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El trabajo es honorable.

Desarrollar la capacidad para trabajar hará que puedas


contribuir al mundo en el que vives; te dará un sentido más grande de autoestima.
Te bendecirá a ti y a tu familia, tanto ahora como en el futuro.

El aprender a trabajar comienza en el hogar. Ayuda a tu familia participando de


buena voluntad en el trabajo que se necesita para mantener un hogar. Aprende a
temprana edad a administrar prudentemente tu dinero y a vivir dentro de tus
medios. Sigue las enseñanzas de los profetas al pagar el diezmo, evitar las deudas y
ahorrar para el futuro.

Fíjate metas elevadas y ten la disposición de trabajar arduamente para alcanzarlas.


Desarrolla la autodisciplina y sé digno(a) de confianza. Haz lo mejor en tus
llamamientos de la Iglesia, en tus tareas escolares, en tu empleo y demás
ocupaciones que valgan la pena. Los hombres jóvenes deben estar dispuestos a
hacer lo necesario para prepararse para servir en una misión de tiempo completo.
El Padre Celestial te ha dado dones y talentos, y sabe que eres capaz de tener éxito.
Procura Su ayuda y guía al trabajar por alcanzar tus metas.

PROVERBIOS 13:11

MATEO 25:14-30

1 TESALONICENSES 4:11

MOSIAH 10:4

D Y C 75:29

D Y C 107:99-100

MOISES 5:1

La bendición del trabajo


Por el obispo H. David Burton Obispo Presidente
El trabajo no es un asunto sólo de menester económico, sino que es una necesidad espiritual. En
estos turbulentos tiempos económicos, el mandamiento de trabajar se encuentra, sin duda, entre
los que el Señor está preparado para ayudarnos a cumplir.

Los que han pasado algún tiempo en el océano o en sus alrededores saben lo cambiante que es;
las olas, las mareas, las corrientes y los vientos están constantemente en movimiento e
interacción. Los marinos y los pescadores que tienen éxito aprenden a surcar las olas y las mareas
y a utilizar los vientos y las corrientes a fin de llegar sanos y salvos al lugar de destino.

El mundo también es cambiante y la rapidez de los cambios parece acelerarse. Parte del flujo y del
reflujo de nuestro variable mundo tiene lugar en el inestable sector laboral. Afortunadamente, así
como los marinos utilizan las habilidades adquiridas, los mapas y otros recursos para navegar con
buenos resultados, existen también recursos y habilidades que se pueden aprender y que
contribuirán a nuestro éxito al navegar en las condiciones cambiantes del mercado laboral. Los
que estén capacitados, no sólo para trabajar sino para buscar trabajo, navegarán mejor a través de
estos tiempos inciertos.

Un mandamiento y una bendición

Actualmente, hay muchas personas que han olvidado el valor del trabajo; incluso algunos creen
erróneamente que la meta más alta de la vida es lograr una condición en la que no haya necesidad
de trabajar. Al presidente David O. McKay (1873–1970) le gustaba decir: “Debemos darnos cuenta
de que el privilegio de trabajar es un don, que la fuerza para trabajar es una bendición y que el
amor al trabajo es éxito”1.

El trabajo no es sólo un asunto de menester económico, sino que es una necesidad espiritual. El
trabajo o la obra de nuestro Padre Celestial es llevar a cabo nuestra salvación y exaltación (véase
Moisés 1:39). Y, empezando por Adán, Él nos ha mandado trabajar. Desde el Jardín de Edén se le
mandó a Adán “que lo labrase y lo guardase” (Génesis 2:15). Después de la Caída, se le dijo: “Con
el sudor de tu rostro comerás el pan” (Génesis 3:19). Como sucede con cualquier otro
mandamiento, por guardar éste se recibe gozo. El hecho de trabajar, honrada y productivamente,
nos trae contentamiento y un sentido de nuestro propio valor. Después de haber hecho todo lo
posible por ser autosuficientes, por proveer para nuestras necesidades y las de nuestra familia,
podemos volvernos al Señor con confianza para pedirle lo que todavía nos falte.

Dones, talentos, intereses

El Padre Celestial nos ha dado a todos talentos y dones que nos ayudan a proveer de lo necesario
para nosotros y para nuestra familia. Un importante primer paso en la preparación para una
carrera consiste en aprender a reconocer nuestros talentos, dones e intereses. El presidente Henry
B. Eyring, Primer Consejero de la Primera Presidencia, aprendió de su padre, Henry Eyring, a elegir
una carrera que estuviera de acuerdo con sus intereses.
Debido a su amor por la ciencia, el profesor Henry Eyring animaba a sus hijos a estudiar física a fin
de prepararse para una carrera en ciencias. Mientras el presidente Eyring se encontraba
estudiando esa materia en la Universidad de Utah, un día tuvo una conversación con su padre que
le hizo cambiar de dirección. Él le había pedido ayuda para resolver un difícil problema
matemático. “Mi padre se encontraba ante una pizarra que teníamos en el sótano”, recuerda el
presidente Eyring; “de pronto, se detuvo en lo que estaba haciendo y me dijo: ‘Hal, la semana
pasada estuvimos resolviendo un problema como éste; parece que no lo entiendes mejor ahora
que entonces. ¿No lo has estudiado?’”.

