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ERIC HOBSBAWM

TRABAJADORES

Estudios de historia de la clase obrera

Traducción castellana de
RICARDO POCHTAR

•
1

-·

EDITORIAL CRfTICA
Grupo editorial Grijalbo
BARCELONA
 ganz1912
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Sist.erna de 81 h l 1olecas - ICR '

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304321
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PREFACIO
/
Este volumen incluye, por una parte, (lrtículos publicatÍos en dife-
\entes ¡evistas, algunas de difícil acceso, y, por otra pa,te, estudios
i1tédi~4s, que son el producto directo o indirecto de ufÍp dedicaci6n
de váffos años a la historia y a las cuestiones de )a clase ¡raba¡adora.
En Íín'as generales se refieren al período quel destJf finales del
...· siglo"'KVIII hasta la primera guerra mundial y grosso modo cabe
clasifi~rlos en cuatro grupos: estudios sobre l "Cumiidones dy_tra-
ba¡o Easta mediados del siglo XIX, estudios sobrJ! el «nuevo sindi-
calismo» de 1889-1914, estudios sobre el resurg'/mi6zto del socia-
lisf!ZO en Gran Bretaña a finales del siglo XIX, )! Jln grupo de ar-
tíJulos generales que abarcan un lapso bastante más amplio. La ma-
h
(' .~ - -- -
yd,ía de estos artículos tienen en común un rasgo negativo: se sitúan
al ·!#hrgen de la historia directamente cronológica -o narrativa de los
.~.BíMot·ca ~
.

LC S
11''-"' . : D. rmoco ~ 1 mo,tlimientos obreros. Sidney y Beatrice Webb y G. D.'H. Cole fue-
~ °'. D "~Cl\1!1 <Je Bihllorec:i. ·~ .
V l~J V F:R"W" O D,.. .. ' ron lós talentosos precursores de este enfoque y en la edad de oro
~ _ - -~ - COSTA 1.Tf'Á
de la historia del movimiento obrero británico, que se inició hace
30432 1- -· ··-- unos quince años, una serie de excelentes estudiasos prosiguieron,
completaron o revisaron S1' obra. Sin embargo, se ha investigado
comparativamente poco acerca de las clases traba¡adoras como tales
Título original: (no en cuanto organizaciones y movimientos obreros) y acerca de
LABOURING MEN. STUDIES IN ¡HE- HISTORY OF LABOUR las condiciones económicas y técnicas que favorecieron el desarrollo
W eidenfdd and Nicolson, Londres efectivo de los movimientos obreros o bien, en cambio, lo difict~lta­
Cubierta: Alberto Corazón ron. En estos últimos años este campo ha comenzado a despertar
© 1964: Eric J. Hobsbawm, Londres mayor tf.lención, pero todavia se lo cultiva bastante poco. La mayo-
O 1979 de la traducci6n castellana para España y Améóca:
Editorial Crítica, S. A., calle de la Cruz, 58, Barcelona-34 . .
ría de las ensayos que integran este volumen pertenecen a esta últi-
ma categf¡rjq_.
ISBN: 847423-101-9
Depósito legal: B. 27.746-1979 Varioi 7fe e_stfts ensayos son expositivos. La aristocracia obrera,
Impreso en España
1979. -Alfonso impresores, S. A., Carreras Candi, 12-14, Barcclona-28 Costun)brb, s~~s e intensidad de trabajo y El artesano ambulante
.... \,.,.
 c.

8 TRABAJADORES PREFACIO 9

fueron intentos preliminares de reunir materi.al acerca de los respec- M~~illan y .Lawrence and Wishart, por su autorizaci6n para reim-
tivos temas y de considerar algunas de sus implicaciones. Esto vale prtmzr materiales originalmente publicados en sus páginas o con su
también para los estudios acerca del «nuevo sindicalismo». Otros sello editorial.
ensayos son polémicos o tienen un carácter de revisi6n hist6rica.
Por eiemplo, Los destructores de máquinas trata de revisar las con- - E. J. HoBSBAWM
cepciones tradicionales del ludismo; El metodismo y la amenaza re- Londres, diciembre de 1963
volucionaria refuta la afirmaci6n de Elie Halévy según la cual W es-
ley habría '!alvado a Gran Bretaña del cataclismo social a comienzos
del siglo XIX; y los artículos acerca del nivel de vida con contribu- Salvo co"ecciones y alteraciones de detalle, la edici6n británica
ciones a una controversia que en estos últimos años ha interesado de tapas blandas no difiere de la edición encuadernada de 1964. Esto
bastante a los historiadores. Reconsideración de los fabianos también no significa que el autor desconozca las críticas que han merecido al-
apunta a revisar las concepciones tradicionales acerca del tema. Otros gunas de sus afirmacione¡, ni que, de haber tenido que emprender
trabajos se refieren a diferentes aspectos de la ideología radical, obre- una nueva redacción de los mismos en 1967, lo hubiese hecho exac-
tamente de la misma manera.
ra y socialista. Puesto que algunos de los ensayos fueron escritos para
revistas no especializadas o para un público no especializado, no ·se
encuentran tan cargados con el habitual aparato de erudici6n como los
dirigidos inicialmente a los expertos. Sin embargo, espero que in-
cluso los trabaios aparentemente más especializados tengan un cierto
interés general, porque he tratado de que sean más amplios de lo
que a veces sus títulos pueden sugerir.
La mayoría áe los artfculos reimpresos en este volumen no han
sufrido ninguna modificaci6n substancial, salvo ciertas co"ecciones o
modificaciones de detalle y unas pocas referencias a la literatura pos-
terior a su fecha de publicaci6n. Las principales excepciones son el
artículo más importante acerca del nivel de vida, al que he incorpo- .
rado material recogido a partir de 1957 o material incluido en ar-
tículos no reimpresos aquí, y Las tendencias del movimiento obrero
británico, publicado por primera vez en 1949, que ha sido reescrito
y cuya última parte ha sido muy ampliada. Ocasionalmente he aña-
dido un breve postscripto referido a la investigaci6n ulterior perti-
nente para mi argumentaci6n. Los lectores que deseen profundizar
en el tema pueden consultar la bibliografía completa acerca de la
investigaci6n británica sobre la historia del movimiento obrero a
partir de 1945, publicada en los primeros números del Bulletin of
the Society for the Study of Labour History.
Agradezco a los editores de Economic History Review, History
, Today, Marxism Today, New Left Review, del desaparecido New
Reasoner, de New Statesman y Past and Present, y a los señores
 -~-
·-· ....

1. THOMAS PAINE

Una revolución moderada es una contradicción en los términos,

aunque un putsch, un golpe o un pronunciamiento moderados no lo
sean. Por limitadas que sean las metas manifiestas de una revolución,
ésta ha de producir grietas en la mampostería del Sistema eterno
para que brille a través suyo la luz de la Nueva Jerusalén. Cuando
cae la Bastilla quedan en suspenso los criterios normales acerca de
lo que se puede realizar en la tierra, y los hombres y mujeres bailan
con naturalidad en las calles anticipando la utopía. Por eso los revo-
lucionarios se presentan con una aureola milenarista, por sobrias e
1 incluso modestas que puedan ser sus propuestas reales.
Tom Paine reflejó esta luz irisada de una era «en la que cabe
esperar todo». Contempló <mna escena tan nueva y tan alejada de
toda comparación con el mundo europeo, que el nombre de revolu-
ción no logra expresar la magnitud de su carácter, y que llega a
plantearse como una regeneración del hombre». «La era ~ctual»,
.. _,'
sostuvo, «merecerá a partir de ahora el nombre de Edad de la
Razón, y la generación actual será para el futuro d Adán del nuevo
.mundo». América había alcanzado la independencia, la Bastilla había
caído y él era la voz de esos dos acontecimientos prodigiosos. «Par-
ticipar en dos revoluciones», le escribió a Washington, «significa
1
vivir para algo».
Y sin embargo las propuestas po1ítícas reales de este hombre
profunda e instintivamente revolucionario se caracterizaron más bien
por una moderación casi ridícula. Su meta, ~<la paz, la civilización y
el comercio universales», fue la misma que la de la mayoría de los
librecambistas victorianos. Negó expresamente toda intención de
«mera reforma teórica» en los asuntos económicos. Consideraba que
la empresa privada era lo bastante buena y que «el procedimiento

,
12 TRABAJADORES
.]
más efectivo consiste en mejorar la condición del hombre a partir
de su interés». Su análisis de los males de la sociedad, a saber: que
todos ellos derivan de la guerra y de los impuestos elevados, sigue
siendo doctrina válida en la franja de los ejecutivos de Sussex, salvo
en los momentos en que los beneficios del negocio de armamentos y
el miedo al comunismo contranestan el horror por los gastos ele-
vados del gobierno. La incursión más radical de Paine en el proces<_?
económico fue su propuesta de un impuesto del 1O % sobre la he-
rencia para financiar las pensiones de ancianidad. Cuando fue a
Francia se unió, como otros «jacobinos» ingleses, a la Gironda, y fue
incluso un moderado dentro de ese grupo.
Pero no hay que sorprenderse de que, a pesar de eso, baya sido
un revolucionario. Después de todo era una época en la que los
sólidos industriales estaban dispuestos a erigir barricadas (o, más
precisamente, a apoyar su erección) contra las fuerzas de la iniquidad "
que impedían «la felicidad general que la civilización era capaz de
J
'
producir», al preferir a los reyes y a los duques en lugar de a los
hombres de negocios. Lo sorprendente, en cambio, es el éxito ex-
traordinario, y en realidad probablemente incomparable, de Paine
como vocero de la rebelión. Esto es lo que lo convierte en un pro-
blema histórico.
Otros panfletistas han logrado a veces el acierto que justifica sus
vidas de agitadores y que por un momento les pone en boca de
todo el mundo. Paine 1o logró en tres ocasiones. En 1776 El Sentido
Común cristalizó las aspiraciones, todavía no plenamente formula-
das, hacia la independencia norteamericana. En 1791 su defensa de
la Revolución francesa, Los Derechos del Hombre, dijo todo lo que
la mayoría de los radicales ingleses hubiese querido decir alguna
vez sobre el tema. Se afirma que se vendieron 200.000 ejemplares
en pocos meses, en una época en que toda la población de Gran
Bretaña, incluidos los niños y otros iletrados, era menor que la del
Gran Londres actual. En 1794 LA Edad de la Razón fue el primer
libro que dijo claramente, en un idioma comprensible para la gente
común, que la Biblia no era la palabra de Dios. Desde entonces no
ha dejado de representar la afirmación del racionalismo de la clase
obrera. Es evidente que este triple triunfo no fue casual.
Se debió en parte al hecho de que Paine formaba parte de la
..
gente para quien escribió: esos hombres artífices de sí mismos, que
se habían educado a sí mismos y que sólo se apoyaban en sí mismos,
THOMAS P AINE 13
.que no estaban divididos aún entre patronos y asalariados. El hom-
bre que fue sucesivamente aprendiz de corsetero, maestro, empleado
• subalterno, tabaquero, periodista y «una persona ingeniosa que con-
fiaba en poder introducir sus invenciones mecánicas en Inglaterra»,
ese hombre fue capaz Je hablar por todos ellos. La construcción más
popular de la revolución industria], a juzgar por sus innumerables
reproducciones en cacharros, es el puente de hierro sobre el río
\Y/ear, construido según el diseño precursor de Paine, aunque sinto-
máticamente no para su beneficio personal Tanto para él como para
sus lectores el descubrimiento del hecho de la revolución les infun-
' · dió una enorme confianza en un futuro que les pertenecería.
En realidad ese descubrimiento marcó su vida. A no ser por la
lucha en América, en 1776, hubiese podido convertirse en una figu-
ra literaria menor o, más verosímilmente, en un inventor y en un
industrial fracasado, porque la ciencia aplicada nunca dejó de ser su
pasión primera y última. Sus amigos -y sólo pocas personas más-
le hubiesen admirado como una estrella ingeniosa y encantadora de
la sociedad de una pequeña ciudad, como un deportista y un buen
ajedrecista o jugador de picquet. Hubiesen lamentado un poco su
afición por el brandy y ocasionalmente hubiesen podido comentar la
falta de toda vida sexual en una persona al parecer tan sensible al
bello sexo. Si no hubiese emigrado a América con una recomendación
del ingenioso Franklin, se le hubiese olvidado. Si no hubiese rena-
cido en la Revolución, sólo se le hubiese recordado en alguna rara
tesis doctoral.
Pero no ha sido olvidado; y resulta sintomático que esto ocurra
no en e1 mundo del liberalismo ortodoxo sino en el universo com-
prometido de la rebelión política y teológica: a pesar de su constan-
te fracaso político, salvo como periodista, y de su falta de extre-
mismo. (Fue el único miembro de la Convención francesa que luchó
abiertamente contra la condena a muerte de Luis XVI, a pesar de
haber sido el primero en reclamar una república.) Seis de sus ocho
biograñas publicadas antes de la más reciente del profesor Aldridge
fueron escritas por autores de izquierda, y un comunista ha edita-
do sus obras completas.
¿Por qué? Porque para la mayor parte de los lectores de Paine
la respuesta no era la salvación a través de la empresa privada, a
pesar de lo que él o ellos puedan haber pensado. Su oposición y la
de ellos se planteaba contra el «privilegio», que cerraba el paso al
14 TRABAJADORES THOMAS PAINE 15

avance de la «libertad»; pero de hecho iba contra las fuerzas nuevas hilar, que lo que dicen los curas acerca de la Biblia, o lo que dice
y desconocidas que empujaban a los hombres de su clase hacia la el rico acerca de la sociedad, es falso. A través de Los Derechos del
pobreza. Eran lo bastante independientes -<:orno hábiles artesanos, Hombre brilla la obviedad de esa gran verdad. Para Burke esa razón
pequeños tenderos o granjeros- para considerar que representaban revolucionaria significaba que «todo el ropaje decente de la vida sería
el futuro; no porque (como el proletariado de Marx) el mismo nivel brutalmente arrancado» para dejar expuestos todos los defectos de
de su opresión les destinase para la revolución, sino porque parecía <<nuestra naturaleza desnuda y temblorosa>.> . Pero Paine no le temía a
ridículo e irracional ql!e unos hombres independientes no fuesen a una desnudez que revelaba al hombre como artífice de sí mismo en la
triunfar. Los artesanos racionalistas del tipo de Paine tuvieron que gloria de sus infinitas posibilidades. Su humanidad se plantó des-
esperar todavía 25 años para buscar su salvación a través del «sindi- nuda, como la de los atletas griegos, porque de ese modo se afir-
cato general» y de una comunidad cooperativa; pero la pobreza fue maba para la lucha y el triunfo. Todavía hoy cuando leemos esas
ya para ellos un hecho colectivo, que tenían que resolver y no sólo frases claras y sencillas en las que el sentido común llega al plano
eludir. del heroísmo y un puente de hierro atraviesa la distancia entre
Paine habló por y para esos pobres que se apoyaban en sí mis- Thetford y la nueva Jerusalén, nos sentimos alborozados y conmo-
mos. Su análisis no importa tanto como su constante y fume devo- vidos. Y si creemos en el hombre, ¿cómo podríamos no seguir aplau-
ción hacia ellos, expresada con esa «honda razón y energía» que diéndole todavía hoy?
Condorcet tanto admiró en él. Cuando hablaba de la felicidad hu-
mana, se refería al fin de la pobreza. El gran problema de la Revolu- (1961)
ción, a pesar de su devoción por los bajos impuestos y por Ja libre
empresa, era «si el hombre heredaría sus derechos y se establecería
la civilización universal. Si disfrutaría del producto de su propio
trabajo... Si el robo sería expulsado de las cortes y la miseria de los
países». Ese problema era el hecho de que «en países que llamamos
civilizados vemos a los ancianos conducidos a los asilos y a los jóve-
nes a los padbulos»; el hecho de que la aristocracia dominaba a «esa
clase de gente pobre y miserable desparramada por toda Inglaterra,
a la que hay que anunciarle mediante una proclama que es feliz».
Pero Paine no se limitó a decir a sus lectores que la pobreza era
incompatible con la felicidad y la civilización: les dijo que la luz de
la razón alboraba en hombres como ellos para acabar con la pobreza
y que la Revolución mostraba cómo debía triunfar la razón. Fue el
menos romántico de los rebeldes. El sentido común, obvio, práctico
y artesanal transformaría el mundo. Pero el simple descubrimiento
de que la razón era capaz de cortar como un hacha la maraña de
hábitos que mantenía a los hombres esclavizados e ignorantes, cons-
tituyó una revelación.
A través de las páginas de La Edad de la Razó111 así como a través
de la actividad de grupos de discusión de la clase obrera a lo largo
de varias generaciones, brilla la exaltación del descubrimiento de lo
fácil que es descubrir, una vez que habéis decidido no dejaros obnu-
 J
. )
2. LOS DESTRUCTORES DE MAQUINAS
Quizás haya llegado el momento de volver a examinar el proble-
ma de la destrucción de máquinas a comienzos de la historia indus-
trial de Gran Bretaña y de otros países. Aún se encuentran amplia-
mente difundidos, incluso entre los historiadores especializados,
ciertos errores acerca de esta forma inicial de lucha obrera. Por r
t"
ejemplo: una obra excelente, publicada en 1950, describe todavía al
ludismo sencillamente como una «jacquerie industrial, inútil y alo-
cada», y una eminente autoridad, que ha contribuido más que nadie
al conocimiento del mismo, pasa por alto la endémica insurgencia
del siglo XVIII sugiriendo que se trataba del desbordamiento de la
excitación y de la euforia.J Considero que tales errores se deben a ,
la persistencia de unas concepciones acerca de la introducción de
la maquinaria, elaboradas a ~mienzos del siglo XIX, y de unas con-
cepciones acerca de la historia del movimiento obrero y de los sin-
dicatos formuladas a finales del siglo XIX, sobre todo por Sidney
y Beatrice Webb y por sus seguidores fabianos. Quizá convenga
distinguir entre concepciones y supuestos. En la mayor parte de la ..f'
discusión acerca de la destrucción de máquinas todavía puede de-
tectarse el supuesto de los apologistas económicos de clase media
del siglo XIX, según el cual los trabajadores deben aprender a no
darse con la cabeza contra las verdades económicas, por difíciles de
tragar que éstas resulten; así como los supuestos de los fabianos y
de los liberales, según los cuales los métodos_ de mano dura resul-
tan menos eficaces que la negociación pacífica; y los supuestos de
ambos, según los cuales el movimiento obrero incipiente no era
l. J. H . Plumb, England in tbe eigbteentb cenlury, Harmocdsworth, 1950,
p. 150; T. S. Ashton, Tbe industri4l revolution, Londres, 1948, p . 154 [hay
trad. castellana, Fondo de Cultura Económica, México].
\ 2. -
\
LOS DESTRUCTORES DE MÁQUINAS
consciente de lo que estaba haciendo, sino que se limitaba a reaccio-
nar, ciegamente y a tientas, ante la presión de la miseria, como reac-
17
cionan los animales en el laboratorio cuando reciben descargas eléc-
tricas. Las concepciones conscientes de una gran parte de los estu-
diosos pueden resumirse diciendo que según ellas el triunfo de la
mecanización era inevitable. Se podía comprender y simpatizar con
la prolongada acción de retaguardia que s6lo una minoría privilegiada
de trabajadores emprendió contra el nuevo sistema; pero había que
admitir su inutilidad y su derrota inevitable.
Los supuestos tácitos son discutibles en su totalidad. Las con-
cepciones conscientes, en cambio, entrañan obviamente una gran
parte de verdad. Sin embargo tanto los unos como las otras oscur~­
cen bastante la historia y de ese modo imposibilitan todo estudio
serio de los métodos de lucha de la clase obrera en el período pre-
industrial Ahora bien: tal estudio resulta muy necesario. Una ojeada
- superficial sobre el movimiento obrero del siglo XVIII ! de comien-
:.:
zos del XIX muestra lo peligroso que es proyectar haaa un pasado
demasiado lejano la imagen de rebelión desesperada y defensiva, tan
corriente entre 1815 y 1848. Dentro de sus limitaciones -que fue.
ron muchas, tanto desde el punto de vista intelectual como en cuan-
to a la organización- , los movimi~tos del prolongado p~rj~o Ji~
exp_a.QSión económica que terminó con las guerras napoleorucas no
carecieron de importancia ni condujer~m siempre al &acaso.. Una
gran parte de su éxito quedó oscurecido por las derrotas ultenores:
la fuerte organi.zación de la industria lanera del oeste de lnglate~a
desapareció totalmente y sólo resurgió con el desarrollo de los sm-
·~
'
-dicatos generales durante la primera guerra mundial; los gremios de
los trabajadores laneros belgas, suficientemente fuertes para con-
quistar virtuales convenios colectivos ~ ~ d~cada de 17?0, desa-
parecieron a partir de 1790 y basta el smdicalismo de comienzos de
1900 estuvieron prácticamente muertos.2
Sin embargo resulta totalmente injustificado soslayar el poder de
esos movimientos incipientes, por lo menos en Gran Bretaña; y no
lograremos comprenderlos mientras no admitamos que el fun~~­
to de su poder residía en la destrucción de las máquinas, en el amo-
2. L. Dechesne, L'avenement du régime syndicaJ a Verviers, Parfs, 1908,
pp. 51-64 y passim.
BOJISllAWM
 18 TRABAJADORES
tinamiento v en la destrucción de la propiedad en general (o, con l>
términos m~emos, en el sabotaje y en Ja acción directa).
Para la mayoría de los no especialistas, los términos «destructor
de máquinas» y «ludita» son intercambiables. Lo cual resulta com-
pletamente natural, porque los estallidos de 1811-1813 y de algunos
años después de Watetloo atrajeron más que cualquier otro la :iten-
dón pública, y se creyó que la supresión de los mismos requería
mayor fuerza militar. DarvaJl 3 ha hecho bien en recordarnos que
los 12.000 efectivos desplegados contra los luditas excedieron con
mucho el tamaño del ejército que Wellington llevó a la Península
ibérica en 1808. Sin embargo, la natural preocupación por los luditas
tiende a oscurecer la discusión acerca de la destrucción de máquinas
en general, que comenzó a plantearse como un fenómeno de impor-
tancia (si cabe afirmar con propiedad que comenzó en un momento
preciso) durante el siglo XVII y que se prolongó aproximadamente
1~ -
hasta 1830. En realidad, la serie de rebeliones de trabajadores del '
campo, que J. L. y B. Hammond bautizaron en 1830 como «el últi-
. ' ros y perreras pertenecientes a pañeros detestados, talaron sus ár-
mo alzamiento de labradores», fueron básicamente una gran ofensiva
contra la maquinaria agraria, aunque incidentalmente hayan supues-
4
to la destrucción de una gran cantidad de maquinaria industrial. En
primer lugar, el ludismo, considerado desde el punto de vista admi-
nistrativo como un fenómeno singular, abarcó diferentes tipos de
destrucción de máquinas, la mayoría de los cuales se dio en forma
independiente, tanto antes como después. En segundo lugar, la rá-
pida derrota del ludismo difundió la creencia de que la destrucción
de _máquinas siempre conducía al fracaso.
Consideremos el primer punto. Hay por lo menos dos tipos de
destrucción de máquinas, bastante diferentes de la destrucción oca-
sional en los motines normales contra las alzas de los precios o por
otras causas de descontento, por ejemplo las destrucciones producidas
t. 3. F. O. Darvall, Popular disturbances and public order in Regency En-
J g)and, Londres, 1934, p. l.
4. Por ejemplo 'máquinas para la elaboración de la lnna y de la seda en
1Wiltshire máquina; para la elaboración del papel en Buckinghamshire, máqui-
nas para '1a elaboración del hierro en Berkshire (Public Record Office, Home
Office Papers HO 13/57, pp. 6&-69, 107, 177; Assizes 25/21 pa.ssim); J. L. y
B. Hammond: The vi/lage labot1rer (varias ediciones) constituye el infora>:e más
accesible; véase también dos tesis inéditas: N. Gash, The rural unrest rn En-
gland in 1830, Oxford Examination SchooJs, y Alice Colsoo, Tbe revolt o/ the
Hampshire agricultura/ labourers, London University Library.
LOS DESTRUCTORES DE MÁQUINAS 19
en Lancashire en 1811 y en Wiltshire en 1826.s El primer tipo no
supone una hostilidad hacia las máquinas como tales, sino que cons-
tituye, en determinadas condiciones, un medio normal de presión
sobre los patronos. Como se ha señalado correctamente, los luditas
de Nottinghamshire, Lcicestershire y Derbyshire «utilizaban los ata-
ques contra la maquinaria, taoto nueva como vieja, como u n medio
para obtener de sus patronos unas concesiones con respecto a sala-
rios y otros asuntos».6 Este tipo de destrucción fue un aspecto tradi-
cional y reconocido del conflicto industrial en el período del sistema
doméstico y manufacturero, y en las primeras etapas de la fábrica y
de la mina. No estaba dirigido sólo contra las máquinas, sino también
contra la materia prima, los productos terminados o incluso contra
la propiedad privada de los patronos, según el tipo de daño que más
pudiera afectarles. Por ejemplo, en los tres meses de agitación en
1802, los tundidores de Wiltshire quemaron parvas de heno, grane-
boles, destruyeron cargamentos de paño, así como atacaron y des-
truyeron sus fábricas.7
El predominio de esta «negociación colectiva a través del motín»
es un hecho bien documentado. Por ejemplo -para referirnos sólo
a los sindicatos textiles del oeste de Inglaterra- los pañeros se
quejaron al Parlamento en 1718 y en 1724 de que los tejedores
«amenazaban con derribar sus casas y quemar su producción si no
se aceptaban sus condiciones».ª En 1726-1727 los tejedores de So-
merset, Wiltshire y Gloucestershire lucharon «irrumpiendo en el in-
terior de las casas (de patronos y esquiroles}, estropeando la lana, y
cortando y destruyendo las piezas de los telares y utensilios del
oficio».9 Como resultado de esas acciones, lograron algo parecido a
5. Para un análisis de los amotin~entos ~ntra las alzas de los precios,
d. T. S. Ashton y J. Sykes, Tbe coal mduslry tn the eigbteenth century, Man-
chester, 1929, cap. VIII; A. P. Wadsworth y J. de L. Mann, The cotton trade
and industrial Lancashire, Manchester, 1931, pp. 355 ss.
6. Darvall, op. cit., cap. VI11 passim.
?· Bonner ,and MiddJ.eton's Bristol Jo~aJ, 31-VTI-1802. Algunos de estos
moones se deb1an a confiictos laborales comentes y otros a la oposición contra
las .nuevas máquinas. Véas~ J. L. y B. Hammond, The skil/eá labourer; para
un informe acerca del movlJillento, d. A. Aspinall, ed., The early Englisb trade
u_nions, Londres, 1949, pp. 41-69, que incluye algunos de los documentos per-
unentes.
8. Hc use of Commons Joumals, >.'Vlll, p. 715 (1718); xx, p . 268 (1724).
9. House of Coro.moas Journals, xx, pp. 598-599 (1726)¡ Salisbury Assizc
20 TRABAJADORES
Melksham, en 1738, empezó cuando los trabajadores «cortaron todas
un convenio colectivo. El gran motín de los trabajadores textile& en > _, más importante utilizada en los famosos motines de 1778 (los ante-
las cadenas de los telares pertenecientes a Mr. Coulthurst ... porque
éste había rebajado las retribuciones»; 10 y tres años más tarde algu-
nos patronos inquietos de la misma zona escribían a Londres-recla-
mando protección contra las amenazas de los obreros de que si
daban empleo a forasteros destruirían la lana.11 Y así sucesivamente,
durante todo el siglo.
También allí donde los mineros del carbón llegaron al punto de
plantear sus exigencias a los patronos, recurrieron a la técnica de
la destrucción. (Por supuesto, en su mayor parte los motines de los
mineros todavía se dirigían contra las alzas de los precios de los ali-
mentos y contra los acaparadores, a quienes se consideraba respon-
sables de las mismas.) Por ejemplo, en los yacimientos de North-
umbetland Ja quema de la maquinaria de las bocaminas fue normal
en los grandes motines de la década de 1740 en los que los obreros ;.. .. anuales se planteaban para una renovación simultánea, como en el
conquistaron un considerable aumento de salarios.U También las
máquinas fueron destrozadas y el carbón quemado en los motines
de 1765 en los que los mineros conquistaron la libertad para esco-
ger sus patronos al terminar el contrato anual.° En la última parte
del siglo se aprobaron de vez en cuando en el Parlamento proyectos
de ley contra la quema de las bocaminas.14 Todavía en 1831 los
huelguistas de Bedlington (Durham) destrozaron cabrestantes.lS
La historia de la destrucción de bastidores en la industria de la
calcetería de East Midlands es demasiado conocida para que haya
que recordatla.16 Por cierto, la destrucción de máquinas fue el arma
Records, cit. en Wiltsbire Time del 25-1-1919 (Wiltshire Note and Queries).
10. Gentleman's Magazine (1737), p. 658.
11. Public Record Office, Sr.ate Papers Domestic Geo. 2 (1741), pp. 56,
82-83.
12. E. Welhoume, The miner's unions o/ Norlhumberland and Durham,
Cambridge, 1923, p. 21.
13. Asbton y Sykes, op. cit., pp. 89·91.
14. 10 Geo. 2, c. 32, 17 Geo. 2, c. 40, 24 Geo. 2, c. 57, .31 Geo. 2, c. 42
(E. R. Turner, cThe english CQal industry in the seventeenth and eightecntb
ccnturies», Amer. Híst. Rev. XXVII, p. 14). Al parecer, Tumer no ha tenido
en ruenta 13 Geo. 2, c. 21, 9 Geo. 3, c. 29, 39 y 40 Geo. 3, c. 77, 56 Geo. 3,
c. 125, también dirigidos contra la destrucción en las minas. (Bum's iustice o/
the peace, ed. Oútty, 1837, vol. IlI, pp. 643 ss.)
15. Wclbourne, op. cit., p. 31.
16. W. Felkin, A history oJ the machine-wrought bosiery and lace manu-
factures, Londres, 1867, constituye la principal autoridad.
Í. LOS DESTRUCTORES DE MÁQUINAS
cesores del ludismo), básicamente integrados dentro de un movimien-
21
to de resistencia contra las reducciones de salarios.
En ninguno de estos cosos - y podrían mencionarse otros-- se
trató de una hostilidad contra Jas máquinas como tales. La destruc-
ción era simplemente una técnica del sindicalismo en el período pre-
vio y en las primeras fases de la revolución industrial. (El hecho de
que todavía no existiesen sindlcatos organizados en las industrias im-
plicadas no afecta mayormente a esta tesis. Como tampoco el hecho
de que, con el advenimiento de la revolución industrial, la destruc-
ción haya adqairido nuevas funciones.) Ese recurso era más útil
cuando se necesitaba ejercer una presión intermitente sobre los pa-
tronos que cuando se necesitaba mantener una presión constante;
más útil cnando los salarios y las condiciones cambiaban repentina-
' mente, como en d caso de los obreros textiles, o cuando los contratos
' caso de los mineros y de los marineros, que donde, por decirlo así,
la entrada en el mercado de trabajo debía ser firmemente restringida.
Podía ser utilizado por toda clase de gente, desde los pequeños pro-
ductores independientes, pasando por las formas intermedias tan
típicas del sistema de producción doméstico, hasta los trabajadores
asalariados más o menos completos. Sin embargo se vinculaba en
general con los conflictos planteados por la relación social, típica
de la producción capitalista, entre los empresarios que empleaban la
fuerza de trabajo y los hombres que directa o indirectamente depen-
dían de la venta de la misma; aunque esta relación existiese ya en
formas primitivas y estuviese entrelazada con las relaciones de Ja
pequeña producción independiente. Cabe mencionar que el motín y
' este tipo de destrucción parecen más frecuentes en la Gran Bretaña
dd siglo xvm, que ya había hecho su revolución «burguesa» que
en la Francia de ese mismo siglo.17 Por cierto, los movimientos de
nuestros tejedores y mineros difieren mucho de las actividades de ca-
rácter aparentemente sindical desarrolladas por las asociaciones de
oficiales en muchas áreas más anticuadas de Europa.18
El valor de esta técnica era obvio, tanto como medio para pre-
17. Acerca de las minas francesas, d. M. Rouff, Les mines de cbarbon en
France au XV/JI• siecle, París, 1922.
18. E. MQq:\1;'"' 1901, I,
Le 'º';!$.gnonnag<, p.,¡"
r
"' ap. 5.
" "\ • 1 ~4 r:-..:)."
22 TRABAJADORES
sionlll' sobre los patronos como para asegurar la solidlll'idad esencial ~
de los trabajadores.
El primer aspecto queda admirablemente expuesto en una carta
19
que el secretario del Ayuntamiento de Nottingham escribió en 1814.
Los calceteros de bastidor, según informa, estaban en huelga contra
la fuma perteneciente a J. y George Ray. Dado que esa fuma solla
emplear obreros que poseían sus propios telares, éstos eran vulnera-
bles por una mera reducción del trabajo. Sin embargo, la mayoría
de las fumas alquilaban los telares a los calceteros «y de ese modo
llegaban a controlar completamente a sus obreros. Quizá la manera
más efectiva en que la asociación podía coaccionarlas era su primi-
tiva manera de luchar mediante la destrucción de sus bastidores». En
un sistema industrial doméstico, donde pequeños grupos de obreros,
o bien obreros aislados, trabajaban esparcidos por numerosas aldeas
y viviendas rurales, no resulta fácil en todo caso concebir algún otro
método que garantizara un paro efectivo de la producción. Además, ;::
dada la cantidad complll'arivamente pequeña de patronos locales, la
destrucción de la propiedad --o la constante amenaza de destruc-
ción- resultaba muy efectiva. Allí donde, como en la industria del
paño, tanto la materia prima como los productos terminados eran
caros, la destrucción de la lana o del paño podía resultar más conve-
niente que la de los telares.20 Pero en las industrias seminurales in-
cluso la quema de las parvas de los patronos, de sus graneros y de
sus casas, podía afectlll' gravemente su cuenta de ganancias y pér-
didas.
Pero esa técnica tenía otra ventaja. El hábito de la solidlll'idad,
que constituye el fundamento del sindicalismo efectivo, se tarda en i'
aprender, incluso en los casos en que, como en las minas de carbón,
se insinúa de manera espontánea. Tarda todavía más en pasar a
formar parte del código ético incuesrionado de la clase obrera. El
hecho de que unos calceteros dispersos en East Midlands hayan
podido organizar huelgas eficaces contra las fumas que les emplea-
ban, demuestra un alto nivel de «moral sindical»; más alto de lo que
cabía esperar normalmente en esa etapa de la industrfalización. Acle-
19. Aspinall, op. cit., p. 175.
20. En 1826 se afinn6 que los obreros de Bolton habían planeado. la des-
trucción de todo el hilado de algod6n ya empaquetado para la exportaa6n, as{
cvwo de las máquin3s. (Public Record Office, Home Office Papers HO 40/19,
Fletcher a Hobhouse, 20 abril 1826.)
LOS DESTRUCTORES DE MÁQUINAS 23
más, entre los hombres y mujeres mal pagados y carentes de un
fondo de resistencia, el peligro de que surjan esquiro]es siempre es
muy grande. La destrucción de máquinas fue uno de los métodos
pata contrarrestar estas debilidades. Mientras el cabrestante de una
bocamina de Northumbria estaba roto o el alto horno de una fundi-
ción de G.tles estaba fuera de combate, al menos se podía estar se-
guro de qoe por un tiempo Ja planta no podía ser utilizada.21 Este
era sólo un método, y no se lo podía aplicar en cualquier sitio. P ero
rodo el complejo de acciones que los administradores del siglo xv1u
y de comienzos del :iGX llamaban «motín», desempeñaba la misma
función. Todos conocen las bandas de militantes o de huelguistas de
una fábrica o localidad, que recorren toda la región, que incitan a la
huelga a las aldeas, talleres y factorías mediante una mezcla de lla-
mamientos y de fuerza (a pesar de que pocos trabajadores necesitaban
demasiado esfuerzo de persuasión en las primeras etapas de la lu-
·)
cha}.22 Incluso mucho más tarde las manifestaciones de masa y los
mitines constituían una parte esencial de todo conflicto laboral, no
sólo para intimidar a los patronos sino también para mantener uni-
dos a los obreros y levantar su moral. Los motines periódicos de los
marineros del noreste en las fechas en que se establecían los con-
tratos laborales, constituyen un buen ejemplo de lo anterior; 23 así
como las huelgas de los obreros portuarios modernos.24 Es evidente
que la técnica ludita era adecuada pata esta etapa de la guerra in-
dustrial. Había profundas razones técnicas para que los tejedores
británicos del siglo xvn1 (o los obreros madereros norteamericanos
del XX} constituyesen un conjunto de obreros proverbialmente pro-
clives a los amotinamientos.
)
También surge cierta confirmación acerca de este punto a partir
del testimonio de un líder sindical moderno, que cuando niño vivi6
la transición en una industria lanera del sistema doméstico al fabril.
21. Cf. la cliscus:ión de estos problemas en E . Pouget, Le sabotage, Paás,
S. d., pp. 45 SS.
22. Por ejemplo, los obreros del ruerro en 1816 (The Times, 26 octubre
1816), la huelga general de 1842 (F. Peel, The risings of the L11ddites ChtJT-
tists and Plugdrawers, Heckmondwike, 1888, pp. 341-347) y los minei'.osale-
manes en 1889 (P. Grebe, «Bísmarks Srurz u. d. Bergarbeiterstrei.k vom Mai
1889~, Hist. Ztschr., CLVIJ, p . 91).
23. Aspinall, op. ci/., p. 196: «No puedo dejar de pensar que las reuniones
í•
matinales y el acto de pasar lista son actualmente el nexo de unión•.
24. H. L. Smith y V . Nasb, The sto-:,• 1Jf the Jockers' strike, Londres,
1889, p.usim. ·
24 TRABAJADORES
«Es necesario recordar», escribe Rinaldo Rigola,25 «que en esa época
presocialista la clase trabajadora era una multitud, no un ejército.
Las huelgas lúcidas, ordenadas y burocráticas eran algo imposible.
[Rigola es un dirigente sindical muy conservador. E. J. H.] Los tra-
bajadores sólo podían luchar mediante manifestaciones, gritos, acla-
maciones, abucheos, intimidacioties y violencia. El ludismo y el sa-
botaje, aunque no fuesen asumidos como doctrinas, tenían que for-
mar parte sin embargo de los métodos de lucha».
Ahora debemos examinar la segunda clase de destrucción, consi-
derada como la expresión de la hostilidad de la clase obrera hacia
las nuevas máquinas introducidas por la revolución industrial, sobre
todo hacia las que permitían ahorrar trabajo. Por supuesto, no cabe
duda acerca del enorme sentimiento de oposición contra las nuevas
máquinas; un sentimiento bien fundado, según la opinión de una
autoridad tan grande como la de Ricardo.26 Sin embargo, cabe hacer
tres observaciones. Primero, esta hostilidad no fue tan indiscrimi-
nada ni tan específica como a menudo se ha supuesto. Segundo, con
excepciones locales o de distrito, en la práctica esa hostilidad re-
sultó sorprendentemente débil. Por último, de ninguna manera se
limitaba a los trabajadores, sino que era compartida por la gran masa
de la opinión pública, incluidos muchos industriales.
1 1) El primer ponto será evidente si consideramos el problema
tal como se le presentaba al propio trabajador. Éste no se interesa-
ba por el progreso técnico en abstracto, sino por el doble problema
práctico de evitar el paro y de mantener el nivel de vida habitual,
que incluía factores no monetarios como la libertad y la ~_Eida.JL
tanto como los salarios. De modo que no objetaba la máquina como
tal, sino cualquier cosa que supusiera una amenaza contra ese nivel
de vida: sobre todo objetaba el cambio global de las relaciones soáa-
les de producción que le amenazaba. Según las circunstancias, esa
amenaza podía proceder de la máquina o de otros aspectos. Los te-
jedores de Spitalfields se amotinaron en 1675 contra Jas máquinas
con las que «un hombre puede producir casi tanto . . . como veinte
25. R. Rigola, Rinaldo Rigola e il movimento operaio nel Bitllese, Bari,
1930, p. 19. Rigola no se refiere a ninguna desttucción efectiva por parte de
los tejedores; sólo menciona las reafu.adas por.los. sombrereros. . .
26. Véase el cápftulo acerca de la «Maqmnana. en sus Prznaples. Acerca
del mismo, introducido sólo en la 3.ª edición, véase Sraffa y Dobb, W orks
and co"espondence of David Ricardo, Cambridge, 1951, I, pp. LVll-LX.
LOS DESTRUCTORES DE MÁQUINAS 25
hombres sin ellas»; en 1719, contra los usuarios de calicó estampa-
do; en 1736, contra los inmigrantes que trabajaban por menos de las
tarifas establecidas; y en la década de 1760 destruyeron los telares
contra la reducción de las tarifas: 17 pero el objetivo estratégico de
estos movimientos fue siempre el mismo. Alrededor de 1800 los re-
jedores y los tundidores del oeste se movilizaron simultáneamente:
los primeros se organizaron contra la inundación del mercado de
trabajo por trabajadores de afuera; los segundos, contra las máqui-
nas.i.a Sin embargo su objeúvo -el control del mercado de trabajo--
era el mismo. A la inversa: allí donde el cambio no perjudicó en nada
a los trabajadores, no encontramos ninguna hostilidad especial con-
tra las máquinas. Entre los tipógrafos, la adopción de prensas me-
cánicas a partir de 1815 no provocó aparentemente mayores per-
turbaciones. Lo que sí produjo un conflicto fue la ulterior revolución
en la composición de los úpos, porque amenazaba con una degrada-
ción masiva de Ja categoría profesional.29 Entre comienzos del si-
glo XVIU y mediados del XIX la mecanización y los nuevos dispositi-
v~s aumentaron mucho la productividad del minero del carbón; por
e1emplo, la introducción del sistema de los barrenos. Sin embargo,
como esta innovación no afectó la posición de los picadores, no sabe.
mos de la existencia de ningún movimiento importante para oponer-
se al cambio técnico, a pesar de que los mineros eran proverbial-
mente nltraconservadores y levantiscos. La restricción de la produc-
ción realizada por los trabajadores de la empresa privada es un asun-
to completamente distinto: puede ocurrir y ocurre en industrias
totalmente no mecanizadas, como por ejemplo en el ramo de 1a
construcción; tampoco depende de los movimientos manifiestos, de
las organizaciones o de los estallidos de violencia. J
En algunos casos, en realidad, la oposición a la máquina era una
resistencia bastante consciente al hecho de que ésta se encontrara
en manos del capitalista. Los destructores de máquinas de Lancas-
hire en 1778-1780 distinguían claramente entre las máquinas de hilar
27. M. D. George, London Ti/e in the eighleenth century, Londres, 1925,
pp. 187-188, 180.
. 28. Parl. Papers, 1802, Report fr. Committee on Woollen Oothicrs' Pcti.
. non, pp. 247, 249, 254-255. Rules and Artic/e$ o/... /he Woollen-Clotb We-a-
vers' Sod~!y ... 1802 (British Mus. 906.k.14 [1]).
29. E. Howe y H. Waitc, T he London compositor, Londres, 1948 pági-
nas 226-233. '
26 TRABAJADORES
de husos múltiples de 24 husos o menos, a las que no atacaban, y las
.
J
más grandes, que sólo podían ser usadas en fábricas, a las que sí
destruían ..Jl Sin duda este tipo de actitud es menos sorprendente en
Gran Bretaña, donde se conocían mejor las relaciones sociales de
producción que anticipaban a las del capitalismo industrial, que en
otras partes. Tampoco hay que darles una significación demasiado
grande. Los obreros de 1760 todavía distaban mucho de comprender
la naturaleza del sistema económico con el que tenían que enfren-
tarse. Sin embargo es evidente que su lucha no se planteaba simple-
mente contra el progreso técnico como tal.
Tampoco existe en general ninguna diferencia fundamental entre
la actitud de los trabajadores hacia las máquinas, considerada como .
un problema aislado, en las fases iniciales y en las fases más avanza-
das del industrialismo. Es cierto que en la mayoría de las industrias
la meta de evitar la introducción de máquinas no deseadas fue reem-
plazada, al llegar la plena mecanización, por el plan de que fuesen
«conquistadas» por unos trabajadores que gozaran de normas y con-
diciones sindicales, al tiempo que se tomaran todas las medidas po-
sibles para reducir al mínimo el paro tecnológico. Al parecer, esta
política fue adoptada irregularmente a partir de la década de 1840 31
'f
y durante la Gran Depresión, y de una manera más general a partir
de mediados de la década de 1890.32 Sin embargo, aún hoy abundan
los ejemplos de oposición directa a las máquinas que amenazan con
crear paro o con provocar un descenso de la categoría de los obre-
ros. 33 Dentro del funcionamiento normal de una economía de empre-
sa privada las razones que provocaban el recelo de los trabajadores
contra las nuevas máquinas en la década de 1810 siguen siendo con-
vincentes en la década de 1960.
2) Lo que se ha dicho hasta ahora puede ayudar a explicar por
qué, después de todo, la resistencia contra las máquinas fue tan pe-
30. Wadsworth y Mann, op. cit., pp. 499-500.
31. S. y B. Webb, Industrial democracy, Londres, 1898, cap. VIII: Los
nuevos métodos de producción y la maquinaria.
32. Acerca del cambio de política por parte de los cajistas, cf: Howe y
Waite; de los mecánicos, cf. J. B. Jefferys, Tbe story o/ the engineers, Londres,
1945, pp. 142-143, 156-157; de los hojalateros, cf. J. H. Jones, The tinplate
industry, Londres, 1914, pp. 183-184, cap. IX.
33. J. Lofts, The printing trades, Nueva York, 1942, se refiere a la larga
lucha de los cajistas norteamericanos contrz b revolución técnica en la década
de 1940.
LOS DESTRUCTORES DE MÁQUINAS 27
queña. EJ hecho no suele ser admitido, porque la mitología de la era
precursora del industrialismo, reflejada por hombres como Baines y
Samuel Smiles, ha magnificado los motines que de hecho se produ-
jeron. A los hombres de Manchester les gustaba considerarse no s6lo
como monumentos de sabiduría empresarial y económica, sino tam-
bién como héroes, cosa ésta bastante más difícil. Wadsworth y Mann
han reducido los motines de Lancashirc en el siglo xvm a unas pro-
porciones más modestas.34 De hecho sólo tenemos testimonios escri-
tos de unos pocos movimientos de destrucción realmente amplios,
como el de los mozos de labranza, que probablemente destruyeron la
mayor parte de las trilladoras de la zona afectada,35 las campañas es-
pecializadas del pequeño grupo de tundidores en Gran Bretaña v en
otras parces,36 y quizá los motines contra los telares mecánico~ en
1826.37 Las destrucciones de Lancashire de 1878-1880 v de 1811 se
limitaron a unas áreas reducidas y a un pequeño grupo. de factorías.
(Como hemos visto, los grandes movimientos de East Midlands de
1811-1812 no estaban dirigidos de ninguna manera contra las má-
quinas.) Esto no sólo se debió al hecho de que cierto tipo de mecani-
zación fue considerado como inofensiva.· Como se ha señalado,38 la
mayor parte de las máquinas fueron introducidas en épocas de aumen-
to de la prosperidad, cuando el empleo atravesaba etapas de mejoría
y la oposición podía ser disipada durante cierto tiempo. Cuando volvió
a aparecer la miseria, ya había pasado el momento estratégico para
oponerse a los nuevos dispositivos. Ya se habían reclutado nuevos
34. Op. cit., p. 412. Véase también el análisis detallado del destino de
Hargreaves, pp. 476 ss.
35. Sel. Ctee. on Agriculture, 1833, 64 calcu1aba -no sin cierta exag~
ración- que sólo el uno por ciento de las trilladoras existentes antes de 1830
se utilizaban en esa fecha en Wiltshire y Berkshire.
36. Acerca de la agitación de los tundidores extranjeros, d. F. R. Manuel,
«The luddíte movement in France», Journ. Mod. Hist., 1938, pp. 180 ss. ·
ídem., «L'introduction des machines en France et les ouvriern, Rev. d'His/
Mod., N.~. XVIII, pp. 212-215. El -cerdadero ludismo en Francia se redujo al
parecer virtualmente a los tundidores, y tuvo menos éxito que en Gran Bretaña,
aunque a veces otros obreros hayan cpresado intenciones Judit.as. Véase los
documentos incluidos en G. y H. Bourgin, Le régime de /'industrie en France
a
de 1740 1830, París, 1912-1941, 3 vols.
37. Hammond, Skilled labourer, p. 127.
38. Manuel, art. cit., p. 187; Darvall, passim. Vbise también la nota en
Tufnell, Character, objects and elfects o/ trade unions, 1834, p . 17, acerca de
la reluctancia de los obreros que ya operaban con máquinas a unirse a la huelga
contra estas últimas. Pero Tufnell admite que sin embargo así lo hicieron ame-
nazados o b ien convencidos por sus compañeros en paro. '
 28 TRABAJADORES
trabajadores para que los manejaran: los vie1os operarios manuales
habían quedado excluidos, sólo podfan destruir accidentalmente a su
J
•.
competidor y ya no estaban en condiciones de imponerse sobre la
máquina. (Salvo, _por supuesto, que fuesen lo suficientemente afor-
tunados como para poseer un mercado especializado independiente
de la producción mecánica, como los zapateros manuales y los sastres
en las décadas de 1870 y de 1880.) Una cansa de que la destrucción
practicada por los tundidores haya sido más persistente y grave que
la practicada por otros trabajadores residió en el hecho de que esos
obreros irreemplazables altamente especializados y organizados con-
servaron en gran parte el control sobre el mercado de trabajo, inclu-
so después de la mecanización parcial.39
3) La mitología de los precursores industrialistas también oscu-
reció la aplastante simpatía hacia los destructores de máquinas mani-
festada en todos los sectores de la población. En Nottinghamshire ni
un solo ludita fue denunciado, a pesar de que gran cantidad de pe-
queños patronos tenían que haber conocido perfectamente bien quién
rompía sus bastidores.40 En Wiltshire --donde se sabía que los inter-
mediarios que terminaban el paño y los pequeños patronos simpati-
zaban con los tundidores- 41 los verdaderos terroristas de 1802 no
pudieron ser descubiertos.42 Los mismos comerciantes y fabricantes
laneros de Rossendale tomaron decisiones contra los telares mecáni-
cos algunos años antes de que los obreros los destruyeran.º Durante
el alzamiento de los labradores de 1830, el secretario de los magis-
trados de Hindon, en Wiltshire, informó que «allí donde la turha
no destruyó las máquinas, los granjeros 1as sacaron para que fuesen
destruídas»,44 y Lord Melbourne envió una tajante circular a los ma-
gistrados que «en muchas peticiones habían recomendado que se sus-
pendiese la utilización de máquinas para trillar el cereal y para otros
39. Los tundidores quitaban la lanilla del paño tennínado y la afeitaban
con pesadas tijeras de hieno. Tenían que ser al mismo tiempo muy fuertes y
muy habilidosos.
40. Darvall, op. cit., p. 207.
41. Aspinall, op. cit., pp. 57-58.
42. 1bomas Helliker, ejecutado como tal en 1803, suele ser considerado
inocente.
43. G. H. Tupling, Economic bistory o/ Rossendale, Manchester, 1927,
p. 214.
44. C.Orrespondencia manuscrita de M. C.Obb, secretario de juzgado en Sa-
lisbury, en Library of Wiltshire Archaeol. and Nat. Hist. Soc.., Devizes: 26 no-
1 viembre 1830.
il
LOS DESTRUCTORES DE MÁQUINAS
fines». Sostenía que «las máquinas merecen tanta protección de la
Ley como cualquier otro tipo de propiedad».-u
29
Esto no debe sorprendernos. Los empresarios capitalistas plena-
mente desarrollados constituían entonces una pequeña minoría in-
cluso dcnuo del conjunto de aquéllos cuya posición era técnic~en­
te fa de ~rceptores de beneficios. El pequeño tendero o patrono
local no qwere una economía de e.A'Pansión ilimitada, de ilimitada acu-
mulaci~n y revolución técnica, la salvaje persecución que condenaba
al débil a la bancarrota y a la condición de asalariado. Su ideal era
~ sueño s~ar de todos los «hombrecillos», que encontró perió-
dica ex-~res1ón en el radicalismo nivelador, jeffersoniano o jacobino:
una s0C1edad de dimensiones reducidas integrada por poseedores de
~~estas propiedades y por asalariados acomodados, sin grandes dis-
ttnaones de riqueza o de poder; aunque, por cierto, capaz de obte-
~er por e~a ví~ tranquila cada vez más riqueza y comodidad. Ese
r ·j ideal era mealizable, sobre todo en una sociedad que evolucionaba
con una celeridad sin precedentes. Sin embargo, permítaseme recor-
dar que aquellos que se sentían motivados por ese ideal constituían
la mayoría de ~a pob~ación a comienzos del siglo xrx en Europa, y,
al marge? de mdustrias como las del algodón, también constituían
I~ may~ria_ de la clase patronal.46 Pero incluso el auténtico empresa-
no cap1talista ~udo tener_un~ actitud ambigua acerca de las máqui-
nas. La creenaa de que inevitablemente éste debía ser favorable al
progreso técnico como algo que iba en su propio interés, carece de
fundamento, aunque no contáramos con la experiencia del capitalis-
mo . ~~cés Y del capitalismo británico ulterior. Dejando de lado la
pos1b1!Jdad de g~ar más dinero sin las máquinas que con ellas (en
mercados protegidos, etc.), sólo en muy pocas ocasiones las nuevas
máquinas constituyeron proposiciones inmediata y obviamente ren-
tables.
En. la historia de todo dispositivo técnico existe un «umbral de
gananaa>~ que se tarda bastante en superar: tanto más cuanto mayor
e~ el capital q~e hay que ~v~tir en una máquina. Esto explica, qui-
za, la proverb1al falta de exito comercial de los inventores, quienes
45. ~ar impresa, 8 diciembre 1830. Este dato es mencionado en Ham-
mond, Vi/lage labourer, Guild Books, TI, pp. 71-72.
4.6. . Yéase el brillante análisis del «pequeño burgués dewócrat.a. en la ~
murucaoon de Marx al C.Onsejo Central de la Liga C.Omunista Sel. W orks o/
Marx and Engels, 11, pp. 160-161. '
30 TRABAJADORES

invierten su propio dinero y el de otra gente en sus proyectos mien- t

r LOS DESTRUCTORES DE MÁQUmAS

• _,. dente local revela que el movimiento ludita no era tanto una agita-
31

' ción de los trabajadores como un aspecto de la. competencia entre

tras éstos son inevitablemente imperfectos y de ninguna manera su-
peran a sus rivales no mecaoizados.(7 Por supuesto, la econ~mía de
libre empresa pudo superar estos obstáculos. Lo que ,ha s1d.o des-
crito como «el gran boom secular» de 1775-1875 creo en d1vers.os
lugares situaciones que infundieron a los ernp_;esarios de ~gunas m-
dustrias -por ejemplo la del algodón- el i~petu sufic1e.nte para
atravesar el «umbral».48 Otros impulsos procedieron del mismo me-
canismo de la acumulación de capital en una sociedad que estaba ex-
perimentando una revolución. En la medida en que operó la compe-
tencia los progresos técnicos del sector más avanzado se fueron
difundiendo hacia un campo bastante más amplio. Sin embargo no
tenemos que olvidar que los precursores fueron unas minorías. En
el primer momento la mayor parte de l~s capitalistas con.si_d~raron a
las máquinas no como un arma ofensiva que les perrruuna ~~~
beneficios mayores, sino como un arma defensiva que les ~rmitlrla ~- .
protegerse contra la bancarrota que amenazaba al competidor reza-
gado. No nos sorprende enterarnos de que en 1834 E. C. Tufnell acu·
saha a «muchos patronos del ramo del algodón... de la escandal~sa
conducta de instigar a los trabajadores a volverse contra aquellos m-
49
dustriales que habían sido los primeros en agrandar sus selfactinas».
El pequeño productor y el empresario corriente y moliente se e~­
contrabao en una posición ambigua, y no contaban con el poder sufi- 1
ciente para modificarla. Deben haber sentido aversión hacia la nece-
sidad de nuevas máquinas, tanto porque éstas perturbaban su modo
de vida, como porque, según cualquier cálculo racional, en ese ~o­
mento no constituían realmente ningún buen negocio. De cualquier r
1
modo las consideraron como algo que fortalecla la posición del em-
presario más modernizado, que era su principal enemigo. Para tales
hombres las rebeliones de la clase obrera contra bs máquinas fueron
una oportunidad, que a veces supieron aprovechar. Podemos con-
cordar razonablemente con el estudioso francés de la destrucción de
máquinas que observa que «a veces el estudio detallado de un inci-
47 La ex,presión «umbral de beneficioit pertenece a S. G . Gilfillan («ln-
venúo'n as a factor in economic history», Supp. to ]oum. Econ. Hist., diciem-
bre 1945).
48. Les ayudó b bararura de las nuevas máquinas. En 1804 un panero
del oeste instaló unas máquinas de hilar de husos múltiples con 70-90 husos
al costo de 9 libras por pieza. Esto posibilitó la paulatina mecanización.
49. Tuinell, op. cit., p. 18.
el dueño de taller o industrial atrasado y el progresista».50
Pero si el empresario innovador tenía al grueso de la población
en su contra, ¿cómo pudo haberse impuesto? Por medio del Estado.
Se ha señalado correctamente que en Gran Bretaña la revolución de
1640-1660 marca un giro en Ja actitud del Estado ante la maquina-
ria. A partir de 1660 la hostilidad tradicional hacia los dispositivos
que quitaban el pan de la boca a los trabajadores hones tos, fue
reemplazada por el apoyo a la empresa perceptora de beneficios, cual-
quiera que fuese el coste social .51 Este es uno de los hechos que
· invocamos para considerar a la revolución del siglo XVII como el
auténtico comienzo político del capitalismo británico moderno. A lo
largo del período subsiguiente, el ap~ato del Estado central tendió
a colocarse, si no a la cabeza de la opinión pública en los asuntos
económicos, al menos en una posición más dispuesta a atender las
exigencias del empresario plenamente capitalista salvo, por supuesto,
cuando éstas chocaban con intereses establecidos más antiguos o de
mayor envergadura. En algunos condados, los Squire Westerns
todavía pueden celebrar el espectro de una desaparecida jerar-
quía feudal en una sociedad inmutable: en los gobiernos de los
whig, al menos a parúr de 1688, ya no quedaban huellas importantes
· de ninguna política feudal. La simpatía de Londres resultó de un
valor inestimable para los nuevos industriales cuando comenzó su
meteórico desarrollo en el último tercio del siglo. Acerca de cues-
tiones de política agraria, comercial o financiera Lancashire pudo
llegar a enfrentarse con Londres> pero no así acerca de la suprema-
cía fundamental del patrón perceptor de beneficios. Fue el Parlamen-
to no reformado en su período más salvajemente conservador el que
introdujo el pleno laissez-faire en las relaciones entre el patrón y el
trabajador. La economía clásica de la libre empresa dominaba en los
debates. Londres tampoco vaciló en echar un rapapolvo a sus repre-
sentantes más anticuados y sentimentales cuando éstos dejaban de
50. Manuel, art. cit., p . 186.
_ 51. E. Lipson, Econ_. hist. o/ England, 4.º ed., TI, pp. CXXXV-OCXXVI, III,
PP_: JOO, 313, 324-327. Str John Cl_a~ham, Concise econ. hist . o/ Britain, p . 301 ,
seruila ~rrecr,run.ente esa «vena adioonal de durC2a que al parecer se introdujo
en la vida publica en la Era de la Restauración>.
32 TRABAJADORES
«apoyar y sostener los derechos de todo tipo de propiedad, frente a
. , 52
la violencia y 1a agres1on».
Sin embargo, hasta finales del siglo XVllI el . apoyo d~l Estado ~
empresario innovador no estuvo exento de manees. El s1ste~a polí-
tico de Gran Bretaña desde 1660 hasta 1832 apuntaba a s~r a l~s
industriales sólo en la medida en que éstos se abrían su cammo sin
dañar a los intereses establecidos más antiguos: terratenientes con
mentalidad comercial, comerciantes, financieros, nababs, etc. En el
· · ·' en el Paste!,
mejor de los casos sólo podían esperar una paraapaaon
proporcional a la presión que pudiesen ejer~er ; y ~y que tener en
cuenta que a comienzos del sjglo xvm los mdus~al~ «modernos»
todavía eran sólo unos grupos ocasionales de provllloanos. Est~ ex-
plica cierta neutralidad que a veces demostró el Estado en cuest~ones
laborales en todo caso hasta mediados del siglo xvm.53 Los paneros
del oest: se quejaban amargamente de que la mayoría d~ los jue~es
de paz locales estaban en su contra.54 La actitud del gobierno naoo-
nal en los motines de tejedores de 1726-1727 contrasta notablemente
con la del Home Office a partir de la década de 1790. Londres la-
mentó en aquella ocasión que los pañeros locales s~ enfrentaran
innecesariamente con los obreros al arrestar a los amotinados; recha-
zó con desdén las sugerencias de que estos últimos eran sediciosos;
sugirió que ambas partes se reuniesen amigablemente para p~er
formular una petición adecuada y para que el Parlamento pudiera
intervenir.55 Una ve:z. hecho esto, el Parlamento sancionó un convenio
colectivo que acordó a los obreros mucho más de lo que querían, a
52. Véase la nota 45 supra. . 1
53. Acerca del «cambio revolucionario» que se produio en ese período,
cf. S. y B. Webb, Hist. of trade un!onism, 1894, pp. 44 ss. Pero las actas ~­
lamentarias pueden dar una impres16n falsa. El ~so no~ de. los acontea-
mientos se auacterizó por un progreso lento del latss~-/azre, al ir cayen~o en
desuso la legislaci6n en contrario, salvo que se produ1era alguna ~pana es-
pecialmente activa o eficaz por parre de los obreros. Cf. la revocaa6n de las
cláusulas salariales en el Estatuto de Jos Artesanos de 1813 (W. Smart, Econ.
Annals o/ the Nineteenth Century, 1801-1820, p . 368). . 57. Burn's justice of the peace, ed. cit., III, pp. 643 ss., V, pp. 485 ss.,
54. Philalethes, The case as it now stands bet!"een_ tbe dotbzers, wea~ers
and other manufacturers with regard to the late r:ot, zn tbe county o/ lV:lts,
Londres, 1739 {Cambridge Univ. Lib., Acton d. 25.1005), p. 7. En todo. c;150,
todavía en 17 Geo. 3 c. 55 los sombrereros obtuvieron una ley que probib1a a
todo patrón sombree~ llevar al tribunal aialquier querella en su contra: es
decir mucho más de lo que habían conseguido los ~bajatiores rurales.
55_ Public Record Office: State Papers DomestJc Geo. 1, 63: pp. 72, 82,
93-94; 64: pp. 1-6, 9-10 (esp. 2-4).
J.os DESTRUCTORES DE MÁQUINAS 33
... r
costa de una leve «disculpa por los pasados motines».56 También la
frecuencia de la legislación ad hoc en el siglo xvm 57 tiende a mostrar
que no se hicieron intentos sistemáticos, consistentes y generales para
hacerla cumplir. A medida que fue transcurriendo el siglo, la voz del
industrial se fue convirtiendo cada vez más en la voz del gobierno
acerca de estos asuntos; pero al comienzo los obreros todavía po-
dían disputar con los patronos en términos más o menos justos.
Ahora surge el último problema, que es el más complejo: ¿cuál
fue la eficacia de la destrucción de máquinas? Pienso que es justo
a.firmar que la negociación colectiva mediante el motín fue al menos
tan eficaz como cualquier otro medio de ejercer presi6n sindical; y
probablemente fue más eficaz que cualquier otro medio disponible
antes de la era de los sindicatos nacionales, en el caso de grupos como
<:.
los tejedores, los marineros y los mineros del carbón. Esto no es
mucho decir. Unos obreros que no gozaban de la protección natural
que les hubiese significado el ser pocos y el contar con unas habili-
dades difíciles de aprender, a quienes hubiese protegido la entrada
restringida en el mercado de trabajo y unos sólidos monopolios de
contratación, se veían obligados en todo caso a ponerse a la defen-
siva. Por consiguiente, su éxito debiera medirse por su habilidad para
mantener unas condiciones estables -por ejemplo: tarifas salariales
estables- contra el deseo permanente y proclamado de los patronos
de reducirlos a un nivel de hambre.58 Esto exigió una lucha incansa-
ble y eficaz. Cabe argumentar que la estabilidad en el papel resul-
taba permanentemente socavada por la lenta inflaci6n del siglo XVIII,
pero constantemente falseaba el juego en contra de los asalariados; 59
. ,
pero sería exagerado pedir a los movimientos obreros del siglo XVIII
que se apañaran con ese problema. Dentro de sus limitaciones, resul-
ta difícil negar que los tejedores de seda de Spitalfields se hene.6-
56. Journals of the House of Commons, XX, p. 747.
.i
552 ss., presenta un cuadro tremendo de esta masa de legis1aci6n no sistema-
tizada ni ordenada.
58. W. Sombart. Der moderne J{¡¡pítalismus, I, n , pp. 803, presenta una
bibliografía de los mismos; K. Marx, El Capital, 1, ed. inglesa de 1938, pági-
nas 259-263 [cf. pp. 292·299 de la ed. cast. de Grijalbo, Barcelona, 1976,
OME 40, ttad. M. Sacristán]. Tbe case as it now stands... (nota 54, supra),
pp. 29, 41, expone argumentos característicos.
59. E. J. Hamilton, «The profit inBation and the mdustrial revolution
1751-18001>, Q. Journ. Econ., pp. 56 (1942), 256.
3. - HOllSllAWM
34 TRABAJADORES LOS DESTRUCTORES DE MÁQUINAS 35

ciaron con sus motines.60 Los conflictos de los tripulantes de barca-

._ 1 quinas en ese sitio. 64
El ludismo de los tundidores de Wiltshire en
zas, marineros y mineros del noreste, de los que tenemos noticia, 1802 aplazó por cierto la difusión de la mecanización; una petición
terminaron por lo general con una vktoria o con un compromiso de 1816 señala que «en tiempo de Guerra no había máquinas tundí.
aceptable. Además, sucediera lo que sucediese en los compromisos doras ni Bastidores en Trowbridge pero es triste informar que actual-
individuales, el motín y la destrucción de máquinas siempre signifi- mente su número Aumenta Día a Día».65 Aunque resulte bastante
caron para los trabajadores valiosas reticencias por parte de los patro- paradójico, la destrucción realizada por los desvalidos jornaleros agrí-
nos. El patrono del siglo XVUI sabía permanentemente que el rechazo coJas en 1830 parece haber sido la más eficaz de todas. Si bien pronto
de un pedido no produciría una mera pérdida temporaria de benefi- se perdieron las concesiones salariales, las trilladoras no volvieron
cios, sino la destrucción de los bienes de capital. En 1829, el Comité a aparecer en una cantidad comparable con la de antes.66 Sin embargo
de los Lores le preguntó al administrador de una importante mina no podemos determinar hasta qué punto tales éxitos se debieron a
de carbón si una reducción de los salarios en las minas de Tyne y de los obreros o bien al ludismo latente o pasivo de los propios patro-
Wearside «podía ser aplicada sin peligro para la tranquilidad del dis- nos. Sin embargo, en cualquier caso la iniciativa provino de los obre-
trito o sin riesgo de destrucción de todas las minas, con toda la ma- ros y en esa medida cabe afumar que éstos tuvieron una importante
quinaria y las valiosas existencias depositadas alifa. El administrador participación en cada uno de esos éxitos.
consideró que no.61 Era inevitable que el patrono, que se enfrentaba
con tales riesgos, vacilara antes de provocarlos, por miedo a que (1952)
«so propiedad y quizá su vida [pudiera] correr peligro como conse-
cuencia de ello».62 «Muchos más patronos de lo que cabría esperar»,
señalaba Sir John Oapham con injustificada sorpresa, apoyaron la
continuidad de los decretos sobre los tejedores de seda de Spitalfields,
porque argumentaban que mientras estuvieron en vigencia «el distri-
to vivió en un estado de calma y reposo».63
Pero ¿logró el motín y la destrucción de máquinas detener el
avance del progreso técnico? Es evidente que no logró detener el
triunfo del capitalismo industrial en general. Sin embargo, en una
escala más pequeña no fue de ninguna manera esa arma desesperada-
mente ineficaz como se suele presentar. Por ejemplo, el miedo a los
tejedores de Norwich parece haber evitado la introducción de las má-

60. Hammond, Skill~d labormr. La observación de M. D. George, según

la cual las alzas de los precios de los tejidos durante la vigencia de las leyes
no fue comparable con las que se produjeron en otras industrias durante ese
mismo perícxlo (op. cit., p. 190), quizá sea verdadera. Resulta más significativa
la drástica caída de los precios después de la revocación de las leyes (ibid.,
p. 374).
61. Hammond, ibid., p . 26.
62. William Stark, acerca de las razones por las que en la industria del 64. Hammond, op. cit., p. 142. J. H . Clapbam, .cThe transference of the
estambre de Norwich no se aceptó la maquinaria y se resistieron Jas reducóo- Worsted industry from Norfolk to the West Riding., Econ. Joum ., XX, ana-
nes de salarios. (Handloom Weavers' Commission, 1838 Ass. Commrs. Re- liza la cuestión con más detalle.
port ll.) 65. Hammond, ibid., p. 188.
63. J. H. Clapham, «The Spitalfields Acts, 1773-1824», Econ. ]oum.,
XXVI, pp. 463464.
"l' ~p.
66. Outterbuck, The agri.:ulture o/ Berlcshire, Londres y Oxford, 1861_.
4142.
 LA AMENAZA REVOLUCIONARIA EN GRAN BRETAÑA 37

