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MIRCEA ELIADE LO SAGRADO Y LO PROFANO p PAIDOS ORIENTALIA El mas famoso de los historiadores de las religiones, Mircea Eliade, examina en este libro el problema de la actualidad de lo religioso en el mundo de hoy. Y para ello se remonta a la existencia sacralizada del hombre primitivo y tradicional, ofreciéndonos un resumen de los estudios que él mismo ha realizado sobre estos fendmenos: el espacio y el tiempo sagrados, los mitos, la religion césmica... 2Es la religiosidad una estructura altima de la conciencia que no depende de las innumerables y efimeras oposiciones entre «sagrado» y «profano»? ;En qué medida una existencia radicalmente secularizada, sin Dios ni dioses, puede constituir el punto de partida de un nuevo tipo de «religion»? El autor subraya, sobre todo, el empobrecimiento que ha traido consigo la secularizacién del comportamiento religioso. Y su libro, por tanto, acaba siendo tanto una introducci6én general a la historia de las religiones como una descripcién de las modalidades de lo sagrado y de la situacion del hombre en un mundo cargado de valores religiosos. Mircea Eliade (1907-1986) fue profesor de la Universidad de Chicago y autor, entre otras obras, de Metodologia de la historia de las religiones, Diccionario de las religiones (con Ioan P. Couliano), Patdijali y el yoga, Alquimia asiatica, Cosmologia y alquimia babilonicas y Ocultismo, brujeria y modas culturales, todas ellas también publicadas por Paidés. viii LO SAGRADO Y LO PROFANO PAIDOS ORIENTALIA Ultimos titulos publicados: 18. A. Reza Arasteh - Rumi, el persa, el sufi 19. RT, Deshimaru - La voz del valle 20. M. Eliade/J, M. Kitagawa - Metodologia de Ia historia de las religiones 21. 1. Shah - Las ocurrencias del incretble Muld Nasrudin | Shah - Reflexiones 23. 1. Shah - Aprender a aprender 24. A. Coomaraswamy - Buddha y el evangelio del budismo 25. J. Klausner - Jestis de Nazaret 26. ‘A. Loisy - Los misterios paganos y el misterio cristiano 27. ‘Ai Sulami - Futuwah 28. Misterios de Ia sabiduria inmévil del Maestro Takuén 29, Rumi - 150 cuentos sufies 30, L. Renou - El hinduismo 31. M. Eliade/I. P. Couliano - Diccionario de las religiones 32, M. Eliade - Alquimia asidtica z 38. RR. Khawam (comp.)- El libro dels argucias, 1. Angles, profetas y mstcos 34. R.R. Khawam (comp,) - El libro de las argucias, II. Califas, visires y jueces 35, M. Arkoun - El pensamiento arabe 36. G, Parrinder - Avatar y encarnacion 37, M. Eliade - Cosmologia y alquimia babil6nicas 38. I.P. Couliano - Ms alld de este mundo 39. C. Bonaud - Introduccién al sufismo 40. IP. Couliano - Experiencias del éxtasis 41. T. Burckhardt - Alquimia 42. E Zolla- La amante invisible 43. E, Zolla - Auras. Culturas, lugares y ritos 44. C.'T. Tart - Psicologias transpersonales DT. Suzuki - El zen y la cultura japonesa 46. H. Corbin ~ Avicena y el relato visionario 47. R’Guénon - Simbolos fundamentales de la ciencia sagrada 48, R. Guénon - El reino de la cantidad y los signos de los tiempos 49, Rumi - El libro interior 50. M. Causemann (comp,) - Cuentos erdticos y migicos de mujeres némadas tibetanas 51. J. Hertel (comp.) - Cuentos hindiies 52, R. Wilhelm (comp.) - Cuentos chinos I 53. R. Wilhelm (comp:) - Cuentos chinos II 54. E, Zolla - Las tres vfas 55. M. Eliade - Ocultismo, brujerta y modas culturales 56. A. K. Coomaraswamy - Hinduismo y budismo 57. M. Eliade - Lo sagrado y lo profano 50, F. Schuon - Tesoros del budismo 60. A. Kotler (comp.) - Lecturas budistas I 61. A. Kotler (comp.) - Lecturas budistas IT 62, G. Durand - Ciencia del hombre y iradicion 63. M. Eliade - Historia de las creencias y las ideas religiosas 1 64. M. Eliade - Historia de las ereencias y las ideas religiosas IL 65. M. Eliade - Historia de las creencias y las ideas religiosas IIL 66. H. Zimmer - El rey y el caddver 67. Thich Nhat Hanh - Transformacién y sanacion Mircea Eliade LO SAGRADO Y¥ LO PROFANO » PAIDOS Barcelona Bushos Aires Mexico Titulo original: Das Heilige und das Profane. Von Wesen des Religiésen Gtneria Publicado en alemén por Rowohit Taschenbuch Verlag, Reinbek bei Hamburg Traducci6n de Luis Gil Fernéndez (prélogo, introduccién y caps. 1-4) Ramén Alfonso Diez Aragon (apéndice y glosario) Cubierta de Julio Vivas uedan igorotamente pra ogee Selec ‘emplares de ella mediante alquiler o préstamo publ © 1957 by Rowohlt Taschenbuch Verlag GmbH © 1998 de todas fas ediciones en castellano, Ediciones Paidés Ibérica, S. A., Mariano Cubi, 92 - 08021 Barcelona, y Editorial Paidés, SAICF, Defensa, 599 - Buenos Aires http:/Avww.paidos.com ISBN: 84-493-0513-6 Depésito legal: B-39.445/1999 Impreso en A & M Grafic, S. L., 08130 Sta. Perpetua de Mogoda (Barcelona) Impreso en Espafia - Printed in Spain das sn aoc ari deol de areproducion roto parca de eta obra por proceimient,comprendde x eproiatay dl tatamieno informsic,yladsbucion de Prélogo a Ia edicion francesa . Introduccion Lo sagrado se manifiesta Dos modos de ser en el mundo . . . Lo sagrado y Ia historia . El espacio sagrado y Ia sacralizacion del mundo... . . . Homogeneidad espacial e hierofania . . . Teofanias y signos .............. Caosy cosmos ...... eee SHeeesEe Consagracion de un lugar: repeticién de la cosmogonia El «Centro del mundo» .... 2.02... «Nuestro mundo» se situa siempre en el centro... .... Ciudad-cosmos Asumir Ia creacién del mundo Cosmogonia y sacrificio de construccién Templo, basilica, catedral Algunas conclusiones . El tiempo sagrado y los mitos ....... Duracion profana y tiempo sagrado Templum-tempus Repeticion anual de la cosmogonia . Regeneracién por retorno al tiempo original... 2... EI tiempo «festivor y Ia estructura de las fiestas... .. . . 14 16 18 21 21 24 27 29 32 36 40 42 44 47 50 53 33 56 59 61 65 8 LO SAGRADO Y LO PROPANO EI periddico hacerse contemporaneo de Ios dioses Mito = modelo ejemplar Reactualizar fos mitos . Historia sagrada, historia, historicismo - 3. La sacralidad de la naturaleza y Ia religion césmica . . . . Lo sagrado celeste y los dioses uranios El dios lejano.... 6... ee eee La experiencia religiosa de Ia vida. . . Perennidad de los simbolos celestes .. . . Estructura del simbolismo acuadtico.........-- Historia ejemplar del bautismo ..... . Universalidad de los simbolos.........--+0-555 Terra Mater... eee Humi positio («la accion de depositar al nifio en el suelo») La mujer, la Tierra y Ia fecundidad 7 Simbolismo del arbol césmico y cultos de la vegetacion . Desacralizacion de [a naturaleza .. . Otras hierofanias césmicas...... Seer 4. Existencia humana y vida santificada ©... Existencia eabiertas al mundo. .......--..5-05-5 Santificacion de lavida.... 6... eee Cuerpo-casa-cosmos. 6... 2.1 eee EI paso por Ia puerta estrecha Ritos de transito ... . Fenomenologia de [a iniciacion Cofradias de hombres y sociedades secretas de mujeres . . Muerte einiciaci6n ©. ee El «segundo nacimientor y el alumbramiento espiritual Lo sagrado y lo profano en el mundo moderno ..... . Apéndice. Historia de la ciencia de las religiones ......- Bibliografia 2. eee Glosario.......-.- Indice de nombres. .” a Indice analitico... 6.2... 00-200 eect 69 72 75 79 87 88 gO 94 95 96 98 ol 103 105 107 109 12 U5 9 19 122 126 BL 34 B7 140 142 144 147 Prologo a Ia edicién francesa Esta obrita fue escrita en 1956, por indicacién del profesor Er- nesto Grassi, para una coleccién de libros de bolsillo que se acaba de inaugurar en la editorial Rowohlt: la Rowohlts Deutsche Enzyklopé- die. Es decir, ha sido concebida y redactada para el gran publico, como una introduccién general al estudio fenomenolégico e histdri- co de los hechos religiosos. EI feliz ejemplo de Georges Dumézil nos decidié a aceptar Ia pro- puesta. EI sabio francés habia reunido, en 1949, bajo el titulo L‘héri- tage indo-européen 4 Rome (Paris Gallimard), los resultados de sus investigaciones sobre [a ideologia tripartita indoeuropea y sobre la mitologia romana; y ponia a disposicion del lector. bajo la forma de largas citas y resimenes, lo esencial de siete volumenes publicados en los ocho afios precedentes. EI éxito de Dumézil nos ha animado a tentar [a misma expe- tiencia. Cierto es que no se trataba en nuestro caso de presentar un resumen de algunos de nuestros trabajos anteriores, pero nos he- mos tomado Ia libertad de reproducir paginas y sobre todo Ia de utilizar ejemplos citados y examinados en otras obras. A propésito de cada tema tratado (espacio sagrado, tiempo sagrado, etc.) nos hubiera sido facil aportar nuevos ejemplos. Lo hemos hecho algu- nas veces, pero, en general, hemos preferido escoger entre los do- cumentos ya utilizados y dar al lector el medio de remitirse a una 10 LO SAGRADO ¥ LO PROFANO documentacion més amplia y al mismo tiempo més rigurosa y ma- tizada. Una empresa de esta indole tiene sus ventajas, pero también sus tiesgos, que ya nos han hecho palpables las diversas teacciones sus- citadas por Ias ediciones extranjeras de este librito. Algunos lectores han sabido apreciar [a intencién del autor de introducirlos en un campo inmenso sin agobiarlos con una documentacion excesiva o con andlisis demasiado técnicos. A otros les ha gustado menos este esfuerzo de simplificacion: hubieran preferido una documentacién més abundante, una exégesis mds minuciosa. A estos ultimos no les faltaba razon, pero no tenian en cuenta nuestro propésito de escribir un libro corto, claro y simple, capaz de interesar a Iectores poco fa- miliatizados con Ios problemas de la fenomenologia y de la historia de las religiones. Y precisamente para prevenir criticas semejantes he- mos puesto a pie de pagina las referencias a las obras en que los di- ferentes problemas tratados se analizan extensamente. Ademés —y lo hemos comprendido mejor releyendo el texto ocho afios después— queda por decir que una empresa de esta in- dole se presta a malentendidos. Tratar de presentar, en doscientas paginas, con comprensién y simpatia, el comportamiento del homo religiosus —en primer lugar la situacién del hombre de las sociedades tradicionales y orientales— no esta exento de riesgos. Esta actitud de acogedora abertura corre el peligro de pasar por expresion de secre- ta nostalgia hacia la condicion periclitada del homo religiosus arcai- co, y nada més ajeno al autor. Nuestra intencién era solo ayudar al Iector no solo a percibir Ia significacién profunda de una existencia teligiosa de tipo arcaico y tradicional, sino también a reconocer su validez como decision humana, a apreciar su belleza, su «nobleza». No se trataba de mostrar simplemente que un australiano o un africano no eran Ios pobres animales semisalvajes (incapaces de con- tar hasta cinco, etc.) de que nos hablaba el folclore antropolégico de hace menos de un siglo. Aspirabamos a mostrar algo més: Ia logica y la grandeza de sus concepciones del mundo, es decir, de sus com- portamientos, de sus simbolismos y de sus sistemas religiosos. Cuan- do se trata de comprender un comportamiento extrafio o un sistema PROLOGO A LA EDICION FRANCESA a de valores exdticos, desmixtificarlos no sirve para nada. Es ocioso proclamar, a propésito de [a creencia de tantos «primitivoss, que su pueblo y su casa no se encuentran en el Centro del mundo. Pues solo en la medida en que se acepte esta creencia, y se comprenda el sim- bolismo del Centro del mundo y su papel en Ia vida de una sociedad arcaica, se [legan a descubrir las dimensiones de una existencia que se constituye en cuanto tal precisamente por el hecho de considerarse situada en el Centro del mundo, Cierto es que, para resaltar mejor las categorias especificas de una existencia religiosa de tipo arcaico y tradicional (pues supone- mos en el lector una cierta familiaridad con el judeocristianismo yel islam, y hasta con el hinduismo y el budismo), no hemos insistido en ciertos aspectos aberrantes y crueles, como el canibalismo, la caza de cabezas, los sacrificios humanos, los excesos orgidsticos, que por otra parte hemos analizado ya en otros trabajos. Tampoco hemos habla- do del proceso de degradacion y de degeneracién de los que ningun fendémeno religioso ha podido liberarse hasta ahora. En fin, oponien- do fo «sagradoy a fo eprofano», hemos querido subrayar sobre todo el empobrecimiento que ha traido consigo la secularizacion de un com- portamiento religioso; si no hemos hablado de Io que el hombre ha salido ganando con Ia desacralizacién del mundo, ha sido porque esto nos parecia mas o menos conocido de los Iectores. Queda un problema al que sdlo hemos aludido de pasada; en qué medida lo «profano» puede convertirse, de por si, en «sagradon; en qué medida una existencia radicalmente secularizada, sin Dios ni dioses, es susceptible de constituir el punto de partida de un tipo nuevo de «religiéns. El problema sobrepasa la competencia del histo- tiador de las religiones, tanto mds cuanto que el proceso estd todavia en su estadio inicial. Pero conviene precisar desde ahora que este Proceso se puede desarrollar en multiples planos y persiguiendo ob- jetivos diferentes, Estan, ante todo, las consecuencias virtuales de Io que se podian [lamar las teologias contemporaneas de «la muerte de Dios», que, después de haber demostrado hasta Ia saciedad Ia inani- dad de todos los conceptos, los simbolos y Ios ritos de las Iglesias cris- tianas, parecen esperar que una toma de conciencia del caracter ra- R LO SAGRADO ¥ LO PROFANO dicalmente profano del mundo y de Ia existencia humana sea, con todo, capaz de fundar, gracias a una misteriosa y paraddjica coinci- dentia oppositorum, un nuevo tipo de «experiencia religiosa». Estan, ademas, los desarrollos posibles a partir de la concepcién de que Ia religiosidad constituye una estructura ultima de Ia concien- cia; que no depende de las innumerables y efimeras (a fuer de histo- ticas) oposiciones entre «sagrado» y «profano», tal y como as encon- tramos en el curso de Ia historia. En otros términos: Ia desaparicién de las «religiones» no implica en modo alguno la desaparicion de la «religiosidads; la secularizacion de un valor religioso constituye sim- plemente un fendmeno religioso que ilustra, a fin de cuentas, la ley de Ia transformacién universal de los valores humanos; el cardcter «profano» de un comportamiento anteriormente «sagrado» no presu- pone una solucién de continuidad: lo eprofano» no es sino una nue- va manifestacién de la misma estructura constitutiva del hombre que, antes, se manifestaba con expresiones «sagradas». En fin, existe una tercera posibilidad de evolucién: rechazar la oposicién sagrado-profano como caracteristica de las religiones y pre- cisar al mismo tiempo que el cristianismo no es una «eligiony; que, consiguientemente, el cristianismo no tiene necesidad de una dico- tomia semejante de Io real; que el cristianismo no vive ya en un cos- mos, sino en Ia historia. Algunas de las ideas que acabamos de mencionar han sido ya formuladas de manera més o menos sistematica; otras se dejan adi- vinar en las diversas actitudes recientes de las teologias militantes. Se comprende Ia razon de que no nos veamos obligados a examinarlas; no indican més que tendencias y orientaciones nacientes, y de las que se ignora incluso sus posibilidades de supervivencia y desarrollo. Universidad de Chicago, octubre de 1964 Introduccién La resonancia mundial del libro de Rudolf Otto Das Heilige (1917) esté en la memoria de todos. Su éxito se debid sin duda a la novedad y a la originalidad de su perspectiva. En vez de estudiar las ideas de Dios y de religion, Rudolf Otto analizaba las modalidades de la experiencia religiosa. Dotado de una gran penetracion psicoldgica y con una doble preparacién de tedlogo e historiador de las religio- nes, logré extraer su contenido y sus caracteres especificos. Dejando de lado el aspecto racional y especulativo de la religion, iluminaba vigorosamente el lado irracional. Otto habia leido a Lutero y habia comprendido Io que significaba para un creyente el «Dios vivor. No era el Dios de los fildsofos, el Dios de un Erasmo; no era una idea, una nocién abstracta, una simple alegoria moral. Se trataba de un Poder terrible, manifestado en Ia ecdlera» divina. En su libro, Rudolf Otto se esfuerza por reconocer los caracteres de esta experiencia tertorifica e irracional. Descubre el sentimiento de espanto ante lo sagrado, ante ese mysterium tremendum, ante esa miaiestas que emana una aplastante superioridad de poderio; descu- bre el temor religioso ante el mysterium fascinans, donde se desplie- ga la plenitud perfecta del ser. Otto designa todas estas experiencias 1. Trad. cast.: Lo santo. Lo racional y lo irracional en Ia idea de Dios, Madrid, Alianza, 5° ed., 1996. 14 LO SAGRADO ¥ LO PROFANO. como numinosas (del latin numen, «dios»), como provocadas q son por Ia revelacion de un aspecto de Ia potencia divina. Lo numi- noso se singulariza como una cosa ganz andere, como algo radical y totalmente diferente: no se parece a nada humano ni césmico; ante ello, el hombre experimenta el sentimiento de su nulidad, de «no ser més que una criaturas, de no ser, para expresarse con las palabras de Abrahén al dirigirse al Sefior, mas que «ceniza y polvo» (Génesis 18, 27). Lo sagrado se manifiesta siempre como una realidad de un or- den totalmente diferente del de las realidades «naturales». El lengua- je puede expresar ingenuamente lo tremendum, o Ia maiestas, o el mysterium fascinans con términos tomados del ambito natural o de Ia vida espiritual profana del hombre. Pero esta terminologia anal6- gica se debe precisamente a Ia incapacidad humana para expresar lo ganz andere. el lenguaje se reduce a sugerir todo lo que rebasa la ex- periencia natural del hombre con términos tomados de ella. Después de cuarenta afios, [os andlisis de R. Otto conservan atin su valor; el lector sacara provecho leyéndolos y meditandolos. Pero, en las paginas que siguen, nos situamos en otra perspectiva. Que- rriamos presentar el fendmeno de lo sagrado en toda su complejidad, y no sdlo en Io que tiene de irracional. No es Ia relacién entre los ele- mentos no racional y racional de [a religion lo unico que nos intere- sa, sino Io sagrado en su totalidad. Ahora bien, Ia primera definicion que puede darse de Jo sagrado es [a de que se opone a lo profano. Las paginas que siguen tienen por meta el ilustrar y precisar esa oposi- cién entre lo sagrado y lo profano. LO SAGRADO SE MANIFIESTA EI hombre entra en conocimiento de lo sagrado porque se mani- fiesta, porque se muestra como algo diferente por completo de lo pro- fano. Para denominar el acto de esa manifestacion de lo sagrado he- mos propuesto el término de hierofania (del griego hieros = sagrado y Phainomai = manifestarse), que es cémodo, puesto que no implica ninguna precision suplementaria: no expresa mas que lo que esta im- INTRODUCCION 1S plicito en su contenido etimolégico, es decir, que algo sagrado se nos muestra.” Podria decirse que Ia historia de las religiones, de las mas primitivas a las mas elaboradas, esta constituida por una acumulacién de hierofanias, por las manifestaciones de Ias realidades sacras. De la hierofania més elemental (por ejemplo, Ia manifestacion de Io sagra- do en un objeto cualquiera, una piedra o un arbol) hasta la hierofania suprema, que es, para un cristiano, la encarnacién de Dios en Jesu- cristo, no existe solucién de continuidad. Se trata siempre del mismo acto misterioso: la manifestacién de algo «completamente diferente», de una realidad que no pertenece a nuestro mundo, en objetos que forman parte integrante de nuestro mundo «natural», «profano». EI occidental moderno experimenta cierto malestar ante ciertas formas de manifestacion de lo sagrado: le cuesta trabajo aceptar que, para determinados seres humanos, lo sagrado pueda manifestarse en las piedras o en los arboles. Pues, como se vera enseguida, no se trata de Ia veneracion de una piedra o de un arbol por si mismos. La piedra sagrada, el arbol sagrado no son adorados en cuanto tales; lo son pre- cisamente por el hecho de ser hierofanias, por el hecho de «mostrar algo que ya no es ni piedra ni arbol, sino lo sagrado, lo ganz andere. Nunca se insistiré lo bastante sobre Ia paradoja que constituye toda hierofania, incluso la mas elemental. AI manifestar lo sagrado, un objeto cualquiera se convierte en otra cosa sin dejar de ser éf mismo, pues continua participando del medio césmico circundante. Una pie- dra sagrada sigue siendo una piedra; aparentemente (con més exacti- tud: desde un punto de vista profano) nada Ia distingue de las demas piedras. Para quienes aquella piedra se revela como sagrada, su reali- dad inmediata se transmuta, por el contrario, en realidad sobrenatural. En otros términos: para aquellos que tienen una experiencia religiosa, Ja naturaleza en su totalidad se puede revelar como sacralidad cosmi- ca. El cosmos en su totalidad puede convertirse en una hierofania. EI hombre de las sociedades arcaicas tiene tendencia a vivir lo més posible en lo sagrado o en [a intimidad de los objetos consagra- dos. Esta tendencia es comprensible: para los «primitivos», como para 2. Véase Eliade, Die Religionen und das Heilige, Salaburgo, 1954, pags. 27 y sigs. 16 LO SAGRADO Y LO PROFANO. el hombre de todas las sociedades premodernas, lo sagrado equivale a la potencia y, en definitiva, a la realidad por excelencia. Lo sagra- do esta saturado de ser. Potencia sagrada quiere decir a Ia vez reali- dad, perennidad y eficacia. La oposicién sacro-profano se traduce a menudo como una oposicién entre real e irreal o pseudorreal. En- tendaémonos: no hay que esperar reencontrar en las Ienguas arcaicas esta terminologia filoséfica: real, irreal, etc.; pero Ja cosa esta ahi. Es, pues, natural que el hombre religioso desee profundamente ser, par- ticipar en Ia realidad, saturarse de poder. Como se esfuerza el hombre religioso por mantenerse el mayor tiempo posible en un universo sagrado; cémo se presenta su experien- cia total de Ia vida en relacién con Ia experiencia del hombre privado de sentimiento religioso, del hombre que vive, o desea vivir, en un mundo desacralizado: tal es el tema que dominara las paginas si- guientes. Digamos de antemano que el mundo profano en su totali- dad, el cosmos completamente desacralizado, es un descubrimiento reciente del espiritu humano. No es de nuestra incumbencia el mos- trar por qué procesos histéricos y a consecuencia de qué modificacio- nes de comportamiento espiritual ha desacralizado el hombre moder- no su mundo y asumido una existencia profana. Baste unicamente con dejar constancia aqui del hecho de que Ia desacralizacién carac- teriza la experiencia total del hombre no religioso de las sociedades modernas; del hecho de que, por consiguiente, este ultimo se resiente de una dificultad cada vez mayor para reencontrar las dimensiones existenciales del hombre religioso de las sociedades arcaicas. Dos MODOS DE SER EN EL MUNDO Se medird el abismo que separa Ias dos modalidades de expe- tiencias, sagrada y profana, al leer las exposiciones sobre el espacio sa- grado y la construccién ritual de la morada humana, sobre las varie- dades de a experiencia religiosa del tiempo, sobre las relaciones del hombre religioso con Ia naturaleza y el mundo de fos utensilios, so- bre la consagracién de Ia vida misma del hombre y Ia sacralidad de INTRODUCCION 7 que pueden revestirse sus funciones vitales (alimentos, sexualidad, trabajo, etc.). Bastaré con recordar en qué se han convertido para el hombre moderno arreligioso Ia ciudad o Ia casa, Io naturaleza, los utensilios 0 el trabajo, para captar a lo vivo Io que Io distingue de un hombre perteneciente a [as sociedades arcaicas 0 incluso de un cam- pesino de Ia Europa cristiana. Para la conciencia moderna, un acto fisiolégico —Ia alimentacién, la sexualidad, etc.