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EL AGUA

El agua se originó en el Universo cuando el oxígeno, creado en las estrellas, se unió al


hidrógeno, la materia más vieja del cosmos. En ciertas condiciones de presión y temperatura,
un átomo de oxígeno y dos de hidrógeno se unen para formar una molécula de agua, que los
químicos representan como H2O.

Es un líquido inodoro e insípido, verdoso en grandes masas, refracta la luz; más o menos pura
cuando cae en forma de lluvia; se le encuentra en los lagos, ríos, mares y océanos.

El agua químicamente pura se caracteriza por ser incolora, inodora e insípida, pero en la
naturaleza no se encuentra como tal, ya que el agua de los manantiales, ríos, mares y
océanos contienen sustancias disueltas y sólidos en suspensión, motivo por el cual debe
procesarse para hacerla potable.

El agua es una sustancia fuera de lo común: es líquida en condiciones normales, en otras es


sólida y gaseosa. En una gota de agua hay trillones de moléculas, que no están sólidamente
unidas entre sí, de tal manera que cuando fluye, las moléculas se deslizan unas sobre otras,
por ello el agua líquida no tiene forma definida.

ÉBOLA

Descubierto hace 19 años, cuando una epidemia mató a 400 personas en Zaire y Sudán, el
virus Ébola sigue siendo un misterio para los microbiólogos. Nadie conoce a ciencia cierta
dónde se esconde en la naturaleza, cómo pasa al hombre o por qué surge cada ciertos años y
de forma tan agresiva. Los científicos sólo saben que el contagio entre personas se produce a
través de las secreciones corporales, y que entre el 50 y el 90% de los afectados muere sin
que la medicina pueda evitarlo.

El Ébola pertenece a una saga de virus nuevos –y otros no tanto– generalmente localizados
en las regiones tropicales, que provocan patologías a veces fulminantes e intratables. Antes,
su radio de acción estaba limitado a pequeñas áreas de la selva, pero ahora amenazan con
salir de su refugio para tomar el avión y, en cuestión de horas, presentarse en cualquier lugar
de Occidente.

Los epidemiólogos saben que la pandemia del sida siguió pautas parecidas: pasó de ser una
enfermedad que afectaba a pequeños poblados internados en la selva africana a un problema
de salud mundial. Nadie descarta que algo parecido pueda suceder nuevamente. El último
brote de Ébola conmocionó a la opinión pública.

Sabia, Marburg, Lassa, Machupo, Puumala, Guaranito..., son algunos virus exóticos que
deben su nombre al lugar donde se manifiestan por primera vez. Las refinadas técnicas de
análisis están permitiendo a los biólogos identificar cada año agentes infecciosos que hace
tan sólo una década habrían pasado inadvertidos o confundidos con virus próximos ya
conocidos.

Entre los nuevos gérmenes patógenos, los virus de las fiebres hemorrágicas ocupan un lugar
preeminente. Hasta hace poco, los expertos pensaban que su repentina aparición estaba
causada por mutaciones espontáneas en el material hereditario viral. Sin embargo,
investigaciones recientes apuntan que estos virus se manifiestan fundamentalmente porque
se modifican las condiciones en las que viven, ya sea por la acción del hombre o por causas
naturales.

A diferencia de las bacterias y hongos microscópicos, los virus se debaten entre lo vivo y lo
inerte. Las bacterias absorben nutrientes, secretan los desechos y se reproducen por división.
Sin embargo, los virus no son otra cosa que un balón de proteínas en cuyo interior flota un hilo
de ADN o ARN. Para hacer copias de este material genético, el virus debe colarlo en una
célula viva y poner la maquinaria celular a su servicio. El propósito de los agentes víricos no
es, pues, provocar enfermedades, sino multiplicarse y extenderse. El hombre no es huésped
natural o reservorio del Ébola y otros virus exóticos. Éstos sólo pasan accidentalmente al ser
humano, lo que es para ellos un suicidio anunciado, ya que, al matar a la víctima, interrumpen
su ciclo vital.

Generalmente, no suelen pasar de una persona contagiada a una sana, sino que la infección
se produce debido a la presencia de un animal reservorio o de un vector, como son los
insectos. En estos casos, el hombre puede infectarse, por ejemplo, por una perturbación del
ambiente.

La agresión de los ecosistemas naturales causada por la acción del hombre, como la
deforestación y la construcción de embalses, también facilita el trato con virus desconocidos.
Éste fue el caso del Guaranito, un arenovirus descubierto en 1989 durante una epidemia en
Venezuela. El brote apareció cuando los campesinos empezaron a clarear el bosque para
convertir las tierras en pastizales, lo que provocó que se levantara una gran cantidad de polvo
contaminado por la orina y los excrementos del roedor Sigmodon alstoni, el huésped elegido
por el agente patógeno.

La colonización de nuevos hábitats, los desplazamientos humanos masivos, las


aglomeraciones urbanas y las guerras son otra oportunidad para los gérmenes. Según los
expertos, si las grandes urbes no existieran, tampoco habría males contagiosos como el
sarampión, ya que para mantener una cadena de transmisión, el virus que lo causa necesita
que existan al menos 250,000 posibles huéspedes.
GOLPECITOS CON LOS DEDOS

Gómez de la Serna, Ramón.

Acostumbraba dar golpecitos que los que estaban a su alrededor no sabían de donde venían.

Su mujer se inquietaba muchas veces.

-¿Has oído un ruido extraño? Él sonreía y acababa por confesar que era él.

Se podría decir que era su verdadera especialidad, lo que le caracterizaba en la vida.

Pero esa especialidad le fue a perder en una ocasión.

Fue durante la guerra. El contraespionaje había llegado a la máxima sutilidad auditiva.

Era tan inteligente el servicio secreto que había el terror de que se pasase de inteligente.

El de los golpecitos nerviosos con los dedos fue llamado a la oficina policial.

Una especie de consejo de guerra le aguardaba hostil.

-Usted transmite por medio de Morse despachos convenidos con el enemigo.

-¿Yo? -preguntó asombrado el hombre pacífico.

-Sí, usted -insistió el presidente-; nuestros contraespías le han oído desde la pared medianera
de su casa y han podido anotar el siguiente despacho lanzado con el golpe de sus señales:
"Barco cargado pirita saldrá mañana".

-No es posible... Eso ha sido amañado por sus sabuesos... Es verdad que tengo la costumbre
de dar golpecitos con los dedos sobre el brazo de la silla o sobre la tabla de la mesa, pero no
puedo creer que hayan tenido congruencia mis golpes hasta formar ese texto... Allanen mi
casa para ver si yo tengo aparato de transmisión ni nada que se le parezca.

Pero como todos los in fraganti niegan, así fue sometido a varias pruebas en los laboratorios,
y sólo después de largas y penosas dilucidaciones quedó libre el hombre al que la casualidad
y los golpecitos de sobremesa habían comprometido.

-Me alegro -decía después su mujer-. Así perderás esa maldita costumbre que puebla de
duendes nuestras veladas.

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