1• ' de Wesley eran pilares del status quo. En realidad, el grupo religioso
1 de \Vesley se asustó incluso del movimiento militante en pro de la
templanza, tan apreciado por el inconformismo radical. No puede
decirse que Wesley o sus primeros seguido.res hayan sido democráti-
cos en cuanto a sus ideas acerca de la organización y de la propaganda
de la Iglesia: esa fue la causa principal de que, entre 1797 y 1849,
se produjeran una serie de separaciones del grupo principal. A par-
tir de 1850 el wesleyanismo se Vbetalizó y desde el punto de vista
político se asemejó más al resto <\ef inconformismo. Sin embargo, en
3. EL METODISMO Y LA AMENAZA su.juventud y en su «poderío medio» (de 1790 hasta 1849) parece
REVOLUCIONARIA EN GRAN BRETAÑA cierto que no fue así, y precisamente ése es el período que nos inte-
resa en especial. -
A pesar de que en la Gran Bretaña de los siglos xvm o XIX no
¿Evitó el metodismo la revolución o el desarrollo de un moví- 1 se produjo ninguna revolución, hubo sin embargo bastantes senti-
miento revolucionario en Gran Bretaña? Este problema ha suscitado mientas revolucionarios en amplias zonas del país, particularmente
durante mucho tiempo el interés de los historiadores. El período que 1 durante los duros cincuenta años que transcurrieron desde mediados
va desde 1789 hasta 1848 estuvo lleno de revoluciones en todas \ - de la década de 1790 hasta finales de la de 1840. Si los estallidos de
partes de la Europa occidental, pero no en Gran Bretaña, donde du- violencia auténticos fueron pocos, limitados y bastante pequeños,
rante esa misma época el metodismo creció muy rápidamente. En rea- ello no se debió a que en determinadas épocas -por ejemplo, du-
lidad, la creencia de que el metodismo mantuvo inmune a Gran Bre- rante la espantosa deptesión de 1841-1842- no haya habido gran-
taña de la revolución se encuentra bastante difundida. La History o/ des masas de ciudadanos británicos coléricos, desesperados y dispues-
the Englisb People del difunto Elle Halévy sostiene enérgicamente tos prácticamente a cualquier tipo de acción política. La fuerza del
esa idea. Por consiguiente, puede ser útil elucidar las relaciones que cartismo, por ejemplo, no puede medirse sobre la base de la debili-
hubo entre d metodismo y la amenaza de revolución durante ese dad de los intentos reales de expresarla mediante Ja rebelión.
período. Como ha sostenido Leo.in -un especialista en el tema- el de-
Por supuesto, sabemos que John Wesley y los líderes iniciales de terioro de las condiciones de vida de las masas y el aumento de su
su grupo religioso, al igual que los metodistas calvinistas de White- actividad política no bastan para producir una revolución. También
field, condenaban violentamente la revolución. Eran extremadamente~- ~~ debe existir una crisis en los asuntos del orden dominante, así como
conservadores en política: no sólo se oponían a la revolución social, un grupo de revolucionarios capaces de dirigir y de conducir el mo-
sino también a la reforma liberal y radical, que después llegó a estar vimiento. En el período que estamos considerando faltaban ambos
tan asociada con el inconformismo británico del siglo XIX, el sindi- elementos. Con la posible excepción de los años que precedieron
calismo y otras manifestaciones del movimiento obrero. De modo inmediatamente a la ley de reforma de 1832, la clase dominante bri-
1 que es un error afumar que Wesley fue el inspirador del moví- tánica nunca perdió el control sobre la situación política. Cabe pensar
>-'
miento obrero y sindical moderno. Este último le hubiera chocado. que algo parecido a una «situación revolucionaria» pudiera haberse
Los seguidores de Wesley en Cornualles se enorgullecían de que sus desarrollado si el Parlamento anterior a la reforma no hubiese sido
miem.b os no participaran en las huelgas ni en las agitaciones. Los suficientemente sagaz como para ceder pacíficamente ante la presión
metodistas calvinistas excomulgaban tanto a los partidarios de la de los reformadores de clase media (o, para ser exactos, ante Ja pre-
emancipaaón católica como a los miembros de los sindicatos. Los sión de las masas que estaban sometidas al liderazgo de los refor-
seguidores de Wesley en el Leicester radical eran conservadores. madores de clase media). Pero la Cámara de los Lores fue suficien-
Los agentes del gobierno no tardaron en observar que los seguidores< [ '
 38 TIWlA)ADORES
temente sagaz como para ceder, y el partido reformista no tardó en ~·
llegar a un compromiso que quizá les otorgó menos de lo que pedían
la mayoría de sus voceros -por ejemplo, los seguidores de Jeremy
Bentham-, pero evitó las imprevisibles consecuencias de una ulte-
rior agitación de las masas. En cuanto a los revolucionarios, duran-
1 · te todo el período, fueron ine.~pertos, carecieron de lucidez mental,
1estuvieron mal organizados y divididos.
Por consiguiente, es cierto que no hubo revolución y que el me-
'{ todismo de Wesley fue hostil a la misma, pero de esto no se sigue
que este segundo hecho haya sido la causa del primero. El metodis-
mo no fue responsable de la moderación y de la flexibilidad de los
políticos del Parlamento o de los urilitariscas radicales. Tampoco cabe
considerarlo responsable de la debilidad del movimiento revolucio-
nario en las clases trabajadoras. Para demostrar esto, es necesario
indagar -en la medida de lo posible- cuál fue su efecto sobre los
políticos de las clases trabajadoras británicas de ese período, y sobre
todo durante los dos períodos de mayor inquietud que hubo en el t-
mismo: los años que van desde los Juditas hasta Peterloo (1811-1819)
y los que van de 1829 hasta 1849, que abarcaron la agitación por
la reforma y los grandes movimientos sindical, de reforma fabril y
de oposición a la Ley de P obres, asi como el cartismo y la gran
agitación campesina. Esto supone estar en condiciones de respon-
der a la pregunta más general: ¿cuál fue el peso de la religión orga-
nizada, y en particular de las diferentes sectas inconformistas, sobre
las clases trabajadoras en el período inicial del industrialismo?
La primera pregunta que debemos plantear es si los seguidores
de Wesley eran suficientemente fuertes como para marcar de alguna
manera una diferencia decisiva. Porque resulta bastante claro que (
las otras sectas inconformistas no compartieron su conservadurismo
político (salvo los metodistas calvinistas, que estaban localizados en
el norte y en el centro de Gales, donde la concentración industrial
no era grande). Los «viejos disidentes» -independientes (congrega-
cionalistas), baptistas de diversas clases, presbiterianos-unitaristas (que
no deben ser confundidos con la Iglesia de Escocia, cuya influencia
fue relativamente fuerte entre los inmigrantes del Tyneside}- no
estaban en absoluto comprometidos con el apoyo al gobierno y no
tenían ninguna clase de respeto por la autoridad constituida como tal,
que les seguía discriminando de diferentes maneras. En realidad, los
primems tres grupos se desplazaron ampliamente hacia la «izquierda»,
T LA AMENAZA REVOLUCIONARIA EN GRAN BRETAÑA 39
•1 y los partidarios más activos de la Revolución francesa procedieron
de ellos. Sin duda, a partir de la década de 1790, en la medida en
que su número aumentó, se fueron volviendo más «respetables».
Cabe discutir si esto se debió a la influencia del metodismo, que con-
tribuyó a revitalizarlos, y en caso afirmativo, cuál fue el grado de esa
influencia. No puede darse una respuesta neta a esta pregunta. Lo
más que cabe decir es que existen muchas otras razones posibles para
explicar por qué pudieron volverse menos jacobinos, sobre todo el
hecho de que entre 1793 y 1815 la mayoría de los ingleses, por ra·
zones obvias, tuvieron poca simpatía por el jacobinismo. Así, ese
típico puritano del siglo xvn que fue Zechariah Coleman se quejaba
amargamente en Revolution in Tanner's Lane de Mark Rutherford:
acerca de «la triste decadencia respecto de aquellos días, incluso en
mi época, en que los Disidentes representaban la clase insurreccional».
Sin embargo, sus simpatías siguieron estando del lado del radicalis·
mo y de la reforma, movimientos éstos que apoyaron activamente.
Los diferentes grupos que se desprendieron del metodismo ne
simpatizaron políticamente con los seguidores de Wesley. Los kilha·
mitas o Nueva Conexión (que se separaron en 1797) declararon orgu·
liosos en 1848 que desde hacia mucho tiempo ellos habían anticipado
el liberalismo que por entonces estaba en auge. Uno de sus predica·
dores, incluso, había sido encarcelado en Northampton por hacer pro.
paganda radical. Los cristianos de la Biblia (1815) tomaron su propic
camino pacífico en Devon y en otras zonas del Sudeste y llegaron ~
colonizar zonas de Kent. Pero su camino era el fiero camino del
viejo testamento que insistía en que había que optat por escapru
de las llamas de la perdición: idea ésta que no necesariamente con
tribuía a la pasividad social. En las uniones de labradores llegarot
a ser muy activos. Lo mismo se aplica en un grado todavía mayor ~
los secesionistas más importantes, los metodistas primitivos (1811).
Éstos, los más puramente «proletarios» de las sectas principales, se
separaron porque consideraban que los seguidores de Wesley no era.IJ
suficientemente democráticos en cuanto a la predicación por parte de
los seglares y de las mujeres y porque se oponían a las campañas de
propaganda de masas en los grandes «mitines de campo» restauracio·
nistas introducidos por los evangelistas norteamericanos. Sus baluar·
tes se encontraban entre los mineros del norte, los trabajadores del
campo y los operarios de Staffordsbire. En este último sitio el meto-
dismo primitivo estaba tan ligado a los sindicatos que práctica·
\ '
 40 TRABAJADORES
mente se convirtió en una religión obrera. Cuando Lord Loodonde-
-----
.rry expulsó a los huelguistas después de la huelga del caroon de
1844, dos tercios de los metodistas primitivos de Durham se queda-
ron en la calle. (En esa Illisma época los seguidores de Wesley se
felicitaban de que sus miembros no participaran en las huelgas salvo
compulsivamente.) Si alguien debía estar dispuesto a ofrecer la otra
mejilla, seguro que no se trataba de los primitivos. Además, a pesar
de que los predicadores estaban excluidos de Ja política, muchos de
ellos «probablemente interpretaban esto sólo como la prohibición de
~ hacer discursos en favor de los intereses de los conservadores».
Incluso entre los seguidmes de Wes]ey los miembros de base
eran menos conservadores que sus líderes. Por cierto así ocurría en
Leicester. A1 menos un clérigo de Yorkshire sólo logró impedir en
el último momento que los luditas sepultaran uno de sus muertos
en el cementerio de los wesleyanos, en medio de discursos políticos;
este episodio nos permite concluir que los metodistas no estaban
en condiciones de contener la destrucción de máquina. En las zonas
alejadas, donde no habían penetrado sectas más simpatizantes
--como en Dorset- , ]os wesleyanos pudieron incluso llegar a ser
-líderes sindicales, como los mártires de Tolpuddle. Sin embargo,
antes de la década de 1850 hechos como éstos eran más bien ex-
cepcionales.
¿Cuál era la fuerza, pues, de los seguidores de Wesley en com-
paración con la de los otros grupos y con la población total (que
abarcaba una gran cantidad de indiferentes y una pequeña minoria
de no creyentes)?
La única información adecuada de que disponemos acerca de este
tema es la del Censo religioso de 1851, y es oportuno resumirla antes
de orientamos a tientas por períodos para los cuales la documenta-
ción no es tan buena. En líneas generales obtenemos el siguiente
cuadro de las áreas industriales de Inglaterra y de Gales. Las grandes
ciudades y algunas, pero no todas, de las áreas atrasadas mineras y
de explotación del hierro, eran relativamente no religiosas (es decir,
menos del 25 por ciento de la población total asistía a los servicios
religiosos del sábado). Sin embargo, Bristol, Leicester, Nottingham,
Leeds y Llverpool -la última con muchos habitantes cat6licos-
presentaban cifras de asistencia bastante elevadas. De las áreas indus-
triales, Lancashire, que era la más importante, también era la de
mentalidad menos religiosa. El Noreste le sigue en la escala de indi-
LA AMENAZA REVOLUCIONARIA EN GRAN BRETAÑA 41
~ , ferencia. Staf/ordshire se encontraba dividida acerca de este tema.
En el otro extremo de la escala estaba el Sur de Gales, donde los
niveles de asistencia a los actos religiosos que se elevaban al 40 por
ciento del total de la población no eran raros; por ejemplo, en
Pontypool, Merthyr y Bridgend, es decit en el West Riding, y en
ciertas zonas de Derhy, Leicester y Nottingham. Por supuesto, las
áreas rurales, como promedio, acusaban una mayor asistencia a la
iglesia que las urbanas.1
También a excepción de Lancashire, las ciudades importantes y
las áreas industriales eran más inconformistas que anglicanas. Ea la
mayoría de las mismas, la Iglesia de Inglaterra no sólo era una mi-
no~ sino que a menudo constituía un grupo completamente mar-
ginal. Por ejemplo, en ocho de las asociaciones de la Ley de Pobres
del W est Riding y en parte de las Potteries los principales grupos
inconfortllistas (independientes, baptistas y wesleyanos) superaban en
más del doble a la Iglesia anglicana. En Gales, por supuesto, la
-: 1 .1 Iglesia anglicana era una fuerza sin importancia, por razones nacio-
nales. Sin embargo, entre los inconformistas, los metodistas en su
conjunto no tenían la misma fuerza en todas partes.
En líneas generales no constituían una fuerza importante al su1
de una línea trazada desde Wasb hasta Dudley en el Black Country y
de allí hacia el oeste hasta la costa de Gales; salvo ciertas zonas de
Norfolk. También eran muy fuertes en Cornualles. Al sur de esa línea
el inconforillismo importante era el de los «viejos disidentes», a sa-
ber, los independientes y los baptistas. En el sur de Gales los meto-
distas eran aun más débiles. Incluso los metodistas calvinistas', qüe ·
~
apelaban a la identidad galesa, eran invariablemente superados en
.- \ número ya por los independientes o bien por los baptistas. Los anti-
guos disidentes también tenían enclaves en el territorio metodista,
sobre todo en East Midlands. En realidad, dentro de las áreas in-
dustriales del Norte y de los Midlands, el metodismo era realmente
fuerte sólo en tres zonas: la región con centro en los Peninos del sur
-es decir las zonas industriales del West Riding, Derbyshire y al-
gunas zonas de Lancashire lindantes con Yorkshire, Durbam y algu-
nas zonas de Staffordshire. De éstas, sólo los distritos textiles del
l. Es evidente que la población total, que incluye a los niños, a los enfer-
mo~, et;., es mucho más grande q~e ~a población potencial capaz de asistir a
l~ iglesia. Pero no oont~os con rungun medio adecuado para calrular la can-
ndad de hombres y mujeres adultos que eran asistentes potenciales.
42 TRABAJADORES
West Riding y por supuesto Comualles y Llncolnshire pueden ser ~·
considerados como el feudo inconmovible de los wesleyanos. En Dur-
ham eran seguidos de cerca y a veces superados por los metodistas
primitivos. (En Norfolk, que luego se convertiría en el principal cen-
tro del sindicalismo de Jos trabajadores del campo, les superaban
de manera contundente.) En Staffordshire tuvieron que competir -a
veces sin éxito- tanto con los primitivos como con otros disidentes.
En Derbyshire, por lo general, eran superados en número.
Por consiguiente, cabe esperar que el metodismo en conjunto
sólo haya tenido una influencia política importante sobre las agita-
ciones populares en el norte, en los Midlands, en East Anglia y en
el extremo sudeste; y el wesleyanismo como tal, sólo en el West
Riding. Es importante señalar este hecho, porque una gran parte de
la agitación radical y revolucionaria de ese período se produjo en
áreas en las que ambos grupos religiosos eran débiles: en Londres,
Bristol y Birmingham, en el sur de Gales y en los East Midlands.
Por supuesto, una gran parte de la misma se produjo en áreas en (.
que la religión organizada como tal era débil: por ejemplo, en Lan-
cashire y en las ciudades importantes.
¿Cuál era la situación en épocas anteriores? A partir de los días
de los luditas, Jos metodistas habían crecido más rápido que la po-
blación en conjunto o, incluso, que la población urbana. Todas sus
sectas consideradas globalmente eran casi cuatro veces más grandes
en 1851 que en 181O; y los wesleyanos solos eran alrededor de dos
veces y media más numerosos. A pesar de que prácticamente no sa-
bemos nada acerca de los otros disidentes, es verosímil que, en In-
glaterra a diferencia de Gales, los metodistas crecieran más rápido
que el resto hasta 1850, con algunas excepciones locales. De modo (
que en 1811-1819 o en 1830 eran obviamente mucho más débiles,
tanto relativa como absolutamente, que en 1851, cuando abarcaban
quizá medio millón de miembros (300.000 wesleyanos) dentro de
una población total de 18 millones. La pauta general de distribución
geográfica ya estaba establecida -en líneas muy generales- hacia
1810; Jos principales baluartes dd metodismo en Yorkshire y en
otras partes ya habían aparecido. Incluso dentro de estos baluartes,
eran por Jo general más débiles y el número de sus miembros era
fluctuante. No parece verosímil, pues, que un grupo, digamos, de
150.000 personas baya podido ejercer una influencia decisiva sobre
1O millones de ingleses y galeses.
r LA AMENAZA REVOLUCIONARIA EN GRAN BRETAÑA
¿Podemos detectar, sin embargo, alguna influencia moderadora
43
importante de los wesleyanos en alguno de sus baluartes durante la
primera mitad del siglo xrx? En Yorkshire no hay ningún signo real
de la misma. Huddersfield, Leeds, Birstall y Wakefield (después de
Nottingham) eran los centros principales del ludismo; pero fueron
también los centros de algunos de los círculos metodistas más fuer-
tes en el West Riding. (El metodismo disidente todavía carecía de
importancia.) El West Riding, encabezado nuevamente por Leeds
--que, como recordamos, tenia una asistencia a la iglesia anormal-
mente elevada para una ciudad industrial- se manifestó y se amoti-
nó en favor del proyecto de Ley de Reforma con tanto entusiasmo
como cualquier otro sitio, con abundancia de rosetas, escarapelas y
banderas tricolores francesas. Durante las décadas de 1830 y 1840 fue
quizás el más fume baluarte del radicalismo y del cartismo violentos
en el norte. Huddersfield tenía la congregación wesleyana que; por su
fuerza ocupaba el segundo lugar en el West Riding en 1851; y por
cier to la que había crecido más rápidamente durante todo ese perío-
do iniciado en 1814. Sin embargo, Huddersfield fue el centro de
una resistencia casi insurreccional contra la nueva Ley de Pobres, y
sus cartistas se empeñaron a fondo en la huelga general revolucio-
naria en favor de la Carta en 1839. También fue un centro destaca-
do del owenismo. Bradford tenía la congregación wesleyana más
fuerte de Riding en 1851, y durante cuarenta años había sido un
baluarte de la secta. Pero Bradford fue también un centro del car-
tismo. Cuando Feargus O'Connm planeó una gira por el norte, al
salir de la cárcel, se organizaron mitines en diecisiete ciudades en
las que presumiblemente esperaba obtener el mayor apoyo: diez de
\ ellas se encontraban en el West Riding.2 En 1851 los metodistas de
esas ciudades constituían entre el 5 (Sheffield) y el 12 o el 15 por
ciento del total de la población (Todmorden, Dewsbury y Keighley).
Resulta bastante irónico que haya sido en la menos metodista de esas
ciudades -Sheffield- donde el cartismo se mantuvo durante todo
ese período menos inclinado al extremismo.
Lo cierto es que en esa región se desarrollaron tanto el metodis-
mo como el radicalismo. Existían razones perfectamente convincen-
tes para que los tejedores de lana y estambres del West Riding estu-
2. York, Leeds, Sbef:field, Keighley, Halifax, Bradford, Todmorden, Hud-
de:rsfield, Dewsbury y Barnsley.
44 TRABAJADORES
viesen desesperados y dispuestos a amotinarse. Los tejedores de hi-
lados, que en 1814 ganaban 34 chelines y 6 peniques, recibían 21
chelines en 1821; 20 chelines en 1829 y 12 chelines y 6 peniques
en 1838. En tales condiciones, el metodismo tenía tantas posibilida-
des de evitar que una gran cantidad de sus miembros se inclinasen
hacia la rebelión, como las que tenía el arzobispo de Canterbury. De
hecho, muchos operarios wesleyanos debieron participar en las gran-
des agitaciones.
En Cornualles, por otra parte, el radicalismo político y el car-
tismo eran débiles entre los mineros, quienes eran los principales
partidarios de los wesleyanos. Pero no debemos apresurarnos a con-
cluir que ello se debía a la influencia moderadora de los wesleyanos.
En muchos aspectos, la estructura industrial y social de Comualles
era arcaica. Los mineros calificados, por ejemplo, seguían considerán-
dose no como trabajadores asalariados sino como subcontratistas o
como asociados según los acuerdos llamados de «tributo». Esto ex-
plica que la conciencia de que los trabajadores como clase se contra-
ponían a los patronos como clase sólo se desarrollara lenta y tardía-
mente. El primer «confilcto laboral» se produjo en 1831 y la pri-
mera huelga genuina en 1857. La forma característica de agitación
social en Cornualles -y Jos mineros eran proverbialmente un grupo
propenso a los motines- era el motín contra las alzas de los precios
de los alimentos en épocas de escasez. Como en Ja Francia del si-
glo xvm, el trabajador consideraba que su verdadero enemigo no
era el patrono sino el intermediario acaparador. Pero fuesen o no me-
todistas, los mineros y otros trabajadores de Cornualles marcharon
hacia las ciudades para apoderarse de los alimentos, para impedir
por la fuerza la exportación de grano o para obligar a que los ali-
mentos se vendiesen a precios justos, a la manera clásica de los amo-
tinados del siglo xvm: por ejemplo, en el difícil año de 1846-1847.
Además los mineros -tanto del carbón como del metal- eran
un grupo aislado de obreros, a menudo estaban separados geográfi-
camente del resto de los trabajadores y estaban menos interesados .en
la política que en sus luchas económicas específicas. Por eso en la
mayoría de las w nas del país participaron so.rprendentemente poco
en las agitaciones radicales y cartistas. En Yorkshire, Lancashire y
sobre todo en Staffordshire hicieron huelga en el año desesperado
de 1842, junto con el resto de los operarios con los que vivían, y
cuando este vasto movimiento de huelga se fundió con el carlismo
LA AMENAZA REVOLUCIONARIA EN GRAN BRETAÑA 45
cabe pensar que participaron activamente en él. (Sin embargo, parece
muy difícil que alguno de los dirigentes cartistas hubieran sido mi-
neros del carbón.) En los principales yacimientos del noreste y del
sur de Gales no hicieron huelga, a pesar de que tomaron parte activa
en la formación de la unión nacional que llegó al punto ·álgido alrede-
dor de un año más tarde. Es muy probable que los yacimientos que
se declararon en huelga en 1842 también habrían esperado basta en-
tonces si Jos obreros industriales que les rodeaban no les hubiesen
arrastra?º· En el sur de Gales los metodistas eran un grupo sin im-
portancia. En el noreste predominaban los metodistas primitivos,
que apoyaban a los sindicatos. No. h.ay que considerar a los wesleya- ) •
nos como responsables por la pas1v1dad de esas comunidades mine-
ras en 1842. De modo que probablemente es más sensato atribuir la(
~al~a de interés en el cartis~o de Comualles y la debilidad. de este )
ulumo a unos factores desvmcuJados con la religión vigente en esa
' zona. \.
"
El historiador oficial de los metodistas primitivos, H . B. Kendall,
que escribió en 1906, afuma también que éstos contribuyeron a evi-
t~ la revolución. Se apoya sobre todo en el hecho de que los pri-
meros grandes progresos de esta secta se produjeron en Notting-
hamshire y en Leicestershire en 1817-1819; es decir, en dos de los
principales baluartes del ludismo y del radicalismo. Menciona también
el caso de diversas aldeas que abandonaron las doctrinas «nivelado-
ras». Tampoco esta afirmación puede tomarse demasiado en serio En
primei: lugar, Ja gran mayoría de la veintena de aldeas de Nottin)-
hamshire en Las que los primitivos se establecieron en 1817-1818
l· \ se encontraban en la zona menos industrializada del condado· con-~
tenían sólo alrededor del 7 por ciento de los bastidores para 1~ labo- ~
res de punto del condado. (Sin embargo, en Le.icestershire probable-./~
mente tuvieron más éxito entre los trabajadores de géneros de punto.) r
En segun~o lugar, los P!ogresos de los metodistas en esta región eran
temporan9s, y en la década de 1820 perdieron la mayor parte del :V
terreno, para reconquistarlo sólo mucho más tarde. En tercer lugar,
los East Midlands no se volvieron perceptiblemente menos radicales
a partir de 1818. De hecho, Leicester es uno de los sitios donde una
P.!Oporción de metodistas activos mayor que la normal parecen ha-
ber si~o entusiastas del cartismo. Hubiese resultado sorprendente que
los te1edores a mano y los calceteros, cuyo ingreso semanal --de
acuerdo con lo que dice el cartista metodista de Leicester, Thomas
46 TRABAJADORES
Cooper- descendió en 1841 basta los 4 chelines y 6 peniques por
semana no hubiesen sido t 3dicales cuando se estaban muriendo de
' trabajadores podían considerar más como llamados a la acción que a
hambre.
1 Por consiguiente, podemos resumir más o menos de la sjguieo-
te manera las .relaciones entre el metodismo y la amenaza de revolu-
ción. La conducción oficial de la Conexión deseaba mantenerla com-
pletamente al margen de cualquier agitación,zadical, fuese o no ésta
revolucionaria. Aunque lo hubiese logrado / )a fuerza del wesleyanis-
mo no era probablemente lo bastante gra~e, ni estaba lo bastante
bien distribuida, como para afectar de manera decisiva a la situación
política.'.Pero de bech~us miembros no se mantuvieron al margen
de las ~gitaciones radicafes. Al parecer, el wesleyanismo perdió te-
rreno en benelicio de sectas políticamente radicales como los meto-
distas primitivos y ciertamente se produjo una creciente oposición de
los miembros de base contra el conservadurismo de los líderes, sobre
todo en las décadas de 1830 y 1840; a veces sobre la base de unos
motivos políticos (como en Leicester) y más a menudo por motivos
abiertamente morales, como la templanza (como ocurrió en Cor-
nualles y en otras partes).; Muchos wesleyanos deben de haber par-
ticipado en las agitaciones radicales y revolucionarias, desde el ludis-
mo al carásmo, junto con sus compañeros no wesleyanos. A menudo
se ha exagerado la efectividad del conservadurismo oficial wesleyano.
Esto pudo haberse debido a un error fundamental acerca de las
razones por las cuales los trabajadores de la Gran Bretaña de la pri-
mera etapa del industrialismo se volcaron hacia las diferentes sectas.
Se supone con demasiada facilidad que lo hicieron como una alterna-
tiva con respecto a la política revolucionaria o radical. Hasta cierto
grado así fue. En las primeras etapas de la transformación capita-
lista de la ciudad y del campo encontramos de hecho con frecuencia
sectas -místicas, apocalípticas y quietistas- que predicaban la re-
signación y el desligamiento absoluto respecto de los asuntos de este
mundo diabólico. El magnífico drama de Gerhart Hauptmann, Los
tejedores, basado sobre un informe documentado acerca de la rebe-
lión de 1844 de los tejedores de Silesia, contiene un maravilloso re-
trato de un antiguo sectario de este tipo. En las áreas industriales de
Bélgica, por esa misma época, se difundieron unos cultos similares
centrados en la figura de la Virgen, y en una etapa ulterior de ese
siglo un grupo llamado de los nazarenos bacía notables progresos en-
tre los labradores sin tierra de Hungría. Pero hay otro tipo de reli-
LA AMENAZA REVOLUCIONARIA EN GRAN BRETAÑA 47
gión que puede haber atraído a la masa miserable del pueblo en esas
épocr:s. Los predicadores, profetas y sectarios expresaron algo que los
la resignación. La existencia de sectas de este último tipo también
se encuentra bien documentada. En nuestra generación, por ejemplo
en el cinturón de cobre del norte de Rhodesia, Jos Testigos de Jehová ,
desempeñaron durante cierto tiempo un papel similar aJ de los meto-
distas primitivos de las bocaminas de Durham.
Conocemos bastante poco acerca de Ja vida del pueblo común en
Gran Bretafia durante la revolución industrial como para poder afir-
mar con alguna seguridad cómo consideraban su inconformismo.
Todo lo que sabemos es que el metodismo progresaba cuando el radi-
.
l
calismo hacia lo mismo y no cuando disminuía, así como que los
grandes «resurgimientos religiosos» normalment e no se producían
cuando las condiciones económicas estaban llegando a su punto más
~ - grave, por ejemplo en los momentos más bajos de las depresiones
comerciales. Los períodos en que el wesleyanismo reclutó adeptos
con mayor !3pidez -con un promedio anual de 9.000 a 14.000 miem-
bros-- fueron tambjén, con la única excepción de los años de la
expansión (1820-1824 ), períodos de aumento de la agitación popu-
lar: 1793-1794 (la época de la agitación jacobina), 1813-1816 (en
q~e creció la inquietud en los últimos años de las guerras napoleó-
rucas), 1831-1834 (durante la gran Reforma y las agitaciones owe-
nianas, cuando se alcanzó Ja tasa más acelerada de crecimiento), l
1837-1841 (el cartismo) y 1848-1850 (la última oleada del cartismo).
A la inversa: cuando el carrismo declinó, otro tanto ocurrió con las
1 \ sectas. En Ja primera mitad de la década de 1850 los grupos incon-
formistas, metodistas o de otro tipo, fueron perdiendo miembros du-
ran~e lo que ?e ~echo representó la única recesión importante que
registra su bistona en el siglo XIX. 1850 señala el final de una
fase del desarrollo del inconformismo, así como del movimiento
obrero. Cuando ambos resurgieron, eso se produjo en condiciones
muy diferentes. Este curioso paralelismo puede explicarse ya sea afir-
mando que las agitaciones radicales empujaron a otros obreros hacia
el metodismo, como una reacción contra las mismas, o bien que los
obreros se volvieron metodistas y radicales por idénticas razones.
PIObablemente ambas e..~licaciones sean válidas. En conjunto, la se-
gunda interpretación resulta quizá más verosímil, porque, como he-
mos visto, la insatisfacción de los wesleyanos de base contra el anti-
< 11 .
.
48 TRABAJADORES

rraclicalismo de sus líderes aumentó en las décadas de 1830 y 1840.

I
r,
Lo cierto es que el tiempo trabajó en contra del Wesley político
y a favor del Wesley evangelista, proceso éste que inevitablen:iente
l
debilitó la e.6cacia política de su Conexión, fuertemente orgamzada
y autoritaria. Pero aunque hubiese sido plenamente efectiva no es
verosímil que el wesleyanismo hubiese sido capaz de evitar una re-
volución, si otras condiciones la hubiesen favorecido en la primera
mitad del siglo XIX. Nuestro propio sig]o está lleno de revoluciones
hechas por m asas de hombres y mujeres profundamente piadosos, que 4. EL ARTESANO AMBULANTE
adhieren a grupos religiosos - ya sean hinduistas, cristianos o bu-
distas- cuyos líderes no favorecían la resistencia contra la autori-
dad constituida; así como de movimientos revolucionarios compues- 1
tos por tales hombres y mujeres. No hay razones para creer que las
concliciones de comienzos del siglo XIX hiciesen de la religión como . La historia d~ movimiento obrero en el siglo XIX es una histo-
tal un dique contra la revolución en Europa más fuerte que en el 1
na de desplazamiento y de emigración. Este artículo se refiere a un
Asia de hoy. ~ 1 - aspecto ~e la misma: el llamado «sistema ambulante», practicado por
(1957) los traba1adores organizados y en general calificados. Ese sistema per-
tenece hasta tal punto al pasado que pocos vestigios del mismo que-
NOTA
dan en las reglas y estatutos de los sinclicatos, por lo general tan
La afumaci6n clásica de la idea de que el metodismo evitó la revo- apegados a las tracliciones. Sin embargo, en una -época casi la tota-
lución en Gran Bretaña se encuentra en la History of the English people lidad de los sindicatos que proporcionaban servicios a sus miembros
in the nineteenth century, vol. I , de E. Ha1évy, pero en el último volumen Jo habían ª.dopta~o, salvo en oficios localizados en á.reas específicas.
publicado de esa gran obra, vol. IV (1841-1852) aparece considerablemen- El funa~n~ento gene:al del sistema es bastante conocido: hay
te suavizada. Una vez publicado este artículo (1957), apareció la primera buenas descrtpaones del lDlsmo en Ja autobiografía de Henry Broad-
discusión general adecuada del metodismo y de los movimientos popula-
res: a saber, Tbe making of the English working class, de E . P . Thomp-
son (Londres, 1963 ). Thompson, cuyo objetivo es mucho más amplio
1, hurst, en The old lrade unions de Kidclier, y en otras partes.1 El
obrero q~e, quería irse de la ciudad para buscar trabajo en otra
que el mío, comparte mi escepticismo acerca de la afirmación de Halévy, ;. parte~ reab1a una .« papeleta», «certificado» o «documento» que Je
aunque sus razones son levemente diferentes. Menciona muchos ejemplos acreditaba como nuembro pleno del sinclicato. P resentaba ese docu-
de metodistas radicales e incluso revolucionarios. Me inclino a aceptar su mento al secretario local o al empleado encargado de la asistencia en
idea de que el movimiento de resurgimiento religioso (revivalism) a veces Ja «casa de huéspedes», «club» o «casa de demandas de empleo» de
o a menudo «se impuso precisamente en el momento en que las aspira- Ja ciud~d a la q~e llegaba -por lo general, una taberna- y recibía
ciones "políticas" o temporales fracasaron» (op. cit., p. 389), pero como a .cambio del rn:smo comida, alojamiento, quizá cerveza, y un per-
reconoce que el proceso contrario también se produjo y como mi artículo miso para trabajar en forma transitoria. Si babfa trabajo disponible,
no se propone analizar el resurgimiento religioso en detalle, no deseo lo tomaba; por supuesto, cuando había un «libro de demandas de
modificar este texto. EJ hecho de que el predicador metodista local de-
empleo», éste estaba depositado en la casa de demandas, que era un
sempeñara un papel importante en el «levantamiento» de Pentridge {ocu-
rrido entre los dos períodos de resurgimiento religioso) basta para mi
l.. ~enry Broadhurst, The slory o/ bis life told by bimtelf, 1901, pp. 21-24·
argumentación (y la de Thompson). En líneas generales, sin embargo, con- W· Kiddlc:r, The old lrade unions, Londres, 1930, cap. l; véase también S B'
sidero que su tratamiento del tema es más satisfactorio que el mfo en Webb, History of trade unionism, l.º ed., pp. 438439; W. Beveridge, ú°%em~
los puntos en que ambos no concuerdan. ployment, ed. de 1930, pp. 241 ss.

4. - UOBSBAWM

..
50
r 51
TRABAJADORES
local no oficial de intercambio de trabajo. Cuando no había trabajo, ~
seguía su camino. Si no conseguía suficiente trabajo permanente como
para pasar a una nueva sección del sindicato, el viajero debía volver
normalmente a su ciudad de residencia, una vez recorridas todas las
secciones: en la década de 1850, en el caso de los cajistas ese cir-
cuito grande era de alrededor de 4.500 kms; 2 en el de los fabricantes
de cepillos, de más de 2.000 kms, en la década de 1820.3 Las formas
de pago de la asistencia al viajero eran variables. Podía ser pagado
por día o por distancia, en cuyo caso los funcionarios responsables
se tomaban el cuidado de asegurarse de que el viajero había ido de
sección en sección por el camino más corto, y a veces les proveían
de planos. La asistencia para el fin de semana solía ser mayor que
para los días laborales.
Los pagos corrían por cuenta (en las primeras épocas del siste-
ma) de las secciones del sindicato, que cada tanto arreglaban cuen-
tas entre sí en forma directa, o bien a través de una oficina central; 4 ~
más tarde el sistema se fue centralizando cada vez más, y también
llegó a utilizarse un sistema de cheques. Al partir, el viajero recibfo
un talonario de cheques válido por una cierta cantidad de días -98
en el caso de los albañiles, menos en el de los panaderos- 5 e iba
cobrando los cheques de asistencia en cada sección del sindicato. Esa
centralización ayudaba a evitar la ruina del sistema, el abuso en que
pudiesen incurrir viajeros a quienes no les correspondía ninguna asis-
ten.da o bien obreros que ya habían recibido la totalidad del dinero
de la asistencia anual a los viajeros. Las estadísticas excepcionalmen-
te completas, sobre las que se basa en gran parte el presente arúcu-
lo, apuntaban también a preservar el sistema. El secretario local
\ ocurría en el gremio del cardado, en el del tejido siguió estando
debía ser capaz de comprobar la autenticidad de los billetes de los ~
viajeros, porque se daba incluso el caso de que se los falsificaba, sobre
todo entre los impresores, algunos de los cuales viajaban con «docu-
mentos» emitidos por secciones totalmente míticas hasta que los co-
2, «Typograpbical reminiscences by an old T ypo», Typographical circtJlar,
junio 1891, p. 8.
3. W. Kiddier, op. cit., pp. 16-17.
4. Por ejemplo: Bye lAws o/ Operative Carpenters and Joiners Society o/
Birmingham (fundada en mayo de 1833), IV; es probable que esta asociación
estuviera integrada en la Uoi6n de Obre.ros de la Construcción (Binningham
Public Library 239882).
5. Estatutos del Sir:dicato de Obreros Albañiles, 1871 y años sucesivos;
Estatutos del Sindicato de Obreros Panaderos, 1873.
EL ARTF.SANO AMBULANTE
.. gían los camaradas vigilantes. Por consiguiente, había circulares men-
suales que contenían listas de los obreros que estaban viajando, así
como otra información de ese tipo. La asistencia al viajero tampoco
llegaba a escalas .cJemasiado pródigas: en el caso de los albañiles era
de 6 peniques por día hasta una época bastante avanzada del sig]o.6
De modo que era bastante común que la asistencia fuese completada
con el paso del sombrero entre los miembros del sindicato y entre
los compañeros en cada trabajo que el viajero encontraba en su iti-
nerario. De todas maneras el sistema funcionaba. En realidad, en
muchos sindicatos durante mucho tiempo fue el único método para
ayudar a los parados; en algunos de los sindicatos de la construc-
ción seguía funcionando todavía en el siglo xx.
II
Sabemos muy poco acerca de las primeras épocas de la vigencia
del sistema -por lo menos un sindicato lo llamaba asf-,7 a pesar
de que a menudo se ha señalado su semejanza con la costumbre de
viajar de los oficiales en otros países de Europa.' De hecho, la inves-
tigación ulterior no ha alterado fundamentalmente el cuadro bosque-
jado por S. y B. Webb en 1894, lo cual supone un reconocimiento
del mérito de esos extraordinarios estudiosos. Entre los cardadores
de Devon el sist·ema organizado de trabajo migratorio ya existía en
1700, y entre esa fecha y 1726 se extendió a los gremios afines.9
Según parece, en 1707 los tejedores de Taunton tenían un acuerdo
rudimentario de trabajo migratorio,1° aunque, a diferencia de lo que
organizado sobre una base puramente local.11 Los adobadores de piel
6. La dureza de esas bajas tarifas resultaba mitigada por los sistemas de
pago de asistencia por milla recorrida.
7. Estatutos de la Sociedad Mutua de Carpinteros y Ensambladores 1836.
(Esta sociedad es más conocida por el nombre de Unión General de ~inte­
ros y Ensambladores, integrada actualmente en la Asociaci6n de Trabajadores
de la Madera Unidos.)
8. S. y B. Webb, op. cit., p. 24; W. J. Ashley, Suroeys, historie and
econom~, pp. 249--262.
9. Hosk:ins, Industry, trade and people in Exeter, 1688-1800, Exeter,
1935, pp. 58-61.
10. Lipsoo, Economic history o/ England, IlI, p. 39.3.
11. A short essay upon trade in general by a lover of hir cnuntry and
the Constitution, 1741, pp. 40-41 (British Museum).
52 TRABAJADORES
establecieron una federación de trabajo migratorio hacia mediados ~
del siglo; los sombrereros, en la década de 1770_.12, Los acuerdos de
trabajo migratorio entre los estampadores de calico, los papeleros Y
los cajistas estaban tan desarrollados a comienzos dc:l siglo x1x, que
deben habler florecido un cierto tiempo antes. Por aerto las pruebas
de la difusión del sistema son abundantes a comienzos de ese siglo.
Se registra la existencia de «papeletas» entre los zapateros en 1803 y
de asistencia al trabajo migratorio entre los carpinteros de Preston
en 1808.13 Los estampadores de calleó informan acerca de titánicos
viajes en busca de trabajo de 1.600 y de 2.200 kms .14Haaa . 1a epoca
,
del Comité para las leyes contra las coaliciones, los gremios de Dublín
15
tenían acuerdos de trabajo migratorio con los ingleses; Francis
Place encontró oficinas de empleo en Londres entre los sombrereros,
herreros, carpinteros, zapateros y fabricantes de botas, trabajadores
del metal, panaderos, sastres, fontaneros, pintores y vidrieros, encua-
dernadores y otros,16 y en muchos gremios antiguos puede darse por e
17
descontada la existencia del sistema de trabajo migratorio.
Aunque W. J. Ashley no lo creyó así, el problema del origen del
sistema de trabajo migratorio es importante. Directamente: el traba-
jo migratorio fue una institución central de varios sindicatos antiguos,
y es difícil imaginar cómo algunas de las federaciones de clubs gre-
miales, que tanto atemorizaron a las autoridades. a partir de 17??-•
hubiesen podido existir sin el mismo. ¿Era ese sistema la expres1on
de la movilidad recientemente alcanzada por el artesano, como se
ha sugerido,18 o derivaba de una tradición, antigua y todavía viva,
de viajes de los oficiales? ¿Cómo se difundió?
A primera vista, las pruebas a favor de la interpretación «mo-
12. S. y B. Webb, op. cit., pp. 32, 48.
13. Aspinall, Tbe early engfüh trade unions, Londres, 1949, pp. 76 ss.;
Postgate The builders' hiJtory, Londres, 1923, p. 25.
14. 'Tbe memorial of the joumeymen calico pri~tet;s a~d others connected
wilh their trade Londres, 1804, pp. U-13 (Goldsmith s Llbrary).
15. Select éommittee on artisans and machinery, 1824, pp. 295-296.
16. Gnaham Wallas, Li/e of Francis Place, Londres, 1~9~, p . 211.
17. S. y B. Webb, op. cit.. pp. 68-69; J. Dunlop, f?.nnking .usages o/. tbe
United K.ingdom, ed. de 1844, pp. 128, 132, 168! tamb1en. menao~ la ~en­
cia del sistema entre Jos sastres y peleteros, y sugiere también su ex1stenaa en
el caso de los vidrieros, joyeros, los torneros en madera y 28 gremios del metal
cit:l tipo de Birmingham.
18. Unwin Industrial organiz.ation in the sixteenth and seventeentb centu-
ries, p . 227; cbpbam, Concise economic history o/ Britain, p . 261.
EL ARTESANO AMBULANTE 53
dema» parecen más fuertes. Por lo que conocemos, en Gran Bretafü
no existen testimonios de costumbres e instituciones similares a1
tour de France o al W a11derpflicht de otros países de Europa. AJ
parecer, el trabajo migratorio en Gran Bretaña nunca fue una parte
del perfeccionamiento de la educación del artesano, sino un recur-
so para compensar el pat o estacionario o irregular; eso es lo que
ocurrió en el caso de los cardadores y en el de los tejedores y som-
brereros de West Country. (Sin duda también se utilizó bastante
pronto como un medio para ayudar a los huelguistas, como protec-
ción contra la persecución, etc., funciones que más tarde llegaron a
ser importantes.) Además, en el sjgJo XVIIl el trabajo migratorio
organizado estuvo limitado aparentemente a unos pocos gremios.19
Los sastres habían establecido casas de pedidos en Londres y en
Dublín ya en la década de 1720, en Birmingham antes de la de 1770
y en Edimburgo al menos en la década de 1780; 20 pero no adopta-
, ron el trabajo migratorio hasta la década de 1860, quizá durante o
después de la imposición de estrictos cotos cerrados (closed shops)
en las ciudades en las décadas de 1820 y 1830.21 No cabe duda de
que, digamos, a partir de 1790 el sistema fue adoptado por gremios
que previamente no tenían trabajo migratorio, y pedeccionado por
los que ya lo tenían. Aunque es probable que los albañiles hayan
realizado trabajo migratorio, hasta el siglo XIX no contamos con re-
gistros de esa práctica entre otros obreros de la construcción. Los
sombrereros no adoptaron la «papeleta» hasta 1798/ 2 a pesar de
que tenían casas de pedido en la década de 1730 23 y cierta clase de
federación de trabajo migratorio en la de 1770. Quizás hayan utiliza-
do una forma intermedia del sistema, como la que encontramos entre
los estampadores de calleó, cuyos trabajadores migratorios estaban
19. The book o/ English trades, 1808, sólo lo menciona entre los sombre-
reros y los cardadores; pero obviamente esta fuente no es may confiable (ed. de
1823, p. 441).
20. F. Galton, Select documents... Tbe tailoring lrade, Londres, 1896,
p. 3, para el caso de Londres; A satyrical poem on the Socie/y o/ Journeymen
Tail-Ors, British Museum 1890 e 5 (169), para el caso de Dublin, s. f., pero pro-
bablemente de 1726; para el caso de Edimburgo, D. M. Moir, Life of Mansie
W auch, tailor in Dalkeith, Edimburgo, 1828, p. 44.
21. F. Galtoo, op. cit., LXXXI y passim.
22. Place Papers (British Museum Add. MSS. 27799, 77). Cwiosamente,
los Place Papcrs contienen muy poca información acerca del trabajo ambulante.
23. M. D. George, London li/e in the eighteenth century, p. 293.
54 TRABAJADORES
oficialmente autorizados para hacer colectas loc.ales entre sus com- r"
pañeros.24
Tampoco es totalmente imposible que el sistema se inventara en
un sitio -en West Country, verosímilmente- y que después se
difundiera por los trabajadores viajeros de la lana o quizá por los
albañiles migratorios desde las canteras del oeste. Se suele afumar
que las instituciones y rituales de los sindicatos posteriores le deben
mucho a los de Jos trabajadores de la lana, y quizá las «papeletas»
hayan sido parte de esa deuda.25
Por otra parte, en los vjejos sistemas de trabajo migratorio exis-
ten arcaísmos que de todas maneras hacen pensar en las antiguas
costumbres. Por ejemplo, estaban adaptados, y siguieron estándolo,
por completo a los trabajadores individuales. No me be topado con
ningún caso en que estuviese prevista la asistencia para la espo-
sa y la familia del oficial que realizaba trabajo migratorio; en rea-
lidad, una de las primeras quejas contra los tejedores consistía en <
reprocharles que abandonaban a sus familias a la caridad del Estado
mientras se marchaban a hacer trabajo migratorio.26 Si originalmen-
te el sistema hubiese apuntado a compensar el paro, difícilmente
hubiese dejado de tener en cuenta aJ trabajador casado. También se
trataba de sistemas ambulantes en el sentido estricto de la palabra.
Los caldereros, que, ya en la década de 1830,77 preveían viajes por
tierra «O bien por agua o por vehículos de tracción a vapor», son
un caso único, según mi opinión. Los fabricantes de máquinas de
vapor no preveían viajes en barcos de cabotaje hasta la década de
1840 28 y Jos cajistas sólo reemplazaron la palabra «ambulante» por
«viajero» en 1872.29 Por cierto, todavía en las décadas de 1850 y 1860 ,
e:.
24. S. y B. Webb, op. cit., p. 24, n.
25. Ibid., p. 111 , n. Por cieno, l3 única marca real de antigüedad se en-
cuentra entre los cardadores, quienes tenían «un banco reservado... siempre
dispuesto en el taller, en el que los Jrabaiadores ambulantes podían quedarse»
(Book of Englisb trades, loe. cit.).
26. Lipson, op. cit., p. 393.
27. D. C. Cummings, History o/ the United Society o/ Boilermakers and
Iron and Steel Shipbuilders, Newcastle, 1905, p. 31.
28. Versión revisada de los Estatutos del Sindicato de Fabricantes de M~·
quinas de Vapor, 1846.
29. Reporl of proceedings o/ the meeting o/ delega/es from the Provincial
Typographícal Association, Manchester, 1873, p . 15. La Unión General de Car-
pinteros prohibía específicamente viajar en coche o por agua, salvo para atra-
vesar el Canal, para lo cual se asignaba una asistencia de ) dlelines y 6 peni-
ques (Estatuto de 1836).
r EL ARTESA.NO AMBULANTE
., los albañiles tenían fuertes prejwcios contra todo tipo de transporte
que no fuera el coche de San Femando, que según ellos era el único
55
«seguro». No está claro si se trataba de una costumbre antigua como
tal o bien de una costumbre antigua racionalizada a través del cristal
de la moral victoriana.30 Un sistema cuyo objetjvo hubiese sido el
de desplazar a Jos obreros desde las áreas en las que no había trabajo
hacia aquellas en las que sí lo había, debiera haber recurrido aJ medio
de transporte más veloz, por ejemplo los barcos de cabotaje.31 No
sabemos a ciencia cierta qué importancia debemos atribllir a los testi-
monios decimonónicos acerca de una creencia según la cual «ningún
obrero conoce su capacidad o su valía hasta que no ha trabajado en
más de una ciudad)>.32 Nuestra ignorancia de las costumbres y tradi-
ciones de los primeros asalariados es profunda en la medida en que la
mayoría de ellas no se encuentran registradas, de modo que el predo-
minio de tales creencias es bastante posible.33
Por cierto, en algunos casos el trabajo ambulante organizado no
era más que la sfatematización de unas costumbres más antiguas. «Los
trabajadores ambulantes que vengan por esta carretera deberán traer
sus papeletas. Del mismo modo, vosotros pediréis las papeletas a los
que puedan venir desde aquí [sic] », dicen los zapateros de Porst·
mouth, así como los de Bath, al anunciar la fundación de un sindi-
cato local en 1803.34 Los carpinteros de Birmingham fundaron una
asociación en 1808 inicialmente para establecer una casa donde «reci-
bir a los trabajadores que viajasen con el propósito de conseguir un
empleo, llamados comúnmente ambulantes».33 En 1809, los obreros
\ 30. Henry Broadhurst, op. cit., p . 13.
. Jl._ Cf. la Autohiography de William Lovett ( 1876), la Life o/ Sir Willi.am
Fatrba1rn (ed. Pole, 1877) y la Autobiography of an artisan, de C. Thornson
(Londres, 1847).
32. F. Galton, en S. y B. Webb, op. cit., p. 4.38.
. 33. Knoop y Jones, Tbe !-o!1d°."; mason in the sev~n~eenth century, pá·
gmas 58-59, 62, acerca de la limataoon de nuestro conoonuento incluso en d
~ de un ~o muy es_tudiado. Esto muestra también lo incierto que es
u~ UD_?S ~stros refend~s sobre tc;xJo a los maestros artesanos, para ilu-
~ar la s1tuaao~ de los ofi~ales ~alanados, por ejemplo, los registros de las
lo~as francmas6.rucas en Íunaonamaento, como los de Alnwick y SwaJwell, des--
cntos en Vorgescbichte u. Anfaenge d. Freimaurerei in England de W. Bege-
mann (Berlín, 1907), The Scottish mason and the mason worltÍ, de Knoop y
Jones (1939), etc.
34. Aspinall, op. cit., pp. 75, 79.
35. «Rules and or?ers to be observed by a Friendly Society of Journey-
men Carpenters aod Jomers .. . Est. July 12th 1808•, Bioningham Public Libra-
 56 TRABAJADORES
de las fundiciones de hierro de Bolton reconocen la existencia de una €
red oficiosa de esa clase de puestos, porque al fundar su asociación
loe.al conffan en que los gastos de asistencia a los trabajadores am-
bulantes de otros sitios «serán reembolsados a esta Asociación por
la Asociación a que pertenezca el miembro que reciba esa asistencia»
[«cena, una pinta de cerveza, alojamiento por una noche y dos che-
lines en moneda contante para que pueda llegar hasta la siguiente
ciudad»] .y, Es evidente que la práctica del trabajo ambulante no
era nueva de por sL En realidad la concepción según la cual los sis-
temas de trabajo ambulante tenían como función la de asegurar el
desplazamiento de los trabajadores, deja escapar el aspecto esencial.
Los primeros sindicatos no querían el desplazamiento como tal, sino
el desplazamiento con financiación asegurada o bien el control del
mismo en interés de un coto cerrado local. «Ninguno de sus miem-
bros», decían los zapateros refiriéndose a los sombrereros y a los 1 fue adoptado por gremios que experimentaban bruscas fluctuaciones
adobadores de piel, «ha tenido que hacer la experiencia de deambu- , ·
lar como vagabundos sin empleo».n Se daba por supuesto que en
todo caso debían deambular.
Y no había razones para que no lo hicieran. Las Leyes de Asenta·
miento no molestaban prácticamente al artesano. S. y B. Webb afir-
man en forma categórica que no se toparon con ningún miembro de
un sindicato que en el siglo XVII1 hubiera sido expulsado en virtud
de la aplicación de esas Leyes; 38 y una amplia colección de certifi-
cados de asentamiento de Newark no registra el caso de ningún al-
bafiil, impresor o fabricante de cepillos (a pesar de que estos últimos
tenían un puesto para trabajadores ambulantes en esa ciudad a co-
mienzos del siglo xix),39 y en más de un siglo sólo registra el caso ; '
ry, non:nas I, XIII, XV. Agradezco al señor Jack Co.rbett, de Biuningbam, quien
me ha proporcionado esta reíe.rencia.
36. Centenary souvenir of the Friendly Society of Iron/ounders, Manches.
ter, 1909, p. 20.
37. Aspinall, op. cit., p. 83. El divertido libro Sixty years g/eanings /rom
life's harvest, de John Brown, Cambridge y Londres, 1858, pp. 23-25, 44, pre-
senta un ejemplo de ttabajo ambulante no organizado en el gremio de Jos zapa-
teros (el señor Jobn SaJtmarsh, del King's College de Cambridge, me ha seña-
lado la existencia de este testimonio). Después de una carrera accidentada y,
si cabe creerle, siempre brillante, Brown teanin6 por abrir un sal6n de billares
en Cambridge.
38. S. y B. Webb, English Poor Law history, I, p. 336.
11 39. W . Kiddier, op. cit., pp. 16-17.
r
EL ARTESANO AMBULANTE 57
de un somhrere.ro y de un adobador de piel.40 El principal obstáculo
para que viajaran no fue quizá la ley, sino la exclusividad gremial de
las ciudades (aunque ésta se fue debilitando a lo largo del siglo xrx
y de todas maneras resultaba difícil de imponer en épocas de expan-
sión ).41 Incluso los gremios cerradamente organizados de Dublín,
que llegaban a excluir a los miembros de sindicatos extranjeros, en·
víaban y recibían trabajadores ambulantes.42
El verdadero problema consiste en saber cómo el artesano llegó a
recurrir al sistema de deambular por todo el país. Lo importante es
el hecho de que una red nacional de «estaciones», que iban desde
Exeter a York, tal como la encontramos, por ejemplo, en el caso de
los primeros fabricantes de cepillos, es algo bastante distinto del
modelo producido por las migraciones normales de trabajo, fenómeno
éste básicamente regional.43 El trabajo ambulante sistemático tampoco
estacionales: aunque los sombrereros realizaron trabajo ambulante en
el siglo xvm, los sastres no lo hicieron. 44 Tampoco las actividades
normales del sindicalismo crearon redes nacionales en esa etapa ini·
cial. En Francia, donde el trabajo ambulante era bastante indepen-
diente de los sindicatos y estaba en manos de los compagnonnages,
organizaciones antiguas y bastante inadaptables, los sindicatos no
desarrollaron organizaciones nacionales basta la década de 1880 0
como en el caso de los sombrereros, prácticamente hasta finales dd'
Segundo lmperio.45 Allí donde las unidades industriales locales eran
de alguna manera interdependientes y donde se reconocía que las
40. . Unos 900 ce.r~c.ados emitidos por Newark están impresos en Tho~
t~n Society, Record Series, vol. IX, pt. 1: A misce/lany (1943). Abarcan el pe-
riodo que va desde 1697 hasta 1822.
41. Knoop y Jones, op. ciJ., pp. 9-18.
42. S. y B. Webb, Industrial democracy, p. 75, acerca de la exclusión de
Dublin.
43. Por ejemplo: de un total de 105 certiñc.ados extendidos en Newark
para artesanos y obreros partiatla.res, s6lo una docena se extendieron a traba-
jador~ procedentes de fuera de Nottinghamshire y los condados vecinos. Véase
tunb1én en general, Lab?ur migra/ion in England 1800-1850, de A. Redford.
44. F. Ga1ton, op. czt., LXXVII.
. 45. Paul Louis, Histoire du mouvement syndical en France 1789-1910, pá-
gmas 151 ss. P~ en Coutume cbapelib~, París, 1941, Vial sugiere que los
somb~ereros tuvieron durante la Restauraoón unos convenios rudimentarios de
tr;iliaJO . ambulante. Acerca de la rclació!l entre compagnonnages y sindicatos,
vease E. Labrousse, Le mouvement ouvner et les idées sociales en Frtmce, fas-
dculo Il, pp. 71-82, París, Centre de Documentation Universitaire, 1948.
58 TRABAJADORES
mismas formaban parte de un todo nacional, como en el caso de la
industria lanera, es más fácil explicar la existencia del sistema del
trabajo stnbulante; esto puede explicar que el sistema haya apare-
cido tempranamente entre los obreros de la lana. Pero ¿por qué los
zapateros, sombrereros o adobadores de piel, que trabajaban en mer-
cados localmente limitados y no tenían mayores motivos para estar
enterados de lo que ocurría en otras ciudades,46 lo adoptaron ya
antes de la década de 1790? 47 Posiblemente tenga alguna importan-
cia la atracción ejercida por el gran imán que era Londres.43 Sin em-
bargo, resulta difícil explicar el sistema del trabajo ambulante en su
conjunto sin presuponer alguna clase de tradición viajera (por lo
menos en algunos oficios) análoga a las costumbres de otros países
de Europa sobre la base de las cuales se había desarrollado el fenó-
meno de los compagnonn<Jges.49 En el caso de los albañiles tal tradi-
ción existía por cierto; y quizá también en el de los impresores y en
el de un par de oficios más.
Siempre resulta insatisfactorio apoyar una argumentación sobre
pruebas negativas; y en este caso a lo sumo podemos dejar el vere-
dicto en suspenso. Sin embargo, una cosa está clara: tanto los fac-
tores «antiguos» como los «modernos» contribuyeron a dar forma al
sistema, suponiendo incluso que las viejas costumbres, que debían ser
adaptadas de acuerdo con las necesidades del nuevo sindicalismo, pa-
46. a. The Trial o/ ... ]oumeymm Hotters of Maccles/ield, Macclesíield y
Londres 1806 cuya argumentación prinápal giraba en torno a la cuestión de
si los ~aes~ y obreros iocales a) conocían cuáles eran las tarifas salariales
en Stockport o bien b) si tal conccimiento debía afectarles (Goldsmith's Li-
brary). . . . ,
47. Wadswortb y Mann, The cotton trade and mdustrzal Lancashtre, pa-
gina 377 sugieren Ja existenáa del sistema ambulante entre los zapateros en
la décad~ de 1750 (S. y B. \Vebb, History of trade unionism, pp. 46, 51, 80).
48. Surrey apprenticesbips 1711-17)1 (Surrey Record Soc., vol. XXX), XV,
donde se calculaba que cerca del 40 por ciento de los aprendices proced1an de
fuera de la ciudad en Ja que vivían sus maesrros. Naturalmente, las ciudades
menores también atraerfan a los forasteros, pero el magnetismo de Londres era
excepcional. Muchos volverían a sus provincias después de haber cumplido ~u
período de aprendizaje o en épocas malas (C. E . Howe, Tbe London bookbm-
dm 1780.1806, 1950, p . 29). . . . .
49. No es preciso que supongamos la existencia de runguna conex16n entre
las asociaáones de oficiales de Gran Bretaña y las de otros países de Europa,
en sus formas desarrolladas; sin embargo, llama la atención el paralelismo exis-
tente entre sus respectivas instituciones: las costumbres rituales y de bebida, el
Herberge y el club, el Gescbenk y el donativo parn el trabajador ambulante, el
schmaehen y la lista negra de obre.ros o patronos,
EL ARTESANO AMBULANTE 59
saran sólo a uno o dos gremios. Un sistema tan peculiar y de una
tal organización sólo podía erigirse sobre unos cimientos tradicio-
nales muy fumes. Por otra parce, su adopción general por parte de
los diferentes gremios reflejó sin duda la necesidad de defender los
monopolios locales de los artesanos experimentados contra los nue-
vos desafíos económicos.
III
Por consiguiente, el sistema del trabajo ambulante se convirtió
en la verdadera vértebra de unión de los clubs de artesanos más
antiguos. Los sombrereros y los obreros de las fundiciones de hierro
construyeron incluso sus emblemas en torno de dicho sistema: el de
estos últimos muestra un moldeador con su hatillo, que dice «Gremio
·. hermano, ¿puedes darme un trabajo?», pregunta que recibe la si-
guiente respuesta: «Si no podemos, te ayudaremos». Los zapateros
de Nanrwich se tomaron el cuidado de incluir en la procesión de
su gremio en 1833 «un compañero con todo el atavío del trabajador
ambulante, con su equipo a cuestas y un bastón en Ja mano».50 Hacia
mediados del siglo XIX el sistema estaba en realidad ampliamente
difundido. En 1860 estaba en vigor entre los cajistas, litógrafos, sas-
tres, fabricantes de coches, encuadernadores, herreros, mecánicos, fa.
bricantes de máquinas de vapor, albañiles, carpinteros, fundidores de
hierro, toneleros, zapateros, caldereros, fontaneros, enladrilladores y
varios oficios más.51
Las razones de tal difusión son evidentes. En primer lugar, el sis-
tema {aunque ésa no haya sido su finalidad original) proveía los
fondos de huelga y brindaba un medio para contrarrestar las oerse-
cuciones. Todavía a finales del siglo sabemos de albañiles que ~olían
salir a la carretera tan pronto como se iniciaba un conflicto para no
pesar sobre los fondos; 52 por supuesto, era muy convenien~e que el
50. «Thoroas Dunning's Reminiscences», ed . Chaloner en Trans Lanc
Ches. Antiq. Soc., 1947, LIX, p. 98. ' · .
51. El Report on Trade Sodelies (Social Science Association 1860) pági-
nas 141-146, presenta una Jista incompleta. ' '
. 5~; Fred_ Bower, Rolling stonemason, 1936, pp. 45-46, presenta una des.
crtpa?D admirable dd artesano que d~bulaba permanentemente; Aspinall,
op. cit., p. 78, acerca de los zapateros de Bath en 1803: «Señor, me han orde-
nado que os informe de que los obreros... que pueden marcharse de la áudad
60 TRABAJADORES EL ARTESANO AMBULANTE 61
obrero consiguiese trabajo en otra parte durante el conilicto. Casi sis~ema ~o fue. concebido para compensar las contingencias del capi-
invariablemente la lucha por el reconocimiento y por unas tarifas re- talismo mdustrlal. Se ajustó admirablemente a las necesidades de los
gulares derivaba en persecuciones, incluso en los casos en que esa viejos cardadores: un grupo más bien pequeño y cerrado de artesanos
lucha se saldaba con éxito. Si los obreros debían ser «sacrilicados» amb~~tes, en una rama fluctuante de la industria, que operaban en
-expresión utilizada por los cajistas- tenían que estar seguros de co~dioones a largo plazo bastante estables. Como S. y B. Webb han
su sustento, y el sistema de trabajo ambulante solfa asegurarles un señalado, en casos extremos como éste el sistema pudo reemplazar vir-
trato especialmente favorable, distinguiéndoles a veces de los otros tualmente a cualquier tipo de negociación colectiva.55 En cuanto única
trabajadores viajeros. Los albañiles entregaban a los trabajadores am- forma debidament~ desarrollada de asistencia a los parados, fue adop-
bulantes huelguistas una tarjeta verde y a los otros una blanca. De tado por la mayoria de los gremios que necesitaban tales pagos· pero
este modo, el sistema de trabajo ambulante reforzó mucho el poder se deri:un?<S cuando tuvo que enfrentarse con las enormes ten~iones
de negociación de los obreros, como bien se ha demostrado en el del capitalismo moderno y sobre todo con el ciclo económico.
caso de los cardadores de mediados del siglo XVllI.53 De esto a un Podría parecer que el sistema no llegó al límite de su capacidad
cálculo más sofisticado de economía política sólo había un paso. Al hasta la~ décadas. ~e 1830 y 1840, aunque los cajistas de Londres ya
retirar al parado de los lugares donde había menos trabajo y al en los. anos 30 hicteron ~a campaña contra el mismo.56 Sin embargo
ponerlo en circulación, el sistema de trabajo ambulante mantenía a partrr de entonces el sistema empezó a aperimentar serias dificul-
restringido el abastecimiento del mercado de trabajo. Como escribía tades., ~s archivos del pequeño sindicato de Oficiales Fabricantes
el Sindicato General de Carpinteros en 1846: «Si no hubiésemos de Maq':"'°~ de ~a~r (fundado en 1826 e integrado a partir de 1921
podido conservar nuestro sistema de drenaje mediante el trabajo e~ el Smdicato Uruco de Mecánicos) nos permiten seguir bastante
ambulante... se hubiese producido una reducción general de los sa- bien el proceso, como lo muestra el cuadro 1.
larios».>4 Los impresores lo formulaban de una manera clarísima:
la Circular de protección tipográfica apuntaba en mayo de 1849 que CUADRO 1
el trabajo ambulante había llegado a ser más un método de asisten-
cia que un medio para encontrar trabajo, «de modo que el gremio El lraba¡o ambulante entre los oficiales fabricantes
de máquinas de vapor, 1836-1841 S7
mantiene virtualmente una ley de pobres local ... según la cual aque-
llos miembros ocasionalmente pobres reciben una pensión de po-
breza pagada por los miembros que tienen trabajo y administrada Años Cantidad total de viajeros
:Miembros Secciones asistidos
por los funcionarios de la Asociación».
~ )
Este severo comentario refleja el cambio radical que se produjo 1836-1837 525 13
1837-1838 44
en el sistema cuando el mismo se enfrentó con el paro masivo de co- 695 15 224
mienzos del siglo XIX, ya se tratase del paro tecnológico que des- 1838-1839 . 794 18
1839-1840 289
truyó a los estampadores de calleó, a los cardadores, etc., o bien del 876 18 893
1840-1841 981 22
paro cíclico producido durante el período 1820-1850, menos perma- 1841-1842 673
nente pero igualmente desastroso. Una vez más observamos que el 994 24 2.226

55. S. "! B. Webb, Industrial democracy, pane TI, cap. I, panim.

56. Ellic How~, The London compositor, 1947, p. 226. Ya en la década
se están preparando lo más rápido posible, y que a1gunos ya se han ido»; d. Jas de 1820 C. ~· Smith (A fJ!Orkingman's way in tbe wor/d, being the aulobio-
•Reminiscencesi. de Dunning, op. cit., pp. 101 ss., acerca del buen oso que de ~rapby o/ a ¡our'!eyman pnnter, Londres, 1853, pp. IJ-14) registra óeru hosti-
esta técnica hicieron los zapateros de Nant:wich. lidad contra el sistema ambulante.

·r . ~ · Infformes anuales. La cantidad de viajeros asistidos se da para cada

53. S. y B. Webb, Industrú:l democracy, p. 162.
54. Higenbottam, Our sociely's history, Manchesta, 1939, p. 18. secoon en orma sepa.rada.
62 TRABAJADORES
El Sindicato de Productores de Máquinas de Vapor no estaba inte-
grado por obreros especialmente migratorios ni especialmente desa-
fortunados. Los datos de otros gremios de la misma época resultan
más llamativos. Los fundidores de hierro desembolsaron en 1840 la
bonita suma de 11.500 libras en concepto de asistencia al trabajador
ambulante: el gremio contaba con un total de menos de 3 500 miem-
bros con o sin trabajo. Siete años antes sólo habían gastado en ese
concepto 800 libras.58 En ese año los cuatro sindicatos más impor-
tantes de impresores, con 3.400 miembros en 1841-1842, asistier~n
a no menos de 7.200 viajeros.59 Por supuesto, gran parte de los IIDS-
mos eran trabajadores ambulantes que recorrían grandes distancias,
recorrían desesperadamente muchísimas secciones en busca de traba-
jo y se apuntaban en cada una de ellas; pero no por ello disminuyó
el peso de la carga financiera. Como dijo el Sindicato General de Car-
pinteros, con energía aunque sin demasiada corrección gramatical:
A todo lo largo y lo ancho de nuestra tierra natal no ha habido
un rincón o aJdea por la que alguno de nuestros miembros no haya
deambulado en busca de empleo; nuestras carreteras se han pare-
cido a un taller mecánico o a una poderosa masa de seres huma-
nos en movimiento; tenemos varios ejemplos en los que un grupo
de veinte o treinta obreros, de dilerentes gremios mecánicos, se
dirigían de ciudad en ciudad pidiendo permiso para trabajar ...60
La experiencia de la década de 1840 condujo a un cambio im-
portante: la difusión de la asistencia ordinaria a los parados . .Es evi-
dente que el cambio no se debió a unas razones financieras, porque el
coste del sistema de trabajo ambulante no era alto por persona,61 y
resultaba más fácilmente complementable, mediante colectas locales
y la hospitalidad privada, que la paga por desempleo a quienes per-
manecían en su lugar de residencia. Parece más bien que el paro
masivo de esos años hizo sentir por primera vez a los obreros agre-
58. Centenary souvenir. . 64 · J. B. Jefferys, Tbe slo'J ~f tbe engineers, 1945, pp. 19-21.
59. Typograpbical drcular, febrero 18.9 1, P: 10, ?onde se atan ~ actas ~e
la reuni6n de delegados de 1842 de la ~ruón T1pográ6~ del Norte. $1~ se 01D1te
a los cajistas de Londres, la carga ocasionada por d sistema ambulante resul-
taba proporcionalmente aún mayor.
60. Higenbortam, loe. d t.
61. Typouaphical drcu/ar, junio 1891, p . 8. Hasta la década de 1880, los
albañiles pagaban 6 peiliques por día como asistencia y calculaban el coste de
una noche de alojamiento en otros 6 peniques.
I
r
1 •
EL .ARTESANO AMBULANTE
miados. cor.rientes, que no solían realizar trabajo ambulante, las in-
63
co~veruen~a~ de un método de asistencia totalmente nómada. Una vez
mas, el Sindicato de Productores de Máquinas de Vapor ilustra el
prob!ema. En 1836 la sección de Londres introdujo por su cuenta
un sistema de pago .por desempleo sedentario, para gran disgusto de
la sede central. Haaa 1847 otras nueve secciones, desde Leeds hasta
~~rtsmouth, habían seguido el ejemplo de Londres. En 1848 la revi-
s1~n del :1leglamento autorizaba formalmente a las secciones a insti-
tuir ese upo.de pagos; en 1851 se lo introducía a nivel nacional como
"11
.
una alternativa para el sistema ambulante.62 Más o menos hacia esa
época los ~didores de hierro introdujeron un pago similar en forma
63
de <~dooat:Jvo». La nueva Asociación de Técnicos Unidos surgió a
I~ vida con,e~e sistema; pero por otra parte su antecesora, los «An-
tiguos Mecarucos», nunca se había apoyado solamente en el sistema
' '
ambulai;te: Y quiz~s ~a haya sido una de las razones por las que se 1
adelanto a la A~octac~on de Fabricantes de Máquinas de Vapor, que
1
er~ un poc? mas ~tJgua. Tambjén la ambiciosa Asociación Tipo-
64
gráfica Naaonal babia abolido el sistema ambulante en la década de j
1~40, i;ero la de?r~sión la hizo quebrar y su sucesora, la Asociación f
Tipográfica Provtnc1al ( 1849), volvió a adoptarlo, aunque con ciertos
recelos. ~asta 1872 la asistencia sedentaria no quedó definitivamen-
65
te estableada, a pesar de que algunas unidades locales -Manches-
ter, Leed~, ~n~es, Llverpool y Sheffield- ya la habían adoptado
con anter1ondad. Incluso la anticuada Unión General d
l · od · e arpmte-
e ·
ros a mtr UJO en 1863, sin duda como resultado de Ja funda ·'
de la más moder~a Asociación de Carpinteros Unidos en 1860. c;~
cos gran~es gremios ambulantes siguieron apoyándose exclusivamente
0
eo ese SlStema, como los albañiles, que lo conservaron hasta este
62. lnfotmes anuales .Y diversas ediciones revisad:is dd Estatuto.
63. Centenary souvemr, p. 36. De inmediato se produ,·0 un drásn· d
censo en las demandas d _e ed d co es-
d e pago por <:lllertn a , que habían aumentado cxa era
amente dada la falta de un subsidio de paro para trabajadores sedent · g ·
anos.
65. Los ~ocumentos del smdicato provincial de impresores correspondien-
tes a este penodo pueden consultarse en las copias manuscritas realizad
S. Y B. Webb y por sus .~ecretarios: Coll. EA, XXX, en la Biblioteca deIXJ.~
~n~n ~~1 ~ Ecodnodm¡_C:; d. all1 el Es.tatuto de 1844 de la Asociación Ti-
&r., ca I aaon Y eoace acerca del sJStema ambulante desarrollado en Ja
reuwon de d~~ados de la Asociación Tipográñca Provincial en 1849.
. f 66. Reuruon de delegados . de la Asociación Tipográfica .P:ovincial l856·
m ormes mensuales de las secaones. - ' '
64 TRABAJADORES
siglo Y cuyos reglamentos incluyen cinco páginas dedicadas a las
«leyes del trabajo ambulante». . ; ; ºd
A partir de esa fecha el sistema ambulante dechno rap1 amente.
IV
Antes de estudiar esa decadencia y las causas de la misma, recor·
demos la movilidad verdaderamente notable de muchos artes~os ~e
mediados de la época victoriana, según muestran las estadísticas . e
sus sindicatos relativas al trabajo ambulante. (Puesto que estos sr;-
dicatos eran mucho más representativos de lo que menud~ se : ª.
supuesto 67 es razonable conjeturar que esas esta~sucas arrOJaD 1u
sobre la;costumbres de los trabajadores no organizados ~e i:s ~e­
mios por ellos abarcados, aunque los mismos pued.'."1 no a b~:t~
t
ya
móviles.) Por ejemplo, en 1872, cuando el ~1stema am .
· .el 6 por ,aento
anestaba declinando y el paro era b aJO, . de los miem-
bros del Sindicato de Fundidores de Hierro. saco taI]~~s de vlaJ ~
. .e
el porcentaje de obreros que hizo lo propio no baJO d':1 10 ~
·ento basta después de 1888. El Sindicato de Sastres Urudos terna
~ 1877 entre el 5 y el 6 por ciento de sus miembros en l~ car~etera,
un sexto de los cu ales regresaron a sus lugares de res1denc1a a6li dese
.
mismo - es dear
ano; · que entre el 4 y el 5 por ciento de los
- a os
edi
al sindicato cambiaron de lugar de trabajo d~ante ese ~? m an-
.
te el sistema ambulante· El porcentaje de taf)etas
. de viaje
cifr sacadas
rela
entre 1869 y 1877 fue aproximadamente el Dllsmo. L~s as . -
ti.vas a los impresores de provincias resultan aun. ~as llamatlv~s;
Entre febrero de 1873 y diciembre de 1876 el smdi~to .extendio
documentos de viaje con un promedio anual apenas infenor a un
25 por ciento del total de sus miembros (aunque un cuarto de ¡/º.s
.
IDlSmOS procedían de cuatro secciones numerosas y de mucha W ·
67 d cálculo realizado por M. Y J. Jefferys: «The wagcs, bours and
d · a. f the skilled engineer in 186b, Econ. H ist. Ret1., 1947, XVII,
tta e customs o , . · dos eran muy represcnta-
~P·29-30. Sin embargo, los l~~::~:d~~e:de º:~:";~os, en las ciudades que
tJvosdel cud1'f g~~ ded Archi~ald Neill (British Associarion, 1875) acerca
d1drcabd; d · ~dicalizadón e del gremio de Ja consttucci~n
de ~radford. ~ara
1 gra .º e de la década de 1890 contamos con los map~eaa~lesCoeslltu
~rmso~el terreno por S. y B. Webb con vistas a su Historia, · ,
1y lLondon School of Economics Library ).
/
r' ,. EL ARTESANO AMBULANTE
65
dez: las de Manchester, Liverpool, Birmingbam y BeHast). Puesto
1 que el itinerario corriente incluía varias estaciones, Ja cantidad total
de asistencias era más grande: en un año próspero abarcaba alre-
dedor del 100 por ciento de los miembros del sindicato.M
No es fácil analizar estas cifras. Algunos obreros deambulaban
permanentemente, como los trabajadores vagabundos de Norteamé-
rica, sobre todo los albañiles, cajistas y fundidores de hierro. De
estos últimos los nómadas permanentes sólo raramente constituían
más del 1O por ciento de los que estaban en la carretera, y después
de 1870 nunca fueron más que el 1 o el 2 por ciento del total de
los afiliados al sindicato, salvo en el año de Ja depresión de
1878-1879. Entre los impresores, gremio cribado por el trabajo even-
' tual, probablemente Ja proporción baya sido más elevada, aunque
J no podemos decir exactamente en qué medida porque sólo el Sin-
dicato de Fundidores de Hierro trató de calcular efectivamente el
nivel de nomadismo permanente. Durante las depresiones económi-
cas viajó un mayor número de obreros. En Ja década de 1860 el
porcentaje de mecánicos en paro que salió a la carretera fue de al-
rededor del 35, y el de los fontaneros aproximadamente el mismo.69
Una cantidad indeterminada de trabajadores -sobre todo de obre~
ros jóvenes- solía vagabundear durante algunos años. No existen
estadísticas, pero se trataba de una costumbre muy arraigada. Geor-
ge Odger, el zapatero de Cornuailes, llegó a Londres después de
10
tales W anderjahre . El joven Robert Knight, que luego fuera diri-
..
~ 68. Informes de la Sociedad Mutua de Fundidores de Hierro, de la Soci~
dad de Sastres Unidos, de la Asociación Tjpográfica Provincial, sobre todo Ja
Circular de la Asociación Tipográfica Provincial, de mayo de 1877. Las cifras
acerca de la situación de los sastres en 1869-1877 procede.a del Daily Chronicle
del 6 de febrero de 1879: se trata de unas cifras comunicadas obviamente por
el sindicato, porque a partir de sus informaciones oficiales DO era fácil calcu-
larlas. La mayoría de esas fuentes se encuentran en Ja Howell Collection del
Bishopsgate lnsritute de Londres. Cabe señalar que los miembros de la Asocia-
ción Tipográfica Provincial no son exactamente los mismos que los de la Aso-
ciación de Ayuda al Viandante, establecida en 1861 para asistir a los traba-
jadores ambulantes de ese gremio. Algunas sociedades locales se afiliaron a una
de ellas pero no a la otra. Sin embargo, esto Do afecta substancial.mente la na·
tu.raleza de las cifras.
EA 69. J. B. Jefferys, op. cit., p . 61. Agradezco a los funcionarios del Sindicato
de Fontaneros por habenne permitido consultar los informes de esa sociedad
para la década de 1860; hacia esa época d sindicato ya tenía desde hacía cierto
'¡';} . tiempo un sisrema de rubsidio de paro para trabajadores sedentarios.
70. The life and labours o/ George Odger, Londres, 1877. •
S. - BOllSB.lWM
 EL ARTESANO AMBULANTE 67
66 TRABAJADORES

CUADRO 2
gente del Síndkato de Caldereros, se fue a «ver el mundo» antes de
vul'ler a su casa en Devon; y no fue el único de su gremio en ha- Desplazamientos de los miembros deL Sindica/o de Fundidores de Hierro
cerlo.71 El mecánico John Burns viajó al África occidental y a Euro- entre 1830 y 1908 16
72
pa antes de volver a Battersea y alcanzar fama polítíca. Incluso entre
(2) (3)
los trabajadores agrarios cabe mencionar el caso de Joseph Arch, Cantidad media de Cantidad media de
quien vagabundeó por el sur de los Midlands y por Gales antes de viajeros asistidos miembros por década,
sentar cabeza; y el del joven George Edwards, quien pasó un año (1) hasta el último sábado repartidos según las cifrns
Período del afio de la columna (2)
andrajosamente en sitios alejados, a unos cincuenta kilómetros de su
pueblo natal.73 F. W. Galton, miembro de un antiguo gremio, registra 1850-1859 77 73 71
la vitalidad de la traclición del trabajo ambulante en una época tan 1860-1869 75 126
tardía como la década de 1890.74 En ese período de rápido desarrollo 1870-1879 60 190
económico algunos obreros también eran seminómadas y dejaban sus 1880-1889 52 232
lugares de residencia por períodos variables o trasladaban a sus fa- 1890-1899 44 361
1900-1908 63 78 295
milias cada tanto, sobre todo los constructores, los artesanos espe-
15
cializados y los trabajadores que ejerdan funciones de supervisión. ('
Tampoco estos movimientos pueden ser medidos con exactitud. En anticuado.79 Como de costumbre, las cifras corresponclientes al Sin-
los pequeños gremios ambulantes tradicionales es probable que casi dicato de Funclidores de Hierro son las más completas (cuadro 2).
todos los miembros hayan recurrido al sistema ambulante alguna vez La cantidad de viajeros disminuyó absoluta y relativamente a lo
en su vida, al margen del viaje motivado por la depresión económi- largo de la segunda mitad del siglo y, si consideramos otro índice
ca. Sín embargo, en todos los gremios existió aparentemente una -el porcentaje de miembros que anualmente sacó tarjetas de via-
clara clistinción entre Ja mayoría, que una vez establecida ya no je- , vemos que la decadencia continuó incluso hasta el período
recurrió al sistema ambulante -salvo en circunstancias muy espe- 1900-1908. La catástrofe de la Gran Depresión sólo logró suavizarla.
ciales-- y una minoría que era más andariega. En realidad nada resulta más revelador que comparar el trabajo am-
Cualesquiera que hayan sido con exactitud los tipos de despla- bulante de los «años oscuros», cligamos, de 1841-1842 con el de
1879. En el primer caso el Sindicato Tipográfico del Norte dio
zamiento que se producían - y éstos son sólo algunas de las moda-
asistencia a una cantidad de viajeros aproximadamente cinco veces
lidades que un análisis inadecuado agrupa indistintamente bajo el l
más numerosa que el total de sus miembros; en el segundo la Aso-
ciación Tipográfica Provincial sólo dio asistencia aproxim~damente
nombre genérico de «tnovilidad de la mano de obra»--, no hay du-
das de que la mayoría de los mismos fueron disminuyendo. Hacia al doble de sus afiliados en calidad de viajeros.80
la década de 1870 George Howell pudo describir el sistema como
~6.. I~ormes del Sindicato de Fundidores de Hierro. Pero hasta 1868 toda
la distnbuo6n de las tarjetas de viaje estaba en manos de las secciones.
71. D. C. Cummings, op. cit., pp. 62, 156. 77. Para los años 1850 y 1852 no disponemos de cifras.
72. W. C. Grubb, John Burns, 1908. 78. Este incremento refleja quizás el desarrollo del paro tecnológico entre
73. Joseph Arch, The story of bis lije, told by himself, 1898, p. 40; G. Ed- alg_unos artesanos fundi~ores, producido por la expansi6n del moldeado a má-
wards, From Crowscaring to W estminster, 1922, p . 27. qwna ;-sectot de traba1adores no organizado por el sindicatcr-, así como las

74. En S. y B. Webb, Hístory o/ trade unionísm, p . 438.
75. R. C. on the housing of tbe working classes, 1884-1885, XXX, 3707,
3754, acerca de esa clase de constructores en Londres, o bien George Lans-
bury, My life, 1928, cap. I, quien se refiere a un caso de familia seminómada
de esa clase.
r
depres1ones de 1903-1904 y de 1908.
79. Conflicts of capital and labour, 1878 1 , p. 141.
8?. 1841-1~2: 1226 miemb~os, ~.036 asistenc~as por trabajo ambulante;
1879. 520? miembros, 11.900 as1stenoas por traba¡o ambulante (incluidos los
~ ~gos de fin do """'"'" dios "" quo ].,, obmoo no W.i•bon).

