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MITO DE LAS DOS IGLESIAS

En nuestra serie de artículos “¿Fundó Constantino la Iglesia Católica?” hemos desmontado la


teoría de la paganización y la apostasía de la Iglesia Católica. En este artículo ahora
desmontaremos la teoría de las dos iglesias: la idea de que el protestantismo en general o alguna
de sus ramas en particular pueda ser en realidad la salida a la luz de una Iglesia oculta que se ha
mantenido viva y pura desde Jesús hasta la actualidad, paralela a la Iglesia oficial.

QUÉ ES LA TEORÍA DE LAS DOS IGLESIAS

Las denominaciones protestantes consideran en general que la Iglesia Católica fue fundada por
Jesús, pero que con el tiempo (bien en un momento concreto como puede ser el concilio de Nicea
o bien en un proceso lento y gradual) fue apartándose de la verdadera doctrina. Entonces el
protestantismo sería como un acto de reforma que pretendió separar el grano de la paja y
devolver la Iglesia a su pureza original, por eso ellos consideran que la Ruptura encabezada por
Lutero fue en realidad no una Ruptura, sino una Reforma Protestante(terminología que acabó
imponiéndose también, extrañamente, en los países católicos).

Sin embargo esa actitud fue cambiando en muchos sectores hacia una visión más radical, según la
cual la Iglesia Católica no es la Iglesia fundada por Jesús, sino una iglesia impostora y nueva, creada
posteriormente como maniobra para suplantar a la verdadera Iglesia cristiana. Algunos, los más
osados, no dudan en situar a Satanás como el verdadero artífice de la Iglesia Católica. Según esto,
tendríamos por un lado a la Iglesia Cristiana (fundada por Jesús, de 2000 años de antigüedad) y
por otro lado a la impostora Iglesia Católica (en sus versiones romana y ortodoxa) que a decir de
muchos de ellos fue fundada por el emperador Constantino allá por el siglo cuarto, en lo que
llaman la Gran Apostasía. De este modo, desde el siglo IV o antes tendríamos ya dos iglesias con
existencias paralelas, una verdadera y otra falsa. La que se corrompió y accedió al poder, y la que
se mantuvo firme en la fe verdadera y fue perseguida y clandestina.

Por eso hoy tenemos iglesias protestantes y paraprotestantes que afirman que ellos no son una
nueva fundación, sino los verdaderos herederos de esa Iglesia fundada por Jesús y predicada por
los apóstoles, los únicos que no acabaron pervirtiéndose a lo largo de la historia. Con esto afirman
que su iglesia tiene 2000 años de antigüedad, aunque durante la mayor parte de la historia no
funcionaron como una iglesia organizada sino como “grupos individuales de verdaderos
cristianos”, tal como afirmaba el texto que vimos hace tiempo en el artículo: ¿Fundó Constantino
la Iglesia Católica?. Recordemos una parte de dicho texto:

El emperador romano Constantino se erigió a sí mismo como cabeza de la iglesia en torno al año
313 d.C. […] Este sistema impío acabó trayendo el período más oscuro de la historia conocido por
la humanidad, apropiadamente llamado “La Época de Oscuridad” (500-1500 A.D.). A través de
obispos y sacerdotes, Satanás gobernó Europa y el cristianismo bíblico quedó ilegalizado. Durante
todos estos años, sin embargo, quedaron grupos individuales de verdaderos cristianos, como por
ejemplo los valdenses y los anabaptistas, que se negaron a someterse al sistema romano.

FALACIA DE LA PAGANIZACIÓN DE CONSTANTINO

Los que acusan a la Iglesia de haberse paganizado suelen situar esa apostasía en el concilio de
Nicea a manos de Constantino. En nuestra serie “¿Fundó Constantino la Iglesia Católica?” hemos
desmontado esa teoría punto por punto. Si ha seguido nuestros artículos puede saltarse este
apartado y pasar directamente al de la “Reforma Protestante”, si no, haremos aquí un breve
resumen sobre ello:

Cuando se convoca el Concilio de Nicea (325 d.C.), los cristianos sobrevivientes y los obispos
participantes habían sufrido todos en sus mismas carnes las persecuciones. Tan solo 12 años antes
había terminado la peor de las persecuciones, la de Diocleciano (303-313 d.C.), donde murieron
miles de cristianos por negarse a rendir culto al emperador. Esta persecución abarcó a todo el
imperio; desde Gran Bretaña hasta el oriente muchos cristianos fueron echados a las fieras,
quemados vivos, torturados, exterminados en masa, en varios casos ciudades enteras de mayoría
cristiana fueron rodeadas por los soldados imperiales e incendiadas con todos sus habitantes
dentro. Podríamos decir que en el 325, año de Nicea, casi no había cristiano adulto que no hubiera
sufrido el terror de la persecución o que no tuviese alguien a quien llorar.

En el año 313 surge en el norte de África una herejía nueva, el donatismo. Constantino quiso
impedir una ruptura en la Iglesia así que rogó, presionó y finalmente usó la fuerza para que
católicos y donatistas llegaran a un acuerdo, pero ni unos ni otros estuvieron dispuestos a cambiar
sus posturas por estar convencidos de que ellos tenían la Verdad.

Cinco años más tarde, en el 325 Constantino decide convocar, a petición del obispo hispano Osio
de Córdoba, el Concilio de Nicea para resolver otro conflicto doctrinal que había empezado a
extenderse con rapidez por algunas zonas de oriente: la herejía arriana, y esta vez, escarmentado,
deja que sean los obispos quienes afronten el problema mediante un concilium (reunión
legislativa). En ese concilio se trataron temas de organización y disciplina eclesial
fundamentalmente, y solo un asunto doctrinal, que fue el motivo de su convocatoria: la condena
de la doctrina arriana que afirmaba que Jesús no era Dios.

Aunque no tienen ninguna prueba histórica que lo demuestre, los defensores de “las 2 Iglesias”
afirman que esos mismos obispos que doce años antes estaban temblando por su vida y aún así
permanecieron firmes en la fe, ahora, ya fuera de peligro, están dispuestos a aceptar cualquier
cambio de doctrina que les pida el emperador. Unos pocos años antes les decían que si no
quemaban incienso en el altar del emperador les matarían y se negaron a hacerlo; ahora
supuestamente les dicen que no solo tendrán que hacer cosas mucho peores, sino que además
tendrán que abandonar sus creencias y aceptar todas las creencias paganas que el emperador
quisiera incorporar, ¿y esos mismos obispos no solo lo aceptan sino que se llenan de gozo? No es
creíble en absoluto.

Ni la presión ni la fuerza imperial había conseguido unos años antes que esos obispos católicos
flexibilizaran su doctrina frente a los donatistas. Pocos años después del concilio, Constantino
cambió varias veces de bando, apoyando ora a católicos ora a los arrianos, lo que sería absurdo si
el concilio hubiera fabricado una Iglesia a la medida de Constantino. Y más aún, 30 años después
del concilio el emperador Constancio II, que era arriano, desató una nueva persecución a la Iglesia,
esa misma Iglesia “salida de Nicea”, con la intención de obligar a los católicos a aceptar el
arrianismo. Pero fue imposible, ningún emperador, ni Constantino ni sus predecesores ni sus
sucesores, logró que los cristianos (católicos) cambiasen ni una coma de sus creencias; ni la cárcel,
ni la tortura ni la muerte consiguió que apostataran de su fe. ¿Quién puede creerse que lo
hubieran hecho en Nicea tan alegremente?

Incluso si los obispos católicos hubieran aceptado una paganización impuesta por el emperador,
en cuanto el mismo emperador hubiera decidido cambiar sus creencias, esos mismos obispos
habrían aceptado igualmente el cambio de creencias imperiales en lugar de resistirse y aguantar
de nuevo la persecución por mantener sus doctrinas intactas. Solo un grupo genuinamente
convencido de la verdad e inmutabilidad de sus ideas puede generar mártires, puede estar
dispuesto a morir por su fe.

Otro argumento que se oye a menudo, generalmente por parte de ateos, es que en la Iglesia
primitiva había diferentes visiones, y en Nicea lo que vimos fue el triunfo de una de ellas, la que
defendía que Jesús era Dios. Ahora mismo, en el artículo de Wikipedia sobre el arrianismo se nos
dice:

En algunos grupos de la Iglesia cristiana primitiva se enseñaba que Cristo había preexistido como
Hijo de Dios ya antes de su encarnación en Jesús de Nazaret, y que había descendido a la Tierra
para redimir a los seres humanos. Esta concepción de la naturaleza de Cristo, que fue ganando
adeptos con el paso del tiempo hasta convertirse en la creencia mayoritaria, trajo aparejados
varios debates teológicos.

Esa idea de que muy pocos cristianos creían al principio que Jesús era Dios es muy fácil de refutar
usando las fuentes bíblicas e históricas, ya lo hicimos en nuestro artículo: Jesús es Dios ¿por orden
de Constantino? La creencia de que Jesús era Dios no era una de las diferentes creencias que
había, sino la claramente mayoritaria y la única bíblica. Las otras creencias eran minoritarias o
incluso residuales y siempre locales y en su mayoría debidas a la influencia del gnosticismo,
religión sincrética llegada de Persia. No se trata de una opinión venciendo a otra, sino de una
Iglesia luchando por mantener su fe limpia impidiendo contaminaciones externas.

Y aunque por alguna extraña razón los obispos hubieran claudicado ante el emperador, quedaba
un segundo filtro aún más poderoso: el pueblo cristiano (por entonces muy involucrado) que
también había arriesgado su vida por mantener su fe en las persecuciones. Si los obispos hubieran
salido del concilio con un cristianismo paganizado, el pueblo cristiano no habría salido a las calles a
celebrarlo con gozo, como cuentan las crónicas, sino que se habría echado a las calles a protestar,
como hicieron en la época a menudo cuando sospechaban de la falta de ortodoxia de algún
obispo. La idea de que Nicea transformó el cristianismo en una religión paganizada ni se puede
demostrar históricamente ni es creíble en absoluto si conocemos el contexto del pueblo cristiano
en ese momento.

LA REFORMA PROTESTANTE

En el siglo XVI, cuando Lutero rompe con la Iglesia Católica, él consideraba que la Iglesia se había
alejado demasiado de la doctrina original y por tanto había que limpiarla de impurezas para
devolverla a la verdad, había que reformarla, restaurarla. En ningún momento se considera
miembro ni continuador de esa supuesta Iglesia oculta que ha permanecido escondida durante
siglos, de hecho él era un monje agustino y miembro del clero católico. Lo que él pretende es pulir
la doctrina de la Iglesia, no sacar a la luz pública la doctrina de una supuesta Iglesia verdadera que
habría permanecido clandestina desde Constantino. Lutero no quiere sustituir una Iglesia por otra,
quiere reformar la Iglesia que hay, la única que hay. Tras consumarse la ruptura los primeros
protestantes sienten que es la Iglesia Católica la que les ha abandonado y expulsado de su seno,
no que la verdadera Iglesia se ha alzado por fin en lucha contra la falsa Iglesia opresora, como
ahora piensan algunos.

Lutero quiso iniciar una reforma de la Iglesia, pero los acontecimientos decidieron otra cosa. Como
no consiguió cambiar la doctrina católica, enseguida se optó por el camino más fácil: la ruptura. La
llamada Reforma protestante no fue tal, más exacto sería hablar de “la Ruptura protestante“, pues
los seguidores de Lutero pronto abandonaron la Iglesia para crear una “Iglesia” nueva con
doctrinas nuevas y, peor aún, con un mecanismo llamado “sola scriptura” que permitía, como
sucedió desde el principio, la aparición de un número ilimitado de nuevas doctrinas y divisiones. La
verdadera Reforma sería lo que hoy los historiadores llaman “la Contrarreforma“, que fue un
movimiento dentro de la Iglesia que reformó la institución desde dentro en lugar de romper con
ella. Y ahora sí, en el siglo XVI, verdaderamente tenemos dos “Iglesias” diferentes: la católica (en
su versión romana y ortodoxa) y la protestante, de origen y mentalidad germánica.

EL RESTAURACIONISMO

Del tronco del protestantismo han surgido agrupaciones de fe que han ido más allá en este
planteamiento. Su idea no es que la Iglesia se fue degenerando y hubo que reformarla, sino que
directamente la Iglesia fundada por Cristo se pervirtió, apostató, bien en la época de Constantino
o incluso mucho antes, ya en la misma época apostólica. Ellos no suelen hablar de una Iglesia
verdadera que sobrevivió paralela a la Católica, sino que hablan de que el verdadero cristianismo
desapareció, solo quedaron residuos nadando en el error.

Según estas agrupaciones surgidas del protestantismo anglosajón y todas muy recientes (del siglo
XIX o el XX), la llamada Reforma protestante fue un esfuerzo humano por mejorar las cosas, pero
por ser humano no fue suficiente. Para recuperar la verdadera doctrina cristiana, perdida desde
hacía siglos, fue necesaria la intervención divina. Estas corrientes afirman que el mismo Dios le
reveló a su fundador el verdadero cristianismo, o al menos le inspiró para poder descubrirlo. De
esta forma el cristianismo auténtico, que había desaparecido, volvió a ser revelado, o sea, la
auténtica Iglesia de Cristo, que había desaparecido, fue reinstaurada por segunda vez. Esto sería el
Restauracionismo (que en realidad debería llamarse “Reinstauracionismo”), y sus principales
ejemplos serían los testigos de Jehová y los mormones, aunque hay más. Para estos, el concilio de
Nicea no supone ningún punto de inflexión porque la Iglesia de las persecuciones ya estaba
corrompida, pues los apóstoles no habían conseguido transmitir la auténtica doctrina con fidelidad
y en cuanto Jesús se marchó, sus discípulos (algunos incluyen a los apóstoles) comenzaron a
corromper sus enseñanzas ya antes de Pentecostés.

LO QUE NOS DICE JESÚS

Frente a estas teorías, tenemos ahora que recordar las promesas que hizo Jesús a su Iglesia antes
de partir, en donde una y otra vez afirma que la mantendrá libre de error:

Yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del
infierno no prevalecerán contra ella. (Mateo 16:18)

Jesús promete que cuando él se marche enviará al Espíritu Santo para proteger y guiar a su Iglesia
de modo que comprenda bien su mensaje y no caiga en el error:

Mas el Consoldador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas
la cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. (Jn. 14:26)

Y yo rogaré al Padre, y él os dará otro Consolador para que esté siempre con vosotros: el Espíritu
de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Vosotros, en
cambio, lo conocéis, porque él permanece con vosotros y estará en vosotros. No os dejaré
huérfanos, volveré a vosotros. (Juan 14:16-18)

Los restauracionistas consideran que esto es cierto, pero que ese “volveré a vosotros” se refiere a
la reinstauración de la verdadera fe que se produjo en el siglo XIX o XX. Sin embargo esto
significaría que durante casi 2000 años los cristianos sí quedaron huérfanos, y ciertamente
quedaron huérfanos todos aquellos discípulos a quienes Jesús estaba hablando en ese momento.
No hay duda, el Espíritu Santo evitará que la Iglesia caiga en el error doctrinal. Pero ¿cuándo se
producirá esa venida del Espíritu Santo?

Todavía tengo muchas cosas que deciros, pero vosotros no las podéis comprender ahora. Cuando
venga el Espíritu de la Verdad, él os introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo,
sino que dirá lo que ha oído y os anunciará lo que irá sucediendo. Él me glorificará, porque recibirá
de lo mío y os lo anunciará a vosotros. (Juan 16:12-14)
Sin embargo, os digo la verdad: os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito
[=Espíritu Santo] no vendrá a vosotros. Pero si me voy, os lo enviaré. Y cuando él venga, probará al
mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio. (Juan 16:7-8)

«El que tenga sed, venga a mí; y beba el que cree en mí». Como dice la Escritura: “De su seno
brotarán manantiales de agua viva”. El se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en
él. Porque el Espíritu no había sido dado todavía, ya que Jesús aún no había sido glorificado. (Juan
7:38-39)

Pero es la misma Biblia la que nos relata exáctamente en qué momento se produjo esa venida del
Espíritu Santo anunciada por Jesús. Fue el día de Pentecostés, cuando los apóstoles y María están
reunidos:

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo
un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se
encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por
separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo. (Hechos 2:1-4)

Ese Espíritu no solo fue concedido a los discípulos de Pentecostés, sino que la promesa iba dirigida
a toda la Iglesia de ayer y de hoy. Hablando del envío del Espíritu Pedro nos dice:

Porque la promesa es para vosotros y para vuestros hijos y para todos los que están lejos, para
tantos como el Señor nuestro Dios llame. (Hechos 2.39)

RESUMIENDO: En la Biblia vemos claramente cómo Jesús anuncia que cuando él se vaya enviará el
Espíritu Santo a su Iglesia para que comprenda su mensaje y no caiga en el error, lo cual ocurrirá
en Pentecostés. No se refiere solo a sus apóstoles, sino a la Iglesia en general, presente y futura. La
Iglesia fundada por Cristo estará siempre protegida del error y él estará por siempre con nosotros,
con su Iglesia, jamás nos dejará huérfanos y desamparados.

Estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos (Mateo 28:20)

PARADOJAS Y CONTRADICCIONES

Así que una vez recordado lo que Jesús nos dijo, si analizamos las ideas que el protestantismo
tiene de la Iglesia surge un potente conflicto. Según la Biblia Jesús prometió que jamás
abandonaría a su Iglesia y que el Espíritu Santo la iluminaría por siempre para que nunca cayera en
el error. Lutero y sus seguidores, por el contrario, afirman que la Iglesia cayó en el error.
Analicemos cómo se enfrentan a estas dos afirmaciones los protestantes reformistas y los
restauracionistas.

RESTAURACIONISTAS
Tomemos como ejemplo lo que creen los mormones. Según ellos la doctrina cristiana se pervirtió
al poco de ascender Jesús al cielo, o sea, ni los mismos apóstoles lograron transmitir la verdad con
fidelidad, hasta que en 1887 Dios le revela al americano Joseph Smith la verdad e incluso le
entrega un nuevo libro para completar las enseñanzas de la Biblia. Pero en ese caso chocamos con
el problema de que la predicación de Jesús fue un fracaso, y se necesitó un Joseph Smith o
equivalente para poder por fin hacer una predicación que sí diera frutos. ¿Es J. Smith mayor que
Jesús? Los mormones dirán que no, pero tal como cuentan los hechos pareciera que en parte sí,
pues donde Jesús fracasó, Joseph Smith supo triunfar.

Eso puede llamarse de cualquier forma menos cristianismo, y cualquier denominación que
defienda algún tipo de restauracionismo se encontrará con la misma dificultad, pues Jesús dejó
bien claro que el Espíritu Santo se encargaría de que su Iglesia fuera por siempre preservada del
error, así que la idea de que la Iglesia fundada por Jesús fracasó nada más empezar y cayó en la
apostasía contradice lo que la Biblia nos dice. Por eso a los restauracionistas solo les queda un
camino: decir que la Biblia ha sufrido con el tiempo muchas corrupciones y cambios por errores de
copia o por mala intención de la Iglesia Católica. De este modo cuando chocan con la Biblia
intentan cambiar una palabra o una frase, a veces un simple matiz en la traducción, para resolver
sus incoherencias. Al menos parte de los restauracionistas actúan así. Esto no es resolver una
contradicción, es hacer trampas.

REFORMISTAS

Vimos que Lutero inicialmente no pretendía romper con la Iglesia, sino reformarla, pero ahora que
se produjo la ruptura y tenemos dos “iglesias” diferentes, la católica y la protestante, se
encontraba con la paradoja de que se acababa de crear una Iglesia que no era la Iglesia fundada
por Jesús, sino fundada por hombres, y por tanto las promesas de Jesús sobre su Iglesia no se
podrían referir a ellos, sino a la Iglesia por él fundada que era… la católica. Esto creaba una
paradoja y también una fuerte contradicción con el Evangelio, pues Jesús prometió a su Iglesia que
nunca la abandonaría y que la preservaría siempre del error, así que si la Iglesia Católica había sido
fundada por Jesús, y por tanto era la verdadera Iglesia, ¿cómo pudo Jesús incumplir su promesa y
dejar de protegerla?

RESOLUCIÓN DE LA PARADOJA

La reacción inicial de los “reformadores” ante esta paradoja y esta contradicción fue crear el
concepto de que la Iglesia de Jesús no es una organización concreta y visible, sino espiritual, casi
un mero concepto abstracto formado por todos los verdaderos cristianos, de ese modo, al
difuminar el concepto de Iglesia, también se difumina la efectividad concreta de las promesas. Sin
embargo no es eso lo que vemos en la Biblia. En nuestro artículo ¿Quiso Jesús fundar una Iglesia?
vimos cómo desde el principio Jesús tenía en mente una organización física y visible, estructurada
y centralizada, y él mismo creó el armazón de esa estructura que luego los apóstoles siguieron
desarrollando y los primeros cristianos completaron. Jesús no hablaba de una comunidad
solamente espiritual, sino también de una organización humana visible, la cual según nos cuenta
Hechos comenzó poniendo su centro en Jerusalén, aunque tras la destrucción de la ciudad
trasladó su base a Roma.

Una mejor salida para resolver la paradoja fue abrazar la teoría de las dos iglesias: la Iglesia
Católica es un pastiche paganizado creado por Constantino en el siglo IV y la verdadera Iglesia, la
que ahora llamaban “protestante”, se remonta al mismo Jesús, y nunca había desaparecido sino
que siempre había sido perseguida (primero por los emperadores y luego, tras Nicea, por la Iglesia
Católica) y por tanto había permanecido oculta. Ellos eran, simplemente, esa Iglesia oculta que
ahora sale a la luz y desafía a la corrupta Roma y su religión inventada en un proceso que en vez
de Reforma deberían llamar “Liberación”. Esta es hoy la teoría más extendida entre ellos.

EVIDENCIA HISTÓRICA

Pero si es cierto que la verdadera Iglesia de Jesús, esa a la que prometió proteger siempre y librar
de todo error, ha existido durante 2000 años y ha permanecido oculta desde la época de
Constantino (s. IV) hasta la llegada del protestantismo (s. XVI), ¿dónde está la evidencia histórica?

Cuanto más se ha profundizado en el conocimiento de la historia, más en evidencia quedaba esa


supuesta Iglesia oculta de la que no tenemos ningún dato. Pero muchos protestantes usan ahora
otra teoría que encajaría mejor con esa situación. Según ellos, esa verdadera Iglesia son los grupos
de cristianos considerados herejes por la Iglesia oficial. De esta manera ya sí tenemos datos
históricos de su existencia y de su persecución. En ese saco puede entrar casi cualquier grupo
herético que fuera reprimido. De esta forma se aseguran una ascendencia continuada hasta el
mismo Jesús, que sería su fundador, y al mismo tiempo pueden ofrecer multitud de testimonios
históricos de esa Iglesia. En concreto, el texto que hemos citado al principio de este artículo
mencionaba como ejemplo a dos de esos grupos disidentes: “los valdenses y los anabaptistas”.

Los valdenses fueron un movimiento formado por Valdo en Lyon a finales del XII. Su doctrina no
tiene casi nada en común con los movimientos heréticos de siglos anteriores y sí tienen ya por
primera vez rasgos que anuncian la llegada del protestantismo. En cuanto a los anabaptistas
también citados, no surgirán hasta después de iniciada la Ruptura Protestante en el s. XVI en Suiza.
La única explicación de que citen a estos como ejemplo de esa Iglesia primitiva es que en griego
“anabaptista” significa “vuelto a bautizar”, y tal término se usa ya en el siglo V para referirse a los
herejes que estaban en contra del bautismo de niños, y por tanto volvían a bautizarse al llegar a la
edad adulta, llamando así anabaptistas a los montanistas, donatistas y novicianos. Pero esos
“vueltos a bautizar” primitivos no tienen en su doctrina absolutamente nada que ver con los
anabaptistas protestantes excepto en su rechazo al bautismo de infantes. Imagino que no citarían
como ejemplo de la verdadera Iglesia a los anabaptistas del siglo V si supieran que, tema del
bautismo aparte, casi todas sus doctrinas eran católicas.

PUZLE DE HEREJÍAS
El problema de esta estrategia de inventarse una Iglesia paralela es precisamente ese, que
tenemos multitud de testimonios históricos de esos movimientos heréticos de los que ellos se
consideran herederos, y podemos decir de ellos cualquier cosa excepto que formasen parte de
una única Iglesia con una única e inmutable doctrina, la verdadera, y menos aún que sus creencias
pudiesen hoy definirse como protestantes o evangélicas o nada de lo que ellos defienden ahora.
Cada movimiento defendía una cosa distinta, veamos unos cuantos ejemplos para evaluar su
protestantismo:

Arrianos (s.II)- Cristo es un hombre con atributos divinos, creado al principio de todos los tiempos
y luego encarnado en Jesús, pero no era el Dios eterno. Por tanto niegan la Trinidad.

Adopcionistas (s.II)- Jesús era un hombre que fue elevado a la categoría de Dios. Por tanto
también niegan la Trinidad y tendríamos un dios creado y otro dios no creado.

Montanistas (s.II)- Este grupo anabaptista no rechazaba nada de la doctrina católica, solo ponían
énfasis en el profetismo y afirmaban que el fin del mundo estaba a punto de llegar. Por lo tanto
creían que Jesús era Dios, parte de la Trinidad.

Novacianos (s.III)- Otra grupo anabaptista que en casi nada más se diferencia de los católicos
excepto en que, igual que harán luego los donatistas, considera que los cristianos que flaquearon
durante las persecuciones no debían ser perdonados y readmitidos en la Iglesia. Sus seguidores
eran llamados “cátaros”, pero en nada tienen que ver con los cátaros que aparecerán en el sur de
Francia en la Edad Media. Su visión de Jesús es la católica.

Modalistas (s.III)- Dios es uno pero no trino.

Apolinaristas (s.IV)- Jesús era solo Dios, no hombre. El Hijo se encarnó en Jesús, un cuerpo sin
alma, y por tanto se puede considerar que Jesús era como una marioneta movida por Dios.

Donatistas (s.IV)- Otro grupo anabaptista que seguía las doctrinas católicas pero consideraba que
los pecadores y quienes no se mantuvieron firmes en las persecuciones debían abandonar la
Iglesia, pues ella tenía lugar solo para los santos. Si un sacerdote pecaba, la eucaristía y los demás
sacramentos que impartiera carecían ya de valor. Creían por tanto también que Jesús era Dios.

Monofisistas (s.V)- En Jesús hay dos naturalezas, la humana y la divina, pero ambas quedan
confundidas, de modo que la divina absorbe y anula la humana.

Nestorianos (s.V)- En Jesús hay dos naturalezas, la humana y la divina, pero ambas están
totalmente separadas, de modo que una cosa es el hombre y otra el Hijo divino. Dos personas
distintas, una humana y otra divina, unidas en un solo cuerpo.

Monotelistas (s.VII)- Jesús tenía dos naturalezas, la humana y la divina, y una única voluntad.

Cátaros (s.X)- Dios creó el mundo del espíritu y Satanás creó el mundo físico y la Iglesia Católica.
Para purificarse y llegar a Dios había que rechazar el mundo físico y el cuerpo mediante férreo
ascetismo y estricta castidad, aunque algunos preferían “castigar” al cuerpo dándose a todo tipo
de excesos carnales, o sea, justo lo contrario. Consideraban que el mayor anatema propagado por
la Iglesia Católica era enseñar la doctrina de la Encarnación, pues no hay mayor blasfemia que
decir que Dios se encarnó en un cuerpo humano, obra de Satanás. Jesús simplemente se
“apareció” bajo forma humana para enseñarnos el verdadero camino.

Valdenses (s.XII)- Este es el primer grupo herético que ya muestra un carácter protestante,
rechazando la autoridad del papado y estableciendo la Biblia, interpretada a su modo, como única
autoridad, pero rechazando también doctrinas protestantes como por ejemplo la sola fide al
tiempo que recibían sin problemas la comunión de manos de los sacerdotes católicos. Ellos se
consideran un remanente fiel de la verdadera Iglesia cristiana, así que tenemos aquí ya la semilla
que dará origen a la teoría de las dos iglesias abrazada luego por muchos. Sus doctrinas influirán
mucho en los reformadores protestantes y viceversa. Hasta la Reforma, los valdenses practicaban
de forma simplificada los 7 sacramentos católicos, pero posteriormente rechazarán todos menos
dos: el bautismo y la comunión. Por lo tanto tienen poco o nada en común con las herejías previas.
Su visión de Jesús sin embargo es la misma del catolicismo.

Y estos son sólo algunos ejemplos centrados principalmente en la visión que tenían de Jesús. Los
grupos protestantes que consideran que esa supuesta verdadera Iglesia que permaneció oculta se
manifestó a través de la historia en esos grupos perseguidos considerados heréticos, tendrían que
explicar cómo puede ser que cada grupo esté en desacuerdo con los demás incluso en algo tan
fundamental como es quién era Jesús. Los valdenses no tienen raíces en herejías anteriores sino
que son fruto de unas revelaciones que su fundador supuestamente tuvo en el siglo XII. Los
anabaptistas primitivos tienen mucho de católicos y nada de protestantes. La teoría hace aguas
por todas partes.

Si esos grupos minoritarios disidentes fueran manifestaciones de una misma Iglesia verdadera,
cada vez que reaparecieran en la historia tendríamos que ver la misma doctrina, preservada e
intacta desde la era apostólica, siempre invariable una y otra vez, mostrando así claramente que
las promesas de Jesús se estaban cumpliendo en ellos. Desgraciadamente para ellos, el panorama
que nos dibuja la historia es el contrario. Ni siquiera los propios protestantes podrían identificarse
con las ideas de uno solo de esos grupos de los primeros siglos, por no mencionar que muchos de
esos grupos heréticos se desvían de la Iglesia Católica en uno o varios puntos doctrinales pero
permanecen fieles a la doctrina católica en todo lo demás. No será hasta la llegada de los
valdenses en el s.XII cuando encontremos por primera vez unas doctrinas ya bastante parecidas a
los protestantes, aunque todavía lejos de ser idénticas.

Otro caso clave a menudo mencionado es el arrianismo. Los arrianos defendían la idea de que
Jesús es un ser divino pero fue creado al principio de los tiempos, o sea, en el momento de la
Creación, pero antes de ese momento no existía, por lo tanto no es parte de Dios mismo sino una
criatura suya como nosotros, si bien la más importante y la primera. Pues bien, actualmente los
mormones y los testigos de Jehová (dos denominaciones surgidas en el s. XIX) estarían de acuerdo
con esa idea, así que podrían decir que los arrianos eran esa verdadera Iglesia fiel a la doctrina
original que fue perseguida y sobrevivió en la clandestinidad. Pero el problema sería de nuevo que
los arrianos solo divergían del catolicismo oficial en ese aspecto, en todo lo demás seguían la
doctrina católica (transubstanciación, veneración a los santos y difuntos, jerarquía eclesial, liturgia,
etc.), así que los arrianos son simplemente católicos con una idea de Jesús equivocada.

El mismo caso nos encontraríamos con cualquier otro grupo herético que analicemos en la historia
antes de los valdeses, una denominación protestante podría encontrar en este o aquel grupo
alguna doctrina suya y decir, “ahí estamos nosotros”, pero si analizas el resto de doctrinas de ese
grupo siempre encontrarán que sus creencias en poco o nada se parecían a las suyas. Por lo tanto
ninguna denominación protestante, ni el protestantismo en general, podrá encontrar en la historia
antes de la Edad Media un grupo cristiano divergente no ya que se parezca, sino simplemente que
pudiera considerarse muy genéricamente como de tipología protestante.

NADA NUEVO BAJO EL SOL

Y es que este argumento no es ni mucho menos nuevo, que un grupo se separe de la doctrina
apostólica y luego diga que ellos son los verdaderos herederos de los apóstoles ya ocurrió en
alguna otra ocasión. Las palabras de Tertuliano, apologeta cristiano del siglo II, podrían estar
igualmente dirigidas a esos protestantes modernos, pues su mensaje tiene exactamente la misma
vigencia:

Por lo demás, si algunas [herejías] se atreven a insertarse en la edad apostólica para parecer
transmitidas por los Apóstoles por cuanto existieron en tiempo de los Apóstoles, nosotros
podemos decir: publiquen, entonces, los orígenes sus iglesias, desplieguen la lista de sus obispos,
de modo que, a través de la sucesión que discurre desde el principio, aquel primer obispo haya
tenido como garante y antecesor a alguno de los Apóstoles o a alguno de los varones apostólicos,
pero que haya perseverado con los Apóstoles… En efecto, de esa manera dan a conocer sus
orígenes las iglesias apostólicas: como la iglesia de los esmiornitas cuenta que Policarpo fue
puesto por Juan, como la de los romanos que Clemente fue ordenado por Pedro. De igual modo,
ciertamente, también las otras iglesias muestran qué vástagos de semilla apostólica poseen
destinados al episcopado por los apóstoles. Inventen algo semejante los herejes. Pues, luego de
tanta blasfemia ¿qué es ilícito para ellos?

Algunos dicen que si no tenemos evidencias históricas sobre esa supuesta Iglesia clandestina es
porque la Iglesia oficial durante siglos quemó todos los escritos de los verdaderos cristianos para
que no quedase constancia de sus creencias, pero esa teoría no es sostenible. La Iglesia Católica
intentó hacer eso con los escritos herejes, eliminarlos, y sin embargo es tarea imposible, a través
del tiempo han sobrevivido una gran cantidad de fragmentos y libros enteros escritos por grupos
heréticos, además de los escritos católicos que atacan y describen sus doctrinas, dejando al mismo
tiempo constancia de ellas. Y si además suponemos que ese grupo de cristianos se habría
mantenido en existencia durante 20 siglos ininterrumpidamente, no solo habrían sobrevivido
escritos y referencias, sino que ellos mismos habrían tenido mucho celo en conservar
clandestinamente esos escritos para preservarlos. Pero no existe tal cosa. La idea fundamental de
protestantes y derivados es la doctrina de la “sola scriptura”, junto a las otras “solas”, y en ningún
grupo herético con continuidad en el tiempo podemos ver esa creencia reflejada como pilar básico
de su fe hasta bien entrada ya la Edad Media.

La idea de que los americanos tienen guardadas naves extraterrestres y cuerpos alienígenas pero
silencian a todo el que habla de ello tiene la misma lógica de funcionamiento (no hay evidencias
porque ellos las han borrado), y con esa misma lógica cualquier teoría es posible: los venecianos
del siglo XV viajaron a marte, pero los florentinos, celosos, borraron toda evidencia y reescribieron
la historia. No es por burlarse de los que creen en lo de las 2 iglesias, es solo para mostrar con más
claridad la falacia de ese tipo de argumentos.

Otra cuestión importante en este asunto es la idea de las persecuciones perpetradas por la Iglesia
Católica contra esa otra Iglesia verdadera e inocente. Es un asunto importante porque siendo la
Iglesia Católica la agresora cruel y la otra Iglesia la víctima inocente, es más fácil pensar que el
Espíritu Santo habitaba en los segundos y no en los primeros. En nuestro artículo “La Iglesia,
perseguidora y perseguida” hemos explicado que esa visión no es ni mucho menos tan blanco-y-
negro como muchos pretenden y que ambas partes tienen mucho por lo que pedir perdón.

CONCLUSIÓN

La Biblia dice claramente que Jesús fundó una Iglesia (ver nuestro artículo ¿Quiso Jesús fundar una
Iglesia?) y prometió que nunca la abandonaría y que enviaría el Espíritu Santo, al que también
llama “Espíritu de la Verdad”, para evitar que jamás cayera en el error. Quienes afirman que esa
misma Iglesia cayó en el error y apostató (restauracionistas) sencillamente contradicen a la Biblia.
Quienes afirman que esa Iglesia protegida por el Espíritu no es la Iglesia Católica sino la suya, que
supuestamente sobrevivió estos 2000 años clandestinamente desde Constantino hasta la Reforma
(reformistas), no pueden mostrar ninguna evidencia histórica que demuestre su afirmación, así
que carece de validez. La psicología también nos demuestra que el paso casi repentino de una
Iglesia perseguida y mártir a una Iglesia que acepta una paganización y poco después vuelve a
resistir persecuciones, es algo imposible de creer. Pero si todo eso no fuera bastante, la enorme
diversidad de doctrinas diferentes que hay en el seno del protestantismo hoy, es prueba sobrada
de que ahí no podemos encontrar preservada la Verdad de Jesús, pues ni ellos mismos se han
puesto nunca de acuerdo en qué verdad es esa.