— no es mas que un proceso organico, cualquiera que sea el nuiimero de tabties que o in- hiban aun (reglas de comportamiento en la mesa, limites impuestos al comportamiento sexual por las tbuenas costumbres»). Pero para el «primitivoy un acto tal no es nunca simplemente fisioldgico; es, o puede Ilegar a serlo, un «sacramento», una comunion con Io sagrado. EI lector se dara cuenta enseguida de que lo sagrado y lo profa- no constituyen dos modalidades de estar en el mundo, dos situacio- nes existenciales asumidas por el hombre a Io largo de su historia. Es- tos modos de ser en el mundo no interesan sdlo a Ia historia de las teligiones © a Ia sociologia, no constituyen un mero objeto de estu- dios histéricos, socioldgicos, etnolégicos. En ultima instancia, [os modos de ser sagrado y profano dependen de las diferentes posicio- nes que el hombre ha conquistado en el cosmos; interesan por igual al fildsofo que al hombre indagador avido de conocer las dimensio- nes posibles de Ia existencia humana. Por eso, a pesar de su condicién de historiador de las religiones, el autor de este librito no se propone escribir exclusivamente desde la perspectiva de su disciplina. El hombre de las sociedades tradicio- nales es, por supuesto, un homo religiosus, pero su comportamiento se inscribe en el comportamiento general del hombre y, por consi- guiente, interesa a la antropologia filosdfica, a la fenomenologia y a la psicologia. Para resaltar mejor las notas especificas de [a existencia en un mundo susceptible de convertirse en sagrado no vacilaremos en citar ejemplos tomados de un gran numero de religiones, pertenecientes a épocas y culturas diferentes. Nada vale tanto como el ejemplo, el he- cho concreto. Seria vano discurrir sobre Ia estructura del espacio sa- grado sin mostrar, con ilustraciones precisas, como se construye un 18 LO SAGRADO ¥ LO PROFANO espacio tal y por qué se hace cualitativamente diferente del espacio profano que Io rodea. Tomaremos nuestros ejemplos de los mesopo- tamios, los indios, los chinos, los kwakiutl y otras poblaciones «primi- tivas». En la perspectiva historico-cultural, una yuxtaposicion tal de hechos religiosos, espigados en pueblos tan distantes en el tiempo y en el espacio, no carece de peligro. Pues se corre siempre el riesgo de recaer en los ertores del siglo xix y especialmente en el de creer, con ‘Tylor o Frazer, en una reaccién uniforme del espiritu humano ante los fenémenos naturales. Ahora bien, los progresos de la etnologia cultural o de Ia historia de las religiones han demostrado que no es éste siem- pre el caso, que las ereacciones del hombre ante Ia naturalezay estan condicionadas més de una vez por la cultura, es decir, por la historia. Pero mayor importancia tiene para nuestro propésito hacer re- saltar las notas especificas de Ia experiencia religiosa que mostrar sus multiples variaciones y las diferencias ocasionadas por Ia historia. Es un poco como si, para favorecer la mejor comprension del fendme- no poético, se acudiera a los ejemplos més disparatados, citando, junto a Homero, Virgilio o Dante, poemas hindues, chinos o mexica- nos; es decir, invocando tanto potticas histdricamente solidarias (Ho- mero, Virgilio, Dante) como creaciones hechas conforme a otras es- téticas. En los limites de Ia historia literaria, tales yuxtaposiciones son sospechosas, pero son validas si lo que se considera es la descripcién del fendmeno poético en cuanto tal, si lo que se tiene por propésito es mostrar Ia diferencia esencial entre el lenguaje poético y el Ien- guaje utilitatio, cotidiano. LO SAGRADO ¥ LA HISTORIA Nuestro primer propdsito es presentar las dimensiones especificas de Ja experiencia religiosa, resaltar sus diferencias con la experiencia profana del mundo. No insistiremos en los innumerables condicio- namientos que la experiencia religiosa del mundo ha tenido en el transcurso de los tiempos. Asi, es evidente que los simbolismos y los cultos de Ia Tierra Madte, de Ia fecundidad humana y agraria, de la INTRODUCCION 19 sacralidad de la mujer, etc., no han podido desarrollarse y constituir un sistema religioso ricamente articulado hasta el descubrimiento de la agricultura; es asimismo evidente que una sociedad preagricola, especializada en Ia caza, no podia sentir de la misma manera ni con la misma intensidad la sacralidad de la Tierra Madre. Una diferencia de experiencia es secuela de las diferencias de economia, de cultura y de organizacién social; en una palabra: de Ia historia. Con todo, en- tre los cazadores nomadas y fos agricultores sedentarios subsiste esta similitud de comportamiento, que nos parece infinitamente més im- portante que sus diferencias: unos y otros viven en un cosmos sacra- lizado, participan en una sacralidad césmica, manifestada tanto en el mundo animal como en el vegetal. No hay mas que comparar sus si- tuaciones existenciales con la de un hombre de las sociedades mo- dernas, que vive en un mundo desacralizado, para percatarse in- mediatamente de todo Io que separa a este ultimo de fos otros. Al mismo tiempo, se capta el licito fundamento de Ias comparaciones entre hechos religiosos pertenecientes a culturas diferentes: todos es- tos hechos dimanan de un mismo comportamiento, el del homo re- ligiosus. Este librito puede, por tanto, servir de introduccién general a la historia de las religiones, puesto que describe las modalidades de lo sagrado y [a situacién del hombre en un mundo cargado de valores teligiosos. Pero no constituye una historia de las religiones en el sen- tido estricto del término, pues el autor no se ha tomado el trabajo de indicar, a propésito de los ejemplos que cita, sus contextos histérico- culturales. Si hubiera querido hacerlo habria necesitado varios volu- menes. EI lector encontraré toda la informacién necesaria en las obras citadas en la bibliografia. Saint Cloud, abril de 1956 Capitulo I El espacio sagrado y la sacralizacién del mundo HOMOGENEIDAD ESPACIAL E HIEROFANIA, Para el hombre religioso ef espacio no es homogéneo; presenta roturas, escisiones: hay porciones de espacio cualitativamente dife- rentes de [as otras: «No te acerques aqui —dice el Sefior a Moisés—, quitate el calzado de tus pies; pues el lugar donde te encuentras es una tierra santa (Exodo 3,5). Hay. pues, un espacio sagrado y, por consiguiente, «fuerte, significativo, y hay otros espacios no consagra- dos y, por consiguiente, sin estructura ni consistencia; en una pala- bra: amorfos. Mas atin, para el hombre religioso esta ausencia de ho- mogeneidad espacial se traduce en Ia experiencia de una oposicién entre el espacio sagrado, el nico que es real, que existe realmente, y todo el resto, Ia extensién informe que Io rodea. Digamos acto seguido que [a experiencia religiosa de [a no ho- mogeneidad del espacio constituye una experiencia primordial, equi- parable a una «fundacion del mundo». No se trata de especulacién teolégica, sino de una experiencia religiosa primaria, anterior a toda reflexion sobre el mundo. Es Ia ruptura operada en el espacio lo que permite a constitucién del mundo, pues es dicha ruptura lo que des- cubre el «punto fijo», el eje central de toda orientacion futura. Desde el momento en que lo sagrado se manifiesta en una hierofania cual- quiera no sélo se da una ruptura en fa homogeneidad del espacio, 22, LO SAGRADO Y¥ LO PROFANO sino también Ia revelacién de una realidad absoluta, que se opone a la no realidad de la inmensa extension circundante. La manifestacion de lo sagrado fundamenta ontolégicamente el mundo. En Ia exten- sién homogénea e infinita, donde no hay posibilidad de hallar de- marcacion alguna, en Ia que no se puede efectuar ninguna orienta- cin, la hierofania revela un «punto fijor absoluto, un «centro». Se ve, pues, en qué medida el descubrimiento, es decir, la revela- cién del espacio sagrado, tiene un valor existencial para el hombre re- ligioso: nada puede comenzar, hacerse, sin una orientacion previa, y toda orientacion implica la adquisicién de un punto fijo. Por esta ra- z6n el hombre religioso se ha esforzado por establecerse en el «Centro del mundo». Para vivir en el mundo hay que fundarlo, y ningun mun- do puede nacer en el «caos» de la homogeneidad y de la relatividad del espacio profano. El descubrimiento o la proyeccién de un punto fijo —el Centro— equivale a la creacién del mundo; enseguida unos ejemplos vendran a mostrar con Ja mayor claridad el valor césmico de la orientacion ritual y de la construccién del espacio sagrado. Por el contrario, para el hombre profano, el espacio es homo- géneo y neutro: ninguna ruptura diferencia cualitativamente las di- versas partes de su masa. El espacio geométrico puede ser sefialado y delimitado en cualquier direccién posible, mas ninguna diferen- ciacion cualitativa, ninguna orientacién es dada por su propia es- tructura. Evidentemente, es preciso no confundir el concepto del espacio geométrico, homogéneo y neutro, con Ia experiencia del es- pacio «profano», que se opone a la experiencia del espacio sagrado y que es Ia unica que interesa a nuestro propésito. El concepto del es- pacio homogéneo y la historia de este concepto (pues ya lo habia ad- quirido el pensamiento filosdfico y cientifico desde Ia antigitedad) constituye un problema muy distinto, que no abordamos. Lo que in- teresa a nuestra investigacin es la experiencia del espacio tal como la vive el hombre no religioso, el hombre que rechaza la sacralidad del mundo, que asume tinicamente una existencia «profana», depu- tada de todo presupuesto religioso. Inmediatamente se impone afadir que una existencia profana de semejante indole jamds se encuentra en estado puro. Cualquiera EL ESPACIO SAGRADO ¥ LA SACRALIZACION DEL MUNDO 23 que sea el grado de desacralizacién del mundo al que haya Ilegado, el hombre que opta por una vida profana no logra abolir del todo el comportamiento religioso, Habremos de ver que incluso Ia existencia més desacralizada sigue conservando vestigios de una valoracién re- ligiosa del mundo. De momento dejemos de lado este aspecto del problema y cifié- monos a comparar las dos experiencias en cuestién: Ia del espacio sagrado y la del espacio profano. Recuérdense las implicaciones de la primera: la revelacién de un espacio sagrado permite obtener «un punto fijo», orientarse en la homogeneidad caética, «fundar el mun- do» y vivir realmente. Por el contrario, la experiencia profana man- tiene la homogeneidad y. por consiguiente, Ia relatividad del espacio. ‘Toda orientacién verdadera desaparece, pues el spunto fijo» no goza ya de un estatuto ontolégico unico: aparece y desaparece segtin las necesidades cotidianas. A decir verdad, ya no hay «mundo», sino tan sdlo fragmentos de un universo roto, la masa amorfa de una infini- dad de «lugares» mas o menos neutros en los que se mueve el hom- bre bajo el imperio de las obligaciones de toda existencia integrada en una sociedad industrial. Y, sin embargo, en esta experiencia del espacio profano siguen interviniendo valores que recuerdan mas o menos Ia no homogenei- dad que caracteriza la experiencia religiosa del espacio. Subsisten Iu- gares privilegiados, cualitativamente diferentes de los otros: el paisaje natal, el paraje de los primeros amores, una calle o un rincén de la primera ciudad extranjera visitada en la juventud. Todos estos Iuga- tes conservan, incluso para el hombre més declaradamente no reli- gioso, una cualidad excepcional, «inica»: son [os «lugares santos» de su universo privado, tal como si este ser no teligioso hubiera tenido la revelacion de otra realidad distinta de la que participa en su exis- tencia cotidiana. No perdamos de vista este ejemplo de «comportamiento cripto- teligiosox del hombre profano. Habremos de tener ocasion de volver- nos a encontrar con otras ilustraciones de esta especie de degrada- cién y de desacralizacién de valores y comportamientos teligiosos. Mas adelante nos daremos cuenta de su significacién profunda. 24 LO SAGRADO Y LO PROFANO. ‘TEOPANIAS Y SIGNOS Para poner de manifiesto la no homogeneidad del espacio tal como Ia vive el hombre religioso, se puede recurrir a un ejemplo tri- vial: una iglesia en una ciudad moderna. Para un creyente esta igle- sia participa de otro espacio diferente del de Ia calle donde se en- cuentra. La puerta que se abre hacia el interior de la iglesia sefala una solucion de continuidad. El umbral que separa los dos espacios indica al mismo tiempo [a distancia entre los dos modos de ser: pro- fano y religioso. El umbral es a [a vez el hito, Ia frontera, que distin- gue y opone dos mundos y el lugar paradéjico donde dichos mun- dos se comunican, donde se puede efectuar el transito del mundo profano al mundo sagrado. Una funcion ritual andloga corresponde por derecho propio al umbral de las habitaciones humanas, y por ello goza de tanta consi- deracion. Son muchos los ritos que acompafian al franqueamiento del umbral doméstico: se hacen reverencias o prosternaciones, se toca piadosamente con Ia mano, etc. El umbral tiene sus «guar- dianesy: dioses y espiritus que defienden Ia entrada, tanto de [a ma- levolencia de los hombres como de las potencias demoniacas y pestilenciales. Es en ef umbral donde se ofrecen sacrificios a las divi- nidades tutelares. Asimismo es ahi donde ciertas culturas paleo- orientales (Babilonia, Egipto, Israel) situaban el juicio. El umbral, fa puerta, muestran de un modo inmediato y concreto la solucién de continuidad del espacio; de ahi su gran importancia religiosa, pues son a Ia vez simbolos y vehiculos del transito. Desde este momento se comprende por qué Ia iglesia participa de un espacio radicalmente distinto del de las aglorneraciones huma- nas que Ia circundan. En el interior del recinto sagrado queda tras- cendido el mundo profano. En los niveles mas arcaicos de cultura esta posibilidad de trascendencia se expresa por las diferentes image- nes de una abertura: alli, en el recinto sagrado, se hace posible fa co- municacién con los dioses; por consiguiente, debe existir una epuer- ta» hacia Io alto por la que puedan los dioses descender a [a Tierra y subir ef hombre simbdlicamente al cielo. Hemos de ver enseguida EL ESPACIO SAGRADO ¥ LA SACRALIZACION DEL MUNDO 25 que tal ha sido el caso de multiples religiones. El templo constituye, propiamente hablando, una «aberturay hacia lo alto y asegura la co- municacién con el mundo de los dioses. Todo espacio sagrado implica una hierofania, una irrupcién de Io sagrado que tiene por efecto destacar un tertitorio del medio césmi- co circundante y el de hacerlo cualitativamente diferente. Cuando, en Jaran, Jacob vio en suejios Ia escala que alcanzaba el cielo y por la cual los angeles subian y bajaban, y escuché en Io alto al Sefior, que decia: «Yo soy el Bterno, el Dios de Abrahan», se desperté sobre- cogido de temor y exclamé: «Qué terrible es este Jugar! Es aqui don- de esta Ia casa de Dios. Es aqui donde esta la puerta de los cielos». ¥ cogié la piedra que le servia de almohada y Ia erigis en monumento y derramé aceite sobre su extremo. Llamé a ese lugar Betel, es decir, «Casa de Dios» (Génesis 28,12-19). El simbolismo contenido en la ex- presion «puerta de los cielos» es rico y complejo: fa teofonia consagra un lugar por el hecho mismo de hacerlo «abierto» hacia [o alto, es de- cir, comunicante con el cielo, punto paraddjico de transito de un modo de ser a otro. Pronto encontraremos ejemplos todavia més pre- cisos: santuarios que son «puertas de los cielos», fugares de transito entre el cielo y Ja Tierra. A menudo ni siquiera se precisa una teofania o una hierofania propiamente dichas: un signo cualquiera basta para indicar Ia sa- cralidad del lugar. «Seguin [a leyenda, el morabito (sacerdote) que fundé El-Hemel se detuvo, a finales del siglo xvi, para pasar Ia no- che cerca de Ia fuente y clavé un bastén en el suelo. A la mafiana siguiente, al querer cogerlo de nuevo para proseguir su camino, en- contré que habia echado raices y que de él habian brotado retofios. En ello vio el indicio de Ia voluntad de Dios y establecié su morada en aquel lugars.’ Y es que el signo portador de significacién religiosa introduce un elemento absoluto y pone fin a Ia relatividad y a la confusion. Algo que no pertenece a este mundo se manifiesta de manera apodictica y, al hacerlo asi, sefiala una orientacién o decide una conducta. 1. René Basset, Revue des traditions populaires, XXII, 1907, pag. 287. 26 LO SAGRADO ¥ LO PROFANO Cuando no se manifiesta ningtin signo en los alrededores, se pro- voca su aparicion. Se practica, por ejemplo, una especie de evocatio sirviéndose de animales: son ellos los que muestran qué lugar puede acoger al santuario o al pueblo. Se trata, en suma, de una evocacion de fuerzas o figuras sagradas, que tiene como fin inmediato la orien- tacién en la homogeneidad del espacio. Se pide un signo para poner fin a la tensién provocada por Ia relatividad y a Ia ansiedad que ali- menta la desorientacién; en una palabra: para encontrar un punto de apoyo absoluto. Un ejemplo: se persigue a un animal salvaje, y en el lugar donde es abatido se erige el santuario; o bien se da suelta a un animal doméstico —un toro, por ejemplo—, pasados unos dias se va en su busqueda y es sacrificado en el lugar donde fo encuen- tran. A continuacion se erigiré un altar y alrededor de este altar se construird el pueblo. En todos estos casos son los animales los que te- velan la sacralidad del lugar: los hombres, segiin eso, no tienen liber- tad para elegir el emplazamiento sagrado. No hacen sino buscarlo y descubrirlo mediante la ayuda de signos misteriosos. Este pufiado de ejemplos nos ha mostrado los diferentes medios por los cuales recibe el hombre religioso [a revelacién de un lugar sa- gtado. En cada uno de estos casos, las hierofanias anulan la homo- geneidad del espacio y revelan un «punto fijo». Pero, habida cuenta de que el hombre religioso no puede vivir sino en una atmésfera im- pregnada de Io sagrado, es de esperar Ia existencia de multitud de técnicas para consagrar el espacio. Segtin hemos visto, lo sagrado es lo real por excelencia, y a la vez potencia, eficiencia, fuente de vida y de fecundidad. EI deseo del hombre religioso de vivir en lo sagrado equivale, de hecho, a su afan de situarse en [a realidad objetiva, de no dejarse paralizar por la realidad sin fin de las experiencias pura- mente subjetivas, de vivir en un mundo real y eficiente y no en una ilusion. Tal comportamiento se verifica en todos los planos de su exis- tencia, pero se evidencia sobre todo en el deseo del hombre religioso de moverse en un mundo santificado, es decir, en un espacio sagra- do. Esta es la razén que ha conducido a elaborar técnicas de orien- tacion, Jas cuales, propiamente hablando, son técnicas de construc- cién del espacio sagrado. Mas no se debe creer que se trata de un EL BSPACIO SAGRADO Y LA SACRALIZACION DEL MUNDO 27 trabajo humano, que es su propio esfuerzo Io que permite al hombre consagrar un espacio. En realidad, el ritual por el cual construye un espacio sagrado es eficiente en Ia medida que reproduce Ia obra de Jos dioses. Pero para comprender mejor Ia necesidad de construir ri- tualmente el espacio sagrado hay que hacer cierto hincapié en la concepcién tradicional del «mundo». Inmediatamente se adquirira conciencia de que todo «mundo» es para el hombre religioso un «mundo sagrado», CAOS ¥ COSMOS Lo que caracteriza a las sociedades tradicionales es la oposicién que tacitamente establecen entre su territorio habitado y el espa- cio desconocido e indeterminado que los circunda: el primero es el «mundo» (con mayor precisién: «nuestro mundo»), el cosmos; el res- to ya no es un cosmos, sino una especie de «otro