68 TRABAJADORES
La declinación resulta especialmente palpable en el caso de los '·
r ~ Load.res resulta ilustrativo.84 El tranvía reemplazó
viajes motivados por la depresión. En la década de 1860, el. 35 por
ciento de los técnicos en paro viajaron; en la de 1890, lo hizo sólo
el 10 por ciento; en la de 1900, sólo el 4 por ciento; entre 1910 Y
1914, apenas el 1 por ciento.r.i Entre los miembros del Sindicato de
Productores de Máquinas de Vapor la proporción de trabajo ambu-
lante respecto de la asistencia a los parados sedentarios oscilaba entre
1 a 2 y 1 a 6 en la década de 1850¡ entre 1 a 4 y 1 a 11 en la de
1860; entre 1 a 10 y 1 a 60 en la de 1870; y entre ~ a 15 y 1 a 70
en la de 1880. Todavía más llamativa es la decadenoa en el caso de
los cajistas, gremio tradicionalmente ambulante. Entre 1880 .Y 1889
la asistencia a los trabajadores ambulantes alcanzó una cifra del
20 al 40 por ciento de la asistencia total a los parados; entre 1890
y 1899 esa cifra sólo fue del 6 al 20 por ciento; entre 1900 Y 1906
nunca fue mayor del 9 por ciento y llegó a bajar hasta el 5 J?Or
ciento. ~l trabajo ambulante se extinguió rápidamente entre lo~ ~- ('
presores.82 Mientras la ayuda al trabajador ambulante fue la ~mea
forma de subsidio por paro, esa tendencia se mantuvo hasta oerto
punto disimulada. Esto .resulta bastante evidente si se tiene. en cuen~
la velocidad con que la asistencia a los pa.rados sedentarios supero
a su rival más antiguo. Entre los miembros del Sindicato de Fonta-
neros, que en 1901 volvieron a introducir la asistenci~ a los par~dos
sedentarios, evidentemente porque comenzaban a sentu la necesidad
de alguna clase de ayuda a los parados,83 desde el comienzo ésta fue
veinte veces mayor que la asistencia al trabajador ambulante.
Tal disminución del sistema ambulante no significa necesariamen-
te una disminución Je la inovilidad. A partir de la década de 1880, l
por ejemplo, el desarrollo del transporte urbano posibilitó -en todo
caso para los trabajadores más acomodados- la búsqueda de traba-
jo dentro de un mercado más amplio sin cambiar autom~tic~mente
de lugar de residencia cada vez que se buscase o se cons1gu1ese un
trabajo al que no se podía llegar a pie desde casa. El caso de
81. J. B. Jeffe.rys, op. cit., p. 128. . . . al sistema ambulante de larga distancia. Por ejemplo, en 1892, pasó por los
82. Informes semestrales de la Asociación Tipográfica Provmaal; informes
anuales del Sindicato de Fabriaintes de Motores de Vapor.
83. Uni6n de Obreros Fontaneros, 2.º Informe Trimestral, 1900: «Antes,
cuando los obreros tenían empleo, existía un deseo general de conservar sus
servicios durante un lapso raronable. Ahora, en cambjo, .es eviden~e q_ue . ~ al.-
gunos casos los obreros son tomados un día y despedidos al d1a SJgutente».
Ibid., 2.• Informe Trimestral, 1902.
EL ARTESANO AMBULANTE 69
al trabajo ambu-
lante. Esa disminución tampoco significó necesariamente una decli-
nación de la movilidad de larga distancia. Los sindicatos «de nuevo
tipo» que introdujeron la asistencia a los trabajadores sedenta.rios
en paro, también introdujeron unos métodos para trasladar a los
trabajadores de los sitios inactivos a Jos activos, métodos más efica-
ces que los aza.rosos sistemas ambulantes. El sindicato de técnicos,
el de fabricantes de máquinas de vapor, el de caldereros, el de fun-
didores de hierro, el de carpinteros unidos y otros sindicatos desa-
rrollaron planes para pagar o para adelantar los gastos de ferrocarril
de sus miembros, cuando éstos se dirigían a trabajos que estaban ale-
jados; 85 los carpinteros trataron incluso de converti.rse en agencia
nacional de intercambio de mano de obra para todo el gremio.86 En
general estos dispositivos no lograron muchos éxitos -en realidad,
al igual que el subsidio por emigración, que se popularizó en ese
mismo período, eran interesantes sobre todo como signos de la ere·
·- ciente adopción de ideas económicas ortodoxas-, pero tampoco ca-
recieron de importancia.
Además, los factores que provocaron esa decadencia resultaban,
al menos en parte, compensados por otros. Probablemente esto sea
menos cierto en el caso de la modalidad más importante de trabajo
ambulante -el viaje moúvado por la depresión-, que tendió a dis-
minuir de una manera bastante constante, salvo en los años catas-
tróficamente malos.87 Por otra parte, en el caso de los obreros jó-
84. El R. C. on tbe housing o/ the working classes analiza algunos de estos
problemas; pero salvo los trenes de obreros, poco sabemos acerca de los cam-
-1 bios en el sistema de viaje hacia el lugar de trabajo anteriores al. s.iglo XL
85. Los carpinteros estaban dispuestos a adelantar el dinero para los viajes
de basta 300 millas; pero durante la Gran Depresión redujeron ese importe a
la mitad (estatutos de Ja Sociedad de Carpinteros y Ensambladores Unidos,
1874, 1886).
86. E. Beesly, The A.malgamated Society o/ Carpenters and Joiners, Lon-
dres, 1867, pp. 5-6.
87. Pero, incluso en este caso, es probable que el sistema ambulante de
corta distancia dentro de amplios conjuntos de distritos wbanos baya sustiruido
seis albergues del sindicato de fontaneros de la región del Tyoe un promedio
de alrededor del 70 por ciento de sus 600 miembros; cada uno visitaba dos o
tres ciudades (Sindicato de Operarios Fontaneros Unidos, 1892, Informes Tri-
mestrales). A menudo este tipo de viajes no quedaban .registrados porque
muchos sindicatos prohibían la entrega de tales subsidios más acá de una cierta
distancia de la secci6n de origen.
70 TRABAJADORES
venes el trabajo ambulante no se limitó a sobrevivir. En primer lu-
gar, la corriente de aprendices desde las áreas de bajos salarios hacia
las de salarios altos se mantuvo firme, más aun cuando determinados
gremios de las ciudades importantes -por ejemplo el de la cons-
trucción- se apoyaron sobre todo en ese tipo de migraciones para
su reclutamiento de anesanos.88 La encuesta realizada en 1897 por
Lawrence 89 revela que varios gremios de Bristol -la gran puerta que
atravesaban quienes procedían de la región occidental donde los sa-
larios eran bajos- estaban compuestos principalmente por esa clase
de trabajadores viajeros, la mayoría de los cuales consideraban esa
ciudad como su primera estación. Por supuesto, muchos de esos
obreros jóvenes habrían viajado directamente de su lugar de residen-
cia hacia esa ciudad, sobre todo si en ella había un núcleo de com-
pañeros o de conocidos que pudiera encontrarles trabajo.90 Por ejem-
plo, el traslado de algunos obreros del yute de Dundee hacia Barrow
en Furness no tardó en convertir esta última ciudad en «una especie
de vestíbulo a través del cual los jóvenes de Dundee salían al mundo ,-
exterior» .91 Por otra patte, el obrero joven era precisamente el más
dispuesto a encaminarse hacia su lugar definitivo de residencia ha-
ciendo etapas, porque cuando estaba cargado con esposa y familia
la vida errante ya no le resulta fácil, y además Ja papeleta, el alber-
gue y la ayuda económica le abrían las puertas del país. Sin duda
en las últimas épocas del sistema ambulante éste era utilizado sobre
todo como una manera de realizar un viaje equivalente al grand tour
del artesano, como solía serlo también el subsidio a la emigración.
Además, con la mecanización de ciertos oficios surgió un nuevo
incentivo para viajar, que fue motivo de amargas quejas durante la
1 el argumento de que los mismos «les permitirían a los miembro:
88. H . Llewellyn-Smith, «InfltIX of population into East London», en
C. Booth, Life and labour, III, pp. 74, 96; N. B. Deatle, Problems of unemploy-
ment in the London building trade, 1907.
89. F. W. Lawrence, Local variations iti wages, 1899. Los resultados de
su encuesta entre los sindicatos se presentan de una manera muy comple1a en
las pp. 5~0, y abarcan a los albañiles, enladrilladores, carpinteros, yeseros,
fontaneros, pintores, cajistas, caldereros, mecánicos, encuadernadores, litógrafos
y fundidores de hierro.
90. H . Llewcllyn-Sm.itb, op. cit., pp. 129 ss., especialmente p. 134. La R. C.
on Poor Law, Apéndice IX, p. Tl.9, afuma terminantemente que la mayoría de
los campesinos que emigraban hacia Londres sabfan ya qué cipo de tareas de-
sempeñarían. Pero esto no excluye un elemento de incertidumbre, como lo
muestra la experiencia de Will Tbome (My life's battles, s. d., pp. 49-53).
91. G. Barnes, From workshop to war cabinet, 1923, p. 20.
EL ARTESANO AMBULANTE 71
• Gran Depresión.92 En lugar de recibir un adiestramiento complete
como artesano, el obrero joven era adscrito al trabajo del obrerc
con carácter de «aprendiz», y recibía sólo una parte del salario. S:
quería ganar el salario de un obrero, tenía que buscarse trabajo er
otro taller o en otra ciudad, en donde sólo contase su capacidad par~
realfaa~ el trabajo, y no el hecho de haber alcanzado o no el rangc
de oficial pleno. Pero, por supuesto, esta clase de desplazamientrn
sólo habría quedado registrado de manera muy incompleta en la!
estadísticas relativas al trabajo ambulante.
V
Sin embargo, a pesar de la existencia de esos factores compensa
torios, parece indudable que el sistema ambulante, en su antigm
modalidad, fue desapareciendo. ¿Por qué?
Consideremos ante todo Ja disminución de los viajes motivado!
por Ja depresión. En determinado momento, entre la década de 184(
y la de 1970, se produjo un profundo cambio de actitud de cari
al paro por parte de los cajistas. En la Conferencia de delegados de
Gremio Tipográfico, realizada en 1849, alguien soscuvo que el sis
tema ambulante era fundamental, porque un obrero con familia nu
merosa no podía trasladarse con facilidad ni emigrar; semejante a.fu
mación presuponía que Ja emigración era Ja respuesta inevitable ant<
la mala situación del grerrúo.93 Treinta y ocho años más tarde, por e:
contrario, los cajistas de Manchester defendieron la idea de los sub
sidios sedentarios por paro, recientemente introducidos, mediant(
permanecer en las diferentes ciudades a la espera de la demanda
de su trabajo, les mantendrían junto a sus familias y les evitaríar
ir ofreciendo, como vagabundos, su trabajo por todo el país»: lo que
de hecho implica la suposición contraria." Con términos tajantes:
92. R. C. . on depressi'!" o/ trade (Pa_rl. .Pap~rs XXII, 1886), p. 8 Sincli·
caro de Mecánicos de Dukinfield), p. 9 (Srndicato de Mecánicos de St. Rollox
Glasgow), p. 12 (Sindicato de Mecánicos de Neath), p. 18 (Sindicato de Fundi'.
dores de hierro de Bury), etc.
93. Reun!ón de delegados de la Asociación Tipográfica Provinóal 1849.
, ?4. Reumón de de.legados de la Asociaáón Tipográfica Provincia( 1872
pagma ! 8. '
72 TRABAJADORES
vemos en este caso la diferencia entre unos obreros que aceptaban
el ciclo industrial como la forma típica de la depresión, tanto na-
cional como transitoria, y otros que no lo aceptaban así. Pero este
último punto de vista era cosa reciente. Como ha mostrad~ Labrous-
se basta bien entrado el siglo XIX, la masa de los uaba1adores no
95
c;nsideró la crisis cíclica como la crisis típica. En todo caso, hasta
la década de 1850 sus efectos estuvieron aparentemente disimulados
por los de ouas clases de crisis, generadoras de un tipo de paro que
00
podía solucionarse sin un desplazamiento por parte del obrer~:
por ejemplo, los cambios tecnológicos que rompieron las forma~ mas
antiguas de artesanado industrial. Además, el sector que ~iamos
denominar no capitalista de la economía siguió siendo amplio du-
rante bastante tiempo y el sector capitalista siguió estando bastante
localizado y diversificado corno para que la ~~ración temp_oraria pa-
reciese una salida viable en épocas de depres1on. El albañil a quien
la depresión había cogido en Norwich podía esperar razonablemente
que encontraría un empleo temporario en las ciudades de East An-
glia; 96 el mecánico podía imaginar que la siguiente ciudad que en-
97
contraría en su trayecto no sufriría de crisis económica. Sólo en
las grandes depresiones se re~elaba el carác~er n_a,cional de. la inac-
tividad y el viajero era arrojado a una mi~rac10~ angustia.da, t~
como lo registran las estadísticas.98 Esto explica la l.Dlportanaa deC1-
siva del papel desempeñado por la hambruna de la década de 1840
en la quiebra del sistema; sin embargo, las condiciones que haóan
plausible el sistema ambulante sobrevivieron en una escala más pe-
queña basta mucho tiempo después. Una vez más, una época cuyo
portavoz fue Cobbett difícilmente podía seguir considerando las de-
i:.- .
95. Cf. su Crise de l'ancien régime; también el valioso capítulo del curso
de la Sorbona, ya citado.
96. Broadhurst, op. cit., cap. U. .
97. Cf. las grandes diferencias locales en cuanto a la pros_pe~1da~, que to-
davía en la década de 1880 se reflejan en las respuest~ ~e los smdica~os a la
R C. on depression o/ Jrade; también las grandes vanaaones de salario entre
localidades vecinas, por ejemplo: Wakdield y Barosley (Coll. EA, lV: Bams-
ley Trades C.Ounc:il, L. S. E . Library).
98. He aquí un caso extremo, ~do en la década de 1840: ~ l.º ~e
marzo de 1848 un cajista sacó una tar¡eta en Londres y regresó ca;s1 un ano
después. Había viajado b1tcia Brigbton y borde~do la co~ta ~~sta Bns~l, tOO>-
rriendo después Birmingham, Liverpool y Carlisle en dtreeoon a Edimburgo,
Stranraer Belfast Dublin y diecinueve ciudades irlandesas; Y regresó a LondJ:es
pasando Por Liv~l, York.shire y Cambádge. Recibió asistencia en setenta c-111-
dades y sólo consiguió trabajo en tres.
EL ARTESANO AMBULANTE 73
presiones como meras interrupciones temporarias de una expans1on
económica triunfal, que pasarían con sólo mantenerse fume durante
algunos meses. Podemos discutir cómo y cuándo se produjo esa tran-
sición, pero difícilmente podemos esperar que la visión optimista
haya gozado de popularidad entre los trabajadores a partir de la
década de 1850.
La actitud tardó en volcarse de manera decisiva. Tanto en la
Gran Depresión como en la depresión del período de entreguerras
encontramos sindicatos que llegaron casi a agotar sus fondos porque
creían que se trataba de depresiones normales, superables a corto
plazo. La tenaz reluctancia a emigrar de los trabajadores de las áreas
de depresión entre las dos guerras mundiales bien pudiera ser un
reflejo de los últimos vestigios de esta fe en la capacidad del sistema
económico para corregirse a sí mismo en cualquier circunstancia. Sin
embargo, sería un error apoyarse exclusivamente sobre esta fe en la
expansión británica. En la medida en que las innovaciones de co-
mienzos de la década de 1850 -paga a los trabajadores sedentarios
en paro, etc.- significaron un reconocimiento del ciclo económico,
las mismas marcaron un paso importante en la educación del mo-
vimiento obrero; el reconocimiento de que la economía capitalista
no era algo que debía ser esquivado, sino algo que había que enca-
rar mediante la comprensión de sus específicas leyes de movimiento.
Esta actitud nueva y más madura hacia el sistema económico ex-
plica en gran medida la disminución del número de parados que re-
currían al sistema ambulante, pero no da cuenta totalmente de la
disminución de otras formas de movilidad de los obreros. Quizá
valga la pena mencionar tres posibles causas de este último proceso.
La naturaleza de la expaosi6n indusuial -por una parte, el
aumento del tamaño del mercado de trabajo y, por otra, el cambio
en el ritmo- desalentó al trabajador ambulante. Las cifras del Sin-
dicato de Albañiles ponen claramente de manifiesto el efecto del
primero de estos factores. En 1849 ese sindicato consideraba que sólo
cuatro ciudades -Londres, Manchester, Liverpool y Birmingham-
justificaban una estancia de más de un día para buscar trabajo. Hacia
1887 las ciudades que se encontraban en esa situación ya eran 48.
El cuadro 3 resume el proceso, tal como se refleja en las diferentes
ediciones de las leyes de trabajo ambulante del sindicato.99
99. Reglamento de Jos obreros albañiles correspondiente a esas fechas.
74 TRABAJADORES EL ARTESANO AMBULANTE 75
CUADRO 3 - 1• trabajo eventual (o, lo que es lo mismo, el subempleo permanente de
Ciudades en que se permitia permanecer más de un día u_n sector de la masa laboral); pero a partir de la última parte del
a los albañiles ambulantes siglo cabe observar una tendencia a la disminución, aunque este
cerna todavía debe ser investigado.
11

Cantidad Observaciones El tercer factor es la creciente especialización del artesano cali-

Año
1849 4 2 días
1853 4 3 días en Londres
1855 6 Vlgor para una parte cada vez menor de la industria. Quizás había
1862 7 algo de egoísmo en las quejas por el hecho de que los albañiles de
1868
1871
1875
11
20
29
) 2 , 3 o 4 días
48
1887
Evidentemente cabría esperar que los albañiles que hacían tra- ('
bajo ambulante se establecieran en una localidad, a1 menos por cier-
to tiempo; que recorrieran distancias más cortas o que fuesen en
forma más directa de un centro principal al siguiente; y que los de
determinado lugar se sintiesen obligados con menor frecuencia a
100
safu a la carretera. La encuesta realizada por Lawrence en 1897
revela también el efecto similar de un ritmo Bojo de expansión, ea
determinadas circunstancias. En ese año se calculó que nueve de once
gremios de Leeds habían reclutado la mayoría de sus miembros en
la propia localidad; en Bradford, seis de siete gremios lo habían he-
cho de igual modo. Pero en Sheffield y Birmingham, que todavía se
encontraban en una etapa más efervescente de expansión industrial,
r -
sólo tres de doce gremios y tres de diez gremios respectivamente
estaban integrados mayoritariamente por oriundos de esas ciudades.
Cuanto más lenta era la corriente de expansión, más pequeña era la
cantidad de artesanos ambulantes que la misma arrastraba.
La segunda fuerza que contribuyó a frenar el desplazamiento fue
la disminución del trabajo eventual, consecuencia inevitable de la
industria competitiva de pequeña escala en el mercado regido por el
laisset.-faire.1º1 Todavía no sabemos basta qué grado disminuyó el
100. Op. cit., pp. 56-79.
101 . W . Beveridge, Unemploymenl, a problem o/ induslry, 1909, cap.
para un análisis general del tema.
ficado. El jd.eal del antiguo artesano, con su formación global, capaz,
como el ant1guo constructor de molinos, de acometer cualquier tarea
d~ su oficio en cualquier lugar del país, sólo pudo mantenerse en
Bradford no pudiesen ser admitidos en el sindicato dado que no
tenían una formación completa, y al ser trasladados a otras ciuda-
des no cabía esperar que se les pagase la tarifa completa; 102 0 acerca
de la formación inferior de los mecánicos procedentes de West
Co~try, ~ de las ciudades textiles de Yorkshire. Sin embargo, esas
~ue1~s teman una parte de verdad. Incluso los obreros cuya especia-
lizacrón no suponía una declinación de su habilidad resultaban afec-
tados. A mediados del siglo xvm los trabajadores laneros calificados
de Yorkshire y de West Country se habían organizado en una fe-
deración; a finales del siglo XIX el Sindicato General de Obreros Tex-
tiles de Yorkshire se negó a organizar a los obreros del Valle de
Stroud, ~ pesar de !as invitaciones en tal sentido: al parecer, muy
poco teman en comun ambas zonas pata ese entonces. En la década
de 1850 los obreros de los astilleros y los otros caldereros estaban
en el mismo sindicato; pero tenían enormes di6cultades para com-
~ren~er s~ respectivos problemas.103 Ya se tratara de una espeda-
lizaoón vrnculada con la formación de los obreros o bien con la
es.tru~tura empres~ial, lo probable es que, en definitiva, baya coo-
tnbwdo a restar ~portand.a ~ sistema ambulante, incluso para
muchos de los antiguos partidarios del mismo.
Pero a medida que los viejos motivos para justificar ese sistema
fueron perdiendo fuerza, la oposición al mismo fue cobrando cada
vez más voz. El sector de trabajo ambulante de un determinado
gremio incluía, junto con buenos obreros de hábitos migratorios
trabajadores eventuales que confiaban en aprovechar los momento;
de mayor demanda en los diferentes sitios, así como una cantidad
V
, 102. C.oll. EA, X, 255 (L. S. E. Library).
103. Cummings, op. cit., p. 61. •
i
76 TRAllAJADORES
muy grande de trabajadores marginales e inferi~r~s al nivel normal,
que eran los primeros en ser despedidos y los úlnmos en. ser con~ra­
tados. Una generación de artesanos imbuidos d: pru~enCI~ Y sent:tdo
del esfuerzo propio fue perdiendo cada vez mas el ~teres por sub-
sidiar a quienes iban reconociendo ya como sus .ove1as n~gras. Ya
en las décadas de 1840 y 1850 se había notado Cierta tens16n ,en~;
los cajistas que hacían trabajo ambulant~ y los que no lo baoan.
Si el sistema sobrevivió durante tanto tiempo fu<: sobre todo po~­
que la cantidad de tr1lbajadores eventuales era sufi~entemente amplia
como para dar origen a unos intereses creados importantes ~:1 tal
sentl·do.. en 1851,ta> la Sociedad Tipográfica de Manchester, sufrto una
d tema de desplazamientos así organizado a las diferencias entre las
gran crisis al tratar de abolir el sistema. Como lo expreso un ora or
en la reunión de delegados de 1856: «conoció obreros que e~taban. en
la carretera desde la época en que eran aprendices. Era imposible
terminar con el sistema ambulante dado el gran número de per~?­
106
najes incorregibles que había en la profesión». Ouo orador di10
que «en todas partes se reconoce que el sistema. ambulante _;u:J-ve
malos a }os obreros buenos».1º7 También era obvio, como senalo el
Sindicato de Yeseros en 1879, que la asistencia al trabajo :"'°bul.ante
beneficiaba al sector andariego del gremio (el cual, cetem !'artbu;,
no constituía probablemente la mejor parte de los obreros ru la mas
deseable), que distaba bastante de co~s~tuir la ~ayorí~. De modo
108
que resulta fácil comprender la hostilidad haoa el sistema ambu- 100
lante que los observadores señalaron en las décadas de 1890 Y 1900.
104. Reunión de delegados de la Asociación T!p.~gráfica Pro~cial, 18~6,
· . d también· cYa conocen ustedes la condioon del ~abaJador aro u·
b~~~El ~to d~ ese tipo de obrero represC?!ª un descrédito para la pro-
fesión cuyo arte ha tardado siete años en a~qwnr ... E~ cuanto cl'.6e,
ha.adores ambulantes no están lejos de ser caaruras perdidas» (reuru n e
lºsd~~
ga~os de 1849). W. E. Adams, Memoirs o/ a social a~om, Londres, 1903, vo-
lumen I, cap. XXXI, retrata alguoos de estos persona¡es. . de la urúformación, como la nueva costumbre de la negociación co-
105 Actas de Ja Sociedad Tipográfica de Mancbester, transcr1ptas en ~D.
EA, x:Xx, pp. 5g.59 (L., S. E. Library); también Manchester Typograpbtcal
Sociely Cenunary Souuemr, Mancbester, 1898.
106. Loe. cit., p. 7.
107. !bid., p. 6. r ¡ al d 1879 Bir
108 Asociación Nacional de Obreros Yeseros, n orm~ anu e . •,
min~, 1880. La paga por paro a trabajadores sedentan?s. cbenefio:ma más
a más miembros de nuestra Asociación, que no pueden via¡ar, que lo que la
paga por viaje beneficia a quienes sf pueden hacerlo»._
109. Beveridge, op. cit., ed. de 19~~· ~P· .241·24'.i Howell, op. cit., pá·
ginas 141-142, para una típica coocepoon smdical ofiaal.
EL ARTESANO AMBULANTE 77
Pocos sindicatos lo abolieron realmente, a pesar de que los tipógra·
fos de Londres y de Escocia lo hicieron antes de finales del siglo;
pero no fue necesario porque poco a poco d sistema fue perdiendo
importancia. De todos modos, pocos fueron quienes deploraron su
desaparición .final en la década de la primera guerra mundial.
VI
Todavía queda una pregunta por plantear. ¿Cómo afectó un sis-
condiciones de trabajo locales? Algunos gremios ambulantes anti-
guos deben haberse aproximado, en su época de apogeo, al ideal
clásico de una mano de obra perfectamente móvil. ¿Acaso el sistema
ambulante no debió provocar, pues, una nivelación de las condicio-
,.
l
nes de trabajo en el área por él cubierta? Desgraciadamente no hay
'
ninguna forma de probarlo. En primer lugar, las «condiciones de
trabajo» a las que cabe atribuir la elección de un obrero entre di-
ferentes trabajos, abarcan una gran cantidad de variables, de las que
sólo una o dos -tarifas normales por tiempo trabajado o por pieza
producida, o bien horas de trabajo normales- resultan fácilmente
comparables. Consideradas por separado, esas variables pueden re-
sultar más equívocas que reveladoras.110 En segundo lugar, las es-
tadísticas de salarios y de horas de que disponemos para la etapa an-
terior al último cuarto de siglo -incluso en el caso de gremios bien
documentados, como el de los impresores- raramente proporcionan
series temporales lo bastante comparables como para apuntalar un
análisis que tenga cierta significación. Por último, los escasos efec-
tos niveladores del sistema ambulante (si los hubo) quedan comple-
tamente tapados por otros factores: algunos, que obraron en favor
lectiva entre las asociaciones de patronos y los sindicatos, que abar-
110. Tampoco las cifra~ acerca de los salarios semanales reales -virtual·
- mente inexistentes hasta 1inales del sig.l~ nos permiten hacer una estima-
ción de otros aspectos muy importantes: la regularidad del trabajo, el control
sobre las condiciones de trabajo y la posición social general que las mismas su-
ponían, las perspectiva:; de promoción social y los factores tradicionales, .ele-
mentos todos que inciden en la elección del trabajador, en los casos en que
tenía la libertad de escoger entre diversas alternativas.
78 TRABAJADORES
caban áreas extensas; m otros, no necesariamente orientados en esa
dirección, como el ritmo de l a expans1on., m . dustn"al.112
Quizás un análisis más detallado podría revelar algunos efectos
medibles del sistema ambulante. Por ejemplo, entre los albañiles no-
toriamente migratorios del norte de Inglaterra encontramos una uni-
formidad ligeramente mayor que entre los enladrilladores, a pesar de
que se trata de una diferencia demasiado pequeña como para re-
sultar significativa. Si dispusiéramos de datos más completos acerca
de los gremios cerrados y calificados más antiguos (que hacia m~­
diados del siglo XIX tenían una tradición bastante larga de traba10
ambulante) quizá descubriríamos una tendencia más marcada hacia la
nivelación de las condiciones de trabaJo. . 113 p ero aunque sea dif'1cil
de medir, no hay que subestimar la influencia del artesano ambu-
lante. Sabemos que éste difundió el sindicalismo al fundar en sus
viajes secciones locales; u4 en realidad, a veces las oficinas centrales
trataron deliberadamente de tender puentes entre estaciones ex-
cepcionalmente distantes fundando estaciones o secciones de asis-
tencia. También sabemos que el viajero funcionó como un vínculo
entre las diferentes áreas, transmitiendo información acerca de las
tasas salariales locales, aconsejando acerca del mejor momento para
lanzar un movimiento de demandas salariales, y que fue como una
enciclopedia ambulante de conocimiento sindical comparativo.us
¿H asta qué grado los «estereotipos sindicales» -fórmulas normali-
zadas de reivindicaciones cuyo contenido era llenado por cada ne-
111. Fenómeno que aún no ha sido estudiado. Industrial democracy no se
ocupa demasiado del mismo; W age~ in practice and theo_ry, 19~8, ~e J. W . F.
Rowe, apenas se remonta más alla de ~906. Pero en md'!s~1as ~portantes,
como la construcción naviera, se produ¡eron desarrollos significativos en las
décadas de 1870 y de 1880. . . . Albañiles (Sección de Londres).
112. Así, entre 1850 y 1870, las tarifas semanales por tiempo traJ>:i¡ado de
los cajistas eventuales del noreste se incrementaron con mucha rap1dez; en
cambio las del sudeste rural aumentaron muy poco. C.omparados con estos
grand~ movimientos, los pequeños e~ec:tos d~ los desplaz~entos realizados
con el sistema ambulante resultan cast imposibles de deternunar.
113. Por ejemplo, E. Kiddier, op. ~t., p. 124; Pero se trataba de_ precios
por pie-La producida, siempre más fáciles de uniformar que las tarifas po_r
tiempo trabajado, porque su relación con los ingresos semanales es menos di-
recta.
114. Por ejemplo, de los cajistas de las Potteries, que era una estación ~-
portante entre Lancashire y Birmingham (Coll. EA, XXX, 77, L. S. E. Li-
brary).
115. F. Bower, op. cit., pp. 4546.
EL ARTESANO AMBULANTE 79
gociaáón local- se difundieron a lo largo de las rutas establecidas
por el sistema ambulante?
No lo sabemos; porque las normas de trabajo o las reglamenta-
ciones internas de los sindicatos locales no han sido muy estudia-
das; 116 sin embargo, lo que sabemos resulta sugerente. Las de los
enladrilladores de Sheffield, por ejemplo, fijaban una semana labora-
ble de 49 1/2 horas a comienzos del siglo xx. La mayoría de las ciu-
dades del oeste de Riding tenían la misma semana como norma;
pero esa norma también tenía vigencia a través de los Peninos, en
el valle del Ribble, a lo largo de la costa de Lancashire al norte y
al sur del estuario del Ribble, desde Merseyside hasta Blackpool
y Fleetwood; y en una franja de ciudades que se extendía desde el
Ribble pasando por Darwen hasta Bolton. El resto de los albañiles
de Lancashire trabajaban una cantidad bastante diferente de horas:
53 o 54 horas por semana.117 O bien consideremos otra norma de
Sheffield, que asignaba una paga extra para los obreros que traba-
jaban en las alcantarillas, en tareas de depuración de aguas y en los
cañones de las chimeneas. Normas como ésta, cuya forma estaba
bastante estandarizada, sólo aparecieron en los convenios laborales
establecidos en ciertas zonas del país: Yorkshire, East Midlands, el
Noreste (aunque esa clase de pagas no existía únicamente en estas
regiones).us Incluso podemos observar el desplazamiento de dichas
normas: por ejemplo, llegaron a la región del Tyne haáa 1890.119
¿Hasta qué punto la corriente de artesanos ambulantes, que se des-
plazaban a lo largo de unas rutas habituales, determinó las direc-
r _. 116. ~.colección más accesible, en forma impresa, de estas normas, es la
de los albañiles, que se encuentra en la Biblioteca de la London School of
Economics; a la que cabe añadir el Boletín Gremial de la Sociedad de Obreros
117. Detalles en «Standard Time Rates», 1909. En algunas ciudades sólo
se trabajaba 49 horas.
118. Normas de Trabajo de la Sociedad de Obreros Albañiles (Sección de
Londres) en Jarrow, Hull, Loughborough, Newcastlc and Gatesbcad Sheffield
Bridlington, Leicester, Llncoln, Nottingham, Sunderland. En Plymo~th, Por~
mouth, Redditch y Rotherham existían normas similares, pero se aplicaban bási-
camente a cienos trabajos especializados locales: en las chimeneas de las minas
en los trabajos de pesca, en trabajos vinculados con el gremio de la aguja y deÍ
anzuelo: Cabe señalar que la colección de alrededor cincuenta normas que
he analizado, resulta pobre para el sudeste de Lancashire, pero es bastante re-
presentativa de la situación vigente en otras regiones del país.
Je' • 119. En Newcastle aparecieron en 1893; en Sundetland en 1894 como
lo mu""'" ¡., <dkiono; rev;,,da, dcl eotatuto. ' '

80 TRABAJADORES
ciones en que se desplazaron tales fórmulas? Tampoco en est~ caso -> una discusión muy somera.122 Otro debate desarrollado en la misma
lo sabemos, porque resulta difícil seguir sus huellas en medio ~el
surgimiento y de la desaparició~ de las secci~nes locales de los sm-
dicatos. Sin embargo, por deba10 de esa cornente a veces podemos
descubrir, apenas esbozado, el plan b~ico habitu~; quizás en esas
casas públicas que la costumbre estableada ha bauuzado con el nom-
bre de un 0oremio. En 1849 una quinta parte de los albergues de los
albañiles o de sus estaciones de asistencia seguían exhibiendo a
pesar de todo el «Escudo de los albañiles», el «Escudo de los enla-
drilladores» y el «Escudo de los carpinteros». Entre esa fecha y 18?9
el «Escudo de los albañiles» fue utilizado -aunque no necesaria-
mente en forma permanente- por lo menos en veinte ciudades
120
diferentes. Sería conveniente recordar a esos oficiales que se des-
plazaban llevando sus herramientas, que viajaban a lo largo de ~as
determinadas rutas y se presentaban en los albergues establecidos
por la costumbre de generaciones anteriores. . t ' -··
La mayor parte de lo anterior son meras especulac1o~~s. Pero
no tan especulativo es el hecho concreto de que la movilidad no
eliminó ni pudo eliminar ciertas discrepancias locales muy marca-
das, que se daban incluso dentro de regiones poco extensas. ~ caso
de los cajistas resulta ilustrativo. Ni siquiera tenemos que co~d.erar
las variaciones entre las tarifas salariales de los diferentes dis~~~s,
121
que eran muy amplias. Recordemos sencillamente la propos1oon
planteada por la secci§n de Bitmingham en una fecha t_an av:mzada
como 1891, según la cual habría que establecer una tar_ifa unifor~e
para todas las secciones situadas en un radio de seis milla~ a parur
de todo gran centro impresor, distancia .ésta n~da excesiva. Pues ~
bien: la proposición fue rechazada por l!Dpractlcable, después de
120 Estatutos de la Sociedad de Obreros Albañiles, 1849, 1852, 1859. Las
ciudad~ son: Bcistol, Leeds, Penrhyn, Princetown, Aberdare, ~by, Darwen,
Scarborough, Stapleton, York, Bradford-00-Avon, Gran.tham, Liverpoo~, Ret-
ford, Warrington, Neath, Soathport, Old Swan (éBÍfm.U:1gham?), Leamington,
Fisbponds (posiblemente la misma que ~ «Escud?• ~e Bnstol). ~ usaron o~
«Escudos de los Constructores» en Bnghton, Bmrungham, Cardiff, Cbester-le
Stteet y Londres. · l
121. E. Edwards, «The disease and the remedyi. (ensayo ~remiado por a
Sociedad de Cajistas, Londres, 1850), citado en Howe, op. Ctl., pp. 305-~07,
presenta unas cifras salariales muy completas. Ese autor calculaba las tarifas
escocesas entre 12 y 19 chelines por semana; las del none de Inglaterra, entre
18 y 22 c.:helines; ]as del sudeste, entre _18 y 24 chelines; las del sudoeste, de
18 chelines y las de Londres de 25 chelines.
__ __.,,,...
_
EL ARTESANO AMBULANTE 81
reunión de delegados ilustra de una manera más clara las dificulta-
des para lograr la homogeneización mediante la mera movilidad. Se
preguntó si el impresor ambulante debía exigir que se le pagara
según la tarifa vigente en su lugar de residencia cuando la de la
ciudad en que se encontraba era inferior. En teoría todos estu-
vieron de acuerdo en que así debía ser. Pero en la práctica se plan-
tearon toda clase de dificultades. ¿Cómo podían los obreros de Shef-
:field obtener su tarifa en Chesterfield? ¿Cómo podía esperarse que
los impresores de los valles del sur de Gales encontraran los cinco
chelines adicionales por semana para pagárselos a los obreros pro-
cedentes de Cardiff? ¿Acaso no era mejor que el obrero de Man-
chester que estaba en Preston recibiese la tarifa inferior vigente
en esta última ciudad, en vez de recibir el subsidio por paro de
Manchester, que era todavía más bajo?
Sin duda un éxodo masivo desde los centros de bajos salarios
y un flujo masivo de obreros organizados que se negasen a trabajar
por debajo de la tarifa hubiese podido nivelar las condiciones de
trabajo. Pero lógicamente era muy raro que esto ocurriese. Consi-
'
J
deremos el ejemplo extremo de los cajistas, en 1841-1842, cuando
la cantidad de viajeros era el doble del toe.al global de los miembros
de su sindicaco, es decir, aproximadamente, dos o tres veces la
cantidad de miembros que normalmente tenían trabajo. Supongamos
que estos aproximadamente 7 .000 uabajadores ambulantes hubieran
circulado sólo por 40 secciones en vez de por las 72 que había en
1850. Por consiguiente, como promedio, cada sección podía esperar
que recibiría unos tres trabajadores ambulantes por semana, canti-
dad que, en circunstancias normales, no llegaba a afectar el mercado
de trabajo local.w El mismo hecho de que el sistema ambulante bien
122. Asociación Tipográfica, Actas de la Reunión de Delegados, Manches-
ter, 1891, pp. 67.(,8, 75-76. Resulta bastante típico, que el problema de Bir-
mingbam haya surgido a partir de una sentencia de arbitraje que wndicionaba
un aha en las tarifas a ahas similares en las ciudades de los alrededores, donde
la paga era inferior. Birmingham lanzó de inmediato una campaña local de
agremiación (Coll EA, XXX, pp. 73-75; Coll. EA, IV, p. 118 (DudJey], pá-
ginas 294-298 fWest Bromwich, Oldbury, Smetbwick]).
123. Pero la presión pudo haber sido mucho peor. Un infonna.nte de
]. Dunlop, Drinkillg usages o/ Jbe United Kingdom, Londres, 1844 ', p. U2, se
refiere a una sección del Sindicato de peletexos, integrada por vrinticinco miem-
bros, que recibió hasta treinta Lrabajadores ambulantes por mes; sin duda ello
debió ocun:ir en 1841-1842.
6, - HOBSBAW.U
82 TRABAJADORES
organizado diseminara a los obreros excedentes como una capa del-
gada sobre un área amplia, medida de carácter defensivo, dificultó
la utilización del sistema con fines agresivos. Además el flujo de tra-
bajadores ambulantes no se difundió de una manera pareja a través
de una especie de llanura, sino que tuvo que pasar por una cantidad
reducida de canales estrechos: los patronos locales. Aparte de la
construcción y de la contratación, donde una multitud de pequeñas
fumas y de trabajos eventuales, o bien una cantidad menor de
empresas muy amplias, hacían más fluidas las condiciones de traba-
jo, u• eran muy pocas las posibilidades de lograr una nivelación
importante de los salarios mediante la mera movilidad. Sin duda,
que los artesanos ambulantes estaban dispuestos a desplazarse desde
los centros menos atractivos hacia los más atractivos. Una parte
bastante grande de ellos estaban preparados, al menos a partir de
cierta altura de su carrera, para comportarse como hombres eco-
nómicos. Pero su habilidad en tal sentido dependía de la capacidad t
de absorción de la ciudad en la que deseaban trabajar. Salvo que se
produjese una repentina expansión del conjunto de la industria im-
presora de Birmingham, los cajistas de Smethwick o de Halesowen,
cualesquiera que fuesen sus deseos, sólo podían desplazarse hacia
donde había vacantes de trabajo. Por consiguiente, en los casos
en que esa nivelación se produjo, debe de haber sido suave, gradual,
a largo plazo y no muy pronunciada.
Dadas las condiciones vigentes a mediados del siglo, aunque esas
grandes expansiones se produjeran, no era fácil implementarlas para
provocar una nivelación general y sistemática de las condiciones de
trabajo. Los cajistas contemplaron la posibilidad de utilizar la abro- C ,
g?ción de los impuestos sobre los periódicos, lo que presumiblemen-
te provocaría la fundación de numerosos periódicos provinciales, para
establecer una tarifa nacional. Pero sólo se conside.r aron capaces de
sugerir un incremento porcentual uniforme sobre cualquier tarifa
que tuviese ya una vigencia local.125 Los caldereros --en su período
de laissez-faire- tuvieron incluso que echarse atrás. Su plan origi-
124. Rowe, op. cit., pp. 65-67.
125. Slatter y Hackett, The T ypograpbical Association, a fi/ty years record,
1899, p. 39. No mucho mayor fue el progreso logrado en la uniformación de
las tarifas por pieza producida emprendida en 1891 (reunión de delegados, pá-
ginas 8, 52-53). Sólo se recomendaba establecer una correlación local con las
pagas poI tiempo trabajado.
EL ARTESANO AMBULANTE 83
r
"' nal para establecer unos métodos uniformes de pago por horas ex-
traordinarias y por turno nocturno a lo largo de todo el país se
derrumbó ante la hostilidad manifestada por las secciones locales:
entre 1842 y el comienzo de la negociación por distrito y nacional
m las décadas de 1870 y 1880, cada localidad conservó su autono-
126
mía total. Salvo dentro de algún mercado de trabajo local muy
restringido, no fue el mecanismo del mercado libre lo que niveló las
condiciones de trabajo Gran Bretaña. en
(1951)
PosT SCRlPTUM
Hasta la publicación de este artículo no existía ningún estudio siste-
mático acerca del sistema de trabajo ambulante, pero varias hlstorias de
·' los sindicatos y de otras organizaciones publicadas con posterioridad pro-
porcionan detalles adicionales. Cf. en particula:r The Typographical Asso-
ciation, de A. E. Musson (Oxford, 1954), donde se analiza el tema de
manera completa y con talento, como cuadra a toda historia del gremio de
los impresores; d. también The Friendly Societies in Englan 1815-1875,
de P. H. J. Gosden (Manchester, 1961), especialmente las pp. 76-77 y el
apéndice A, que presenta estadísticas sobre el trabajo ambulante y dispo-
siciones para esas sociedades.
/
126. Cummings, op. cit., p. 33. Compárese con las Normas Portuarias muy
uniformadas para la reparación de barcos y los trabajos de mantenimiento, de la
década de 1890.
t;. 7

~ unos reformadores, que movilizaron Ja ayuda pública denunciando
5. EL NIVEL DE VIDA EN GRAN BRETAÑA
ENTRE 1790 y 1850 1
Hace ya unos treinta años que se viene discutiendo acerca del
nivel de vida durante la primera época del industrfalismo. Entre
los historiadores académicos, al menos en Gran Bretaña, la opinión
clásica acerca del tema, mantenida por investigadores e historiadores t" .-·:
de todas las concepciones políticas,2 fue abandonada cuando apare-
ció la Economic history o/ modern Britain, de Oapham. En la ac-
tualidad es heterodoxo creer que los comienzos del industrialismo
resultaron catastróficos para los estratos más desfavorecidos de la
clase obrera (labouring poor) de éste y de otros países, o tan sólo
creer que su nivel de vida sufrió una declinación. Este artículo se
propone mostrar que la opinión corrientemente aceptada está basada
sobre unas pruebas insuficientes y que existen pruebas bastante
fuertes en favor de la opinión antigua. En la medida de lo posible
me he propuesto evitar la utilización del tipo de pruebas (informes
de las Comisiones Reales, relatos de los observadores) que han '( ""'
sido criticadas por tendenciosas y no representativas. En realidad
dudo de que esas pruebas no sean fidedignas. Resulta peligroso re-
chazar el consenso de unos contemporáneos informados e inteligen-
tes, la mayoría de los cuales, como lo admiten incluso ciertos crí-
ticos,3 adoptaron Ja opinión negativa. Es ilícito suponer que incluso
1. Agradez.co al personal de Jas bibliotecas de la Aduana, GoJdsmith y de
l~ Escuda de Higiene y Medicina Tropical, por la ayuda que me han propor-
oonado, y al profesor T. S. Asbton y al señor John Savile por sus criúcas y
comentarios.
2. Cf. la lista presentada por J . L. Hammond en «The Industrial Revolu-
tion and discontent», Econ. Hist. Rev., TI (1930), pp. 215-228.
3. T. S. Ashton, «The standard of life of the workers in England, 1790-
1850., J. Econ. Hist., suplemento IX (1949), pp. 19-38.
t ¡I
EL NIVEL DE VIDA ENTRE 1790 Y 1850 85
algunos ejemplos dramáticos de un mal general, no estuvieran lu-
chando efectivamente contra un mal general. Pero Ja posición clásica
~uede sustentarse, hasta cierto grado, sobre unas pruebas cuantita-
nvas; de 1?od~ ~ue, para evitar una discusión fuera de propósito,
me apoyare pnnc1palmente sobre estas últimas. Por motivos de co-
modidad, llamaremos a la opinión clásica (Ricardo-Malthus-Marx-
Toynbee-Hammond) escuela pesimista, y a Ja moderna (Clapham-
Ashton-Hayek), optimista.
I
_Quizá ~on.venga hacer una observación inicial. No hay ninguna
razon a priorz para que el nivel de vida haya tenido que elevarse
duran~e la primera época del industrialismo. Es casi seguro que se
produ10. una elevación inicial, por causas demográficas,4 pero la mis-
ma debió ser muy leve en realidad y no se mantuvo necesariamente
una vez establecido el nuevo ritmo de aumento de la población.
Cabe re~o~dar que el descenso de la mortalidad -probablemente el
factor has1co del brusco aumento de la población-- no se debió nece-
sariamente a ~n aumento del consumo anual per capita, sino a una
mayor regularidad del abastecimiento: es decir, a la abolición de las ;
escaseces y h~b~ periódicas que constituían el flagelo de las
economías premdustrtales y que diezmaban a sus poblaciones. Pro-
b~blemente el ciudadano de la época industrial haya estado peor
alimentado en un año normal que su predecesor, pero en cambio
lo estaba de una manera más regular.
. , Esto no si~ negar que a la larga el aumento de la produc-
cto?, que excedió con mucho al de la población, haya provocado una
mejora. a~soluta del nivel de vida material. Cualquiera que sea nues-
tra opuuon acerca de Ja posición relativa de los trabajadores com-
parada con las otras clases y cualquiera que sea nuestra teoría nin-
gún estudioso . serio puede negar que la masa del pueblo de la
,.
Europa norocodental estaba mucho mejor en 1900 que en 1800.
Pero no hay razón alguna para que los niveles de vida hayan aumen- .
4. '.f.
McKeown Y R. G . Brown, «MedicaJ evidence relating to English 111
populaaon chaoges», PopuJation Studies, IX (1955 ), p. 119. La conclusi6n for-
mulada en la p. 141 me parett casi inevitable.
86 TRABAJADORES
tado en todas las épocas. Dicho aumento depende de la distribución +- ,_..
entre la población de los recursos adicionales producidos. Ahora
bien: sabemos que en la primera fase del industrialismo a) no existía
mecanismo efectivo alguno que hiciera más igualitaria la distribu-
ción de la renta nacional y sí en cambio varios que la hacían menos
igualitaria, y b) que la industrialización en las condiciones entonces
dominantes requería muy probablemente una distracción de los re-
cursos respecto del consumo más gravosa de lo teóricamente nece-
sario, porque el mecanismo de la inversión todavía era ineficiente.
Una gran proporción de los ahorros acumulados no se invertía di-
rectamente en ningún tipo de industrialización y, por consiguiente,
la comunidad debía realizar un mayor esfuerzo ahorrativo. En paí-
ses con aguda escasez de capital era casi inevitable que eso supusiera
una depresión de los niveles de vida del pueblo. En países como
Gran Bretaña, donde teóricamente se disponía de abundante capital,
ocurría algo semejante, sencillamente porque la mayor parte de ese ~ . ~
capital disponible no se dedicaba a la inversión más útil. Por con-
siguiente, en el mejor de los casos debemos esperar que las mejoras
en el nivel de vida hayan sido más leves de lo que hubiesen podido
ser, y en el peor de los casos no debiéramos sorprendemos si com-
probamos que se produjo un deterioro de dicho nivel de vida.
No hay razón alguna para suponer que en países con una pobla-
ción en rápido crecimiento y con una amplia reserva de mano de
obra rural o inmigrante, la escasez por sí sola haya sido capaz de
provocar un alza de los salarios reales, salvo en el caso de grupos
reducidos de trabajadores. Cabe argüir que la industrialización y la
urbanización siempre provocan automáticamente mejoras en los ni-
veles de vida, porque los salarios industriales normalmente tienden ~ )
a ser más altos que los no industriales o rurales, y los niveles ur-
banos de consumo tienden a ser mayores que los de las aldeas. Pero
a) no nos interesa la renta de un sector de los trabajadores pobres,
sino de su conjunto. No debemos aislar ningún grupo de trabajadores
pobres, por mejores o peores que hayan sido sus condiciones, salvo
que ese grupo constituya la mayoría de la población. Además b) ese
argumento no siempre es correcto. Por ejemplo: mientras que en
muchos otros países de Europa los índices sociales, como el de mor-
talidad y analfabetismo, solían mejorar más rápidamente en la ciudad
que en el campo, en Gran Bretaña no ocurría siempre así. Por últi-
"f.
mo e) -debemos tener cuidado de no interpretar automáticamente
EL NIVEL DE VIDA ENTRE 1790 Y 1850 87
las diferencias cualitativas entre la vida urbana y la rural, la vida
industrial y la preindustrial como diferencias entre «mejor» y «peor».
A menos que hagamos pesar ciertos criterios imponderables en
la discusión, los ciudadanos no se encuentran necesariamente en
mejores condiciones que los campesinos; y, como lo han mostrado
J. L. y B. Hammond, tales criterios imponderables también pueden
hacerse pesar en la parte pesimista de Ja balanza.
Hay que señalar un último punto. Normalmente, los optimistas
tienden a descargar al capitalismo de toda responsabilidad vinculada
con la existencia de esas malas condiciones de vida, cuando admiten
tal existencia. Sostienen que las mismas se debieron a que el desa-
rrollo de la empresa privada aún no era suficiente, a ciertos resabios
del pasado preindustrial o a factores similares. No tengo la inten-
ción de entrar en tales discusiones metafísicas. Este artículo se ocu-
pa básicamente de hechos, no de acusaciones, exculpaciones o justi-
ficaciones. A los historiadores no les incumbe lo que hubiese ocurri-
do si todos los ciudadanos de la Europa de 1800 se hubiesen com-
portado como dicen que deben hacerlo los manuales de economía,
y si no hubiesen e.~stido obstáculos o fricciones. Ante todo les
concierne lo que de hecho ha ocurrido. La cuestión de la posibilidad
de que ocurriera de otra manera corresponde a otro terreno de di~
cusión.
n
Ahora podemos considerar Ja opinión de Ja escuela «optimista».
Su fundador, Clapbam, se apoyó básicamente sobre unos cálculos de
salarios reales, según los cuales estos últimos habían crecido durante
el período comprendido entre 1790 y 1850; en cambio, los con-
temporáneos, y los historiadores que han seguido la opinión de és-
tos, suponían que el pobre se estaba volviendo cada vez más po-
bre. Desde el punto de vista del dinero, esos cálculos estaban prin-
cipalmente basados en las conocidas series de datos salariales ela-
boradas por Bowley y Wood. Desde el punto de vista del coste de
la vida, estaban basadas casi totalmente en el índice de Silberling.5
5. Clapham, Economic history o/ modern Brilain, I, p. 601. Cabe señalar
que d valor de la colección de datos acerca de los salarios monetarios esta-
88 TRABAJADORES
No es exagerado afirmar que la versión de Oapham de la opinión <ti:..
optimista dependía de la solidez o de la fragilidad de los datos de
Silberling.6
Actualmente suele reconocerse que 1as bases estadísticas usadas
por Clapham son demasiado endebles como para soportar el peso
de sus conclusiones; sobre todo en la medida en que el análisis del
período 1815-1840 gúa curiosamente en gran medida alrededor de
la cuestión de si la curva del coste de la vida descendió más brus-
camente que la del salario monetario, admitiendo que ambas ten-
dieron a caer. Es evidente que en ciertos casos extremos -por
ejemplo: cuando los precios caen y los salarios suben o bien en el
caso contrario--- incluso un índice leve puede resultar significativo.
Sin embargo, en tal caso las posibilidades de error son mucho ma-
yores.
Ahora bien: las cifras de que disponemos acerca de los salarios
monetarios son principalmente tarifas por tiempo trabajado para
artesanos calificados (Tucker, Bowley). Sabemos muy poco acerca
de los trabajadores que cobraban por pieza producida. Como tam-
poco sabemos mucho acerca de la incidencia del paro, del sistema
de jornadas reducidas, etc., no podemos considerar nuestras cifras
como un reflejo fidedigno de los ingresos efectivos. (Clapham, dicho
sea de paso, no hace el menor intento por detectar el nivel de paro,
blccida por Bowley y Wood es incuestionable. En cambio cabe preguntarse -in-
cluso a la luz de un intento reciente por rehabilitar el enfoque de Oapham
(Dcane y Cole, British economic growtb 1688-19)9, Cambridge, 1962)-- hasta
qué punto ese enfoque representa Jos movimientos de los ingresos reales (a. dife-
rencia de las tarifas} y hasta qué punto constituye una base para construu: un
índice realista de los salarios reales, ya sea apoyándose en Silberling o bien en
Gtyer-Schwartz-Rostow. Deane y Cole admiten, por supuesto, que el paro in-
cidiría sobre un índice de ese tipo.
6. En pequeña medida, también dependía de la elección del perfoclo. Ac-
tualmente, cuando la mayot parte de los historiadores económicos se inclinarían
a situar el momento del cambio entte el periodo de dificultades posnapoleóni-
co y la ~edad de oro~ de los victorianos más bien antes de lo que solfa estar
de moda -en 1842-1843 más bien que en 1848 y aledaños-, pocos estatían
dispuestos a negar que las cosas mejoraron rápidamente en Gran Bretaña (aun-
que no en Irlanda) a partir de comienzos de la década de 1840 y que la crisis
de 1847 interrumpió un período de progreso en vez de inaugurarlo. Pero el
reconocimiento de que a mediados y a finales de la década de 1840 se produ-
jeron mejoras, no implica que las mismas hayan caract~do también a tocio
el período 1790-1842 o 1815-1842, a pesar de que as1 suden suponerlo a
veces ciertos análisis poco cuidadosos (por ejemplo, Oialoner y Henderson, His-
tory today, julio de 1956).
EL NIVEL DE VIDA ENTRE 1790 Y 1850 89
~ aunque menciona Ja ausencia de datos al respecto. El índice del
volumen 1 de su obra ni siquiera incluye ese término.) Acerca de
amplios sectores de los «trabajadores pobres» (labouring poor) -los
obreros no calificados cuyos ingresos no pueden ser expresados cla-
ramente en términos de salarios monetarios regulares-- nos en-
con~ramos en una oscuridad casi total. Por consiguiente, en la ac-
tualidad no contamos coa nada que pueda ser considerado como un
índice adecuado de los salarios monetarios. Nuestras cifras acerca
d_el coste de la vida tampoco son muy sólidas. Silberling ha sido cri-
tlc~do por Cole, por Judge~ Y: más recientemente, por Asbton, el
mas destacado de los «optumstas».7 Por razones prácticas ya no
resulta seguro, pues, usarlo como base para sacar conclusiones gene-
rales acerca del coste de la vida de la clase obrera. En realidad se ha
pu~~o. en duda, por razones prácticas y no ya metodológicas, la
legitumdad de esos intentos de elaborar unos índices de salarios
.. reales para la primera mitad del siglo XIX. Por ejemplo, las cifras
q~e presenta Ashton. acerca de los precios a) por menor en algunas
oud~des de Lancasb:ire, para el período 1790-1830, no revelan nada
semeJant; ª.la caída d: posguerra que, según Silberling, cabría espe-
5
rar. El mdice establectdo por Tuc"ker para los salarios reales de los
artesanos de Londres muestra que en 1813-1822 se produjo Ja ma-
yor mejora de su situación durante el per(odo 1810-1843.9 Pero,
como veremos, en esos años hubo un estancamiento o una c-aída del
consumo per capita de carne en Londres, y de azúcar y tabaco en el
nivel nacional: hechos éstos que difícilmente apuntalan la hipótesis
de una elevación de los salarios reales.
En defensa de Clapham cabe decir que sus conclusiones fueron
-- . . mu?i~ más caut~losas que las de ciertos vulgarizadores de la opinión
optI.nUsta. Por e:Jemplo, el propio ínclice de Silberling presenta el cos-
te de la vida ~mo bastante estable durante casi veinte años a partir
de 1822, oscilando alrededor de una tendencia nivelada. Sólo des-
pués de 1843 cayó por debajo del nivel de 1822. El índice de Tuc-
ker, que es posterior, muestra que entre 1822 y 1842 los salarios
7.. '?>Je y P~t.gate, The common people; G. D. H. Cole, Sbort history o/
the _Bntish workmg class movement, ed. de 1947; A. V. Judges en Riv. Stor.
Italzana, 1951, pp. 162-179; T . S. Ashton, art. cit.
8. T. S. Ashton, :i."!. cit.
9. R. S. Tucker, e.Real wages of arúsans in London 1729-1935> J. Anur.
Sial. Assn., XXXI (1936), n .º 193. '
 TRABAJADORES
90
reales de los artesanos de Londres sólo en cuatro años superaron el 4'
nivel de 1822 y que la mejora mec:fu para todo el período, incluso
para esos artesanos, sólo fue de al~ededor del 5 o ~ por ciento. Las
dos décadas de relativo estancanuento, en el meior de los casos,
de los salarios reales -situación que R. C. O. Matthews confirma
para la década de 1830- 10 son significativas, aunque no s~elen men-
cionarse en la discusión. De hecho llegamos a la coodusion de que
la interpretación de Clapbam se impuso de una manera tan. _sor-
p rendentemente fácil en virtud sobre todo de la extrema11
debilidad
• •
de la réplica de su principal oponente, J. L. Hammon , qUJen vi:-
d 20.000 consumidores de centeno, no es un cálculo razonable. (Dicho
tualmente aceptó las estadísticas de Clapbam y despla:6 toda la d!s-
cusión hacia el terreno moral y hacia otros campos igualmente m-
materiales. .,
Actualmente sin embargo, las deficiencias de la argumentac1on
de Clapham h~ sido reconocidas y el más serio de los op~stas,
el profesor Asbton, la ha abandonado de hecho, aunqu~ no siempre
se le baya interpretado asi. 12 Asbton se apoya, en cambio, sob~e tres
úpos de argumentos o supuestos. En primer .lugar, sobre diversos
argumentos teóricos orientados a probar que tiene que haberse pro-
ducido una elevación de los salarios reales. En segundo lugar, sobre
unas pruebas empíricas del incremento de la prosperidad material:
por ejemp1o, en la vivienda, la alimentación, el vestido, etc. En
tercer lugar sobre el supuesto infundado -hasta donde podemos
apreciar- de que la parte de la población trabajadora cuyos sala-
rios reales mejoraron tiene que haber sido mayor que la parte de
esa población que no experimentó tal mejora. As~~on reco_noce que
las condiciones de vida de una parte de la poblaoon traba1adora no
mejoraron. No me propongo discutir el primer gruP:° de ar~en­
tos, porque se derrumban si puede probars~ que el ruvel de vida no
mejoró de manera significativa, o no lo hiro en absoluto, durante
los períodos pertinentes.
Quizá valga la pena señalar la debilidad de las pruebas que pue-
de invocar actualmente la opinión optimista, dado que ya no es po-
sible seguirla apuntalando como lo haóa Clapham. Esta opinión se
10. R C. O. Matthews, A study in trade cyde history: economic /luctua-
tions in Great Britain, 1833-1842, Cambridge, 1954.
11. J. L. Hammond, loe. cit., y J. H . Oapham, 1, pp. IX-X. • Mc.Cull.ocb acepta el ~culo de ,Stndatr acerca de los peros en Smithfidd en
12. T . S. Ashton, art. cit., y Econvmu history o/ England: the e1ghteentb
century (1955}, pp. 233-235.
EL NIVEL DE VIDA ENTRE 1790 Y 1850 91
apoya fundamentalmente sobre el tipo de,. pruebas aducidas por Mc-
Culloch -un optimista de la primera época- en 1839, aunque ac-
tualmente la argumentación suele ser menos detallada." Ahora bien:
la argumentación de McCulloch H está construida sobre los siguien-
tes cimientos. La declinación del consumo de cereales morenos a
partir de 1760 y de la comida elaborada con cebada de Cornualles
a partir de 1800 -hecho conocido pero no medidcr-, demostraría
el reemplazo del pan mmeno por el pan blanco. Pero es evidente que
el cálculo de McCulloch, según el cual hacia 1839 sólo quedaban
l sea de paso, su fuente para Comualles is se refiere aparentemente
¡ sólo al área de St. Austell y no a todo el condado.) El incremento
del consumo de carne se demostraría sobre la base del presunto
a~mento del peso del ganado vendido en Smithfield, dado que a par-
J
ttr de 1740-1750 las cantidades reales de animales sólo habrían
aumentado proporcionalmente al crecimiento de la población de
Londres. Pero a), como veremos, la cantidad de animales vendidos
l en Smithfield no aumentó proporcionalmente al crecimiento de la
población de Londres, hecho que probablemente conoció McCulloch
y que al menos un contemporáneo conoció con seguridad.16 Además
7
b). Fussell 1 ha descalificado virtualmente la idea de que ese peso
haya aumentado de una manera notable. Por último e), el cálculo
de McCulloch, según el cual el peso de la carne en canal en esa
época era de 362 kilos, resultó muy exagerado. Otros cálculos lo
.fijan en 302 kilos (1821), 285 kilos (1836) y 290 kilos (Smithfield
1942); 18 por su parte, tanto los carniceros de Braithwaite Pool:
13. T. S: ~shton en J. Econ. Hist. , y Tbe industrial revolution, 1948.
14.
15.
Staluttcal account o/ the Britísh Empire, 1839, Il, pp. 494 ss.
Select Commíttee on Agrículture, Parl. Papers, 1833, V, Q. 3431 ss.
16. ~ndon, ed. de C . .Knight, 1842, 11, p. 318 (capitulo: «Smithfielcb)
c:Ucula el mcrement~ de la población desde 1740-1750 a 1831 en un 218 por
oento, de la pr~uco6n de carne vacuna en un 110 por ciento y de carne ovina
en un 117 por aento. Como el autor también ha advertido que el cálculo de
Dav<;'lan~, según el cual a comienzos del siglo xvm el precio de la res vacuna
habna sido de 370 horas, es probablemente demasiado bajo no resulta fácil
comprender cómo puede llegar a conclusiones tan optimistas' acerca del incre-
mento del consumo per cápita de carne en Londres.
~ 7. G. E .. Fusscll, cThe size of English cattle in thc eighteenth centu.ry»,
Agncultural History, III (1929). ~.P· l~ ss.; también A.gríc. Hist., IV (1930).
1785 sm someterlo a runguna cntica.
18. Select Commíttee on tbe depressed stat.e o/ Agriculture, Parl. Papns,
~ ~

TRABAJADORES
92
(1852) como los de Smithfield, a quienes se consultó en 1856 acerca
del cálculo de McCulloch, también fueron menos entusiastas al res-
pecto.19 Acerca del vestido, la argumentación de McCulloch se apo-
vaba sobre la caída de los precios de los artículos de algodón y no
~obre pruebas directas. En el caso de Escocia, presentó una compara-
ción fiable, aunque ca.rente de justificación estadística, entre e] pasa-
do y el presente. No menciona las patatas, los productos lácteos, y
otras provisiones.
Por consiguiente, su base estadística es exigua y su actitud ten-
denciosa linda con la duplicidad. (Los críticos del industrialismo no
han sido los únicos en elegir las pruebas que más les convenían.)
Los ulteriores investigadores pertenecientes a la escuela optimista no
han ahondado en el examen de las pruebas. Por ejemplo, pareciera
que los datos acerca del consumo de carne han sido totalmente sos-
layados. Incluso el artículo del profesor Ashton sobre el nivel de
vida en el período 1790-1830 -quizás el análisis reciente más com-
pleto y mucho más erudito que el de McCulloch- se apoya en unos
20
datos escasos y dispersos.
Por cierto, esas pruebas son demasiado incompletas como para
apuntalar la hipótesis, al parecer fundamental ~ctualmente para. }a
concepción optimista, según la cual la proporoón de la poblaoon
trabajadora cuyas condiciones de vida mejoraron tiene que haber
sido mayor que el resto. Como hemos visto, no hay razones teóricas
para suponer tal cosa respecto del período que se extiende aproxi-
madamente desde 1790 hasta 1840. Por supuesto, dada la ausencia
de datos adecuados acerca de la estructura de la renta en Gran
Bretaña durante esos años, esa suposición no resulta verificable; pero
lo que sabemos acerca de esta estructura en períodos ulteriores (y en
1821, IX, p. 267; General statistics of the British empire, 1836; Knigbt , op.
cit., TI, p. 325. . . .. d Th
19. Braithwaite Poole, Stat1stics of Brztish commerce, 1852; G . Dod , e
/ood o/ London, 1856, p. 213.
20. Además de las fuentes habituales acerca de salarios (Bowley Y Wood,
Gilboy, Tucker), este arúculo sólo contiene de hecho unos datos acerca de
Lancashirc los preóos extraídos de Rowbonom, del .Mancbester Mercury y del
libro de A. Redford A!ancbester mercbants and foreign trade 1794-1858, 1934,
as{ como una opinión de Tbomas Holmes. Esta última. c?nstituy~ _la única
fuente nueva que defiende de una manera rotunda la oplnlÓn optllDlsta. Por
supuesto, la finalidad del profesor, As~ton en esre articulo no era la de pro-
porcionar nuevas pruebas sino mas bien la de presentar nuevos argumentos.
EL NIVEL DE VIDA ENTRE 1790 Y 1850 93
perío?os para los que se reconoce que la situación era mejor) no
per~te apuntalar dicha hipótesis. Como he tratado de mostrar más
amp~amente_ en o~a parte,21 alrededor del 40 por ciento de la clase
t;abaJadora rndusmal de períodos ulteriores vivía en el nivel de la
líne~ de p~breza, o por debajo de la misma; es decir: en el nivel de 1
subs1stenoa o por de~aj_? del mismo, según las definiciones vigentes
de este concepto. QU1Zas un 15 por ciento baya pertenecido a un
estr_a~~ favorecido que prácticamente siempre se encontraba en una
po_s1aon adecu~d~ para mejorar sus salarios reales. Es decir que el
primer ~rupo v1v1a en un mercado de trabajo permanentemente satu-
r~do, .~entras que el segundo casi siempre se encontraba con una
slluaoon de_;scasez de oferta de mano de obra, salvo en épocas de
gran depres1on. El resto de la población trabajadora estaba situada
entre estos do~ grupos. En la medida en que la opinión optimista
s: basa sobre aertas suposiciones acerca de la estructura de la renta,
solo puede mantenerse si suponemos que en el período de 1790-1850
el estrato favorecido era notablemente mayor, y el pobre notable-
°:1ente :ne?or, que en períodos ulteriores, o bien que al menos las
c:nco .s,eptunas partes del estrato intermedio se encontraban en una
s1tuaaon qu~ tendía a .asemejarse a la de la aristocracia obrera. Esto
no es demasiado plausible, de modo que, hasta que no existan más
pruebas en favor de la opinión optimista, no hay motivos para man-
¡
tenerla-_ Po_r r~ones de espacio, no me propongo ahondar en la
~ompleJa discus1ón acerca de la estratificación social de los «traba- 1
1adores pobres».
. Parece evidente, pues, que las pruebas que aduce la opinión opú-
n:usta no son tan sólidas como suele creerse. Tampoco las razones teó-
1
ricas en favor de la misma resultan arrolladoras. Por supuesto, no '
se excluye que puedan llegar a ser correctas, pero hasta que no se
las ap~tale o se las fundamente mucho más, no parecen existir ra-
zo~es unport~tes para abandonar Ja opinión tradicional. Dado que
existen tam?;én pruebas estadísticas que tienden a apoyar esta últi-
ma concepoon, las razones para mantenerla resultan más poderosas.
,,
'
21. Véase más adelante, cap. 12.
 TRABAJADORES
94
III
Podemos considerar tres tipos de pruebas en favor de la opinión
pesimista: las que se refieren a a) la mortalidad y la salud, b) al paro
y e) al consumo. Dada la debilidad de los datos acerca ?e los sala-
rios y los precios, analizados más arriba, lo más co~vemente es no
tomarlos en consideración-. De todas maneras, las cifras acerca del
consumo real arrojan una luz más confiable sobre la situación de los
salarios reales. Sin embargo, no conocemos bastante la estructura
real de la población como para poder aislar los movimientos .de los
índices de la clase trabajadora respecto del resto de los «traba¡adores
pobres» y de otras clases. Pero esto sólo significaría un pr?bl~ en
el caso de que los índices mostraran una marcada rendenoa hacia la
elevación cosa que no sucede. Puesto que los «trabajadores pobres»
constituí~ claramente la mayada de la población, un indice general
que llegase a mostrar una esta?ili~ad o un. deterioro d~ ~s _con-
diciones de vida resultaría más bien mcompaable con las hipotesis de
una mejora significativa de su situación específica, aunque no ex-
cluiría la posibilidad de ciertas mejoras para una minoría dentro de
esa clase.
A. 1ndices sociales
Los mejores índices de que disponemos son las tasas d~ morta-
lidad (esperanza media de vida, mortalidad infantil, mortalidad. por ,
tuberculosis, etc.), las tasas de morbilidad y datos antropométncos. ...
Lamentablemente en Gran Bretaña carecemos de datos antropomé-
tricos tan fidedi~os como los franceses, así como de algún índice de
salud como por ejemplo el porcentaje de reclutas rechaz.a?os en .~l
servicio militar.22 Tampoco contarnos con cifras de morbilidad utili-
zables. Las sociedades mutuas, cuyos consejeros realizaron algunos
cálculos utilizables acerca de las tasas de enfermedad,n no pueden ser
consideradas como muestras representativas porque, como se sabe,
22. No cabe suponer que los militares b~tánicos de ese ~ríodo, o los re-
clusos, constituyeran una muestra representanva de l~ poblac16~. . .
23. Por ejemplo, F. G. P. Neison, cConttibunons to vital stansucs•,
J. Stat. Soc., VIII (1845), pp. 290 ss.; IX (1846), pp. 50 ss.
EL NIVEL DE VIDA ENTRE 1790 Y 1850 95
estaban integradas principalmente por los trabajadores más próspe-
ros o por los que tenían empleos estables; en todo caso como ha
demostrado Farr (1839),2~ antes de esa fecha no hay p~ebas sufi-
~ente~ b~s,adas en datos procedentes de tales sociedades. Quizá la
mvestlgaaon de los registros hospitalarios nos permita descubrir más
datos acerca de las tendencias de enfermedad, pero por el momento
no disponemos de los suficientes como para sacar conclusiones.25
Por consiguiente, tenemos que basarnos sobre las tasas de mor-
talidad. ~stas tienen sus limitaciones,26 aunque se ha alegado con
bastante razón _que incluso Ja estimación más cruda -mortalidad ge-
neral por debajo de los 50 años- 71 es un indicador sensible de los
niveles de vida. Sin embargo, una tasa de mortalidad elevada o en
aumento, una baja esperanza de vida, son datos que no conviene sos-
layar. No debemos preocuparnos demasiado por las conocidas im-
perfecciones de las cifras con que contamos; en todo caso, no cuan-
-
'
do vemos que surgen determinadas tendencias a lo largo de ciertos
períodos de tiempo. De todas maneras, la peor de esas imperfeccio-
nes, el hecho de que los nacimientos están registrados de una ma-
nera menos completa que las muertes --de modo que las cifras de
m?rtalidad ~anti! de la primera époai resultan exageradas-- pcr-
Dll~e corregir cu.alquier inclinación pesimista. Porque a medida que
me1oran los registros, las tasas de mortalidad consignadas también
descienden automáticamente en los papeles, aunque en la realidad no
deben haber cambiado tanto.
El movimiento general de las tasas de mortalidad se conoce has-
24. ~ J. McCulloch, Statistical acoount, U .
25. Sm embargo, dos series extensas para Doncaster y Catlisle (1850) que
aclir~~en en Reports to the General Board o/ Health, apuntan en la oilima
6
eco n.
26. Con ~teriorida~ a 19'J! la concepción tradióonal del cambio demográ-
fico en ese ¡x;nodo ~a Sido_ ~amente cnticada, especialmente por J. T. Krau-
se, cCh~ges in English fertility and mortality 1781-1850» (Econ. Hist. Rev. XI,
1958). Sm embargo, por el momento todavía se puede estar de acuerdo con
P. Deane Y ~- A. Cole (British economic growth 1688-1959, p . 125) en que
«en la a~alida~ las pruebas no parecen tan arrolladoras como para que co-
nespon~ 10vernr J?Or compJeto el cuadro sugerido por las estadísticas escueus
aunque estas sean indudablemente defectuosas>. '
. 27. S. Sw~oop y K. Uemura, cAn attempt to evolve a comprebensive in- ~
dicator to quantify the component " health, including demographic conditions"»
Wor~d f!ealt h Working Paper N.º 8, WHO/PHA/25 (22 noviembre 1955>'
1
1
mul~pista. J?ebo esta referenda a M. Jeffe.rys, de la Escuela de Higiene y
~( •Mmiana Trop•OÚ de Londus.
96 TRABAJADORES
tante bien. Desde un punto de vista teórico, como el que analizan ,.._
McKeown y Brown,28 resulta prácticamente inconcebible que no se
haya producido un descenso real de Jas tasas de mortalidad por efecto
de las mejoras en los niveles de vida a comienzos de la industrializa-
ción, al menos durante cierto tiempo. Las tasas generales de morta-
lidad descendieron notablemente a partir de la década de 1780 y si-
guieron haciéndolo basta la de 1810; a partir de entonces crecieron
hasta la década de 1840. Esto «coincidió con un cambio en la distri-
bución por edades, favorable a la existencia de una baja tasa de
mortalidad: a saber, un aumento de Ja proporción de habitantes ma-
duros y sanos».29 Por consiguiente, al suponer que durante todo el
período se mantuvo Ja misma composición por edades, las cifras de
que disponemos subestiman Ja elevación real de las tasas de morta·
lidad. Se atribuye esa elevación sobre todo a la mayor mortalidad
infantil y juvenil, particularmente en las ciudades; pero las cifras
relativas a Glasgow en 1821-1835 sugieren que se debió básicamente
a un aumento notable de la mortalidad de los hombres en edad de
trabajar, más pronunciada en los grupos de edad de los 30 a los
60 años.30 Para explicar este hecho suelen invocarse las condiciones
sociales. Edmonds, que analizó las cifras correspondientes a Glas-
gow, observó ( 1835) que «esto precisamente es lo que cabía esperar
suponiendo que la población adulta en aumento poseyera un menor
grado de vitalidad que sus antecesores inmediatos».31 Por otra parte,
no debemos olvidar que las tasas de mortalidad sólo mejoraron de
manera notable mucho más tarde -digamos a partir de las décadas
de 1870 o 1880- y que, por lo tanto, su incidencia sobre los mo-
vimientos de los niveles de vida quizá no haya sido tanta como suele
suponerse. (En otras palabras: a partir de la década de 1840 los
- ... pauperismo son difíciles de determinar, dados los cambios funda-
niveles de vida mejoraron de una manera mucho más suave de lo
que suele suponerse.) Sin embargo, la elevación de las tasas de
mortalidad en el período 1811-1841 tiene evidentemente cierto peso
dentro de la justificación de la opinión pesimista, sobre todo tenien-
28. Loe. cit.
29. T . H. Marshall, 4<Tbe population prob1em during tbc: Industrial Rcvo-
lution», Economic History {1929), p. 453.
30. T . R. Edmonds, 4<Ün the mortality of Glasgow and on tbe inc:reasing
mortality in England~, lAncet, II, (1835·1836), p. 353. Resumido por Farr en
McCulloch, op. cit., II.
31. T. R. Edmonds, ocOn the law of morcality>, lAncet, I, (1835-1836),
página 416.
EL NIVEL DE VIDA ENTRE 1790 Y 1850 97
~ do en cuenta que la investigación moderna -en especial los estudios
sobre Holanda durante y después de la Segunda Guerra Mundial-
tiende a relacionar tales tasas mucho más con el monto de la renta
Y con el consumo de alimentos que con otras condiciones sociales.32
B. Paro
, . Este tema todavía no ,ha sido estudiado suficientemente y no es
facil comprender por que se lo ha descuidado. Aquí sólo quiero
llamar la atención acerca de algunos datos dispersos, que apuntalan
una opinión más bien pesimista.
Aunque poco sabemos acerca del período que se extiende hasta
mediados de la década de 1840, la mayoría de los estudiosos admi-
tirían que el verdadero aspecto de la mejora del nivel de vida de
,,• las clases trabajadoras a partir de entonces no se debió tanto a un
aumento de las tarifas salariales -que a menudo permanecieron no-
tablemente estables durante muchos años- o a una mejora de las
condiciones sociales, como al ascenso de los trabajadores desde unas
careas muy mal pagadas hacia otras un poco mejor pagadas, y sobre
todo a la declinación del paro o a una mayor regularidad del empleo.
De hecho, durante la primera época el paro fue muy grande. Consi-
deremos ciertos componentes y aspectos del mismo.
j
En primer lugar podemos considerar el pauperismo -es decir
el núcleo constante de pobreza-, relativamente poco afectado po; 1
los cambios cíclicos (incluso en 1840-1842).33 Las tendencias del
mentales instroducidos por la nueva Ley de Pobres, pero su exten-
J
1
1
sión resulta suficientemente indicada por el hecho de que a comien-
f
zos de la década de 1840 alrededor del 10 por ciento de la pobla-
ción total estaba constituida probablemente por indigentes. Como ¡
32. El profesor . McKeown, d.e Birm.ingbam, me ha llamado la atención
acerca de estos estudios. La elevaa6n de las tasas de mott.alidad y enfermedad
en Holanda. durante la guerra y su caída después de la misma tienen que
haberse debido ex<=!u.sivament~ a las variaciones en e] consumo de carne, por-
qu~ las otras condiCJones sooales -por ejemplo, la vivienda- no mejoraron
senamente du~ante el período en que esas tasas declinaron.
33. , Por e}emplo, en 581 sindicatos el número de indigentes que estaban
s~s solo se mcrement6 en un octavo desde el trimestre del día de la Amm-
.., oaa6n de 1841 hasta el de 1842: ]. Stat. Soc., VI (1843), p. 256.
7. - HOBS!U.WU
98 TRABAJADORES
comparación, considérese que entre 1850. y 1880 la proporción de • _...,
'f
indigentes nunca superó el 5 o el 7 por aento del total de la pobla-
ción (1850). En la década de 1850 su promedio era del 4 al 9; Y en
la de 1860 del 4 al 6. Los indigentes del período que estamos con-
siderando ~o se encontraban en una situación necesariamente peor
que el resto de los trabajadores pobres, porque Tufnell, en el segun-
do informe anual de los comisionados de la Ley de Pobres, ~alcu-
laba que los trabajadores rurales comían quizás un 30 por oento
menos de alimentos (en peso crudo) que los indigentes. Otro tanto
ocurría en ciudades afectadas por 1a depresión económica, como
Bradford-on-Avon donde en 1842 el consumo medio de carne de la
clase obrera no lle~aba a los dos tercios del mínimo consumido en los
asilos para indígentes.34 • ,
La repercusión del paro estructural no puede ser medida. Los mas
afectados por el mismo solían ser precisamente aquellos artesanos
independientes -trabajadores que realizaban sus tare~ ~era de los ~ 1
talleres o trabajadores de tiempo parcial- cuyos padecuruentos, salvo
en condiciones de catástrofe absoluta, se reftejaban más en una caída
de los precios por pieza producida y en un subempleo, que e;i
una suspensión del trabajo. Los padecimientos del grupo mas
grande de esta clase de trabajadores, integrado por ~en~ ?peraban
con los aproximadamente 500.000 telares manuales (q~ más d~
1.250.000 ciudadanos),36 se encuentran ampliamente atestiguados. S1
consideramos las cifras más modestas presentadas por Gayer, Ros-
tow y Schwartz, y tenemos presente que durante la década de 1830
más de la mitad de esos tejedores abandonaron sus telares, pode-
mos calcular de alguna manera la posible repercusión del paro ~- ·
tructural en ese gremio, aunque por supuesto esto no nos perID1te (. -
en absoluto sacar conclusiones acerca de los otros.
En cuanto a la repercusión de las depresiones cíclicas o de otros
periodos de depresión aguda, contamos con bastantes pruebas acerca
de dos (la de 1826 y la de 1841-1842) y con pruebas incompletas
34. Devizes and Wiltshire Gazelle (13 enero ~~2).
35. Clapbam, Economic bistory o/ modem Bntam, I, _p . 179.. Gayer! Ros-
tow y Schwartz citados por Neil Smclsc:r, Social cba11ge m tbe mdus_tr1al re-
volution (1959),' dan una cifra menor: 240.~ en 1830; pero, como senala Qa~
pham nunca se est2bleci6 un censo de los DllSIDOS.
36. De aaierdo con Smclser, op. cit., p. 138, supongo. que entre el 30 Y. ~
50 por ciento de los telares eran. ~ej~dos por. otros Dllembros ~: la familia
del tejedor; calculo que cada familia tema aproximadamente tres runos.
EL NIVEL DE VIDA ENTRE 1790 Y 1850
acerca de algunas otras.37 Naturalmente, las cifras de que dispone-
99
mos tienden a sobrevalorar hasta cierto punto la miseria, porque las
áreas particularmente malas tendían a atraer más la atención que las
áreas no tan afectadas; sobre todo en el caso de la depresión de
1826, para el análisis de la cual nuestra fuente es el informe de una
comisión de asistencia pública. Sin embargo, las cifras son tan nota-
bles que toleran una deflación bastante grande. Las mismas sugieren
que en las áreas duramente afectadas de Lancashire, entre el 30 y el
75 por ciento de la población total puede haber perdido su empleo l
durante la depresión; en las áreas laneras de Yorkshlre, entre el 25
y el 100 por ciento; en las áreas textiles de Escocia, entre el 25 y 1
el 75 por ciento. En Salford, por ejemplo, la mitad de la población
se encontraba parcial o totalmente sin trabajo; en Bolton, casi un
tercio; en Burnley, por lo menos el 40 por ciento.33
En cuanto a la depresión de 1841-1842 -probablemente la peor
del siglo--, disponemos de cifras más representativas, porque en esa
época se recogió mucha información, no sólo a efectos de la asisten-
cia pública sino también para ser utilizada en la discusión política
(sobre todo por la Liga contra la Ley de Granos). Además, varias
de tales encuestas merecen confianza porque se basan evidentemente
sobre unas investigaciones serias y detalladas realizadas por hombres
de negocio locales con sentido práctico y con mentalidad estadística.
La investigación realizada por Asbworth en Bolton puede resu-
mirse el siguiente cuadro:
37. C.omo C. Chísholm, «ÜD tbe statistical pathology of Bristol and of
Clifton» {Edinburgh Medical and Surgical ]ournal, l.º de julio de 1817, p. 274),
quien cita un censo (o una estimación) realizado por el alcalde en enero de
1~17, ~poca de auge industrial después de una aguda depresión, pero de pre-
aos elevados. En esa fecha, 3.045 personas estaban en paro total o parcial y
la población total era quizá de unos 78500 habit.antes. Si se considera que el
tamaño promedio de la familia era de cuatro personas, aquella cifra podría re-
presentar, por cierto, un 15 por cienco o más de la población.
38. La fuente principal es el Report of tbe Committee appointed al a
public meeting on tbe second o/ May 1826 Jor... relief to the «WORKING
AfANUFACTURERS.>, Londres, 1829. Los Home Office Papers (por ejemplo,
HO 40/19 para 1826, carta de J. W. Paget, Preston on Darwen) contienen
también datos pertinentes.
100 TRABAJADORES

.__.
r EL NIVEL DE VIDA ENTRE

.., cuartas partes dl ~d

1790 Y 1850 10!
CUADRO 1 e os yeseros, bastante mas e la mitad de los enladri-
Paro en Bolton en 1842 39 lladores de Liverpool, casi cinco sextas partes de los albañiles, tres
cuartas partes de los carpinteros, pizarreros, fontaneros, etc., de Dun-
Total de obreros Total de obreros Porceolaje d~ carecían de trabajo, al igual que la mitad de los «peones» y
empleados en completa ú parcialmente de obreros casi tres cuartas partes de las mujeres obreras del distrito de Liver-
Gremio 1836 empleados en 1842 parados pool. El siguiente cuadro resume varias encuestas de esa época:

Obreros textiles 8.124 3 .063 (tiempo completo) 60 CUADRO 2

Herreros 2.110 1.325 (tiempo parcial) 36
Carpinteros 150 24 84 Paro en algunas ciudades en 1841-1842
Enladrilladores 120 16 87
Albañiles 150 50 66 Aptos para Empleados
Sastres 500 250 50 Ciudad ttabajar Tfompo completo Tiempo parcial Parados
Zapateros 80 40 50
LiverpooJ,
FUENTE: H. Ashworth, «Staristics of thc ptes"'...nt depression of tr11de in Vauxhall 4 .814 1.841 595 2 .378
Bolrooit, ]ourn. Stat. Soc., V (1842), p. 74. t - Stockport 8.215 1.204 2.866 4.145
• -r Colne 4.923 964 2.355
1.604
Hay que considerar que el paro de los herreros en este centro indus- Bury 3.982 1.107
trial era más elevado que el promedio nacional para el Sindicato de Oldham 19.500 9.500 5.000 5.000
Fundidores de Hierro, que entonces era aproximadamente del 15 (la mitad
por ciento. del
También en el distrito de Vauxball, en Liverpool,40 algo más del tiempo)
25 por ciento de los forjadores y mecánicos estaban en paro; en Accrington
(textiles) 3.738
Dundee 41 lo estaban alrededor del 50 por ciento de los mecánicos 1.389 1.622 727
Wigan 4 .109 981 2.572
y constructores de barcos. Casi el 50 por ciento de los zapateros de 1563
Llverpool, más de la mitad de los sastres de esa ciudad y dos ter-
cios de los sastres de Londres 42 estaban en paro; sólo 5 de un , .Podríamos añadir otras ciudades a esta lista. (Para tener algunos
total de 160 sastres de Dundee trabajaban a tiempo completo. Tres ~ ".J mdices acerca del paro de los obreros calificados durante este perío-
do, véase el ensayo precedente: «El artesano ambulante», pági-
39. Los porcentajes no toman en cuenta los posibles incrementos de la can· nas 61-73.) 43
tidad de mano de obra producidos a partir de 1836, hecho que lleva a sobre·
valorar el paro. Pero pueden ser útiles para indicar la magnitud del fenómeno. Estas cifras no significan mucho a menos que recordemos lo que
40. J. Fmch, Slalislics of the Vauxhall Ward, Liverpool, Liverpool, 1842; las mismas suponían en cuanto al nivel de vida. En 1842 Clitheroe
se trata de una investigación de primera clase, que presenta unas cifras de paro
para cada estrato de la clase obrera y unas cifras relativas al trabajo de tiempo (población normal: 6.700 habitantes; empleo normal las cinco er:
parcial clasificadas en casos de 5, 4, 3, 2 y 1 días de rrabajo. Incluye a los fábricas principales: 2.500 personas) tenía 2.300 indigentes; Ha-
últimos dos grupos entre los parados; y a los primeros dos entre los empleados. wortb, el pueblo de las Bronte (población: 2.400 habitantes), 308.°"
41. Report of tbe Stalistical Committee appointed al tbe Anti..Corn l.Aw
Conference beld in Lo11don 8-12th Marcb 1842, Londres, sin fecha. Todos los El 20 por ciento de la población de Nottingbam también estaba aco-
datos mencionados en este párrafo, salvo indicaá6n aparte, proceden de este
valioso compendio. 43. Véase más arriba, capítulo 4.
42. Facts and figures. A periodical recÓrd of statislics applied to current 44. Report lo the General B oard of Health: Clitheroc (1850). ibid., Ha
questions, Londres, octubre 1841, p. 29. worth (1853).

