vino y el agua para el sacrificio del Señor.
El Obispo recibe las ofrendas en la cátedra. Mientras se preparan las ofrendas puede cantarse
la
antífona:
Señor Dios, alegremente ofrecí todas mis cosas
con sinceridad de corazón;
vi con grandísima alegría
a tu pueblo que fue rescatado;
Dios de Israel, Señor Dios,
conserva esta ofrenda (T.P. Aleluia).
U otro canto adecuado.
73.
Cuando todo está preparado, el Obispo va al altar y, dejada la mitra, lo besa. La Misa continúa
como
de costumbre, pero no se inciensan ni las ofrendas ni el altar.
74.

Oración sobre las ofrendas


Acepta, Señor, las ofrendas de tu Iglesia
que hoy se alegra por la consagración de este lugar;
por los misterios que ahora celebramos, te pedimos
la gracia de alcanzar la salvación eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Todos:
Amén.
75.
Se dice la Plegaria eucarística I o III con este Prefacio íntimamente ligado con el rito de la
dedicación
de la iglesia:
V. El Señor esté con ustedes.
R. Y con tu espíritu.
V. Levantemos el corazón.
R. Lo tenemos levantado hacia el Señor.
V. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
R. Es justo y necesario.
En verdad es justo y necesario,
darte gracias, Padre santo,
siempre y en todo lugar.
Tú hiciste del mundo entero un templo de tu gloria
para que tu nombre fuera glorificado en todas partes,
y quieres también que te consagremos lugares aptos
para celebrar los santos misterios.
Por eso, hoy te dedicamos con gozo esta casa de oración
construida con el trabajo de los hombres.
Aquí se manifiesta el misterio del verdadero Templo
y se vislumbra la imagen de la Jerusalén celestial;
en efecto, del Cuerpo de tu Hijo, nacido de la VirgenMaría,
hiciste un templo sagrado para ti,
en el que habitara la plenitud de la divinidad.

También constituiste a tu Iglesia como ciudad santa


edificada sobre el cimiento de los Apóstoles,
cuya piedra angular es Jesucristo,
y continúas edificándola con piedras elegidas,
vivificadas por tu Espíritu,
unidas por el amor,
siempre todo para todos
y brillará eternamente la luz de Cristo.
Por él, Señor,
junto con los ángeles y los santos,
te alabamos llenos de alegría:
Santo, Santo, Santo...
76.
En la Plegaria eucarística I se dice Hanc igitur propio:
Acepta, Señor, en tu bondad,
esta oblación de nuestro ministerio
y la ofrenda de tus servidores
que con amor edificaron infatigablemente esta iglesia
(en honor de N.)
(Por Cristo nuestro Señor. Amén.)
77.
En las intercesiones de la Plegaria eucarística III, después de las palabras de esta familia que
tú has
elegido, se dice:
Atiende con bondad
los deseos de tu pueblo que te dedica esta iglesia:
sea para él morada de salvación
y lugar de los santos sacramentos;
resuene aquí el Evangelio de la paz
y sean celebrados los sagrados misterios, con los que tus fieles,
instruidos por la palabra de vida y la gracia divina,
peregrinando por este mundo
merezcan llegar a la Jerusalén celestial,
en la que, Padre bondadoso,
reúnas a tus hijos, dispersos por todas partes.
A nuestros hermanos difuntos ...
78.
Mientras el Obispo comulga con el Cuerpo de Cristo, se comienza el canto de la comunión. Se
canta
la antífona:
Dice el Señor: mi casa será casa de oración;
en ella, el que pide recibe, el que busca encuentra,
y al que llama se le abre (T.P. Aleluia).
O bien:
Como brotes de olivo en torno a tu mesa, Señor,
así son los hijos de la Iglesia (T.P. Aleluia).
Con el Salmo 127 u otro canto adecuado.
Salmo 127
¡Feliz el que teme al Señor
y sigue sus caminos! Ant.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás feliz y todo te irá bien.
Tu esposa será como una vid fecunda
en el seno de tu hogar;
tus hijos, como retoños de olivo
alrededor de tu mesa. Ant.
¡Así será bendecido el hombre que teme al Señor!
¡Que el Señor te bendiga desde Sión
todos los días de tu vida:
que contemples la paz de Jerusalén
y veas a los hijos de tus hijos!
¡Paz a Israel! Ant.
Si no se inaugura la capilla del Santísimo Sacramento, la Misa continúa como se indica en el
n. 83, p.
454.

Inauguración de la capilla del Santísimo Sacramento


79.
La inauguración de la capilla donde se reservará el Santísimo Sacramento puede realizarse de
este
modo: después de la comunión, se deja sobre la mesa del altar el copón con el Santísimo
Sacramento. El
Obispo se dirige a la cátedra y todos oran en silencio, por unos instantes.
Luego, el Obispo dice la oración después de la comunión:
Oremos.
Te pedimos, Señor,
que por los sacramentos que hemos recibido,
tengamos una profunda experiencia de ti,
para que todos te adoremos siempre en tu santo templo
y podamos gloriarnos de tu presencia con todos los santos.
Por Cristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
80.
Dicha esta oración, el Obispo vuelve al altar y, de rodillas, inciensa el Santísimo Sacramento,
recibe el
velo humeral y toma el copón con las manos cubiertas con dicho velo. Entonces se ordena la
procesión,
en la cual, precediendo la cruz procesional, se lleva el Santísimo Sacramento con cirios e
incienso por la
nave de la iglesia a la capilla de la reserva. Mientras tanto se canta la antífona:
¡Glorifica al Señor, Jerusalén;
celebra a tu Dios, oh Sión!
Con el Salmo 147 u otro canto adecuado.
Salmo 147
¡Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión!
Él reforzó los cerrojos de tus puertas
y bendijo a tus hijos dentro de ti;
él asegura la paz en tus fronteras
y te sacia con lo mejor del trigo.
Envía su mensaje a la tierra,
su palabra corre velozmente;
reparte la nieve como lana
y esparce la escarcha como ceniza. Ant.
Él arroja su hielo como migas,
y las aguas se congelan por el frío;
da una orden y se derriten,
hace soplar su viento y corren las aguas. Ant.
Revela su palabra a Jacob,
sus preceptos y mandatos a Israel:
a ningún otro pueblo trató así
ni le dio a conocer sus mandamientos. Ant.
81.
Cuando la procesión llega a la capilla de la reserva, el Obispo deja el copón sobre el altar, o
en el
tabernáculo, dejando la puerta abierta, y, puesto incienso, arrodillado inciensa el Santísimo
Sacramento.
Luego de unos momentos de oración en silencio, el diácono pone el copón en el tabernáculo o
cierra la
puerta del mismo. Un ministro enciende la lámpara que arderá continuamente delante del
Santísimo
Sacramento.
82.
Si la capilla de la reserva del Santísimo Sacramento está bien a la vista de los fieles, el Obispo
imparte
la bendición desde allí (cf. n. 84). De lo contrario, la procesión vuelve al presbiterio por el
camino más
corto y el Obispo imparte la bendición desde el altar o desde la cátedra.
83.
Si no se inaugura la capilla del Santísimo Sacramento, terminada la comunión de los fieles, el
Obispo
dice:
Oremos.
Te pedimos, Señor,
que por los sacramentos que hemos recibido,
tengamos una profunda experiencia de ti,
para que todos te adoremos siempre en tu santo templo
y podamos gloriarnos de tu presencia con todos los santos.
Por Cristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.

Bendición y despedida
84.
El Obispo, con mitra, dice:
El Señor esté con ustedes.
El pueblo responde:
Y con tu espíritu.
Luego, el diácono, si se juzga oportuno, invita al pueblo a recibir la bendición, con estas u
otras
palabras semejantes: Inclínense para recibir la bendición.
Entonces, el Obispo, con las manos extendidas sobre el pueblo, lo bendice, diciendo:
Dios, Señor del cielo y de la tierra,
que los ha congregado para la dedicación de esta casa,
los haga abundar en bendiciones celestiales.
Todos:
Amén.
El Obispo:
Ya que quiso reunir en su Hijo
a todos sus hijos dispersos por el mundo,
haga de ustedes templo suyo
y morada del Espíritu Santo.
Todos:
Amén.
El Obispo:
De modo que, felizmente purificados,
Dios habite en ustedes
y posean con todos los Santos
la herencia de la eterna felicidad.
Todos:
Amén.
El Obispo toma el báculo y prosigue:
Los bendiga Dios todopoderoso,
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Todos:
Amén.
85.
Finalmente, el diácono despide al pueblo como de costumbre.

III. Ritual de la dedicación de una Iglesia en la cual ya se


celebran
habitualmente los Sagrados Misterios
Notas Preliminares
1.
Para percibir plenamente la fuerza de los símbolos y el sentido del rito, es conveniente que la
inauguración de una nueva iglesia se realice simultáneamente con su dedicación; por eso,
como ya se ha
dicho, procúrese, en cuanto sea posible, que en la nueva iglesia no se celebre la Misa antes
de dedicarla
(cf. cap. II, Notas prel., nn. 8, 15, 17).
Sin embargo, cuando s dedican iglesias en las cuales ya se celebran habitualmente los
sagrados
misterios, se utilizará el Ritual que se propone en este capítulo.
Además, hay que distinguir aquellas iglesias de reciente construcción, en las que la razón de
la
dedicación aparece más clara, de aquellas que están edificadas desde hace mucho tiempo.
Para dedicar
estas últimas se requiere:
- que el altar no haya sido aún dedicado, ya que la costumbre y el derecho litúrgico prohíben
con
razón, que se dedique una iglesia sin dedicar el altar; en efecto, la dedicación del altar es la
parte principal
de todo el rito;
- que haya algo nuevo o muy cambiado en el edificio, sea en su construcción material (p. ej.
una
restauración total), sea en su estatuto jurídico (p. ej. que la iglesia haya sido promovida al
grado de
parroquia).
2.
Todo lo que se ha indicado en las Notas preliminares del capítulo II vale también para este
Ritual, a no
ser que, por la misma condición de las cosas, algo aparezca claramente ajeno a este rito, o
que se indique
expresamente otra cosa.
Este Ritual difiere del que se describe en el capítulo II sobre todo en lo siguiente:
a) se omite el rito de abrir las puertas de la iglesia (cf. cap. II, n. 34 o n. 41), por cuanto la
iglesia
ya está abierta a los fieles. Por eso la entrada se hace según la forma simple (cf. cap. II, nn.
43-47). Pero,
si se trata de dedicar una iglesia que ha estado cerrada por largo tiempo y que ahora se abre
de nuevo para
las celebraciones sagradas, puede realizarse este rito, ya que en este caso conserva su
fuerza y su sentido;
b) el rito de la entrega de la iglesia al Obispo (cf. cap. II, n. 33 o 40 o 47), según las
circunstancias, se conservará, se omitirá o se adaptará a la condición de la iglesia a dedicar
(p. ej. será
conveniente conservarlo si se trata de una iglesia de reciente edificación; se omitirá en la
dedicación de una
iglesia antigua que no ha sido cambiada en su estructura material; se adaptará en la
dedicación de una
iglesia antigua totalmente restaurada);
c) el rito de la aspersión de las paredes con agua bendita (cf. cap. II, nn. 48-50), que tiene una
índole lustral, se omite;
d) se omitirá lo que es propio de la primera lectura de la Palabra de Dios (cf. cap. II, n. 53); por
tanto, la Liturgia de la Palabra se realiza como de costumbre; en lugar de Nehemías 8, 1-4a.
5-6. 8-10 con
el salmo 18B, 8-9. 10. 15 y su antífona (cf. cap. II, n. 54a), se elige otra lectura apropiada.

Primera Parte. Ritos iniciales


Entrada
3.
Reunido el pueblo, el Obispo y los presbíteros concelebrantes, los diáconos y los ministros,
revestidos
con sus vestiduras litúrgicas propias, salen de la sacristía precedidos por la cruz procesional y
se dirigen al
presbiterio por la nave de la iglesia.
4.
Las reliquias de los Santos, si se han de colocar debajo del altar, se llevan al presbiterio en la
misma
procesión de entrada, desde la sacristía o desde la capilla donde desde la vigilia estuvieron
expuestas a la
veneración de los fieles. Sin embargo, por una causa justa, se pueden colocar, antes de
comenzar el rito,
en un lugar adecuado del presbiterio en medio de cirios encendidos.
5.
Durante la procesión se canta una de las antífonas siguientes:
Dios habita en su santa morada,
Dios que hace habitar a sus hijos unidos en su casa,
da fuerza y poder a su pueblo.
O bien:
¡Cómo me alegré cuando me dijeron:
"Vamos a la Casa del Señor"!
Con el Salmo 121 u otro canto adecuado.
Salmo 121
¡Qué alegría cuando me dijeron:
"Vamos a la Casa del Señor"!
Nuestros pies están pisando
tus umbrales, Jerusalén. Ant.
Jerusalén, que fuiste construida
como ciudad bien compacta y armoniosa.
Allí suben las tribus,
las tribus del Señor
-según es norma en Israelpara
celebrar el nombre del Señor.
Porque allí está el trono de la justicia,
el trono de la casa de David. Ant.
Auguren la paz a Jerusalén:
"¡Vivan seguros los que te aman!
¡Haya paz entre tus muros
y seguridad en tus palacios!" Ant.
Por amor a mis hermanos y amigos,
diré: "La paz esté contigo".
Por amor a la Casa del Señor, nuestro Dios,
buscaré tu felicidad. Ant.
6.
Cuando la procesión llega al presbiterio, las reliquias de los Santos se colocan en un lugar
adecuado,
en medio de cirios encendidos. Los presbíteros concelebrantes, los diáconos y los ministros
ocupan sus
respectivos lugares en el presbiterio. El Obispo, omitido el beso del altar, se dirige a la
cátedra. Luego,
dejando el báculo y la mitra, saluda al pueblo, diciendo:
La gracia y la paz
esté con todos ustedes
en la santa Iglesia de Dios.
O con otras palabras adecuadas tomadas con preferencia de la Sagrada Escritura.
El pueblo responde:
Y con tu espíritu.
U otras palabras adecuadas.
7.
Entonces, si, según las circunstancias (cf. Notas preliminares, n. 2b), la iglesia ha de ser
entregada al
Obispo, los representantes de los que colaboraron en la edificación de la iglesia (fieles de la
parroquia o de
la diócesis, donantes, arquitectos, obreros) la entregan al Obispo, presentándole o una
escritura pública de
posesión del edificio, o las llaves o una maqueta del templo, o un libro en el que se describe la
historia de la
obra con los nombres de quienes la dirigieron y de los obreros. Uno de los representantes se
dirige al
Obispo y a la comunidad con breves palabras, ilustrando, si es el caso, el significado de la
arquitectura y
de la forma peculiar de la iglesia.

Bendición del agua y aspersión


8.
Terminado el rito de entrada, el Obispo bendice el agua para rociar al pueblo en señal de
penitencia y
en recuerdo del bautismo,y para purificar las paredes y el altar de la nueva iglesia. Los
ministros llevan el
calderillo con el agua al Obispo que está de pie en la cátedra. El Obispo invita a todos a orar
con estas u
otras palabras semejantes:
Queridísimos hermanos:
al dedicar esta iglesia con solemne rito,
supliquemos humildemente a Dios nuestro Señor
que se digne bendecir esta agua,
con la cual seremos rociados,
en señal de penitencia y en recuerdo del bautismo.
Que el mismo Señor nos ayude con su gracia, para que,
dóciles al Espíritu Santo que hemos recibido,
permanezcamos fieles en su Iglesia.
Y todos oran en silencio, por unos instantes. Luego, el Obispo continúa:
Oh Dios, por quien toda creatura ve la luz de la vida,
de tal modo amas al hombre
que no sólo lo alimentas con cuidados paternales,
sino que también lo purificas del pecado
con el rocío de la caridad
y lo guías constantemente hacia Cristo, nuestra Cabeza:
Tú estableciste con un designio misericordioso
que los que descendieran como pecadores
a las aguas del bautismo,
habiendo muerto con Cristo, resucitaran inocentes,
se hicieran sus miembros y coherederos del premio eterno.
Santifica con tu bendición esta agua,
para que, rociada sobre nosotros,
sea una señal de aquel lavado salvífico
por el cual, purificados en Cristo,
nos convertimos en templo de tu Espíritu;
a nosotros y a todos nuestros hermanos
que celebrarán en esta iglesia los divinos misterios,
concédenos llegar a la Jerusalén celestial.
Por Cristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
9.
El Obispo, acompañado por los diáconos, rocía al pueblo con agua bendita. Luego, si el altar
es
totalmente nuevo, también lo rocía. Mientras tanto se canta la antífona:
Vi el agua que salía del templo
del lado derecho, aleluia;
y se salvaron todos a los que llegó esta agua,
y dirán: Aleluia, aleluia.
O, en tiempo de Cuaresma:
Cuando sea santificado en ustedes,
los congregaré de todos los países,
y derramaré sobre ustedes un agua pura,
y serán purificados de todas sus iniquidades;
y les daré un espíritu nuevo.
U otro canto adecuado.
10.
Después de la aspersión, el Obispo vuelve a la cátedra y, terminado el canto, de pie, con las
manos
juntas, dice:
Dios, Padre misericordioso,
purifique con la gracia del Espíritu Santo
a quienes somos templo donde habita.
Todos:
Amén.

Himno y oración colecta


11.
Luego, se dice el himno Gloria a Dios en el cielo.
12.

Terminado el himno, el Obispo, con las manos juntas, dice:


Oremos.
Y todos oran en silencio, por unos instantes. Luego, el Obispo, con las manos extendidas,
dice:
Dios todopoderoso y eterno,
derrama tu gracia sobre este lugar
y concede tu ayuda a todos los que te invocan,
para que la eficacia de tu palabra y de los sacramentos
confirme aquí los corazones de todos los fieles.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios
por los siglos de los siglos.
Todos:
Amén.
Segunda Parte. Liturgia de la palabra
13.
Luego, el Obispo se sienta y recibe la mitra; todos también se sientan. Entonces tiene lugar la
Liturgia
de la Palabra; las lecturas se toman de los textos propuestos en el Leccionario Santoral y
Misas diversas
para la celebración de la dedicación de una iglesia.
14.
Para el Evangelio no se llevan ciriales ni incienso.
15.
Después del Evangelio el Obispo tiene la homilía, en la que ilustra los textos bíblicos y el
sentido de la
dedicación de la iglesia.
16.
Terminada la homilía se dice el Credo. Se omite la oración de los fieles, ya que en su lugar se
cantan
las Letanías de los Santos.

Tercera Parte. Plegaria de la dedicación y unciones


Letanías de los Santos
17.
Luego, el Obispo invita al pueblo a orar con estas u otras palabras semejantes:
Queridísimos hermanos:
oremos a Dios Padre todopoderoso,
que de los corazones de los fieles
se hizo un templo espiritual,
y que la súplica fraterna de los Santos
se una a nuestras voces.
18.
Se cantan entonces las Letanías de los Santos a las que todos responden; esto se realiza
estando todos
de pie si es un día domingo o durante el tiempo pascual; en los demás días, de rodillas. En
este caso el
diácono dice:
Nos ponemos de rodillas.
19.
En las Letanías, en el lugar correspondiente, se agregan las invocaciones del Titular de la
iglesia, del
Patrono del lugar y, si es el caso, de los Santos cuyas reliquias se colocarán debajo del altar.
Se pueden
añadir también otras peticiones que tengan en cuenta la peculiar naturaleza del rito y la
condición de los
fieles. Los nombres de los Santos puestos entre paréntesis, oportunamente se omiten cuando
las Letanías
son cantadas.
Señor, ten piedad de nosotros Señor, ten piedad de nosotros
Cristo, ten piedad de nosotros Cristo, ten piedad de nosotros
Señor, ten piedad de nosotros Señor, ten piedad de nosotros
Santa María, Madre de Dios ruega por nosotros
San Miguel ruega por nosotros
Santos Ángeles de Dios ruegen por nosotros
San Juan Bautista ruega por nosotros
San José ruega por nosotros
Santos Pedro y Pablo ruegen por nosotros
San Andrés ruega por nosotros
San Juan ruega por nosotros
Santa María Magdalena ruega por nosotros
San Esteban ruega por nosotros
San Ignacio de Antioquía ruega por nosotros
San Lorenzo ruega por nosotros
Santas Perpetua y Felicidad ruegen por nosotros
Santa Inés ruega por nosotros
San Gregorio ruega por nosotros
San Agustín ruega por nosotros
San Atanasio ruega por nosotros
San Basilio ruega por nosotros
San Martín ruega por nosotros
San Benito ruega por nosotros
Santos Francisco y Domingo ruegen por nosotros
San Francisco Javier ruega por nosotros
San Juan María Vianney ruega por nosotros
Santa Catalina de Siena ruega por nosotros
Santa Teresa de Jesús ruega por nosotros
Todos los Santos y Santas de Dios ruegen por nosotros
Por tu bondad líbranos, Señor
De todo mal líbranos, Señor
De todo pecado líbranos, Señor
De la muerte eterna líbranos, Señor
Por el misterio de tu Encarnación líbranos, Señor
Por tu muerte y tu resurrección líbranos, Señor
Por la venida del Espíritu Santo líbranos, Señor
Nosotros, que somos pecadores, te pedimos escúchanos,
Señor
Para que gobiernes y conserves a tu santa Iglesia escúchanos,
Señor
Para que conserves en tu santo servicio al Papa y a todos los miembros del clero escúchanos,
Señor
Para que concedas la paz y la concordia a todos los pueblos escúchanos,
Señor
Para que nos sostengas con tu ayuda y nos conserves en tu santo servicio escúchanos,
Señor
Para que consagres esta iglesia escúchanos,
Señor
Jesús, Hijo del Dios vivo escúchanos,
Señor
Cristo, óyenos Cristo, óyenos
Cristo, escúchanos Cristo, escúchanos
20.
Terminadas las Letanías, el Obispo, de pie, con las manos extendidas, dice:
Señor, te rogamos
por la intercesión de la Virgen María
y de todos los Santos,
que recibas benignamente nuestras súplicas,
para que este templo que dedicaremos a tu nombre
se convierta en casa de salvación y de gracia,
donde el pueblo cristiano, fraternalmente congregado,
te adore en espíritu y en verdad
y se edifique en la caridad.
Por Cristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
El diácono, si es el caso, dice:
Nos ponemos de pie.
Y todos se levantan. El Obispo vuelve a ponerse la mitra. Cuando no se han de colocar las
reliquias de
los Santos, el Obispo dice en seguida la Plegaria de la Dedicación, como se indica en el n. 22,
p. 467.