mundo», un espa- cio extrafio, castico, poblado de larvas, de demonios, de «extranjeros» (asimilados, por lo demas, a demonios 0 a los fantasmas). A primera vista, esta ruptura en el espacio parece debida a Ia oposicién entre un territorio habitado y organizado —y, por tanto, «cosmizado»— y el espacio desconocido que se extiende allende sus fronteras: de un lado se tiene un «cosmoss, del otro un «caos». Pero se ver que si, todo territorio habitado es un cosmos, Io es precisamente por haber sido consagrado previamente, por ser, de un modo u otro, obra de los dioses, o por comunicar con el mundo de éstos. El «mundo» (es de- cir, «nuestro mundo») es un universo en cuyo interior se ha manifes- tado ya lo sagrado y en el que, por consiguiente, se ha hecho posible y repetible la ruptura de niveles. Es facil comprender que el momento religioso Ileva ya en si el «momento cosmogénicom: Io sagrado revela Ia realidad absoluta y con ello posibilita una orientacion; y también funda el mundo, pues derriba fronteras y de este modo establece un orden del mundo. Todo esto se desprende con meridiana claridad del ritual védico de toma de posesion de un tertitorio: la posesion adquiere validez Ie- 28 LO SAGRADO ¥ LO PROFANO gal por Ia ereccién de un altar del fuego consagrado a Agni: «Se dice que esta instalado cuando se ha construido un altar de fuego (garha- patya), y todos los que construyen el altar de fuego quedan legal- mente establecidos» (Shatapatha Brahmana, VI, |, |, 1-4). Por la erec- cién del altar del fuego, Agni se hace presente y la comunicacién con el mundo de [os dioses queda asegurada: el espacio del altar se con- vierte en un espacio sagrado. Con todo, la significacién del ritual es mucho mas compleja, y si se tienen en cuenta todas sus articulacio- nes, se comprende por qué la consagracidn de un territorio equivale a su cosmizacion. En efecto, la ereccién de un altar a Agni no es sino la reproduccion, a escala microcésmica, de la creacién. El agua en la que se amasa la arcilla se asimila al agua primordial; la arcilla que sirve de base al altar simboliza Ia Tierra; las paredes laterales repre- sentan Ia atmosfera, etc. ¥ Ia construccién se acompafia de canticos que proclaman explicitamente qué regién césmica se acaba de crear (Shatapatha Bréhmana, I, 1X, 2, 29, etc.). En una palabra: la ereccion de un altar del fuego, Io unico que da validez a la toma de posesion de un territorio, equivale a una cosmogonia. Un territorio desconocido, extranjero, sin ocupar (lo que quiere decir con frecuencia: sin ocupar por «os nuestros»), continua partici- pando de fa modalidad fluida y larvaria del «caos». Al ocupario y, so- bre todo, al instalarse en él, el hombre lo transforma simbélicamen- te en cosmos por una repeticién ritual de la cosmogonia, Lo que ha de convertirse en «nuestro mundo» tiene que haber sido «creado» previamente, y toda creacién tiene un modelo ejemplar: fa creacion del universo por los dioses. Los colonos escandinavos, cuando toma- ron posesion de Islandia (Jandnéma) y la roturaron, no consideraban esta empresa ni como una obra original, ni como un trabajo huma- no y profano. Para ellos, su labor no era més que Ia repeticion de un acto primordial: [a transformacién del caos en cosmos por el acto di- vino de la creacion. Al trabajar Ia tierra desértica, repetian simple- mente el acto de los dioses que habian organizado el caos dandole una estructura, formas y normas.” 2. Mircea Eliade, Le mythe de I’éternel retour, Paris, Gallimard, 1949, pag. 27- EL ESPACIO SAGRADO Y LA SACRALIZACION DEL MUNDO. 29 Tratese de roturar una tierra inculta o de conquistar y ocupar un territorio ya habitado por «otros» seres humanos: Ia toma de posesién ritual debe en ambos casos repetir fa cosmogonia. En Ia perspectiva de las sociedades arcaicas, todo lo que no es muestro mundo» no es todavia emundo». No puede hacer uno ssuyo» un territorio si no lo crea de nuevo, es decir, si no Io consagra. Este comportamiento re- ligioso con respecto a las tierras desconocidas se profongé, incluso en Occidente, hasta la aurora misma de los tiempos modernos. Los «conquistadores» espafioles y portugueses tomaban posesion, en nom- bre de Jesucristo, de [os territorios que habian descubierto y conquis- tado. La ereccion de la cruz consagraba la comarca, equivalia, en cierto modo, a un muevo nacimiento»: por Cristo, das cosas viejas han pasado; he aqui que todas las cosas se han hecho nuevas» (2 Co- rintios 5,17). El pais recién descubierto quedaba erenovado», «recrea- do» por Ia cruz. CONSAGRACION DE UN LUGAR: REPETICION DE LA COSMOGONIA Importa comprender bien que Ia cosmizacion de territorios des- conocidos es siempre una consagracién: al organizar un espacio, se reitera la obra ejemplar de los dioses. La intima relacion entre cos- mizacion y consagracion esta ya atestiguada en los niveles elemen- tales de cultura (por ejemplo, entre los némadas australianos, cuya economia sigue estando en el estadio de Ia recoleccién y de la caza menor). Seguin las tradiciones de una tribu arunta, los achilpa, el ser divino Numbakula «cosmiz6», en los tiempos miticos, su futuro te- tritorio, cred a su antepasado y establecio sus instituciones. Con el tronco de un arbol gomifero Numbakula hizo el poste sagrado (kau- wa-auwa) y, después de haberlo untado de sangre, trepé por él y de- saparecio en el cielo. Este poste representa un eje cosmico, pues es al- rededor de él donde el territorio se hace habitable, se transforma en «mundo». De ahi el considerable papel ritual del poste sagrado: du- tante sus peregrinaciones, los achilpa Io transportan con ellos y eli- gen la direccién que deben seguir seguir segtin su inclinacion. Esto 30 LO SAGRADO Y LO PROFANO les permite desplazarse continuamente sin dejar de «estar» en su «mundo» y, al mismo tiempo, en comunicacién con el cielo donde de- saparecié Numbakula. Si se rompe el poste, sobreviene la catastrofe; se asiste en cierto modo al fin del «mundo», a Ia regresion, al caos. Spencer y Gillen refieren que, segtin un mito, habiéndose roto una vez el poste sagtado, la tribu entera quedo presa de la angustia; sus miembros anduvieron errantes por algun tiempo y finalmente se sen- taron en el suelo y se dejaron morir’ Este ejemplo ilustra admirablemente tanto la funcion cosmoldgi- ca del poste ritual como su papel soteriolégico. Por una parte, el Rauwa-auwa reproduce el poste utilizado por Numbakula para cos- mizar el mundo, y por otra, los achilpa creen que gracias a él se pue- den comunicar con el dominio celeste. Ahora bien, la existencia hu- mana sélo es posible gracias a esa comunicacion permanente con el cielo. El «mundo» de Ios achilpa no se convierte realmente en su mundo sino en la medida en que reproduce el cosmos organizado y santificado por Numbakula. No se puede vivir sin una «aberturay ha- cia Io trascendente; con otras palabras: no se puede vivir en el «caos». Si se pierde el contacto con el otro ado, la existencia en el mundo ya no es posible y los achilpa se dejan morir. Instalarse en un territorio viene a ser, en ultima instancia, con- sagrarlo. Cuando [a instalacion ya no es provisional, como entre los nomadas, sino permanente, como entre los sedentarios, implica una decision vital que compromete Ia existencia de Ia comunidad por entero. «Situarse» en un lugar, organizarlo, habitarlo son accio- nes que presuponen una eleccién existencial: Ia eleccion del uni- verso que se esta dispuesto a asumir al «crearlo». Ahora bien, este cuniverso» es siempre una réplica del universo ejemplar, creado y habitado por Ios dioses: comparte, seguin eso, la santidad de la obra de los dioses. El poste sagrado de los achilpa «sostiene» su mundo y asegura Ia comunicacién con el cielo. Tenemos aqui el prototipo de una imagen cosmolégica que ha conocido una gran difusién: Ia de los 3. B. Spencer y F. J. Gillen, The Arunta, Londres, 1926, vol. I, pag. 388. EL ESPACIO SAGRADO Y LA SACRALIZACION DEL MUNDO 31 pilares césmicos que sostienen el cielo a a vez que abren el camino hacia ef mundo de los dioses. Hasta su cristianizacion, los celtas y los germanos conservaban todavia el culto a tales pilares sagrados. E! Chronicon Laurissense breve, escrito hacia el 800, refiere que Carlomagno, con motivo de una de sus guerras contra los sajones (772), hizo demoler en Ia villa de Eresburgo el templo y el bosque sagrado de su efamoso Irmenstil», Rodolfo de Fulda (ca. 860) preci- sa que esta famosa columna es Ia «columna del universo que sos- tiene casi todas las cosas» (universalis columna quasi sustinens om- nia). La misma imagen cosmoldgica reaparece en Roma (Horacio, Odas, III, 3), en la India antigua con el skambha, Pilar césmico (Rig Veda, 1, 105; X, 89, 4; etc.). ¥ también entre los habitantes de las is- las Canarias y en culturas tan remotas como las de los kwakiut! (Co- lombia britdnica) y Ios nad’a de Flores (Indonesia). Los kwakiutl creen que un poste de cobre atraviesa los tres niveles césmicos (el mundo subterraneo, la Tierra y el cielo): alli donde penetra en el cie- Jo se encuentra Ia «puerta del mundo de arriba. La imagen visible de este pilar cdsmico es, en el cielo, la Via Lactea. Pero esta obra de los dioses que es el universo Ia recogen e imitan los hombres a su escala. El axis mundi que se ve en el cielo, bajo la forma de Ia Via Lactea, se hace presente en [a casa cultual bajo la forma de un pos- te sagrado. Es éste un tronco de cedro de diez a doce metros de Ion- gitud: més de Ia mitad sobresale de Ja casa cultual. El papel que de- sempefia en las ceremonias es capital: el de conferir una estructura césmica a la casa. En los canticos rituales ésta es Ilamada «nuestro mundo» y los candidatos a la iniciacion que habitan en ella procla- man: «Estoy en el Centro del mundo..., estoy junto al pilar del mundo,’ etc.». La misma asimilacién del pilar césmico al poste sa- grado y de la casa cultual al universo se da entre los nad’a de Flo- res. El poste de sacrificio se [lama «poste del cielo», y se estima que sostiene el cielo. 4. Werner Miller, Weltbild und Kult der Kwakiutl-Indianer, Wiesbaden, 1955, pags. 17-20. 5. P. Arndt, «Die Megalithenkultur des Nad'a», Anthropos, 27. 1932. pags. 61-62. 32. LO SAGRADO Y LO PROFANO EL «CENTRO DEL MUNDO» La exclamacién del nedfito kwakiutl: «Estoy en el Centro del mun- do» nos revela de golpe una de las significaciones més profundas del espacio sagrado. Alli en donde por medio de una hierofania se efecttia la ruptura de niveles se opera al mismo tiempo una «abertura» por lo alto (el mundo divino) 0 por Io bajo (las regiones infernales, el mun- do de los muertos). Los tres niveles césmicos —Tiera, cielo, regiones infernales— se ponen en comunicacién. Como acabamos de ver, la comunicacién se expresa a veces con la imagen de una columna uni- versal, axis mundi, que une, a la vez que lo sostiene, el cielo con la Tierra, y cuya base esta hundida en el mundo de abajo (el llamado «infierno»). Columna césmica de semejante indole tan sdlo puede si- tuarse en el centro mismo del universo, ya que la totalidad del mun- do habitable se extiende alrededor de ella. Nos hallamos, pues, frente a un encadenamiento de concepciones religiosas y de imagenes cosmo- légicas que son solidarias y se articulan en un «sistemas, al que se pue- de calificar de «sistema del mundo» de las sociedades tradicionales: a) un lugar sagrado constituye una ruptura en la homogeneidad del espacio; b) esta ruptura simboliza una «aberturay, merced a Ia cual se po- sibilita el transito de una regién césmica a otra (del cielo a Ia Tierra, y de la Tierra al mundo inferior); c) Ia comunicacién con el cielo se expresa indiferentemente por cierto numero de imagenes relativas en su totalidad al axis mundi: pilar (véase fa universalis columna), escala (véase Ia escala de Jacob), montafia, arbol, liana, etc; d) alrededor de este eje césmico se extiende el emundo» (= «nues- tro mundo»); por consiguiente, el eje se encuentra en el «medio», en el «ombligo de la Tierra», es el Centro del mundo. Un numero considerable de creencias, de mitos y de ritos diver- sos derivan de este «sistema del mundo» tradicional. No es cuestién de mencionarlos aqui. Vale mas limitarse a un pufiado de ejemplos EL ESPACIO SAGRADO Y LA SACRALIZACION DEL MUNDO 3 sacados de civilizaciones diferentes y capaces de hacernos compren- der el papel del espacio sagrado en Ia vida de las sociedades tradi- cionales, cualquiera que sea, por lo demas, el aspecto particular bajo el cual se presenta este espacio sagrado: lugar santo, casa cultual, ciu- dad, «mundo». Por todas partes reencontramos el simbolismo del Centro del mundo, y es dicho simbolismo Io que en Ia mayoria de los casos nos hace inteligible el comportamiento tradicional con respec- to al «espacio en que se vive». Comencemos por un ejemplo que tiene el mérito de revelarnos de golpe Ia coherencia y la complejidad de semejante simbolismo: la montafia césmica. Acabamos de ver que la montafia figura entre [as imagenes que expresan el vinculo entre el cielo y Ia Tierra; se cree, por tanto, que se halla en el Centro del mundo. En efecto, en multiples cul- turas se nos habla de montafias semejantes, miticas o reales, situadas en el Centro del mundo: Meru en la India, Haraberezaiti en el Irdn, la montafia mitica «Monte de los paises» en Mesopotamia, Garizin en Palestina, denominada por otra parte «ombligo de la Tierra».° Habida cuenta de que la montafia sagrada es un axis mundi que une [a Tierra al cielo, toca al cielo de algiin modo y sefala el punto més alto del mundo, resulta que el territorio que Ia rodea, y que constituye «nues- tro mundo», es tenido por el pais mas alto. Tal es lo que proclama Ia tradicion israelitica: Palestina, como era el pais mas elevado, no qued6 sumergido en el diluvio.’ Seguin Ia tradicion islamica el Iugar més ele- vado de Ia Tierra es la Caaba, puesto que «la estrella polar testimonia que se encuentra frente al centro del cielo».* Para Ios cristianos es el Gelgota el que se encuentra en Ia cima de Ia montaria césmica. Todas estas creencias expresan un mismo sentimiento, profundamente teli- gioso: «nuestro mundo» es una Tierra santa porque es el lugar mas pro- ximo al cielo, porque desde aqui, desde nuestro pais, se puede alcan- 6. Véanse las referencias bibliogréficas en Le mythe de 'éternel retour, pags. 31y sigs. 7. A. E. Wensinck y E. Burrows, citados en Le mythe de I'éternel retour, pag. 33. 8. Wensinck, citado en ibid., pag. 35. 34 LO SAGRADO ¥ LO PROFANO zar el cielo; nuestro mundo, segtin eso, es un dugar alto». En lenguaje cosmolégico esta concepcién teligiosa se traduce en la proyeccion de ese tertitorio privilegiado que es el nuestro a Ia cima de fa montafia césmica. Las especulaciones ulteriores han cristalizado posteriormen- te en toda clase de conclusiones; por ejemplo, la que acabamos de ver: que la Tierra Santa de Palestina no fue inundada por el diluvio. EI mismo simbolismo del centro explica otras series de imagenes cosmolégicas y de creencias religiosas, de las que no mencionaremos sino [as mas importantes: a) las ciudades santas y los santuarios se encuentran en el Cen- tro del mundo; b) Ios templos son réplicas de fa montajia césmica y constituyen, por consiguiente, el evinculo» por excelencia entre la Tierra y el cielo; c) los cimientos de Ios templos se hunden profundamente en las regiones inferiores. Algunos ejemplos nos seran suficientes. A continuacion tratare- mos de integrar todos esos aspectos diversos de un mismo simbolis- mo; asi se veré con mayor nitidez cuain coherentes son esas concep- ciones tradicionales del mundo. La capital del soberano chino se encuentra en el Centro del mun- do: ef dia del solsticio de verano, a mediodia, la varilla del reloj de sol no debe proyectar sombra.’ Sorprende reencontrar el mismo simbo- lismo aplicado al Templo de Jerusalén: Ia roca sobre fa que se habia edificado era el combligo de Ia Tierray. El peregrino islandés Nicolas de Thverva, que visito Jerusalén en el siglo xml, escribe del Santo Sepul- cro: «Es alli donde se encuentra el Centro del mundo; el dia del solsti- cio de verano cae alli la luz del Sol perpendicularmente desde el cielo». La misma concepcién reaparece en el Iran: el pais iranio (Airyanam Vaejah) es el centro y el coraz6n del mundo. De la misma manera 9. Marcel Granet, citado en Eliade, Traité d'histoire des religions, Paris, 1949. pag. 322. 10. L,I. Ringbom, Graltempel und Paradies, Estocolmo, 1951, pag. 255. EL ESPACIO SAGRADO Y LA SACRALIZACION DEL MUNDO 35 que el corazén se encuentra en medio del cuerpo, «el pais del Iran vale mas que los restantes paises porque esta situado en medio del mundo»." Por ello Shiz, la Jerusalén» de los iranios (pues se encon- traba en el Centro del mundo), era tenida por el [ugar originario del poderio real y también por Ia ciudad natal de Zaratustra.” En cuanto a Ia asimilacion de Jos templos a las montafias cés- micas y a su funcion de evinculo» entre Ia Tierra y el cielo, Ios propios nombres de las torres y de los santuarios babilénicos dan testimonio: se [laman «monte de la casa», «casa del monte de todas las tierras», «monte de las tempestades», evinculo entre el cielo y Ia Tierra», etc. El ziggurat, propiamente hablando, era una montaria césmica: sus siete pisos representaban los siete cielos planetarios; al escalarlos, el sacer- dote Ilegaba a [a cima del universo. Un simbolismo andlogo explica Ja enorme construccién del templo de Barabudur en Java, que esta edificado como una montafia artificial. Su ascensién equivale a un viaje extatico al Centro del mundo; al alcanzar Ia terraza superior, el peregrino realiza una ruptura de nivel; penetra en una «region pura», que trasciende el mundo profano. Dur-an-ki, «inculo entre el cielo y Ia tierray; asi se denominaban un buen numero de santuarios babilénicos (en Nippur, en Larsa, en Sippar, etc.). Babilonia contaba con multitud de nombres tales como «casa de la base del cielo y de la Tierra», evinculo entre el cielo y la Tie- tra». Pero siempre era en Babilonia donde se efectuaba la union entre la Tierra y las regiones inferiores, pues [a ciudad se habia edificado so- bre bab-apsi, la spuerta de Apst», siendo apst la denominacién de Jas aguas del caos antes de Ia creacion. La misma tradicion reaparece entre los hebreos: Ia roca del Templo de Jerusalén se hundié profun- damente en el tehém, el equivalente hebraico de apsii. Lo mismo que en Babilonia existia [a «puerta de Apst», Ia roca del Templo de Jeru- salén encerraba Ia «boca del tehém.” i. Sad-dar, LXXXIV, 4-5, citado por Ringbom, pag. 327. 12. Véanse los documentos agrupados y analizados por Ringbom, pags. 294 y sigs. y passim. 13. Véanse las referencias en Le mythe de I’étemel retour, pag. 35. 36 LO SAGRADO Y LO PROFANO. El apsdy el tehém simbolizan tanto el «caos» acuatico, la modali- dad preformal de [a materia césmica, como el mundo de la muerte, todo Io que precede a la vida y Ia sigue. La «puerta de Apst» y Ia roca que encierra Ia «boca del tehérm designan no sdlo el punto de inter- seccion y, por tanto, de comunicacion, entre el mundo inferior y la Tierra, sino también Ja diferencia de régimen ontolégico entre ambos planos césmicos. Entre el tehém y Ia roca del Templo que le cierra la «boca» se da una ruptura de nivel, un transito de lo virtual a Io formal, de Ja muerte a Ia vida. El caos acuatico que ha precedido a la creacién simboliza al mismo tiempo la regresion a lo amorfo efectuada en la muerte, el retorno a la modalidad Iarvaria de Ia existencia. Desde cier- to punto de vista, las regiones inferiores son equiparables a las regiones desérticas y desconocidas que rodean el territorio habitado; el mundo de abajo, por encima del cual se asienta firmemente nuestro «cosmos, corresponde al «caos» que se extiende a lo largo de sus fronteras. «NUESTRO MUNDO?» SE SITUA SIEMPRE EN EL, CENTRO De todo cuanto precede resulta que el everdadero mundo» se en- cuentra siempre en el «medio», en el «centro», pues alli se da una rup- tura de nivel, una comunicacion entre las dos zonas césmicas. Siem- pre se trata de un cosmos perfecto, cualquiera que sea su extension. Un pais entero (por ejemplo, Palestina), una ciudad (Jerusalén), un santuario (el Templo de Jerusalén) representan indiferentemente una imago mundi. Flavio Josefo escribia, a propésito del simbolismo del Templo, que el atrio representaba el «mar» (es decir, las regiones in- feriores); el santuario, Ia Tierra, y el Santo de los Santos, el cielo (Ant. Iud., III, vl, 7). Se comprueba, pues, que tanto la imago mundi como el «centro» se repiten en el interior del mundo habitado. Palestina, Je- rusalén y el Templo de Jerusalén representan cada uno de ellos de por si, y simultaneamente, Ia imagen del universo y el Centro del mundo. Esta multiplicidad de «centros» y esta reiteracion de la ima- gen del mundo a escalas cada vez mas modestas constituyen una de las notas especificas de las sociedades tradicionales. EL ESPACIO SAGRADO Y¥ LA SACRALIZACION DEL MUNDO. 