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Nos encontramos ante una realidad que nos abarca y nos contempla, ante
un pensamiento filosófico de alguien que a lo largo de su vida, no sólo lo ha
hecho como una guía metodológica o como pura ciencia, sino que la ha
encarnado en su propia experiencia y ha hecho filosofía con su propia vida.
Karol Wojtyla destacó como filósofo, llegando a ser considerado como el
más grande filósofo personalista polaco. Lo que ha influido en su persona
para llegar a ser considerado como tal son tres rasgos esenciales en su
modo de ser. El primero en destacar es que poseía un espíritu reflexivo que
lo llevaba, en todo lo que hacía, a indagar y meditar todo hasta las últimas
consecuencias; el segundo rasgo es el tener una mentalidad de diálogo con
todo cuanto se encontraba en su vida especulativa; y finalmente, como todo
un buen pensador, prefería sumar más que dividir[1].
Las principales fuentes del pensamiento de Wojtyla fueron dos grandes
filósofos: Max Scheler y Santo Tomás de Aquino. De ambos tuvo un gran
influjo que lo llevaron a ver las necesidades de su época y a plantearse una
nueva filosofía. Karol entra en contacto con la fenomenología en el
momento en que hace su tesis sobre Max Scheler, donde llegó a la
conclusión de que la ética material de los valores no podía compaginar con
la moral del cristianismo[2], sin embargo, vislumbró una nueva realidad que
lo hizo crecer intelectualmente y quiso integrar en su filosofía el
pensamiento cristiano con el pensamiento de Santo Tomás, en el cual él
mismo se había formado. Lo anterior lo asegura en lo siguiente:
Debo verdaderamente mucho a este trabajo de investigación. Sobre mi
precedente formación aristotélico-tomista se injertaba así el método
fenomenológico, lo cual me ha permitido emprender numerosos ensayos
creativos en este campo. Pienso especialmente en Persona y acción. De
este modo me he introducido en la corriente contemporánea del
personalismo filosófico, cuyo estudio ha tenido repercusión en los frutos
pastorales[3].
Wojtyla estudió a Santo Tomás de Aquino, quien presentaba su filosofía de
una manera ontológica, podemos decir que era presentada como una
filosofía que mostraba su interés en el ser de las cosas[4]. Santo Tomás en
su pensamiento nos deja entrever una postura clara que comparte con el
pensamiento de Aristóteles, en donde «la persona es, por tanto, desde el
punto de vista ontológico, un ser compuesto de alma y cuerpo, sujeto de
acciones espirituales de conocimiento y volición, cuyo fin último es Dios»[5].
En el ansia de conocer profundamente al hombre, Karol no se queda
conforme con esta forma de concebirlo y hace un análisis más profundo de
la realidad que lo envuelve, es decir, en el entorno en el que vive y cómo se
desenvuelve en él. Tomando la fenomenología de Max Scheler y la
concepción ontológica de Santo Tomás, lo que hace Wojtyla es darle al
hombre su significado, pero con un modo de proceder contrario a Santo
Tomás por así decirlo, ya que Santo Tomás parte de la ontología del ser
para concebir al hombre a partir de las acciones que realiza, mientras que
Karol partió totalmente del método fenomenológico, para llegar, a través de
las acciones realizadas por el hombre, a su nivel ontológico, es decir, que
aplicó el método fenomenológico a una cuestión ontológica y así le dio
respuesta. Lo anterior lo comprobamos cuando en su libro Persona y acción
dice:
La acción nos ofrece el mejor acceso para penetrar en la esencia intrínseca
de la persona y nos permite conseguir el mayor grado posible de
conocimiento de la persona. Experimentamos al hombre en cuanto persona,
y estamos convencidos de ello porque realiza acciones[6].
Considero que el aporte realizado por el polaco en esta línea de la filosofía
fue extraordinario, debido a que considera al hombre como alguien que se
encuentra en relación, no como un ser sólo en el mundo, sino que se
relaciona con otro seres y de esta forma encuentra una necesidad de
coexistir con los otros.
[1] Cf. J.L. LORDA, Antropología Cristiana del Concilio Vaticano II a Juan
Pablo II, 117.
[2] Cf. J.L. LORDA, Antropología Cristiana del Concilio Vaticano II a Juan
Pablo II, 119.
[3] JUAN PABLO II, Don y misterio, 110.
[4] Cf. J.L. LORDA, Antropología Cristiana del Concilio Vaticano II a Juan
Pablo II, 121.
[5] J.L. LORDA, Antropología Cristiana del Concilio Vaticano II a Juan Pablo
II, 122.
[6] K. WOJTYLA, Persona y acción, 13.