<~ •
102 TRABAJADORES
gido a la Ley de Pobres y el 33 por ciento de la de Paisley dependía
de )a caridad.45 Entre el 15 y el 20 por ciento de la población de Leeds
46
tenía una renta semanal de menos de un chelín por cabeza; más de
un tercio de las familias del distrito de Vauxhall, en Liverpool, tenía
una renta de menos de cinco chelines semanales y muchas en realidad
no tenían ninguna renta visible.47 De los 25.000 habitantes de Hud-
dersfield, 3.196 tenían una renta media de 8 peniques semanales por
persona. Todavía en enero de 1843, en Bradford, «muchas de las
personas más respetables habían empeñado desde hada mucho sus
relojes y otros objetos de valor, y no habían podido rescatarlos; Y
la ropa empeñada ahora raramente es rescatada».~ En Stockport
(donde, como hemos visto, el paro llegó basta el 50 por ciento) la
renta semanal media de los que trabajan a tiempo completo era de
7 chelines y 6 IA peniques, y la media de los que trabajaban a tiem-
49
po parcial era de 4 chelines y 7 V2 peniques. • pan y carne había descendido en un 75 por ciento en comparación
Afortunadamente, puede medirse el efecto de tales depresiones ~
sobre el consumo. Fue muy grande. En el distrito de Vauxhall, en
Liverpool, los ingresos totales se habían reducido a la mitad ~m­
parados con los de 1835, el consumo de carne se redujo a la nutad,
el consumo de pan se mantuvo estable, el consumo de harina de
avena se había duplicado y el de patatas había crecido en más de
un tercio.50 En Manchester la declinación de las condiciones de vida
puede ser medida con mayor precisión aún. Entre 1839 (que de
ninguna manera fue un año extraordinario) y 1841 los ingresos de
51
50 tenderos de Salford disminuyeron de la siguiente manera:
1839 1841 (en libras esterlinas)
1J abastecedores . 70.700 47.300
14 carniceros . 27 .800 17.200
10 abaceros 63.800 43.300
13 lenceros, etc. 35.400 22.300
45. StatisticaJ Cornmittee o/ Anti.Corn-IAw League, p. 45.
46. Facts and figures, loe. dt.
47. Finch, op. cit., p . 34.
48. Report o/ tbe Committee ... for the relief o/ the Jistressed manufactu-
rers, Londres, 1844, pp. 19, 41. . .
49. Citado en W . Cooke-Taylor, Notes on a tour in the manufacturmg dts-
tricts o/ Lancashire, Londres, 1842, pp. 216.217.
50. Fmch, op. cit., p. 34.
51. J. Adshead, Distresr in Manchester. Evidence ... o/ tbe stale o/ tbe
1Abouri11g Classes in 1840-1842, Londres, 1842, p. 55.
EL NIVEL DE VIDA ENTRE 1790 Y 1850 103
En la p. 115 se mencionan otras cifras referentes a la declinación
del consumo de carne durante las depresiones. Sin embargo cabe
mencionar un caso particularmente tremendo - aunque considerado
excepcional- en el que se combinaron los efectos de la declinación
secular y de la depresión cíclica: el de Bradford-on-Avon, en el área
lanera agonizante del oeste de Inglaterra (hecho que explica rotun-
damente el apoyo que allí encontraron las tendencias más combatien-
tes del cartismo). En esa trágica ciudad, durante 13 semanas --desde
el l.º de octubre hasta el l.º de diciembre de 1841-, los 8.309 ha-
bitantes consumieron 9.497 libras de carne y 9.437 panes de 4 libras.
Pero de este total, 6.000 libras fueron comidas por 2.400 ciudada-
nos más prósperos y por 409 inquilinos de los asilos para pobres;
de modo que para los otros 5.909 habitantes quedaron sólo 3.088
libras de carne (o sea 8 onzas y 3/a por semana). El consumo de
, con 1820.52
Puesto que sólo una minoría de trabajadores poseía algunas re-
servas con que hacer frente a tales contingencias, para la mayoría el
paro equivalía a hundirse en la miseria. Podían, por cierto, empe-
ñar sus propiedades, y así lo hicieron. Pero esto no altera práctica-
mente la situación. Por ejemplo, en Ancoats y Newtown (Manches-
ter) 2.000 familias (8 .866 personas) tenían 22.417 boletas de empe-
ño en 1842; pero el valor promedio de las mismas por familia era
sólo de 1 libra y 8 chelines. Una muestra más amplia, de 10.000 fa-
milias, no tan próximas al grupo de los muy pobres, tenía un pro-
medio calculado en 2 libras y 16 chelines por boleta de empeño.
( 12.000 familias en la miseria representaban entonces un tercio de
la población.) No es difícil calcular el significado de estas cifras en
cuanto al equipamiento doméstico: según las tarifas vigentes, un
colchón, un edredón, unas mantas y dos sábanas podían ser empeña-
das por un total de 11 chelines y 11 peniques y 1/2 •53 Sin embargo,
si suponemos que la renta familiar era de 10 chelines, incluso 3 libras
de propiedad empeñable difícilmente hubiesen podido asegurar la
subsistencia de una familia en paro durante más de seis semanas.
¿Pero cuánto podía durar el paro? En 1841-1842 podía durar
más de un año, como lo muestran diversos cómputos realizados en
52. Devizes and Wiltshire Gazette (13 enero 1842).
53. J. Adshead, op. cit., pp. 18-24.
104 TRABAJADORES
54
1843. Pero aunque supongamos que un obrero haya estado en paro
durante 6 meses y haya sido capaz de sobrevivir a costa de sus pro-
piedades domésticas durante 6 semanas, no tuvo más remedio que
vivir de Ja asistencia pública o endeudarse o ambas cosas a la vez.
Y suponiendo que su crédito con los tenderos locales baya valido
para un par de meses, todavía tenía que devolver, digamos 8 libras,
cuando volviese a tener un trabajo de tiempo completo, lo cual (con
un promedio de devolución o de rescate de 2 chelines por semana)
prolongaría los efectos del paro sobre su nivel de vida durante otros
18 meses. Por supuesto, estos cálculos son especulativos, pero pue-
den sugerir cuál pudo haber sido el efecto de los cataclismos perió-
dicos a que estaba expuesto el obrero de comienzos del siglo XIX.
Por supuesto, salvo en años como 1839-1842, lo más probable
es que los efectos del paro o del trabajo con horario restringido se
hayan difundido de manera desigual: siempre mayores entre los tra-
bajadores no calificados y entre los trabajadores de los gremios en
decadencia, y menores entre los trabajadores calificados y entre los
dedicados a oficios no afectados por las crisis cíclicas. Por ejemplo,
en 1842-1843 en Burnley, el 83 por ciento de los habitantes que
estaban en la miseria y dependían de la caridad correspondían a fa-
milias de tejedores y peones.55 Mientras que en octubre de 1841 se
afumaba que en Londres casi dos terciós de los sastres estaban sin
trabajo, cuando normalmente era raro que estuviese en paro más de
un tercio, incluso en la estación mala (cifra bastante alta, sin em-
bargo, para un gremio que en 1830 estaba sindicalizado en un 100
por ciento y que había sido capaz de rechazar todas las reducciones
de salarios desde 1815).36 De los parados que trabajaban en las ca-
rreteras de Manchester en 1826, 356 eran peones, en su mayoría
irlandeses, y sólo 89 pertenecían al gremio textil (aunque sin duda
esto se explica también por la gran resistencia de los obreros «res-
petables~ a descender de categoría). Por otra parte, en una muestra
de los «obreros de la clase más pobre» -analizada según los traba-
jadores que recibían asistencia pública en Glasgow durante la de-
54. Parl. Paperr, 1843, XXVII, Factory lnspectors, pp. 313-315. Report
o/ Committee... for tbe relief of the distressed manufacturers, pp. 27-28, 41, 62.
55. Report of Committee ... , p . 62.
56. Facts and Figures, pp. 29 ss. Sel. Ctee. on Manu/acturers' Employ-
ment (Parl. Papers, 18.30, X, p. 226).
EL NIVEL DE VIDA ENTRE 1790 Y 1850 105
presión de 1837- más de un tercio de los «tejedores» eran «sindi-
calistas» .si
Lamentablemente no nos resultan demasiado útiles las estadísti-
cas incompletas de los sindicatos (entre las que se destacan los datos
acerca del paro recogidos por el de fundidores de hierro, que se re-
montan hasta el período que estamos considerando; las cuentas rela-
tivas al «sistema de trabajo ambulante» también nos proporcionan
~gunos da~os_): en parte porque los sindicatos que disponían de me-
JOr~s estadísncas eran demasiado pequeños como para ser represen-
tanvos,. y _en parte también porque esos sindicatos estaban integra-
dos casi siempre por un sector anormalmente próspero de sus res-
pectivos gremios. Por ejemplo: el promedio de paro del sindicato de
fundidores de hierro desde 1837 hasta 1842 inclusive, apenas su-
peraba ~ 13 por ciento (1841: 18,5 por ciento). Por malo que ese
P.r?medio fuese para un gremio de obreros calificados, cuya ocupa-
~ .;- aon ~ra extrem~d~ente próspera, y con respecto a un período tan
amplio como seis anos, es bastante probable que suponga una irifra-
valor~?ón de ~ª.gravedad del paro en 1841-1842; así como quizá
tamb1en del fillDlmo de paro permanente de ese gremip en el mejor
momento de una expansión industrial (por ejemplo en 1836), calcu-
lado en un 5 por ciento. Además, aun sin enmiendas, estas cifras
resultan engañosas, porque no toman en cuenta la duraci6n media
del paro por miembro del sindicato. Afortunadamente el desembolso
del sindicato en concepto de asistencia al trabajador ambulante (que
sí refleja tal duración, porque los pagos correspondían a los días de
paro y no sólo a los obreros en paro) indica la magnitud de tal
error. Así por ejemplo, mientras la proporción entre el paro en
1835 y el paro en 1842 es más o menos de 1 a 2 en cambio la
propo~ción entre la asistencia al trabajador ambulant:, para los mis-
mos ~os., es de 1 a 14. Ningún análisis que soslaye las grandes olas
de misena que sumergieron a vastos sectores de los trabajadores
pobres cada vez que se produjo una depresión económica, puede pre-
sentarse como realista.
El vagabundeo proporciona otro índice poco utilizado del nivel
de paro, porque los trabajadores que estaban en esa situación ten-
dían a deambular en busca de trabajo. El nivel real de vagabundeo
57. C. R. Baird, «Übservations upon the poorest class of operatives in
<l ~ Glasgow in 1837>, Journal Stal. Soc., I, p. 167.
106 TRABAJADORES EL NIVEL DE VIDA ENTRE 1790 Y 1850 107

era suficientemente alto como para horrorizar a los administradores CUADRO 3

de la época de los Tudor, perturbados por la tenacidad de los men-
Tendencias del vagabundeo entre 1803 y 1834
digos. El único «censo» completo de vagabundos, realizado en 1847-
1851 por la polida de la división de Derwent, en Cumberland, re-
Vagabundos de la carretera del
gistraba 42.386 en 1847 (cifra que no incluía a los vagabundos que Gran Norte que árcularon Vagabundos irlandeses que
recibían asistencia pública), 42.000 en 1848 (cifra que si los in- con pases pasaron por:
cluía) y -como prueba de la naturaleza cíclica de este aspecto del Total li? Irlandeses" Middlesex 64 Berks 63 Wilts 64
paro- unas cantidades rápidamente decrecientes en los años subsi-
1803 . ......... 569 (Royston)
guientes: 33.500, 24.000 y 18.000.58 Si tomamos en cuenta a los 1807-1828 ... 540
que no acudían a los albergues comunes rú recibían asistencia públi- 1811-1812 ... 1.014 1811... 7 1811 ... 1.464 301 80
ca, pero probablemente no a los «artesanos ambulantes», que reci- 1815-1816... 2.894 1816. .. 58 1816.. . 1.974 690 121
bían ayuda de sus sindicatos, obtenemos una cifra semanal de alre- 1820 .. ... . .... 7.000 1821... 4.583 1.850 1.148
dedor de 1.000 vagabundos que se desplazaban por esa carretera en 1826... 331 1826... 3.307 2.044 1.811
épocas de depresión económica. No estamos en condiciones de deter- 1831.. . 1.751 1831.. . 9.281 5.428 4510
minar si el cálculo de 13 .000 vagabundos de todo tipo que habrían
pasado por Preston en 1832 59 indica que la información con que
contamos es incompleta o, en cambio, que entre 1832 y 1847-1851 Tales índices de paro pueden incidir directamente sobre la dis-
se produjo un aumento del paro. cusión entre optimistas y pesimistas, como ocurre en el caso del
Sin embargo, es evidente que el vagabundeo tendió a aumentar gremio de la construcción, donde la opinión optimista (Clapham)
desde las guerras napoleónicas hasta comienzos de la década de basada s~bre los «salarios reales», choca .de una manera particular:
1830, en gran medida como consecuencia de la «fluctuación comer- mente ta¡ante con Ja opinión pesimista (Postgate), también basada
cial» llO y en parte por la mayor cantidad de vagabundos irlandeses, sobre pruebas documentales.65 Los salarios relativamente buenos de
es decir: parados nativos de Irlanda, y no cosechadores de estación.61 los artesanos de la construcción están fuera de discusión. Sin embar-
El cuadro de la página siguiente ilustra esta tendencia. g~, el índice de Sbannon para ese gremio 66 revela que el rendi-
mlento, y por consiguiente también el empleo, de esa industria fluc-
~ó de la siguiente manera: unos períodos de rápida expansiód (por
eJemplo, 1~00-1804) dejaron paso a otros de expansión más mode-
rada (~r ejemplo, 1805-1814) y éstos a su vez a otros de depresi6n
(~or e1emplo, 1815-1819). Tanto la última etapa como la interme-
58. Reporl lo the General Board o/ Health: Kuwick, 1852, p. 45. Esta
d!a generaron paro, porque en un~ industria orientada hacia la expan-
disminuci6n se debía en pane a una Ley de Pobres que excluía Ja asistencia sión - y que de todas maneras tlende a generar un exceso de mano
a los vagabundos de larga distancia. de obra, recl~tada al azar según el régimen de la empresa privada-
59. Report o/ Royal Commiuion 011 the Poor Law, App. E. Parl. Papers.
1834, XXXVllI, p. 318.
60. R. C. 011 Poor Law, loe. cit., pp. 305-306: «Nuestros informes anuales 62. V. C. H . Cambridgeshirc, 11, pp. 103-104.
tienden a probar, sin duda, que la gran cantidad de viajeros indigentes se ha 63. Report o/ R. C. on Poor Law, App. E. Par/. Papers 1834 XXXVIII
duplicado en el período que va desde el l.º de enero de 1822 hasta el l.º d e pp. 249-250. , '
enero de 1833. En ese período ha habido una gran fiuctuaá6n comercial y 64. La misma fuente ..In~uye a Jos indigentes de Escocia.
mucha agitaci6n política». (S. S. DunC:an de Bristol.) 65. Oapbam, Economzc hts/ory of modern Britain I p 548 es.._.;alm
61. Select Committee on irisb vagrants, Parl. Papers, io.H , XVI, pági- 13, ~o ta con aires
· d e supenon
· 'd ad ¡ R. W. Postgate The
' builders'
• · • bistory
.---· 1923
ente
na 362 ( 40) señala especialmente que no se trataba de cosechadores estacio- pagma 33. ' ' ,
nales. 66. H. A. Shannoo, «Bricks, a trade indexi., Economica, 1934.
108 TRABAJADORES
un aflojamiento de la expansión es suficiente para dejar sin trabajo
a los obreros marginales. En una era de incipiente industrialización
según el régimen de la empresa privada este efecto será mayor, por-
que los obreros todavía no están habituados a una economía fluctuan-
te y ciega. Así los trabajadores de la construcción de áreas preindus-
triales están habituados a una mano de obra cuyas dimensiones se
ajustan bastante bien al volumen «normal» de las reparaciones y re-
posiciones edilicias y quizás a una expansión gradual de la demanda
generada por los consumidores habituales.67
Ahora bien: es un hecho establecido que a comienzos de la dé-
cada de 1830 los trabajadores de la construcción -incluidos los ar-
tesanos de ese gremio- se volcaron notablemente hacia la militancia
sindical. También tenemos cierta cantidad de pruebas documentales
acerca de la pobreza y la miseria que se abatió sobre ellos. La con-
cepción de Clapham es incapaz tanto de explicar lo primero como de
reconocer lo segundo; en cambio el índice de Shannon explica ambos
fenómenos al sugerir que la industria de la construcción experimentó
en 1820-1824 una breve y tajante expansión, seguida en 1825-1829
por una expansión más moderada y por una marcada depresión en
1830-1843.
Nuestra información procedente de Escocia confirma también la
existencia de un fuerte paro. En Edimburgo, la f!Xpansión de la in-
dustria de la construcción de comienzos de la década de 1820 fue
seguida por un desastre - la cantidad de albañiles que trabajaban en
esa ciudad descendió de cerca de 3.000 a finales de 1825 a poco más
de 100 a finales de 1827- y los años 1826-1832 fueron los peores
por los que pasó jamás ese gremio en Edimburgo. Se afirma que el
promedio de ingresos semanales de cada obrero en esos siete años
era de 11 chelines y 3 peniques. Otros gremios de la industria de
la construcción registran también períodos malos por ese entonces,
aunque al parecer el resurgimiento del sindicalismo a comienzos de
la década de 1830 puso término a los mismos.68 Lo más probable,
pues, es que hacia comienzos de esa década el descontento haya sido
tanto como la pobreza. Este ejemplo muestra con gran claridad lo
67. El caso de los grandes caphales y de las obras públicas es un poco di-
ferente.
68. Carpeta de recortes de periódicos acerca de la condici6n de las clases
trabajadoras en Eclimburgo y Lcith en 1853 y años precedentes, en Goldsflliths'
Collection ·B. 853 (Biblioteca Universitaria de Londres).
EL NIVEL DE VIDA ENTRE 1790 Y 1850 109
peligroso que es apoyarse en unas pruebas que pretenden ser esta-
dísticas al tiempo que se deja de lado otros factores cuantitativos
igualmente pertinentes, los cuales no siempre resultan tan fáciles de
detectar como en el caso del gremio de Ja construcción.
La fuerza de tales argumentos tampoco se limita al caso de los
obreros de la construcción, sino que alcanza a toda clase de oficios
(incluidos los peones y dependientes adscriptos a los mismos) que
pasaron del ritmo de desarrollo económico preindustrial al indus-
trial. Un caso ilustrativo es el de los fabricantes de muebles de Lon-
dres, cuya difícil situación fue descrita por Mayhew y cuya decli-
nación se refleja en el colapso de sus sindicatos y en los convenios
colectivos realizados durante el período que estamos considerando.69
Sin duda los estudios locales revelarían casos similares en otras par-
tes, quizás entre los operarios del metal de Sheffield después del
colapso de su «época de oro» en las décadas de 1810 y 1820. Se
............
,, .- suele olvidar con frecuencia que se produjo una especie de paro
«tecnológico» que no se limitaba sólo a los obreros efectivamente
reemplazados por las nuevas máquinas, sino que afectó probablemen-
te a casi todas ]as industrias y oficios preindustriales que sobrevivie-
ron en la época industrial; es decir, como ha mostrado Clapham, a
una gran parte de los mismos. Sin duda la expansión general del
primer período industrial (digamos, 1780-1811) tendió a reducir el
paro, salvo en épocas de crisis; sin duda las décadas de dificultad y
de adaptación posteriores a las guerras tendieron a agudizar ese pro-
blema. A partir de finales de la década de 1840, tal como he tratado
de mostrarlo en otra parte,iO las clases trabajadoras comenzaron a
adaptarse a vivir de acuerdo con un nuevo conjunto de reglas eco-
nómicas, reglas que reconocieron y -en la medida en que la «eco-
nomía política» y la política sindical eran capaces de hacerlo- con-
trarrestaron. Pero es muy probable que durante el período 1811-
1842 hay~ habido unos problemas anormales y un paro anormal, que
no se refle1an en los índices generales de los «salarios reales».
No sabemos si las investigaciones ulteriores podrán o no apor-
tarnos cifras más adecuadas acerca del paro en la primera mitad del
siglo XIX. Seguramente no serán capaces de medir de manera ade-
69. H. Mayhew, London labour and tbe London poor, III pp. 232 ss
A~ca de una crisis similar entre los sastres, en 1825-1834, d. The Red &pu:
bltcan, I , 23 (1850), pp. 177-179.
70. «El artesano ambulante», supra, cap. 4.
 ~t
EL NIVEL DE VIDA ENTRE 1790 Y 1850 111
TRABAJADORES
110
CUADRO 4 (continuación)
cuada el paro eventual, estacional o intennit~nte, así como. tampoco
el peso del subempleo, a pesar de que el cálculo de salanos reales
Gremios que Salarios Gremios que Salarios
, valioso es precisamente el que toma en cuenta estos factores. trabajaban Salarios semanales trabajaban Salarios semanales
~~iguiente cuadro presenta un cálculo para el caso de Leeds: 10 meses semanales rectificados 9 meses semanales rectificados

CuADRO 4
Zapateros 14/- 11/8 Pintores 20/- 15/-
Fontaneros 23/- 19/2 Planchadores de
Promedio anual de paro y salarios semanales rectificados telas 20/- 15/-
Oasificadores
según ese parámetro, Leeds, 1838 71
de lanas 21/- 17/6 Torcedores 24/- 18/-
Salarios Torneros de la Yeseros 18/- 13/6
Gremios que Salarios Gremios que madera 17/- 14/ 2
Salarios semanales trabajaban Salarios semanales Enladrilladores 23/- 17/3
trabajaban semanales rectificados
12 meses semanales recúficados 11 meses Albañiles 22/- 18/4 Anudadores de
14/8
Tejedores 13/- 10/10 lana 5/- 3/9
Diseñadores Sastres 16/-
24/6 4 Sombrereros 24/- 20/ - Rellenadores de
teniles 24/6 Ensambladores 19/6 17/11 t;; ..:·
lana 5/- 4/6
Cardadores 14/- 11/8
Herreros 19/- 19/- Talabarteros 21/- 19/3 Tintoreros 22/- 16/6
Carreteros 18/- 15/ -
C.Onstructores de Adobadores de Aserradores 20/- 15/-
molinos 26/- 26/- piel 20/- 19/1
Fabócantes de Fundidores de
garlopas 21/- 21/- bronce 25/- 24/1
Este cuadro supone, por cierto, una valoración insuficiente de la gra-
Escopeteros 25/- 25/- Toneleros 20/- 19/l vedad de la situación, porque según los cálculos iniciales los obre-
Mecánicos 24/- 24/- Impresores 21/- 19/3 ros de la construcción de Londres trabajaban sólo durante una tem-
porada de 6 o 7 meses,72 y los cálculos de la época muestran, por
Moldeadores de
hierro 25/- 25/- ejemplo, que dos tercios de los pintores de Edimburgo estuvieron •
22/- ociosos 4 meses por año.73 Sin embargo el cuadro indica cómo habría
Torneros 22/-
que deflacionar unas tarifas salariales teóricas para obtener los pro-
Anudadores de medios reales de ingresos incluso en épocas de relativa prosperidad.
estambres 4/6 4/6 La masa de los gremios no calificados y por definición eventuales no
Preparadores 6/6 6/6 está incluida en esta lista ni en ninguna otra lista disponible. Sin
embargo, quizá valga la pena mencionar el cálculo general hecho por
un observador contemporáneo de probada agudeza y dotado de un
buen sentido de la información estadística.
Henry Maybew no es un informador desdeñable. Y si, como últi-
11

71. cCondition of the town of Leeds and its lnhabitants>, J. Stat. Soc., TI
72. R. Campbell, Tbe London tradesman, 1747. .
1
73. Goldsmitb Collection, B. 853.
(1839), p. 422.
 TRABAJADORES
112
mamente nos recordaba E. P. Thompson en su valioso análisis del
problema del nivel de vida, la «controversia dep~de r~alme~te de
una "conjetura 11 acerca de qué grupo era el que mas. creo.a - aque-
llos que eran capaces de participar de los. be~eficios del progreso
' · 11 "aquellos que quedaron exclwdos - , entonces la con·
ecoDOIDlC0 0 . ., 74
jetura de Mayhew resulta digna de atencion»:
Calculo que las clases trabajadoras abarcan entre cuatro Y ónco
millones de personas y considero que podemos afirmar . ~on cert~
za que apenas hay trabajo suficiente para la colocac1on perma-
ne~;e de ·l~ mitad de nuesttos obreros, de modo qu~ sólo 1.500.00,0
tienen empleos constantes y de tiempo. completo ~entras que mas
de 1.500.000 sólo tienen empleos de tiempo parcial y los res~tes
1.500.000 carecen totalmente de emp~eo y eventualmente cons1gu~
algún día de trabajo por el desplazamtento de algunos de los otros. en un apéndice especial. Como Gran Bretaña no era un Estado bu
No me apoyaré demasiado sobre é~ta u otra.s conjeturas basta e:; :;. de los artículos totalmente importados. Sin embargo, podemos obte
que puedan ser verificadas m.ediante cifr~s, fidedignas. Lamentable~
mente esto todavía no es pos1ble -y qwza nunca lo ~~a- porqu
nuestros datos son demasiado dispersos como para penruttr que d~­
cionemos cualquier índice de salarios reales q~e .decidamos construir· · ningún aumento importante del consumo per capita de varios artícu
Lo único que podemos decir es que el paro aclico fue notahlen;ente
más elevado hasta mediados de la década de 1840 que despues de
esa fecha, porque las cifras establecidas por los sindicatos, de las
que disponemos a partir de 1850 (cifras razonablemente representa-
tivas al menos para un sector de los mecánicos calificados, Y de los
obre;os del metal y de la construcción naval) no revelan nada seme-
jante a las catástrofes consignadas más arriba. Entre 1850 Y 1914, ~ ·'
- -el peor año para cualquier grupo de sindicatos fue 1879, en qu,e el
15,3 por ciento del grupo mecánico estuvo en paro; el peor penodo
que le siguió en importancia con respecto a la gravedad del paro
fue el de 1884-1887, en que el 11,9 por ciento del mism~ g~po se
encontró en paro. El promedio anual de paro para los sets anos de
máxima expansión entre 1850 y 1873 fue del 1,~ por ciento para los
mismos gremios: cifra que supera en mucho mcluso a las de los
fundidores de hierro durante el período anterior a 18.50 Y que son
74 E p Tbompson The making of tbe english working class, 1963, pá·
gina Í50 ~on. quien estoy en Jeuda por haberme recordado la cita de Maybew.
75. London labour and tbe London poor, II, pp. 364-365.
EL NIVEL DE VIDA ENTRE 1790 Y 1850 113
incomparablemente superiores a las de 1841-1842. P or cierto, po-
demos afirmar que las cifras relativas al paro arrojan dudas sobre
los cálculos optimistas que no las toman en cuenta. Pero nuestrm
datos son insuficientes de por sí para probar una interpretación alter·
nativa.
IV
C. Cifras acerca del consumo
El análisis de estas fuentes soslayadas resulta necesariamente has·
tante extenso, de modo que sus aspectos técnicos han sido expuestrn
rocrático, carecemos de datos nacionales oficiales, salvo en el case
ner bastante más información de la que ha sido considerada hast~
ahora. Esa información revela que desde finales de la década de 179(
h asta comienzos de la de 1840 no puede probarse la existencia d<
los alimenticios y en algunos casos sí la de un descenso temporaric
del mismo, descenso que hasta mediados de la década de 1840 ne
fue completamente remontado. Si acaso puede llegar a justificarse de
una manera sólida la existencia de un deterioro del nivel de vidi
durante dicho período, creo que ello se logrará sobre la base de datrn
acerca del consumo.
Puesto que el té, el azúcar y el tabaco eran totalmente impor
tados, las cifras nacionales de consumo que proporcionan puede se¡
divididas por el número estimativo de la población para obtener ur
índice crudo de consumo per capita.76 Sin embargo, observamos qm
Oapham1 a pesar de ser un optimista y de estar enterado de la exís
tencia de las cifras, prudentemente se ha negado a utilizarlas come
un argumento en su favor, porque el consumo per capita absolutc
de ese período fue bajo y los _pocos aumentos que se produjeron re
sultaron decepcionante.mente pequeños. En realidad~ el contraste en
76. La fuente más accesible para estas cihas es Gayer, Rosrow y Scbwartz
Growth and fluctuations of the Britisb economy 1790-1850.
~f .
t¡, 8. - HOBSBAWM
.
114 TRABAJADORES r• EL NIVEL DE VIDA ENTRE 1790 Y 1850 115

tre el aspecto de la curva del consumo antes y después de mediados ._ - ~ El caso de la carne es distinto. Respecto de ella contamos con
de la década de 1840, en que la misma comienza a aumentar de dos índices: las cifras de Smithfield para Londres relativas a todo el
manera tajante, constituye uno de los argumentos más fuertes exhi- período que nos interesa, y el producto de los impuestos sobre el
77
bidos por la parte pesimista. Las tres series muestran por igual una consumo de cueros y pieles a partir de 1825. Las cifras de Smith-
71
tendencia muy leve hacia el alza y después de la década de 1840 un field muestran que mientras la población de Londres pasó de un
alza mucho más tajante, aunque el consumo de tabaco descendió en índice de 100 en 1801 a uno de 202 en 1841> durante el mismo
la década de 1810 (probablemente debido al incremento de los im- período, en cambio, la cantidad de ganado vacuno sacrificado sólo
puestos). La serie del tabaco incluye el consumo en Irlanda a partir aumentó hasta 146 y la de ganado ovino basta 176. El siguiente cua-
de mediados de la década de 1820 y por esa razón es difícil de uti- dro presenta las cifras pertinentes por décadas:
lizar. La serie del té también es difícil de interpretar, porque no
refleja sólo la capacidad de compra de la población sino también la CUADRO 5
tendencia secular a reemplazar las bebidas tradicionales por una
Porcentaje de aumento por décadas de la población de Londres,
nueva. La significación del consumo de té fue muy discutida por los y de la producción de camer vacunar y ovinas en Smithfield
contemporáneos, quienes estaban lejos de considerarlo como el signo entre 1801 y 1851
inequívoco de una mejora de los niveles de vida. En todo caso, ese
consumo sólo presenta cuatro períodos de declinación: 1815-1816, ~
fndicc Incremento por década
1818-1819, una caída notablemente abrupta en 1836-1837, después V ti
-o-e
de un incremento muy marcado, y una caída más leve en 1839-1840. V"'
-e~
o e e:
;a~ "O
o "O
El té fue aparentemente inmune a las depresiones de 1826 y, lo que e:
as u v- ·oe: ºo
-e e: ·o ºo o
~o
es más sorprendente, a la de 1841-1842, lo que hace dudar acerca
de su valor romo indice del nivel de vida. El tabaco no refleja la
depresión de 1836-1837, pero sí las otras, aunque no de una ma-
-5 u
~]

1801
º ·-Q
....
p.¡ as ªª :a
o
p.¡
~a
c3 ~ C!>o
e: e ..!!!
.o
=·::: ~ C!>> "' as~ª
~o
f;i .~
(!> o

1800-1804 100 100 100

nera muy aguda. En todo caso este artículo exhibe un consumo vir- 1811 1810-1812 119 105 119 19 5 19
tualmente estable. El azúcar es el indicador más sensible, aunque 1821 1819-1822 144 113 135 25 8 16
-por varios factores externos- no siempre refleja los movimientos 1831 1830-1840 173 127 152 29 14 17
de los ciclos económicos. Refleja muy bien las depresiones de 1839- 1841 1840-1843 202 146 176 30 19 24
1840 y de 1841-1842. En líneas generales la tendencia al consumo 1851 1850-1852 79 246 198 193 43 42 17 79 ...
de azúcar no superó el pico producido en la época de las guerras ,. :~
napoleónicas hasta bien entrada la década de 1840. En la posguerra
78. Existen .nun;ierosas fuentes impresas al respecto: para el siglo xvm>
se produjo una abrupta declinación; a partir de 1818, una brusca alza Ashron> Econom1c hzstory o/ England, T be eigbteenth century. Además: Home
hacia unos niveles más bien bajos; hasta 1831, una suave elevación o/ Lords Sessional Papers 56 of 1822, cMeat cattle and sheep sold in Smith-
(casi una meseta); y en esa fecha, una declinación igualmente suave fi~d 1790-1821~;. PQTf. P_apers, 1837-1838, XLVII, p. 164; Statistical illus1ra-
/1ons of the BrtttSh emptre, 1827, p. 105; ]. Fletcher, «StatisticaJ account of
o un estancamiento hasta 1843 o 1844. El té> el azúcar y el tabaco thc markets of ~don», J. Stat. Soc., X (1847}, p. 345¡ Dodd, op. cit., p. 241.
no indican ningún alza notable de los niveles de vida> pero esto es Las fu.entes. d.a n cifras semanales. Para las cifras acerca de la población, véase
casi todo lo que cabe deducir de los datos brutos. R. Pnce-W1lliams, «Tbe population of London 1801-188b / . R Stat S
XLVIII (1885), p. 349. ' . .,
, _79. La e!ección de las fechas de referencia para los animales no puede ser
rtgi~a. Por eJemplo, . 1800-1840. se ha elegido porque, por ejemplo, 1800-1820
77. Henderson y Oialoner, loe. cit., borran esta clistinci6n al utilizar las h_ub1ese ~ado una~ cifras anormalmente elevadas y de ese modo hubiese redu-
cifras del consumo de azúcar en 1844-1847 para indicar una mejora que, por a~ la unportanaa del alza producida en la década siguiente. Para la carne
ejemplo, las cifras del consumo en 1837-1843 no revelan. ovma se ha tomado 1840-1842 como fecha de referencia porque la cifra exce~
116 TRAJIA)ADORES f.. EL NIVEL DE VIDA ENTRE 1790 Y 1850 117

Como puede observarse, hasta la década de 1840 el incremento. ,de fe- ~ velocidad que la población, de modo que al parecer la cantidad de
la carne vacuna se mantuvo retrasado con respecto a1 de la poblacron. trigo disponible per capita fue disminuyendo en forma sostenida
La carne ovina también presenta ese retraso -aunque más leve-, desde .finales del siglo XVIII hasta las décadas de 1840 o 1850, mien-
salvo en la primera década. De modo que en general queda prácti- tras que la cantidad de patatas disponible fue devándose con un
camente confirmado que, hasta la década de 1840, se produjo una de- ritmo aproximadamente similar.32 Las mejores cifras para el incre-
clinación del consumo de carne per capita en Londres. mento de la producción de trigo 13 muestran unos resultados bas-
Los impuestos sobre el consumo de 01eros y pieles proporcio- tante estables hasta 1830, un leve incremento de alrededor del 10
nan unas cifras algo más escuetas. (Cuyas fuentes se analizan en el por ciento en la década de 1830 y otro notablemente amplio del
apéndice.) El siguiente cuadro resume lo poco que podemos extraer 40 por ciento a partir de 1840, lo cual corresponde al cuadro de
de las mismas: una mejora muy acelerada de los niveles de vida una vez superados
CUADRO 6
los efectos de la depresión de 1842. De esto se sigue que, cuales-
quiera sean las pruebas documentales, una parte de la población
Producto de los impuestos sobre el com11mo de cueros y pieles tiene que haber abandonado el consumo de trigo presumiblemente
en Londres y en el resto del país a partir de 1801 por el de patatas. La interpretación más sencilla supondría que el
(1800-1801, para los impuestos) = 100 cambio importante del pan moreno a1 pan blanco ya se había P!odu-
<::. _.. cido hacia, digamos, la década de 1790, y que a partir de entonces
Producto Producto se produjo el abandono del trigo; pero esto no explicaría el aban-
Fecha Poblaci6n en el país en Londres
dono del pan moreno en favor del blanco, que casi con seguri-
1801 100 100 100 dad se produjo más tarde en el norte y en el oeste. Sin embar-
1811 114,5 122 107 go, esto último pudo haberse «pagado» con una declinación del
1821 136 106m 113 m consumo per capita en otra parte, lo cual es técnicamente posi-
1825 150 135 150 ble. El consumo medio de pan entre los peones de campo en
1862 era de alrededor de 6 kilos y 112 por semana. Doce condados 84
consumían menos que eso: de 4,6 a 5,3 kilos; seis condados, más de
Sin abundar en el análisis bastante complejo de las fuentes, parece 5,9 kilos; y catorce, aproximadamente el promedio.15 Puesto que el
claro que las cifras no indican ningún alza importante del consumo
consumo básico variaba tanto -entre 4,6 y 6,9, para no mencionar
de carne per capi ta.
Acerca de los cereales y las patatas, artículos básicos de la dieta t-· '""
82. He seguido los cálculos de R. N. Salaman, History and social in/luence
del pobre, también podemos extraer algunas conclusiones. El hecho o/ the pot4to, Cambridge, 1949, apéndice IV, quien analiza las fuentes. Otras
fundamental, como ya lo advirtieron los contemporáneos,81 es que estimaciones, romo la de Drescher ( «The development of agricultura! produc-
la producción y la importación de trigo no aumentaron con la misma tion in Great Britain and Ireland from the early nineteenth cennuy., Manches-
ter School, mayo de 1955) admitían que la producci6n de trigo se desarroll6 con
un ritmo casi similar al del crecimiento de la poblaáón. La opinión de que el
paso del pan moreno al pan blanco ya se había producido en su mayor pane
cionalmente elevada de 1843 hubiese entrañado una sobrevaloración del alza hacia 1790 es refor7.ada por el análisis de P. Deane y W. A. Cole, British eco-
de.cenal. La elección de unas fechas diferentes hubiese alterado levemente los re- nomic growlh 1688-1959, pp. 62-67.
sultados aunque no los hubiese transformado de una manera sustancial. 83. M. J. R. Healy y E. L. Jones, «\Vhat yields in England 1815-18.59»,
79 bi:. Por razones que se analizan más adelante, esta cifra entraña probable- J. R. Stat. S., Serie A, vol. 125, parte 4, 1962.
mente una minusvaloración. 84. El primero es átado por R. M. Hartwell, «The rising standard of
80. Por razones examinadas más abajo, estas cantidades están probable- living in England 1800-18.50~, Ec. Hist. Rev., XIII, 1%1, p . 4U; el segundo
mente subestimadas. procede de John Hogg, London as il is... , Londres, 1837, p. 226.
81. W. Jacob en Select Committee on tbe state o/ agriculture, Parl. Pa- 85. Seis en el sudeste y en el sur; los restantes, industriales. No se dan
pers, 1836, VIII, 1, Q. 2~32. t °" .
.
cifras acerca de otros seis condados del sudeste y del noroeste.
118 TRABAJADORES EL NIVEL DE VIDA ENTRE 1790 Y 1850 119

el 8,.5 de Anglesey- cabe suponer tanto una declinación inicial del _.._ vela que los mismos eran bastante poco elásticos.119 Los pocos pre-
consumo per capita en determinados sitios como una «compensación» supuestos comparables con que contamos para el caso de Eden 90
considerable entre los diferentes condados. Sin embargo no me pro- revelan una pauta de gasto similar, aunque quizás el desembolso en
pongo sugerir ninguna explicación. Lo único que podemos afumar es mantequilla haya sido algo menor que el de carne. De modo que el
que hay que excluir la posibilidad de un incremento en el consumo obrero pobre comía mantequilla y sólo el que se encontraba en la
per capita de pan blanco ea este período que pudiera haberse produ- miseria resultaba imposibilitado de hacerlo. Es probable que el pro-
cido sin detrimento para nadie. El consumo de trigo pudo haber dis- ceso de urbanización haya supuesto un incremento del consumo de
minuido con o sin un consumo adicional de patatas, o bien algunas mantequilla, porque, cuando la crianza de cerdos disminuía y el
áreas pudieron experimentar un alza del mismo a expensas de otras consumo de carne era bajo y errático, debía ser más dilicil encon-
(con o sin un incremento del consumo de patatas). trar otra cosa -por ejemplo, manteca de cerdo o pringue- con que
Carecemos de estadísticas generales acerca del consumo de otros acompañar el pan. Al parecer, el consumo de queso descendió, por-
artículos alimenticios corrientes. Apenas cabe comprobar un descen- que muchos trabajadores urbanos no tenían, o no desarrollaron, el
so del consumo de leche, porque la urbanización pudo haber entra- hábito de reemplazar la carne por ese producto alimenticio. En Du-
ñado un descenso de la crianza de vacas (a pesar de que la misma kinfield y Manchester gastaron macho menos en queso que enmante-
probablemente se prolongó en las ciudades en una escala mayor de quilla, y los peones rurales comieron en 1862 mucha más mantequi-
lo que se suele reconocer} y por la declinación de la dieta rural tradi- e ~ lla (teniendo en cuenta, incluso, su posición ligeramente mejor) que
cional, integrada sobre todo por «carnes blancas». Los cálculos rela- los «pobres de las ciudades». Al parecer la importancia de los
tivos a la crianza de vacas en Londres no son fidedignos. Frente a huevos no fue mucha. Es dilicil que el consumo per capita de este
uno de 20.000 vacas en la ciudad y los suburbios en 1854, tenemos producto aumentara. Otros estudiosos 91 también consideran que el
otro de 10.000 en 1837; probablemente uno de los dos o ambos son consumo de artículos perecederos descendió o bien que es muy difí-
16
incorrectos. Sin embargo, todavía en 1862 algunos grupos afortu- cil que baya aumentado hasta la época del ferrocarril (concepción
nados de trabajadores pobres seguía manteniendo la antigua dieta; que, sin embargo, ha sido impugnada a partir de unas razones no muy
los tejedores de seda de Macclesfield consumían 41,5 onzas liquidas evidentes).
semanales por cabeza, frente a las 11 onzas de los tejedores de Co- Sin embargo, en el caso del pescado se registra un notable in-
ventry, las 7,6 onzas de los tejedores de Spitalfields y la 1,6 onza cremento del consumo.92 En Birmingham, el consumo per capita
de Bethnal Green.87 Pero todas las pruebas sugieren un descenso del -muy reducido en 1829- era de más del doble hacia 1835 y siguió
consumo de leche. No ocurría lo mismo en el caso de la mantequilla, ~ °"' creciendo con ritmo acelerado hasta 1840.93 Sin duda ello supuso
que evidentemente era considerada como algo más necesario que la una mejora del valor nutritivo de J.a dieta del obrero pobre, aunque
carne, lo cual resulta natural, porque el pan desempeñaba un papel no tiene por qué significar que éste tuviera la impresión de que
muy importante en la dieta del trabajador.&11 En Dukinfield y en Man- comía mejor, porque el pobre siempre ha tenido un profundo pre-
chester ( 1836) los desembolsos por compra de mantequilla eran com-
parables con los relativos a la carne y la comparación con 1841 re- 89. W. Neild, «Expencfüure of the working classes in Dulcio6e1d and Man-
chester in 1836 and 1841», ]. Stat. Soc., IV (1841), p . 320.
90. Tbe state of tbe poor: 6 casos. En tres de esos casos se dan las canti-
86. 6th Reporl of Jhe Medica{ Olficer lo Jbe Privy Coundl, 1863, pági- dades: 1/6 libras, 2/7 libras y 1/2 libras (cardador).
~as 21~330: •The food of the poorer labouring classes. A piooee:r investiga- 91. A. ] . Taylor, «Progrcss, ~d poverty in füitain 1780.1850» (History,
OOIU. XLV, 1960), p. 22; para una cnnca., d . R. M. Hartwell 1%1 loe cil p~o1-
87. lbid. nas 409, 412. ' ' · ., .._
88. AJ parecer, la investigaci6o (no cuanótativa) de las dietas de los tra- . 92. En Ja versi6o original de este trabajo no había tenido en cuenta este
bajadores de las ciudades realizada por la Royal Commission on the Poor lAws, opo de consumo (J>C;IO R. M : ~artwell, ºP.· cit., lo analiza brevemente).
App. B., Parl. Papers, 1834, XXXVI, Q. 40 de los cuestionarios, menciona la 93. Fac/s and fzgures prmapally relatmg lo railways and commerce por
mantequilla sobre todo como un componente de las dietas más bien pobres. Samuel Salt, Londres y Manchcster, 1848, p. 3. '
120 TRABAJADORES
juicio contra este alimento barato y abundante y «la clase más baja
de Ja población considera que el pescado no es una comida suficiente-
mente consistente para ella y prefiere la carne».94 Es muy probable
que se desplazaran hacia el pescado porque no estaban en condicio-
nes de adquirir suficiente carne.
Las pruebas, pues, no son de ninguna manera favorables a la opi-
nión «optimista>>. Aunque no confirma o consolida necesariamente la
opinión pesimista, el estudio del consumo tiende a sugerir su plausi-
bilidad. El desarrollo de la adulteración refuerza levemente la justi-
ficación de esta concepción pesimista. La existencia de este fenómeno
ha sido puesta en duda, pero sobre una base bastante inadecuada.
E1 hecho es que la adulteración se desarrolló rápidamente.95 La inves-
tigación de Lancet, realizada en la década de 1850,96 esclarece muy
bien los siguientes puntos: 1) todo el pan analizado en dos mues-
tras separadas estaba adulterado; 2) más de la mitad de la harina
de avena estaba adulterada; 3) todo el té, salvo el de calidad supe- ~ -... que quizá convenga situar en la década de 1780 y no en la de
rior, estaba invariablemente adulterado; 4) poco menos de la mitad
de la leche y 5) toda la mantequilla estaban aguadas. Más de la
mitad del jamón y las conservas tenían substancias nocivas, aunque
esto podía deberse sólo a defectos de producción. La única mercan-
cía de uso corriente que no estaba muy adulterada era el azúcar, el
90 por ciento aproximadamente del cual estaba en buen estado, aun-
que a menudo estaba sucio.
El análisis del consumo alimenticio arroja, pues, bastantes dudas
sobre la opinión optimista. Sin embargo, hay que señalar que esto no
significa que los britanos de comienzos del siglo XIX tuvieran un nivel
de vida «asiático». Esto es un sinsentido y este tipo de afirmaciones
imprecisas han provocado mucha confusión. Es casi seguro que Gran <!.
Bretaña estaba mejor alimentada que los otros países de Europa,
salvo en sus áreas campesinas más prósperas o en sus clases más
acomodadas; pero, como han señalado Drum.mond y Wilbrabam,97 eso
ya ocurría mucho antes de la revolución industrial. Lo que se discute
no es si nuestro nivel de vida descendió hasta el de los otros países,
sino si mejoró o se deterioró, y en qué medida lo hizo.
94. Hartwell, op. ciJ.~ p. 411.
95. a . John Bumett, The bistory o/ /ood adulteration in Great Britain in
the nineteentb century, Londres, Tesis Doctoral, 1958.
%. A. H. Hassall, Food and its adultera/ion, 1855.
97. J. Drummond y A. Wilbraham, The Engli.sbman's food, 1939.
EL NIVEL DE VIDA ENTRE 1790 Y 1850 121
V
Por consiguiente, la opinión optimista carece de toda base sóli-
da, en todo caso para el período comprendido entre alrededor de
1790 o 1800 y mediados de la década de 1840. La plausibilidad y
las pruebas de la existencia de una deterioración DO deben ser dese-
chadas a la ligera. La finalidad de este trabajo DO es analizar la
evolución de los niveles de vida en el siglo XVIll, porque el debate
más importante acerca de los niveles de vida se ha referido al perío-
do que va desde el fin de las guerras napoleónicas basta «una fecha
no especificada situada entre el final del cartismo y la Gran Exposi-
ción». Sin embargo, es probable que los niveles de vida hayan mejo-
rado a lo largo de la mayor parte del siglo xvn1. No es improbable
que a poco de comenzar la revolución industrial -acontecimiento
93
1760- esos niveles dejaran de mejorar y comenzaran a bajar.
Quizás el vuelco se produjera a mediados de la década de 1790, el
período de Speenhamland y de la escasez. Ea el otro extremo, el
vuelco se sitúa por cierto a mediados de la década de 1840.
Por consiguiente, podemos resumir nuestra argumentación de la
siguiente manera. La opinión clásica ha sido expresada por Sidney
Webb: «Si en 1837 los cartistas exigieron que se comparara la si-
tuación de su época con la de 1787, y obtuvieron una representación
adecuada de la vida social efectiva del trabajador en cada uno de
esos momentos, es casi seguro que tienen que haber registrado un
~ franco descenso del nivel de vida de amplias clases de la pobla-
99
ción». Hasta ahora esta concepción no ha sido conmovida. Pudie-
ra ser que surgiesen pruebas capaces de desacreditarla, pero éstas
tendrán que ser mucho más fuertes que las hasta ahora aducidas.
(1957-1963)
98. J. U. Nef, «The industrial revolution reconsidere@, J. Econ. Hist.
m (1943). '
99. S. Webb, Labour in 1he longest reign, Fabian Tract 75 (1897), p. 2.

6. LA HISTORIA Y «LAS SOMBRÍAS
FABRICAS INFERNALES•
Durante la mayor parte de los últimos 150 años la discas~ón
acerca del carácter de las condiciones sociales a comienzos del capita-
lismo industrial ha sido bastante unilateral. L~yoría de los ingle-
ses de la primera mitad del siglo XIX estaban convenci?os de. que la ~
llegada del capitalismo .industrial. l~ lial>!ª _traído horribles, dificulta-
des y les había introducido en una era dura y desolada. Asi pensa?a
la mayoría de los observadores especializados y ~ultos. Los econonl1;5;
tas consideraban qu~- la---comlición de los traba1adores pobres deb10
ser bastante miserable: y gran parte de su obra teórica trataba de
mostrar que tal cosa era inevitable. (Después de todo, según la cono-
cida teoría de Robert Malthus, dado que la población ha de aumentar
más rápido que los medios de subsistencia, el pobre tiene que estar
prácticamente en el límite de la subsistencia o incluso ~asar hambre.
En la actualidad nadie aplica esta teoría en Gran Bretana por la sen-
1
cilla razón de que la clase trabajadora británica obviamente no se en- ~ ' 'J la época industrial: la nueva edición del trabajo de Engels acerca
cuentra en el límite de la hambruna. Pero en cambio tales teorías se
aplican todavía hoy a países como la India, donde la mayoría de la
población vive en una pobreza sin esperanza. ~.as t~~~as qu.e, ~rrec-
ta 0 incorrectamente, explican por qué la semnnaruaon es mevitable
sólo parecen plausibles, incluso para quienes las elaboran, cuando se
trata de justificar una semi-inanición que existe de hecho.). Los es~~­
cialistas en estadísticas y los investigadores sociales no tlenen difi-
cultades en mostrar que la capacidad productiva y comercial de Gran
Bretaña se desarrolló de manera espectacular; pero, aunque algunos
de los más entusiastas han ttatado de probar que ~as condiciones de
vida del pueblo también mejoraron, esto último les ha resultado
mucho más dilicil; por lo menos con respecto al período que se ex- ~ 4) dcnfeld and Nicolson, Londres, 1968 2 •
~·
«LAS SOMBRÍAS FÁBRICAS INFERNALES» 123
tiende hasta mediados de la década de 1840. En realidad esta inter-
pretación iba en contra de la opinión mayoritaria. Se ha publicado
una montaña de informes parlamentarios, panfletos, periódicos y otro
tipo de literatura acerca de Jos problemas sociales. Pocos lectores
de la mayoría de estos textos pueden evitar una impresión profunda-
mente pesimista. En ellos estaba tan fuera de discusión el carácter -
de penuria general de la situación imperante entre las masas traba-
jadoras durante ese período, que los historiadores posteriores de todos
los matices políticos coincidían fundamentalmente a propósito de la
misma. Los conservadores, los liberales y los fabianos rechazaban
otros aspectos de la obra de Marx y Engels, pero el cuadro de Gran
Bretaña trazado por Engels en 1844 y las descripciones que hiciera
Marx de las condiciones sociales del siglo XIX se aceptaban en lo
fundamental como algo establecido. La mayoría aceptaba las pruebas
aducidas por Marx y Engels, aunque no coincidiese con sus análisis
y conclusiones. Hasta finales de la primera guerra mundial el tema
no fue realmente discutido, salvo ciertos detalles menores. Como he
mostrado en otra parte,1 pocos estudiosos serios lograron descubrir
más que unos escasos rayos de luz en esa enorme nube negra.
Los historiadores que pretenden adoptar una concepción diferen-
te -historiadores que han ejercido mucha in.fluencia en los últimos
treinta o cuarenta años- se enfrentan con una tarea muy difícil. Este
artículo se propone analizar algunas de las maneras en que han in-
tentado abordarla. Acaba de publicarse precisamente un trabajo que
constituye yn ejemplo particularmente .flagrante de tales intentos de
enjalbegar el cuadro de la situación de Gran Bretaña a comienzos de
de La situación de la clase obrera en Inglaterra, preparada por dos
investigadores de la Universidad de Manchester : W. H. Cbaloner y
W. O . He.nderson. Sin embargo, estos autores no son los únicos en
utilizar tales métodos, aunque afortunadamente los historiadores que
opinan como ellos están perdiendo influencia. Además, a los lectores
que no son historiadores qujzá les resulte útil examinar las maneras
en que la gente trata de demostrar que lo negro es blanco o, por lo
menos, que no es negro, o eventualmente, que si lo es nadie tiene
la culpa de que lo sea.
_ l. En el ensayo titulado «Dr. Marx and the Victorian critics», contenido
en la edici6n inglesa de Labouring men. Studies in the history o/ labour, Wei-
124 TRABAJADORES
La escuela de los historiadores optimistas de los comienzos del in-
dustrialismo en Gran Bretaña tiene que justificar una cantidad de
hechos muy inoportunos: la opini6n mayoritaria de los observadores
y estudiosos de la época, el enorme peso de la documentación sobre
las tremendas condiciones sociales y económicas de Ja población tra-
bajadora en la primera mitad del siglo XIX y, por supuesto, el des-
contento masivo de los trabajadores pobres, que una y otra vez esta-
lló en amplios movimientos de radicalismo, sindicalismo revoluciona-
rio, cartismo, en forma de motines y de intentos de insurrección
armada.
La manera más sencilla de lograrlo consiste en sostener que todos
los contemporáneos estaban equivocados, porque las estadísticas re-
velan que la situación era mejor que antes y que mejoraba perma-
nentemente o casi permanentemente. Un personaje de la sórdida no-
vela de Disraeli Sybil (1845) decía: «El otro día estaba leyendo un
libro donde se afumaba que, según han demostrado las estadísticas,
las condiciones generales del pueblo son mucho mejores ahora que
en cualquier otro período conocido»; el argumento estadístico ha sido
durante mucho tiempo el ancla de la esperanza de los optimistas en
este terreno de estudio. Sin embargo, hace sólo unos 35 años que
un estudioso norteamericano, el profesor Silberling, creyó haber en-
contrado una base estadística sólida para la concepción según la cual
el nivel de vida había ido elevándose durante el período que estamos
considerando; y durante una generación la fe de los historiadores de
la escuela optimista se ha basado fundamentalmente sobre su obra.
Silberling elaboró un índice de salarios monetarios y otro de coste
de la vida para la primera mitad del siglo xrx; los combinó y llegó
a la conclusión de que los salarios reales de la clase trabajadora
habían aumentado. Es obvio que, si estaba en lo cierto, todas las
otras pruebas resultaban al menos parcialmente no pertinentes. Si
afumaban que la situación era negra, o incluso que se fue volviendo
cada vez más negra, entonces tenían que carecer de representatividad
o bien ser erróneas. Lo único que quedaba por hacer era explicar
cómo se había podido difundir hasta tal punto semejante ilusión.
Lamentablemente en los últimos diez años el índice de Silberling ha
caído en descrédito. En primer lugar, se ha mostrado sencillamente
que no sabemos lo suficiente como para construir tales series esta-
dísticas de una manera realista. Conocemos las tarifas de salarios mo-
netarios por tiempo trabajado de gran cantidad de trabajadores (por
« LAS SOMBRÍAS FÁBRICAS INFERNALES» 125
lo general, calificados), y contamos coa bastante información acerca
de las tari~as po: ~ieza producida: datos que, por supuesto, no .resul-
tan demas1ado utiles por sJ solos. No conocemos casi nada acerca
de lo q~e la gente ganaba efectivamente. ¿Cuánto tiempo dedicaban
~ traba¡o extra o al trabajo por tiempo parcial? ¿Con qué frecuen-
cia estaban en paro y por cuánto tiempo? ¿Quién lo sabe? En cuan-
to al índice del coste de la vida, también es endeble porque se basa
en gran medida sobre conjeturas. De todas maneras, Ja experiencia
~~erna nos demuestra las muchas trampas que pueden ocultar los
mdices. del cost~ de la vida, incluso en nuestra propia época, en que
se realizan cons1derables esfuerzos para recoger estadísticas dedicadas
específicamente a tales efectos. ' Más aún: en realidad podemos ver
donde fallan los estadísticos. Por ejemplo: han argumentado que,
como el coste de la. vida descendió abruptamente después de las
guerras napoleónicas, la situación del pueblo mejoró. Pero casualmen-
te se han descubierto los precios efectivos que se pagaban en las tien-
d.as al por menor de algunas ciudades de Lancashire en 1830: esas
cifras m~estran que los compradores de Lancasbire pagaban en esa
fecha, ~as o menos lo mismo que en 1790. Otro ejemplo: las series
e:'~dísticas acerca de los artesanos de Londres sostienen que la situa-
c10~ ?e ~tos úl~os mejoró en forma acelerada entre 1810 y 1820.
Qui.zas as1 haya sido, pero sucede que sabemos por otras fuentes que
en ~e período el consumo de carne de la población de Londres des-
cendió de una manera bastante notable, es decir que los londinenses
en gene~al sólo podían adquirir una cantidad menor de carne. Un
tercer ejemplo Iesulta todavía más revelador: el difunto Sir John
Oapham, fundador de la escuela «optimista», empleó un lenguaje
de ~aestro ~e escuela paia censurar a R. W. Postgate porque éste 1
habta sosterudo, sobre la base de otras pruebas que en Ja década d 1
1830 la situació~ ~e los obreros de la cons~cción era muy mala~ 1
¿~caso las estad1sttcas no habían probado que sus salarios moneta- 1
nos estaban aumentando y que la paga que recibían esos trabajado-
res era ba.s;ante buena (cosa que parece cierta)? Así era. Pero sucede
¡
que ~amb1en sabemos algo acerca del paro en e1 gremio de la cons-
truca?n: 1as estadísticas (indirectas) respecto del mismo revelan q 1
,,1
los pruneros años de la década de 1830 fueron de profunda depr .~e •
. E 'd es1on
en. ese gremio. s ev1 ente que una masa de obreros estaba sin tra- 1
bajo. (Por supo.esto, esos trabajadores no recibían ningún subsidio
de paro.) Es ev1dente que muchos iban andrajosos y hambrientos y
126 TRABAJADORES
que, com9 sabemos, ese gremio normalmente ~a~cado y bien paga-
do llegó a manifestar un descontento y un radicalismo extremo_s.
Por ahora el intento de probar estadísticamente que la primera
época del capitalismo supuso una mejora de la situación del pueblo
ha fracasado. El profesor Silberling ha sido discretamente abando-
nado. Los historiadores optimistas se han quedado con la masa de
pruebas, que sigue siendo sombría. ¿Qué pueden hacer con ellas?
Pueden tratar de desacreditarlas: la nueva edición del libro de En-
gels constituye un ejemplo particularmep.te fino de cómo acometen
esa empresa. Pues bien: existe una técnica académica, venerable y
muy conocida, para probar que, por ejemplo, un desierto no es seco
y estéril. El crítico señala que de hecho éste no carece totalmente de
agua y de vida. Hay en él pozos de agua y torrentes ocasionales y a
veces llueve. Los camellos y los beduinos, y diversos animales, hasta
moscas y mosquitos, viven en muchas zonas del mismo, a veces en
grandes cantidades. Tampoco está totalmente compuesto de arena.
Por consiguiente, es una exageración salvaje y poco erudita afirmar
que un desierto es seco y estéril; y aunque el verdadero erudito no
se propone indagar las motivaciones de los demás («No es fácil pro-
bar las motivaciones que han inspirado la acción emprendida por un
ser humano» como dicen los doctores Chaloner y Henderson cuando
atacan a En~els por poner en duda las motivaciones de los capitalis-
tas), resulta bastante evidente que quienes afirman eso no se com-
portan como auténticos eruditos o probablemente están influidos por
algún prejuicio en contra de los desiertos. Por supuesto, hay muchas
pruebas de que no es poca la gente que piensa eso de los desiertos,
pero sus conocimientos son insuficientes. Este método es extraordi-
nariamente útil: se lo ha usado, por ejemplo, para probar que nunca
ha habido cosas tales como revoluciones (incluida la revolución in-
dustrial). Un historiador realista dijo en una ocasión que por esa vía
cabe definir la agricultura de subsistencia de modo tal que se pueda
probar que ésta no ha existido jamás en ninguna parte; y lo mismo
vale para los desiertos, las revoluciones, la pobreza -en aumento o
en disminución-, el capitalismo o lo que se prefiera. El único incon-
veniente de este procedimiento reside en que, si el erudito se encon-
trase efectivamente en un desierto, de nada le serviría la prueba de
que, en rigor, éste no existe o de que, en caso de existir, no es tan
seco y estéril como suele decirse. Afortunadamente para ellos, los
historiadores de los comienzos de la era industrial en Gran Bretaña,
«LAS SOMBRÍAS FÁBRICAS INFERNALES» 127
que con ese método han probado, por ejemplo, que «la década ham-
brienta de los cuarenta» es una denominación equivocada (como ha ,1
tratado de hacerlo el doctor Chaloner en un panfleto de la Historical
ssociaticm), no estaban personalmente en la situación en que se
encontraba un trabajador inglés o irlandés durante ese período.
Con este método, los historiadores optimistas han tratado de
desacreditar sistemáticamente las pruebas derivadas de los testimo-
nios de la época. Los doctores Chaloner y Henderson se han con~
centrado en Engels porque su libro sobre las condiciones de la clase
trabajadora era la única obra contemporánea importante que trató
de tomar en cuenta a la clase trabajadora en su conjunto, que ha es-
tado disponible siempre y que los historiadores no marxistas han con-
siderado «como una descripción fidedigna, que pueden recomendar
tranquilamente a sus estudiantes» (p. xrx). Pero conviene recordar
que ha habido intentos similares de desacreditar a otros observadores
de la época y a los informes del Parlamento: por ejemplo, el del pro-
fesor W. Hutt en el volumen Capitalism and the historians (1954)·
libro en el que se emprende claramente una defensa del buen nom~
bre del capitalismo frente a las afirmaciones de los historiadores.
La manera más sencilla de hacer eso consiste en señalar los erro-
res Y las pequeñas equivocaciones de Engels, que no escasean. Es
sorprendente hasta qué punto un libro puede resultar sospechoso si
s~, enumeran de. ~anera sistemática todos sus errores de transcrip-
cion y puntos similares: es sorprendente hasta que examinamos la
índole de tales errores. El hecho de mostrar página por página que
Engels no cita textualmente los informes parlamentarios, que dice
que una muestra de niños ha sido tomada de una escuela dominical
cuando de hecho se trataba de dos escuelas, etc., socava naturalment~
I~ confianza del lector. Pero lo único que prueba es que quien desee
citar textualmente los informes parlamentarios ha de remitirse a
las fuentes originales y no ha de limitarse a transcribir las citas de
Engels. No prueba, en cambio, que la descripción de Engels sea
falsa. En realidad, los casos concretos en que los errores o prejuicios
de Engels le han llevado presuntamente a dar una impresión falsa o
errada de los hechos pu~den contarse con los dedos de las manos y
algun.as de tales acusac10nes resultan falsas. Aquí no corresponde
exammarlas en detalle, pero quizá sea conveniente mencionar. las dos
~ue una reseña del Sunday Times ha destacado como ejemplos par-
ticularmente malos del «fraude» que habría cometido Engels. La pri-
128 TRABAJADORES
mera es «una decripción sensacionalista de la tasa de nacimientos .;, 1 ~ teriores.) En realidad, como lo señalan los responsables de la edición,
ilegítimos entre las mujeres obreras de una determinada fábrica,
[que] no se refiere en realidad a 1840 sino a 1801»; la segunda es
<mna sórdida descripción de las condiciones sanitarias de Edimburgo
[que se basa] sobre un artículo escrito en 1818». . .,
En cuanto al primer caso, Engels no afirma que esa descnpc1on
corresponda a 1840. Al analizar los efectos sociales del trabajo ~x­
cesivo y del trabajo nocturno, cita como ejemplo el caso (mencro-
nado en el informe de la Factory Enquiries Commission de 1833) de
una fábrica que tiempo atrás había introducido unos turnos noctur-
nos de 12 horas, hecho que desmoralizó tanto a los trabajadores -la
tasa de nacimientos ilegítimos se duplicó en los dos años en que el
sistema se mantuvo en vigor- que esos turnos tuvieron que ser
suspendidos. El hecho, pues, ocurrió en 1801, tal como señalan los
doctores Chaloner y Henderson. También es cierto que el testigo
que informó acerca del mismo dijo que el trabajo nocturno s~ ha~ía
establecido porque habían incendiado una fábrica y los prop1etan~s
establecieron el doble turno para que los obreros no se quedaran sm
trabajo. (Sin duda, no pensaron para nada en sus propios beneficios.)
Pero esto no viene al caso. Si alguien afirma: «cuando se obliga a
estar de pie demasiado tiempo a los soldados, algunos se desmayan;
puedo mencionarle un caso en que eso ha ocurrido», la validez de
tal afirmación no resulta afectada porque se alegue que el hecho ha
ocurrido hace mucho más tiempo de lo que · odría pensarse, o que los
soldados fueron obligados a mantenerse de pie por el más noble de
los motivos. Engels podría ser atacado si hubiese dicho: «Actual-
mente la inmoralidad aUlPenta a pasos agigantados; como lo prueba
4 sugerir
este caso», y después resultase que ese caso correspondía a cuarenta
años antes. Pero no fue eso lo que Engels dijo.
El segundo ejemplo es todavía más revelador, porque Engels no
basó en · absoluto su descripción justificadamente sórdida de las con-
diciones de vivienda en Edimburgo sobre un artículo publicado en
1818. Los informes sobre los que se basó eran de 1836, de fecha no
indicada (1818), de 1842 y de 1843: todos ellos bastante próximos
al presente que estaba describiendo (1844). (¿Por qué razón no
hubiese debido utilizar un artículo de 1818, si éste confirmaba, como
sostenía Engels, las pruebas de 1836, 1842 y 1843? Los doctores
Chaloner y Henderson no pretenden que el artículo de 1818 haya
presentado una impresión errónea de las condiciones de vivienda pos-
r·_ «LAS SOMBRÍAS FÁBRICAS INFERNALES» 129
hay un error en la descripción de Engels: dos oraciones, sacadas pro~
1
1
bablemente del informe de 1842, no se refieren a Edimburgo sino a
Tranent, aunque ese informe incluye también una descripción de los
tugurios de Edimburgo. Los doctores Chaloner y Henderson no su-
gieren que los pasajes relativos a Edimburgo que Engels no cita -pro-
bablemente por un lapsus- presenten una impresión más favorable
de esa ciudad que la que presentan las fuentes que Engels sí men-
ciona. Con otras palabras: en este caso no hay ninguna prueba de que
Engels haya «hecho trampa», como tampoco de que su descripción
presente una imagen falsa de lo que afirman sus fuentes o de la
realidad.
La segunda manera de desacreditar a Engels consiste en sostener
que las fuentes que utiliza son selectivas o no son representativas.
Este es un método muy conocido para arrojar dudas sobre las prue-
bas contemporáneas referentes a las malas condiciones sociales. Se
procede aproximadamente de la siguiente manera: «Estos informes
parlamentarios (o libros, artículos, panfletos) no eran investigaciones
desinteresadas de la verdad. Quienes los compilaron eran reforma-
dores deseosos de abolir ciertos abusos (o bien rev~lucionarios de-
seosos de desacreditar al capitalismo). Por consiguiente, selecciona-
ban los peores casos, porque éstos provocarían mayor indignación
pública. Esto no supone que las cosas en general estuviesen tan mal».
Un buen ejemplo de esto es la manera en que los doctores Chaloner
y Henderson tratan a las famosas (o, más bien, de infame condi- 1
2
ción) mujeres de las minas: «la descripción que hace Engels de !
las minas de carbón en la Gran Bretaña de la década de 1840 puede .11
a los lectores que las mujeres y los niños trabajaban bajo
J
tierra en todos los distritos mineros. En realidad, en esa época sólo
se empleaban mujeres en las minas del oeste de Riding, Lancashire,
Cheshire, Escocia y el sur de Gales», y añaden: «La cantidad de ,'¡
obreros era bastante pequeña. En 1841 en todas las minas de Gran
Bretaña trabajaban bajo tierra y en las bocaminas unas 6.000 mu- . '
jeres y muchachas. En las minas de carbón trabajaban bajo tierra y
en las bocaminas 1.185 hembras de más de 20 años y otras 1.165
de menos edad» (p. XXV). Añaden también que, según Engels, la
2. Aquí el original inglés hace un juego de palabras (famous-infamous) que
' se pierde al traducir. (N. de los ed.)
' 9. - HOBSBAWM
 \
130 TRABAJADORES
ley de 1842, por la que se prohibía el empleo de mujeres y niños~­ - -;;7
bajo tierra, era virtualmente letra muerta por no haberse nombrado
los correspondientes inspectores: pero demuestran que estaba equi-
vocado, porque se había nombrado un inspector.
La naturaleza de este procedimiento puede ilustrarse aplicándolo
a algún otro tema. Entonces el argumento se desarrollaría de la si-
guiente manera: «a) Hay gente que ha dicho que existe un problema
de drogadicción, pero en realidad sólo existen 6.000 adictos, de los
cuales no más de 2.400 son efectivamente morfinómanos. b) Se ha
insinuado que se trata de un problema general, pero en realidad sólo
se da en todas las grandes ciudades, salvo en Newcastle y Birming-
ham. Después de todo, no perdamos la cabeza y no comencemos a
lanzar salvajes acusaciones contra los vendedores de drogas». En
cuanto al hecho de que la exlstencia de un único inspector nombra-
do para vigilar la aplicación de la ley de 1842 pudiera alterar el
cuadro que Engels nos presenta para 1844, sólo basta mencionar que t. . _.1
en un único distrito minero otro inspector, nombrado más tarde, tar-
daba 4 o 5 años en visitar todas las minas de carbón una sola vez.
Sólo queda añadir que Engels, lejos de sugerir que la cantidad de
mujeres que trabajaban en las minas fuese mayor de lo que en reali-
dad era, se limitó a copiar el cuadro detallado que incluía las esta-
dísticas citadas más arriba (p. 274).
En síntesis: este método para tratar de desacreditar las pruebas
de la é;zoc se basa sobre dos tipos de c_eguera. Es una ceguera no
ver que ..:.,existencia de 6.000 miserables obreras podía indignar
legítim ente a las personas honestas (como ha escrito Blake: «Un
perro/que se muere de hambre en la puerta de su Amo, Anuncia la
rui a de la Nación»). Es una ceguera aún mayor no ver el abuso '- J
general que subyace a los ejemplos excepcionales utilizados a menu-
do por los reformadores y los revolucionarios (pero de ninguna ma-
nera en todos los casos) para provocar la reacción de la opinión pú-
blica. Un historiador del siglo XXI que ponga en duda las penurias
de quienes dependen actualmente de las pensiones de ancianidad,
porque haya llegado a descubrir que un sector de esas personas no
comparte la situación de miseria de algunos de los casos menciona-
dos por los que luchan por mejores pensiones, será un insensato. No
más sensato resulta el historiador que hace otro tanto con respecto
a los padecimientos que incitaron a una .clase dominapte, no carac-
terizada por la blandura de corazón para con los pobres, a producir
·- ~
«LAS SOMBRÍAS FÁBRICAS INFERNALES» 131
una montaña de pruebas acerca de sus penurias y a reconocer la nece~
sidad de reformar su situación. Si además los procedimientos que
utiliza para defender a los capitalistas son los mismos que, según
él, sus críticos han utilizado ilícitamente contra ellos, su ceguera es
triple.
Pero esto es precisamente lo que hacen los doctores Chaloner y
Henderson y otros autores de la misma escuela. Por ejemplo, acusan
a Engels, quien presenta una conocida descripción de los padecimien-
tos de las costureras, de no mencionar que «la desdichada condición
de esas infortunadas muchachas había tenido bastante publicidad en
los periódicos, y su difícil situación había suscitado la simpatía del
público», y de no mencionar un caso (comunicado en el Northern
Star) en el que un magistrado se había apiadado de una de esas mu-
chachas (p. XXIV). «Esto demuestra», afirman, «que la presunta indi-
ferencia de las clases medias ante los padecimientos de las costureras
no era tal.» En realidad, eso no demuestra nada, salvo el hecho de
que un solo magistrado se compadeció de una muchacha. Aunque el
comportamiento de ese juez haya sido típico (cosa que los doctores
Chaloner y Henderson no sugieren), eso no demuestra que se estu-
viese haciendo algo en favor de esas muchachas. Sólo cabe añadir
a) que los responsables de esta edición de ninguna manera recusan
la descripción que Engels presenta de esa situación, y b) que Engels
no dejó de mencionar la protesta pública, porque señaló que a co-
mienzos de 1844 «la prensa estaba llena de descripciones de la mise-
ria de las costureras» y dedicó una extensa nota al o«St>ng of the
Shirt» de Thomas Hood, que, como indica allí, se publicó en Punch
(pp. 239-240). No creo que sea necesario dedicar más tieqipo a
ejemplificar las tentativas de los responsables de esta edición por en-
jalbegar el cuadro de la situación reinante en esa época.
El tercer método para desacreditar las pruebas de la época con-
siste en sostener que las mismas mostraban una inclinación contra-
ria a los capitalistas y que, por consiguiente (cabe suponer) reflejaban
más los prejuicios del autor que la realidad. La presente edición del
libro de Engels es un buen ejemplo de este procedimiento, porque
sus autores sostienen básicamente que «en 1842, Engels era un joven
iracundo henchido de resentimiento» que le venía de su padre, un :1
piadoso hombre de negocios de la Renania, enemigo de la burguesía
británica. No es -preciso que desperdiciemos nuestro tiempo psicoana- !I
lizando al joven Engels, porque los motivos que hayan o no podido ]
,, .~.
.~~
·l'l'
r
~~- ·. '
132 TRABAJADORES
impulsarle a convertirse en un ~omunista resultan totalmente fuera.-.
r «LAS SOMBRÍAS FÁBRICAS INFERNALES»
de lugar. Las atrocidades cometidas en el Con~o, que R~ger Case-
ment y E. D. Morel describieron hace más de cmcue~ta anos no .son
menos reales porque al menos uno de esos investtgad?res tuviera
unas características psicológicas muy extravagantes. (Dicho. sea de
paso, no hay ninguna prueba de que Engels no haya sentid? un~
rabia perfectamente genuina y comprensible contra la bu:guesia bn-
tánica lisa y llanamente a partir del espectáculo que podia observar
en Manchester.) La pregunta puede responderse de ~~~ manera bas-
tante sencilla con sólo ci~ar a ~os. auto~es de la edicion: «Es com-
prensible», dicen (en med10 de msmuaciones de que no lo es), «que
Engels haya tenido una imagen lúgubre de la situa~ión inglesa cuan-
do llegó hacia finales de 1842 . . . No hay que maravillar~e de que f:n-
gels pensara que llegaba a un país que en general trabaJaba demasia-
do, estaba subalimentado e insuficientemente ?~gado» (xxvu-2onx).
Podemos añadir (aunque los autores de la edición n.o se atreven a ~
decirlo en forma directa) que tal cosa es comprensible porque de
hecho Engels había lleg~do a un. país que re~men:e estaba «en ge-
neral excedido de trabajo, subahmentado e. msufic1enten:iente ~aga-
do». Si acompañamos a Engels en su recorrido por las hilan?enas. Y
los tugurios de Manchester, a pesar de los 114 años de distancia,
sentiremos sin duda horror y furia. ¿Para qué evocar entonc~s sus
problemas familiares? Se cuenta la siguiente anécdota d~l difun~~
emperador Francisco José: al llegar a un~ ciudad de Boherrua oc~rno
que, cosa bastante sorprendente, no se dispararon las sal~as de ng~~;
el emperador exigió una explicación al alcalde. «Su Maj~stad», dijo
éste temblando, «hay tres causas por las que no hemos dis~arado ~~ ,
salvas. La primera es que no tenemos pólvora ... ». «Gracias», dijo ~
el monarca (demostrando así una perspicacia poco común en un em-
perador) y le dijo que podía retirarse. Los doctores Chaloner Y Hen-
derson podrían meditar acerca de esta anécdota.
!/ El cuarto método para desacreditar las pruebas de la época con-
siste en afumar que éstas no son suficientemente buenas. Esto resulta
naturalmente muy fácil criando los abusos en cuestión son de tal
índole que no se prestan a unas estadísticas exactas. Un ejemplo útil
es el de la moralidad de los dueños de las fábricas. «Según una de
sus acusaciones más frecuentes, una fábrica inglesa apenas se dis-
tinguía de un harén y los patrones tenían relaciones inmorales con
sus empleadas.» Pero «(el informe de la Factories' Enquiry Commis-
~ .,
:;) sion) no mencionaba prácticamente ningún elemento sobre el que
133
pudiera haberse apoyado la afirmación de Engels» (p. XXVI, 168 n.).
Ahora bien: Engels no dice que las fábricas apenas se distinguían de
un harén. Dice (p. 168) que las muchachas estaban a merced de sus
patronos; que algunos no seducían a sus muchachas y otros sí, y que
en casos extremos no había nada que les impidiera hacerlo en gran
escala. Se sabía de la existencia de tales casos. Tampoco cabe esperar
un nivel moral demasiado alto en el pasado, si tenemos en cuenta
cuál era la clase de gente que llegaba a ocupar la posición de patrono
en la primera época del sistema fabril.3 Todo esto suena bastante
razonable al menos con respecto a una época en la que abundaban
las carica~uras de patronos arrojando directamente a sus escribientes
de los pupitres; de modo que no necesitamos esperar que unas esta- l·
l
1
dísticas exactas, 0 incluso aproximativas, nos prueben cuál era la 1
cantidad de patronos que efectivamente seducían a las muchachas de .
-~ las factorías. Por conocida que haya sido esa práctica, lógicamente
..,, tales estadísticas no parecen disponibles o confiables. En realidad,
no sé cuál pudo haber sido la extensión exacta de esa clase de seduc-
ción; por supuesto, los doctores Chaloner y Henderson tampoco lo
saben. En cambio, sé que si les pidiésemos a los novelistas del si-
glo XIX, que una y otra vez nos cuentan que los hijos de las familias
burguesas tenían sus primeras experiencias sexuales con las criadas
de sus padres, una prueba estadística de la frecuencia relativa de tales
episodios, no serían capaces de proporcionárnosla. No obstante, estoy
dispuesto a creer lo que afirman esos novelistas al margen de las esta- i
dísticas, en parte porque son buenos observadores y en parte por- J~
que lo que dicen dista mucho de ser inverosímil. ¿Por qué no po- w
J demos creer entonces lo que escribe Engels sobre una base siíni- 1
lar hasta que no aparezcan pruebas en contrario? Sólo cabe añadir
qu~ los autores de la edición contraatacan a Engels insinuando que
él es el último que debiera arrojar piedras porque «su propia que-
rida (Mary Burns) había sido obrera en una hilandería» (p. XXVI).
3. Señalo al pasar uno de los frecuentes lapsus y errores que contien~ l.a
nueva traducción. Este traductor, cuyo respeto por las muchachas de las fabri-
cas es evidentemente menor que el de Engels, habla de «inclinación a la casti-
dad» en lugar de «ocasión» o «aliciente» para preservarla (sin duda confunde
la palabra alemana Veranlassung con Veranlagung). Aunque suele ser más pesa-
da, la antigua inºucción (por ejemplo, la publicada en Marx and Engels on
Britain) suele ser también más exacta.
,,
 134 TRABAJADORES
Es evidente que a cierta gente le resulta difícil distinguir entre un
patrono que seduce a su personal amenazándole con el despido y un
hombre que vive como marido y mujer con una muchacha que antes
ha trabajado en una fábrica, durante 18 años, hasta su muerte y ha-
biendo reconocido a la muchacha como su verdadera esposa, incluso
entre «mis relaciones filisteas». (Los socialistas de otros países de
Europa solían negarse, por razones de principio, a casarse oficialmen-
te.) Como se sabe, el único altercado importante entre Engels y
Marx se produjo cuando este último no manifestó suficiente simpa-
tía hacia el pesar del primero por la muerte de Mary Burns. Es in-
necesario que sigamos considerando esta acusación contra Engels.
El último y sin duda el más efectivo método para desacreditar
las pruebas aducidas por Engels y otros contemporáneos acerca de
la sordidez de la situación consistiría en presentar un cúmulo similar
de pruebas en contrario. Sin embargo, raramente la escuela opti-
mista ha hecho tal cosa: se ha limitado, en cambio, a concentrar sus
energías en la crítica negativa y en la especulación.
Todo esto demuestra que han sido grandes los esfuerzos reali-
zados para invalidar la visión siniestra (y tradicional) de las condi-
ciones del pueblo trabajador británico en la primera mitad del si-
glo XIX, pero hasta ahora con magros resultados. En el caso del
libro de Engels, esos esfuerzos han sido bastante denodados. Es evi-
dente que los autores de esta edición han trabajado durante años
controlando cada una de las referencias de Engels y que han des-
cubierto cada uno de los lapsus y errores que cometió, sin contar
con los que no cometió. Muy pocas veces un libro ha sido sometido
a un escrutinio hostil tan sistemático y penoso. Puede afumarse
de una manera casi categórica que el libro sale bastante airoso de la t:. J del nivel de vida del pueblo sugiere una cierta mejora en la primera ·
prueba; más aun, en realidad, de lo que hubiésemos esperado. (De-
searía que lo mismo pudiese decirse de todos los trabajos ulteriores
consagrados por los marxistas a la descripción de las condiciones de
la clase obrera en el sistema capitalista.)
Una vez fracasados sus intentos por invalidar las pruebas de la
época, a los historiadores optimistas les quedan tres recursos. El
primero, en el que no vale la pena demorarse, consiste en admitir
que la situación era terrible, pero declarar que no era por culpa
del capitalismo: la taza estaba hecha añicos, pero «se me deshizo
entre las manos». Por ejemplo: fue culpa de los propios trabajado-
res: «muchos infortunios de los trabajadores en la década de 1840
¡_
«LAS SOMBRÍAS FÁBRICAS INFERNALES» 135 1
se debieron a la pobreza "secundaria" o "autoinducida ", como re~
sultado de sus gastos excesivos e irresponsables en bebida, juego y
tabaco» (Chaloner y Henderson, History today, 1956, p. 855). El
segundo recurso, en el que tampoco vale la pena demorarse, con-
siste en afumar que los horrores de esa época no se debieron a la
crueldad o a la mala voluntad: mucha gente, incluso algunos capi-
talistas, era buena y tenía las mejores intenciones. Sin duda: pero ya
sabemos que el camino hacia el infierno está sembrado de buenas
intenciones. El acta de acusación contra el capitalismo de comienzos
del siglo XIX no deja de ser negra por el hecho de que supongamos
que todos los capitalistas eran como los hermanos Cheeryble descri-
tos por Dickens y que no había Gradgrinds. En realidad, esa acta de
acusación resultaría entonces aun más negra, porque revelaría que
los horrores de ese período no se debieron a los «abusos» de algunos
hombres malos, sino a la esencia de la sociedad. i·
.1
i(
El tercer recurso consiste en afumar que, por mala que fuese la ¡,
situación, suponía sin embargo una mejora con respecto al período 1!
precedente. ;¡
Este tipo de argumentación también es bastante antigua: consis-
te en ennegrecer el siglo XVIII para que el XIX parezca menos negro.
Esto resulta hasta cierto punto fácil, porque se sabe tan poco acer-
ca de los niveles de vida en el siglo XVIII que nadie puede afirmar
con seguridad que el color adecuado para describirlos no es el negro.
Da la casualidad, sin embargo, que la idea de que las condiciones
de vida en el siglo XVIII eran en algunos aspectos superiores a las de
comienzos del x1x, no es tan escandalosa como sugieren los doctores
.¡
Chaloner y Henderson: lo poco que sabemos acerca de la evolución
¡1'·
ji
parte del siglo XVIII; por el contrario, a partir de la década de
1790 no se produjeron mejoras y hubo incluso un deterioro. Dado
el estado de nuestros conocimientos, no quisiera tampoco hacer 1
1
conjeturas acerca de lo que pudo haber ocurrido en el período in-
termedio. Sin embargo, la argumentación en contra del siglo XVIII es
interesante no tanto como ejemplo de confianza equivocada sino so-
bre todo como caso paradigmático de la falta de realismo y de ima- 'I
ginación histórica o humana de que adolecen tantos eruditos de la i
escuela «optimista». Esto puede mostrarse mediante el famoso ejem-
plo de la oposición entre «trabajadores domésticos» y «trabajadores ,¡
fabriles».
·¡
,,
136 TRABAJADORES
La argumentación de casi todos los optimistas consiste en afir-
mar que los trabajadores domésticos y los obreros que realizaban su
tarea fuera del taller con anterioridad a la revolución industrial eran
tan duramente explotados como el proletariado industrial, aunque
con una paga y en unas condiciones materiales peores. Pero esta opo-
sición es artificial. Salvo en muy pocos gremios, el primer período
del capitalismo industrial no se caracterizó por una substitución de
los trabajadores domésticos por los trabajadores fabriles (en el gre-
mio textil, y en especial en el del algodón, eso no comenzó a sucede.r
hasta 1850). Por el contrario: se incrementó el número de los pri-
meros. El hecho de que más tarde se muriesen de hambre, como los
tejedores manuales, o fuesen desplazados, es una cuestión diferente,
que como tal atañe al problema de las condiciones sociales en la
primera época del capitalismo: lo decisivo es que los tejedores ma-
nuales y otros obreros sometidos a un régimen de hambre no eran
meros «sobrevivientes de la edad media», sino una clase que se ~ ,,:; en una ciudad más grande, más sucia y más llena de humo, en la que
había desarrollado y en gran parte creado como resultado de las
primeras etapas de la industrialización capitalista, al igual que la
clase de los trabajadores fabriles . Los ejércitos de costureras, que
en sus desvanes cosían camisas por 2 chelines 6 peniques o por
3 chelines 6 peniques a la semana, pertenecen tanto a la historia
del desarrollo de la industria algodonera como los obreros de las
fábricas con sus máquinas de hilar o, para el caso, los negros escla-
vos que proliferaban en los Estados del sur de Norteamérica para
atender a la demanda insaciable de algodón en bruto por parte de
las fábricas de Lancashire. Dejar a los trabajadores no fabriles de la
primera época del industrialismo al margen del cuadro de la situa-
ción, es tan poco realista como lo sería restringir el análisis de los
efectos sociales de la introducción de la máquina de escribir, a los
salarios y a las diversas categorías de los obreros de las fábricas que (dejando de lado el hecho de que, como muestra Engels, un taller
las producen en grandes cantidades, sin tomar en consideración a
los mecanógrafos.
Ahora bien: cualesquiera hayan sido las condiciones de la in-
dustria doméstica y de los trabajadores que realizaban sus tareas
fuera del taller antes de la industrialización, esta última supondría
un empeoramiento de las mismas. (Por eso resulta tan poco signi-
ficativa la práctica de utilizar los informes de la década de 1840 para mareras o empleadas de oficina. ¿Pero acaso con eso le hubiese le-
tratar de probar, como hacen los doctores Chaloner y Henderson
[p. XIV], las malas condiciones de los trabajadores domésticos del
«LAS SOMBRÍAS FÁBRICAS INFERNALES» 137
siglo xvm. Dicho sea de paso: esos mismos autores acusan dura-
mente a Engels por no utilizar testimonios de la época.) Como ha
dicho G. D. H. Cole en una ocasión: «Doce casas insalubres en la
ladera de una colina pueden formar una aldea pintoresca, pero 1.200
son una molestia grave y 12.000 son una peste y un horror». Pre-
cisamente, eso es lo que ocurrió durante dicho período: las aldeas
se fueron convirtiendo en ciudades y éstas en grandes aglomeracio-
nes urbanas; las mejoras en la vivienda y en la sanidad, que apenas
superaron el nivel de las aldeas, no acompañaron en absoluto ese
1
ritmo de crecimiento. Dicho sea de paso, esto supuso la aparición
de nuevas enfermedades infecciosas a partir de 1830; por ejemplo,
el cólera. Lo mismo vale para las condiciones de trabajo. La «enfer-
medad de los afiladores» (es decir, la silicosis) era peor en Sheffield
a comienzos del siglo xrx que en el siglo XVIII, porque era mucho
mayor el número de afiladores que se apiñaban en pequeños talleres
el desarrollo de las condiciones de trabajo y vivienda no había acom-
pañado al aumento de la demanda de cuchillería.
En este sentido, el argumento acerca de )ps pobres condiciones
de vida (correctamente señaladas) de los trabajadores domésticos es
un argumento contra la concepción optimista de la primera mitad
del siglo XIX y no, como piensan quienes lo proponen, en favor de
la misma. El hecho de que, en medio de esta sordidez general, las
fábricas fuesen en general menos terribles que los talleres de las
casas, desvanes o sótanos, es verídico, pero resulta tan fuera de lugar
como el consejo del juez bondadoso (mencionado por los doctores
Chaloner y Henderson contra Engels) a la costurera que compare-
ció ante él. Le dijo a la muchacha que fuese a trabajar a un taller y
que no siguiese haciéndolo para intermediarios explotadores. Pero
de costura de la década de 1840 distaba mucho de ser un lecho de
rosas) la esencia del oficio de las costureras en esa época suponía
la existencia de pocas fábricas. Sin duda, si el juez hubiese sido un
profeta hubiese podido decirle a la muchacha que un siglo más tarde
la situación sería muy diferente y que las muchachas como ella se
ganarían la vida como vendedoras en las tiendas, obreras fabriles, ca-
vantado el ánimo a ella o a nosotros ante el miserable esoectáculo
de aquellos tiempos? ~
 TRABAJADORES
138
Sin embargo, el argumento acerca de la superioridad del trabajo
fabril coh respecto al doméstico no afirma sólo que de h~c~o exis-
tiese tal superioridad, sino también que la misma debía existir. Est?
pone en evidencia de una manera muy. ~ate~te a sus .auto.r~s; Consi-
deremos el siguiente extracto de un v1e10 libro de historia.
A pesar de que a los sentimentalistas les impres~onaba la .rup-
tura de la vida familiar, el comisionado (que investlgab~ _la situa-
ción de los tejedores a mano) consideraba que «la felicidad do-
méstica no resulta favorecida sino dañada por el hecho .de que
todos los miembros de la familia se amontonen y se empujen per-
5
manentemente unos a otros en la misma habita~ióm>. Se~n e~e
comisionado el hecho de trabajar con un horario regular mducia
un progreso' moral en el obrero, al generar en él unos hábitos re-
gulares.
Ahora bien: como señala el propio Engels, sin duda los obr~ros
de esa época solían ser ignorantes, estaban embrutecidos Y ;us mi:as
J,
eran muy estrechas; y no hay que asombrarse de ello. Sena roman-
tico afirmar que debían tener razón, porque, como sabemos: no les
gustaba ir a las fábricas y sólo lo hacían cuando se les obh~aba,
0
afirmar que sus ideas acerca de la felicidad doméstica eran ideale~.
Al mismo tiempo, es evidente que los observadores de clase media
que afirmaban este tipo de cosas, y los hist?riador~s que se hace~
eco de ellos no tenían la menor idea de la influencia real del capi-
talismo ind~strial tanto sobre los sentimientos como sobre los cuer-
pos del pueblo. Quizás el comisionado creía ho~estamente ~~e las
familias serían más felices si los hombres, las muieres y los mnos se
separaban y trabajaban cada uno en una hilandería de comienzos del
siglo XIX en vez de hacerlo en la casa. Quizá los reformadores que
propiciaron la Ley de Pobres creían ~?nestamente que los pobres
mejorarían moralmente con la separacion de las esposas y los ma-
ridos en el asilo; por lo que sé, también es probable que hayan pen-
sado que eso aumentaría la felicidad doméstica. Pero en lo qu_e a
las víctimas de estas ideas atañe, los resultados eran tan. negativos
(y quizá peores) como si las - mismas hubiesen sido aplicadas con
4. L. Knowles, Industrial and commerci~l revolufions, ed. de. ,1933, ~· 86.
5. Al parecer, al comisionado no 1~ a~~a¡o demasiado la soluc1on consisten-
te en proporcionarles más de una hab1tac1on.
'.
«LAS SOMBRÍAS FÁBRICAS INFERNALES» 139
deliberada crueldad: una degradación inhumana, impersonal e "in-
sensible del espíritu de los hombres y mujeres, y una destrucción de
su dignidad. Quizás esto fuese históricamente inevitable e incluso
necesario, pero la víctima sufrió (el sufrimiento no es un privilegio
de las personas instruidas). Y no vale la pena leer lo que pueda
escribir un historiador incapaz de apreciar esto.
Resumamos. En la novela de Thomas Peacock Crotchet Castle
(publicada en 1831) hay un pasaje en el que las discusiones de los
personajes de clase alta reunidos en Chainmail Hall son interrum-
pidas por la muchedumbre agolpada ante las puertas: «El capitán
Swing» ha llegado y los míseros peones rurales se han sublevado.
El reverendo doctor Folliott, un inteligente tory, dice que tal es la
prueba del «avance de las ideas», del progreso, que los capitalistas
suelen exaltar: la guerra campesina. El señor McQuedy, econo-
mista escocés que representa la pura ideología del capitalismo, dice
que es imposible. ¿Cómo puede conciliarse la guerra campesina
con el «avance de las ideas»? El señor Chainmail, el romántico
reaccionario, dice que la causa de tales rebeliones siempre ha sido
la misma, tanto en las épocas oscuras como en el presente: «la
pobreza desesperada». Y el doctor Folliott resume: «Es el resul-
tado natural, señor McQuedy, del sistema de marinería estatal que
propicia vuestra ciencia [de la economía política burguesa]. Dismi-
nuir las raciones de la tripulación y duplicar las de los oficiales
es el mejor modo de provocar un motín a bordo de la nave ~
apuros, según McQuedy». Así veían Inglaterra los miembros inteli-
gentes de las clases dominantes en un período que ahora algunos his-
toriadores intentan blanquear infructuosamente. La descripción es co-
rrecta, aunque podemos discutir el análisis. Nada de lo que ha hecho
la escuela optimista la ha invalidado. Pero por si acaso estas citas
de fuentes de la clase dominante pudieran sugerir ideas erradas acer-
ca de quienes hacían ese tipo de declaraciones, conviene citar la
continuación del diálogo. «Ahora no tenemos tiempo para discutir 1
acerca de las causas y de los efectos», dijo el Dr. Folliott. «Debemos 1
deshacernos del enemigo.» Y los miembros de la clase dominante
allí reunidos interrumpieron sus análisis, cogieron las armas y se
precipitaron fuera de Chainmail Hall para dispersar en la noche a los
miserables peones.
(1958)
..

