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TEMPLO MAYOR DE MEXICO- TENOCHTITLA

El Templo Mayor y el Recinto del Templo Mayor eran el centro de la vida religiosa
mexica y uno de los edificios ceremoniales más famosos de su época, ubicado en
lo que hoy es el centro de la Ciudad de México. Conoce su historia aquí.

EL TEMPLO MAYOR: DESCUBRIMIENTO DEL SIGLO XX

A lo largo del siglo XX los arqueólogos fueron descubriendo la ubicación exacta


del Templo Mayor de los mexicas, el sagrado edificio que fuera destruido tras la
conquista de la metrópoli indígena, y cuyos restos habían permanecido ocultos
durante cuatro siglos bajo los cimientos de las construcciones virreinales y
decimonónicas del centro de nuestra ciudad capital.

Según la tradición, el Templo Mayor fue construido justo en el sitio donde los

peregrinos de Aztlán encontraron el sagrado nopal que crecía en una piedra, y


sobre el cual se posaba un águila con las alas extendidas al sol, devorando una
serpiente. Este primer basamento dedicado a Huitzilopochtli, aunque humilde
porque fue construido con lodo y madera, marcó el principio de lo que con el
tiempo sería uno de los ediÚcios ceremoniales más famosos de su época. Uno a
uno los gobernantes de México-Tenochtitlan dejaron como testimonio de su
devoción una nueva etapa constructiva sobre aquella pirámide, y si bien las
obras sólo consistían en adosarle taludes y renovar escalinatas, el pueblo podía
constatar el poder de su gobernante en turno y el engrandecimiento de su dios
tribal, el victorioso dios-sol de la guerra.

Pero los mexicas no podían olvidarse de los demás dioses, pues todos ellos
propiciaban la existencia armónica del universo, equilibrando las fuerzas de la
naturaleza, produciendo el viento y la lluvia y haciendo crecer las plantas que
alimentaban a los hombres. Así, una de las deidades principales, que alcanzó
una jerarquía similar a la de Huitzilopochtli, fue Tláloc, el antiguo dios de la lluvia
y patrono de los agricultores; por ello, y con el transcurrir del tiempo, aquel
sagrado

ediÚcio, “hogar de Huitzilopochtli”, tuvo la forma de una pirámide doble, la cual


sustentaba en su cúspide dos habitaciones que funcionaban como los adoratorios
máximos de ambas deidades

Las más recientes investigaciones arqueológicas llevadas a cabo en las ruinas del
Templo Mayor ediÚcio muestran por lo menos siete etapas constructivas, de las
cuales sobresale aquella que se realizó durante el gobierno de Huitzilíhuitl,
segundo tlatoani de Tenochtitlan; de esa etapa se conservan los muros de los
adoratorios, el téchcatl o piedra sagrada de los sacriÚcios y una escultura del
Chac- Mool. Destaca también la etapa constructiva ejecutada durante el gobierno
de Izcóatl, de la que se descubrieron, sobre la escalinata que conducía al
adoratorio de Huitzilopochtli, varias esculturas de portaestandartes que, a manera
de guerreros divinos, defendían el ascenso al templo de la suprema deidad.

LA COYOLXAUHUQUI, EL GRAN HALLAZGO EN EL TEMPLO MAYOR

Sin embargo, el hallazgo más notable fue el del monolito circular de la diosa lunar
Coyolxauhqui, que proviene de la etapa correspondiente al gobierno de
Axayácatl, quien ocupó el solio supremo de Tenochtitlan entre 1469 y 1480.

Los conquistadores españoles sólo conocieron la última etapa constructiva del


Templo Mayor, efectuada durante el reinado de Moctezuma Xocoyotzin, y se
admiraron de la majestuosidad y gran altura que poseía ya el sagrado edificio. Su
fachada se orientaba hacia el poniente, por lo que en ese lado de la pirámide se
hallaba la doble escalinata enmarcada por cabezas de serpiente en actitud
amenazante. En la parte superior de las alfardas se ubicaban los braceros, donde
ininterrumpidamente debía permanecer encendido el fuego sagrado.

Sólo los sacerdotes y las víctimas del sacriÚcio podían ascender por aquellas
escalinatas y llegar a la cúspide del templo, desde donde se podía contemplar la
ciudad-isla en todo su esplendor.

A la entrada de los adoratorios del Templo Mayor había unas vigorosas esculturas
de hombres en posición sedente, cuya misión era sostener los estandartes y las
banderolas hechas de papel amate que evocaban el poder de los númenes
patrones. Ya en el interior de las sacras habitaciones, protegidas de la luz por
unas piezas de tela a manera de cortinas, se encontraban las imágenes de las
deidades.

