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MORAL DE LA SEXUALIDAD

LA VIDA EN CRISTO III


LUX MUNDI
82

LA VIDA EN CRISTO
La ley del Espíritu que da vida en Cristo nos ha liberado de la ley del pecado y de
la muerte (cf. Rom 8, 2). Al aceptar por la fe al Mesías Jesús, pasamos de la
muerte a la vida (cf. 5, 24). El comportamiento de los seguidores del Señor pue-
de definirse como una «vida nueva» que tiene a Cristo como maestro y modelo,
como consujeto y como premio. Esa es la clave de toda la moral cristiana.

I. Moral fundamental. La vida según el Espíritu


II. Moral religiosa. La vida ante Dios
III. Moral de la sexualidad. La vida en el amor
IV. Bioética. La fuente de la vida
V. Moral social. La vida en comunidad
JOSÉ-ROMÁN FLECHA ANDRÉS

MORAL
DE LA SEXUALIDAD
La vida en el amor

EDICIONES SÍGUEME
SALAMANCA
2005
¡Habéis sido comprados a buen precio!
Glorificad a Dios en vuestro cuerpo.
San Pablo, 1 Cor 6, 20

Quien no sabe orar no sabrá ser casto.


San Juan de Ávila, Sermón sobre la Samaritana
(Viernes de la III semana de Cuaresma)

Cubierta diseñada por Christian Hugo Martín

© Ediciones Sígueme S.A.U., 2005


C/ García Tejado, 23-27 - E-37007 Salamanca / España
Tlf.: (34) 923 218 203 - Fax: (34) 923 270 563
e-mail: ediciones@sigueme.es
www.sigueme.es

ISBN: 84-301-1548-X
Depósito legal: S.
Fotocomposición Rico Adrados S.L., Burgos
Impreso en España / Unión Europea
Imprime: Gráficas Varona S.A.
Polígono El Montalvo, Salamanca 2005
CONTENIDO

Presentación ................................................................................... 9
Bibliografía general ....................................................................... 11
Siglas y abreviaturas ...................................................................... 14

I
DIGNIDAD DE LA PERSONA

1. ¿Por qué hablar de la persona? ................................................ 19


2. ¿Es posible creer en la persona? ............................................. 31

II
MORAL GENERAL DE LA SEXUALIDAD

3. Antropología de la sexualidad ................................................ 45


4. Relación y pudor ..................................................................... 57
5. ¿Por qué someter el sexo a normas? ....................................... 69
6. La sexualidad en la vida de Israel ........................................... 85
7. Novedad de la vida cristiana ................................................... 101
8. La sexualidad en la teología patrística .................................... 117
9. Doctrina de la Iglesia .............................................................. 131
10. El cuerpo ................................................................................. 147
11. El placer .................................................................................. 165
12. El amor .................................................................................... 181
13. Responsabilidad de la fecundidad .......................................... 203

III
SEXUALIDAD Y VOCACIONES HUMANAS

14. Vocación al matrimonio ........................................................... 219


15. Vocación al celibato ................................................................. 239
8 Contenido

IV
MORAL SEXUAL ESPECÍFICA

16. Autoerotismo y masturbación ................................................. 261


17. Homoerotismo y homosexualidad .......................................... 277
18. Relaciones extraconyugales .................................................... 301
19. Procreación responsable ......................................................... 325
20. Educación del amor y la sexualidad ....................................... 347

Índice general ................................................................................. 357


PRESENTACIÓN

En una obra precedente, titulada La vida en Cristo, hemos presen-


tado los fundamentos de la moral cristiana. La fe que nos ha sido otor-
gada como don ha de ser vivida como tarea.
La moral, en efecto, es la traducción práctica de esa fe. La acepta-
ción de Cristo como Señor y Salvador ha de manifestarse en los diver-
sos ambientes en los que desarrollan su vida los cristianos. Y, por su-
puesto, ha de impregnar las decisiones que toman o dejan de tomar
con relación a los valores que van configurando el itinerario de su
existencia. Ahora bien, uno de los valores más importantes es precisa-
mente el amor. Del amor nacemos y para el amor hemos de vivir.
Sabemos que la palabra amor nos remite a múltiples experiencias.
Entre todas ellas, el puesto del primer analogado lo ocupa el amor es-
ponsal. El amor esponsal se manifiesta y realiza en la dimensión se-
xual del encuentro interpersonal.
Por otra parte, tanto la experiencia cuanto la reflexión filosófica y
la revelación cristiana nos advierten de que la sexualidad no puede ser
reducida al ámbito de la genitalidad. La vivencia de la sexualidad im-
pregna todas las dimensiones de la existencia humana. Y la vivencia
de esa existencia en clave de amor la transforma y la plenifica.

