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Al-Sîmiyâ’: LA CIENCIA DE LAS LETRAS Y ESOTERISMO MORISCO (I)

Fecha Thursday, 31 May a las 20:00:27


Tema Libros de Interés

Pierre Lory

Conferencia publicada en Cahiers de l’Université Saint Jean de Jerusalem nº 11., 1985

La ciencia esotérica de las letras del alfabeto árabe, de la cual intentaremos explicar a grandes rasgos sus
principales características, constituye uno de los aspectos centrales de la
espiritualidad islámica. Su nombre preciso, al-sîmiyâ’ [1], adquirió rango de nobleza
antes de la era de la hégira, puesto que deriva probablemente del griego sêmeion, el
signo [2]. Ganó muchos otros en la época contemporánea a la aparición de la
semántica, de la semiología y semiótica, pero en una orientación evidentemente muy
diferente de la que nos ocupa aquí, que es ante todo, una búsqueda del signo como
transmisor de un sentido trascendental.

El término al-sîmiyâ’: “ciencia operativa de las letras” es construido sobre el mismo


esquema nominal que al-kîmiyâ’, la alquimia. La rareza de esta forma sugiere que
esta aproximación no es fruto del azar, y que la sîmiyâ’ desde el principio, fue
considerada como una ciencia de la transmutación de la palabra, como la alquimia lo
era de la materia. Su estudio ha sido olvidado hasta nuestros días, mas aún que el de
la alquimia, tanto por los sabios musulmanes como por los orientalistas, debido
principalmente a sus estrechos vínculos con las prácticas mágicas. Y ello, a pesar de
constituir una vía de aproximación esencial para las corrientes místicas en las
sociedades islámicas, ya sean en lengua árabe, turca o persa.

A ejemplo del Judaísmo y del Cristianismo, el Islam es ante todo una “Religión del
Libro”: el acontecimiento central, para estas tres confesiones, es en efecto, que la Divinidad se dirige a la
conciencia humana a través de la palabra, que se manifiesta en lenguaje humano. Para los musulmanes, el
Corán es la teofanía por excelencia, no hay nada más evidente. En este sentido, su importancia sobrepasa la
de la Biblia en el ambiente judeo-cristiano. Se ha dicho a menudo: al igual que para los cristianos “Dios se
hizo hombre”, para los musulmanes “Dios se hizo libro”. El Corán es una presencia divina entre los
hombres, y tan sólo este hecho ya es suficiente al mismo para explicar la eclosión de la ciencia árabe de las
letras.

Pero los espirituales y los esoteristas musulmanes no se limitaron a esta posición doctrinal y subrayaron que el
universo entero es un signo, que el universo entero es un “libro”. Si el Corán es Revelación, Palabra divina por
excelencia, es que presenta un mensaje accesible inmediato a la menta humana. Es pues, la llave del
Conocimiento, pero su papel es también el de conducir al creyente hacia la exégesis del Libro de la Creación –
mensaje total – y no limitarla únicamente a los 6226 versículos que componen el texto sagrado.
El tema del “Libro del Mundo” ha sido evocado frecuentemente por los teólogos musulmanes de diversas
tendencias. La originalidad de la Ciencia de las Letras es haber desarrollado esta visión de la coherencia
universal hasta sus consecuencias mas extremas queriendo hacer “legible” cada fenómeno del mundo
manifestado, como suprasensible. La exégesis de los trazos del rostro humano expuesto por Fadl Allâh
Asterabâdi3 es un simple ejemplo, entre muchos otros.
Pero recordemos primero que esta afirmación: “toda la creación es un libro” implica dos posiciones de salida:

- Por una parte la existencia simultánea de un Locutor (aquí, el Creador), de un receptor (la conciencia
humana), finalmente de un contenido de este mensaje (en este caso, los signos manifestados por el cosmos).
La naturaleza de esta tríada supone, para el sufi, buscador de la verdad, una actitud básica muy exigente: ni
que decir que la recepción del mensaje sobrepasa de muy lejos las capacidades de su intelecto ordinario. Este
tipo de conocimiento requiere una actitud mental a la que podemos llegar por la “contemplación”. “No creáis
que percibiréis el misterio de las letras sirviéndoos de la razón discursiva (al-qiyâs), - previene Al-Bûni -
llegaréis por la visión intuitiva (al-mushâhada) y la gracia divina”;

- Por otra parte, el sufi siendo él mismo parte de la Manifestación, estando implicado física, intelectual,
espiritualmente, no puede situarse fuera de su campo de investigación. Descifra los signos del universo,
siendo él mismo un mensaje o una parte del mensaje. Como el alquimista, es simultáneamente el operador y
la materia de la Obra. En consecuencia, no puede llevar a cabo su exégesis mística del mundo sin
comprenderse a sí mismo, ni sin transformarse a sí mismo por el mismo hecho: una lectura no puede ser
inmóvil, no se puede leer un libro sin volver las páginas. Dicho de otra forma, toda contemplación, en un
sentido sufi, implica una transmutación del espíritu; se trata de dos rostros de un mismo proceso.