Sin embargo los católicos sí podemos demostrar que nuestra Iglesia es la misma que Jesús fundó
en el siglo primero y que, tal como prometió Jesús, ha sido capaz de preservar la doctrina original
libre de error. Para los escépticos, hemos publicado toda una serie de artículos (24 incluido este)
en donde punto por punto vamos rebatiendo los argumentos que suelen usarse para afirmar lo
contrario. En “¿Fundó Constantino la Iglesia Católica?” encontrará el índice de todos ellos y podrá
comprobar cómo todas las doctrinas católicas tienen un sólido fundamento no solo en la Biblia
sino también en los documentos históricos de los primeros tres siglos. La Iglesia Católica es la
verdadera Iglesia fundada por Jesús hace 2000 años, y la única que lo puede demostrar.

JESÚS ES DIOS ¿POR ORDEN DE CONSTANTINO?


Todos los cristianos parten de la idea de que Jesús es Dios, de que Dios es uno pero trino —Padre,
Hijo y Espíritu Santo— y de que Jesús es la encarnación del Hijo, y por tanto Dios mismo, el Eterno,
hecho hombre.

Pero hay quienes afirman que la Iglesia primitiva le consideraba solo un hombre, y fue el
emperador Constantino quien le transformó en Dios siglos más tarde. Puesto que algunos hoy
acusan a la doctrina católica de ser el resultado de la paganización que Constantino hizo del
cristianismo en Nicea, vamos a ver qué hay de cierto en todo ello. Este artículo pertenece a la serie
CONSTANTINO O LA IGLESIA PRIMITIVA. De los 10 puntos que nos dispusimos a analizar, veremos
hoy el 7, punto controvertido solo para ateos y para algunas comunidades para protestantes
(mormones, testigos de Jehová, etc, que lo consideran “divino” pero no Dios), pero no para los
cristianos (católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes, incluidos los evangélicos):

1- La presencia real de Jesús en la Eucaristía

2- La consideración de que la misa católica es un sacrificio

3- Jerarquización de la Iglesia

4- Refuerzo de la autoridad del obispo de Roma

5- Se da el nombre de “católica” a esta nueva iglesia que él fundó.

6- La veneración a la Virgen y a los santos

7- Divinización de Jesús

8- Celebración del día del Señor en domingo

9- Selección del canon bíblico

10- Creación del rito de la misa católica

7- La divinización de Jesús
Uno de los mitos más extendidos hoy entre ateos y admiradores del Código Da Vinci es el de que
Jesús fue divinizado en el Concilio de Nicea en el siglo IV, año 325. Según estos, antes de Nicea los
cristianos consideraban a Jesús como un maestro iluminado al estilo de Buda, Confucio o incluso
Aristóteles, pero no como Dios, y fue Constantino quien, por motivos políticos, consideró que los
cristianos serían mucho más fácil de manipular y controlar si adoraban a su Jesús como si fuera el
mismo Dios. Según el autor del citado best-seller, la divinidad de Jesús fue el resultado de “un voto
bastante reñido” realizado bajo la presión del emperador.

—Querida —declaró sir Leigh—, hasta ese momento de la historia, Jesús era, para sus seguidores,
un profeta mortal… un hombre grande y poderoso, pero un hombre, un ser mortal.

—¿No el Hijo de Dios?

—Exacto. El hecho de que Jesús pasara a considerarse «el Hijo de Dios» se propuso y se votó en el
Concilio de Nicea.

—Un momento. ¿Me está diciendo que la divinidad de Jesús fue el resultado de una votación?

—Y de una votación muy ajustada, por cierto —añadió Teabing—. Con todo, establecer la
divinidad de Cristo era fundamental para la posterior unificación del imperio y para el
establecimiento de la nueva base del poder en el Vaticano. Al proclamar oficialmente a Jesús
como Hijo de Dios, Constantino lo convirtió en una divinidad que existía más allá del alcance del
mundo humano, en una entidad cuyo poder era incuestionable.

(Código Da Vinci, Dan Brown, 2003).

Es lamentable tener que citar una novela de ficción y argumentar contra ella, pero no podemos
olvidar que esta novela fue un best-seller mundial de enormes dimensiones, y que cientos de
miles de personas por todo el mundo han creído que las supuestas revelaciones de esta novela
son la pura verdad, por el simple hecho de que los personajes de ficción de Dan Brown así lo
afirman. Además, esta tesis sobre la divinización tardía de Jesús no fue inventada por Dan Brown
sino asumida y difundida por él, pero ya en el siglo XIX tuvo bastante aceptación entre ciertos
círculos.

Si nos perdonan la rotundidad diremos claramente que esta afirmación es históricamente absurda.
El concilio de Nicea se convocó no para discutir si Jesús era Dios, sino de qué forma lo era, y la
ortodoxia ganó por goleada (300 contra 3). La mayoría sostenía, como siempre habían hecho los
cristianos, que Jesús era Dios igual que el Padre era Dios. La recientemente aparecida minoría
arriana decía también que Jesús era Dios pero que había sido creado por el Padre “al principio de
los tiempos”, y ya no hubo más posturas en el concilio que esas dos, nadie negaba su divinidad,
cero. La anterior herejía gnóstica llegada de Persia, dentro de su gran variedad, estaba casi de
acuerdo en que Jesús era Dios, aunque su divinidad era vista de diferentes formas, o bien como el
espíritu de Dios enviado bajo apariencia humana o bien como un ser humano divinizado por el
Padre, o incluso como un dios creado por Dios. Y aún en el siglo I, antes del fin de la era apostólica,
tenemos una herejía, el docetismo, que no solo reafirmaba la divinidad de Jesús, sino que lo que
negaba era precisamente su humanidad, diciendo que su cuerpo humano era solo apariencia,
como un fantasma. Es a esta herejía a la que el apóstol Juan combate en su epístola:

Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos,
lo que hemos contemplado y tocado con nuestras manos en relación con la Palabra de la vida,—se
trata de la vida eterna que estaba junto al Padre y que se ha manifestado, que se nos ha hecho
visible y nosotros la hemos visto y damos testimonio de ella y os la anunciamos—, eso que hemos
visto y oído…(1 Juan 1:1-3)

Para negar a los docetas que decían que Jesús era Dios mas no hombre, Juan escribió eso, y así
afirma que “la Palabra de la vida… que estaba junto al Padre” era algo que se podía ver y tocar,
algo verdadera y realmente encarnado, y no solo con apariencia humana. Y al comienzo de su
evangelio nos habla igualmente de esa Palabra o Verbo que está junto al Padre y que es Dios
mismo:

En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios y era Dios. (Juan 1:1)

Así que para el apóstol Juan, el que más tiempo vivió, el peligro de herejía no venía de una
negación de la divinidad de Jesús, sino de una negación de su humanidad. En sus escritos Juan nos
deja bien claro que Jesús era verdadero Dios y también verdadero hombre, y no le hizo falta
ninguna votación de obispos para definir este punto.

QUÉ NOS DICEN LOS GNÓSTICOS

Sin embargo Dan Brown, igual que algunos otros antes que él, se apoya –dice– en los textos
gnósticos descubiertos en 1947 en Nag Hammadi, Egipto, para “demostrar” que los herejes
gnósticos creían que Jesús era solo un hombre. Esa afirmación de que los textos gnósticos nos
muestran a un Jesús plenamente humano puede que le funcione para su intrigante trama en la
novela, pero nadie puede utilizar ese argumento en la vida real. Dichos textos no se encuentran
ocultos en arcas secretas sino que están publicados y se pueden incluso leer en internet. Y aunque
D. Brown solo nos ofrece algunas citas sueltas de ellos, si leemos los textos completos (tampoco
son demasiadas páginas) lo que nos encontraremos es con frecuencia justo lo contrario, un Jesús
divino, como corresponde a la creencia gnóstica, aunque su divinidad es diferente a la de los
Evangelios y su naturaleza “divina y humana” se explica de manera diferente. De hecho, si varios
de esos textos niegan que Jesús muriera en la cruz es precisamente porque consideran que Cristo-
Dios no podía morir de ninguna de las maneras. Veamos algunas citas de ejemplo:

Pues el nombre del Padre es el Hijo. (El Padre) primeramente le dio nombre a quien emergió de él
y es él mismo. Y él lo engendró como un Hijo. Él le confirió su propio nombre.

(El Evangelio de la Verdad, versículo 45)

El Hijo de Dios era el Hijo del Hombre. Él abarcaba ambos aspectos, poseyendo la humanidad y la
divinidad.
(El Tratado de la Resurrección, párrafo 2º)

Tal como el Padre existe por sí mismo, sin que nadie lo precediera, siendo el único no engendrado,
igualmente el hijo tiene existencia propia, sin que nadie lo precediera y sin que ningún otro Hijo le
sucediera.

(Tratado Tripartito, apartado 3)

Yo soy el que está con vosotros siempre. Soy el Padre, soy la Madre, soy el Hijo. Soy el puro e
incorruptible.

(Evangelio Apócrifo de Juan, párrafo 5)

Dijo Jesús: «Yo soy la luz que está sobre todos ellos. Yo soy el universo: el universo ha surgido de
mí y ha llegado hasta mí. Partid un leño y allí estoy yo; levantad una piedra y allí me encontraréis».

(Evangelio de Tomás, 77).

Todas estas citas muestran, en modos diferentes, a un Jesús divino. De todas formas, mientras que
Dan Brown (y otros) nos presentan estos manuscritos gnósticos como si fuesen una sola doctrina
coherente, la realidad es que son una amalgama de doctrinas diferentes, incluso contradictorias,
de orígenes e influencias diversos. En modo alguno podrían presentarse como una “verdad
alternativa” a la ortodoxia aunque quisiéramos, pues la verdad no puede estar en continua
contradicción consigo misma. Frente a este batiburrillo de creencias diversas, los evangelios
canónicos ortodoxos sí nos ofrecen una unidad doctrinal y se muestran como ramas de una misma
tradición y una misma Iglesia.

Pero además hay un detalle que no podemos perder de vista: atacar al cristianismo utilizando los
textos gnósticos como verdaderos tiene el mismo sentido que si atacamos al cristianismo
utilizando el Corán o los Vedas como verdaderos; sencillamente, son sistemas de creencias
diferentes, por mucho que el llamado “cristianismo gnóstico” utilice la figura de Jesús en la
narración de sus ancestrales creencias. Tampoco tiene sentido la afirmación de D. Brown de que
esos textos gnósticos son los evangelios auténticos, pues dichos textos fueron casi todos
redactados en el siglo III o más tarde (excepto el de Tomás), y los evangelios canónicos fueron
escritos en el siglo primero (el más tardío, el de Juan, fue escrito en los años 80 o 90 del siglo I).

QUÉ NOS DICE LA IGLESIA PRIMITIVA

Los textos de la Iglesia primitiva también nos muestran a un Jesús que, aun siendo hombre, es
claramente Dios. Taciano, un escritor cristiano que vivió en el siglo II, escribe:

No actuamos como locos, ¡oh griegos!, ni contamos historias vanas, cuando anunciamos que Dios
nació en forma de hombre (Oratio ad Graecos, p. 21)

También del siglo II tenemos el testimonio de San Justino Mártir que dice:
siendo el unigénito Verbo de Dios, es incluso Dios (Justino cap 63)

Incluso algunos enemigos de Cristo del siglo segundo dan testimonio del hecho de que los
cristianos consideraban a Jesús como divino mucho antes del año 325. En una carta que Plinio el
Joven (gobernador romano en la provincia de Bitinia del Asia Menor alrededor de 115 d.C) escribió
al Emperador Trajano, declaró:

Ellos [los cristianos] tienen el hábito de reunirse en un cierto día fijo antes del amanecer, donde
ellos cantan en versos alternados un himno a Cristo, como a un dios, y se comprometen en
juramento a no cometer ninguna obra mala… (Plinio, 10:96)

Y a finales de ese mismo siglo, San Ireneo nos explica quién es Jesús con estas palabras:

…este es Cristo, el Hijo del Dios viviente. He mostrado por las Escrituras que nadie de los hijos de
Adán es en ninguna manera, y en absoluto, llamado Dios o Señor. El hecho que Él mismo es en Su
propio derecho, por encima de todo hombre que haya vivido, Dios, Señor, Rey Eterno y el Verbo
Encarnado, proclamado por todos los profetas, apóstoles y por el mismo Espíritu Santo, puede ser
visto por todos los que han obtenido incluso una pequeña parte de la verdad. Ahora, las Escrituras
no hubieran testificado estas cosas acerca de Él, si, como otros, Él hubiera sido un simple hombre.
Pero del hecho que Él tuvo, como ningún otro, un nacimiento preeminente que es del Padre
Supremo, y que también experimentó esa procreación preeminente que es de la Virgen, las
Escrituras divinas sí testifican acerca de Él en ambos aspectos:…que Él es el Santo Señor, el
Maravilloso, el Consejero…y el Dios Fuerte, viniendo en las nubes como el Juez de todos los
hombres;—las Escrituras profetizan todas estas cosas acerca de Él. (Ireneo, Libro III, Capítulo 19).

He aquí otro claro ejemplo aún más antiguo. El discípulo de Juan, San Ignacio de Antioquía, en su
primera carta a los Efesios (año 100) dice textualmente:

por voluntad de Dios Padre y de Jesucristo nuestro Dios.

Lo más habitual era decir “Jesucristo nuestro Señor”, pero si alguien duda de qué significado le
dan realmente los cristianos a ese título de “Señor”, San Ignacio lo deja aquí bien claro, “nuestro
Dios”. Por eso los judíos acusaban a los cristianos de politeístas, porque tenían dos o tres dioses
según ellos. Otro testimonio significativo se encontró en la iglesia de Meggido, Israel, que es el
edificio más antiguo conservado que se construyó expresamente como iglesia (antes los cristianos
se reunían en casas particulares, las domus-ecclesiae). Esta iglesia del siglo III (un siglo antes de
Constantino) tiene un mosaico donde aparece la inscripción del donante en estos términos:

La piadosa Aceptous ha ofrecido la mesa (el altar) a Dios, Jesucristo, como memorial.

Y por mostrar que son innumerables los testimonios en tal sentido dejados por la Iglesia primitiva
pondré varias citas más pertenecientes a los siglos I y II:

Pues nuestro Dios, Jesucristo, fue según el designio de Dios, concebido en el vientre de María, de
la estirpe de David, pero por el Espíritu Santo.
(Carta a los efesios de San Ignacio de Antioquía, c.35-c.107)

Si hubieses entendido lo escrito por los profetas, no habrías negado que Él [Jesús] era Dios, Hijo
del único, inengendrado, insuperable Dios.

(Diálogo con Trifón, San Justino Mártir, c.100-c.165)

Él [Jesucristo] es el santo Señor, el Maravilloso, el Consejero, el Hermoso en apariencia, y el


Poderoso Dios, viniendo sobre las nubes como juez de todos los hombres.

(Contra los herejes, libro 3, San Ireneo de Lyon, c. 130 -200)

Sólo Él [Jesús] es tanto Dios como Hombre, y la fuente de todas nuestras cosas buenas.

(Exhortación a los griegos, de San Clemente de Alejandría, año 190)

Sólo Dios está sin pecado. El único hombre sin pecado es Cristo, porque Cristo también es Dios.

(El alma 41:3, por Tertuliano, año 210)

Aunque [el Hijo] era Dios, tomó carne; y habiendo sido hecho hombre, permaneció como era:
Dios.

(Las doctrinas fundamentales 1:0:4; por Orígenes, c.185-c.254)

La acusación de que Jesús se divinizó en Nicea también tiene otra pega: los escritos judíos
anteriores a Nicea acusan a los cristianos de que al divinizar a Jesús están rompiendo el
monoteísmo ¿Se puede acusar también a Constantino de manipular los textos judíos de dentro y
de fuera de su imperio en provecho de su versión del cristianismo?

QUÉ NOS DICE LA BIBLIA

Todos los evangelios y epístolas están redactados de manera que dejan clara la divinidad de Jesús,
y por ello se refieren a él como Señor, que en la cultura judía era la forma de llamar a Dios y
únicamente a Él. Pero es que incluso el Antiguo Testamento ya profetizó que el Mesías futuro sería
Dios, tal como nos dice Isaías:

Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su
nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz (Isaías 9:6)

O cuando dijo que su nombre también sería Emmanuel (Isaías 7:14), que como nos dice Mateo (en
1:23) significa “Dios con nosotros”.

Así que decir que la divinización de Jesús es una invención del siglo IV impuesta por Constantino a
los obispos en Nicea, es claramente falso y sobreabunda la evidencia en contra de forma tan
contundente y numerosa que casi resulta ridículo tener que estar escribiendo un artículo para
demostrar su falsedad. Por supuesto el Nuevo Testamento está también repleto de testimonios
sobre la divinidad de Jesús, como en la confesión de Tomás cuando se le aparece el Jesús
resucitado y abrumado exclama:

“¡Señor mío y Dios mío!” (Juan 20:28)

O la propia predicación de Jesús, que afirma su divinidad en muchos pasajes, como en este:

“El Padre y yo somos una sola cosa». Los judíos tomaron piedras para apedrearlo. Entonces Jesús
dijo: «Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre; ¿Por cuál de ellas me quieren
apedrear?». Los judíos le respondieron: «No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino
porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios».(Juan 10:30-33)

Ni el mismo Dan Brown se atreve a usar la Biblia para demostrar que los primeros cristianos no
creían en un Jesús-Dios, pues sería como querer usar la Biblia para demostrar que Dios no existe.
Pero no citaremos más textos bíblicos porque esta creencia de que Jesús fue divinizado en Nicea
se apoya inexcusablemente en la idea de que Constantino no tuvo más remedio que modificar la
Biblia para incorporar en ella toda esa multitud de afirmaciones sobre la divinidad de Jesús. Ese
asunto de la manipulación de los textos bíblicos lo analizaremos más despacio en un próximo
artículo para demostrar su imposibilidad. Mencionemos aquí solamente el comentario que al
respecto hizo un estudioso bíblico. Lamento haber conservado la cita sin el nombre de su autor,
pero en cualquier caso los datos que ofrece son contrastables. Recordemos que Constantino es del
siglo IV:

Ningún original de la Biblia ha sobrevivido, como es lógico, pero las copias más antiguas del Nuevo
Testamento completo se remontan al siglo IV (codex sinaiticus y codex vaticanus). En ambos
códices encontramos también la versión más antigua del Antiguo Testamento completo, pero la
multitud de fragmentos del Antiguo Testamento encontrados en los manuscritos del Mar Muerto
(o manuscritos del Qumrán), que datan de entre el año 2 a.C y el 68 d.C., nos confirman la
asombrosa fidelidad con la que los copistas medievales transcribieron las Escrituras.

En cuanto al Nuevo Testamento, de antes del siglo IV tenemos 88 fragmentos de papiros, algunos
de los cuales se remontan al año 150 (muy cerca de la fecha de su composición) o antes. El
fragmento más antiguo que se ha encontrado del evangelio de San Juan está datado en el año 120
(conservado en la biblioteca John Rylands). Un evangelio de San Lucas completo del año 175 se
encuentra entre los papiros de Bodmer. Los llamados papiros de Chester Beaty ya contienen el
Nuevo Testamento casi completo y datan del 250 d.C.

También hay 247 manuscritos griegos escritos con letra uncial y 2.770 manuscritos en letras
griegas cursivas, además de numerosas versiones en otras lenguas antiguas, como el latín, siríaco,
copto y armenio. También hay cerca de 5.000 testimonios manuscritos, contando los antiguos
leccionarios litúrgicos, y muchísimos más si tenemos en cuenta las citas bíblicas realizadas por los
escritores de los primeros siglos de nuestra era. Todos estos fragmentos nos permiten también
comprobar que los escritos originales no fueron modificándose con el paso del tiempo.
Los apóstoles fueron comprendiendo muy poco a poco el mensaje de Jesús, algunos tardaron
mucho en aceptarlo realmente como Mesías, y los evangelios nos ofrecen amplias pruebas de la
confusión reinante entre ellos acerca de su verdadera naturaleza. Pero tras la resurrección las
dudas se disipan y todos sus seguidores lo aceptan ya sin dudas como Dios. Todos los textos
bíblicos del Nuevo Testamento están ya escritos desde ese convencimiento, y la Buena Noticia (en
griego “evangelios”) que los apóstoles comienzan a predicar por todas partes se resume en esto:
Jesús, que es Dios hecho hombre, ha muerto por nosotros y ha resucitado, trayendo la salvación a
todos.

CONCLUSIÓN

El Código Da Vinci, junto con otros libros y personas, pretende hacernos creer que los primeros
cristianos seguían a Jesús porque era un maestro sabio al estilo de Buda, pero toda la evidencia
histórica niega tajantemente esa pintoresca idea. Los miles de cristianos que dieron su vida por no
querer negar a Jesús lo hicieron porque creían firmemente que Jesús era Dios y que negándole
ponían en peligro la salvación de su alma. Nadie hubiera preferido los leones si Jesús hubiera sido
simplemente un maestro de sabiduría que propagaba un código ético. De esos maestros ya había
muchos en el mundo judío y en el griego, y nadie eligió dar su vida en honor a su memoria.

Jesús fue reconocido como Dios desde la era apostólica y no hay investigación histórica que pueda
demostrar que los cristianos primitivos no lo creyeran así, al contrario, la evidencia es aplastante.
Solo una novela puede permitirse el lujo de afirmar lo que quiere sin tener que demostrar nada, lo
triste es que tanta gente haya aceptado la afirmación de un best-seller sin ninguna reflexión.
Probablemente la explicación esté en el hecho de que hoy en día cualquier ataque a los cimientos
de la Iglesia Católica encuentra entusiastas seguidores que lo aceptan encantados sin más, o bien
porque ello refuerza su ateísmo o simplemente porque hoy eso está de moda.

Lamentablemente son también muchos los protestantes que se suman a esta crítica barata sin
pararse a ver que cuando avivas las llamas que atacan a la Iglesia Católica, el fuego se extiende
fácilmente y termina por socavar igualmente las bases del cristianismo en general. Este caso es un
claro ejemplo de cómo las tesis anticatólicas pueden dañar también las bases mismas del
protestantismo, pues en este asunto, ciertamente, coincidimos por igual todos los cristianos,
católicos y protestantes y esa es la base de nuestra común fe y hermandad. Eso explica que las
tesis de la novela de ficción “El Código Da Vinci” hayan sido rebatidas y desmontadas con idéntica
pasión tanto por católicos como por protestantes (evangélicos incluidos).
¿FUNDÓ CONSTANTINO LA IGLESIA CATÓLICA?
Hay algunas ramas protestantes, y también ateos, que afirman que la Iglesia Católica fue fundada
por el emperador Constantino con el Concilio de Nicea en el año 325 d.C. Esta teoría logró gran
difusión gracias también al best-seller internacional El Código Da Vinci. Si eso fuera cierto, la Iglesia
Católica no sería ya esa Iglesia fundada por Jesús en Mateo 16:18 y podría ponerse en duda que
esta misma Iglesia hubiera preservado correctamente la doctrina verdadera.

Si realmente quieres saber qué pasó en Nicea y en el siglo IV en general, embárcate con nosotros
en un apasionante viaje por la sociedad y las creencias cristianas desde el siglo I al IV. Cuando
termines de leer todo esto probablemente tendrás una buena visión de lo que fue el paso de la
clandestinidad a la luz de esa Iglesia primitiva que vivió para su fe entre los siglos I y IV. De esa
Iglesia, de una u otra forma, somos todos los cristianos herederos; pasemos a conocerla.

Pero no nos quedaremos solo ahí, haremos un repaso de toda la historia de la Iglesia, desde su
nacimiento hasta el presente, con la intención de demostrar que es esta Iglesia, la católica, el
Pueblo de Dios que durante 2000 años se ha acogido a la Nueva Alianza traída por Jesús, en
definitiva, que somos la Iglesia de Cristo, y para ellos iremos desmontando todos los argumentos
de quienes pretenden demostrar lo contrario.

1- La Polémica: qué dicen algunos sobre lo que ocurrió en el Concilio de Nicea.

[sección publicada en este mismo artículo]

2- Contexto histórico del Concilio de Nicea

– Las persecuciones [artículo 2]

– Las herejías [art 2]

– Los personajes de nuestra historia: [art 3]

– Arrio (y el arrianismo)

– Eusebio de Cesarea

– Atanasio de Alejandría

– Osio de Córdoba

– Constantino I

3- El Concilio de Nicea [art 4]

– Ambiente antes del concilio

– Desarrollo
– El credo de Nicea

– Las actas del concilio

– Después del concilio [art 5]

– Conclusiones

4- La Iglesia cristiana después del siglo IV [art 6]

– La Europa medieval, cristiana y germánica

– El Imperio Romano cristiano: Bizancio

5- La Iglesia surgida del Concilio de Nicea

– La liturgia católica [art 7]

– Dedicar un templo a un santo [art 7]

– Introducción de cánticos [art 7]

– Quema de incienso [art 8]

– Lámparas de aceite y velas [art 8]

– Utilización del agua bendita [art 9]

– El anillo de bodas [art 9]

– Vestimentas sacerdotales [art 9]

– La mitra [art 9]

– Constantino como ‘obispo de los obispos’ [art 10]

– El papa como Sumo Pontífice [art 10]

– ¿Es el Nuevo Testamento un texto paganizado? [art 10]

– Descatalogación y quema de evangelios [art 10]

– La Iglesia como comunidad de fieles [art 10]

6- ¿Paganizó Constantino el cristianismo?

– Constantino y la Iglesia Primitiva [art 11]

– La presencia real de Jesús en la Eucaristía [art 12]

– La consideración de que la misa católica es un sacrificio [art 13]


– Jerarquización de la Iglesia [art 14]

– Refuerzo de la autoridad del obispo de Roma [art 15]

– La Iglesia de Constantino recibe el nombre de “Católica” [art 16]

– La veneración a los santos [art 17a] y a la Virgen [art 17b]

– Divinización de Jesús [art 18]

– Celebración del día del Señor en domingo, no sábado [art 19]

– Selección del canon bíblico [art 20]

– Creación del rito de la misa católica [art 21]

7- El mito de las dos iglesias [art 22]

8- La Iglesia, perseguidora y perseguida [art 23]

9- La Iglesia pecadora [art 24]

10- Conclusión [art 24]

[Al final de este artículo, en el anexo, encontrará los títulos de cada artículo marcado aquí con un
número]

Pero empecemos hoy por la primera de las partes para hacernos una idea de lo que hay:

– LA POLÉMICA –

Para situarnos en el fondo de la polémica, transcribiré aquí el principio de un artículo publicado en


la página protestante biblebelievers.com titulado “Toda la verdad sobre la Iglesia Católica”:

La Iglesia Católica Romana afirma tener su comienzo en Mateo 16:18, cuando supuestamente
Cristo nombró a Pedro como el primer papa. Sin embargo, cualquier estudiante objetivo y honesto
de las Escrituras y de la historia en seguida descubrirá que los cimientos de la iglesia Romana no
son otros que la religión pagana y mistérica de la antigua Babilonia.

Durante las primeras persecuciones del gobierno romano (65-300 d.C), la mayoría de los cristianos
experimentaron un alejamiento gradual de la doctrina neotestamentaria relativa al gobierno de la
iglesia, adoración y ritos. Las iglesias locales dejaron de ser autónomas y dieron el control a los
obispos que gobernaban sobre las jerarquías. La forma simple de adoración desde el corazón fue
sustituida por rituales con el esplendor del paganismo. Los ministros se convirtieron en
“sacerdotes”, y los paganos se convirtieron en “cristianos” con solo rociarles agua por encima. Esta
tolerancia para los nuevos miembros sin exigirles una regeneración empeoró aún más las cosas.
PAGANISMO ROCIADO CON AGUA* es probablemente la mejor definición que podemos dar de la
Iglesia Católica. [*en mayúsculas en el original]

El emperador romano Constantino se erigió a sí mismo como cabeza de la iglesia en torno al año
313 d.C., lo cual convirtió a este nuevo “cristianismo” en la religión oficial del Imperio Romano. El
primer auténtico papa de Roma fue probablemente León I (440-461 d.C.), aunque algunos afirman
que el primero fue Gregorio I (590-604 d.C.). Este sistema impío acabó trayendo el período más
oscuro de la historia conocido por la humanidad, apropiadamente llamado “La Época de
Oscuridad**” (500-1500 A.D.). A través de obispos y sacerdotes, Satanás gobernó Europa y el
cristianismo bíblico quedó ilegalizado.

[**así es como los anglosajones llaman a la Alta Edad Media, aunque aquí lo extienden hasta más
o menos la llegada de Lutero].

Durante todos estos años, sin embargo, quedaron grupos individuales de verdaderos cristianos,
como por ejemplo los valdenses y los anabaptistas, que se negaron a someterse al sistema
romano.

He elegido este artículo porque me parece muy representativo de lo que se puede encontrar en
las páginas web protestantes, ni demasiado erudito-objetivo, ni demasiado agresivo-maleducado.
Aunque dice que el catolicismo no se basa en la Biblia sino en el paganismo de Babilonia (así, tal
cual), al menos evita el típico epíteto de que la Iglesia Católica es “La Gran Ramera de Babilonia”
del Apocalipsis, y su papa el Anticristo. De todas formas la seriedad de ese conocido sitio web no
les impide mencionar la tradicional idea protestante de que Satanás es el verdadero gobernante
de la Iglesia Católica.

Lanzar acusaciones es muy fácil, demostrarlas o rebatirlas es mucho más complicado. Lo que
iremos haciendo en la serie de artículos que aparecerán en las próximas semanas será refutar
estos argumentos con pruebas lo más objetivas posibles, razonando y documentando. Pero
también iremos dibujando el contexto histórico para que los datos adquieran todo su sentido e
importancia. El período histórico que vamos a ver en esta serie es, sin duda, el más importante y
decisivo de toda la historia del cristianismo postbíblico. Todo cristiano debería tener al menos una
idea básica de esta época y un conocimiento mínimo del trascendental Concilio de Nicea. Haremos
lo posible por no dar meras opiniones sino hechos comprobables, citando fuentes y relacionando
causas y efectos.

La página citada anteriormente da muestras de prudencia en un aspecto: cuando dice que durante
las primeras persecuciones los cristianos experimentaron un alejamiento gradual de la doctrina
original. Al decirlo de ese modo al menos se cubren parcialmente las espaldas ante la evidencia de
que los primeros cristianos ya presentasen rasgos católicos. Pero lo normal entre muchas ramas
protestantes es pensar que la Iglesia primitiva, la de las persecuciones, era la auténtica y fue en el
Concilio de Nicea cuando el emperador Constantino pervirtió y paganizó su doctrina. Por eso
muchos protestantes consideran que la Iglesia Católica fue fundada por Constantino en el año 325,
año de “la Gran Apostasía”. Para ver qué pueda haber de verdad ante tales afirmaciones,
analizaremos exhaustivamente cómo ocurrió el concilio y hasta qué punto influyó Constantino en
él, y antes aprenderemos un poco del contexto en el que eso ocurrió para poder comprender la
mentalidad de la época y la situación en que se encontraba la Iglesia cuando acudió al concilio.

El cristianismo antes de Nicea: persecuciones y herejía


Este artículo forma parte de la serie de artículos destinados a esclarecer lo que pasó en el
Concilio de Nicea en el año 325 (ver índice). Quienes dicen que la Iglesia Católica fue
paganizada por Constantino argumentan que en ese concilio los obispos cristianos
aceptaron los cambios doctrinales propuestos por Constantino hasta el punto de que el
resultado fue una religión pagana con solo ropajes externos cristianos. Antes de ver qué
pasó realmente en Nicea tenemos que comprender cómo era la Iglesia que asistió a ese
concilio, solo así podremos entender sus reacciones y diferenciar lo probable de lo difícil y
de lo imposible.

Esta Iglesia que acude a Nicea era la Iglesia de las catacumbas, la que tan solo 12 años
antes estaba tiñendo de sangre la arena de los circos. Muchos de los propios obispos
asistentes (los llamados confesores) mostraban en su cuerpo las marcas de la tortura,
pero ahora acudían a un concilio con libertad. Es probable que el emperador quisiera
aprovechar el concilio para ejercer su influencia pero ¿se dejó la Iglesia cristiana influir?
¿es creíble que aceptasen cambios doctrinales en su fe? Para los obispos y para el pueblo
cristiano en general el Concilio de Nicea fue un éxito, de haberse producido cambios
doctrinales estos cambios habrían sido aceptados no solo por los obispos asistentes sino
por todos los no asistentes y por la comunidad de fieles entera. Habrá que ver si eso fue
posible, pero veamos primero cómo se habían forjado estos cristianos de principios del
siglo IV.

LAS PERSECUCIONES

Desde el principio de la Iglesia hasta el edicto de Milán firmado por Constantino en el 313,
los cristianos vivieron en un continuo ambiente de persecución. Las persecuciones se
alternaban con épocas de paz, pero sabían que en cualquier momento podían volver los
ataques, así que la Iglesia se desarrolló principalmente en la clandestinidad y conviviendo
siempre con el peligro o la amenaza. Al principio fueron perseguidos por los judíos y luego
serían las autoridades romanas las que irían contra ellos. El primero en sufrir persecución
fue el propio Jesús, que además anunció las futuras persecuciones. Los cristianos, pues,
estaban ya psicológicamente preparados para lo que les esperaba y eso influyó en su
reacción general: en lugar de derrumbarse y apostatar o huir, consideraron las dificultades
como una bendición del cielo y el martirio como una puerta de acceso al Paraíso
garantizada*.

[*Hoy en día, a causa de los mártires islamistas, se considera esta idea peligrosa, pero no
está de más aclarar a quienes eso dicen que el cristianismo no premia con el cielo a
quienes mueren matando infieles, sino a quienes prefieren dejarse matar en lugar de
contraatacar o renegar de Jesús. El martirio cristiano es el pacifismo supremo.]

Veamos algunos de los textos en los que Jesús anuncia las persecuciones e indica cuál
debe ser la reacción del cristiano ante ellas (incluidas las persecuciones de nuestra época y
las que están por venir):

Bienaventurados vosotros cuando seáis insultados y perseguidos, y cuando se os calumnie


en toda forma a causa de mí. Alegraos y regocijaos entonces, porque os espera una gran
recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que os
precedieron. (Mateo 5:11-12)

Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y
cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis
testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una
elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios.
Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y
seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra
cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. (Lucas 21:12-19)

Lo que yo os mando es que os améis los unos a los otros. Si el mundo os odia, sabed que antes me
ha odiado a mí. Si fueseis del mundo, el mundo os amaría como cosa suya. Pero como no sois del
mundo, sino que yo os elegí y os saqué de él, él mundo os odia. (Juan 15:17-19)

Además de estos anuncios, ya en plena época de persecuciones (finales del siglo primero) San Juan
escribió el Apocalipsis. En este libro, mediante imágenes simbólicas, se describe la lucha entre las
fuerzas del mal, que ostentan el poder, y la Iglesia de Dios. El libro es una llamada a la
perseverancia y a la esperanza en medio de la persecución: si los santos se mantienen firmes en su
fe, su recompensa será eterna; aunque las fuerzas del mal parezcan estar venciendo, la victoria
final será de Cristo y de su Iglesia, como así fue. Para los cristianos de esa época, el Apocalipsis les
recordaba que, tal como había prometido Jesús, esas persecuciones serían para ellos ocasión de
gloria y salvación.

[los reyes] lucharán contra el Cordero, pero el Cordero los vencerá, porque es Señor de los señores
y Rey de los reyes. Con él triunfarán también los suyos, los que han sido llamados, los elegidos, los
fieles. (Apocalipsis 17:14)

Pero eso no quiere decir que las cosas les resultasen fáciles o agradables. Desde la muerte de
Jesús hasta Constantino, además de las persecuciones judías, tenemos 10 oleadas imperiales
contra los cristianos, empezando por la crueldad de Nerón y terminando por la más sangrienta de
todas, la de Diocleciano (del 303 al 312), que terminó solo unos años antes del Concilio de Nicea.