A la hora de intentar una reflexión cristiana sobre la sexualidad y el


amor hemos de volver nuestros ojos a las fuentes de nuestra tradición
religiosa. Los escritos bíblicos y patrísticos nos ofrecen unas preciosas
intuiciones. Aunque situadas en ambientes culturales bastante remotos,
continúan señalando para nosotros el ideal de una sexualidad humana
vivida en plenitud e iluminada por la fe. Junto a aquellos antiguos tes-
tigos, habrá que evocar el magisterio de los grandes teólogos cristianos
y las orientaciones del más reciente magisterio de la Iglesia católica.
Estas reflexiones desearían subrayar en todo tiempo la vocación
humana a la «integridad e integralidad del don personal». Con esa fra-
se que ha presidido durante muchos años nuestros apuntes de clase,
queremos evocar el tono positivo con que el Catecismo de la Iglesia
10 Presentación

católica (n. 2337) aborda el tema de la sexualidad. En ese texto se se-


ñalan expresamente las metas positivas que la fe descubre en esta vi-
vencia humana tan importante. La integridad de la construcción de la
persona y la integralidad del don de sí misma en el amor constituyen,
en efecto, dos notas inseparables que definen la madurez humana del
ser personal. Pero, si bien se piensa, esas dos aspiraciones configuran
también el estilo cristiano de vivir la sexualidad. En el diálogo amoro-
so, la persona vive su total dimensión psico-somático-social, y realiza
la totalidad de la entrega que Jesús nos reveló en el misterio de su
oblación por los demás.
Esa vocación al amor, manifestada en la vivencia de la sexualidad,
se realiza en la virtud de la castidad. Y esta, como las demás virtudes
morales, es percibida por el cristiano como un diálogo y cooperación
entre su voluntad humana y la gracia divina. Con razón predicaba san
Juan de Ávila que «quien no sabe orar no sabrá ser casto».

Habiendo publicado previamente en la Biblioteca de Autores Cris-


tianos un manual sobre la Moral de la persona, dirigido especialmen-
te a las facultades de teología y a los centros superiores de estudios
teológicos, pretendemos con esta nueva obra acercarnos a los muchos
laicos que reflexionan sobre estas cuestiones morales, especialmente
en los institutos de ciencias religiosas. De ahí que el estilo se haya
simplificado un tanto y se hayan evitado casi totalmente las referen-
cias a libros escritos en otras lenguas.
Esta obra, que se sitúa en el ámbito de la moral de la persona, se
articula en cuatro partes. En la primera se ofrecen precisamente unas
reflexiones básicas sobre la dignidad de la persona humana. En la se-
gunda parte, el discurso ético trata de buscar su fundamentación en la
consideración antropológica de la sexualidad y su significado huma-
no, para apelar inmediatamente después a las fuentes de la revelación
y de la tradición cristiana y afrontar por fin los valores que han de ser
tutelados. La tercera parte se detiene a reflexionar sobre lo que los an-
tiguos llamaban «moral de los estados» y nosotros preferimos descu-
brir como dos modos de vocación para la expresión del amor esponsal:
el del matrimonio y el del celibato. Por fin, en la cuarta parte se ana-
lizan algunos problemas concretos a los que habría que aplicar los
principios estudiados anteriormente, para concluir con un breve capí-
tulo sobre la educación para el amor.
Que estas páginas nos ayuden a descubrir la dignidad a la que he-
mos sido llamados en Cristo y a glorificar a Dios con la integridad de
nuestra existencia espiritual y corporal.
3
ANTROPOLOGÍA DE LA SEXUALIDAD

La tendencia sexual está en el hombre siempre dirigida hacia


un ser humano. Esta es su fuerza normal (…). La tendencia
sexual normal va encauzada hacia una persona del sexo con-
trario, y no precisamente hacia el sexo contrario mismo. Y,
precisamente porque se dirige hacia una persona, constituye
en cierta manera el terreno y el fundamento del amor.
K. Wojtyla, Amor y responsabilidad, 47s.

Una ética cristiana de la sexualidad ha de partir de un conocimien-


to suficiente de lo que significa el comportamiento sexual para la es-
pecie humana. Nos «parece evidente que la sexualidad constituye una
dimensión esencial de la conducta humana», como afirma ya en su
mismo comienzo una obra ampliamente conocida1.
Sin embargo, ese necesario conocimiento no resulta fácil. El acce-
so sereno a la comprensión de esa realidad es dificultado a veces por
las voces que la malinterpretan o por las fuerzas que la manipulan. Pe-
ro tal vez las mayores dificultades vengan precisamente de la riqueza
de significados que encierra este fenómeno humano. Por una razón u
otra, la sexualidad se nos presenta a veces como un tabú.