Colocación de las reliquias


21.
Si se han de colocar reliquias de Mártires o de otros Santos debajo del altar, el Obispo se
acerca al
mismo. Un diácono o un presbítero lleva las reliquias al Obispo, quien las coloca en el
sepulcro
oportunamente preparado. Entre tanto se canta la antífona:
Santos de Dios, que han recibido un lugar debajo del altar:
intercedan por nosotros ante el Señor Jesucristo.
O bien:
Los cuerpos de los Santos fueron sepultados en paz
y sus nombres viven eternamente (T.P. Aleluia).
Con el Salmo 14, u otro canto adecuado.
Salmo 14
Señor, ¿quién se hospedará en tu carpa?
¿quién habitará en tu santa montaña? Ant.
El que procede rectamente
y practica la justicia:
el que dice la verdad de corazón
y no calumnia con su lengua.
El que no hace mal a su prójimo
ni agravia a su vecino. Ant.
El que no estima a quien Dios reprueba
y honra a los que temen al Señor.
El que no se retracta de lo que juró,
aunque salga perjudicado;
el que no presta su dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que procede así, nunca vacilará. Ant.
Mientras tanto, un albañil cierra el sepulcro. El Obispo vuelve a la cátedra.
Plegaria de la dedicación
22.
Luego, el Obispo, de pie, sin mitra, en la cátedra o junto al altar, con las manos extendidas, en
voz alta
dice:
Señor y Dios nuestro,
que santificas y guías a tu Iglesia,
es justo que celebremos tu santo nombre
con jubilosas alabanzas,
porque hoy tu pueblo desea dedicarte para siempre,
con rito solemne, esta casa de oración,
donde te venera con amor,
se instruye con tu palabra
y se alimenta con tus sacramentos.
Este templo hace vislumbrar el misterio de la Iglesia
que Cristo santificó con su sangre,
para presentarla ante sí como Esposa llena de gloria,
como Virgen insigne por la integridad de la fe,
como Madre fecunda por el poder del Espíritu.
Iglesia santa, viña elegida del Señor,
cuyas ramas se extienden por todo el mundo,
cuyos brotes adheridos al tronco,
son elevados hasta el Reino de los Cielos.
Iglesia feliz, tabernáculo de Dios con los hombres,
templo santo que se construye con piedras vivas,
asentada en los firmes cimientos de los Apóstoles,
siendo el mismo Jesús su piedra angular.
Iglesia sublime,
Ciudad erigida en la cima de la montaña,
visible a todos e iluminada para todos,
en la que brilla la perenne antorcha del Cordero
y resuena el cántico agradecido de los Santos.
Por eso, Señor, te suplicamos:
derrama en esta iglesia y en este altar
la santificación celestial,
para que sean siempre un lugar santo
y la mesa preparada para el sacrificio de Cristo.
Aquí las aguas de la divina gracia
cubran los pecados de los hombres,
para que tus hijos, Padre, muertos al pecado,
renazcan a la vida divina.
Aquí tus fieles, rodeando la mesa del altar,
celebren el memorial de la Pascua
y se fortalezcan con el alimento
de la Palabra y del Cuerpo de Cristo.
Aquí resuene alegre la oblación de la alabanza,
la voz de los hombres se asocie a los cánticos de los Ángeles,
y suba hasta ti constante
la plegaria por la salvación del mundo.
Aquí los pobres encuentren misericordia,
los oprimidos obtengan la verdadera libertad,
y todos los hombres se revistan
con la dignidad de hijos tuyos,
hasta que lleguen, llenos de alegría,
a la Jerusalén celestial.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
quien siendo Dios vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos.
Todos:
Amén.

Unción del altar y de las paredes


23.
Luego, el Obispo, si es necesario, se quita la casulla y, tomando un gremial, se acerca al altar
con los
diáconos y los demás ministros, uno de los cuales lleva la crismera, y realiza la unción del
altar y de las
paredes de la iglesia, como se describe en el n. 24.
Si el Obispo quisiera asociarse para la unción de las paredes a algunos presbíteros que con él
concelebran el sagrado rito, realizada la unción del altar, les entrega las crismeras y con ellos
realiza las
unciones.
El Obispo puede encomendar la unción de las paredes a los presbíteros, en cuyo caso,
después de la
unción del altar, les entrega las crismeras.
24.
El Obispo, de pie, ante el altar, dice en voz alta:
El Señor santifique con su poder
el altar y la casa que ungimos por nuestro ministerio,
para que expresen visiblemente
el misterio de Cristo y su Iglesia.
Luego, vierte el santo Crisma en el medio y en los cuatro ángulos del altar, siendo conveniente
ungir
toda la mesa.
Después, unge las paredes de la iglesia marcando doce o cuatro cruces distribuidas
convenientemente,
ayudándole, si es oportuno, dos o cuatro presbíteros.
Si hubiera encomendado la unción de las paredes a los presbíteros, éstos, cuando el Obispo
haya
terminado de ungir el altar, ungen las paredes marcando las cruces con el santo Crisma.
Mientras tanto se canta la antífona:
He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres,
y habitará con ellos;
ellos serán su pueblo
y él mismo será su Dios (T.P. Aleluia).
O bien:
El Templo del Señor es santo,
es construcción de Dios,
es edificación de Dios.
Con el Salmo 83 u otro canto adecuado.
Salmo 83
¡Qué amable es tu morada,
Señor del universo!
Mi alma se consume de deseos
por los atrios del Señor;
mi corazón y mi carne claman ansiosos
por el Dios viviente.
Hasta el gorrión encontró una casa,
y la golondrina tiene un nido
donde poner sus pichones,
junto a tus altares, Señor del universo,
mi Rey y mi Dios. Ant.
¡Felices los que habitan en tu casa
y te alaban sin cesar!
¡Felices los que encuentran su fuerza en ti,
al emprender la peregrinación! Ant.
Al pasar por un valle desierto
lo convertirán en un oasis,
y al caer las primeras lluvias,
lo cubrirán de bendiciones:
avanzarán con vigor siempre creciente,
hasta contemplar a Dios en Sión. Ant.
Señor del universo, oye mi plegaria,
escucha, Dios de Jacob;
protege, Dios, a nuestro escudo
y mira el rostro de tu Ungido. Ant.
Vale más un día en tus atrios
que mil en otra parte;
yo prefiero el umbral de la Casa de mi Dios
antes que vivir entre malvados. Ant.
Porque el Señor es sol y escudo;
el Señor da la gracia y la gloria,
y no niega sus bienes
a los que proceden con rectitud.
¡Señor del universo,
feliz el hombre que confía en ti! Ant.
25.
Terminada la unción del altar y de las paredes de la iglesia, el Obispo vuelve a la cátedra y se
sienta.
Los ministros le acercan lo necesario para lavarse las manos. Luego, el Obispo deja el gremial
y se pone la
casulla. También los presbíteros se lavan las manos después de ungir las paredes.

Incensación del altar y de la Iglesia


26.
Después del rito de la unción, se pone sobre el altar un braserillo para quemar incienso o
aromas, o, si
se prefiere, se pone sobre el altar incienso mezclado con cerillas. El Obispo echa incienso en
el braserillo o
con un cirio pequeño, que le alcanza un ministro, enciende el incienso, diciendo:
Suba, Señor, nuestra oración,
como el incienso en tu presencia
y, así como esta casa se llena de suave perfume,
así tu Iglesia expanda la fragancia de Cristo.
27.
Entonces, el Obispo echa incienso en los incensarios e inciensa el altar. Luego, vuelve a la
cátedra, es
incensado y se sienta. Los ministros, pasando por la nave de la iglesia, inciensan al pueblo y
las paredes.
28.
Mientras tanto se canta la antífona:
El ángel se puso de pie junto al ara del templo,
llevando un incensario de oro en su mano.
O bien:
El humo del incienso
subió a la presencia del Señor,
de mano del ángel.
Con el Salmo 137 u otro canto adecuado.
Salmo 137
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
te cantaré en presencia de los ángeles.
Me postraré ante tu santo Templo
y daré gracias a tu nombre
por tu amor y tu fidelidad,
porque tu promesa ha superado tu renombre. Ant.
Me respondiste cada vez que te invoqué
y aumentaste la fuerza de mi alma.
Que los reyes de la tierra te bendigan
al oír las palabras de tu boca,
y canten los designios del Señor,
porque la gloria del Señor es grande.

El Señor está en las alturas,


pero se fija en el humilde
y reconoce al orgulloso desde lejos. Ant.

Iluminación del altar y de la Iglesia


29.
Terminada la incensación, algunos ministros limpian con toallas la mesa del altar y, si es el
caso, lo
cubren con una tela impermeable; luego, lo cubren con el mantel y lo adornan, si es oportuno,
con flores;
colocan adecuadamente los candeleros con los cirios requeridos para la celebración de la
Misa y, si
corresponde, también la cruz.
30.
Después, el diácono se acerca al Obispo, el cual, de pie, le entrega un pequeño cirio
encendido,diciendo en voz alta:
Brille en la Iglesia la luz de Cristo
para que todos los hombres
lleguen a la plenitud de la verdad.
El Obispo se sienta. El diácono va al altar y enciende los cirios para la celebración de la
Eucaristía.
31.
Entonces se hace una iluminación festiva: se encienden todos los cirios, también los que se
pusieron
donde se hicieron las unciones, y las demás luces de la iglesia, en señal de alegría. Mientras
tanto se canta
la antífona:
Jerusalén, ha llegado tu luz
y la gloria del Señor se alza sobre ti;
los pueblos caminarán a tu luz, aleluia.
O, en tiempo de Cuaresma:
Jerusalén, ciudad de Dios,
resplandecerás con luz espléndida
y te venerarán todos los confines de la tierra.
Con el cántico de Tobías, u otro canto adecuado, con preferencia en honor de Cristo, luz del
mundo.
Cántico De Tobías (Vulg. 13, 10. 13-14ab. 14c-15. 17)
Bendigan al Señor todos sus elegidos,
celebren días de alegría y alábenlo. Ant.
Jerusalén, ciudad de Dios,
brillarás con luz resplandeciente
y todos los confines de la tierra te adorarán.
Vendrán a ti de lejos pueblos numerosos,
llevando sus dones al Rey del Cielo. Ant.
Mirarán tu tierra como santuario,
invocarán en ti el nombre santo.
Te alegrarás por tus hijos,
porque todos serán de nuevo congregados
y bendecirán al Señor de los siglos. Ant.

Cuarta Parte. Liturgia Eucarística


32.
Los diáconos y los ministros preparan el altar como de costumbre.
Algunos fieles llevan el pan, el vino y el agua para el sacrificio del Señor.
El Obispo recibe las ofrendas en la cátedra. Mientras se preparan las ofrendas puede cantarse
la
antífona:
Señor Dios,
alegremente ofrecí todas mis cosas
con sinceridad de corazón;
vi con grandísima alegría
a tu pueblo que fue rescatado;
Dios de Israel, Señor Dios,
conserva esta ofrenda (T.P. Aleluia).
U otro canto adecuado.
33.
Cuando todo está preparado, el Obispo va al altar y, dejada la mitra, lo besa. La Misa continúa
como
de costumbre, pero no se inciensan ni las ofrendas ni el altar.
34.

Oración Sobre Las Ofrendas


Acepta, Señor, las ofrendas de tu Iglesia
que hoy se alegra por la consagración de este lugar;
por los misterios que ahora celebramos, te pedimos
la gracia de alcanzar la salvación eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Todos:
Amén.
35.
Se dice la Plegaria eucarística I o III con este Prefacio:
V. El Señor esté con ustedes.
R. Y con tu espíritu.
V. Levantemos el corazón.
R. Lo tenemos levantado hacia el Señor.
V. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
R. Es justo y necesario.
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias, siempre y en todo lugar
Señor, Padre Santo,
Dios todopoderoso y eterno,
por Jesucristo, Señor nuestro.
Porque en la casa visible que nos permitiste construir
donde reúnes y proteges sin cesar
a esta familia que peregrina hacia ti,
manifiestas y realizas de manera admirable
el misterio de tu comunión con nosotros.
En este lugar, Señor,
tú vas edificando aquel templo que somos nosotros,
y así, la Iglesia, extendida por toda la tierra,
crece unida, como Cuerpo de Cristo,
hasta llegar a ser la nueva Jerusalén.
Por eso, Señor,
te celebramos en el templo de tu gloria,
y con todos los ángeles
te bendecimos y te glorificamos, cantando:
Santo, Santo, Santo...
36.
Mientras el Obispo comulga con el Cuerpo de Cristo, se comienza el canto de la comunión. Se
canta
la antífona:
Dice el Señor: mi casa será casa de oración;
en ella, el que pide recibe,
el que busca encuentra,
y al que llama se le abre (T.P. Aleluia).
O bien:
Como brotes de olivo en torno a tu mesa, Señor,
así son los hijos de la Iglesia (T.P. Aleluia).
Con el Salmo 127 u otro canto adecuado.
Salmo 127
¡Feliz el que teme al Señor
y sigue sus caminos! Ant.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás feliz y todo te irá bien.
Tu esposa será como una vid fecunda
en el seno de tu hogar;
tus hijos, como retoños de olivo
alrededor de tu mesa. Ant.
¡Así será bendecido
el hombre que teme al Señor!
¡Que el Señor te bendiga desde Sión
todos los días de tu vida:
que contemples la paz de Jerusalén
y veas a los hijos de tus hijos!
¡Paz a Israel! Ant.

Inauguración de la capilla del Santísimo Sacramento


37.
Si se ha de inaugurar la capilla del Santísimo Sacramento, terminada la comunión de los
fieles, todo se
realiza como se indica en el cap. II, nn. 79-82, pp. 453-454.
38.
Después de la comunión, el Obispo dice:
Oremos.
Te pedimos, Señor,
que por los sacramentos que hemos recibido,
tengamos una profunda experiencia de ti,
para que todos te adoremos siempre en tu santo templo
y podamos gloriarnos de tu presencia con todos los santos.
Por Cristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.

Bendición y despedida
39.
El Obispo, con mitra, dice:
El Señor esté con ustedes.
El pueblo responde:
Y con tu espíritu.
Luego, el diácono, si se juzga oportuno, invita al pueblo a recibir la bendición, con estas u
otras
palabras semejantes:
Inclínense para recibir la bendición.
Entonces, el Obispo, con las manos extendidas sobre el pueblo, lo bendice diciendo:
Dios, Señor del cielo y de la tierra,
que los ha congregado para la dedicación de esta casa,
los haga abundar en bendiciones celestiales.
Todos:
Amén.
El Obispo:
Ya que quiso reunir en su Hijo
a todos sus hijos dispersos por el mundo,
haga de ustedes templo suyo
y morada del Espíritu Santo.
Todos:
Amén.
El Obispo:
De modo que, felizmente purificados,
Dios habite en ustedes
y posean con todos los Santos
la herencia de la eterna felicidad.
Todos:
Amén.
El Obispo toma el báculo y prosigue:
Los bendiga Dios todopoderoso,
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Todos:
Amén.
40.
Finalmente, el diácono despide al pueblo como de costumbre.

IV. Ritual de la dedicación de un altar


Notas Preliminares
I. Naturaleza y dignidad del altar
1.
Los antiguos Padres de la Iglesia, meditando la Palabra de Dios, no dudaron en afirmar que
Cristo fue
el sacerdote, la víctima y el altar de su propio sacrificio.1 En efecto, la carta a los Hebreos
presenta a
Cristo como el Sumo Sacerdote y, al mismo tiempo, como el Altar vivo del Templo celestial;2
en el
Apocalipsis nuestro Redentor aparece como el Cordero muerto,3 cuya oblación es llevada al
altar del cielo
por manos del Ángel de Dios.4

El Cristiano: altar espiritual


2.
Puesto que Cristo, Cabeza y Maestro, es altar verdadero, también sus miembros y discípulos
son
altares espirituales, en los que se ofrece a Dios el sacrificio de una vida santa. Esto lo
afirmaron ya los
Santos Padres: San Ignacio de Antioquía ruega a los Romanos: "No podríais otorgarme otra
cosa mejor
que el ser inmolado para Dios, mientras el altar está aún preparado".5 San Policarpo
amonesta a las viudas
que vivan santamente, porque "son el altar de Dios".6 A estas voces se unen, entre otros, San
Gregorio
Magno que enseña: "¿Qué es el altar de Dios, sino el espíritu de los que viven bien?... Con
razón,
entonces, el corazón (de los justos) es llamado altar de Dios".7 O, según otra imagen célebre
entre los
escritores de la Iglesia, los cristianos que se dedican a la oración, que ofrecen sus plegarias a
Dios e
inmolan las víctimas de las súplicas, son las piedras vivas con las cuales el Señor Jesús
edifica el altar de
la Iglesia.8

El altar: mesa del sacrificio y del banquete pascual


3.
Cristo el Señor al instituir el memorial del sacrificio que había de ofrecer al Padre en el ara de
la cruz,
bajo la forma de un banquete sacrificial, convirtió en sagrada la mesa alrededor de la cual se
reunirían los
fieles para celebrar su Pascua. En efecto, el altar es mesa de sacrificio y de banquete en la
que el
sacerdote, representando a Cristo el Señor, hace lo mismo que él hizo y ordenó a sus
discípulos que lo
hicieran en su memoria. Todo esto fue resumido admirablemente por el Apóstol San Pablo,
cuando dice:
"El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo?; y el
pan que
partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, aunque somos
muchos,
todos nosotros formamos un solo cuerpo, porque participamos de un único pan".9

El altar: símbolo de Cristo


4.
Los hijos de la Iglesia pueden, según las circunstancias, celebrar en cualquier lugar el
memorial de
Cristo y sentarse a la mesa del Señor. Pero concuerda con el misterio eucarístico que los
fieles cristianos
erijan un altar estable para celebrar la Cena del Señor; lo que ya se hizo desde los tiempos
antiguos.
El altar cristiano es, por su misma naturaleza, la mesa peculiar del sacrificio y del banquete
pascual:
- ara peculiar donde se perpetúa sacramentalmente el sacrificio de la cruz, hasta que Cristo
vuelva;
- mesa junto a la cual se reúnen los hijos de la Iglesia para dar gracias a Dios y recibir el
Cuerpo y
la Sangre de Cristo.
Por eso, en todas las iglesias el altar es "el centro de la acción de gracias que se realiza por la
eucaristía",10 alrededor del cual se ordenan, de un modo u otro, los demás ritos de la
Iglesia.11
Por cuanto en el altar se celebra el memorial del Señor y se entrega a los fieles su Cuerpo y
su Sangre,
los escritores de la Iglesia han visto en él como un símbolo del mismo Cristo. De ahí la
expresión: "El altar
es Cristo".