7. LA DISCUSIÓN ACERCA DEL NIVEL DE VIDA:
UN POST SCRIPTUM
Los dos ensayos precedentes constituían en su. ~or~a ori~inal un
ataque contra quienes han creído que la revoluoon mdustn:U, ~ro­
dujo una mejora substancial del nivel de vida del pueblo bntamco.
En los años en que comparativamente no ha ab~ndado el P~~s,a­
miento histórico acerca de las revoluciones industnales, esa oplillon
se impuso ampliamente, y hacia mediados ~e la dé,ca?a de 1950 se
había convertido en una especie de ortodoxia acadelillca. Aunque ~l
capítulo 5 de ninguna manera fue el único en criticar a los «opti-
mistas», probablemente haya sido la exposición ~ás elabor~~a de
la argumentación contra ellos y, por lo tanto, no solo se lo cito am-
pliamente durante la animadísima. discusión qu~, sobre el te:°1~ se
desarrolló a partir de entonces,1 smo que tamb1en (como qu1za ca-
l. Las principales contribuciones británicas ª. est~ discusión han sido h~sta
el presente: D. Woodruff, «Capitalism and the histor.ians» qou~n. Econ . .H~st.,
XVI, 1956, p. 1); W. H . Chaloner, The hungry fortzes (Histo~1~al Assoc1auon, ';.
Aids to Teachers Series, I , 1957); E. J. Hobsbawm, «The Bnush standard of
living 1790-1850» (Econ. Hist. Rev., X, p. 1, 1957); W. H. Chalon~r Y W. f:?·
Henderson edición del libro de F. Engels Condition of the worktng class tn
England (Londres, 1958) [hay trad. cast.: K. Marx · y F. Engels, ~.Sagrada
Familia. La situación de la clase obrera en. In glaterra, .OME .6, Critica? B~r­
celona, 1978]; R. M. Hartwell, «Interpretanons of the mdustnal revoluuon m
England» (Journ. Econ. Hist., XIX, 1959); A. J. Taylor, «Progress and povTi{
in Britain 1780-1850» (History, XLV, febrero 1960); R .. M. Hartwell, « e
rising standard of living in England 1800-185,0» (E.con .. Htst. J?..ev., XI~I, P· ~'
1961); E. J. Hobsbawm, «En Angleterre: Revoluuon mdustr1elle et v1e mate-
rielle des clases populaires» (Anna!es, XVI~, p .. 6, 1962); «The standard of
living during the industrial revolut10n: A discuss1on», por E. J. Hobsbawm Y
R. M. Hartwell (Econ. Hist. Rev., XVI, p. 1, 1963); E. P . Thornpson, Th~
making of the English working-class (Londres, .1963 ), parte II [~ay trad. cast ..
La formación histórica de la clase obrera, Laia, Bar~elona, 19 / /, 3 ~ols .]. El
problema se ha analizado incidentalmente en una sene de otros trabaios.
LA DISCUSIÓN ACERCA DEL NIVEL DE VIDA 141
bía esperar) se lo consideró como un intento de demostrar que el
nivel de vida se había deteriorado en aquel período. Como la polé-
mica suele enturbiar la visión, quizá valga la pena repetir algo que,
según espero, expresan con suficiente claridad todos mis escritos:
que no es eso lo que me proponía demostrar.
La finalidad del artículo era demoler la concepción «optimista»
según la cual se podría demostrar estadísticamente que en la primera
etapa de la industrialización se había producido una mejora subs-
tancial en los ingresos reales de la mayoría de los trabajadores in-
gleses. Esto no supone que la opinión contraria (según la cual «se
produjo una deterioración eventualmente substancial» de los ingre-
sos reales) haya sido probada o pueda serlo sobre la base de las
pruebas de que disponemos actualmente. Mi argumentación se limi-
taba «a afirmar que en este terreno todavía no puede decirse nada
con certeza, pero que la hipótesis de una elevación notable o subs-
tancial del nivel de vida de la mayoría de los ingleses entre co-
mienzos de la década de 1790 y comienzos de la de 1840 resulta,
dado el estado de nuestros conocimientos, extremadamente impro-
bable» .2 Incluso los datos acerca del consumo -que, junto con el
análisis del paro, constituyen la principal contribución de ese artículo
1
ifii
al debate- no se presentaban como elementos concluyentes, sino '~
f'.
sólo como unas pruebas que no cabía soslayar, aunque hasta enton- ,.
ces se las había ignorado.
;~
En la actualidad la mayoría de los historiadores aceptan esta ar- ji~
.,
gumentación negativa. Sin embargo, el debate continúa entre quienes lt
1
sostienen que en definitiva se produjo alguna mejora en los ingresos 1
reales, quienes siguen pensando que puede justificarse la existencia
J de alguna deterioración y los agnósticos, según quienes «la índole
problemática de la actual discusión ... quizá da pie para suponer que
hasta las décadas de 1850 y 1860 no se produjo una elevación
substancial, general y demostrable de los salarios reales de los tra-
bajadores industriales».3 Sin embargo, se trata de una discusión bas-
2. Hobsbawm y Hartwell, op. cit., pp. 120, 123. Desde la fecha de pu-
blicación _de este libro el debate ha proseguido. Cabe mencionar los artículos
de J. E. Williams y R. S. Neale en Econ. Hist. Rev., XIX, 3, 1966. Se ha pro-
ducido un progreso importante respecto de un aspecto del problema: el estudio
de la dieta (véase J. Burnett, Plenty and want, 1966; T. C. Barker, J. C. Mac-
kenzie y J. Yudkin, ed. Our changing fare, 1966).
3. H . J. Habbakuk, American and British technology in the nineteenth
century, Cambridge, 1962, pp. 138-139.
.,.
"
 TRABAJADORES
142
tante marginal. Sus limitaciones resultan ahora evidentes y para ~a
mayoría de nosotros no tiene demasiada import~~cia si _se pr?du}o
una pequeña elevación, una pequeña detenorac1on o bien _mngun
cambio en los ingresos reales de la mayor parte de los traba¡adores.
En la mayoría de los casos probablemente sea suficiente con afirmar
que, en promedio, los ingresos reales no cambiaron mucho en uno .
u otro sentido durante el período considerado.
Sin embargo, puede ser conveniente aclarar qué tipo de pruebas
podrían proporcionarnos una respuesta concluyente, en caso que
contáramos con ellas. Si tuviésemos cifras relativas al consumo de
carne de una muestra representativa de la población (y no sólo de
Londres), podríamos aproximarnos a una decisión. Si pudiésemos
elaborar un índice de paro (o de empleo a tiempo parcial), que pu-
diera ser utilizado para deflacionar las estimaciones de los salarios
reales, también nos aproximaríamos bastante a una decisión; salv?
que los datos acerca del consumo las contradijesen en forma te~nu­
nante. Y si pudiésemos descubrir alguna manera de determmar
con algún grado de precisión la estructura social y de ingresos de la
población trabajadora británica, eso sería de gran ayuda. Por el
contrario, el problema no puede decidirse sólo sobre la base de unas
estimaciones globales del movimiento de la renta nacional, de unas
estadísticas no representativas (por ejemplo, las que presentan la
renta o el consumo de las clases ricas y acomodadas o de localidades
u oficios aislados), y menos aún sobre alguna base teórica a priori.
Porque cuando hay conflicto entre la hipótesis y el hecho, y este-~­
timo es cierto, la primera tiene que someterse al segundo; y tamb1en
porque no hay ninguna hipótesis a priori en virtud de la cual cabría
demostrar de una manera mínimamente convincente que en los es-
tadios iniciales de la industrialización el nivel de vida de la clase
pobre trabajadora tiene que elevarse o descender en una medida
determinada o indeterminada. Desde un punto de vista teórico, la
hipótesis de una elevación substancial del nivel de vida en ese p~­
ríodo histórico es la menos verosímil, lo cual no excluye la pos1b1-
lidad de una modesta elevación o de un modesto descenso del
mismo.
Por consiguiente, el análisis desarrollado hasta ahora no ha sido
inconducente. Por de pronto ha permitido eliminar la hipótesis de
una elevación substancial de los ingresos reales medios; aunque ha
dejado indecisa la elección entre otras hipótesis. Ha eliminado, pues,
LA DISCUSIÓN ACERCA DEL NIVEL DE VIDA 143
al menos en sus versiones más sencillas, el argumento mediante · el
cual los historiadores optimistas trataban de evitar la interpretación
tradicional y predominantemente sombría de los efectos sociales de
la revolución industrial, así como las pruebas y argumentos sobre
los que la misma se apoyaba. Ha vuelto a cargar sobre las espaldas
de los optimistas la responsabilidad de refutar esa concepción tra-
dicional. Pero esto ha supuesto restringir el debate al terreno es-
cogido de entrada por los «optimistas»: es decir, el de los cálculos
cuantitativos de cosas tales como los ingresos reales. Con ello se
c~rre el riesgo de soslayar el problema histórico real, problema que
- f·
vieron los observadores originales de la revolución industrial, pero
que los «Optimistas» dejaron de ver. Los efectos de la revolución
industrial sobre los trabajadores pobres son tanto económicos (en el
sentido estrechamente cuantitativo y material) como sociales. Ambos
aspectos son indisociables. Y ahora que se ha refutado la pretensión
de mostrar que los beneficios económicos eran tan grandes que
realmente no había razones materiales para el descontento, ya es
hora de que volvamos a la perspectiva más amplía y más sensible
que tenían los historiadores anteriores a la era de Clapham.
La argumentación de esos historiadores ha sido reformulada en ·
términos modernos de la siguiente manera: la revolución industrial
fue algo malo para los trabajadores pobres (al menos durante varias
décadas) porque produjo <mnas presiones sobre los niveles de vida
materi~les y de consumo de la masa de la población, al tiempo que
la obligaba a adaptarse a unos cambios sociales de gran enverga-
dura» .4 (Vale la pena repetir que esto no entraña -la existencia de
una tendencia absoluta hacia una deterioración de dichos niveles
aunque probablemente la mayoría de los tradicionalistas creían qu~
hasta · la década de 1840 eso fue lo que ocurrió.)
Hasta ahora la discusión se ha concentrado casi totalmente so·
bre la primera parte de esa tesis, y obviamente ha sido fructífera.
Si los optimistas tuviesen razón y los pobres, a pesar de su im-
presión subjetiva de intranquilidad e infelicidad, no hubiesen hecho
otra cosa que llorar durante todo el camino que les conducía a unas
cenas dominicales cada vez más copiosas, entonces el análisis de los
efectos sociales de la industrialización requeriría evidentemente una
revisión bastante profunda. Además, una parte importante de la
4. Pollard, op. cit.

7. LA DISCUSIÓN ACERCA DEL NIVEL DE VIDA:
UN POST SCRIPTUM
Los dos ensayos precedentes constituían en su. ~or~a ori~inal un
ataque contra quienes han creído .que la r~voluc1on mdustn:iJ, ~ro­
dujo una mejora substancial del mvel de vida del pueblo britamco.
En los años en que comparativamente no ha abundado el P~~s,a­
miento histórico acerca de las revoluciones industriales, esa opm10n
se impuso ampliamente, y hacia mediados ~e la dé,ca~a de 1950 se
había convertido en una especie de ortodoxia academlca. Aunque ~l
capítulo 5 de ninguna manera fue el único en criticar a los «opti-
mistas», probablemente haya sido la exposición ~ás elabor~~a de
la argumentación contra ellos y, por lo tanto, no solo se lo cito am-
pliamente durante la animadísima. discusión qu~, sobre el te:°1~ se
desarrolló a partir de entonces,1 smo que tamb1en (como qu1za ca-
l. Las principales contribuciones británicas ª.esta. discusión han sido h~sta
el presente: D. Woodruff, «Capitalism and the histor.1ans» ~Jou~n. Econ .. H~st.,
XVI 1956, p. 1); W. H. Chaloner, The hungry fortzes (Histo~1~al Associatton,
Aids' to Teachers Series, I, 1957); E. J. Hobsbawm, «The Brmsh standard of
livin 1790-1850» (Econ. H ist. Rev., X, p. 1, 1957); W. H. Chalon~r Y W. <?·
Hen~erson edición del libro de F. Engels Condition of the worktng class tn
England (Londres, 1958) [hay trad. cast.: K. Marx y F. Engels, ~.Sagrada
Familia La situación de la clase obrera en Inglaterra, OME 6, Cnttca? B~r­
celona · 1978]; R. M. Hartwell, «lnterpretations of the industrial revolutton m
Engla~d» (Journ. Econ. Hist., XIX, 1959); A. J. Taylor, «Progress and poverty
in Britain 1780-1850» (History, XLV, febrero 1960); R .. M. Hartwell, «The
rising standard of living in England 1800-185,0» (E.con .. Htst. ~ev., XI~I, P· ~'
1961); E. J. Hobsbawm, «En Angleterre: Revoluuon industnelle et v1e mate-
rielle des clases populaires» (Anna!es, XVI!, p .. 6, 1962); «The standard of
living during the industrial revoluuon: A discuss1on», por E. J. HobsbawT Y
R. M. Hartwell (Econ . Hist. Rev., XVI, p. 1, 1963); E. P. Thompson, h:
making of the English working-class (Londres, .1963 ), parte II [hay trad. cast ..
La formación histórica de la clase obrera, Laia, Bar~elona, l':J 11 , 3 ".ols.]. El
problema se ha analizado incidentalmente en una serie de otros traba1os.
LA DISCUSIÓN ACERCA DEL NIVEL DE VIDA 141
bía esperar) se lo consideró como un intento de demostrar que el
nivel de vida se había deteriorado en aquel período. Como la polé-
mica suele enturbiar la visión, quizá valga la pena repetir algo que,
según espero, expresan con suficiente claridad todos mis escritos:
que no es eso lo que me proponía demostrar.
La finalidad del artículo era demoler la concepción «optimista»
según la cual se podría demostrar estadísticamente que en la primera
etapa de la industrialización se había producido una mejora subs-
tancial en los ingresos reales de la mayoría de los trabajadores in-
gleses. Esto no supone que la opinión contraria (según la cual «se
produjo una deterioración eventualmente substancial» de los ingre-
sos reales) haya sido probada o pueda serlo sobre la base de las
pruebas de que disponemos actualmente. Mi argumentación se limi-
taba «a afumar que en este terreno todavía no puede decirse nada
con certeza, pero que la hipótesis de una elevación notable o subs-
tancial del nivel de vida de la mayoría de los ingleses entre co-
mienzos de la década de 1790 y comienzos de la de 1840 resulta,
dado el estado de nuestros conocimientos, extremadamente impro-
bable».2 Incluso los datos acerca del consumo -que, junto con el
análisis del paro, constituyen la principal contribución de ese artículo
al debate- no se presentaban como elementos concluyentes, sino
sólo como unas pruebas que no cabía soslayar, aunque hasta enton-
ces se las había ignorado.
En la actualidad la mayoría de los historiadores aceptan esta ar- I~
gumentación negativa. Sin embargo, el debate continúa entre quienes
sostienen que en definitiva se produjo alguna mejora en los ingresos
reales, quienes siguen pensando que puede justificarse la existencia
de alguna deterioración y los agnósticos, según quienes «la índole
problemática de la actual discusión... quizá da pie para suponer que
hasta las décadas de 1850 y 1860 no se produjo una elevación
substancial, general y demostrable de los salarios reales de los tra-
bajadores industriales».3 Sin embargo, se trata de una discusión bas-
2. Hobsbawm y Hartwell, op. cit., pp. 120, 123. Desde la fecha de pu-
blicación . de este libro el debate ha proseguido. Cabe mencionar los artículos
de J. E. Williams y R. S. Neale en Econ. Hist. Rev., XIX, 3, 1966. Se ha pro-
ducido un progreso importante respecto de un aspecto del problema: el estudio
de la dieta (véase J. Burnett, Plenty and want, 1966; T. C. Barker, J. C. Mac-
kenzie y J. Yudkin, ed. Our changing fare, 1966).
3. H. J. Habbakuk, American and British technology in the nineteenth
century, Cambridge, 1962, pp. 138-139.
 TRABAJADORES
142
tante marginal. Sus limitaciones resultan ahora evidentes y para ~a
mayoría de nosotros no tiene demasiada import~~cia si .se pr?duJo
una pequeña elevación, una pequeña deteriorac1on o bien _mngun
cambio en los ingresos reales de la mayor parte de los traba1adores.
En la mayoría de los casos probablemente sea suficiente con afirmar
que, en promedio, los ingresos reales no cambiaron mucho en uno
u otro sentido durante el período considerado.
Sin embargo, puede ser conveniente aclarar qué tipo de pruebas
podrían proporcionarnos una respuesta concluyente, en caso que
contáramos con ellas. Si tuviésemos cifras relativas al consumo de
.carne de una muestra representativa de la población (y no sólo de
Londres), podríamos aproximarnos a una decisión. Si pudiésemos
elaborar un índice de paro (o de empleo a tiempo parcial), que pu-
diera ser utilizado para deflacionar las estimaciones de los salarios
reales también nos aproximaríamos bastante a una decisión; salvo
que l~s datos acerca del consumo las contradijesen en forma te~mi­
nante. Y si pudiésemos descubrir alguna manera de determmar
con algún grado de precisión la estructura social y de ingresos de la
población trabajadora británica, eso sería de gran ayuda. Por el
contrario, el problema no puede decidirse sólo sobre la base de unas
estimaciones globales del movimiento de la renta nacional, de unas
estadísticas no representativas (por ejemplo, las que presentan la
renta o el consumo de las clases ricas y acomodadas o de localidades
u oficios aislados), y menos aún sobre alguna base teórica a priori.
Porque cuando hay conflicto entre la hipótesis y el hecho, y este -~­
timo es cierto, la primera tiene que someterse al segundo; y tamb1en
porque no hay ninguna hipótesis a priori en virtud de la cual cabría
demostrar de una manera mínimamente convincente que en los es-
tadios iniciales de la industrialización el nivel de vida de la clase
pobre trabajadora tiene que elevarse o descender en una medida
determinada o indeterminada. Desde un punto de vista teórico, la
hipótesis de una elevación substancial del nivel de vida en ese p~­
ríodo histórico es la menos verosímil, lo cual no excluye la pos1b1-
lidad de una modesta elevación o de un modesto descenso del
mismo.
Por consiguiente, el análisis desarrollado hasta ahora no ha sido
inconducente. Por de pronto ha permitido eliminar la hipótesis de
una elevación substancial de los ingresos reales medios; aunque ha
dejado indecisa la elección entre otras hipótesis. Ha eliminado, pues,
LA DISCUSIÓN ACERCA DEL NIVEL DE VIDA 143
al menos en sus versiones más sencillas, el argumento mediante el
cual los historiadores optimistas trataban de evitar la interpretación
tradicional y predominantemente sombría de los efectos sociales de
la revolución industrial, así como las pruebas y argumentos sobre
los que la misma se apoyaba. Ha vuelto a cargar sobre las espaldas
de los optimistas la responsabilidad de refutar esa concepción tra-
dicional. Pero esto ha supuesto restringir el debate al terreno es-
cogido de entrada por los «optimistas»: es decir, el de los cálculos
cuantitativos de cosas tales como los ingresos reales. Con ello se
corre el riesgo de soslayar el problema histórico real, problema que
. 1•
vieron los observadores originales de la revolución industrial, pero
que los «optimistas» dejaron de ver. Los efectos de la revolución
industrial sobre los trabajadores pobres son tanto económicos (en el
sentido estrechamente cuantitativo y material) como sociales. Ambos
aspectos son indisociables. Y ahora que se ha refutado la pretensión
de mostrar que los beneficios económicos eran tan grandes que
realmente no había razones materiales para el descontento, ya es
hora de que volvamos a la perspectiva más amplia y más sensible
que tenían los historiadores anteriores a la era de Clapham.
La argumentación de esos historiadores ha sido reformulada en
términos modernos de la siguiente manera: la revolución industrial
fue algo malo para los trabajadores pobres (al menos durante varias
décadas) porque produjo <mnas presiones sobre los niveles de vida
materi~les y de consumo de la masa de la población, al tiempo que
la obligaba a adaptarse a unos cambios sociales de gran enverga-
dura» .4 (Vale la pena repetir que esto no entraña · la existencia de -~
una tendencia absoluta hacia una deterioración de dichos niveles
aunque probablemente la mayoría de los tradicionalistas creían qu~
hasta la década de 1840 eso fue lo que ocurrió.)
Hasta ahora la discusión se ha concentrado casi totalmente so·
bre la primera parte de esa tesis, y obviamente ha sido fructífera.
Si los optimistas tuviesen razón y los pobres, a pesar de su im-
presión subjetiva de intranquilidad e infelicidad, no hubiesen hecho
otra cosa que llorar durante todo el camino que les conducía a unas
cenas dominicales cada vez más copiosas, entonces el análisis de los
·~
efectos sociales de la industrialización requeriría evidentemente una
revisión bastante profunda. Además, una parte importante de la
4. Pollard, op. cit. 1. .
1 1
 TRABAJADORES
144
historia británica de comienzos del siglo XIX resultaría bastante ~n- ~­
comprensible: sobre todo el descontento popular durante ese pena-
do que fue singularmente profundo, amplio y desesperad?. Pero
la 'segunda parte de la argumentación clásica siempre ha t.emdo una
importancia igual 0 incluso mayor que la pr.in;era. Por e}emplo:. _;l
libro pionero de Engels, escrito en 1844, quiza p~esta mas ~tencion
a la sociología de la industrialización que ~ los m~~les de vida m~­
teriales, y con toda seguridad le presta mas atencion que al movi-
miento efectivo de los salarios reales.5 J. L.. Y B., Ha~mond, los
exponentes clásicos del «pesimismo», ponían igual enfasis sobre los
factores sociológicos.
6 Una vuelta a la tradición revelará nuevamente todo el peso con
Se trata de una actitud realista. Aunque no tomemos e? cuen~a
la parte de explotación deliberada, la dureza de c~razón del neo hacia
el pobre, la incapacidad del liberalismo econólll.lco ~a~a dar algu?a
respuesta a sus necesidades soci~les, y otra~ caracteristicas de la ~­
dustrialización capitalista de colll.lenzos del siglo XIX, un. lugar comun f: ). seguridad que «el trabajador "medio" se mantuvo en un nivel muy
sociológico afirma que «es típico, sobre todo en sus primeras ~eper­
cusiones, que los nuevos modelos ec.onómicos ~mena~en o. quiebren
las relaciones sociales preexistentes sm proporcionar mmediatamente
nuevos dispositivos de seguridad capaces de reem?lazarlas».7 Ad:-
más es evidente que la revolución industrial pr oduJ? ,«una c~ta~tro-
8
fica dislocación de las vidas del pueblo llano». Qmza· sea signifi:ca-
tivo que los pioneros de la concepción .«optimis~a» hayan tendido
no sólo a exagerar al máximo los beneficios materiales .~e l.os pob~es
sino también a minimizar la repercusión de la revoluc1on mdustnal.
Tanto Clapham como Ashton insistieron en la n~turaleza gradual Y
continua del cambio económico; y Ashton, que directamente desean- t:... J sus sucesores actuales. Cuando la presión económica, que mantuvo
5 Se suele pasar por alto el hecho de que Engels no creía que la .revol':1-
ción ·proletaria estallaría en Inglaterra como consecuencia de una ten9encia hio~
la depauperación absoluta sino de una tendencia a largo plazo hacia la po an-
., ocial así como d~ las depresiones periódicas y desastrosas. El paro pe-
~fó:ii~o sintol~rable sería, en todo caso, el catalizador: (Edición de Chaloner Y
Henderson, p. 334.) Sus opiniones acerca de los s~larios son _notablemen~e yru-
dentes. Suponía que los salarios «promedio». estarian yor encima del «mirub-o»
--el cual permitiría «a una familia con varios a'Salar.iados (estar) ~a~tante. iel
de diner0>>- y que podrían estar bastante por enc~a de ese. mmimo si «e
nivel de cultura de los obreros» impidiese una reducción del ruvel de _los sala-
rios; por ejemplo, «SÍ los obreros están habituados a comer carne varias veces
por semana» (pp. 90-92). . . 1959, y E. P. Thompson, The making of the English working-class Londres,
6 Por ejemplo The Bleak Age, ed. Pengum, p. 15.
1: Wilbert E. Moore, Industrializa_tion and labour, Ithaca, 1951, P· 21.
8. Karl Polanyi, Origins of our time, Londres, 1945, p. 41.
,.
LA DISCUSIÓN ACERCA DEL NIVEL DE VIDA 145
:;; fiaba de la propia expresión «revolución industrial», logró escribir
toda una historia económica de la Inglaterra del siglo XVIII sin men-
cionar esa expresión. Afortunadamente, así como la misma revolu-
ción industrial, después de haber pasado varias décadas en el desier-
to, ha vuelto a ocupar el centro de la discusión histórica y econó-
mica, también los aspectos sociológicos de la industrialización han
vuelto a suscitar una consideración más atenta. 9 De ahora en adelante
ya no será posible desarrollar la discusión acerca de sus efectos so-
ciales y económicos como si se tratara de un simple problema vincu-
lado con los ingresos reales. '
que cuenta la concepción pesimista. En la actualidad, esta última no
puede verificarse puramente desde el punto de vista de los salarios
1
~
reales, y quizá nunca tengamos pruebas suficientes para hacerlo (a
pesar de que la cuestión sigue planteada). Sólo podemos afirmar con
próximo al de la subsistencia, en una época en que podía observar
a su alrededor un aumento de la riqueza nacional -gran parte de
la cual era claramente el producto de su propio trabajo- y en que
observaba con no menor claridad cómo la misma pasaba a manos de
sus patronos».1º Es probable que esta concepción pesimista pueda
ser verificada desde un punto de vista no material -al menos así
podría hacerlo todo aquél que fuese capaz de apreciar toda la pro-
fundidad de la dislocación producida entonces en las vidas del pue-
blo llano: capacidad de la que carecían los pensadores del libro de
T. L. Peacock Steam Intellect Society y de la que siguen careciendo
los niveles de vida apenas en el límite de la subsistencia durante
un período de acelerada expansión económica, se combina con los
efectos de la dislocación social, la argumentación «pesimista» resulta
'~
muy difícil de objetar. Más aun: esa argumentación se ajusta a los
hechos de la historia de Inglaterra. Desde el punto de vista de una
interpretación sombría, el descontento popular de comienzos del si-
glo XIX resulta comprensible; desde el de ,una interpretación opti-
mista, resulta prácticamente inexplicable. Sin embargo, la idea de
9. Cf. Neil Smelser, Social change in the industrial revolution, Londres,
1963. . ,
10. E. P. Thompson, op. cit., p. 318.
~·
•. f
10. - HOBSBAWM
146 TRABAJADORES

que la condición del pueblo llano empeoró comparativamente entrelt

las décadas de 1790 y 1840 no supone una concepción. i~almente
pesimista de los períodos históricos precedentes y su~s1gmentes, Y -
menos aún una concepción predeterminada acerca de ciertas tenden-
cias a largo plazo hacia una depauperación absoluta.

8. LAS FLUCTUACIONES ECONÓMICAS

Y ALGUNOS MOVIMIENTOS SOCIALES 1
1
A PARTIR DE 1800
l"
'

Este capítulo 1 se ocupa de las periódicas y repentinas expansio-

nes experimentadas en la magnitud, fuerza y actividad de los movi-
mientos sociales, principalmente en la Europa del siglo XIX y de co-
mienzos del xx.2 Un período en el que, en líneas generales, las fluc-
tuaciones económicas de una economía industrial y capitalista tienen
una importancia decisiva; y un área en la que las estructuras de la
sociedad en general y del mercado de trabajo en particular son bas-
tante parecidas en los diferentes países que la integran. Por esta
razón se han dejado de lado países como Estados Unidos y Austra-
lasia. El objetivo fundamental de este artículo será aclarar por qué
esos movimientos se dan «a saltos» y con ritmo discontinuo, por
,. ~) qué se producen sólo en determinados momentos y, en menor me-
• dida, se ocupará también del análisis de los problemas vinculados
con la coordinación internacion-al entre los mismos. Las mediciones
continuas, incluso las mediciones brutas, resultan prácticamente irrea-
lizables salvo en el caso de fenómenos como las huelgas y los mo-
vimientos sindicales, de modo que consideraremos sobre todo estos
últimos. Y como, a pesar de su pobreza, el material disponible acer-
ca de Gran Bretaña _es mejor (por lo menos hasta la década de 1890)
que el referido a otros países, utilizaremos sobre todo los datos

l. Basado sobre un trabajo leído en la reunión anual de la Economic Hís-

tory Society, en abril de 1951.
2. Para abreviar, llamaré a estos fenómenos «explosiones» o «saltos».
148 TRABAJADORES
británicos. Aun así gran parte del análisis seguirá teniendo un ca-~
rácter especulativo.
Las expansiones más dramáticas y repentinas de los movimien-
tos sociales son las grandes revoluciones sociales producidas entre
17 89 y 1917. Pero la pauta de discontinuidad es bastante general
incluso en épocas menos agitadas y en campos más estrechos. Por
ejemplo, el gráfico que representa la cantidad de afiliados de casi
todos los movimientos sindicales se presenta ya sea como una serie
de pasos inclinados, como una serie de amplios valles interrumpidos
por picos abruptos o bien como una combinación de ambos; sólo
muy raramente se presentan como una pendiente ascendente conti-
nua. En Gran Bretaña, los «saltos» sobre los que tenemos mejor
información son los de 1871-1873, 1889-1891 y 1911-1913. Cada
uno de ellos supuso prácticamente una duplicación de la fuerza bá-
sica del movimiento sindical, aunque durante los períodos explosi-
3
vos se alcanzaron picos aun más elevados. No conocemos lo su-
ficiente como para medir la magnitud de las explosiones producidas .t
en la época anterior; por ejemplo, las de 1833-1835, 1838-1842 y
4
otras, o bien las de la mayoría de los otros países de Europa antes
de la década de 1890. A partir de esa época la magnitud de esas ex-
plosiones varía. Los sindicatos noruegos crecieron alrededor de dos
veces y media entre 1904 y 1906; los austríacos, alrededor de tres
veces; los húngaros, algo menos de una; los suecos, algo más de una
entre 1905 y 1907, etc. Las «explosiones» mejor conocidas, que
también son las más recientes, producidas en Francia y en los Esta-
dos Unidos, en 1936-1937, supusieron aproximadamente una multi-
plicación por cuatro y por dos respectivamente en un año. A veces
la discontinuidad no se traduce en un incremento absoluto de la can- ¡; ) smo tambien unos cambios en las tecnicas de los antiguos gremios
MOVIMIENTOS SOCIALES A PARTIR DE 1800 149
'"" tidad de los afiliados, sino en un repentino cambio de dirección de la
~urv_a que la represen ta, como ocurrió, por ejemplo, en Alemania a ·
partir de 1899. Por ~upuesto, las variaciones repentinas y abruptas
del vol~~en ~e la actividad obrera (por ejemplo, las huelgas) -que
cabe ?ist~ngmr de las que afectan al volumen de afiliados de las
orgamzacione_s- s?n demasiado conocidas como para que haya que
probar su existencia.
Por, s~puesto, las curvas no pueden revelar toda la verdad. Lo ,
caractensuco d~ nue~tras «e~lo~iones» es el hecho de que expre-
san unos cambios tanto cualitativos como cuantitativos. En reali-
dad suelen ser expansiones del movimiento sindical hacia nuevas in-
dustrias, nuevas regiones y nuevas clases de la población· coinciden
con la formación de nuevas organizaciones y con la adopción de
nuevas ideas y políticas tanto por parte de las unidades ya existen-
) tes como por parte de las nuevas. Por ejemplo: en la «explosión»
de c~míenzos de la década de 1830 en Gran Bretaña los antiguos
gre~10s lo~ales adoptaron unas técnicas bastante nuevas de coordi-
nac10n n_ac_ional y se produjo la fusión entre las ideas del socialismo
cooperativista y las del sindicalismo. En la de la década de 1870
produjo la extensión del sindicalismos a la agricultura el comien:~
de la conquista obrera de áreas que antes eran más débiles corno
la costa ~el noreste de Inglaterra y el sur de Gales, y los p;imeros
ensayos importantes de una representación obrera independiente.
En la de 1889-1.890 no sólo s~ prod~jeron unas extensiones regio-
n_ales Y la -~onqmsta de ~uevas mdus~rias y nuevos tipos de trabajo,

3. El libro de G. D. H . Cole, Short history of the British working-class
movement, 1948, constituye la fuente más accesible para las cifras relativas a
Gran Bretaña a partir de la década de 1860. Las series continuas individuales
relativas a cie"rtos gremios se remontan bastante más atrás, pero hay que utili-
zarlas con mucho cuidado. Para otros países, véase la nota 5.
4. Respecto de las primeras, d. S. y B. Webb, History of trade unionism,
edición de 1894 y siguientes, cap. 3; R. W. Postgate, The builders' history,
1923, capítulos 3-4; W. Warburton, History of the trade union organization in
the potteries, 1931, capítulos 3-5; C. Chapman, The Lancashire cotton indus-
try, 1904, cap. 9; Trades Union Congress, Tbe martyrs of Tolpuddle, 1934;
G. D. H. Cole, «Attempts at General Union 1829-1834», Int. Rev. Social His-
tory, IV (1939); respecto de las últimas, cf. las numerosas historias del car-
tismo.
t ,' ) Gewerkschaftsbewegung in Russland 1905-1914 (Berlín, 1927\ . rmewitsc '
5. La~ :fuentes má_s accesibles son las siguientes: Abstract of Foreign La~
bour Statzsttcs (a Pai:tlr d~ 1899); Labour Gazette (a partir de 1894)· «The
~rowth of Trade Uruons smce 1913», Int. Lab. Rev., III (1922) p 7g y IV
( 922), p. 53; W. Kulemann, Die Gewerkschaftsbewegung Jena i'900 di ·
nes ulteriores,. y el d~sigual Int. Handbuch d. Gewerkschaft~wesen/ Va~fo­
Fbras. secundarias con~enen estadísticas útiles; pero ejemplo, para el ·caso <l!
rancia_, G. Le~anc, Htst: d. mouv. syndical Fran(ais, París, 1937; para el caso
· R.
Al Italia,
de K Rigola, Stor:a
z · G hdel mov. operaio ita!- ., Mila'n ' 1947·, para e1 caso de
emarua, · w~~' ese . d. deutschen freien Gewerkschaften, Jena 1922·
para el caso de Belg1~a, E. V:andervelde, Le Partí Ouvrier Belge, Brusela; 1925'.
fj~ª el caso de Suecia, Sve~sson, W ages in Sweden 1860-1932, Londres: 1935'
Vi~npar~9~8 casodi?~ Austrulia, J. Deutsch, Gesch. d. oesterr. Gewerkschaften'
a, Y e aones tenores; para el caso ut: Rusia W G · · h'

150 TRABAJADORES
así como la repercus1on de las ideas socialistas sobre las tácticas ~-
concretas del movimiento. Si nos limitamos principalmente al estu-
dio de las variaciones cuantitativas se debe sólo a razones de con-
veniencia, porque al parecer éstas brindan un índice razonablemente
útil para determinar las variaciones cualitativas, que son más com-
plejas.
Resulta llamativo que los estudiosos no se hayan interesado más
por estos «saltos». Recientemente los eruditos han investigado un
poco el período anterior a 1850,6 sin darse demasiada cuenta a veces
de que sus explicaciones no se aplican a los períodos siguientes.
También existe una literatura bastante amplia acerca de la correla-
ción de los movimientos obreros con los ciclos económicos, que
muestra que la magnitud y la actividad de los movimientos aumen-
tan en las épocas favorables para la negociación y aflojan en otras
épocas.7 Tampoco estos autores son siempre conscientes de que sus
conclusiones no son aplicables universalmente o no lo son directa- F
mente. Con algunas raras excepciones,8 el problema se les escapa,
porque la magnitud de los «saltos» no guarda al parecer ninguna
relación con la magnitud de la oscilación cíclica positiva o negativa
durante la cual se producen, en todo caso a partir de 1850. El
período entre 1868 y 1873 se destacó, como sabemos, por unos
booms de enorme magnitud, pero difícilmente podría afirmarse que
las expansiones que se produjeron en 1887-1890 o 1909-1912 en
Gran Bretaña fueran tanto más grandes que las de 1880-1882, 1896-
1901 o 1904-1907, como para explicar la ausencia de «explosiones»
9 ban; en segundo lugar como consecuencia de los defectos técnicos
comparables en estos últimos años. En realidad, se ha sostenido que
los grandes «saltos» se producen después de las depresiones excep-
cionalmente graves, que infunden a los obreros el sentido de la orga-
nización. Sin embargo, aunque éste pudo haber sido uno de los
factores actuantes en Gran Bretaña en 1889 -así como en los Es-
tados Unidos en 1933-1937-, obviamente no se aplica al · vuelco
6. C. E. Labrousse, Le mouv. ouvrier et les idées sociales en France, Pa-
rís, s. d.; W. W. Rostow, British economy of the nineteenth century, Oxford,
1948, II parte.
7. Por ejemplo, A. H. Hansen, «Cycles of strikes», Amer. Econ. Rev., XI
(1921), p. 616; N. Barou, British trade unions, Londres, 1947, pp. 86-87, apén-
dice VI.
8. Por ejemplo, Horace B. Davis, «The theory of union growth», Q. Journ.
Econ., LV (1940-1941), pp.· 621 ss., pp. 632-633.
9. Davis, loe. cit., p. 623.
,,
r
.~
MOVIMIENTOS SOCIALES A PARTIR DE 1800
de la década de 1860, época en la que los «saltos» fueron casi uni-
versales en toda Europa; como tampoco a muchas de las expansiones
151
'º"
1
de los movimientos sociales en otros países de Europa entre 1899 I!
Y 1908 o a las de Inglaterra entre 1911 y 1913. Por consiguiente, ¡fi
·11
no existe ninguna explicación adecuada para este fenómeno; al me-
nos a partir de 1850. Sólo sabemos que se vincula de alguna manera
con las fluctuaciones cíclicas a corto plazo y probablemente tam-
bién con los períodos de cambio económico más extensos, que ac-
tualmente muchos investigadores tienen en cuenta: las expansiones
económicas del período que termina en 1815, desde la década de
1840 hasta comienzos de la de 1870, y desde finales de la de 1890
hasta la Primera Guerra Mundial, y los períodos de dificultades y
de crisis que alternaron con ellos.
:)
II
Nuestra primera tarea ha de ser la de examinar de qué manera
los cambios en las condiciones de trabajo y en los medios de vida
de las clases trabajadoras iluminan la interpretación de este pro-
blema. Los índice que con más frecuencia utilizan los estadísticos
(los de salarios, coste de la vida y paro) son muy defectuosos; ante
todo como consecuencia de nuestra profunda ignorancia acerca de la
~anera en que las diferentes clases de la población se ganaban la
vida y de la manera en que las fluctuaciones económicas las afecta-
) de los propios índices, que en todo caso muy pocas veces se elabora-
ron con una intención similar a la nuestra. Quizás el hecho de que
la ~ay.cría de ;sos índices .sean promedios de componentes cuyo
mov1m1ento varia mucho (e mcluso puede marchar simultáneamente
en direcciones contrarias) 10 no sea fatal, porque los grandes «saltos»
suelen afectar al mismo tiempo a grupos muy distintos. Sin embar-
10. Ver, por ejemplo, D. Chadwick, «Ün the rate of wages in Manches-
ter and Salford and the manufactur~g districts of Lancashire 1839-1859», J. R.
Stat. Soc., XXIII (1860), p. 1, qmen muestra que las tarifas salariales de un
grupo de 6 artesanos calificados de la industria del metal aumentaron en los
6 casos; l~s de un grupo de 7 obreros semicalificados aumentaron en 2 casos,
L·l se mantuvieron estables en 3 r.a§o_s y descendieron en los 2 restantes; mientras
que las de un grupo de tres obreros no calificados permanecieron estables en
'"° y d"'""diernn en 2.
 TRABAJADORES
152
go es importante recordar que a menudo oscurecen distU:ciones ~
fundamentales como la que existe entre el sector de los trabaJadores
que normalmente vivían (al menos en Gran Bretaña) en. c?ndiciones
de pleno empleo y el de aquéllos que normalmente v1v1~ ~n un
mercado de trabajo saturado.U Un defecto más grave es el s1gu1ente:
para que un índice de salarios o de paro pueda utili~arse, hay que
suponer que se aplica a una clase regularmente asalariada, empleada
de una manera bastante permanente y que atiende la mayoría de sus
necesidades mediante compras en dinero contante en un mercado.
Cuanto más retrocedemos a partir del período que va de 1880 a
1913, o cuanto más nos alejamos de países altamente proletarizados
como Gran Bretaña o Sajonia, los índices con que contamos se vuel-
ven menos representativos. No pueden aplicarse sin las máximas
precauciones a los trabajadores domésticos, a los subcontratistas o a
otras clases de pequeños productores de mercancías en vías .de fu-
sionarse con la clase trabajadora; o al amplio grupo de trabaJadores t: - ~
eventuales, flotantes e irregulares; o a los trabajadores semiagrícolas.
Por. ejemplo: para un trabajador eventual del siglo XIX la depre-
sión significaría sólo un incremento en la duración de las temporadas
sin trabajo, siempre presentes en su caso, y no una frontera absoluta
entre el trabajo y el paro; es decir: una diferencia de grado y no de
clase. Para el productor independiente o para el trabajador q~e
realizaba su tarea fuera del taller podía significar sólo mayor trabaJO
durante más horas para obtener menores resultados, y de ninguna
manera el paro. Además, tampoco podemos suponer que el estado
general del mercado de trabajo fuese, m~s o menos e~ ~ismo para
aquéllos a quienes se aplicaban los md1ces de los smd1catos que ~
para aquéllos a quienes esos índices no se aplicaban. Por lo menos . .
tenemos que suponer la existencia de un volumen de paro constante,
12
aunque disimulado, mayor del que revelan los índices. Por consi-
guiente, la utilización de este índice es peligrosa, a ~esar .de que l?s
riesgos disminuyen a medida que aumen~a la cantidad de trabaJa-
11. Cf. la oposición de los artesanos calificados de los gremios más favo~e­
cidos al radicalismo en las décadas de 1830 y 1840 (S. y B. Webb, op. cit.,
ed. de 1894, pp. 180-181). . ,
12. No es correcto deducir de esos índices una docena del fr~le de perio-
dos de «virtual pleno empleo» entr~ ~800 y 1914. (Rostow, o~. cit., P· 33) o·
suponer que el término «empleo» significaba l~ ffi!smo en el siglo XIX que en
la actualidad.
i- MOVIMIENTOS SOCIALES A PARTIR DE 1800 153
'.' 1
dores que se ajustan al modelo normal del asalariado que trabaja
con tiempo completo, aunque haya diferentes niveles de renta y
posición social.
Por último, no contamos con ningún tipo de índices utilizables
para ciertos ~actores importantes que afectan el comportamiento de
la clase trabaJadora (por ejemplo, la intensidad y la incomodidad del
trabajo) ~ en. el mejor de los casos sólo podemos improvisar unas
pocas senes dispersas y parciales.
III
Con unos instrumentos tan frágiles, ¿qué podemos descubrir
acerca de nuestras «explosiones»? A pesar de la abundancia crecien-
te del material disponible, podemos descubrir mucho menos a par-
tir de 1850 que antes de esa fecha. Alrededor de la década de 1840
se sitúa una divisoria de aguas cuya naturaleza sólo ahora comienza
a suscitar ' 13 An tes de 1850 -y en ciertos países atrasados
• •mteres.
también después de esa fecha- los movimientos sociales resultaron
profundamente afectados por unos incrementos catastróficos y si-
multáneos de la miseria en la población trabajadora, revelados incluso
por los documentos más esquemáticos. Se trata ele un fenómeno tan
p!obado que el profesor Rostow ha podido construir un índice legí-
timo, aunque hasta cierto punto arbitrario,1 4 de la «tensión social»
para el período q~; va desde 1792 hasta 1850, a partir del supuesto
de que la depres1on y el aumento de los precios de los alimentos
(fenómenos que normalmente se combinan) inevitablemente indican
un incremento de la agitación. Los profesores Labrousse y Ashton '
han mostrado a qué obedece ese fenómeno. 15 Por entonces las de-
1 ••
13. ~rincipalmente .e,n Francia, por ?arte de Labrousse y otros investiga-
dores. Ve,ase J. Fourasue en JX• Congres International des Sciences Histori-
ques, Par1s, 1950, I, p. 223. El profesor Ashton ha observado también que fe-
nómenos como l~ «paradoja de Gibson» formulada por Keynes (A treatise on
money, II) no tienen al parecer validez para épocas anteriores a la década de
1840.
~4. Op. ~it., pp. 124-1~5. ~ primera vista la elección de los pesos para los
preoos del trigo parece arbitraria. "·
, .15. C. f· Labrousse, La c:fse de l'économie fran~aise a la fin de l'ancien
~egzme, P~1s, 1944 Introd1:1coon; C. ~· Labrousse, La politique financiere et
1
econ. de l Assemblee Constztuante, Par1s, s. d., cap. II, pp. 16-24.
 TRABAJADORES MOVIMIENTOS SOCIALES A PARTIR DE 1800 155
154
!.>
t: CUADRO 1
presiones comenzaban en el sector agrario (en la mayoría de los ""
casos por las malas cosechas) y afectaban al sector industrial a través Carácter estacional de los motines en Inglaterra y en
de la escasez de materias primas, pero sobre todo al contraerse la Gales entre 1740 y 1800 1s, 19
demanda interna, puesto que la mayoría de la población era rural.
16
Por consiguiente, en épocas de carestía tendía a producirse paro:
Porcentaje de años agitados en que se produjeron motines
situación ésta que prácticamente empujaba al amotinamiento. Pode-
mos añadir que, al no haber sindicatos ni políticas de empleo (que Enero . 8 Mayo 33 Septiembre 22
en todo caso surgieron sólo mucho más tarde), las depresiones sig- Febrero 5,5 Junio 35,5 Octubre .. 25
nificaban normalmente unas drásticas reducciones en los salarios Marzo 11 Julio . 25 Noviembre 11
para los obreros fabriles menos calificados y un descenso muy abrup- Abril 22 Agosto 14 Diciembre. 3
to de los ingresos de la amplia franja intermedia de los artesanos
semidependientes y de los trabajadores que realizaban sus tareas
17
fuera de los talleres. CUADRO 2
Este análisis sólo puede aplicarse a Gran Bretaña con algunas
reservas. La primacía del ciclo económico genuino en este caso no Carácter estacional de la agitación en Gran Bretaña
resulta demasiado dudosa a partir de 1815, o quizás incluso a partir t ""... entre 1800 y 1850 20
de la década de 1780, aunque la naturaleza «labroussiana» de nues-
tros mercados de exportación influyó sin duda y la política del in- Parte del año (los
terés agrícola desarrollada hasta 1846 probablemente mantuvo en meses «pico» se expresan
Año Descripción en versalita)
los precios de los alimentos una fluctuación más abrupta de la que
éstos hubiesen necesitado. Por consiguiente, no encontramos la clara 1802-1803 sindicatos, agitación ludista entre los de abril a JULIO
pauta estacional con la tradicional agitación «pura»: ascenso hasta tundidores, etc.
un pico menor hacia finales del año, una vez agotados los efectos 1808 . . . huelga de los tejedores de Lancashire junio
inmediatos de la cosecha, y hasta un pico más importante en los 1811-1812 ludismo en Nottingham MARZO-NOVIEMBRE

meses inmediatamente previos a la nueva cosecha. (Véase el cua- 1812 . . . ludismo en Nottingham noviembre-dicbre.
dro l.) Sin embargo, la «explosión» provocada por la depresión · ludismo en Lancashire marzo-ABRIL
ludismo en Yorkshire feb.-junio (ABRIL)
siguió siendo normal hasta 1850, sin duda mantenida por las políti- t
1816 ludismo y peones rurales mayo-junio
cas de salarios de la época, por el estrecho margen que separaba a -J
1817 tejedores de mantas, «levantamien- COMIENZOS DE
los trabajadores de la miseria (incluso en épocas buenas), por la falta tos» de Derby y de Huddersfield JUNIO
de flexibilidad del sistema de distribución de los alimentos y por 1818 huelgas en Lancashire julio-agosto
otros factores similares. 1819 Peterloo (agitación por la Reforma) comienzos del vera-
no-AGOSTO

16. Los precios locales tendían a fluctuar de un modo acelerado e incon- d~lii;· w:~~Yi~~M{l~~~~º1::19n4~5letth~
, es, .
~~~~~nn~e~~:u;¡~h~ ~~gl~~e~thti~:!tu~
trolado.
17. Pero véase E. Phelps Brown y S. Hopkins, «The course of wage rates 19. Se registran ~oti~es en 36 años de este período.
20. Este cuadro solo mcluye los episodios más ·
in five countries», Oxford Econ. Papers, N.S., II (junio 1950), pp. 234-235, para no ~s estrictamente comparable con el cuadro 1 La;n1fuºr~antes p~r- kr tadto
Ji
una crítica de la concepción ampliamente aceptada según la cual la estructura del masiado numerosas como para poder enumerarl~s convecie~te~en~~- as son e-
salario habría tendido a perder flexibilidad.
 MOVIMIENTOS SOCIALES A PARTIR DE 1800 157
TRABAJADORES
156
cidental durante las dos generaciones siguientes fue desdibujando
CuADRO 2 (continuación) los contornos de la pauta que se daba en la época anterior.
Esa pauta no fue reemplazada por ninguna otra igualmente de-
Parte del año (los
meses «pico» se expresan finida. Por un lado, muchos países, estando cada uno de ellos en un
Descripción en versalitas) estadio de desarrollo económico diferente, entraron entonces en la
Afio esfera de la economía capitalista, y en gran parte de ellos todavía
abril-mayo dominaba el viejo ritmo, mientras que en otros seguía siendo im-
1826 ludismo octubre-noviembre
1830 levantamiento de los peones rurales portante dado el nivel excepcionalmente bajo de los ingresos. L~
enero-MARZO
1830 . . . . campañas por las Diez Horas (en el jacquerie de los mineros belgas en 1886 y las grandes huelgas polí-
norte) 21 noviembre ticas de los años de depresión de 1893 y 1902 son al menos tan
1831 . . . . motines por la Reforma 21 21 mayo importantes dentro de la historia social de este país como la expan-
1832 . . . . motines por la Reforma 21 enero-marzo sión de los sindicatos durante el auge de 1904-1907 .24 (De hecho,
1833 campaña por las Diez Horas •,
expansión acelerada de la Gran Umon enero-abril 1902 foe un año muy importante para las huelgas generales en toda
1834 (¿MARZO?) Europa.) 25 Los movimientos italianos presentan una «pauta de de-
Nacional de Sindicatos
campañas contra la Ley de Pobres enero-COMIENZOS presión» casi clásica hasta bien entrado el siglo xx: en especial en
1837 DE JUNIO, NO- los motines a escala nacional de enero a mayo de 1898, desencade-
VIEMBRE nados por un salto en el coste de la vida comparables con los de la
diciembre-junio
1838-1839 . cartismo vieja época.26 Incluso la expansión principal de los sindicatos en 1901
(MAYO-JUNIO)
puede haber coincidido con una depresión y no tanto con una eleva-
cartismo: levantamiento de Newport diciembre ción de la curva económica, 27 y en 1906 todavía estaba vigente la
agosto
1842 . . . . cartismo: huelga general antigua pauta del coste de la vida.28 En la génesis de la revolución
Gales: motines de Rebecca mayo-junio
1843 . . . . abril-junio rusa de 1905 los períodos de depresión (a mediados de la década
1848 . . . . cartismo de 1880 y a comienzos de la de 1900) tuvieron más importancia
inmediata que las repentinas expansiones de la agitación industrial
A . d 1850 las cosas cambiaron. El ciclo económico logró
. p~ur e l· 1 de 1857 fue quizá la primera crisis a escala 24. J. Destrée y E. Vandervelde, Le socialisme en Belgique, París, 1903,
su victoria genera · ª d 1 d 1 ·d a
mundial. El fondo de la depresión y el pico e coste e .ª v1 a y IIª parte, capítulos 1, 4 y 10. Vandervelde, op. cit.
25. Para los casos de Bélgica, Suecia, Trieste y Barcelona, cf. E. Georgi,
. coi'nci'dir De hecho en todo caso se produ10 lo con- r ":) Theorie u. Praxis d. Generalstreiks, Jena, 1908, pp. 52, 57 y 89; A. J. C. Reu-
no ten d1eron a · ' d ·
. 1 d 1853-1855 fue la primera que no pro uJo -gran ter, De Spoorwegstakingen van 1903, Leiden, 1935. Véase también W. H.
trar10: a escasez e fu d Crook, The general strike, Chapel Hill, 1931. Con respecto a· las huelgas gene-
agitación en la mayoría de los países,22 puesto que e compensa a rales en Rusia en 1902-1903, cf. J. Mavor, An. econ. hist. of Russia, Londres,
or el pleno e~pleo excepcional generado por ese boom monumen- 1914, II, libro 7, cap. l.
~al.n De todas maneras la desaparición de las h~mbrunas y la amor- 26. N. Colajanni, L'Italia nel 1898, tumulti e reazione, Milán, ed. de 1951,
capítulos 3 y 11. Para una lista detallada de los motines, cf. Almanacco Socia-
tiguación de las fluctuaciones del coste de la vida en la Europa oc- lista de 1899.
27. El libro de E. Lemonon, L'Italie écon. et sociale 1861-1912, París,
21. Afectadas por el calendario( del Parllamoendt~i Píamente) véase A. Frilli,
1913, pp. 159-178, presenta pruebas en ambos sentidos. Acerca de las «explo-
22. Acerca de las exc~pciones como e cas ' siones» sindicales de 1901, cf. M. Bettinotti, Vent'anni di movimento operaío
genovese, Milán, 1932, pp. 54-55, 63, y las cifras admirablemente completas
I partiti popolari, Flor~nc1i, 1xoo, 1?· 22. tendieron a convertirse en períodos incluidas en Origini, vicende e conquisti delle organizzazione operaie aderenti
23. Por el contrario, as . epres1~nc~ntrarrestar de ese modo el efecto del alla Camera del Lavoro in Milano, Societa Umanitaria, Milán, 1909.
de descenso del coste dD~bbv11~u~ies in the development of capitalist?t, .Lon- 28. Vf>:g~~ Ja recensión de A. Boscolo, «l moti del 1906 in Sardegna», Mo-
~~~~ Í9~6,' ;:3J':!· (Ey trad.' cast. Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, vimento Operdío, II (junio-julio 1950), pp. 9-10.
Siglo XXI, Madrid, 1976].
 TRABAJADORES
MOVIMIENTOS SOCIALES A PARTIR DE 1800 159
158
\
a finales de la década de 1890. Por supuesto, en países como G~:n
de advertir el ritmo singularmente sincopado de los «saltos» sindi-
Bretaña tampoco desapareció por completo la pauta de depres1on cales europeos entre 1889 y 1914, en especial el hecho reiterado de
después de haber perdido su primacía. Se ha señala~o que las cam- que los momentos de mayor énfasis en Gran Bretaña ( 1889-1890 y
pañas por el sufragio, incluso después de 1850, t.endian. a recrudece.r 1911-1913) se produjeran en medio de unos picos mucho menos
en épocas de depresión, en las que las formas mdustn.ales de acti- acentuados en los otros países de Europa. 33 Fenómenos similares
vismo no eran oportunas,29 de la misma manera en que incluso antes pueden observarse en las expansiones sindicales a escala mundial de
de 1850 las expansiones sindicales (que a veces sólo tenían una r;- . la segunda parte de la década de 1930, bastante menos notables en
percusión local) habían tendido a producirse en los momentos mas Gran Bretaña que en muchos otros países, entre ellos muchas co-
elevados de los booms: por ejemplo, en 1792, 1818, 1824-1825 Y lonias y posesiones británicas.34 Tales cambios se reflejaron en las
1844-1846.3º Sin embargo, sigue siendo cierto que los «saltos» más ideas y las tácticas de quienes creían en la revolución europea o
llamativos tendieron a producirse cada vez menos en el fondo de mundial, que evolucionaron desde las concepciones tradicionales de
las depresiones y cada vez más en los momentos ~e auge cí~lico, de los hombres de 1848 hasta las complejidades de la «ley del desarro-
incremento del empleo o (caso especial de gran importancia en el llo desigual» enunciada por Lenin. Sin embargo, cabe añadir que la
creciente interdependencia política de los países y la fuerza unifica-
siglo xx) de guerra. . ,.
Mucho podría decirse acerca de las consecuencias pohticas ~e dora de fenómenos como la guerra, contrarrestaron en cierto modo
estos cambios, que produjeron una especie de dispersión de la .m- ~ _;; esta «dispersión».
quietud tanto en las diferentes clases de un país como e~ los dife-
rentes países. Por ejemplo, la historia de 1848 bien pudiera haber
sido distinta si la máxima depresión de los países dominados por IV
un ritmo industrial no hubiese ocurrido unos años antes (en 1839-
1842) 31 y si los ritmos viejos y nuevos hubiesen coincidido más en Por consiguiente, no resulta muy fácil analizar el nuevo mode-
todos los otros países de Europa. La historia británic~ de la décad.a lo de «explosión». Por cierto, el análisis de los índices disponibles
de 1880 fue muy influida por el hecho de que los picos del movi- acerca de las condiciones de trabajo es más complejo, a pesar de
miento irlandés (protagonizado por pequeños comerciantes y arren- que permite resolver el problema de la duración precisa de los «sal-
datarios) se produjeron durante las depresiones cíclicas de 1879-1881 tos». En Gran Bretaña, los más fáciles de medir se produjeron. en
y 1886-1887, y no durante el auge de 1889-1891, como los ~el los momentos de alza de los ciclos económicos, pero al parecer co-
movimiento obrero británico. El observador tampoco puede deJar ¡;:; ~
32

29. Sin embargo, la distinción neta entre acción industrial y acción polí.ti·
ca resulta artificial; sobre todo en los otros países de Europa, _?onde ~i:os sin-
dicatos permanentemente débiles solían apoyarse en las campanas pohucas.
30. Para las expansiones previas a 1824-1825, sólo. contamos con prue~as
fragmentarias y aproximativas: por ejemplo, en A. Aspu.:all, The. e_arly Eng~zsh
trade unions, Londres, 1948, pp. 7, 246-313; Cole y F1lson, Brztzsh work~ng­
class movements 1789-1875, Londres, 1951, pp. 149-158. Para 1824-1825, vease
ibid., p. 241; S. y B. Webb, op. cit., pp. 98-100. Para 1844-1846, Cole Y Post-
gate The common people, Londres, 1946, pp. 316-317. , deClIDle~to de la agitación obrera en Rusia en 1912 y la huelga general de 1913
Jl. Bélgica, el otro país industrializado, al parecer fue afectado ~olo en
parte por la crisis de comienzos de 1848. Véase J. Dhondt, ~<La Belgique en
1848» Actes du Congres Historique de la Rév. de . 1848, Pans, 1948, p. 120.
32'. En el sur de Inglaterra encontramos un e1emplo tem¡;f-&..'10 y destaca-
do de esto. En 1830 la agitación de los peones rurales se detuvo a unas pocas
millas de los centr~s textiles, tradicionalmente rebeldes, que atravesaban un
período de ~an prosperidad. (Véase los manuscritos de la correspondencia de
Cobb, _en Wilts A:~h. a;id Nat. Hist. Soc. Library, Devizes.) En 1839, cuando
el carusmo de amon directa domif1a~~ en estos últ~mos (P.R.O. Home Office
Papers, I_!:.0. ~0/40, 40/48), la agttac1on rural (medida por la quema de almia-
!es y danos similar~s) atravesaba el período más bajo de la década (véase el
mforme I?ªr!amentano ,anual, «Numbers of criminal offenders» de 1834 ). Entre
esos ID?Viffilentos, _las areas de agitación en 1830 y 1839 cubren la mayor parte
del pa1s, pero casi nunca llegan a superponerse.
:33: Las princi~ale~ excepciones en los otros países de Europa son el recru-
en Bélgica.
34. · H . A. Marquand, ed. Organized labour in four continents Londres
1939; V. Thompson, Labor problems in south-east Asia1 Yale 1947'. K Kuri~
ha~a, [Abo_r in t~e Philippine economy, Stanford, 1945; S. D.' Punekar,· Trade
; ,? unzonzsm zn Indta, Bombay, 1948, subraya este aspecto.
 CUADRO 3 MOVIMIENTOS SOCIALES A PARTIR DE 1800 161

Cambios en los niveles de vida de la clase obrera antes de las t- 'j

menzaron a surgir en períodos en que las condiciones de importan~
expansiones sindicales de 1871-1872, 1889-1890 y 1911-1912 tes grupos de obreros empeoraron.
«Indigentes Las cifras relativas a los salarios reales son demasiado artificiales
Cambios en el Indigentes por mil normalmente sanos» y no cabe apoyarse en ellas para medir este fenómeno. Afortunada-
consumo * habitantes H por mil hab'itan t es *** mente contamos con algunas indicaciones aproximadas, pero más
Año
realistas, acerca de las cifras del consumo de ciertos productos bá-
l. 1867-1872 sicos y acerca de los ingresos de los indigentes. Estas pruebas no
6,9 son de ninguna manera concluyentes, aunque revelan que entre
1867 ...... 1 45,0
7,7
1868 ...... 3 48,0
7,8
1867 y 1911 nuestra pauta coincide con los tres momentos en que
1869 ...... 4 47,7
7,9
se produjeron expansiones, que la misma no coincide con los dos
1870 . . . . . . 3 48,8 momentos en que no se produjeron tales expansiones y que puede
4 48,2 7,7
1871 6,6
o no coincidir con el de 1903-1907, en que no se produjo ninguna
1872 . . . . . . o 43,0
actividad sindical de importancia sino (a juzgar por las elecciones
II. 1886-1889 generales de 1906) un notable «salto» político. El cuadro 3 35 presenta
3,7 los datos relativos a las tres expansiones de 1871-1872, 1889-1890
1886 ..... 6 29,9
29,9 3,7 ~
-\ y 1911-1912. Vemos que la tasa de pauperismo entre las personas
1887 ..... 2
29,0 3,7 "' adultas y sanas no descendió entre el momento más grave de la
1888 . 4
3 27,9 3,5 depresión y el período inmediatamente previo a la «explosión», sino
1889 ......
que incluso pudo experimentar una tendencia a la elevación. Por el
III. 1908-1911 contrario, en los períodos entre 1880 y 1884, y 1893 y 1898 se
5 25,7 3,2 produjo un descenso bastante abrupto (aunque entre 1902 y 1907
1908 ......
1909 ...... 1 26,1 3,5 tal descenso no se produjo ).36 Análogamente, antes de las «explosio-
3 25,9 3,6 nes» aparece una tendencia más fuerte a reducir la adquisición de
1910 .. . . . . - 3,5
1911 ...... 1 24,8 t determinados artículos básicos; tendencia ausente de los períodos de
auge.
* Esta serie expresa la cantidad de los siguientes ocho artículos cuyo
onsumo per capita descendió durante el año: té, azú~~r, tabaco, clervezda,GpasHas
C
· . af ' arroz Las fuentes utilizadas son as e · · t: ) 35. Los índices del consumo son preferibles a los de los salarios reales,
de o~dn~~o ?u u:::Íc~t~ª~;S~m~' statis~ics relating to working class pro~ess», dada la ausencia o las debilidades conocidas de las cifras relativas al coste de la
~R s S 1 62 (1889). Para el período 1900-1911 se han utilizado vida. El cuadro presenta tanto las tasas generales de pauperismo (sobrevalora-
- l . , tat. oc., vo. b sa el traba'o de F Wood «The course of real das en cuanto a la ancianidad y a la enfermedad), como las relativas a las per-
los articulas sobre los que se 1ª R S SJ 1. 77 (1913-1914). Puesto que sonas adultas normalmente sanas, tasas que cabe considerar como un control
·wages in London 1900-1912», · · tat. oc., vo · af' · aproximado de la tasa de paro dada por los sindicatos, de la que divergen en
- \ cuadro incluye la carne y la harina pero excluye el arroz y ~1 c e, 1as. senes forma bastante interesante. Hay que tener cuidado de utilizar estas cifras sólo
n~ son comparables. La inclusión de otros artículos en las primeras senes no como indicadores generales y de evitar considerarlas soslayando su finalidad
altera su forma. XXXIX A 117) Local específica. Por ejemplo, no se proponen contribuir al análisis del movimiento
** R e on Poor Law (Parl. Papers, 1909, , PP· PÉ • . cíclico de los salarios reales y monetarios (véase Dunlop, Keynes, Tarshis y
Govt Bo~rd ·Report (Parl. Papers, 1912-1913, XXXV, p. 152). sta nftasa lll-
. · di difi p es de la que excluye a 1os e ermos Richardson, en Econ. ]., XLVIII, 1938, p. 412; XLIX, 1939, pp. 34, 150, 425;
cluye a todos los m gentes y ere, u ' (P l p 1910 LIII p. 29). Ruggles, Dunlop, Tarshis, en Q. J. Econ., LV, 1940-1941, pp. 130, 683, 691,
y a los eventuales que a veces se presenta ar . apers, , ' 697, y de hecho no apuntalan de manera definida ninguna de las alternativas
*** Local Government Board Reports. , 'b' d . de esta polémica.
t A artir del 1 de enero de 1911 las personas que hab1_an reo 1 o asis- 36. Sin embargo, durante todo este período el pauperismo entre las per-
tencia púbhca por indigencia desde ~l l. de enero de. 1908 pu11erdncJ?pta~, a ld! sonas sanas tendió en general a ascender, quizá por. causa de la depresión anor-
pensiones por ancianidad; esto explica total o parcialmente a e naaon mal que se produjo en Londres, cuyo pico se sitúa- en 1905-1906. Por consi-
la tasa (Parl. Papers, 1912-1913, XXXV, pp. VIII, 105, 117). ( .,
1
' 11. - HOBSBAWM
 TRABAJADORES
162
Resulta bastante claro, pues, que hacia finales de la déca?a. de ~ ,:J en un sen~ido como en el otro». La situación es, pues, la siguiente:
1860 ia familia obrera disponía de menos dinero. Las est~d1stlcas
de la sociedad de los Oddfellows así lo confirman: la cantidad de
renuncias a la misma aumentó notablemente entre 1864 y 1869 Y
37
hasta 1871 no comenzó a descender en realidad. El incremento del
pauperismo fue suficientemente notable como para provocar un mar-
cado endurecimiento de la administración de la Ley de Pobres en
1869 y 1871,38 porque ese incremento era atribuido (sin ninguna
clase de pruebas) a la aplicación irresponsable de esa ley. Al ~are-
cer el período más rígido se produjo en 1870. Las pruebas dispo-
nibles acerca de 1886-1889 son un poco más débiles, pero resultan
suficientemente sugerentes. La declinación de los salarios · reales du-
rante los años previos a 1911 es cosa conocida. Acerca del est~­
39
llido de 1833-1835 no sabemos casi nada, porque carecemos de ci-
fras tanto referentes al ·consumo como a la aplicación de la L:Y de
Pobres. Sería imprudente pretender sacar conclusiones a par:ir de ~
las pocas cifras con que contamos. A pesar de que los ~recios al
por mayor del trigo descendieron, sabem~s, que lo_s pre~1os al de-
talle no lo hicieron en la misma proporc1on (o bien directamente
no descendieron). Las siguientes palabras de uno de los miembros
de la convención carlista de 1839 pueden resumir los r~sultados ~e
40
una investigación acerca de la evolución de esos precios . a partir
de 1814: «Los salarios habían descendido en for~a sos:emda, per?
no así los precios de las provisiones. Recuerdo ~te~ c~al era la si-
tuación en 1830. La diferencia, si la hubo, es ms1gnificante tanto
guiente, el pauperismo entre las personas sanas ~n 1903-1907 no revela, sólo
una ausencia de declinación con resp:cto a los m':eles alcanzados. ;n la epocl
de la depresión (que, de hecho, ~as1 no tuvo nmguna repercus1on sobre
mismo), sino un salto brusco ocurrido en 1905-1906. . . ..
37. J. R. Stat. Soc., XL (1877), pp. 42 ss., «So~e stausucs of the affiliat~d
orders of friendly societies»; también F. G. P. Ne1son, The Manchester unity
of Oddfellows, Londres, 1869.
38. Cf. el Goschen's Minute de 1869 y la Local Government Board s mu-
, e·
lar del 2 de diciembre de 1871. 1 . _41. Loe. cit., B. p. 284. Véase también T. S. Ashton, «The standard of
39 Se ha argumentado (Labour Gazette, 1912, p. 2) que la sequía de ':e-
rano de 1911 acentuó el alza del coste de la vida; pero n~ ~demos apreoar
con exactitud la influencia de ese fenómeno sobre un movimiento que ya en
agosto-septiembre había alcanzado su punto más alto.
40. B.M. Add. MSS 34, 245 A y B. Los ~armes sólo ~epresentan apenas
unas pocas áreas, sobre todo las ciudades textiles de Escooa y del oeste de
Inglaterra.
MOVIMIENTOS SOCIALES A PARTIR DE 1800 163
41
en las primeras etapas de estos booms los salarios iban rezagados
con re~~ecto a los precios, mientras que el descenso del paro y · 1a
expanston de las horas extra u otras formas elásticas de ingreso aún
no llegaban a compensar el aumento de los precios.
La situación del paro es más compleja. No sabemos casi nada
acerca de los primeros años de la década de 1830, salvo que hasta
1833 el paro aumentó entre los fundidores de hierro, un sector
favorecido de la clase obrera.42 Sin embargo, en general tiene que
haber descendido a partir del pico de 1832, aunque quizá no en el
caso de los obreros perjudicados por los cambios tecnológicos. En
1871 el paro aumentaba desde ya hacía un par de años en las in-
dustrias del metal; mientras que en la construcción, la industria grá-
fica y otros oficios menos cíclicos y menos activos, comenzaba a
, au~entar : . con _t,odo, esto pued_e servir como base para comprender
3 meJor la s1tuac10n de los trabaJadores que no estaban organizados.43
En 1889 el paro en las principales industrias cíclicas mostró una
franca declinación con respecto al gran pico de 1886; en 1888-1889
se estabilizó más o menos y en 1889-1890 se incrementó levemente.
Las cifras de_ paro relativas a los obreros de la construcción, impre-
sores y ebamstas mostraron el retraso previsible en 1887-1888 des-
cendieron de manera más abrupta en 1888-1889 y se estabnharon
en 1889-1890. Sin embargo, algunas industrias (a las que, como sa-
bemos, la siguiente «explosión» afectó en gran medida) se compor-
tar~n de m~era heterodoxa. Los fabricantes de botas y zapatos
tuvieron su pico de paro en 1888 y por entonces apenas estaba co-
~ :) ~enzando la declinación del mismo.44 Los ferroviarios y los mecá-
rucos de locomotoras tampoco tuvieron sus picos de paro hasta 1887
y 1888. En 1911 el aumento del empleo fue más uniforme. Inclu-
so los obreros de la construcción, cuyas cifras de paro habían sido
n;i~os
.dinámicas durante una década, estaban saliendo de su depre-
s1on _(sm embargo? en junio se produjo un extraño y bastante atípico
despido temporario del 5 por ciento, que puede ser interesante).45 i·
1
1.
livmg of the English working-class 1790-1830» ]ourn Econ Híst Supp IX
(1949). ' . . . ., . 1
l.
42. Woy~sky, Three sources of unemployment, Ginebra, 1935.
43. ]. R . .)trit. ·"~oc., LXII (1899), pp. 640-642.
1
- ¡'
44. ]. R. Stat. Soc., LXVII (1904), p. 58.
45. W. H . Beveridge, Unemployment, ed. de 1930, p. 429.
164 TRABAJADORES
..
Lamentablemente no es fácil comparar esta situación con las de t .")· anormales de los períodos bélicos; fenómeno que puede ser consi-
otros países. Los datos son más escasos 46 y, dada la menor industria-
lización de las otras áreas, resultan menos representativos de las .
clases que se adhirieron a los movimientos obreros. Teniendo en
cuenta su estado, esos datos coinciden bastante. Por ejemplo, las ci-
fras relativas al consumo y las pruebas generales sugieren un aumen-
to temporario de las dificultades laborales hacia finales de la década
de 1860 y comienzos de la de 1870, al menos en Prusia.47 En el
caso de Sajonia, algunas cifras relativas al consumo de carne per
capita nos sugieren lo mismo para finales de la década de 1880 y
para la década de 1890.48 En el caso de toda Alemania y de algunas
ciudades muy distantes entre sí lo mismo parece aplicarse al perío-
do 1904-1906.49 Un problema distinto es el de determinar cómo
conviene valorar estos y otros índices aislados y engañosos.50 Quizá
valga la pena señalar q~e los primeros pasos en la organización la-
boral de los países asiáticos aparecen globalmente asociados con el t
retraso de los salarios respecto de los precios durante los booms
46. Las cifras acerca del paro son escasas hasta la década de 1890, y hasta
el siglo xx no resultan muy útiles. El material utilizado para establecer las
cifras del consumo es bien analizado en el libro de K. Apelt, Die Konsumtion
d. wichtigsten Kulturlaender, Berlín, 1899. Las cifras relativas a los salarios y
los precios son más abundantes, pero el análisis de los niveles de vida de la
clase obrera británica en la primera mitad del siglo pone en evidencia los
riesgos de manipular los índices de los salarios reales.
47. Apelt, op. cit., p. 22 (pan), p. 95 (café); F. Mehring, Gesch. d. deut-
schen Sozialdemokratie, Stuttgart, 1898, II, pp. 320-321. Pero J. Schmoele su-
giere la existencia de una mejora de las condiciones de vida (sin aducir prue-
bas), en su libro Die sozialdemokr. Gewerkschaften in Deutschland seit d. Er- " ) mt~n.sificac10n del trabajo eran aquéllos en los que había mayor
lass d. Sozialistengesetzes, Jena, 1896, p. 39.
48. R. Martin, «Fleischverbrauch im Kgr. Sachsem>, Ztschr. d. Kgl. Saer.hs. ...
Statist. Bureaus (1895), pp. 119 ss., 150; «Stoerungen im deutschen Wirt·
· schaftsleben», Schriften d. Vereins f. Sozialpolitik,, vol. 109 (1903), pp. 5, 238.
49. «Kosten d. Lebenshaltung in deutschen Grosstaedten», Schriften d. V.
Soz. Pol., vol. 145 (1914), I, 93 (Hale), 211 (Leipzig); 145, II, 58 (Barmen);
145, IV, 49 (Chemnitz), 384 (toda Alemania). Cabe destacar la notable con-
cordancia entre los desplazamientos producidos en estas series.
50. G. Moreau (Le syndicalisme, París, 1925, pp. 312 ss.) y C. Tyszka
(Loehne u. Lebenskosten in Westeuropa im 19 ]h., Leipzig, 1914, p. 21) su-
gieren la existencia de importantes incrementos en el coste de la vida en París
hacia finales de la década de 1880 y comienzos de la de 1890. Sin embargo, no
contamos con datos acerca del consumo utilizables para los casos de los centros
urbanos o industriales de Francia, porque las estadísticas del octroi respecto
de ciertas ciudades (Bulletin de Statistique et Legislation Comparée, anual) son
muy difíciles de utilizar. Hace poco tiempÓque se ha iniciado el estudio serio
de estas fuentes: cf., R. Laurent, L'octroi de Dijon au XIX siecle, París, 1955.
MOVIMIENTOS SOCIALES A PARTIR DE 1800 165
derado como un caso extremo de los procesos que hemos estado
~esc~ibiendo. Este difícil campo de estudios requiere unas inve~-
51
tlgacwnes mucho más intensas.
Tampoco es posible realizar ninguna estimación de los cambios
anuales
, en la d intensidad Y en la incomodidad del trabaJ· o en ninrun
b
pais e_uro~eo urante este período, hasta que se hayan hecho unas
mvestigacwnes Y unos cálculos trabajosos, y probablemente inútiles.
~~ muy probable que esos cambios tengan una importante vincula-
cron con las «explosiones». Contamos con algunas pruebas generales
acer~~ de este asunto Y resulta interesante que los períodos de «ex-
52
plosion» suelan cae~, dentro de los pocos períodos en los que las
demandas. de reduccion del horario de trabajo (que en este período
c~be ~onsiderar en general como tales) 53 desempeñan un papel sig-
~cativo en las luchas obreras: en Gran Bretaña pensamos inme-
.) diata~ente en los co!11ités para la reducción del horario de trabajo
ª comienzos de la decada de 1830, en la campaña en favor de las
. nueve horas de 1871-1872 y en la campaña en favor de las ocho
horas.~ finales de la década de 1880 y comienzos de la de 1890.
Tambien podemos ª?reciar la importancia de este factor si compa-
r~mos el comportamiento de los grupos cuyo trabajo se había inten-
s~cado con el de los grupos que no habían sufrido ese proceso. Por
eJ~mplo'. las e~celentes cifras presentadas por Simiand revelan la
exi~te~c1a de clilco grandes períodos de activismo obrero en los dos
yac1m1entos carboníferos del norte de Francia entre 1850 1902.
~l cu~dro ~,
muestra que los yacimientos en los que se profujo una
activismo obrero, hasta 1893. (La última expansión sindical la d
1900-1902, se produj~ ~n un momento de rápida mecanizaciÓn y d:
un descenso del rendimiento per capita, de modo que no se ajusta
51. B. Shiva Rao, The industrial worker in India, Londres, 1939, p. 181 · _
Sen Katayama, The labour movement in ]apan Chicago 1918 p 36 i
período de la guerra chino-japonesa, 1896-189Í. ' ' · ' para e
52. Cf. L. Dechesne, L'avenement du régime syndical a Verviers p ,
1908, pp. 102 ss., acerca de la importancia de la lucha contra el · t ar~s,
dos telar~s» en la génesis del estallido de 1906. Se trata de una d:s1Ja~m~ca~
monografias consagradas a una «explosión». sindical. p
1
53. Estas de-':Ilandas yueden ser a veces unas demandas disimuladas de .J
Dument.~s de salanos med!.ante el pago de las horas extra. Pero durante la Gran
epr~s1~n d~, Gran Bretana a menudo se trataba de unas demand di · 1 d
de distnbuc1on homogénea del paro. as s1mu a as
,il
166 TRABAJADORES MOVIMIENTOS SOCIALES A PARTIR DE 1800 167