1. La sexualidad como tabú

Tanto en los pueblos primitivos como en las sociedades técnica-


mente más desarrolladas, la sexualidad parece pertenecer al ámbito de
las realidades más delicadas e intocables: el ámbito del tabú. Es cier-
to que cuando se hace referencia a la tabuidad de la sexualidad huma-
na, el discurso parece limitarse tan sólo a las presiones sociales que la
configuran. Con ello parece olvidarse la misma constitución antropo-

1. López Ibor, J. J., El libro de la vida sexual, Barcelona 21973, 5.


46 Moral general de la sexualidad

lógica de la sexualidad humana. La observación sociológica sustituye


con frecuencia a una reflexión antropológica más profunda.

a) Entre el reto y el veto

Es cierto que la sexualidad puede constituir, y constituye con fre-


cuencia, un tabú sociológico. Pertenece, en efecto, al campo de las rea-
lidades personales y sociales que parecen haber sido declaradas into-
cables por las autoridades sociales o por el mismo grupo social. Sobre
ese tema ya disertó S. Freud al referirse a la hipótesis de la horda ori-
ginal y el despotismo patriarcal que se desarrolla en el estadio de la ci-
vilización primitiva, es decir, en la sociedad formada por los hermanos
y los parientes del mismo clan2.
En esta línea de hipótesis, parecería que quienes detentan el poder
tratan de silenciar tanto las apetencias de la sexualidad como el dis-
curso sobre ella, con el fin de seguir manteniendo un mayor dominio
sobre el grupo, ya sea por vía de represión, ya sea por el camino de
una culpabilización que a su vez genera un mayor sometimiento. La li-
beración sociopolítica requeriría previamente la liberación sexual de
las masas.
Este razonamiento, tan difundido por Wilhelm Reich, pareció se-
ducir a muchos hace unos años. Pero la experiencia nos invita a des-
confiar de él. De hecho, también una pretendida «liberación» sexual
puede ser utilizada como medio de intoxicación de la opinión pública
y, a la larga, como una nueva estrategia de dominio.
Reducir la tabuidad de la sexualidad humana a esta dinámica so-
ciopolítica nos lleva a perder de vista el aspecto más nuclear del pro-
blema. Por otra parte, al obrar así se corre el riesgo de limitarse sim-
plemente a cambiar de lugar el objeto del tabú. De pronto, lo que
parecía intocable puede ser prescrito por la moda. Y lo que se critica
hoy puede ser lo que ayer se alababa3.
A veces se ha dicho que los pueblos primitivos no miraban la sexua-
lidad como un tabú. No es cierto. Completando y a la vez corrigiendo a
Freud, señalaba Jung que hasta «las poblaciones más primitivas tienen
ya a menudo una reglamentación sexual extraordinariamente severa».

2. Cf. Freud, S., Moisés y el monoteísmo; Marcuse, H., Eros y civilización, Barce-
lona 2003, cap. III, así como Reich, W., La revolución sexual I/IV, Barcelona 1994; cf.
Gatti, G., La sessualità come pulsione y Carattere evolutivo della sessualità, en Mora-
le sessuale, educazione dell’amore, Torino 31994, 59-66 y 67-82, respectivamente.
3. López Azpitarte, E., La dimensión social de la sexualidad: EE 56 (1981) 1237-
1252.
Antropología de la sexualidad 47

Según él, «esto prueba que la moral sexual constituye, en el seno de las
funciones psíquicas superiores, un factor que no se debe subestimar»4.