La sîmiyâ’ no es pues, un esfuerzo de especulación puramente intelectual o poético sobre la situación del
hombre en el mundo; busca primero descifrar el sentido de lo que nosotros somos, y no solamente el sentido
de lo que nosotros leemos. Como recalcó un sufi contemporáneo “Dios creó el mundo como un Libro; y su
Revelación descendió al mundo bajo la forma de un Libro; pero el hombre debe escuchar en la creación la
Palabra divina y debe remontar hacia Dios por la Palabra; Dios se convirtió en Libro para el hombre y el
hombre debe convertirse en Palabra para Dios [4]”

La Ciencia de las Letras se propone ser operativa. En la lengua árabe moderna, sîmiyâ’ se ha convertido en
sinónimo de “magia blanca”. Poco importa aquí el descrédito que afecta a las ciencias ocultas, y la
degeneración histórica de la tradición esotérica en tierra musulmana. Retengamos simplemente que este
empleo popular indica claramente que la transformación buscada por la Ciencia de las Letras es eficaz, real:
si todo es lenguaje, la palabra puede realmente convertirse en operativa, transformadora. Es su cualidad de
dueño de la palabra la que, según los musulmanes, permitió al profeta ‘Isâ (Jesús) llevar a cabo milagros y
curaciones. Y cuan crucial es la transmutación interior, en el alma, mas que la de los prodigios exteriores...

La Ciencia de las Letras se desarrollará en los medios musulmanes paralelamente a la exégesis coránica
oficial. Se expandirá primero en los medios chiitas y las tradiciones son unánimes en destacar el papel del
Imán Ja’far al-Sâdiq (m. 765 d.C.) en tanto que iniciador de esta enseñanza. Será cultivada por los diversos
transmisores de las ciencias ocultas (cf. su papel en el corpus alquímico atribuido a Jâbir ibn Hayyân [5)], por
las corrientes islamilíes de tendencia mas filosófica – como testimonia la Enciclopedia de los Hermanos de la
Pureza, en el s. X d.C. – así como por los doctrinarios del chiismo duodecimano, entre los cuales, Rajab Boris
[6]. Pero se difundirá igualmente muy pronto en los medios sunnitas, sufis en particular, hacia el siglo III de la
hégira (s. IX d.C.) según Louis Massignon. Será objeto de abundantes desarrollos, en dos direcciones
principales: de una parte como apoyo de especulaciones del orden puramente místico, que culminará en la
obra de ‘Ibn ‘Arabi [7]; y por otra parte, en los textos consagrados a la magia y en diversas practicas
teúrgicas y adivinatorias, de los cuales los mas célebres son los de Al-Bûni [8] y el tratado Ghâyat al-hakîm
falsamente atribuido a Maslama al-Majrîtî [9].

Nuestro propósito no atañerá sin embargo, mas que al común denominador de los diferentes textos hablando
de la sîmiyâ’, sin entrar en las implicaciones de las divergencias doctrinales entre chiitas y sunnitas o entre
chiitas de diversas tendencias. Nos limitaremos a presentar sucesivamente los principios teóricos, las
aplicaciones principales y en resumidas cuentas, el papel en la búsqueda espiritual de esta Ciencia de las
Letras.

