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7 de febrero de 2005

Sustentabilidad y turismo

¿El «final» del turismo


o «todo» es turismo?
“La posmodernidad puede generar el consumismo
de la movilidad y con ella de los lugares y culturas, pero
también la multiplicación de las experiencias humanas
y el aumento del valor de la identidad de cada
cultura, cada lugar y cada quién”.

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Ya en 1930, Frank Lloyd Wright escribió “Mobocracy”,
vaticinando la sociedad móvil.
En el reciente libro “Economías de Signos y Espacios”
(sobre el capitalismo de la post-organización), Scott Lash
y John Urry, adjudican al aumento global de la movili-
dad el cambio profundo de todos los tipos de organiza-
ciones sociales. Y entre ellas, el turismo adquiere un
papel decisivo (1).

¿Será éste un “viento verde” por fin?. ¿O será un ven-


daval que arrasa naturaleza y cultura, avasallados por
millones de desaprensivos consumidores de lugares, cos-
tumbres, patrimonios?

El turismo se inventó, literalmente, a partir de la or-


ganización de “tours” –recorridos organizados–, cuya
fecha inicial puede fijarse a mediados del siglo XIX con
el surgimiento de Thomas Cook and Son, el primer agen-
te de viajes y operador de turismo. En realidad Cook,
para algunos el mayor líder de la etapa madura del ca-
pitalismo, inventó el turismo masivo organizado, pro-
veniente de las grandes masas de obreros industriales
ingleses, que ya para esos tiempos eran millones y ade-
más habían alcanzado un nivel de bienestar y justicia
social que los hacía acreedores a por lo menos una se-
mana anual de vacaciones.
Estamos ante una de las formas iniciales del capi-
talismo organizado, compatible con las primeras medi-
das de justicia social, de organización empresarial, y
de organización sindical.

Aunque parezca mentira, esa misma situación se ex-

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tendió en los países más desarrollados hasta aproxi-
madamente 1980, con más de un siglo de consolidación
de la organización social del turismo, en la forma de enor-
mes contingentes que comenzaron a viajar por el mundo,
y constituyeron quizás el impulso principal de la movilidad
organizada, que más tarde cambiaría el mundo. Los viajes
en tren, en vapor, luego los intercontinentales tanto por
mar como por aire, y finalmente la movilidad generalizada
en la época de la globalización.

La movilidad no fue objeto de crisis profundas, pues


los sistemas organizacionales y tecnológicos avanzaron
de tal modo, que disminuyó proporcionalmente el riesgo
del viaje, su precio, y la facilidad para su adquisición y su
concreto desempeño en la práctica. Hace ya décadas que
viajar es fácil, seguro y relativamente barato. Pero hay
dos aspectos de verdadera alarma que se instalaron fuer-
temente en ese mismo lapso de tiempo: uno es de ca-
rácter socio-cultural, referido a la invasión de turistas
sobre sitios de gran patrimonio cultural, y su impacto
identitario; el otro es de carácter ambiental, referido a la
invasión de turistas sobre ecosistemas frágiles, que han
atentado contra la biodiversidad y la forma de vida de
las poblaciones locales.

Todo es turismo
Esa gran movilización no sólo se da por motivos turís-
ticos. También realizan “tours”, todos los que viajan por
razones laborales o culturales. Las redes empresariales
globales, los centros de congresos y convenciones, son
algunas de las modalidades recientes, que también han
visto aumentar enormemente el número de viajes no

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vacacionales. Para no hablar de la propia movilidad de
ciudadanos dentro de países libres, o de países no libres
hacia países libres, en búsqueda de mejores condicio-
nes de vida. Quizás el caso más detonante es el de Esta-
dos Unidos, donde es absolutamente común que los
miembros de una misma familia vivan bien distantes, e
incluso se muden permanentemente.