b) Entre el amor y la muerte

La realidad es, por tanto, muy compleja. La sexualidad constituye,


en efecto, un tabú antropológico, antes que social. El ser humano pre-
tende dominar las claves y la dirección de su propia existencia. En al-
gunas ocasiones esa voluntad aparece como irremediablemente media-
tizada y hasta frustrada. Hay ámbitos de su vida a los que la persona
parece que no puede asomarse con toda libertad.
Eso ocurre sobre todo ante el acontecimiento de la muerte. El ser
humano pretende dominar su vida. Pero la muerte lo sobrepasa: lo tras-
ciende. En consecuencia, la muerte es instintivamente asociada al reino
de la divinidad: es numinizada. Lo único que al hombre le queda es pe-
dir la gracia de tener «una buena muerte». Al final, es ella la que gana
la partida, como en la película El séptimo sello, de Ingmar Bergmann.
Así que con el fin de domesticar a la muerte, los humanos intentan
«representarla». En la película citada, los cómicos eran los únicos que
sobrevivían a la gran mortandad. Ya se sabe que la representación es
una forma de catarsis. La muerte se convierte entonces en espectácu-
lo, en broma o en canción. De esa forma parecen los seres humanos
querer exorcizar su presencia temerosa.
Volvamos al objeto de nuestra reflexión. Algo parecido ocurre con
el fenómeno de la sexualidad humana. También ante ella el ser huma-
no se percibe como arrastrado por algo que lo trasciende. De ahí que
también la sexualidad sea asociada al mundo de la divinidad. Pero el
ser humano no parece resignarse al fatalismo. También en este caso se
realiza un intento de asimilación y domesticación de la sexualidad
que, de nuevo, recurre a la representación, la broma y el chiste. La se-
xualidad se convierte en espectáculo.
En resumen, la tabuidad de la sexualidad, aunque sea impuesta por
las «autoridades» –sean éstas políticas o de opinión–, se nos muestra
como profundamente enraizada en la vivencia humana. Tal caracterís-
tica, tal profunda vivencia, no puede ser eliminada. Lo más sabio será
que la persona trate de integrarla en su propio proceso de maduración
personal y de encuentro interpersonal.
Para ello habrá de intentar penetrar en su misterio. También este
aspecto ha llegado a ser un tópico en la literatura relativa a este tema:

4. Jung, C. G., Los complejos y el inconsciente, Madrid 1974, 249.


48 Moral general de la sexualidad

Fundamentalmente, la sexualidad sigue siendo un misterio; no porque


no se hayan descubierto los fenómenos relativos a este problema, sino
porque todavía no se ha captado bien el significado profundo que la se-
xualidad asume en el hombre5.

Evidentemente, hay quien le niega todo significado. Pero no es fá-


cil. Nuestra conciencia se escandaliza cuando la sexualidad se trivia-
liza hasta el punto de convertirse en mercadería o en medio de viola-
ción de la dignidad humana. Nos duele. Eso significa que, en lo más
íntimo de nosotros mismos, seguimos concediéndole a la sexualidad
un significado humano.

2. Significado humano de la sexualidad

El ser humano es un ser sexuado. La sexualidad no es algo extrín-


seco a la persona. Pertenece a su misma constitución. No existe perso-
na si no es persona sexuada. Así que no es la persona para la sexuali-
dad, sino la sexualidad para la persona.
Es importante subrayar ya desde el primer momento este carácter
tendencialmente personal de la sexualidad humana. A su luz es más
fácil juzgar la tendencia a «objetivar» el término de esa apetencia se-
xual que habría de ser siempre «personal», en cuanto personalizado y
personalizante.

a) Entre el instinto y la amistad

Eso quiere decir que, en el fenómeno humano, el «sexo» no puede


ser reducido al ámbito del instinto o de la pulsión. En ese caso estaría-
mos todavía en el nivel de lo biológico. En el ser humano, los impul-
sos instintivos están llenos de significado. Por eso ha habido que em-
plear palabras diversas para referirse a sus diversos niveles.
Así el eros aludiría a los aspectos psicológicos y humanos de la re-
lación interpersonal. La dinámica erótica empuja a la persona hacia el
«objeto» amado, en cuanto apetecible y deseable. La filía, en cambio,
calificaría un tipo de amor de amistad, en el que la complementarie-
dad, la compañía, la fidelidad, la mutua ayuda adquieren los puestos
preponderantes de la relación.
En una cultura griega que sólo parecía conocer esos dos planos, los
primeros predicadores cristianos acuñaron el contenido novedoso del