Los principios de la Ciencia de las Letras

Abordar el trabajo de los doctrinarios de la sîmiyâ’ – expresión formal de la armonía universal – nos remite a
un espacio mental común para toda la humanidad en el que, por no mencionar mas que a las corrientes
occidentales, encontramos el pitagorismo, las escuelas platónicas, la intuición de los visionarios cristianos
como Marcos el Gnóstico [10] y, por supuesto, la Kabala hebraica. Se fundamenta, en principio, en una
observación bastante trivial: el conjunto de los fenómenos que podemos percibir se somete a la recurrencia
de acontecimientos mesurables manteniendo entre ellos relaciones de proporción. Esta indicación sirve tanto
para el macrocosmos (en el movimiento de los cuerpos celestes, por ejemplo) como para el microcosmos (por
ejemplo las relaciones entre los elementos en el cuerpo humano). Se aplica igualmente, aunque de manera
más sutil, al mundo del psiquismo humano, así como lo revela la acción de la música o de cualquier otra
forma de emoción estética: el sentimiento de la belleza se funda en cierta manera en la armonía. “Todo es
número” en definitiva, los datos del mundo exterior como nuestros arquetipos mentales.
Desde los primeros siglos de la Hégira, los pensadores, sabios y espirituales musulmanes han asumido este
hecho, imprimiéndole un sello propio al espíritu de la nueva religión. El ejemplo mas notorio, y uno de los
mas antiguos es la “Ciencia de las Balanzas” (‘ilm al-mawâzîn) expuesta por el alquimista Jabir ibn Hayyân
[11]. Las “balanzas” son los campos de relación primeros, las “matrices” que engendran tal grupo de
fenómenos particulares. Jâbir enumera y estudia las diversas formas de Balanzas que aborda su propio
sistema: “las Balanzas se reparten según las categorías de los existentes: la Balanza del Intelecto, la del
Alma, la de la Naturaleza, la de la Forma, las esferas, los planetas, las cuatro Cualidades Elementares, los
Animales, los Vegetales y los Minerales. La más perfecta es la Balanza de las Letras. Esta se compone de 8
Balanzas, que son el fundamento de la ciencia divina” [12}.

¿Por qué se le da esta importancia primordial a la Balanza de las Letras? Pues porque las Letras engloban todo
el saber. La cifra en efecto, es abstracta, es un “espíritu”, una causa formal pura, que da las intensidades, las
direcciones y los contornos de los fenómenos sin poder explicarlos mas que en su misma manifestación. La
letra, le da a la cifra el sentido particular de cada ser, su densidad semántica propia, el sentimiento, en
resumen, el imaginario en tanto que “cuerpo” del signo.
La sîmiyâ’, es pues en primer lugar, la ciencia de las cifras - en - letras. Por lo que, cada letra del alfabeto
árabe se ve afectada por un valor numérico. En el orden, Alif = 1, bâ = 2, jîm = 3, dâl = 4, etc... Con yâ
comienza el orden de las decenas, con qâf el de las centenas. El sistema es rigurosamente paralelo al de los
alfabetos hebraicos y arameos (las 6 letras propias del árabe añadiéndose para los números del 400 al 900), y
ha permanecido en uso hasta nuestros días, incluso después de la introducción de la numeración hindú en los
territorios musulmanes (s. IX d.C.) El principio básico es que “la letra es el cuerpo, la cifra es el espíritu”.
Como lo formuló Al-Bûnî: “Haz de saber que los secretos de Dios y los objetos de su ciencia, las realidades
sutiles y densas, las entidades de lo alto (al-‘ulwiyyât), las de lo bajo (al-sufliyyât) y las de los mundos
angélicos intermediarios (al-malakûtiyyât), son de dos categorías: los números y las letras. Los secretos de las
letras están en los números, las epifanías de los números están en las letras. Los números, realidades de lo
superior, corresponden a las entidades espirituales (al-rûhâniyyât). Las letras dependen del círculo de las
realidades materiales e intermediarias” [13].

Es importante delimitar esta relación: la cifra se manifiesta en la letra, la letra encuentra su ritmo, su vida, a
través de la cifra. El paralelismo con la estructura del mundo es explícita: la cifra, el espíritu, corresponde a
los datos del mundo arquetípico (âlam al-jabarût), la letra sonora al mundo de las entidades sutiles (âlam al-
malakût), y la letra escrita refiere al mundo de los cuerpos densos.
De ello, los pensadores de la sîmiyâ’ leerán el conjunto de los ritmos del mundo en función de las 28 letras
del alfabeto árabe (mas eventualmente, las 4 letras propias del persa). A cada entidad le afectará una o mas
letras: a los ángeles como a los cielos visibles, a los planetas y las constelaciones, a cada signo zodiacal, a
cada día de la semana, a cada hora del nycthamero (espacio de tiempo de 24 horas comprendiendo un día y
una noche y correspondiendo a un ciclo biológico – nota de la redacción), como a cada elemento natural
siguiendo su densidad, a los medicamentos, etc. A esta repartición vendrán a incorporarse las polaridades
propias al alfabeto árabe, entre las 14 letras “luminosas” [14] y las 14 “tenebrosas”; entre las 14 letras
solares y las 14 lunares [15], etc... Así todo el universo, desde los átomos terrestres hasta el Trono de Dios, se
leerá como un inmenso sistema de polaridades manteniendo incesantes relaciones (las “palabras”) como una
inmensa galaxia de significados transmitiéndose sin cesar nuevos datos de un pensamiento cósmico en
movimiento. Hay que considerar dos puntualizaciones con relación a esta visión de la sîmiyâ’:

- De una parte, la sîmiyâ’ es una ciencia universal, que intenta dar cuenta de todo lo que puede manifestarse
a todos los niveles del ser: del universo como del particular; de lo espiritual como de los sutil o lo denso.
Quiere dar cuenta de la forma de cada entidad – sus letras – como de la energía – la cifra – que la anima,
reunidas en una única fórmula. Y sobretodo, permite el paso de un dominio a otro gracias a un sistema de
correspondencia bastante reducido, puesto que solo se emplean 28 signos. Por tomar un ejemplo simplista
más claro: una persona que desea, por magia blanca, atraer la simpatía de otra, compondrá un talismán en
función de estas letras y lo realizará en el día, hora y lugar y acompañándolo de invocaciones
correspondientes al objetivo deseado, según las tablas precisas que pueda consultar. El ejemplo es prosaico y
sin gran importancia; pero se concibe que la realización de la sîmiyâ’, en la “lectura vertical” (H. Corbin)
conectando la vida del orante a su propio devenir metafísico, pueda suscitar las actitudes mas espirituales y
profundas como las de los Hurufis [16] o de Ibn ‘Arabi.

- Por otra parte, la sîmiyâ’ es un lenguaje en sí, se basta a sí misma para explicar el mundo. Mucho más,
permite ahorrar vocabulario filosófico, aparato bastante pesado, poco manejable, describiendo mejor lo fijo
que lo mutable. Explica los fenómenos en tanto que sistemas de relación: la letra no tiene sentido más que
situada en una palabra, la palabra no adquiere utilidad más que en el seno de una frase.

Evidentemente, cada una de las 28 letras participa en una multitud indefinida de relaciones a todos los
niveles del ser; sirve de punto de referencia y su realidad terrestre, en la lengua árabe, no es mas que una
expresión particular limitada... Además, la letra explica el universo en su dinamismo: todo es movimiento, no
hay lectura inmóvil. Esta “sintaxis” de los fenómenos [17] se hace manejable por el juego de las
permutaciones consonánticas, los pasajes al número y otros diversos procesos de la Ciencia de las Letras.
Pero, recordémoslo, esta combinatoria no desea solamente establecer los vínculos abstractos, fundar un tipo
de cibernética ante la letra: se propone como una lectura iniciática, un desvelamiento (kashf).

NOTAS:

1 La terminología referente a las diferentes ramas de las ciencias ocultas ha conocido numerosas evoluciones
y variantes locales. Sin embargo, en la época post-clásica, la de Bûnî (x. XIII) y de Ibn Khaldoun (s. XIV),
sîmiyâ’ designa propiamente a la magia operatoria fundada en la virtud de las letras, mientras que ‘ilm al-
hurûf se refiere al aspecto mas teórico y particular de las correspondencias entre las letras y los elementos
naturales. El jafr finalmente se refiere mas precisamente a los cómputos adivinatorios y a las investigaciones
de datación a partir de los nombres.
2 Cf. D.B. Mac Donald, art. “Sîmiyâ’” en la Encyclopédie de l’Islam, primera edición. AlifNûn nº 16 2
3 Cf. Bausani, art. “Hurufisme” en la Encyclopédie de l’Islam, 2ª ed. ; y H. Corbin, En Islam Iranien, Paris,
Gallimard, 1971-1972, t. III, p. 251 s.
ISSN 1695-1751
4 F. Schuon, Comprendre l’Islam, Paris, Seuil, 1976, p.56
5 Cf. P. Kraus, Jâbir et la science grecque, El Cairo, Memoria presentada en el Instituto de Egipto, t. XLIV,
1942, p. 187 s.
6 La obra principal de Borsî es el Mashâriq anwâr al-yaqîn fî asrâr amîr al mu’minîn, redactado en el 1372 d.C.
(ed. En Irak, s.l. en 1384 a.H.) cuya introducción está consagrada a la Ciencia de las Letras.
7 Ver principalmente los desarrollos consagrados a la Ciencia de las Letras en la primera parte de las Futûhât
al-Makkiyya
8 Sufí y ocultista magrebí, muerto en 1225 d.C. De su obra, muy abundante en los diversos dominios de
ciencias ocultas, el elemento principal es el Shams al-ma’arif wa-latâ’if al-‘awârif, ed. En el Cairo hacia
principios de siglo.
9 Ed. Por H. Ritter, Das Ziel des Weisen, Leipzig, 1933. AlifNûn nº 16 3
10 Cf. H. Leisegang, La Gnose, Paris, Payot, 1971, p. 229
11 Para el tema de la datación del corpus Jabiriano, ver nuestra introducción a la obra “Dix Traités d’Alchimie
de Jâbir”, Paris, Sindbad, 1084, p. 40 s.
12 Kitâb al-khamsîn, citado por P. Kraus, op. Cit. P. 188, nota 3
13 Shams al-ma’ârif, p. 78
14 Se trata de las 14 letras aisladas, misteriosamente colocadas a principio de 29 surats del Corán. Las letras
“tenebrosas” son las 14 restantes del alfabeto árabe. Cf. a este respecto, el rico estudio de J. Canteins en La
Voie des Lettres, Paris, Albin Michel, 1981, p. 49 s. AlifNûn nº 16 4
15 Es decir, las letras que, a principio de una palabra, asimilan fonéticamente el artículo definido. Así al-
shams, el sol, se pronunciaría ash-shams. Las letras “lunares” son las que no sufren este fenómeno de
asimilación.
ALGUNAS APLICACIONES
La visión rítmica del mundo de los esoteristas musulmanes les ha llevado a distribuir sobre todos los
fenómenos perceptibles el conjunto de las 28 letras del alfabeto árabe. Veintiocho es un número rico, en
aritmología, principalmente por sus estrechas relaciones con el septenario [1], a su vez en la suma y en la
multiplicación. Recordemos que la suma es la operación de la creación, uniendo dos cifras, por ejemplo 4 y 3,
se engendra una tercera, 7, dotada de propiedades matemáticas propias, distintas de las de 3 y 4. La
multiplicación por el contrario (3 x 4) dará un producto (12) cuyas propiedades serán las de sus múltiples: es
la operación de la generación humana, que transmite y difunde, sin poder ofrecer mas que lo que ha recibido.