El altar: honor de los mártires


5.
Toda la dignidad del altar reside en que es la mesa del Señor. Por tanto, no son los cuerpos
de los
Mártires los que honran el altar, sino más bien el altar el que dignifica el sepulcro de los
Mártires. Para
honrar los cuerpos de los Mártires y de otros Santos, y para significar que el sacrificio de los
miembros
tuvo su origen en el sacrificio de la Cabeza,12 es conveniente edificar los altares sobre sus
sepulcros o
colocar sus reliquias debajo de los altares, de tal modo que "en el lugar donde Cristo es la
hostia, se
pongan las víctimas triunfales. Pero Cristo sobre el altar, ya que padeció por todos; ellos
debajo del altar,
ya que han sido redimidos por la pasión de aquél".13 Esta disposición parece recordar, en
cierto modo,
aquella visión espiritual del Apóstol San Juan en el Apocalipsis: "Vi debajo del altar las almas
de los que
fueron inmolados a causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesús".14 Porque, aunque
todos los
Santos son llamados correctamente testigos de Cristo, sin embargo, el testimonio de la sangre
tiene una
fuerza peculiar que sólo expresan, íntegra y plenamente, las reliquias de los Mártires
colocadas bajo el
altar.

II. Erección del altar


6.
Es conveniente que en toda iglesia haya un altar fijo; en los demás lugares dedicados a las
celebraciones sagradas, un altar fijo o móvil. El altar se llama fijo cuando se construye de tal
modo que
esté adherido al suelo, y por tanto no se puede mover; móvil si se puede trasladar.15
7.
En las iglesias nuevas es conveniente erigir un solo altar, para que en el único Pueblo de Dios,
el altar
único simbolice al único Salvador nuestro, Jesucristo, y que es única la Eucaristía de la
Iglesia.
Sin embargo, en la capilla donde está el tabernáculo destinado a la reserva del Santísimo
Sacramento,
se puede erigir otro altar, en el cual pueda celebrarse la Misa en los días entre semana para
un grupo
reducido de fieles.
Se evitará, de todas maneras, erigir varios altares con la sola finalidad de adornar la iglesia.
8.
El altar se construirá separado de la pared, para que el sacerdote pueda pasar fácilmente a su
alrededor
y la Misa pueda celebrarse de cara al pueblo. "Ocupe el lugar que sea realmente el centro
hacia el que se
dirija espontáneamente la atención de toda la asamblea de los fieles".16

9.
Según la costumbre tradicional de la Iglesia y el simbolismo bíblico que es propio del altar, la
mesa del
altar fijo debe ser de piedra natural. Con todo, se puede utilizar otro material digno, sólido y
artísticamente
labrado, a juicio de la Conferencia Episcopal.
Las columnas o la base para sostener la mesa pueden construirse con cualquier material,
siempre que
sea digno y sólido.17
10.
Por su misma naturaleza el altar se dedica sólo a Dios, puesto que el sacrificio eucarístico se
ofrece
únicamente a Dios. En este sentido debe entenderse la costumbre de la Iglesia de dedicar
altares a Dios en
honor de los Santos. San Agustín lo expresó adecuadamente: "A ninguno de los Mártires, sino
al mismo
Dios de los Mártires, aunque sobre los sepulcros de los Mártires, erigimos los altares".18
Esto debe explicarse claramente a los fieles. En las iglesias nuevas no deben colocarse sobre
el altar
esculturas ni imágenes de Santos.
Tampoco se colocarán reliquias de Santos sobre la mesa del altar cuando sean expuestas a la
veneración de los fieles.
11.
Oportunamente se conservará la tradición de la Liturgia Romana de colocar reliquias de
Mártires o de
otros Santos debajo del altar.19 Con todo, se tendrá en cuenta lo siguiente:
a) Las reliquias deben ser de tal tamaño que pueda percibirse que son partes de un cuerpo
humano. Por tanto, debe evitarse que se depositen reliquias demasiado pequeñas, sea de uno
o de varios
Santos.
b) Investíguese, con sumo cuidado, que las reliquias sean auténticas. Es mejor dedicar un
altar sin
reliquias que colocar reliquias de dudosa procedencia.
c) El cofre de las reliquias no se debe poner ni sobre el altar ni en su mesa, sino que,
considerando la forma del altar, ha de colocarse debajo de la mesa.
Donde tiene lugar el rito de la colocación de las reliquias, es muy conveniente celebrar una
Vigilia en
honor de las reliquias del Mártir o del Santo, de acuerdo con lo dicho en el n. 10 del cap. II.

III. Celebración de la dedicación


Ministro del rito
12.
Corresponde al Obispo, a quien ha sido encomendado el cuidado pastoral de una Iglesia
particular,
dedicar los nuevos altares erigidos en su diócesis. Con todo, si no pudiera presidir el rito,
encomendará la
celebración a otro Obispo, sobre todo al que le ayuda en el ministerio pastoral de los fieles en
cuyo favor
ha sido erigido el nuevo altar. En circunstancias del todo extraordinarias, podrá delegar con un
mandato
especial, a un presbítero.

Elección del día


13.
Puesto que un altar llega a ser sagrado ante todo por la celebración de la Eucaristía, para
conservar la
verdad de las cosas, no se celebre la Misa en el nuevo altar antes de ser dedicado, de tal
manera que la
Misa de la dedicación sea la primera que se celebre en él.
14.
Para dedicar un nuevo altar elíjase un día en que sea posible gran concurrencia de fieles,
sobre todo el
día domingo, a no ser que razones pastorales aconsejen otra cosa. Pero el rito de la
dedicación no se
puede celebrar en el Triduo Pascual, el Miércoles de Ceniza, en los días de Semana Santa, y
en la
Conmemoración de todos los Fieles Difuntos.

Misa de la dedicación
15.
La celebración de la Eucaristía está íntimamente unida a la dedicación del altar. Se dice la
"Misa en la
dedicación de un altar". En los días de Navidad, Epifanía, Ascensión, Pentecostés, y en los
domingos de
Adviento, Cuaresma y Pascua, se dice la Misa del día, excepto la oración sobre las ofrendas y
el Prefacio,
que están íntimamente relacionados con el rito mismo.
16.
Conviene que el Obispo concelebre la Misa con los presbíteros presentes, sobre todo con
aquellos a
quienes les ha sido encomendada la tarea de regir la parroquia o comunidad a favor de la cual
ha sido
erigido el altar.

Partes del rito


A. Ritos iniciales
17.
Los ritos iniciales de la Misa de la dedicación de un altar se hacen como de costumbre,
excepto que,
en lugar del acto penitencial, el Obispo bendice el agua y con ella rocía al pueblo y el nuevo
altar.
B. Liturgia de la palabra
18.
Es conveniente proclamar tres lecturas, elegidas según las normas de las rúbricas, o de la
liturgia del
día (cf. n. 15) o de las que se proponen en el Leccionario Santoral y Misas diversas para el rito
de la
dedicación de un altar.
19.
Después de las lecturas, el Obispo tiene la homilía en la que explica tanto las lecturas bíblicas
como el
sentido de la dedicación del altar.
Concluida la homilía se dice el Credo. Se omite la oración de los fieles ya que en su lugar se
cantan las
Letanías de los Santos.
C. Plegaria de la dedicación y unción del altar
20.
Colocación de las reliquias de los Santos
Después del canto de las Letanías, si es el caso, se colocan debajo del altar las reliquias de
Mártires o
de otros Santos, para significar que todos los que han sido bautizados en la muerte de Cristo y
particularmente los que han derramado su sangre por el Señor participan de la pasión de
Cristo (cf. n. 5).
21.
Plegaria de la dedicación
La celebración de la Eucaristía es lo máximo del rito y el único necesario en la dedicación de
un altar;
sin embargo, de acuerdo con la común tradición de la Iglesia, tanto del Oriente como del
Occidente, se
dice también una especial Plegaria de dedicación, en la que se expresa el propósito de
dedicar para siempre
el altar al Señor y se pide su bendición.
22.
Rito de la unción, incensación, revestimiento e iluminación
Los ritos de la unción, incensación, revestimiento e iluminación del altar expresan con signos
visibles
algo de aquella obra invisible que Dios realiza por medio de la Iglesia que celebra los
sagrados misterios,
sobre todo la Eucaristía.
a) Unción del altar: Por la unción del Crisma, el altar se convierte en símbolo de Cristo que es
llamado y es, por excelencia, "el Ungido"; en efecto, el Padre por el Espíritu Santo lo ungió y lo
constituyó
Sumo Sacerdote, que en el altar de su cuerpo ofreció el sacrificio de su vida para la salvación
de todos los
hombres.
b) El incienso se quema sobre el altar para significar que el sacrificio de Cristo, que allí se
perpetúa sacramentalmente, sube a Dios como suave perfume, y para expresar que las
oraciones de los
fieles, propiciatorias y agradecidas, llegan hasta el trono de Dios.20
c) El revestimiento del altar indica que el altar cristiano es el ara del sacrificio eucarístico y la
mesa del Señor, alrededor de la cual los sacerdotes y los fieles, en una única y misma acción,
pero con
diverso ministerio, celebran el Memorial de la muerte y resurrección de Cristo y comen la Cena
del Señor.
Por eso, el altar, como mesa del banquete sacrificial, se reviste y adorna festivamente. Ello
significa
claramente que es la mesa del Señor a la que todos los fieles se acercan gozosamente para
nutrirse con el
divino alimento que es el Cuerpo y la Sangre de Cristo inmolado.
d) La iluminación del altar recuerda que Cristo es la "Luz para iluminar a las naciones",21 con
cuya claridad resplandece la Iglesia y por ella toda la familia humana.
D. Celebración de la Eucaristía
23.
Preparado el altar, el Obispo celebra la Eucaristía, que es la parte principal de todo el rito y la
más
antigua.22 En efecto, la celebración de la Eucaristía concuerda perfectamente con el rito de la
dedicación
del altar:
- por la celebración del sacrificio eucarístico se alcanza y se manifiesta claramente el fin para
el
cual el altar ha sido construido;
- además la Eucaristía, que santifica los corazones de quienes la reciben, consagra en cierta
manera el altar, como lo afirmaron repetidas veces los antiguos Padres de la Iglesia: "Este
altar debe ser
admirado porque, siendo piedra por su naturaleza, queda santificado después de recibir el
Cuerpo de
Cristo";23
- el nexo por el que la dedicación del altar está estrechamente unida con la celebración de la
Eucaristía, queda también de manifiesto por el hecho de que la Misa de la dedicación tiene un
Prefacio
propio, íntimamente unido al rito.

IV. Adaptación del rito


Adaptaciones que competen a las Conferencias Episcopales
24.
Las Conferencias Episcopales pueden adaptar oportunamente este Ritual a las costumbres de
cada
región, pero de tal modo que no se quite nada de su nobleza y solemnidad.
Con todo, deben observarse estas cosas:
a) la celebración de la Misa con su prepacio propio y la Plegaria de la dedicación, nunca
deben
omitirse;
b) se conservarán los ritos que, por tradición litúrgica, tienen sentido y fuerza peculiares (cf. n.
22) -a no ser que obsten graves razones- adaptando adecuadamente las fórmulas, si fuera el
caso.
Al realizar las adaptaciones, la competente autoridad eclesiástica consultará a la Sede
Apostólica y,
con su consentimiento, introducirá las reformas.24
Adaptaciones que competen a los ministros
25.
Al Obispo y a los que preparan la celebración del rito, corresponde juzgar si es oportuno
colocar las
reliquias de los Santos; teniendo en cuenta lo dicho en el n. 11 y el bien espiritual de los
fielesy el recto
sentido litúrgico.
Al rector de la iglesia en la que se dedica el altar, con la ayuda de sus colaboradores en la
acción
pastoral, corresponde determinar y preparar todo lo relacionado con las lecturas, los cantos,
así como
también los recursos pastorales para promover no sólo la fructuosa participación del pueblo,
sino también
una decorosa celebración.

V. Preparación espiritual
26.
Los fieles no sólo serán avisados con tiempo de la dedicación del nuevo altar, sino que
también serán
preparados oportunamente para su participación activa en el rito. Por tanto, se les hará una
adecuada
catequesis sobre cada uno de los ritos y el modo como se realizan. Para impartir dicha
catequesis se
podrán tener en cuenta los elementos indicados sobre la naturaleza y dignidad del altar, y
sobre el sentido y
valor de los ritos. De este modo los fieles quedarán imbuidos del amor debido al altar.

VI. Cosas que deben prepararse para la dedicación de un altar


27.
Para celebrar el rito de la dedicación de un altar, prepárese lo siguiente:
- el Misal Romano, el Leccionario y el Pontifical Romano;
- la cruz y el Libro de los Evangelios que se llevarán en la procesión;
- el calderillo con agua para bendecir y el aspersorio;
- la crismera con el santo Crisma;
- toallas para limpiar la mesa del altar;
- si es el caso, el mantel de lino encerado o una tela impermeable de la medida del altar.
- la jofaina, la jarra con agua; toalla y todo lo necesario para lavarse las manos el Obispo;
- un gremial;
- braserillo para quemar el incienso o aromas; o granos de incienso y pequeños cirios que se
quemarán sobre el altar;
- incensario con la naveta del incienso y la cucharita;
- el cáliz, el corporal, los purificadores y el manutergio;
- el pan, el vino y el agua para celebrar la Misa;
- la cruz del altar, a no ser que ya haya una cruz en el presbiterio, o que la cruz que se lleva en
la
procesión de entrada se coloque luego cerca del altar;
- el mantel, los cirios, los candeleros;
- si es el caso, flores.
28.
En la Misa de la dedicación de un altar se usarán ornamentos de color blanco o festivo.
Prepárese:
- para el Obispo: alba, estola, casulla, mitra, báculo, palio arzobispal, si tiene facultad de
usarlo;
- para los presbíteros concelebrantes: las vestiduras para la concelebración de la Misa;
- para los diáconos: albas, estolas, y, según la oportunidad, dalmáticas;
- para los demás ministros: albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas.
29.
Si se han de colocar debajo del altar las reliquias de los Santos, prepárese lo siguiente:
a) En el lugar de donde sale la procesión:
- el cofre con las reliquias, rodeado de flores y cirios. Según la oportunidad, el cofre puede
colocarse en un lugar adecuado del presbiterio, antes de comenzar el rito;
- para los diáconos que llevarán las reliquias: alba, estola de color rojo, si se trata de reliquias
de
Mártires, o de color blanco, en los demás casos, y dalmáticas si las hubiere. Pero si las
reliquias han de
ser llevadas por presbíteros, en lugar de las dalmáticas, prepárense casullas.
Las reliquias también pueden ser llevadas por otros ministros revestidos con albas o
vestiduras
legítimamente aprobadas.

b) En el presbiterio:
- una mesa pequeña en la que se deposita el cofre con las reliquias mientras se realiza la
primera
parte del rito.
c) En la sacristía:
- argamasa con la que se cerrará la tapa del hueco donde se colocará el cofre con las
reliquias.
Haya también un albañil que, en su momento, cerrará el sepulcro de las reliquias.
30.
Será conveniente conservar la costumbre de incluir en el cofre de las reliquias un pergamino
en el que
se mencione el día, el mes, el año de la dedicación del altar, el nombre del Obispo que celebra
el rito, del
Titular de la iglesia y de los Mártires o Santos cuyas reliquias se colocan debajo del altar.
El acta de la dedicación se redactará en dos ejemplares, uno de los cuales se conservará en
el archivo
de la diócesis y el otro en el de la iglesia. Serán firmados por el Obispo, el rector de la iglesia y
los
representantes de la comunidad local.

Primera Parte. Ritos iniciales


Entrada en la Iglesia
31.
Reunido el pueblo, el Obispo y los presbíteros concelebrantes, los diáconos y los ministros,
revestidos
con sus vestiduras litúrgicas propias, salen de la sacristía precedidos por la cruz procesional, y
se dirigen
al presbiterio por la nave de la iglesia.
32.

Las reliquias de los Santos, si se han de colocar debajo del altar, se llevan al presbiterio en la
misma
procesión de entrada, desde la sacristía o desde la capilla donde desde la vigilia estuvieron
expuestas a la
veneración de los fieles. Sin embargo, por una causa justa, se pueden colocar, antes de
comenzar el rito,
en un lugar apropiado del presbiterio en medio de cirios encendidos.
33.
Durante la procesión se canta la antífona:
Míranos, Señor, protector nuestro,
y contempla el rostro de tu Ungido;
porque vale más un día en tu casa
que mil lejos de ella (T.P. Aleluia).
O bien:
Subiré al altar del Señor,
cantando mi alegría.
Con el Salmo 42, u otro canto adecuado.
Salmo 42
Júzgame, Señor,
y defiende mi causa
contra la gente sin piedad;
líbrame del hombre falso y perverso.
Sí tú eres mi Dios y mi fortaleza,
¿por qué me rechazas?
¿Por qué tendré que estar triste,
oprimido por mi enemigo? Ant.
Envíame tu luz y tu verdad:
que ellas me encaminen
y me guíen a tu santa Montaña
hasta el lugar donde habitas.
Y llegaré al altar de Dios,
el Dios que es la alegría de mi vida;
y te daré gracias con la cítara
Señor, Dios mío. Ant.
¿Por qué te deprimes, alma mía?
¿Por qué te inquietas?
Espera en Dios, y yo volveré a darle gracias,
a él, que es mi salvador y mi Dios. Ant.
34.
Cuando la procesión llega al presbiterio, las reliquias de los Santos se colocan en un lugar
apropiado,
en medio de cirios encendidos. Los presbíteros concelebrantes, los diáconos y ministros
ocupan sus
respectivos lugares en el presbiterio. El Obispo, omitido el beso del altar, se dirige a la
cátedra. Luego,
dejando el báculo y la mitra, saluda al pueblo, diciendo:
La gracia y la paz
esté con todos ustedes
en la Iglesia santa de Dios.
O con otras palabras adecuadas tomadas con preferencia de la Sagrada Escritura. El pueblo
responde:
Y con tu espíritu.
U otras palabras adecuadas.

Bendición del agua y aspersión


35.
Terminado el rito de entrada, el Obispo bendice el agua para rociar al pueblo en señal de
penitencia y
en recuerdo del bautismo, y para purificar el altar. Los ministros llevan el calderillo con el agua
al Obispo
que está de pie en la cátedra. El Obispo invita a todos a orar con estas u otras palabras
semejantes:
Queridísimos hermanos:
con alegría nos hemos reunido aquí
para dedicar un nuevo altar,
con la celebración del Sacrificio del Señor.
Participemos con atención en estos sagrados ritos,
oyendo con fe la Palabra de Dios,
y, participando con gozo de la mesa del Señor,
levantemos nuestros corazones hacia la santa esperanza.
Al congregarnos junto al único altar
nos acercamos a Cristo, la piedra viva,
en quien somos edificados como un templo santo.
Pero en primer lugar
supliquemos a Dios humildemente,
que se digne bendecir esta agua,
con la cual seremos rociados en señal de penitencia
y en recuerdo del bautismo,
y para purificar el nuevo altar.
Y todos oran en silencio, por unos instantes. Luego, el Obispo dice:
Dios nuestro,
por quien toda creatura ve la luz de la vida,
de tal modo amas al hombre
que no sólo lo alimentas con cuidados paternales,
sino que también lo purificas del pecado
con el rocío de la caridad
y lo guías constantemente hacia Cristo, nuestra Cabeza:
Tú estableciste con un designio misericordioso
que los que descendieran como pecadores
a las aguas del bautismo,
habiendo muerto con Cristo, resucitaran inocentes,
se hicieran sus miembros y coherederos del premio eterno.
Santifica con tu bendición esta agua,
para que, rociada sobre nosotros y sobre este nuevo altar,
sea una señal de aquel lavado salvífico
por el cual, purificados en Cristo,
nos convertimos en templo de tu Espíritu;
a nosotros y a todos nuestros hermanos
que celebrarán en esta iglesia los divinos misterios,
concédenos llegar a la Jerusalén celestial.
Por Cristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
36.
Terminada la invocación sobre el agua, el Obispo, acompañado por los diáconos, rocía al
pueblo
pasando por la nave de la iglesia y, de regreso al presbiterio rocía el altar. Mientras tanto se
canta la
antífona:
Vi el agua que salía del templo
del lado derecho, aleluia;
y se salvaron todos a los que llegó esta agua,
y dirán: Aleluia, aleluia.
O en tiempo de Cuaresma:
Cuando sea santificado en ustedes,
los congregaré de todos los países,
y derramaré sobre ustedes un agua pura,
y serán purificados de todas sus iniquidades;
y les daré un espíritu nuevo.
U otro canto adecuado.
37.
Después de la aspersión, el Obispo vuelve a la cátedra y, terminado el canto, de pie, con las
manos
juntas, dice:
Dios, Padre misericordioso,
a quien dedicamos este nuevo altar en la tierra,
nos conceda la remisión de los pecados
y ofrecerle eternamente el sacrificio de alabanza
en su altar del cielo.
Todos:
Amén.