EL IMPERIO CONTRA CRISTO

La famosa tolerancia religiosa romana era solo una fachada. Roma toleraba todo tipo de cultos
pero a condición de que sus fieles participaran también en el culto romano y, sobre todo, en el
culto al emperador. Judíos y cristianos se negaban a ello y no reconocían a más dios que Dios. Los
judíos eran una religión tradicional tolerada por Roma y por tanto estaban exentos de esa
obligación, pero cuando el cristianismo se separó del judaísmo, quedó despojado de la protección
que antes tenían como secta judía, y pasaron de ser perseguidos por los judíos a una situación
mucho peor, ser perseguidos por los romanos. Eran mal comprendidos, frecuentemente
calumniados, tachados de ateos y acusados de toda clase de inmoralidades surgidas a partir de
malinterpretaciones de su doctrina: incesto (porque se consideraban hermanos), canibalismo
(porque comían el cuerpo de Cristo y bebían su sangre), superstición, traición, etc. El rechazo
social les convertía en fácil presa de abusos y desprecios de todo tipo, y el muy legalista sistema
romano pronto encontró maneras de poder atacar a los cristianos e incluso asesinarlos con la ley
en la mano; en nombre de la Justicia Romana.

Jesús había insistido en que si se mantenían firmes en su fe hallarían la salvación, y eso es lo que la
mayoría hizo, aunque lógicamente también hubo muchos que sin contar con el valor suficiente
cedieron y sacrificaron a los ídolos o que huyeron fuera del imperio. En algunas épocas les hubiera
bastado con renegar de Jesús y quemar incienso en un altar pagano; a veces era incluso suficiente
con que echasen un puñado de incienso sobre el fuego del altar del emperador, solo eso y les
dejaban marcharse libres. Pero la mayoría de los cristianos consideraba que eso era pedirles
mucho más de lo que podían hacer. Eran amenazados, apaleados, torturados y asesinados por
millares, a menudo en circunstancias atroces.
Nerón los ató a estacas untándolos de sebo y los prendía como antorchas humanas para iluminar
sus depravadas fiestas; para disgusto de sus invitados, que se quejaban del desagradable olor a
cuerpo quemado. Algunos eran utilizados como actores en el teatro para que las escenas de
muertes resultasen más auténticas, con sangre real. Cientos de ellos, incluidos sus hijos, eran
arrojados a las fieras del circo para diversión de la gente. Muchos salvaron la vida pero perdieron
todas sus posesiones o recibieron mutilaciones y torturas. Siempre vivían con el miedo a la
delación y a un futuro incierto, a menudo reuniéndose en secreto, llenándose mutuamente de
valor para cuando llegara el nuevo golpe. Fueron también utilizados como chivos expiatorios y
culpados de todos los males de la sociedad, desde Nerón, que les acusó del incendio de Roma,
hasta los terremotos del siglo II, que los paganos achacaron al enfado de los dioses porque los
cristianos los habían abandonado y la gente se echó a las calles gritando “¡los cristianos a los
leones!”. Ese grito lo podemos ver también hoy en día en más de una pintada o página web, pero
por entonces no era un insulto, era una amenaza real.

Finalmente, su integridad, su amor, su pacifismo y su increíble valor ante la muerte calaron en las
gentes y buena parte del pueblo empezó a verlos con admiración y simpatía. Muchos se unieron a
ellos conquistados por su ejemplo, y muchísimos más lo hicieron, ya sin miedo, en cuanto las
persecuciones finalizaron. Fue ciertamente una etapa heroica donde la sangre de los mártires
realmente fue semilla de nuevas conversiones. En lugar de ceder y retirarse, las comunidades
cristianas crecieron y se extendieron mucho más… Pero a nivel personal la situación era
tremendamente angustiosa.

La última etapa, la de las persecuciones de Diocleciano, parecía que no iba a terminar hasta que el
último cristiano hubiera vertido su sangre, y ese era en verdad el objetivo final. Fue llamada “la
Gran Persecución”, la más sangrienta y sistemática. Ciudades enteras de mayoría cristiana fueron
arrasadas, algunas fueron sitiadas y luego incendiadas con todos sus habitantes dentro. En África,
grupos enteros eran apresados, arrojados a zanjas y cubiertos con cal viva. No sólo querían
asesinarlos, querían además disuadir a otros de seguirlos, así que a menudo sus muertes eran
ejemplares.

¿CUÁNTOS MÁRTIRES MURIERON?

Sobre el número de mártires es imposible dar cifras. Pensemos que no podemos saber cuánta
gente murió en la sangrienta represión que siguió a la Revolución Francesa, así que no es de
extrañar que tampoco de los siglos primeros tengamos datos claros. Los romanos no se
preocuparon de contarnos cuántos muertos hubo, solo de los procedimientos legales y las
medidas tomadas. Diocleciano en el siglo III ordenó destruir todos los documentos cristianos,
especialmente los relacionados con los martirios pues se dio cuenta de que servían de inspiración
a los cristianos, y así destruyó todos los documentos oficiales y la mayoría de los que se
conservaban en manos cristianas. Por eso los testimonios que conservamos sobre a cuánta gente
afectaron esas medidas nos vienen mayoritariamente de fuentes cristianas, y estas fuentes nos
hablan de millares o de multitudes. También nos narran acontecimientos puntuales en esta o
aquella ciudad y en muchos de ellos también se cuentan por centenares o miles los asesinados en
uno o varios días. Tanto el historiador pagano Tácito como el papa Clemente (finales siglo I) nos
hablan de “una gran muchedumbre” de asesinados solo durante la persecución de Nerón, pero las
peores persecuciones fueron las del siglo III y IV.

Con el paso de los siglos la memoria de los mártires creció y en la florida imaginación medieval
acabó hablándose de millones de muertos (más muertos que cristianos había). Como reacción
contraria tenemos hoy en día a muchos historiadores que en nombre de la “objetividad” rechazan
las fuentes cristianas originales, ignorando así en buena medida la principal fuente de información
sobre las cantidades de mártires. De esta manera suelen hablar ahora de 3.500 mártires durante la
persecución de Diocleciano y tal vez menos de 3000 en todas las persecuciones anteriores. Hablar
de unos 6000 mártires heroicos ya es un número considerable y digno de admiración, pero la
cuestión es que bajar las cifras de martirio a solo esa cantidad supone una grave manipulación
histórica mucho más movida por el ateísmo de unos (y por el deseo de otros de parecer “también”
objetivos) que por las evidencias históricas. Es como si a la hora de calcular los judíos muertos en
el holocausto nazi rechazáramos las fuentes judías y las de los países aliados (por ser interesadas)
y aceptamos solo las fuentes nazis; en tal caso hablaríamos no de 6 millones de muertos, sino de
solo unos millares o incluso de la posibilidad “muy real” de que el holocausto ni siquiera tuvo
lugar, sino que fue un montaje propagandístico. Eso es verdaderamente lo que algunos círculos
actuales opinan del holocausto, y esa misma lógica aplican hoy muchos historiadores a las
persecuciones romanas, convirtiéndolas en una serie de conflictos anecdóticos y puntuales.

La crónica de los mártires Santiago y Mariano, en tiempo de Valeriano, afirma que en la primavera
del 250 las ejecuciones duraron en Cirta varios días. Y como al último día aún quedaran muchos
fieles por ejecutar, fueron arrodillados a la orilla de un río, por donde habría de correr la sangre, y
el verdugo fue recorriendo la fila y cortando cabezas (Passio 12). También las cartas de San
Cipriano atestiguan y describen los innumerables martirios producidos en el norte de África con
Decio, Galo y Valeriano. Describe la situación de los cristianos “despojados de su patrimonio,
cargados de cadenas, arrojados en prisión, muertos por la espada, por el fuego y por las bestias”
(Ad Demetrianum 12). Y en Roma, dice también, en el 258 los prefectos están ocupados “todos los
días en condenar a fieles y en confiscar sus bienes” (Epist.80). Los mártires, afirma, se contaron
por millares, y excede la posibilidad humana dar cuenta de su número inmenso. En el 303, en
Nicomedia, se decapita o se quema a una “compacta muchedumbre“. A “otra muchedumbre” se
le arroja al mar. “¿Quién podrá decir cuántos fueron entonces los mártires en todas las provincias,
pero especialmente en Mauritania, en la Tebaida y en Egipto?”. En Egipto, concretamente, la
persecución mató a “diez mil hombres”, sin contar mujeres y niños. En la Tebaida él mismo
presenció ejecuciones en masa: de veinte, treinta, “hasta ciento en un solo día, hombres, mujeres,
niños… Yo mismo vi perecer a muchísimos en un día, los unos por hierro y los otros por fuego. Las
espadas se embotaban, no cortaban, se quebraban, y los verdugos, cediendo a la fatiga, tenían
que reemplazarse unos a otros” (Hist. eccl. VIII, 4-13). Puede que estas cifras estén un poco
infladas o puede que no, pero si un historiador quiere acercarse a la verdad ¿debería rechazar este
tipo de testimonios para hacer caso solo de lo que dicen los verdugos o de sus propias
suposiciones? ¿es su propio parecer más fiable que el de los testigos cristianos de la época? No
parece una manera muy científica y objetiva de funcionar.

Aunque el número total de muertos en esta persecución sea imposible de determinar, podemos
hablar como muy poco de 20.000 mártires, puede que muchos más, pero incluso esta cifra mínima
es en realidad mucho mayor de lo que parece si tenemos en cuenta que el total de cristianos del
imperio romano por entonces se calcula en unos 500.000, lo que equivale al asesinato del 5% de
los cristianos, un terrible genocidio se mire por donde se mire. Al menos uno de cada 20 murió
asesinado, muchos más fueron torturados o azotados, aunque sobrevivieron (los confesores*), y
todos sufrieron en mayor o menor grado la discriminación social y legal y una vida dura llena de
trabas y problemas por su fe, a causa de Jesús.

[*Los cristianos que fueron torturados o mutilados pero sobrevivieron son llamados “confesores”
porque tuvieron al valor de confesar (proclamar) su fe públicamente sin miedo a las
consecuencias. Entre los obispos asistentes a Nicea había también un nutrido grupo de
confesores.]

Judíos y paganos nos persiguen en todas partes, nos despojan de nuestros bienes y sólo nos dejan
la vida cuando no pueden quitárnosla. Nos cortan la cabeza, nos fijan en cruces, nos exponen a las
bestias, nos atormentan con cadenas, con fuego, con atrocísimos suplicios. Pero cuanto mayores
males nos hacen padecer, tanto más aumenta el número de los fieles. (Tertuliano, Dialogo
Tryphon. 110, siglo II).

EL EDICTO DE MILÁN

Y de repente, Constantino sube al trono imperial y meses después emite un edicto junto con
Licinio, el famoso Edicto de Milán, en el que declara el cristianismo legal (que no oficial y menos
aún obligatorio) en todo el Imperio y su culto tan libre como el de cualquier otra religión. Las
persecuciones por fin habían llegado a su fin. Era el año 313.

“Habiendo advertido hace ya mucho tiempo que no debe ser cohibida la libertad de religión, sino
que ha de permitirse al arbitrio y libertad de cada cual el ejercicio de las cosas divinas conforme al
parecer de su alma, hemos sancionado que, tanto todos los demás cuanto los cristianos,
conserven la fe y observancia de su secta y religión […] que a los cristianos y a todos los demás se
conceda libre facultad de seguir la religión que a bien tengan; a fin de que quienquiera que fuere
el numen divino y celestial pueda ser propicio a nosotros y a todos los que viven bajo nuestro
imperio. Así, pues, hemos promulgado con saludable y rectísimo criterio esta nuestra voluntad,
para que a ninguno se niegue en absoluto la licencia de seguir o elegir la observancia y religión
cristiana. Antes bien sea lícito a cada uno dedicar su alma a aquella religión que estimare
convenirle.[…] Las propiedades habrán de ser devueltas a los cristianos sin exigir pago o
recompensa de ningún tipo, y sin admitir ningún tipo de fraude o engaño” (Edicto de Milán, 313)

Tan solo doce años más tarde, los obispos de todo el imperio son convocados a un concilio
ecuménico que tendrá lugar en Nicea, en el año 325. Muchos de los asistentes aún mostraban en
su cuerpo las secuelas de las torturas (los confesores). Otros muchos ya no estaban allí para asistir
pero eran venerados como mártires en toda la cristiandad, y fue su sangre inocente la que triunfó
sobre la barbarie.

LAS HEREJÍAS

Pero junto a este peligro externo -las persecuciones- la Iglesia se hallaba también amenazada por
otro peligro interno: las herejías. Ya los mismos evangelios y epístolas de los apóstoles advierten a
los cristianos de esos lobos que llegarán con piel de cordero y engañarán con sus falsas doctrinas.
En diferentes momentos aparecieron grupos que defendían una visión del cristianismo diferente a
la ortodoxa. En algunos casos esas desviaciones eran sustanciales, como las diferentes corrientes
gnósticas que surgieron a lo largo del siglo II y que solían negar la humanidad de Jesús, o la
divinidad de Jesús, o que hablaban de un Dios bueno (el Padre) y un Dios malo (el Yahvé del A.T.).
Estas herejías fueron ruidosamente rechazadas por los cristianos ortodoxos, pero igualmente
fueron rechazadas con fuerza otras herejías mucho más sutiles o aparentemente inofensivas como
los judaizantes (que decían que los cristianos debían seguir la Torah judía), los que decían que las
tres personas de Dios eran solo manifestaciones diferentes, no realidades distintas, los que decían
que en Jesús había dos voluntades separadas (la humana y la divina) o que la divina anulaba la
humana, quienes decían que la Iglesia estaba formada solo por santos y por tanto los pecadores
quedaban fuera, etc.

Los cristianos del siglo XXI, especialmente los que viven en Occidente, están acostumbrados a vivir
en sociedades plurales y convivir con todo tipo de ideas y creencias. La diversidad se considera
fuente de riqueza y, al menos oficialmente, algo muy deseable. Nuestras sociedades suelen
promover la tolerancia a todos los niveles como manera de facilitar la convivencia. Pero el
necesario respeto al diferente se ha acabado confundiendo con la respetabilidad de cualquier
creencia; como todas las personas tienen el mismo valor se ha deducido que todas las ideas son
igual de valiosas y de ahí se ha llegado a pensar que todas las ideas son igual de válidas. En este
contexto el que un cristiano afirme que su fe es la verdad absoluta se considera el colmo de la
arrogancia, pues tal como pensaba Pilatos, hoy no se cree en que exista una verdad absoluta
(excepto la referida al mundo físico) y por tanto las verdades religiosas se toleran siempre que
sean relativizadas y vistas como “mi verdad”, y no como “la verdad”*.

[*Es fácil ver cómo la actitud de la sociedad moderna coincide con la de Roma en las
persecuciones: tolero cualquier creencia siempre que acepten el supremo culto imperial; se
permite cualquier creencia siempre que se acepte el principio supremo de que todas son igual de
válidas (pues la Verdad no existe). Si no comulgas con esta doctrina relativista no eres enviado a
las fieras, pero sufres el rechazo social y, en ciertos contextos, también el castigo legal. Así por
ejemplo en algunos países negarse a practicar un aborto o criticar el matrimonio homosexual
puede resultar en multas, pérdidas de empleo o incluso cárcel; esto ocurre porque no se admite
en estos casos una objeción de conciencia basada en tu religión, puesto que los valores de la
sociedad están por encima de tus creencias particulares, que son de facto consideradas falsas por
un poder básicamente ateo.]

Esto no afecta solo a las distintas religiones (ateísmo incluido), sino también a las diferentes
corrientes dentro de cada religión. Un buen cristiano (según el relativismo modernista actual)
debe ser tolerante no solo con los no cristianos sino también con cualquier cristiano que
interprete las verdades de fe de forma diferente. En cualquier grupo de católicos (o protestantes,
u ortodoxos, etc.) los asistentes suelen exponer sus diferentes opiniones con total libertad y a
menudo convencidos de que tienen el mismo derecho a pensar así que los demás, y si alguien
intentara reprenderlo por su desviación de la ortodoxia probablemente la mayoría lo
considerarían un intransigente y un soberbio por intentar imponer “sus verdades” a los demás.

Pero esta manera de pensar no tiene nada que ver con el cristianismo, que pide amor para el
pecador pero rechazo total del pecado, respeto para el hereje pero rechazo total de la herejía. La
estructura piramidal de la organización eclesiástica es la mejor garantía para mantener la pureza
de la fe y evitar que las nuevas ideas erróneas que surgen se propaguen como si fueran igual de
válidas que las tradicionales. No hace mucho participaba en una reunión católica donde un
asistente intentaba explicar a los demás que puesto que Dios es amor lo importante era vivir con
amor y que en el fondo daba igual creer en Dios o no, y menos aún creer en Jesús o no. El resto de
asistentes escuchaba sus razonamientos con atención, y aunque no lo compartían sí estuvieron
dispuestos a hacer en sus postulados nuevos matices y, sobre todo, nadie se escandalizó por
semejante planteamiento, simplemente no estaban de acuerdo pero respetaban esas ideas y
aceptaban su lógica interna, y a nadie se le ocurrió reprenderlo ni mucho menos expulsarlo del
grupo. Es la reacción esperable en gente educada en el modernismo actual: vive y deja vivir (algo
que en mayor o menor grado todos hoy compartimos), lo cual implica tolerancia pero también
desentenderte de la suerte de los demás.
Desde esta perspectiva moderna es imposible entender la mentalidad de la Iglesia primitiva ante
las herejías. Los cristianos de entonces consideraban su nueva fe como un tesoro, pagada con
precio de sangre: la sangre de Jesús, que nos la había traído, y la sangre de los mártires, que la
habían defendido con su vida. Cambiar la doctrina no era visto como “una forma diferente de ser
cristiano” o una pluralidad que enriquece la Iglesia (expresiones que hoy sí se pueden escuchar).
No, cambiar la doctrina era atentar contra la misma esencia de la verdad y traicionar a Jesús y a los
mártires. Debemos tener claro que para los cristianos primitivos las creencias cristianas no eran un
conjunto de opiniones o una manera de ver el mundo, era nada más y nada menos que la
descripción de la realidad, la Verdad, y esa verdad era la que nos podía salvar, la que nos llevaba a
Dios. Por tanto deformar esa verdad, aunque fuera un poco, aunque fuera solo con matices,
suponía (en caso de extenderse) una manera de dificultar o incluso impedir la salvación; era como
poner minas en el camino que conduce a Dios o incluso intentar desviarlo o cortarlo, de manera
que el hombre no pudiera ya salvarse. Contra este peligro, la tolerancia cristiana era cero.

LA METÁFORA DEL BARCO

Esta visión de la doctrina la entenderemos mejor nosotros, hijos del materialismo moderno,
comparándola con nuestra visión del mundo físico. Imaginemos que vivimos en una enorme isla
que se está poco a poco hundiendo. Dentro de unos años estará todo bajo el agua así que la única
manera de salvarnos es construyendo barcos que nos permitan navegar hasta el continente, allí
nos acogerán las hospitalarias ciudades que fundaron nuestros antepasados emigrantes. Entonces
se crean unos astilleros para construir esos barcos con capacidad para toda la población. Las
instrucciones de cómo construir barcos nos las dejaron escritas esos primeros emigrantes y desde
entonces, todos los que han emigrado al continente han construido sus barcos siguiendo esas
instrucciones. Sabemos que esos barcos funcionaron bien porque nuestros paisanos llegaron
sanos y salvos a la costa y nos escribieron para contarlo. Pero mientras estamos construyendo los
barcos de salvamento llega un ingeniero nuevo y dice que estudiando la forma de nadar de los
pingüinos ha llegado a la conclusión de que la forma de los barcos es equivocada, que el casco
debe ser redondo y mucho menos profundo. Pero ¿y los planos que tenemos? ¡Seguro que esos
barcos redondos no funcionan, estaríamos mandando a la gente a la deriva, a una muerte segura!

Si pensamos en la situación que se generaría en los astilleros comprenderemos la importancia vital


que para los primeros cristianos tenían los temas doctrinales. La doctrina era como el plano para
construir el barco que nos llevaría a la salvación, cualquier modificación en el diseño podría
resultar fatal. No se trataba de aceptar cambios aquí y allá para no discutir, o para no tener
problemas, un barco defectuoso podría no llegar nunca o hundirse por el camino. Para muchos de
los cristianos actuales la fe es casi un mero conjunto de opiniones, de “creencias” (en el actual
sentido devaluado de la palabra), y no un conjunto de convicciones sobre cómo funciona el plano
espiritual, cómo se consigue la salvación eterna. Para los cristianos de entonces las reglas para la
salvación (doctrina) eran tan sólidas y exactas como lo son las leyes de la física: Si lanzas una
piedra al aire antes o después cae por la fuerza de la gravedad, y eso no es cuestión de opiniones,
es lo que es; lo mismo ocurre con las leyes espirituales, no es cuestión de opinar si a mí me parece
que esto debería ser así o asá, si mi idea de Dios no es compatible con esto o lo otro: es lo que es.

Nadie se atrevería a decir, “como yo creo en que la naturaleza es buena, rechazo totalmente esa
absurda idea tuya de que los leones devoran gacelas, ¡y vivas! ¡Cómo puedes ser tan cruel! Tus
estúpidas creencias revelan la dureza de tu corazón, yo jamás podría creer algo así”. Tampoco
nadie diría, “¡cómo puedes pensar que si un niño en su inocencia salta por una ventana de un
séptimo piso se va a matar! Estoy dispuesto a admitir que si un adulto, sabiendo lo que hace, se
tira por la ventana pueda sufrir quizá ciertos daños, ¡pero un niño inocente! Dios no puede ser tan
cruel, no puede haber creado un universo que mate a los inocentes”. Bien, si nosotros
comprendemos perfectamente que el mundo físico tiene unas leyes y que esas leyes se cumplen sí
o sí, del mismo modo aquellos cristianos sabían que el mundo del espíritu tenía unas leyes y se
cumplían sí o sí, y desconocer esas leyes era tan peligroso como si alguien pretendiese vivir
ignorando totalmente la ley de la gravedad. Una herejía, por poco que cambiase, suponía poner en
riesgo la salvación eterna de muchas almas, ante eso no podía haber negociación ni compromiso,
solo el más firme rechazo (por desgracia siglos más tarde ese rechazo se transformó en
persecución y muertes, pero en esta época todavía estamos lejos de eso).

En este marco de pensamiento hay que ver la manera que tenían entonces de entender la herejía.
El asunto por tanto era de una extrema gravedad y comprensiblemente levantaba enormes
pasiones. Pensemos por ejemplo en el donatismo, una herejía de principios del siglo IV que bajo la
mentalidad actual sería casi un mero asunto interno pero que fue tema de gran gravedad en los
años previos al concilio.

EL DONATISMO

En la ciudad africana de Numidia, un grupo de obispos se oponen al nombramiento de Ceciliano


como obispo de Cartago. Ceciliano había sido consagrado por Félix de Aptonga, uno de los obispos
considerados traidores porque durante la persecución abjuró públicamente de su fe por salvar la
vida, aunque después volvió a confesarse cristiano. A pesar de que todos consideraban esto muy
reprobable, la Iglesia piensa que la cobardía, igual que el pecado, no quita validez a los
sacramentos administrados. Estos obispos de Numidia, sin embargo, consideraban que si un
sacerdote pierde su santidad, pierde también su capacidad para administrar sacramentos. Según
esta lógica Félix perdió su poder, así que Ceciliano no fue realmente consagrado y por tanto no
podía acceder al obispado porque no era un verdadero sacerdote.

Hoy en día esto hubiera originado un simple revuelo, considerado principalmente como un tema
jerárquico y organizativo, pero por entonces el llamado “donatismo” (por Donato, su líder) se
consideró una herejía y también los propios donatistas consideraron herejes a todos los que no
estuvieron de acuerdo con sus planteamientos, es decir, a toda la Iglesia universal excepto a ellos
mismos. Este conflicto terminó generando en Cartago revueltas, enfrentamientos, quemas de
iglesias e incluso hubo víctimas, hasta el punto de que Constantino lo consideró un peligro para la
estabilidad de su provincia e intentó reprimir el conflicto imponiendo su fuerza y su autoridad. Es
importante aquí recordar que NO LO LOGRÓ, ni tampoco lo logró el emperador Honorio un siglo
más tarde, cuando les ilegalizó y persiguió con renovada energía. Esta herejía no desapareció
hasta que el Islam acabó con el cristianismo en la zona en el siglo VIII. Ningún emperador logró
hacerles cambiar de doctrina a pesar de que el cambio era pequeño, pues el donatismo se
diferenciaba de la ortodoxia solo en creer que los sacramentos eran válidos únicamente si
procedían de sacerdotes de vida intachable, mientras que la ortodoxia dice que el poder de los
sacramentos procede de Dios y por tanto no dependen de la calidad del intermediario. Ninguna
presión imperial consiguió cambiar la posición doctrinal de unos ni de otros.

LA FALACIA DEL MIEDO

La hipótesis de que la Iglesia cedió ante la presión del todopoderoso emperador parece creíble
para el hombre moderno. Sea cierta o no, nos parece una hipótesis creíble; al fin y al cabo un
dictador puede fácilmente hacer temblar a cualquiera. Pero si comprendemos bien la mentalidad
de los cristianos de aquella época vemos que aceptar cambios doctrinales –aunque vinieran del
propio emperador– era algo absolutamente impensable a nivel general. Algunos obispos podrían
haber cedido (igual que algunos habían cedido durante las persecuciones), pero la mayoría del
pueblo y de los obispos habían resistido mucho más que presiones y no iban a ceder ahora en
masa.

Los obispos que fueron a Nicea habían sufrido las duras persecuciones de Diocleciano tan solo
doce años antes. Lo que los emperadores pedían durante las persecuciones no era que los
cristianos abandonaran su fe, sino simplemente que aceptaran el culto imperial como todos los
demás. Si un cristiano aceptaba el culto al emperador su vida se salvaba. Habitualmente bastaba
quemar incienso ante una estatua del emperador para que el prisionero quedase libre. En muchas
ocasiones ni siquiera tenían que renunciar a su fe ni abjurar de Jesús, solo tenían que introducir un
“pequeño” cambio en su religión y aceptar el culto imperial. Pero los mártires (muchos de ellos
obispos) dan prueba de que no estaban dispuestos a hacer ni siquiera ese “pequeño” cambio que
salvaría sus vidas. Volviendo a la metáfora de los barcos, es como si te permiten diseñar el barco
como tú quieres pero te exigen un “pequeño” detalle, tan solo un agujero de 20cms de diámetro
en el fondo del casco. Tú sabes que con ese pequeño agujero antes o después el barco se hunde.

Los obispos confesores que estaban en el concilio de Nicea tenían cicatrices y amputaciones
sufridas por no haber querido ceder ni siquiera en eso, ni siquiera quemando el incienso como
gesto externo, como mera pose, aunque en su corazón supieran que por hacerlo no aceptaban el
culto imperial.

La teoría de que Constantino impuso cambios doctrinales a la Iglesia ejerciendo su poder y


autoridad no se sostiene. Hemos visto que todo el poder y capacidad de represión de los
emperadores no sirvieron para doblegar a un simple grupo de obispos donatistas. También vimos
cómo los anteriores emperadores no habían logrado doblegar a los cristianos ni siquiera con
matanzas. Y ahora que había llegado la paz y sus vidas no estaban en peligro, ¿iba a conseguir
Constantino alzando el puño lo que sus predecesores no consiguieron ni hundiendo la espada? La
teoría de que la Iglesia cedió por miedo es claramente insostenible. Por eso mismo ha surgido otra
explicación para justificar la supuesta apostasía generalizada de los obispos.
LA FALACIA DEL AGRADECIMIENTO

Esta otra explicación afirma que los obispos se dejaron embaucar totalmente debido al enorme
agradecimiento que sentían por haber puesto fin a las persecuciones. Esta segunda teoría, que
goza de bastante aceptación actual, equivale al siguiente razonamiento:

Mi vida es un infierno porque mi jefe me obliga a trabajar constantemente. El convenio marca 8


horas diarias, descansando los domingos y un mes al año, pero nuestro jefe nos obliga a hacer 15
horas diarias sin ningún descanso, ni domingos ni vacaciones. Sólo nos quedan 9 horas libres, 8
para dormir y 1 para comer, nada para vivir. Con tantas horas de trabajo tenemos dinero de sobra,
pero nuestra vida es un infierno, es solo trabajar y trabajar.

Cuando el jefe muere le sustituye su sobrino Dany. Dany es encantador y lo primero que hace es
devolvernos nuestros derechos: horario de trabajo de 8 horas al día, domingos de descanso y un
mes de vacaciones al año. Es difícil imaginar nuestra felicidad ¡por fin tendremos tiempo para
vivir!

Dos meses más tarde, Dany se reúne con nosotros y nos dice que la empresa de su padre necesita
más mano de obra, así que ha pensado que como ahora tenemos tanto tiempo libre podríamos
ser agradecidos y marcharnos a esa otra empresa a trabajar otras 5 horas; no, no va a pagarnos
pero sí nos hará algún regalo; no, no es una petición, es una orden.

Los trabajadores nos quedamos sin saber qué decir, todo nuestro gozo en un pozo, vuelta a la
esclavitud. Entonces un compañero dice que bueno, no está tan mal, al fin y al cabo antes nos
obligaban a trabajar 15 horas al día y ahora, gracias al bueno de Dany, sólo trabajaríamos 13 (8+5),
así que bien mirado salimos ganando. Alguno nos recuerda que nuestro horario son 8 horas, no
13, y que no tenemos por qué trabajar más, y menos gratis. Pero se alzan más voces diciendo que
es un desagradecido, que 5 horas de más es mucho mejor que 7 horas extras. Al final, después de
mucho debate, todo el mundo acaba convencido de que la propuesta de Dany está fenomenal y
salimos de la reunión llenos de alegría. Al llegar a casa muchos de nosotros escribimos emails a
nuestros amigos para contarles lo maravillosa que ha sido la reunión y lo contentísimos que
estamos por el acuerdo; trabajar 5 horas gratis para nuestro querido Dany será un gran honor, se
lo merece.

A partir de ahora ¡vamos a trabajar 5 horas más y gratis! ¡qué alegría! Para celebrarlo decidimos
hacer una fiesta. Nuestros familiares están también contentísimos y todos sentimos un profundo
agradecimiento por el bueno de Dany, hasta los vecinos vienen a felicitarnos. Cada día, al acabar
nuestra jornada laboral, nos vamos todos contentos a trabajar gratis para él y no dejamos de dar
gracias a Dios por tener un jefe tan bueno y maravilloso.

Si esto que he contado fuese un cuento se podría decir que tiene poco contacto con la realidad,
pero si me atreviera a decir que eso no es un cuento sino que así es como sucedió en mi fábrica en
los años 50, entonces nadie me creería porque sencillamente es imposible que así sucediera. Si el
tal Dany hubiera logrado imponer sus criterios lo habría tenido que hacer usando la fuerza, pero
no es creíble que los empleados lo hubieran aceptado contentos movidos por el agradecimiento.
Si poco antes estaban dispuestos a morir por negarse a hacer un agujero de 20 cms en el casco del
barco, no es creíble que ahora saltaran de gozo mientras hacían un boquete de 5 metros a la nave
a la par que todos los pasajeros les aplaudían y festejaban; porque eso es lo que ocurrió tras el
concilio, no solo tenemos testimonio de la alegría con la que salieron los obispos sino las fiestas y
celebraciones con las que el pueblo cristiano acogió el resultado de Nicea.

Quienes piensan que, pletóricos de alegría, los obispos y fieles cedieron ante todos los cambios
doctrinales que Constantino quiso, es que ignoran totalmente cómo funcionaban estos curtidos
cristianos de entonces ante la más mínima desviación doctrinal, lo mismo antes que durante o
después del concilio. Acusar a Constantino de pervertir el cristianismo hasta el punto de
convertirlo en una religión fundamentalmente pagana (el catolicismo), implica necesariamente la
colaboración de todos los obispos asistentes al concilio (unos 300) y así mismo la conformidad y
aceptación del resto de los obispos (unos 1500) que no asistieron, y también de todos los
cristianos en general, pues la única oposición que encontramos al concilio fue la de algunos
arrianos, pues precisamente su herejía fue la que el concilio condenó.

CONCLUSIÓN

Hemos visto que los obispos del concilio no pudieron ceder ante la presión imperial ni por miedo
ni por gratitud, pero además contamos con la aceptación general de la cristiandad, un pueblo
cristiano que repetidamente en la época dio muestras de nula tolerancia ante lo que ellos
consideraban herejía, incluso cuando provenía de su propio obispo. Si lo que salió de Nicea
hubiera sido una herejía, puede que en algunas diócesis se hubiera aceptado el resultado (poco
probable), pero ciertamente nunca habría sido aceptado en todas las diócesis de la cristiandad, y
menos en las occidentales, que prácticamente no tuvieron allí representación alguna. Pero lo que
ciertos protestantes afirman no es que en Nicea se amasara una herejía, sino que se pervirtió la fe
cristiana por completo, desde sus mismas bases; según ellos el catolicismo que salió de allí era
básicamente paganismo, no cristianismo ¿cómo explican pues la reacción generalizada de la
cristiandad? Ese concilio debería haber sido una auténtica bomba y haber generado un rechazo
masivo y nuevas persecuciones generalizadas, pero los únicos que pasaron a la marginación fue la
minoría hereje arriana, condenada por el concilio, todos los demás lo consideraron un triunfo de la
Iglesia, que salía por fin a la luz y fijaba sus bases doctrinales como forma de combatir las herejías
presentes y futuras. El Credo de Nicea que de allí salió no fue una innovación doctrinal, sino la
puesta por escrito del consenso general, una aclaración oficial de lo que un cristiano debe creer
para no caer en la herejía.

En nuestro próximo artículo empezaremos ya hablando del Concilio. Veremos quiénes fueron los
personajes más importantes en Nicea, los que lideraron las distintas posiciones, y aprenderemos
algo de sus vidas e ideas:
PRINCIPALES ACTORES DEL CONCILIO DE NICEA
Este artículo forma parte de la serie de artículos destinados a esclarecer lo que pasó en el Concilio
de Nicea en el año 325 (ver índice). Dentro de nuestro intento de describir el contexto histórico
del que parte el concilio, nos fijaremos ahora en quiénes eran sus más destacados protagonistas.

Al Concilio de Nicea acudieron muchos obispos e incluso el mismo emperador Constantino, pero
como es normal en estas ocasiones, un grupo de personas se destacan como los que más
influencia tuvieron en el desarrollo de los acontecimientos. Lo que hoy sabemos sobre el concilio
nos ha llegado de diversas fuentes, y todas ellas están de acuerdo en que al hablar de Nicea
tenemos que hablar sobre todo de 5 personas que destacaron muy por encima de los demás. Estas
cinco personas, además, representan todas las posturas y posiciones del concilio. Para entender
mejor qué pasó allí tenemos antes que conocer un poco a estos actores principales, sus ideas y su
contexto.

LOS PERSONAJES DE NUESTRA HISTORIA

Los principales actores del Concilio de Nicea, cuyos nombres conviene recordar, son los siguientes:

1- Constantino I: El emperador que legalizó el cristianismo y convocó el concilio.

2- Arrio: Creador de la herejía arriana, la que provocó la convocatoria del concilio.

3- Osio de Córdoba: Obispo de Córdoba, consejero del emperador y quien presidió el concilio.

4- Atanasio de Alejandría: Principal luchador contra el arrianismo, dentro y fuera del concilio.

5- Eusebio de Cesarea: Obispo de Cesarea, Palestina. Arriano moderado. Gran historiador de la


Iglesia.

Veamos ahora a cada personaje con más detalle.