CUADRO 4 los principales sindicatos de obreros ferroviarios de las compañías

Intensidad del esfuerzo de trabajo y huelgas en los yacimientos en cuestión: 57
carboníferos del Norte y del Paso de Calais entre 1850 y 1890 54
CUADRO 5
Incremento (o reducción)
neto del esfuerzo de tra- Expansión de la cantidad de afiliados y secciones de la Asociación
bajo per capita 55 de Ferroviarios Unidos en dos grupos de compañías
entre 1889 y 1891
Años Norte Paso de Calais Observaciones

Compañías cuya tasa de accidentes

1864-1866 + 8,5 - 9,5 estallido en el yacimiento
del Norte en 1866 1) aumentó 58 2) descendió 59
1870-1872 + 27 + 26,5 estallido en ambos yacimien-
tos en 1872 l. Cantidad de secciones en 1888 . 91 55
1882-1884 + 3,5 - 0,5 estallido en el yacimiento 2. Cantidad de secciones con poca va-
del Norte en 1884 riación del número de afiliados, se-
1886-1889 + 0,5 + 17 estallido en el yacimiento gún el porcentaje de 1888 14 33
del Paso de Calais en 1889- t: ) 3. Cantidad de nuevas secciones entre
1893 1888 y 1891, según el porcentaje de
1888 . 61,5 29
4. Cantidad de secciones nuevas y en
a la pauta que estamos considerando.) Una correlación similar surge expansión entre 1888 y 1891, según
si comparamos los efectos de la expansión sindical de 1889-1891 en el porcentaje de 1888 . 144 96
diversas compañías británicas de ferrocarriles. Si consideramos la tasa
de accidentes no fatales sufridos por los ferroviarios como una indi-
cación aproximada de los cambios en la intensidad del trabajo, ve. Sin embargo, la utilización de este tipo de datos (parciales, a me-
remos que la misma se eleva bruscamente en tres grandes compañías nudo inadecuados y engañosos) plantea muchas dificultades. De to-
entre 1886 y 1891, y desciende, a veces de manera abrupta, en otras das maneras, habrá que investigar más antes de poder decir en qué
tres. 56 El cuadro 5 presenta una comparación entre la evolución de
Railway Accídent Reports, anuales.) Para períodos ulteriores, resulta más difí-
cil realizar cálculos de este tipo, porque en 1906 se produjo un cambio en los
54. Fuente: F. Simiand, Le salaire des ouvriers des mines de charbon en métodos para informar acerca de los accidentes y en 1896 un cambio tanto en
France París 1907, cuadro B (p. 112), pp. 351-355. esos métodos para informar como en la clasificación de los obreros involucradqs
55.' La ~levación o el descenso porcentual de la producción por hombre- en los mismos. No contamos con datos útiles acerca de períodos anteriores.
día y en caballos de fuerza por 100 obreros se ha calculado fijando en 100 el Cf. F. G. P. Neison, The rate of fatal and non-fatal accidents in and about
valor para el primer año de cada serie. Las reducciones de la razón en caballos mines and on railways, Londres, 1880; accesible en la biblioteca de la Royal
de fuerza se han sumado (y los incrementos se han restado) a la primera cifra Statistical Society. ' También del mismo autor: «Analytical view of railway acci-
para lograr una estimación aproximada de la parte del rendimiento adicional dents Il», J. R. Stat. Soc., XVII (1854), p. 219. La tasa de accidentes fatales
no atribuible a un esfuerzo físico extra. no resulta útil para los fines de nuestra investigación.
56. Pearl. Papers, 1893-1894, LXJL"'CIX, «Informe sobre los accidentes su- 57. Cifras sindicales compiladas a partir de los Annual Reports de la So-
fridos por los empleados del ferrocarril». Estas cifras excluyen los accidentes no ciedad de Empleados de Ferrocarriles Unidos, 1888-1891.
provocados por el movimiento de trenes, cuyos respectivos dat~s, no result~ 58. Cía. de Londres y del Noroeste, Gran Cía. del Norte y Cía del No-
adecuadamente accesibles hasta 1896. Tampoco presentan la relac1on que babia reste.
entre los accidentados y los que «estaban expuestos a un riesgo», cuyo número 59. Gran Cía. del Oeste, Cía. de Londres y del Suroeste, ~y Gran Cía. del
varía con un ritmo distinto del del conjunto de los ferroviarios . (Véase los Este.
(
TRABAJADORES
168
medida tales cambios en el esfuerzo de trabajo están ~orrela~io_nado!
con los .movimientos cíclicos (por ejemplo, como sugi_ere Simiand,
on la inelasticidad de los salarios durante las depresiones, Y de la
~ferta de trabajo durante los booms) y en qué medi~a. ;xpres,ar: unos
factores a largo plazo.61 Tampoco sabemos con prec1Slon que impor-
tancia les asignan los obreros, en comparació~ c~n otras c~usas de
descontento. Por el momento sólo tenemos la incomoda certidumbre
de que pudieran ser pertinentes para el problema que nos ocupa.
V 1830 (si cabe aventurar alguna conjetura acerca de este período)
Sin embargo todo esto sólo nos indica en qué momento a corto
plazo es más p;obable que se produzca un~ «e~~losión». Pero 1?
· decisivo es determinar si-el conjunto de la situac1on obrera es sufi-
cientemente inflamable como para encenderse. (Por supuesto, no es
necesario que todos los sectores de la clase obrera hayan l~egado
hasta el punto de ignición espontánea, porque las «explosiones)>
tienen una gran capacidad de propagación una vez q~e han comen-
zado en un sector de la industria.) 62 Tampoco es cierto que todo
ci~lo económico produzca esa situación de inflamabilidad gen~ral. En
Gran Bretaña, a partir de 1850, tales situ~ciones. se produieron al
parecer cada diez años. 63 Las tendencias mas amplias que presentan
60. Op. cit., pp. 242-243. .d
· 61 V' el análisis en el trabajo de H. Verney, «Ün th~ recent const e-
·. ease · the numbers of reported accidents in faetones», J. R. Stat.
rable 10crease 10 · ·k 1 · edi
Soc. LXX:lll (1910), p. 95. Véase el art. «Unfallstattsu .» en _as ynmeras
cion'es de Hwb. d. Staatswissenschaften, acerca de las cifras slIDllar7s de A~e­
mania y Austria, que revelap un aumento secular de la tasa de accidentes 10-
dustriales a partir de las decadas de 1880 Y 1890. . .
62 La forma exacta en que esto ocurría ha de ser ob1eto de estudios ulte-
riores: Sin embargo, parece que la forn;ia ~~neral de la ~~ que ,r~presenta ~~
propagación se asemejaría a la de la difusion de las epi~e~as, panicosfy otr d
fenómenos sociales de ese tipo (L. S. Penrose, !.he ob¡ecttve stu_dy .º ero!"
behaviour, 1952). Normalmente, los factores ~oltncos y de orgamzación evita·
rán que la curva descienda segun las expectauvas. . .. . y de 1898-1907 en los otros países de Europa. (El fenómeno del cartismo se
63. En la actualidad ya no se tiende a buscar .peno~oda~es muy precis~s
(por ejemplo, una de 17 años para los Estad~s D_mdos, 10ves!i,gada por Davis,
op. cit., pp. 621-622). Tampoco cabe d~scubm ~~a relaoon regular entre
las «explosiones» y las fases de los periodos econom.tc<;>s, aunque resulte tenta·
dor buscarla en las etapas finales de ambos procesos. Sm ~mbargo, aunque esto
último resultaría bastante adecuado (1847-1848 para el periodo ~~17-1848, 1868-
1873 para el período 1848-1873, 1889-1893 para la Gran Depresion Y las expan-
MOVIMIENTOS SOC)ALES A PARTIR DE 1800 169
~ -~ nuestros índices no aclaran aparentemente demasiado este problema.
Las «explosiones» de comienzos de las décadas de 1870 y 1900 sur-
gen en períodos de expansiones económicas seculares, pero las de las
décadas de 1830 y de 1880-1890 se producen en fases de depresión
secular. La de 1872 se produce a finales de un período de probable
descenso del paro y de incremento de los salarios monetarios y rea-
les; la de 1889, durante un período de grave paro, salarios mone-
tarios estables y salarios reales en aumento; la de 1911, en medio
de un descenso del paro, estabilidad de los salarios monetarios y
descenso de los salarios reales. Las conmociones de la década de
coincidieron probablemente con un aumento del paro y con un des-
censo de los salarios monetarios y reales. Las «explosiones» que se
produjeron en otros países de Europa fueron reacciones ante unos
cambios cuya uniformidad no es mayor que la de los fenómenos que
~ ...
acabamos de describir.
Es evidente que el estudio de series estadísticas aisladas no
puede conducirnos más lejos. Tenemos que considerar la «explo-
sióm> como un todo, en relación con la estructura de la economía y
la determinada etapa de cambio económico en la que se da. Quizá
la hipótesis más útil que podamos hacer sea la siguiente: en las con-
diciones del siglo XIX y de comienzos del xx, el proceso normal del
desarrollo industrial tiende a producir situaciones explosivas, es de-
cir acumulaciones de material inflamable que sólo se encienden en
forma periódica, como si fuese por efectos de la compresión. Así ha
ocurrido, al parecer en las tres fases principales de la economía: la
;.. ) de transición hacia el industrialismo, la de la «libre competencia)>
- clásica y la de las formas modernas de capitalismo de Estado y
corporativo; 64 aunque cada una de ellas tenga sus propias modali-
dades de inelasticidad, así como sus factores específicos de campen-
siones del período bélico para 1896-1920), no permite explicar las «explosiones»
de medio plazo como las de comienzos de la década de 1830 en Gran Bretaña
ajustaría a esta pauta, porque puede aducirse que en Gran Bretaña el verdadero
~~leo secular se prodi:io en la prim~ra parte de la década de 1840 y no en la
uluma.) Puesto que solo tenemos seis fases en el período que estamos consi-
derando, no podemos recurrir a la manipulación estadística.
64. O bien, par~ los que prefieran la terminología de Schumpeter, las tres
·t .«oleadas ~e Kondratlev», dentro de las cuales se inscribe el período que esta-
Q mos considerando.
170 TRABAJADORES
MOVIMIENTOS SOCIALES A PARTIR DE 1800
171
sac1on. En países que tardaron más en emprender el caffilno de la ~ •1'I sabemos si conviene considerar todo el pro b
industrialización (como es el caso de Italia) podemos encontrar cu- analogía (necesariamente burd ) l ceso so re la base de la 'l.
,)'
na, cuya explosión se produce ~o~º:n: c~~tor de combus~ión inter-
1

riosas combinaciones de todos estos aspectos. Para la mayor parte •:1i

del siglo XIX, el análisis se simplifica por el hecho de que, grosso motor Diesel (más elegante) e . , pa externa, o bien con el
modo, sólo tenemos que considerar las economías en proceso de
., p ' uya exp1os1on se produce por la .
compres10n. odemos encontrar ejemplos d b . . tnlsma
crecimiento y podemos soslayar las grandes modificaciones intro- todas maneras el cid , . e am as sltuac10nes. De
ducidas por las etapas ulteriores del desarrollo económico. Hasta cionan como bujía d~ :~ºc~~:1~~- o los acontecimientos políticos fun-
1914, la intervención activa del gobierno se limita principalmente, Una vez hechas todas las simplificacio ºb
pues, a la creación de un marco legal para la negociación industrial, sigue siendo comple ·0 Por . . nes posi les, el fenómeno
1 · consiguiente q · ' l ·
a funciones de policía, a las relaciones con sus propios empleados enfocarlo sea partir de un d . ' mza ª me1or manera de
(que, salvo en el caso de los ferroviarios, no constituyen un sector 1890 G B - a etermmada «explosión»: la de 1889
en ran retana Aunq , 1 . -
importante de la clase obrera), a la interferencia ocasional en los gran- 1 . · ue esta sue e asociarse con la huelga d
os portuarios de Londres, con la organización de los obreros e
des conflictos y a ocasionales gastos de fomento producidos por ad-
ministraciones de izquierda como las de Waldeck Rousseau en Fran-
~~alifica~os
0
J
con el «resurgimiento del socialismo» en realidad f no
ª casi to os los sectores industriales ·del país ' ª :e-
cia y las de Zanardelli y· Giolitti en Italia, tendentes a estimular las dad de industrias y t , d b Y ª una gran vane-
incipientes expansiones de los movimientos sociales. La formación ~ -, muy diversas.6ª ca egonas e o reros de preferencias políticas
·<"
de vastos conjuntos de empresas durante el período que estamos con-
siderando todavía no ha desembocado en la creación de importantes men~o~e:o~ dispo;er los difer~ntes grupos afectados por este fenó-
monopolios mixtos con el sector obrero,65 sino que, al inclinar la mis argo e una especie de espectro. En un extremo del
balanza de la negociación francamente a favor de los patronos, suele por~~ ~n~ontram~s. a aquellos cuya «explosión» estaba determinada
intensificar la actitud tradicional de la dirección empresarial respecto de la ~le o ~ono~1~0 (dentro del contexto particularmente amplio
a los sindicatos. Por entonces sólo comienzan a desarrollarse el re- ran epres10n), por ejemplo los mineros del carbón
obreros de las industrias pesad t dº . l y los
conocimiento formal de los sindicatos, la negociación colectiva ins- as ra 1c10na es. en el otro t
encontramos grupos como los obreros del ' . ex remo
titucionalizada, etc.66 cíclicos apenas afectaban De h h l gas,, a qmenes los cambios
Esto no supone que nuestro análisis no pueda aplicarse, mutatis tuaban entre ambos ext~emos ec o, a mdayona de los grupos se si-
mutandis, a las etapas ulteriores. Aunque cabe esperar que cada fase ' a pesar e que los factores cíclicos
del desarrollo económico tenga sus propias pautas de acumulación y ·
de ignición, existe una cierto aire de familia entre todas ellas.67 No ;; ' que no es posible pasar en form · [. . .
lo nuevo». (J. A. Schumpeter Th~ocont¡nua m~mtesimal steps] de lo viejo a
68. Todavía no contamo~ con :;ino eco'{;¡ ev_elopment, p. 64 n.)
65. El análisis de las interesantes excepciones a esta tesis nos apartaría del del «nue".o sindicalismo» de 1889-1890 gGa oh stona adecuada de la explosión
eje de la presente argumentación. mente floJa acerca de este tema Jos . . ra. de B. y S. Webb es notable-
66. Los Manuscritos W ebb (Coll. EA. VI, Biblioteca de la London School valor~ci~n del problema (como ~l artf~1~nt~! ~c1Etes de establecer una nueva
of Economics) contienen una :nteresante lista de los sindicatos británicos que, m Britam 1889-1890» Econ Hist R d · P. Duffy, «New Unionism
320) no añaden nada trealm~nte i~te ev., segun. a serie, XVI, 1961, pp. 306-
a comienzos de la década de 1890, tenían o no acuerdos con los patronos a
nivel nacional, local o por talleres. Acerca del predominio de los acuerdos lo- problema de la discontinuidad E r
resante sirven más bien para eludir el
cales y por talleres (donde los había), véase H. Koeppe, «Fortschritte d. Arbeit- algunos aspectos de esta explo~iónn E~~~ ]ªPI~~los .de <leste ?bro se consideran
starifvertrages in Deutschland, Oesterreich, etc.», Jrb. f. Nationaloek. u. Stati- teresantes, cabe señalar Jas siguientes: R. p ª& istonTh el .smdicalismo más in-
stik, XLIV (1912), p. 362; D. Saposs, The labour movement in postwar France, J : W. Jefferys, The story of the engineers .Lo not, e mzners, Londres, 1948·
Nueva York, 1931, pp. 190 ss. ctt.; A. Fox, History of the National U . ' fnc;es, 1945; R. W. Postgate, o/
67. Cabe aducir que muchos procesos sociales se ajusta" a esta pauta, que 1957, Oxford, 1958; P . Bagwell The ~~~/1w o oot and Shoe Operatives 1874-
algunos denominan la de «la transformación de la cantidad en calidad» y otros ~hort history of the General Unfon of T 1?wn, kLondres, 1963; B. Turner
describen como un cambio «que desplaza su punto de equilibrio de modo tal ~
. B. Suthers, The story of Natsopa, Lo~~:e:, 1;{9.ers, Heckmondwike, 1920(
 TRABAJADORES
172
ue los afectaban no eran unas rachas periódicas y ~ruscas ?e
par,o {¡,. \, , ;,¡
q reducciones de los salarios durante las depresiones, smo mas
o unas d ·, , · d · tas y frag
bien la incidencia de unas formas e presion mas 11,1 uec .-
mentarías creadas por los patronos para tratar de evitar ~.a tendencia
. 1 di minución de los márgenes de beneficio. Los mo-
genera1 h acia a s b t 1 •.I
vimientos determinados por el ciclo comenzaron astan te, an es e
estallido principal: en el caso de los mineros, con la caida .de los
· d t del carbón· en el de los obreros de los astilleros,
precios e ven a ' d · d ·
inmediatamente después del año más desastr?so e es~ m ust~~a; en
el de los obreros de la industria del algodon, todavia a~tes. .Sor-
prendentemente, estas explosion~s tuvieron. pocos efec~os mmediatos
sobre el resto del país, que espero que la chispa proce_d1ese ~e los;~~
rineros, portuarios y obreros del gas, .un p~r de anos ~as tar e.
Además, siguieron conservando una cierta mdependencia con res-
pecto al movimiento principal; aunque a veces, .como en el caso de
los mineros en el congreso sindical o Trade. Unz~n Congress (TUC), IC '""~
. se aliaron al mismo para plantear unas exigencias co~1mnes ( 188~-
1893) El único .sindicato importante de obreros no calificados no di-
rigido. por los socialistas era el que tenía su cuartel general en los
astilleros del noreste.
71
, d d
Cabe señalar de paso que la «explosividad» era menor allí on e
existían instituciones regulares supuestamente cap~ces de asegurar l.a
posición general de negociación de los obreros, asi com~ el mantero:
miento de su nivel de vida básico. El sector del algodon no estallo
en la década de 1880, sino que se fue ajustand~ ded m:era. ~ra-
dual; en cambio, el de la lana (que carecía de ese t;po e sposiuvo
institucional), así como el del algodón en las decadas de 1820 Y t. )
69. Acerca de los sindicatos de los trabaj~dores de la ~dustr~a Ldbl alg?-
dón cf. R. P. Arnot, op. cit., cap. III; H. Pelling, .«The Knights o a our 1~
Brit~in 1880-1901» (Econ. Hist. Rev., segunda sene, IXA,b19J6, pl9~~3J3 Í del primer extremo de esa escala; aunque algunos {bastante destaca-
K. D. Buckley, Trade unionism in Aberdeen 18!8-1900, er een'. R' p · ·
Turner Trade union growth, structure and polzcy, Londres, 1962,. E. .alizeas~,
«Labo~r Federation», Today (junio 1887). A. E. P. Duffy, loe. ctt., an a tn
extenso esos primeros saltos. W Th
70. Acerca de los impulsos generados en Lon?res, cf. · orne, Y
M l'f
battles s. d.; Ben Tillett, Memories and reflexzons, 1931; Toro M~nn, Mi;,
e:
1 ,
· '1923. Smith y Nash, op. cit.; acerca de los del norte, cf. T he ltfe of Si
]a°,;;:; Hrelxtif ~scy,;/~¡::;mJs v:~:r~
Sextdn, agitator, by himself, 1?36 ; JXV. 1 de la Asociación de Tejedores Unidos de los Condados del No;te en 1884 y la
through life, 1925, pp. 134-136, cap1tu 1os Y , '
19 febrero 1889.
,-- 71. Véase infra, p. 189.
MOVIMIENTOS SOCIALES A PARTIR DE 1800 173
1830, y el de las minas de carbón (sometido a escalas movibles) sí
«estallaron» .72 . I,:
Por consiguiente, podemos concluir que los factores de depresión
1.~11
a largo plazo (tal como se expresaban en los ciclos producidos du- .,1
rante esos períodos) ayudaban a acumular material inflamable en vez 1
de prenderles fuego directamente. Sin embargo, cabe recordar que
la presión directa ejercida por la Gran Depresión sobre la clase obre-
ra británica fue bastante más suave que en el período comprendido
entre 1815 y 1847 o entre las guerras. Por supuesto, tales presio-
nes no se limitaban a los períodos de depresión secular. En los perío-
dos de expansión secular quizá los patronos tuvieran menos razones
para atacar en forma directa las condiciones de la clase trabajadora,
pero los efectos indirectos de las actuaciones empresariales pueden
haber sido igualmente graves: por ejemplo, los cambios en la orien-
tación de las inversiones. En la sección IV ya se han considerado
brevemente esos factores en la medida en que afectaban las condi-
ciones de los trabajadores y los salarios (factores que aquí no es
necesario analizar con mayor profundidad).
Por otra parte, podemos agrupar nuestras industrias según un cri-
terio distinto. En un extremo de la escala colocaremos a aquellas
cuyo rendimiento o actividades aumentó sin que haya habido ningún
cambio técnico o de organización significativo, por ejemplo, en el
sector de los trabajadores del gas; en el otro extremo colocaremos
a aquellas que experimentaron una rápida revolución técnica del tipo
que más probablemente afectaría a los trabajadores, por ejemplo la
manufactura de producción masiva de ropa. Puesto que (a diferen-
cia de lo que entonces ocurría en Alemania o en los Estados Uni-
dos) en Gran Bretaña no se produjo en líneas generales ningún
cambio realmente llamativo en la técnica o en la organización empre-
sarial, la mayoría de los grupos en este período se sitúa más cerca
dos en la explosión, como los fabricantes de botas y zapatos, los
obreros de los tranvías, los electricistas, los obreros químicos, los de
72. Los principales logros en el sector del algodón fueron anteriores a la
expansión: la constitución de la Unión de Talleres de Carda en 1886 la admi-
sión en ella de los hilanderos anulares (ring-spinners) en 1887 la co'nstitución
negociación de la nómina :final de hilanderos de Bolton en 1887. Comparada con
la situación de este gremio en la década de 1830 y en 1911-1912 la de 1889-
1890 sólo manifestó débiles signos de «explosividad». '
174 TRABAJADORES
las fábricas de harina y de aceite, los de la industria del vestido, etc.)
se sitúan más cerca del otro. Esto nos permite diferenciar las dos
formas principales en que el cambio tecnológico produjo una acu-
mulación de las tensiones.
El mejor ejemplo de la primera situación es el caso clásicamente
puro de los trabajadores del gas entre sus dos «explosiones» de 1872
y 1889.73 El rendimiento de su industria creció según una tasa re-
gular, prácticamente no afectada por las innovaciones tecnológicas
ni por el ciclo económico (salvo en cuanto al mercado de los sub-
productos secundarios).74 Además, esa industria trabajó utilizando
prácticamente toda su capacidad productiva, para complicar el cua-
dro normal. 75 Durante 16 años casi no tuvo conflictos laborales o sin-
dicales; hasta 1889, en que se produjo la exigencia prácticamente
universal, no de aumento de salarios, sino de una reducción de los
turnos de trabajo (es -decir, una disminución de la intensidad del
mismo). Podemos medir de una manera aproximada el aumento de
la intensidad: entre 1874 y 1888 la cantidad de hulla carbonizada
en las fábricas de gas de Londres aumentó alrededor de un 7 6 por
ciento y la cantidad de turnos de trabajo sólo lo hizo en un 48
por ciento; 76 aunque esto supone una subestimación de la intensi-
ficación del trabajo «sentida» por los obreros (por oposición a la
intensificación «real» del mismo ).77 Pero el mismo proceso que pro-
vocó el descontento de los obreros creó también temporariamente una
73. Véase mi artículo «British gas-workers 1873-1914 ), en la edición ingle-
sa de Labouring men. Studies in the history of labour, Weidenfeld and Nicol-
son, Londres, 1968 2, cap. 9.
74. Pero el ciclo económico debió haber afectado a muchos trabajadores
estacionales del gas, que se dedicaban a otros oficios sensibles a ese fenómeno;
por ejemplo, a la fabricación de ladrillos. Esto quizás explique el hecho de que
la «explosión» se haya producido en 1889.
75. Journ. Gas L., LIV (1889), p. 683.
76. Este cálculo está basado sobre los balances anuales de las Compañías
Metropolitanas de Gas (Parl. Papers, 1870-1906) y el Analysis of metropolitan
and suburban gas company accounts {publicado anualmente a partir de 1869)
de John Field. Puesto que la mayoría de los fogoneros cobraban sobre una base
rígida de tiempo trabajado, las tarifas no cambiaron y el trabajo suplementario
sólo se dio en la forma de turnos adicionales (cf. censo salarial de 1906, Parl.
Papers, 1910, LXXXIV), el volumen de los salarios pagados en la carboniza-
ción puede ser utilizado como un índice de la cantidad de horas-hombre tra-
bajadas.
77. Puesto que casi todo cambio introducido en un trabajo pesado -dota-
do de su propio ritmo convencional- es susceptible de ser considerado como
una causa de incomodidad.
MOVIMIENTOS SOCIALES A PARTIR DE 1800 175
~
~ 1;1ayor :u";erabilidad.~e la dirección empresarial ante la presión que
estos ,ejerc.ia~. T~mb1en podemos medir este fenómeno. La patronal
acepto casi sm mnguna lucha la exigencia de reemplazar el turno de
!2 hor~s p~r e~ de 8 (sin duda pensando en la joven y prometedora
mdustna electnca), aunque entonces se consideró que esa medida en-
t~aña,ba ~na elevación de la masa salarial en un 33 por ciento (sin
mngun tipo de compensaciones). 78 Vemos aquí, pues, un mecanismo
muy el~gante, capaz de producir por sí solo sus tensiones progresivas·
una bujía de encendido consistente en un aumento desproporcion~~
dame::te grande d.e la vulnerabilidad de la dirección empresarial, y
~amb1en un mecamsmo de retardación. Porque después de cada nuevo
impulso de la técnica y del sistema de organización tanto los patro-
nos como los obreros se adaptan a unas formas específicas de relación
que, coi_no todas las instituciones, son bastante inelásticas, constituyen :1.¡
~oro.o diques que recogen las aguas de las crecidas y al mismo tiempo ,,
impiden que las mismas rebasen hasta que no llegan a determinada '
:r¡
altura. 1-'
.,)
El mecanismo explosivo es más complejo en las siguientes fases
d.e} cambio téc~co: Quizás el factor más importante para la apari- 1··1
Cion .de ~os movimientos sociales discontinuos es la tendencia de las
pro~ias mnov~ciones ~ aparecer en forma agrupada (fenómeno que
aqm ?º necesitamos mvestigar en profundidad). 79 De esta manera, 'il'
por ejemplo, alrededor de la década de 1880 varios grupos de obre- '
~os fueron afectados simultáneamente por tales innovaciones: los
impresores, los mecánicos, los obreros del vestido y del calzado, así
como. gru?o~ nuevos como los electricistas. Pero normalmente los
~ ) cambios tecru.cos pr~vocan el desplazamiento de los grupos tanto den-
tro de cada i?dustna como de unas a otras; o bien, en todo caso,
un desplazaffilento en sus posiciones de negociación, al crear descon-
tento por el descenso de categoría de unos y la posibilidad de ace-
ler~r ,1a organiza~i,ón al abrirles a otros el acceso a nuevas tácticas.
9i:1za la «explos10n» de 1889 no sea el mejor ejemplo para el aná-
lisis de este fenómeno. En ella no encontramos el descenso de cate-
78. Journ. Gas L., LIV (1889), PP- 458, 838, 885. En realidad resultó
mayo~ del 47 Y del 53 .Pº! cien~o en Londres y en los suburbios, y del' 35 36
P?r ciento en las pro"'.mctas (Field, Analysis, 1889-1891). Hasta 1889 no s? tu-
vieron en cuenta los sistemas de turnos de ocho horas· cf Journ Gas L LIII
(1888), p _ 894. . . . "
7?.. Este tema ha sido abordado en relación con el sistema de desarrollo
econormco propuesto por Schumpeter.
•.'
....·

TRABAJADORES
176
o-oría de los artesanos manuales después de su «edad de oro» del ~
;eríodo revolucionario y napoleónico (factor fundamental, por su-
puesto, en los estallidos de la década. de 1830); el brusco d~s~enso
de los ingresos percibidos por los te¡edores .manuales; la cnsis de
los talleres de los artesanos productores de bienes de consumo: sas·
tres fabricantes de muebles y quizá también obreros de la construc-
ció~ · la amenaza que las máquinas representaban para los artesanos
inddstriales: cardadores e hilanderos.80 Sin embargo, encontramos unos
desplazamientos hacia la izquierda (de menor importancia pero no
81 , • •,
desdeñables) en varios grupos de artesanos, as1 como una ag1tacion
más difícil de definir en el grupo sensible constituido por los tra-
bajadores domésticos semi-independientes y los subcontratistas vincu-
82
lados con las industrias de bienes de consumo. De todas maneras,
un cambio en el aparato productivo supone un cambio en la super-
estructura de instituciones y de políticas que se apoya sobre él; pues-
to que estas últimas son hasta cierto punto rígidas, el ajuste~ no ~
resulta probablemente suave ni inmediato. Casi con toda seguridad
encontraremos un período de experimentación, tanto por parte de los
patronos como de los obreros (y, por tanto, de agitación latente o
manifiesta), antes de que se establezca una nueva pauta .de rel~ciones
industriales. La historia de estas relaciones en la mdustna del
. 80. Acerca de la «edad de oro», cf. Cole y Filson, op. ~i~.! p. 20; acerca
del consenso de opinión sobre la ineficacia de las leyes de .coa~1c1on promulgadas
contra los «artesanos», cf. M. D. George, «The Combma~1~m Laws», Econ.
Hist. Rev., VI (1936), p. 172. Acerca del fracaso de las coaliciones locales P:U:ª
la negociación, cf. F. Galton, The tailoring trade, 1896, p. LXXXI Y passzm'.
H. Mayhew, London labour and the London poor, 1~61-1862, Ill, pp. 232-241.
fabricantes de muebles. Acerca de los cardadores e hilanderos, cf. E. C. Tufnell, '- ) frecuencia desde la.perspectiva del patrono, pero pocas veces desde la
Character, obiects and elfects of trade's unions, 1834, PJ?· 4~-62~ W. Mar~o~t,
The Marcroft family, Rochdale, 1~89; H. Ashworth,_ An znquzry z'!to the orzgzn,
procedure and results of the strzke of the operative cotton sptnners ... 1836-
1837, 1838. ,..._ d E · d
81. Jefferys op. cit. IIIª parte, cap. 6; D . M. \3\JO , « conoIDlc an po-
litical origins oí' the Labour ·Party» (tesis inédita, manuscritc;>, Bib~oteca de la
London School of Economics). El pequeño grupo de gremios ca1?1cado_s _que
participaron en el Labour Representation Committee, de tendencia sc;ciali~ta,
ante el Taff Vale, estaba integrado en su mayor parte por los que habian sido
afectados por tales cambios.
82. Por ejemplo, los trabajadores domésticos del gre~o del calza.do .~e
Bristol y Norwich. L. Dechesne, op._ cit., pp. 131 ss., menciona, una ag1taoon
similar entre los fafonniers del greIDlo belga de _la lana en la ~ecada de 1890.
83. «Ajuste» es un término general y relativo. Algunos a¡ustes se lo~an
con mayor facilidad que otio~; algunos· ?-º pueden ~~grarse en ab~oluto IDlen-
tras subsista una economía orientada hacia la obtenoon de beneficios.
- 't \
MOVIMIENTOS SOCIALES A PARTIR DE 1800 177
J
calzado (antes del «acuerdo» de 1895) 84 puede ilustrar lo que
ocurre durante un período de innovación técnica; la historia de las
relaciones entre la Federación de Armadores y los sindicatos de ma-
rineros y obreros portuarios puede ilustrar lo que ocurre durante la
transición hacia una estructura oligopolística.85 Ambas industrias fue-
ron muy afectadas por la «explosión» de 1889. En muchos países,
el sindicalismo de los mineros y de los obreros textiles se ajustó a
pautas similares. Sin embargo, estos subproductos del cambio técni-
co producen material explosivo pero no explosiones propiamente d¡-
chas, aunque es muy probable que la chispa se genere en algún sector
de la masa inquieta. ·
Además hay factores (inherentes a la tasa de crecimiento indus-
trial y a la estructura social del país) que impiden una disipación
gradual de esa inquietud. El sociólogo y el historiador conocen bien
a!gunos de estos períodos de retraso . Para mayor brevedad, aquí con-
_;; sideraremos una sola clase de tales factores . Las expansiones indus-
triales del siglo XIX encontraban no.i;malmente su mano de obra
( ~alvo ciertas excepciones) fuera de la clase obrera industrial, por
e¡emplo en las aldeas, o bien fuera del sector de los trabajadores in-
dustriales permanentes.86 Lo que solía atraer a los nuevos reclutas era
la perspectiva de mejores ingresos y de otros incentivos; por consi-
gmente, durante cierto tiempo eran más fáciles de contentar. (No
por ello tenían que resultar más dóciles: los ex-campesinos tienen
su propio ritmo de descontento, a veces más vehemente que el de
los obreros ya establecidos.) En todo caso, no estaban condicionados
para jugar el juego industrial de acuerdo con sus reglas específicas.
El proceso de su condicionamiento en tal sentido se ha analizado con
del líder obrero, que también desempeñó su papel en ello. El hábi-
to de la solidaridad industrial ha de ser aprendido, al igual que el
84. S. y B. Webb, Industri~l . democ~acy, e~. de 1902, pp. 185-192, capí-
tulo VII~; ~- Brunner, «The ongms of mdustrial peace», Oxf. Econ. Papers,
N.S. 1 (¡uruo 1949), pp. 247-260; Alan Fox, op. cit.
, 85. L. H. Powell, The Shipping Federation 1890-1950, Londres 1950 ca-
pitulos 2-3. ' '
~6. Los estudios ~}emanes son los más sistemáticos: R. Ehrenberg, Krupp-
studien III, «Fruehzeit d. ,Kruppschen Arbeiterschaft», Thuenen-Archiv. III
(1908), pp. 1-165, y los volumenes «Auslese und Anpassung» en los Schriften
d. V. Soz. Pol., vals. 133-135, I-IV (1910-1912). Los obreros calificados solían
proceder de las bases artesanas.
12. - HOBSBAWM
..~'
 TRABAJADORES
MOVIMIENTOS SOCIALES A PARTIR DE 1800 179
178 . ',

de trabajar con regularidad durante la seman~;. como tamb', ien 1ª sen- "' . ~ siguió el gran boom de comienzos de la década de 1870, son en gran
satez de plantear exigencias cuando las condiciones son favorables Y parte responsables de las «explosiones» notablemente simultáneas
no cuando la ira las sugiere. Este proceso representa, pues, un ~e- que se produjeron en muchos sitios.
ríodo de retraso natural: hay que esperar a que los nuevos traba¡a- El mecanismo de este proceso puede ser ilustrado mediante el
dores se integren de manera efectiva en el movimiento obrero. Donde caso de los ferroviarios ingleses, que se destacaron en las tres expan-
las industrias desarrollan un núcleo suficientemente fuerte de traba- siones producidas entre 1850 y 1914, y que difirieron de la mayoría
jadores «maduros», como ocurrió durante la Segun~a Guerra Mu~- de los ferroviarios extranjeros a quienes no se les prohibió que se
dial en Gran Bretaña, o donde se ataca en forma directa las co~~l- organizaran, por ser uno de los últimos, y no de los primeros, grupos
90
ciones de la clase obrera, como ocurrió en los períodos de depresion industriales en sumarse a los estallidos. Salvo los maquinistas 'y
secular, ese lapso será menor que donde las cond~ciones se~ulares de los obreros calificados de los talleres, la mayoría de los ferroviarios
1
auge posponen la urgencia de las exigencias organizadas o bien donde procedían de las aldeas o de otros grupos no organizados.9 Además
se desarrollan nuevos centros, como en el aislamiento de Le Creusot, de los factores ya mencionados, la estructura de esa industria forzaba
en las minas de Silesia o en las regiones apartadas de Quebec. El virtualmente la aparición de una pauta explosiva: o bien se organiza-
desamparo la ignorancia pueden prolongar ese período de retraso ban sobre una base general que abarcara todas las categorías y en
0
de manera artificial: ·porque puede ocurrir que los nuevos obreros en una red global (tarea de por sí difícil, que requería técnicas nuevas),
92
las industrias nuevas (o eventualmente obreros ya antiguos), dotado~ e; ) o bien no podían organizarse de ninguna manera. Sin embargo, tan
sólo de viejas técnicas inadecuadas, sencillamente no sepan que pronto como esos obreros llegaron a establecerse, constituyeron in-
hacer. Así en los años que precedieron al estallido de 1834, podemos mediatamente núcleos de activismo laboral, sobre todo en el campo,
ver cómo 'buscan nuevas técnicas de organización nacional o del ám- Y de ese modo ayudaron a propagar la «explosión» de la que forma-
93
bito de un ramo industrial entero para enfrentar unos problemas que ban parte. De un salto, pasaron desde una posición muy atrasada
ponen en jaque los métodos de los gremios · loca1es. Los. prm:eros
87 . a una de las posiciones dirigentes más efectivas dentro del movimiento
años de la década de 1900 están llenos de este tipo de discusiones obrero.
sobre estrategia y táctica en varios países europeos.88 Hay diversos En la práctica, cada «explosión» es una combinación de esos dife-
factores que pueden precipitar esa entrada artificialmente retar~a.da
de los trabajadores en la actividad sindical organizada. Las noticias 90. Acerca de los maquinistas, cf. J. R. Raynes Engines and men Leeds
acerca de la agitación· obrera en otro sitio pueden filtrarse en una 1921, .Y !'J. McKillop, The Lighted Flame, Londres, '1950; para el rest~ de lo~
nueva área y provocar un estallido. Otro tanto pueden hacer. los (" . . ferrovianos, cf. P. B~gwell, op. cit. Au~q~e ya estuvo en activo en 1871-1872 y
l ¡ en 1889-1891, el con¡unto de los ferrovianos no estuvo en plena acúvidad hasta
acontecimientos y las tensiones políticas; por ejemp1o, 1as e eccwnes 1907; Cole y .Arnot, Trade unionism on the railways, Londres, 1917. Acerca
generales francesas de 1936 o el establecimiento de gobiernos pro- del s~to relaavamente temprano de ~os ferroviarios en otros países, cf. Rigola,
.nci'ales del Partido del Congreso en la India en 1937.89 Cabe sos- op. czt., p. 228 ;. V .. Thompson, º?·cit., p. 53; W. Kulemann, op. cit., p. 333;
G .. Chaumel, Htstozres .des chemznots et de leur syndicats, París, 1948; H. A.
Vl
pechar que en la mayoría de los países europeos los acontecimientos Milis, ed., Hor:i collectzve bargaining ~orks, Nueva York, 1942, p. 323.
olíticós y militares de mediados de la década de 1860, a los que 91. Por e¡emplo, H . ~lewellyn-Srruth, «The in:flux of population into East
Lond?n», en C. Booth, Lzfe and labour, III, 58-166; R. C. on housing of the
P
workzng classes, 1885, Q 10, 615; Alfred Williams, Life in a railway factory,
Londres, 1916.
87. G . D . H. Cole, Attempts at General Unio'!s, .loe. cit. . . .
88. Sobre todo acerca de la alternativa entre smdicatos de mdustna Y sm- . ~2 .. Esto e~lica ~l interés general de los sindicatos ferroviarios por el
smdicalismo de mdustna, las huelgas generales y otras técnicas nuevas de lucha
dicatos de oficio. · · d obrera. Véase las obras citadas en la nota 90.
89. Por supuesto, estos acontecimientos no son neces~nam~nte m ep~n-
~3. A~adezco a la señora Florence Hancock la información acerca de la
dientes de las raíces económicas del descontento. laboral. Grmew1ts~h, op. ctt.,
p. 1'45, ·'presenta unas cifras que J?Onen de manifiest.o el efecto e~ttmulante ?e
mani:festac1on de este fenómeno en Wiltshire. Véase también F. E. Green,
A htstory of the English agricultura! labourer 1870-1920 Londres 1920 pági-
los disúntos acontecimientos políucos sobre la cantidad de traba¡adores afilia- nas 118, 253. ' ' '
dos a los sindicatos en Rusia en 1905-1906.
 MOVIMIENTOS SOCIALES A PARTIR DE 1800 181
TRABAJADORES
180 .'.">!
· rentes tipos de pautas: industrias estáticas y en expansión, industrias~ "_ Cabe mencionar brevem~nte un último factor: el papel desempe-
técnitamente inertes y dinámicas, factores cíclicos a corto Y a largo nado por los grupos de agitadores, propagandistas y organizadores
plazo, mecanismos de dilación, etc. Por ejemplo, el movimiento de a~mados c~n nuevas ideas y nuevos métodos, y dispuestos a introdu'.
los mineros no fue sólo una campaña ortodoxa y cíclica en pro de cirlos en arcas hasta entonces inactivas y no organizadas. Sin duda
mejores salarios, sino también (bajo consignas de un salario mínimo las «:xplosiones» ge~eralizadas
pueden producirse sin su presencia;
y de una jornada de ocho horas) un intento de hacer frente a una pre- P_or e1:mplo, los motmes por las alzas de los precios desencadenados
sión a largo plazo sobre los niveles de vida vigentes entre los mine- simultaneamente :n muchas regiones de la Inglaterra del siglo XVIII,
ros del carbón. Ese movimiento también se interesó mucho por el ª.un~ue estos motrnes no presentan precisamente las novedades cua-
desplazamiento de los grupos establecidos, porque (como en el caso litativas de. los movimientos sindicales, tan típicas de la mayoría de
de los marineros) a finales de la década de 1880 se produjo un reclu- las «explosiones». Estas últimas han estado asociadas normalmente
tamiento anómalamente rápido de mano de obra bruta. En el gre- 94
con nuevos tip~s de liderazgo, de organización o de exigencias, efec-
mio de los ferrocarriles se dio una pauta similar a la de los obreros tos a s~ vez srn duda del período de cambio económico que las
del gas,95 aunque agudizada por la situación mucho menos favorable «explo_s10nes» trat~ban de enfrentar: los seguidores de Owen y en
de esa industria y por su mayor vulnerabilidad ante las fluctuaciones. el :arusmo en la decada de 1830, la Asociación Internacional de Tra-
Según la descripción de Beatrice Potter,96 el gremio de los portuarios baJadore~ Y sµs movimientos afines a finales de la década de 1860
de Londres presenta un cuadro casi clásico de competencia por la dis- ~ ) Y.ª comienzos de la de 1870, el resurgimiento del socialismo (mar-
minución de los beneficios de una industria en expansión pero técni- xtsta 0 no ma~xista) a finales de la década de 1880, durante la de
camente estática, y por la consiguiente presión progresiva sobre. la si- 1.890 Y ª co~i~nzos de la de 1900, o bien su ala izquierda revolu-
tuación de los trabajadores. La industria naval, la otra gran pionera · cionaria 0 s~dicalista. Si lo preferimos, podemos considerar esto
de la expansión, tenía problemas similares. Volvemos a percibir en c~mo ot.ro eJ~mplo de esa rigidez institucional que incide en el ca-
este caso el incremento de la vulnerabilidad ante la presión obrera, racter. discontrnuo de _los movi~ientos. Es posible que los líderes y
que produjo el éxito tan portentoso de la huelga de portuarfos de orgamzadores establecidos (por e1emplo, el liderazgo del Trade Unían
1899: entre 1878 y 1888 el tonelaje que entró y pasó por el puerto Congr~ss en la déca?a de 188?) hicieran más por la organización que
de Londres aumentó alrededor de un 35 por ciento 97 (el incremento los ag~tadores marxistas o casi marxistas; pero de estos últimos fue
promedio en otros puertos afectados por la expansión fue mucho ' de quie?es las masas .no ~rganizadas recabaron ayuda y consejo. El
mayor ),9s mientras que de hecho la cantidad de obreros clave califi- nuev.o ~d~razg? cont:ibuyo a dar a las «explosiones, por decirlo así,
cados (por ejemplo, lancheros) declinó.99 En todo el país se acumula- é. l na rndividualidad histórica; hasta tal punto que, cuando se mencio-
ron pilas de material explosivo, listas para encenderse. n~n las explo~i?nes de las décadas de 1830, 1880 y 1910, el lego
. piensa automatlcamente en Owen y en los sindicalistas, y no suele
, estar muy e~terado en cambio de la <{explosión» de 1871-1872,
94. Arnot, op. cit., p. 112. Statistical Abstract 1875-1890, Parl, Pap., 1890. menos llamativa dc:sde el ~u~to de vista ideológico. Dejando de lado
LXXXVIII p. 156 acerca de los marineros.
95. J. :&favor, The Scottish railway strike, Edimburgo, 1891; J. Mavor en el aspecto de .re1ac10nes pub~cas de !ªcuestión, esos agitadores ayu-
Econ. ]ourn., I (1891), p. 204. 1 daron a fundir en una totalidad mas amplia unos movimientos se-
96. En Booth, Life and labour in London, vol. IV. parados, locales, regionales o sectoriales. Los grandes sindicatos na-
97. Parl. Pap., 1902, XLIV: R. C. on the Port of London" P: 232.
98. Una estimación basada sobre los datos de Mulhall, Dictwnary of Sta-
tistics (ed. de 1898) revela un incremento promedio de alrededor de ?n 45 o
un 50 por ciento en el tonelaje declarado y franqueado en Londres, Liverpool, t?dos, pdodujo u~ incremento en las retribuciones de los trabajadores más expe-
Cardiff Newcastle, Shields, Bristol, Hull y Glasgow. tlIDent~ os, capacita;Ios para ~a manip~laci6n de unos dispositivos que de ronto
99.' Censos de 1881 y 1889. También en este caso la vulnerabilidad era bas- se bab1an vuelto mas enmaranados. Vease por e¡"emplo R Willi" Th PL.
tante mayor que la medida según e,ste .criteri?, p~rque el ~um.ent~ ,de l~ com¡,l~­ P
ool dock s pro blem, L"1verpoo¡, 1912, pp.' 21-22, e infra,
' · pp. ams,
226-230.e zver-
jidad de un puerto que se expandia sm racionalizar su dtstnbuc1on m sus me- ~
182 TRABAJADORES
MOVIMIENTOS SOCIALES A PARTIR DE 1800 183
cional~s generales de los obrer~s no organizados surgidos . a ~artir ¡s- ·. '-~:
1870, los factores .más importantes quizás hayan sido los procesos
de 1889 fueron aquellos que estaban dominados por el ala izquierda de retraso y las discontinuidades del desarrollo técnico. En 1889, al
(sindicatos de obreros portuarios y de la industria del gas); los que · parecer la situación estuvo dominada por la pauta peculiar de estanca-
no lo estaban tendieron a seguir siendo puramente sectortales o re-
miento técnico de la Gran Depresión, por la actividad comercial en
gionales.100 Además aportaron la fuerza .unificadora ~ás amplia dada expansión y por el descenso de los beneficios. En 1911 cabe reconocer
por las metas y las consignas comunes. Sin los seguidores de Owen la presencia de todos los factores principales, aunque se destacan las
en 1834 o los Seis Puntos del cartismo a partir de 1838, es muy pro- discontinuidades técnicas y el descenso de los salarios reales. 103 Sin
bable q~e las fuerzas muy heterogéneas (y a menudo contradicto- duda un análisis más completo trataría de distinguir unas «familias»
rias) del descontento no hubiesen logrado convertirse en una fuerza más pequeñas de «explosiones» dentro del conjunto más amplio que
nacional única, aunque frágil, y los historiadores quizá se hubiesen hemos considerado aquí : las de los países que estaban pasando de
limitado a señalar la coexistencia de diversos movimientos . En menor la sociedad preindustrial al capitalismo industrial, las del capitalismo
grado, lo mismo vale para consignas como la de la jornada de och? de «mercado libre» y de competencia, clásico del siglo xix,1 04 y las
horas en la década de 1880 y comienzos de la de 1890. En determi- de las economías capitalistas modernas dominadas por el gobierno
nados momentos, grupos como las Internacionales obreras lograron la c~mpetencia imperfecta y la «segunda revolución industrial», ;
incluso imprimir un sello común a «explosiones» simultáneas produ- las diferentes maneras en que el desarrollo desigual de las economías
cidas en diferentes países, aunque quizás hayan sido demasiado entu- t<; :? combina y proyecta a unas sobre otras. Aquí no es posible ni desea-
siastas acerca del alcance de tales actividades. 101 Sin embargo, allí ble realizar esta tarea. Sin embargo, podemos sugerir que la investi-
donde el ímpetu ideológico no se limitaba a las resoluciones de las gación ulterior no se ocupará demasiado de los factores cíclicos (salvo
conferencias y actos similares, no cabía subestimar su capacidad para que, con Kondratiev, optemos por llamar «ciclos» a las diferentes
hacer saltar la chispa de unos países a otros. Así sucedió en 1830 y fases cualitativas de la evolución económica). Los meros factores
en 1848; y la «explosión» de Europa central en 1905-1907 depen- cíclicos de corto plazo explican aparentemente la distribución tem-
dió en gran medida de la de mayor envergadura producida en Ru· poral de las «explosiones» dentro de cada ciclo, pero no explican
sia.102 mucho más.
,_ Ahora podemos tratar de extraer una breve conclusión. Sólo los
análisis individuales pueden revelar la combinación específica de ten-
siones característica de cada una de las «explosiones», y es probable (1952)
que los intentos por descubrir la presencia de una misma combina- ..
ción (y no tan solo de un mero aire de familia general entre las "' ) ·
diferentes pautas) estén destinados al fracaso. Por ejemplo, en Gran
Bretaña, los principales factores operantes en la década de 1830
quizá hayan sido el desplazamiento secular de unos grupos que antes
estaban bien establecidos, así como la presión directa ejercida sobre
los niveles de vida de los trabajadores. En las décadas de 1860 y
103. La información más completa acerca de esta «explosión» se encuentra
100. E. J. Hobsbawm, loe. cit.
en E. H. Phelps, Brown! The growth of .British indus~rial relations, Londres,
. .,
101. La Primera Internacional, sencillamente mediante la orgaruzac10n co-
1959, y1, pero aun conviene consultar el libro de Askwtth, Industrial problems ·
mún· la Segunda mediante manifestaciones de masas espontáneas en favor de
exig~ncias uniforr:ies, en el contexto de las cuales se produjo el l.º de mayo. ~nd disputes, Londres, 1920, Watney y Little, op. cit. y otras obras de la
epoca. '
102. Jrb. f. Nationaloekonomie, 1905, !!· 580, ac~rca de la huelga en lo,s
ferrocarriles checos; Otto Bauer, The Austrzan revolutton, Londres, 1924, capi- 104. Quizás el. 0;.ico caso «puro» de este tipo (no deformado fundamental-
tulo IV, acerca de las huelgas de enero de 1918. mente por la translClon desde la el_'.1pa preindustrial, por la etapa monopolista,
:· ·• o por ambas) sea el de Gran Bretana durante la segunda mitad del siglo.

...,
,\

El
- - - - - - -- .,
LOS SINDICATOS GENERALES ENTRE 1889 Y 1914 18.J

~ perspectiva de ninguna de estas divisiones clásicas de la organización

sindical. De hecho, tales sindicatos han desempeñado tres funciones
bastante distintas (a menudo en forma simultánea). Como sindicatos
de clase, han tratado de unir a todos los trabajadores frente a los
patronos, por lo general, siguiendo una inspiración socialista o revo-
lucionaria. Como sindicatos de peones, han tratado de brindar una
organización efectiva a los trabajadores incapaces de integrarse en el
sindicalismo gremial ortodoxo o que estaban excluidos del mismo.
Como sindicatos residuales, por último, han organizado a todos los
9. LOS SINDICATOS GENERALES EN 1 grupos de trabajadores que no estaban cubiertos por otros sindicatos
GRAN BRETAÑA ENTRE 1889 y 1914 (e incluso algunos que lo estaban). Ni la primera ni la tercera de
estas funciones requiere alguna forma especial de organización. En
realidad, el sindicato «de clase» moderno (los Industrial Workers of
I the World en los Estados Unidos y en otras partes, la One Big Union
en Canadá, los diferentes sindicatos comunistas entre ambas guerras
. En la mayoría de 1os países industriales han existido, ~· ~na ~ mundiales) fue uno de los principales propagandistas del sindicalismo
época o en otra, unos «sindicatos generales» a los ~ue sel~ ia. ~n e ,
"' «industrial» estricto. Pero el problema de organizar a los «obreros
obreros de toda clase, independient_:mente de s~ :~~r: ~:l s~~~~:a~ no cali:6.cados» y a los «peones» (allí donde los «obreros cali:6.ca-
En Gran Bretaña, donde desempenan un pape • dos» y los «artesanos» ya estaban integrados en sus propios sindi-
, . t e en otras partes 2 existen en gran
lismo moderno mas importan e qu d 1 ' d, d d 1880 catos, fuertes y exclusivos) requirió unas tácticas y unas políticas,
cantidad en forma permanente desde finales e a eca .ª. e . características de los sindicatos «generales». El presente artículo se
Aunque ~n el pasado esos «sindicatos general~s» .han u~iliza~o. mu- ocupará fundamentalmente de estas últimas y de sus cambios, aun-
chas técnicas de negociación propias de lo,s smdi:at~s ~ o 1c1os. ~ que su investigación supondrá también alguna consideración de la
después han tendido a adoptar c~da vez mas ~as tec~ca~ ed ~~:~a composición efectiva de tales sindicatos. Se trata, en líneas generales,
dicatos de industria,3 en su con1unto no ca e ana zar os e de un tema que casi no ha sido estudiado.
. . d 1 Sindicato Nacional de Trabajadores Ge- Los sindicatos constituidos durante la expansión de finales de la
l. Agrad~c? a los funch1obnar1os p~rmitido acceder a las fuentes que obran . década de 1880 reclutaron trabajadores de todos los niveles de cali- /
nerales y Muruopales por a erme
en su poder. b", exi·sten importantes ejemplos en el extranjero: por
? ficación y adoptaron numerosas formas de organización. Sin embargo,
2. Aunque tam 1en . A ali no es casual que el <<nuevo sindicalismo» suela vincularse con las
dcl.
ejemplo, el Sindicato dde finiT~a~a1adotrreasdici~~~les sindicalismo «de oficios» y grandes asociaciones «generales», es decir, los grupos más amplios
3 . Acerea de las e oones B ·( h trade untons. 1947 PP· 20-26·' W · Milne-
«de industria», e~. N. Barou, rz1~29 pp 122-134· una 'clasificación más elabo- y más importantes producidos por ese movimiento: el sindicato de
Bailey, Trade unzan docuDejlf, Cole 'org~nized labour, ed. de 1924, PP·. 28-?,3· obreros portuarios, el de obreros del gas, la unión sindical de la
rada se encuentra en ~ · · : di ali'· . de industria» recibe la denom.mac1on ribera del Tyne y varios otros.4 Con posterioridad, la mayoría de
En este último estudio, el «Slil. e s~o
de sindicalis~~ «ri~rdi~soll o «d!t~~~~~~»;e refiere aquí a la organización "?º.r
La ;xpres1on «Slil ca. smo traba"adores (o bien por grupos muy prox1-
categonas y sectores part1cular:s de f r~a inde endiente y por separado. tanto de una distinción de períodos históricos como de una distinción funcional;
mos de categ?~ías),. qilie alles~~ª<le rnd~stria» se ~efiere aquí al tipo de organiza- pero no guarda relación alguna con la «calificación», el «aprendizaje» o la «des-
La expres1on «S1Il. e di treza», en el sentido que tienen estos términos para el censo. El sindicalismo
1 e ociación de todos aquellos grupos
ción qu~ trata de uru! Yje t~~ºde 1:~n:ran ~ndamental a los del resto. Se trata de oficio y el sindicalismo de industria tampoco se dan necesariamente en sus
cuyos diversos co.~veruos ec das las cate orías» de trabajadores. formas puras ni resultan recir!:0cgmente excluyentes.
de una organizac1,:in qu~ babl ardca l«tOar'eas de neggociación se trata en cierto modo 4. Los principales sindic.itos generales son los siguientes: Sindicato de
Dado el tamano vana e e as '
186 TRABAJADORES
LOS SINDICATOS GENERALES ENTRE
1889 y 1914 187
estos sindicatos se unieron para formar los gigantescos Transport CUADRO 16
and General Workers y General and Municipal Workers, que abar-
can en la actualidad alrededor de una cuarta parte del total de afilia- Cantidad de atiliados a algunos sindicatos entre 1892 y
dos a sindicatos en Gran Bretaña. Sin embargo, su historia no fue 1912 (en millares); promedio anual de afiliados con
de ninguna manera una serie ininterrumpida de éxitos . La ausencia respecto a períodos de 2 y 3 años
de estadísticas fidedignas impide medir la fuerza absoluta y relati-
va de los sindicatos «generales» dentro del «nuevo sindicalismo» de 1892- 1895- 1898- 1901- 1904-
1894 1907- 1911-
1889-1892; pero su fuerza proporcional fue sin duda muy grande. 5 1897 1900 1903 1906 1909 1912
Como la mayoría de los otros sindicatos «nuevos», sufrieron un co-
Todos los
lapso muy grave durante la depresión de comienzos de la década de sindicatos
1890; pero a diferencia de algunos otros, las asociaciones «genera-
l.555 1.614 1.895 2.010 2.058
Sindicatos 2.492 3.277
les» no se recuperaron plenamente hasta que se produjo la nueva ex- «generales» (a) 76 69 88 81 67
pansión en 1911 -1914. Entre ambas expansiones se tuvo la impresión Sindicatos de 74 186
de que ya habían dado todo lo que podían y que habían perdido todas las categorías (b) 19 22 29 34 45 60 109
definitivamente terreno. El cuadro 1 presenta una breve imagen com- Sindicatos locales
parativa de la suerte de varios tipos de sindicatos <<nuevos» (todos ~ '
de oficios (c) 12 12 12
'\ 11 11 12 24
ellos integrados por obreros convencionalmente considerados como ""'
«no calificados») entre 1892 y 1912.
(a) S. de Portuarios de Londr s d T b·d
Es evidente que estamos en presencia de tres pautas distintas: S. ?de Trabajadores del Gas de Bir;~gh~m e Si~di:~:o %~ciodnela1Gdas Tde b~nddres,
las asociaciones de oficios, con su masa estable (y restringida) de afi- Unt os. ' e ra aJa ores
(b/ S. de Carreteros de Londres S d e U .d
liados; los sindicatos generales, cuya masa de afiliados fluctúa sin dores Unidos de Tranvías y Vehículos. Sed arÉeterlos d mMos, .s: de Trabaja-
ninguna tendencia definida hacia un incremento, aunque a partir de Portuarios de Liverpool. ' · e mp ea os umctpales, S. de
1911 asciende de una manera casi vertical; y los sindicatos industria- tiba~JresS.d~eC:;:~'f;doSresddeCLondres,Sd. dle Barqueros del Támesis, S. de Es-
les o compuestos, que se desarrollaron con firmeza a partir de 1900 s. de , · e arreteros e os muelles de1 Mersey y del Riel;
Trabajadores de las Salinas de Winsford.
.

Trabajadores Generales y de Trabajadores del Gas, 1889; denominaciones ulte-

riores: Sindicato Nacional de Trabajadores Generales y de Trabajadores del Gas; (
Sindicato Nacional de Trabajadores Generales, que aquí se denomina: Sindicato
de Trabajadores del Gas de Londres. Sindicato de Trabajadores Generales, de
las Dársenas, Muelles y de la Ribera, 1889; aquí se le denomina: Sindicato de
Portuarios de Londres o Sindicato de Portuarios. Sindicato de Trabajadores Ge-
nerales y de la Región del Tyne, 1889, denominación ulterior: Sindicato Nacio-
nal de Trabajadores Unidos; aquí se le denomina de esta última manera. Aso-
ciación de Trabajadores del Gas y Ladrilleros Unidos, 1889; llamado aquí: Sin-
dicato de Trabajadores del Gas de Birmingham. Sindicato Nacional de Trabaja-
dores Unidos, 1889. Sindicato de Trabajadores, 1898. Federación Nacional de
Trabajadoras, 1906.
5. Todas estas cifras no son fidedignas . Sin embargo, los informes del
Local Trades Council (por ejemplo, para Bristol, Norwich, Bolton y Leicester)
señalan la importancia relativa de los diferentes grupos. Por ejemplo: hacia 1890,
en Bristol, la «fuerza del sindicato general» representaba alrededor de la mitad
de la fuerza del «nuevo sindicato» y entre el 30 y el 40 por ciento del total
de la fuerza sindical (Bristol T. C. 1891, Ann. Rep.).
¡ y más aún a partir de 1911. En 1910, por ejemplo, bien pudo are-
cer que el s~gundo grupo estaba destinado, si no a reemplazar p~r lo
menos ~ eclipsar cada vez más al tercero. Pero en realidad oc~rrió lo
c?nt_rano. Los grupos (a) y ( b) se unieron para formar los dos grandes
srndicatos generales de la actualidad De modo q b d. . .
t f 1 . ue ca e tstrngmr
res ases en e desar~ollo_ ,de los sindicatos generales: la expansión
d\ 1889-1892, l~ decltnac10n relativa de su importancia entre 1892
y 910 y a parttr de 1911 la nueva expansión, que resultó decisiva.
Ca~~ una de estas fases desarrolló sus formas peculiares de or .
zac10n y de política. garu-
6. Fuente : Reports on Trade Unions.

1:
I'
 ... . ....
LOS SINDICATOS GENERALES ENTRE 1889 Y 1914 189
TRABAJADORES
188
entre unos obreros políticamente bastante inmaduros, que estaban
II tratando de organizar a algunos grupos «débiles» de trabajadores
(portuarios, obreros del gas, de la lana, etc.), y los socialistas revo-
La teoría que tenían los fundadores de. los s~~cato~ gen;;~~ lucionarios de la década de 1880, de cuyas filas procedieron la mayo-
l889 (y sus predecesores) era bastante simple. . «peon»d T' ría (aunque no la totalidad) de los líderes de los sindicatos genera-
~n b de una industria a otra, era incapaz e ut~ 1- les.11 Sería artificial pretender trazar una frontera exacta entre los
mdefenso, ~ue pasa ª d l . d. ali de oficio. Puesto que solo que comenzaron siendo unos «sindicatos» corrientes (como el de los
zar las tácticas ortodoxas e sm icb . sm~ dí recurrir como el
oseía «el valor general de su tra a10», no .P~ a Tillett's Tea Operatives, antecesor del Sindicato de Portuarios) para
p b alifi adm> a diversos métodos restrictivos para lograr unos llegar a tener más tarde una conducción socialista, y aquellos que,
«O rero c c ' d b capaces de «mantener su
márgenes de escasez de su mano . e. o ra , . día hacer como los sindicatos inspirados en las ideas de Owen (y quizá la Fe-
nivel de retribuciones» .s Por cons1.gui.ente, ~o u~ico que
era a ru arse en un gigantesco smd1cato 1unt? con to
Jºo: . . -
aquellos deración Nacional de Trabajadores de Tyneside, 1886-1893 ),U se
constituyeron pensando tanto en unos objetivos sindicales como en
que :odfan convertirse en sus. eventuales esqu1r~les: en ult~a m;e algún tipo de transformación social o moral. Tanta los sindicatos de
b 1·oven del pais que careciera trabajadores «débiles» como los grupos político-industriales tendie-
tanda cualquier h om re, mu1er o li coto
toda ~alificación industrial, para crear de ese modo un amp o ron a desarrollarse casi en las mismas épocas de tensión y agitación
social; y hacia finales de la década de 1880 ya había en Gran Bretaña
cerr:~~·nos limitáramos)>, decía Will Thorne, «a unadinldus;riaqu~~;:~ un nuevo grupo de organizadores y propagandistas socialistas. Sin
. d mo la del gas y si la gente de otras zonas e pa1s embargo, cabe conjeturar que los sindicatos «generales» amplios, a
mina a, co ' d ·' un con-
al margen de la organización, entonces, cuan o ~viesemos drían ser nivel nacional y regional, de 1889 fueron el resultado de un casa-
flic to con alguna de las compañías 9 p
de gas, esos o reros po ,
i iente en teoria no miento entre el sindicalismo de clase de los socialistas y los planes
tilizados para reemplazarnos». or cons gu ' 1 más modestos de los propios trabajadores no calificados.13 La expan-
U . d · d. tos tal como o recono-
h bía nin , n límite para este tipo e sm ica ' . sión de comienzos de la década de 1870 -que en otros aspectos fue
.ª on suis: líderes. El Sindicato de Trabajadores de ~ynesideUn? una importante precursora (a la que no se le ha prestado la debida
~~dó en convertirse en el Sindicato Nacional de Traba~dores m-
dªos Una a rupación puramente regional del sur ~e G es se auto-
de~ominab: Sindicato Nacional de Trabajadores Umdos .de Gran Br~- cados de mineros y operarios de la industria del algodón se encuentran a mitad
- I 1 d . 1 Unión de Trabajadores de Lancash1re se c?nvu- "? de camino entre los «viejos» y los «nuevos» sindicatos (Cole, Short history of
tana e r an a, a . , . radio de
·, 1 Unión de Trabajadores Britamcos, aunque su M British working-class movement, ed. de 1948, pp. 245-246. Cf. también los de-
tlo. ~n ª1i·m1·taba a unas veinte millas alrededor de Piccadilly ( an- bates acerca de la jornada legal de 8 horas en el TUC Report, 1889, sobre todo
accion se , dil t ino mera la intervención de W. Matkin, p. 55.
chester). Estas denominaciones no parecian gran ocuen es s 11. Salvo los primeros líderes del Sindicato Nacional de Trabajadores Uni-
·, d na situación de hecho. dos, el Sindicato de Trabajadores del Gas de Birmingham (cuyos líderes eran
exp~~~l~ a~~nte, la reconocida debilidad de los «peo~:s)> hi~o. que seguidores de Chamberlain) y quizás el Sindicato Nacional de Trabajadores Uni-
dos, acerca de los cuales puede consultarse el libro de T. J. O'Keeffe, Rise and
g ho más que los «artesanos» en la pres1on pohtica y progress of the National Amalgamated Labourers' Union, Cardiff, 1891.
se apoyaran mue ·, lianza natural 12. Véase el artículo del secretario de ese sindicato, el fabiano E. R. Pease,
en la acción legislativa.10 De esta manera surg10 una a publicado en To-day (junio 1887). A comienzos de la década de 1890 el sindi-
cato se desintegró y sus miembros se adhirieron al Sindicato de Trabajadores del
M Hallsworth Unemployment in Lancashire, Man-
7. s. J. ehaproan y H . . , Gas. Los informes que han quedado se conservan en Brit. Lib. Pol. Sci., Coll.
E. B., CVI.
chester, 1909, p. 83b. I d t . l democracy passim pero sobre todo los capí- 13. El único sindicato que contaba con una verdadera red nacional (el Sin-
8. Véase Web , n us rta ' '
dicato de trabajadores del gas), se apoyaba para ello en gran mediJa"sobre los
tulos X Y XI. Lab A testimonio 24, 943. . ·fi , grupos socialistas locales.
9. R. C. on our, grupo ' t también en éste los grupos sem1cali -
10. Al igual que en otros aspee os,
190 TRABAJADORES
atención) del <<nuevo sindicalismo»- produjo unos sindicatos de ca- ~
rácter mucho más sectorial.14 .
Tal era, pues, la teoría. No es posible comp~ender ca~almente sus
debilidades si no se tienen en cuenta las creencias de la epoca acerca
de la estructura de la clase trabajadora y sobre todo acerca de la níti-
da frontera que habría existido entre los obreros «calific.ados» Y. los
«no calificados», los «artesanos» y los «peones». A primera vista,
la nitidez de esta división resulta sorprendente, porque tanto los
economistas de clase media como los de la clase artesanal creían que
la retribución por el trabajo (con o sin subsidio) era en términos
generales proporcional al mérito y ª. la supe~ioridad f~sica, i,ntelec-
tual y moral. 15 Desde su punto de vista, hubiese parecido mas ade-
cuada una escala oradualmente ascendente como la que sugiere la
división actual ent~e trabajadores «no calificados», «semicali:ficados»
y «calificados». 16 Pero de hecho dividían ª.los obreros e? d~s grupos:
uno tan «diferenciado por su adiestramiento y experiencia que su ~
trasÍado a otros oficios hubiese supuesto, ceteris paribus, una impor-
tante pérdida para la industria»; el otro, «la masa general de peo?~s
incultos o no cali:ficados»,17 no diferenciados ni ligados a ningún oficio
en particular. , .
Para muchos esta distinción disimulaba otra mucho mas antigua:
la línea preindu~trial trazada entre el «artesano» cali:ficado capaz de
todo tipo de tareas, el auténtico hacedor de cosas, y el «peón» que
se encargaba de las tareas auxiliares. 18 Esta distinción tampoco era
14. El «Sindicato de Trabajadores General~~ Unidos>~ de _Pa~ick Kenney
(que sobrevivió a duras penas.ª la Gran J?epre~~on) supoma prmctpalmente un
intento por aplicar los princip10s de la unificaaon a los p~nes de la construc- ,
. ?
ción (Postgate, Builders' history, pp. 298-299 y su mentalidad .~º era tan ec~­
ménica. Siguió siendo un sindicato d~ peones de. la construcc~on. Pero habla
algunos sindicatos «generales»: por e1emplo, la Liga de Traba¡adores de Lon-
dres y de los Condados. . . • di
15. Para una afirmación extrema, cf. ~arshall, !'~mczples, I, II, 7 (8. e -
ción p 26). Para la opinión de un consejero munlClpal de la clase obrera de
Birrin~ham, cf. el informe de la Royal Commission on the Aged Poor, 1895,
testimonio 16, pp. 545 ss. . Industrial ;emuneration conference, 1885, pp. 168-169.
16 Pero sólo en nuestro siglo esta clasificación llegó a ser habitual.
11: Palgrave, Dict. Pol. Econ., artículo: «_Labour, Skilled» (II, ?27). ~a.ra
unas versiones menos sofisticadas de este dualismo, cf. Oxford Engltsh Dictio-
nary «Labourer» (1903); Informe de la Industrial Remuneration Conference
(1885), 369; Thomas Wright, Our new masters, Londres, 1873, pp. 4-9; y, de
hecho, el lenguaje corriente de la época. . ,, . . .
18. «Corno supone su título de "no califica~o , carece d_e oficio y de smdi-
cato»: Working men and women, por un Traba¡ador (Working Man), Londres,
LOS SINDICATOS GENERALES ENTRE 1889 y 1914
191
->
puramente tradicional. Cada vez comprendemos mejor hasta qué
punto la organización industrial británica en el siglo XIX (al menos
hasta la época de la producción en masa y de la «dilución» de las
diferencias entre los distintos tipos de obreros) estaba realmente con-
formada según un modelo de la época preindustrial. Los constructo-
r~s y los mecánicos, los caldereros y los sastres todavían podían ima-
1
gmar razonablemente que eran capaces de hacer casas, máquinas,
barcos y ropa prescindiendo de la ayuda (conveniente pero no indi,s- ..
1
pen~able) del ~eón; de la misma manera en que, en caso de apuro,
un Jefe de cocma puede preparar una cena sin la ayuda del pelador
1
de ?ªtatas y del lavacopas. Por otra parte, su posición de subcon-
t~atistas o copatronos de los peones 19 también puede haberles indu- 1
c~do a c?nsiderar la diferencia entre «artesano» y «peón» como una
diferencia de clase y no sólo de grado, semejante a la que ~xistía entre
el maestro artesano, el oficial aventajado y el aprendiz.20 Por consi-
1
)
guiente,. los salarios más elevados, la mayor consideración de que
eran ob1eto y las otras prerrogativas ponderables e imponderables
~e que gozaba ~1 «aristóc~ata obrero» podían ser interpretadas por
. este como un tr~bu~o rendido a sus méritos particulares; y los grupos
de obrer?s semKalificados que por una u otra razón lograban obte-
nerlas (~!anderos de algodón, maquinistas, cierta clase de picadores
de las mmas de carbón) podían identificar fácilmente su posición con
la del «maestro artesano».
~
P?ro esos grupos constituían sólo una minoría entre los oficios
J
orgamzados y en todo caso su peso numérico no fue apreciado ple- 1
namente hasta que en la década de 1890 se introdujo el voto por 1
bloques en el Congreso Sindical. 21
Por consiguiente, el modelo «artesano-peón» fue tan convencio-
nal como real; y en líneas generales todo cambio industrial y técnico
1879. «En vez de ser con;ipet;nte como, para actuar como un artesano, a me-
nudo era ,capaz de prodt;crr solo un articulo de mobiliario y a veces se le en-
cargaba solo la producción de una parte de ese artículo»· W G Bunn
· · · en 1
19. Vea~e D. R. Schloss, Methods of industrial remuneration (1892) acer- "
ca de los metodos en boga. '
?º· _Testimonio de R. Knight en el informe de la R. C. on Labour grupo A
fitestirnomo 20, pp. ~01 ss., y el fantástico capítulo sobre «El trabajad¿r no cali~
cado» en A workmg man, op. cit.
d l 21. b ~f. las quejas ,acerca del predominio de- los obreros de las industrias
dieco car(conservador)
on Y del algodon, que aparecen en las Notes of the month del perió-
Trade Unionist (octubre 1889).
192
TRABAJADORES
tendió a incrementar su irrealidad. Todos los. «artesanos~ formaban
parte· de grupos que ejercían una fuerza negociadora ef ectlva (aunque
no necesariamente por el hecho de ser obreros calificados o ~~trena-
dos en un oficio). Pero los «peones», definidos por exclusion, no
eran necesariamente obreros carentes de dicha f~erza; aunque resul-
taba fácil tomarlos como tales.22 Por el contrario: durante la Gran
Depresión el movimiento obrero se puso ~ l~ d~fensiva Y sus lídere.s
se inclinaron más a reforzar las barreras limitativas contra los esqui-
roles que a expandir el sindicalismo. Por consi~uiente, ~. ~esar
ciertos avances de los grupos semicalificados hacia la posicion social
de los «artesanos»,23 a finales de la década de 1880 las filas de los
«peones» estaban integradas por una c~ntidad c~d~ v~z mayor de
obreros inmediatamente capaces de practicar un srnd:c~smo or~o~o-
xo y a menudo dotados de una gran fuerza _de negociacion. Lo_ ~meo .
que necesitaban era el impulso para orgamzarse, y_ la explosion de
1889 se lo brindó.24 Pero incluso el «peón general» ideal ?el mo?elo~ . ·~,
convencional victoriano (inestable, desplazable de una :~dustna ª
otra, capaz de desarrollar mal que bien sus funciones auxiliares don-
dequiera que se lo asignase) era pr~bableme~te bastante menos a?un-
dante de lo que se suponía. Ademas, a medidas que se fueron difun-
diendo la mecanización y los métodos fabriles modern_os, los pa~ro-
nos llegaron a dudar incluso de que esos obreros care~ies~n efect1va-
mente de todo «valor especial».25 De modo que los srndicatos gene-
22 Cf la History of trade-unionism, l.ª ed., 1894, pp. 388-389, de S. Y
B. W~bb, donde las trabajadoras de las fábricas de _cerillas Y, lc;is fogoneroiliif
las fábricas de gas aparecen clasificados como traba¡ador~s deb11es noI :H w-·. . p
cados. Debieran haber estado mejor enterados (d .. el .traba¡o dF su c?
Massingham acerca de «The trend of trade umomsm» en ortnzg t y,
h1ª
i892.
LVIII, p. 450). . d E ·b d
23 Entre 1870 y 1873 el Sindicato e stJ a ores e on . ,
d L dres el Sindi-
cato de Barqueros del Tyn~ y del Támesis y el Sindicato d:, Estibaddores de1
· · d.icatos ofi cia
· les . Durante la Depres1on se d esarro11
Norte surgieron como sm . 1 s·a-
ron entre otros el Sindicato de Operarios de las Fábn~as de Calza o, e m-
. dic~to de Tejed~res de Algodón, el Sindicato de Operar10s de Carda Y Aventa-
miento el Sindicato de Conductores de Locomotoras. . . .
24 yPor ejemplo el Sindicato de Estibadores de Card1ff y el S~n~1cato ?e
TrabaÍadores de los 'muelles y del río Tyne obtuvieron un reconoGMWto
mediato y permanente y un virtual. ,régimen ~e ~oto cerrado. (_NU
venir, 1929, p. 13.) Lo mismo ocumo con el Smdicato de Traba¡adores del Gas
r · ·
en varias ciudades.
25 Cf el testimonio de Sir B. Browne ante la Royal ._,c::nrmss1on on
Law; ·apéndice, vol. VIII, pp. 86.211 ss., 86.286, 86.299, 86.301; Prof. ·
LOS SINDICATOS GENERALES ENTRE 1889 Y 1914 193
~
rales se encontraron con que estaban reclutando una gran cantidad
de obreros que, por una u otra razón, tenían la capacidad de crear una
escasez de su mano de obra, de provocar pérdidas importantes en
caso de ser trasladados a otras industrias o a quienes valía la pena
ofrecer incentivos para aumentar su eficacia: lo cual constituía la
base de la fuerza de negociación ortodoxa. Vale decir que se encon-
traron a la cabeza de un ejército inesperadamente bien armado.
Esta circunstancia les facilitó mucho las cosas, porque el traba-
?e jador auténticamente flotante o móvil (aunque fuese calificado) res~l­
,,
¡.
taba endiabladamente difícil de organizar en condiciones de laissez-
faire. Los sindicatos integrados por esta clase de obreros -el sin~
dicato de peones (navvies) en Gran Bretaña, el IWW en Estados
Unidos-26 se daban por satisfechos si podían conservar algunos cen-
tenares de miembros regulares y algunos centros u oficinas regulares,
y por consiguiente si podían reclutar en forma temporaria una can-
tidad masiva de obreros y ejercer también temporariatnente un con-
trol sobre el trabajo allí donde estallaba algún conflicto. Resultaba
difícil mantener más allá del primer arrebato de expansión los cotos
cerrados a nivel nacional, regional e incluso local que para el viejo
sindicato general representaba la salvadón. Por consiguiente, no es
sorprendente que los líderes de esos sindicatos generales hayan mo-
dificado su política. Lo sorprendente, en cambio, es que no hayan
advertido de entrada sus defectos y se hayan aferrado a ella durante
tanto tiempo.
..,
III
, La base oficial de los sindicatos era la «sección local», que incluía
toda clase de trabajadores.27 Una división más realista se basaba sobre
Chapman, ibid., _p. 84.798; o el Charity Organization Society's Report of Spe- 1'i
cial Committee on Unskilled Labour, 1908, p. 6. ~ .
26. Acer.ca de la IWW (International Workers of the World), cf. el libro )
s:·u-
de P. F. Brissenden, The IWW, Nueva York, 1920, y The decline of the
IW}lí', ~ueva York, 1932. Acerca de los peones camineros (navvies), cf. el
testtmo~10 de John Ward ante la R. C. on Poor Law, vol. VIII, y por ejem-
11!
I~
ll
plC? el rnform~ acere~ de la huelga de la represa de Leighton (Leighton Reser-
voir) en Navvtes Umon Quarterly Report (enero 1914), pp. 31-34. ,¡¡
p
ºsr 27. Los problemas planteados por esas secciones mixtas se analizan en la "
obra de J. Commons y asociados, History of labour in the U. S., 11, parte 6,
13. - HOBSBAWM
194 TRABAJADORES
los díversos oficios, lugares de trabajo, y criterios similares. El Sin-
dicato de trabajadores del gas (pionero de los sindicatos generales
y el mayor de ellos) 28 constituye un ejemplo de ambas situaciones.
En la fluctuante área de Londres la organización era general (así se
describía en 1897 a 44 secciones de un total de 61 y en 1906 a 37
secciones de un total de 55) o de carácter no específico. Parece evi-
dente que estas secciones se desarrollaron a partír de los núcleos ori-
ginales de fogoneros organizados alrededor de sús fábricas de gas
locales; pero el líder del sindicato resistió con firmeza los intentos de
fragmentar estas aglomeraciones (que a veces agrupaban varios mi-
llares de trabajadores) en secciones por oficios, de acuerdo con el
modelo provincial.29 Este sistema tenía la ventaja de permitir que
esas aglomeraciones cambiasen de carácter en vez de disolverse, cuan-
do (como fue sucedien~o poco a poco) los primeros fogoneros fueron
desapareciendo. Sin embargo, el sistema debió haber sido muy im-
perfecto, porque permanentemente lo encontramos combinado con ~
uno u otro tipo de organización «por lugar de trabajo». Dada la
ausencia de secretarías de distrito, el obrero londinense perdía una
gran parte de su tiempo recorriendo las obras en construcción, los
muelles donde se descargaba carbón y las fábricas, registrando pape-
letas, etc. Una muestra del carácter imperfecto del sistema es el hecho
de que los miembros del sindicato que reclamaban una indemniza-
ción a una gran firma contratista venían de nada menos que de siete
secciones tan alejadas como West Ham y Battersea.30 Existían ofici-
nas administrativas (como las que funcionaban en las secciones del
Sindicato de Trabajadores Unidos del norte), pero difícilmente pros-
( ~ total de 11.000 afiliados; dos años antes, en ese mismo sindicato la
cap. 10 (Asambleas Mixtas de los Caballeros del Trabajo); L. Lorwin, The
American Federation of Labour, 1933, pp. 70-71 (Sindicatos Federales de Tra-
bajadores); y H . A. Logan, Trade unions in Canada, 1948, pp. 347 ss., 389 ss.
28. Las fuentes más importantes son los balances y estados de cuenta tri-
mestrales, y luego los informes de las Conferencias y actas de la Junta Direc-
tiva que han sobrevivido. Acerca del Sindicato, véase los dos Recuerdos del
Jubileo (1929 y 1939), el Recuerdo de Jubileo de su Distrito del Norte (New-
castle, 1939), y las memorias de Will Thorne y J. R. Oynes. No contamos con
una verdadera historia del mismo. En 1924 se fusionó con el Sindicato Nacional
de Trabajadores Unidos y con el Sindicato de Empleados Municipales para
formar el Sindicato de Trabajadores Generales y Municipales. Ha absorbido a
una gran cantidad de otros sindicatos. _ ·
29. Conferencia de 1890, p. 7.
30. Extraído de los informes trimestrales de las estadísticas de indemniza-
ción de los trabajadores (1904-1905).
LOS SINDICATOS GENERALES ENTRE 1889 Y 1914 195
...,
. • peraban los intentos esporádicos (de los delegados del norte y de l~s
obr~ros de, la const~cción de Londres) de asignarles unas funciones
oficiales mas compleJas que la mera recaudación de las contribucio-
nes. 31
Sin embargo, fuera de Londres la cantidad de secciones organi-
zadas por_ofici? o empleo era mayor (al margen de los puertos y de
las pequenas cmdades donde predonimaban) que la de secciones ge-
nerales, como muestra el cuadro 2.
Resulta claro, pues, que desde el comienzo la masa de adheren-
tC:s a. l,os sindicatos generales no se acomodó fácilmente en una orga-
ruzac1on preparada ~ara los tr?bajadores móviles e inestables y para
los que no estaban ligados a runguna industria en particular.
¿Hasta qué punto, en realidad, esos sindicatos eran organizacio-
n~s para el peón «general»? No podemos saberlo, porque este tér-
~no es vag? y su significado varía según las regiones y las indus-
·:_1 tria~. Ademas, la mayor parte de nuestras cifras se refieren a las
secc10nes, Y una sección «general» bien pudo haber consistido en
un n:er? surtido ~~ oficios varios (demasiado pequeños como para
const1tmr una secc10n aparte) .Y no en una asociación de peones ge-
n_e,rales. Desde un punto de vista global, es evidente que la propor-
c10n de peones generales aumentó en épocas de expansión 0 du-
rant~ las grandes huelgas, en las que se agrupaban en sindicatos.
En. epoca~ normales esa cantidad debió haber sido pequeña. Las
meJores c~ras. con que contamos (extraídas de una lista ocupacio-
nal del Srnd1cato Nacional de Trabajadores Unidos fechada en
1895) dan una cantidad de 1.088 «peones general~s» sobre un
32
proporción era similar: 2.700 «peones generales» sobre u~ totai' de
22.000, en trece secciones sobre un total de 103 en la costa noreste
Y tres sobre un total de trece en Sheffi.eld.33 Realmente no cabe con:
cluir demasiado de unas cifras tan circunstanciales. '
. 31. Informes de las Conferencias (1892), p. 37; (1894), p. 91; (1898), pá-
'nb ~Oj (1900),_p. 17. ,Acerca de los funcionarios del Sindicato Nacional de
rgª9oª)Ja ores Urudos, vease los informes de sus Conferencias de delegados
(l , pp. 7, 20; (febrero 1892), pp. 48-49 .
. 3t. Infor~e Anual (1895), p. 7. Estos datos se referían a la mitad de los
nu~ ro~ fommales, es decir, a dos tercios de los que recibían subsidios
,. l 3. n orm~ Anual (1893), pp. 7 ss. Este informe contiene un análisis com-
0
.;>p eto y muy valioso de las distintas secciones.
' '
 LOS SINDICATOS GENERALES ENTRE 1889 Y 1914 197
196 TRABAJADORES

~ -'.} Sin embargo, algo está claro: los sindicatos generales, al menos
CUADRO 2
entre 1892 y 1911, dependían mucho más de su implantación e~
Sindicato de Trabajadores del Gas. Cantidad de secciones «generales» · determinadas industrias y grandes talleres que de su capacidad para
en los distritos en diferentes períodos entre 1980 y 1911 34 reclutar adherentes de una manera indiscriminada; dependían, pues
(cabe suponer), en líneas generales, de un tipo de trabajador más
Secciones «generales»
estable y más regular que el que originariamente había tomado en
Parcialmente consideración.35 Por supuesto, esta tendencia fue reforzada por el
Cantidad total o de carácter no
Distrito Año de secciones Totalmente especificado hecho del reconocimiento local que esos sindicatos obtuvieron de los
patronos. Por ejemplo, en el distrito de Leeds del Sindicato de Tra-
Birmingham 1896 (a) . 25 o o bajadores del Gas, los dos grupos «reconocidos» de Tintoreros y
1899 (a) . 33 o o Trabajadores del Gas constituyeron en 1891 doce de un total de
1909 ... 30 1 1 veintiocho secciones; en 1891-1892, diez de un total de veintitrés
Bristol 1891 (b) . .. 10 o o y en 1896, dieciséis de un total de treinta. El cuadro 3 refleja bien
1893 11 o o la fuerza del Sindicato Nacional de Trabajadores Unidos en los as-
1896 11 1 o tilleros de la costa noreste (donde ese sindicato estaba reconocido).
1904 8 o o ~- _) Por ejemplo, mientras alrededor de la mitad de la fuerza que tenían
Lancashire 1903 41 10 10 (b) en 1893 las secciones de obreros generales desapareció, en los asti-
lleros esa fuerza se mantuvo prácticamente estable. Aunque no
Leeds 1890-1891 .. 28 2 o contamos con cifras comparables para los casos de otros sindicatos,
1891-1892 23 9 (c) o
30 7 (c) o es evidente que su situ~ción era similar. La Liga para la Protección
1896 .
de los Trabajadores se apoyaba ampliamente sobre su implantación
Mersey 1891 21 9 2 en el Arsenal de Woolwich (además de su control sobre los cargado-
1896 14 4 o res especializados de grano y de madera de los muelles); los traba.
Costa Este 1909 33 8-9 o jadores del gas de Birmingham, sobre sus lazos con la Corporación;
1 o e incluso los miembros del pequeño Sindicato de Trabajadores Gene-
Noreste 1896 16
36 4 o rales y Maquinistas de Bolton señalaban que «hemos conquistado
1899
1904 .. 37 1-2 o { ~ una sólida implantación en algunas empresas».36
Por supuesto, estos sindicatos fueron en general los más gran-
(a) Fecha en que estaban en vigor las «Birmingham Metal Trade des. Por ejemplo, sabemos que, en una época en que las casi 300
Alliances». secciones del Sindicato de Trabajadores del Gas contaban sólo con
(b) En este caso, se incluye entre las «generales» a una cantidad de sec-
ciones municipales y quizá también a algunos trabajadores mecánicos de Lan- 29.000 miembros, cinco secciones de mecánica, goma, construcción
cashire que hasta 1911 se declaraban «organizados por oficio» (NUGMW Sou- de puentes, algodón y herrería de obra (integradas cada una de ellas
venir, 1929, p. 26). por obreros de una sola empresa), agrupaban en cambio por sí solas
(e) Este dato es equívoco. Por ejemplo, en 1896 las secciones «generales».
incluían hasta seis secciones municipales y una de trabajadores de las acerías.