Himno y oración colecta


38.
Luego, excepto en tiempo de Adviento o de Cuaresma, se dice el himno Gloria a Dios en el
cielo.
39.
Terminado el himno, el Obispo, con las manos juntas, dice:
Oremos.
Y todos oran en silencio, por unos instantes. Luego, el Obispo, con las manos extendidas,
dice:
Señor y Padre nuestro,
que quisiste atraer todas las cosas
hacia tu Hijo elevado en el altar de la cruz,
derrama tu gracia celestial
sobre los fieles que te dedican la mesa de este altar;
concédeles siempre el alimento que necesitan
para que puedan crecer
como pueblo a ti consagrado.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios
por los siglos de los siglos.
Todos:
Amén.

Segunda Parte. Liturgia de la palabra


40.
En la Liturgia de la Palabra todo se hace de la manera acostumbrada. Las Lecturas y el
Evangelio se
tomarán, de acuerdo con las rúbricas, de los textos que se proponen en el Leccionario
Santoral y Misas
diversas para el rito de la dedicación del altar, o de la Misa del día.
41.
Después del Evangelio, el Obispo tiene la homilía, en la que ilustra los textos bíblicos y el
sentido de la
dedicación de la iglesia.
42.
Siempre se dice el Credo. Se omite la oración de los fieles, ya que en su lugar se cantan las
Letanías
de los Santos.

Tercera Parte. Plegaria de la dedicación y unciones


Letanías de los Santos
43.
Luego, el Obispo invita al pueblo a orar con estas u otras palabras semejantes:
Queridísimos hermanos:
oremos a Dios, Padre todopoderoso, por Jesucristo
a quien se asocian todos los Santos,
partícipes de su pasión y comensales de su mesa.
44.
Se cantan entonces las Letanías de los Santos a las que todos responden; esto se realiza
estando todos
de pie si es un día domingo o durante el tiempo pascual; en los demás días, de rodillas. En
este caso el
diácono dice:
Nos ponemos de rodillas.
45.

En las Letanías, en el lugar correspondiente, se agregan las invocaciones del Titular de la


iglesia, del
Patrono del lugar y, si es el caso, de los Santos cuyas reliquias se colocarán debajo del altar.
Se pueden
añadir también otras peticiones que tengan en cuenta la peculiar naturaleza del rito y la
condición de los
fieles. Los nombres de los Santos puestos entre paréntesis, oportunamente se omiten cuando
las Letanías
son cantadas.
Señor, ten piedad de nosotros Señor, ten piedad de nosotros
Cristo, ten piedad de nosotros Cristo, ten piedad de nosotros
Señor, ten piedad de nosotros Señor, ten piedad de nosotros
Santa María, Madre de Dios ruega por nosotros
San Miguel ruega por nosotros
Santos Ángeles de Dios ruegen por nosotros
San Juan Bautista ruega por nosotros
San José ruega por nosotros
Santos Pedro y Pablo ruegen por nosotros
San Andrés ruega por nosotros
San Juan ruega por nosotros
Santa María Magdalena ruega por nosotros
San Esteban ruega por nosotros
San Ignacio de Antioquía ruega por nosotros
San Lorenzo ruega por nosotros
Santas Perpetua y Felicidad ruegen por nosotros
Santa Inés ruega por nosotros
San Gregorio ruega por nosotros
San Agustín ruega por nosotros
San Atanasio ruega por nosotros
San Basilio ruega por nosotros
San Martín ruega por nosotros
San Benito ruega por nosotros
Santos Francisco y Domingo ruegen por nosotros
San Francisco Javier ruega por nosotros
San Juan María Vianney ruega por nosotros
Santa Catalina de Siena ruega por nosotros
Santa Teresa de Jesús ruega por nosotros
Todos los Santos y Santas de Dios ruegen por nosotros
Por tu bondad líbranos, Señor
De todo mal líbranos, Señor
De todo pecado líbranos, Señor
De la muerte eterna líbranos, Señor
Por el misterio de tu Encarnación líbranos, Señor
Por tu muerte y tu resurrección líbranos, Señor
Por la venida del Espíritu Santo líbranos, Señor
Nosotros, que somos pecadores, te pedimos escúchanos,
Señor
Para que gobiernes y conserves a tu santa Iglesia escúchanos,
Señor
Para que conserves en tu santo servicio al Papa y a todos los miembros del clero escúchanos,
Señor
Para que concedas la paz y la concordia a todos los pueblos escúchanos,
Señor
Para que nos sostengas con tu ayuda y nos conserves en tu santo servicio escúchanos,
Señor
Para que consagres este altar escúchanos,
Señor
Jesús, Hijo del Dios vivo escúchanos,
Señor
Cristo, óyenos Cristo, óyenos
Cristo, escúchanos Cristo, escúchanos
46.
Terminadas las Letanías, el Obispo, de pie, con las manos extendidas, dice:
Señor, te rogamos
por la intercesión de la Virgen María
y de todos los Santos,
que recibas benignamente nuestras súplicas,
para que este altar se convierta en el lugar
donde se celebren los más grandes misterios de la salvación,
y tu pueblo te ofrezca sus dones,
manifieste sus deseos,
ore confiadamente
y exprese todos los sentimientos de la religión y la piedad.
Por Cristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
El diácono, si es el caso, dice:
Nos ponemos de pie.
Y todos se levantan. El Obispo vuelve a ponerse la mitra.
Cuando no se han de colocar las reliquias de los Santos, el Obispo dice en seguida la Plegaria
de la
dedicación, como se indica en el n. 48.

Colocación de las reliquias


47.
Si se han de colocar reliquias de Mártires o de otros Santos, debajo del altar, el Obispo se
acerca al
mismo. Un diácono o un presbítero lleva las reliquias al Obispo, quien las coloca en el
sepulcro
oportunamente preparado. Entre tanto se canta la antífona:
Santos de Dios, que han recibido un lugar debajo del altar:
intercedan por nosotros ante el Señor Jesucristo.
O bien:
Los cuerpos de los Santos fueron sepultados en paz
y sus nombres viven eternamente (T.P. Aleluia).
Con el Salmo 14, u otro canto adecuado.
Salmo 14
Señor, ¿quién se hospedará en tu carpa?
¿quién habitará en tu santa montaña? Ant.
El que procede rectamente
y practica la justicia:
el que dice la verdad de corazón
y no calumnia con su lengua.
El que no hace mal a su prójimo
ni agravia a su vecino. Ant.
El que no estima a quien Dios reprueba
y honra a los que temen al Señor.
El que no se retracta de lo que juró,
aunque salga perjudicado;
el que no presta su dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que procede así, nunca vacilará. Ant.
Mientras tanto, un albañil cierra el sepulcro. El Obispo vuelve a la cátedra.

Plegaria de la dedicación
48.
Luego, el Obispo, de pie, sin mitra, junto al altar, con las manos extendidas, en voz alta dice:
Te glorificamos, Señor, y te bendecimos
porque, por el inefable misterio de tu amor,
estableciste que, habiendo cesado las diversas figuras,
el misterio del altar llegara a su plenitud en Cristo.
En efecto, Noé, el segundo fundador del género humano,
aplacadas las aguas del diluvio,
te erigió un altar y ofreció un sacrificio
que tú, Padre, aceptaste como una suave fragancia,
renovando la alianza de amor con los hombres.
Abraham, padre de nuestra fe,
creyendo de todo corazón en tu palabra,
levantó un altar para complacerte,
no perdonando a Isaac, su hijo amado.
También Moisés, mediador de la antigua Ley,
edificó un altar que,
rociado con la sangre del cordero,
prefiguró místicamente el ara de la cruz.
Todo lo cual fue llevado a su plenitud
por Cristo en su Misterio Pascual:
él, sacerdote y víctima, subiendo al árbol de la cruz,
se entregó a ti, Padre, como ofrenda pura
para borrar los pecados de todo el mundo
y proclamar la nueva y eterna alianza contigo.
Por eso, Señor, te rogamos humildemente:
derrama la santificación celestial sobre este altar
edificado en el templo de tu Iglesia,
para que se convierta en el ara
perpetuamente consagrada al sacrificio de Cristo
y sea la mesa del Señor
donde tu pueblo se alimente en el divino banquete.
Esta piedra labrada sea para nosotros un símbolo de Cristo,
Si el altar a dedicar no es de piedra, se dice:
Este altar sea para nosotros un símbolo de Cristo,
de cuyo costado herido brotó sangre y agua,
fuente de los sacramentos de la Iglesia.
Sea la mesa festiva a la que acudan felices
los invitados de Cristo,
para que, descargados en ti sus afanes y fatigas,
reciban nuevo vigor espiritual
para reemprender el camino.
Sea el lugar de íntima comunión y paz contigo,
para que los que se alimentan
con el cuerpo y la sangre de tu Hijo,
penetrados por su Espíritu,
crezcan en tu amor.
Sea la fuente de la unidad de la Iglesia
y de concordia entre hermanos,
a la cual se acerquen tus fieles con un solo corazón
y beban el espíritu de la mutua caridad.
Sea el centro de nuestra alabanza y acción de gracias,
hasta que lleguemos jubilosos
a las moradas eternas
donde te ofrezcamos el sacrificio de alabanza perenne
con Cristo, Sumo Pontífice y altar vivo.
Que contigo vive y reina
en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios,
por los siglos de los siglos.
Todos:
Amén.

Unción del altar


49.
Luego, el Obispo, si es necesario, se quita la casulla, y tomando un gremial, se acerca al altar
con el
diácono u otro ministro que lleva la crismera.
El Obispo, de pie, ante el altar, en voz alta dice:
El Señor santifique con su poder
este altar que ungimos por nuestro ministerio,
para que exprese visiblemente
el misterio de Cristo
que se ofreció al Padre para vida del mundo.
Luego, vierte el santo Crisma en el medio y en los cuatro ángulos del altar, siendo conveniente
ungir
toda la mesa.
50.
Mientras se realiza la unción, se canta, excepto en el tiempo pascual (cf. n. 51), la antífona:
El Señor, Dios, tu Dios,
te ha ungido con óleo de alegría
entre todos tus compañeros.
Con el Salmo 44 u otro canto adecuado.
Salmo 44
Me brota del corazón un hermoso poema,
yo dedico mis versos al rey:
mi lengua es como la pluma
de un hábil escribiente. Ant.
Tú eres hermoso,
el más hermoso de los hombres;
la gracia se derramó sobre tus labios,
porque el Señor te ha bendecido para siempre. Ant.
Cíñete, guerrero, la espada a la cintura;
con gloria y majestad, avanza triunfalmente;
cabalga en defensa de la verdad y de la justicia.
Tu mano hace justicia y tu derecha, proezas;
tus flechas son punzantes, se te rinden los pueblos
y caen desfallecidos los rivales del rey. Ant.
Tu trono, como el de Dios, permanece para siempre;
el cetro de tu realeza es un cetro justiciero:
tú amas la justicia y odias la iniquidad.
Por eso el Señor, tu Dios, prefiriéndote a tus iguales,
te consagró con óleo de alegría. Ant.
51.
En el tiempo pascual se canta la antífona:
La piedra que rechazaron los constructores
se ha convertido en piedra angular, aleluia.
Con el Salmo 117 u otro canto adecuado.
Salmo 117
¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!
La mano del Señor hace proezas,
la mano del Señor es sublime,
la mano del Señor hace proezas.
No, no moriré:
viviré para publicar lo que hizo el Señor.
El Señor me castigó duramente,
pero no me entregó a la muerte. Ant.
Yo te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.
La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular.
Esto ha sido hecho por el Señor
y es admirable a nuestros ojos.
Este es el día que hizo el Señor:
alegrémonos y regocijémonos en él. Ant.
Sálvanos, Señor, asegúranos la prosperidad.
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
Nosotros te bendecimos desde la Casa del Señor:
el Señor es Dios, y él nos ilumina.
"Ordenen una procesión con ramas frondosas
hasta los ángulos del altar". Ant.

52.
Terminada la unción del altar, el Obispo vuelve a la cátedra, se sienta, se lava las manos y
deja el
gremial.

Incensación del altar


53.
Después del rito de la unción, se pone sobre el altar un braserillo para quemar incienso o
aromas, o, si
se prefiere, se pone sobre el altar incienso mezclado con cerillas. El Obispo echa incienso en
el braserillo o
con un cirio pequeño, que le alcanza un ministro, enciende el incienso, diciendo:
Suba, Señor, nuestra oración,
como el incienso en tu presencia
y, así como esta casa se llena de suave perfume,
así tu Iglesia expanda la fragancia de Cristo.
Entonces, el Obispo echa incienso en los incensarios e inciensa el altar. Luego, vuelve a la
cátedra, es
incensado y se sienta. Un ministro inciensa al pueblo. Mientras tanto se canta la antífona:
El humo del incienso
subió a la presencia del Señor,
de mano del ángel.
O bien:
El ángel se puso de pie junto al ara del templo,
llevando un incensario de oro en su mano.
Con el Salmo 137 u otro canto adecuado.
Salmo 137

Te doy gracias, Señor, de todo corazón,


te cantaré en presencia de los ángeles.
Me postraré ante tu santo Templo
y daré gracias a tu nombre
por tu amor y tu fidelidad,
porque tu promesa ha superado tu renombre. Ant.
Me respondiste cada vez que te invoqué
y aumentaste la fuerza de mi alma.
Que los reyes de la tierra te bendigan
al oír las palabras de tu boca,
y canten los designios del Señor,
porque la gloria del Señor es grande.
El Señor está en las alturas,
pero se fija en el humilde
y reconoce al orgulloso desde lejos. Ant.

Revestimiento e iluminación del altar


54.
Terminada la incensación, algunos ministros limpian con toallas la mesa del altar y, si es el
caso, lo
cubren con una tela impermeable; luego, lo cubren con el mantel y lo adornan, si es oportuno,
con flores;
colocan adecuadamente los candeleros con los cirios requeridos para la celebración de la
Misa y, si
corresponde, también la cruz.
55.
Después, el diácono se acerca al Obispo, el cual, de pie, le entrega un pequeño cirio
encendido,
diciendo en voz alta:
La luz de Cristo ilumine la mesa del altar
y brillen con ella los comensales de la Cena del Señor.
El Obispo se sienta. El diácono va al altar y enciende los cirios para la celebración de la
Eucaristía.
56.
Entonces se hace una iluminación festiva: se encienden todas las luces que están alrededor
del altar en
señal de alegría. Mientras tanto se canta la antífona:
En ti, Señor, está la fuente de la vida,
y en tu luz veremos la luz.
U otro canto adecuado, especialmente en honor de Cristo, luz del mundo.

Cuarta Parte. Liturgia de la Eucaristía


57.
Los diáconos y los ministros preparan el altar como de costumbre. Algunos fieles llevan el pan,
el vino
y el agua para el sacrificio del Señor. El Obispo recibe las ofrendas en la cátedra. Mientras se
preparan las
ofrendas, puede cantarse la antífona:
Si al ofrecer tus dones en el altar,
te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti,
deja allí tu ofrenda ante el altar,
y vé primero a reconciliarte con tu hermano;
y luego vuelve a ofrecer tu don, aleluia.
O bien:
Moisés santificó el altar para el Señor,
ofreciendo sobre él holocaustos
e inmolando víctimas;
ofreció un sacrificio vespertino de suave perfume
al Señor Dios, ante los hijos de Israel.
U otro canto adecuado.
58.

Cuando todo está preparado, el Obispo va al altar y, dejada la mitra, lo besa. La Misa continúa
como
de costumbre, pero no se inciensan ni las ofrendas ni el altar.
59.

Oración sobre las ofrendas


Señor y Dios nuestro:
haz que descienda sobre este altar tu Espíritu Santo,
para que santifique los dones de tu pueblo
y purifique los corazones de quienes los vamos a recibir.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Todos:
Amén.
60.
Se dice la Plegaria eucarística I o III con este Prefacio que está íntimamente ligado con el rito
de la
dedicación del altar:
V. El Señor esté con ustedes.
R. Y con tu espíritu.
V. Levantemos el corazón.
R. Lo tenemos levantado hacia el Señor.
V. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
R. Es justo y necesario.
Realmente es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo, Señor nuestro.
Él mismo, verdadero sacerdote y verdadera víctima
nos mandó celebrar continuamente
el memorial del sacrificio
que te ofreció en el altar de la cruz.
Por eso tu pueblo ha erigido este altar
que hoy, lleno de júbilo, te dedicamos.
Éste es, en verdad, el lugar santo
donde se ofrece incesantemente el sacrificio de Cristo,
se te tributa una alabanza perfecta
y se lleva a cabo nuestra redención.
Ésta es la mesa en la que tus hijos,
alimentados con el Cuerpo de Cristo,
son incorporados a la unidad de tu Iglesia santa.
Aquí los fieles beben tu Espíritu
en las aguas que brotan de la roca espiritual que es Cristo,
por quien son transformados en ofrenda santa y altar vivo.
Por eso, con los ángeles y los santos
cantamos sin cesar, el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo...
61.
Mientras el Obispo comulga con el cuerpo de Cristo, se comienza el canto de la comunión. Se
canta la
antífona:
El pájaro encontró su casa
y la tórtola un nido donde poner sus pichones.
Tus altares, Señor todopoderoso, Rey mío y Dios mío:
felices los que habitan en tu casa,
te alabarán eternamente.
O bien:
Como brotes de olivo,
en torno a tu mesa, Señor,
así son los hijos de la Iglesia (T.P. Aleluia).
Con el Salmo 127 u otro canto adecuado:
Salmo 127
¡Feliz el que teme al Señor
y sigue sus caminos! Ant.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás feliz y todo te irá bien.
Tu esposa será como una vid fecunda
en el seno de tu hogar;
tus hijos, como retoños de olivo
alrededor de tu mesa. Ant.
¡Así será bendecido
el hombre que teme al Señor!
¡Que el Señor te bendiga desde Sión
todos los días de tu vida:
que contemples la paz de Jerusalén
y veas a los hijos de tus hijos!
¡Paz a Israel! Ant.
62.

Oración después de la comunión


Oremos.
Concédenos, Señor, permanecer siempre junto a tu altar
donde se celebra el misterio del sacrificio de tu Hijo,
para que, unidos por la fe y la caridad,
mientras nos alimentamos de Cristo
nos asimilemos cada vez más a él.
Que vive y reina por los siglos de los siglos.
Todos:
Amén.

Bendición y despedida
63.
El Obispo, con mitra, dice:
El Señor esté con ustedes.
El pueblo responde:
Y con tu espíritu.
Luego, el diácono, si se juzga oportuno, invita al pueblo a recibir la bendición, con estas u
otras
palabras semejantes:
Inclínense para recibir la bendición.
Entonces, el Obispo, con las manos extendidas sobre el pueblo, lo bendice, diciendo:
Dios, que los ha enriquecido
con el sacerdocio real de los bautizados,
les conceda cumplir santamente sus responsabilidades
y así puedan participar con dignidad del sacrificio de Cristo.
Todos:
Amén.
El Obispo:
Él, que los congrega en una única mesa
y los alimenta con un único pan,
haga de ustedes un solo corazón y una sola alma.
Todos:
Amén.
El Obispo:
Y que él mismo
les conceda ganar para Cristo,
a través del ejemplo del amor sincero,
a quienes ustedes anuncien el Evangelio.
Todos:
Amén.
El Obispo toma el báculo y prosigue:
Los bendiga Dios todopoderoso,
el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo.
Todos:
Amén.
64.
Luego, el diácono despide al pueblo como de costumbre.