37 Nos parece que se impone una conclusién: el hombre de Ias so- ciedades premodernas aspira a vivir lo mas cerca posible del Centro del mundo. Sabe que su pais se encuentra efectivamente en medio de la Tierra; que su ciudad constituye el ombligo del universo, y, sobre todo, que el templo o el palacio son verdaderos centros del mundo; pero quiere también que su propia casa se situe en el centro y sea una imago mundi. Y, como vamos a ver, se piensa que las habitaciones se encuentran en el Centro del mundo y reproducen, a escala microcés- mica, ef universo. Dicho de otro modo, el hombre de las sociedades tradicionales no podia vivir mas que en un espacio «abierto» hacia lo alto, en el que [a ruptura de nivel se aseguraba simbdlicamente y en el que [a comunicacion con el otro mundo, el mundo «trascendentes, era posible ritualmente. Bien entendido, el santuario, el «centro» por excelencia, estaba ahi, al alcance de su mano, en su ciudad, y para co- municar con el mundo de Ios dioses Ie bastaba con penetrar en el templo. Pero el homo religiosus sentia la necesidad de vivir siempre en el centro, al igual que los achilpa, los cuales, como hemos visto, Ile- vaban siempre con ellos el poste sagrado, el axis mundi, para no ale- jarse del centro y permanecer en comunicacién con el mundo supra- terrestre. En una palabra: cualesquiera que sean las dimensiones de su espacio familiar —su pais, su ciudad, su pueblo, su casa—, el hom- bre de las sociedades tradicionales experimenta Ia necesidad de exis- tir constantemente en un mundo total y organizado, en un cosmos. Un universo toma origen de su centro, se extiende desde un pun- to central que Ie es como el «ombligo». Asi es, segtin el Rig Veda (X, 149), como nace y se desarrolla ef universo: a partir de un nucleo, de un punto central. La tradicion judia es todavia mas explicita: «El San- tisimo ha creado el mundo como un embrién. Asi como el embrion crece a partir del ombligo, Dios ha empezado a crear el mundo por el ombligo, y de ahi se ha extendido en todas las direcciones». ¥, ha- bida cuenta de que «el ombligo de Ia Tierras, el Centro del mundo, es Ja Tierra Santa, Yoma afirma: «El mundo ha sido creado comenzan- do por Sién». El rabino ben Gorién decia a propésito de la roca de Je- 14, Véanse las referencias en ibid., pag. 36. 38 LO SAGRADO ¥ LO PROPFANO tusalén: «Se Ilama la piedra de Ia base de la Tierra, es decir, el om- bligo de Ia Tierra, porque a partir de ella se ha desplegado Ia Tierra enteray.* Por otra parte, puesto que [a creacién del hombre es una réplica de la cosmogonia, el primer hombre fue formado en el «om- bligo de Ia Tierra» (tradicién mesopotamica), en el Centro del mun- do (tradicion irania), en el paraiso situado en el combligo de la Tie- tray o en Jerusalén (tradiciones judeocristianas). ¥Y no podia ser de otro modo, puesto que el centro es precisamente el lugar en el que se efecttia una ruptura de nivel, donde el espacio se hace sagrado, real, por excelencia. Una creacién implica superabundancia de realidad; dicho de otro modo: Ja irrupcién de lo sagrado en el mundo. Siguese de ello que toda construccidn o fabricacién tiene como modelo ejemplar la cosmogonia. La creacién del mundo se convier- te en el arquetipo de todo gesto humano creador cualquiera que sea su plano de referencia. Hemos visto que [a instalacién en un territo- tio reitera Ia cosmogonia. Después de haber colegido el valor cosmo- g6nico del centro, se comprende mejor ahora por qué todo estableci- miento humano repite la creacién del mundo a partir de un punto central (el «ombligo»), A imagen del universo que se desarrolla a par- tir de un centro y se extiende hacia los cuatro puntos cardinales, la ciudad se constituye a partir de una encrucijada. En Bali, al igual que en ciertas regiones de Asia, cuando se preparan las gentes a construir un nuevo pueblo, buscan una encrucijada natural en Ia que se cor- ten perpendicularmente dos caminos. EI cuadrado construido a par- tir del punto central es una imago mundi. La division del pueblo en cuatro sectores, que implica por lo deméds una particién paralela de la comunidad, corresponde a Ia division del universo en cuatro hori- zontes, En medio del pueblo se deja con frecuencia un espacio vacio: alli se elevaré mas tarde [a casa cultual, cuyo techo representa sim- bélicamente el cielo (a veces indicado por la cima de un drbol o por Ja imagen de una montafia). Sobre el mismo eje perpendicular se encuentra, en el otro extremo, el mundo de los muertos, simboliza- 1s. W.H. Roscher, Neue Omphalosstudien (Abh. d. Kénigl. Saichs. Ges. d. Wiss., Phil. Klasse), XXXI, 1, rots, pag. 16. EL ESPACIO SAGRADO Y LA SACRALIZACION DEL MUNDO 39 do por ciertos animales (serpiente, cocodrilo, etc.) 0 por los ideogra- mas de las tinieblas.’* EI simbolismo césmico del pueblo [o recoge Ia estructura del san- tuario o de Ia casa cultual. En Waropen, en Guinea, la «casa de los hombres» se encuentra en medio del pueblo: su techo representa la béveda celeste, las cuatro paredes corresponden a las cuatro direccio- nes del espacio. En Ceram, la piedra sagrada del pueblo simboliza el cielo, y las cuatro columnas de piedra que Ia sostienen encarnan Ios cuatro pilares que sostienen el cielo.” Reencuéntranse concepciones andlogas entre las tribus algonquinas y sioux: la cabafia sagrada donde tienen lugar las iniciaciones representa el universo. Su techo simboli- za la béveda celeste, el suelo representa Ia Tierra, las cuatro paredes las cuatro direcciones del espacio césmico. La construccién ritual del es- pacio queda subrayada por un triple simbolismo: las cuatro puertas, las cuatro ventanas y Ios cuatro colores significan los cuatro puntos cardinales. La construccion de fa cabafia sagrada repite, pues, Ia cos- mogonia.* No causa asombro reencontrar una concepcién semejante en la Italia antigua y entre los antiguos germanos. Se trata, en suma, de una idea arcaica y muy difundida: a partir de un centro se proyectan los cuatro horizontes en las cuatro direcciones cardinales. El mundus romano era una fosa circular dividida en cuatro: era a Ia vez imagen del cosmos y el modelo ejemplar del habitat humano. Se ha sugeri- do con raz6n que la Roma quadrata debe ser entendida no en el sen- tido de que tuviera Ia forma de un cuadrado, sino en el de que esta- ba dividida en cuatro partes.” El mundus se asimila evidentemente al omphalos, al ombligo de Ia Tierra: la ciudad (urbs) se situaba en medio del orbis terrarum. Se ha podido mostrar que ideas similares 16. Véase C. T. Bertling, Vierzahl, Kreuz und Mandala in Asien, Amsterdam, 1954, pags. 8 y sigs. 17. Véanse las referencias en Bertling, op. cit., pags. 4-5. 18. Véanse los materiales agrupados e interpretados por Werner Miiller, Die blaue Hiitte, Wiesbaden, 1954, pags. 60 y sigs. 19. F. Altheim, en Werner Miiller, Kreis und Kreuz, Berlin, 1938, pags. 60 y sigs. 40 LO SAGRADO ¥ LO PROFANO. explican [a estructura de Ios pueblos y las ciudades germanicas.”° En contextos culturales muy diversos volvemos a encontrar siempre el mismo esquema cosmolégico y el mismo escenario ritual: Ja instala- cidn en un territorio equivale a Ia fundacién de un mundo. CIUDAD-COSMOS Si es verdad que muestro mundo» es un cosmos, todo ataque ex- terior amenaza con transformarlo en «caos». Y puesto que «nuestro mundo» se ha fundado a imitacién de Ia obra ejemplar de los dioses, la cosmogonia, los adversarios que lo atacan se asimilan a los ene- migos de los dioses, a los demonios y sobre todo al archidemonio, al dragon primordial vencido por Ios dioses al comienzo de los tiempos. EI ataque contra muestro mundo» es Ia revancha del dragén mitico que se rebela contra [a obra de los dioses, el cosmos, y trata de re- ducirla a Ia nada. Los enemigos se alinean entre las potencias del caos. Toda destruccién de una ciudad equivale a una regresion al caos. Toda victoria contra el atacante reitera Ia victoria ejemplar del dios contra el dragon (contra el «caos»). Por esta razén el faradn era asimilado al dios Ra, vencedor del dragon Apofis, en tanto que sus enemigos se identificaban con ese dragon mitico. Dario se tenia por un nuevo Thraetaona, héroe miti- co iranio que habia matado un dragén de tres cabezas. En Ia tradi- cién judaica, los reyes paganos eran presentados bajo los rasgos del dragon: asi, Nabucodonosor descrito por Jeremias (51,34) 0 Pompeyo en los Salmos de Salomén (9,29). Como tendremos ocasién de volver a decir, el dragon es Ia figu- ta ejemplar del monstruo marino, de la serpiente primordial, simbo- lo de las aguas cdsmicas, de las tinieblas, de la noche y de la muer- te; en una palabra: de lo amorfo y de lo virtual, de todo lo que no tiene atin una «forma». El dragén ha tenido que ser vencido y despe- 20. ‘Ibid. pags. 6s y sigs. Véase también W. Miiller, Die heilige Stadt, Stuttgart, 1961. Volveremes sobre este problema en una obra en preparacién: Cosmos, templo, casa. EL ESPACIO SAGRADO Y LA SACRALIZACION DEL MUNDO 41 dazado por el dios para que el cosmos pudiera crearse. Asi, del cuer- po del monstruo marino, Tiamat, Marduk creé el mundo. Yahvé creo el universo después de su victoria contra el monstruo primordial Ra- hab. Pero, como se ha de ver, esta victoria del dios sobre el dragon debe repetirse simbolicamente cada afio, pues cada afio el mundo ha de ser creado de nuevo. Igualmente, [a victoria de los dioses contra las fuerzas de las tinieblas, de la muerte y del caos se repite en cada victoria de Ia ciudad contra sus invasores. Es muy probable que las defensas de los lugares habitados y de las ciudades fueran en su origen defensas magicas; estas defensas —fosos, laberintos, murallas, etc— estaban destinadas mas bien para impedir Ia invasion de los demonios y de las almas de Ios muertos que para rechazar el ataque de los humanos. En el norte de la India, en tiempos de epidemia, se describe alrededor del pueblo un circulo para impedir a los demonios de Ia enfermedad puedan penetrar en el recinto.”" En el Occidente medieval, los muros de las ciudades se consagraban ritualmente como una defensa contra el demonio, la enfermedad y la muerte. Por otra parte, el pensamiento simbdlico no halla dificultad alguna en asimilar al enemigo humano al demonio y a la muerte. A fin de cuentas, el resultado de sus ataques, sean és- tos demoniacos o militares, es siempre el mismo: la ruina, la desinte- gracion, Ia muerte. Las mismas imagenes se siguen utilizando en nuestros dias cuan- do se trata de formular los peligros que amenazan a un cierto tipo de civilizacién: se habla especialmente de «caos», de «desordens, de «ti- nieblas», en Jas que se hundird muestro mundo». Todas estas expre- siones significan Ia abolicién de un orden, de un cosmos, de una es- tructura orgdnica y la reinmersién en un estado fluido, amorfo; en una palabra: cadtico. Prueba esto, a nuestro parecer, que Jas image- nes ejemplares perviven todavia en el lenguaje y en los tépicos del hombre moderno. Algo de Ia concepcién tradicional del mundo per- dura atin en su comportamiento, aunque no siempre se tenga concien- cia de esta herencia inmemorial. 21. M. Eliade, Traité d'histoire des religions, pag. 318. 4 LO SAGRADO ¥ LO PROFANO. ASUMIR LA CREACION DEL MUNDO, De momento, subrayemos Ia diferencia radical que se percibe en- tre los dos comportamientos —«tradicionaly y emoderno»— con res- pecto a la morada humana. Superfluo es insistir en el valor y en Ia funcién de Ia habitacion en las sociedades industriales; son de sobra conocidos. Segtin la formula de un célebre arquitecto contempora- neo, Le Corbusier, la casa es una «maquina de residir». Se alinea, pues, entre las innumerables maquinas producidas en serie en las socieda- des industriales. La casa ideal del mundo moderno debe ser, ante todo, funcional, es decir, debe permitir a los hombres trabajar y des- cansar para asegurar su trabajo. Se puede cambiar de «maquina de re- sidim con tanta frecuencia como se cambia de bicicleta, de nevera o de automévil. Asimismo, se puede abandonar el pueblo o Ia provin- cia natal sin otro inconveniente que el derivado del cambio de clima. No entra en nuestro tema escribir Ia historia de [a lenta desacrali- zacion de Ia morada humana. Este proceso forma parte integrante de la gigantesca transformacién del mundo que se ha verificado en las so- ciedades industriales y que ha sido posible gracias a Ia desacralizacion del cosmos bajo la accion del pensamiento cientifico y, sobre todo, de los sensacionales descubrimientos de la fisica y de la quimica. Tendre- mos ocasién més adelante de preguntarnos si esta secularizacion de la naturaleza es realmente definitiva y si el hombre moderno no tiene po- sibilidad ninguna de reencontrar la dimension sagrada de [a existencia en el mundo. Como acabamos de ver, y como habremos de ver mejor atin en Io que sigue, ciertas imagenes tradicionales, ciertos vestigios de la conducta del hombre perduran atin en estado de usupervivencias» in- cluso en las sociedades mas industrializadas. Pero Io que nos interesa de momento es mostrar en su estado puro el comportamiento tradicional con respecto a Ia morada e inferir la Weltanschauung (cosmovisién) que implica. Instalarse en un territorio, edificar una morada exige, lo hemos visto, una decision vital, tanto para la comunidad entera como para el individuo, ya que se trata de asumir la creacion del emundo» que se ha escogido para habitat. Es preciso, por tanto, imitar Ia obra de EL ESPACIO SAGRADO ¥ LA SACRALIZACION DEL MUNDO 43 los dioses, la cosmogonia. Esto no es siempre facil, pues existen tam- bién cosmogonias tragicas, sangrientas: imitador de los actos divinos, el hombre debe reiterarlos. Si los dioses han tenido que abatir y des- pedazar un monstruo marino o un ser primordial para poder sacar de él el mundo, el hombre, a su vez, ha de imitarlos cuando se cons- truye su mundo, su ciudad 0 su casa. De ahi Ia necesidad de sacrifi- cios sangrientos o simbélicos con motivo de las construcciones, sobre los cuales habremos de decir algunas palabras. Cualquiera que sea la estructura de una sociedad tradicional —ya sea una sociedad de cazadores, pastores o agricultores o una que esté ya en el estadio de la civilizacion urbana—, Ia morada se santifica siempre por el hecho de constituir una imago mundi y de ser el mun- do una creacion divina. Pero existen varias formas de equiparar Ia mo- rada al cosmos, precisamente porque existen varios tipos de cosmogo- nias, Para nuestro propésito nos basta con distinguir dos medios de transformar ritualmente la morada (tanto el territorio como Ia casa) en cosmos, de conferirle el valor de imago mundi: a) asimilandola al cosmos por Ia proyeccién de los cuatro hori- zontes a partir de un punto central, cuando se trata de un pueblo, o por la instalacion simbolica del axis mundi, cuando se trata de la ha- bitacién familiar; b) tepitiendo por un ritual de construccién el acto ejemplar de los dioses, gracias al cual el mundo ha nacido del cuerpo de un dra- gon marino o del de un gigante primordial. No tenemos que insistir aqui sobre Ia radical diferencia de Weltan- schauungen implicita en esos dos medios de santificar la morada ni so- bre sus presupuestos historico-culturales. Digamos tan solo que el primer medio —«cosmizar» un espacio por la proyeccién de los horizontes o por la instalacion del axis mundi— esté atestiguado ya en los estadios mas arcaicos de cultura (véase el poste Rauwa-auwa de los achilpa australia- nos), en tanto que el segundo medio parece haberse instaurado con la cultura de los cultivadores arcaicos. Lo que interesa a nuestra investiga- cion es el hecho de que, en todas las culturas tradicionales, la habitacion 44 LO SAGRADO Y LO PROFANO. comporta un aspecto sagrado y que por esto mismo refleja el mundo. En. efecto, la morada de los pueblos primitivos articos, norteamericanos y norteasiaticos, presenta un poste central que se asimila al axis mundi, al pilar césmico 0 al drbol del mundo, que, como hemos visto, unen la Tierra al cielo. En otros términos: se percibe en Ia estructura misma de la habita- cién el simbolismo cdésmico. La casa es una imago mundi. El cielo se concibe como una inmensa tienda sostenida por un pilar central; la estaca de Ia tienda o el poste central de Ia casa se asimilan a los pila- tes del mundo y se designan por este nombre. Al pie del poste central tienen lugar los sacrificios en honor del ser supremo celeste; esto da una idea de la importancia de su funcion ritual. El mismo simbolismo se conserva entre los pastores ganaderos del Asia Central, pero la ha- bitacién de techo cénico de pilar central esta sustituida aqui por la yurta, Ia funcion mitico-ritual del pilar se ha transferido a la abertura superior de evacuacién del humo. Lo mismo que el poste (= axis mun- di), el Arbol desramado cuya punta sale por Ia abertura superior de la yurta (y que simboliza el arbol césmico) se concibe como una escale- ta que lleva al cielo: los chamanes trepan por él en su viaje celestial, y es por la abertura superior por donde salen volando.” Encuéntrase también el pilar sagrado erigido en medio de la habitacién en Africa, entre fos pueblos pastores hamitas y hamitoides.” En resumen, toda morada se situa cerca del axis mundi, pues el hombre religioso desea vivir sdlo en el «Centro del mundo»; dicho de otro modo: en Ia realidad absoluta, en fo real. COSMOGONIA ¥ SACRIFICIO DE CONSTRUCCION Una concepcién similar reaparece en una cultura tan altamente desarrollada como Ia de Ia India, pero aqui se manifiesta también el 22. M. Eliade, Le chamanisme et les techniques archaiques de I'extase, Pa- ris, 1951, pags. 238 y sigs. 23. Wilhelm Schmidt, «Der heilige Mittelpfahl des Hauses», Anthropos, XXXV- XXXVI, 1940-1941. pag. 967. EL ESPACIO SAGRADO Y¥ LA SACRALIZACION DEL MUNDO. 45 otro modo de equiparar [a casa al cosmos, del que hemos dicho al- gunas palabras anteriormente. Antes que los albaiiles coloquen la primera piedra, el astrdlogo les indica el punto de los cimientos, que se encuentra encima de Ja serpiente que sostiene el mundo. El maes- tro albafil talla una estaca y [a clava en el suelo, exactamente en el punto designado, al objeto de fijar bien la cabeza de Ia serpiente. Acto seguido, se coloca una piedra de base encima del pivote. La pie- dra angular se encuentra asi exactamente en el «Centro del mundo».* Pero, por otra parte, el acto de Ia fundacién repite el acto cosmog6- nico: clavar Ia estaca en Ia cabeza de [a serpiente y «fijarlas es imitar el gesto primordial de Soma o de Indra, que, de acuerdo con el Rig Veda, «golpe6 a la serpiente en su guariday (VI, xvi, 9) y le «corté la cabeza con su relémpago (I, Lu, 10). Como hemos dicho ya, Ja ser- piente simboliza el caos, lo amorfo, Jo no manifiesto. Decapitarla equivale a un acto de creacién, al transito de lo virtual y lo amorfo a Io formal, Recuérdese que fue del cuerpo de un monstruo marino primordial, Tiamat, de Io que el dios Marduk formé el mundo. Esta victoria se reiteraba simbélicamente cada afio, ya que cada afio se tenovaba el mundo. Pero el acto ejemplar de [a victoria divina se re- petia igualmente con motivo de toda construccion, pues toda nueva construccién reproducia [a creacién del mundo. Este segundo tipo de cosmogonia es mucho més complejo, y no haremos sino describirlo someramente aqui. Pero no se podria pasar sin mencionarlo, puesto que, en ultima instancia, de una cosmogonia semejante son solidarias las innumerables formas del sacrificio de construccién, que en suma, no es sino una imitacion, a menudo sim- bolica, del sacrificio primordial, que ha dado origen al mundo. En efecto, a partir de un cierto tipo de cultura, el mito cosmogénico ex- plica fa creacion por Ia muerte de un Gigante (Ymir en [a mitologia germdanica, Purusha en Ia mitologia india, P’an-ku en China): sus 6r- ganos dan origen a las diferentes regiones cdsmicas. Segtin otros gru- pos de mitos, no sdlo es el cosmos el que nace a continuacién de la inmolacion de un ser primordial y de su propia sustancia, sino tam- 24. S. Stevenson, The Rites of the Twice-Born, Oxford, 1920, pag. 354. 46 LO SAGRADO ¥ LO PROFANO bién as plantas alimenticias, las razas humanas o [as diferentes clases sociales. Es de este tipo de mitos cosmogénicos de los que dependen los sacrificios de construccion. Para que dure una construccién (casa, tem- plo, obra técnica, etc.) ha de estar animada, debe recibir a la vez una vida y un alma. La «transferenciay del alma sdlo es posible por medio de un sacrificio sangriento. La historia de as religiones, la etnologia, el folclore, conocen innumerables formas de sacrificios de construccion, de sacrificios sangrientos o simbdlicos en beneficio de una construc- cién.” En el sudeste de Europa, estos ritos y creencias han dado origen a admirables baladas populares que escenifican el sacrificio de la espo- sa del maestro albaiil, a fin de que una construccién pueda terminar- se (por ejemplo, las baladas del puente de Arta en Grecia, del monaste- tio de Argesh en Rumania, de la ciudad de Scutari en Yugoslavia, etc.). Hemos dicho ya lo suficiente sobre la significacion religiosa de la morada humana para que ciertas conclusiones se impongan por si mismas: como Ia ciudad o el santuario, Ia casa est santificada, en parte o en su totalidad, por un simbolismo o un ritual cosmogénico. Por esta taz6n, instalarse, en cualquier parte, construir un pueblo o simplemente una casa, representa una grave decision, pues Ia exis- tencia misma del hombre se compromete con ello: se trata, en suma, de crearse su propio «mundo» y de asumir la responsabilidad de mantenerlo y renovarlo. No se cambia de morada con ligereza, por- que no es facil abandonar el propio «mundo». La habitacion no es un objeto, una eméquina de tesidir: es ef universo que el hombre se construye imitando Ia creacion ejemplar de los dioses, la cosmogo- nia. Toda construccioén y toda inauguracién de una nueva morada equivale en cierto modo a un nuevo comienzo, a una nueva vida. ¥ todo comienzo repite ese comienzo primordial en que el universo vio la luz por primera vez. Incluso en las sociedades modernas tan gran- demente desacralizadas, las fiestas y regocijos que acompafan a la instalacion de una nueva morada conservan todavia la reminiscen- 25. Véase Paul Sartori, «Uber das Bauopfers, Zeitschrift fiir Ethnologie, XXX, 1898, pags. 1-54; M. Eliade, «Manole et le Monastére d’Argesh», Revue des Etudes roumaines, IIL-IV, Paris, 1955-1956, pags. 7-28. EL ESPACIO SAGRADO ¥ LA SACRALIZACION DEL MUNDO. 