ARRIO Y EL ARRIANISMO

Arrio era un presbítero y predicador originario de Libia que ejerció el sacerdocio en Alejandría. Sus
grandes dotes oratorias y la claridad de sus exposiciones sedujeron a la gente sencilla y atrajeron
el interés de obispos. Pronto entró en conflicto con su obispo Alejandro, en el año 318. El choque
se debió a las diferencias sobre cómo expresar la comprensión cristiana de Dios usando el lenguaje
filosófico normal para que la gente común pudiera entenderlo bien. Entre finales del siglo II y
principios del III habían aparecido diversas teorías heréticas sobre la naturaleza de Jesús con
respecto al Padre, así que este era un asunto muy sensible. En general no se negaba su divinidad,
pero el origen y la manera de encarnarse generó diversas opiniones. La visión más simple era,
además, la mayoritariamente aceptada, que tal como dijo Jesús, Jesús y el Padre son uno, pero a la
hora de explicar el hecho de que Jesús es Dios pero a la vez era diferente al Padre, fácilmente se
caía en ideas originales que afectaban a la naturaleza de Jesús.

El obispo Alejandro defendía que la Biblia presenta a Jesús eterno, igual que al Padre. Arrio
consideraba esta idea herética porque en su opinión daba argumentos a las ideas de un grupo de
herejes llamados “sabelianos”, los cuales decían que el Hijo no era distinto al Padre, sino solo un
modo diferente de manifestarse. Por el contrario Arrio enfatizaba la diferencia entre el Padre y el
Hijo y la basaba en que el Padre es eterno pero, en algún momento, creó al Hijo, antes de todas las
cosas. Así que Jesús, aunque es un ser divino, sería una creación del Padre, de diferente
naturaleza. Desde el punto de vista de Arrio, considerar a Jesús como Dios significaría caer en el
politeísmo de los paganos, por eso su posición era tan firme e inquebrantable como la de los
obispos ortodoxos:

“Dios no siempre fue Padre” sino que “hubo un tiempo en que Dios estaba solo y aún no era
Padre, pero después se convirtió en Padre”. “El Hijo no existió siempre”; pues, así como todas las
cosas se hicieron de la nada, y todas las criaturas y obras existentes fueron hechas, también la
Palabra de Dios misma fue “hecha de la nada” y “hubo un tiempo en que no existió” y “Él no
existió antes de su origen”, sino que Él y otros “tuvo un origen de creación”. Pues Dios, dice,
“estaba solo, y la Palabra aún no era, ni tampoco la Sabiduría. Entonces, al desear darnos forma, Él
hizo a cierto ser y lo llamó Palabra, Sabiduría e Hijo, para que pudiera darnos forma por medio de
Él”. (Atanasio de Alejandría citando a Arriano en su obra “Primer discurso contra los arrianos”)

Este problema era frecuente, por intentar combatir una herejía acababan enfatizando demasiado
su contrario y terminaban cayendo en otra. Esto apenas ocurría en Occidente donde, mucho más
prácticos, les bastaba aceptar el misterio de que el Padre es Dios, y Jesús es Dios y el Espíritu Santo
es Dios y aún así no hay más Dios que uno sin que por ello se confundan los tres. Es lo que más
tarde se llamaría el misterio de la Santísima Trinidad. Pero los cristianos orientales, herederos de
los filósofos clásicos, preferían indagar en el misterio, de ahí la cantidad de herejías que surgieron.
Sin embargo esta nueva herejía, la defendida por Arrio, adquirió una relevancia especial porque
pronto se sumaron a él obispos de diversas ciudades y parecía que su avance sería rápido. Fue el
primer gran cisma dentro del cristianismo, solo comparable al de la Ruptura Protestante.

El emperador buscaba cohesionar su recién unificado imperio con un cristianismo sólido y


homogéneo, y ahora que lo había legalizado resulta que empieza a dividirse. Decidió mandar a su
amigo, el obispo de Córdoba, Osio, a mediar en la polémica de Alejandría. No fue posible
reconciliar las partes así que se convocó un concilio y allí se declaró a Arrio herético y fue
expulsado de Egipto. Le acogió sin embargo el obispo de Nicomedia, Eusebio, el cual sería su
principal valedor en Nicea.

Como la influencia de Arrio siguió creciendo, la Iglesia se alarmó y la tensión aumentó. Aconsejado
por Osio de Córdoba, el emperador Constantino convocará a todos los obispos cristianos a un
concilio ecuménico donde pudieran reconciliar sus diferencias.
EUSEBIO DE CESAREA

Eusebio era obispo de la ciudad Palestina de Cesarea Marítima y arriano moderado (de los que
buscaban un consenso entre ambas doctrinas). Su principal mérito fue ser el primer historiador de
la Iglesia, recopilando en su extensa Historia Eclesiastica toda la información disponible desde la
época de los apóstoles hasta sus días. No era un gran teólogo ni un gran pensador, pero sí
demostró ser un gran historiador y compilador. Gracias a su sistemática costumbre de citar las
fuentes originales literalmente, tenemos hoy acceso a muchos fragmentos de textos que han
desaparecido. Sus descripciones de Constantino, no obstante, parecen excesivamente cargadas de
subjetividad. Por fortuna disponemos de otras fuentes más objetivas que nos narran igualmente lo
ocurrido en el concilio.

El Concilio de Nicea, desde su primera fase de preparación –antes de la llegada del emperador-
hasta su clausura, constó de reuniones diarias. San Atanasio (la figura más destacada allí) nos dice
que las actividades no se vieron en modo alguno perturbadas por la presencia del emperador a
partir del día de su llegada. Las opiniones de que el emperador dirigió y controló todas las
cuestiones, incluidas las doctrinales, se basan en exagerar las narraciones de Eusebio de Cesarea.

Eusebio era un gran admirador del emperador y pronto logró caerle en gracia. En su filosofía
personal sobre cómo debía ser la Iglesia, estaba la fusión de Iglesia y Estado como la forma ideal
de poder construir el Reino de Dios en la tierra. Cuando Constantino legalizó y después apoyó
activamente a la Iglesia, Eusebio creyó ver llegado el momento en que esa fusión tendría lugar, y
estaba entusiasmado, convencido de que Constantino sería esa figura mesiánica que su filosofía
necesitaba. Hoy dicen incluso que Eusebio calificaba a Constantino como “obispo de los obispos”
(cita falsa, dicho sea de paso) lo que en la práctica le otorgaría las funciones de papa, pero papa ya
existía y Constantino nunca dio muestras de querer tal papel y tampoco de ejercerlo.

Esa visión tan subjetivamente ideológica de Eusebio tiñó sus textos sobre el emperador y sobre el
Concilio de Nicea, realzando el papel de Constantino muy por encima de lo que otras fuentes nos
cuentan, dando pie a que los modernos detractores usen sus textos, exagerándolos e incluso
torciéndolos, para apoyar sus teorías. Pero incluso ateniéndonos a lo que dice Eusebio y sin añadir
deducciones e imaginaciones ajenas, no es posible decir que Constantino impuso al concilio su
nueva doctrina. En cualquier caso la filosofía de Eusebio era suya y solo suya, no era compartida
por el resto de los obispos, que estaban más interesados en defender su autonomía en asuntos de
fe que en permitir que el poder estatal les influyera, y eso lo demostraron en muchas ocasiones
que pronto surgirían.

Esa profunda admiración mesiánica que sentía el arriano Eusebio por el emperador la podemos
ver en la descripción que hace de la entrada del emperador en la sala del concilio el primer día que
se incorpora:

Cruzó la sala atravesando la asamblea como un mensajero enviado por Dios, cubierto en
vestiduras que brillaban como si fueran rayos de luz reflejando el fulgor radiante de su túnica
púrpura y adornado con el brillante esplendor del oro y las piedras preciosas. (Historia Eclesiastica,
IX)

Como podemos imaginar por este comienzo, lo que Eusebio nos cuenta de Constantino no parece
ser precisamente objetivo, parecen mucho más fiables las narraciones que otros obispos nos
hacen. Pero incluso Eusebio, en toda su admiración, no nos presenta a un emperador que dirige el
concilio e influye en sus decisiones de manera decisiva, nos lo presenta como velando por el
concilio como un observador discreto, sin intervenir en las votaciones, lo que no encaja con ese
título de “obispo de los obispos” que equivocadamente dicen hoy que el propio Eusebio le
atribuye.

Al principio del concilio Eusebio hace un discurso defendiendo a los arrianos, creyendo que sería
fácil convencer a los demás de lo razonable de sus ideas. El rechazo fue tan fuerte que
rápidamente dio marcha atrás, aunque durante todo el concilio ejerció una posición mediadora
buscando la reconciliación de ambas partes con la esperanza de llegar a un punto común de
entendimiento, una doctrina que todos pudieran aceptar. Cuando se convenció de que tal punto
medio no sería posible, acabó aceptando el consenso mayoritario y firmando los acuerdos finales.
Sin embargo más tarde persistió en su herejía y volvió a defender el arrianismo, aunque
intentando hacer equilibrios para no ser declarado hereje. Aún así, en el siguiente concilio, el de
Constantinopla, Eusebio perdió el título de “defensor de la fe” por sus doctrinas poco ortodoxas, y
no fue convocado.

Por tanto, aunque como historiador eclesiástico Eusebio ha demostrado ser un gran cronista,
como miembro del Concilio de Nicea no podemos olvidar que tenía una visión personal que le
hacía considerar el concilio como algo muy diferente de lo que buscaban los demás, y que además
era un hereje, precisamente representante de la herejía que el concilio buscaba destruir.
Considerar que la visión que Eusebio tenía del concilio es la correcta y que la visión que nos dan
otros obispos está distorsionada es tanto como decir que la minoría arriana era la representante
de la verdadera doctrina y que todos los demás, la gran mayoría, incluido todo Occidente, eran
herejes que siempre habían estado equivocados. Pero eso es precisamente lo que defienden
algunas iglesias protestantes y paraprotestantes (como mormones o testigos de Jehová) cuando
afirman que la doctrina de Nicea es herética y que los arrianos y otros grupos posteriores eran la
verdadera Iglesia. A esas iglesias habría que recordarles que si tuviesen delante a un obispo
arriano del año 325, lo que se encontrarían, para su disgusto, sería a un perfecto obispo católico
con ciertas ideas heréticas sobre la naturaleza de Jesús, pero que en todo lo demás sería tan
católico como pueda serlo hoy el arzobispo de Toledo.

ATANASIO DE ALEJANDRÍA

Obispo de Alejandría, donde se originó la controversia arriana, y principal defensor de la doctrina


ortodoxa frente a la herejía de Arrio. No acudió al concilio como obispo, sino como joven diácono
acompañante de su anciano obispo, Alejandro de Alejandría, aunque después de la muerte de
este, tres años después del concilio, ocuparía el cargo él mismo. A pesar de su juventud y de no ser
aún obispo, se convirtió por méritos propios en uno de los principales oradores en los debates.
Nos dejó narraciones del concilio. Era uno de los confesores, superviviente de la tortura y la
persecución, y eso le confería también un aura de respetabilidad que vencía a su joven edad.

Dios existe desde la eternidad: y si el Padre existe desde la eternidad, también existe desde la
eternidad lo que es su resplandor, es decir, su Verbo. Además, Dios, «el que es» (ὁ ὤν), tiene de sí
mismo el que es su Verbo: el Verbo no es algo que antes no existía y luego vino a la existencia, ni
hubo un tiempo en que el Padre estuviera sin Logos (ciencia) (ἄλογος). La audacia dirigida contra
el Hijo llega a tocar con su blasfemia al mismo Padre, ya que lo concibe sin Sabiduría, sin Logos, sin
Hijo… (Oraciones contra los arrianos I, 25-26).

Su firme oposición al arrianismo causó posteriormente que fuera arrestado y desterrado cada vez
que el emperador se inclinaba por los arrianos, lo que ocurrió cinco veces, una con Constantino y
el resto con sus sucesores arrianos y uno pagano (Julián el Apóstata). Por todos los medios
intentaron hacerle claudicar y aceptar el arrianismo, pero siempre se mantuvo fuerte y defensor
de la ortodoxia, lo que le granjeo la admiración e incluso el fervor popular. Fue gracias al enorme
apoyo popular como se salvó de cosas peores, y una y otra vez el emperador acababa
restituyéndole en su cátedra… para volver a arremeter contra él en cuanto sus enemigos arrianos
en la corte le presionaban. Finalmente, ya anciano y aún firme en su fe primera, el emperador le
permite regresar a su sede, donde vivirá en paz sus últimos días.

Es venerado por las iglesias católica, ortodoxa y anglicana como santo confesor.

OSIO DE CÓRDOBA

Obispo de la ciudad hispana de Córdoba desde el 294 hasta el 356. Originario de una familia de
buena posición, era culto y muy bien formado, un líder nato. Durante las persecuciones padeció
tormentos por no renunciar a su fe y fue desterrado. Asistió al concilio de Elvira, Hispania, cerca de
la actual Granada. Este concilio influiría en el de Nicea porque algunos cánones allí aprobados se
copiaron luego en el otro, lo cual sería una prueba más de la influencia que tuvo Osio en dicho
concilio.

Después del concilio de Elvira marchó a Roma, donde se convertiría en consejero y hombre de
confianza del emperador. Desde esa posición contribuyó a la conversión de Constantino. En
defensa de la ortodoxia fue un firme combatiente contra las herejías donatistas y arrianas. Enviado
por el emperador, viajó a Alejandría buscando resolver el conflicto arriano pero al no tener éxito
aconsejó al emperador que convocara un concilio ecuménico, que sería organizado ese mismo año
en Nicea. Presidió dicho concilio, donde también destacó defendiendo la ortodoxia, y según
Atanasio fue él quien recurrió a la famosa palabra “homo-ousios” (de la misma naturaleza) para
fijar de forma comprensible y clara la doctrina tradicional sobre Jesús (de la misma naturaleza que
el Padre).

Sus enemigos arrianos finalmente lograron que el emperador se volviera contra él. Constancio II
intentó obligarle mediante amenazas y presiones para que condenase a San Atanasio y declarase
el arrianismo como doctrina conforme a la ortodoxia, pero Osio se opuso a las presiones del
emperador con la misma fuerza que siempre se opuso a la herejía, con lo cual el ya anciano obispo
fue azotado, atormentado y, al negarse a firmar la condena, finalmente depuesto y exiliado en el
356, muriendo al año siguiente, a los 101 años de edad.

Entre sus obras figuran las resoluciones sometidas a los concilios de Nicea y Sárdica, y dos libros
perdidos: De laude virginitatem, y De interpretatione vestium sacerdotalium. Es venerado como
santo confesor por la Iglesia ortodoxa griega.

CONSTANTINO

Constantino I, también conocido como Constantino el Grande, subió al trono imperial en el año
306, siendo uno de los cuatro emperadores (tetrarquía romana). En el 312 vence a Majencio en la
batalla del Puente Milvio, a las afueras de Roma, y se convierte en emperador de Oriente, junto
con Licinio, que será emperador de Occidente. Según contó el propio Constantino, antes de la
batalla vio en el cielo el símbolo de la cruz y bajo ella la inscripción In Hoc Signo Vinces (con este
signo vencerás). A causa de esa visión, según él, se convirtió al cristianismo. Con visión o sin ella,
parece que el obispo Osio de Córdoba tuvo mucho que ver con su conversión, aunque no quiso ser
bautizado hasta el final de su vida. Muchos ponen en duda la sinceridad de su nueva fe, o al menos
la profundidad de ella, pero no resulta misterioso pensar que, siendo su madre la muy devota
Santa Elena, su hijo terminase abrazando su misma fe. De lo contrario, parece más probable que si
quería favorecer a una religión particular hubiera elegido el mitraísmo, igualmente extendido por
todo el imperio y con más adeptos que el cristianismo, y también más similar a la cultura clásica y
a su propia religión anterior (el culto al Sol Invicto), con lo que la asimilación de la ciudadanía
hubiera parecido ser más sencilla y rápida.

A los pocos meses, en el 313, también por incitación de Osio, firmó el Edicto de Milán (o edicto de
tolerancia) por el cual se legalizaba el cristianismo como un culto permitido más y se ponía fin así a
las severas persecuciones contra la Iglesia. Es importante recalcar que este fue un edicto que
legalizaba al cristianismo, no que lo hacía oficial y mucho menos que lo convertía en obligatorio.
Algunos opinan que al convertirse el cristianismo en obligatorio en pocos años se degradó porque
los nuevos conversos forzados seguían siendo paganos de corazón y contaminaron la Iglesia, pero
esto no es cierto, aunque Constantino favoreció a la Iglesia, fue tolerante con todas las religiones y
nadie fue perseguido por su fe (salvo arrianos o católicos según las inclinaciones de los sucesivos
emperadores).

Constantino compartirá el imperio con Licinio hasta el año 324, cuando Licinio será derrotado y
queda así el imperio finalmente unificado bajo un solo emperador, Constantino I. Era un gran
estadista y pareció entender que en un mundo decadente que se resquebrajaba por todas partes,
el cristianismo, con toda su fuerza y pasión, podía ser un buen aglutinante que renovara las
esperanzas de una era agotada. Por eso se alarmó cuando la herejía arriana levantó en la Iglesia
Oriental tanto revuelo. Lo último que necesitaba Constantino es que, recién unificado su imperio,
esa Iglesia se rompiera antes de empezar a cohesionarlo. No estaba Constantino tan interesado en
los detalles finos de la doctrina como en el hecho de que la Iglesia se mantuviese en paz y unida.
La pobre formación doctrinal y filosófica que reflejan sus escritos hace casi imposible que él
pudiese intervenir en discusiones doctrinales muy sutiles tal como algunos afirman hoy. Él mismo
escribió una carta donde decía:

Mi designio era, entonces, primeramente traer los diversos juicios encontrados por todas las
naciones con relación a la Deidad a una condición, por así decirlo, de uniformidad acordada; y, en
segundo lugar, restaurar un tono saludable al sistema del mundo . . .

Algunos interpretan este texto como la prueba de que en el concilio había gentes de todas las
religiones para poder llegar a una fusión de todas las creencias del imperio, resultando en el
catolicismo. Pero eso es simplemente incompatible con toda la documentación histórica: el
concilio convocó solo a obispos cristianos, y suyas son las actas y las firmas de los acuerdos. No
estamos ante una fábula o un antiguo recuerdo, se conservan documentos y datos en qué
basarnos y testimonios de algunos de los allí presentes. No se puede coger un fragmento aislado,
interpretarlo a capricho e ignorar todos los demás textos, aunque esta metodología es la habitual
en algunas iglesias. Lo que sí vemos aquí claro es que la intención del emperador no era condenar
la herejía arriana, como al final hizo el concilio, sino simplemente buscar un acuerdo que
satisficiera a todos. Si en algún momento hubiera soñado con controlar el concilio, que no parece
el caso, entonces este se le fue claramente de las manos.

Siendo su único interés el de que los obispos se pusieran de acuerdo y finalizasen sus divisiones,
en diferentes momentos apoyó a diversas partes en temas teológicos según qué lado pensaba él
que le sería más útil para lograr que se restableciera la paz. Sin duda minusvaloró la tozudez con la
que los obispos curtidos en la persecución y la tortura defenderían sus doctrinas. En cualquier
caso, al comienzo del concilio dijo que defendería y haría cumplir los acuerdos allí tomados y fue
fiel a su palabra. Sin embargo sus simpatías parecían luego estar con los arrianos, a los que intentó
favorecer, siendo bautizado poco antes de morir por el obispo arriano Eusebio de Nicomedia.

Muchos dicen que este bautismo en su lecho de muerte es la prueba de que en realidad nunca fue
cristiano y solo utilizó el cristianismo como base para crear una religión estatal a su conveniencia.
La realidad es que no eran pocos los cristianos orientales que posponían su bautismo al final de
sus días, y lo hacían por una consideración teológica muy importantes: el bautismo es un
sacramento que purifica y limpia los pecados. La confesión necesita un auténtico arrepentimiento
y un sincero propósito de enmienda, el bautismo no. Si uno se bautizaba en su lecho de muerte la
salvación estaba así garantizada sin necesidad de esfuerzos ni requisitos.

Pero además, Constantino tenía otro motivo político para esperarse al final: si no estaba bautizado
se encontraba fuera del control de la Iglesia. Un bautizado podía ser excomulgado, un no
bautizado no. De haber estado bautizado, al inclinarse de nuevo por los arrianos el resto de
obispos le habrían excomulgado y en esa situación habría quedado deshonrado y habría perdido el
apoyo de la población cristiana. De este modo, tenía las manos libres para hacer lo que quisiera sin
que la Iglesia le pudiese repudiar por ello. Años después, el emperador Teodosio I, bautizado,
reprimió una revuelta en Tesalónica con la muerte de 7.000 personas. El arzobispo Ambrosio de
Milán le excomulgó por ello y Teodosio tuvo que hacer penitencia pública para pedir perdón. Eso
no le hubiese ocurrido nunca a Constantino.
En nuestro próximo artículo hablaremos de qué fue el primer Concilio de Nicea y cómo se
desarrolló:

EL CONCILIO DE NICEA
AMBIENTE ANTES DEL CONCILIO

El Concilio de Nicea fue el primer concilio ecuménico de la Iglesia y se convocó en el año 325, tan
solo doce años después de finalizar las persecuciones, cuando por primera vez la Iglesia podía
reunirse en paz y sin ser molestada. Se convocó ante la amenaza que suponía la herejía arriana,
que estaba extendiéndose rápidamente por algunas partes de oriente desde el 318, cuando el
presbítero y predicador Arrio se enfrentó a su obispo, el de Alejandría, negando que Jesús fuera el
mismísimo Dios, sino más bien una creatura divina subsidiaria del Padre. Dicha herejía ya fue
condenada en un concilio de todo Egipto, pero Arrio se refugió en Nicomedia, bajo la protección
de su amigo el obispo Eusebio, y la herejía siguió extendiéndose por otras zonas de oriente. Por
ello se vio la necesidad de un concilio ecuménico* (o sea, que abarcara todo el mundo conocido) y
se aprovechó la ocasión también para afrontar en común otros problemas y cuestiones de índole
práctico y organizativo, habida cuenta de que tras la legalización de Constantino la Iglesia dejaba
ya de ser una comunidad perseguida y pasaba directamente al primer plano de la vida pública con
todos los cambios que eso supondría.

[*Los concilios ecuménicos son aquellos a los que asisten representantes de todas las partes de la
Iglesia. La Iglesia Ortodoxa considera que cuando la Iglesia Oriental y Occidental se separaron
terminaron los concilios ecuménicos porque nunca han vuelto a reunirse todos. La Iglesia Católica
sigue llamando “ecuménicos” a los concilios convocados para todos los obispos del mundo,
aunque a partir de entonces ya solo eran obispos católicos.]

Aunque algunos lo ponen en duda, es generalmente aceptado que quien aconsejó al emperador
sobre la conveniencia de celebrar el concilio fue su amigo y consejero, el obispo hispano Osio de
Córdoba. Osio había sido torturado y exiliado durante las persecuciones y tuvo una gran influencia
en la conversión al cristianismo de Constantino, así como en la redacción del Edicto de Milán por
el que Constantino declaró, junto con Licinio, la tolerancia religiosa y el fin de las persecuciones a
los cristianos. El mismo emperador envía a Osio a Egipto para mediar en las disputas entre el
obispo de Alejandría, Alejandro, y el herético Arrio. Osio llevó a ambos sendas cartas del
emperador que decían, entre otras cosas:

Devolvedme mis días quietos y mis noches tranquilas. Dadme gozo en lugar de lágrimas. ¿Cómo
puedo yo estar en paz, mientras el pueblo de Dios, de quien soy siervo, está divi¬dido por un
irrazonable y pernicioso espíritu de contienda?
Pero no hubo la esperada reconciliación y la confrontación doctrinal empeoró. Como las
posiciones de ambos eran irreductibles, se cree que Osio aconsejó al emperador la convocatoria
del concilio para que toda la Iglesia pueda intervenir. El propio Osio presidió el concilio (aunque el
emperador ostentó una presidencia honorífica) y así lo confirmaría su firma, que aparece la
primera entre los obispos, justo detrás de los delegados papales.

Puesto que Osio era un obispo occidental y, por tanto, bajo la autoridad del patriarca de Roma,
parece también razonable ver la mano del papa detrás de las decisiones de Osio y encaja con los
que dicen que Osio acudió al concilio también en calidad de representante del papa, Silvestre I,
pero hay que admitir que sobre esto no tenemos pruebas. En cualquier caso el papa no asistió
personalmente por motivos de salud (murió diez años después) o por sentir que la polémica
arriana era principalmente un problema local oriental y Occidente estaba más preocupado por las
amenazas de los pueblos bárbaros (razonamiento menos probable). Sólo podemos hacer
suposiciones porque no se conservan documentos que lo expliquen, pero aunque solo fuese por el
hecho de ser uno de los cuatro patriarcas de la Iglesia, es de suponer que el emperador (y todos)
habría tenido mucho interés en que participara directamente, y con primacía o sin ella, sabemos
que a Roma no le resultaban ajenos los problemas de las diócesis orientales.

Motivos poderosos debieron ser los que le sujetasen en Roma porque lo que sí sabemos es que,
aparte de Osio, el papa envió en su representación a dos delegados papales: Vito y Vicencio, que
actuaron en su nombre. El papa no solo asumió como suyo todo lo salido del concilio sino que se
convirtió en uno de sus principales valedores. No olvidemos que incluso si negamos la supremacía
papal, aún así el papa sería representante de uno de los cuatro patriarcados en los que se dividía la
Iglesia y sin duda el más importante por su prestigio y por haber sido fundado por Pedro y Pablo
(Antioquía y Alejandría no habían sido fundados por apóstoles, Jerusalén era ya una ciudad sin
apenas influencia ni importancia y Constantinopla no era aún patriarcado). De no haber enviado
legados, el concilio no podría haberse considerado ecuménico, pues no estaría completa la
jurisdicción de la Iglesia. Por tanto en un concilio de este calibre, tanto al emperador como a la
Iglesia en general le interesaba mucho la presencia de Roma, pero no pudo ser.

En cualquier caso, un concilio así, al poco de salir la Iglesia de la clandestinidad, solo podía ser
convocado directamente por el emperador y bajo su patrocinio. Constantino convocó oficialmente
la reunión, cedió la sala de su palacio en Nicea y sufragó los gastos de los obispos que quisieran
asistir (de lo contrario muy pocos obispos podría haberse permitido el viaje). También se
comprometió a hacer ejecutar las resoluciones que de allí salieran, y aunque puede que el
resultado no fuera muy de su agrado (él buscaba un consenso, no una derrota que generara
conflictos) cumplió su palabra pues su máximo interés, como hombre de estado, era que una vez
conseguida la unificación política del imperio no se produjeran ahora rupturas religiosas.

Al concilio fueron convocados los 1800 obispos cristianos del momento (1000 de oriente y 800 de
occidente), pero en el mundo antiguo es comprensible que la mayoría no viajara hasta Nicea, así
que el número de obispos asistentes fue de 318. Cada obispo podía llevar dos sacerdotes y tres
diáconos de su diócesis, lo cual haría que la cifra real de asistentes pudiera llegar a superar los
1500 miembros, aunque el número de estos acompañantes no está registrado (sí se dice que eran
multitud). Es importante recordar que no estamos ante los obispos medievales, llenos de poder y
riqueza, sino ante aquellos pastores de su comunidad que habían vivido los duros años de las
persecuciones. Gente en su mayoría sencilla, cuyo único poder y riqueza había sido el honor de
presidir, con riesgo de su vida, la proscrita minoría cristiana de algún rincón del imperio. Estos son
los obispos que van a Nicea, no una representación de las élites sociales, sino miembros de una
minoría hasta pocos años antes oprimida y en buena medida despojada. Cierto es que con los
nuevos privilegios concedidos por Constantino parte de la jerarquía eclesial empezó a deteriorarse
y también apareció la corrupción (lo que solo muestra que los cristianos también eran seres
humanos), pero esto ocurre poco a poco, ya a finales del siglo IV, cuando Teodosio I hizo del
cristianismo la religión oficial, así que esa situación no afectó para nada a este concilio.

Nicea fue el primer concilio ecuménico (global) de la Iglesia, si exceptuamos el primer concilio de
Jerusalén (Hechos 15) con una Iglesia aún minúscula. La primera fila la ocupaban los tres patriarcas
presentes: Alejandro de Alejandría, Eustaquio de Antioquía y Macario de Jerusalén, y luego los
legados papales. Muchos de los presentes eran “confesores de la fe” (que habiendo sido
torturados o atacados habían sobrevivido a la persecución) y mostraban aún las mutilaciones o
cicatrices y marcas de sus torturas. Esos confesores tenían un estatus moral especial y por ello
jugaron un papel más relevante en las discusiones. Atanasio y Osio estaban entre ellos.

Eusebio de Nicomedia y Eusebio de Cesarea se encuentran también entre los asistentes más
conocidos, ambos arrianos y luego amigos del emperador, Leoncio de Cesarea (que había sido
heremita), Spyridion de Trimitous (que incluso de obispo seguía llevando vida de pastor de ovejas),
Atanasio de Alejandría (diácono acompañante de su obispo y que destacará especialmente en este
concilio), y Alejandro de Constantinopla (que también asistió en calidad de presbítero
acompañando a su anciano obispo). Los únicos obispos occidentales que acudieron fueron Osio de
Córdoba (de Hispania), que presidió el concilio, Cecilio de Cartago, Marcos de Calabria, Nicasio de
Dijon (de la Galia), Dono de Estridón, y los dos delegados papales, Victor y Vicentius. De fuera del
imperio vinieron el obispo Juan de Persia e India, el godo Teófilo (de los germanos) y Estratófilo de
Georgia. Veintidós de los obispos vinieron junto con Arrio como defensores de la causa arriana.

DESARROLLO DEL CONCILIO

El Concilio comenzó el 20 de mayo aproximadamente, con reuniones preparatorias diarias. Hubo


largas discusiones en donde los dos bandos recurrían a la Biblia para justificar sus creencias. Las
discusiones eran seguidas con mucha dificultad por la minoría de obispos que no hablaban griego
como lengua materna porque estaban llenas de conceptos filosóficos muy sutiles y era necesario
explicarlos. La minoría arriana defendía que el Hijo había sido creado antes de todas las cosas, la
mayoría ortodoxa que Jesús era eterno igual que el Padre, que el Padre siempre había sido Padre y
que Padre, Hijo y Espíritu Santo eran un solo Dios. Una de las citas bíblicas más decisivas fue la de
Juan 10:30 (“El Padre y yo somos una sola cosa”) o Juan 17:21 (“Que todos sean uno: como tú,
Padre, estás en mí y yo en ti,”) y Juan 1:1-3 (“Al principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a
Dios, y el Verbo era Dios”).
El 14 de junio acudió por fin el emperador Constantino y el concilio se inauguró oficialmente,
aunque buena parte del trabajo estaba ya preparado para entonces. Al entrar Constantino en la
sala de sesiones, todos se pusieron en pie, pero él no tomó asiento hasta que los obispos le
hicieron indicación en este sentido, para dar a entender que no pretendía ocupar oficialmente un
lugar en la asamblea. Entonces Constantino inaugura oficialmente el concilio, da un elocuente
discurso haciendo ver a los obispos que es mucho lo que estaba en juego y no podían entretenerse
en reproches personales o visiones locales. Ahora que no eran comunidades perseguidas y
semiaisladas tenían que formar un bloque común y homogéneo, aparcar sus diferencias y procurar
limpiar la doctrina original de todos los elementos que se hubieran adherido.

Pero después de su discurso Constantino tuvo que escuchar a los obispos relatarle todos los
acuerdos doctrinales que ya se habían alcanzado. Su margen de maniobra, pues, era escaso, pero
a Constantino no le interesaba -ni en realidad estaba formado lo suficiente como para entender-
las discusiones doctrinales, sólo estaba realmente interesado en que se pusieran de acuerdo. Lo
cierto es que, por el análisis de las cartas escritas por Constantino, se evidencia una gran carencia
de formación teológica, y los estudiosos descartan la posibilidad de que él pudiese haber influido
en la doctrina de la Iglesia debido justamente a este desconocimiento en teología, y menos aún,
como le atribuye únicamente su entusiasmado Eusebio, haber discurrido él solito el término clave
“homoousios” (consustancial) que recabó el consenso de casi todos, como veremos más adelante.

Quizá al emperador le pareció buena idea el término, y así lo expresó, pero no resulta creíble
pensar que él fuera quien lo ideó, dada las complicaciones teológicas que supuso aceptarlo. Este
término ya se había usado en ocasiones anteriores al discutir sobre la naturaleza de Jesús, pero
suscitaba no pocos recelos; el auténtico mérito no fue el uso del término sino justificar lo
apropiado de su uso para definir la doctrina cristológica. El acuerdo sobre el término zanjó la
postura oficial frente al arrianismo: Jesús era consustancial al Padre (“de la misma naturaleza que
el Padre” según nuestra actual traducción). Finalmente, de los 22 obispos que apoyaban el
arrianismo quedaron solo 8, pues a medida que avanzaron los debates y que se fueron leyendo
textos y más textos de Arriano, muchos de ellos rechazaron esas doctrinas por blasfemas. De los 8,
únicamente 2 se negaron a aceptar el credo de Nicea (lo sabemos porque sus firmas no
aparecerán entre los que firmaron el credo con su aceptación).

El 19 de junio, alcanzado el consenso, se da forma definitiva al credo de Nicea, que recoge la


esencia de todo lo acordado y establece con claridad lo que más tarde se llamará la Santísima
Trinidad. El nombre aún no existía como término doctrinal oficial, pero ya en el siglo II vemos
usado Τριάς (Trias), Trinidad, o incluso “el divino trío”, en los escritos de algunos pensadores
cristianos para explicar la naturaleza de Dios en Orígenes, Policarpo, Ignacio o Justino, aunque la
doctrina trinitaria como tal no será explícitamente formulada oficialmente hasta el Concilio de
Constantinopla en el 360 (de nuevo vemos que los concilios no se inventan la doctrina sino que la
definen, clarifican y expresan).

En total, unos 25 días de preparaciones y conversaciones sin el emperador, y solo 5 días de


reuniones oficiales presididas -al menos oficialmente- por el emperador. También hoy en día
vemos a los políticos de dos países negociando un acuerdo durante meses, luego va el presidente
de un país de visita a otro y a los tres días firman el tratado, pero en realidad todo el trabajo está
ya hecho, los presidentes hacen la escenificación final y oficial, pero las negociaciones ya están
resueltas, o casi, para cuando los presidentes se reúnen. Parecida situación nos ofrece el Concilio.

Desde el 19 de junio hasta el 25 de agosto tenemos otra serie de reuniones, pero estas ya no
afectan al tema doctrinal, que es el que verdaderamente nos interesa, sino a toda una serie de
asuntos de tipo formal y práctico que surgieron a la hora de transformar la Iglesia de las
catacumbas en una Iglesia pública y protegida. Había que decidir cómo encajar la jerarquía eclesial
dentro del aparato del estado, cómo financiarse, qué días celebrar las fiestas religiosas, etc. En
este otro tipo de asuntos sí que es creíble que el emperador participara activamente, pues al
tratarse de asuntos mundanos y que afectaban directamente al imperio, no podía la propia Iglesia
tomar decisiones por su cuenta en muchos de ellos. Sin embargo no tiene ninguna relevancia si la
fiesta de Navidad se hizo coincidir con el Día del Sol Invicto o no, o si los obispos adoptaron los
ropajes de ciertos cargos civiles o cualquier otra vestidura, por poner un ejemplo.

Las formas externas no hacen que la Iglesia verdadera deje de serlo, solo suponen una adaptación
a la nueva situación, dentro de sus propios tiempos. Los cristianos del siglo IV no eran un pueblo
aparte, como podía serlo el judío, eran ciudadanos romanos que creían en Jesús, pero su cultura
era la romana o griega, no la judía, y por tanto sus formas culturales eran romanas o griegas.
Existía una doctrina cristiana pero aún no existía una cultura cristiana o un arte cristiano y el
Concilio de Jerusalén que nos narra el libro de Hechos (capítulo 15) deja claro que la cultura judía
ya no debía seguir siendo la referencia para los nuevos cristianos, por tanto la inculturación del
cristianismo está ya sancionada en la misma Biblia, no es un producto nuevo del Concilio de Nicea.