Un tanto abochornado, él tuvo que admitir que no. El presidente Eyring relata la reacción de su
padre: “Cuando le dije que no, papá hizo una pausa. Aquel fue un momento muy delicado y
conmovedor, porque yo sabía cuánto me amaba él y cuánto deseaba que yo fuera científico.
Después me dijo: ‘Hal, creo que será mejor que abandones la física; debes encontrar algo que te
guste tanto que cuando no tengas en qué pensar, sea eso lo que venga a tu mente’”2.

La capacitación y la educación

Después de haber examinado nuestros propios intereses y habilidades, y escuchado el consejo de


los que nos conocen y nos aman, especialmente del Señor, debemos procurar tanto el aprendizaje
como la experiencia en el campo que hayamos elegido. La educación y la capacitación se
encuentran entre las inversiones de mayor valor que cualquiera pueda hacer.

Aprendan a disfrutar del aprendizaje. Del mismo modo en que es importante continuar haciendo
depósitos en una cuenta de ahorros, también lo es el continuar capacitándose en la profesión o el
oficio que hayan elegido a fin de que sus habilidades se destaquen siempre en el campo laboral.
Así como el marino mantiene la vista en el horizonte para prever los cambios del tiempo, el
mantenerse al día con su carrera u oficio les permitirá distinguir las condiciones cambiantes de su
trabajo y hacer las correcciones necesarias en el curso que hayan tomado.

El ofrecer y aceptar ayuda

Ninguno de nosotros está solo en el océano; somos parte de una gran flota, y tal como una flota
naval tiene varios barcos de respaldo, la Iglesia tiene obispos y presidentes de rama, presidentas
de la Sociedad de Socorro, presidentes de los quórumes, especialistas de empleo y otras personas
que están listas para ayudarnos a ponernos en marcha. Ese tipo de ayuda consiste muchas veces
en dirigirnos hacia los recursos y la capacitación que se adapten a nuestra situación determinada,
tales como escribir un currículo, llevar a cabo con eficiencia la búsqueda de trabajo y aprender a
presentarnos bien en las entrevistas.

Mucho antes de que se pusiera en uso la expresión red personal de contactos, los marinos
intercambiaban datos sobre bancos de arena peligrosos, nuevas rutas y fuentes de suministros. Un
navegante que estuviera a punto de entrar en aguas desconocidas hablaba con todos los que
pudieran tener información útil y experiencia para compartir. En el ambiente laboral de hoy, el
hecho de establecer y mantener contacto con aquellos que tengan información o experiencia
provechosas es igualmente esencial. Los líderes locales de barrio o rama y los miembros de la
familia son buenos medios con los cuales comenzar.

Cómo se enseña a los niños a trabajar

Una de las responsabilidades más importantes de los padres es enseñar a sus hijos a trabajar;
hasta los niños pequeños pueden empezar a recibir los beneficios del trabajo cuando participan en
las tareas hogareñas y en actos de servicio hacia los demás. Los padres prudentes trabajan junto a
sus hijos, los elogian con frecuencia y se aseguran de que ninguna tarea sea abrumadora para
ellos.

Desde que el presidente Thomas S. Monson era niño, sus padres le enseñaron el principio del
trabajo por medio del ejemplo; el padre, que era impresor, trabajaba duramente casi todos los
días durante largas horas y, cuando estaba en el hogar, no dejaba sus labores para tomarse un
merecido descanso sino que continuaba trabajando para prestar servicio a familiares y vecinos por
igual3. Su madre también trabajaba continuamente para rendir servicio a cualquier miembro de la
familia o amigo que lo necesitara. Muchas veces, sus padres le pedían que los acompañara o que
hiciera algo por alguien, logrando de ese modo que aprendiera por experiencia propia a trabajar
en el servicio a los demás.

El presidente Monson aprendió de su padre a trabajar en los negocios y tuvo su primer empleo de
tiempo parcial cuando tenía catorce años, trabajando en la imprenta donde su papá era
administrador. Él comenta que, después de los catorce años, no ha habido en su vida muchos días
en los que no haya trabajado, aparte de los domingos. “Cuando aprendes desde niño a trabajar, el
hábito permanece contigo”, dice4.

Las bendiciones de la perseverancia

En asuntos de empleo, lo mismo que en la mayoría de lo que tengamos que hacer en la vida, es
vital que sigamos adelante. Cuando hacemos todo lo posible, buscando guía tanto humana como
divina, y confiando en nuestro amoroso Padre Celestial, Él nos bendecirá en los resultados.

Cuando era un jovencito, el presidente Dieter F. Uchtdorf, Segundo Consejero de la Primera


Presidencia, deseaba una experiencia laboral diferente de la que tenía, que consistía en entregar
la ropa de la lavandería de sus padres; no le gustaban el carrito, la bicicleta pesada para arrastrarlo
ni el trabajo, pero trabajaba arduamente para ayudar a su familia.