47 cia de las ruidosas festividades que sefalaban antafo el incipit vita nova. Puesto que la morada constituye una imago mundi, se sitia simbélicamente en el «Centro del mundo». La multiplicidad, 0 infinidad, de centros del mundo no causa ninguna dificultad al pensamiento teligioso. Pues no se trata del es- pacio geométrico, sino de un espacio existencial y sagrado que pre- senta una estructura radicalmente distinta, que es susceptible de una infinidad de rupturas y, por tanto, de comunicaciones con Io tras- cendente. Se ha visto la significacion cosmolégica y el papel ritual de la abertura superior de las diferentes formas de habitacion. En otras culturas estas significaciones cosmoldgicas y estas funciones rituales se han transferido a Ia chimenea (orificio de salida del humo) y a la parte del techo que se encuentra encima del «angulo sagrado» y que se arranca o incluso se rompe en caso de agonia prolongada. A pro- posito de la equiparaci6n cosmos-casa-cuerpo humano, tendremos ocasion de sefialar fa profunda significacién de esta cruptura de te- cho», De momento recordemos que los santuarios mas antiguos eran hipetros o presentaban una abertura en el techo: se trataba del «ojo de la cuipula» que simbolizaba [a ruptura de niveles en la comunica- cién con Io trascendente. La arquitectura sagrada no ha hecho sino recoger y desarrollar el simbolismo cosmolégico presente ya en Ia estructura de las habitacio- nes primitivas. A su vez, la habitacion humana habia sido precedida cronolégicamente por el «lugar santo» provisional, por el espacio con- sagrado y cosmizado provisionalmente (por ejemplo, en el caso de los achilpa australianos). Dicho de otro modo, todos Ios simbolos y los ri- tuales concernientes a los templos, las ciudades y las casas derivan, en ultima instancia, de Ia experiencia primaria del espacio sagrado. TEMPLO. BASILICA, CATEDRAL En las grandes civilizaciones orientales —desde Mesopotamia y Egipto a la China y a la India—, el templo ha conocido una nueva e importante valoracion: no es sélo una imago mundi, es asimismo 48 LO SAGRADO Y LO PROFANO la reproduccién terrestre de un modelo trascendente. El judaismo ha heredado esta concepcién paleooriental del templo como copia de un arquetipo celeste. Esta idea es probablemente una de las ultimas interpretaciones que el hombre religioso ha dado a Ia experiencia pri- maria del espacio sagrado por oposicién al espacio profano. Hemos de insistir algo sobre las perspectivas abiertas por esta nueva concep- cion religiosa. Recordemos fo esencial del problema: si el templo constituye una imago mundi es porque el mundo, en tanto que es obra de los dioses, es sagrado. Pero Ia estructura cosmolégica del templo trae consigo una nueva valoracion religiosa: lugar santo por excelencia, casa de los dioses, el templo resantifica continuamente el mundo porque fo representa y al mismo tiempo lo contiene. En definitiva, gracias al templo, el mundo se resantifica en su totalidad. Cualquie- ta que sea su grado de impureza, el mundo esta siendo continua- mente purificado por [a santidad de los santuarios. Otra idea se deja ver a partir de esta diferencia ontoldgica que se impone cada vez més en el cosmos y su imagen santificada, el tem- plo: la de que Ia santidad del templo esta al socaire de toda corrup- cién terrestre, y esto por el hecho de que el plano arquitecténico del templo es obra de los dioses y, por consiguiente, se encuentra muy proximo a los dioses, al cielo. Los modelos trascendentes de los tem- plos gozan de una existencia espiritual, incorruptible, celeste. Por la gracia de los dioses, el hombre accede a Ia visién fulgurante de esos modelos y se esfuerza, acto seguido, por reproducirlos en la Tierra. El rey babilonio Gudea vio en suefios a [a diosa Nidaba mostrandole una tabla en Ia que se mencionaban las estrellas benéficas y un dios le reveld ef plano del templo. Senaquerib construy6 Ninive segun «el proyecto establecido desde tiempos muy antiguos en Ia configura- cién del cielov.’* Esto no quiere decir tan sdlo que Ja «geometria ce- lester haya hecho posible las primeras construcciones, sino ante todo que los modelos arquitecténicos, por encontrarse en el cielo, partici- pan de [a sacralidad urania. 26. Vedse Le mythe de I’éternel retour, pag. 23. EL ESPACIO SAGRADO Y LA SACRALIZACION DEL MUNDO. 49 Para el pueblo de Israel, los modelos del tabernaculo, de todos los utensilios sagrados y del Templo fueron creados por Yahvé desde la eternidad, y fue Yahvé quien los revelé a sus elegidos para que fueran reproducidos en la Tierra. Se ditige a Moisés en estos términos: «Cons- truiréis el taberndculo con todos los utensilios, exactamente segtin el modelo que te voy a ensefiary (Exodo 25,8-9); «Mira y fabrica todos estos objetos seguin el modelo que se te ha ensefiado en la montafia» (Exodo 25,40). Cuando David dio a su hijo Salomon el plano de las edificaciones del templo, del tabernaculo y de todos Ios utensilios, le asegura que «todo esto... se encuentra expuesto en un escrito de mano del Eterno que me ha dado la inteligencia» (1 Cronicas 28,19). Ha visto, pues, el modelo celeste creado por Vahvé al comienzo de fos tiempos. Es esto lo que proclama Salomon: Tu me has ordenado construir el Templo en tu santisimo nombre, asi como un altar en Ia ciudad donde tu habitas, segtin el modelo de Ia muy santa tienda que habias preparado desde el principio (Sabiduria 9.8). La Jerusalén celestial ha sido creada por Dios al mismo tiempo que el paraiso; por tanto, in aeternum. La ciudad de Jerusalén no era sino la reproduccién aproximada del modelo trascendente: podia ser mancilla- da por el hombre, pero su modelo era incorruptible, no estaba implica- do en el tiempo. «La construccién que se encuentra actualmente en me- dio de vosotros no es fa que ha sido revelada por mi, la que estaba dispuesta desde el tiempo en que me decidi a crear el paraiso y que he mostrado a Addn antes de su pecado» (Apocalipsis de Baruc, Il, 1v, 3-7). La basilica cristiana y después Ia catedral recogen y continuan to- dos estos simbolismos. Por una parte, Ia iglesia es concebida como imi- tacién de Ia Jerusalén celestial, y esto ya desde la antigitedad cristiana: por otra, reproduce el paraiso o el mundo celestial. Pero Ia estructura cosmolégica del edificio sagrado perdura todavia en Ia conciencia de la cristiandad: es evidente, por ejemplo, en [a iglesia bizantina. «Las cuatro partes del interior de la iglesia simbolizan las cuatro direcciones cardinales, El interior de la iglesia es el universo. El altar es el paraiso, 50 LO SAGRADO Y¥ LO PROFANO que se encuentra al Este. La puerta imperial del santuario propiamen- te dicho se Ilamaba también la “Puerta del paraiso”. Durante la sema- na pascual, esta puerta permanece abierta durante todo el servicio; el sentido de esta costumbre se explica claramente en el canon pascual: Cristo ha resucitado de Ja tumba y nos ha abierto las puertas del pa- taiso. El Oeste, al contrario, es [a region de las tinieblas, de la afliccion, de la muerte, de las moradas eternas de los muertos que esperan Ia re- surreccién de los muertos y el juicio final. La parte de en medio del edificio es la Tierra. Segtin las concepciones de Kosmas Indicopleustes, la Tierra es rectangular y esta limitada por cuatro paredes que estan re- cubiertas por una ctipula. Las cuatro partes del interior de una iglesia simbolizan las cuatro direcciones cardinales.»”” En cuanto que es imagen del cosmos, la iglesia bizantina encarna y a [a vez santifica el mundo. ALGUNAS CONCLUSIONES De los millares de ejemplos que estan a disposicién del histo- tiador de las religiones no hemos citado sino un numero harto pe- quenio, pero, con todo, suficiente para hacer ver las variedades de Ia experiencia religiosa del espacio. Hemos elegido estos ejemplos en culturas y épocas diferentes para presentar al menos las mas impor- tantes expresiones mitoldgicas y escenarios rituales que dependen de Ia experiencia del espacio sagrado. En el curso de [a historia, el hom- bre religioso ha valorado de un modo diferente esta experiencia fun- damental. Basta con comparar la concepcién del espacio sagrado y, por consiguiente, del cosmos, tal como se puede captar entre los aus- tralianos achilpa con las concepciones similares de los kwakiutl, de los altaicos o de los mesopotamios, para darse cuenta de sus diferen- cias. Inutil es insistir sobre esta perogrullada: Ia vida religiosa de la humanidad, por efectuarse en Ia historia, tiene fatalmente condicio- 27. Hans Sedlmayr, Die Entstehung der Kathedrale, Zurich, 1950, pag. 119; W. Wolska, La topographie chrétienne de Cosmos Indicopleustes, Paris, 1962, pag. 131 y passim. EL ESPACIO SAGRADO Y LA SACRALIZACION DEL MUNDO. st nadas sus expresiones por los multiples momentos histéricos y estilos culturales. Sin embargo, no es Ia infinita variedad de las experiencias teligiosas del espacio lo que aqui nos interesa, sino, por el contrario, sus elementos de unidad. Pues basta confrontar el comportamiento de un hombre no religioso con respecto al espacio en que vive con el comportamiento del hombre religioso con respecto al espacio sagra- do para captar inmediatamente Ia diferencia de estructura que fos separa. Si tuviéramos que resumir el resultado de las descripciones pre- cedentes, dirfamos que [a experiencia del espacio sagrado hace posi- ble Ia «fundacion del mundon: alli donde Io sagrado se manifiesta en el espacio, lo real se desvela, el mundo viene a Ia existencia. Pero la irrupcién de Io sagrado no se limita a proyectar un punto fijo en me- dio de Ia fluidez amorfa del espacio profano, un «centro» en ef «caos; efectua también una ruptura de nivel, abre una comunicacién entre los niveles césmicos (Ia Tierra y el cielo) y hace posible el transito, de orden ontoldgico, de un modo de ser a otro. ¥ es una ruptura seme- jante en la heterogeneidad del espacio profano lo que crea el «centro» por donde se puede entrar en comunicacién con Io «trascendentes; lo que, por consiguiente, funda el «mundo», pues el centro hace po- sible Ia orientatio. La manifestacién de lo sagrado en el espacio tie- ne, a consecuencia de ello, una valencia cosmoldgica: toda hierofania espacial o toda consagracién de un espacio equivale a una «cosmo- goniar, Una primera conclusion seria la siguiente: ef mundo se deja captar en tanto que mundo, en tanto que cosmos, en la medida en que se revela como mundo sagrado. Todo mundo es obra de Ios dioses, pues, o ha sido creado direc- tamente por los dioses, o consagrado y, por tanto, «cosmizado» por los hombres que reactualizan de un modo ritual el acto de Ia crea- cién. En otros términos: el hombre religioso no puede vivir sino en un mundo sagrado, porque sdlo un mundo asi participa del ser, exis- te realmente. Esta necesidad religiosa expresa una inextinguible sed ontoldgica. El hombre teligioso esta sediento de ser. El terror ante el «caos», que todea su mundo habitado, corresponde a su terror ante Ia nada. El espacio desconocido que se extiende mas alla de su «mun- 52 LO SAGRADO ¥ LO PROFANO do», espacio no cosmizado, puesto que no esta consagrado, simple extensién amorfa donde todavia no se ha proyectado orientacion al- guna ni se ha deducido estructura alguna, este espacio profano re- presenta para el hombre religioso el no ser absoluto. Si, por desgra- cia, se pierde en él, se siente vaciado de su sustancia «éntica», como si se disolviera en el caos, y termina por extinguirse. Esta sed ontolégica se manifiesta de multiples maneras. La més chocante, en el caso especial del espacio sagrado, es Ia voluntad del hombre teligioso de situarse en el meollo de Io real, en el Centro del mundo: alli donde el cosmos ha comenzado a venir a la existencia y a extenderse hacia Ios cuatro horizontes; alli donde existe la posibili- dad de entrar en comunicacion con Ios dioses; en una palabra: alli donde se esta lo mas cerca posible de los dioses. Hemos visto que el simbolismo del Centro del mundo no sélo tinforma» a los paises, las ciudades, los templos y los palacios, sino también a Ia mas modesta habitacién humana, a Ia tienda del cazador némada, a Ia yurta de los pastores, a la casa de los cultivadores sedentarios. En una palabra: todo hombre religioso se situa a la vez en el Centro del mundo y en Ia fuente misma de [a realidad absoluta, en la misma «abertura» que Te asegura Ia comunicacién con Ios dioses. Pero, puesto que instalarse en un lugar, habitar en un espacio, es reiterar la cosmogonia y, por tanto, imitar la obra de los dioses, para el hombre religioso toda decision existencial de «situarse» en el espa- cio constituye una decision «religiosa». Al asumir la responsabilidad de «crear» el mundo que ha elegido para habitar en él no sdlo «cos- miiza» el caos, sino también santifica su pequefio universo, haciéndo- lo semejante al mundo de los dioses. La profunda nostalgia del hom- bre religioso es la de habitar en un «mundo divino», Ia de tener una casa semejante a la «casa de los diosess, tal como se ha configurado més tarde en los templos y santuarios. En suma, esta nostalgia reli- giosa expresa el deseo de vivir en un cosmos puro y santo, tal como era al principio, cuando estaba saliendo de las manos del Creador. Es la experiencia del tiempo sagrado la que permitira al hombre teligioso el reencontrar periédicamente el cosmos tal como era in principio, en el instante mitico de Ia creacion. Capitulo II EI tiempo sagrado y los mitos DURACION PROFANA ¥ TIEMPO SAGRADO Como el espacio, el tiempo no es, para el hombre religioso, ho- mogéneo ni continuo. Existen los intervalos de tiempo sagrado, el tiempo de las fiestas (en su mayoria fiestas periddicas); existe. por otra parte, el tiempo profano, la duracién temporal ordinaria en que se inscriben los actos despojados de significacion religiosa. Entre es- tas dos clases de tiempo hay, bien entendido, una sofucidn de conti- nuidad; pero, por medio de ritos, el hombre religioso puede «pasar» sin peligro de la duracién temporal ordinaria al tiempo sagrado. Una diferencia esencial entre estas dos clases de tiempo nos sor- prende ante todo: el tiempo sagrado es por su propia naturaleza re- versible, en el sentido de que es, propiamente hablando, un tiempo mitico primordial hecho presente. Toda fiesta religiosa, todo tiempo liturgico, consiste en Ia reactualizacién de un acontecimiento sagra- do que tuvo lugar en un pasado mitico, «al comienzoy. Participar re- ligiosamente en una fiesta implica salir de la duracién temporal «or- dinaria» para reintegrar el tiempo mitico reactualizado por Ia fiesta misma. El tiempo sagrado es, por consiguiente, indefinidamente re- cuperable, indefinidamente repetible. Desde un cierto punto de vista, podria decirse de é! que no «transcurre», que no constituye una «du- racion» irreversible. Es un tiempo ontoldgico por excelencia, «parme- 54. LO SAGRADO Y¥ LO PROFANO nideon: siempre igual a si mismo, no cambia ni se agota. En cada fies- ta periddica se reencuentra el mismo tiempo sagrado, el mismo que se habia manifestado en Ia fiesta del afio precedente o en Ia fiesta de hace un siglo: es el tiempo creado y santificado por los dioses a raiz de sus gesta, que se reactualizan precisamente por Ia fiesta. En otros términos: se reencuentra en Ia fiesta Ja primera aparicin del tiempo sagrado, tal como se efectuo ab origine, in illo tempore. Pues ese tiempo sagrado en que se desarrofla [a fiesta no existia antes de los gesta divinos conmemorados por ella. Al crear las diferentes realida- des que constituyen hoy dia el mundo, los dioses fundaban asimismo el tiempo sagrado, ya que el tiempo contemporéneo de una creacién quedaba necesariamente santificado por Ia presencia y Ia actividad divina. EI hombre religioso vive asi en dos clases de tiempo, de las cua- les la més importante, el tiempo sagrado, se presenta bajo el aspecto paraddjico de un tiempo circular, reversible y recuperable, como una especie de eterno presente mitico que se reintegra periddicamente mediante el artificio de los ritos. Este comportamiento con respecto al tiempo basta para distinguir al hombre religioso del no religioso: el primero se niega a vivir tan sélo en Jo que en términos modernos se llama el «presente histdrico»; se esfuerza por incorporarse a un tiem- po sagrado que, en ciertos aspectos, puede equipararse con la «eter- nidad», Seria més dificil precisar en pocas palabras fo que es el tiempo para el hombre no rteligioso de las sociedades modernas. No preten- demos hablar de [as filosoffas modernas del tiempo ni de conceptos que la ciencia contemporénea utiliza para sus propias investigaciones. Nuestra meta no es la de comparar sistemas 0 filosofias, sino com- portamientos existenciales. Ahora bien, lo que se puede comprobar con relacién a un hombre no rteligioso es que también conoce una cierta discontinuidad y heterogeneidad del tiempo. Para él también existe, fuera del tiempo mas bien monstono del trabajo, el tiempo de los regocijos y de los espectaculos, el «tiempo festivo». También vive de acuerdo con ritmos temporales diversos y conoce tiempos de intensi- dad variable: cuando escucha su musica predilecta 0, enamorado, es- EL TIEMPO SAGRADO Y¥ LOS MITOS 55. pera o se encuentra con Ja persona amada, experimenta evidente- mente un ritmo temporal diferente de cuando trabaja o se aburre. Pero, con relacion al hombre religioso, existe una diferencia esencial: este ultimo conoce intervalos «sagrados» que no participan de la duracion temporal que los precede y los sigue, que tienen una estructura totalmente diferente y otro «origens, pues es un tiempo pri- mordial, santificado por los dioses y que se puede hacer presente por medio de Ia fiesta. Para el hombre no religioso, esta cualidad trans- humana del tiempo liturgico resulta inaccesible. Para el hombre no teligioso, el tiempo no puede presentar ni ruptura ni «misterio»: cons- tituye la més profunda dimensién existencial del hombre, esta ligado a su propia existencia, pues tiene un comienzo y un fin, que es la muerte, el aniquilamiento de la existencia. Cualquiera que sea la mul- tiplicidad de los ritmos temporales que experimente y sus diferentes intensidades, el hombre no religioso sabe que se trata siempre de una experiencia humana en Ia que no puede insertarse ninguna presen- cia divina. Para el hombre religioso, al contrario, la duracién temporal pro- fana puede ser «detenida» periédicamente por Ia insercién, mediante ritos, de un tiempo sagrado, no histérico (en el sentido de que no per- tenece al presente histdrico). Al igual que una iglesia constituye una ruptura de nivel dentro del espacio profano de una ciudad moderna, el servicio religioso que se celebra en el interior de su recinto sefiala una ruptura en [a duracion temporal profana: ya no es el tiempo his- t6rico actual Io que en ella esta presente, ese tiempo que se vive, por ejemplo, en las calles y las casas vecinas, sino el tiempo en el que se desarrollé la existencia histérica de Jesucristo, el tiempo santificado por su predicacion, por su pasion, su muerte y su resurreccion. Preci- semos, no obstante, que este ejemplo no destaca con Ia debida clari- dad todas las diferencias que existen entre el tiempo profano y el tiempo sagrado; en comparacion con las demas religiones, el cristia- nismo ha renovado, efectivamente, fa experiencia y el concepto del tiempo liturgico al afirmar Ia historicidad de la persona de Cristo. Para el creyente, [a liturgia se desarrolla en un tiempo histdrico san- tificado por Ia encarnacién del Hijo de Dios. El tiempo sagrado, 56 LO SAGRADO Y LO PROFANO. teactualizado periédicamente en las religiones precristianas (sobre todo en Ias teligiones arcaicas), es un tiempo mitico, un tiempo pri- mordial (inidentificable con el pasado historico), un tiempo original en el sentido de que ha surgido «de golpes, de que no lo precedia nin- guin tiempo, porque no podia existir tiempo alguno antes de la apa- ticién de Ia realidad relatada por el mito. Es esta concepcion arcaica del tiempo mitico [a que nos interesa ante todo. A continuacién se verdn las diferencias con el judaismo y el cristianismo. TEMPLUM-TEMPUS Comencemos por algunos hechos que ofrecen Ia ventaja de re- velarnos de golpe el comportamiento del hombre religioso con res- pecto al tiempo. Una advertencia preliminar que tiene su importan- cia: en muchas lenguas de las poblaciones aborigenes de América del Norte, el término «mundo» (= cosmos) se utiliza asimismo en el sentido de «ario». Los yokut dicen: «El mundo ha pasado» para expre- sar que ha transcurrido un afio. Para los yuki, el afio» se designa con los vocablos «tierrax o mundo». Dicen, como los yokut: «La Tierra ha pasado» cuando ha transcurrido un afio. El vocabulario revela Ia so- lidaridad religiosa entre el mundo y el tiempo césmico. El cosmos se concibe como una unidad viviente que nace, se desarrolla y se ex- tingue el ultimo dia del afio, para renacer el afio nuevo. Veremos que este re-nacimiento es un nacimiento, que el cosmos renace cada afio porque cada nuevo ajio el tiempo comienza ab initio. La solidaridad césmico-temporal es de naturaleza teligiosa: el cosmos es homologable al tiempo césmico (el «afiox), porque tanto uno como otro son realidades sagradas, creaciones divinas. Entre ciertas poblaciones norteamericanas, esta solidaridad césmico-tem- poral se revela en Ia estructura misma de los edificios sagrados. Pues- to que el templo representa a imagen del mundo, comporta asimis- mo un simbolismo temporal. Es lo que se comprueba, por ejemplo, entre los algonquinos y los sioux. Su cabaiia sagrada, que, como he- EL TIEMPO SAGRADO Y LOS MITOS. 