Al terminar el concilio, el emperador dio una fiesta para celebrar el vigésimo aniversario de su
ascensión al imperio e invitó a todos los obispos, y tal como era la costumbre de la época, se
celebró un gran banquete y se hizo regalos a los presentes. Algunos critican esta escena
indecorosa de obispos glotones siendo servidos por sirvientes y recibiendo regalos del emperador
como si simbolizara la total corrupción de sus dirigentes. El que tras varios meses de duro trabajo,
y tras conseguir un gran éxito final, los obispos estén más que dispuestos a dejarse agasajar como
huéspedes del emperador un día en un banquete no parece la prueba definitiva de los obispos
cristianos salieron del concilio convertidos en apóstatas paganos. Tampoco parece que hubiera
sido adecuado ni aconsejable que le dieran un plantón a su anfitrión negándose a ir a la cena,
como si un cristiano no pudiese asistir a una fiesta. El mismo Jesús criticó duramente a aquellos
que le criticaban a él y a sus discípulos por aceptar invitaciones a banquetes y fiestas, como la de
Zaqueo; también a Jesús, como a estos obispos, le acusaron de glotón. Es bastante probable que
muchos obispos no pudieran evitar recordar a Jesús en una situación así; nunca fue requisito del
buen cristiano el ayuno y el ascetismo perpetuo.

¿A qué, entonces, compararé los hombres de esta generación, y a qué son semejantes? Son
semejantes a los muchachos que se sientan en la plaza y se llaman unos a otros, y dicen: ”Os
tocamos la flauta, y no bailasteis; entonamos endechas, y no llorasteis. Porque ha venido Juan el
Bautista, que no come pan, ni bebe vino, y vosotros decís: ”Tiene un demonio”. Ha venido el Hijo
del Hombre, que come y bebe, y decís: “Mirad, un hombre glotón y bebedor de vino, amigo de
recaudadores de impuestos y de pecadores”. Pero la sabiduría es justificada por todos sus hijos.
(Lucas 7:34)

ACTAS DEL CONCILIO

Desgraciadamente, las actas originales del concilio no se han conservado, lo cual tampoco es de
extrañar en medio del turbulento mundo de la época. Únicamente se han conservado tres
fragmentos de ellas referentes al famoso credo, los cánones y el decreto sinodial. Sin embargo sí
tenemos noticias del concilio transmitidas a través de varios personajes que asistieron al concilio o
que conocieron las actas originales: Eusebio de Cesarea, Atanasio de Alejandría, Sócrates,
Sozomenes, Teodoreto, Rufino y una historia del Concilio de Nicea escrita en el siglo V por Gelasio
de Cícico. Esto nos permite reconstruir lo que fue el concilio razonablemente bien.

Si atendemos a todo lo que se dicen en Internet, en revistas y en libros recientes, pareciera que
toda la doctrina católica –o al menos las partes que no les gustan a ellos– se hubiera debatido y
decidido en este concilio, pero siendo tremendamente importante como fue, casi nada de eso es
verdad. El concilio no se convocó para decidir la fe, sino para combatir una herejía concreta, el
arrianismo, y por eso casi todo el debate doctrinal giró en torno a ese tema cristológico. Según la
única reconstrucción histórica que podemos hacer, se trataron en total 5 asuntos y se dictaron 20
cánones eclesiásticos:

1- La cuestión arriana sobre cuál era la verdadera relación entre el Padre y el Hijo, o sea, sobre si el
Padre y el Hijo tenían una única voluntad o si además eran un solo ser. La secta arriana
consideraba que Jesús había sido creado antes de todo, pero hubo un tiempo anterior a su
creación donde existía el Padre pero no el Hijo.

2- Decidir el día de la celebración de la Pascua de Resurrección.

3- Qué hacer con el cisma Meleciano (una secta herética en la ciudad egipcia de Lycopolis)

4- Sobre si el bautismo realizado por los herejes era o no válido.

5- Qué hacer con los que cedieron ante la persecución de Licinio y quemaron incienso ante la
estatua del emperador.

Y los 20 cánones promulgados fueron:

1: Sobre la admisión, ayuda o expulsión de los eclesiásticos mutilados voluntaria o violentamente.

2: Reglas a tener en cuenta para la ordenación, la evitación de precipitaciones indebidas y la


deposición de quienes son culpables de faltas graves.

3: Se prohíbe a todos los clérigos tener relaciones con cualquier mujer, excepto con su madre, una
hermana o una tía.
4: Relativo a las elecciones episcopales.

5: Relativo a la excomunión.

6: Relativo a los patriarcas y su jurisdicción.

7: Confirma el derecho de los obispos de Jerusalén a disfrutar de determinados honores.

8: Se refiere a la secta de los novacianos.

9: Ciertos pecados conocidos después de la ordenación implican su invalidez.

10: Quienes hayan sido ordenados maliciosa o fraudulentamente, deben ser excluidos tan pronto
como se conozca la irregularidad.

11: Penitencia que debe ser impuesta a los apóstatas en la persecución de Licinio.

12: Penitencia que debe ser impuesta a quienes apoyaron a Licinio en su guerra contra los
Cristianos.

13: Indulgencia que debe ser otorgada a las personas excomulgadas que se encuentran en peligro
de muerte.

14: Penitencia que debe ser impuesta a los catecúmenos que desfallecieron durante la
persecución.

15: Obispos, sacerdotes y diáconos no pueden pasar de una iglesia local a otra.

16: Se prohíbe a todos los clérigos abandonar su iglesia. Se prohíbe formalmente a los obispos que
ordenen para su diócesis a un clérigo que pertenece a una diócesis distinta.

17: Se prohíbe a los clérigos que presten dinero con interés.

18: Se recuerda a los diáconos su posición subordinada respecto a los sacerdotes y obispos.

19: Reglas a tener en cuenta respecto a los partidarios de Pablo de Samosata que deseaban
retornar a la Iglesia.

20: Los domingos y durante la Pascua las oraciones deben rezarse en pie.

Vemos que, aparte de la resolución de la cuestión doctrinal que fue el punto central del concilio (el
arrianismo), los 20 puntos que se discuten son principalmente cuestiones prácticas y de
organización, lejos de toda la enorme cantidad de decisiones de todo tipo que se achacan a este
concilio y no son cuestión de doctrina. Por ejemplo vemos que el punto 20 se mantiene en uso en
la Iglesia Ortodoxa pero no en la Católica, y eso no supone rechazar Nicea, sino cambiar una
norma de usos. En realidad, para los que afirman que aquí “se fundó la iglesia paganizada que
llamamos Católica”, este concilio se ha convertido en un cubo de la basura donde
sistemáticamente se puede arrojar todo aquello de la Iglesia que no les gusta.
Lo más curioso de todo es que si fuera cierto que el Concilio de Nicea pervirtió la verdadera
doctrina, entonces casi todas las iglesias protestantes serían hoy tan falsas como la católica. A
nivel doctrinal, el concilio clarificó la teología sobre Jesús, dejando claro que era “de la misma
naturaleza que el Padre” y por tanto que Dios era uno y trino. No se inventó esta doctrina, sino
que la clarificó debido a las pequeñas y no tan pequeñas herejías que por la época estaban
expresando opiniones diferentes sobre Jesús. Si lo que hizo Nicea fue pervertir la doctrina, si como
algunos dicen Nicea fue obra de Satanás, entonces todas las iglesias cristianas que defendemos la
Trinidad de Dios están equivocadas, incluidas las evangélicas. Eso es precisamente lo que dicen
algunos paraprotestantes, que la Trinidad es un invento de Nicea, pero ya vimos que no, que la
gran mayoría de Oriente y todo Occidente conservaron intacta la antigua creencia trinitaria.

El día del Nacimiento de Jesús no se sabía ni tampoco importaba, si por deseo del emperador (si
fuese así como algunos ahora dicen) se eligió la fecha del 25 de diciembre, ¿qué más da? Cualquier
otra hubiera sido igual de buena y esta además tenía la ventaja de marcar el momento del año en
el que el avance de la oscuridad se ha detenido y empieza a vencer la luz (los días comienzan a
alargarse), lo cual dota a la fecha de un alto contenido simbólico. La única fecha cuya celebración
tenía significancia era la Pascua de Resurrección, porque ahí se intentaba seguir la tradición bíblica
(aunque Oriente y Occidente nunca lograron ponerse de acuerdo en qué forma era la más bíblica
de las dos), pero el resto de las fiestas se podían poner en cualquier día que se acordase porque no
se basaban en ninguna fecha bíblica.

EL SÍMBOLO DE NICEA: el credo

La inmensa mayoría de los obispos estaban ya de entrada de acuerdo con la ortodoxia y en contra
del arrianismo. Los obispos arrianos fueron poco a poco cediendo a lo largo de los debates, pero si
estar de acuerdo fue relativamente fácil, lo que sí resultó tremendamente complicado fue ponerse
de acuerdo en cómo redactar un credo de manera que no fuese posible variar su interpretación de
forma sutil y así poder acatarlo pero al mismo tiempo acabar generando otra herejía. Esa
complicación es lo que causó tanto debate en torno a la forma que finalmente adoptaría el credo y
lo que explica también por qué la palabra “homo-ousios” resultó tan decisiva y bienvenida.

Muchos obispos rechazaban usar en el credo ninguna palabra que no estuviera ya en las Escrituras
porque precisamente pretendían imponer el peso de la herencia doctrinal frente a las
innovaciones arrianas. Esto alargó los debates, porque al principio se buscaba la manera de
defender la ortodoxia mediante conceptos existentes en la Biblia. El problema era que los arrianos
tenían su propio modo de interpretar esos pasajes y contextos bíblicos según su nueva visión, así
que la Biblia se convirtió en razonamiento circular, pues presentaba los textos pero no se podía
explicar a sí misma, y cada uno presentaba su propio razonamiento. La mayoría ortodoxa se
apoyaba en las enseñanzas de los apóstoles para contextualizar esos textos, pero necesitaban
encontrar la manera de expresar esa doctrina tradicional en términos que no pudieran dar lugar a
interpretaciones distintas, como ocurría con la propia Biblia. La nueva situación necesitaba una
palabra fácil de entender para todo el mundo y al mismo tiempo absolutamente clara e imposible
de tergiversar y que resultara absolutamente incompatible con la doctrina arriana por mucho que
se intentase retorcer su sentido.

Finalmente se tuvo que admitir que ninguna palabra bíblica serviría para clarificar de este modo el
asunto y todos acabaron por aceptar la búsqueda de otra palabra, aunque no fuera de tradición
bíblica, que lo lograra. La palabra que finalmente causó el consenso fue la mencionada
“homoousios” (= de la misma naturaleza). Fácil cuando ya se sabe pero al parecer harto difícil
hasta dar con ella. El propio Atanasio defendió el uso de esta palabra diciendo “La palabra
pertenece a la metafísica griega, pero el Dios expresado con estas palabras es el Dios de la Biblia”.
Además, mientras el arrianismo defiende que Dios creó al Hijo, que por tanto es un ser diferente,
la ortodoxia definida con este nuevo término, mantiene la idea Bíblica de que Dios, y sólo él, es el
salvador de su pueblo, no otra deidad creada por él. Esto es importante porque en el Antiguo
Testamento siempre se dice que Dios es el salvador del mundo, y si luego resulta que Jesús no es
el mismo Dios del A.T. sino otra divinidad secundaria, entonces el A.T. estaría en falta.

El llamado símbolo o credo de Nicea fue el principal resultado del Concilio y pretendía ser un
minicompendio de la doctrina esencial de la Iglesia cristiana para protegerse de herejías presentes
y futuras, de forma que quien no aceptara este credo en su integridad no podría ser considerado
cristiano. Podríamos considerarlo algo así como un acuerdo de mínimos. Con alguna modificación
posterior en el Concilio de Constantinopla (de nuevo para aclarar cosas, no para cambiarlas) este
credo es el que aún profesan las Iglesias Católica, Ortodoxa, Luterana, Anglicana y buena parte de
las protestantes. No fue una invención doctrinal, sino un compendio que intentaba fijar en un
credo sencillo pero claro lo que la gran mayoría de los cristianos habían creído desde el principio.

La novedad teológica, pues, fue introducir la palabra “homo-ousios” (consustancial, de la misma


naturaleza/sustancia) para comparar la naturaleza del Padre y la del Hijo. Pero esa novedad no es
doctrinal, sino léxica. Se buscó una manera de expresar lo más acertadamente posible lo que los
cristianos creían, que Jesús era Dios igual que el Padre era Dios, y “homoousios” resultó ser la
palabra que buscaban para que el pueblo llano, que ya no tenía mentalidad judía sino griega,
pudiera entender bien la idea. Según Eusebio la palabra fue propuesta por Constantino, pero
como hemos visto antes, no resulta creíble, la sutileza filosófica y doctrinal que encierra esta
palabra está a años luz de las escasas capacidades e interés demostrados por Constantino en
cuanto a los matices doctrinales. Insistimos en que lo que hizo Nicea no fue inventarse el concepto
de que Jesús era de la misma naturaleza que el Padre, sino que ideó la fórmula perfecta para
expresarlo. Pero esa misma idea, expresada de forma más llana la encontramos ya en un texto
anterior al concilio. Los únicos textos conservados hoy en día de esa época anterior atacando el
arrianismo son los de Alejandro de Alejandría. En uno de ellos nos dice:

“¿Cómo puede ser Él distinto de la substancia del Padre (πώς ανόμοιος τη ούσία τουπατρός), el
que es la imagen perfecta y el resplandor del Padre, y dice: “El que me ve a mí ve al Padre”? (Juan
14,9). Y si el Hijo es el Verbo y la Sabiduría y la Razón de Dios, ¿cómo hubo un tiempo en que no
era? Es como si dijeran que hubo un tiempo en que Dios estaba sin razón y sin sabiduría.”
Finalmente, tomando como bases varias fórmulas de fe anteriores recitadas por la Iglesia antigua,
el Concilio aprueba casi por unanimidad (excepto por dos obispos arrianos) esta fórmula de fe (el
Credo o Símbolo de Nicea) en donde se define la naturaleza de Dios del siguiente modo:

Creemos en un solo Dios Padre Todopoderoso, Creador de todo lo visible e invisible.

Y en un solo Señor Jesucristo, el unigénito del Padre, es decir, de la misma sustancia del Padre;
Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado;
consubstancial al Padre [homoousion* to patri], por quien todo fue hecho, en el cielo y en la
tierra; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, se encarnó y se hizo
hombre; padeció y resucitó al tercer día, subió a los cielos y vendrá para juzgar a vivos y a
muertos.

Y en el Espíritu Santo.

A quienes digan, pues, que hubo cuando el Hijo de Dios no existía, y que antes de ser engendrado
no existía, y que fue hecho de las cosas que no son, o que fue formado de otra substancia o
esencia, o que es una criatura, o que es mutable o variable, a estos anatematiza la Iglesia Católica.

[*este término griego “homoousion” es extrabíblico, no aparece en ningún sitio de la Biblia, por
eso algunos consideran que esta palabra, que fue la principal innovación del concilio, es una
doctrina antibíblica. Ese razonamiento es absurdo, los padres conciliares buscaban una palabra
que explicase lo más claramente posible la verdad en la que ellos creían, y finalmente dieron con
este concepto y por tanto lo usaron. Tampoco la palabra “Trinidad” aparece en la Biblia ni una sola
vez y ningún protestante se atrevería a decir que es una palabra antibíblica, aunque ciertamente
es extrabíblica. Los paraprotestantes, sin embargo, sí que dicen que “Trinidad” es una palabra
antibíblica por ser extrabíblica, pero así se meten en un razonamiento que fácilmente desmontaría
muchas de sus creencias más firmes, incluido el famoso “rapto”.]

La redacción final del credo, que fue un trabajo arduo, fue recibida con entusiasmo generalizado
porque consideraban que recogía de forma sencilla y elegante la esencia de la fe de los apóstoles y
garantizaba así la preservación de la ortodoxia.

Vemos que este credo afirma la creencia en las tres personas de la Santísima Trinidad pero se
centra en definir la naturaleza exacta del Hijo porque ese era el aspecto en el que los gnósticos y
los arrianos presentaban doctrinas diferentes a la ortodoxia. Más tarde, al surgir herejías nuevas
se convocará un nuevo Concilio en Constantinopla (381) y el credo niceno será ampliado para
aclarar también algunos puntos más, sobre todo la naturaleza del Espíritu Santo y de la Iglesia.
Esta versión final del credo, ampliada para aclarar las nuevas herejías aparecidas unos años antes,
es la versión del credo de Nicea tal como se usa hoy (también llamado credo niceno-
constantinopolitano). Dice así:

Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo
invisible.
Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos:
Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma
naturaleza del Padre; por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra
salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó en María La virgen y se hizo
hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato, padeció y fue sepultado,
y resucitó al tercer día según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y
de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.

Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre [y del Hijo*], que con el
Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.

Creo en la Iglesia que es Una, Santa, Católica y Apostólica. Reconozco que hay un solo bautismo
para el perdón de los pecados, espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro.
Amén.

[*La iglesia occidental conserva este credo intacto en su versión griega, pero en la versión latina
añade “filoque” (= y del hijo) porque la traducción al latín perdía cierto matiz original y no quedaba
clara la relación del Espíritu Santo con el Hijo. Pero incluso esta mínima variación fue a partir de
entonces causa de conflicto entre la iglesia oriental y occidental y siglos más tarde sería invocada
por la Iglesia Ortodoxa para justificar su separación alegando que Roma había modificado la
doctrina inmutable de la Iglesia universal recogida en este credo. Esto nos puede dar una idea de
hasta qué punto cada pequeño detalle doctrinal era considerado de enorme importancia, todo lo
contrario a las acusaciones de que Constantino les cambió toda la doctrina y los obispos lo
aceptaron encantados.]

También vemos que se suprimió la parte final de anatema para dejarlo exclusivamente como
confesión esencial de fe más que como acta de acuerdo. Es ese credo niceno reformado el que hoy
aceptamos la mayoría de los cristianos y el Acuerdo de Lausana de 1974 lo incluyó también como
base para los evangélicos. Aún hoy, tal como pretendían los obispos católicos de Nicea, quien
rechaza el credo niceno no es considerado cristiano, de ahí que los llamados “grupos
paraprotestantes”, surgidos de los protestantes pero que rechazan una o más cosas de este credo
(mormones, testigos de Jehová, unitaristas, etc.), no sean considerados cristianos ni por católicos
ni por ortodoxos ni por protestantes ni evangélicos.

EL DONATISMO

Ese supuesto poder omnímodo de Constantino sobre la Iglesia, capaz de obligarles a acatar su
voluntad, parece muy lejos de lo que nos dice la historia. Unos años antes del Concilio de Nicea, en
el 320, Constantino había estado luchando por resolver otro conflicto herético: el donatismo. Esta
herejía, también del norte de África, decía que la Iglesia Católica debía ser una Iglesia de santos, no
de santos y pecadores, y que los cristianos que habían sucumbido a las persecuciones y habían
quemado incienso ante el altar del emperador para salvar su vida no deberían ser readmitidos a la
Iglesia, y si eran sacerdotes sus sacramentos no serían ya válidos.
Constantino intervino para arreglar la disputa, primero favoreciendo las tesis ortodoxas a favor de
admitir a los cristianos “traidores”, luego presionando fuertemente a los herejes para erradicarlos,
incluso persiguiendo y matando a algunos en Cartago. Finalmente tuvo que rendirse ante la
evidencia de que los cristianos no iban a cambiar sus creencias por presión del emperador. Lo
único que pudo lograr finalmente fue obligar a la Iglesia que tolerase a los donatistas en su seno,
pero siguieron considerándolos herejes. Cuando cinco años más tarde decide afrontar la escisión
que estaba provocando otra herejía africana, el arrianismo, Constantino ya había aprendido que si
quería conseguir algo era mejor dejar que los obispos resolvieran el problema por sí mismos.

CONSTANTINO Y EL ARRIANISMO

Como hemos dicho, el mismo Constantino no parecía especialmente inclinado ni por la ortodoxia
ni en principio por el arrianismo y un resultado tan abrumadoramente unánime le resultó
plenamente satisfactorio. Más tarde, sin embargo, empezó a simpatizar con las tesis arrianas, o al
menos con sus excomulgados dirigentes, y decidió presionar a la Iglesia para levantarles la
excomunión. Convocó un nuevo concilio en Tiro (año 335) y luego en Jerusalén (336) y logró que
readmitieran a los excomulgados y considerasen su opinión de que Jesús era un ser tipo divino
pero no igual a Dios como una postura alternativa válida. Ahora sí que vemos al emperador
convocando concilios amañados y presionando a obispos para aprobar sus tesis, pero la Iglesia
universal rechazó esos concilios y no aceptó ninguna decisión doctrinal allí tomada. De ningún
modo logró que los demás obispos declarasen que Jesús no era igual a Dios, simplemente logró
mediante presión que readmitieran a los que así pensaban.

Pero ni la presión imperial logró que la Iglesia Católica soportara mucho tiempo convivir con la
herejía a pesar de que el emperador impuso obispos arrianos en muchas sedes orientales para dar
más fuerza al movimiento. La Iglesia siguió luchando y finalmente se convocó el Concilio de
Constantinopla en el 381, tras la muerte de Constantino, donde definitivamente se declara otra
vez al arrianismo herejía incompatible con la fe cristiana. Si los obispos hubieran sucumbido a la
presión del emperador en el concilio anterior, ahora hubieran tenido la oportunidad de rechazarlo.
Lo único que consiguieron las presiones imperiales es que la Iglesia aceptase obligatoriamente
dentro de su seno a los herejes arrianos durante 46 años, pero en ningún caso, ni en Nicea ni
después, logró que esa Iglesia recién bañada en la sangre de los mártires modificase ni un ápice su
doctrina oficial. Si Constantino hubiera podido moldear la Iglesia cristiana a su gusto, hoy la Iglesia
sería arriana, no católica.

En nuestro próximo artículo veremos lo que ocurrió después de Nicea:

DESPUÉS DEL CONCILIO DE NICEA


Como hemos visto en el artículo anterior de El Concilio de Nicea, el papa no pudo asistir, aunque
envió dos delegados papales y tenía a Osio presidiendo el concilio. Además de esos tres, tan solo
tres obispos occidentales más se presentaron al concilio. Un motivo era la gran lejanía de Nicea, en
la actual Turquía, pero otro motivo era el interés real. La doctrina trinitaria no tenía amenazas en
Occidente, lo que ellos esperaban es que Oriente solucionase sus problemas para permanecer en
la ortodoxia. Cuando los obispos del concilio firmaron el acuerdo (incluidos los dos delegados
papales), la iglesia occidental no tuvo ningún reparo en aceptarlo, pues en nada se habían
separado de la ortodoxia. Recordemos que fue casi un siglo antes cuando el papa Esteban I había
fijado lo que sería desde entonces el principio fundamental a la hora de establecer cualquier
dogma o aclaración doctrinal: “nada debe innovarse que no haya sido transmitido por la
Tradición”. Ninguna propuesta era aceptaba si carecía de apoyo en la Tradición doctrinal de la
Iglesia, de la que por supuesto forma parte fundamental la Biblia misma, pero también la manera
en que los primeros cristianos entendían la doctrina, pues ellos bebían directamente de las
enseñanzas de los apóstoles.

Si oriente hubiera modificado la doctrina, la Biblia y todas las bases de la fe, tal como algunos
modernos proclaman, la iglesia occidental, que apenas había intervenido en los acuerdos, se
habría negado a aceptar el acuerdo, e incluso si el peso del emperador junto con la supuesta
sumisión de los obispos hubiera impuesto oficialmente semejantes herejías, en occidente (y
también en oriente) habría surgido una “herejía” nueva de aquellos que se opusieran a la nueva
doctrina. La acusación de que Jesús fue divinizado por Constantino en este concilio es no solo
falsa, sino totalmente increíble. Hemos visto cómo fue imposible que los obispos aceptaran una
“pequeña” diferencia sobre la naturaleza de Jesús, sobre si era un ser divino creado antes de la
Creación o eterno como el Padre. Pueden imaginarse la polémica si ellos creyeran que Jesús era un
humano normal y el emperador les dice que a partir de ahora vamos a decir que es Dios.

El emperador acató la resolución del concilio, que declaró el arrianismo anatema, y exilió a los
obispos herejes. Anunció también una ley que declaraba ilegal la tenencia de libros arrianos, la
cual podía ser motivo de condena capital, y ordenaba quemar los que hubiera. Ante esto algunos
hoy dicen, no sabemos basándose en qué fuentes, que tras el concilio los obispos católicos
salieron como fieras quemando libros y mandando a pobres arrianos al patíbulo. En más de un
sitio se puede leer que decenas de miles de “buenos cristianos” (o sea, arrianos) fueron asesinados
y que el “enorme” aparato de la nueva Iglesia Católica se aseguró de que la persecución fuese
implacable hasta en el último rincón del imperio, destruyendo todas las biblias originales y
sustituyéndolas por las nuevas redactadas por Constantino en las que se presenta a un Jesús
divino.

La historia sin embargo contradice semejantes fantasías. El “enorme” aparato de la nueva Iglesia
era aún inexistente, estaba empezando a organizarse a nivel público y no tiene nada que ver con lo
que luego encontraremos la Iglesia medieval; esta Iglesia acaba de salir de las catacumbas tan solo
doce años antes. Sobre la supuesta destrucción total de biblias originales, ni Diocleciano, con todo
el aparato represivo del estado, había conseguido hacerlo. El mito de las nuevas biblias redactadas
por Constantino se basa en que el emperador ordenó a Eusebio de Cesarea se encargara de
organizar la edición de 50 biblias en edición de lujo para conmemorar los acuerdos de Nicea. Las
leyes represivas anunciadas por Constantino tuvieron una laxa aplicación; tan solo tres meses más
tarde mostró indulgencia con los perdedores y suavizó sus medidas. A partir de entonces el
emperador pasará por varias fases en las que se acercará más a los arrianos o de nuevo más a los
ortodoxos, y con la misma mano que presionaba a unos obispos, pasaba luego presionar a los
otros. Si tomamos como ejemplo a las dos grandes figuras que lideraron ambas doctrinas, Arrio y
Atanasio, no tenemos más remedio que considerar que Arrio fue en general mucho más
favorecido por el emperador que Atanasio, y si Arrio permaneció casi siempre en el exilio fue por
la gran presión que ejercieron los obispos, no por la voluntad del emperador, que una y otra vez
intentó maniobras para reincorporarlo a su puesto.

Se discute hasta qué punto Constantino se inclinaba por las tesis arrianas. Al principio no parece
que le interesase lo que para él era mera dialéctica filosofal, pero pronto se verá que el emperador
siente simpatía por Arriano y quizá también por el arrianismo. Se dice que una de sus favoritas, la
arriana Constancia, convenció al emperador para que rehabilitase a Arrio. Pero las órdenes del
emperador hallaron una tenaz resistencia, sobre todo de Atanasio, que ya había accedido al cargo
de obispo de Alejandría. Atanasio se negó a rehabilitar a Arrio tal como le exigía el emperador y el
emperador protector de la Iglesia pasó a ser considerado como una amenaza del poder intentando
controlarla. Ante la negativa de Atanasio, que contaba con el firme apoyo del pueblo, el
emperador organiza un sínodo con miembros afines y convoca a él a Atanasio con la intención de
condenarlo. El obispo, que sabe la trampa imperial, decide huir a Constantinopla. Esto hace que
Atanasio se convierta en un símbolo de la resistencia de la Iglesia a la injerencia del poder. En ese
momento los cristianos empiezan a utilizar el proverbio “Atanasio contra el mundo y el mundo
contra Atanasio”. Si Constantino no fue capaz siquiera de doblegar a un solo santo varón que
contaba con el respaldo de su pueblo, ¿cómo imaginan algunos que logró doblegar a toda la Santa
Iglesia, obispos y pueblo por igual?

El emperador reacciona deponiendo a Anastasio de su cargo y convocando otro sínodo títere en


Jerusalén, donde las doctrinas de Arrio son declaradas compatibles con la ortodoxia. Arrio, así
rehabilitado, se presenta en Alejandría con la intención de volver a ejercer su sacerdocio, pero los
demás presbíteros, fieles a su depuesto obispo, se negaron a admitirlo en el seno de la
comunidad. Constantino no podía tolerar ese desafío a su autoridad así que decidió readmitir a
Arrio en la misma capital, Constantinopla, con toda solemnidad. En el 336, el día señalado, Arrio se
dirigía a la iglesia acompañado de Eusebio de Nicomedia y muchos de sus partidarios. Por el
camino se sintió mal y murió ese mismo día. Los arrianos dijeron que había sido envenenado, los
ortodoxos dijeron que había sido un castigo divino.

Todo este asunto provocó un continuo tira y afloja entre el emperador y la Iglesia, liderada en este
asunto por Atanasio. La presión popular obligó al emperador a permitir su vuelta a la cátedra de
Alejandría, pero sus enemigos arrianos lograron de nuevo que el emperador cambiara de opinión
y fuese depuesto y exiliado. Esta lucha entre el pueblo, que lo consideraba como un héroe, y sus
enemigos amigos del emperador, hizo que en cinco ocasiones Atanasio fuese desterrado y otras
tantas readmitido hasta que por fin, sus últimos días los pudo vivir en paz en su diócesis,
victorioso.

Igualmente otros obispos que fueron presionados en el mismo sentido se resistieron, aunque
también los hubo que cedieron. Como vemos, en esa época al emperador no le resultaba nada
sencillo intentar entrometerse en asuntos doctrinales sin provocar un gran alboroto, cosa que no
ocurrió en el concilio ni tampoco en otros asuntos que no fueran el de la cuestión arriana. El
emperador finalmente fue bautizado por el también arriano Eusebio de Nicomedia, por lo que es
de suponer que al menos al final de su vida sus simpatías estuviesen claramente del lado arriano.

No extraña pues que su sucesor, Constancio II, fuese arriano y desatase una nueva persecución a
la Iglesia cristiana en un intento imperial por imponer el arrianismo como nueva ortodoxia. Y sin
embargo la Iglesia, más aún en Occidente, se mantuvo firme ante la herejía arriana o cualquier
otra, con o sin el apoyo del emperador. El papa Liberio resistió la presión, pero finalmente en el
año 355 el emperador Constancio desterró al papa y logró que eligieran un antipapa arriano, Félix,
en su lugar. Como era de esperar, el pueblo se negó a aceptar semejante imposición imperial y
rechazó al antipapa. Constancio intentó un compromiso permitiendo al papa Liberio regresar a
Roma para gobernar la Iglesia junto con Félix. Ni el papa ni el pueblo aceptaron ese arreglo y
finalmente el emperador no tuvo más remedio que ceder ante la Iglesia cristiana y el papa Liberio
recuperó su sede y la Iglesia, con él, la ortodoxia. Quienes afirman que con la llegada de
Constantino los emperadores empezaron a poner y quitar papas a su antojo, controlando así a la
Iglesia, es que ignoran o falsean la historia.

Los que opinan que los obispos recién salidos de la persecución pudieron haber cedido ante los
deseos del emperador debido a la euforia y gratitud por su nueva situación, no deberían olvidar
que tan solo 30 años después el emperador sí que intento cambiar la ortodoxia de la Iglesia
católica y ni con toda su fuerza ni con su nueva persecución logró hacerlo. Muchos de los
protagonistas de esta nueva etapa de persecuciones eran los mismos de la época del Concilio de
Nicea. Incluso si dudáramos de la integridad de los obispos, en la época de Constancio podemos
constatar la reacción del pueblo ante una imposición doctrinal, y nada parecido se produjo tras la
resolución de Nicea. Frente a las suposiciones de algunospodemos oponer la contundencia de los
hechos. La postura de la Iglesia de la época ante la mezcla de religión y política nos la define muy
claramente el obispo Osio, el mismo que había presidido el Concilio de Nicea, cuando Constancio
intenta presionarle para que condene a Atanasio, el principal azote del arrianismo:

Yo fui confesor de la fe (= torturado) cuando la persecución de tu abuelo Maximiano. Si tú la


reiteras [la amenaza], estoy dispuesto a padecerlo todo antes que a derramar sangre inocente ni
ser traidor a la verdad. Haces mal en escribir tales cosas y en amenazarme (…) Dios te confió el
Imperio, a nosotros las cosas de la Iglesia (…) Ni a nosotros es lícito tener potestad en la tierra, ni
tú, Emperador, la tienes en lo sagrado.* Escríbote esto por celo de tu salvación. Ni pienso con los
Arrianos ni les ayudo, sino que anatematizo de todo corazón su herejía, ni puedo suscribir la
condenación de Atanasio, a quien nosotros y la Iglesia romana y un Concilio han declarado
inocente.

[*Este mismo fragmento, mutilado, se ve a veces usado como “prueba histórica” de que Osio
consideraba que el cristianismo había sido gravemente alterado por Nicea, pero esto es una grave
tergiversación, la carta citada es una protesta de Osio ante las presiones del emperador para
obligarle a declarar el arrianismo como conforme a la ortodoxia, o sea, justo lo contrario: Osio
reafirma que la ortodoxia se preservó en Nicea y a ella se remite, sin querer cambiar ahora por
presiones del emperador.]

Sin duda palabras que siglos después habían quedado en el olvido, pero que son un fiel testimonio
de cómo pensaba la Iglesia en el siglo IV, “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”
(Mateo 22:21). No olvidemos que en aquella época el emperador era una figura equivalente a un
moderno dictador absoluto de la peor calaña, y aún así el anciano Osio se atrevió a desafiar su
autoridad. Las consecuencias fueron las esperadas, Constancio le mandó llamar, le azotó y le
atormentó, exigiéndole que firmara la condena a Atanasio, pero Osio se negó a firmar, prefiriendo
la muerte si era necesario antes que traicionar su fe. El emperador le perdonó la vida pero fue
despojado y desterrado, lejos de su patria y a pesar de que las presiones continuaron, murió
centenario y sin condenar a Atanasio. ¿Podría este mismo Osio presidir y firmar en Nicea un
concilio apóstata y blasfemo donde sumisamente se permitiera al emperador cambiar de la
doctrina cuanto quisiese? La respuesta es un rotundo No.

En el 361, muerto Constancio II, sube al trono Juliano el Apóstata, que de nuevo restaurará el
paganismo y volverá a perseguir a la Iglesia, no mediante matanzas (aunque muertes sí hubo),
pero sí oprimiendo a los cristianos y privándoles de muchos derechos civiles. Sin embargo, a pesar
de todos sus intentos, la Iglesia resistió y no logró que la gente volviera al paganismo. No sería
hasta el 380 cuando el nuevo emperador, Teodosio, declare al cristianismo, esta vez sí, religión
oficial del Imperio. Ahí es cuando lamentablemente la jerarquía eclesiástica empieza realmente a
adquirir poder secular.

El arrianismo, sin embargo, tardó varios siglos en desaparecer por completo. Misioneros arrianos
habían convertido a los pueblos godos que estaban por entonces más al norte de Grecia en el 332.
Cuando estos pueblos se desplazaron a Occidente, en torno al 400, llevaron allí su herejía, pero no
lograron que el pueblo cristiano la aceptase. De esta forma se creó una fractura entre
conquistadores y sometidos que duró siglos. En el caso de Hispania, el pueblo se mantuvo fiel a la
doctrina ortodoxa católica hasta el final, sin sucumbir a las presiones estatales por imponer el
arrianismo. Esto provocó un distanciamiento entre el poder visigodo y el pueblo. No fue hasta el
587 cuando el rey Recaredo se convierta al catolicismo y en poco tiempo el arrianismo
desaparezca de Hispania y del mundo.

