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Para poder conocer qué es lo específicamente humano, echamos mano de compararnos con

nuestros parientes más próximos, los primates. Con esto no se pretende demostrar que los
animales son diferentes a los hombres –eso es obvio- sino mostrar en qué lo son.

Lo que nos hace humanos es la capacidad de aflojar las ataduras del dictado de los genes. Es una
respuesta certera que nos ofrece tanto los conocimientos de la Biología Humana, como los
conocimientos del cerebro y la mente, que hoy tenemos gracias a los avances espectaculares de
las llamadas Neurociencias.

Reconozco de entrada, que tengo una especial debilidad por algunos animales; en concreto por los
chimpancés. Es grato saber cómo funciona su cerebro. Están muy bien hechos y se comportan
bien; no desconciertan. No quiero decir que nos conozcamos a nosotros mismos mirándoles a
ellos. Al contrario, precisamente porque me experimento a mí misma, y conozco a otras personas,
el mirarles a ellos, el ver como funciona su cerebro, facilita no eludir el misterio del hombre. Asirlo
y que no se me escape.

Esta comparación es de las pocas que no son odiosas. Realmente en cada uno de nosotros hay
algo misterioso, más allá del misterio mismo de la vida, que no aparece nunca en ellos.

En cada uno de los hombres, el primer nivel, es lo biológico. Y en cada uno de nosotros, ese nivel
básico se funde con ese otro que hace de nuestra vida nuestra biografía: una autobiografía. Hace
que tenga cada uno su historia personal, su pasado, y con nuestro pasado y nuestras raíces,
seamos capaces de proyectar el futuro desde el presente. Eso otro se puede llamar de muchas
formas. Me referiré como el plus de cada uno. Un plus de realidad, suyo, que le hace a usted ser
diferente de cualquier otro, aunque ese otro sea su hermano gemelo; aunque tenga, y haya
tenido, la mismísima educación y ambiente.

A lo largo de la evolución los animales han ido alcanzando más y más autonomía del medio, a
diferencia de las plantas. Es porque tienen cerebro, ven, oyen, se comunican muchas cosas entre
sí, por ejemplo si hay depredadores, si hay alimentos… Y saben responder a las señales que les
envían sus congéneres. Saben, por ejemplo, distinguir los sonidos emitidos por una cría juguetona
del emitido por el macho líder de la manada; y no responden con el mismo comportamiento en un
caso que en otro. Lo que nunca saben es que saben.

Aprenden el modo de comportarse propio y específico de los suyos, el mismo para todos desde
que aparecieron los suyos en la Tierra. Tan bien ajustados sus instintos que nunca se envenenan,
ni se indigestan. Tienen tan a mano las respuestas correctas que reaccionan como corresponde a
su especie y a su edad; respuesta siempre correcta y siempre igual.

Con ellos no hay sorpresas. Se puede saber cómo se va a comportar en una misma situación con
solo saber su edad. Es clásico el experimento de la respuesta al miedo de monos. Si son de corta
edad reaccionan si se les separa de la madre con un susurro; es un comportamiento asociativo,
con el que intentan que ésta se les acerque. La vía del cerebro que controla el comportamiento al
miedo está en un estado de madurez concreto, correspondiente a su edad. Meses más tarde,
cuando han desarrollado otras vías o madurado esa vía estos animales son capaces de reaccionar
de formas también diferentes ante las amenazas inmediatas: primero, con inmovilidad absoluta y
más tarde con gruñidos.

El animal vive siempre en un permanente presente. Su comportamiento es característico de cada


edad de la vida, para todos y cada uno, idéntico. Vivir sólo en presente es el propio del animal: no
tiene por tanto ni necesidad de arrepentirse ni alegrarse de nada del pasado, ni necesidad de
proyectar y ganarse el futuro.

Tan es así, que jamás se ha logrado enseñar a un animal a clavar un clavo. Clavar un clavo en una
pared supone proyectar, con iniciativa propia, los martillazos; corregir a cada paso la trayectoria,
enderezando o inclinando el clavo de manera que la punta penetre. La naturaleza no da a ningún
animal, ni siquiera al chimpancé, ninguno de los dos elementos imprescindibles para esa tarea.