5 Gius, E.-Salvini, A., Sexualidad, en DSoc 1515.


Antropología de la sexualidad 49

agape. Es este un tipo de amor marcado especialmente por la nota de


una oblatividad gratuita. El agape se niega a la objetivización y perci-
be y trata al ser humano en cuanto persona6. El «ágape» tiene reso-
nancias religiosas. Este amor proviene de Dios y se muestra en las re-
laciones humanas caracterizadas por la ofrenda personal. Este amor
puede dar sentido a las dos apetencias del eros y la filía. Ambas pue-
den ser asumidas y trasformadas por el amor agápico.
«El comportamiento sexual puede comprenderse a partir de dos
clases de agentes causales: las hormonas sexuales y los hábitos adqui-
ridos a través del aprendizaje realizado por cada individuo»7. Tiene,
pues, algo de natural y algo de cultural. Si la sexualidad ha sido redu-
cida a veces a sus manifestaciones genitales, y estas a mediaciones in-
dispensables para la generación humana, la antropología personalista
considera hoy la sexualidad humana en el ámbito de la significatividad
y de la comunicación interpersonal.
Hasta el mismo magisterio de la Iglesia católica se expresa en los
últimos tiempos en términos que denotan una forma más global y per-
sonal de comprender la sexualidad. Un importante documento nos di-
ce, por ejemplo, que «la sexualidad es un elemento básico de la perso-
nalidad; un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con
los otros, de sentir, expresar y vivir el amor humano (…). La sexuali-
dad caracteriza al hombre y a la mujer no sólo en el plano físico, sino
también en el psicológico y espiritual con su impronta consiguiente en
todas sus manifestaciones»8.

b) Entre el cuerpo y el espíritu

Tanto la historia como nuestra propia experiencia nos enseñan que


la persona humana es difícilmente abarcable y comprensible en su to-
talidad y en su unitariedad:
El hombre es una sustantividad psico-orgánica, es decir un sistema in-
trínsecamente unitario y estructural de unas notas materiales que lla-
mamos cuerpo, y de una psique: es un sistema psico-orgánico9.

6. Nygren, A., Eros y Agape, Madrid 1969.


7. Cerdà, E., Una Psicología de hoy, Barcelona 1977, 239s.
8. Congregación para la educación católica, Orientaciones sobre el amor humano
(1.11.1983), 4-5.
9. Zubiri, X., Inteligencia sentiente, Madrid 1980, 213; cf. también sus escritos El
hombre y Dios, Madrid 1984, 42s y Sobre el hombre, Madrid 1986, 482; Laín Entralgo,
P., El cuerpo humano. Teoría actual, Madrid 1989, especialmente el cap. IV: «Una teo-
ría integral del cuerpo humano»; Cuerpo y alma. Estructura dinámica del cuerpo hu-
mano, Madrid 1992; Ser y conducta del hombre, Madrid 1996, 499-506; Rocchetta, C.,
50 Moral general de la sexualidad

Siendo esto así, la dificultad para comprender un fenómeno tan


complejo como la sexualidad humana origina la tentación de conside-
rar tan sólo uno de los aspectos que la configuran.
Es obvio que la sexualidad incluye un aspecto físico inevitable,
que ha de ser considerado en toda su importancia en una teoría cohe-
rente de la sexualidad humana. Es bueno que la cultura contemporá-
nea haya superado el temor a la fisicalidad, pero no está bien caer en
fáciles optimismos.
Una buena teoría de la sexualidad ha de relacionarla con todos los
niveles de la existencia humana, tanto físicos como anímicos, tanto
personales como sociales. De entre las manifestaciones más recientes
de la Iglesia que tratan de subrayar esa necesaria complementariedad,
se pueden recordar unas palabras contenidas en el documento sobre la
educación de la sexualidad humana:
La sexualidad orientada, elevada e integrada por el amor adquiere ver-
dadera calidad humana. En el cuadro del desarrollo biológico y psí-
quico crece armónicamente y sólo se realiza en sentido pleno con la
conquista de la madurez afectiva, que se manifiesta en el amor desin-
teresado y en la total donación de sí10.

Ese ideal no siempre es fácilmente alcanzable en la práctica. Pero


la comprensión antropológica de la sexualidad no debería quedar mi-
nimizada por las dificultades concretas de la vivencia de su ideal.

3. Amplitud de la sexualidad humana

Así pues, «la sexualidad es una dimensión fundamental y englo-


bante del psiquismo humano. No se deja tabicar en una función o en un
sector separados de la vida humana. He ahí una conquista irreversible
de las ciencias del hombre desde las investigaciones freudianas»11.
Por eso mismo, la excesiva identificación entre sexualidad y geni-
talidad resulta parceladora de la persona y de sus proyectos.