Sabemos que la escultura de Huitzilopochtli se modelaba con semillas de


amaranto, y que en su interior se colocaban unas bolsas que contenían jades,
huesos y amuletos que le daban vida a la imagen. Para amalgamar las semillas
de amaranto, éstas se mezclaban con miel y sangre humana. El proceso de
confección de la Ú- gura, llevado a cabo anualmente, concluía con su vestido y
ornamentación mediante tocados de plumas y textiles muy elaborados, y con la
colocación de una máscara y un colgante de oro que daban su identidad a la
eÚgie del dios solar.

Precisamente, durante las Úestas del mes indígena de Panquetzaliztli, dedicado


al ceremonial de Huitzilopochtli, el clímax de la Úesta consistía en la repartición
del cuerpo de amaranto, miel y sangre entre todo el pueblo; su ingestión
representaba la comunión con la deidad y estrechaba el vínculo entre el hombre
y sus creadores.

Dado que el panteón indígena era muy amplio, pues se divinizaba a cada una de
las fuerzas de la naturaleza, poco a poco el espacio sagrado alrededor de la
pirámide doble se fue poblando con numerosos ediÚcios que sirvieron de
aposento a dichas deidades.

UN SEÑOR DE HUEXOTZINCO VISITA EL TEMPLO MAYOR

A principios del siglo XVI el recinto sagrado abarcaba una gran extensión de
aproximadamente

400 metros por lado, y para separarlo de la zona habitacional, según lo han
constatado los arqueólogos, se construyeron largas plataformas con múltiples
escalinatas ubicadas armónicamente. El recinto contaba con tres accesos
mayores, a manera de entradas, en sus lados norte, oeste y sur; de ellos salían
las principales calzadas que conectaban a la ciudad con tierra Úrme. En las
crónicas antiguas se relata la visita que hiciera al recinto sagrado de México-
Tenochtitlan, por invitación misma del tlatoani tenochca, un señor del pueblo
enemigo de Huexotzinco, acompañado de sus parientes más cercanos. Para
poder ingresar al recinto este personaje tuvo que conducirse de manera sigilosa,
vistiendo un disfraz que lo confundía entre los miembros de la nobleza mexicana;
de esa manera, el visitante pudo admirar por vez primera aquel espectacular
centro del que en su lejano pueblo sólo escuchara múltiples y asombrosas
narraciones. Después de ingresar por la entrada sur, los visitantes debieron ver a
lo lejos la pirámide de Tláloc y Huitzilopochtli, mientras que su dignatario se
detenía unos instantes frente al templo piramidal dedicado a Tezcatlipoca, la
temible deidad guerrera, donde justo al pie de su escalinata se ubicaba un
monumento de forma cilíndrica, mandado tallar en tiempos de Moctezuma
Ilhuicamina, en cuya superÚcie se llevarían a efecto, más tarde, una serie de
combates cuerpo a cuerpo entre los prisioneros enemigos y los guerreros
mexicas, evento al cual había sido invitado. En tales combates los guerreros
mexicas encaminaban a los primeros hacia su muerte, atemorizando los
corazones de espectadores y visitantes.
EL PALACIO DE LOS GUERREROS ÁGUILA Y EL PALACIO DE LOS
GUERREROS JAGUAR

En los lados norte y sur del Templo Mayor los arqueólogos han encontrado
evidencias de conjuntos palaciegos decorados con la representación de
procesiones de guerreros y otros elementos de tradición tolteca; se trata, por un
lado, del llamado Palacio de los Guerreros Águila, y por otro, de un conjunto aún
no identiÚcado que probablemente se trate del Palacio de los Guerreros Jaguar.

Formando una especie de entrecalle, al frente del conjunto mencionado se


ubicaron, quizá continuos, cuatro basamentos de dimensiones semejantes
dedicados al culto de los dioses de la agricultura y la fertilidad.

Un lugar prominente en la sección central del Templo Mayor lo ocupaba el


ediÚcio consagrado al culto del dios del viento, Ehécatl-Quetzalcóatl, la ancestral
deidad de carácter civilizador que con su propia sangre y con los huesos de las
generaciones antiguas había creado a los hombres. Para el tiempo de los
mexicas, esta divinidad representaba al viento que atraía las lluvias y producía
anualmente el ciclo de la agricultura, de ahí que la pirámide consagrada a su
culto, conocida como la “casa del viento” y orientada hacia el este, tuviera una
forma peculiar: su fachada era de planta cuadrangular, mientras que su parte
posterior, de planta circular, servía para sustentar un templo de forma cilíndrica
cubierto por un techo de paja a manera de un gran cono. De acuerdo con los
relatos de los conquistadores, la decoración de este templo consistía en la Úgura
de una serpiente emplumada (el nombre de la deidad), cuyas fauces abiertas
constituían el acceso mismo a su adoratorio.