Él hace el siguiente comentario con respecto a la bendición que recibió de aquella difícil
experiencia laboral:

“Años después, cuando estaba a punto de que me reclutaran en el servicio militar, opté por
alistarme en la Fuerza Aérea para ser piloto, ya que me gustaba volar y pensé que tenía aptitudes
para ello.
“Para que se me admitiera en el programa, tenía que pasar un número de pruebas, incluso un
riguroso examen físico. Los médicos se inquietaron algo por los resultados e hicieron algunas
pruebas adicionales. Después me dijeron: ‘Usted tiene cicatrices en los pulmones, lo cual indica
que tuvo una enfermedad en los primeros años de la adolescencia, pero es obvio que ahora se
encuentra bien’. Los médicos se preguntaban a qué tratamiento se me había sometido para
curarme de esa enfermedad. Yo nunca supe que padecía ningún tipo de enfermedad pulmonar
hasta ese día del examen. Entonces comprendí con claridad que el frecuente ejercicio al aire
fresco al entregar la ropa limpia había sido un factor importante para curarme de esa enfermedad.
Sin el esfuerzo adicional de pedalear aun con más energías esa bicicleta pesada todos los días y de
remolcar aquel carrito de ropa limpia de arriba abajo por las calles del pueblo, quizás nunca
hubiera sido piloto de avión de combate y, posteriormente, capitán de aviones 747 de una línea
aérea …

“Si en ese entonces hubiera sabido lo que aprendí años después, si tan sólo hubiese podido ver el
fin desde el principio, habría valorado mejor esas experiencias y eso habría aligerado mucho mi
trabajo”5.

¡A navegar!

En estos turbulentos tiempos económicos, en que parece que la marea de la oportunidad está
bajando y que los vientos y las corrientes se oponen a nuestro progreso, es esencial que
recordemos que el Señor no da mandamientos a los hijos de los hombres “sin prepararles la vía
para que cumplan lo que les ha mandado” (1 Nefi 3:7). El mandamiento de trabajar se encuentra,
sin duda, entre los que el Señor está preparado para ayudarnos a cumplir.

El desafío puede intimidar a algunas personas, como seguramente habrá intimidado a Nefi su
propio desafío al contemplar el océano que se extendía más allá del horizonte. Un jovencito que
vivía en el desierto estaba a punto de convertirse en constructor de un barco y en marino. ¡Eso sí
es un cambio de profesión! Pero Nefi pidió instrucciones y se puso manos a la obra (véase 1 Nefi
17:8–11). Del mismo modo, el Señor nos bendecirá hoy si continuamos sacrificándonos y
prestando servicio en el reino y si nos embarcamos con fe, sabiendo que no tendremos que
navegar solos.

Recursos de empleo de la Iglesia

 •

Hable con el especialista de empleos del barrio o de la rama, quien le dará referencias en cuanto
a oportunidades de trabajo, le capacitará en técnicas para buscar empleo, le proporcionará guía
vocacional o le recomendará los recursos disponibles en la localidad.

 •
La Iglesia tiene Centros de Servicio de recursos de empleo por todo el mundo. Para encontrar uno
que le sea accesible, hable con los líderes del sacerdocio de su barrio o rama o visite el sitio
www.providentliving.org.

 •

Consulte www.providentliving.org parar ideas de búsqueda o capacitación de empleos en lo que


se refiere a entrevistas, la preparación del currículo y las redes laborales (disponible en inglés
solamente).

Así como el marino mantiene la vista en el horizonte para prever los cambios del tiempo, el
mantenerse al día con su carrera u oficio les permitirá distinguir las condiciones cambiantes de su
trabajo y hacer las correcciones necesarias en el curso que hayan tomado.

Fondo e ilustraciones por Doug Fakkel; ilustraciones fotográficas por Welden C. Andersen, excepto
donde se indique.

Nadie tiene porqué navegar solo en las turbulentas aguas de la búsqueda de empleo. Además de
los líderes locales, hay especialistas, como éstos del Centro de recursos de empleo de la ciudad de
México, que proporcionan una guía invalorable.

Como los navegantes a punto de entrar en aguas desconocidas, los que se preparen para entrar en
el campo laboral deben tener la prudencia de procurar el consejo de aquellos que ya hayan
pasado por esa experiencia.

LIAHONA DICIEMBRE 2009

Para ser autosuficientes


L. Tom Perry

Assistant to the Quorum of the Twelve Apostles

“El principio de la autosuficiencia es tanto espiritual como temporal. No es un plan para el fin del
mundo; es un plan que debemos practicar todos los días de la vida.”

Después de andar por el desierto durante ocho años, Lehi y su familia llegaron a una tierra que
llamaron Abundancia por sus muchos frutos y miel silvestre. Llegaron a un gran mar y se
regocijaron en el Señor porque los había preservado. Tras haber estado en la tierra de Abundancia
muchos días, el Señor habló a Nefi y le dijo: “Levántate y sube al monte” (1 Nefi 17:7).
Nefi obedeció al Señor; subió al monte y oró. Y el Señor dijo a Nefi: “Construirás un barco, según la
manera que yo te mostrare, para que yo pueda llevar a tu pueblo a través de estas aguas” (1 Nefi
17:8).