CONCLUSIONES

Hemos visto que la fe arriana no logró imponerse en Oriente a pesar del apoyo imperial, y que
menos aún logró apoyos en Occidente cuando la llevaron los conquistadores godos. Esto nos sirve
también para ver que no es posible que el emperador hubiera presionado en el concilio para
obtener una Iglesia paganizada a su medida y contraria a la fe general de la cristiandad. Un cambio
en el concilio en ese sentido, alejándose de la doctrina tradicional, habría tenido sonadas
consecuencias de rebelión sobre todo en Occidente, donde muchos de los cristianos que habían
sufrido la persecución en sus propias carnes habrían tenido que pasar a ser miembros de una
iglesia nuevamente perseguida. Pero nada de eso ocurrió, la resolución del concilio de Nicea llegó
a Occidente y fue asumida por todas las iglesias locales con total naturalidad, sin ningún conflicto
ni división. Para Occidente, las novedades del concilio fueron asuntos formales y de organización,
no doctrinales. De hecho, en los siglos siguientes casi todas las nuevas herejías surgieron en
Oriente, mientras que Occidente, con el papa a su cabeza, mantuvo el consenso y la doctrina sin
peligros. Solo este hecho basta para demostrar que no hubo ningún cambio de doctrina, pero de
todas formas, en próximos artículo estudiaremos con cierto detalle los supuestos cambios
doctrinales que algunos afirman.

También vemos que no se puede sostener la pretensión de que esa Iglesia salida del concilio se
dedicó desde ese mismo momento a perseguir a los demás. Solo el poder secular tenía entonces
potestad para hacer ese tipo de persecuciones y en las décadas siguientes al concilio las
persecuciones se repartieron, según el momento, entre católicos y arrianos, llevándose los
católicos la peor parte. De todas maneras esa persecución estuvo mucho más dirigida a los obispos
que al pueblo, pues los intereses del emperador tenían motivaciones políticas, no realmente
doctrinales.

No se puede negar que la aproximación del poder a la Iglesia, favoreciéndola, no tuviese efectos
negativos, y que la posterior oficialización de esta a finales de siglo no tuviera efectos aún más
devastadores, pues cuando a un ser humano se le da poder y riquezas la tentación de la
corrupción acecha, y algunos caen. Lo que hemos intentado demostrar es que esa no es la
situación de los asistentes al concilio y menos aún de los cristianos de base.

Hemos visto la gran polémica que pequeñas desviaciones doctrinales provocaron en la Iglesia
antes y después del concilio, también durante. También hemos visto la fuerte reacción de la Iglesia
cuando el emperador sí que intenta, años después, inmiscuirse en asuntos internos de la Iglesia, y
lo que logra solo lo consigue aplicando la fuerza y solamente mientras la aplica, venciendo sin
convencer, y perdiendo el terreno ganado en cuanto afloja la presión. Lo mismo ocurrió durante el
reinado de sus hijos. La situación de la Iglesia oficializada en el siglo V ya será otra, pero durante
este siglo IV, durante el reinado de Constantino, la Iglesia aún mantiene toda su energía inicial y no
era posible, como algunos afirman hoy, que el emperador modificara sustancialmente su doctrina
y crease una Iglesia nueva paganizada diferente al cristianismo de las persecuciones. El Concilio de
Nicea ni cede ni innova, sino que fija y aclara lo que ya se creía desde el principio.

Los que afirman que ya a finales del siglo I la Iglesia estaba paganizada entonces podrían afirmar
que los errores del catolicismo no los creó Constantino sino que ya estaban ahí antes, pero para
eso se ven obligados a certificar el fracaso de Jesús y sus apóstoles al extender fallidamente el
evangelio y tendrían que demostrar, aportando pruebas inexistentes, que ellos descienden
directamente de alguna exigua minoría que escapó de la paganización general. Los que afirman
eso (por ejemplo los Testigos de Jehová) deberían evitar identificarse con el arrianismo como a
veces hacen, porque lo único que tienen en común con los arrianos es precisamente su herejía,
pero no lo demás. Un arriano creía, entre otras muchas cosas, en la presencia real de Jesús en la
Eucaristía, así que si los Testigos o cualquier otro grupo son descendientes de esos arrianos
tendrían que admitir necesariamente que hoy en día ellos mismos se han convertido en herejes
según su propia visión de la historia. No parece que tengan escapatoria en su razonamiento.
Citaré aquí la parte de conclusión del estudio que hace Luís Caboblanco sobre la relación entre
Constantino y la Iglesia donde, sin posiciones partidarias, rechaza las acusaciones intervencionistas
del emperador como fruto de un moderno revisionismo interesado.

El que el emperador recibiera el apoyo de, al menos, aquellos que se habían visto beneficiados por
su política de libertad religiosa – libertad que afectaba a todas las confesiones, no solo a la
cristiana – parece consecuente, y la necesidad de un credo universal – a la postre aprobado en
Nicea – del tipo “un Dios, una Iglesia, una fe” imprescindible para una religión en crecimiento y
con los problemas de estanqueidad y diferencia de puntos de vista de las grandes organizaciones.
La iglesia no participó en la definición del nuevo estado romano, tan solo se aprovechó del peso
demográfico de sus seguidores y su única obsesión fue la organización de los suyos, pero como
cristianos, no como ciudadanos. Constantino, un soldado por encima de todo y puede que
obsesionado por reparar las excesos que pudiera haber cometido, dio media vuelta a sus
convicciones y desterró a los tres principales prohombres católicos, Atanasio, Eustacio y Pablo de
Constantinopla e incluso recibió los ritos del bautismo de manos del obispo arriano de
Nicomedia… Ciertamente, un comportamiento bisoño por parte de un monarca que nunca acabó
de entender las opiniones que se vio forzado a escuchar y que aceptó la solución que ofrecía más
estabilidad… sin preocuparse de absolutamente nada más.

En nuestro próximo artículo hacemos un rápido viaje al cristianismo posterior al siglo IV, viendo
sobre todo la influencia del catolicismo en la Edad Media para ver si es cierto que la Iglesia surgida
de Nicea fue la responsable de sumir a Europa en “siglos de oscuridad y oscurantismo”, como a
veces se define, o por el contrario aportó luz y progreso. Léalo en el siguiente enlace:

LA IGLESIA SURGIDA DEL CONCILIO DE NICEA 1/4


Muchos hoy afirman que en el Concilio de Nicea, año 325, Constantino paganizó la Iglesia creando
así la Iglesia Católica. Vamos a dedicar este artículo a analizar las acusaciones más comunes en
este sentido y ver cuánto fundamento hay en ellas.

Para hacernos una idea de lo que algunos protestantes y ateos dicen sobre la influencia de
Constantino, empecemos viendo parte de un texto donde se defiende la idea de que el
cristianismo como tal fue un invento de Pablo de Tarso y que la Iglesia Católica fue creación de
Constantino (http: //www.jlgimenez.es /historia_ignorada /cristianos.htm):

Entre los cambios más importantes que Constantino efectúa en la liturgia católica, con el fin de
atraer a los paganos, cabe destacar la práctica que lleva a cabo al destinar un templo en exclusiva
para el culto a un santo en particular (adoración de imágenes), la introducción de cánticos, como
era el Kyrie Eleison, o la quema de inciensos y plantas aromáticas, el uso de lámparas de aceite y
velas, la utilización del agua bendita, la tonsura sacerdotal, el anillo de bodas, fijación de las fiestas
religiosas y procesionales (la fecha del 25 de diciembre, que se correspondía con el solsticio de
invierno y que era festejada como la fiesta del Solis Invictus, del que Constantino era adorador,
pasó a ser el día de la Natividad del Señor, una efeméride que antes nunca había sido festejada
por los cristianos), así como la utilización de prendas y vestimentas sacerdotales suntuosas, por
poner un ejemplo, tal como explicase Eusebio de Cesárea en sus escritos y fuese recogido por el
cardenal católico J. H. Newman, en su libro “An Essay on the Development of Christian Doctrine,
pp. 359, 360”.

Como contrapartida, y a fin de contentar a la jerarquía eclesiástica, Constantino otorga una serie
de prebendas y privilegios a la Iglesia Católica, como el derecho de asilo, la capacidad de heredar
de terceros, la exención de pagar impuestos o percibir ingresos dinerarios por el alquiler de
inmuebles, son sólo algunos de los ejemplos más destacables.

Constantino ostentaba el título de “Sumo Pontífice” en la religión pagana del Solis Invictus de la
que era el jefe supremo, y a fin de seguir manteniendo dicho título en la nueva Iglesia del Imperio,
se hizo nombrar “obispo de obispos” en el Concilio de Nicea. Después de la muerte de
Constantino, el título de “Sumo Pontífice” fue heredado y desde entonces es ostentado por los
Papas.

[…]En el Concilio de Nicea, la nueva Iglesia Católica, sienta las bases de su doctrina a través de los
cuatro evangelios seleccionados, que formarán parte del canon, que hasta entonces era
inexistente.[…] El Concilio de Nicea representaba una ruptura total con el concepto original que los
cristianos tenían de Iglesia, donde el significado aceptado, hacía referencia a una “asamblea de
fieles”. En el Concilio de Nicea, se descalificaron decenas de evangelios que, desde el origen del
cristianismo y hasta entonces, habían sido aceptados y adoptados por las distintas comunidades
cristianas, quienes tenían el derecho de poder decidir por sí mismas que textos aceptar y cómo
interpretar los evangelios. Ahora, todos esos conceptos habían cambiado. […] No obstante, y a
pesar de que la religión católica era la religión protegida por el emperador y por tanto la religión
oficiosa del imperio, en realidad no llegó a ser confirmada como la religión oficial, sino hasta el año
380 d.C., bajo el mandato del emperador Teodosio. […]

Empecemos diciendo que en algo tiene razón, que Constantino no hizo al cristianismo religión
oficial del estado (eso fue Teodosio) sino simplemente legalizó su culto y permitió que los
cristianos pudiesen profesar su religión en público del mismo modo que el resto de las religiones.

Algunas de las cosas que cita (prebendas, cesiones, financiación, etc.) son cuestiones mundanas
que son ciertas pero que no tocan la doctrina ni transforman la Iglesia en algo nuevo. El
emperador devuelve a los cristianos y a las iglesias locales todos los bienes incautados durante las
persecuciones, reconstruye sus iglesias (templos) y construye muchas más, les regala basílicas
(palacios) que serán las futuras catedrales, le hace donaciones y da un sueldo a los obispos. Todas
estas cosas materiales se pueden considerar acertadas o no, se pueden alabar o rechazar
(independientemente de que seas católico o protestante), pero de ninguna forma implica que esa
nueva Iglesia ahora favorecida y mimada por el poder sea una Iglesia apóstata diferente de la
anterior Iglesia perseguida. Si a un baptista le regalas un coche y le pagas un crucero por el Caribe
seguirá siendo baptista si sus creencias permanecen intactas. Si él se va al Caribe con el dinero del
diezmo de sus fieles, su conducta será muy reprobable, pero tampoco eso demuestra que su
religión se haya corrompido, solo demuestra que él es un sinvergüenza y el que se ha corrompido
es él.

Ya vimos en los artículos anteriores con qué tipo de cristianos contamos en esa época y lo
tremendamente susceptibles que eran ante cualquier cambio doctrinal por mínimo que fuera (ver
Persecuciones y Herejía). Recordemos una vez más que todos esos adultos, obispos o no, eran
cristianos curtidos en las persecuciones y que habían arriesgado su vida por mantener su doctrina
intacta, sin concesiones. No olvidemos tampoco que cuando hablamos de la Iglesia no estamos
hablando solamente de obispos y clero, el pueblo cristiano también era esa Iglesia y también tuvo
un papel muy activo en ese siglo, apoyando o rechazando a sus obispos y alzando su voz en
muchas ocasiones, y más de una vez el emperador cambió sus decisiones ante la presión popular
(como cada vez que tuvo que permitir al obispo Atanasio regresar del exilio y recuperar su sede).
Constantino no podía amenazar a nadie con nada peor de lo que su predecesor Diocleciano había
intentado ya.

Es un grave -y común- error pensar que la relación entre la jerarquía y el pueblo era comparable a
la que después se daría en la Edad Media. Los obispos en el siglo IV no eran los señores del pueblo,
sino sus líderes y servidores, y el pueblo cristiano no era una masa de fieles sumisos sin opinión
propia, sino héroes supervivientes, celosos de su fe y su herencia religiosa. Si se pudiese sobornar
a un obispo, no se sobornaría con él a todo su pueblo. Si Constantino hubiera logrado que todos
los obispos apostataran de su fe, el pueblo se rebelaría contra ello y habría sido necesaria una
nueva y feroz persecución para intentar someterlos, pero si unos años antes esos mismos
cristianos habían resistido bajo la terrible y larga persecución de Diocleciano, también habrían
resistido esta nueva persecución de Constantino. Sin embargo no hubo tal persecución ni tal cisma
ni los obispos defraudaron a su pueblo, porque no hubo tal cambio de doctrina como ahora
muchos modernistas afirman.

En este y otros tres artículos próximos analizaremos una por una las cosas que esa página web cita
como perversiones de la nueva iglesia y veremos si realmente son novedades impuestas por
Constantino. Estos serán los puntos a tratar:

1- La liturgia católica

2- Dedicar un templo a un santo

3- Introducción de cánticos

4- Quema de incienso

5- Lámpara de aceite y velas

6- Utilización del agua bendita


7- El anillo de bodas

8- Fiestas religiosas

9- Vestimentas sacerdotales

10- La mitra

11- Constantino como ‘obispo de los obispos’

12- El papa como Sumo Pontífice

13- ¿Es el Nuevo Testamento un texto paganizado?

14- La Iglesia como comunidad de fieles

15- Descatalogación y quema de evangelios

[este artículo 1: puntos 1-3] [artículo 2: puntos 4-5] [artículo 3: puntos 6-10] [artículo 4: puntos
11-15]

Veremos en este artículo los 3 primeros puntos:

La liturgia católica

Aunque ya se ha convertido en tópico la afirmación de que la liturgia católica (y ortodoxa) es una


creación de Constantino en Nicea, en un próximo artículo demostraremos con citas y datos que la
liturgia de la misa cristiana no cambió en Nicea, y que además, comparada con la misa católica
actual, es en esencia la misma y hunde sus raíces en la Biblia. Ya desde finales del siglo I, incluso en
vida del apóstol Juan, tenemos testimonios de cómo era el rito católico, y lo que vemos no tiene
nada que ver con esos supuestos grupos de fieles que simplemente se reunirían para rezar y
alabar a Dios sin necesidad de ritos ni fórmulas ni jerarquías. No es de extrañar que muchos
exégetas piensen que el evangelio de San Juan, de alto contenido simbólico, nos presenta la vida
de Jesús desde una perspectiva que solo se puede entender bien como una reflexión posterior
hecha desde el punto de vista litúrgico y doctrinal de una Iglesia que ya está organizada y
asentada, al contrario que los otros libros del Nuevo Testamento, que son reflejo de una Iglesia en
pleno proceso de creación y formación.

Cuando los apóstoles empezaron a predicar el evangelio lógicamente no se preocupaban de


enseñar a los nuevos fieles cómo debían hacer la misa o cómo debía vestirse el sacerdote,
bastante tenían con enseñarles el mensaje de Jesús. Si hay que reconstruir una ciudad arrasada en
un terremoto, las autoridades no empiezan construyendo cines, piscinas, hermosos jardines y
levantando bellas estatuas en medio de las plazas, eso vendrá luego, cuando la gente tenga un
techo bajo el que dormir, pero en cuanto la vida se restablezca se necesitará urgentemente
establecer un control para el tráfico, pensar en la seguridad, en escuelas para los niños, en el
sistema de alcantarillado y una red de comercios. Si las autoridades levantan la ciudad y después
la dejan sin servicios la ciudad será un fracaso o los propios ciudadanos tendrán que tomar la
iniciativa y organizarse ellos como puedan. Y luego cuando todo vaya sobre ruedas vendrá la
tercera fase, la de jardines, cines y piscinas, que hará la vida más agradable pero que claramente
puede considerarse accesoria con respecto a las dos fases anteriores.

Ese mismo proceso se dio también en la creación de la Iglesia de Jesús, la Ciudad de Dios. Las tres
fases en la construcción de la Iglesia serían 1- fe y sacramentos, 2- liturgia y jerarquía y finalmente
3- cuestiones formales y de organización (lo accesorio). Los apóstoles tuvieron que empezar por
“construir calles y casas” predicando el evangelio y estableciendo comunidades, y muchos de ellos
realmente no tuvieron tiempo para mucho más porque pronto empezaron a ser asesinados. Otros
sin embargo sí vivieron para conocer cómo las comunidades más grandes y antiguas pasaban ya a
la segunda fase, la que necesita de los servicios. Tal como vimos en la ciudad arrasada, o los
apóstoles deciden cómo organizar esos “servicios” o las propias comunidades habrían tenido que
tomar sus propias decisiones. La prueba de que las liturgias establecidas resultaron en esencia
homogéneas en todas partes del imperio demuestra que esas decisiones se tomaron no en la
dispersa base de la Iglesia, sino en su cúspide, que en la era apostólica eran los apóstoles (tras la
muerte de los apóstoles quedarían los obispos, etc.).

Estas necesidades de organización las vemos también cuando Pablo intenta poner un poco de
orden en las celebraciones cristianas del día del Señor. Al principio se trataba de partir el pan,
bendiciéndolo, pero quizá no había reglas claras de cómo hacerlo, salvo citar las propias palabras
de Jesús.

Los cristianos iban a la celebración con su propio pan y su propio vino y allí eran bendecidos y se lo
comían (cuando la Biblia dice que bendecían el pan en sus casas probablemente se está refiriendo
a las casas donde se reunía la Iglesia, las domus-ecclesiae, pues al principio, cuando les cerraron
las sinagogas, no tenían templos). Esto pronto degeneró en algunos sitios y los más pudientes se
hartaban de comer pan y se ponían ebrios de vino mientras que otros pobres no tenían ni pan que
llevar, un escándalo, así que el apóstol tiene que recriminarles y decir que la celebración no es un
sitio para comer y beber, sino para tomar el cuerpo y la sangre de Cristo, y el que tenga hambre
que coma primero en casa, y quien tenga más que comparta con el que tiene menos. Como la cita
es larga puede consultarla en 1 Corintios 11:17-34.

A finales del siglo, cuando ya solo quedaba el apóstol Juan, sin duda él sería la referencia última
para todos los cristianos, y hubiera bastado con que él expresara su horror y rechazo ante esa
liturgia que existía para que los cristianos hubieran considerado un gran error lo que estaban
haciendo. El hecho de que en vida de Juan la liturgia y la primitiva jerarquía ya estuviese
establecida prueba también que no fue fruto de decisiones locales, sino apostólicas. Si Juan
hubiese sido evangélico o Testigo de Jehová, por ejemplo, se habría pasado los últimos años de
vida combatiendo tan grave error y declarándolo herético, en lugar de escribir por entonces otro
libro bíblico, el Apocalipsis, donde vemos claramente los ecos de esa doctrina. Aunque Juan
apóstol no fuese el autor del Apocalipsis, sigue en pie el hecho de que ese libro está en la Biblia y
por tanto es inspirado. Incluso si el Apocalipsis no es fruto de la liturgia católica sino al revés, que
la liturgia católica es reflejo del Apocalipsis, estamos teológicamente ante el mismo hecho, que la
liturgia católica tiene bendiciones bíblicas. Pero eso lo veremos con más detalle en el próximo
artículo que estamos anunciando.

Destinar un templo para el culto a un santo particular (adoración de imágenes)

Supongo que el autor del texto que vimos antes se refiere a dos cosas distintas aunque su uso del
paréntesis parece explicar que el dedicar un templo a un santo consiste en adorarlo con sus
imágenes. Primero, los católicos ni ahora ni en el s. IV ni nunca han adorado imágenes, las han
usado como inspiración, nunca como un fin en sí mismo. Por lo demás, dedicar una iglesia a un
santo no tiene nada de perverso, incluso muchos protestantes, y también los anglicanos, lo siguen
haciendo hoy en día. Un tema diferente sería la veneración de los santos, de la que también
tenemos numerosas pruebas históricas y arqueológicas, pero eso será en otro artículo futuro. Ni la
veneración de santos ni el uso de imágenes tienen nada que ver con Constantino. De hecho, las
imágenes se utilizaban ya en el siglo II o antes, pero no fue hasta siglos después, mucho después
de Constantino, cuando la Iglesia las aceptó oficialmente. En la época de Constantino ningún
obispo dio sanción oficial a ese uso popular, aunque casi siempre fueron toleradas. Por lo tanto
mezclar a Constantino y las imágenes es sencillamente un error histórico.

Introducción de cánticos

El Antiguo Testamento nos muestra abundantes pruebas del uso de cánticos en la adoración a
Dios, empezando por el mismo libro de Salmos. La primera descripción de cánticos en la misa
cristiana la hallamos también en la misma Biblia:

Concretando, hermanos: cuando os reunís, no hay inconveniente en que uno cante, otro enseñe,
otro comunique una revelación, otro hable un lenguaje misterioso, otro, en fin, interprete ese
lenguaje. Pero que todo se encamine al provecho espiritual.

(1 Corintios 14:26)

Y también lo vemos en las posteriores narraciones de la Iglesia Primitiva, donde nos dicen que se
reúnen en el Día del Señor a partir el pan, cantar y alabar a Dios. Si lo que quiere decir el autor del
texto es que se introdujeron cantos nuevos basados en el paganismo (como el Kyrie Eleison que
menciona) ¿qué más da? es cuestión de formas, a Dios se le puede alabar con cualquier canción,
supongo que no pretenderán ahora que las únicas canciones verdaderamente cristianas son los
salmos bíblicos, por esa regla de tres los cristianos deberíamos hablar todos hebreo, arameo o
griego y nunca cantar en nuestras lenguas modernas. Para aquellos que no conocen el cántico
pagano del Kyrie, aquí les dejo la letra tan simple que tiene:

Kyrie, eleison. Christe, eleison. Kyrie, eleison.

Es decir: Señor, ten piedad. Cristo, ten piedad. Señor, ten piedad. (fin)
Totalmente pagano, ¿verdad? Pero quienes dicen semejante cosa lo hacen basándose en que la
fórmula de adoración “kyrie eleison” la usaban los paganos griegos. Flavio Arriano, el insigne
historiador y filósofo pagano del siglo II nos cuenta: “Invocando a Dios decimos ‘Kyrie Eleison’”
(Diatribae Epicteri, II, 7). Pero resulta casi malicioso decir que los cristianos del siglo IV recogieron
la fórmula del Kyrie de los paganos cuando la expresión es también tan bíblica. En el AT aparece al
menos 7 veces y en el NT aparece otras 6. Por ejemplo:

“Señor, ten piedad de nosotros”

= “κύριε ἐλέησον ἡμᾶς ἐπὶ σοὶ”

= kyrie eleison imas epi soi

(Isaías 33:2, versión de la Septuaginta griega)

Sugerir que “Christe eleison” (Cristo, ten piedad) también es una fórmula pagana parece ya ir
demasiado lejos.

Puede pasar a la segunda parte de este artículo en el siguiente enlace:

LA IGLESIA SURGIDA DEL CONCILIO DE NICEA 2/4 (INCIENSO,


ACEITE Y VELAS)

Muchos hoy afirman que en el Concilio de Nicea, año 325, Constantino paganizó la Iglesia creando
así la Iglesia Católica. Esta es la parte segunda de un artículo dividido en cuatro partes en el que se
analiza en particular la veracidad de las acusaciones vertidas en un artículo publicado en Internet.
Si no ha leído la primera parte puede hacerlo aquí: Parte 1, allí encontrará también el mencionado
artículo, que no es más que un ejemplo de lo que se suele decir sobre el tema.

Analizaremos ahora los puntos 4 y 5.

1- La liturgia católica

2- Dedicar un templo a un santo

3- Introducción de cánticos

4- Quema de incienso
5- Lámpara de aceite y velas

6- Utilización del agua bendita

7- El anillo de bodas

8- Fiestas religiosas

9- Vestimentas sacerdotales

10- La mitra

11- Constantino como ‘obispo de los obispos’

12- El papa como Sumo Pontífice

13- ¿Es el Nuevo Testamento un texto paganizado?

15- Descatalogación y quema de evangelios

LA QUEMA DE INCIENSO

En la religión griega pagana es cierto que se quemaba incienso, pero esta práctica era aún más
frecuente en Israel. La Biblia menciona el uso del incienso en los rituales de adoración un gran
número de veces, desde el Éxodo hasta el Apocalipsis. Veamos una cita del AT: “También harás un
altar para quemar el incienso. Lo harás de madera de acacia” (Éxodo 30:1, instrucciones para el
Tabernáculo de Dios); y otra del NT: “Y vino otro ángel que se ubicó junto al altar con un
incensario de oro y recibió una gran cantidad de perfumes, para ofrecerlos junto con la oración de
todos los santos, sobre el altar de oro que está delante del trono.” (Apocalipsis 8:3). Y la Biblia deja
claro que el incienso es algo grato a Dios: “Uno de ellos tomará un puñado de la flor de harina de
la ofrenda, con su aceite y todo el incienso que está sobre la ofrenda, y lo hará arder sobre el altar
como un memorial de olor grato al Señor.” (Levítico 6:15), y también en Salmos nos habla David
del uso del incienso en la adoración, “Suba mi oración delante de ti como el incienso, el don de mis
manos como la ofrenda de la tarde.” (Salmo 141:2).

En Lucas 1:9-11 vemos dos detalles muy católicos relacionados con el incienso: “Le tocó en suerte,
según costumbre sacerdotal, entrar en el Templo a ofrecer el incienso. Mientras ofrecía el
incienso, una gran multitud de fieles permanecía fuera en oración. En esto, un ángel del Señor se
le apareció a la derecha del altar del incienso.” Vemos un sacerdote ofreciendo incienso al Señor
en un altar mientras los fieles oran. Está claro que ese incienso, “de olor grato al Señor” era un
elemento de adoración.

Pero aunque el incienso no hubiera sido usado por los israelitas, eso no quiere decir que fuera
incorrecto usarlo, porque el incienso es un elemento accesorio, no es ningún sacramento ni
doctrina, pero ocurre que sí es un elemento litúrgico ordenado por el mismo Dios a Moisés, e
incluso el mismo incensario católico sigue el modelo bíblico; por tanto no deja de sorprender los
ataques que muchos protestantes hacen al uso del incienso. Es pues del todo inapropiado
justificar esos ataques diciendo que es una prueba más de la paganización realizada por
Constantino, introduciendo el incienso a partir de usos griegos o incluso babilónicos.

La Iglesia Católica mantuvo y mantiene el uso bíblico del incienso, al contrario que otras
comunidades eclesiales más recientes que rechazan el incienso por pagano sin ningún motivo. Este
asunto es solo un ejemplo más de cómo la Iglesia Católica sufre críticas de otros grupos cristianos
precisamente por mantenerse fiel a las raíces del cristianismo, mientras que los protestantes han
innovado y creado formas nuevas con la pretensión de que las suyas son más auténticas.

Lámparas de aceite y velas

Cuando los evangélicos dicen que las velas nunca aparecen en la Biblia usadas como elemento en
la adoración tienen razón, luego veremos por qué; pero en la cita que estamos comentando (ver
Parte 1) también rechazan el uso católico de las lámparas de aceite por ser de origen igualmente
pagano. Sin embargo la Biblia opina de otro modo. Al principio del Apocalipsis tenemos la visión
esplendorosa de Jesús, que aparece rodeado de los 7 candeleros (Ap. 1:12), que serían lámparas
de aceite; en Apocalipsis 4:5 tenemos otra vez lámparas de aceite iluminando ante del trono de
Dios (“y delante de él ardían siete lámparas de fuego, que son los siete Espíritus de Dios”). Esos 7
candeleros o lámparas del Apocalipsis son claramente una referencia al propio candelabro de 7
brazos (la Menorá), pieza fundamental en la adoración del Templo de Jerusalén, que se compone
de 7 lámparas de aceite, y fue ordenado hacer por el mismo Dios. Quienes piensan que las
lámparas de aceite tenían solo una función de práctica, no sagrada, dicen que la Menorá solo
servía para iluminar el Tabernáculo, que no tenía ventanas. Según ellos sería como la versión
antigua de una bombilla eléctrica.

Si su función fuera meramente práctica, como muchos dicen, no se habría molestado Dios en
ordenarlo y describirlo detalladamente (Éxodo 25:31-40) insistiendo en que se siga fielmente el
modelo dado. Los únicos elementos del Tabernáculo que Dios prescribe y describe son todos
sagrados y piezas del culto: El Arca de la Alianza y su tapa (el Propiciatorio), la Mesa de los Panes
de la Ofrenda, el Altar de los sacrificios… y la Menorá, que debía ser de oro puro. También sería
necesario barrer el suelo de vez en cuando y sin embargo Dios no describió a Moisés cómo hacer
una escoba, y menos de oro puro, así que especificaciones para hacer una “bombilla” de oro
tampoco hubiera venido a cuento. Los judíos de la época, que evidentemente sabían más de su
religión hebrea o judía que cualquier “erudito bíblico” de ahora, consideraban la Menorá como
uno de los símbolos más sagrados de su religión, por eso los romanos no encontraron mejor
símbolo de su derrota que traerse la Menorá a Roma en procesión, y así lo grabaron en el relieve
conmemorativo del Arco de Tito. El fuego, pues, simboliza el Espíritu de Dios, tal como será visto
en Pentecostés, y por eso nunca debía apagarse. Se entiende así mejor que la siguiente
descripción de Isaías se refiera al significado que los judíos daban de las siete lámparas de la
Menorá:
“Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo
y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor” (Isaías 11:2)

Los judíos consideraban que la llama central representaba al Dios Único, y las otras seis lámparas a
seis de sus atributos o “espíritus”. Por eso el Apocalipsis, cuando explica también el significado de
los siete candeleros, dice que son los siete espíritus de Dios. Pero tenemos más pruebas de que
este candelabro tenía un uso sagrado:

“Ordenarás a los israelitas que te traigan aceite puro de oliva molida para el candelero, a fin de
alimentar constantemente una lámpara. Aarón y sus hijos lo deberán preparar en la Carpa del
Encuentro, fuera del velo que está delante del Arca del Testimonio, para que arda en la presencia
del Señor, desde la tarde hasta la mañana. Este es un decreto irrevocable para todas las
generaciones israelitas.” (Éxodo 27:20-21)

Un candelabro hecho sólo para iluminar no necesitaría que Dios lo ordenara y menos aún lo
detallara, pero aquí vemos que Dios también prescribe cómo hay que usarlo. El aceite debe ser de
oliva puro (el más caro) y la llama eterna. Pero además nos dice que la llama debe arder “en la
presencia del Señor”, lo cual en el lenguaje bíblico significa claramente que es un modo de
adoración, no una linterna antigua. Una llama ardiendo siempre delante del Arca de la Alianza es
precisamente otra de las cosas que la Iglesia Católica mantiene hasta el día de hoy, con la llama de
la vela o candil que arde junto al tabernáculo en cada Iglesia. Esa costumbre es, como acabamos
de ver, totalmente bíblica y no se basa, como algunos dicen, en la llama eterna de ciertos altares
griegos paganos.

Hemos dicho al principio de este apartado que las velas no aparecen en la Biblia usadas como
elemento en el culto. Maticemos más y digamos que hasta bien entrado el siglo primero, las velas
no se usaban ni en Palestina ni en ningún otro sitio ni para el culto ni para iluminar ni para nada
por la sencilla razón de que no existían, con lo cual no se entiende lo que afirman algunos sobre
que en la Biblia sólo aparecen las velas como instrumento de iluminación. La confusión
probablemente se deba a las traducciones. Cuando se habla de candil, lámpara, candelero,
candelabro, vela, etc. se está refiriendo a una mecha ardiendo, a una llama. Según el recipiente y
el combustible se le puede dar uno u otro nombre, pero básicamente se trata de una llama, y esa
mecha ardiendo puede estar siendo alimentada con aceite, sebo, cera o lo que sea; igualmente
podría alimentarse con gas natural o petróleo y seguiría siendo un elemento igualmente bíblico
(no el petróleo, sino la llama en sí).

La palabra “vela” o “cirio” se refiere a las mechas que arden dentro de una barra cilíndrica portátil
de sebo o cera. En el siglo I prácticamente no se conocen las velas en Occidente, aunque en China
se usaban desde el siglo II a.C. La primera evidencia de una vela en Europa la tenemos ya dentro
del siglo primero, en Francia. Será a partir del siglo II cuando empiecen a extenderse por el Imperio
Romano. Eso explica que en la Biblia no aparezcan. Pero resulta que los primeros cristianos fueron
precisamente los que más entusiastamente usaron las velas, entre otras cosas porque celebraban
sus reuniones clandestinas en las catacumbas y necesitaban iluminarse con luz portátil y las velas
parecían el instrumento ideal para obtenerla, fácil de transportar, de apagar rápidamente si hay
que ocultarse, y sin el problema de derramar el aceite al esconder los candiles. Así las velas se
fueron asociando con las ceremonias sagradas cristianas en sustitución de otros tipos de llama,
como los candiles.

De todas formas, para un habitante de aquella época la vela no era algo totalmente distinto de
una lámpara de aceite, simplemente se trataba de una forma más cómoda de tener la tradicional
mecha ardiendo, o sea, un “recipiente” más práctico para producir una llama. Sustituir una
lámpara de aceite por una vela de sebo o cera no se vería como cambiar una cosa por otra,
solamente mejorar la manera de mantener la llama ardiendo, que era el elemento de culto. Si en
la Biblia vemos la llama usada como instrumento de adoración, el cambiar el aceite por cera no
alteraba la esencia de que seguíamos usando la llama como instrumento de adoración. Si los
paganos empezaron a usar velas en ciertos ritos lo harían “modernizando” su llama al mismo
tiempo que los cristianos estaban “modernizando” la suya, o incluso por influencia del uso
cristiano. Desde luego no se puede pensar que los paganos llevaban siglos usando velas y en el
siglo IV de repente Constantino las introduce en los cultos cristianos, que es la acusación que
frecuentemente encontramos. Pero aunque así hubiera sido tampoco tendría importancia, porque
el elemento bíblico es la llama, no la manera de mantenerla ardiendo.

Muchos protestantes aluden al canon XXXIV del Concilio de Elvira (Granada, Hispania), pocos años
antes de Nicea (y quizá el más importante hasta entonces) como prueba de que las velas se
consideraban elementos paganos, por eso se prohibieron. En ese canon se prohíbe a los cristianos
encender velas en el cementerio, pero mejor leamos directamente ese canon:

En los cementerios no se enciendan cirios. No deben durante el día encenderse en los cementerios
cirios, porque no se ha de molestar a los espíritus de los justos.

Que se redacte un canon expresamente para condenar el uso de velas en los cementerios es
prueba clara de que tal costumbre estaba muy extendida. Este gran concilio hispano, que tanto
influyó en el posterior de Nicea, habría sido una estupenda oportunidad para arremeter contra el
uso de cirios o velas, alegando que es un elemento pagano no tolerable, pero el concilio no hace
tal cosa, no prohíbe a los cristianos encender velas, lo que prohíbe es 1-encender velas 2-en el
cementerio 3-durante el día, lo que permite el uso de velas durante la noche o en otras partes. La
razón que dan para tal prohibición no es que las velas sean paganas, sino que “molestan a los
espíritus”. Esta razón nos puede resultar curiosa o incluso chocante a los cristianos de hoy, pero es
necesario contextualizarlo. Este asunto se ve con más claridad en el canon siguiente, el XXXV,
también sobre cementerios:

Que las mujeres no velen en los cementerios. Se prohíbe que las mujeres velen en los
cementerios, porque muchas veces bajo el pretexto de la oración se cometen ocultamente graves
delitos.

Aquí se prohíbe a las mujeres velar en los cementerios, o sea, pasar la noche (velar) rezando junto
a la tumba. Una vez más comprobamos que la prohibición no condena la práctica del rezo en sí,
sino que la prohíbe solo para evitar un mal relacionado culturalmente con esa práctica. La razón
en esta ocasión aducida es que “bajo el pretexto de la oración se comenten ocultamente graves
delitos”. No es que velar la tumba sea malo, sino que esa práctica se usaba como excusa para
cometer delitos nocturnos, algo que debía ser frecuente en la cultura de la época. Los cementerios
eran lugares mucho más frecuentados que ahora y no tan asociados a un sentido tétrico y
doloroso como actualmente. Al amparo de la oscuridad, igual que pasa hoy en algunos parques
oscuros de las ciudades, se movía igualmente el piadoso, el pervertido y el criminal. Si una mujer
por motivos piadosos permanecía rezando junto a una tumba siendo ya de noche, quedaba muy
vulnerable a todo tipo de asaltos sexuales o de ladrones, por lo que el concilio decide proteger a
las mujeres prohibiéndolas permanecer en los cementerios tras la puesta de sol. Sin embargo se
permite a las mujeres rezar en los cementerios durante el día, y también se permite a los hombres
rezar allí igual de día que de noche, sin duda porque podrían defenderse mejor de los asaltos.