V. Ritual de la bendición de una Iglesia


Notas Preliminares
1.
Es conveniente que los sagrados templos o iglesias que son destinadas de modo estable a la
celebración de los sagrados misterios, sean dedicados a Dios según el Ritual de la dedicación
de una
iglesia, desarrollado en los capítulos II y III, el cual se destaca por la fuerza de los ritos y
símbolos.
Sin embargo, es conveniente que los oratorios, las capillas o templos sagrados que por
razones
peculiares son destinados temporariamente al culto divino, sean bendecidos según el Ritual
que se describe
a continuación.
2.
En lo que respecta al ordenamiento litúrgico, a la elección del titular y a la preparación pastoral
de los
fieles, obsérvense aquellas prescripciones que fueron señaladas en las Notas preliminares del
Ritual de la
dedicación de una iglesia, en el capítulo II, nn. 4-5, 7, 20, convenientemente adaptadas,
cuando fuera el
caso.
3.
La iglesia o el oratorio se pueden bendecir cualquier día, fuera del triduo pascual; sin
embargo, elíjase
especialmente un día en que sea posible la concurrencia de gran número de fieles, sobre todo
en domingo,
a no ser que razones pastorales aconsejen otra cosa.
4.
En los días señalados en la Lista de días litúrgicos, en los números 1-4, se celebra la Misa del
día; en
otros se puede celebrar la Misa del día o la del Titular de la iglesia u oratorio.
5.
Para el rito de la bendición de una iglesia u oratorio prepárense todas aquellas cosas que se
requieren
para la celebración de la Misa. El altar, aunque ya estuviera bendito o dedicado, debe
permanecer desnudo
hasta el comienzo de la Liturgia de la Eucaristía. Además, en un lugar adecuado del
presbiterio, deben
prepararse:
-el calderillo con agua y el aspersorio; el incensario con la naveta del incienso y la cucharita;
- el Pontifical Romano;
- la cruz del altar, a no ser que ya haya una cruz en el presbiterio, o que la cruz que se lleva en
la
procesión de entrada se coloque luego cerca del altar;
- el mantel, los cirios, los candeleros y, si es el caso, flores.
6.
Si, junto con la bendición de la iglesia, se ha de dedicar el altar, prepárense aquellas cosas
que se
indican en el capítulo IV, n. 27, y en el n. 29 si se han de colocar debajo del altar las reliquias
de los
Santos.
7.
En la Misa de la bendición de la iglesia se usarán ornamentos de color blanco o festivo.
Prepárense:
- para el Obispo: alba, estola, casulla, mitra, báculo;
- (para el presbítero: ornamentos para la Misa);
- para los presbíteros concelebrantes: ornamentos para la concelebración de la Misa;
- para los diáconos: albas, estolas, dalmáticas;
- para los demás ministros: albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas.

Primera Parte. Ritos iniciales


Entrada En La Iglesia
8.
Reunido el pueblo, el Obispo y los presbíteros concelebrantes, los diáconos y los ministros,
revestidos
con sus vestiduras litúrgicas propias, salen de la sacristía precedidos por la cruz procesional, y
se dirigen
al presbiterio por la nave de la iglesia.
Cuando la procesión llega al presbiterio, el Obispo, omitido el beso del altar y su incensación,
se dirige
a la cátedra; los demás ocupan sus respectivos lugares en el presbiterio.
9.
Terminado el canto, el Obispo, dejando el báculo y la mitra, saluda al pueblo, diciendo:
La gracia y la paz
esté con todos ustedes
en la Iglesia santa de Dios.
U otras palabras adecuadas tomadas con preferencia de la Sagrada Escritura. El pueblo
responde:
Y con tu espíritu.
U otras palabras adecuadas.

Bendición del agua y aspersión


10.
Luego, el Obispo bendice el agua para rociar al pueblo en señal de penitencia y en recuerdo
del
bautismo, y para purificar las paredes del nuevo oratorio o iglesia. Los ministros llevan el
calderillo con el
agua al Obispo que está de pie en la cátedra. El Obispo invita a todos a orar con estas u otras
palabras
semejantes:
Queridísimos hermanos:
nos hemos reunido aquí
para ofrecer a Dios esta nueva iglesia;
roguémosle humildemente
que se digne acompañarnos con su gracia
y con su poder bendiga esta agua,
con la que seremos rociados en señal de penitencia
y en recuerdo del bautismo,
y con la cual serán purificadas las paredes de la iglesia.
Pero, ante todo, tengamos presente que nosotros,
reunidos por la fe y la caridad,
somos la Iglesia viva,
puesta en el mundo como signo y testimonio del amor
con el que Dios ama a todos los hombres.
11.
Y todos oran en silencio, por unos instantes. Luego, el Obispo continúa:
Dios nuestro,
por quien toda creatura ve la luz de la vida,
de tal modo amas al hombre
que no sólo lo alimentas con cuidados paternales,
sino que también lo purificas del pecado
con el rocío de la caridad
y lo guías constantemente hacia Cristo, nuestra Cabeza:
Tú estableciste con un designio misericordioso
que los que descendieran como pecadores
a las aguas del bautismo,
habiendo muerto con Cristo, resucitaran inocentes,
se hicieran sus miembros y coherederos del premio eterno.
Santifica con tu bendición esta agua,
para que, rociada sobre nosotros y estas paredes,
sea una señal de aquel lavado salvífico
por el cual, purificados en Cristo,
nos convertimos en templo de tu Espíritu;
a nosotros y a todos nuestros hermanos
que celebrarán en esta iglesia los divinos misterios,
concédenos llegar a la Jerusalén celestial.
Por Cristo nuestro Señor.
Todos:
Amén.
12.
Terminada la invocación sobre el agua, el Obispo, acompañado por los diáconos, rocía con
agua
bendita al pueblo y las paredes, pasando por la nave de la iglesia y, vuelto al presbiterio, rocía
el altar.
Mientras tanto se canta la antífona:
Vi el agua que salía del templo
del lado derecho, aleluia;
y se salvaron todos a los que llegó esta agua,
y dirán: Aleluia, aleluia.
O, en tiempo de Cuaresma:
Cuando sea santificado en ustedes,
los congregaré de todos los países,
y derramaré sobre ustedes un agua pura,
y serán purificados de todas sus iniquidades;
y les daré un espíritu nuevo.
U otro canto adecuado.
13.
Después de la aspersión, el Obispo vuelve a la cátedra y, terminado el canto, de pie, con las
manos
juntas, dice:
Dios, Padre misericordioso,
esté presente en esta Casa de oración
y, con la gracia del Espíritu Santo
purifique a quienes
somos templo donde habita.
Todos:
Amén.

Himno y oración colecta


14.
Luego, excepto en los domingos o ferias de Adviento y Cuaresma, se canta el himno Gloria a
Dios en
el cielo.
15.
Terminado el himno, el Obispo, con las manos juntas, dice:
Oremos.
Y todos oran en silencio, por unos instantes. Luego, el Obispo, con las manos extendidas, dice
esta
oración, excepto en los días señalados con los números 1 a 4 en la Lista de los días litúrgicos:
Envía tu bendición, Señor, sobre esta iglesia
que nos concediste edificar,
y concede que todos los fieles
que aquí se congregarán,
escuchando tu palabra y celebrando los sagrados misterios,
experimenten la presencia de Cristo,
quien prometió estar presente en medio de todos
los que se reunieran en su nombre.
Él que contigo vive y reina
en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios,
por los siglos de los siglos.
Todos:
Amén.

Segunda Parte. Liturgia de la palabra


16.
Las Lecturas se toman, de acuerdo con las rúbricas (cf. n. 4), de la liturgia del día o de los
textos que
se proponen en el Leccionario Santoral y Misas diversas para el Rito de la dedicación de una
iglesia.
17.
Para el Evangelio no se llevan ciriales ni incienso.
18.
Después del Evangelio, el Obispo tiene la homilía, en la que ilustra los textos bíblicos y el
sentido del
rito.
19.
Terminada la homilía se dice el Credo, y se hace la oración de los fieles del modo
acostumbrado.

Tercera Parte. Bendición del altar


20.
Luego, el Obispo se acerca al altar que ha de ser bendecido. Mientras tanto se canta la
antífona:
Como brotes de olivo en torno a tu mesa, Señor,
así son los hijos de la Iglesia (T.P. Aleluia).
U otro canto adecuado.
21.
Terminado el canto, el Obispo, de pie, sin mitra, exhorta a los fieles con estas u otras palabras
semejantes:
Queridísimos hermanos:
nuestra comunidad, llena de gozo,
se ha reunido para la bendición de este altar.
Participemos de este rito con toda atención
y roguemos a Dios que mire con bondad
la ofrenda de la Iglesia que pondremos sobre el altar,
y a su Pueblo, como ofrenda suya permanente,
lo haga llegar a la perfección.
Y todos oran en silencio, por unos instantes. Luego el Obispo, con las manos extendidas, en
voz alta,
dice:
Bendito seas, Señor,
que aceptaste el sacrificio de Cristo
ofrecido en el altar de la cruz
para la redención del género humano,
y que congregas a tu pueblo con amor fraternal
para celebrar su memorial en torno a la mesa del Señor.
Mira, Señor, este altar
que hemos preparado para celebrar tus sagrados misterios:
sea el centro de nuestra alabanza y acción de gracias,
sea el ara donde ofrezcamos sacramentalmente
el sacrificio de Cristo;
sea la mesa en que partimos el pan de vida
y bebamos el cáliz de la unidad;
sea la fuente de la cual mane siempre para nosotros
el agua de salvación;
para que, acercándonos a Cristo, la piedra viva,
crezcamos en él como un templo santo
y, para alabanza de tu gloria,
ofrezcamos sobre el altar del corazón
el sacrificio grato y aceptable
de nuestra vida santa.
Todos:
Bendito seas por siempre, Señor.
Entonces el Obispo echa incienso en el incensario e inciensa el altar. Luego, con mitra, vuelve
a la
cátedra, es incensado y se sienta. Los ministros, pasando por la iglesia, inciensan al pueblo y
la nave de la
iglesia.
22.
Si el altar ha de ser dedicado, dicho el Credo y omitida la oración de los fieles, se observará lo
establecido en el capítulo IV, nn. 43-56.
Si el altar no se bendice ni se dedica (p. ej.: porque se ha trasladado a la nueva iglesia un altar
ya
bendecido o dedicado), después de la oración de los fieles la Misa continúa como se indica en
el n. 23.

Cuarta Parte. Liturgia de la Eucaristía


23.
Los ministros cubren el altar con el mantel y, si corresponde, lo adornan con flores; colocan
adecuadamente los candeleros con los cirios requeridos para la celebración de la Misa y, si es
el caso,
también la cruz.
24.
Preparado el altar, algunos fieles llevan el pan, el vino y el agua para el sacrificio del Señor. El
Obispo
recibe las ofrendas en la cátedra. Mientras se preparan las ofrendas, puede cantarse la
antífona:
Si al ofrecer tus dones en el altar,
te acuerdas que tu hermano
tiene algo contra ti,
deja allí tu ofrenda ante el altar,
y vé primero a reconciliarte con tu hermano;
y luego vuelve a ofrecer tu don, aleluia.
O bien:
Moisés santificó el altar para el Señor,
ofreciendo sobre él holocaustos
e inmolando víctimas;
ofreció un sacrificio vespertino de suave perfume
al Señor Dios, ante los hijos de Israel.
U otro canto adecuado.
25.
Cuando todo está preparado, el Obispo va al altar y, dejada la mitra, lo besa. La Misa continúa
como
de costumbre, pero no se inciensan ni las ofrendas ni el altar. Pero, si el altar no ha sido
bendecido ni
dedicado en esta celebración, la incensación se hace como de costumbre.
26.
Si se ha de inaugurar la capilla del Santísimo Sacramento, terminada la comunión de los
fieles, todo se
realiza de acuerdo con lo indicado en el capítulo II, nn. 79-82.
Bendición y despedida
27.
El Obispo, con mitra, dice:
El Señor esté con ustedes.
El pueblo responde:
Y con tu espíritu.
Luego, el diácono, si se juzga oportuno, invita al pueblo a recibir la bendición, con estas u
otras
palabras semejantes: Inclínense para recibir la bendición.
Entonces, el Obispo, con las manos extendidas sobre el pueblo, lo bendice, diciendo:
Dios, Señor del cielo y de la tierra,
que los ha congregado
para la bendición de esta casa,
los haga abundar en bendiciones celestiales.
Todos:
Amén.
El Obispo:
Ya que quiso reunir en su Hijo
a todos sus hijos dispersos por el mundo,
haga de ustedes templo suyo
y morada del Espíritu Santo.
Todos:
Amén.
El Obispo:
De modo que, felizmente purificados,
Dios habite en ustedes
y posean con todos los Santos
la herencia de la eterna felicidad.
Todos:
Amén.
El Obispo toma el báculo y prosigue:
Los bendiga Dios todopoderoso,
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Todos:
Amén.
28.
Finalmente, el diácono despide al pueblo como de costumbre.

VI. Ritual de la bendición de un altar móvil


Notas Preliminares
1.
"El altar se llama fijo cuando se construye de tal modo que esté adherido al suelo, y por tanto
no se
puede mover; móvil si se puede trasladar"1 El altar fijo debe ser dedicado según el rito
descripto en el
capítulo IV. Pero el altar móvil también debe ser honrado, por ser la mesa destinada única y
establemente
al banquete eucarístico. Es conveniente, por tanto, que antes de ser utilizado, si no ha de ser
dedicado, que
sea bendecido según el rito que se describe a continuación.2
2.
El altar móvil se puede construir con cualquier material sólido, adecuado al uso litúrgico, según
las
tradiciones y costumbres de las diversas regiones.3
3.
Para la erección de un altar móvil obsérvese, con las debidas adaptaciones, lo establecido en
las Notas
preliminares del Ritual de la dedicación de un altar (capítulo IV, nn. 6-10). Pero no está
permitido colocar
en su base reliquias de Santos.
4.
Conviene que sea el Obispo de la diócesis o el presbítero rector de la iglesia el que bendiga el
altar
móvil.
5.

El altar móvil puede bendecirse en cualquier día, excepto el viernes de la Pasión del Señor y
el Sábado
Santo; elíjase un día en que sea posible gran concurrencia de fieles, sobre todo el día
domingo, a no ser
que razones pastorales aconsejen otra cosa.
6.
En el rito de bendición de un altar móvil se dice la Misa del día.
7.
Hasta el comienzo de la Liturgia de la Eucaristía, el altar estará completamente desnudo. Por
eso, la
cruz, si es el caso, el mantel, los cirios y las demás cosas necesarias se prepararán en un
lugar adecuado
del presbiterio.

Ritual de la bendición
8.
En la Misa todo se hace como de costumbre. Terminada la oración de los fieles, el Obispo se
acerca
al altar para bendecirlo. Mientras tanto se canta la antífona:
Como brotes de olivo en torno a tu mesa, Señor,
así son los hijos de la Iglesia (T.P. Aleluia).
9.
Después, el Obispo, de pie, sin mitra, exhorta a los fieles con estas u otras palabras
semejantes:
Queridísimos hermanos:
nuestra comunidad, llena de gozo,
se ha reunido para la bendición de este altar.
Participemos de este rito con toda atención
y roguemos a Dios que mire con bondad
la ofrenda de la Iglesia que pondremos sobre el altar,
y a su Pueblo, como ofrenda suya permanente,
lo haga llegar a la perfección.
Y todos oran en silencio, por unos instantes. Luego, el Obispo, con las manos extendidas, en
voz alta,
dice:
Bendito seas, Señor,
que aceptaste el sacrificio de Cristo
ofrecido en el altar de la cruz
para la redención del género humano,
y que congregas a tu pueblo con amor fraternal
para celebrar su memorial en torno a la mesa del Señor.
Mira, Señor, este altar
que hemos preparado para celebrar tus sagrados misterios:
sea el centro de nuestra alabanza y acción de gracias,
sea el ara donde ofrezcamos sacramentalmente
el sacrificio de Cristo;
sea la mesa en que partimos el pan de vida
y bebamos el cáliz de la unidad;
sea la fuente de la cual mane siempre para nosotros
el agua de salvación;
para que, acercándonos a Cristo, la piedra viva,
crezcamos en él como un templo santo
y, para alabanza de tu gloria,
ofrezcamos sobre el altar del corazón
el sacrificio grato y aceptable
de nuestra vida santa.
Todos:
Bendito seas por siempre, Señor.
10.
Luego, el Obispo rocía el altar con agua bendita y lo inciensa. Después vuelve a la cátedra, se
pone la
mitra, es incensado y se sienta. Un ministro inciensa al pueblo.
11.
Los ministros cubren el altar con el mantel y, si corresponde, lo adornan con flores; colocan
adecuadamente los candeleros con los cirios requeridos para la celebración de la Misa y, si es
el caso,
también la cruz.
12.
Preparado el altar, algunos fieles llevan el pan, el vino y el agua para el sacrificio del Señor. El
Obispo
recibe las ofrendas en la cátedra. Mientras se preparan las ofrendas, puede cantarse la
antífona:
Si al ofrecer tus dones en el altar
te acuerdas que tu hermano
tiene algo contra ti,
deja allí tu ofrenda ante el altar,
y vé primero a reconciliarte con tu hermano;
y luego vuelve a ofrecer tu don, aleluia.
U otro canto adecuado.
13.
Cuando todo está preparado, el Obispo va al altar y, dejada la mitra, lo besa. La Misa continúa
como
de costumbre, pero no se inciensan ni las ofrendas ni el altar.

Apéndice. Ritual de la bendición del cáliz y de la patena


Notas Preliminares
1.
El cáliz y la patena, en los que se ofrecen, consagran y reciben el pan y el vino,1 por estar
destinados
de manera exclusiva y estable a la celebración de la Eucaristía, se convierten en "vasos
sagrados".
2.
La intención de destinar estos vasos únicamente para la celebración de la Eucaristía se
manifiesta
delante de la comunidad de los fieles mediante una bendición especial que se realiza muy
convenientemente
dentro de la Misa.
3.
Todo sacerdote puede bendecir el cáliz y la patena, siempre que estén hechos según las
Normas
generales del Misal Romano, nn. 290-295.2
4.
Si sólo se ha de bendecir el cáliz o la patena, adáptense los textos oportunamente.

Ritual de la bendición dentro de la misa


5.
En la Liturgia de la Palabra, con excepción de los días indicados en los nn. 1-9 de la Lista de
días
litúrgicos, pueden leerse uno o dos textos de los que se proponen a continuación en los nn. 6-
8.
6.

Lecturas de la Sagrada Escritura


1. 1 Cor. 10, 14-22a (gr.: 10-22): El cáliz de bendición, ¿no es acaso comunión con la sangre
de
Cristo?

2. 1 Cor. 11, 23-26: Este cáliz es la nueva alianza que se sella con mi sangre.
Hermanos: Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido ...
7.

Salmos Responsoriales
1. Sal. 15, 5 y 8. 9-10. 11: R. (5a): El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz.
2. Sal. 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6: R. (5a. d): Tú preparas ante mí una mesa y mi cáliz rebosa.
8.

Evangelios
1. Mt. 20, 20-28: Beberán mi cáliz. En aquel tiempo: se acercó a Jesús la madre de los hijos
de
Zebedeo ...
2. Mc. 14, 12-16. 22-26: Tomó un cáliz, dio gracias y se lo entregó, y todos bebieron de él. El
primer
día de la fiesta de los panes ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual ...
9.
Después de la lectura de la Palabra de Dios se tiene la homilía, en la que el sacerdote explica
las
lecturas bíblicas y el sentido de la bendición del cáliz y de la patena que se utilizan en la
celebración de la
Eucaristía.
10.
Terminada la oración de los fieles, los ministros o los representantes de la comunidad que
ofrece el
cáliz y la patena, los ponen sobre el altar. Luego, el sacerdote se dirige al altar, mientras se
canta la
antífona:
Alzaré el cáliz de salvación
e invocaré al Señor.
U otro canto adecuado.
11.
Terminado el canto, el sacerdote dice:
Oremos.
Y todos oran en silencio, por unos instantes. Luego, el sacerdote continúa:
Señor Dios,
con alegría ponemos sobre tu altar
este cáliz y esta patena
para la celebración del sacrificio de la Nueva Alianza:
que el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo
que en ellos se ofrecen y reciben,
santifiquen estos vasos.
Te pedimos, Señor,
que, celebrando los inmaculados sacrificios,
nos alimentemos en la tierra con tus sacramentos
y nos penetremos de tu Espíritu,
hasta que con tus Santos
gocemos de tu banquete
en el Reino de los Cielos.
A ti la gloria y el honor eternamente.
Todos:
Bendito seas por siempre, Señor.
12.
Después, los ministros extienden el corporal sobre el altar. Algunos fieles llevan el pan, el vino
y el
agua para la celebración del sacrificio del Señor. El sacerdote pone las ofrendas en la patena
y en el cáliz
recién bendecidos, y las ofrece como de costumbre. Mientras tanto puede cantarse la
antífona:
Alzaré el cáliz de salvación
y ofreceré un sacrificio de alabanza (T.P. Aleluia).
Con el Salmo 115, u otro canto adecuado.
Salmo 115
Tenía confianza, incluso cuando dije:
"¡Qué grande es mi desgracia!".
Yo, que en mi turbación llegué a decir:
"¡Los hombres son todos mentirosos!". Ant.
¿Con qué pagaré al Señor
todo el bien que me hizo?
Alzaré el cáliz de salvación
e invocaré el nombre del Señor. Ant.
Cumpliré mis votos al Señor,
en presencia de todo su pueblo.
¡Qué penosa es para el Señor
la muerte de sus amigos! Ant.
Yo, Señor, soy tu servidor,
tu servidor, lo mismo que mi madre:
por eso rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
e invocaré el nombre del Señor. Ant.
Cumpliré mis votos al Señor,
en presencia de todo su pueblo,
en los atrios de la Casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén. Ant.
13.
Dicha la oración In spiritu humilitatis, el sacerdote oportunamente inciensa los dones y el altar.
14.
Teniendo en cuenta las circunstancias de la celebración, es conveniente que los fieles beban
la Sangre
de Cristo del cáliz recién bendecido.