Hacia una teología de la corporeidad, Madrid 1993; Legrain, M., Le corps humain. Du
soupçon à l’épanouissement. Une vision réconciliée de l’âme et du corps, Paris 1992.
10. OAH 6. Cf. Hamer, J., El Magisterio y los fundamentos doctrinales de la ética
sexual: ScTh 12 (1980) 119-140; Cervantes, F., El amor y el sexo en el Magisterio de los
últimos Sumos Pontífices: Semin 24 (1984) 52-66.
11. Wattiaux, H., Vie chrétienne et sexualité, Cambrai 1980, 35.
Antropología de la sexualidad 51

a) Sexualidad y genitalidad

Una de las tareas que parecen prioritarias en el estudio de este te-


ma es la de considerar la relación entre la genitalidad y la sexualidad,
dimensiones de la persona que con frecuencia parecen presentarse en
confusión. Las investigaciones llevadas a cabo desde los tiempos de S.
Freud son determinantes:
Es necesario distinguir claramente entre los conceptos sexual y genital;
el primer concepto es más amplio e incluye muchas actividades que se
relacionan con los genitales. La vida sexual comprende la función por
la que alcanzan el placer determinadas zonas del cuerpo que, en conse-
cuencia, se ponen al servicio de la procreación. A menudo ambas fun-
ciones no coinciden del todo12.

Recogiendo el descubrimiento de tal diversidad e implicación y,


sobre todo, reafirmando la vinculación de ambas dimensiones con la
expresión afectiva de la oblación interpersonal, así se expresa el ya
mencionado documento de la Iglesia católica:
La sexualidad caracteriza al hombre y a la mujer no sólo en el plano fí-
sico, sino también en el psicológico y espiritual, con su impronta con-
siguiente en todas sus manifestaciones. Esta diversidad, aneja a la com-
plementariedad de los dos sexos, responde cumplidamente al diseño de
Dios en la vocación dirigida a cada uno.
La genitalidad, orientada a la procreación, es la expresión máxima, en
el plano físico, de la comunión de amor de los cónyuges. Arrancada de
este contexto de don recíproco (…), la genitalidad pierde su significa-
do, cede al egoísmo individual y pasa a ser un desorden moral13.

Así pues, la sexualidad acompaña la vida entera del ser humano y


sus diversas manifestaciones. Vemos que no puede ser reducida a la
genitalidad, aunque esta ocupe un puesto importante en su dinamismo.
De hecho, la antropología contemporánea nos ha ayudado a ampliar la
comprensión de la sexualidad humana:
1. En un sentido que podríamos llamar espacial o relacional. Con
ello se quiere decir que la sexualidad, superando los estrechos márge-
nes de la genitalidad, dice relación a diversas vivencias y actividades
de la persona, así como al rico ámbito de las relaciones interpersona-
les. Si bien la genitalidad forma parte de la sexualidad humana, no
agota su importancia y su significado.

12. Texto citado por Gius, E.-Salvini, A., Sexualidad, en DSoc 1515.
13. OAH 5, donde se remite a la exhortación de Juan Pablo II, Familiaris con-
sortio, 37.
52 Moral general de la sexualidad

2. En un sentido temporal o dinámico. La sexualidad humana no


nace con la adolescencia, sino que, de forma dinámica, acompaña al
ser humano durante toda su existencia, ya desde antes de su nacimien-
to. Enriquecida por diversos «significados», la sexualidad va acompa-
ñando y ritmando el desarrollo evolutivo de la persona, en sí misma y
en su apertura a otras personas14.

b) Niveles de la sexualidad humana

En contra de las simplificaciones habituales, es forzoso repetir que


la sexualidad humana reviste una variada riqueza de manifestaciones
y significados.
En una obra notable, el vicario episcopaliano Morton Kelsey y su
esposa Barbara han llegado a distinguir hasta trece niveles o significa-
dos de la vivencia y la denominación de la sexualidad, que aquí se re-
sumen como ejemplo de pauta pedagógica:
1. El sexo cromosómico, determinado por los 46 cromosomas, o
mejor 23 pares de cromosomas, de los cuales 22 pares son cromoso-
mas somáticos o autosomas, mientras que el otro par está constituido
por cromosomas sexuales o gonosomas.
2. El sexo hormonal. La combinación cromosómica XY produce
más andrógenos y menos estrógenos. Al contrario ocurre con la com-
binación XX. Tales hormonas dirigen la diferenciación sexual caracte-
rística, que a veces puede quedar interrumpida antes de la maduración.
Las hormonas sexuales tienen un efecto global sobre el comporta-
miento humano. Una subida del nivel de andrógenos en la sangre pa-
rece estar en relación con el aumento de acciones agresivas15.
3. El sexo gonádico. Marca la diferencia fundamental de los órga-
nos sexuales, masculinos y femeninos, tanto internos como externos.
4. El sexo como comportamiento reflejo de los órganos genitales
y como respuesta ante los estímulos procedentes del otro sexo, difi-
cultados a veces por el miedo, la repugnancia, la preocupación, etc.
5. El sexo como conjunto de características sexuales secundarias,
tales como el cambio de voz, la distribución del vello, la configura-
ción del pecho, las caderas, etc., mutaciones que son programadas pa-
ra fines diferentes.
6. El sexo como diferencia neurológica, cada vez más subrayada,
por ejemplo tras los estudios de la doctora Candace Pert, quien sugie-