Son estas dos relaciones – dinamismos de la creación y de la difusión – que el septenario encuentra en el 28.
Esta cifra es, en efecto, el número triangular del 7 (7 + 6 + 5 ... + 1 = 28), así como es un múltiplo. Además,
es una cifra perfecta (14 + 7 + 4 +2 +1 = 28) propiedad rarísima que por debajo de mil, no comparte más que
con los números 6 y 496. Muchas otras relaciones aritmológicas se podrían mencionar. Nos limitaremos
simplemente a indicar la distribución bastante natural de nuestras 28 letras en el campo del espacio-tiempo:
7 planetas, 7 esferas celestes, 28 casas lunares, 4 puntos cardinales, 7 días, etc. Una repartición
estrictamente lingüística (fonética, gráfica y simbólica) se operará así mismo entre letras oclusivas y
aspiradas, solares y lunares [2], con punto y sin [3], etc... finalmente entre letras “luminosas” y “tenebrosas”
[4].
Resumiendo, este alfabeto árabe total resumirá “un individuo perfecto, dotada de un alma y de un cuerpo”
para retomar la expresión del Ghâyat al-hakîm. No solo organiza el mundo, sino que lo constituye; es la
estructura del Hombre Universal.
Evidentemente nos es imposible pasar revista al simbolismo del conjunto de las letras árabes. Nos limitaremos
a la evocación de las dos primeras, que según todos los esoteristas, contienen en germen el conjunto de las
otras 26.

La primera es la alif, primera existenciación y paso de lo Indiferenciado al ser. Gráficamente representada


por un trazo vertical, alif es el eje mismo del mundo, lo que explica además la suma isopséfica [5] de sus
letras (1 + 30 + 80 = 111, la primera tríada) idéntica a la de la palabra qutb, el polo (100 + 9 +2). En el
comienzo, dice una tradición, Dios creó un punto de luz (cf. la hamza, etimológicamente la picadura). Miró el
punto que se indica en color a tinta y formó el alif. Rajab Borsi indica que alif está compuesta de tres puntos,
a partir de los cuales el conjunto de las letras serán engendradas [6].

Traducido en lenguaje filosófico, alif es pues el Primer Existenciado (al-mubda’ al-awwal). Le encontramos de
hecho, en los textos sufis, dos valores: a veces se relaciona al Dios oculto, totalmente indiferenciado, abismo
impensable, como designa al Intelecto Universal, el Cálamo Supremo, primer término y principio activo de la
creación. Es la misma ambivalencia que la de la unidad, de la cual es la letra, que puede expresar en los sufis
la Unicidad, sin similar, sin “un segundo”, no matemático, al-ahadiyya, así como la simple unidad, puestas en
relación a los números que siguen, al-wâhidiyya.[7]. Además, en algunos cómputos, el alif no tiene valor
numérico y es la bâ’ la que corresponde a 1. ¿Contradicción o divergencia en el pensamiento? Ciertamente no,
la paradoja es querida y conscientemente mantenida. Es la expresión misma de este paso impensable del No-
Ser al ser. ¿Qué es el alif? El punto de encuentro de la energía indiferenciada y de la forma pura que es el
número. Y el ser, es ello, es ese mismo encuentro. Una de sus fases engendra los seres plurales mientras que
su otra fase remite al Abismo indiferenciado. Y las dos son inseparables.