Entonces, Nefi le pregunto al Señor, “¿dónde iré para encontrar el metal para fundir, a fin de que
yo pueda hacer las herramientas para construir el barco, según el modo que tu me has
mostrado?” (1 Nefi 17:9).

El Señor dijo a Nefi adonde debía ir para hallar el metal, y luego le dejó para que actuara por su
cuenta. En el capítulo 17 de 1 Nefi leemos:

“Y sucedió que yo, Nefi, hice unos fuelles con pieles de animales para avivar el fuego; y después
que hube hecho los fuelles que necesitaba para avivar la llama, golpee dos piedras, la una contra
la otra, para producir fuego … Y sucedió que hice herramientas con el metal que fundí de la roca”.

Ese es uno de los relatos mas interesantes que tenemos en las Escrituras porque menciona una
ocasión en la que el Señor brindó Su ayuda, pero luego se hizo a un lado para permitir que uno de
Sus hijos actuara por su propia iniciativa. A veces me he preguntado que habría ocurrido si Nefi
hubiera pedido al Señor las herramientas en vez del lugar donde hallar el metal para hacerlas.
Dudo de que el Señor hubiera accedido a esa petición. El Señor sabia que Nefi podía hacerlas, y el
Señor rara vez hará por nosotros lo que nosotros mismos podemos hacer.

El Señor si nos ayuda cuando acudimos a El en los momentos de necesidad, sobre todo cuando
somos dedicados a Su obra y hacemos Su voluntad. Pero el Señor s610 ayuda a los que están
dispuestos a ayudarse a si mismos. El espera que Sus hijos sean todo lo autosuficientes que
puedan ser.

Brigham Young dijo a los santos: “En lugar de buscar lo que el Señor hará por nosotros,
averigüemos lo que podemos hacer por nosotros mismos” (Journal of Discourses, 9, pág. 172).

La independencia y la autosuficiencia son indispensables para nuestro progreso espiritual y


temporal. Cada vez que nos pongamos en situaciones que amenacen nuestra autosuficiencia,
descubriremos que también amenazaran nuestra libertad. Si aumentamos nuestra dependencia
en algo o alguien que no sea el Señor, hallaremos una inmediata disminución en nuestra libertad
de actuar. Como lo dijo el presidente Heber J. Grant: “Nada destruye mas la individualidad de un
hombre, una mujer o un niño que el no ser autosuficientes” (Relief Society Magazine, oct. 1937).

Nunca antes en mi vida me han parecido mas necesarias la enseñanza y la practica de la


autosuficiencia para el beneficio de los santos. Vivimos en tiempos de cambios súbitos. Gobiernos
que surgen y caen. Industrias que prosperan y que poco después fracasan. Nuevos
descubrimientos científicos que pronto son desplazados por otros mas nuevos. Si no aumentamos
constantemente nuestro entendimiento y nuestra visión, nosotros también nos quedaremos atrás.
La investigación nos dice que las personas que entran hoy en el campo laboral se verán obligadas a
buscar de tres a cinco ocupaciones distintas antes de jubilarse.
¿Que debemos hacer para ser mas autosuficientes ?

Mis padres establecieron una tradición en la familia que me divertía de niño y que ha adquirido
mayor significado para mi con el paso de los años. En el primer cumpleaños de cada hijo, la familia
se reunía en el salón, en el centro del cual mis padres ponían varias cosas para que el pequeño
escogiera. La selección quizá indicaría el interés que el chico tendría en la vida. Los artículos eran
la Biblia, un biberón lleno de leche, un juguete y una alcancía llena de monedas. Se colocaba al
niño a un lado del salón y la familia se situaba al otro lado. Entonces se instaba al niño a gatear
hacia los objetos y escoger. Eso era todo en broma, desde luego.

Me han dicho que yo escogí la alcancía, e hice de las finanzas mi profesión. Vi a mi hermano Ted
escoger las Escrituras, y el siguió la carrera de derecho; pero siempre se ha basado en las
Escrituras para hacer sus fallos. Mi hermano menor Bob ha sido el de los intereses mas bien
redondeados. Tras llegar gateando, se sentó en la Biblia, se llevó el biberón a la boca, luego tomó
el juguete con una mano y, con la otra, tomó la alcancía.

En esa entretenida actividad familiar, pienso que podemos hallar los principios fundamentales de
la autosuficiencia. Primero, las Escrituras representan nuestra necesidad de alimentarnos
espiritualmente. En las Escrituras el Señor revela a Sus hijos Su voluntad. Desde el principio del
tiempo, El ha mandado a Sus profetas registrar lo que les ha hecho saber para el beneficio de Sus
hijos. Las Santas Escrituras contienen valores eternos; son el fundamento sólido sobre el cual
podemos edificar una feliz vida mortal. Nos volvemos mas autosuficientes cuando estudiamos las
Santas Escrituras, las cuales enseñan los principios que nos brindan un centro divino en esta vida
terrenal.