Ritual de la bendición fuera de la misa


15.
Congregado el pueblo, el sacerdote, revestido de alba o sobrepelliz y con estola se dirige a la
sede.
Mientras tanto se canta la antífona con el Salmo 115 (cf. n. 12) u otro canto adecuado.
16.
El sacerdote saluda a los fieles, diciendo:
La gracia de nuestro Señor Jesucristo,
que ofreció su Cuerpo y su Sangre
para nuestra salvación,
y el amor de Dios,
y la comunión del Espíritu Santo
estén con todos ustedes.
U otras palabras adecuadas tomadas con preferencia de la Sagrada Escritura.
El pueblo responde:
Y con tu espíritu.
U otras palabras adecuadas.
17.
Luego, el sacerdote habla brevemente a los fieles, para disponerlos a la celebración e ilustrar
el sentido
de la misma.
18.
Después se leen uno o varios textos de la Sagrada Escritura, tomados de los que se han
propuesto (nn
6-8) intercalando un salmo responsorial adecuado, o haciendo un momento de silencio.
19.
Después de la lectura de la Palabra de Dios se tiene la homilía, en la cual el sacerdote ilustra
las
lecturas bíblicas y el sentido de la bendición del cáliz y de la patena que se usan en la
celebración de la
Cena del Señor.
20.
Terminada la homilía, los ministros o los representantes de la comunidad que ofrece el cáliz y
la
patena, los ponen sobre el altar; luego, el sacerdote se dirige al altar. Mientras tanto puede
cantarse la
antífona:
Alzaré el cáliz de salvación
e invocaré al Señor.
U otro canto adecuado.
21.
Entonces, el sacerdote dice:
Oremos.
Y todos oran en silencio, por unos instantes. Luego, el sacerdote continúa:
Mira, Padre, a tus hijos
que, con alegría, han puesto sobre tu altar
este cáliz y esta patena:
santifica con tu bendición estos vasos
que tu pueblo, con unánime voluntad,
ha destinado para la celebración
del sacrificio de la Nueva Alianza.
Te pedimos, Señor,
que, celebrando los sagrados misterios,
nos alimentemos en la tierra con tus sacramentos
y nos penetremos de tu Espíritu,
hasta que con tus Santos
gocemos de tu banquete
en el Reino de los Cielos.
A ti la gloria y el honor eternamente.
Todos:
Bendito seas por siempre, Señor.
22.
Después, se hace la oración de los fieles, en la forma acostumbrada en la celebración de la
Misa, o en
la forma que aquí se propone:
Oremos humildemente al Señor Jesús,
que se ofreció sin cesar a la Iglesia
como pan de vida y cáliz de salvación,
diciendo:
Cristo, Pan celestial, danos la vida eterna.
Salvador nuestro, que obedeciendo a la voluntad del Padre,
bebiste el cáliz de la Pasión por nuestra salvación,
- concédenos que, participando del misterio de tu muerte, merezcamos alcanzar el Reino de
los
Cielos.
Sacerdote del Altísimo que estás presente y oculto en el sacramento del altar,
- concédenos que veamos con la fe lo que se esconde a nuestros ojos.
Buen Pastor, que te entregas a tus discípulos como comida y bebida,
- concédenos que, saciándonos de ti, nos transformemos en ti.
Cordero de Dios, que mandaste a tu Iglesia celebrar el Misterio Pascual bajo los signos del
pan y
del vino,
- haz que el memorial de tu pasión y resurrección
sea para todos los fieles la fuente y la culminación de la vida espiritual.
Hijo de Dios, que sacias de modo admirable nuestra hambre y sed de ti, con el pan y la bebida
espiritual,
- haz que, del Misterio Eucarístico bebamos el amor a ti y a todos los hombres.
Luego, el sacerdote introduce oportunamente la oración del Señor, con estas u otras palabras
semejantes:
La culminación de nuestra súplica
sea la plegaria de Cristo,
quien, crucificado,
fue el Mediador de la Salvación,
y, cumpliendo la voluntad del Padre,
fue Maestro de oración.
Todos:
Padre nuestro ...

El sacerdote dice a continuación:


Dios, que redimiste a todos los hombres
por la muerte y resurrección de tu Hijo,
conserva en nosotros la obra de tu misericordia,
para que, recordando constantemente el misterio de Cristo,
merezcamos alcanzar los frutos de nuestra salvación.
Que contigo vive y reina por los siglos de los siglos.
Todos:
Amén.
23.
Finalmente, el sacerdote bendice al pueblo como de costumbre, y lo despide diciendo:
Pueden ir en paz.
Todos:
Demos gracias a Dios.
Bendición Apostólica
1.
Tres veces al año, dentro de su diócesis, el Obispo puede impartir la Bendición Apostólica con
indulgencia plenaria, en las fiestas solemnes que él mismo designe, aun cuando solamente
asista a la Misa.
Los demás prelados equiparados por el derecho a los obispos diocesanos, aunque carezcan
de la dignidad
episcopal, desde el principio de su ministerio pastoral pueden conceder la bendición papal con
la misma
indulgencia, en su territorio, tres veces al año, en las fiestas solemnes señaladas por ellos.
Esta bendición se imparte al final de la celebración de la Misa, en lugar de la bendición
acostumbrada.
En estos casos, el acto penitencial de la Misa debe orientarse a esta bendición.
2.
En la monición introductoria al acto penitencial, el Obispo anuncia a los fieles la bendición con
indulgencia plenaria que impartirá al concluir la celebración eucarística, e invita a los fieles a
arrepentirse
de sus pecados y disponerse a participar de esta indulgencia.
En lugar de la fórmula conclusiva de uso habitual en el acto penitencial se dice la siguiente:
Por las súplicas y los méritos
de la bienaventurada siempre Virgen María,
de los santos apóstoles Pedro y Pablo y de todos los Santos,
Dios omnipotente y misericordioso
les conceda tiempo para una verdadera y fructuosa penitencia,
corazón siempre arrepentido,
reforma de vida y perseverancia en el bien obrar,
y perdonados todos sus pecados,
los conduzca a la vida eterna.
Todos:
Amén.
3.
En la oración universal no se omita una petición por la Iglesia y agréguese una especial por el
Romano
Pontífice.
4.
Terminada la oración después de la comunión, el Obispo recibe la mitra. El diácono anuncia la
bendición con éstas u otras palabras semejantes:
Queridos hermanos,
nuestro querido Pastor, N.
por gracia de la Sede Apostólica,
Obispo de esta santa Iglesia de N.,
en nombre del Sumo Pontífice,
impartirá la bendición con indulgencia plenaria
a todos los aquí presentes,
que estén verdaderamente arrepentidos,
se hayan confesado y recibido la sagrada Comunión.
Rueguen a Dios por nuestro Santo Padre,
el Papa N., por nuestro Obispo N.,
y por la santa Madre Iglesia y esfuércense por permanecer
en plena comunión con ella y en santidad de vida.
5.
Entonces, el Obispo, de pie y con mitra, extendiendo las manos saluda al pueblo, diciendo:
El Señor esté con ustedes.
Todos responden:
Y con tu espíritu.
El diácono puede decir el invitatorio: Inclinen sus cabezas para recibir la bendición, u otras
palabras
semejantes.
Y el Obispo, con las manos extendidas sobre el pueblo, dice la fórmula solemne que se
encuentra en el
Misal. Luego recibe el báculo y concluye la bendición con esta fórmula:
Por la intercesión de los santos apóstoles Pedro y Pablo,
los bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Todos:
Amén.
Mientras dice estas últimas palabras traza tres veces el signo de la cruz sobre el pueblo.

Profesión de fe y juramento de fidelidad


Los fieles llamados a ejercer un cargo en nombre de la Iglesia deben emitir la Profesión de fe
según la
fórmula aprobada por la Sede Apostólica (cfr. canon 833). De acuerdo con esto, la obligación
de un
especial "juramento de fidelidad" concerniente a los deberes particulares que son inherentes a
un cargo que
se asumirá, antes prescrito para los obispos, fue extendida a las categorías nombradas por el
canon 833,
nn. 5-8. En consecuencia fue necesario adaptar los textos con este objetivo, respetando el
contenido y el
estilo pero conforme a las enseñanzas del Concilio Vaticano II y los documentos posteriores.

Profesión de fe
(Fórmula a ser usada en los casos en que es prescrita la Profesión de fe)
Yo, N. creo firmemente y profeso todas y cada una de las verdades contenidas en el Símbolo
de la fe,
a saber:
Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y
lo
invisible.
Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los
siglos: Dios
de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma
naturaleza
del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación
bajó del
cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por
nuestra causa
fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día,
según las
Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con
gloria para juzgar
a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el
Padre y
el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.
Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados.
Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.
También creo, con fe firme, todo lo que se contiene en la Palabra de Dios, escrita o
transmitida por la
Tradición, y que la Iglesia propone para ser creído, como divinamente revelado, mediante un
juicio
solemne o mediante el Magisterio ordinario y universal.
Asimismo, acepto y retengo firmemente todas y cada una de las cosas sobre la doctrina de la
fe y las
costumbres, propuestas por la Iglesia de modo definitivo.
Me adhiero, además, con religioso obsequio de voluntad y entendimiento, a las doctrinas
enunciadas
por el Romano Pontífice o por el Colegio de los obispos cuando ejercen el Magisterio
auténtico, aunque no
tengan la intención de proclamarlas con un acto definitivo.

Juramento de fidelidad
(Fórmula para ser usada por los fieles mencionados en el canon 833, nn. 5-8)
Yo, N., al asumir el oficio de ..., prometo mantenerme siempre en comunión con la Iglesia
católica,
tanto en lo que exprese de palabra como en mi manera de obrar.
Cumpliré con gran diligencia y fidelidad las obligaciones a las que estoy comprometido con la
Iglesia
tanto universal como particular, en la que he sido llamado a ejercer mi servicio, según lo
establecido por el
derecho.
En el ejercicio del ministerio que me ha sido confiado en nombre de la Iglesia, conservaré
íntegro el
depósito de la fe y lo transmitiré y explicaré fielmente, evitando, por tanto, cualquier doctrina
que le sea
contraria.
Seguiré y promoveré la disciplina común a toda la Iglesia, y observaré todas las leyes
eclesiásticas,
ante todo aquellas contenidas en el Código de Derecho Canónico.
Con obediencia cristiana acataré lo que enseñen los sagrados pastores, como doctores y
maestros
auténticos de la fe, y lo que establezcan como guías de la Iglesia, y ayudaré fielmente a los
Obispos
diocesanos para que la acción apostólica que he de ejercer en nombre y por mandato de la
Iglesia, se
realice siempre en comunión con ella.

Ritual de la Bendición de Óleos


y Consagración del Crisma
Sacra congregatio pro cultu divino

Decretum
Ritibus Hebdomadae sanctae in Missali romano oppotune recognitis, congruum visum est ut
etiam
Ordo benedicendi oleum catechumenorum et infirmorum et confidendi chrisma, qui exstat in
Pontificali
romano, in Missa chrismatis adhibendus, necessaries accommodationibus subiceretur.
Praefatum ergo Ordinem Sacra haec Congregatio pro Cultu Divino recognovit, eundemque, a
Summo
Pontifice PAULO VI Auctoritate Sua Apostolica approbatum, promulgat, statuens ut pro Ordine
in
Pontificali Romano exstante posthac adhibeatur.

Curae autem Conferentiarum Episcopalium committitur editions lingua vernacula apparare et


huius
Sacrae Congregationis confirmationi subicere.
Contrariis quibusbet minime obstantibus.
Ex aedibus S. Congregationis pro Cultu Divino, die 3 dicembris 1970.
Benno Card. Gut

Praefectus
A. Bugnini

a Secretis

Notas Preliminares
Bendición de los óleos y consagración del crisma
1.
El obispo ha de ser considerado como el gran sacerdote de su grey, de quien deriva y
depende, en
cierto sentido, la vida cristiana de sus fieles..
La Misa crismal que él concelebra con los presbíteros de las diversas zonas de la diócesis, y
dentro de
la cual consagra el santo crisma y bendice los otros óleos, ha de ser considerada como una de
las
principales expresiones en las que se pone de manifiesto la plenitud del sacerdocio del obispo
y la estrecha
unidad de todos los presbíteros con él. Con el santo crisma consagrado por el obispo, son
ungidos los
nuevos bautizados y son signados los que son confirmados. Con el óleo de los catecúmenos
se prepara y
se dispone a éstos por el bautismo. Finalmente, con el óleo de los enfermos, éstos son
aliviados en su
enfermedad.
2.
La liturgia cristiana ha hecho suyo el uso del Antiguo Testamento, según el cual los reyes,
sacerdotes
y profetas eran ungidos con el óleo de la consagración, pues ellos prefiguraban a Cristo, cuyo
nombre
significa precisamente "Ungido del Señor".
De manera semejante el santo crisma significa que, por el bautismo, los cristianos fueron
injertados en
el Misterio Pascual de Cristo, han muerto, han sido sepultados y resucitados con Él, hechos
partícipes de
su sacerdocio profético y real. El crisma es también un signo de la unción espiritual del
Espíritu Santo que
les es dado a los cristianos en la confirmación.
El óleo de los catecúmenos prolonga el efecto de los exorcismos ya que fortalece a los
bautizados
para que puedan renunciar al demonio y al pecado, antes de acercarse a la fuente de la Vida
para renacer
en ella.
El óleo de los enfermos cuyo uso atestigua el apóstol Santiago, sirve de remedio para las
enfermedades del cuerpo y del alma y permite a los enfermos soportar con fortaleza, combatir
sus males y
alcanzar el perdón de sus pecados.

I. Materia sacramental
3.
La materia adecuada para este sacramento es el aceite de oliva o, de acuerdo con la
circunstancias,
cualquier otro aceite vegetal.
4.
El crisma se confecciona con aceite y perfumes, o sustancias aromáticas.

5.
La preparación del crisma se puede hacer privadamente antes de ser consagrado, o bien
puede hacerla
el obispo durante la acción litúrgica.

II. El Ministro
6.
La consagración del crisma corresponde solamente al obispo.
7.
El óleo de los catecúmenos, si a juicio de la Conferencia Episcopal se mantiene en uso, será
bendecido
por el obispo, junto con los otros óleos, durante la misa crismal. Sin embargo, la facultad de
bendecir el
óleo de los catecúmenos se concede a los sacerdotes para el caso del bautismo de adultos,
cuando tienen
que hacer la unción en la etapa correspondiente del catecumenado.
8.
El óleo para la Unción de los enfermos debe ser bendecido por el obispo o por un presbítero
facultado
para ello, ya sea por el Derecho o por una concesión especial de la Santa Sede.
En virtud del Derecho pueden bendecir el óleo destinado a la Unción de los enfermos: a)
aquellos a
quienes el derecho equipara con los obispos diocesanos; b) cualquier presbítero, en caso de
verdadera
necesidad.

III. El día de la bendición


9.
La bendición del óleo de los enfermos y del óleo de los catecúmenos y la consagración del
crisma se
realiza ordinariamente por el obispo en la Misa propia que se celebra el Jueves Santo por la
mañana. 10. Si
resultara difícil reunir ese día al clero y a al pueblo con el obispo, la bendición puede
anticiparse a otro día
cercano a la Pascua, utilizando siempre la Misa propia.

IV. Momento de la bendición dentro de la Misa


11.
Según la costumbre tradicional de la liturgia latina, la bendición del óleo de los enfermos se
hace antes
de finalizar la Plegaria eucarística; la bendición del óleo de los catecúmenos y la consagración
del crisma,
después de la comunión.
12.
Con todo, por razones pastorales, es lícito realizar todo el rito de estas bendiciones después
de la
Liturgia de la Palabra, observando el orden que se describe más adelante.

Bendición de los óleos y consagración del crisma


Preparación
13.
Para la bendición de los óleos, además de todo aquello que es necesario para la Misa se ha
de preparar:
En la sacristía o en otro lugar adecuado: -los recipientes de aceite;
-el bálsamo o los esencias aromáticas para perfumar el crisma, si el obispo desea mezclarlo él
mismo durante la ceremonia litúrgica;
-el pan, el vino y el agua para la Misa, que serán llevados al altar juntos con los óleos, antes
de la
presentación de las ofrendas.
En el presbiterio:
-Una mesa para colocar los recipientes de aceite, dispuesta de tal manera que el pueblo
pueda
verla y participar en toda la acción sagrada;
- la sede del obispo, si la bendición se hace ante el altar.

Rito de la bendición
14.
La Misa crismal ha de ser siempre celebrada. Conviene que entre los presbíteros que
concelebren con
el obispo, testigos y colaboradores en el oficio de administrar el santo crisma, haya
representantes de las
distintas zonas de la diócesis.
15.
La preparación del obispo, de los concelebrantes y demás ministros, su entrada en el templo y
todos
los ritos de la Misa, hasta el final de la Liturgia de la Palabra, se realiza como en todas las
misas
concelebradas. Los diáconos que participan en la bendición de los óleos se dirigen al altar
procediendo a
los presbíteros celebrantes.
16.
Después de la renovación de las promesas sacerdotales, los diáconos y ministros designados
para
llevar los óleos o, en ausencia de ellos, algunos presbíteros y ministros, junto con los otros
fieles
señalados para llevar el pan, el vino y el agua, se dirigen ordenadamente a la sacristía o al
lugar donde se
encuentran preparados los óleos y los dones.
Desde allí regresarán al altar de la siguiente manera: en primer lugar el ministro que lleva el
recipiente
con las esencias aromáticas o el perfume, si es que el mismo obispo desea preparar el crisma;
después
otro ministro con el recipiente del óleo de los catecúmenos, si es que debe bendecir, seguido
por el
ministro que lleva el recipiente del óleo de los enfermos. El óleo para el crisma es llevado en
último lugar
por un diácono o un presbítero. Detrás de ellos se dirigen al altar los otros ministros que llevan
el pan, el
vino y el agua para la Eucaristía.
17.
Mientras son llevados procesionalmente por el templo los óleos y las ofrendas, el coro canta,
alternando con todos los presentes, el himno "O Redemptor" u otro canto apropiado.
O redémptor
O Redémptor, sume carmen
temet concinéntium.
Arbor feta alma luce
hoc sacrándum próotulit,
fert hoc prona praesens turba
Salvatóri saéculi.
Consecráre tu dignáre,
Rex perénnis patriae,
hoc olívum sígnum vivum
iura contra daémonum.
Ut novétur sexus omnis
unctione chrísmatis;
ut sanétur sauciáta
dignitatis glória.
Lota mente sacro fonte
aufugántur crímina,
uncta fronte sacrosáncta
influunt charísmata.
Corde natus ex Paréntis,
alvum implens Vírginis,
praesta lucem, claude mortem
chrísmatis consórtibus.
Sit haec dies festa nobis
saeculórum saéculis,
sit sacráta digna laude
nc senéscat témpore.
18.
Cuando la procesión llega al altar o a la sede, el Obispo recibe los dones. El diácono que lleva
el
recipiente con el óleo para el crisma, se lo presenta al obispo diciendo en voz alta: "Óleo para
el santo
crisma"; el obispo lo recibe y entrega a uno de los diáconos que lo asisten, el cual coloca el
recipiente
sobre la mesa preparada especialmente. Lo mismo hacen los que llevan los recipientes con el
óleo de los
enfermos y el de los catecúmenos. El primero dice: "Óleo de los enfermos", y el segundo
"Óleo de los
catecúmenos". El obispo recibe ambos recipientes y los ministros los colocan sobre la misma
mesa.
19.
Luego continúa la Misa de acuerdo con el rito de la concelebración hasta el final de la Plegaria
eucarística, a no ser que todo el rito de la bendición se realice inmediatamente (cf. núm 12).
En este caso,
se procede según lo descrito en el num. 26.

Bendición del óleo de los enfermos

20.
Antes que el obispo diga "Por quien creas todos estos bienes" en la Plegaria eucarística I, o
antes de la
doxología : "Por él, con él y en él", en las otras Plegarias eucarísticas, el que llevó el recipiente
con el óleo
para los enfermos, se acerca con él al altar y lo sostiene delante del obispo, mientras éste
bendice el óleo,
diciendo esta oración:
Dios y Padre de todo consuelo,
que, por medio de tu Hijo,
quisiste remediar los males
de quienes estaban enfermos,
escucha con bondad
la oración que brota de la fe;
Envía desde el cielo
tu Espíritu Santo Paráclito
sobre este aceite.
Tú que has hecho que él
fuera producido por los vegetales
para que restaurara los cuerpos,
enriquece con tu bendición X este óleo,
para que cuantos sean ungidos con él
sientan en su cuerpo y en su alma
tu divina protección,
y así se vean liberados de la aflicción
y de todas las enfermedades y sufrimientos.
Señor, que este aceite
sea santificado en beneficio nuestro
por medio de tu bendición
en el nombre de tu Hijo Jesucristo.
( Que vive y reina por los siglos de los siglos. R. Amén )
La conclusión "que vive y reina..." señalada entre paréntesis, se dice solamente cuando la
bendición se
realiza fuera de la Plegaria eucarística.
Acabada la bendición, la vasija del óleo de los enfermos se lleva de nuevo a su lugar, y la
Misa
prosigue hasta después de la comunión.