Una reflexión puede destacar la intención de esta concepción filosófica: el hecho de que el cero haya sido
conocido muy tempranamente por los sabios musulmanes (hacia el 820 d.C., quizá antes) y que no intervenga
por así decirlo, jamás en la especulación de la sîmiyâ’. Es porque – contrariamente a las sugerencias de la
obra de Alain Nadaud L’archeologie du zéro [8] – los pensadores musulmanes nunca concibieron al No-Ser
como un vacío, como una nada, sino mas bien como un Indeterminado, puro potencial, y el ser como su
estructuración, aquello que le da forma. Lo que explica que el cero (sifr = vacío) no haya recibido
correspondiente conceptual en la Ciencia de las Letras.

La alif engendra la bâ’; de valor 2, gráficamente representada por un trazo horizontal dotado de un punto
inferior. Borsi precisa: el punto, es la presencia de la alif instauradora.
La bâ’ es el primer ser realmente diferenciado, con él comienza la creación propiamente dicha, la dualidad,
o, en términos de sîmiyâ’, el discurso divino. Los esoteristas precisan que es por una bâ’ que comienza el
Corán – como la Biblia hebraica además.
Luego, el vínculo dialéctico entre la alif y la bâ’ engendra las otras 26 letras arquetípicas. Las 28 se
combinarán entre ellas para formar los 99 Nombres divinos y estos, a su vez, producirán todo lo manifestado.
Sería cansado enumerar los procesos de generación descritos por nuestros esoteristas. A título de ejemplo
simplemente: el movimiento “vertical” de emanación procederá de ternarios de letras, por “triángulos”. El
primer ternario será el de la alif (en la cima), de la bâ’ y de la jîm, que a su vez serán la cúspide de nuevos
triángulos que impriman su dinamismo a toda la Manifestación. Por el contrario los “planos” horizontales (los
mundos sutiles y densos) serán simbolizados por cuadrados: los 4 ángulos que soportan el Trono serán
representados por la alif, bâ’, jîm y dâl; y los cuadrados se encontrarán, en el nivel más denso, con los cuatro
Elementos naturales de la alquimia y la medicina.

LA OBRA

No es sin embargo la filosofía, ni tampoco la expresión de las mas elevadas realidades metafísicas el objetivo
último de la sîmiyâ’, sino esta exégesis del alma (ta’wîl) conduciéndola, recapitulándola a su nivel ontológico
primero. El punto de apoyo de esta exégesis es naturalmente el Corán. Para quien aprende a descifrar sus
sentidos trascendentales, el Corán contiene, según los sufis, todas las luces de las que el alma tiene
necesidad para desvelar sus secretos a ella misma.
Los procedimientos particulares puestos en obra para la Ciencia de las Letras son muy a menudo idénticos a
los de otros sistemas cabalistas: así, la isopsefia (hisâb al-jumal), los códigos de traducción, la reducción de
las letras a cifras y la reconversión de las cifras en letras (kasr, bast, istintâq). Mas específicamente islámicos
son las especulaciones sobre las letras “luminosas” y “tenebrosas” [9], cuyo símbolo constituye, según el
Ghâyat al-hakîm, “el arcano del Corán”. No tenemos espacio aquí para explicar los innumerables desarrollos
que han conllevado estos diferentes procedimientos. Recordamos si embargo que si la letra permite elucidar
las verdades espirituales por desvelamientos (kashf) progresivos, remite siempre a un más allá de ella misma,
a un inexplicado.