Debe consolarnos el que tengamos como guía el mejor texto que se ha escrito o que jamas se
escribirá. Podemos buscar 2 Reyes, capitulo cinco, y aprender de la obediencia. Podemos estudiar
la vida de Job y aprender de la integridad. El discurso del rey Benjamin en Mosíah nos enseña de la
laboriosidad. La vida de José, Génesis, capitulo 39, nos indica lo que debemos hacer cuando
nuestra norma de moralidad se pone a prueba.

Esos son s610 unos pocos ejemplos de las lecciones que podemos aprender de las Santas
Escrituras; son lecciones que han soportado la prueba del tiempo. Nuestro cometido es hacerlas
cobrar vida en el alma y la mente de nuestros hijos al asumir el deber de enseñarles.

Segundo, el biberón lleno de leche simboliza la necesidad de alimentar el cuerpo físico. El Plan de
Bienestar, utilizando un circulo dividido en sectores, nos ha enseñado a definir los aspectos
esenciales de la autosuficiencia temporal, los cuales son: los estudios seculares, la salud física, la
ocupación, el almacenamiento en el hogar, la administración de los recursos, y la fortaleza social,
emocional y espiritual.

Este verano mi esposa y yo tuvimos la oportunidad de conversar con un hermano octogenario,


que ha atendido a todos esos aspectos en su vida; nació en un pueblo pequeño de Idaho, y
trabajaba largas horas en el campo para pagarse los estudios. Dedicó su vida profesional a enseñar
ingles y español en una pequeña escuela secundaria. A fin de ahorrar para la misión y la educación
de sus varios hijos, se dedicó a cultivar fresas y frambuesas, las que vendía a los mercados locales.
En ese trabajo se ocupaba los veranos.

A causa de que el cultivo de esas frutas exige mucho trabajo, pocas personas las cultivaban. Pero
la demanda de esas bayas era grande, por lo que sabia que vendería todas las que produjera. No
satisfecho con la producción que conseguía, comenzó a estudiar otras variedades de arbustos para
hallar los que producían mas. Su huerto era literalmente un campo de cultivo experimental de
diversos arbustos para descubrir los que producirían los frutos mas dulces y mas abundantes en
ese clima en particular. Con sus esfuerzos, logró una mayor producción. Ese trabajo le hizo
conservar la salud. El campo de bayas significaba un empleo automático para sus hijos todos los
veranos; a cambio de la fruta que llevaban al mercado recibían no sólo dinero en efectivo sino
también otros productos para usar en casa. Administrando sabiamente sus recursos, se construyó
una bonita casa a la vez que satisfacía las necesidades de su familia.

Este hermano se complacía en el plan del Señor de multiplicar y henchir la tierra, lo cual le brindó
fortaleza social, emocional y espiritual. Ya jubilado de su labor docente, sigue cultivando sus bayas,
no por dinero sino por satisfacción. Seis mañanas a la semana, durante la temporada de la siega,
se le ve al frente de una caravana de diez a doce vehículos salir de la ciudad en dirección al campo
de cultivo. Van allí familias a recolectar los frutos para su propio almacenamiento. Le pregunte
cuanto cobraba por caja si uno mismo recolectaba los frutos, y me contestó: “No lo se. Me doy por
pagado al ver la expresión de alegría de la gente al salir del campo llevando los frutos de su trabajo
en los brazos”.

Sin duda hay miles de formas en que las familias pueden volverse autosuficientes trabajando
juntas en actividades fructíferas. Quizá de una buena conversación de noche de hogar surjan ideas
para lograr que la familia sea temporalmente mas autosuficiente .

Tercero, el juguete que mencione al principio representa la adquisición de cosas del mundo. Nos
bombardean en la actualidad convincentes anuncios que nos dicen “compre ahora y pague
después” en, según afirman, “cómodos pagos mensuales”. Vivimos en un mundo impaciente
donde todo el mundo lo desea todo al instante. La adquisición de bienes materiales parece
fomentar el apetito de tener mas en lugar de constituir una satisfacción duradera.

El usar nuestros recursos y bienes con prudencia, así como el extender su durabilidad, nos servirá
para ser mas autosuficientes. Hace poco vi a una familia que se mudaba de casa y me llamó la
atención ver que sacaban unas cajas con unos rótulos que decían “ropa de niña de 2 años”, “ropa
de niña de 3 años”, y así sucesivamente. Es evidente que esa familia tenia un bien concebido plan
para utilizar de la mejor forma la ropa que habían comprado.