En este contexto entendemos mejor la anterior prohibición de poner velas en el cementerio


durante el día, y solo durante el día. Era frecuente entre los paganos poner velas en las tumbas
durante el día porque creían que espíritus malignos venían a molestar a los muertos (es de
suponer que por la noche esos espíritus malignos dormían y por tanto no molestaban).
Recordemos que por entonces paganos y cristianos convivían en la misma sociedad, con mayoría
de paganos, y aunque practicando religiones diferentes compartirían muchas costumbres
culturales. Los padres del concilio condenan tal costumbre porque deriva de una creencia pagana
(no el encender velas, sino hacerlo para ahuyentar malos espíritus) y la razón de que “no se ha de
molestar a los espíritus de los justos” podría ser una forma de decir “al alma del difunto no le
molesta ningún espíritu maligno, sino más bien la estúpida superstición del que pretende
protegerlo con velas”. Que los cristianos de entonces mantuvieran ciertas costumbres culturales
paganas, aunque fuese algo mecánico, no por creencia, es algo muy humano; también hoy hay
mucha gente atea que no obstante sigue las costumbres funerarias tradicionales al enterrar a sus
muertos y los hacen misas, funerales e incluso ponen una cruz en su lápida, no por creencia sino
por tradición e inercia. Por tanto el concilio de Elvira pretende acabar con esa práctica
supersticiosa (con o sin creencia detrás), no con las velas en sí, pues de lo contrario se hubiera
condenado en general el uso de velas en general.

En realidad, la cuestión no es si son velas o lámparas de aceite, pues al parecer las dos cosas les
parecen a estos críticos igual de mal (a pesar de su profuso uso en la Biblia), la cuestión es
simplemente el uso de la llama como instrumento de adoración. Los cristianos de antes y de ahora
(no los evangélicos) sí utilizan la llama como instrumento de adoración y símbolo, pero ese uso no
hay que buscarlo en los paganos sino en los propios judíos. Como Dios dijo que la llama de la
Menorá debía estar siempre encendida ante su Tabernáculo, los católicos mantienen siempre
encendida una vela ante el Sagrario, el equivalente moderno al Tabernáculo israelita pues dentro
está Dios (en la sagrada forma). Los cristianos primitivos (y los cristianos católicos modernos)
recibían una lámpara o cirio tras recibir el bautismo como símbolo de la nueva luz que había
brotado en su interior, así como el deber de mantener esa luz encendida, inspirándose en las
palabras de Jesús que dijo: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5:14) y en la parábola de las
Vírgenes Necias (Mt 25:1-13) vemos que las vírgenes prudentes van a recibir la llegada del novio
(Jesús) con lámparas en la mano.

SOBRE LA SUSTITUCIÓN DE VELAS POR LUCECITAS ELÉCTRICAS

Sin embargo, la luz eléctrica como instrumento de adoración no es un elemento bíblico, pues no
hay llama, no hay fuego. El que ahora ciertas parroquias católicas sustituyan los lampadarios o
incluso la misma vela del tabernáculo por bombillas eléctricas sí que puede censurarse como una
ruptura con la tradición bíblica e incluso con los preceptos de Dios y debería terminarse con esta
reciente moda. Mejor sería dejar un altar sin velas que poner “velas de mentira” como si la llama
en sí fuera un mero elemento decorativo o utilitario y pudiera sustituirse por cualquier otra luz. En
la Antigüedad, la llama simboliza el espíritu, no solo por la luz que emite sino porque da calor, es
etérea y se eleva al cielo. Contemple en recogimiento una llama y luego contemple una bombilla, y
luego reflexione sobre si su alma ha sido movida de igual manera. Los sacerdotes que sustituyen
llamas por luz eléctrica (con su mejor intención, por supuesto) han perdido todo sentido bíblico de
la llama y han caído en este asunto al mismo nivel que quienes opinan que la sagrada Menorá del
Templo de Dios era una simple “bombilla” arcaica.

La sustitución de la llama de las velas por bombillitas eléctricas sería, pues, comparable a la
sustitución de la quema de incienso por un ambientador eléctrico que suelta aroma a incienso.
Pero lo que hace que el incienso sea un instrumento de culto en la Biblia no es solamente su grato
olor, sino también su humo, que simboliza las plegarias que ascienden al cielo. De igual modo la
vela como instrumento de culto lo es no solo por su luz (que es lo único que imita la bombilla),
sino también por su calor, su naturaleza “semi-espiritual” y de nuevo la ascensión del gas que se
eleva hacia arriba. El mismo Espíritu Santo descendió en forma de llama, no de luz, y cuando en el
Éxodo el Señor se manifestó a Moisés en forma de llama, y a su pueblo en forma de columna de
fuego. Es evidente que un templo lleno de velas y lampadarios ofrece un ambiente y un impacto
psicológico que invita al recogimiento y da sensación de hogar (la fascinación por el fuego sigue
grabada en nuestros genes), mientras que un templo lleno de lucecitas crea un ambiente más
semejante a un centro comercial o un bar nocturno, nada que contribuya a un ambiente de
oración.

Sin embargo no podemos tampoco ignorar el asunto puramente práctico, que es lo que está
causando en muchos lugares la sustitución de la vela por la bombilla. Las velas tienen dos
inconvenientes: ensucian de hollín y a veces causan incendios. Pero para solucionar este problema
no hace falta optar por la solución radical de romper con la tradición y quitar las velas, se pueden
buscar soluciones que resuelvan ambas cosas y seguir con las velas. Hoy en día hay alternativas a
las velas de cera, por ejemplo la cera de soja, que arde más lentamente y por tanto dura más y son
más económicas, sus manchas son fácilmente lavables, al contrario que la cera y la parafina,
producen un 90% menos de hollín y por tanto no manchan, y tienen un punto de combustión muy
bajo, en torno a 45º, lo cual reduce mucho el riesgo de accidentes. Y también habría que tener
cuidado en cuanto a dónde colocar las velas y en qué soporte, para evitar que puedan caerse solas
o al ser empujadas. Quizá sería bueno considerar la costumbre de la Iglesia Ortodoxa de usar
recipientes anchos llenos de arena en donde se pinchan velitas finas. Esto las hace estables y al
estar rodeadas de arena el riesgo de que prendan algo es mínimo o nulo. Lo que hace a una vela
bíblica no es su cera ni si luz, sino su llama, así que sustituirla por otra cosa que dé llama es
aceptable, sustituirla por otra cosa que solo da luz no es bíblico ni psicológicamente
recomendable. No olvidemos que las velas católicas son la versión cristiana de las lamparitas de
aceite y candelabros de la adoración judía, podemos hacer otro cambio, pero siempre
manteniendo la llama.

LA IGLESIA SURGIDA DEL CONCILIO DE NICEA 3/4

Muchos hoy afirman que en el Concilio de Nicea, año 325, Constantino paganizó la Iglesia creando
así la Iglesia Católica. Esta es la parte tercera de un artículo dividido en cuatro partes en el que se
analiza en particular la veracidad de las acusaciones vertidas en un artículo publicado en Internet.
Si no ha leído la primera parte puede hacerlo aquí: Parte 1, allí encontrará también el mencionado
artículo acusatorio, que no es más que un ejemplo de lo que se suele decir sobre el tema. También
puede leer aquí la Parte 2. Empecemos con esta Parte 3:

Analizaremos ahora los puntos 6 al 10.

1- La liturgia católica

2- Dedicar un templo a un santo

3- Introducción de cánticos

4- Quema de incienso

5- Lámpara de aceite y velas

6- Utilización del agua bendita

7- El anillo de bodas

8- Fiestas religiosas

9- Vestimentas sacerdotales

10- La mitra

11- Constantino como ‘obispo de los obispos’

12- El papa como Sumo Pontífice


13- ¿Es el Nuevo Testamento un texto paganizado?

14- La Iglesia como comunidad de fieles

15- Descatalogación y quema de evangelios

Utilización del agua bendita

El texto que citamos en la parte 1 de este artículo consideraba la costumbre católica de rociar con
agua bendita algo tan sumamente pagano que llega a calificar al catolicismo como “paganismo
rociado con agua”. Algunos dicen que el agua bendita se empezó a usar con Nicea, otros dicen que
empezó en el año 850, pero lo cierto es que siempre se usó. No era este un elemento extraño
introducido como novedad en el cristianismo, la propia Biblia nos muestra en repetidas ocasiones
que el agua puede transmitir purificación y bendición. El agua bendita es un símbolo del agua viva
de la que habla la Biblia (Ez 36,25-27: “Os rociaré con agua pura…”). En las Escrituras, el agua se
usa para limpiar, purificar y sanar. Así, por ejemplo, en Éxodo 23:25 («Vosotros daréis culto a
Yahveh, vuestro Dios, yo bendeciré tu pan y tu agua. Y apartaré de ti las enfermedades»), en
Números 5:17 («Luego echará el sacerdote un poco de agua santa en un vaso de barro, y tomando
del polvo que haya en el suelo del Tabernáculo, lo mezclará con el agua») y en Reyes 5:14
(«Descendió entonces Naamán y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del
varón de Dios, y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio»), entre muchos
otros pasajes de la Biblia.

El bendecir a personas, lugares y cosas tampoco es innovación católica, es práctica frecuente en el


Antiguo y Nuevo Testamento, el mismo Jesús bendice el pan, a los apóstoles, a los niños, etc.
Utilizar el agua como instrumento para transmitir esa bendición es simplemente un medio, igual
que la imposición de manos, pero un medio refrendado por la cultura bíblica; empezando por el
propio bautismo, donde el agua también es instrumento para transmitir la bendición del Espíritu
Santo, y muchas veces aparece en la Biblia como instrumento de purificación, como cuando se les
ordena a Aarón y sus hijos purificarse con agua (Éxodo 29:4) y así harán todos los sacerdotes
israelitas en adelante. Si al agua bendita se le puede añadir un poco de sal no es maleficio pagano,
es precisamente para asemejarla a la muy salada agua del Mar Muerto en Palestina, pero el
mismo Eliseo echa sal en el agua para purificarla (Eliseo fue hacia los manantiales de las aguas,
echó dentro la sal y dijo: Así ha dicho el Señor: “Yo sané estas aguas, ya no habrá en ellas muerte
ni enfermedad”. Y fueron saneadas las aguas hasta hoy, conforme a la palabra que pronunció
Eliseo. 2 Reyes 2:21-22). Además, tampoco es esta una innovación de Nicea, ya en el siglo II
tenemos constancia documental de la costumbre de bendecir el agua antes de celebrar un
bautismo (Tertuliano De Bap IV col 1203) y en el siglo III San Cipriano nos dice: “Oportet ergo
mundari et sanctificari aquam prius a sacerdote“, o sea, “Por lo tanto el agua debe ser antes
purificada y bendecida por el sacerdote” (5º Conc. de Cartago; cf Cabrol, Monumenta Ecclesiae
liturgica I. p. 2340.2349).

Bendecir y rociar con agua son también elementos de la tradición judía. La Mishnáh (Parah) y el
Talmud jerosolimitano (Berakhot IV,1; Sota II,1) ofrecen enseñanzas sobre los ritos de la aspersión
y el uso del agua lustral: la aspersión, que debía realizarla un sacerdote, se hacía dando siete
golpes diversos sobre el objeto que se deseaba purificar. En la Biblia vemos que el hecho mismo
de tomar el agua pura y hacerla pasar por las cenizas era suficiente para su bendición (Num 19,9),
y también hay ejemplos de cómo bendecir lugares y objetos rociando con sangre, como los
cuernos del Altar. Si bendecir el agua y tener sacerdotes son rasgos paganos como dicen algunos,
entonces la Iglesia ya era bien pagana antes de Nicea, y la misma Biblia quedaría en entredicho
pues el antiguo judaísmo mismo sería, según su vara de medir, una religión pagana. Y para los que
afirman que el hisopo con el que el sacerdote esparce el agua bendita es un artilugio sacado de la
religión egipcia, bastará con recordarles las palabras del rey David en su famoso miserere:

Purifícame con el hisopo y quedaré limpio; lávame, y quedaré más blanco que la nieve. (Salmo
51:9)

El hisopo era una planta, y se utilizaba para rociar algo con sangre o agua en los ritos de
purificación. Los sacerdotes hebreos rociaban personas, casas, objetos, lugares, del mismo modo
que los sacerdotes católicos siguen haciendo hoy en día. El sacerdote católico también hoy utiliza a
veces una planta o incluso una flor como hisopo para esparcir el agua bendita, pero lo que hoy
llamamos “hisopo” suele ser una vara terminada en esfera, artilugio metálico que realiza más
cómodamente la misma función que la planta usada por los hebreos (rociar líquido), por eso
mantiene su mismo nombre. Si el cristianismo sustituyó totalmente la frecuente aspersión con
sangre por la también bíblica aspersión con agua es algo que hay que agradecer, pero tampoco es
un invento católico; en el Nuevo Testamento vemos cómo a todos los niveles la sangre ritual del
judaísmo pasa a convertirse en una metáfora con excepción del sacrificio de Jesús, y la purificación
pasa exclusivamente al agua, como prueba el mismo bautismo ya desde Juan.

Todavía les quedaría a los protestantes el dudoso recurso de decir que rociar agua bendita con
una planta de hisopo podría ser bíblico, pero que hacerlo con un instrumento metálico no es
bíblico. Pobre y gratuito razonamiento sería ese que confunde el fondo con la forma, similar al de
confundir la llama con la vela, pero incluso ese argumento es refutado por la misma Biblia, pues
cuando Salomón construye el Templo de Dios en sustitución a la tienda del Tabernáculo,
igualmente manda hacer hisopos de metal en sustitución al ramillete vegetal usado en la época
del desierto:

“las ollas, las palas y los aspersorios. Todos esos objetos que hizo Jiram para el rey Salomón, en la
Casa del Señor, eran de bronce bruñido.” (1 Reyes 7:45)

La palabra aquí traducida como “aspersorios” es ‫המזרקות‬, que muchas veces se traduce por
“vasos” porque no conocemos su forma, pero fuere como fuere su forma, su uso para rociar con
agua bendita parece claro si tenemos en cuenta la raíz de la palabra original ‫“ מזרק‬mizraq”, que
deriva de la palabra “zaraq”, que significa “rociar (con líquido)”, por tanto estos recipientes
metálicos del Templo no tenían forma de vaso, sino alguna forma que les permitía rociar con ellos
para bendecir, pues esa era su función.
Una vez más hay que recordar que una cosa es encontrar algún tipo de paralelismos en otras
religiones y otra cosa es afirmar que el origen de ciertos elementos católicos está en otras
religiones no bíblicas. El razonamiento de quienes consideran el agua bendita un elemento pagano
es el mismo que el de quienes consideran que la resurrección de Jesús es un invento posterior
basado en la resurrección de Osiris, entre otros dioses paganos. Similitud no presupone origen, y
tal como hemos visto, el uso del agua bendita es un elemento bíblico que desgraciadamente se ha
perdido en el protestantismo pero que se mantiene como siempre en las Iglesia Católica y
Ortodoxa.

El anillo de bodas

Llegamos por fin a un elemento indiscutiblemente pagano, pues el intercambio de anillos como
parte del ceremonial de bodas es de origen romano y no existe en la tradición bíblica. También los
judíos del siglo I usaban a veces los anillos por influencia romana, y no lo consideraron una
contaminación de su religión, pues solo es un elemento formal. Sí podría quizá considerarse
contaminación de la doctrina cristiana si el intercambio de anillos fuese un elemento intrínseco del
sacramento del matrimonio, pero en el catolicismo no se considera que los anillos sean parte del
sacramento, sino un ritual asociado a él. Si dos personas se casan sin anillos el sacramento es
igualmente válido porque los anillos no son un signo, una vía de transmisión del sacramento al
modo en que sí lo es el agua en el bautizo, sino una metáfora, como las arras. Por tanto, los anillos
en el sacramento del matrimonio se pueden comparar al “tradicional” vestido blanco de novia y el
ramillete de flores. Si en una boda suprimimos los anillos y las cámaras de fotos, el sacramento
permanece inalterado porque no son elementos sacramentales, sino accesorios. Otra vez
confundiendo las formas con el contenido.

Fijación de fiestas religiosas y procesionales

Un hecho religioso se puede celebrar cualquier día, da igual cuándo. El único día cuya fecha tenía
significación precisa era la Pascua de Resurrección, porque era una fiesta del calendario judío y la
Biblia prescribía cuándo debía celebrarse, y esa fecha no se tocó en Nicea ni en tiempos de
Constantino (aunque hubo y hay diferentes opiniones de cuál sería la fecha actual más equivalente
a la fecha bíblica para adaptar el calendario solar-lunar judío al solar cristiano). La otra fiesta
heredada del calendario judío, Pentecostés, debía ser automáticamente 50 días posterior a la
Pascua, como su propio nombre indica, y así la mantiene la Iglesia Católica. También casi todas las
fiestas principales (lo que hoy llamamos fiestas móviles) están fijadas con respecto a la fecha de
Pascua (tantos días después de Pascua), y las fiestas que conmemoran a un santo se celebran en el
día de su muerte, porque es el día en el que nacen en el Paraíso (excepto Juan Bautista que
también se celebra el día de su nacimiento). Por tanto la mayoría del calendario festivo cristiano
no tiene nada que ver con el pagano.

En cuanto al día de Navidad, si no sabían qué día del año había nacido Jesús, cuando varios siglos
después decidieron celebrar su nacimiento cualquier día les venía bien, no era un asunto doctrinal
sino práctico. Ponerlo en el día del nacimiento del Sol Invicto más que paganización supone, al
contrario, la cristianización de un festival pagano muy popular (un gran golpe de efecto) y de paso
presentaban a Jesús como el verdadero Sol Invicto. Además la Iglesia vio esta fecha como la que
podía aportar el símbolo perfecto para la encarnación de Dios, pues el 25 de diciembre en el
hemisferio norte es la fecha en que por primera vez la luz empieza a ganar tiempo a las sombras
de la noche (los días alargan), simbolizando que la llegada de Jesús supuso el triunfo de la luz
sobre las tinieblas. No comprendo qué se puede ver de malo en que los cristianos decidieran elegir
un día para alegrarse y festejar el gran acontecimiento que recuerda el momento en el que Dios se
hizo hombre y habitó entre nosotros.

¿Pero qué más da cuándo se celebre una fiesta? Es de nuevo un asunto de formas, no de doctrina.
La Iglesia empezó a situar algunas fiestas cristianas en fechas de fiestas paganas como una manera
(que resultó muy efectiva) de cristianizar esas fiestas. Las fiestas tradicionales son costumbres muy
arraigadas (y más antes) muy difíciles de eliminar, en vez de prohibirlas era mucho más sencillo y
más sabio poner en su lugar una fiesta cristiana. Esa táctica no es algo criticable, sino elogiable por
su eficacia. El mismo sistema exitoso se está llevando a cabo hoy en día para paganizar de nuevo la
sociedad en algunos países, colocando fiestas paganas en días de fiesta cristiana: las brujas y
zombies de Halloween sustituyendo a la fiesta del Día de los Difuntos, los conejitos de Pascua
sustituyendo a la Pasión de Jesús, Santa Claus sustituyendo al nacimiento de Jesús, etc.

La utilización de prendas y vestimentas sacerdotales suntuosas

La suntuosidad, del tipo que sea, es un rasgo perfectamente criticable dentro de cualquier iglesia,
pero tampoco afecta la doctrina. De todas formas esa suntuosidad en todo caso parecería más
propia de los obispos (si así fuera), porque los sacerdotes en su mayoría eran gente común y
corriente y, al contrario que los obispos tras Nicea, no recibían un sueldo del emperador. Sería en
la Edad Media cuando obispos y sacerdotes empiecen a mostrar más ostentación en la vestimenta
litúrgica, algo que se simplificó de nuevo tras Vaticano II. Y en cuanto a las ropas en sí, criticar los
nuevos ropajes de los sacerdotes es el mismo caso que criticar el vestido de novia.

Ante esto los evangélicos suelen decir que el problema católico no es solo el hecho en sí de tener
ciertas vestimentas reglamentadas, sino sobre todo el hecho de considerar esas vestimentas
sagradas. Pero tener vestimentas “sagradas” (en el sentido de dedicadas en exclusiva para uso en
ceremonias sacras) es un rasgo no solo del paganismo sino también del judaísmo y de casi todas
las religiones. En la Biblia tenemos a Dios dando instrucciones detalladas a Moisés sobre qué tipo
de vestimenta deben usar los sacerdotes (Éxodo 28), por lo que de nuevo estamos ante un asunto
sagrado, no meramente utilitario; es el mismo Dios quien dice “Harás vestiduras sagradas para
Aarón, tu hermano, que muestren el honor y la dignidad de su función sacerdotal” (Éxodo 28:2).
Una vez más nos encontramos que la Iglesia Católica es criticada y acusada de pagana por seguir
obedeciendo los designios del Dios bíblico.

Sin embargo las vestimentas litúrgicas de la Iglesia no se derivaron de lo establecido en la ley


mosaica, sino de la ropa normal (túnica talar) que usaba la gente honrada de Grecia y Roma en
tiempos de la difusión del cristianismo. En el siglo I, pues, no había ropas con un diseño específico
para oficiar, pero sí que el oficiante solía usar su mejor túnica para ello y la reservaba a tal fin, así
que incluso entonces podemos hablar de “vestimentas sagradas” en el uso cristiano.

Cuando llegó la paz de Constantino y la Iglesia salió de la clandestinidad, se fijó exactamente qué
modelo de túnica talar debía ser usado por los sacerdotes (algo en lo que Constantino no tuvo
nada que ganar ni nada que ver). Será más tarde, en el siglo VI, al cambiar la moda, cuando
empezará a notarse una marcada diferencia entre la manera de vestir de los sacerdotes, que sigue
igual que siempre, y la del resto de la gente, que va a la nueva moda. Las vestiduras sacerdotales
actuales son, en gran medida, la manera normal de vestir de los hombres de la Roma y Grecia
clásica, igual que los pastores evangélicos actuales suelen vestir con ropa occidental moderna y no
por ello consideran que están contaminando su religión. Bueno es recordar que, al igual que
comentamos con los anillos de boda, un sacerdote católico puede oficiar misa e impartir
sacramentos sin necesidad de tener las vestiduras reglamentarias.

Debemos recalcar, una vez más, que cuando decimos que un objeto es “sagrado”, tanto católicos
como la Biblia queremos decir que ese objeto está “apartado” o “reservado” para ser usado en el
culto a Dios, no que el objeto en sí tenga propiedades “mágicas” o “poderes divinos”. Si
utilizásemos una vestidura sacerdotal sagrada para disfrazarnos en carnavales estaríamos
cometiendo una profanación porque una vez hemos reservado algo para Dios, darle un uso
pagano es desacralizarlo, profanarlo, es como robarle a Dios algo que teníamos a él consagrado en
exclusiva, es como si entran en mi casa y se llevan sin mi permiso mi ordenador para “jugar a las
casitas” en la calle, y en eso la Iglesia Católica mantiene el mismo concepto que vemos en la Biblia
ante situaciones semejantes: una vez hemos apartado algo para Dios o su culto, solo para él queda
reservado su uso: se convierte en algo sagrado.

La mitra

En cuanto a la famosa mitra episcopal, que desde El Código Da Vinci se ha convertido en uno de
los símbolos de la paganización católica, hay que comentar que no procede del gorro frigio de los
sacerdotes mitraicos, aunque tampoco importaría nada que ese fuera su origen porque no es más
que un accesorio de las vestimentas episcopales. La mitra en la Iglesia Oriental es ovoide y tiene su
origen en unos antiguos gorros bizantinos (el camelauco) usados por oficiales de la corte imperial,
y la mitra en la Iglesia Occidental es triangular y algunos dicen, sin razón, que pudiera tener su
origen en unos gorros de sacerdotes romanos paganos, aunque viendo una y otros parece que lo
único que tienen en común es que se llevaban sobre la cabeza (los gorros sacerdotales romanos se
parecían más al gorro de lana peruano que a otra cosa).

El Código Da Vinci et al. Dicen que la mitra es copia del gorro sacerdotal de los mitraicos
(adoradores del dios Mitra), y que lo demuestra su propio nombre: “mitra”. Esto es recurrir a lo
aparentemente obvio sin molestarse en investigar. La palabra “mitra”, en el sentido de tocado, no
tiene nada que ver con el dios Mitra. Aparece por primera vez en el idioma griego (μίτρα). Homero
la utiliza en el sentido de una especie de fajín que rodea la cintura. Por analogía, cuando el “fajín”
se usa en la cabeza (una banda de tela para el pelo) se llamará igualmente “mitra”. Heródoto usa
esa palabra griega cuando intenta describir un tocado de tela usado por las mujeres babilónicas de
su época. Del mismo modo un griego podía usar la palabra “mitra” para describir el gorro
sacerdotal de los sacerdotes judíos (el mitznefet) o de cualquier otro sacerdote o el de un simple
campesino. Por tanto “mitra” en el griego de los primeros siglos de nuestra era equivale más bien
a la palabra española “gorro”. El gorro que empiezan a usar los obispos cristianos se llamará
igualmente mitra, al igual que otros gorros, y la palabra pasará más tarde al latín ya en el sentido
especializado de “tocado usado por los obispos”.

En los primeros siglos no se usa una mitra como parte de la indumentaria eclesial. Los sacerdotes,
obispos o gente normal usaban a veces diversos tipos de gorro para protegerse la cabeza, pero
nunca con sentido litúrgico. En algún momento se incorporó el gorro a las vestimentas episcopales
y la primera constancia que tenemos de un obispo en vestiduras clericales usando gorro (llamado
“mitra”, o sea, “gorro”) es en dos miniaturas de mediados del siglo XI. Parece que a mediados del
siglo X se empezó a conceder a algunos obispos el “privilegio” de llevar gorro. Hasta casi el siglo XII
no se generalizó este uso a todos los obispos, al menos en Occidente. Por tanto no hay ningún
motivo para derivar la mitra cristiana de los tocados sacerdotales paganos, porque cuando la mitra
se introduce en el cristianismo hacía siglos que el paganismo clásico había desaparecido. Y desde
luego tampoco esta vez podemos culpar al pobre Constantino de haberlo impuesto. Sin embargo
sí sería posible suponer que si los obispos católicos y ortodoxos terminaron por añadir un tocado a
sus vestimentas fue más bien por influencia de las “mitras” usadas por los sacerdotes del Templo
de Jerusalén, lo cual, a alguien acostumbrado a leer la Biblia, acaba por resultar un complemento
muy apropiado en quien tiene que oficiar ante Dios.

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Puede pasar ahora a la cuarta y última parte de este artículo:

LA IGLESIA SURGIDA DEL CONCILIO DE NICEA 4/4

Muchos hoy afirman que en el Concilio de Nicea, año 325, Constantino paganizó la Iglesia creando
así la Iglesia Católica. Esta es la parte cuarta y última de un artículo en el que se analiza la
veracidad de las acusaciones vertidas en cierto artículo publicado en Internet. Si no ha leído las
partes anteriores puede hacerlo aquí: Parte 1, Parte 2, Parte 3. Al principio de la Parte 1
encontrará citado el artículo protestante del que estos 4 artículos nuestros son respuesta.
Analizaremos ahora los puntos del 11 al 15.
1- La liturgia católica

2- Dedicar un templo a un santo

3- Introducción de cánticos

4- Quema de incienso

5- Lámpara de aceite y velas

6- Utilización del agua bendita

7- El anillo de bodas

8- Fiestas religiosas

9- Vestimentas sacerdotales

10- La mitra

11- Constantino como ‘obispo de los obispos’

12- El papa como Sumo Pontífice

13- ¿Es el Nuevo Testamento un texto paganizado?

14- La Iglesia como comunidad de fieles

15- Descatalogación y quema de evangelios

Antes de continuar con esta última parte del artículo conviene aclarar que las acusaciones de las
que nos estamos aquí haciendo eco no son todas comunes a todos los protestantes. De hecho la
mayoría de las iglesias protestantes (incluidas la mayoría de las evangélicas) aceptan el credo de
Nicea como la base del cristianismo, lo que implica que deberían reconocer que Constantino no
pudo interferir para nada en la doctrina del Concilio, de lo contrario su propia fe también se habría
construido sobre cimientos paganos. Algunas de estas 15 acusaciones no solo afectan a la Iglesia
Católica y Ortodoxa sino que también afectan a las creencias protestantes. Otras acusaciones son
compartidas por muchos protestantes, pero no consideran que sean influencia directa de
Constantino, y menos aún durante el Concilio de Nicea. En cualquier caso la mayoría de los
protestantes está de acuerdo en que estos rasgos de la Iglesia Católica, vengan de donde vengan,
son rasgos paganos que distorsionan el cristianismo original. Lo que nosotros estamos haciendo en
esta serie de 4 artículos es o bien negar la acusación o bien demostrar que ese rasgo no es pagano
sino que forma parte del cristianismo desde sus mismos orígenes o incluso se remonta a la
tradición bíblica judía. Pasemos ahora a la acusación número 11.

Constantino se hizo llamar “obispo de los obispos”


Lo de Constantino como “obispo de los obispos” es algo que se oye tantas veces (incluso en
programas serios de televisión y charlas), se lee en tantos libros (incluso de algunos historiadores
profesionales) y se puede encontrar en internet tantos miles de veces que parece ya que casi
nadie, ni los mismos católicos, duda de su verdad.

A veces se dice que es así como Eusebio de Cesárea le describe muchas veces (incluso “cientos de
veces”), especialmente en cuanto a su actuación en el concilio de Nicea, o se dice que era un título
que el propio Constantino usaba para sí mismo muy a menudo, o incluso que lo instauró como
parte de sus títulos imperiales. Nada de eso es correcto. Por muchos miles de veces que sea hoy
en día repetido, lo cierto es que ese supuesto título no aparece en ninguna fuente histórica. Por
supuesto esto se dice queriendo demostrar que Constantino actuó como jefe de los obispos
imponiendo su voluntad doctrinal en Nicea para paganizar el cristianismo, y últimamente hasta
muchos blogs católicos en internet intentan defenderse de esa acusación contextualizando el
título que ya empiezan a dar por verídico. Veamos de dónde surge semejante idea tan hábilmente
manipulada y distorsionada. Hay dos fuentes diferentes a la hora de explicar de dónde viene esta
expresión de “obispo de los obispos”:

1- Traducción libre de la expresión latina “Pontifex Maximus”

2- Traducción literal de la expresión griega “Επίσκοπος ἐπισκόπων” (episcopos episcopon)

En el primer caso veremos luego que tal título lo ostentaban los emperadores desde mucho antes
de Constantino y por tanto no surge pensando en los obispos cristianos. En el segundo caso
tendríamos que ver en qué documentos (de Eusebio o de Constantino o de otra gente) aparece
ese título tan frecuentemente como dicen. No lo encontramos, por supuesto, pero puestos en el
aprieto algunos historiadores ateos o protestantes afirman que dicho título aparece
“implícitamente” en una cita de Eusebio de Cesarea en su libro sobre la vida de Constantino:

“En una ocasión en la que [Constantino] estaba charlando con un grupo de obispos dejó caer la
expresión de ‘que él mismo era también obispo’, y sorprendido como quedé, le escuché decirles
esto: ‘Vosotros sois obispos cuya jurisdicción está dentro de la Iglesia: yo también soy un obispo,
ordenado por Dios para supervisar lo que es externo a la Iglesia.’ Y verdaderamente sus medidas
se correspondían con sus palabras, pues él cuidaba de sus súbditos con un cuidado “episcopal”
[comillas mías] y les exhortaba en la medida de sus posibilidades a llevar una vida devota. [… de
ese modo] el origen de su autoridad imperial lo hacía venir de lo alto.” (Eusebio de Cesarea, ‘Vita
Constantini’)

Vemos pues que lo de Constantino como “obispo” no es un título ni algo que él mismo o Eusebio o
ningún otro usara para referirse a él, y menos aún que esta expresión tuviera nada que ver con el
Concilio de Nicea. Ocurre en el contexto de una charla informal con unos cuantos obispos, no en
un acto oficial ni concilio, y por tanto es simplemente una forma de expresarse, de explicar cómo
ve su función de emperador. Y desde luego ni aquí ni en ninguna otra parte se menciona ese título
de “obispo de los obispos”.

Por un lado hay que aclarar que Eusebio escribió esto en griego, y en el griego de entonces la
palabra “obispo” (ἐπίσκοπος = episcopos) significaba literalmente “protector, supervisor”, por lo
tanto su afirmación sonaría menos eclesial y chocante si lo tradujéramos así: “’Yo también soy un
supervisor, ordenado por Dios para supervisar lo que es externo a la Iglesia’ … pues él cuidaba de
sus súbditos con el interés de un protector”. Parece evidente que Constantino, en este contexto,
estaba usando la palabra ἐπίσκοπος en sus dos acepciones y de ahí el juego de palabras (vosotros
sois obispos y yo también soy “obispo/supervisor” porque mi función es la de supervisar/proteger
a mis súbditos). Pero de esta simple anécdota a afirmar que en el Concilio de Nicea Constantino
ostentaba el título de “obispo de los obispos” va tanta diferencia que no podríamos ni siquiera
hablar de una interpretación errónea de los datos, sino de un claro caso de falsedad que ha
llegado a hacerse pasar por verdad histórica de tanto repetirlo sin fin.

A pesar de que Eusebio era un ferviente admirador de Constantino y de que, como ya hemos
comentado en otro artículo, su peculiar filosofía personal consideraba a Constantino el enviado
mesiánico que iba a fundir Iglesia y Estado en una especie de Reino de Dios en la tierra, no puede
evitar sobresaltarse al oírle decir que él también es un obispo (este sobresalto lo utiliza como
excusa para haber puesto oídos y escuchar indiscretamente el siguiente trozo de conversación
privada que nos va a transcribir), pero luego se tranquiliza ante la explicación que el emperador da
sobre lo que quiere decir con la palabra ἐπίσκοπος (supervisor/protector).

Vemos de todas formas que Constantino hace clara la diferencia entre ellos: los obispos, que se
ocupan de las cosas de dentro de la Iglesia, y él mismo, el “obispo” (supervisor) que se ocupa de
las cosas de fuera de la Iglesia. Por lo tanto con esta afirmación no pretende reclamar para sí,
como dice ahora tanta gente, su derecho a controlar la doctrina y los asuntos internos de la Iglesia,
sino todo lo contrario. Se puede interpretar que su jurisdicción era la de los asuntos de estado, no
los de la Iglesia (proclamando la separación entre Iglesia y Estado), pero conociéndole y
conociendo la mentalidad imperial, esto es poco probable; más bien se está refiriendo a que deja
los asuntos internos de la Iglesia en manos de los obispos pero él va a ocuparse de “los asuntos
externos de la Iglesia”, o sea, no son asunto suyo los temas doctrinales, pero sí aquellos aspectos
de la Iglesia con repercusión externa. Por eso cuando los obispos declaren herejes a los arrianos y
a sus libros, será Constantino quien se considere con derecho a exiliar a Arrio y sus dos obispos
fieles y a ordenar la quema de libros arrianos, ejecutando con medidas “externas” (políticas) lo
que los obispos han sancionado en sus asuntos internos (doctrinales).

No podemos suponer, ante la evidencia histórica, que Constantino fue un gran devoto cristiano,
admirador de los obispos y que otorgó a la Iglesia una independencia de acción total sin jamás
interferir en nada, pero tampoco podemos admitir la afirmación de que Constantino actuó en la
teoría y en la práctica como un papa con el apoyo de todos los obispos, y menos aún que cambiara
ningún aspecto doctrinal. Lo que Constantino está claramente haciendo en ese texto, y así lo
reconoce el propio Eusebio con ese comentario que añade a continuación, es reclamando el
origen divino de su poder político. Es lo que más tarde los reyes germánicos generalizarían con la
expresión Dei Gratia Rex (rey por la gracia de Dios), que perviviría hasta entrado el siglo XX en
algunos países. Por eso se considera un “obispo/supervisor ordenado por Dios” en lo concerniente
al poder secular. Esto encaja con la visión que tenían los emperadores romanos y medievales de
que su legitimidad en el poder “venía de lo alto”.