34. Las cifras relativas a Leeds y a Mersey para 1890-1892 han sido ex-
traídas de los balances publicados en cada localidad (Brit. Lib. Pol. Sci.; Coll.
¡_ E. B. cv1)- las otras proceden de los Informes Trimestrales. · Los datos sólo
puede'n pre~entarse de un modo fragmentario, porque la descripción de las sec-
ciones varía según los distritos y los años.
35. «Why the New Union was founded», octavilla I del Sindicato de Tra·
bajadores, 1898 (Brit. Lib. Pol. Sci., Coll. E. B., XI).
36. Sindicato de Trabajadores Generales y a Máquina Unidos, Informe
Anual, Bolton, 1893 (Brit. I..ib. Pol. Sci., Coll. E. B. CVI).
-~
 k LOS SINDICATOS GENERALES ENTRE 1889 Y 1914 199
198 TRABAJADORES •\,'

CUADRO 3 ~ -"~.., . des fábricas) . Si suponemos que el grado de «concentración» era

igual en Barnsley (cuya situación no conocemos en detalle) que en
Sindicato Nacional de Traba¡adores Unidos. Secciones31 cerradas Nottingham, vemos que alrededor de la mitad de las secciones de
entre 1896 y 1900 por pérdida de afiliados los sindicatos fuera de Londres correspondían a «grandes firmas».
Por supuesto, es probable que la densidad de afiliación haya estado
Total de secciones en mucho más concentrada. El cálculo que aparece en el cuadro 4 re-
Total de secciones funcionamiento en 1893 fleja probablemente un criterio más bien conservador.
Oficio cerradas entre Con tales baluartes (cuya magnitud, sin embargo, no estamos en
1896 y 1900 Totalmente En parte
condiciones de medir) entre las «clases de obreros» que, según ' J.
3 43 5 R. Clynes, «no estaban afectadas por los efectos nocivos de la com-
Astilleros •.
2 8 3 petencia»,4º el sindicato podía soportar las épocas malas. Resulta
Hierro y acero
5 13 2 bastante llamativo (por contraste con lo que ocurría en el sindicalis-
Litoral fluvial y marítimo .
Química, plomo, cobre 4 14 o mo norteamericano) que los sindicatos generales hayan sido casi tan
5 10 6
Mecánica capaces de arraigar en industrias sujetas al ciclo económico como
Peones y obreros de la cons-
3 8 1
trucción . CUADRO 4
10 17 4
Obreros generales ~
'.i,

Otros 4 18 4 Sindicato de Trabaiadores del Gas. Segundo trimestre de 1905.

Secciones establecidas en «grandes empresas» 41

alrededor de 3.000 miembros; 38 y los informes de los distritos reve-

Cantidad de Secciones cuyos
lan que principalmente durante las depresiones, todo el sindicato miembros en miembros pertenecían
' . d f 'b . 39 Q .
podía apoyarse sobre unas pocas secciones de gra? es a neas. . .ui- Cantidad de diciembre sobre todo a
.¡¡
zá no podamos calcular hasta qué punto las secciones de los smdic~­ Distrito secciones de 1905 «grandes empresas»
tos generales estaban integradas por empleados de !as. gran?es fa-
Barnsley . 22 2.018 ?
bricas y hasta qué punto lo estaban por los de la~ fabricas a~sladas.
Birmingham . 33 2 .346 6-8
Sin embargo, el siguiente . intento bien puede brmdar una imagen Bristol, sudoeste 20 1.472 5-6
aproximativa (aunque las secuelas de la depresión de 1902-1904 Costa este 15 1.644 6
quizá supongan una cierta exageración de la importancia de las gran- Lancashire 37 4.665 15-20
Leeds . 34 4.012 24
37. Informes Anuales (1893 y 1896-1900) .. C~n otras diez secciones cerra- Londres 5 .758
das por haberse separado y adherido a otros smd1catos, _por bancarrota. de los Nordeste . 35 3 .801 26-28
patronos, etc., 1893 ~on~tituye u? buen _año d~ referencia; aunque, ~aaa 1896 Nottingham . 10 incluidos en 7
se haya perdido el distrito d~ Lmcolnshire (dar?enas, obreros mec~mcos Y ge-
nerales) y el distrito de Sheffield (sobre todo hierro, acero Y. carbon) haya pa- Londres
sado de trece a treinta y cuatro secciones y de 704 a 1.955 miembro?. J?e modo Sur de Gales 28 2.234 13-14
que el cuadro probablemente subestima la estabilidad, dentro del sindicato~ de Total (sin Londres) . 234 102-113
los se.ctores del hierro y del acero, y sobrevalora la de los sectores de las darse-
nas y los ríos. · , d 1 Co ·
38. Sindicato de Trabajadores del Gas, Actas de la Reumon e ~ . mi· 40. Sindicato de Trabajadores del Gas, cuarto trimestre 1901, p. 13 (Lan-
si6n Directiva: 13 marzo 1904, 13 noviembre 1904, 19 febrero 1905 (Biblioteca cashire).
del NUGMW). 41. Dentro del área de Londres se incluyen todas las secciones que no
39. Sindicato de Trabajadores del Gas, cuarto trimestre 1905, p. U corresponden a distritos separados, y las secciones de Nottingham.
(Bristol),
 TRABAJADORES
200
en las que no lo estaban. Por cierto, entre. los Tr~bajadores del, Gas, ~. ":; tajo, en reemplazo del cual reclamaban un salario que asegurara un
los distritos de Bristol, Leeds y Lancashire te~i~n fuert~s ?ucleos
de obreros del gas y municipales; pero la secc1on de Birmmgham _
se apoyaba en las industrias del metal; la del sur d~ ~ales, en ~as
de la hojalata y tuberías; la del nordeste (como el Smdicat~ Naci?-
nal de Trabajadores Unidos, que era más grande), en la md~stna
naval y mecánica; las de Barnsley y Nottingham, en !as del hier~o,
el acero y las minas; la de Hull, en los muelles y astilleros. El. Sin-
dicato de Portuarios se apoyaba en gran parte sobre. los trab~¡ado­
res de la industria de la hojalata. Esto ilustra la importancia de
contar con el reconocimiento de los patronos. Una ve.z, que una
empresa toleraba o aceptaba el sindica.to (como. ocurno con l?s
constructores navales respecto del Sindicato Nacional. ,de Traba¡a-
dores Unidos) 42 la depresión ya no suponía la expulsio~ y la des-
trucción del ;indicato, de otro modo inevitables. Es evident? que
la combatividad impulsada por la conciencia de clase de los hderes
de la primera época tenía menos probabilidad;~ de ayudarles a con-
- seguir esta clase de situaciones, que una política mas cauta Y con-
ciliadora.
IV
De modo que la política de los sindicatos generales se fue mod_i-
ficando imperceptiblemente. El clásico sindicato de. «peo~es» sabia
perfectamente que sin la huelga (en tod~ c~so, ocasi~nal) era muy
poco lo que podía conquistar. Pero el ~mdicato Naciona~ de Traba-
jadores Unidos, bien arraigado en la región del Tyne, se ¡act~ba .tan-
to de su independencia con respecto a las huelgas. co.mo el Sindicato
de caldereros.44 Los marxistas londinenses del Sindicato d.e Traba-
jadores del Gas siguieron exigiendo la abolición del traba¡o a des-
LOS SINDICATOS GENERALES ENTRE 1889 Y 1914 201
nivel de vida elevado; pero los obreros de Birmingham, Lancashite
y Llanelly se opusieron. El trabajo a destajo se estaba volviendo
cada vez más popular,45 y en todo caso el gremio de la hojalata aca-
baba de decidir «seguir el ritmo de las máquinas», es decir: aban-
donar la restricción de la producción.46 Análogamente, el Sindicato
de Trabajadores, cuya principal fuerza residía en los trabajadores
mecánicos semicalificados, apoyó más tarde la mecanización, a la
que se oponían muchos sindicatos más antiguos. 47
Pero había un cambio más notable. Al igual que la mayoría de
los sindicatos generales, el de los trabajadores del gas había soña-
do en un principio con la eventual unificación de todas las socieda-
des de peones en un gran Sindicato Único; 48 o en caso de no ser
eso posible, con la intercambiabilidad universal de las papeletas sin-
dicales: «un hombre, una tarjeta». 49 Nada más lógico desde el pun-
to de vista de los peones nómadas o de los que se desplazaban de
t: 1 un trabajo a otro y de un oficio a otro. Dondequiera que fuesen,
cualquiera fuese su sindicato, cualquier grupo ad hoc de peones
organizados podía actuar como una asociación particular a los efec-
tos de ejercer un control temporario sobre el trabajo. Esto era lo que
ocurría, por ejemplo, en las obras en construcción. Pero, dado que
el peón flotante no era realmente el núcleo del sindicato general, la
consigna «un hombre, una tarjeta» fue teniendo una acogida cada
vez menos calurosa por parte de los partidarios de la táctica alter-
nativa, que podríamos caracterizar con la divisa <mna tarjeta, un
empleo», es decir: los partidarios del monopolio del trabajo local.
Cada uno de los sindicatos, una vez conseguido el reconocimiento
< .; local, comenzaba a considerar a los inmigrantes, no como refuerzos
para consolidar su posición en un mercado de trabajo inestable, sino
como esquiroles potenciales. «Considerad cualquier muelle del país»,

42 y 1893 lo- constructores navales del Tyne reconocier~n ~as esca-
1 d· dende los' sindicatos (actas de la comisión directiva del Sm?icato de
T~abajaJ:re:sNacionales y de la Región del Tyne; marzo, p. 7; abril, p. 10;
Biblioteca del NUGMW · , · d d 1 ·
43 Por ejemplo: en 1892, 1899 y 1902 mas de la nu~a. e os mg~esos
del Si.ndicato de Trabajadores del Gas se gastaron en subsidios por conflictos
laborales.
44. Sus informes anuales incluyen cuadros detall ~ dos. E n l'm~as gene rales ,
alrededor del 90 por ciento de los conflictos se soluc10nab.an. pac1ficamente ~o
que demuestra la existencia de un elevado nivel de reconoc1m1ento por parte e
las empresas).
45. Conferencia de 1902 (Sindicato de Trabajadores del Gas), p. 16; se-
gundo trimestre, 1904, p. 15.
46. J. H. Jones, The tinplate industry, 1914, pp. 229-230. A partir de 1900
los sindicatos generales se implantaron con fuerza en esa industria.
47. Discurso presidencial de W. Beard, en Workers union record, julio
1916, pp. 3, 6.
48. «Que todos nosotros deseamos tanto... una unificación de todos los
trabajador~s»~ Sindicato de ~rabajadores del Gas, primer trimestre, 1897, p. 11.
49. Smdicato de Traba¡adores del Gas, segundo informe semestral 1889-
1890), p. 5; segundo informe anual, 1894, p. 9; Conferencia de 1R94. p'p. 117-
118. ,
 LOS SINDICATOS GENERALES ENTRE 1889 Y 1914 203
TRABAJADORES
202 ......
d , Ernest Bevin en 1914: «¿Cuál es el problema grave con que Ce grandes fusiones de las que nació el Sindicato de Trabajadores · del
-..t
ecia . f ";> • allí donde los obreros están organizados desde Transporte y Generales y el de Trabajadores Generales y Municipa-
nos en rentamos . . di · 1 les, una vez que el Sindicato de Portuarios (en líneas generales, de
hace mucho tiempo y han logrado imponer algunas con c1ones, e .
acuerdo con el modelo de la organización establecido por Bevin en
patrono hace todos los esfuerzos posibles para atraer. un g~an e~ces¡°
de mano de obra y de ese modo intimidarles».so Si se enta a a . Bristol) hubo desarrollado un esquema que aseguraba la autonomía
movilidad indiscriminada de los obreros, entonces los que est~ban de los diferentes grupos gremiales.53 (Sin embargo, la adopción de
agremiados representaban una amenaza tan importante como quienes un sistema de organización más flexible sólo fue una de las razones
de su éxito; la fuerza que impulsaba a los sindicatos separados hacia
no lo estaban. , · d la fusión era en gran parte la agitación política y revolucionaria.) '
Los líderes de la primera época (que eran escepticos acerca e
li del traba¡· o mantenido por los «peones») no se preo- Por consiguiente, podemos distinguir tres etapas en la táctica
un monopo o d , il ( 0 los de los sindicatos generales: el viejo sindicalismo general de
cupaban demasiado por esto. Los trabaja ores mov es com, .
· ' · quizá también los obreros mecamcos 1889-1892; el sindicalismo «por secciones», cauto, limitado y con-
obreros d e 1a construccion y
. semicalificados de la región central de Inglaterra, que pasaban _Pºr servador, de 1892-1910; y la presión revolucionaria hacia la fusión,
una etapa de expansión y distaban mucho de haberse .establecido) el sindicalismo de industria o la organización «general» articulada
podían seguir pensando de esa manera. (Esto exph~a que J~ del Sindicato de Trabajadores del Transporte moderno, desarrollada
1911-1914 el distrito londinense del Sindicato de :raba¡adores e ~ ::; a partir de las expansiones de 1911-1920. Tanto la primera como
Gas y quizás los voceros del Sindicato de Traba¡adores apoyar~ · , la tercera de estas etapas se planteaba la organización de todos los
la antigua consigna.) 51 Los revolucionarios, que pensaban en t,er- obreros «no calificados», mientras que la segunda renunció en la
minos de militancia de clase (como La~kin y Conno~y ), detectarian práctica (sobre todo por obra de las circunstancias) a ese objetivo
en el restriccionismo el peligro «reformista» y. aboganan por el gra? y se limitó a la organización de los grupos capaces de realizar el vie-
sindicato único. Sin embargo, de hecho, hacia 1910-1914 era evi- jo tipo de negociación. Resulta significativo, por ejemplo, que haya
dente que aunque deseable, el sindicato de todos los obreros «no fracasado totalmente en la tarea de organizar a quienes eran autén-
calificados;> no podía agrupar una masa de trabajadores flotante:, ticamente débiles (por ejemplo, las mujeres). A pesar de su entu-
sino un vasto conjunto de monopolios ~ cotos cerrados de traba¡o siasmo inicial por la organización de las mujeres, de los 32 .000
locales, cuyos intereses particulares debian ser preser~ad~s a cam- miembros que integraban el Sindicato de Trabajadores del Gas en
bio de su renuncia a la independencia. Este fue e~ pri?c1pal punto 1908 sólo 800 eran mujeres. 54 En realidad, en este período interme-
de estancamiento al que llegaron las importantes discusiones ~ara la dio entre las expansiones, el sindicalismo general se había converti- "
unificación, emprendidas por el Consejo Nacional de Traba¡adores ~ J do en algo parecido al sindicalismo por secciones de ciertos grupos il
'I
1,
Generales y la Federación de Trabajadores del Transpor~e entre «no calificados» de . la Federación Norteamericana de Trabajadores
1911 y 1914 .s2 Sólo unos diez años más tarde fueron posibles las (American Federation of Labour) entre 1896 y 1935; el Sindicato de
carreteros, el de peones de albañil, etc. De no haberse producido
il
!1
una segunda ,expansión durante las dos décadas que siguieron a la '\
5o. Conferencia especial sobr~ la u~ificación (Fed~ración 1¿;cion~ ~e J{:~
1 1j.
bajadores del Transporte y Con~eio Nacional de Traba¡adores ener es , \

p. 47. Este documento es muy importante. 53. Acerca de la organización de la autonomía industrial véase «The union
51 lbid., p. 28. nifi · , (F d
52. Las proposiciones conjuntas para la u cac1on
·ó Nacional
e. eraci n al .
it~ .work ar;d problems» I y II . El Sindicato de Trabajador~s Generales y Mu~
de Tr~bajadores del Transporte y Cc:in~ejo Nacional . de Traba1adCrls ~eld es~
ruapales solo en los cuarteles generales contaba con funcionarios industriales
especializados que se ocupaban de los intereses sectoriales.
inclu en un resumen de los acontecimientos a partir de 1906. o e, or o 54. Informe acerca de los Sindicatos, 1912-1913. Indudablemente este fallo
laboJr ed. de 1915, pp. 235-237 ..«The union, its work and problems», Lon- explica el establecimiento de -la Federación Nacional de Trabajadore~ como un
dres, TGWU, 1945, I , pp. 5-7 analiza el problema, aunque de una manera poco
sindicato general a partir de 1906.
precisa. ,~
' .
 TRABAJADORES LOS SINDICATOS GENERALES ENTRE 1889 Y 1914 205
204
. bi"en pudieran haberse asimilado al modelo del sindicato de ~· decisiva para que el sindicato de «peones» pudiera encarar con
1
primera, U "d ) 55
fidos (como ocurrrió en los Estados ru os · , eficacia unos riesgos bastante difíciles de prever: en cualquier mo-
o De modo que el <muevo sindi_cali~m~» ~e 1889 llego a ten~r mento sus fondos podían quedar agotados por los conflictos entre
un incómodo parecido con el «vieJO smdicalism?» que antes habi~ patronos y «artesanos» o entre los sindicatos de obreros calificados.
combatido. y la política propugnada por sus ~idere_s se fue mo,di- De modo que, nada se hubiese ganado, si el Sindicato Nacional de
ficando correlativamente. Los marxistas revoluc1onanos, que h~bi~n Trabajadores Unidos se hubiese convertido en un mero sindicato
conducido a los trabajadores portuarios y del gas, fueron sien o de trabajadores de astilleros o sí el Sindicato de Portuarios se hu-
reemplazados por socialistas más moderado~ (aunqu; como r~~~r­ biese dividido en asociaciones gremiales de trabajadores de la ri-
do de las viejas glorias algunos hayan seguido llamandose soci . e- bera y de trabajadores de la industria de la hojalata. Por el contra-
mócratas marxistas). Fue Ernest Bevin, y n? Tom ~ann, quien rio: siguió siendo fuerte el incentivo para desarrollar una afiliación
hubo de controlar a los trabajadores portuarios despues de su .se- muy amplia. Por ejemplo, el Sindicato de Trabajadores del Gas
· ' El sm·dicato de Trabajadores del Gas, orgaruza- aceptó a los obreros de las bocaminas, a quienes en un principio
gund a expans10n. 1'd n
ción notablemente «controlada por el partido», cuyo . i er e~ u había rechazado,57 y los tres sindicatos generales más importantes
1 aprovecharon el boom de 1898-1900 para lograr importantes con-
favorito de Engels y cuyas eminencias grises .ª coIDlenzos · ,e da
década de 1890 eran partidarios de Marx y Av_ehng, ~ la mayorta e quistas (que fueron sus únicos progresos realmente sólidos entre
cuyos puestos clave estaban en poder de socialdemocratas, se con- <t. .:; las dos expansiones) en los sectores del carbón, del hierro, del acero
virtió en el sindicato del muy honorable J. ~; Clynes y en una or- y de la hojalata en el sur de Gales y en el área integrada por
ganización que se destacaba por su moderac1on. Nottingham, Derby y el sur de Yorkshire. Aunque una gran parte
de la masa de afiliados fluctuaba, ese hecho no debilitaba necesaria-
mente al sindicato, siempre que éste contara con un núcleo de sec-
V ciones estables. Por el contrario, un aflujo sostenido de cuotas de
ingreso y subscripciones temporarias se limitaba a aumentar los fon- i¡'
Sin embargo, a partir de 1906, la caída de lo~ s~larios reales ~ dos de las asociaciones, pero éstas no podían asumir tantas obliga- ¡i
la inquietud de la bases, volvieron a obligar a los smdicatos a a:u~ir ciones como los sindicatos de oficio.58 ,1

una posición ofensiva. Los problemas planteados ~or la afihacto?
masiva y la negociación agresiva obligaron ~ lo: lideres a reconsi-
derar su táctica. Hasta entonces eso no habta sido ,realmente nece- l, . J cuada. Ya en 1889 se había sugerido la creación de todo tipo de
sario. El ímpetu de la expansión de 1_889 les habta dado toda.}ª
fuerza ofensiva que en principio necesitaban. Cuando la ~ep~esion
y los ataques de los patronos acabaron con casi _todos los smdicatos
ás fuertes éstos descubrieron poderosos re-
generales salvo los m ' . . di
cursos defensivos que les permitieron subsistir. Exten eron .s~s
riesgos por industrias y áreas en las que difícilmente se produ~r1a
un ataque simultáneo. De hecho, se comport~ban como un .« ~~-
uero» oportuno para una multiplicidad de umdades de negociac1on
Sin embargo, hacía mucho que los más izquierdistas habían re- 1:
conocido la necesidad de contar con una táctka agresiva más ade-
federaciones y de «estados mayores generales» centralizados.59 Tom
del Gas, tercer trimestre, 1896, p. 9, para unas afirmaciones oficiales en tal
sentido.
57. NUGMW (1929), Souvenir, p. 47, acerca de los comienzos de este
proceso.
·''
58. El movimiento de afiliados fue considerable. Por ejemplo: el distrito
de Sunderland del Sindicato de Trabajadores del Gas reclutó en 1900-1920 ,1
'

4.072 miembros y perdió 4.432 miembros, para mantener un volumen de afi- 1

~cales y sectoriales. Esa difusión de los riesgos resultó bastante

56
liados de alrededor de 4.000 obreros (conferencia de 1902, p. 11). !i
59. Por ejemplo: Mann y Tillett, The new trades unionism, 1890, argumen- 11
tan en favor del liderazgo de los consejos de industria; o bien J. L. Mahon, ¡I

acerca del Sindicato de Carreterc~, .!.=' · 536. b . d

11
Lorwin op cit The labour programme, 1888. Véase también el trabajo de Oem Edwards sobre
55 · Will Thorn~,
56.
My life's battles, s. d., p. 142; Sindicalo de Tra a1a ores «Labour federation», en Economic ]ournal, 1893.
 TRABAJADORES
206
~ ·1
Mann sin duda el más hábil de los radicales, había aprovechado
'
incluso la pequeña expansión de 1898-1900 para encontrar un tipo
. c10nes como la de los trabajadores del transporte desempeñaron
de asociación situada a mitad de camino entre los sindicatos «gene-
rales» e «industriales»: el «Sindicato de Trabajadores», que debía
abarcar todas las industrias y todos los niveles de calificación, hasta
el más elevado.60 Este sindicato no tuvo mucho éxito hasta 1911, en
que se convirtió en uno de los principales sindicatos generales, Y
mantuvo durante mucho tiempo determinadas ambiciones ecumé-
nicas.61 Sin embargo, las teorías de Mann le permitieron realizar una
gran expansión entre los trabajadores rurales y en la industria me-
cánica de producción en masa de los Midlands, donde urgía coordi-
nar a los obreros de diferentes grados de calificación y donde los
sindicatos de oficios nacionales eran relativamente débiles. Sin em-
bargo, a partir de 1906 otros sindicatos (también en gran medida
por incitación de la izqulerda) advirtieron la importancia del reclu-
-:; gadores de Carbón. Pero los trabajadores químicos y tintoreros del
tamiento «estratégico» y de la negociación sistemática en todas las 1:
categorías. Por cierto, hacia 1911 los portuarios de Bristol recluta-
ban sistemáticamente obreros de categorías estratégicamente impor-
tantes,62 y el Sindicato de portuarios en su totalidad se adhirió con
entusiasmo a la causa del «sindicalismo industrial» y a la nueva Fe-
deración de Trabajadores del Transporte.
Sin embargo, para la mayoría de los sindicatos generales el pro-
blema de la negociación «por industrias» no consistía tanto en la
formación de unas asociaciones capaces de abarcar toda una indus-
tria, como en el reclutamiento, la demarcación y la delimitación de
sus diferentes intereses. Lo más difícil era realizar una demarcación,
porque naturalmente esos sindicatos atravesaban cualquier frontera e .J autono~ia. En 1911-1914 podemos ver cómo surgen en el oeste
industrial que pudiera trazarse. En realidad, ése fue el escollo63 con
que chocó el sindicalismo sistemático en la década de 1920. Sin
embargo, algunos convenios locales se habían establecido desde
tiempo atrás (los portuarios de Bristol se comprometieron a no me-
terse en el terreno de los galvanizadores y los trabajadores del gas
60. «Why the new union was founded», loe. cit., W. Beard, en Workers
union record, loe. cit. . res del Ga~ Y el ?md1cato Nacional de Trabajadores Unidos) afiliaran a miem-
61. Cole Organized labour, ed. de 1924, p. 32: «algunos de sus funoona-
rios pensaba~ en un embrionario Sindicato de Trabajadores Industriales del
Mundo [IWWJ que agrupara a todos los trabajadores de su provincia».
62. Dockers record, marzo 1911, p. 2.
63. TUC Report, 1927, pp. 99 ss.
l.
LOS SINDICATOS GENERALES ENTRE 1889 y 1914 207
n? absorbieron a los cargadores de carbón) 64 y las amplias federa-
un papel bastante importante.65 Pero dentro de cada sindicato los
diversos gremios formaban una masa confusa, salvo en los casos en
que un determinado distrito estaba compuesto de manera predomi-
nante por obreros de una industria y, por consiguiente, podía for-
mar. de hecho una. «sección industrial». Por ejemplo, el Sindicato
~ac1on~ de Traba1adores Unidos tenía sus grupos geográficamente
dife~en~iados de obreros de la ribera y de reparadores de barcos,
el s1~dicato de ~ortuarios tenía su distrito de trabajadores de la in-
dustria de la ho¡alata, el de los trabajadores del gas tenía su distrito
de obreros tintoreros, etc. Pero eso no era suficiente. Ya en 1893 los
trabajadores del gas pertenecientes al Sindicato de Trabajadores del
Gas habían querido federarse con los mineros, cuyos intereses es-
tratégicos coincidían; como ya lo había hecho el Sindicato de Car-
sindicato se opusieron con fuerza a pagar unas cuotas de afiliación
por algo que afectaba muy poco sus intereses, de modo que el asun-
t~ ~uedó P?stergado definitivamente. 66 Mientras siguió existiendo la
\~,,
v1e1a orgaruzación indiscriminada, resultó inevitable que los diferen- ,¡
tes oficios se interfiriesen unos a otros. l.
Cuando los s~dicatos de desarrollaron a partir de 1906, y sobre
todo cuando se implantaron en industrias no localizadas, tuvieron
que desarrollar una mayor flexibilidad. El Sindicato de Portuarios
fue el primero en hacerlo, sin duda porque las dos unidades de la
ribera. de Bristol y de la industria de la hojalata de Gales, muy di-
1
ferencrnd,as y contrapuestas, le obligaron a concederles una gran
las. semtllas del nuevo modelo: el «distrito de la industria de la
ho¡alata» se convirtió en una sección industrial y funcionó como un
modelo para otros; una ruptura aun mayor se produjo cuando se
estableció una «Sección de galvanización» sobre una base principal-
64. Sindicato de Trabajadores del Gas, actas de la comisión directiva (7
agosto 1904).
65. El hecho ~e 9ue sindi~atos externos (como el Sindicato de Trabajado-
bros de la mdustr1~ del transporte, era un signo de flexibilidad encomiable.
66. Conferenoa de 18,?~, pp. 119, ~27:128. Acerca de unas protestas simi-
lares (~unque con menos exlto) en el Smdicato Nacional de Trabajadores Uni-
dos, vease asamblea de delegados (febrero 1891), pp. 7-8.
 TRABAJADORES
208
mente no geográfica.67 El Sindicato de Trabajadores Generales Y d;l
Transporte tardó en organizarse según el sistema ?e ~a autonom1a
de los oficios. Tuvo su recompensa. En 1910, el Smdicato de Por-
tuarios era, a nivel nacional, uno de los sindicatos generales menos
exitosos y de ninguna manera se contaba entre los mayores. Du-
rante los siguientes veinte años descontaría la ventaja que le llevaba
el Sindicato de Trabajadores del Gas, organizado de una manera
menos sistemática, y se convertiría en el mayor sindicato del país.
Pero haya o no sido sistemática la adopción de la autonomí~ de lo.s
oficios todos los sindicatos generales se movieron en esa misma di-
recció~. Hacia la época de las grandes fusiones posteriores a la
Primera Guerra Mundial, estaban transformándose en alianzas de sec-
ciones de oficios y de industrias (por oposición a las unidades loca-
les de negociación, que habían predominado en el pasado). Actual-
mente funcionan de acuerdo con esa modalidad.
VI
Hemos seguido la pista del lento progreso de los Sindicat?,s Ge-
nerales desde la política de 1889 hasta la moderna federac1on. ~e
secciones de industria. Sólo queda explicar esa lentitud y descnb1r
algunos de sus efectos.
Cabe sugerir una cantidad de razones para el hecho de que esas
alianzas de cotos cerrados locales, integradas por trabajadores que
tenían empleos regulares, que quizás hayan restringido la entrada
de otros a su trabajo, hayan seguido considerándose como una e -,, nes es mayor que la que existe entre los mecánicos, dado el veloz desarrollo
suerte de sindicatos de trabajadores eventuales flotantes; o bien para · · liga?o a su ofi~o particular que el peón no calificado?» (pp. 8-9). «La maqui-
el hecho de que los obreros mecánicos semicalificados, al organizar
LOS SINDICATOS GENERALES ENTRE 1889 Y 1914 209
.-'\
't
,, no fuese tan real como suponía la idea convencional, era hasta cierto
punto real. El primero estaba en la situación del aprendiz, mientras
que el segundo tenía muchos recursos para conseguir trabajo. In-
cluso al fogonero experimentado de la industria del gas o al marinero
les resultaba mucho más fácil cambiar de industria, que al calderero
transformarse en carpintero. De manera que, en un principio, el pro-
greso de la mecanización podía aparecer sencillamente como un fac-
tor que incrementaba la cantidad de «peones», por oposición a los
«artesanos»; como un fenómeno, pues, que no planteaba ningún
problema fundamentalmente nuevo.69 Además, sobre la base de lo
poco que sabemos acerca del proceso efectivo de «adquisición» de
nuevas capacitaciones (a veces de un nivel bastante elevado), pode-
mos imaginar al obrero joven derivando de un taller a otro, quizá
de un oficio a otro y con seguridad de una máquina o sección a
otra, antes de llegar a establecerse en un puesto fijo.70 En segundo
ti! ~ lugar, la gran irregularidad, el carácter estacional y la fluctuación
de muchos trabajos no calificados sugiere la existencia de una fluidez
mayor que la real. Por ejemplo, una gran parte de los fogoneros de
las fábricas de gas eran emigrantes estacionales que durante el vera-
no trabajaban como ladrilleros, peones de albañil, cosechadores o
incluso (como ocurría en Southamptón) como tripulantes de yates.71
Pero sabemos que en una gran fábrica de gas, a comienzos de cada ~
nueva temporada de invierno, de hecho se esperaba contratar a ..}a ,¡
69. Sindicato de Trabajadores del Gas, tercer trimestre 1896 (Will Thor-
ne): «¿Acaso el señor Stevenson no reconoce que la competencia entre los peo-
~
y la simplificación de la maquinaria? ¿y que el artesano calificado está más
1
I~
nana que permlte ahorrar fuerza de trabajo reduce a los obreros calificados al 11
1

sindicalmente los talleres de producción en masa modernos, no hayan n_ivel de los obreros no calificados» (considerados, por supuesto, como los clá-
sicos mandaderos), en «A Speech by John Burns on the Liverpool Congress» ;¡
comprendido que su posición para la negociación era esencialmente (1890), p. 6.
1

distinta de la de los peones de albañil.68 En primer lugar hay que 70. Cf., de una serie de bfografías de miembros destacados del Sindicato
aclarar que la brecha entre el «peón» y el «artesano», aunque de Trabajadores, publicadas semanalmente: un fabricante de herramientas de
Bilsto~, ~e 32 años de edad, trabajaba en su época durante media jornada en
u~a fabnca _de botas Y, zapatos, fue ayudant~ de carnicero y de granjero, «deri- .
1
~

67. Dockers record (marzo 1911), p. 5; (junio 1911), p. 2. vo por la v1~a de la fabrica» y ~~ alternauvamente soldador de ollas de quin-
68. Por ejemplo, Workers union record (septiembre 1916), p. ~l: «t?~os calla, aprendiz de herrero, maqmrusta, ayudante en un taller mecánico y fabri- 1i
estábamos entusiasmados por lo que considerábamos como un maravilloso exito ¡I
cante d~ herr~entas. (Workers union record, marzo 1917, p. 9.) En el libro
[en 1904] ... más aún porque se consideraba imposible organizar a esa cl~s~ de I~fustrzal fr~;nzng, 191~~ ~- B. Dearle analiza bien el aprendizaje por migra-
11
¡ti

trabajadores (en BSA, Birmingham): En esa época _l~ clase de los maquirustas c1on, repet1c~n y adqmslClon (caps. V-VII). IP
;¡
semicalificados todavía no era conocida en muchos sitios, y en todo caso no era
\[ .,_· • 71. Trans. Gas lnstitute, 1890, p. 80.
reconocida como tal».
• 14. - HOBSBAWM
210 TRABAJADORES LOS SINDICATOS GENERALES ENTRE 1889 Y 1914 211

mayor parte del personal del año anterior .72 Allí donde, en teoría, no~ ~ ni difícil de controlar. Aparentemente la política restrictiva clásica
existía vínculo alguno entre el trabajador y una determinada empre- siguió siendo eficaz. O bien los nuevos grupos de obreros difíciles
sa o industria, resultaba fácil confundir la fluidez real con la fluidez de controlar eran incitados a constituir sus propios sindicatos, para
potencial. En tercer lugar, la situación «legal» de los obreros .más que no complicaran o debilitaran las negociaciones de los artesanos:
calificados solía ser exactamente la misma que la de los no califica- como hicieron los mecánicos con los electricistas y los fabricantes
dos, de cuyas filas procedían y a cuyas filas podían volver en cual- manuales de botas con los fabricantes de botas a máquina; 76 como
quier momento, ya fuese para siempre por un período brev:, cu~~­ los cajistas, quienes apoyaron la formación de una asociación in-
do la industria en que trabajaban pasaba por una etapa de mact1v1- dependiente de «impresores»; y como los moldeadores de hierro,
dad. Desde el punto de vista técnico, el trabajador portuario espe- quienes no hicieron intento alguno por organizar a los moldeadores
cializado, o estibador, que podía disponer de trabajo en el momento a máquina. 77 O bien el «artesano» podía tratar de apoderarse de la
en que lo deseaba, era un trabajador tan eventual como el último máquina, asimilándola a los ritmos artesanales, como trataron de ha-
de los vagabundos de los muelles; y el «artesano» podía también cerlo con cierto éxito los cajistas, los mecánicos y los caldereros.78
73
considerarlo despreciativamente como un trabajador «no calificado». Sólo en muy pocas ocasiones el gremio se sintió impulsado a exten-
El hecho de que los trabajadores situados a uno y otro lado de der su jurisdicción hasta los nuevos grupos de obreros no calificados
la brecha se adhirieran. a sus respectivas posiciones de «artesanos» Y o semicalificados (técnica utilizada más tarde por la Federación
«peones» resultó muy ventajoso para los sindicatos g~nerales du- ~ .·'1 Norteamericana del Trabajo para competir con su rival más moder-
rante su etapa de formación. De ese modo evitaron el tipo de com- no ).79 Además, los problemas relativos a la unidad eran en gran me-
petencia con los «gremios», que a finales de la década de 1880 des- dida meramente académicos en los casos en que los sindicatos de
truyó en los Estados Unidos -país donde la mecanización estaba obreros «no calificados» se habían constituido tanto para luchar
74
más adelantada- a los Caballeros del Trabajo (Knights of Labor). contra los «artesanos» como contra los -patronos (por ejemplo, en los
Porque, aunque a los peones de los astilleros o a los obreros de las astilleros).
bocaminas les haya afectado el tener que recurrir a los caldereros o Los sindicatos generales podían echar raíces siempre que los ar-
a los picadores para reforzar su capacidad de negociación, tampoco •
tesanos siguiesen siendo complacientes y los peones modestos: po-
eran lo bastante fuertes como para pensar -como hicieron los Ca- dían organizar aquí una industria completamente dejada de lado
balleros- en imponer una unión de acuerdo con sus propias condi- (como la del transporte) y allí los grupos inferiores de obreros de
ciones ni los «gremios» sintieron la necesidad de imponerla de
una industria cuyas categorías superiores estaban organizadas por los
acuerdo con las suyas. A pesar de las advertencias en tal sentido de
'l sindicatos de oficio (barcos, hierro y acero, mecánica); o bien podían
su ala izquierda,75 hasta 1906 el desarrollo de la mecanización y el ~
- organizar áreas enteras marginadas por la localización del sistema
avance del proceso de dilución de las diferencias entre las diversas
sindical (Devon y parte de los Midlands) o grupos enteros de oficios
categorías de obreros no supuso al parecer ningún peligro urgente

72. R. C. on Labour, grupo A, testimonio 25, 744 (W. A. Valon): . 76. «50 Years of the ETU», Manchester, 1939; Webb, Industrial demo-
73. En su informe acerca de las huelgas (1889), John Burnett, mgeruer? cracy, ed. de 1902, pp. 418419.
del Departamento de Trabajo del Ministerio de Comercio, clasificaba a los esu- 77. R. B. Suthers, The story of Natsopa, 1929, pp. 12-13; Asociación de
badores de carbón a los cargadores de granos y a los trabaj~dores eventuales Moldeadores de Placas y Máquinas Unidos (Oldham), Informe Anual (1894),
de los muelles co~o obreros «no calificados». . p. 5 (Brit. Lib. Poi. Sci., Colección E. D., p. 163).
74. Véase J. Commons y asociados, op. cit., II, cap. 8-10; S. Perlman, Hzs- 78. Webb, Industrial democracy, cap. VIII, «New processes and machi-
tory of trade unionism in the USA, pp. 114-116. . nery»; Ellic Howe y H. Waite, The London Society of Compositors, 1948,
75. Por ejemplo, John Burns, op. c~t.; J. B. Jefferys t?ue.stra que la admi- pp. 231-233.
sión en el Sindicato de Mecánicos de aertos obreros sem1cali:ficados, en 18~2, 79. El reclutamiento de los hiladores de anillo (ring-spinners) por parte del
por efecto de las presiones del ala izquierda, era sólo nominal (Story of the Sindicato de Operarios de Talleres de Carda constituye un ejemplo de ese fe-
engineers, 1944, pp. 136-138). ~ / nómeno en Gran Bretaña.
 TRABAJADORES
212
80
calificados pequeños o dispersos (el Sindicato de Artesanos de Gales 't
81
o el ·Sindicato de Cardadores de Yorkshire ), que preferían contar
con los recursos de un gran sindicato o bien necesitaban el apoyo de
82
otras categorías de obreros de su industria. El estancamiento del
«viejo» sindicalismo a partir de 1875 y la localización de la industria
les brindaron la posibilidad de organizar un importante conjunto de
grupos fuertes. Y el gran incentivo para extender sus riesgos les con-
firió una elasticidad de la que carecían otros sindicatos. Mucho antes
de que una nueva industria o una nueva región se desarrollaran hasta
poder establecer sus propios sindicatos, ya había sido invadida y, en
83
caso de ser receptiva, organizada por un sindicato general. Por
consiguiente, los partidarios del sindicalismo industrial sistemátic?
estaban equivocados al creer que los sindicatos generales se marchi-
tarían, aun cuando todas sus secciones industriales se integrasen en
sindicatos específicos y aun cuando la reducción del trabajo eventual
84
redujera el tamaño del núcleo de los trabajadores «generales». Pues- l. -~ dependía tanto del mercado de trabajo «general» de la región como
to que no existía autoridad superior alguna capaz de distribuir los
diferentes campos que debían ser organizados, esos sindicatos gene-
rales conservarían sus funciones residuales y, por consiguiente, ten-
derían a beneficiarse extraordinariamente por cualquier gran expan-
sión del sindicalismo. Por ejemplo, el Sindicato de Trabajadores, que
entre 1898 y 1910 nunca tuvo más de 5.000 miembros, declaró un
.. total de 150.000 en 1914, la mayoría de los cuales eran hombres y
mujeres que, aun no siendo «obreros independientes», sencillamente
no encontraron otros sindicatos en su región o industria dispuestos
a absorberlos.
e ,) las
80. Trabajadores de mantenimiento de la industria de la hojalata (funda-
da en 1889). En 1935 se adhirieron al Sindicato Nacional de Trabajadores Ge-
nerales y Municipales. . «tarifa regional para el trabajo no calificado». Pero entre 1911 y
81. Ahora también integrado en el Sindicato Nacional de Trabaiadores Ge-
nerales y Municipales. . . . 1914, período en que se produjo la expansión decisiva de los sindica-
82. Picapedreros, trabajadores de las mmas de metal, algunos cuchilleros Y
obreros de pequeñas industrias metálicas, toneleros amenazados por el desarro-
llo de la maquinaria, obreros calificados de los molinos de harina, etc. En 18?9
surgieron sindicatos de molineros de harina, de obreros del papel, de t~abaia­
dores de la industria química y de otras industrias nuevas y muy mecanizadas,
pero no tuvieron demasiado é~ito. independiente: . i~ea de la pequeñez del área de negociación. El censo salarial de 1906 {por
83. Cf. la campaña del Smdicato de Trabaiadores del Gas para orgaruzar
a los trabajadores telefónicos en la década de 1890 (Informes Trimestrales, 1896-
1897; por ejemplo, I , 1897, pp. 43-47).
84. Cole y Mellor, The greater unionism, 1913, p. 17; Cole, World of la-
bour, ed. de 1915, pp. 239-240, es más moderado.
LOS SINDICATOS GENERALES ENTRE 1889 Y 1914 213
·~
Por el contrario; el incentivo para establecer sindicatos «indus-
triales» sistemáticos fue durante mucho tiempo débil. Hasta 1914
la negociación eran mayoritariamente local o en el mejor de los casos
regional. Hasta la primera guerra mundial, además, la estructura
salarial siguió siendo mayoritariamente tradicional (en todo caso,
para los obreros «no calificados» ). 85 En la medida en que los patro-
nos podían establecer los salarios para esos obreros «no calificados»
sencillamente según la «tarifa regional» de ese trabajo, y en la me-
dida en que las variaciones locales eran substanciales,86 seguía exis-
tiendo un argumento fuerte en favor del ideal de un «coto cerrado
regional» ejercido por el sindicato general. Resultó bastante com-
prensible que los diferentes gremios que se sumaron a la famosa huel-
ga del Black Country de 1913 exigieran no sólo unas concesiones
sectoriales, sino también un mínimo general de 23 chelines para
el Black Country. 87 Mientras el obrero pudo sentir que su negociación
de la situación de su industria específica (a nivel nacional o local),
un sindicato «general» adecuadamente articulado podía resultar la
forma más ventajosa de «sindicalismo de industria».
Se trataba sin duda de una fase temporaria. Hacia la época en
que los obreros de la construcción y los portuarios comenzaron a
negociar a nivel nacional, en que la estructura tradicional de los
salarios de la industria mecánica fue sacudida por la guerra y en
que los ferroviarios adoptaron una política moderna consistente en
pedir los salarios más elevados posibles, los argumentos en favor del
«sindicalismo de industria» lograron imponerse. Además, los meca-
nismos institucionales como las juntas de industria (trade boards),
leyes de salario mínimo (mínimum wage acts), etc., proporciona-
ron un método alternativo para resolver el problema de fijar una
85. J. W. F. Rowe, Wages in practice and theory, 1928, pp. 151-156.
86. Rowe, op. cit., pp. 69-71, 74-75. Véase también F. W . Lawrence Local
variations in wages, 1898. Las dimensiones de los distritos sindicales d~n una
e1emplo, 1:-XXXIV del Gremio de la Construcción y de la Carpintería en 1910)
nos permite observar las notables variaciones de los salarios estándar de los
peo~es dentro de áreas bastante pequeñas (por ejemplo, en el sur de Lan-
cashire).
87. Askwith, Industrial problems and disputes, 1920, p. 252, cap. XXV.

214 TRABAJADORES
tos generales, estos fenómenos apenas comenzaban a producirse. De~
modo- que los sindicatos generales fueron los principales beneficia-
rios de la expansión, aunque su desarrollo no era incompatible cori
la negociación por industrias. Quizás esto explique su asombroso
éxito a partir de 1911 en la absorción de sus rivales organizados por
industrias, quienes entre 1900 y 1910 habían logrado a su vez un
éxito relativo. La fusión del Sindicato de Trabajadores Generales y
del Transporte con el Sindicato de Trabajadores de Tranvías y Ve-
hículos, así como la adhesión del Sindicato de Empleados Munici-
pales para formar el Sindicato de Trabajadores Generales y Munici-
pales, supuso una doble ventaja: la de negociar junto con otras cate-
gorías de trabajadores de su ramo y, en cierto modo, la de coordinar
sus negociaciones con las de los numerosos trabajos relativamente
equivalentes (o los numerosos trabajos cuyas tarifas salariales se :fija-
ban recíprocamente), uno de cuyos sectores estaba organizado por
esos sindicatos; al margen del hecho de que, dada la existencia del ~ ~ <<nuevo s~ndicalismo» de finales del siglo XIX y comienzos del siglo xx
gigantesco Sindicato de Trabajadores Generales y del Transporte,
era mucho más fácil fusionarse con él que, por ejemplo, formar el
sindicato unido de trabajadores del transporte por carretera, orga-
nizado a nivel nacional, con el que todavía en 1911-1914 seguían
soñando los carreteros.88 Los Sindicatos Generales llegaron a estable-
cerse, y sus ventajas y su fuerza eran tales que siguieron creciendo.
Por cierto -al margen de una eventual transformación revoluciona-
ria del movimiento sindical-, a partir de 1911 toda esperanza de
eliminarlos resultó utópica. Un problema distinto es el de determi-
nar si su crecimiento -a pesar de la flexibilidad que supuso para la
expansión del sindicalismo británico-- no planteó en realidad más C - suceder, ni. siquiera existe todavía una historia narrativa adecuad::>---
·problemas de los que resolvió.
(1949)
88. Conferencia especial sobre la unificación (1914), pp. 22, 25-26.
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10. LOS SINDICATOS NACIONALES
EN LAS ZONAS PORTUARIAS
I
Las batallas, triunfos y derrotas más dramáticos del llamado
se produ1.e~o~ en las zonas portuarias británicas. Muchas personas,
poco famihanzadas con los episodios de la historia del movimiento
obre~o, recuerdan, en cambio, sus huelgas, como, por ejemplo, el
conflicto de 1889, dirigido por John Burns, Tom Mann y Ben Tillett.
Sus lock-outs y las contraofensivas de los patronos también tuvieron
mucha envergadura. Un líder de los portuarios, Ernest Bevin se ha
convertido en el sindicalista del siglo xx más conocido por lo; legos.
Resulta nat~ral, pues, que la historia de las agitaciones en los puertos
se haya escrito por lo general insistiendo en sus acontecimientos dra-
máticos Y en sus personalidades más sonadas, aunque como suele
1
- de estos mismos hechos. No es mi intención, sin embargo, c("···
otra vez o completar tal narración, sino examin.ar las causas d~
gimiente del sindicalismo de las zonas portuarias británicas e:..
etapa determinada.
En líneas generales puede afirmarse que surgió entre 1889 y
1:14: ,Hast~ 1889 el obrero portuario no disponía de ninguna orga-
ntzac10n seria o permanente. Después de las grandes huelgas y Zock-
º .uts de 1911-1912 el sindicalismo ya no volvió a perder importan-
cia en ese sector. El primer problema que se nos plantea se vincula
pues, c~n el comienzo tardío y difícil del sindicalismo de las zona;
~ortuarias. Este hecho requiere una explicación, porque en la actua-
~ °.) lidad se da por supuesto que los obreros portuarios se encuentran
~
216 TRABAJADORES
~j
en una posición de negociación extremadament~ fuerte . Las huelgas .C- .
de lQs muelles, al igual que las de los ferrocarriles, pued~n provocar
grandes pérdidas financieras o pueden perturbar un ampho sect~r de
la economía (sobre todo en las áreas que dependen del comercio de
ultramar) al retardar o impedir el transporte de mercancías ! mate-
rias primas. Los portuarios son poderosos porque su capacidad .de
huelga es poderosa; y en general los sindicatos de las zonas portuarias
tienen una fuerte tradición de combatividad. De Santos a San Fra~-
cisco, de Sydney a Liverpool, la amenaza de una .huel~a portuaria
es algo que todavía se sigue tomando muy. en seno: ~m embargo,
de hecho (salvo en el caso de ciertos gremios especializados, como
los lanchoneros), la organización sindical portuaria tuvo por l~ ge-
neral un desarrollo lento. En ese sentido, el caso de Gran Bretana se
asemeja mucho al de la mayoría de los otros países industrialmente
avanzados. , el Sindicato de Trabajadores del Gas o incluso el Sindicato de Fun-
El segundo problema se refiere a la forma que asumió la orga· €: )
nización sindical en las zonas portuarias: en este aspecto, la expe·
riencia británica ya no resulta tan comparable con la de otros paí.ses.
Las actividades de las zonas portuarias tienen fronteras muy fluidas
y su configuración no es muy nítida: el trabajo que en ella se realiza
consiste en la carga y descarga de los fletes, el transporte de, las
mercancías por agua (mediante lanchones o barcaz?s), en l~s. darse-
nas (mediante camiones, carretones y otros medios mecamco~). Y
desde los desembarcaderos a los ferrocarriles, almacenes y otros sitios
(por riel y -a finales del siglo XIX-. • mediante ca~retas t!radas por
caballos). También abarca el manterumiento de las mstalaciones Y de
Ja maquinaria permanente de los muelles, el conj~to d~ _l,as tareas \ ,1
-.cráticas y de control, despacho y, en general, disposicion de las ·;
l3S~ \.ncías así como las desarrolladas por el pequeño -pero esen-
cial_:_ gru~o de obreros dedicados a la dirección de la circulación (los
prácticos, la tripulación de los remolcadores, l?s conductores de l~s
locomotoras de maniobra) y por un grupo mas grande de supervi-
sores, policías y guardias oficiales y no oficiales cuya misión consiste
en evitar excesivas pérdidas de mercancías. 1 De modo que en la
ribera no hay ningún grupo claramente predestinado para con:tituir
el núcleo de su sindicato, como ocurre con los obreros del gasogeno
l. Para una-clasificación útil, cf. C. Gilles de Pélic~y, Le régime d~ travail
dans les principaux ports de la mer de l'Europe, Lovama-Bruselas-Pans, 1899.
LOS SINDICATOS EN LAS ZONAS PORTUARIAS 217
en las fábricas de .gas, con los montadores y torneros en los VH!JOS
talleres mecánicos, con los picadores en las minas o con los hilan-
deros en la industria del algodón. Según los momentos y lugares,
prácticamente cualquier grupo puede convertirse en el núcleo de un
1
sindicato. En Bristol (cuna del modernq Sindicato de Trabajadores ¡
Generales y del Transporte), ese núcleo estuvo formado por los obre- ,, ¡
1
ros de los muelles y los cargadores de b'arcos; en Harwich, por los
ferroviarios; en Grimsby, por el sindicato externo de Trabajadores
del Gas y por los marineros (quienes también iniciaron el movimien-
to sindical en Glasgow y en Liverpool). 2 En otros puertos, cada sector ,,,,:I
de trabajadores estaba organizado por separado sobre una base semi- i
gremial. Algunos grupos, en especial el personal permanente de man- 1 •
tenimiento y los operadores de la maquinaria, podían estar organiza-
t'
dos por sindicatos externos de carácter gremial o no gremial, como 1
11
¡I
didores de Acero. En las zonas portuarias podemos encontrar repre-
;1
sentados todos los modelos posibles de sindicalismo: el sindicalismo
de oficios, separado y local, como en el caso de los estibadores · de 11
1
carbón; el sindicalismo gremial compuesto, como en el caso de cier- ¡1
tos carreteros y marineros; el sindicalismo general, como en él caso ..,,
de los miembros de los diferentes sindicatos generales que operaban I,
en los puertos; y toda clase de sindicalismo de industria, local, re- -~ 1
gional y nacional.3 ,1
2. Federación Nacional de Trabajadores del Transporte, Map of unions in
British ports, 1913 (? ), LSE, Colección EB cv 18, presenta un excelente aná-
lisis de esta diversidad.
3. La información acerca de los sindicatos de las zonas portuarias durante
este período es copiosa pero no sistemática. Han llegado hasta nosotros los in· .1'i,
formes impresos y los Dockers' Record del Sindicato de Trabajadores Genera- ..¡,
les, de Jos Muelles, de las Dársenas y de los Puertos, con base en Londres, pero 11
en cambio contamos con muy poco material no impreso de la etapa anterior
1
a 1914; sólo han quedado huellas dispersas del Sindicato Nacional de Trabaja-
dores de los Muelles, con base en Liverpool. A partir de 1910 la Federación
Nacional de Trabajadores del Transporte proporciona valiosa información. Los
documentos parlamentarios son muy valiosos, sobre todo los informes de la
Comisión Real sobre la situación de los trabajadores (R. C. on Labour), de
la Comisión Real sobre las Leyes de Pobres (R. C. on Poor Laws), el Informe
de un Tribunal de Investigación acerca de los Trabajadores del Transporte
(Report by a Court of Enquiry concerning Transport Workers) o Encuesta
Shaw, de 1920, y, en menor grado, el Informe del Comité Conjunto Escogido
sobre el Proyecto del Puerto de Londres ·de 1908 (Joint Sel. Ctee. on the Port
_ of London Bill of 1908). De la literatura acerca de los i;Hü1des conflictos cabe
mencionar Industrial warfare (1912), de H. Llewellyn Smith y V. Nash, 'Story
 TRABAJADORES
218
~
Análogamente, la base geográfica natural de la fuerza sindical de
las zonas portuarias es el puerto o, incluso, dentro del puerto, la
dársena 0 muelle especializado. Podía haber un puerto fuertemente
organizado -como el de Birkenhead-, aunque en otras partes el
sindicalismo se encontrara virtualmente derrotado. Un sector fuerte-
mente organizado de un puerto -como el sur del de Liverpool o
Londres- podía subsistir en medio de la desorganización del res~o.
No hay muchas razones estratégicas o tácticas, pues, par~ que el. si~·
dicalismo portuario deje de desarrollarse como un mosaico de smdi-
catos locales con estructuras muy diferentes, integrados o no en
parte dentro' de federaciones más amplias. En realidad, .así ocurrí?
en ciertas épocas. En 1913, por ejemplo, no menos de siete o~gam­
zaciones se disputaban el monopolio del sindicalismo portuario en
uno 0 más puertos, y un barco de cabotaje que, por ejemplo, t?cara
los puertos de la costa oriental de Gran Bretaña, se encontrana en
4
cada uno de ellos con un modelo distinto de sindicato.
Sin embargo, desde un principio la orientación ~ásica d~l si~di­
calismo de la ribera en Gran Bretaña no fue local m sectorial, smo
regional o incluso nacional, y su producto final fue el Sindicato de
Trabajadores Generales y del Transporte, fundado en 1922, que
of the dockers' strike (1889), de Watney y Little, e Industrial problem~ and
disputes (1920), de Lord Askwith, .que ~eben ser com~lementados con los infor-
mes de los periódicos. Las autobiograhas de Ben T1llett, Tom Mann, Jame_s
Sexton, Harry Gosling y J. Havelock Wilson .sº? más útiles para el conoci·
miento de la atmósfera social que para el conociffilento de los hechos ~?ncretos.
De las biografías, la de Tom Mann (escrita por Dona Torr, cf . tambien «~om
Mann and his times 1890-1892», Our History, pp. 26-27, 1962, Grupo d~ Histo-
riadores del Partido Comunista) contiene muy pocas novedades. ~l h~r<;> .de
Alan Bullock sobre Ernest Bevin dice bastante poco a~e~ca del per;o~o m1cial.
Existe una amplia y excelente literatura sobre l~s condiciones e~onom1cas Y so-
ciales en los muelles, y sobre todo ac.erca de~ sistema de traba¡o eventual (ca-
sualism) imprescindible para el estudioso seno.
4. De modo que en Aberdeen hubiese tenido que tratar sobre todo c~m
el Sindicato Nacional de Trabajadores de los Muelles; en Dundee, cor~ el Sin-
dicato Escocés de Trabajadores de los Muelles; en. los puertos de Fife Y en
Leith otra vez con el Sindicato Nacional de Traba¡adores de los Muelles; en
Blyth: con el Sindicato de f\rruroador~s y Estibadores del Norte de lnglaterr.a;
en Newcastle con una variedad de smdicatos; en Sunderland, con las Asocia-
ciones Federadas de la Costa Nordeste; en los Hartlepools, de n~ev.o sobre todo
con el Sindicato de Arrumadores; en Middlesbrough, con el Sind~cato d~ Por-
tuarios de Londres; en Hull, con casi todos lo.s sindicatos de la industria; en
Goole sólo con el Sindicato Nacional de Traba1adores de los Muelles; peiu en
Grimsby con el Sindicato de Trabajadores del Gas y en Boston y en los puer-
tos del sur, con el Sindicato de Portuarios de Londres.
LOS SINDICATOS EN LAS ZONAS PORTUARIAS 219
en realidad era un sindicato de industria de las zonas portuarias y
de los trabajadores del transporte por carretera, que se presentaba
con el aspecto de un sindicato general. Se ha sugerido que este resul-
tado notable se debió a la habilidad y a la personalidad de Ernest
Bevin, pero esto supone una exageración de los méritos particulares
de un líder sindical (sin negar la importancia que esa figura pueda
haber tenido). A diferencia de los generales, los líderes sindicales no
aprenden su estrategia y su táctica en escuelas profesionales ni las
practican en maniobras, sino en la práctica misma y en el fragor de
la batalla. La escuela de Bevin fue el sindicalismo portuario de
1889-1914 y su auténtica conciencia de la necesidad de un sindicato
nacional y de las consecuencias estratégicas de esa necesidad es un
reflej? de la experie~cia y de las tendencias desarrolladas ~or los
traba¡adores portuarios durante ese período. ¿Cuáles fueron esas
tendencias?
II
. Desde el punto de vista técnico, el trabajo de los muelles seguía
s~endo asombrosamente primitivo todavía en 1889. Por supuesto, es
cierto que aún hoy la irregularidad esencial de las llegadas y salidas
de los barcos impone límites a la racionalización y a la mecanización
del trabajo en los puertos; 5 pero a finales de la década de 1880 no
existía virtualmente ninguna clase de equipo mecánico, salvo el sis- 1
¡!
tema de rieles de los muelles, grúas, malacates y zonas adyacentes a
'( · las dársenas. Hasta finales de la década de 1890 y comienzos de la 11
de 1900 no comenzaría de lleno la revolución técnica que supondría
¡1
'I
l~ mecanización de la carga y descarga del grano y del carbón, y hasta
cierto punto de la madera; y ese proceso se desarrolló con lentitud.
·J:
1¡
La mejor descripción del trabajo de los muelles de Londres hacia
1908 6 casi no menciona el equipo mecánico -salvo en el muelle de !1
·!
Victoria: trigo, carne congelada y carbón- y todavía en 1914 la ,1.
mayor parte del elevado del carbón en Liverpool se hacía con canas-
íl
tos manuales, mientras que en Bristol la descarga de granos con sacos
11
5. ?· Jeroroe, Mechanization in american industry, Nacional Bureau· of ¡1
Economic Research, 1934. .1
6. El valioso ~exto presentado por Ben Tillett al Joint Select Ctee. on the ¡i
Poro of London füll, Parl. P., X, 1908, pp. 677-682 (705-710).

TRABAJADORES
220
distaba mucho de haber desaparecido, después incluso de la mecani-
zación. introducida durante la primera guerra mundial.7 Las tareas
especializadas corrían por cuenta de los obreros e~p:cializados Y las
no especializadas eran confiadas a obreros no especializados. Des~e el
punto de vista técnico, el sistema de trabajo en los muelles de Liver-
pool, tal como los describier~ Sexton a :finales de .la décad~ de 1880
-así como el de los de Genova durante ese mismo penado- se
parecía más al sistema de cargadores del . centro ~~ África _que al
de la industria moderna.8 Esto supone la mcorreccion de la imagen
corriente según la cual se trataría de una industria integrada mayori-
tariamente por trabajadores eventuales y no calificados. Por el con-
trario: el cargador especializado de carne o de granos, el elevador de
carbón y el cargador de sal, el estibador o cargador, que almacena-
ban cargas para la exp?rtación a bordo de los bar~os, debían t.ener
al menos tanta capacitación como el pudelador de hierro -un cierto
grado de fuerza y un tipo determinado de destreza-. y con mucha t
frecuencia tanta capacitación como el artesano experlffientado o el
trabajador encargado de la supervisión: iniciativa, amplia experie~cia,
capacidad para tomar una serie de decisiones ajustadas a l~s ~x1gen­
cias de la carga y descarga de mil y un barcos de caractenstlcas no
uniformes, sí como la capacidad para supervisar el trabajo de los
otros obreros. A pesar de que, según los criterios convencionales, su
nivel de calificación no se consideraba muy elevado -el delegado
de Trabajo del Ministerio de Comercio, que era ingeniero, describía9
a los estibadores de carbón como trabajadores «no cali:ficados»-,
su fuerza de negociación era considerable.
Pero -al igual que los «obreros encargados del proceso» e~ la
industria química, que el personal de plataforma de los ~err?carrile~,
al igual de hecho que las categorías esenciales de cualquier mdu_st~ia
moderna (a diferencia de la producción artesanal)- esos especialis-
tas sólo constituían una parte, que -aunque grande- no coincidía
7. Court of Enquiry concerning Transport Workers' Wages and Conditions
of Employment of Dock Labour, Parl. P., XXIV, 1920, de ahora en adelante
citado como Encuesta Shaw, pp. 136 (338), 153 (355), 212 (414).
8. The lije of Sir James Sexton, agitator, by himself, Londres, ~936, pagi-
nas 109-113. Compárese con G. Perillo, <~S~cialis~o ~ c~asse operata nel G~­
novesato dallo sciopero del 1900 alla sctss10ne smdtcalista l», en_ ll movz-
mento operaio e socialista in Liguria, VI, 4, 1960, p. 109.
9. Report on strikes, 1889, cuadro II (c 6176).
'<,
LOS SINDICATOS EN LAS ZONAS PORTUARIAS 221
.i.J>
t!
~ c_on el total de los trabajadores. 10 En los puertos totalmente especia-
lizados --como los puertos carboníferos del noreste de Inglaterra y
del sur de Gales- podían representar un porcentaje más elevado, así
como. en los muelles totalmente especializados, como los de granos
en_ Millwall, los de sal en Liverpool o los de madera en la costa
oriental. En los puertos dedicados a la exportación -donde el alma-
ce~amiento a bordo de los barcos tenía más importancia- podían ser
mas numerosos que en los puertos dedicados a la importación. Sin
embargo, en genera~ (sobre todo en los tres grandes puertos gene-
r~~es de Lo~dres, L1verpool y Hull, y en el gran puerto de importa-
c1,on de Bnstol) los «obreros encargados del proceso» constituían
solo la punta de lanza de un gran ejército de cargadores, empujado-
\1¡
¡1
,,1
res, carreteros, _ayudantes generales y otros, cuya calificación y fuer-
:i
za ~r~ necesariamente pequeñas, cuya contratación tenía un carácter ¡
autentlcamente eventual y cuyo nivel de organización sindical era
~ francamente desalentador .11
ri,,
Toda ~s,a estructura laboral aparecía envuelta por la niebla de la i1
«c?ntr~tac1on eventua_I». Por supuesto, esta circunstancia ampliaba
JI
;¡
mas aun la brecha existente entre los trabajadores portuarios «fuer- 11
tes» y los «débiles». El estibador o el cargador de granos -aunque
no contase con una organización oficial- era virtualmente inmune a
la contratación eventual. Dentro de la multitud que se apiñaba a
las puertas de los muelles eran muy pocos los que estaban dotados
de la fuerza, el equilibrio y los nervios de acero necesarios tan sólo
para corr~r de arriba a abajo por las pasarelas inestables con un saco
de un qumta~ s~bre los hombros. Desde el punto de vista práctico, el
r obrero especializado resultaba tan irreemplazable como el carpintero
E _10. En Lon?,re~, tres organizaciones de obreros calificados (el Sindicato de
b s~1badores, el, Smdicato de Barqueros y la Liga para la Protección de los Tra-
aiador;s l te.man un. promedio de entre 6.000 y 8.000 miembros en los años
del penodo mtermedio en~e las expansiones sindicales. Es probable que en la
~ran huelga de 1912 hub1erar;i participado efectivamente unos 45.000 obreros
e los muelles «Watney y Little Industrial warfare/ pp 90-91) V'
bién el apéndice l. ' · · ease tam-
_11. El libro de H. Lle~ellyn Smith y V. Nash, The story of the dockers'
s~~zke, Londres, 1889, constituye_ la mejor introducción al estudio de la situa-
, . c10n. en Londres; Sex_ton!, op .. cz~., representa otro tanto con respecto a los
comienzos de la organ1zac10? smdical en Liverpool. El informe de la R e
L~bour, grupo B, es una mma de información acerca de muchos aspect~s de I~
mis~a. Cf. E . ~a.thbcn~, Report on ... dock labour in Liverpool, Liverpool Eco-
,• '", nomtc and Statlstlcal Soc. Transactions, 1904.
~ ~
 LOS SINDICATOS EN LAS ZONAS PORTUARIAS 223
TRABAJADORES
222
Pero el pr?blema de. !os .trabajadores no calificados no podía
modelista.12 Por otra parte -sobre todo en épocas de rápida expan-
r;solv:rse mediante el vieJO sistema del restriccionismo. En teoría
sión comercial-, la perspectiva de obtener un jornal extra atraía ~ s1 pod1a haberse resuelto de ese modo, porque bastantes economistas
los muelles menos especializados una gran cantidad de obreros res1- ·
insistían en la ineficiencia desorganizadora del sistema de trabajo
duales -incapaces por alguna razón de hacer otro trabajo Y deseo-
eventual, y toda medida seria orientada a acabar con ese sistema
sos de probar las tareas que requerían el mínimo de fue:za, de e~pe­ suponía una reducción absoluta o relativa de la mano de obra com-
riencia y de regularidad-Y Como es natural, la existencia de ese lID-
petidora. Después de todo ¿acaso no se había demostrado que la
portante ejército laboral de reserva, por ineficiente que éste fuese, m~o de obra disponible en 1912 en los muelles de Liverpool era
hacía descender los niveles salariales del resto de los obreros Y deter-
casi el doble de la necesaria para cubrir la demanda máxima en
minaba el paso progresivo de las categorías inferiores de ?ro~esio­
condicio~es de ~pti~1ia eficienc~a en la contratación? 16 Pero, aunque
nales hacia la situación de trabajadores residuales. Por cons1gu1ente,
a~gu~~s lideres su:d1cales apreciaran las ventajas que suponía la erra-
el organizador sindical de los muelles se enfrentaba con dos, o más
d:cac1on del :ra~ªJº. ;ventual para la negociación, los obreros se opo-
bien con tres, problemas. El primero de ellos era el problema non~al ruan a su elimmac10n. Una cosa era impedir que entraran nuevos
de los sindicatos de oficio: ¿cómo establecer y mantener la restric-
obreros en el gremio, y otra que Pedro y Juan (y quizás uno mismo)
ción de la entrada en el oficio? Los portuarios «calificados» y los que
quedaran en la calle. Una cosa era conseguir trabajo más o menos
ejercían funciones de «supervisión» resolvían ese problema de una
14 t ·u regular, por el hecho de ser más veloz o más fuerte, por haber sobor-
manera bastante similar a la de los artesanos corrientes. De hecho,
nado al capataz o por haber conocido a su madre en cualquier pue-
como el volumen del tráfico se expandía en forma sostenida sin que
blecito, y otra condenar a Pedro y a Juan (o muy probablemente a
se produjera la correspondiente mecanización, los obreros de cual-
uno. mismo) a convertirse en permanentes trabajadores «de prefe-
quier muelle establecido tenían siempre cierta ventaja (mientras se
rencia B», condenados a conseguir trabajo menos regular y peo~ pa-
entrenaban los nuevos cargadores de carbón o de sal, y se establecían
gad~. Incluso el obre:o ~o~tuari~ má.s pobre y más eventual siempre
convenios razonables) . Allí donde se abrían muelles totalmente nue-
pod1a aferrarse a la Justicia arb1trar1a del sistema de trabajo even-
vos su posición ya no era tan cómoda, aunque con un poco de acción
tual, a~nque sólo se tratara de la justicia de la lotería, según la cual
y de organización pronto podía ser estabilizada. El movimie?to de cualqmera puede sacar el número de la suerte. Por consiguiente -al
1889 quizá les proporcionó precisamente el estímulo necesario para
ma~ge~ de la opinión del economista o del organizador sindical-,
realizar ese esfuerzo, porque en los puertos carboníferos del norte
el mstmto de conservación empujaba al obrero portuario no califica-
de Inglaterra y del sur de Gales, y en muchos otros sitios, las orga-
do hacia una política de solidaridad, de distribución «justa» del tra-
nizaciones gremiales de portuarios se establecieron muy rápidamente ~:
.f bajo disponible. En Londres, donde los patronos habían impuesto
y obtuvieron todas las ventajas de la restricción, el reconocimiento
por razones económicas la erradicación del sistema de trabajo even-
y el coto cerrado, privilegios que ya nunca perderían a partir de en-
t~al,. estaba en vigor el método preferencial. En Liverpool, donde el
tonces.15 sindicato era fuerte, este método no pudo implantarse; y aun enton-
ces la base se opuso al nuevo plan, y el convenio -que otorgaba al
12. W . H. Beveridge, Unemployment, ed. de 1930, p. 83.
13. Booth, Life and labour, III, p. 88, analiza «el empleo residual»; acer-
ca del mismo en los muelles de Manchester, d . T. Fox en Informe de la R. C.
on the Poor Laws, pregunta 83.945. . (]ubilee History of National Union of General and Municipal Workers 1929
14. Acerca del restriccionismo véase el testimonio de H. Gosling, lancho- p. 13). ~n 1910-1911, los acuerdos conciliatorios (que constituían un' índi '
nero ante el Joint Ctee. on Port of London Bill (Parl. P., VIII, 1903, pp. 250- bastante. importante de reconocimiento) abarcaron a los estibadores del nord~s~
251 /y de la Amal. Stevedores Labour Protection League ante el Joint Ctee ... , te, Card1ff Y Newport y a los portuarios de Greenock y Bristol (TUC Report
Parl. P. X 1908 pregunta 9.426. El Sindicato de Estibadores de Londres co- 1?11, pp. 106 ss.). _ . . '
braba 2' lib~as po~ derechos de afiliación y la Liga para la Protección de los 16. R. Williams, The Liverpool docks problem, Liverpool Econ. and Stat.
Trabajadores 1 libra, salvo a los hijos de afiliados. . ' Soc., 1912, p. 15.
15. Al parecer, el coto cerrado se estableció en la ribera del Tyne en 1889 J
 LOS SINDICATOS EN LAS ZONAS PORTUARIAS 225
TRABAJADORES
224
sindicato el control virtual de toda la mano de obra de e~e puert~ t;
Afortunadamente, había varios factores que evitaron una exce-
siva. separación de ambos niveles, separación que pareció probable
tuvo que ser impuesto a los obreros de Birkenhead mediante la uti-
17
en cierto momento. En primer término, para el mundo externo tanto
lización de esquiroles. • uno como el otro eran igualmente «peones». En realidad, hasta cier-
Por supuesto, a la larga el restriccionismo pudo ir~e _establecien-
to punto su posición técnica era la misma: la de trabajadores en
do. Cuando el volumen del tráfico portuario aumento, mcluso una
teo~!ª completamente «eventuales», sin derecho a un empleo regu-
mano de obra estable de alrededor de 29.000 obreros (y ya no de
lar. Por supuesto, en la práctica, los «obreros calificados» eran re-
16.000 o de 20.000) pudo comenzar a especular con su escasez du-
gulares, pero, igual que al siervo de la gleba rico de finales de la
rante la negociación, fenómeno que a su debido tiempo supus? un
Edad Media, cuya condición de siervo le mantenía unido a sus com-
gran incremento de la fuerza de las organizaciones de portuarios o
pañeros más pobres, al estibador acomodado no le resultaba fácil
cargadores de Gran Bretaña y del extranjero. Sin embargo, a corto
ser «aceptado» por el mundo externo. Acerca de esta cuestión el
plazo el sindicalismo de los muelles se vio obFgado a desarrollar nue-
vas tácticas de negociación combinada y de sindicalismo «de in_du~­
sindicato de Londres tuvo algunos dificultades en 1885 con el Lon-
don Trades Council. En segundo término, a diferencia de los cal-
tria». A partir de 1910 -fecha en que por primera vez el Smdi-
dereros. o de los c~rpinteros, los portuarios especializados no poseían
cato de ·Portuarios de Bristol recluta deliberadamente grupos de
18 u~ con1unto suficientemente uniforme de calificaciones y experien-
obreros portuarios «estratégicamente vitales», y en que se funda
i¡ cias. Cada muelle o dársena tenía su conjunto específico de proble-
la Federación Nacional de Trabajadores del Transporte- los pro-
blemas relativos al sindicalismo de industria se discutían permanen- · ~
mas y costumbres, que no coincidía necesariamente con los de otros
~itios, ! ~uienes estaban especializados para trabajar en ellos, por
temente en la industria, y no sólo -como en algunos otros sitios-
mverosimil que parezca, constituían un grupo puramente localizado.
entre los grupos de intelectuales. Pero esto planteaba el tercer pro-
De modo, que, a pesar de su calificación, esos obreros eran relativa-
blema con que se enfrentaba el organizador de los muelles: ¿cómo
mente débiles; porque, dentro de la estructura cada vez más inte-
evitar que los sectores «fuertes» formaran sus propios sindicatos casi
grada del gran puerto moderno, la fuerza de negociación suficiente
gremiales y dejaran a los sectores «débiles» a merced del mercado?
para a:errorizar un muelle no tenía, después de todo, tanto peso en
O bien si no se podía evitar que eso ocurriera, ¿cómo lograr una
el con1unto, de.l puerto de Londres. Además (y, sin duda, este es
coordi;ación más eficaz entre los diversos tipos de sindicatos? Exis-
el factor mas importante) difícilmente podían los «artesanos» con-
tía el peligro de que se desarrollara un sindicalismo desarticu~ado.
solidar su posición en momentos en que la mecanización ya comen-
En muy pocos puertos todos los sectores importantes de trabaJado-
~ ~ab~ ~ expulsarlos de la misma. El tobogán de granos (grain-chute)
res portuarios estaban integrados en un solo sindicato'. El ejemplo
liqmdo al cargador de granos especializado; la toma de carbón me-
más importante de esto último era quizá Bristol. En Londres,, por f
cánica debilit? l~ posición d~ los estibadores. A medida que los
ejemplo, los estibadores, los lanchoneros, los operad~res de g:Uas Y
o?r:ro~, «sem1cahfi~ados» se iban haciendo cargo de las tareas, la
los cargadores de carbón tenían sus propias asociaciones, IDlentras
distmcion entre estibadores y no estibadores comenzó a desaparecer
que los cargadores especializados de la zona sur se habían unido en en al~nos puertos.20 Esto bien pudo suponer a corto plazo un estre-
una federación local de juntas sindicales independientes (no todas
chamiento de filas del sindicato de oficio y una intensificación de
integradas por trabajadores portuarios) denominada Liga de Protec-
ción de los Trabajadores. El Sindicato de Portuarios siguió abarcan- 19. El puerto de Bristol empleaba sólo unos 100 obreros de manera regu-
do un vasto conjunto de obreros especializados y de obreros comu- lar como personal de mantenimiento. El resto era en su totalidad técnicamenté
eventual. (R. C. on Poo_r Laws, XVI, p. 85.) Cf. Parl. P., X, 1908, pregunta
nes de los muelles. 9.401, acerca de los esubadores de Londres: «somos todos traba¡·adores even-
tuales».
17. J. Maluegue, Le travail casuel dans les ports anglais, París, 1913, pá- 20. Federación Na~i~nql de Trabajadores del Transporte, Mapa de sindi-
ginas 297-298. catos en los puertos bntarucos, 1913 (?), LSE, Colección EB cv 18, p. 3.
18. Dockers' record, marzo 1911, p. 2.
15. - H OBSBAW.M
 LOS SINDICATOS EN LAS ZONAS PORTUARIAS 225
TRABAJADORES
224