Vivimos en un mundo bendecido con gran abundancia. Tomemos las medidas indispensables para
que los bienes y los recursos con que seamos bendecidos nunca sean desperdiciados .
Por ultimo, el cuarto articulo, la alcancía, que es símbolo de nuestro bienestar económico. Aprendí
una gran lección al comenzar a trabajar en el mundo de los negocios. Un día. mi jefe me llamó a su
despacho y me dijo: “Déme una definición de lo que es el interés”. Desde luego, recordé lo que
había aprendido en la universidad y le di una definición de ello de un libro de texto. El me dijo:
“No, no, no, eso no es lo que quiero. Escuche y recuerde esta otra: ‘Los que comprenden el interés
… lo ganan; los que no lo comprenden … lo pagan’”.

Y no hay que ser un genio para comprender que para ganar intereses, primero hay que tener unos
ahorros. Para tener ahorros y seguir al mismo tiempo aumentando el nivel de vida, hay que
comprender una sencilla practica y en seguida aplicarla religiosamente. Después de pagar el
diezmo al Señor, pagaos vosotros mismos una cantidad predeterminada y ponedla en vuestros
ahorros. El saldo es para los impuestos, la comida, la ropa, la vivienda, el transporte, etc. Me
sorprende que tantas personas trabajen toda su vida para pagar al supermercado, al dueño de la
casa, a la compañía de electricidad, al vendedor de automóviles y al banco, y, no obstante,
estimen en tan poco su propio trabajo que no se pagan nada a si mismas.

Sed prudentes, sabios y moderados en vuestros planes de inversión. Si constante y regularmente


añadís a vuestras inversiones, juntareis vuestros fondos de emergencia y de jubilación, los cuales
os servirán para progresar y para ser autosuficientes.

El principio de la autosuficiencia es tanto espiritual como temporal. No es un plan para el fin del
mundo; es un plan que debemos practicar todos los días de la vida. Que sigamos aferrándonos
firmemente a las verdades eternas de la autosuficiencia, es mi oración en el nombre de Jesucristo.
Amen.

LIAHONA OCTUBRE 1991


Dos principios para cualquier economía
Dieter F. Uchtdorf

Segundo Consejero de la Primera Presidencia

A menudo, es en la prueba de la adversidad donde aprendemos las lecciones más importantes que
moldean nuestro carácter y forjan nuestro destino.

Al visitar a los miembros de la Iglesia por el mundo, y por medio de los canales establecidos del
sacerdocio, recibimos información directa en cuanto a las condiciones y los desafíos de nuestros
miembros. Durante años, muchos de nuestros miembros se han visto afectados por desastres
mundiales, tanto naturales como los causados por el hombre. Además, estamos al tanto de que las
familias han tenido que apretarse el cinturón y están preocupadas por superar esta época de
retos.

Hermanos, en verdad nos sentimos muy cerca de ustedes; les amamos y oramos siempre por
ustedes. He visto suficientes altibajos a lo largo de mi vida para saber que el frío invierno de
seguro dará paso a la calidez y a la esperanza de una nueva primavera. Soy optimista en cuanto al
futuro. Hermanos, por nuestra parte, debemos permanecer firmes en la esperanza, trabajar con
toda nuestra fuerza y confiar en Dios.

Últimamente he pensado en una época de mi vida en la que el peso de la angustia y la


preocupación de un futuro incierto parecían estar siempre presentes. Tenía 11 años y vivía con mi
familia en el ático de una granja cerca de Francfort, Alemania. Éramos refugiados por segunda vez
en un periodo de unos cuantos años, y estábamos luchando por establecernos en un nuevo lugar
lejos de nuestra casa anterior. Podría decir que éramos pobres, pero me quedaría corto. Todos
dormíamos en un cuarto tan pequeño que apenas había espacio para caminar entre las camas. En
el otro cuartito teníamos algunos muebles sencillos y una estufa que mi madre usaba para cocinar.
Para ir de un cuarto al otro, teníamos que pasar por un lugar de almacenamiento donde el dueño
guardaba su equipo y herramientas, así como una variedad de carnes y embutidos que colgaban
del techo. El aroma siempre me despertaba mucha hambre. No teníamos un cuarto de baño, pero
sí una letrina al bajar las escaleras y a unos 15 metros de distancia, aunque parecía estar mucho
más lejos durante el invierno.

Por mi condición de refugiado, y debido a mi acento alemán oriental, los demás niños solían
burlarse de mí y me decían palabras que herían profundamente. De todas las épocas de mi
juventud, pienso que ésa fue probablemente la más desalentadora.

Ahora, varias décadas después, contemplo esos días a través del sereno filtro de la experiencia.
Aunque aún recuerdo el dolor y la desesperación, ahora logro percatarme de lo que no podía ver
en ese entonces: ése fue un periodo de gran progreso personal. Durante ese tiempo nuestra
familia se unió más; observaba y aprendía de mis padres; y admiraba su determinación y
optimismo. De ellos aprendí que la adversidad, cuando se afronta con fe, valor y tenacidad, se
puede superar.

Sabiendo que algunos de ustedes están pasando por sus propios periodos de angustia y
desesperación, deseo hablarles hoy sobre dos importantes principios que me sostuvieron durante
ese periodo de formación de mi vida.