Esto aparece muy particularmente en la “búsqueda” mas esencial de los adeptos del sufismo: la investigación
sobre el Nombre Supremo de Dios (ism Allâh al-a’zam). Para los sufis, el Dios cósmico (Allâh) ha producido
el mundo a través de sus 99 Bellos Nombres. Estos nombres son de alguna forma los “módulos” que
determinan la formación de los mundos y de los seres, al nivel más elevado. El sufi buscará, como Adam,
tener acceso a estos Nombres, a este Conocimiento esotérico por excelencia. Pero él sabe, desde un
principio, que el conocimiento de los 99 Nombres será incompleto sin el del Nombre Supremo, el número cien,
que contiene y engendra los otros. Aquel que lo descubre adquiere poder sobre toda cosa, habrá culminado su
búsqueda. Las especulaciones seguramente no habrán faltado en relación a esta misteriosa palabra oculta, se
han producido listados enteros de fórmulas y de siglas consideradas como el Nombre Supremo: Allâh (Dios),
Huwa (El)... estaría constituido por 12, 17, 28 o incluso 36 letras. Bûnî, tan solo, enumeró varias decenas.
Pero, incidentalmente, indica la razón de esta aparente contradicción: y es que el Nombre Supremo es visto
de manera personal por cada sufi. Pues, en definitiva: el Nombre Supremo de Dios, es el hombre de verdad,
es su propia realidad interior, es su propio nombre oculto. Y el sufi que descubre de este modo el Nombre – su
Nombre – posee la operación mágica suprema, que le da acceso a la gnosis. Pero al mismo tiempo, toda
palabra se vuelve superflua, pues si “la palabra es un velo, el velo es palabra” [10], la comprensión unitaria
en Dios la hace de golpe inútil. Paradoja aún de la Ciencia de las Letras, que se anula a sí misma en una
suprema ignorancia. “Aquel que no habla, es porque toda su persona se ha convertido en lenguaje, es
solamente por este mutismo que puede expresar su estado profundo” (Sohrawardî).

“La palabra es un velo, el velo es palabra”. Nos vemos aquí conducidos a nuestro punto de partida, la
simultaneidad de la acción y de la contemplación como dos aspectos de un solo movimiento, como un
mensaje único que se remitiría a una pluralidad de espejos. Pues elucidando esta palabra que es él mismo, el
sufi descubre que la creación no es mas que un inmenso campo de contemplación para la conciencia divina,
así como la contemplación verdadera, por parte del hombre, es una acción tan efectiva que el mundo no
podría subsistir sin ella. La plegaria de Dios es acción para el hombre, la plegaria del hombre es acción en
Dios.
Reciprocidad que es sugerida por la permutación de la raíz misma del termino “creación” ibdâ, cuyá tercera
letra, ‘ayn, situada en inicial, produce la radical ‘bd de la cual deriva ‘ibâda, la adoración. Es en este juego
de reflexión incesante entre la creación y la adoración que se sitúa todo el sentido de la “lectura” propuesta
por la Ciencia de las Letras.
NOTAS

1 Ciclos de 7 años
2 Ver nota 3
3 Es decir las letras gráficamente dotadas de puntos diacríticos y las que no lo tienen.
4 Ver nota 14
5 Isopsephia (iso significa “igual” y psephos “guijarro”, es la palabra griega para la práctica de añadir los
valores numéricos de las letras en una palabra para formar un único número. (N. del traductor) AlifNûn nº 17
2
6 Mashâriq anwâr al-yaquîn, p. 20 s.
7 Observemos que la grafía de la letra alif y la del número 1 son idénticas
8 Edic. Denoël, 1984 AlifNûn nº 17 3
9 Ver nota 14

Ibn ‘Arabi al-Hâtimi dijo: “Me han sido dadas las claves del Corán Inmenso”, pero no fue el primero ni el
último al que fueran dadas. Quien participa de la ciencia de los sufíes, obtiene su parte en ese
entendimiento; y quien se priva de ella, se aparta de la dimensión interior del Corán. Éste no logra rebasar la
superficie de las palabras. Se ha relatado que el Imam ‘Ali expresó la siguiente idea: “Si quisiera, podría
redactar cuarenta volúmenes comentando el primer capítulo del Corán”, y ello viene de las enormes
posibilidades del arte de la alusión y de la sutileza de las expresiones coránicas, que fundamentan un saber
superior. El Imam ‘Ali hubiera podido entresacar aún más. Y es porque la menor palabra contiene el todo.

según un hadiz que afirma que lo que hay en las Páginas y en los cuatro Libros revelados está en el Corán, y
todo lo que hay en el Corán está en su Capítulo Introductorio, y todo lo que hay en el Capítulo Introductorio
está en la Basmala, y todo lo que hay en la Basmala está en su B, y todo lo que hay en la B está en su punto
diacrítico.
De ello resulta que lo revelado en los Libros a los Profetas desde nuestro padre Adán hasta nuestro señor
Muhammad (sas), con sus palabras, sus significados y normas sapienciales está reunido en el punto que hay
bajo la B a pesar de lo reducido de su tamaño. ¿Quién podría deducir de ese pequeño punto esos significados
inmensos y sentidos altivos si no los sabios por Allah (S.W.), los dotados de visión interna y corazón?.