14. Cf. Freud, S., Introducción al Psicoanálisis 4. Teoría sexual, E y F, en Obras


completas II, Madrid 1948, 215-234.
15. Cf. J. Rostand, «La sexualidad humana», en El hombre, Madrid 1984, 91-107.
Antropología de la sexualidad 53

re que el cerebro del varón y de la mujer parecen haber sido progra-


mados de forma diversa.
7. El sexo como identidad de género, determinada por las asigna-
ciones sexuales, por la crianza y la educación, que van diferenciando
los roles asignados por el grupo social.
8. El sexo como autocomprensión e identidad sexual, que implica
la imagen y la funcionalidad con que el individuo se percibe a sí mis-
mo en su relación con el otro sexo.
9. El sexo como vivencia social, que incluye todo un cúmulo de
tradiciones culturales, costumbres, tabúes y normas aceptadas por el
grupo social.
10. El sexo como dimensión «religiosa», es decir, en cuanto nor-
mado por una religión socializada por medio de mandamientos, pre-
ceptos, prohibiciones y ritos.
11. El sexo como dimensión legal de una existencia regulada por
las leyes del Estado, a veces por medio de normas e instituciones que
sancionan una doble moral.
12. El sexo como dimensión psicológica, en cuanto que las rela-
ciones sexuales maduras son más un asunto de psicología que de fi-
siología, al necesitar la integración de los aspectos genitales con el en-
cuentro, la intimidad, la entrega y el amor.
13. El sexo como dimensión espiritual que, en la búsqueda últi-
ma del sentido, no sólo lleva a la reproducción y a la camaradería, si-
no que ayuda a descubrir la verdadera profundidad de la persona y de
los diversos aspectos que ella proyecta sobre la persona amada. «De
esta forma la sexualidad puede empujarnos hacia la conciencia y la
totalidad, hacia la salvación e incluso hacia el inescrutable Dios del
amor»16.
Descripciones como ésta pueden al menos alertarnos sobre la com-
plejidad de un fenómeno y de una vivencia que en modo alguno de-
biera ser trivializada por el camino de la simplificación. Hoy se cono-
ce la amplia influencia que la comprensión cultural del mismo ejerce
sobre el comportamiento sexual. En función de los diversos patrones
culturales vigentes en una sociedad u otra se pueden modificar pro-
fundamente los hábitos sexuales, como demuestran las obras de Mead,
Malinowsky y otros estudiosos de la antropología cultural17. Es más,
aun dentro de un mismo ámbito cultural, la conducta sexual presenta

16. Kelsey, M.-Kelsey, B., Sacrament of Sexuality. The Spirituality and Psychology
of Sex, Warwick NY 1986, 13-22; cf. Vidal, M., Ética de la sexualidad, Madrid 1991, 28.
17. Mead, M., Sexo y temperamento, Buenos Aires 21961; Malinowsky, B., Sex and
Repression in Savage Society, New York 1927.
54 Moral general de la sexualidad

notables diferencias cuando se comparan unos niveles sociales con


otros, según ha demostrado Kinsey18.

4. Dimensión espiritual

Hemos visto que en lo más alto de la escala de significados de la


sexualidad, los Kelsey han situado precisamente su dimensión espiri-
tual. Es un valor que no puede ser olvidado. Si nos detuviéramos en al-
guno de los escalones anteriores, habríamos privado de su último sen-
tido a esta profunda realidad humana.
Aun antes de asomarnos a la interpretación que de ella pueda ofre-
cer una determinada religión, se puede descubrir en ella un atisbo de
trascendencia y una cierta sacramentalidad.