Si se considera turista al que realiza más de un per-


nocte, hoy un gran porcentaje de la población mundial es
turista, pues por uno u otro motivo usa servicios de viaje,
tanto para moverse como para estar en el lugar de desti-
no. Consume, genera demanda, y provoca empleos y ri-
queza. No en vano se considera hoy al turismo la principal
actividad económica mundial y sobre todo la de mayor
aumento relativo. La expansión de China en este sentido
genera cientos de millones de viajeros que se están agre-
gando rápidamente a este gigantesco mercado.

El final del turismo


Sin embargo, esta generación de viajes por múltiples
motivos con destinos cada vez más variados y diver-
sificados, y demandantes de productos cada vez más
multifacéticos, también habla del final del turismo ex-
clusivamente vacacional, para ser sustituido por una nue-
va modalidad de viajes.

Estamos en la etapa del “capitalismo desorganizado”,


transformado en miles de millones de iniciativas de movi-
miento en el espacio y en el tiempo. Ya se está hablando
del “final de las agencias de turismo”, sustituidas por otras
modalidades menos organizadas socialmente, de manera

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de atender a tantas demandas individualizadas y por moti-
vos tan diversos. La idea del “paquete” turístico organiza-
do, se va sustituyendo por la idea de recorridos o “tours”,
que combinan trabajo, placer, descanso, deportes, expe-
riencias culturales, amistad, y que requieren que la oferta
de atractivos sea más flexible y variada, y las formas de
movilidad incorporen también fuertemente la movilidad
improvisada individual. El automóvil alquilado, los pasa-
jes en tren que permiten múltiples escalas en el tiempo a
libre elección, son algunas de estas nuevas modalidades.

Esta difícil ecuación, donde todo es turismo, en el marco


del final del turismo organizado por paquetes preestablecidos,
nos seduce y amenaza por igual, como unos vientos muy
verdes y muy polvorientos al mismo tiempo.

La parte verde, es que emerge así la posibilidad de


una distribución mucho más equitativa e inclusiva de
las oportunidades de oferta turística. Cada punto del
territorio, patrimonio o simple poblado, paisaje rural o
centro metropolitano, hoteles equipados para congre-
sos y convenciones o pequeñas posadas y habitacio-
nes alquiladas, es posible y necesario, y está generan-
do una gigantesca red o sistema de oportunidades, que
revolucionan el mercado de trabajo de manera tan fuer-
te como lo fue la revolución industrial. Pero mejor aún,
porque ésta produjo migrantes del campo que abarro-
taron la periferia de las ciudades, desequilibrando el
buen uso de la Casa Tierra, mientras que la moviliza-
ción actual pesa más levemente sobre el conjunto del
territorio y devuelve habitantes al interior, a los confines
más «puros del planeta».
La parte polvorienta, que siempre existe, es la nece-

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sidad de organizar esta desorganización, desde el punto
de vista de un manejo sustentable del patrimonio natural y
cultural, para impedir que este sistema de consumo
globalizado se transforme en un canon tipo (como las
hamburgueserías) que luego destruyan la diversidad ansiada.

En mi texto “sustentabilidad y lentitud” (2), sobre la


vida lenta, la ciudad lenta, la comida lenta, encontramos
quizás la respuesta a este polvoriento panorama. El pro-
blema no es la movilidad. También se movían los viaje-
ros individuales (caminantes, exploradores) de la etapa
precapitalista que desde la ciencia natural, la literatura
o el arte en general, nos enseñaron la riqueza del mun-
do. El problema es la velocidad de la movilidad. Si todo
es “me muevo velozmente, toco, consumo, depredo, me
vuelvo a mover”, se trata de un ciclo maléfico. Si me
muevo con conciencia, compartiendo con lo local, via-
jando con cuidado, aprendiendo de la experiencia, esta-
remos en un círculo virtuoso.

La modernidad logró la gran movilidad y generó la organi-


zación social de los viajes, masivos, concentradores. La
posmodernidad puede generar el consumismo de la movili-
dad y con ella de los lugares y culturas, pero también la mul-
tiplicación de las experiencias humanas y el aumento del va-
lor de la identidad de cada cultura, cada lugar y cada quién.

(1 ) Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1998.


(2) Ver Vientos Verdes 6.

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