Ellos son los que han reconocido la verdad de ese hadiz y han declarado la sinceridad de quien pronunció esas
palabras comprobándolas directamente, y no sólo con aceptación formal. Al-‘Alawî redactó un breve tratado
titulado Al-Unmûday en el que estudia el simbolismo de la primera letra del Corán, la B de Bismillâh, con el
Nombre de Allah, enunciado que se repite a la cabeza de cada capítulo y al que se da el nombre de Basmala.
La B, en árabe, cuenta con un punto diacrítico situado debajo del cuerpo de la letra. El Šayj habla de dicho
punto, y su análisis ejemplifica la capacidad de interpretar del sufí iluminado por su sentido de la Unicidad y
la Unidad. La obra empieza citando el hadiz que aparece en el texto. El Profeta habría dicho: “Todo lo que
está en los Libros revelados está en el Corán, y todo lo que está en el Corán está en la Fâtiha”.

La Fâtiha es el Capítulo Introductorio que cuenta con sólo siete versículos. A las palabras anteriores se
añadieron las siguientes: “Todo lo que está en la Basmala está en la letra B, que a su vez está contenida en el
punto que tiene debajo”. Según el Šayj, el punto representa el secreto de la Esencia Verdadera, su núcleo
central e inefable, al que se alude en la Tradición musulmana con el nombre de Tesoro Escondido, y a la que
también se llama Dât o Identidad, anterior y trascendente.

El desarrollo natural de este punto es el Alif, la primera letra del alfabeto, que equivale a la A: su forma es la
de una línea vertical que no enlaza con ninguna letra siguiente pero por la que se alza cualquier trazo
anterior. La Verdad no tiene continuación, no es engendradora de nada distinto a sí misma que viniera
después, de Ella no deriva nada, pero sí eleva el pensamiento de la criatura que toma la iniciativa y se
propone alcanzar su significación. El Alif es Allah, la idea de Unidad, introduciendo el primer juicio acerca de
esa Esencia indeterminada: es la Verdad ofreciéndose al discernimiento. Por suparte, la B es el acto creador
bajo el que subyace el punto que le da sentido, y a partir de la B vienen el resto de las letras, las palabras
solas y luego el discurso en general. El Šayj al-‘Alawi escribió en su obra al-Unmuday^:
“El punto se hallaba en estado de Tesoro Oculto antes de su propia manifestación como Alif, y las letras se
hallaban extintas en el secreto del punto hasta que éste manifestó lo interior exteriormente, revelando, al
revestir las distintas formas de las letras visibles, lo que había sido velado; pero, si captas esta verdad, no
encontrarás nada más que la tinta misma, que es lo que significa el punto. Uno de los nuestros lo explicó así:
‘Las letras son los símbolos de la tinta. No hay letra alguna, salvo la que la tinta ha ungido. Su mismo color es
ilusión pura. Es el color de la tinta, que ha accedido al ser manifestado. Sin embargo, no se puede decir que
la tinta se haya apartado en ningún momento de lo que era. La no-manifestación de las letras residía en el
misterio de la tinta, y su manifestación es producida por la autodeterminación de aquélla. Ellas son sus
determinaciones, sus actividades. Y no hay nada allá más que la tinta, ¡comprende esta parábola! Las letras
no son la tinta, ¡no digas que lo son! Eso sería un grave error. Decir que la tinta es idéntica a las letras es pura
locura, pues ella era antes que las letras, cuando no había ninguna. Y será todavía cuando ninguna letra
sea…’.Si has comprendido que las letras están incluidas en el punto, entonces comprenderás que todos los
libros están incluidos en la frase; la frase, en la palabra; la palabra, en la letra. Podemos decir con verdad:
sin letra no hay palabra y sin palabra no hay libro. La palabra no tiene existencia más que por la existencia de
la letra. La diferenciación analítica procede de la integración sintética, y todo está integrado en la Unidad de
Percepción”. Este texto describe el núcleo de la cosmovisión sufí, el valor simbólico de cuanto existe y que
siempre remite a la Unidad-Unicidad latente, a la Verdad que lo sostiene todo y de la que todo parte como
despliegue suyo y de la que es signo. Cuando el total del Islam es reinterpretado desde esa perspectiva
emergen las verdades que lo sostienen y el conjunto queda restablecido sobre las grandes ideas-fuerza que
habían sido desdibujadas por la atención en las formalidades.

A modo de introducción, también se puede leer éste artículo "El alherce en el Universo Mágico-morisco",
publicado en este mismo portal.

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