λογισμοὺς αἰσχρούς - Si te abandonas al deseo de la comida ya nada te bastará para satisfacer tu placer: el deseo de la comida, en efecto, es como el fuego que siempre envuelve y siempre se inflama. Una medida suficiente llena el vaso, mientras un vientre desfondado jamás dirá ¡basta!".
- La violencia del oleaje se desencadena contra el barco mal anclado
como el pensamiento de la lujuria sobre la mente intemperante. La lujuria acogerá como aliado al hartazgo, le dejará campar a sus anchas, se juntará a los adversarios y combatirá finalmente del lado de los enemigos.
- El mar jamás se llena del todo a pesar de recibir la gran masa de
agua de los ríos, de la misma manera el deseo de riquezas del avaro jamás se sacia, él las duplica e inmediatamente desea cuadruplicarlas y no cesa jamás esta multiplicación, hasta que la muerte no pone fin a tal interminable premura.
La envidia era el pecado que "mira con deseo y repudio la fortuna y riquezas de otros, tomando cualquier oportunidad para quitarles o privarles de su felicidad. Al entrar a la terraza de los envidiosos, Dante y Virgilio en un primer momento oyen voces contando historias acerca de la generosidad, la virtud opuesta. Aquí, tal como en las otras terrazas, hay un episodio de la vida de la Virgen María. Además, hay una historia clásica, la amistad de Orestes y Pílades, y Jesús predicando "Ama a tus enemigos." Las almas de los envidiosos vestían túnicas grises de penitencia, y tenían sus ojos cosidos, recordando la forma en cómo los cetreros cosían los ojos de sus halcones para lograr entrenarlos – así se les hacía más necesario poder oír que poder ver, como en este ejemplo (Canto XIII).
ματαιότης ματαιοτήτων, τὰ πάντα ματαιότης.
Dies iræ, dies illa,
Solvet sæclum in favilla
- No lleves cuenta de la vida ajena, y de la desgracia de tu hermano
- La envidia consume el alma, los celos la devoran (A una virgen, 28)
Φθόνος τηκει ψυχήν καί ζηλος κατεσθίει αὐτήν.
- A los muertos de nada les aprovechan la riqueza (Persas 842)
τοῖς θανοῦσι πλοῦτος οὐδὲν ὠφελεῖ.
Demarato es un personaje no muy conocido para el gran público, la verdad. Fue un
rey espartano que vivió en la época de las guerras contra los persas de principios del siglo V a.C. En Esparta, como sabemos, existía una diarquía, es decir, había dos reyes que compartían el trono. Cada uno pertenecía a una familia distinta, los Euripóntidas y los Agíadas. Demarato pertenecía a la primera rama. Cleomenes, de la rama de los Agíadas, era el otro rey, y ambos se llevaban mal. El primer enfrentamiento entre ambos reyes se dio cuando Cleomenes, allá por el año 510, decidió apoyar el ascenso de un nuevo tirano en Atenas, Iságoras. Los espartanos marcharon a Atenas con su ejército y se ganaron para ello la alianza de las fuerzas de Corinto. Pero, cuando estaban ya al lado de Atenas, en Eleusis, Demarato dejó tirado a su colega Cleomenes y se marchó con su parte del ejército, habiendo convencido previamente a los corintios también para que hicieran lo propio. De ese modo, el plan de Cleomenes quedó frustrado, Isáogras nunca alcanzó la tiranía y de paso Atenas empezó a labrar su senda hacia la democracia. Ni que decir tienen que eso a Cleomenes le sentó bastante mal y se guardó el rencor para devolvérsela doblada en cuanto pudiera, como ahora veremos. Unos diez años después, la isla de Egina se sometió voluntariamente al dominio de los persas. Atenas pensó que eso era humillante y decidió pedir la ayuda de Esparta para castigar a los eginetas. Y allí se marchó Cleomenes con su ejército. Pero esta campaña también se vio frustrada por la oposición de Demarato, que trataba de hacer caer en desgracia a su colega. Pero Cleomnes, harto de tener que aguantar la rivalidad de Demarato, decidió echarle del trono. Y para ello se valió de sucias artimañas, ya que él tampoco es que fueras un santo., Sobornó a los sacerdotes del oráculo de Apolo en Delfos para que testificaran que Demarato no era un rey legítimo porque no era hijo del que decía ser su padre. Los éforos, máxima autoridad espartana, a la que tenía que someterse incluso la realeza, decretaron que fuera depuesto de su trono y que ocupase su lugar Leotíquidas. Éste último era rival familiar de Demarato y había solicitado el revocamiento de éste alegando que no era hijo de Aristón, el antiguo rey, sino del primer marido de su madre. El hecho es que Demarato se vio desposeído del tono y optó por marcharse de Esparta. Buscó asilo en Persia, el odiado enemigo de los griegos. Allí fue acogido por el rey Darío como consejero, quien, además, le concedió el gobierno de tres ciudades, entre ellas la famosa Pérgamo, que estaba más o menso en el lugar en donde se había hallado la mítica Troya. Al parecer, el rey Darío le tenía en gran estima como consejero y parece que influyó en su decisión de nombrar heredero al gran trono de Persia a Jerjes, el rey que protagonizó luego la invasión de Grecia y que estaba al mando de Persia en las batallas de las Termópilas y Salamina. De hecho, llevó con él a Demarato en esa campaña. Y es aquí donde entramos en el tema que nos ocupa: el del mensaje cifrado. Cuenta Heródoto que Demarato, tal vez arrepentido de su apoyo a los persas y añorando sus raíces espartanas, decidió enviar un mensaje secreto a Esparta avisándoles de la invasión que se les venía encima. Y, como no se le ocurrió la manera de hacer llegar un mensaje sin que fuera interceptado por los persas, ideó un sistema para que pasar inadvertido: envió un supuesto correo con un par de tablillas enceradas en blanco, sin nada escrito en ellas, para que no despertara sospechas. Si le interceptaban y le abrían las tablillas, nadie sospecharía que, debajo de la cera, en la madera de las mismas, se hallaba grabado el mensaje de Demarato. El supuesto mensajero no sabía siquiera que llevaba dicho mensaje secreto. Cundo lo llevó hasta Esparta, nadie entendió que se enviasen unas tablillas en blanco. Solo Gorgo, la esposa de Leónidas, cayó en la cuenta y le pidió a su marido que rascase bajo la cera a ver si había algo escrito debajo de ella. Por cierto, el mítico Leónidas era hermanastro y sucesor de su odiado Cleomenes, quien ya había muerto. No sabemos si este relato es histórico o si es una leyenda de las muchas que nos narra Heródoto en sus libros. Sea como fuere, ese episodio es el que ha servido de inspiración a los tipos estos del Ter septeni para desafiarnos con otro mensaje cifrado.
Entre Sodomitas y Cuilonime, Interpretaciones Descoloniales Sobre Los "Indios Vestidos de Mujer" y La Homosexualidad, en Los Grupos Nahuas Del Siglo XVI