57 mos visto, representa el universo, simboliza al mismo tiempo el afio. Pues el afio es concebido como un tecorrido a lo largo de las cuatro direcciones cardinales, significadas por las cuatro ventanas y las cua- tro puertas de la cabafia sagrada. Los dakota dicen: «EI afio es un circulo alrededor del mundo», es decir, alrededor de su cabafia sa- grada, que es una imago mundi." En [a India se encuentra un ejemplo atin mas claro. Hemos vis- to que Ia ereccién de un altar equivale a Ia repeticién de la cosmo- gonia. Ahora bien, los textos afiaden que el «altar del fuego es el afioy, y explican en este sentido su simbolismo temporal: los 360 ladri- Ilos de cercado corresponden a Ias 360 noches del afio y los 360 Ia- drillos yajusmati a los 360 dias (Shatapatha Brahmana, X, v, 4, 10; etc.). En otros términos: en toda construccion de un altar del fuego no sdlo se tehace el mundo, sino también se «construye el afiov; se regenera el tiempo credndolo de nuevo. Por otra parte, el afio se asimila a Prajapati, el dios césmico; con cada nuevo altar se reanima Prajapa- ti, se refuerza la santidad del mundo. No se trata del tiempo profano, de la simple duracién temporal, sino de Ia santificacién del tiempo césmico. Lo que se persigue es la santificacién del mundo, su inter- seccién en un tiempo sagrado. Reencontramos un simbolismo temporal andlogo integrado en el simbolismo cosmoldgico del Templo de Jerusalén. Seguin Flavio Jose- fo (Ant. Iud,, Ill, vit, 7), los doce panes que se encontraban sobre la mesa significaban los doce meses del afio y el candelabro de 70 bra- zos representaba a los decanos (es decir, la division zodiacal de los sie- te planetas en decenas). El Templo era una imago mundi: por encon- trarse en el «Centro del mundo», en Jerusalén no solo santificaba el cosmos por entero, sino también Ia «ida» césmica, es decir, el tiempo. Es mérito de Hermann Usener haber sido el primero en explicar el parentesco etimolégico entre templum y tempus, interpretando es- tos dos términos por Ia nocién de interseccién (Schneidung, Kreuz- ung), Investigaciones posteriores han precisado atin més este descu- 1, Wermer Miller, Die blaue Hiitte, Wiesbaden, 1954, pag. 133. 2. H. Usener, Gétternamen, 2" ed., Bonn, 1920, pags. 191 y sigs. 58 LO SAGRADO Y LO PROFANO. brimiento: «Templum designa el aspecto espacial; tempus, el aspecto temporal del movimiento del horizonte en el espacio y en el tiem- po»? La significacion profunda de todos estos hechos parece ser [a si- guiente: para el hombre religioso de las culturas arcaicas, el mundo se renueva anualmente; en otros términos: reencuentra en cada ario nuevo Ia «santidads original que tenia cuando salid de manos del Creador. Este simbolismo esta indicado claramente en [a estructura arquitectonica de los santuarios. Puesto que el templo es a la vez el lugar santo por excelencia y la imagen del mundo, santifica el cos- mos por entero y santifica igualmente Ia vida césmica. Ahora bien, esta vida césmica se concebia bajo la forma de una trayectoria circu- lar. Se identificaba con el afio. El afio era un circulo cerrado: tenia un comienzo y un final, pero tenia también [a particularidad de que podia «renacer» bajo [a forma de un afio nuevo. Con cada afio nue- vo venia a la existencia un tiempo «nuevo», puro y santo porque no estaba desgastado atin. Pero el tiempo renacia, recomenzaba porque en cada afio nuevo recreaba de nuevo el mundo. Hemos comprobado en el capitulo pre- cedente la importancia considerable del mito cosmogénico, en tanto que modelo ejemplar de toda especie de creacion y de construccién. Afiadamos que la cosmogonia comporta igualmente Ia creacién del tiempo. Mas atin: como Ia cosmogonia es el arquetipo de toda «crea- ciéns, el tiempo césmico que hace surgir la cosmogonia es el mode- lo ejemplar de todos los demas tiempos, es decir, de los tiempos es- pecificos de las diversas categorias existentes. Expliquémonos: para el hombre religioso de las estructuras arcaicas, toda creacién, toda exis- tencia comienza en el tiempo: antes que una cosa exista, el tiempo que le corresponde no podia existir. Antes que el cosmos entrase en la existencia, no habia tiempo cdésmico. Antes que una determinada especie vegetal fuese creada, el tiempo que necesita ahora para bro- tar, producir fruto y perecer no existia. Por esta razon toda creacion 3. Werner Miiller, Kreis und Kreuz, Berlin, 1938, pag. 39; véanse también pags. 33-y sigs. EL TIEMPO SAGRADO ¥ LOS MITOS 59 es concebida como si tuviera lugar en el comienzo del tiempo, in principio. El tiempo surge con la primera aparicion de una nueva ca- tegoria de existentes. He aqui por qué el mito desempefia un papel tan considerable: como habremos de ver més adelante, es el mito Io que revela como ha Ilegado a la existencia una realidad. REPETICION ANUAL DE ILA COSMOGONIA Es el mito cosmogénico el que relata como vino a la existencia el cosmos. En Babilonia, en el curso de la ceremonia akitu, que se efectuaba en Ios ultimos dias del afio y los primeros dias del afio nue- vo, se tecitaba solemnemente el «poema de la creacién», el Enuma elish. Por la recitacion ritual se reactualizaba el combate entre Mar- duk y el monstruo marino Tiamat que tuvo lugar ab origine, y que habia puesto fin al caos con Ia victoria final del Dios. Marduk habia creado el cosmos con el cuerpo desgarrado de Tiamat y habia crea- do al hombre con Ia sangre del demonio Kingu, el principal aliado de Tiamat. De que esta conmemoracién de [a creacion era efectiva- mente una reactualizacion del acto cosmogénico, tenemos Ia prueba tanto en los rituales como en las formulas pronunciadas en el curso de Ia ceremonia. En efecto, el combate entre Tiamat y Marduk era representado miméticamente por una lucha entre dos grupos de figurantes, por un ceremonial que reaparece entre los hititas, siempre en el cuadro del escenario dramatico del afo nuevo, entre los egipcios y en Ras Shamra. La lucha entre dos grupos de figurantes repetia el transito del caos al cosmos, actualizaba la cosmogonia, El acontecimiento mitico volvia a hacerse presente. «iOjala continue venciendo a Tia- mat y abreviando sus diasl, exclamaba el oficiante. El combate, la victoria y [a creacién habian tenido lugar en ese mismo instante, hic et nunc. Puesto que el afio nuevo es una reactualizacion de la cosmogonia, implica la reanudacién del tiempo en su comienzo, es decir, la restau- racion del tiempo primordial, del tiempo «puro», del que existia en el 60 LO SAGRADO Y LO PROFANO momento de Ia creacién. Por esta razon, con ocasion del afio nuevo, se procede a realizar «purificaciones» y a Ia expulsion de Ios pecados, de los demonios o sencillamente de un chivo expiatorio. Pues no se trata tinicamente de Ia cesacion efectiva de un cierto intervalo temporal y del principio de otro intervalo (como se imagina, por ejemplo, un hom- bre moderno), sino de Ia abolicién del pasado y del tiempo transcurri- do. Tal es, por lo demas, el sentido de las purificaciones rituales: una combustion, una anulacién de los pecados y de las faltas del individuo y de a comunidad en su conjunto, y no una simple epurificacién». EI Nauréz —el afio nuevo persa— conmemora el dia en que tuvo lugar [a creacion del mundo o del hombre. El dia del Nauréz se efectuaba [a «renovacion de Ia creacién», como se expresaba el histo- tiador érabe Albiruni. El rey proclamaba: «He aqui un nuevo dia, de un nuevo mes, de un nuevo afio: hay que renovar todo Io que el tiem- po ha desgastado». El tiempo habia desgastado al ser humano, a Ia so- ciedad, al cosmos, y este tiempo destructor era el tiempo profano, [a duracién propiamente dicha: era preciso abolirla, para reintegrar el momento mitico en que el mundo habia venido a [a existencia in- merso en un tiempo «puro», cfuerte» y sagrado. La abolicidn del tiem- po profano transcurrido se efectuaba por medio de ritos que significa- ban una especie de «fin del mundo». La extincién de los fuegos, el tetorno de las almas de los muertos, [a confusién social del tipo de las Saturnales, la licencia erética, las orgias, etc., simbolizaban Ia regre- sion del cosmos al caos. El ultimo dia del afio, el universo se disolvia en las aguas primordiales. El monstruo marino Tiamat, simbolo de las tinieblas, de lo amorfo, de lo no manifiesto, resucitaba y volvia de nuevo amenazador. El mundo que habia existido durante todo un afio desaparecia realmente. Puesto que Tiamat estaba de nuevo ahi, el cosmos quedaba anulado y Marduk se veia obligado a crearlo una vez més, tras haber vencido de nuevo a Tiamat.‘ La significacion de esta tegresi6n periddica del mundo a una modalidad castica era la siguiente: todos Ios epecados» del afio, todo 4. Para los rituales del nuevo aio, véase M. Eliade, Le mythe de I'éternel re- tour, pags. 89 y sigs. EL TIEMPO SAGRADO Y¥ LOS MITOS Gr lo que el tiempo habia mancillado y desgastado, quedaba aniquilado en el sentido fisico del término. Al participar simbolicamente en la aniquilacion y en Ia recreacion del mundo, el hombre era a su vez creado de nuevo: renacia, porque comenzaba una existencia nueva. En cada afio nuevo, el hombre se sentia mas libre y mas puro, pues se habia liberado del fardo de sus faltas y de sus pecados. Habia rein- tegrado el tiempo fabuloso de Ia creacién, es decir, un tiempo sagra- do y «fuerter; sagrado porque fo transfiguraba Ia presencia de los dio- ses; «fuerte» porque era el tiempo propio y exclusivo de Ia creacién més gigantesca que se haya nunca efectuado: la del universo. Sim- bolicamente, el hombre se hacia contempordneo de la cosmogonia, asistia a la creacion del mundo. En el Oriente Proximo antiguo par- ticipaba incluso activamente en esta creacién (por ejemplo. fos dos grupos antagonistas que representaban al Dios y al monstruo marino). Es facil de comprender por qué el recuerdo de este tiempo pres- tigioso obsesionaba al hombre religioso, por qué se esforzaba peri6- dicamente por incorporarse a él: in illo tempore, los dioses habian mostrado el apogeo de su poderio. La cosmogonia es Ia suprema ma- nifestacion divina, el gesto ejemplar de fuerza, de sobreabundancia y de creatividad. El hombre teligioso esta sediento de Io real. Por todos sus medios se esfuerza por instalarse en [a fuente de Ia realidad pri- mordial, cuando el mundo estaba in statu nascendi. REGENERACION POR RETORNO AL TIEMPO ORIGINAL. Todo esto merece un desarrollo, pero de momento hay dos ele- mentos que deben retener nuestra atencién: 1. Por la repeticion anual de la cosmogonia, el tiempo se rege- neraba, recomenzaba en tanto que tiempo sagrado, pues coincidia con el illud tempus en que el mundo habia venido pot vez primera a la existencia. 2. Participando ritualmente en el «fin del mundo» y en su «re- creacion», el hombre se hacia contemporaneo del illud tempus, na- 62 LO SAGRADO Y LO PROFANO cia, por tanto, de nuevo, recomenzaba su existencia con Ia reserva de fuerzas vitales intacta, tal como lo habia estado en el momento de su nacimiento. Estos hechos son importantes: nos desvelan el secreto del com- portamiento del hombre religioso con respecto al tiempo. Puesto que el tiempo sagrado y fuerte es el tiempo def origen, el instante prodigio- so en que una realidad ha sido creada, o se ha manifestado plena- mente por vez primera, el hombre se esforzara por incorporarse peri6- dicamente a ese tiempo original. Esta reactualizacion ritual del illud tempus de la primera epifania de una realidad esta en la base de todos los calendarios sagrados: la festividad no es la cconmemoracién» de un acontecimiento mitico (y, por tanto, religioso), sino su reactualizacion. EI tiempo del origen por excelencia es el tiempo de la cosmogo- nia, el instante en que aparecié la realidad mas vasta, el mundo. Por esta razon, como hemos visto en el capitulo precedente, la cosmogo- nia sirve de modelo ejemplar a toda «creacions, a toda clase de tha- cer, Por Ia misma razén, el tiempo cosmog6nico sirve de modelo a todos Ios tiempos sagrados, pues si el tiempo sagrado es aquel en que todos los dioses se han manifestado y han creado, es evidente que la manifestacién divina mds completa y la més gigantesca crea- cion es la creacion del mundo. EI hombre religioso reactualiza, pues, la cosmogonia no sdlo todas las veces que «crea» cualquier cosa (su propio «mundo» —el territorio habitado— o una ciudad, una casa, etc.), sino también cuando quiere asegurar un reinado feliz a un nuevo soberano o le es preciso salvar las cosechas comprometidas, o llevar con éxito una guerra, una expedicién maritima, etc. Pero, sobre todo, donde Ia recitacion ritual del mito cos- mog6nico desempeiia un importante papel es en las curaciones, en las que se persigue la regeneracién del ser humano. En Fidji, el ceremonial de la instalacion de un nuevo soberano se llama «creacién del mundo», y el mismo ceremonial se repite para salvar las cosechas comprometi- das. Tal vez es en Polinesia donde se encuentra la més vasta aplicacién titual del mito cosmogénico. Las palabras que Io pronunciara in illo tempore para crear el mundo se han convertido en formulas rituales, EL TIEMPO SAGRADO ¥ LOS MITOS 63 Los hombres las repiten en multiples ocasiones: para fecundar una ma- triz estéril, para curar (tanto las enfermedades del cuerpo como las del espiritu), para prepararse para [a guerra, también en Ia hora de la muer- te, o para estimular la inspiracion poética’ ; EI mito cosmogénico sirve asi a los polinesios de modelo arquetipi- co de todas las «creaciones», cualquiera que sea el plano en que éstas se efectiian: biolégico, psicoldgico, espiritual. Pero, puesto que la recitacion titual del mito cosmogénico implica la reactualizacién de este aconteci- miento primordial, se deduce que aquel para quien se recita queda pro- yectado magicamente al «comienzo del mundo» y se convierte en con- temporaneo de a cosmogonia. Se trata para él de un retorno al tiempo del origen, cuya finalidad terapéutica es la de comenzar una vez mas la existencia, el nacer (simbdlicamente) de nuevo. La concepcién subya- cente en estos ritos de curacién parece ser Ia siguiente: Ja vida no puede repararse, sino tan sdlo recrearse por Ia repeticién simbdlica de Ia cos- mogonia, pues [a cosmogonia es el modelo ejemplar de toda creacion. Se comprende mejor atin Ia funcion regeneradora del retorno al tiempo del origen cuando se examina mas de cerca [a terapéutica arcaica, como, por ejemplo, la de [os nakhi, pueblo tibeto-birmano que vive en el Sudoeste de China (provincia del Yunnan). El ritual de cu- racion consiste, propiamente hablando, en Ia recitacién solemne del mito de Ia creacion del mundo, seguido de [a de mitos referentes al ori- gen de las enfermedades (provocadas por la célera de las serpientes) y de la aparicion del primer chamén que trajo a los humanos los medi- camentos necesarios. Casi todos Ios rituales evocan el comienzo, el tiempo mitico en el que el mundo no existia atin: «En el comienzo, en el tiempo en que los cielos, el Sol, la Luna, los astros, los planetas y la Tierra no habian aparecido todavia, cuando atin nada habia apareci- do, etc; sigue la cosmogonia y la aparicion de las serpientes: «En el tiempo en que aparecié el cielo, el Sol, Ia Luna, los astros y los plane- tas y la Tierra se esparcieron, cuando Ias montarias, los vallles, fos ér- 5. Véanse las referencias bibliogréficas en Eliade, Traité d'histoire des reli- gions, pags. 351 y si ., Aspects du mythe, Paris, Gallimard, 1963, pags. 44 y sigs. (trad. esp. en prensa: Barcelona, Paidés). 64 LO SAGRADO Y LO PROFANO boles y las rocas aparecieron, en este momento aparecieron Ios nagas y los dragones, etc.». Se relata a continuacién el nacimiento del primer curador y la aparicién de medicamentos. Y se afade: «Hay que contar el origen del remedio, de Io contrario no se puede hablar de él. Lo que interesa subrayar en relacién con estos cantos magicos de fin medicinal es que el mito del origen de los remedios esta siempre incorporado al mito cosmog6nico. En fas terapéuticas primitivas y tradicionales un remedio no resulta eficaz hasta no haberse mencio- nado ritualmente su origen ante el enfermo. Gran numero de en- cantamientos del Oriente Préximo y de Europa contienen Ia historia de Ia enfermedad o del «demon» que Ia provoca y evocan el mo- mento mitico en que una divinidad o un santo ha logrado domenar el mal La eficacia terapéutica del encantamiento reside en el hecho de que, pronunciado ritualmente, reactualiza el tiempo mitico del «origem, tanto el origen del mundo como el origen de fa enfermedad y de su tratamiento. No obstante, parece que el mito del origen es una imagen del mito cosmogénico, pues éste es ejemplar para todos los corigenes». Por eso en los encantamientos terapéuticos en ocasio- nes el mito cosmogénico precede al mito del origen y se mezcla con él. Asi, por ejemplo, un encantamiento asirio contra el dolor de mue- las recuerda que «después de que el dios Anu hubo hecho [os cielos, los cielos hicieron Ja Tierra, Ia Tierra hizo los rios, Ios trios hicieron los canales, Ios canales hicieron los estanques y [os estanques hicieron el gusanor. El gusano se dirigié en dagrimas» a los dioses Schamash y Ea y les pidio algo para comer, que le dieran algo «para destruirlo». Los dioses le ofrecieron frutos, pero el gusano les pidié dientes hu- manos. «Por haber hablado asi, gusano, ique Ea te despedace con su mano poderosals’ Nos encontramos aqui en primer lugar con Ia crea- 6. J. F. Rock, The Na-khi Naga Cult and related Ceremonies, Roma, 1952, vol. I, pags. 108, 197, 279 y sigs. 7. Le mythe de Iéternel retour, pags. 126 y sigs. Aspects du mythe, pags. 42-43. 8. Campbell Thompson, Assyrian Medical Texts, Londres, 1923, pag. s9. Véa- se también Eliade, Kosmogonische Mythen und magische Heilungen», en Pai- deuma, 1956. EL TIEMPO SAGRADO Y LOS MITOS 65 cién del mundo; en segundo, con el nacimiento del gusano y de la enfermedad y, en tercer lugar, con Ia curacién primordial (la destruc- cién del gusano por Ea). EL TIEMPO «FESTIVO» ¥ LA ESTRUCTURA DE LAS PIESTAS EI tiempo del origen de una realidad, es decir, el tiempo funda- do por su primera aparicién, tiene un valor y una funcion ejemplar; por esta razon el hombre se esfuerza por reactualizarlo periddica- mente por medio de rituales apropiados. Mas [a «primera manifesta- cién» de una realidad equivale a su creacién por los seres divinos 0 semidivinos: reencontrar el tiempo del origen implica, por consi- guiente, la repeticion ritual del acto creador de los dioses. La reac- tualizacién periddica de Ios actos creadores efectuados por los seres divinos in illo tempore constituye el calendario sagrado, el conjunto de fiestas. Una fiesta se desarrolla siempre en el tiempo original. ¥. precisamente es esta reintegracion del tiempo original y sagrado lo que diferencia el comportamiento humano durante la fiesta del com- portamiento de antes o de después de ella. En muchos casos se en- tregan los hombres durante la fiesta a los mismos actos que en [os in- tervalos no festivos; el hombre religioso cree que vive entonces en otro tiempo, que ha logrado reencontrar el illud tempus mitico. Durante las ceremonias totémicas anuales del tipo intichiuma, los australianos arunta reemprenden el itinerario seguido por el an- tepasado mitico del clan en la época mitica de altcheringa (literal- mente, «tiempo del suefio»). Se detienen en los innumerables fuga- tes donde se detuvo el antepasado y repiten los mismos gestos que hizo in illo tempore. Durante toda Ia ceremonia ayunan, no llevan armas y se abstienen de todo contacto con sus mujeres 0 con los miembros de otros clanes. Estén completamente inmersos en el «tiempo del suefio».” 