Bendición del óleo de los catecúmenos


21.
Terminada la oración después de la comunión, los ministros colocan los recipientes con los
óleos que
deben bendecirse sobre una mesa que se ha dispuesto oportunamente en medio del
presbiterio. El obispo,
teniendo a ambos lados suyos a los concelebrantes que forman un semicírculo, y a los otros
ministros
detrás de él, procede a la bendición del óleo de los catecúmenos y a la consagración del
crisma.
22.
Estando todo dispuesto, el obispo, de pie y de cara al pueblo, con las manos extendidas, dice
la
siguiente oración:
Señor, tú eres la fuerza y el refugio de tu pueblo,
y has hecho del aceite un signo de tu poder;
bendice este aceite
y concede fortaleza a los catecúmenos que serán ungidos con él;
que al recibir la sabiduría y la gracia divina
comprendan plenamente el Evangelio de Jesucristo
y se esfuercen en el cumplimiento de sus deberes cristianos,
de manera que merezcan ser tus hijos adoptivos
y se alegren de haber renacido y vivir en tu Iglesia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

Consagración del crisma


23.
Luego, el obispo echa el perfume en el aceite y prepara el crisma en silencio, a no ser que ya
lo haya
hecho con anterioridad.
24.
Una vez hecho esto, invita a orar, diciendo con las manos juntas:
Queridos hermanos:
Pidamos a Dios Padre todopoderoso
que bendiga y santifique este aceite perfumado
para que quienes sean ungidos exteriormente con él,
lo sean también en su interior
y sean dignos de la redención divina.
25.
Entonces el obispo, según las circunstancias, sopla sobre la boca de la vasija del crisma, y
con las
manos extendidas dice una de las siguientes oraciones de consagración:
1
Señor Dios,
autor de todo crecimiento y de todo progreso espiritual;
recibe con bondad este homenaje
que, gozosamente, por mi voz, te tributa la Iglesia.
Al crear la tierra
estableciste que produjera árboles frutales
e hiciste nacer entre ellos el olivo
que nos brinda su generoso aceite
con el que hemos preparado este santo crisma.
Ya en tiempos antiguos, David, previendo con espíritu profético
los sacramentos que tu amor instituiría en favor de los hombres,
nos invitaba a ungir nuestros rostros con óleo
en señal de alegría.
También, cuando en los días del diluvio
las aguas purificaron el pecado de la tierra,
una paloma, signo de la gracia futura,
anunció con un ramo de olivo
la restauración de la paz entre los hombres.
Y en los últimos tiempos,
el símbolo de la unción alcanzó su plenitud:
después que el agua bautismal lava los pecados,
el óleo santo consagra nuestros cuerpos
y da paz y alegría a nuestros rostros.
Además, Señor, tú ordenaste a Moisés, tu servidor,
que después de purificar con agua a su hermano Aarón,
lo consagrase sacerdote con la unción de este aceite.
Pero su mayor grandeza fue alcanzada
cuando tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo,
después de ser bautizado por Juan en el Jordán,
recibió el Espíritu Santo en forma de paloma
y se oyó tu voz declarando que él era tu Hijo, el Amado,
en quien tenías puesta tu predilección.
De esa manera corroboraste
lo vaticinado por el profeta David
que ya hablaba de Cristo cuando proclamó
"El Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de alegría
más que todos los hombres".
Todos los concelebrantes, en silencio, extienden la mano derecha hacia el crisma, y la
mantienen así
hasta el final de la oración.
Por eso, Señor y Padre nuestro,
te rogamos que santifiques este aceite, fruto de tu creación,
y que, con la cooperación de Cristo, tu Hijo,
de cuyo nombre le viene a este óleo el nombre de crisma,
le infundas por medio de tu bendición
la fuerza del Espíritu Santo
con la que ungiste a los sacerdotes,
a los reyes, a los profetas y a los mártires.
Que este crisma sea un signo de salvación y de vida
para todos aquellos que serán espiritualmente renovados
en las aguas del bautismo.
Que al ungirlos con la santidad
y al desaparecer la impureza con que nacieron,
se conviertan en templos de tu divina presencia
y te agraden con la fragancia de sus vidas inocentes.
Que de acuerdo con el orden sacramental que tú estableciste
sean revestidos de un don incorruptible
al infundirles la dignidad real, sacerdotal y profética.
Que este aceite sea crisma de salvación
para cuantos han de renacer
por medio del agua y del Espíritu Santo,
haciéndolos partícipes de la Vida eterna
y herederos de la gloria celestial.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
O bien:
2
Señor y Dios nuestro,
autor de los sacramentos,
en cuya bondad se funda la vida de cuanto existe:
te damos gracias por tu inefable bondad.
Tú fuiste quien en la Antigua Alianza
reveló la misteriosa santidad de este aceite
y cuando llegó la plenitud de los tiempos,
quisiste que ese misterio resplandeciera
de manera extraordinaria en tu Hijo muy amado.
Cuando nuestro Señor Jesucristo
salvó al género humano por medio de su misterio pascual,
tu Iglesia fue inundada por el Espíritu Santo
y hecha poseedora de los dones celestiales
para que pudiera continuar y completar
la obra salvadora del mundo.
Desde entonces, por medio de este sagrado crisma, a través de tu Iglesia,
otorgas a la humanidad las riquezas de tu divina gracia
y conviertes a los hombres en hijos tuyos
mediante el renacimiento espiritual y la unción del Espíritu;
así, hechos semejantes a Cristo,
los cristianos participan de su dignidad real, sacerdotal y profética.
Todos los concelebrantes, en silencio, extienden la mano derecha hacia el crisma, y la
mantienen así hasta
el final de la oración.
Por eso, Señor, te pedimos que la fuerza de tu gracia
transforme este aceite perfumado en un signo de tu bendición.
Derrama abundantemente los dones del Espíritu Santo
sobre nuestros hermanos, cuando sean ungidos con él,
y que los lugares y objetos
dedicados al culto por medio de esta unción,
se vean engalanados con el esplendor de la santidad.
Te suplicamos, especialmente, Señor,
que el misterio que entraña este perfume
haga progresar a la Iglesia
hasta que llegue a su total perfección,
cuando tú irradies el resplandor eterno en todas las cosas
junto con tu Hijo en la unidad del Espíritu Santo
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
26.
Cuando todo el rito de la bendición de los óleos se realiza después de la Liturgia de la
Palabra, acabada
la renovación de las promesas sacerdotales, el obispo y los concelebrantes se acercan a la
mesa donde se
realizará la bendición del óleo de los enfermos y del óleo de los catecúmenos, y la
consagración del
crisma. Todo se hace como se ha descrito anteriormente.
27.
Dada la bendición conclusiva de la Misa, el obispo pone incienso en el incensario y se
organiza la
procesión hacia la sacristía. Los óleos bendecidos son llevados por los ministros
inmediatamente después
de la cruz.
28.
La recepción y entrega de los santos óleos puede hacerse en los diversos lugares de la
diócesis antes
de la celebración de la Misa vespertina de la Cena del Señor o en otro momento oportuno.

Ritual de la Coronación de una


Imagen de Santa María Virgen
Sacra Congregatio Pro Sacramentis Et Cultu Divino
Decretum
Beata Virgo, aula regalis in qua saeculorum Rex carnem induit humanam, ab Ecclesia, Spiritu
Sancto
edocta, Domina ac Regina salutatur. Ad hanc dignitatem recolendma., inter alia obsequia
consuetudo
invaluit gloriosae deiparae imagines, veneratione insignes, regio diadamate coronandi.
Huic Sacrae Congregationi pro Sacramentis et Cultu Divino oppotunum visum est, post novos
libros
liturgicos editos, ritum coronationis recognoscere, ut indoli ac normis instaratae liturgiae
accommodaretur
et plenius exprimeret sensum et vim coronationis imaginum beatae Mariae Virginis.
Novum Ordinem coronandi imaginem besatae Mariae Virginis, a Sacra Congregatione pro
Sacramentis
et cultu Divino apparatum, Summus Pontifex Ioannesa Paulus II auctoritate sua approbavit
evulgarique
iussit.
Quapropter haec Sacra Congregatio, de mandato Summi Pontificis, Ordinem coronandi
imaginem
besatae Mariae Virginis publici iuris facit, qui, lingua latina exaratus, statim ac prodierit vigere
incipiet;
linguis autem vernaculis, cum translations a Sede Apostólica sint confirmatae, a die quem
Conferentiae
Episcopales statuerint.
Contraris quibusbilet minime obstantibus.
Ex aedibus Sacrae Congregationis pro Sacramentis et Cultu Divino, die xxv martii anii
MCMLXXXI,
in Annuntiatone Domini.
Lacobus R. Card. Knox
Praefectus

Vergilius Noe
a Secretis adiunctus.

Notas Preliminares
I. Naturaleza y significado del rito
1.
La Santa Madre Iglesia no ha dudado en afirmar repetidamente la legitimidad del culto
tributado a las
imágenes de Cristo, de su Madre y de los santos y con frecuencia ha adoctrinado a los fieles
sobre el
significado de ese culto.
2.
La veneración a las imágenes de santa María Virgen frecuentemente se manifiesta adornando
su
cabeza con una corona real. Y, cuando en la imagen la santa Madre de Dios lleva en los
brazos a su divino
Hijo, se coronan ambas imágenes. Al efectuar el rito, se ciñe primero la corona a la imagen del
Hijo y
luego a la de la Madre.
3.
La costumbre de representar a santa María Virgen ceñida con corona regia data ya de los
tiempos del
Concilio de Éfeso (431), lo mismo en Oriente que en Occidente. Los artistas cristianos pintaron
frecuentemente a la gloriosa Madre del Señor sentada en solio real, adornadas con regias
insignias y
rodeada de una corte de ángeles y de los santos del cielo. En esas imágenes no pocas veces
se representa
al divino Redentor ciñendo a su Madre con una refulgente Corona.
4.
La costumbre de coronar las imágenes de la Santa María Virgen fue propagada en Occidente
por los
fieles, religiosos o laicos, sobre todo desde finales del siglo XVI. Los Romanos Pontífices no
sólo
secundaron esta forma de piedad popular, sino que, además "muchas veces, personalmente
con sus
propias manos, o por medio de obispos por ellos delegados, coronaron imágenes de la Virgen
Madre de
Dios ya insignes por la veneración pública."
Y, al generalizarse esta costumbre, se fue organizando el rito para la coronación de las
imágenes de
santa María Virgen, rito que fue incorporado a la Liturgia Romana en el siglo XIX.
5.
Con este rito reafirma la Iglesia que santa María Virgen con razón es tenida e invocada como
Reina ya
que es:
a) Madre del Hijo de Dios y Rey mesiánico: María, en efecto, es Madre de Cristo, el verbo
encarnado, por medio del cual "fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles
e invisibles,
Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades", Madre del Hijo de David, acerca del cual dijo
el ángel
con palabras proféticas: "Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el
trono de David,
su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin"; de ahí que
Isabel, llena del
Espíritu Santo, saludó a la Santísima Virgen, que llevaba a Cristo en su seno, como "Madre
del Señor".
b) Es colaboradora augusta del Redentor: Pues la santísima Virgen, como nueva Eva, por
eterno
designio de Dios, tuvo una relevante participación en la obra salvadora con la que Cristo
Jesús, nuevo
Adán, nos redimió y nos adquirió para sí, no con oro y plata efímeros, sino a precio de sus
sangre, e hizo
de nosotros un reino para nuestro Dios.
c) Es perfecta discípula de Cristo: La Virgen de Nazaret, dando su asentimiento al plan divino,
avanzando en su peregrinación de fe, escuchando y guardando la Palabra de Dios,
manteniéndose
fielmente unida a su Hijo hasta la cruz, perseverando en la oración con la Iglesia,
intensificando su amor a
Dios, se hizo digna, de modo inminente, de "la corona merecida", "la corona de la vida", "la
corona de
gloria" prometida a los fieles discípulos de Cristo; y por ello, "terminado el decurso de su vida
terrena, fue
asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina
Universal, con el fin
de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del
pecado y de la
muerte".
d) Es miembro supereminente de la Iglesia: esclava del Señor, que fue coronamiento del
antiguo
Israel y aurora santa del nuevo pueblo de Dios, María es "la parte mayor, la parte mejor, la
parte principal
y más selecta" de la Iglesia; bendita entre las mujeres, por el singular ministerio a ella
encomendado para
con Cristo y todos los miembros de su Cuerpo místico, como también por la riqueza de
virtudes y la
plenitud de gracia, María sobresale entre la raza elegida, el sacerdocio real, la nación
consagrada, que es la
Iglesia; y de los ángeles y como Reina de todos los santos. Y la gloria de la santísima Virgen,
hija de Adán
y hermana de los hombres, no sólo honra al pueblo de Dios sino que ennoblece a todo el
género humano.
6.
Al obispo de la diócesis, juntamente con la comunidad local, corresponde juzgar sobre la
oportunidad
de coronar una imagen de la santísima Virgen María. Pero téngase en cuanta que solamente
es oportuno
coronar aquellas imágenes que, por la gran devoción de los fieles, gocen de cierta
popularidad, de tal
modo que el lugar donde se veneran haya llegado a ser la sede u como el centro de un
genuino culto
litúrgico y de activo apostolado cristiano.
Con el tiempo conveniente, antes de la celebración del rito, se ha de instruir a los fieles sobre
su
significado y sobre su carácter exclusivamente religioso, para que puedan participar con fruto
la
celebración y sepan entenderla debidamente.
7.
Las diadema o corona que se ponga a una imagen ha de estar confeccionada de materia apta
para
manifestar la singular dignidad de la santísima Virgen; sin embargo, evítese la exagerada
magnificencia y
fastuosidad, así como el deslumbramiento y derroche de piedras preciosas que designan de la
sobriedad
del culto cristiano o puedan ser algo ofensivo a los fieles, por su bajo nivel de vida.

II. Ministro del rito


8.
Es conveniente que el rito sea oficiado por el obispo diocesano; si él no pudiera
personalmente, lo
encomendará a otro obispo, o a un presbítero, con preferencia a alguno que haya sido activo
colaborador
suyo en la cura pastoral de los fieles en cuya iglesia se venera la imagen que va a ser
coronada.
Si se va a coronar la imagen en nombre del Romano Pontífice, obsérvense las normas que se
indiquen
en el Breve Apostólico.

III. Elección del día y de la acción litúrgica


9.
El rito de la coronación ha de realizarse en alguna solemnidad o fiesta de santa María Virgen,
o en
algún otro día festivo. Pero no conviene hacerla ni en las grandes solemnidades del Señor ni
tampoco en
días de carácter penitencial.
10.
Según las circunstancias, la coronación de la imagen de la santísima Virgen María puede
hacerse
dentro de la Misa, en la Vísperas de la Liturgia de la Horas, o en una adecuada celebración de
la Palabra de
Dios.

IV. Cosas que hay que preparar


11.
Para el rito de la coronación, además de lo necesario para el acto litúrgico al que se une, se
ha de
preparar:
a) El Ritual de la coronación.
b) El Leccionario romano.
c) La corona o coronas, dispuestas en un lugar conveniente.
d) El recipiente del agua bendita con su aspersorio.
e) El incensario con la naveta del incienso y la cucharilla.

12.
Las vestiduras sagradas han de ser de color blanco o festivo, a no ser que se celebre una
Misa que
requiera ropa de otro color (cf. núm. 9). Si se celebra Misa, prepárese:
a) Para el obispo: alba, estola, casulla, mitra y báculo pastoral.
b) Para los diáconos: albas, estolas y si parece oportuno dalmáticas.
c) Para el lector y los demás ministros: albas u otras vestiduras legítimamente admitidas.

Capítulo I.
Coronación de una imagen de Santa Maria Virgen dentro
de la misa
13.
Si las rúbricas lo consienten, conviene que se celebre la Misa de Santa María Virgen, Reina
(día 22 de
agosto), u otra misa que corresponda al título de la imagen que va a ser coronada.
14.
En la misa todo se desarrolla del modo acostumbrado, hasta el evangelio, inclusive.
Terminado el
evangelio, el obispo hace la homilía, en la que explica las lecturas bíblicas y la función
maternal y regia de
santa María Virgen en el misterio de la Iglesia.

Accion de gracias e invocación


15.
Después de la homilía, los ministros llevan al obispo las coronas (o la corona) con las que van
a ser
ceñidas la imágenes de Cristo y de su Madre. El obispo, quitada la mitra, se levanta y de pie
junto a la
sede, dice esta oración (si se va a coronar solamente la imagen de santa María Virgen, la
frase "la imagen
de Cristo y de su Madre" se sustituye por esta otra: "la imagen de la Madre de tu Hijo", como
se advierte
en su lugar):
Bendito eres, Señor, Dios del cielo y de la tierra,
que con tu misericordia y tu justicia
dispersas a los soberbios y enalteces a los humildes;
de este admirable designio de tu providencia
nos has dejado un ejemplo sublime
en el Verbo encarnado y en su Virgen Madre:
tu Hijo, que voluntariamente se rebajó hasta la muerte de cruz,
resplandece de gloria eterna y está sentado a tu derecha
como Rey de reyes y Señor de señores;
y la Virgen, que quiso llamarse tu esclava,
fue elegida Madre del redentor
y verdadera Madre de los que viven,
y ahora, exaltada sobre los coros de los ángeles,
reina gloriosamente con su Hijo,
intercediendo por todos los hombres
como abogada de la gracia y reina de misericordia.
Mira, señor, bondadosamente a estos tus servidores
que, al ceñir con una corona visible
la imagen de Cristo y de su Madre
(o: la imagen de la Madre de tu Hijo),
reconocen en tu Hijo al rey del universo
e invocan como Reina a la Virgen María.
Haz que, siguiendo su ejemplo, te consagren su vida
y, cumpliendo la ley del amor,
se sirvan mutuamente con diligencia;
que se nieguen a sí mismos
y con entrega generosa ganen para ti a sus hermanos;
que buscando la humildad en la tierra,
sean un día elevados a las alturas del cielo,
donde tú mismo pones sobre la cabeza de tus fieles
la corona de vida.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Todos: Amén.

Imposición de la corona
16.
Terminada la oración, el obispo rocía con agua bendita las coronas (la corona) y, sin decir
nada, la
coloca sobre la imagen de santa María Virgen. Si la Virgen figura con el niño Jesús, primero
se corona la
imagen del Hijo y luego la de la Madre, como queda dicho arriba (cf. núm. 2).
17.
Una vez impuesta la corona, se canta esta antífona:
Santa María siempre Virgen,
Reina del mundo,
intercede por nuestra paz y salvación,
tú que engendraste a cristo, el Señor,
Salvador universal. (T.P. Aleluia).
U otro canto apropiado.
Mientras tanto, el obispo inciensa la imagen de santa María Virgen.

Oración Universal
18.
Terminado el canto, se hace la oración universal con el formulario que sigue o con otro que
parezca
conveniente. El obispo invita a los presentes a orar, con estas palabras:
A Dios Padre,
que ha hecho obras grandes en la santísima Virgen María,
y sigue continuamente obrando maravillas de bondad en su Iglesia,
dirijamos suplicantes nuestra oración, diciendo:
R. Te rogamos, óyenos.
El lector indica las intenciones:
1. Por la Iglesia,
para que uniendo su voz a la de María,
anuncie a todos los pueblos las maravillas de Dios,
y exalte la misericordia
del que derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
roguemos al Señor. R.
2. Por todos los pueblos del mundo,
para que, movidos por el Espíritu Santo,
se congreguen felizmente en el único pueblo de Dios,
bajo el reinado de Cristo,
roguemos al Señor. R.
3. Por la concordia entre las naciones,
para que, con la ayuda de la Reina de la paz,
se apaguen los odios, desaparezcan las guerras,
y todos los pueblos gocen de una convivencia fecunda,
roguemos al Señor. R.
4. Por los que sufren en la enfermedad,
en la pobreza, en la soledad,
por cuantos languidecen en las prisiones
o padecen persecución,
para que la santísima Virgen, reina de misericordia,
reavive en ellos la esperanza
y los conforte con su amor materno,
roguemos al Señor. R.
5. Por todos los que estamos aquí reunidos,
para que, reconociendo la singular dignidad de la santísima Virgen,
nos esforcemos en imitar su humildad
y espíritu de servicio
y la amemos con amor cada vez más ardiente,
roguemos al Señor. R.
El obispo concluye la oración diciendo:
Te pedimos, Señor, que interceda por nosotros
la santísima siempre Virgen María,
que nos diste como Madre y como reina,
para que también nosotros podamos participar de la plenitud de tu gracia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Todos:
Amén.
19.
Si parece oportuno, el obispo, después de incensar las ofrendas, el altar y la cruz, inciensa
también la
imagen de santa María Virgen.
20.
Luego sigue la Misa de modo acostumbrado. Después de la Misa, se canta la antífona Dios te
salve,
Reina y Madre, o Salve, Reina de los cielos, o, en tiempo pascual, Reina del cielo, u otro canto
apropiado
en honor de santa María Virgen.