El primer principio: Trabajar

Hasta el día de hoy, me siento profundamente impresionado por la forma en que mi familia
trabajó ¡tras haberlo perdido todo después de la Segunda Guerra Mundial! Recuerdo a mi padre,
empleado público, tanto por estudios como por experiencia, que desempeñó varios trabajos
difíciles como minero de carbón, minero de uranio, mecánico y conductor de camiones, entre
otros. Salía temprano por la mañana y a menudo regresaba tarde por la noche para sostener a
nuestra familia. Mi madre empezó una lavandería y trabajaba incontables horas en labores
precarias. Ella nos sumó a mi hermana y a mí al negocio, y me convertí en el servicio de
recolección y entrega con mi bicicleta. Me sentía bien al ayudar a la familia en algo pequeño y,
aunque no lo supe en ese entonces, el esfuerzo físico fue una bendición también para mi salud.

No fue fácil, pero el trabajo evitó que pensáramos demasiado en las dificultades de nuestras
circunstancias. Aunque nuestra condición no cambió de la noche a la mañana, sí cambió. Eso es lo
que tiene el trabajo: Si perseveramos en él, firmes y constantes, las cosas seguramente mejorarán.

¡Cuánto admiro a los hombres, las mujeres y los niños que saben trabajar! ¡Cuánto ama el Señor al
trabajador! Él dijo: “con el sudor de tu rostro comerás el pan”1, y “…el obrero es digno de su
salario”2. También hizo esta promesa: “…mete tu hoz con toda tu alma, y tus pecados te son
perdonados”3. Aquellos que no tienen miedo de recogerse las mangas y de consagrarse al logro de
metas dignas son una bendición para su familia, la comunidad, la nación y la Iglesia.

El Señor no espera que trabajemos más duro de lo que podamos. Él no compara nuestro esfuerzo
con el de los demás, ni tampoco nosotros debemos hacerlo. Nuestro Padre Celestial sólo nos pide
que demos lo mejor de nosotros, que trabajemos con toda nuestra capacidad, sin importar cuán
grande o pequeña sea.

El trabajo es un antídoto para la ansiedad, un bálsamo para las penas y un portal hacia las
posibilidades. Sin importar nuestras circunstancias, mis queridos hermanos, esforcémonos lo
mejor que podamos y cultivemos una reputación de excelencia en todo lo que hagamos.
Centremos nuestra mente y nuestro cuerpo en la gloriosa oportunidad de trabajar que se nos
presenta cada día.

Cuando nuestro carromato se atasque en el lodo, es más probable que Dios ayude al hombre que
salga a empujar que al que sólo eleve la voz de súplica, sin importar cuán elocuente sea la plegaria.
El presidente Thomas S. Monson lo dijo así: “No basta tener el deseo de hacer un esfuerzo y decir
que lo intentaremos… La forma de lograr nuestras metas está en el hacer y no sólo en el pensar. Si
constantemente postergamos nuestras metas, nunca las veremos realizadas”4.

El trabajo puede ser ennoblecedor y gratificante, pero recuerden que Jacob nos advierte que no
“[gastemos nuestro] trabajo en lo que no puede satisfacer”5. Si nos entregamos a la búsqueda de
riquezas mundanales y del esplendor del reconocimiento público a expensas de nuestra familia y
nuestro progreso espiritual, pronto descubriremos que hemos hecho un canje insensato. El trabajo
recto que hagamos entre los muros de nuestro hogar es sumamente sagrado; sus beneficios son
de naturaleza eterna; no se puede delegar; es el fundamento de nuestra labor como poseedores
del sacerdocio.

Recuerden que sólo somos transeúntes en este mundo. No consagremos los talentos y la energía
que Dios nos ha dado simplemente para forjar ataduras terrenales sino, más bien, empleemos
nuestros días en el desarrollo de alas espirituales, pues como hijos del Más Alto Dios, fuimos
creados para volar hacia nuevos horizontes.

Ahora, una palabra para los que somos mayores: La jubilación no es parte del plan de felicidad del
Señor. No existe un programa sabático o de jubilación de las responsabilidades del sacerdocio, sin
importar la edad ni la capacidad física. A pesar de que la frase “ya lo he hecho” funciona como
excusa para escabullirse de la actividad del patinaje, rehusar la invitación para un paseo en
motocicleta, o evitar la salsa picante de un restaurante, no es una excusa aceptable para evadir las
responsabilidades convenidas de consagrar nuestro tiempo, talentos y recursos en la obra del
reino de Dios.

Quizás haya quienes, después de muchos años de servicio, piensen que se merecen un periodo de
descanso mientras otros llevan la carga. Con franqueza, hermanos, esa manera de pensar no es
digna de un discípulo de Cristo. Gran parte de nuestra obra en la tierra consiste en perseverar
gozosamente hasta el fin, todos los días de nuestra vida.

Ahora, una palabra también para los poseedores jóvenes del Sacerdocio de Melquisedec que están
procurando alcanzar sus nobles metas de obtener una carrera y hallar a una compañera eterna.
Ésas son las metas correctas, mis hermanos, pero recuerden: el trabajar diligentemente en la viña
del Señor mejorará enormemente su currículo y aumentará sus probabilidades de éxito en esos
dos dignos cometidos.