9. FB. J. Gillen, The native Tribes of Central Australia, 2* ed., Londres, 1938. pags. 170 y sigs. 66 LO SAGRADO Y LO PROFANO. Las fiestas celebradas anualmente en Ia isla polinesia de Tikopia reproducen las «obras de los dioses», los actos por los cuales en los tiempos miticos los dioses modelaron el mundo tal como es hoy.” EI tiempo «festivo» en el que se vive durante las ceremonias se caracte- tiza por ciertas prohibiciones (tabu): nada de ruido, de juego, de dan- za. El transito del tiempo profano al tiempo sagrado se indica por el corte ritual de un trozo de madera en dos. Las multiples ceremonias que constituyen las fiestas periddicas y que, para repetirlo, no son sino Ia reiteracion de gestos ejemplares de los dioses, no se distin- guen, aparentemente, de las actividades normales: se trata de repa- raciones rituales de barcos, de ritos relativos al cultivo de plantas ali- menticias (yam, caro, etc.), de restauracién de santuarios. Pero en realidad todas estas actividades ceremoniales se diferencian de los mismos trabajos ejecutados en el tiempo ordinario por el hecho de no revertir mas que sobre algunos objetos, que constituyen de algun modo los arquetipos de sus clases respectivas, y también por desarro- Ilarse las ceremonias en una atmésfera embebida de Io sagrado. En efecto, los indigenas tienen conciencia de reproducir en los mas mi- nimos detalles los actos ejemplares de los dioses, tal como éstos los ejecutaron in illo tempore. Asi, periddicamente, el hombre religioso se hace contempordneo de los dioses en Ia medida en que reactualiza el tiempo primordial en el que se cumplieron las obras divinas. En estas civilizaciones «primi- tivas» todo lo que hace el hombre tiene su modelo transhumano; incluso fuera del tiempo «festivo», sus gestos imitan los modelos ejem- plares fijados por los dioses y los antepasados miticos. Pero esta imi- tacion corre peligro de hacerse cada vez més incorrecta; el modelo corre el peligro de ser desfigurado o incluso olvidado. Las reactuali- zaciones periddicas de los gestos divinos, las fiestas religiosas, estan ahi para volver a ensefiar a los hombres Ia sacralidad de los modelos. La reparacion ritual de barcos o el cultivo ritual del yam no se pare- cen ya a las operaciones similares efectuadas fuera de los rituales sa- grados. Son més exactas, estin mas proximas a los modelos divinos, 10. Véase Raymond Firth, The Work of Gods in Tikopia, vol. I, Londres, 1940. EL TIEMPO SAGRADO Y LOS MITOS 67 y. por otra parte, son rituales, es decir, su intencién es religiosa. Se hace ceremonialmente la reparacién de una barca no porque tenga nece- sidad de ser reparada, sino porque, en la época mitica, los dioses en- sefiaron a los hombres como se reparaban [as barcas. No se trata ya de una operacion empirica, sino de un acto religioso, de una imita- tio dei. El objeto de [a reparacién ya no es uno de los multiples ob- jetos que constituyen Ia clase «das barcas», sino un arquetipo mitico: [a barca misma que los dioses han manipulado «in illo tempore». Por consiguiente, el tiempo en el que se efectuia la reparacién ritual de las barcas enlaza con el tiempo primordial: es el tiempo mismo en el que operaban los dioses. Bien es verdad que no todos los tipos de fiestas periddicas pue- den reducirse al ejemplo que acabamos de examinar. Pero no es la morfologia de la fiesta Ia que nos interesa, sino la estructura del tiem- po sagrado actualizado en las fiestas. Ahora bien, se puede decir del tiempo sagrado que es siempre el mismo, que es una «serie de eter- nidades» (Hubert y Mauss), Cualquiera que sea la complejidad de una fiesta religiosa, se trata siempre de un acontecimiento sagrado que tuvo lugar ab origine y que se hace presente ritualmente. Los participantes se hacen contempordneos del acontecimiento mitico. En otros términos: «salen» de su tiempo histérico —es decir, el tiem- po constituido por la suma de acontecimientos profanos, personales e interpersonales— y enlazan con el tiempo primordial, que siempre es el mismo, que pertenece a la eternidad. El hombre religioso de- semboca periédicamente en el tiempo mitico y sagrado, reencuentra el tiempo del origen, el que no transcurres, porque no participa en la duracién temporal profana por estar constituido por un eterno presente indefinidamente recuperable. El hombre religioso siente la necesidad de sumergirse periddica- mente en ese tiempo sagrado e indestructible. Para él, es el tiempo sagrado lo que hace posible el otro tiempo ordinario. la duracién pro- fana en la cual se desarrolla toda existencia humana. Es el eterno presente del acontecimiento mitico fo que hace posible Ia duracién profana de los acontecimientos histéricos. Para poner un solo ejem- plo, fue la hierogamia divina que tuvo lugar in illo tempore lo que hizo 68 LO SAGRADO ¥ LO PROFANO posible la unién sexual humana. La union entre el dios y Ia diosa acontece en un instante atemporal, en un presente eterno; las unio- nes sexuales entre los humanos, cuando no son rituales, se desarro- Ilan en la duracién, en el tiempo profano. El tiempo sagrado, mitico, fundamenta asimismo el tiempo existencial, historico, pues es su mo- delo ejemplar. En suma, gracias a los seres divinos 0 semidivinos todo ha venido a Ia existencia. El «origen» de las realidades y de la vida misma es religioso. Se puede cultivar y consumir «corriente- mente» el yam porque periddicamente se cultiva y se consume de una manera ritual. ¥ se pueden cumplir estos ritos porque los dioses los han revelado in illo tempore, cuando crearon al hombre y el yam, y mostraron a los hombres como se debe cultivar y consumir esta planta alimenticia. En la fiesta se reencuentra plenamente Ia dimensién sagrada de la vida, se experimenta Ia santidad de la existencia humana en tanto que creacién divina. El resto del tiempo se esta siempre expuesto a ol- vidar lo que es fundamental: que [a existencia no viene «dada» por Io que los modernos Ilaman maturaleza», sino que es creacién de los otros, los dioses o los seres semidivinos. Por el contrario, las fiestas res- tituyen Ia dimensién sagrada de la existencia, reensenando como los dioses o los antepasados miticos han creado al hombre y le han en- sefiado [os diversos comportamientos sociales y los trabajos practicos. Desde cierto punto de vista, esta «saliday periddica del tiempo histérico, y sobre todo las consecuencias que tiene para Ia existencia global del hombre religioso, puede parecer como un rechazo de Ia fi- bertad creadora. Se trata, en suma, de un eterno retorno in illo tem- pore, a un pasado «mitico» que nada tiene de histérico. Se podria concluir que esta eterna repeticion de los gestos ejemplares revelados por los dioses ab origine se opone a todo progreso humano y parali- za toda espontaneidad creadora. Tal conclusion esta en parte justifi- cada. En parte solamente, pues el hombre teligioso, incluso el mas «primitivo», no rechaza, por principio, el «progreso»: lo acepta, pero confiriéndole un origen y una dimension divina. Todo Io que, en la perspectiva moderna, nos parece que ha senalado eprogresos» (de cualquier naturaleza: social, cultural, técnico, etc.) en comparacién EL TIEMPO SAGRADO ¥ LOS MITOS 69 con una situacién anterior, todo eso Io asumieron las diversas socie- dades primitivas, en el transcurso de su larga historia, como nuevas tevelaciones divinas. Dejaremos de momento este aspecto del pro- blema. Lo importante aqui es comprender la significacion teligiosa de esta repeticion de los gestos divinos. Ahora bien: parece evidente que si el hombre teligioso siente la necesidad de reproducir indefini- damente los mismos gestos ejemplares, es porque aspira a vivir y se esfuerza por vivir en estrecho contacto con sus dioses. EL PERIODICO HACERSE CONTEMPORANEO DE LOS DIOSES Al estudiar en el capitulo anterior el simbolismo cosmolégico de las ciudades, de los templos y las casas hemos mostrado que dicho simbolismo es solidario de la idea de un «Centro del mundo». La ex- periencia religiosa implicada en el simbolismo del centro parece ser la siguiente: el hombre desea situarse en un espacio «abierto hacia lo alto», en comunicacion con el mundo divino. Vivir junto a un «Cen- tro del mundo» equivale, en suma, a vivir en Ja mayor proximidad posible de los dioses. Descubrese el mismo deseo de aproximarse a los dioses cuando se analiza a significacion de las fiestas religiosas. Reintegrar ef tiem- po sagrado del origen significa hacerse «contemporéneo de los dio- ses», es decir, vivir en su presencia, aun cuando esta presencia sea misteriosa, en el sentido de que no siempre es visible. La intenciona- lidad descubierta en Ia experiencia del espacio y del tiempo sagrados revela el deseo de reintegrar una situacién primordial: aquella en fa que los dioses y los antepasados miticos estaban presentes, estaban. en trance de crear el mundo. de organizarlo o de revelar a Ios hu- manos los fundamentos de Ia civilizacion. Esta «situacién primordial» no es de orden histérico, no se puede calcular cronolégicamente; se trata de una anterioridad mitica, del tiempo del «origen», de lo que acontecio «al comienzo», in principio. Ahora bien, «al comienzo» Io que acontecia era esto: los seres di- vinos 0 semidivinos desarrollaron su actividad sobre la Tierra. La nos- 70 LO SAGRADO Y LO PROFANO. talgia de los corigenes» es, pues, una nostalgia teligiosa, El hombre desea reencontrar la presencia activa de los dioses, desea asimismo vivir en un mundo tan fresco, puro y «fuertes como salié de las ma- nos del Creador. Es la nostalgia de la perfeccion de los comienzos lo que explica en gran parte el retorno periddico «in illo tempore. En términos cristianos, podria decirse que se trata de una «nostalgia del paraiso», aunque, al nivel de las culturas primitivas, el contexto reli- gioso e ideoldgico sea muy otro que en el judeocristianismo. Mas el tiempo mitico que se aspira a reactualizar periddicamente es un tiempo santificado por la presencia divina, y se puede decir que el deseo de vivir en Ia presencia divina y en un mundo perfecto (por- que acaba de nacer) corresponde a Ia nostalgia de una situacién pa- tadisiaca. Como hemos sefalado anteriormente, ese deseo del hombre teligioso de retroceder periddicamente hacia atrés, su esfuerzo por teintegrar una situacion mitica, la que habia in principio, puede pa- recer insoportable y humillante a los ojos de un moderno. Nostalgia semejante conduce fatalmente a Ia repeticion continua de un nuime- to limitado de gestos y de comportamientos, Hasta cierto punto se puede incluso decir que el hombre teligioso, sobre todo el de [as so- ciedades «primitivass, es por excelencia un hombre paralizado por el mito del eterno retorno. Un psicélogo moderno sentirfa Ia tentacion de descubrir en un comportamiento de esa indole la angustia ante el tiesgo de Ia novedad, Ia negativa de asumir la responsabilidad de una existencia auténtica e historica, la nostalgia de una situacién «paradisiaca» precisamente porque es embrionario y esté insufi- cientemente desligada de Ia naturaleza. EI problema es demasiado complejo para abordarlo aqui. Reba- sa por Io demas nuestro propdsito, pues implica el problema de Ia oposicion entre el hombre moderno y el hombre premoderno. Ob- servemos, sin embargo, que seria un error el creer que el hombre re- ligioso de las sociedades primitivas y arcaicas se niega a asumir Ia responsabilidad de una existencia auténtica. Por el contrario, segtin hemos visto y habremos de ver, asume valerosamente responsabili- dades enormes: por ejemplo, la de colaborar en Ia creacién del cos- EL TIEMPO SAGRADO ¥ LOS MITOS 7 mos, la de crear su propio mundo, la de asegurar la vida de las ane tas y de los animales, etc. Pero se trata de otro tipo de sian ifi- dad que aquellas que nos parecen [as tinicas auténticas y vale ae Se trata de una responsabilidad en el plano cosmico, a diferencia le las responsabilidades de orden moral, social o histo: co, Tas tinicas que conocen las civilizaciones modernas. En la perspectiva dela oxi tencia profana, el hombre no reconoce otra responsabilidad que la que tiene con respecto a si mismo y con respecto a la sociedad. Para él el universo no constituye, propiamente hablando, un cosmos, una unidad viva y articulada; para él es, pura y simplemente, la suma de las reservas materiales y de las energias fisicas del planeta y la gran preocupacion del hombre moderno estriba en no agotar torpemente los recursos econdmicos de! globo. En cambio, existencialmente, al primitivo se situa siempre en un contexto césmico, su experiencia apersonal no esta falta de autenticidad ni de profundidad, pero in expresarse en un lenguaje que no nos es familiar, semeja a los ojos de los modernos inauténtica o infantil. Volviendo a nuestro propésito inmediato, no tenemos funda- mento alguno para interpretar el retorno periddico al tempo oe do del origen como un rechazo del mundo real y una evasion al fr suefio y a lo imaginario. Por el contrario, se deja ver aqui también [a obsesion ontolégica, esa caracteristica esencial del hombre de las so- ciedades primitivas y arcaicas. Pues, en resumidas cuentas, desear reintegrar el tiempo del origen significa desear también reencontrar 7 presencia de los diosesy recuperar el mundo fuerte, fresco y puro, : como era in illo tempore. Se trata a la vez de una sed de lo sagra lo y de una nostalgia del Ser. En el plano existencial, esta experiencia se traduce en Ia certidumbre de poder recomenzar periddicamente la vida con el mayor numero de «oportunidades». Se trata, en efecto, no sdlo de una visién optimista de Ia existencia, sino también de una adhesién total al Ser. Por todos sus comportamientos, el hombre re- ligioso proclama que no cree més que en el Ser, que su participacién en el Ser se la garantiza la revelacién primordial de la que es custo- dio. La suma de las revelaciones primordiales esta constituida por sus mitos. 72 LO SAGRADO Y¥ LO PROFANO MiTO = MODELO EJEMPLAR EI mito relata una historia sagrada, es decir, un acontecimiento primordial que tuvo lugar en el comienzo del tiempo, ab initio." Mas relatar una historia sagrada equivale a revelar un misterio, pues los personajes del mito no son seres humanos: son dioses o héroes civi- lizadores, y por esta razon sus gesta constituyen misterios: el hombre no los podria conocer si no Ie hubieran sido revelados. El mito es, pues, la historia de lo acontecido in illo tempore, el relato de lo que los dioses 0 Ios seres divinos hicieron al principio del tiempo. «Decir» un mito consiste en proclamar fo que acaecio ab origine. Una vez «di- cho», es decir, erevelado», el mito pasa a ser verdad apodictica: fun- damenta la verdad absoluta. «Asi es porque esta dicho que es asi», de- claran los esquimales netsilik para justificar lo bien fundadas que estan su historia sagrada y sus tradiciones religiosas. El mito procla- ma la aparicion de una nueva «situacién» césmica o de un aconteci- miento primordial. Consiste siempre en el relato de una «creacion»: se cuenta cémo se efectud algo, como comenzé a ser. He aqui la ra- zon que hace al mito solidario de la ontologia; no habla sino de rea- lidades, de lo que sucedio realmente, de lo que se ha manifestado plenamente. Se trata evidentemente de realidades sagradas, pues lo sagrado es lo real por excelencia. Nada perteneciente a la esfera de lo profano participa en el Ser, ya que Io profano no ha recibido un fundamento ontoldgico del mito, carece de modelo ejemplar. Como hemos de ver més adelante, el trabajo agricola es un trabajo revelado por los dioses 0 por los héroes civilizadores. También constituye un acto a la vez real y significativo. Comparémoslo con el trabajo agricola en una sociedad desacralizada: aqui se ha convertido en un acto profano, cuya Unica justificacién es el beneficio econdmico. Se trabaja [a tie- tra para explotarla, se persigue el alimento y la ganancia. Despojado de simbolismo religioso, el trabajo agricola se hace a la vez copacor y u. En las paginas siguientes tomamos argos pasajes de nuestros libros Le mythe de 'éternel retour y Aspects du mythe. EL TIEMPO SAGRADO Y LOS MITOS B extenuante: no revela significacién alguna, no depara «aberturay al- guna hacia Io universal, hacia el mundo del espiritu. Ningun dios, ningtin héroe civilizador ha revelado nunca un acto profano. Todo Io que los dioses o los antepasados han hecho, es decir, todo Io que los mitos refieren de su actividad creadora, pertenece a la esfera de lo sagrado y, por consiguiente, participa en el Ser. Por el contrario, lo que los hombres hacen por su propia iniciativa, lo que hacen, sin mo- delo mitico, pertenece a Ia esfera de lo profano: por tanto, es una ac- tividad vana e ilusoria; a fin de cuentas, irreal. Cuanto més religioso es el hombre, mayor es el acervo de modelos ejemplares de que dis- pone para sus modos de conducta y sus acciones. O mejor dicho, cuanto més religioso es, tanto més se inserta en lo realy menor es el tiesgo que corre de perderse en acciones no ejemplares, «subjetivas» y, en suma, aberrantes. Hay un aspecto en el mito que merece la pena subrayar de un modo particular: el mito revela Ia sacralidad absoluta, porque relata la actividad creadora de los dioses, desvela la sacralidad de su obra. En otros términos: el mito describe las diversas y a veces draméticas irrupciones de Io sagrado en el mundo. Por esta raz6n, entre muchos primitivos, los mitos no pueden recitarse indiferentemente en cual- quier lugar y momento, sino tan sdlo en las estaciones més ricas ri- tualmente (otofio, invierno) o en el intervalo de [as ceremonias reli- giosas; en una palabra: en un lapso sagrado. Y es la irrupcién de lo sagrado en el mundo referido por el mito lo que realmente funda- menta el mundo. Todo mito muestra como ha venido a Ia existencia una realidad, sea ésta Ia realidad total, el cosmos, o tan sdlo un frag- mento de ella: una isla, una especie vegetal, una institucion humana. Al narrar cémo han venido fas cosas a Ia existencia, se les da una ex- plicacion y se responde indirectamente a otra pregunta: épor qué han venido a la existencia? El epor qué» esté siempre imbricado en el «como». Y esto por Ia simple razon de que al referir como ha nacido una cosa se revela Ia irrupcién de lo sagrado en el mundo, causa ul- tima de toda existencia real. Por otra parte, al ser toda creacién obra divina y, por tanto, irrupcién de lo sagrado, representa asimismo una irrupcién de ener- 74 LO SAGRADO ¥ LO PROFANO gia creadora en el mundo. Toda creacién estalla de plenitud. Los dio- ses crean por exceso de potencia, por desbordamiento de energia. La creacién se hace por acrecentamiento de sustancia ontoldgica. Por esta 1az6n, el mito que refiere esta ontofania sagrada, esta manifesta- cién victoriosa de plenitud de ser, se erige en modelo ejemplar de to- das las actividades humanas: sdlo él revela Io real, lo sobreabundan- te, lo eficaz. «Debemos hacer Io que los dioses hicieron al principio», dice un texto indio (Shatapatha Brahmana, VII, n, 2, 4). «Asi Io hicie- ton los dioses, asi lo hacen los hombres», afiade Taittiriya Brahmaéna (L v, 9, 4). La funcion magistral del mito es, pues, Ia de «fijar los mo- delos ejemplares de todos los ritos y de todas las actividades humanas significativas: alimentacion, sexualidad, trabajo, educacién, etc. Al comportarse en cuanto ser humano plenamente responsable, el hom- bre imita los gestos ejemplares de los dioses, repite sus acciones, trate- se de una simple funcién fisiolégica como [a alimentacién, o de una actividad social, econémica, cultural, militar, etc. En Nueva Guinea, multiples mitos hablan de largos viajes por el mar, proporcionando asi «modelos a los actuales navegantes», pero también modelos para todas las demés actividades, «rdtese de amor, de guerra, de pesca, de provocar Ia Iluvia o de lo que sea... El telato proporciona precedentes a los diferentes momentos de la construccién de un barco, por Ios tabties sexuales que ésta implica, etc.». El capitan que se da a la mar personifica al héroe mitico Aori: «Lleva el traje que Aori Ilevaba segtin el mito; tiene como él el ros- tro ennegrecido, y porta en [os cabellos un Jove semejante al que Aori quité de Ia cabeza de Iviri. Danza en Ia plataforma y abre los brazos como Aori desplegaba sus alas... Un pescador me dice que cuando iba a disparar flechas a Ios peces se tenia por Kivavia en per- sona. No impetraba el favor ni Ia ayuda de este héroe mitico: se identificaba con él». Este simbolismo de los precedentes miticos se reencuentra en otras culturas primitivas. A propdsito de los karuk de California, J. P. 12. FE. Williams, citado por Lucien Lévy-Bruhl, La mythologie primitive, Paris, 1935, pags. 162-164. EL TIEMPO SAGRADO Y LOS MITOS 75 Harrington escribe: «Todo lo que hacia el karuk Jo [levaba a cabo por el hecho de que los ikxareyavs, seguin se creia, habian dado ejemplo de ello en Ios tiempos miticos. Tales ikxareyavs eran las gentes que habitaban en América antes de la Ilegada de los indios. Los Raruk modernos, por no saber cémo verter esta palabra, proponen traduc- ciones tales como “los principes”, “los jefes”, “los angeles”... No per- manecieron con ellos salvo el tiempo necesario para darles a cono- cer y poner en funcionamiento todas fas costumbres, diciendo a cada paso a los karuk: “He aqui como haran los humanos”, Sus actos y sus palabras todavia los refieren hoy y los citan las formulas magicas de los karuk».? Esta fiel repeticion de los modelos divinos tiene un doble signifi- cado: 1. Por una parte, al imitar a los dioses, el hombre se mantiene en lo sagrado y, por consiguiente, en [a realidad. 2. Por otra, gracias a [a reactualizacién ininterrumpida de los gestos divinos ejemplares, el mundo se santifica. EI comportamiento religioso de los hombres contribuye a man- tener Ia santidad del mundo. REACTUALIZAR LOS MITOS No carece de interés el observar que el hombre religioso asume una humanidad que tiene un modelo transhumano trascendente. Solo se reconoce verdaderamente hombre en la medida en que imi- ta a los dioses, a los héroes civilizadores 0 a los antepasados miticos. En resumen, el hombre religioso aspira a ser distinto de lo que en- cuentra que es en el plano de su experiencia profana. El hombre re- ligioso no se da: se hace a si mismo, aproximandose a [os modelos divinos. Estos modelos, como hemos dicho, los conservan los mitos, 43. _ J.P. Harrington, citado por Lévy-Bruhl, ibid., pag. 165. 76 LO SAGRADO Y 1,0 PRORANO los conserva Ia historia de los gesta divinos. Por consiguiente, el hombre teligioso también se considera hecho por Ia historia, como el hombre profano, pero la unica historia que le interesa es la historia sagrada tevelada por los mitos, la de los dioses; en tanto que el hom- bre profano pretende estar constituido tinicamente por Ia historia hu- mana, es decir, precisamente por esa suma de actos que, para el hombre religioso, no ofrecen interés alguno por carecer de modelos divinos. Preciso es subrayarlo: desde el principio, el hombre religioso situa su propio modelo a alcanzar en el plano transhumano, en el plano que le ha sido tevelado por Ios mitos. No se llega a ser verda- dero hombre, salvo conformandose a Ia ensetianza de los mitos, sal- vo imitando a los dioses. Afiadamos que semejante imitatio dei implica a veces para los primitivos una responsabilidad muy grave. Hemos visto que ciertos sacrificios sangrientos hallan su justificacion en un acto divino pri- mordial: in illo tempore, el dios ha matado al monstruo marino y despedazado su cuerpo a fin de crear el cosmos. El hombre repite ese sactificio sangriento, a veces incluso humano, cuando ha de cons- truir un pueblo, un templo o simplemente una casa. Lo que pueden ser las consecuencias de la imitatio dei se desprende con harta clari- dad de las mitologias y de los rituales de numerosos pueblos primiti- vos. Para poner solo un ejemplo: segtin los mitos de los paleocultiva- dores, el hombre ha Ilegado a ser lo que actualmente es —moral, sexualizado y condenado al trabajo—, a consecuencia de un homi- cidio primordial. Antes de Ia época mitica, un ser divino, con mucha frecuencia una mujer o una muchacha, a veces un nifio o un hom- bre, se ha dejado inmolar para que los tubérculos 0 los arboles fruta- les pudieran brotar de su cuerpo. Este primer asesinato cambié radi- calmente el modo de ser de [a existencia humana. La inmolacion del ser divino instauré tanto la necesidad de Ia alimentacién como la fa- talidad de Ia muerte, y como secuela, la sexualidad, tinico medio de asegurar [a continuidad de la vida. El cuerpo de Ia divinidad inmo- lada se transformé en alimento; su alma descendio bajo tierra, don- de fundé el Pais de los Muertos. A. E. Jensen, que ha consagrado a este tipo de divinidades, que denomina divinidades dema, un estudio EL TIEMPO SAGRADO Y LOS MITOS 7 importante, ha demostrado muy bien que al alimentarse o al fallecer el hombre participa en [a existencia de los dema."