Precisamente en el espacio que hoy ocupa la Catedral Metropolitana, en la


esquina suroeste del algunos basamentos piramidales de diversos tamaños,
destacando por su importancia aquel donde se rendía culto al Sol naciente; el
ediÚcio estaba decorado con grandes representaciones de chalchihuites o jades
que simbolizaban el preciosismo del astro y su misión de iluminar los cuatro
rumbos del universo; por esa razón su fachada miraba también hacia el oriente.
En su breve recorrido por el Templo Mayor, recinto sagrado de los mexicas, el
señor de Huexotzingo seguramente se estremeció al contemplar, muy cerca del
templo del Sol naciente, el Huey Tzompantli, la sobrecogedora construcción ritual
conformada por cientos de cráneos humanos despellejados y ensartados en
pértigas de madera, mudos testigos de ofrendas dedicadas a Huitzilopochtli. Sin
lugar a dudas, Moctezuma se deleitó observando los rostros de sus invitados,
particularmente de aquellos que procedían de los señoríos rivales, quienes
advertían ese trágico destino para todo aquel que rompiese las buenas relaciones
con México-Tenochtitlan.
Un lugar especial en el recinto sagrado lo ocupaba la cancha del juego de pelota,
el Huey Tlachco, situado frente a la entrada poniente; ahí se practicaba este
deslumbrante deporte ritual donde se presagiaba el movimiento del Sol por el
Úrmamento; el ediÚcio consistía en un patio con dos cabezales y un pasillo
central, cuya planta se asemejaba a la letra “I”. A los lados norte y sur del patio
estaban los taludes, con sus respectivos anillos de piedra por donde tenía que
pasar la pelota. Durante la celebración del juego —llamado “ulama” porque la
pelota estaba hecha de hule —, los jugadores, que adquirían un carácter astral,
golpeaban el esférico con las caderas (aunque había otro tipo de canchas donde
la pelota se movía mediante golpes con el antebrazo). El propósito de esta
popular práctica, a la que frecuentemente asistía el tlatoani junto con la nobleza y
en ocasiones el pueblo, consistía en recrear el movimiento del sol, simbolizado en
la pelota, por el Úrmamento. Cuando ocurría un movimiento contrario, el juego se
detenía y se decapitaba a un jugador, con lo cual se evitaba la inminente
destrucción del universo.

Otras construcciones que el señor de Huexotzingo debió admirar antes de la


impresionante celebración a la que había sido invitado, eran el Calmécac,
conjunto palaciego que funcionaba como escuela para los hijos del estamento
nobiliario, donde se preparaba a los futuros funcionarios del gobierno, a los
supremos sacerdotes y a los grandes dirigentes de la milicia; el curioso
templomanantial consagrado al culto de la diosa Chalchiuhtlicue, patrona del agua
del ámbito terrestre; y el espacio dedicado a los festejos de Mixcóatl, el patrono
de la cacería, donde se recreaba un parque con rocas y árboles, en los que se
ataba a las víctimas cubiertas con pieles, semejando animales.

Con el paso del tiempo el Templo Mayor sufrió el terrible destino al que los
propios mexicas habían condenado a muchas de las capitales indígenas: fue
destruido a sangre y fuego por los conquistadores españoles. Después de la total
rendición de la capital tenochca ocurrida el 13 de agosto de 1521, Cortés ordenó
la demolición de lo poco que aún se mantenía en pie, para construir sobre las
ruinas los cimientos de la capital de la futura Nueva España.
El templo mayor durante mucho tiempo se consideró un recinto perdido para los
habitantes actuales de la ciudad de México. El "descubrimiento" casual de sus
vestigios, ocasionó la apertura der una nueva etapa para la Arqueología mexicana
porque nos permite el estudio cercano de algo que durante siglos solo fue
"descrito".

La posibilidad de ubicar físicamente los vestigios (que no "ruina" como menciona


un amiguito" ) dió pie a sustentar detalles básicos para el estudio de la cultura
mexica de valiosa tradición histórica para los mexicanos.

Entrar al museo del templo mayor, en mi experiencia, es penetrar en los misterios


de un pueblo, para mi, admirable, la sala que más llamó mi atención es la de Arte
Tecutli, (el arte de los renegados) donde encontré las más discretas e ingeniosas
manifestaciones rebeldes de un pueblo sometido que no se rindió culturalmente.

La disposición museográfica me pareció de vanguardia y la oportunidad de ver a


Coyolxauhqui desde un plano superior y apreciar la pieza en toda su magnitud,
me gustó mucho. Los puntos de vista politiqueros o de ignorantes, quedan
absolutamente sin valor porque no tienen cabida ante lo magnífico del trabajo de
los antiguos y modernos mexicanos.

En fin que a mí, me parece un museo extraordinario!

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