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Se incorpora y se lava el cuerpo con esa mezcla de angustia y rabia y frustración que le
produce conocerse y sentir que no se respeta, pero que a la vez se es fiel porque hace
lo que siente. Empieza entonces a disertar en voz alta todo lo que le diría si le saliera
de adentro el fuego que siempre supo salirle cuando alguien la ofende en su orgullo, lo
detesta, le dice que no puede hacerse tan el estúpido porque ella sabe que el lo sabe,
que es un jugador, que sí que le puede leer la jugada de antemano pero igual lo deja
hacer, que no se haga el que no la percibe o que no entiende. Piensa que cuando salga
puede leer algo que la tranquilice o la cure o tal vez puede escribir. Eso. Escribir le
haría bien. Pero no, porque tiene que comer y limpiar, últimamente no cocina ni come
mucho.. a veces eso la alarma. Sigue pensando que hacer primero y la llama el padre y
sale de la ducha ya teléfono en mano, como odia ese hábito también, odia el teléfono
y la mugre que hay en su casa. Corta la comunicación y piensa en que tiene hambre y
va a cocinar, pero a diferencia de eso se va a la cama con la toalla en la cabeza y
desnuda y abre la computadora para ver precios de lo que le robaron de la valija en el
viaje. Recibe un mensaje de su hermana donde dice que le robaron a la madre. La
llama y no atiende, la vuelve a llamar, la atiende y le cuenta. Corta. Llama a la otra
hermana y le pide el contacto de la amiga de la madre para ver cómo está y si necesita
algo, pero no se puede comunicar. Se desinteresa y sigue con la computadora,
mirando fotos viejas, ya perdió el interés por los precios. De repente se acuerda del
cuento y lo busca para leerlo, le entusiasma el plan de comer y leer el cuento y no
dormirse tan tarde, así que se levanta pensando que no puede ser la mugre que hay y
pone a cocinar unos fideos mientras cavila que ella quiere a veces también que cuando
llega del trabajo alguien le cocine, y haya hecho las compras y haya limpiado esa puta
casa, que ella se lo merece también. Mientras la llama la madre desde otro teléfono. A
la par del relato del robo pone un lavado y hace una salsa medio improvisada porque
después del viaje no tiene nada en la heladera y mucho menos algo que no esté
podrido.
Termina de cocinar mientras habla y lava los platos, muerde un fideo y se quema. Se
distrae y empieza a armar la cama y ordenar ropa mientras corta con la madre. Se da
cuenta de que se le enfrían los fideos y los agarra, junto con la copa de vino que se
sirvió y se va a la cama con la computadora en las rodillas. Empieza a leer y se olvida de
comer, empieza a comer y se olvida de leer. Termina de comer a una velocidad muy
alta y se empieza a sentir mal. Como siempre, piensa. Come rápido. Ya no tiene ganas
del plan de comer, le parece que no la llena. Sigue leyendo. De pronto lee una palabra
que no conoce, vermicida, y la busca en el diccionario. Se distrae y deja de leer, y
empieza de nuevo a mirar fotos viejas en la computadora. Se da cuenta que va a tener
que leer el cuento desde el principio de nuevo porque esas estupideces que hace le
hacen perderse las cosas y a ella no le gusta leer así, entonces vuelve al cuento y
empieza de nuevo, leyendo, sintiendo cada una de las palabras. Se distrae leyendo, se
mete de lleno en la historia. En un momento se acuerda de lo que él dijo y entonces la
atrapa la sensación de que ya pasó esa frase por alto. Esa frase que él dijo que cuando
la leyera la iba a reconocer, porque esa frase era ella misma. La asalta un sentimiento
aterrador: no puede tal vez reconocerse ella misma. Y eso la desespera, porque
entonces está leyendo eso que el dijo que debía leer, pero no está encontrando la
frase que la hace ser ella para él, y empieza a entender que tal vez ella se ve a ella
como no la ve el, o capaz sea al revés y el la ve a ella como ella no se ve, y el
desconcierto se apodera de todo y entonces el miedo de no encontrar la frase también
llega.. y se da cuenta de su propia imbecilidad, como al principio, porque entonces
estás hablando de sólo una frase, de encontrarla y reconocerlo a él, como si eso la
beneficiara a ella, como si eso la hiciera más buena para él.
Punto y seguido, punto y seguido, ella, ella, ella, la maldita tercera persona, las
repeticiones inconscientes. Se da cuenta que está escribiendo como la autora del
cuento y se odia por eso, porque se le escapa la originalidad, pero a la vez le gusta el
efecto, pero ella usa más comas y no puede no usar más comas porque si no siente
que no puede respirar cuando relee lo que escribió, y porque además sería el colmo
del plagio, y porque además ya decidió que mañana le va a dar el texto a él y él seguro
se va a dar cuenta porque no es imbécil, o tal vez si lo es, pero de cualquier manera el
plagio le da vergüenza.
Y entonces interrumpe porque siente que se alcanzó. Fuma un poco más y relaja el
cuello. Y se da cuenta que no está enojada ni angustiada, y que mañana como todos
los días se va a inventar de nuevo mientras va en la bicicleta escuchando el tema que
se levanta cantando, mientras se acuerda que tiene que inflarle las ruedas. Y que va a
llegar al trabajo con una sonrisa, o tal vez no, pero reinventada y con la rueda inflada.
O a lo mejor no, porque le molesta desviarse para inflar la rueda, capaz lo haga al
mediodía. Y seguramente le de el texto a él, porque se siente estúpidamente contenta
de haber escrito y entonces piensa que para ella sería un halago que alguien le escriba
algo, lo que sea, aunque sea un vómito de ansiedad en forma de broma cruel de
Clarice Lispector.