* Para todos estos pueblos paleocultivadores Io esencial consiste en evocar periddicamente el acontecimiento primordial que fundo la ac- tual condicion humana. Toda su vida religiosa es una conmemora- cion, una rememoracién. El recuerdo reactualizado por los ritos (por la reiteracién del homicidio primordial) desemperia un papel decisivo: es preciso cuidarse muy bien de no olvidar fo que pasé in illo tempore. El verdadero pecado es el olvido: la joven que, después de su pri- mera menstruacién, permanece tres dias en una cabajia a oscuras, sin hablar con nadie, se comporta asi porque [a hija mitica asesinada, al transformarse en Luna, permanecié tres dias en las tinieblas; si la jo- ven catamenial quebranta el tabti del silencio y habla, se hace culpa- ble del olvido de un acontecimiento primordial. La memoria personal no entra en juego: Io que cuenta es el rememorar el acontecimiento mitico, el unico digno de interés, porque es el tinico creador. Al mito primordial le corresponde el conservar Ja verdadera historia, la histo- tia de la condicién humana: en él hay que buscar y reencontrar los principios y paradigmas de toda conducta. Es en este estado de cultura donde se encuentra el canibalismo ritual. La gran preocupacién del canibal parece ser de esencia meta- fisica: no debe olvidar lo que ocurrié in illo tempore. Volhardt y Jen- sen lo han mostrado con claridad meridiana: al inmolar y devorar las cerdas con motivo de las fiestas, al comer las primicias de la te- coleccién de los tubérculos, fo que se est haciendo es comer el cuer- po divino lo mismo que en los festines canibalescos. Sacrificios de cerdas, caza de cabezas y canibalismo son solidarios simbdlicamente de Ia recoleccién de los tubérculos o de Jos cocos. A Volhardt* le co- 14. A. E. Jensen, Das religiése Weltbild einer friihen Kultur, Stuttgart, 1948. EI término dema ha sido tomado por Jensen de los marind-anim de Nueva Gui- nea. Véase también Aspects du mythe, pags. 129 y sigs. i 15. E, Volhardt, Kannibalismus, Stuttgart, 1939. Véase M. Eliade, Mythes, réves et mystéres, Gallimard, 1957. pags. 37 y sigs: y Eliade, eLe mythe du Bon Sauvage ou les prestiges de T'origines, La Nouvelle NRF, agosto de 1955. 78 LO SAGRADO Y LO PROFANO tresponde el mérito de haber deducido, al mismo tiempo que el senti- do religioso de la antropofagia, la responsabilidad humana asumida por el canibal. La planta alimenticia no se da en Ia naturaleza: es el producto de un asesinato, pues asi se creé en el albor de los tiempos. La caza de cabezas, los sacrificios humanos, el canibalismo, fos ha aceptado el hombre al objeto de hacerse cargo de Ia vida de las plan- tas. Volhardt ha insistido con razon en ello. El canibal asume su res- ponsabilidad en el mundo, el canibalismo no es un comportamiento «natural: del hombre «primitivo» (tampoco se sittia por lo demés en los niveles mas arcaicos de cultura), sino un comportamiento cultural, ba- sado en una concepcién religiosa de Ia vida. Para que el mundo ve- getal sobreviva, el hombre ha de matar y ser matado; debe, ademas, asumir la sexualidad hasta sus limites extremos: la orgia. Una cancién abisinia lo proclama: «La que no haya engendrado todavia, ique en- gendre! El que todavia no haya matado, ique mate». Es una forma de decir que los dos sexos estén condenados a asumir su destino. No se debe olvidar, antes de emitir un juicio sobre el canibalis- mo, que lo fundaron seres sobrenaturales. Pero lo fundaron para per- mitir a los humanos asumir una responsabilidad en el cosmos, para ponerlos en situacion de velar por la continuidad de Ia vida vegetal. Trdtase, pues, de una responsabilidad de orden religioso. Los caniba- les uitoto lo afirman: «Nuestras tradiciones estan siempre vivas entre nosotros, incluso cuando no danzamos; pero trabajamos tan sdlo para poder danzam. Las danzas consisten en la reiteracién de todos los acontecimientos miticos y, por tanto, también del primer asesina- to seguido de antropofagia. Hemos traido a colacién este ejemplo para mostrar que, tanto entre los primitivos como en las civilizaciones paleoorientales, la imi- tatio dei no se concibe de manera idilica, sino que implica una terri- ble responsabilidad humana. Al juzgar una sociedad «salvajey, no hay que perder de vista que incluso los actos mas barbaros y los compor- tamientos mas aberrantes tienen modelos transhumanos, divinos. Problema muy diferente, que no abordaremos aqui, es el de saber por qué y a consecuencia de qué degradaciones e incomprensiones de- generan ciertos comportamientos religiosos y se hacen aberrantes. Lo EL TIEMPO SAGRADO ¥ LOS MITOS 79 que interesa subrayar aqui es que el hombre religioso queria y creia imitar a sus dioses incluso cuando se dejaba arrastrar a acciones que rayaban en la demencia, Ia torpeza o el crimen. HISTORIA SAGRADA, HISTORIA, HISTORICISMO Recapitulemos: el hombre teligioso conoce dos clases de tiempo: profano y sagrado. Una duracién evanescente y una «serie de eternida- des» recuperables periddicamente durante las fiestas que constituyen el calendario sagrado. EI tiempo littirgico del calendario se desarrofla en circulo cerrado: es el tiempo césmico del afio, santificado por las «obras de los dioses». Y puesto que la obra divina mas grandiosa ha sido fa creacién del mundo, la conmemoracién de la cosmogonia desempefia un papel importante en muchas religiones. EI afio nuevo coincide con el primer dia de la creaci6n. El afio es la dimensién temporal del cos: mos, Se dice «el mundo ha pasado» cuando ha transcurrido un afio. Cada aiio nuevo se reitera la cosmogonia, se recrea el mundo, y con ello se «crea» también el tiempo, es regenerado «comenzandolo de nuevo», Sirve también el mito cosmogonico de modelo ejemplar a toda «creacién», a toda «construccién» y se emplea asimismo como medio ritual de curacién. Al hacerse simbdlicamente contemporéneo de la creacion, se reintegra la plenitud primordial. El enfermo se cura porque recomienda su vida con un acopio intacto de energia. ; La fiesta religiosa es Ia reactualizacion de un acontecimiento pri- mordial, de una thistoria sagrada» cuyos protagonistas son [os dioses © los seres semidivinos. Ahora bien, la chistoria sagrada» es referida por los mitos. Por consiguiente, los participantes en la fiesta se hacen contemporaneos de los dioses y de los seres semidivinos. Viven en el tiempo primordial santificado por la presencia y Ja actividad de los dioses. El calendario sagrado regenera periddicamente el tiempo, por- que lo hace coincidir con el tiempo del origen, el tiempo duertes y «puro». La experiencia religiosa de Ia fiesta, es decir, la participacion en lo sagrado, permite a los hombres vivir periddicamente en la presen- cia de los dioses. De ahi Ia importancia capital de fos mitos en las te- 80 LO SAGRADO ¥'LO PROFANO. ligiones premosaicas, pues los mitos relatan los gesta de los dioses, y estos gesta constituyen los modelos ejemplares de todas las actividades humanas. En Ia medida en que imita a sus dioses, el hombre teligioso vive en el tiempo del origen, el tiempo mitico. Se «sales de la duracién profana para enlazar con un tiempo cinmévil, con Ia ceternidads. Dado que los mitos constituyen su thistoria santay, el hombre re- ligioso de las sociedades primitivas ha de cuidarse bien de no olwvi- darlos: al reactualizar los mitos, se aproxima a sus dioses y comparte su santidad. Pero hay también «historias divinas trdgicas», y el hombre asume una gran responsabilidad ante si mismo y ante la naturaleza al teactualizarlas periddicamente. El canibalismo ritual, por ejemplo, es secuela de una concepcién teligiosa tragica. En resumen, por [a reactualizacién de sus mitos, el hombre teli- gioso se esfuerza por aproximarse a Ios dioses y por participar en el Ser Ia imitacion de los modelos ejemplares divinos expresa a la vez su deseo de santidad y su nostalgia ontoldgica. En las teligiones primitivas y arcaicas, la eterna tepeticion de los gestos divinos se justifica en tanto que imitatio dei. El calendario sa- grado recoge anualmente las mismas fiestas, la conmemoracion de los mismos acontecimientos miticos. Propiamente hablando, el ca- lendario sagrado se presenta como el «eterno retorno» de un numero limitado de gestos divinos, y esto es cierto no sdélo en las religiones primitivas, sino también en las demés religiones. Por todas partes el calendario de las fiestas constituye un retorno periddico de las mis- mas situaciones primordiales y, por consiguiente, la reactualizacion del tiempo sagrado. Para el hombre teligioso, la reactualizacién de los mismos acontecimientos miticos constituye su mayor esperanza: en cada reactualizacién teencuentra la oportunidad de transfigurar su existencia y hacerla semejante al modelo divino. En una palabra: para el hombre religioso de las sociedades primitivas y arcaicas la eterna tepeticién de gestos ejemplares y el eterno reencuentro con el mismo tiempo mitico del origen, santificado por los dioses, no impli- ca en absoluto una vision pesimista de la vida; antes bien, gracias a dicho «eterno retorno» a las fuentes de lo sagrado y de lo real, le pa- tece que se salva la existencia humana de Ia nada y de la muerte. EL TIEMPO SAGRADO Y LOS MITOS 81 La perspectiva cambia por completo cuando el sentido de Ia re- ligiosidad césmica se oscurece. Es lo que sucede en algunas socieda- des més evolucionadas, en el momento en que las élites intelectuales se desligan progresivamente de Ios marcos de la religion tradicio- nal. La santificacién periddica del tiempo césmico aparece entonces como inutil e insignificante. Los dioses dejan de ser accesibles a tra- vés de los ritmos césmicos. La significacion religiosa de Ia repeticién de Ios gestos ejemplates se pierde. Ahora bien: Ja repeticién despoja- da de su contenido religioso conduce necesariamente a una vision pesimista de Ia existencia. Cuando deja de ser un vehiculo para rein- tegrar una situacion primordial y para reencontrar Ia presencia mis- teriosa de Ios dioses, cuando se desacraliza, el tiempo ciclico se hace terrorifico: se revela como un circulo que gira indefinidamente sobre si mismo, repitiéndose hasta el infinito. Es lo que ha sucedido en Ia India, donde Ia doctrina de los ciclos césmicos (yuga) ha sido sabiamente elaborada. Un ciclo completo, un mahaéyuga, comprende doce mil afios. Se termina con una tdiso- lucién», un pralaya, que se repite de una manera més radical (maha- pralaya, la «gran disolucion») al final del milésimo ciclo. Pues el es- quema ejemplar («creacion-destruccién-creacion, etc.») se reproduce hasta el infinito. Los doce mil afios de un mahdyuga se consideran como «afios divinos» que duran cada uno trescientos sesenta afios, lo que da un total de cuatro millones trescientos veinte mil afios para un solo ciclo césmico. Un millar de tales mahayuga constituye un Ralpa («forma»); catorce kalpa forman un manvantara (Ilamado asi porque se supone que cada manvantara esta regido por un Manu, el antepasado-rey mitico). Un kalpa equivale a un dia de Ia vida de Brahma; otro Ralpa a una noche. Cien de estos «afios» de Brahma, es decir, trescientos once billones de afios del hombre, constituyen la vida del Dios. Pero, ni siquiera esta considerable duracién de Ia vida de Brahma Ilega a agotar el tiempo, pues los dioses no son eternos y las creaciones y destrucciones césmicas prosiguen ad infinitum." 16. M. Eliade, Le mythe de J'éternel retour, pags. 169 y sigs. Véase también Images et symboles, Paris, 1952, pags. 80 y sigs. 82 LO SAGRADO Y LO PROFANO. Es el auténtico «eterno retorno», Ia eterna repeticion del ritmo fundamental del cosmos: su destruccién y su recreacién periédica. En suma, es Ja concepcién primitiva del «afio-cosmos», pero despo- jada de su contenido religioso. Hay que decir que Ia doctrina de los yuga fue elaborada por las élites intelectuales y que, si [legs a ser una doctrina panindia, no hay que pensar por ello que se revelé en su as- pecto terrorifico a todos los pueblos de la India. Eran especialmente las élites religiosas y filosdficas [as que sentian desesperacion ante el tiempo ciclico que se repetia hasta el infinito. Pues este eterno retor- no implicaba, para el pensamiento indio, el eterno retorno a Ia exis- tencia gracias al karma, la ley de Ia causalidad universal. Por otra parte, el tiempo se equiparaba a Ia ilusi6n césmica (méyé), y el eter- no retorno a la existencia significaba la prolongacién indefinida del suftimiento y de [a esclavitud. Para estas élites religiosas y filosdficas no quedaba sino Ia esperanza de Ia no vuelta a Ia existencia, de la abolicién del karma; en otros términos: [a definitiva liberacion (moks- ha), que implicaba Ia trascendencia del cosmos.” Grecia conocio asimismo el mito del eterno retorno, y los fildso- fos de época tardia Ilevaron a sus tltimos limites la concepcion del tiempo circular. Citando el bello tratado de H. C. Puech: «Seguin Ia célebre definicién platonica, el tiempo, que determina y mide Ia re- volucion de las esferas celestes, es la imagen movil de [a eternidad in- mévil, que imita desarrollandose en circufo. Por consiguiente, el de- venir césmico en su totalidad y, por tanto, la duracién de este mundo nuestro de generacion y corrupcién se desarrollaran en circulo o se- gan una sucesion indefinida de ciclos en cuyo transcurso Ia misma realidad se hace, se deshace, se rehace, conforme a una ley y a alter- nativas inmutables. No sdlo Ja misma suma de ser se conserva sin que nada se pierda ni se cree, sino que algunos pensadores de Ia an- tigiiedad agonizante —pitagéricos, estoicos, platénicos—, [legaron incluso a admitir que en el interior de cada uno de estos ciclos de du- 17. Esta trascendencia se logra, por otra parte, aprovechando el emomento favorables (kshana), lo que implica una especie de tiempo sagrado que permite fa wsalida del tiempo»; véase Images et symboles, pags. 105 y sigs. EL TIEMPO SAGRADO Y LOS MITOS 83 racién, de estos aiones, de estos aeva, se reproducen las mismas si- tuaciones que se produjeron ya en [os ciclos anteriores y se reprodu- ciran en fos ciclos subsiguientes, y esto hasta el infinito. Ningun acontecimiento es Unico ni se representa una sola vez (por ejemplo, la condena y muerte de Sécrates), sino que se ha representado y re- presentara a perpetuidad; los mismos individuos han aparecido, apa- tecen y reaparecerdn a cada vuelta del circulo sobre si mismo. La du- racién cosmica es repeticién y anakyklosis, eterno retorno».” Con relacion a Jas religiones arcaicas y paleoorientales, asi como en telacion con las concepciones mitico-filoséficas del eterno retorno, tal como fueron elaboradas en [a India y en Grecia, el judaismo presenta una innovacién fundamental. Para el judaismo, el tiempo tiene un co- mienzo y tendré un fin. La idea del tiempo ciclico se ha superado. Yah- vé no se manifiesta ya en el tiempo cdsmico (como los dioses de otras teligiones), sino en un tiempo historico, que es irreversible. Cada nueva manifestacién de Yahvé en Ia historia no es reducible a una manifesta- cién anterior. La destruccién de Jerusalén expresa Ia colera de Yahvé contra su pueblo, pero no es Ia misma colera que Yahvé habia manifes- tado con Ia destruccion de Samaria. Sus gestos son intervenciones per- sonales en Ia historia y no revelan su profundo sentido més que para su pueblo, el pueblo que Yahvé ha escogido. El acontecer historico gana aqui una nueva dimensién: se convierte en una teofania.” EI cristianismo va atin més lejos en la valorizacion del tiempo historico. Porque Dios se ha encarnado, porque ha asumido una exis- tencia humana histéricamente condicionada, Ia historia se hace sus- ceptible de ser santificada. El illud tempus evocado por los Evan- gelios es un tiempo histérico claramente limitado —el tiempo en que Poncio Pilato era gobernador de Judea—, pero fue santificado por Ia presencia de Cristo. El cristiano contemporaneo que participa en el tiempo liturgico se incorpora al illud tempus en que vivid, ago- 18. Henry-Charles Puech, «La gnose et fe tempst: Eranos-Jahrbuch, XX, 1951, pags. 60-61. 19. Le mythe de éternel retour, pags. 152 y sigs. sobre la valorizacion de la historia por el judaismo, sobre todo por los profetas. 84 LO SAGRADO ¥ LO PROFANO nizo y resucité Jesus; pero no se trata ya de un tiempo mitico, sino del tiempo en que Poncio Pilato gobernaba Judea. Para el cristiano tam- bién el calendario sagrado reproduce indefinidamente los aconteci- mientos de Ia existencia de Cristo, pero estos acontecimientos se de- sarrollaron en Ia historia; ya no son hechos que sucedieran en ef origen del tiempo, «al comienzo» (con fa particularidad de que para el cristiano el tiempo comienza de nuevo con el nacimiento de Cris- to, pues Ia encarnacion funda una situacién nueva del hombre en el cosmos). Resumiendo, Ia historia se presenta como una nueva di- mensién de Ia presencia de Dios en el mundo. La historia vuelve a ser historia santa, tal como se la concebia, pero en una perspectiva mitica, en las religiones primitivas y arcaicas.”” EI cristianismo conduce a una teologia de Ia historia y no a una filosofia de Ia historia, pues las intervenciones de Dios en Ia historia, y especialmente Ia encarnacion en la persona histérica de Jesucristo, tienen un fin transhistérico: Ia salvacion del hombre. Hegel vuelve a tomar Ia ideologia judeocristiana y Ia aplica a la historia universal en su totalidad: el Espiritu universal se manifiesta continuamente en los acontecimientos histéricos, y no se manifiesta més que en ellos. La historia se convierte, pues, en su totalidad, en una teofania: todo lo que ha sucedido en Ia historia debia suceder asi, por- que asi lo ha querido el Espiritu universal. Con ello se deja abierto el camino a las diferentes formas de filosofia historicista del siglo xx. Aqui se detiene nuestra investigacion, pues todas estas nuevas valorizacio- nes del tiempo y de Ia historia pertenecen a Ia historia de Ia filosofia. Sin embargo, hay que afiadir que el historicismo se constituye como un producto de descomposicién del cristianismo: concede una impor tancia decisiva al hecho histérico (que es una idea de origen judeocris- tiano), pero al hecho histérico en cuanto tal, es decir, denegandole toda posibilidad de revelar una intencién soteriolégica, transhistorica.* 20. Véase M. Eliade, Images et symboles, pags. 222 y sigs: Aspects du mythe, pags. 199 y sigs. 21. Sobre las dificultades del historicismo, véase Le mythe de I'éternel retour, pags. 218 y sigs. EL TIEMPO: SAGRADO Y LOS MITOS 85 En lo que concierne a las concepciones del tiempo en que se han detenido algunos filésofos historicistas y existencialistas, no deja de tener su interés una observacidn: a pesar de no ser concebido ya como un «circulos, el tiempo tecupera, en estas filosofias modernas, el aspecto terrorifico que tenia en las filosofias india y griega del eter- no retorno. Definitivamente desacralizado, el tiempo se presenta como una duracién precaria y evanescente que conduce irremedia- blemente a la muerte. Capitulo III La sacralidad de la naturaleza y la religién césmica Para el hombre religioso, Ia naturaleza nunca es exclusivamente «natural»; esta siempre cargada de un valor teligioso. ¥ esto tiene su explicacion, puesto que el cosmos es una creacién divina: salido de las manos de Dios, el mundo queda impregnado de sacralidad. No se trata unicamente de una sacralidad comunicada por los dioses, por ejemplo, Ja de un lugar o un objeto consagrado por una presencia di- vina. Los dioses han ido més alla: han manifestado las diferentes modalidades de Io sagrado en Ia propia estructura del mundo y de los fenédmenos césmicos. EI mundo se presenta de tal manera que, al contemplarlo, el hombre religioso descubre [os multiples modos de Io sagrado y, por consiguiente, del Ser. Ante todo, el mundo existe, esta ahi, tiene una estructura: no es un caos, sino un cosmos; por tanto, se impone como una creacién, como una obra de fos dioses. Esta obra divina conserva siempre cierta transparencia; desvela espontdaneamente los multiples aspectos de lo sagrado. El cielo revela directamente, «natu- talmentey, fa distancia infinita, la trascendencia del dios. La Tierra, asi- mismo, es «transparentes: se presenta como madre y nodriza univer- sal. Los ritmos césmicos ponen de manifiesto el orden, Ja armonia, la permanencia, la fecundidad. En su conjunto, el cosmos es a Ja vez un organismo real, vivo y sagrado: descubre a la vez las modalidades del Ser y de la sacralidad, Ontofania y hierofania se reinen.

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