a) Trascendencia de la persona

La sexualidad humana se acerca al misterio en cuanto representa


y realiza la hondura misma de la persona humana y su existencia,
configurada como alternancia de donación y rechazo. La sexualidad
supone y actúa un gesto de autotrascendencia que desvela la presen-
cia humana, precisamente en cuanto humana, y remite siempre a otra
presencia dialogal. Nos situamos todavía en el nivel de la trascenden-
cia horizontal, por la que el yo se trasciende a sí mismo en el encuen-
tro con el tú.
En ese encuentro interpersonal la persona creyente descubre con
asombro y gratitud que, a fin de cuentas, se refleja otra presencia ab-
soluta. En ese sentido, la sexualidad humana podría ser calificada co-
mo «mistérica».
De hecho, y de forma análoga a lo que le ocurre con la experiencia
de lo sagrado, el hombre percibe su sexualidad como una fuerza fasci-
nadora que lo seduce y le ofrece la posibilidad de autoafirmarse ante sí
mismo, ante las fuerzas de la naturaleza (lo otro), los demás seres hu-
manos (los otros) y aun ante el mismo Dios (el absolutamente Otro).
Pero el ser humano también percibe su sexualidad como una fuer-
za tremenda, que, con cierta independencia respecto a sus centros de
decisión, a sus deberes e intereses, parece arrebatarlo y trascenderlo.
La sexualidad lo vincula a los otros, en la ambivalencia de tal ligadu-
ra. De ahí que el ser humano aspire siempre a entregarse y reservarse,

18. Kinsey, A. C., Conducta sexual del varón, Buenos Aires 1954.
Antropología de la sexualidad 55

al mismo tiempo. La sexualidad es siempre para él un espacio privile-


giado para experimentar su grandeza y su limitación, su necesidad de
vivir en la oblación y sus ansias de captación.

b) Sacramentalidad del encuentro

Ya queda dicho que la sexualidad humana constituye una dimen-


sión global del ser personal, cuya experiencia es rica e inefable, preci-
samente por lo omniabarcante que resulta con relación a todas las vi-
vencias humanas fundamentales.
Por eso, se podría hablar de una cierta «sacramentalidad» constitu-
tiva de la sexualidad, aun antes de haber sido santificada por la cele-
bración de la fe. Con ello se pretende decir que la vivencia de la se-
xualidad constituye en sí misma una forma específicamente humana
de mostrar y realizar la apertura, el encuentro y la oblatividad que con-
figuran la misma trascendencia ontológica de la persona humana.
La sexualidad humana, como ya se ha sugerido, significa y realiza
la madurez de la persona humana. Conscientemente se emplea aquí
esa pareja de verbos que evoca la significatividad y la eficacia de los
gestos sacramentales. Esa madurez anticipada y significada consiste
precisamente en la misma dinánica entre la posesión y la oblación. En
la sexualidad, en efecto, se significa y se realiza de modo eminente ese
«ser-para-los-otros» que configura al fenómeno humano.
Esa significatividad y efectividad puede afirmarse de la sexualidad
humana, aun considerando su misma estructura antropológica que es
posible constatar en el marco de cualquier vivencia religiosa y aun en
ausencia de ella. Esta afirmación es válida tanto si se refiere al ser hu-
mano evocado en su ser como si nos remite al ser humano en cuanto
ser-con. Con esto se quiere decir que la sexualidad humana es profun-
damente «significativa» del «ser humano»:
1. en cuanto es comprendido a partir de su inteligencia, su capa-
cidad de afecto y su libre albedrío;
2. en cuanto es visto como apertura dialogal y encuentro creativo
y vivificador con personas del otro sexo.
Ese afecto, esa apertura y ese encuentro creativo encuentra su má-
xima expresión en la entrega matrimonial. El amor esponsal y la vi-
vencia de la sexualidad que lo significa y alimenta son el modelo y pa-
radigma de esta «sacramentalidad» relacional.
56 Moral general de la sexualidad

5. Temas de estudio

a) Seguir reflexionando sobre el tabú como una exigencia antro-


pológica de la sexualidad para tratar de descubrir su significado, así
como las exigencias de respeto y educación que comporta.
b) Preguntarse por las razones que motivan los habituales reduc-
cionismos en el terreno de la sexualidad y tratar de descubrir ejem-
plos de espiritualismo y de fisicalismo en las manifestaciones cultu-
rales de hoy.
c) Analizar los diversos niveles de la sexualidad humana, descri-
tos en el esquema trazado por los Kelsey, buscando referencias biblio-
gráficas para ampliar el conocimiento de cada uno de ellos.
d) Estudiar la trascendencia y sacramentalidad antropológica de
la sexualidad humana, en cuanto humana, y preguntarse cómo pueden
ser asumidas esas cualidades por la fe.

6. Bibliografía

Caffarra, C., Ética general de la sexualidad, Barcelona 1995, 65-


77; Cuyás, M., Antropología sexual, Madrid 1991; Doms, H., Bise-
xualidad y matrimonio, en MS II/2, Madrid 1969, 795-841; López Az-
pitarte, E., Simbolismo de la sexualidad humana, Santander 2001,
23-37; Wojtyla, K., Amor y responsabilidad, Madrid 1978, 43-72.

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