Algunos detractores de Nicea, confrontados con el pasaje entero, dicen que esa distinción entre
“obispos de dentro” y “obispo de fuera” es en realidad un añadido de Eusebio, que Constantino
originalmente no habría hecho esa diferencia. Esto muestra un enorme desprecio a la historia y a
sus métodos de investigación. Si la única fuente en la que pueden basar sus afirmaciones sobre
ese supuesto título de “obispo de los obispos” es este pasaje de Eusebio, no pueden decir que
Eusebio modificó la cita y que en realidad ellos saben qué es exactamente lo que dijo Constantino,
aunque no estaban allí. Eso es deformar la historia para adaptarla a sus creencias sobre lo que
pasó en lugar de modelar sus creencias basándolas en la historia que conservamos.

Cosas como esta son las que en los últimos años han convertido a Nicea en algo casi imposible de
discernir, pues hay tanta confusión en la información, tantas falsedades y medias verdades incluso
a niveles de fuentes supuestamente respetables, que al ciudadano medio le resultará ya imposible
discernir la verdad a no ser que acuda a las fuentes originales, algo que casi nadie está en
disposición de hacer. Y en este río que algunos han revuelto tan exitosamente, ahora están
logrando sus ganancias de pescadores.

Sin embargo, si nos olvidamos de Eusebio y Constantino nos llevaremos una sorpresa. El título de
“obispo de los obispos” sí aparece en una cita de la Antigüedad, pero aparece cien años antes de
Nicea y en latín “episcopus episcoporum”, y no va dirigido a ningún emperador, sino al papa de
Roma. Paradójicamente es un hereje quien lo usa, y su intención era despreciar la posición
preeminente del obispo de Roma por considerarse legitimado para presidir sobre los demás
obispos. Igualmente aplica al papa el título latino de “Pontifex Maximus”, que viene a significar lo
mismo. El hereje es Tertuliano (montanista) y el papa Calixto I. Tertuliano ataca la relajación de la
disciplina penitencial ordenada por un edicto reciente:

Oigo decir que se ha publicado un edicto y ciertamente irrevocable. El pontifex maximus, el Obispo
de los obispos, ha anunciado: “os perdono los pecados de lujuria y adulterio después de la
correspondiente penitencia” (De pudicitia, 1, 6, año 220)

Así que el título de “obispo de los obispos” no tiene nada que ver con Constantino sino con el
obispo de Roma, pero veamos ahora qué ocurre con el otro título de significado análogo: Pontifex
Maximus.

El papa se hizo llamar Sumo Pontífice

El título latino Pontifex Maximus se suele traducir en español con el latinismo “Sumo Pontífice”,
que es como a veces se llama al papa en la actualidad. Muchos protestantes dicen que este título
es “extrabíblico” y pagano. Supongo que cuando dicen extrabíblico se refieren a que ese nombre
no aparece en la Biblia, pero eso ya lo sabíamos todos porque la Biblia original no se escribió en
latín. Pero una traducción algo menos latinizada de “pontifex maximus” es simplemente “sumo
sacerdote”, y no creo que nadie pueda considerar esa expresión “extrabíblica”; de hecho la
vulgata (la traducción latina de la Biblia) utiliza a veces el término “pontifex” para referirse a los
sumos sacerdotes (por ejemplo en Hebreos 5:1).

Aunque en latín se asume muy pronto la palabra griega “episcopos” para designar al obispo
(episcopus), a veces también se utiliza la palabra latina que ya existía para esa misma idea:
“pontífice” (pontifex), que significa “jefe de sacerdotes”, o sea, obispo en el caso del cristianismo.
El sumo sacerdote (o sumo pontífice) es jurisdiccionalmente el dirigente religioso más importante
de todos (summus = principal, pontifex= jefe sacerdotal), y por tanto es normal que en una religión
pagana o en una cristiana o judía se denomine así en la lengua latina al sacerdote que es el cabeza
principal de una religión. En el siglo I, IV y VIII en Roma se hablaba latín, y en la Iglesia el latín es la
lengua oficial hasta el día de hoy, así que no tiene sentido decir que sea extrabíblico utilizar una
forma latina para designar ese cargo, porque eso es exactamente lo que el papa es, el jefe de los
obispos. A pesar de ello es conveniente recordar que dicho título nunca ha sido ni es uno de los
títulos oficiales del papa. Es a partir del Renacimiento, con su gusto renovado por la Roma clásica,
cuando se hizo frecuente aplicar ese título a los papas de forma oficiosa, y así hasta el día de hoy.

Lo de que Constantino se hizo nombrar “Pontifex Maximus” en el Concilio de Nicea es otra de las
muchas falsedades que circulan por todas partes en la actualidad y pretende sugerir que en Nicea
el emperador se estableció como jefe principal (papa) de la Iglesia. Los que esto argumentan
exhiben un total desprecio o desconocimiento de la historia. El título de “Pontifex Maximus”
comenzó siendo un título religioso del sumo sacerdote de Roma, pero ya el emperador Augusto lo
asoció al cargo imperial en el siglo primero a.C., y desde Augusto hasta después de Constantino,
todos los emperadores romanos, incluido Constantino, recibían el título de Pontifex Maximus
como parte de sus títulos imperiales. Fue en el año 382 cuando el emperador Graciano el Joven
renunció al título imperial de Pontifex Maximus tras cuatro siglos de uso político. Por lo tanto el
que Constantino tuviese el título de Pontifex Maximus no tiene nada que ver ni con Nicea ni con su
supuesto interés por controlar a los obispos y su doctrina, sino que era parte de una antigua
tradición de los emperadores romanos.

En cuanto a su uso por los papas es un asunto mucho más difuminado. Ya vimos en la cita anterior
de Tertuliano que en el siglo III se aplica ese título al papa, aunque no consta que el papa lo usase.
Algunos dicen que el primer papa en usarlo fue Dámaso I, a finales del IV, cuando el emperador
Graciano lo abandonó. En tal caso el papa Dámaso no estaría asumiendo dicho título porque se
consideraba heredero de los emperadores romanos (como muchos afirman hoy), ya que seguiría
habiendo emperadores romanos hasta 100 años después (Rómulo Augústulo, 475-476), así que no
hay en ese título ninguna intención de asumir el papel político de emperador, sino simplemente
que al quedar ese título religioso desvinculado del poder político, la Iglesia puede utilizarlo de
nuevo en su sentido original de “jefe de los jefes sacerdotales”, o sea, “pontifex maximus” (no
olvidemos que la gente sigue hablando latín), aunque como hemos dicho, no será hasta el
Renacimiento cuando esa expresión empiece a usarse en la Iglesia con frecuencia.
¿Es el Nuevo Testamento un texto paganizado?

De todas las acusaciones de paganización que hemos visto en el texto que estamos comentando,
ni una sola de ellas se sostiene en pie en cuanto la contrastamos con la historia. En ningún caso
hemos visto ningún atentado contra la doctrina ni ningún rasgo que justifique la supuesta
“paganización de la Iglesia”, que es lo que el texto pretende demostrar, pero sí hemos visto el
enorme desconocimiento histórico de quienes defienden esas ideas con medias verdades o
falsedades completas. Con ese tipo de razonamiento podríamos rizar el rizo y tachar al mismísimo
Nuevo Testamento de ser un texto paganizado, pues en él vemos muchos ejemplos de cómo el
autor ha tomado elementos de la cultura griega pagana para expresar las verdades de la fe. Por
ejemplo:

• En el Antiguo Testamento se llama al cielo “shammayim”, que literalmente significa “los


mares superiores”, sin embargo en el Nuevo Testamento se sustituye esa expresión por la griega
oὐρανός “ouranós”, que significa, me temo que sí, “Urano”, el dios pagano que personifica los
cielos. ¿Claro ejemplo de cómo los evangelistas maliciosamente contaminaron de paganismo el
mensaje de Jesús? Pues incluso llegan a la tremenda blasfemia de que las palabras bíblicas
originales que ponen en boca de Jesús cuando nos enseña a orar en Mateo 6:9 son estas: Πάτερ
ἡμῶν ὁ ἐν τοῖς οὐρανοῖς (= Pater emon o en tois uranois = Padre nuestro que estás en “el reino de
Urano”), una prueba clarísima, según este retorcido razonamiento, de que o bien Jesús era un
pagano disfrazado o bien los evangelistas pervirtieron su mensaje paganizándolo.

• Cuando Jesús habla del infierno, en varias ocasiones los evangelistas tienen el tremendo
“desliz” de poner en boca de Jesús la palabra ᾍδης (Hades), que como todos sabemos es el reino
de los muertos en la mitología griega, el reino del dios Hades (por ejemplo en Lucas 10:15) ¿Puro
paganismo?

• La palabra πρόσωπον “prosopon” significa “persona”, pero procede del nombre de las
máscaras que empleaban en sus ritos los adoradores de Proserpina. Lo más “blasfemo” de todo es
que la Iglesia primitiva utilizó ese término para referirse a que Dios es tres “personas” y una
esencia, tal como seguimos diciendo hoy católicos y protestantes. Pero si eso nos parece pagano,
peor está entonces que el propio Pablo lo use en la Biblia en 2 Corintios 4:6: τῆς δόξης τοῦ θεοῦ ἐν
προσώπῳ Χριστοῦ (normalmente traducida como: la Gloria de Dios en la faz de Cristo, pero
literalmente dice “en la persona de Cristo”).

• Según la mitología pagana, el Tártaros era la zona del reino de los muertos donde los
malos sufrían tormento, pero el autor de la segunda epístola de Pedro utiliza esa misma palabra
en el original griego cuando dice: “sino que los arrojó al infierno” ἀλλὰ σειροῖς ζόφου ταρταρώσας
(2 Pedro 2:4)

• El mismo Jesús, cuando critica a los fariseos por ser falsos y fingir, les dedica la palabra
ὑποκριταί “hipócritas”, que significa “los que llevan el ‘hipos’”, o sea, la máscara que usaban los
actores paganos en el teatro griego. ¿No será que en realidad Jesús jamás usó tal término sino que
lo introdujo Constantino en la Biblia para paganizar a Jesús?
Como vemos, la inculturación es un fenómeno natural de ayer y hoy y no tiene nada que ver con la
doctrina. Ninguna secta actual de las que critican la inculturación de la Iglesia Católica va a sus
servicios religiosos hablando griego o arameo, vistiendo túnicas palestinas del siglo I y luciendo
luengas barbas. Si cualquier rasgo de la Iglesia del s. IV que se asemeje a la cultura en la que vivía
se puede considerar una perniciosa corrupción, entonces el mismo Nuevo Testamento debería ser
acusado de mostrar contaminación pagana, pues abunda en elementos tomados de la cultura
griega (y pagana) que le rodeaba. No podemos decir que si la inculturación aparece en el Nuevo
Testamento está bien, pero si aparece fuera está mal y es un rasgo de paganización.

Es evidente que cuando se entra en la paranoia de buscar elementos paganos en la Iglesia, al final
se puede llegar a la conclusión de que los hay por millares, pero con esa misma manera de razonar
podríamos declarar pagano al Nuevo Testamento, como acabamos de ver, lo cual sería absurdo
para cualquier creyente que acepte la Biblia como libro sagrado, incluidos los protestantes e
incluso los paraprotestantes. Estos razonamientos son un claro ejemplo de cómo a algunos les
gusta dispararse en el pie y ni siquiera se dan cuenta.

Pero antes de terminar con ese texto veamos las dos últimas acusaciones que hacen al Concilio de
Nicea.

La Iglesia original era simplemente una “comunidad de fieles”

La afirmación de ese texto de que los cristianos primitivos usaban “iglesia” solo en el sentido de
comunidad de fieles y por tanto era una especie de unión espiritual, no una organización o grupo
religioso, es sencillamente incorrecta. Los apóstoles no van predicando y convirtiendo a gente y
luego dejando que cada uno viva la fe a su manera, o que se reúnan en asambleas para adorar a
Dios y luego vuelvan a casa sin dejar de ser individuos aislados que se han juntado puntualmente
para hacer algo, ni que cada grupo local fuera independiente de los demás. En el Nuevo
Testamento vemos a los apóstoles hablar de que todos somos uno en Cristo, San Pablo dice que la
Iglesia es el cuerpo de Cristo, y parte de las epístolas están dirigidas a iglesias locales para
animarlas o reprenderlas por haberse desviado de lo que todos en la Iglesia deben hacer o creer, y
lo mismo vemos en el Apocalipsis. El argumento de que las iglesias locales tenían autonomía
(incluso doctrinal) no se puede defender usando los Evangelios, pues lo que pretenden los
apóstoles es todo lo contrario, que todas las iglesias locales estén en armonía y no se aparten de la
doctrina común, considerándolas todas partes geográficamente dispersas pero pertenecientes a
una misma Iglesia, una sola Comunidad. Dicho de otra forma, el modelo de Iglesia que vemos ya
en el Nuevo Testamento es más consistente con el modelo actual de la Iglesia Católica que con la
forma de organización de las iglesias evangélicas y paraprotestantes.

Las iglesias locales (parroquias) nunca funcionaron autónomamente como si fueran asambleas
independientes con solo cierta coordinación. En el Nuevo Testamento vemos cómo se comunican,
se envían emisarios, se ayudan económicamente, y todo bajo la atenta supervisión de los
apóstoles (como harían también sus emisarios y luego sucesores, los llamados en griego “obispos”,
o sea, “supervisores”). Y también en los documentos extra-bíblicos del siglo I y siguientes en todo
momento nos muestran lo mismo: cristianos que son conscientes de pertenecer a la única y
universal Iglesia de Cristo (a la que llaman καθολικὴ = “católica”, o sea, “universal”), que además
ya desde el mismo Nuevo Testamento vemos que está jerarquizada, que se organiza con
presbíteros (o sea, sacerdotes, ver por ejemplo 1 timoteo 5:17-19), diáconos (1 Timoteo 3:8-10) y
obispos (1 Timoteo 3:1-7), con los apóstoles en su cúspide. Al principio no suelen ser los fieles los
que eligen a sus líderes religiosos, sino los propios apóstoles quienes los ordenan y envían a la
comunidad. Luego, en los casos en los que una iglesia local elige a un líder (presbítero, obispo,
etc), tal cargo no tiene ningún efecto hasta que la persona elegida es refrendada y ordenada
sacramentalmente por los obispos vecinos, lo que implica que forman todos parte de una misma
estructura y una sola institución.

Una comunidad de fieles compuesta por meros individuos o por iglesias locales autónomas unidas
solo por puros lazos espirituales no se organiza de la manera en que ya los mismos apóstoles la
organizaron. Si esas iglesias hubieran sido autónomas sin duda habrían ejercido su autonomía
nombrando y revocando a sus propios líderes y dirimiendo sus propias disputas internas, tal como
hacen ahora las diferentes iglesias e incluso congregaciones individuales evangélicas. Pero no es
eso lo que vemos ni en el Nuevo Testamento ni en los documentos históricos del siglo I y
posteriores. Jesús no fundó una Iglesia simbólica, fundó una Iglesia real, visible y tangible dirigida
por los apóstoles, y tras su muerte, por los obispos, sucesores de los apóstoles. Tampoco fundó un
conglomerado de iglesias coordinadas, sino una sola Iglesia con una sola estructura. Cuando una
Iglesia local se desviaba de la doctrina o las normas de los apóstoles, no vemos en las epístolas
bíblicas expresiones de respeto ante el ejercicio de la autonomía local, sino duras críticas e incluso
condenas por parte de los apóstoles hacia la comunidad que se ha salido de la norma, pidiendo su
rectificación. Veamos un ejemplo especialmente claro en una epístola de San Pablo:

No es mi intención avergonzaros al escribiros todo esto. Sólo quiero corregiros como a hijos míos
muy queridos. Porque maestros en la fe en Cristo Jesús podéis tenerlos a millares, pero padres,
no; he sido yo quien os ha engendrado para la fe mediante el mensaje evangélico. Os ruego, pues,
que sigáis mi ejemplo, para lo que os he enviado a Timoteo*, hijo mío muy querido y cristiano de
fiar. Él os recordará el estilo de vida que tengo yo como creyente en Cristo Jesús y que voy
enseñando por doquier en cada iglesia. Pensando que no iré a visitaros, algunos han comenzado a
envalentonarse. Pues bien, si Dios quiere, os haré pronto una visita, y entonces veremos si esos
engreídos hacen tanto como dicen. Porque el reino de Dios no es cuestión de palabras, sino de
eficacia. ¿Qué preferís: que vaya vara en mano o con espíritu de amor y suavidad? (1 Corintios 4
14-21)

*Según el Nuevo Testamento, este Timoteo fue nombrado supervisor (obispo) de varias iglesias en
distintas ocasiones, como vemos aquí que es enviado a la de Corinto. Finalmente será nombrado
obispo de Éfeso por San Pablo para supervisar a aquella iglesia y evitar que la herejía les
contaminase, y para que organizase la iglesia de esa ciudad mediante el nombramiento de
presbíteros y diáconos, con poder por encima de todos ellos (ver la primera epístola a Timoteo). La
iglesia de Éfeso no elige a su líder, sino que lo elige San Pablo y lo envía allá, siendo que Timoteo ni
siquiera era miembro de aquella iglesia local.

Quienes critican la uniformidad y la autoridad que reinan en la Iglesia Católica como opuestas al
carácter plural, autónomo y asambleario de algunas iglesias localistas (especialmente evangélicas
y paraprotestantes) tendrán serios problemas para explicar la actitud que San Pablo muestra aquí
ante una iglesia local que se encuentra dividida y parece querer seguir su propio camino. Se puede
defender un funcionamiento más asambleario dentro de la Iglesia Católica en consonancia con la
mentalidad de los tiempos, pero no se puede defender la autonomía de las iglesias locales como
asambleas independientes o la Iglesia como mera comunidad espiritual sin organización humana,
porque esos conceptos no forman parte ni de la Tradición ni del Nuevo Testamento.

En el Concilio de Nicea se descalificaron decenas de evangelios

Algunos llegan a dar la cifra de 266 evangelios eliminados y decir que tras el concilio “decenas de
miles” de cristianos fueron asesinados por poseer alguna copia de ellos. No sé si las fuentes serán
de nuevo la novela del Código Da Vinci pero en el Concilio de Nicea no se trató el tema del canon
bíblico. Los actuales libros del Nuevo Testamento eran de facto reconocidos como inspirados por
todas las iglesias locales (aunque había alguna epístola y el Apocalipsis que eran reconocidos en la
mayoría pero no en todas) por eso se confirmaron de iure como parte del canon bíblico pero no en
Nicea, sino ya después de Constantino. La mayoría de los evangelios no inspirados (que hoy
llamamos apócrifos) no solo no fueron destruidos sino que se siguieron leyendo en muchas iglesias
aunque no se considerasen libros inspirados, pero sí inspirantes. No fue hasta el Concilio de Trento
(s. XVI) cuando se desaconsejó su uso en servicios religiosos.

Decir que se mató a decenas de miles de cristianos por poseer esos libros es desconocer la
historia. Los únicos libros declarados heréticos por este concilio fueron los libros arrianos, que no
eran evangelios sino escritos doctrinales, y esos sí fueron quemados tras el concilio y, tristemente,
el emperador decretó pena capital para quien conservara dichos libros, pero no tenemos
constancia de que se produjeran cientos ni miles ni mucho menos decenas de miles de muertes.
En realidad el propio Constantino suavizó sus órdenes solo tres meses después del concilio y acabó
incluso simpatizando con los arrianos y atacando a los obispos ortodoxos, o sea, católicos
(¿también asesinó a decenas de miles de ellos?). El propio autor, Arrio, fue excomulgado por la
Iglesia y exiliado por el emperador, pero no ejecutado, y años más tarde sería readmitido y
exiliado, y readmitido según las presiones que recibía el emperador (personalmente empeñado en
devolverle su sede), aunque la Iglesia mantuvo siempre su excomunión.

A finales de siglo, año 382, en el Concilio de Roma, el papa Dámaso I declara al final de ese nuevo
concilio la lista de los libros que desde entonces serán considerados oficialmente los inspirados.
No fue una elección por capricho, sino que allí se debatió qué libros eran los más universalmente
aceptados en toda la Iglesia, rechazando aquellos que eran aceptados solo en zonas locales.
Rechazar esta declaración papal, considerada infalible, causaría a los protestantes de cualquier
rama un enorme conflicto, pues es en esos libros reconocidos por la Iglesia Católica donde los
protestantes afirman que se encuentra la única y absoluta verdad (los protestantes aceptan todo
el canon del Nuevo Testamento sancionado en este concilio católico).

El concilio católico sirvió para zanjar la polémica que rodeaba a varios libros. El libro más
conflictivo fue el Apocalipsis de San Juan, cuya inclusión encontró cierta oposición en algunas
iglesias orientales hasta el siglo IX*, y que el mismo Lutero quiso excluir de la Biblia (junto con la
epístola de Santiago) sin conseguirlo. Si el papa y su concilio hubieran decidido que el Apocalipsis
no es un libro inspirado, muchos protestantes se quedarían sin su libro favorito, e incluso algunas
iglesias protestantes perderían totalmente su razón de ser, incluidos mormones y testigos de
Jehová. El Nuevo Testamento protestante es el que el papa Dámaso I refrendó, y ni siquiera Lutero
logró modificar ese canon católico, a pesar de que lo intentó repetidas veces. Está claro que los
protestantes también son, a su modo, herederos de la Tradición de la Iglesia Católica.

*Uno de los obispos que se opuso a incluir el Apocalipsis en el canon bíblico fue San Juan
Crisóstomo, padre de la Iglesia, y lo hacían porque advertían de que interpretar este libro era tan
difícil que existía el peligro de que en el futuro se hicieran interpretaciones imprevisibles e incluso
peligrosas sobre su verdadero mensaje. Hoy en día podemos comprobar cómo sus temores eran
fundados, y muchas comunidades cristianas o paracristianas basan buena parte de su razón de ser
en interpretaciones extrañas e incluso extravagantes del Apocalipsis, como la creencia en el Gran
Rapto o en que el mundo está a punto de terminar, por no mencionar la cantidad de anticristos
señalados con el dedo en los últimos siglos o la creencia de algunos de que la batalla entre las
fuerzas del bien y las fuerzas del mal será una batalla real con ejércitos.

El otro gran mito de que fue aquí, en este concilio de Nicea, donde se declararon falsos los
evangelios gnósticos resulta casi absurdo. El gnosticismo fue una herejía más antigua que surgió ya
en tiempos del apóstol San Juan. La Iglesia desde los tiempos apostólicos ya consideró herejía al
gnosticismo, y por tanto los únicos que consideraban verdaderos los evangelios gnósticos fueron
ellos mismos, los gnósticos. La Iglesia nunca tuvo que declarar que los libros sagrados de los
herejes eran heréticos, porque sería una redundancia. Al contrario de lo que algunos dicen, el
gnosticismo nunca fue considerado una forma más de cristianismo. Si una simple idea cambiada
podía suponer la declaración de herético en Oriente, imagínense el gnosticismo que cambiaba casi
todo. La herejía que Nicea quería combatir era el arrianismo, el gnosticismo ya se consideraba un
peligro del pasado, aunque no había muerto del todo.

Y aquí finalizamos las refutaciones a las acusaciones vertidas contra la Iglesia en el artículo
protestante citado en la Parte 1 de esta miniserie. Pero quienes defienden que Constantino
paganizó al cristianismo en el Concilio de Nicea, dando como resultado el nacimiento de la Iglesia
Católica, tocan también elementos más profundos. Por eso en nuestros próximos artículos
hablaremos de esos otros temas que algunos consideran igualmente invención de Constantino, y
también tocaremos algún tema ya visto pero ahora con mayor profundidad y detalle. Esos
supuestos cambios doctrinales de Constantino afectarían a las siguientes cuestiones:
1- La presencia real de Jesús en la Eucaristía

2- La consideración de que la misa católica es un sacrificio

3- Jerarquización de la Iglesia

4- Refuerzo de la autoridad del obispo de Roma

5- La iglesia de Constantino recibe el nombre de “católica”

6- La veneración a la Virgen y a los santos

7- Divinización de Jesús

8- Celebración del día del Señor en domingo, no en sábado

9- Selección del canon bíblico

10- Creación del rito de la misa católica

CONSTANTINO O LA IGLESIA PRIMITIVA


Ahora vamos a continuar en la misma línea respondiendo a acusaciones similares que cada vez se
difunden más sobre la idea de que Constantino paganizó el cristianismo dando como resultado la
Iglesia Católica, la mayoría de ellas popularizadas enormemente por el bestseller mundial “El
Código Da Vinci”. Vamos a demostrar que los rasgos que hoy son propios de la Iglesia Católica son
anteriores a Constantino y, en realidad, son la pura esencia del cristianismo que muchos siglos
después serían desechados por algunas o todas las iglesias protestantes y/o paraprotestantes.
Continuaremos nuestra inmersión en la historia del cristianismo de los primeros siglos para
descubrir las raíces de nuestra fe. Estos son los temas que veremos en esta nueva miniserie:

1- La presencia real de Jesús en la Eucaristía

2- La consideración de que la misa católica es un sacrificio

3- Jerarquización de la Iglesia

4- Refuerzo de la autoridad del obispo de Roma

5- La iglesia de Constantino recibe el nombre de “católica”


6- La veneración 6A- a la Virgen y 6B- a los santos

7- Divinización de Jesús

8- Celebración del día del Señor en domingo, no en sábado

9- Selección del canon bíblico

10- Creación del rito de la misa católica

En las próximas semanas iremos publicando estos artículos y analizando punto por punto en qué
medida se manifestaba esa cuestión en la Iglesia primitiva anterior a Constantino. No nos
limitaremos a dar explicaciones, sino que acudiremos a las fuentes históricas originales para que
nuestras ideas no sean fruto de una opinión, sino una evidencia.

LA ESENCIA ANTICATÓLICA DEL PROTESTANTISMO (con perdón)

Lo primero que se preguntará un católico es ¿por qué tanto empeño en desacreditar nuestra
Iglesia? La respuesta es sencilla: un católico puede vivir su fe ignorando completamente la
existencia del protestantismo, pero un protestante, por bienintencionado que sea, necesita creer
que la Iglesia Católica es apóstata para poder justificar su fe, pues sus creencias se originan en la
ruptura con ella; por eso tienen que argumentar que las creencias católicas no son las de Jesús, y
la intervención de Constantino les da la ocasión perfecta. Como siempre, las tesis protestantes no
nos ofrecen una opinión homogénea, por eso en estos artículos normalmente tendremos que
generalizar y exponer las opiniones más corrientes entre los protestantes (salvo cuando
especifiquemos alguna denominación en concreto). A este respecto, la tesis más común es que en
el siglo IV el emperador Constantino, principalmente en el Concilio de Nicea, modificó en gran
medida la doctrina cristiana hasta dejarla casi irreconocible, mezclándola con sus propias creencias
paganas y fabricando así una especie de cristianismo paganizado que resultara más atractivo para
todos sus súbditos. Esa nueva religión pagana y sincrética con superfluos ropajes cristianos sería,
según muchos protestantes (y prácticamente todos los paraprotestantes), lo que llamamos hoy
“Iglesia Católica”.

Cuando hablo de la esencia anticatólica del protestantismo no lo hago en tono “bélico”, sino
intelectual. Hay protestantes anticatólicos, que les gusta atacar a la Iglesia Católica, y protestantes
que se muestran tolerantes con el catolicismo o incluso que consideran a los católicos hermanos
en Cristo aunque no estén de acuerdo con ellos. Lo que quiero decir aquí es que el protestantismo
como sistema de creencias (no hablo de cada protestante en particular) surge de la ruptura con el
catolicismo y por tanto ideológicamente es esencialmente anticatólico, pues como dije antes, basa
sus creencias en la idea de que la Iglesia Católica pervirtió el cristianismo original y por eso la
Ruptura Protestante (o “La Reforma” como ellos la llaman) fue necesaria para regresar a las raíces
cristianas originales. Lo que vamos a demostrar en esta serie de artículos es que esas raíces
cristianas originales perviven en la Iglesia Católica, mientras que las innovaciones protestantes,
aunque traídas con la mejor intención del mundo, suponen una ruptura no con la Iglesia Católica
del XVI o de hoy, sino con la Iglesia cristiana de Jesús y de los apóstoles y de los primeros
cristianos.

Si en la época de Lutero hubiéramos tenido tantos documentos del siglo I al IV como tenemos hoy
en día, muchas de las nuevas doctrinas protestantes no habrían sido nunca desarrolladas, o
habrían sido rápidamente rechazadas. Los nuevos textos y libros cristianos primitivos que se han
ido descubriendo sobre todo a partir del siglo XIX han arrojado nueva luz sobre aspectos de la
Iglesia Primitiva que antes eran tema de especulación, pero que ahora tienen ya una base histórica
y documental en la que apoyarse. Es también en esa base histórica proporcionada en el último
siglo y medio por la arqueología y los nuevos documentos encontrados en perdidas bibliotecas de
Oriente en donde nos apoyaremos para defender que la única iglesia actual que sigue siendo fiel al
cristianismo predicado por los apóstoles es precisamente la Iglesia Católica-Ortodoxa.

LA TRADICIÓN Y LA EXÉGESIS BÍBLICA

No solo tenemos nuevos hallazgos arqueológicos y una comprensión mucho más profunda de los
primeros siglos de nuestra era, más los libros, cartas y documentos de la Iglesia primitiva que han
sido descubiertos por Occidente últimamente; también tenemos hoy un conocimiento mucho
mayor de la sociedad y cultura de la Palestina del siglo I (y de siglos anteriores), con lo cual
podemos entender mucho mejor lo que realmente dice la Biblia. Donde antes había solo
especulación sobre si lo que Jesús en realidad quería decir era esto o aquello, ahora resulta
bastante más claro de entender, porque entendemos mucho mejor el contexto histórico-cultural-
literario en el cual vivieron Jesús, los apóstoles y los evangelistas, y esos extraordinarios frutos de
la exégesis bíblica, todo hay que reconocerlo, han sido aportados principalmente por la Iglesia
Luterana (dicho sea de paso, la más “católica” de las iglesias protestantes, junto con la anglicana).

La exégesis bíblica católica ha ido ganando en calidad y comprensión en las últimas décadas, pero
fueron nuestros hermanos separados de la Iglesia Luterana los pioneros y los que han dado
muchas de las más brillantes figuras de la exégesis bíblica desde sus mismos inicios. Es justo
agradecerles su valiosa aportación a la mejor comprensión de la Biblia para que un cristiano del
siglo XXI pueda entender mucho mejor cómo vivían, pensaban y se expresaban quienes, junto con
Jesús, pusieron las bases de nuestras actuales creencias. Pero también es de justicia reconocer que
la Iglesia Católica es la mejor situada para añadir a los frutos de la exégesis moderna su profunda
comprensión de la Tradición heredada, con lo cual está en una posición aún más ventajosa para
hacer exégesis bíblica a la luz de la Tradición, la cual a menudo nos aporta la clave decisiva para
interpretar correctamente lo que un pasaje expresa.

Por decirlo de una forma más sencilla, tomemos una frase de Jesús en la que dice “Yo soy el pan
vivo bajado del cielo, quien coma de este pan vivirá para siempre”. Podríamos especular sobre si
lo que Jesús estaba diciendo ahí era una simple metáfora, refiriéndose a su doctrina, que trae vida,
o estaba realmente expresándose de manera literal y por tanto refiriéndose a su presencia real en
la eucaristía. Ambas interpretaciones, en principio, podrían ser correctas. Los católicos interpretan
esas palabras en sentido literal (Jesús es físicamente el pan de la eucaristía), pero sin embargo
interpretan metafóricamente las palabras de Jesús cuando en Juan 10:9 dice “Yo soy la puerta” (no
hay ninguna puerta física que podamos tocar y decir que esa puerta es Jesús). De hecho muchas
de las divergencias doctrinales entre católicos y protestantes (y entre protestantes entre sí) se
deben a la interpretación literal o figurada de muchas frases o pasajes bíblicos. La exégesis
(estudio del contexto) nos puede aclarar lo que para un judío de esa época significaba el pan, las
tradiciones, creencias y ritos asociados con el pan, etc. pero generalmente no nos puede aclarar si
esas palabras son literales o metafóricas. Es ahí cuando la Tradición juega un papel decisivo.

Por mucho que ahora tengamos mejores “herramientas” para comprender cómo eran, cómo
vivían y cómo pensaban aquellos del siglo primero, está claro que esos cristianos del siglo I lo
comprendían mejor que nosotros, y además ellos recibieron las doctrinas directamente de Jesús y
de los apóstoles, así que si dudamos de si un pasaje es literal o metafórico, ¿qué mejor forma de
saberlo que preguntándoselo a ellos? Evidentemente ya no están ellos aquí para responder a
nuestras preguntas, pero nos dejaron escritos, y nos dejaron sus propias creencias, que fueron
heredadas y custodiadas por las generaciones siguientes. Si vemos que los cristianos del siglo I y II,
por ejemplo, interpretaban ciertas palabras de Jesús de forma literal, entonces podemos tener la
seguridad de que esa fue la intención de Jesús. Pensar lo contrario sería afirmar que los apóstoles
malinterpretaron las palabras de Jesús (y por tanto habría que negar entre otras cosas la
iluminación del Espíritu Santo en Pentecostés), o que las primeras generaciones de cristianos
malinterpretaron las enseñanzas de los apóstoles (y por tanto habría que considerar que la misión
de Jesús fue un fracaso y que su promesa de estar con nosotros hasta el fin de los tiempos no se
cumplió). Es por eso que una buena exégesis tiene que ir siempre de la mano de la Tradición,
especialmente de la Tradición más primitiva, y la custodia de la Tradición no es otra que la Iglesia
Católica (y la Ortodoxa). Los recientes descubrimientos arqueológicos y documentales no nos
aportan a los católicos nuevos datos doctrinales, pero nos dan una base histórica con la que
defender con mucha más eficacia las doctrinas fundamentales que siempre hemos defendido que
son las correctas, y que no han sido tergiversadas con el paso de los siglos.

¿DOCTRINAS CRISTIANAS O NICENAS?

En esta miniserie nos centraremos sobre todo en defendernos de las acusaciones de que fue
Constantino quien paganizó el cristianismo creando la actual doctrina católica. Para eliminar esa
supuesta paganización constantiniana los protestantes “depuraron” la doctrina y estudiaron
minuciosamente la Biblia para poder regresar a las raíces, y tomaron como modelo las creencias y
funcionamiento de la Iglesia Primitiva tal como ellos interpretaron que era realmente, antes de
que Constantino la desvirtuara. Nosotros haremos ahora lo mismo, estudiaremos minuciosamente
la Bíblia (con la ayuda de la exégesis moderna) y analizaremos cómo era la doctrina y
funcionamiento de esa Iglesia Primitiva, pero usando la Tradición y los nuevos documentos
descubiertos.

Con todos los nuevos datos históricos que actualmente poseemos, la gran sorpresa para muchos
es que esos mismos rasgos de la Iglesia Católica que sus detractores afirman ser imposición de
Constantino en realidad pertenecían a la Iglesia Primitiva desde mucho antes de Nicea (año 325) y
son, por tanto, apostólicos. Además, casi todas las innovaciones doctrinales que esas fuentes
atribuyen a Nicea no fueron ni siquiera tratadas en el concilio, como ya hemos visto en los
artículos anteriores. Entonces, si esas doctrinas no vienen de Nicea, ¿dónde surgen realmente?
Vamos a irlo viendo poco a poco en los próximos artículos de esta serie e iremos añadiendo en el
índice inicial los enlaces a esos artículos a medida que los vayamos publicando.

Hagamos una inmersión histórica en las raíces del cristianismo de la mano de los primeros
cristianos, avanzando entre las brumas de la historia de la mano de la Tradición y la Exégesis. No
se pierdan los próximos artículos.

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