Capítulo II. Coronación de una imagen de Santa María


Virgen,
unida a la celebración de vísperas
21.
Si las rúbricas lo permiten, conviene celebrar las Vísperas de Santa María, Reina (día 22 de
agosto) o
las Vísperas que corresponden al título de la imagen que va a ser coronada.

Ritos iniciales
22.
Las Vísperas comienzan del modo acostumbrado. Después del versículo introductorio y del
Gloria al
Padre, antes de que se cante el himno, el obispo, con una monición, si lo cree oportuno, se
dirige a los
fieles para prepararlos a la celebración y explicar el significado del rito. Puede hacerlo con
estas palabras u
otras semejantes:
Al declinar el día,
nos hemos reunido aquí gozosamente
para celebrar el sacrificio de la alabanza vespertina
y para coronar solemnemente
la imagen de la santísima Virgen, Madre de Dios
(y la de su Hijo).
este rito, si nos fijamos en su sentido íntimo,
será para nosotros una lección
de aquella doctrina evangélica
según la cual son los mayores
en el reino de los cielos
los que supieron ser los primeros
en el servicio de los demás y en la caridad.
El mismo Cristo, nuestro Señor,
que no vino a ser servido sino a servir,
cuando fue levantado sobre la tierra
atrajo a todos hacia sí
y desde el madero de la cruz inauguró su reino,
fundado sobre el amor y la mansedumbre.
A su vez, la Virgen santa María,
cuya gloria hoy proclamamos,
fue aquí en la tierra la humilde esclava del Señor;
consagrada totalmente a la persona y a la obra de su Hijo,
con él, y a él subordinada,
sirvió al misterio de la redención;
y, elevada a la gloria celestial,
no ha dejado su tarea salvífica
para con los hermanos de Cristo,
sino que, solícita de su eterna salvación,
desempeña siempre el servicio
de dispensadora de la piedad y reina de amor.

Salmodia
23.
Terminado el himno, sigue el canto o recitación de los salmos con sus antífonas.

Lectura de la Palabra de Dios


24.
Concluida la salmodia, es conveniente hacer una lectura más larga, escogida entre las que se
proponen
en el leccionario para las fiesta de santa María Virgen, con preferencia las del día 22 de
agosto (Is. 9,
1-3.5-6).
25.
A continuación, el obispo hace la homilía, en la que explica la lectura bíblica y la función
maternal y
regia de santa María Virgen en el misterio de la Iglesia.
26.
Después de la lectura o de la homilía, si parece oportuno, durante un espacio de tiempo
meditan todos
en silencio la Palabra de Dios. Seguidamente se canta el responsorio breve:
R. Santa María, Reina del mundo entero, Reina con Cristo para siempre. Santa María.
V. Fue llevada al cielo. Reina con Cristo para siempre. Gloria al Padre. Santa María.
U otro canto semejante.

Acción de gracias e invocación

27.
Terminado el canto, los ministros llevan al obispo las coronas (o la corona) con las que van a
ser
ceñidas la imágenes de Cristo y de su Madre. El obispo, quitada la mitra, se levanta y de pie
junto a la
sede, dice esta oración (si se va a coronar solamente la imagen de santa María Virgen, la
frase "la imagen
de Cristo y de su Madre" se sustituye por esta otra: "la imagen de la Madre de tu Hijo", como
se advierte
en su lugar):
Bendito eres, Señor, Dios del cielo y de la tierra,
que con tu misericordia y tu justicia
dispersas a los soberbios y enalteces a los humildes;
de este admirable designio de tu providencia
nos has dejado un ejemplo sublime
en el Verbo encarnado y en su Virgen Madre:
tu Hijo, que voluntariamente se rebajó hasta la muerte de cruz,
resplandece de gloria eterna y está sentado a tu derecha
como Rey de reyes y Señor de señores;
y la Virgen, que quiso llamarse tu esclava,
fue elegida Madre del redentor
y verdadera Madre de los que viven,
y ahora, exaltada sobre los coros de los ángeles,
reina gloriosamente con su Hijo,
intercediendo por todos los hombres
como abogada de la gracia y reina de misericordia.
Mira, señor, bondadosamente a estos tus servidores
que, al ceñir con una corona visible
la imagen de Cristo y de su Madre
(o: la imagen de la Madre de tu Hijo),
reconocen en tu Hijo al rey del universo
e invocan como Reina a la Virgen María.
Haz que, siguiendo su ejemplo, te consagren su vida
y, cumpliendo la ley del amor,
se sirvan mutuamente con diligencia;
que se nieguen a sí mismos
y con entrega generosa ganen para ti a sus hermanos;
que buscando la humildad en la tierra,
sean un día elevados a las alturas del cielo,
donde tú mismo pones sobre la cabeza de tus fieles
la corona de vida.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Todos:
Amén.
Imposición de la corona
28.
Terminada la oración, el obispo rocía con agua bendita las coronas (la corona) y, sin decir
nada, la
coloca sobre la imagen de santa María Virgen. Si la Virgen figura con el niño Jesús, primero
se corona la
imagen del Hijo y luego la de la Madre, como queda dicho arriba (cf. núm. 2).
Cántico Evangélico
29.
Una vez impuesta la corona, se entona el cántico de la santísima Virgen María con la antífona
siguiente:
Dichosa tú, Virgen María,
que has creído lo que te ha dicho el Señor;
reinas con Cristo para siempre.
O bien:
Bienaventurada Virgen María,
tú eres la Reina de la misericordia,
tú la esperanza del mundo,
escúchanos, somos tus hijos que recurrimos a ti.
O bien:
Santa María, Madre y siempre Virgen,
gloriosa Reina del mundo,
intercede por nosotros ante el Señor.
Cántico de la santísima Virgen María
Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador,
porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora.
En adelante todas las generaciones me llamarán feliz,
porque el Todopoderoso he hecho en mí grandes cosas:
¡su Nombre es santo!
Su misericordia se extiende de generación en generación
sobre aquellos que lo temen.
Desplegó la fuerza de su brazo,
dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó a los poderosos de su trono
y elevó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos
y despidió a los ricos con las manos vacías.

Socorrió a Israel, su servidor,


acordándose de su misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres,
en favor de Abraham y de su descendencia para siempre.
Gloria al Padre.
Y, como de costumbre, se repite la antífona. Mientras se canta el cántico evangélico, el
obispo,
después de incensar el altar y la cruz, inciensa también la imagen de santa María Virgen.

Preces e intercesiones
30.
Terminado el cántico, se la hace la oración universal, con el formulario propuesto en el núm.
18 o con
el siguiente:
Hermanos, a Cristo, Rey del universo,
que es anterior a todo y en quien todo se mantiene,
elevemos nuestra oración, diciendo:
R. Reina, Señor, en nuestros corazones.
1. Cristo, nuestro Rey, que viniste al mundo para ser testigo de la verdad, que todos te
reconozcan
como señor de mentes y corazones. R.
2. Cristo, Príncipe de la paz, destruye los planes de guerra y suscita pensamientos de paz en
el
corazón de los hombres. R.
3. Cristo, heredero de todo, congrega a tu heredad en la santa Iglesia, para que todos los
pueblos
sean coherederos de tu reino. R.
4. Cristo, Juez eterno, cuando devuelvas a Dios Padre tu reino, colócanos a tu derecha y haz
que
heredemos el reino preparado para nosotros desde la creación del mundo. R.
5. Cristo, mediador entre Dios y los hombres, que hiciste a maría reina de misericordia, por su
intercesión concede salud a los enfermos, consuelo a los afligidos, perdón a los pecadores. R.
6. Cristo, Salvador de los hombres, que coronaste a maría como reina del cielo, haz que los
difuntos
vayan a gozar con los santos en tu reino eterno. R.
El obispo, a continuación, si lo juzga oportuno, introduce la oración del Señor con estas o
semejantes
palabras:
Y ahora, todos juntos, como hijos amadísimos,
gozosos por la gloria de la santísima Virgen María
y seguros de su maternal intercesión,
oremos de corazón a Dios Padre
como el mismo Jesucristo nos enseñó:
Todos: Padre nuestro...
Luego el obispo añade la siguiente oración, a no ser que el Oficio del día requiera otra:
Señor Dios, que constituiste a la Madre de tu Hijo
como Madre y Reina nuestra;
concede en tu bondad que, sostenidos por su oración poderosa,
alcancemos en el Reino celestial
la gloria de los hijos de Dios.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.
Todos:
Amén.
31.
El obispo bendice al pueblo del modo acostumbrado; el diácono lo despide. Para terminar, es
oportuno
cantar la antífona Dios te salve, Reina y Madre, o Salve, Reina de los cielos, o , en tiempo
pascual, Reina
del cielo, u otro canto apropiado en honor de santa María Virgen.
Capítulo III. Coronación de una imagen de Santa María
Virgen
unida a una celebración de la Palabra de Dios
Ritos Iniciales
32.
Reunido el pueblo en la iglesia, el obispo, en la sacristía o en otro lugar conveniente, se pone
sobre el
roquete o el alba la cruz pectoral, la estola y la capa pluvial de color blanco o festivo. Recibe la
mitra y el
báculo. Acompañado de los diáconos y demás ministros, entra en la iglesia mientras se canta
la antífona
siguiente:
De pie a tu derecha está la Reina,
enjoyada con oro de Ofir.

O esta otra:
Apareció una figura portentosa en el cielo:
Una mujer vestida de sol,
la luna por pedestal,
coronada de doce estrellas.
Con el salmo 44 u otro canto apropiado.
Salmo 44, 2-3.7-10.14-18
Me brota del corazón un hermoso poema,
yo dedico mis versos al rey:
mi lengua es como la pluma de un hábil escribiente
(se repite la antífona)
Tú eres hermoso, el más hermoso de los hombres;
la gracia se derramó sobre tus labios,
porque el Señor te ha bendecido para siempre.
(se repite la antífona)
Tu trono, como el de Dios, permanece para siempre;
el cetro de tu realeza es un cetro justiciero:
tú amas la justicia y odias la iniquidad.
Por eso el Señor, tu Dios, prefiriéndote a tus iguales,
te consagró con el óleo de la alegría:
(se repite la antífona)
tus vestiduras exhalan perfume de mirra, áloe y acacia.
Las arpas te alegran desde los palacios de marfil;
una hija de reyes está de pie a tu derecha:
es la reina, adornada con tus joyas y con oro de Ofir.
(se repite la antífona)
Embellecida con corales engarzados en oro
y vestida de brocado, es llevada hasta el rey.
Las vírgenes van detrás, sus compañeras la guían,
con gozo y alegría entran al palacio real.
(se repite la antífona)
Tus hijos ocuparán el lugar de tus padres,
y los pondrás como príncipes por toda la tierra.
(se repite la antífona)
Yo haré célebre tu nombre por todas las generaciones;
por eso, los pueblos te alabarán eternamente.
(se repite la antífona)

33.
El obispo, al llegar al altar, deja el báculo y la mitra, hace la veneración al altar y se va a la
sede, desde
donde, terminado el canto, saluda a los presentes, diciendo:
La gracia de nuestro Señor Jesucristo,
nacido de la santísima Virgen,
el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo
esté con todos ustedes.
U otras palabras apropiadas, tomadas preferentemente de la Sagrada Escritura. El pueblo
responde:
Y con tu espíritu.
34.
Seguidamente el obispo, con una monición, se dirige a los fieles para prepararlos a la
celebración y
explicar el significado del rito. Puede hacerlo con estas palabras u otras semejantes:
Llenos de gozo, nos hemos reunido aquí gozosamente
para coronar solemnemente
la imagen de la santísima Virgen, Madre de Dios
(y la de su Hijo).
Asistamos a esta celebración con atento fervor,
escuchando, ante todo, con fe, la Palabra de Dios.
Este rito, si nos fijamos en su sentido íntimo,
será para nosotros una lección
de aquella doctrina evangélica
según la cual son los mayores
en el reino de los cielos
los que supieron ser los primeros
en el servicio de los demás y en la caridad.
El mismo Cristo, nuestro Señor,
que no vino a ser servido sino a servir,
cuando fue levantado sobre la tierra
atrajo a todos hacia sí
y desde el madero de la cruz inauguró su reino,
fundado sobre el amor y la mansedumbre.
A su vez, la Virgen santa María,
cuya gloria hoy proclamamos,
fue aquí en la tierra la humilde esclava del Señor;
consagrada totalmente a la persona y a la obra de su Hijo,
con él, y a él subordinada,
sirvió al misterio de la redención;
y, elevada a la gloria celestial,
no ha dejado su tarea salvífica
para con los hermanos de Cristo,
sino que, solícita de su eterna salvación,
desempeña siempre el servicio
de dispensadora de la piedad y reina de amor.
35.
Terminada la monición, el obispo dice:
Oremos.
Y todos oran unos momentos en silencio.
Luego el obispo prosigue:
Señor Dios, que constituiste a la Madre de tu Hijo
como Madre y Reina nuestra;
concede en tu bondad que,
quienes nos hemos reunido aquí para coronar su imagen,
sostenidos por su oración poderosa,
alcancemos en el Reino celestial
la gloria de los hijos de Dios.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Todos:
Amén.

Lectura de la Palabra de Dios


36.
Seguidamente se proclaman textos apropiados de la Sagrada Escritura, escogidos entre los
que se
proponen en el leccionario para las fiesta de santa María Virgen, con preferencia las del día 22
de agosto
(Is. 9, 1-3.5-6 y Lc. 1, 26-38), intercalando los salmos responsoriales adecuados o intervalos
de silencio.
A la lectura del evangelio resérvese siempre el puesto de honor.
37.
A continuación, el obispo hace la homilía, en la que explica la lectura bíblica y la función
maternal y
regia de santa María Virgen en el misterio de la Iglesia.

Accion de gracias e invocación


38.
Después de la homilía, los ministros llevan al obispo las coronas (o la corona) con las que van
a ser
ceñidas la imágenes de Cristo y de su Madre. El obispo, quitada la mitra, se levanta y de pie
junto a la
sede, dice esta oración (si se va a coronar solamente la imagen de santa María Virgen, la
frase "la imagen
de Cristo y de su Madre" se sustituye por esta otra: "la imagen de la Madre de tu Hijo", como
se advierte
en su lugar):
Bendito eres, Señor, Dios del cielo y de la tierra,
que con tu misericordia y tu justicia
dispersas a los soberbios y enalteces a los humildes;
de este admirable designio de tu providencia
nos has dejado un ejemplo sublime
en el Verbo encarnado y en su Virgen Madre:
tu Hijo, que voluntariamente se rebajó hasta la muerte de cruz,
resplandece de gloria eterna y está sentado a tu derecha
como Rey de reyes y Señor de señores;
y la Virgen, que quiso llamarse tu esclava,
fue elegida Madre del redentor
y verdadera Madre de los que viven,
y ahora, exaltada sobre los coros de los ángeles,
reina gloriosamente con su Hijo,
intercediendo por todos los hombres
como abogada de la gracia y reina de misericordia.
Mira, señor, bondadosamente a estos tus servidores
que, al ceñir con una corona visible
la imagen de Cristo y de su Madre
(o: la imagen de la Madre de tu Hijo),
reconocen en tu Hijo al rey del universo
e invocan como Reina a la Virgen María.
Haz que, siguiendo su ejemplo, te consagren su vida
y, cumpliendo la ley del amor,
se sirvan mutuamente con diligencia;
que se nieguen a sí mismos
y con entrega generosa ganen para ti a sus hermanos;
que buscando la humildad en la tierra,
sean un día elevados a las alturas del cielo,
donde tú mismo pones sobre la cabeza de tus fieles la corona de vida.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Todos:
Amén.

Imposición de la corona
39.
Terminada la oración, el obispo rocía con agua bendita las coronas (la corona) y, sin decir
nada, la
coloca sobre la imagen de santa María Virgen. Si la Virgen figura con el niño Jesús, primero
se corona la
imagen del Hijo y luego la de la Madre, como queda dicho arriba (cf. núm. 2).
40.
Una vez impuesta la corona, se canta esta antífona:
Santa María siempre Virgen,
Reina del mundo,
intercede por nuestra paz y salvación,
tú que engendraste a cristo, el Señor,
Salvador universal. (T.P. Aleluia).
U otro canto apropiado.
Mientras tanto, el obispo inciensa la imagen de santa María Virgen.

Súplica Litánica
41.
A continuación se cantan las letanías de la santísima Virgen, como van propuestas a
continuación; o
se hace la oración universal, según se indica en el núm. 18 o en el núm. 30, o de alguna otra
manera
adaptada al momento.
Señor, ten piedad. Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad. Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad. Señor, ten piedad.
Santa María, ruega por nosotros.
Santa Madre de Dios, ruega por nosotros.
Santa Virgen de las vírgenes, ruega por nosotros.
Hija predilecta del Padre, ruega por nosotros.
Madre de Cristo Rey, ruega por nosotros.
Gloria del Espíritu Santo, ruega por nosotros.
Virgen Hija de Sión, ruega por nosotros.
Virgen pobre y humilde, ruega por nosotros.
Virgen sencilla y obediente, ruega por nosotros.
Esclava del Señor, ruega por nosotros.
Madre del Señor, ruega por nosotros.
Colaboradora del redentor, ruega por nosotros.
Llena de gracia, ruega por nosotros.
Fuente de hermosura, ruega por nosotros.
Conjunto de todas las virtudes, ruega por nosotros.
Fruto escogido de la redención, ruega por nosotros.
Discípula perfecta de Cristo, ruega por nosotros.
Imagen purísima de la Iglesia, ruega por nosotros.
Mujer nueva, ruega por nosotros.
Mujer vestida de sol, ruega por nosotros.
Mujer coronada de estrellas, ruega por nosotros.
Señora llena de bondad, ruega por nosotros.
Señora llena de compasión, ruega por nosotros.
Señora nuestra, ruega por nosotros.
Alegría de Israel, ruega por nosotros.
Esplendor de la Iglesia, ruega por nosotros.
Honor del género humano, ruega por nosotros.
Abogada de la gracia, ruega por nosotros.
Dispensadora de la piedad, ruega por nosotros.
Auxiliadora del Pueblo de Dios, ruega por nosotros.
Reina de la caridad, ruega por nosotros.
Reina de la misericordia, ruega por nosotros.
Reina de la paz, ruega por nosotros.
Reina de los ángeles, ruega por nosotros.
Reina de los patriarcas, ruega por nosotros.
Reina de los profetas, ruega por nosotros.
Reina de los apóstoles, ruega por nosotros.
Reina de los mártires, ruega por nosotros.
Reina de los confesores, ruega por nosotros.
Reina de las vírgenes, ruega por nosotros.
Reina de todos los santos, ruega por nosotros.
Reina concebida sin pecado original, ruega por nosotros.
Reina llevada al cielo, ruega por nosotros.
Reina del mundo, ruega por nosotros.
Reina del cielo, ruega por nosotros.
Reina del universo, ruega por nosotros.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, escúchanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.
V. Ruega por nosotros, Madre gloriosa del Señor.
R. Para que seamos dignos de las promesas de Jesucristo.
El obispo concluye la súplica diciendo:
Escucha, Dios misericordioso, las súplicas de tus hijos;
y ya que hemos reconocido, en esta solemne celebración,
a santa María, tu humilde servidora
como nuestra Madre y nuestra Reina,
concédenos que, sirviéndote a ti y a los hermanos aquí en la tierra,
merezcamos ser recibidos en tu reino eterno.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Todos:
Amén.

Conclusión del rito


42.
Terminadas las letanías, el obispo, con mitra y báculo, bendice al pueblo del modo
acostumbrado; el
diácono lo despide diciendo:
Pueden ir en paz.
Todos:
Demos gracias a Dios.
43.
Luego se canta la antífona Dios te salve, reina y Madre, o Salve, Reina de los cielos, o, en
tiempo
pascual, Reina del cielo, o Bajo tu amparo, u otro canto apropiado en honor de la Virgen.

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