¿Qué es imprescindible para clavar un clavo? Pues algo que a nosotros nos parece tan sencillo
como memoria del pasado, del resultado de los martillazos anteriores, y planificar uno a uno los
siguientes de acuerdo a la meta de que penetre derechamente la punta. Clavar un clavo es una
tarea con etapas, que sólo quien no está encerrado en el presente puede realizar. El punto de
destino al que llegar le viene marcado de antemano por la naturaleza, de modo que la vida no le
exige tomar decisiones de futuro, proponerse metas propias. La vida para ellos no es tarea.

Para cada ser humano la vida sí es tarea. Su propio plus de realidad, le permite aflojar las ataduras
del dictado de los genes, que encierran en el presente.

Más aún, un animal no aprende jamás a clavar un clavo, aunque se intente pacientemente
enseñarle a hacerlo, porque no tiene sentido biológico para ellos, no necesitan colgar, y la
naturaleza no le dota con circuitos cerebrales para tareas con etapas sucesivas a no ser que estén
ligadas directamente a sus objetivos naturales de sobrevivir y mantener la especie.

Sólo poseen en su cerebro los carriles de dirección única que le llevan a vivir la vida característica
de sus congéneres, y transmitir esa vida. Sólo tiene “sentido” para ellos lo que necesitan para
alimentarse, defenderse y reproducirse. Lo demás no les llama la atención para nada. Y, si
paradójicamente, tuvieran esa necesidad resultaría que por no lograr “recordar” qué quieren
hacer; darían martillazos sin un objetivo.

Nosotros somos capaces de clavar un clavo, y muchas cosas mas, por estar liberados del encierro
en el automatismo de las necesidades biológicas y del permanente presente. No estamos
encerrados en unos estímulos específicos que, al procesarlos, generen unas respuestas
estereotipadas, las de la especie.

Ese aflojar las ataduras del dictado de los genes hace de la vida de cada uno una historia, una
biografía personal que habla de sus relaciones con otros, de la cultura y educación recibida y
buscada, de sentimientos e ideas. Que la historia de cada uno es distinta no admite duda; entre
otras cosas lo muestra el que se hayan escrito miles de novelas, y se seguirán escribiendo. Los
seres humanos somos, de hecho, imprevisibles, a veces sorprendentes, algunos demasiado
originales.
Esa liberación hace humano el cuerpo. El cerebro que esculpe cada uno y forja con su vida, registra
lo innato y registra lo que le da la cultura, la educación, los amores, las amistades, las relaciones
con los demás y las propias decisiones. Un cerebro propio pero no sólo eso. Si fuera así seríamos
prisioneros de la propia historia. Querría decir, si fuera así, que si alguien estropea su vida no
tendría salida. Quedaría encerrado en el pasado, determinado por él en el presente y en el futuro.
Un encierro como el del animal y además responsable de ello. Lo que surge de la mente de cada
uno es de cada uno, pero no es instinto ciego que me encadene al determinar la conducta en
adelante.

La realidad es bien diferente. El pasado pesa e inclina la balanza de las decisiones, de la conducta
en una dirección, pero no nos determina inexorablemente. Necesitaremos, tal vez, una ayuda, si el
peso del pasado es grande, para liberarnos de esa atadura que nos encierra en nosotros mismos,
impidiendo la relación con los demás, sin la que una vida se deshumaniza.

El plus libertad abre ventanas naturales desde dentro hacia fuera. Uno puede estrecharlas hasta
casi taponar el ventanal, pero seguirá la brecha ene. Muro que nos mantiene siempre abiertos y
siempre es posible ensancharla de nuevo.

De ahí la paradoja del hecho de que podamos padecer enfermedades que son de la vida biográfica
y por ello propias y exclusivas de uno mismo. Como describe Julián Marías, «una persona que
contrae una enfermedad cardiaca porque ha comido mucho, a lo que estaba inducido por la
angustia, ha hecho poco ejercicio, porque tenia una relación poco confortable con su cuerpo y ha
estado sometido a gran estrés impulsado por un poderoso afán de poder, se ha ido haciendo
enfermo. A esta intrincada mezcla de elementos fisiológicos, psíquicos y conductuales podemos
llamarla con buen sentido enfermedad biográfica. Este es el caso del drogadicto que es un ser que
ha estropeado su biografía». Estropeada, es sólo estropeada; es decir, recuperable, que puede ser
arreglada.

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