Tanto para el diácono más joven como para el sumo sacerdote más anciano, ¡hay trabajo que
hacer!

El segundo principio: Aprender

Durante las difíciles condiciones económicas de la Alemania de postguerra, las oportunidades de


estudio no abundaban tanto como hoy. Pero pese a las limitadas opciones, siempre sentí gran
inquietud por aprender. Recuerdo que un día, cuando iba en mi bicicleta a entregar ropa de la
lavandería, entré en la casa de un compañero de clases. En uno de los cuartos había dos
escritorios pequeños acomodados contra la pared. ¡Qué hermosa vista! Qué afortunados eran
esos niños por tener sus propios escritorios. Me los imaginaba sentados con los libros abiertos
estudiando sus lecciones y haciendo sus tareas. Me parecía que tener mi propio escritorio sería lo
más maravilloso del mundo.

Tuve que esperar un largo tiempo antes de cumplir mi deseo. Años más tarde, conseguí trabajo en
una institución de investigación que contaba con una amplia biblioteca. Me acuerdo que pasaba
gran parte de mi tiempo libre en esa biblioteca. Allí finalmente podía sentarme solo frente a un
escritorio y absorber la información y el conocimiento que aportaban los libros. ¡Me encantaba
leer y aprender! Por esos días comprendí por experiencia propia las palabras de un viejo adagio:
“La educación no tiene tanto que ver con llenar un cubo, como con encender un fuego”.

Para los miembros de la Iglesia, la educación no es simplemente una buena idea, sino un
mandamiento. Hemos de aprender “de cosas tanto en el cielo como en la tierra, y debajo de la
tierra; cosas que han sido, que son y que pronto han de acontecer; cosas que existen en el país,
cosas que existen en el extranjero”6.

A José Smith le encantaba aprender pese a que tuvo pocas oportunidades de educación formal. En
sus diarios hablaba felizmente de los días que dedicaba al estudio y con frecuencia expresaba su
aprecio por el aprendizaje7.

José enseñó a los santos que el conocimiento es una parte necesaria de nuestra jornada terrenal,
porque “el hombre no puede ser salvo sino al paso que adquiera conocimiento”8, y “cualquier
principio de inteligencia que logremos en esta vida se levantará con nosotros en la resurrección”9.
Durante épocas difíciles, es aún más importante aprender. El profeta José enseñó: “El
conocimiento disipa las tinieblas, la [ansiedad] y la duda, porque éstas no pueden existir donde
hay conocimiento”10.

Hermanos, tienen el deber de aprender tanto como les sea posible. Tengan a bien motivar a su
familia, a los miembros del quórum y a todos a aprender y a obtener más estudios. Si no disponen
de educación formal, no permitan que eso les impida adquirir todo el conocimiento posible. Bajo
tales circunstancias, los mejores libros, en cierto sentido, pueden convertirse en su “universidad”,
un salón de clases siempre abierto que admite a todos los que se presenten. Esfuércense por
aumentar su conocimiento de todo lo “virtuoso, o bello, o de buena reputación, o digno de
alabanza”11. Busquen conocimiento “tanto por el estudio como por la fe”12. Busquen con un
espíritu humilde y un corazón contrito13. El aplicar el aspecto espiritual de la fe a su estudio,
incluso de cosas temporales, les permitirá ampliar su capacidad intelectual porque “si vuestra mira
está puesta únicamente en [la] gloria [de Dios], vuestro cuerpo entero será lleno de luz… [el cual]
comprende todas las cosas”14.

En nuestro aprendizaje, no subestimemos la fuente de la revelación. Las Escrituras y las palabras


de los apóstoles y profetas modernos son fuentes de sabiduría, de conocimiento divino y de
revelación personal para ayudarnos a hallar respuestas a todos los retos de la vida. Aprendamos
de Cristo; busquemos ese conocimiento que lleva a la paz, a la verdad y a los sublimes misterios de
la eternidad15.

Conclusión

Hermanos, pienso en ese niño de 11 años en Francfort, Alemania, que se preocupaba por su
futuro y sentía el aguijón perdurable de las palabras hirientes. Recuerdo esa época con cierta
tristeza y a la vez con ternura. Aunque no me complacería revivir esos días de pruebas y
problemas, no dudo que las lecciones que aprendí fueron necesarias para prepararme para
oportunidades futuras. En la actualidad, muchos años después, sostengo con certeza que a
menudo es en la prueba de la adversidad donde aprendemos las lecciones más importantes que
moldean nuestro carácter y forjan nuestro destino.

Ruego que en los meses y en los años venideros llenemos nuestras horas y días de trabajo
honrado. Ruego que procuremos aprender y mejorar nuestra mente y corazón al beber en
abundancia de las fuentes puras de la verdad. Les dejo mi amor y bendiciones en el nombre de
Jesucristo. Amén.

LIAHONA NOVIEMBRE 2009

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