sindicato el control virtual de toda la mano de obra de e~e puert~ ~ Afortunadamente, había varios factores que evitaron una exce-
siva. separación de ambos niveles, separación que pareció probable
tuvo· que ser impuesto a los obreros de Birkenhead mediante la uti-
17
en cierto momento. En primer término, para el mundo externo tanto
lización de esquiroles. •
uno como el otro eran igualmente «peones». En realidad, hasta cier-
Por supuesto, a la larga el restriccionismo pudo ir~e _establecien-
to punto su posición técnica era la misma: la de trabajadores en
do. Cuando el volumen del tráfico portuario aumento, mcluso una
teo~!ª completamente «eventuales», sin derecho a un empleo regu-
mano de obra estable de alrededor de 29.000 obreros (y ya no de
lar. Por supuesto, en la práctica, los «obreros calificados» eran re-
16.000 o de 20.000) pudo comenzar a especular con su escasez du-
gulares, pero, igual que al siervo de la gleba rico de finales de la
rante la negociación, fenómeno que a su debido tiempo supus? un
Edad Media, cuya condición de siervo le mantenía unido a sus com-
gran incremento de la fuerza de las organizaciones de portuarios o
pañeros más pobres, al estibador acomodado no le resultaba fácil
cargadores de Gran Bretaña y del extranjero. Sin embargo, a corto
ser «aceptado» por el mundo externo. Acerca de esta cuestión el
plazo el sindicalismo de los muelles se vio obFgado a desarrolla~ nue-
vas tácticas de negociación combinada y de sindicalismo «de m.du~­
sindicato de Londres tuvo algunos dificultades en 1885 con el Lon-
don Trades Council. En segundo término, a diferencia de los cal-
tria». A partir de 1910 -fecha en que por primera vez el Sindi-
dereros. o de los c~rpinteros, los portuarios especializados no poseían
cato de ·Portuarios de Bristol recluta deliberadamente grupos de
18 u~ con¡unto suficientemente uniforme de calificaciones y experien-
obreros portuarios «estratégicamente vitales», y en que se funda
.11 cias. Cada muelle o dársena tenía su conjunto específico de proble-
la Federación Nacional de Trabajadores del Transporte- los pro- ~
mas y costumbres, que no coincidía necesariamente con los de otros
blemas relativos al sindicalismo de industria se discutían permanen-
~itios, ! ~uienes estaban especializados para trabajar en ellos, por
temente en la industria, y no sólo -como en algunos otros sitios-
mveros1mil que parezca, constituían un grupo puramente localizado.
entre los grupos de intelectuales. Pero esto planteaba el tercer pro-
De modo, que, a pesar de su calificación, esos obreros eran relativa-
blema con que se enfrentaba el organizador de los muelles: ¿cómo
mente débiles; porque, dentro de la estructura cada vez más inte-
evitar que los sectores «fuertes» formaran sus propios sindicatos casi
grada del gran puerto moderno, la fuerza de negociación suficiente
gremiales y dejaran a los sectores «débiles» a merced del mercado?
para a~errorizar un muelle no tenía, después de todo, tanto peso en
O bien si no se podía evitar que eso ocurriera, ¿cómo lograr una
el con¡unto de.l puerto de Londres. Además (y, sin duda, este es
coordi;ación más eficaz entre los diversos tipos de sindicatos? Exis-
el factor más importante) difícilmente podían los «artesanos» con-
tía el peligro de que s~ desarrollara un sindicalismo desarticu~ado.
solidar su posición en momentos en que la mecanización ya comen-
En muy pocos puertos todos los sectores importantes de trabaJado-
' ~ah~ ~ expulsarlos de la misma. El tobogán de granos (grain-chute)
res portuarios estaban integrados en un solo sindicato. El ejemplo
liqmdo al cargador de granos especializado; la toma de carbón me-
más importante de esto último era quizá Bristol. En Londres,, por
camca debilit? l~ posición d~ los estibadores. A medida que los
ejemplo, los estibadores, los lanchoneros, los operad~res de g.ruas Y
o?r:ro~, «sem1cahfi~ados» se iban haciendo cargo de las tareas, la
los cargadores de carbón tenían sus propias asociaciones, ffilentras
distmc1on entre estibadores y no estibadores comenzó a desaparecer
que los cargadores especializados de la zona sur se habían unido en en al~nos puertos.20 Esto bien pudo suponer a corto plazo un estre-
una federación local de juntas sindicales independientes (no todas
chamiento de filas del sindicato de oficio y una intensificación de
integradas por trabajadores portuarios) denominada Liga de Protec-
ción de los Trabajadores. El Sindicato de Portuarios siguió abarcan- 19. El puerto de Bristol empleaba sólo unos 100 obreros de manera regu-
do un vasto conjunto de obreros especializados y de obreros comu- lar como personal de mantenimiento. El resto era en su totalidad técnicamenté
eventual. (R. C. on Poo.r Laws, XVI, p. 85.) Cf. Parl. P., X, 1908, pregunta
nes de los muelles. 9.401, acerca de los esubadores de Londres: «somos todos ttabaJ·adores even-
tuales».
17. J. Maluegue, Le travail casuel dans les ports anglais, París, 1913, pá- 20. Federación Na~i~n~l de Traba¡adores del Transporte, Mapa de sincli-
ginas 297-298. catos en los puertos bntarucos, 1913 (?), LSE, Colección EB cv 18, p. 3.
18. Dockers' record, marzo 1911, p. 2.
15. - HOBSBAWM
226 TRABAJADORES
la separación entre éste y el resto de los trabajadores; al parecer,~ ~·~
esto· fue lo que realmente sucedió. O bien pudieron constituirse nue-
vos sindicatos «de oficios».21 Pero a largo plazo ese proceso también
les convencería de la necesidad de una acción común dentro del
conjunto de la industria. Los problemas de los estibadores no po-
dían ser abordados de manera efectiva al margen de los problemas
de los trabajadores portuarios comunes. Salvo el Sindicato de Esti-
badores de Cardiff y algunos sindicatos de estibadores «especializa-
dos», muy pocos sindicatos del numeroso conjunto de sindicatos «de
oficios» sobrevivieron a las unificaciones de comienzos de la década
de 1920. Ya se integraran en el Sindicato de Trabajadores Genera-
les y del Transporte o bien, como los menos, en el Sindicato Nacio-
nal de Trabajadores Generales y Municipales,22 incorporaron tam-
bién a las categorías inferiores de obreros. Por supuesto, mucho
tiempo antes de que se considerase con seriedad la unificación, las
necesidades derivadas de la negociación impulsaron a las diferentes f. -~
asociaciones a federarse de una manera bastante estrecha. · nente de mano de obra con que hacer frente a las fluctuaciones repen-
III
Desde el punto de vista empresarial, la perspectiva de unos sin-
dicatos fuertes en los puertos no era, en teoría, inaceptable. El ramo
estaba muy necesitado de racionalización. No resulta exagerado afir-
mar que todavía se encontraba en el estadio del ferrocarril Stockton-
Darlington o de las carreteras de peaje: el equipo común de capital
estaba al servicio de un abigarrado conjunto de usuarios privados y t".
no uniformizados. (En algunos casos -sobre todo en Londres antes ·
de 1908- ni siquiera el equipo básico estaba programado y adminis-
trado por un órgano central.) Una maraña de pequeños y grandes
21. Por ejemplo, los operadores de grúas o grupos como el Sindicato Uni-
ficado para la Protección de los Conductores de Locomotoras, los Conductores
de Grúas y los Encargados de Dispositivos Hidráulicos y Calderas, que era una
pequeña asociación obrera de Londres. A veces estos trabajadores se afiliaban
a sindicatos externos, por ejemplo en Liverpool al Sindicato de Trabajadores
del Gas o en Swansea al Sindicato Nacional de Trabajadores Generales y Mu·
nicipales.
22. Los sectores de las zonas portuarias y de los muelles del Sindicato Na-
cional Unificado de Trabajadores y el Sindicato de Barqueros del Tyne se inte-
graron en el Sindicato Nacional de Trabajadores Generales y Municipales.
LOS SINDICATOS EN LAS ZONAS PORTUARIAS 227
usuarios, grandes compañías portuarias, municipios (como en el caso
de Bristol), grandes fletadores y masas de pequeños representantes
de los armadores en los muelles y patronos estibadores envolvía la
zona portuaria; cada uno de ellos con una reserva de trabajadores
eventuales con la que atendían sus necesidades de trabajo, que fluc-
tuaban violentamente, cada uno de ellos con su propia modalidad
de contratación en cada muelle y en cada cargamento. El patrono pe-
queño, el subcontratista, dominaba todo el cuadro, porque incluso :j
:li
las grandes unidades subcontrataban una gran parte del trabajo, y, l
!I.,
cuando no era así, el sistema de contratación eventual colocaba a los
capataces en una posición muy parecida a la de los subcontratistas, .~
1
aunque sus ganancias bien podían proceder de operaciones ilícitas, IJ)
soborno, préstamo de dinero, etc.23 Por supuesto, a este grupo le
interesaba mucho la perduración del sistema. El pequeño represen-
tante del armador en los muelles o el patrono de cargadores estaba
satisfecho con un sistema que le proporcionaba una reserva perma-
tinas· y que, de ese modo, lo protegía contra la competencia de los
usuarios más importantes. Los capataces de Liverpool introducidos en
Manchester se negaron categóricamente a trabajar con cualquier sis- I'
I~
tema de contratación que no fuera el eventual, que les aseguraba una
posición tan favorable (y, sin duda, tan gananciosa).24
Desde el punto de vista empresarial, podían hacerse varias obje-
ciones a este sistema. La eficiencia de la mano de obra negligente '·¡
que el mismo fomentaba era abrumadoramente baja y la mano de
obra total estaba muy por encima de lo necesario, incluso con res-
¡ pecto a los momentos de mayor demanda. Sin embargo, estos aspee-
tos eran percibidos por los economistas que, desde fuera, tenían una
vista a vuelo de pájaro de toda la situación, pero no por los fleta- 1
dores y representantes de los armadores, ocupados en la carga o des- I'.1,
carga de unos fletes desvinculados entre sí. Más perturbadora era la ·!'
¡I
extrema falta de homogeneización, en virtud de la cual la negocia- .1
1
ción del precio de cada cargamento resultaba bastante impredecible. • ¡¡
Como los comerciantes de carbón de Londres expresaron a la Comí-
11
¡1
23. Testimonio de Sexton ante la R. C. on Poor Laws (pregunta 84.243) .1
acerca de los que practicaban la usura y otras actuaciones ilícitas ( «gombeen
men») en los muelles de Liverpool. Cf. también Beveridge, op. cit., ed. de 1909,
p. 264 D. · •
24. Informe ed Squire y Maitland, R. C. on Poor Laws, XVI, p. 84.
228 TRABAJADORES
sión de Trabajo un sindicato fuerte bien podría simplificar Y uni- •
formar los tem;s.25 Es decir, siempre y cuando ese sindicato fuese
«sensible» y no tratase de elevar los costes de mano de obra más
allá de lo «razonable», porque cuando hasta las firmas más grandes
pagaban casi unas dos terceras partes de su desembolso anual o casi
un 50 por ciento del total de su facturación en concepto de mano
de obra 26 era evidente que se trataba de una industria muy sensi-
ble. Po; otra parte, allí donde no había sindicalismo, los tra~ajador;s
portuarios no especializados podían tomar o dejar el trabaJO segun
las condiciones ofrecidas; en todo caso, la fluidez de la mano de
obra (alguno siempre pasaría de un muelle a otro) tendía a nivelar
de alguna manera las condiciones de trabajo. Por ejemplo: no hay
pruebas de que estas últimas fuesen substancialmente distint~s en el
sector norte del puerto de Liverpool, que no estaba orgamzado, y
en el sector sur, más pequeño pero sindicalizado.27
Por otra parte, dada la ausencia de una reorganización sistemá- f , la inspección social, que era a su vez un gran armador. Por supuesto,
tica, el negocio de los grandes puertos en expansión se había entor.
pecido hasta el punto de provocar serias pérdidas para todos, s_alvo
para los subcontratistas. Williams (el defensor del plan de Liver-
pool) da una serie de ejemplos ilustrativos.28 Un barco se encu~ntra
parcialmente descargado, pero el cargamento no puede ser retirado
con rapidez de los muelles en que está depositado: obstaculiza a otros
y para retirarlo hay que pagar horas extraordinarias. Las mercancías
se dejan deliberadamente en los muelles, dispuestas para coger uno
de· los primeros barcos: el remitente prefiere pagar más para evitar
la demora que puede producir el pesado dispositivo de almacenaje
y manipulación. Mientras tanto esos productos ocupan también el
espacio disponible. El agente del comerciante baja tradicionalmente a f - berto desde apenas un 19 por ciento en 1894 hasta casi un 81 por
los muelles por la mañana para recibir sus mercancías, pero es pro-
bable que para ello tenga que ir a tres o cuatro sitios, y cuando por
fin las localiza ya se ha cerrado la contratación, los obreros ya están
comprometidos o se han marchado y las mercancías tienen que es-
perar un día más (y ocupar más espacio valioso). Evidentemente, la
25. R. C. on Labour, grupo C, pregunta 27.741, 27.772-27.775.
26. Relation of wages to cost of production in certain industries, C. 6.535
de 1891, pp. 172 SS.
27. Maluegue, op. cit., p. 48. Pero sí había diferencias en cuanto a las
pagas extras y al régimen de horas extraordinarias.
28. R. Williams, op. cit., pp. 21-23.
LOS SINDICATOS EN LAS ZONAS PORTUARIAS 229
''f
- mecanización, y cualquier clase de disposición que asegurase una
contratación más racional y más flexible en todo el puerto, se hu-
biese recomendado por sí sola a la comunidad comercial, siempre y
cuando esta última hubiese podido acceder a una perspectiva común
y hubiese superado el punto de vista limitado de cada firma en par-
ticular. El estímulo de un gran levantamiento sindical y la discreta
ayuda de los funcionarios del gobierno le ayudaron a hacerlo.
De hecho, hasta 1914 conocemos pocos ejemplos de este tipo de
racionalización deliberada: en las grandes compañías portuarias de
Londres (1891-1912), en Liverpool y en algunos puertos más peque-
ños como Goole y Sunderland (aunque los 1.000 o 2.000 obreros de
estos últimos no pueden compararse con los 4.000 u 8.000 de Lon-
dres o los 29 .000 de Liverpool).29 El plan de Londres era sólo indi-
rectamente el producto del levantamiento de 1889, a pesar de haber
sido adoptado por recomendación de Charles Booth, miembro de
se limitaba a una gran firma y a sus asociadas {la Compañía Portua-
ria de Londres y la India y más tarde las diferentes compañías aso-
ciadas en el «Comité conjunto» [Joint Committee]) y fue en gran
parte una severa medida de racionalización interna, virtualmente no
afectada por las complejidades que supone la negociación entre una
multitud de patrones separados y un sindicato fuerte. Su resultado
no fue tanto el incremento de la intensidad del trabajo como la elimi-
nación del sistema de trabajo eventual; porque mientras el porcen-
taje de trabajo realizado por obreros portuarios «permanentes» aumen-
tó del 30 al 38 por ciento entre 1894-1896 y 1902-1904,30 el por-
' centaje de trabajo a destajo aumentó en el muelle de Victoria y Al-
ciento en 1904.31 Además, la transferencia de los tipos de trabajo
más fluctuantes "a los subcontratistas hizo que incluso el grado de eli-
29. Acerca de Londres véase el informe de la comisión sobre la Ley de
Pobres, el libro de Beveridge y la Labour Gazette. Acerca de Liverpool, el libro
de R. Williams One year's working of the Liverpool dock scheme, Liverpool,
1914. El Sindicato de Trabajadores Generales y del Transporte también respetó
algunos de los convenios contemporáneos de Liverpool (Departamento de In-
vestigaciones del Sindicato de Trabajadores Generales y del Transporte).
30. Beveridge, op. cit., ed. de 1930, p. 90. El porcentaje combinado de
.obreros permanentes y de preferencia «A» se elevó desde el 63 por ciento en
1894-1896 hasta el 78,5 por ciento en 1902-1904.
;1. _Charity Organization Society, Report on unskilled labour, · Londres,
..., 1908, p. 121. En otros muelles ya predominaba el régimen de trabajo a destajo.
f .,...,
230 TRABAJADORES
minación del sistema de trabajo eventual pareciera mayor que el real-
mente logrado. El plan de Liverpool, a pesar de ser más modesto
desde el punto de vista técnico, fue mucho más ambicioso, porque
abarcaba a unas 60 :firmas y a un sindicato en todo el puerto. Por
otra parte, la real concentración de la producción y la regularización
de la mano de obra de la zona portuaria había llegado ~n poco más
lejos en el litoral del río Mersey que en el del Támesis. Once firmas,
sobre un total de 63, empleaban a unos 17 .000 trabajadores, sobre
un total de 28.000: por supuesto, se trataba sobre todo de grandes
fletadores, que tenían barcos regulares de línea; a sólo dos grandes
:firmas -la White Star y la Leyland Dominion- se les asignaron no
menos de 7 .000 trabajadores portuarios dentro del plan efectivo.32
Además, de mutuo acuerdo, los muelles de barcos de línea del sector
norte, que utilizaban casi el 80 por ciento de la mano de obra, y los
33
muelles del medio, que surtían el comercio de cabotaje, tenían de-
mandas excepcionalmente regulares. En realidad, como en el caso de .~ · -·; de que los amplios cotos cerrados suponían una excesiva concentra-
la industria del gas, con el tiempo la gradual regularización de la
demanda atenuó más las fluctuaciones de la mano de obra que los
planes efectivos de eliminación del sistema de trabajo eventual. Como
puede verse, las condiciones para una reorganización no eran desfa-
vorables {sobre todo en los casos de puertos extremadamente próspe-
ros). Además, la oligarquía de los grandes fletadores, bien pudo
haber fomentado una especie de simbiosis entre patronos y sindica-
tos, como la que se produjo en Detroit. Y eso fue realmente lo que
ocurrió.
r . traataque planeado y coordinado en todo el frente, conducido por
IV
Pero el surgimiento y el reconocimiento de los sindicatos no es
algo tan sencillo. Dejando de lado las importantes variaciones loca-
les, este proceso tendía {y sigue tendiendo) a pasar por una serie de
«figuras», semejantes a las de una antigua danza o galanteo, o bien,
puesto que la metáfora militar resulta apropiada, por una serie de
32. Archivos del Sindicato de Trabajadores Generales y del Transporte. Las
otras grandes empresas eran W. Berrie, Pacific Steam Navigation, Lamport and
Holt, Ellerman, Cunard, Alfred Holt, Mannion, T. and J. Harrisuu y Elder
Dempster.
33. Muelles de Clarence y Princes.
LOS SINDICATOS EN LAS ZONAS PORTUARIAS 231
~ r
· embestidas y contragolpes. La historia del sindicalismo antes de 1889
todavía es poco conocida, pero al parecer el primer movimiento ge-
neral se produjo durante el boom de 1871-1873 y tuvo como con-
secuencia {aparte del primer convenio salarial para Londres que re-
cuerden los sindicalistas) una organización permanente de los estiba-
dores. Los desarrollos de Liverpool son aún menos claros, aunque al
parecer se produjo una huelga en 1879 y un convenio salarial en
1885.34 En todo caso, el primer movimiento nacional se produjo en
1889-1890 y estableció sindicatos fuertes en varios grandes puertos,
lo que, virtualmente, supuso el establecimiento de unos cotos cerra-
dos. Para algunos sindicatos y puertos especializados y calificados ese
movimiento significó el logro de los objetivos buscados (por ejem-
plo, en la ribera del Tyne o, en cierta medida, en el sur de Londres),
porque fueron reconocidos en forma inmediata y permanente. En
otras partes se desarrolló el contraataque, estimulado por la c;reencia
ción de poder: porque una cosa era reconocer a los 1.000 o 1.500
estibadores de carbón de Cardiff, cuya importancia estratégica era in-
versamente proporcional a su participación en el coste total de la
producción y exportación de carbón,35 y otra muy distinta reconocer
un puerto totalmente sindicalizado.36 A veces el contraataque no
estaba coordinado: una :firma o un grupo de firmas dominantes deci-
<lían resistir, mientras el resto de las firmas esperaba los resultados.
Esto fue lo que ocurrió en el caso de los comerciantes de carbón;
los trituradores de semillas (seed-crushers) y, a este respecto, los
trabajadores del gas de Londres.37 A veces se trataba de un con-
la Federación de Fletadores, recientemente fundada, como ocurrió
en Cardiff (1891) y en Hull (1893). 38 A veces la actitud tomada es-
34. Informe de Bevin en la Encuesta Shaw, pp. 5 (207) ss.; testimonio
de M. Reid sobre la huelga de 1879, ibid., p. 133 (335).
35. Para otros ejemplos d. S. y B. Webb, Industrial democracy, ed. de
1902, pp. 478-479.
36. Tales como Cardiff en 1890, con sus 16 secciones de trabajadores de
los pue_rtos del Sindicato _de Portuarios y del Sindicato Nacional de Trabajado-
res Unidos, sus dos secc10nes de apare¡adores y barqueros, los estibadores y
un coto cerrado de marineros. (Cardiff Trades Council, Report, 1890.)
37. R. C. on Labour, grupo C: testimonio de T. Gardner, G. Adams (pre-
gunta 31.626-31.661).
38. Cf. los documentos de la Federación de Fletadores en R. C. on Labour,
grupo B {Parl. P., XXXV, 1892, apéndices); también Clem Edwards acerca de
 TRABAJADORES
232
taba a mitad de camino entre uno y otro procedimiento. Como re-
sultado de esta contraofensiva, el sindicalismo importante fue des-
truido salvo en el caso de negociadores «fuertes» como los obreros
calific~dos especializados, estibadores, barqueros, etc., de determina-
dos puertos especializados, sobre todo en los dedicados a la expor-
tación del carbón; y de ciertas áreas relativamente favorables, como
Bírkenhead y Bristol. En la primera, los sindicatos siempre habían
sido fuertes (incluso los vestigios de un sindicato de la década de
1840 han sobrevivido hasta el siglo xx) y los problemas específicos
planteados por la carga para la exportación, así como la falta de
concentración en el campo de los patronos, y el aislamiento respecto
de Liverpool, ayudaron al sindicato.39 En el segundo puerto roen-
donado, el sindicato pudo haber sido ayudado por el hecho de que
la propia ciudad no sólo controlaba las instalaciones del puerto, sino
que también era un gran empleador de trabajadores de los muelles,
sobre todo en-el sector de granos, y por esa razón estaba sometida ~ . ·., más espontáneo que en Londres, donde el sindicato oficial estuvo
a ciertas presiones políticas.
Los cambios que se produjeron entre el colapso posterior a 1889
y la expansión de 1910-1914 (que una vez más abarcó prácticamente
a todos los puertos) fueron comparativamente pequeños. Los puertos
fuertes registraron unos pocos progresos moderados, y los débiles,
que eran la mayoría, directamente ninguno (aunque, quizás, el caso
de Liverpool, cuyas tarifas salariales permanecieron estables entre
1885 y 1915, fuese excepcional). En 1910-1914 se repitió el esque-
ma de 1889, pero en condiciones más favorables para los sindicatos.
Dejando de lado los cambios políticos y administrativos producidos
durante el período intermedio, no hubo mengua alguna en la prospe- f'" · ~· Devonport. Por cierto, no ha-y dudas acerca de la deliberación con
ridad de los puertos que incitara a los patronos a reducir los costes.
Además, las organizaciones, que entonces se expandieron incluso más
allá de sus cotas máYJmas anteriores, ya no estaban integradas por
luchadores novatos, sino por veteranos experimentados con más de
veinte años de campañas. La expansión sindical ya no fue la serie
apenas coordinada de rebeliones independientes (en las riberas del
LOS SINDICATOS EN LAS ZONAS PORTUARIAS 233
• <it
Clyde, del Mersey y del Támesis), sino que estaba enmarcada dentro
de la estructura, no muy articulada pero tampoco completamente ine-
ficaz, de una Federación Nacional de Trabajadores del Transporte
fundada en 1910.40 La estrategia y la táctica estaban mucho más de-
sarrolladas que en 1889, porque líderes como Mann y Tillett habían
reflexionado bastante acerca de ellas; se contaba con la experiencia
de los sindicalistas revolucionarios de la Europa continental y de
Norteamérica y, lo que es más importante, el cuadro de líderes com-
bativos había podido reflexionar acerca de ella. Como resultado de
todo esto, no se produjo ningún contraataque nacional y el más grave
de los contraataques locales (el de la ribera del Támesis) sólo tuvo un
éxito parcial.
La diferencia entre la ribera del Támesis y la del Mersey resulta
particularmente instructiva. En ambas el levantamiento comenzó más
o menos de la misma manera. En realidad, en Liverpool fue mucho
.- detrás del mismo, aunque la conducción revolucionaria de Tom Mann
logró cohesionado. En ambas los patronos cedieron, como lo habían
hecho tantas veces en 1889 y como lo estaban haciendo en todo el
país, porque les habían pillado descuidados y francamente habían
perdido su aplomo. 41 Sin embargo, mientras que en Londres no tar-
daron en lamentar sus concesiones y contraatacaron, en Liverpool la
huelga se limitó a reforzar la colaboración entre ambas partes. La
diferencia quizá se explique (dejando de lado todas las diferencias
económicas) por la existencia del nuevo Gobierno del Puerto de Lon-
dres (Port of London Authority ); dirigido inflexiblemente por Lord
• que los patronos de Londres, bajo la dirección de su comandante en
jefe, se empeñaron en provocar una segunda huelga por parte del
sindicato, la crueldad con que aprovecharon la superioridad de sus
fuerzas en una confrontación y la no menor crueldad con que, des-
pués de su triunfo, se empeñaron en reducir a los trabajadores de
los muelles de Londres a una situación de trabajo eventual carente

«The Hull lock-out» en Econ. Journ., 1893, y, en general, J. Saville, «Trade
unions and free labour», en A. Briggs y J. Saville, eds., Essays in labour his-
tory, Londres, 1960.
39. Acerca de las diferencias entre las condiciones de trabajo de Liverpool
y Birkenhead -sobre todo la ausencia de distinción entre marineros (shipmen)
y portuarios (quaymen}-, véase la Encuesta Shaw, p. 12 (344).
40. Acerca de esa estructura, cf. los análisis de (}. D. H. Cole, The world
of labour, y G. D. H. Cole y W. Mellor, The Greater Unionism ambos de
1913. )
41. . Watney y ~ittle, Industrial warfa!~' Londres, 1912, pp. S0-85. George
Dangerf1eld, en su libro Strange death of tzfJeral England, describe la atmósfera
reinante con vívidos traros.
 TRABAJADORES
234
~
de organización sindical. El plan del Comité conjunto para la eli-
minación del sistema de trabajo eventual fue deliberadamente echa- .
do por la borda, las viejas listas de trabajadores «permanentes» y
«de preferencia A» fueron borradas y los esquiroles de la huelga de42
1912 tuvieron preferencia por encima del resto de los trabajadores.
El resentimiento producido por esa huelga no ha desaparecido del
todo. Todavía hoy (1964) los obreros se niegan a trabajar con los
hijos de los esquiroles de 1912. Sin embargo, a pesar de la catastró-
fica disminución del número de afiliados a los sindicatos, Londres no
volvió a caer en un estado de desorganización y el sindicato era ya
tan fuerte que incluso la recaída temporaria de una u otra zona ya
no pudo interrumpir la ascensión general. Por supuesto, la primera
guerra mundial acabó para siempre con las esperanzas de destruir el
sindicalismo portuario .
Por otra parte, la huelga de Mersey condujo directamente al pleno
reconocimiento. Se estableció un comité conjunto de propietarios y 'f
obreros y se desarrolló el Plan Portuario. Los resultados no tarda-
ron en verse. Cuando los trabajadores del puerto de Londres apela-
ron apremiados a una huelga nacional de apoyo en 1912, Liverpool,
temerosa de hacer algo que pudiera perjudicar su posición privilegia-
da, se negó a adherirse (aunque Bristol, el viejo centro del ~indica­
lismo industrial, sí lo hizo). Los sindicatos de Liverpool se situaron
en la extrema derecha del movimiento, porque ya habían logrado es-
tablecer en su puerto un dominio virtualmente absoluto sobre la
contratación y (a todos-los efectos prácticos) habían ganado su bata-
lla sectorial.43
r:-
V las probabilidades de ganar, siempre y cuando la lucha llegase hasta
. Sin embargo, esta intensificación de las diferencias regionales (los
trabajadores portuarios de Escocia llegaron a separarse de los de Li-
verpool y a formar su propio sindicato) fue sólo temporaria. La
42. Maluegue, op. cit., pp. 286-287, quien cita al miembro del sindicato
H. Orbell. . . .
43. Acerca de su oposición a la unificación con otros sllldicatos mientr~s
no se contara con determinadas garantías, véase el informe de la Conferencia
Especial sobre la Unificación , con'.7ocada yor la Federa~ón Nacional de Traba-
jadores del Transporte y el Conse¡o Nacional de Traba¡adores Generales, 1914,
LSE. Colección EB CIV, II, p. 24.
' 11
LOS SINDICATOS EN LAS ZONAS PORTUARIAS 235
tendencia general se orientaba en el sentido contrario. El ímpetu ini-
cial hacia el sindicato o la federación nacional era, por parte de los
obreros, algo casi totalmente estratégico. Puesto que los diferentes
sindicatos se enfrentaban con enemigos especialmente concentrados
(incluida la poderosa Federación de Fletadores, que estaba organi-
zada a nivel nacional), era deseable coordinar sus fuerzas, aunque en
los años de relativa inactividad sindical (entre 1892 y 1910) la cues-
tión resultara de alguna manera académica. Además, la masa de los
trabajadores del transporte estaba organizada de una manera inesta-
ble y no estaba reconocida, y cuanto más débiles eran sus sindicatos
mayor era su deseo de ampliar el alcance de la organización. Cuando,
a mediados de la década de 1890, los trabajadores portuarios y los
barqueros de Londres fracasaron, trataron de fortalecerse formando
una vasta Federación Internacional de Trabajadores del Transporte
para oponer al sindicato nacional de patronos una concentración aún
' mayor de fuerzas obreras (plan éste que no tuvo mucho éxito).44
Tampoco resulta sorprendente que la iniciativa en favor de una Fe-
deración de Trabajadores del Transporte en 1911 surgiera del com-
bativo sindicato de Londres. Pero en un período de combatividad y
de expansión general incluso los sindicatos establecidos {sin renunciar
a sus derechos especiales) podían considerar ventajosa una vincula-
ción más amplia. La industria portuaria estaba constantemente ase-
d.ia~a por el e.spectro de los esquiroles: el peón de labranza no espe-
ciah~ado que mundaba los muelles, los marineros o trabajadores por-
tuar10s sobrantes de la bolsa del trabajo eventual de otras partes y
que los patronos de un puerto en huelga trasladaban para substituir
t al sindicalista en. huelga. Nadie era en realidad inmune a este peli-
gro. En un conflicto real era evidente que los patronos tenían todas
s~s últimas consecuencias; e incluso los sindicatos «de oficio» prote-
gidos optaban (en momentos en que estaban en juego demandas im-
portantes) por evitar la batalla aislada, que suponía una derrota se-
gura. Además, la gran ola de radicalismo que se desarrollaba en la
base tendía a sumergir los intereses locales y a restar importancia al
argumento según el cual un convenio local con los patronos era el
44. Tom Manr~, Me1!1oirs, 1923, pp. 135 ss.; Tom Mann, The position of
the dockers an~ s,azlors m 1897, Clar1on, 1897; acerca de las repercusiones in-
ternas, cf. C. Gilles de Pélichy, op. cit.
'
236 TRABAJADORES
ideal a que debía tender el sindicato . Además,_to~~s los puertos :s-
taban unidos por los marineros, cuya orgamzac1on era necesaria-
mente nacional y cuyas agitaciones fueron las que desencadenaron el
movimiento reivindicativo tanto en 1889 como en 1911.45 Las agi-
taciones saltaban de puerto a puerto, con más facilidad de lo que
hubieran hecho por las carreteras. Pocos meses después del estallido
de 1889 el sindicato de Clyde-Liverpool se había establecido desde
Limerick hasta los puertos de Fife.46 Por grandes que fueran las dife-
rencias locales, por limitadas que fueran las negociaciones locales,
por poca importancia que, digamos, tuviesen las exigencias de los
portuarios del Tyne para los de Plymouth o Sligo, no era nada difí-
cil que se unieran en un movimiento general. En realidad, en 1889
habían formado dos amplios movimientos : uno con base en el Táme-
sis en el sur y en el este, y el otro con base en el Clyde y en el
Mersey, que también abarcaba el resto de Escocia y el mar de Ir-
landa.47 La expansión de 1911 produjo la unión de ambos moví- 'f.
mientas, aunque sin mayor cohesión. · salario a nivel nacional. 48 Sólo podemos conjeturar hasta dónde ha-
Por otra parte, un sindicato auténticamente nacional sólo podía
establecerse una vez que las demandas efectivas de los trabajadores
portuarios pudiesen reducirse a un denominador común. Pero esto no
era algo fácil, salvo en el sentido genérico de que, en determinado
momento, era probable que todos sintiesen la necesidad de un aumen-
to de salarios; o bien por el hecho más preciso de que los progre-
sos de la actividad fletadora producirían un cierto grado de unifor-
mación interportuaria y de paso harían que las alianzas temporarias
con los marineros no sólo fuesen posibles sino también deseables.
Así el estallido de 1889 no sólo afectó a Gran Bretaña: también se
produjeron huelgas portuarias en Hamburgo (1888), en Bremerha-
45. Board of Trade, Labour Dept., Report on strikes in 1889, pp. 4-5
(C 6.176). bº'
46. National Union of Dock Labourers, Annual report 1890-1891; tam ien
Sexton, op. cit.
47 A partir de 1889 el sindicato de Londres abarcó toda la costa sur, toda
la cos~a este hasta el H~ber, con sucursales (colonies) en Middlesbrough y
Dundee, y compartió el sur d: Gales ~on un sindicato regional: el ,Sín~cato
Nacional de Trabajadores Urudos (Nauonal Aroalgaroated Labourers Uruon).
El sindicato de Liverpool abarcó el resto de las islas británicas. Los dos esta-
ban separados por Gales (no organizado) y la costa nordeste, donde, junto con
otros grupos locales y de o:ficio, la sección regional del Sindicato Nacional de
Trabajadores Unidos controló las plazas. También existían grupos · locales ~e
trabajadores especiales. Este cuadro se complicó de alguna manera por el flu10
de movimiento entre esa fecha y 1911.
•
LOS SINDI CATOS EN LAS ZONAS PORTUARIAS
ven (1888), en Rotterdam ( 1889) y sin duda también en otros sitios.
237
l
1
1
1
1
Por otra parte no había ninguna reivindicación aceptable para todos
--como la de la jornada de ocho horas-, capaz de unir a los dife-
rentes puertos. Dado el carácter eventual del trabajo y las amplias
variaciones de las tarifas salariales (ver apéndice 2), ni siquiera la
exigencia de un salario mínimo era fácil de uniformar.
Sin embargo, la coordinación operada por los patronos (acerca de
la cual Bevin llamó la atención en la Encuesta Shaw ), ya sugería la
necesidad de que la parte obrera produjese una coordinación también
nacional. Los armadores, que eran los más monolíticos tanto para
atacar como para retirarse, decidieron establecer una uniformación
nacional de los salarios después de las huelgas de 1911, lo cual supuso
el reconocimiento del sindicato de los marineros y su rápida trans-
formación en un sindicato virtualmente controlado por los patronos
(company union); en 1913 ya se produjo un aumento nacional de los
p salarios de los marineros y en 1917 una efectiva uniformación del
bría avanzado el movimiento en los muelles de no ser por la guerra.
En todo caso, la guerra lo aceleró, porque las alzas del coste de la
vida (junto con la amenaza de nuevo paro después de la guerra) obli-
garon a los portuarios de todas partes a enfrentarse con casi los mis-
mos problemas casi al mismo tiempo, y la radicalización del movi-
miento obrero produjo su unificación. Una vez más el sindicato de
Londres tomó la iniciativa .de un movimiento nacional por un jornal
mínimo de 16 chelines y por un sistema nacional de eliminación del
trabajo eventual (que no se cumplió, porque en 1939 las tres cuartas
partes de los trabajadores portuarios seguían siendo eventuales). La
Encuesta Shaw de 1920, que investigó esta reivindicación, destaca
por dos razones. Constituyó la base para un convenio nacional de
todo el ramo; y el éxito de la campaña, hábilmente dirigida po.r Ernest
~:vin, c?nvenció a lo.s sindicatos separados del valor de una negocia-
c1on nac10nal. A partir de entonces, el sindicato nacional se apoyaría
sobre unas bases más sólidas que la mera solidaridad de clase o las
reivind_icaciones intermitentes de las grandes batallas huelguísticas.
Poco tiempo después se constituyó el Sindicato de Trabajadores Ge-
nerales y del Transporte.
48. B. Moggridge, «Militancy and ínter-union rivalries in British shippíng
et '1 1911-1929»,
Int. Rev. of Social History 6, 1961, pp. 375-412.

TRABAJADORES
238
¿Qué luz arroja esta encuesta acerca del sindicalismo de las zonas
R'
portuarias antes de la creación del Sindicato de Trabajadores Gene-
rales y deÍ Transporte, sobre las preguntas que planteamos al prin-
cipio? Sugiere que para responderlas hay que tener en cuenta la lógi-
ca de la posición de los trabajadores portuarios, pero que también
hay que tener en cuenta los cambios históricos que alteraron el con-
texto de la negociación colectiva en los puertos.
Tres razones explican el hecho de que las zonas portuarias se
hubieran organizado relativamente tarde. En primer lugar (aunque
en los · principales puertos británicos quizás esto no incidió demasia-
do), porque en los puertos antiguos es probable que hubieran exis-
tido formas tradicionales de organización empresarial y obrera del
tipo de las guildas o corporaciones, que, aunque estuviesen en deca-
dencia, podían obstaculizar el desarrollo del sindicalismo, y que, por
otra parte, muy pocas veces eran capaces de adaptarse a las funciones
de ese sindicalismo.49 En segundo lugar, por la naturaleza de la mano f'
de obra de la que procedía la mayoría de los portuarios y la elevada
proporción de trabajadores no calificados y débiles desde el punto de
vista de la organización que había a su alrededor. Pero en tercer
lugar, y fundamentalmente, porque, dadas las condiciones y de acuer-
do con los supuestos de mediados del siglo XIX, no era fácil movili-
zar la fuerza potencial de los trabajadores de _las zonas portuarias.
El sindicalismo de oficios sólo era aplicable a unos pocos secto-
res de la industria, que -a diferencia de los picadores en la indus-
tria del carbón o (en Gran Bretaña) los hilanderos en la del algo-
dón- no afectaban automáticamente al resto ni tan sólo eran capa-
ces de arrastrarlo. Los patronos necesitaban muchas más pruebas de ~
la capacidad de organización permanente de quienes ellos y mu chos
otros consideraban como una fuerza heterogénea de obreros no ·cali-
ficados, que las que podrían haber necesitado, por ejemplo, en el
caso de los carpinteros navales o en el de los caldereros. Esto explica
la peculiar historia de las zonas portuarias, donde fue necesario librar
49. Acerca de esas primeras organizaciones, cf. Walter· M. Stern, The
porters of London, Londres, 1960; pero ya H. Llewellyn Smith, «Chapt:rs in
the history of London wat~rside labour» (E con. Journal, .II, p .. 605), sen~laba
que la irrupción de traba¡adores procedentes de otras mdustnas mundo las
viejas organizaciones de la orilla norte del Támesis, que era el sector más impor-
tante del puerto. Para unas descripciones de esas viejas organizaciones, véase
L. B. C. Gilles de Pélichy, L'organisation du travail dans les ports flamands,
Lovaina-Bruselas-París, 1899.
LOS SINDICATOS EN LAS ZONAS PORTUARIAS 239
t gigantescas batallas antes de obtener el reconocimiento. Al mismo
tiempo, los patronos tenían que alcanzar un grado de concentración
1~
que le~ p~rmitiera ver el problema de la industria como un proble-
ma unttano y no meramente como el de cada empresario individual t
o el de cada sector independiente; o bien grupos de grandes patro- !
1
nos, .con perspectiv.as más amplias, tenían que imponerse de manera
ef:ctiva a la multitud de pequeños patronos cuya perspectiva era
ma~ estrecha. En los puertos, es más probable que este impulso pro-
cediera de los armadores que de los empresarios de los muelles, por
r~z~nes ~ue hacen a la historia económica del transporte naval bri-
ta.ntco. Sm embargo, mientras los grandes fletadores como Holts de
Liverpool podían advertir con perspicacia los inconvenientes de la
anarquía en. los m~elles (_que podía mitigarse con una regularización
de las relac10nes mdustnales), la hostilidad de los fletadores hacia
l~, organización d~ los marineros_ (estrechamente unida a la organiza-
t c10n de los trabaJa~o~es yortuanos) les convirtió al principio en una
p~derosa fuerza antmndical, que retardó el reconocimiento de los sin-
dicatos en los puertos.50
P,or. último, qui~ás hubiera sido necesaria una nueva perspectiva
ec?nomica del gobierno que allanara el camino hacia el reconoci-
ffilento. La conciencia de los posibles peligros para toda la economía
que s~ponía cualquier gran huelga, y .en particular las grandes per-
turbaciones en e~ transporte, o de los riesgos políticos que suponían
los grandes conflictos laborales, fue la razón de la tendencia crecien-
te del gobierno a mediar en los conflictos laborales y eventualmente
a ~egular las relaciones industriales, tendencia que se manifestó por
.· primera vez con la intervención de Rosebery en la guerra del carbón
't de 1893.
~ifícilmente cabía esperar que esta triple reorientación de los
traba1adores,. ~os patronos y el gobierno se produjera antes de la
Gran Depresion de 1873-1896. Pero la depresión creó el sentimien-
to de que el conjunto de la economía británica era por primera vez
vulnerable, porque <<nuestra posición de principal nación manufactu-
rera del mundo ya no es tan indiscutida como antes». 51 Antes de ese
50. q. L. H. Powell, History of the shipping federation Londres 1950
Y J. Sa':'ille, «Trad~ unions and free labour», en A. Briggs y' J. Sa m' d '
Essays zn labour htstory, Londres, 1960. v e, e s.,
,
~-
4-, '
51. Reports of the R. C. on the Depression of Trade and Industry 1887
p. 55 c. 4893. , '
 /'

TRABAJADORES LOS SINDICATOS EN LAS ZONAS PORTUARIAS 241

240
"l .,,f .
período, incluso. los apologistas de clase ~edia, ansiosos por de~c~­ concentraciones más destacadas eran aquellas en que los patronos
brir razones contra las huelgas, apenas podian afirmar que estas ulti- se unían para derrotar a los trabajadores, como la Federación de Fle-
mas producirían un daño a la economía en una fecha ind~terminada tadores y la Federación de Patronos de la Industria Mecánica de la
aunque remota.s Sin embargo, a partir de 1889 se .es~u~ho cada vez
2 década de 1890. El proceso, tanto en las relaciones industriales como
más el argumento de que tales, conflictos er~~ «per1ud1ciales . · · para en política, consistía en lo que los estrategas nucleares denominan
la capacidad productiva del pais». Y -qu1zas como resultado de-~ª
53 «escalada»: cada golpe por una parte generaba una mayor concentra-
experiencia de este tipo de grandes huelgas- eso fue lo que se di1054 ción de fuerzas por la otra parte. La década de 1890 ya es la época
sobre la fuerza disociadora de las huelgas nacionales del tra~sporte. de los grandes conflictos laborales a nivel nacional, como los lock-
El período de la Gran Depresi~n también c:eó ese sentido de la outs en los puertos (en que una asociación nacional de patronos deoi-
concentración industrial que mostro a los traba1adores que la fuerza de deliberadamente cerrar los puestos de trabajo para dar una ba-
con que se enfrentaban en la guerra industrial no era tanto el «patro- talla estratégica), el conflicto del carbón de 1893 en toda el área
no» individual o bien asociado en grupos pequeños o locales, co~o federada y el lock-out nacional de la industria mecánica.
el conjunto de la «industria». Y este sentimiento de que el capital Por último, el período de la Gran Depresión produjo un movi-
se estaba extendiendo más allá de los límites estrechos de la empresa miento socialista nacional e internacional, del que procedieron ine-
0
del ramo fue el principal argumento esgrimid~ p~r l~ parte ~brera vitablemente muchos de los más inteligentes y dinámicos líderes de
para justificar las nuevas tácticas, cor:i? las del srn.d1calismo de mdus- -r rlos nuevos sindicatos. Aunq·.ie en realidad este movimiento (salvo
tria.55 El hecho de que la concentrac10n se produ1era de una ~anera · quizás en ciertos grupos de su ala anarquista) no estaba particular-
mucho más lenta e indirecta en Gran Bretaña que en Alemarua o en mente interesado por la estrategia y la táctica de las operaciones sin-
los Estados Unidos no importa tanto como el hecho d_e, que, por lo dicales como tales -las consideraba como un aspecto necesario pero
que podían observar los trabajadores, esa concentrac1on, se estaba subordinado del movimiento general-, proporcionó un cuerpo sis-
produciendo de una manera más manifiesta que antes . Mas aun: las temático de pensamiento estratégico y táctico acerca de las luchas
obreras; cuerpo que los líderes de los trabajadores -quienes ya no
utilizaban, o no podían seguir utilizando la táctica tradicional del
52. Leone Levi, W ork and pa~, Londres, 1877' p. 94: «En realidad'. he . . di al b
demostrado en mi conferencia anterior que al menos hasta 1873 el comercio Y antiguo sm ·c ismo- esta an necesitando muchísimo. Esta urgente
la industria de Inglaterra no habían sido dañados por las ?umerosas tertur- necesidad en los líderes sindicales de una teoría de la guerra indus-
baciones que se produjeron (al menos en algún aspecto .maten~l) Y .q~~ ª coro- trial se refleja en casos como el de Ben Tillett, cuyas primeras ideas
tencia extranjera todavía no se había impuesto a la m~ustna b~1tamca. ~ero
k que todavía no ha ocurrido bien puede llegar .ª ocurm. E'.l peligro Lub:te, f ")-estratégicas procedían de una conferencia sobre Napoleón dictada en
aunque quizá no sea inminente». Incluso L. L. Pnce~ In.dustrial peace, on es, el East End por un futuro arzobispo de Canterbury, y como el de
1887, quien analiza específicamente_l~s. huelgas,ei; termmos de guerra, n~ con- Arthur Horner, quien más tarde, en la cárcel, leyó a Clausewitz. En
sidera en absoluto los posibles per1u1c1os econom1cos cau.sados por laHs llllPshmelas. lid d 1
. Preámbulo de un acta de con~iliación . de 1890, citado en E. . ps rea a , esa teoría a encontraron en el socialismo y por esa razón
53 Tbe growth of British industrial relations, Londre~, 195~, p. 1 ~ 8 · Pdra
Brown, tanto el grupo de los nuevos líderes sindicales como el nuevo pensa-
una formulación más conocida y más extrema hecha treinta anos mas ~ar e? d 1 . ., 1 l' . d al
cf. Lord Askwith, Industrial problems and dzsp~tes' Londres 1~~0, p. 67. «St
. t
mten o acerca e a orgaruzac1on y a po lt1ca sin ic es se desarro
esa lucha se produjera .. . arruinaría las perspecuvas de producaon, de las que liaron a partir de él o bien se adhirieron prontamente a él.
depende el futuro». , · Esta triple reorientación también explica la tendencia de las zonas
54. J. Shield Nicholson, Strikes and social problems, Londres, 1896 ' pagi- portuarias a desarrollar unos sindicatos globales industriales y Qene-
na 135. T Mann Tbe industrial syndicalist,
. . l, 1910. Resulta muy s1g · nificauvo
· 1 pero sobre to do nacionales, a pesar de su tendencia inherente
raes ~
55
que E.mes~ Bevin' argumente en la Encuesta Sh.ªf!l' P· 21 (~ 23 ), en favor de una hacia la autosuficiencia local y sectorial. Por parte de los patronos
única reivindicación nacional porque «las condiciones ~e vida se ha? vuelto t i podem_os afumar casi con toda seguridad que fue la Federac1ºo'n de
uniformes por la operación de los grandes monopolios y consorcios Y por a
distribución de comida» (el subrayado es mío, E. J. H.). tt 'Fletadores la que impuso una perspectiva nacional (aunque sólo fuese
, •, , 16. - HOBSBAWM
242 TRABAJADORES
en la· lucha contra la ruptura de huelgas organizada a nivel nacio-
nal) a unos sindicatos que en otras circunstancias quizá no la habrían
alcanzado. Por parte de los obreros podemos afirmar casi con toda
seguridad que los socialistas dirigían a los portuarios de Londres,
el grupo más dinámico de las zonas portuarias, que con el tiempo
se convirtió en el núcleo del Sindicato de Trabajadores Generales y
del Transporte, y desde el principio superó las limitaciones de orga-
nización locales y sectoriales o, en el caso del sindicato «irlandés»
de Liverpool, nacionales. Si las circunstancias hubieran permitido que
los sindicatos permanentes de trabajadores portuarios surgieran vein-
te años antes, casi con toda seguridad hubiesen constituido una es-
pecie de conjunto, o quizás a la larga una federación no muy rígida,
de puertos y de zonas marítimas independientes. Pero surgieron en
la época del resurgimiento del socialismo y resulta significativo que
pocos años después del nacimiento de los sindicatos británicos, éstos
constituyeran -por iniciativa de los portuarios izquierdistas de Lon-"f t nacio?al de lo~ trabajadores del transporte nunca tuvieron más que
dres- una Federación Internacional de Trabajadores de los Barcos,
Muelles y Ríos, a efectos de sindicalizar activamente no sólo todos
los puertos británicos, sino también todos los extranjeros: empresa
típicamente socialista.56 Por parte del gobierno, las bases para la
formulación de unas soluciones nacionales surgieron evidentemente
de la conciencia creciente de que «el problema de los muelles» cons-
tituía un problema social de alcance nacional (uno de los muchos
problemas respecto de los cuales el gobierno estaba aceptando por
entonces algún tipo de responsabilidad). Como ha señalado Beverid-
ge, se trataba del «principal ejemplo» de empleo eventual, y el
empleo eventual era uno de los principales componentes del proble- ~
ma del paro, que a su vez era una de las principales razones por las
que, a partir de la década de 1880, el gobierno sintió la obligación de
emprender la elaboración de una legislación sistemática para el bienes-
tar, legislación que, con el tiempo, condujo al establecimiento de la
seguridad social moderna.
Evidentemente, no era inevitable que el sindicato nacional sur-
giera como una asociación general y no industrial; pero, dada la
estructura del sindicalismo británico y los límites fluidos de esta in-
dustria, era bastante probable que así ocurriera. De hecho, el sindi-
56. No sólo los marineros, sino también (lo que resulta más significativo)
el sindicato de Liverpool se pusieron bajo la conducción de Londres.
LOS SINDICATOS EN LAS ZONAS PORTUARIAS 243
~ calismo de las zonas portuarias se convirtió en un sindicalismo de
lt
industri~, aunq~e vin:ulado a un cuerpo general. Pero no hay que
confundir la «mdustna» tal como efectivamente operaba desde el
punto de vista de las relaciones laborales, con las industrias ideales
construidas por los estrategas del movimiento obrero y del gobierno
o por los economistas. Estos últimos pensaban desde el punto de·
vista. del «transpo.rte» o, a lo sumo, en el del transporte por agua.
La vida, en camb10, operaba desde el punto de vista de los «puer-
tos». Tanto el transporte por mar como el transporte por tierra lle-
gaban al puerto, pero la mayoría de sus problemas relativos a las
relaciones laborales no se planteaban allí y sus condiciones de funcio-
namiento eran distintas de las que allí se daban. Por esta razón
alianzas estratégicas tan naturales como las que se plantearon entr~
trabajado:es port~arios y marineros, nunca duraron mucho tiempo,
y los suenos ocasionales de una solidaridad nacional o incluso inter-
una importa!1cia momentánea. Es cierto que las zonas portuarias
tenían una vinculación más estrecha y más permanente con el trans-
porte de carretera que con los ferrocarriles o con los marineros. Por
razones históricas, el sindicato británico se había desarrollado como
una organización conjunta de esos dos grupos interconectados más
un conjunto variado de otros grupos, aunque quizá lo hubiese 'podi-
do hace.r d~ otra ma?era. Lo esencial es que, hasta ahora, una huelga
portuaria. ~igue basandose ~undamentalmente sobre la capacidad de
perturbacion de la economia por parte de los trabajadores de los
muelles y de los que operan entre los muelles y los barcos o entre
t barco Y barco, y no sobre la de los que llegan y salen por las entra-
das de los puertos.
~ 1
' '
I
 .1 RECONSIDERACIÓN DE LOS FABIANOS 245
~ 1.:.,
" no, nueve ministros de gabinete fabianos y una clara mayoría de
fabianos entre los 394 miembros del Parlamento laborista. El doc-
tor Alan Macbriar, el más detallista de los historiadores fabianos,
enumera no menos de cinco tesis escritas por estudiosos de tres con-
tinentes a partir de 1942 acerca de la Sociedad, y un puñado de
artículos que van desde el ]ournal of the History of Ideas hasta el
]ournal of Economic History. Puesto que su lista se publicó en 1962,
no es exhaustiva. Tarde o temprano, todos esos estudiosos pueden
11. RECONSIDERAClóN DE LOS FABIANOS llegar a descubrir durante el desarrollo de su trabajo (como le ocu-
rrió al autor del presente, que es uno de ellos) que estaban perdien-
do el tiempo, salvo, por supuesto, en la medida en que eso les sirva
I para obtener sus diplomas de doctores. Las pretensiones fabianas son
en gran parte mitológicas y las investigaciones acerca de esa Socie-
Los fabianos siempre han sido fuertes en cuanto a las relaciones dad, por consiguiente, han aceptado automáticamente, por lo general,
públicas. Puesto que 5e trataba de una sociedad fundamentalmente esta imagen de su expansión sistemática.
integrada por intelectuales, nunca han necesitado que otros _les anun- "!:'! · ; Los fabianos no han sido los inspiradores y los precursores del
ciaran con bombos y platillos, porque en el momento culminante de Partido Laborista. En contra de los otros grupos socialistas y obre-
su influencia inicial (en 1892) alrededor del 1O por ciento de sus ros surgidos en la década de 1880, se opusieron en realidad repetidas
miembros masculinos eran periodistas y escritores, como por ejemplo veces a la fundación de un partido obrero independiente; y cuando
Bernard Shaw. Por esta misma razón han atraído el interés de edito- no lo hicieron, «parece cierto que el Partido Laborista Independien-
rialistas e historiadores. Quienes pueden anunciarse con bombos Y te y el Partido Laborista hubiesen surgido sin su ayuda, que fue ma-
platillos no sólo suenan más alto que quie?es no pueden, ~acerlo, s~no yormente equívoca y no muy útil» (Macbriar). No hay peligro en ir
que automáticamente proporcionan matenal para los cnt1~os mus~ca­ más lejos y afirmar que su contribución a la formación del Partido
les; quienes por profesión suscitan y provocan comentarios escritos Laborista Independiente fue (como ha mostrado recientemente el
o impresos, son una bendición para las personas que tienen que apo- doctor Siegfried Bünger en su estudio sobre Engels y el movimiento
yarse en documentos para escribir notas al pie de página. Más aún: obrero británico) 1 claramente menor que la del pequeño grupo de
el sonido de la música fabiana resulta particularmente tentador. Esta •t" . ~ngels, y que su contribución a la creació~ del . Part~do Laborista fue
sociedad ha pretendido que su influencia sobre la vida pública bri- · incomparablemente menor que la del Partido Laborista Independien-
tánica fue extraordinaria, en especial entre su fundación y finales de te (ILP) y notablemente menor que la de la Federación Socialdemó-
la primera guerra mundial, y muchas personas han aceptado tal pre- crata marxista. Sabemos que hasta 1914 (fecha en que Sidney Webb
tensión. Los fabianos han pretendido que fueron ellos quienes aca- se incorporó al ejecutivo del Partido Laborista) los fabianos ni siquie-
baron con la influencia del marxismo en Gran Bretaña; quienes ins- ra se tomaron muy en serio a la nueva organización; y a partir de esa
piraron al Partido Laborista; quienes anunciaron y de hecho echaron fecha sólo lo hicieron porque no tenían otra opción, dado el fracaso
las bases del Estado benefactor; o, más humildemente, de la refor- de sus otros proyectos políticos.
ma municipal y del London County Council. Alan Macbriar desmiente con igual derecho la principal preten-
Estas pretensiones, y la relativa facilidad para investigar acerca sión de los fabianos (según la cual, éstos habrían «roto el hechizo del
de ellas, han atraído a una gran cantidad de historiadores, sobre todo
durante el período del gobíerno laborista de 1945, cuya inspiración l. Friedrich Engels und die britisc.~: sozialistische Bewegung 1881-1895,
directa era al parecer fabiana y que incluía un primer ministro fabia-'" •¡Berlín-Este, 1962 .

. '
"·

TRABAJADORES
246
marxismo» en G . ran Bretana ., es extravagante, por- r
- ) : «Esa pretension
que el marxismo no lanzó ningún hechizo sobre Inglaterra». Tam-
bién podríamos añadir que no hay pruebas de que las críticas especí-
ficas de los fabianos contra el marxismo hayan sido particularmente
eficaces, ni siquiera en los círculos a los que tenían acceso. Su alter-
nativa privada frente a la economía marxista (incluido el marginalis-
roo neoclásico tal como lo propuso Shaw en sus Fabian essays) difí.
cilmente dejó huella alguna en el resto de los británicos no marxistas
o socialistas reformistas .
Sus pretensiones de haber echado las bases del Estado benefac-
tor son levemente más plausibles, porque los fabianos ejercieron se-
guramente su influencia más directa como redactores de material de
propaganda para el movimiento obrero y de varias proposiciones con-
cretas de reforma. Además, a partir de comienzos de la década de
1890 S. y B. Webb estaban en contacto con una cantidad de respon-
sables de decisiones presentes o futuros de los altos círculos del go- "'
bierno, de la oposición y de la administración pública. Sin embargo, -
de hecho, las propuestas específicas de reforma social planteadas por
los fabianos muy pocas veces fueron adoptadas, y en esos casos
«nunca reprodujeron en detalle los planes fabianos, cuando éstos
habían sido expuestos en sus opúsculos» (Macbriar ). Indudablemente,
esto podría discutirse, pero la discusión siempre sería marginal. Las
pretensiones de otros hombres y de otros grupos de haber sido los
precursores de las reformas específicas del período de 1906-1914 (que
a veces, como en el caso del Seguro Nacional, fueron llevadas a cabo
de una manera francamente antifabiana) y de las doctrinas sobre las
que se basaría el futuro Estado benefactor, son mucho más sólidas. ~
El difunto Lord Beveridge nunca fue fabiano y ni siquiera se adhirió ·
a ninguna clase de socialismo (a pesar de haber estado en contacto con
S. y B. Webb). Las teorías económicas de los marshallianos de Cam-
bridge y de J. A. Hobson, quien estaba estrechamente unido al grupo
muy eficaz de los liberales de izquierdas (que se hicieron famosos
en 1906), son mucho más fuertes que las de los fabianos.
Incluso su humilde pretensión de haber sido reformadores mu-
nicipales, sobre todo en Londres, puede ser seriamente rebajada. Las
recientes investigaciones de P. Thompson, de Oxford, han tendido a
reducirla a dimensiones notablemente más pequeñas que las que les
habían atribuido los historiadores anteriores (entre ellos Macbriar y
el autor de este libro).
~ :J
RECONSIDERACIÓN DE LOS FABIANOS 247
1 El fracaso de lo~ fabianos en las cuestiones importantes resulta
compensado hasta cierto punto por su infatigable actividad, su ta-
l:nto para redactar panf}~tos y proyectos administrativos, su amplio
circulo
., de contactos políticos y, por encima de todo , p or 1a abnega-
c10.n con que estaban dispuestos a ayudar a toda persona 0 grupo a
quien c~eyeran capaz de ayudar al progreso de su causa. Sin embargo
en realidad, ese fr~caso es aún mayor de lo que podría sugerir ~
mero desmantelamiento, . del mito fabiano , y deri·va del carac' t er no-
ta
t blemente
líf bat1p1co
· , · delibesa sociedad. No estaban situado s en 1a cornen- ·
e po 1ca ntamca ~ra1 ni en la de la clase obrera (en la medida
en que se trataba de orientaciones divergentes). Ciertamente n
d E l"d , o eran
cons.e~va ores. n rea 1 ad, no tenían ningún puesto dentro d 1
1
t ~ad1c1ón p?lítica
1 erea~
británica y, a pesar de que se jactaban de su
1smo po 1ttco, tampoco reconocían este hecho.
Tanto su i~eol?gía como su política tenían muy poco que ver con
-, el resto ?e la 1zqmerda. Por ejemplo: los marxistas (ya se tratara de
los se~mdores d.e la Federación Socialdemócrata de Hyndman 0 del
pequeno, y relativamente i?significante, grupo de Engels) estaban más
c~r~a que ellos de .1,a corr~ente principal del movimiento obrero bri-
~amco. L~ Federac1on Socialdemócrata estuvo a favor de un partido
mdep.end1ente de l,a clase ob~~ra, sus miembros (a pesar de la actitud
asuffilda. P?r su hder) partlClparon activamente en la organización
del mov1ffilento. obrero durante ., el período 1889-1892 , di eron a1gu-
nos pasos h acia 1a fundac10n del Partido Laborista (aunq e ,
t ar d e se a1e¡·aron d e1 ffilsmo
· u mas
), se opusieron a la guerra de Sudáfric
a pesar, del i~p~rialis~o y del apoyo a la primera guerra mun~~
ít d.e ~':- hder, sigu1~ron siendo mayoritariamente antiímperialistas y an-
t1behcos. Los
1 f · , fabianos
d fueron
.d elb único grupo socialista que se opuso
a ~ ?rmacion e un partl o o rero independiente, apoyaron el im-
perialismo,
. dse 1negaron· a· oponerse a la guerra de los bo'ers , se desen-
ten d1eron e as tradicionales preocupaciones internaci·onale ·
b 'li d 1 · · , s y anti- .
e cas e. .ª iz~;-uerda, y sus lideres no tuvieron prácticamente nin-
guna part1cipac1on en los resurgimientos del sindicalismo de 1889 0
1911. En un mo~ento en que todo el movimiento obrero se unió
para
. di r masivamente al juicio de T aff Vale ' esos 1)1·st ona
d 1 oponerse · dores
e sm ca ismo apoyaron una solución de compromiso y Sidne
Webb fu~ formalmente declarado inaceptable como representante l
lo~ t.r~ba¡adores en la Comisión Real de conciliación de 1903 b ~
cateada por los sindicatos. Es difícil encontrar una ho¡·a d e servic10s ' · ?i-
248 TRABAJADORES

1
RE CONSIDERACIÓN DE LOS F ABIANOS 249
más discordante con la línea del movimiento obrero y socialista del~ r~, perialismo y sus ant1c1paciones de la doctrina de Keynes, les hizo ~,,
1
período que va desde 1889 hasta 1914. rechazar el análisis económico reformista dotado de más fuerza inte-
Tampoco armonizaban con los liberales, aunque lo más cercano lectual. Resulta significativo que al fundar la London School of Eco-
a una política fabiana consistente que podamos encontrar durante ese nomics, S. y B. Webb prefirieran la ortodoxia de Cannan a la eco-
período sea una «infiltración» en el Partido Liberal. No se trataba nomía izquierdista de Hobson (a quien ni siquiera ofrecieron un
sólo del hecho de que se les escapara por completo la esencia de la puesto).
i1
política de parúdos, en virtud de la cual los liberales (como recono- Pero al mismo tiempo los fabianos, o más bien el puñado de \
1:
1
ció Engels) sólo hubiesen hecho concesiones a los trabajadores ante
la amenaza de una pérdida de votos obreros y no porque hubiese al-
líderes que impusieron su política a una sociedad integrada por la
habitual gradación y variedad de opiniones de izquierdas, eran in-
,,!.
1

guna manera de convencerlos de que se hicieran socialistas sin darse cuestionablemente socialistas, aunque bastante sui generis. Se convir-
cuenta. No se trataba sólo de la sorprendente falta de sentido político tieron en los santos patronos del reformismo y nadie como ellos cargó !·
11
que llevó a S. y B. Webb a ligar su suerte con los imperialistas libe- con esa culpa, a pesar de que difícilmente hubiesen profetizado que ¡;:
rales y a soslayar o subestimar a los hombres que realmente habrían llegaría el día en que tales ideas, que en la época de su juventud re- lli

de contar con el resurgimiento liberal (Campbell-Bannerman o Lloyd I·

presentaban la extrema derecha del movimiento socialista serían ta-
George), como también subestimaron a Keir Hardie. Sino que prác- chadas de excesivo radicalismo. Por supuesto, no eran radicales. ' Lo
ticamente tampoco vieron la tendencia liberal de izquierdas, que real- ~ ) único que ocurre es que el ala derecha del Partido Laborista está hoy
mente introdujo en el Partido Liberal un elemento de reforma social - tan a la derecha que incluso el fabianismo de la década de 1890 pa-
y de ideología ajena al laissez-faire. Y esto ocurrió porque, de hecho, rece peligrosamente subversivo comparado con ella.2 Sin embargo,
los fabianos no eran en ningún sentido liberales, ni siquiera en el resulta significativo que tanto Shaw como S. y B. Webb terminaran
sentido amplio y genérico en que casi todos los ingleses de izquierda su trayectoria como defensores entusiastas del comunismo soviético. 1
eran al menos retoños ilegítimos de la tradición radical liberal. «Sus corazones», escribe acerca de S. y B. Webb a partir de 1933, 1

Su falta de contacto con el movimiento obrero les aisló de los el último historiador oficial de la Sociedad Fabiana, «estaban en Rusia 'i
trabajadores; su falta de contacto (y en realidad su hostilidad) con 3
y sólo en Rusia». Algunos moderados, incómodos y ansiosos por
la tradición liberal radical les aisló de la masa de los intelectuales bri- proclamar su inspiración más fabiana que marxista, han preferido
'1
1

tánicos de izquierdas. Ninguno de estos aislamientos era en abso- imputar esto a la decadencia senil; pero ningún estudioso prolijo del
luto inevitable. Hubo un momento (entre 1890 y 1892) en que, a pensamiento inicial tanto de Shaw como de S. y B. Webb encontrará
falta de cualquier otro núcleo nacional, los socialistas de la clase obre- inconsistencia alguna entre ese pensamiento inicial y las :fidelidades-
ra y los militantes obreros se hubiesen agrupado alrededor del estan- ,! 7 de unos y otro de la última época. Siempre creyeron en una recons-
darte fabiano; pero la Sociedad no se sintió feliz con ellos y a partir trucción completa de la sociedad. Nunca se comprometieron con el
de 1893 autorizó a sus ramas provinciales a adherirse al nuevo Par- aparato político británico de su juventud. No sólo no eran liberales ,.
tido Laborista Independiente. En ese mismo período, su combinación sino que, segúri las definiciones de su época, eran antiliberales y e~ Jo
!1
de ideas socialistas con vinculaciones liberales atrajo a un cierto tipo realidad se les atacó por ser tales de manera permanente a partir por
de intelectuales de izquierdas, con una actitud crítica ante la socie- lo menos de los inicios del siglo xx. Fue su razón y no su corazón
dad, que no estaban dispuestos a abandonar lo que consideraban la quien les llevó hacia la derecha y cuando, como resultado de la
herencia radical democrática y jacobina del liberalismo: W. H. Mas- guerra y de la crisis, ésta les llevó hacia la izquierda y persuadió
singham, J. A. Hobson (quien en cierto momento estuvo muy cerca
de los fabianos). Su antiliberalismo hizo que se echaran hacia atrás;
2. B. C. Roberts, The Trades Union Congress 1868-1921 Londres 1958 1·
así como su incapacidad para percibir, por ejemplo, los análisis eco- pp. 360-364. ' ' ' "
1
nómicos e históricos que hiciera Hobson del industrialismo y del im- 3. M. I. Cole, The story of the Fabian Socialism, Londres, 1961, p. 252.
( j
'
250 TRABAJADORES
a Beatrice Webb de que Marx tenía razón y de que los fabianos es-
taban .equivocados,4 no sintieron el menor reparo en seguirla. Pero
otra vez su carácter atípico volvió a frustrar sus proyectos. Se
convirtieron porque consideraban que «la evolución grad~al. era
inevitable», no porque estuvieran convencidos de que el sociah~mo
fuese necesario. O más bien: sólo se impusieron, como una consigna
publicitaria, dos o tres frases vagamente asociadas con el. fabianisn;io,
no las ideas fabianas. Pocas ideas expuestas por escritores senos
sobre temas sociales han sido soslayadas de una manera más cons-
tante que las de S. y B. Webb. Sus obras son valoradas como monu-
mentos de erudición, pero las conclusiones que extrajeron d~ sus
investigaciones (o en función de las cuales las emprendieron) siguen
siendo prácticamente desconocidas. 5 • único grupo socialista británico que apelaba específicamente a los
¿Cómo se explican estas excentricidades en el pensam1ent? y. :n
la práctica de los fabianos? Creo que hay que buscar la explicac10n
en dos direcciones: a través de la investigación de la situación in- (-
telectual de Gran Bretaña en la década de 1880 y a través de la
investigación de la composición social de los fabianos. Ni una ni
otra tienen mayores contactos con el movimiento obrero.
II
Hay dos aspectos vinculados con la composición social de la
Sociedad Fabiana que son inmediatamente obvios. Constituían un
grupo abrumadoramente no proletario (factor que quizás era el único
elemento unificador de una masa de miembros por lo demás hete-
4. B. Webb, Our partnership, Londres, 1948, p. 490. ,
~ 1 los intelectuales liberales. La crítica básica del imperialismo y del
5. Tal es sobre todo el caso de Industrial democracy, que no solo es el
mejor libro que se haya escrit?. acere~ de los .sin?icatos británicos y un alegato
especial en favor de los «vte¡os» lideres smd1cales de entonces c~mtra los
«nuevos», sino que también contiene toda una teoría de .la democracia,. ~l Es-
tado y la transición hacia el s~ci~smo . El c~nteni~o del libro ~e lo suhctente-
mente interesante como para msp1rar a Lerun, qmen lo tradu¡o, .algunos pasa-
jes fundamentales de ¿Qué hacer? Pero se lee tan p~o. Indust~1al demo~racy,
que la utilización que de él hace Lenin. pa.sa desaperc1b1da o bien se atribuye
a una lectura de la History of trade umontsm, obra carente de la mayor parte
de este interés teórico. Las historias del pensamiento político tam~oco ~en­
cionan con algún detenimiento, o no ]~s mencionan en a~soluto, nt el hbro
Industrial de?JZOCracy ni otros dos traba¡os, a saber, las «Sur Lectures. on De-
mocracy» de Webb (1896) y un artículo suyo sobre este ~ema publicado en
Political Science Quarterly (1896), que se mueven en un IDismo terreno.
.,
RECONSIDERACIÓN DE LOS FABIANOS 251
rogénea). En cuanto organización socialista de clase media también
eran muy atípicos. Porque en Gran Bretaña, quizás por el hecho
de que el auge del socialismo proletario fue menos masivo y preci-
pitado que en los países de la Europa continental, en la década de
1880 y comienzos de la de 1890 no se produjo el importante, aun-
que a menudo temporario, aflujo de jóvenes intelectuales hacia las
filas de la socialdemocracia. No tenemos ningún equivalente del joven
Croce y de sus contemporáneos, del joven Sombart, de Luden Herr,
de Jaures y de la falange de normaliens, de los brillantes intelec-
tuales vieneses que se volvieron austromarxistas, por no mencionar
a los rusos, que casi en su totalidad se hicieron socialdemócratas
o social revolucionarios en lo ideológico.6 Los fabianos constituían el
intelectuales y desde 1906 el movimiento estudiantil socialista bri-
tánico se desarrolló a partir de las sociedades fabianas universita-
?it rias. Pero hasta mediados de la década de 1890 no contaron con
ningún grupo de miembros entre los estudiantes universitarios y en
esa fecha sólo tenían un puñado en Oxford, cuya evolución ulterior
puso en evidencia su carácter atípico. (El más destacado fue L. S.
Amery, que terminó siendo un imperialista churchilliano.) La co-
rriente radical, de izquierdas, o meramente reformista (social-re-
forming) de los intelectuales fue estimulada por el resurgimiento
del movimiento obrero, pero (hasta la primera guerra o a lo sumo
hasta la «extraña muerte de la Inglaterra liberal», que se produjo
a partir de 1906) siguió vinculada en su mayor parte con el Partido
Liberal. Por consiguiente, mucho de lo que hicieron en la Europa
continental los intelectuales socialistas lo hicieron en Gran Bretaña
capitalismo financiero, que en Rusia realizara un Lenin, en Austria
un Hilferding y en Alemania una Luxemburg, fue hecha en Gran
Bretaña pot el liberal Hobson . Una pareja liberal, J. L. y Barbara
Hammond, produjo las clásicas historias de izquierda (y las críti-
cas) de la industrialización británica. Incluso después del colapso del
Partido Liberal, los hombres que elaboraron las bases de la teoría
6. Este aflujo de intelectuales al movimiento obrero, o a sus vecindades, se
atribuye a veces erróneamente a la situación de «alienación» de los mismos. Al
margen de lo que pueda haber ocurrido a partir de 1945, los normaliens de la
década de 1890 eran lo más parecido a la élite reconocida de Francia, país que
después de todo era la «république des professeurs» .
252 TRABAJADORES
socialdemócrata moderna fueron, y a menudo han seguido siendo,
liberales,' como Marshall, Keynes y Beveridge.
Por consiguiente, los fabianos, al igual que la mayoría de los
socialistas de clase media de finales del siglo XIX, fueron atípicos.7
¿Hay algo en la composición social de este grupo que ayude a ex-
plicar su manera de manifestarse?
Salvo en 1892, en que atrajo a una cantidad de socialistas de
la clase obrera que no contaban con otra opción organizativa, la
cantidad de obreros realmente en activo (es decir, que no eran
funcionarios sindicales) nunca superó al 10 por ciento del conjunto
de miembros identificables y probablemente representaba una pro-
porción aun más pequeña de la totalidad de los miembros de la
Sociedad.8 El conjunto de miembros procedentes de la clase media
se divide en dos grupos en cierto modo distintos: miembros de las
clases medias tradicionales que han desarrollado una conciencia so-
cial, una aversión por la sociedad burguesa o alguna otra forma de
disidencia, y el grupo mucho más interesante de los profesionales
formados por su propio esfuerzo. Entre los primeros merece espe-
cial mención el amplio bloque de mujeres emancipadas, procedentes
probablemente de la clase media. Constituían más de un cuarto del
total de miembros de la Sociedad en 1890, antes de la expansión,
y entre una quinta y una sexta parte desde esa fecha hasta 1906.
No resulta sorprendente que la única enmienda introducida en los
«Principios» fabianos haya sido una en favor del sufragio femenino.
A este grupo de radicales procedentes de la clase media tradicional
estaba probablemente dirigida la guía que escribió Sidney Webb
para los accionistas que eran miembros de grupos socialistas 9 (el
problema de qué hacer con ese dinero manchado se discutió no pocas
7. Cabe hacer quizás una excepción parcial en los casos de los es tetas y
personas de artes y oficios de la década de 1880, quienes al parecer (Morris,
Walter Crane, óscar Wilde) se volcaron con bastante frecuencia hacia el socia.
lismo. Valdría la pena investigar hasta qué punto la repugnancia de la clase
media por óscar Wilde, que coincide con el contraataque al movimiento obrero,
reflejaba también el odio hacia la disidencia política. Después de todo, incluso
en el caso de Parnell, el alegato contra el líder de la insurrección no siempre
resulta claramente distinguible del alegado contra el quebrantador de los tabúes
de la familia de clase media.
8. Disponemos de listas impresas de miembros para 1890, 1891, 1892, 1904
y 1906.
9. «The personal duty of the rich», en The Christian Socialist, IV, !E88,
p. 427.
RECONSIDERACIÓN DE LOS FABIANOS 253 .
1
~ ,,, veces entre 1os f abianos y se re~eja en Widowers' houses de B.
r
Shaw).
El segundo grupo estaba integrado por escritores y periodistas · •;
(como Bland y Shaw), altos funcionarios de la administración pú-
blica formados por su propio esfuerzo (como Webb), maestros,
t
¡!
¡
artistas, profesionales y también los organizadores y políticos profe-
sionales que cabe considerar como trabajadores de oficina que lle-
garon a destacarse del conjunto. En 1890 la mitad de la muestra 1
identificable estaba integrada por esta clase de personas, dejando ,,l.
de lado a los miembros de las carreras tradicionales: médicos, abo-
gados y clérigos. En 1892 la proporción hubiese sido más elevada 1
!
si no se hubiese producido el aflujo temporario de socialistas de la 1
1
clase obrera. Si pensamos en el fabiano típico de la década de 1880
y comienzos de la de 1890 inevitablemente pensaremos en las mu-
jeres independientes, que solían ganarse la vida como escritoras,
~ maestras o incluso como mecanógrafas; en los periodistas y escri-
tores formados por esfuerzo propio; en los funcionarios de la admi-
nistración pública; en los funcionarios políticos y en los conferen-
ciantes viajeros formados por esfuerzo propio; en los empleados y
profesionales como T. Bolas, quien editaba el Practical Socialist
(primer órgano del socialismo reformista) «en su laboratorio quí-
mico, eléctrico y tecnológico», y J. M. Pelis y E. Garcke, cuyos
Factory accounts (1888) constituyen un primer jalón en la historia
de la administración científica de empresas en Gran Bretaña. Eran
las <<nuevas mujeres», acerca de las cuales escribió Shaw, pero tam-
bién los <<nuevos hombres» que surgían a través de los intersticios
de la estructura económica y social tradicional de la Gran Bretaña
4"" ~
- victoriana o que anticipaban una nueva estructura.
No estamos en condiciones de apreciar su importancia numérica
dentro del grupo dirigente fabiano (porque individuos como Webb
y Shaw contaban como más de uno), pero sin embargo una muestra
puede resultar instructiva. De las 21 personas que ocuparon cargos
directivos durante 1892, cinco eran mujeres, dos trabajadores, seis
probablemente miembros de las viejas clases media y superior (defi-
nidas, a falta de otros indicadores, por haberse educacio en Oxford
o en Cambridge), y ocho probablemente miembros de capas medias
más bajas y de grupos de nuevos profesionales (incluido uno qqe no
puede ser identificado).
Ahora bien: estos miembros de lo que Webb y Shaw denomina-
254 TRABAJADORES
ban la «nouvelle couche sociale», el «proletariado intelectual», el ~
«proletariado letrado», el «proletariado oficini:ta» º. «profesional~,
10
desempeñan un papel fundamental en la teona fabiana. No . te:U~~
por qué estar particularmente depauperados, aunque Shaw rns1st10
a veces en «mi propia clase, la de los venidos a menos (" shabby-
genteel" )». Su posición social no era otra que la de una clase media
asalariada, por entonces comparativamente poco numerosa. Toda la
estructura del socialismo elaborada por S. y B. Webb se apoya sobre
esos profesionales. Son los administradores ejercitados, imparciales
y científicos, y los consejeros expertos que han creado una corte de
apelaciones alternativa con respecto al lucro. Por su origen, proce-
dían principalmente de la clase capitalista, pero el desarrollo de la
democracia y de la educación supuso la aparición de grupos alter-
nativos de trabajadores intelectuales, de modo que, en adelante,
serían reclutados en capas sociales cada vez más bajas. Ya en 1888
Olivier señaló la creciente separación entre la propiedad y la admi- (.
nistración de los negocios y, por consiguiente, el surgimiento de
una clase de administradores asalariados, y S. y B. Webb prestaron
especial atención al desarrollo de nuevas profesiones cuya posición
de asalariadas en su mayor parte percibieron correctamente. Y con-
sideraron que el ethos de tales profesiones, a partir de la adminis-
tración pública, era una alternativa eficaz con respecto a un sistema
en el que los hombres trabajaban sólo por el incentivo económico,
una especie de anticipación del ethos comunista.11
10. Cf. el segundo ensayo fabiano de Shaw, Fabian Tract 41, pp._ 26-28;
Socialism in England, de Webb, p. 37; el «Memorandum on the Fabian Re-
form Committee» del 13 de diciembre de 1911, publicado por Shaw en los ~
Fabian papers; el artículo publicado por S. y B. Webb en el New Statesman, I,
p. 686, y Decay of capitalist civilization, pp. 121-125, donde desarrollan la
teoría de manera más completa.
11. Cf., G. B. Shaw, Socialism and superior brains, 1894 (Fabia? Tract .146,
1909), passim, pero sobre todo las. PP-. 15-18; The ~ase for equalzty, Nattonal
Liberal Oub, Political and Econom1c Circle, Transactlons, 85, 1913, pp. 6-7. La
argumentación de Shaw propicia en general una nivelación de las rentas, au?que
hay que señalar que supone la superioridad intelectual de la élite profesional
(hecho del que en realidad se regocija). Pe~~ también cabe 0terpr.etarla (co.mo
hacen S. y B. Webb) como una argumentacton en favor del mcenuvo socialista
para los obreros, por oposición al ince~tjvo capitalista. Ese 0c~ntivo socialista
consiste de acuerdo con una formulacton modesta, en lo s1gu1ente: «Donde-
quiera que miréis encontraréis en cualquier clase de soci~dad una cierta ide~ de
lo que es un medio de vida decoroso en esa clase .d(}; sociedad; tod?s sus m.l~m­
bros tienden a lograr y reclaman una renta que equivalga a ese mvel de vida.
Nadie pide seriamente más que las otras personas de su clase» (The case, p. 6).
RECONSIDERACIÓN DE LOS FABIANOS 255
Sería un ejerc1c10 interesante e instructivo rastrear la presencia
de estos elementos administrativos, profesionales, de carrera o «inte-
lectualmente superiores», a través de la teoría fabiana, sobre todo
la de Shaw y Webb. Por ejemplo, en su deuda para con el econo-
mista norteamericano F. A. Walker, en su versión de la teoría de la
«renta de la capacidad» (rent of ability ), en la preocupación de Webb
por la «eficiencia», que incluso en sus primeros años representó
un pilar fundamental de su creencia en el socialismo, y en una va-
riedad de otras características, a menudo estilísticas. En la mayoría
de los casos se trata de algo bastante más sofisticado que la excla-
mación apasionada del joven J. R. Macdonald, quien invocó al so-
cialismo como una «revolución dirigida por el estudio; una revolu-
ción surgida del desarrollo intelectual y no de la necesidad brutal;
una revolución, en realidad, de la gente comparativamente acomo-
dada».12 Es más, la suposición de que los profesionales de clase media
' desempeñarían un papel mucho mayor que la clase trabajadora en
la realización del socialismo, de que ellos mismos se contarían entre
sus beneficiarios y que, de hecho, su modo de vida constituía una
anticipación del mismo, pertenece al núcleo de la teoría fabiana.
Por supuesto, era evidente que el interés de una capa de clase
media socialista no constituía una fuerza motriz suficientemente
fuerte para el desarrollo del socialismo. En realidad, las mentali·
dades lúcidas como Shaw se daban cuenta de que una apelación
a su interés propio probablemente hubiese alejado del socialismo a
los miembros de las clases profesionales jóvenes y socialmente en
ascenso.13 Puesto que no creían en la clase trabajadora o en la lucha
De acuerdo con una formulación más ambiciosa, ese incentivo se basa en lo sí-
guiente: «la car~cterística más destacada del talento excepcional consiste en
que, a diferencia de la mera capacidad para la monotonía del trabajo rutinario,
se practica por su valor intrínseco y en que su poseedor se convierte en el más
miserable de los hombres cuando se le condena a la inacción». (S. and. s. b., pá-
gina 18.)
12. To-Day, nueva serie, 7, enero-junio 1887, pp. 67-68.
13. «Puesto que siempre puede suponerse que nuestros asociados proceden-
tes de las profesiones y de los negocios no se hubiesen unido a nosotros si no
hubiesen carecido de la energía excepcional y de la disposición práctica que
capacita todavía a los hombres para amasar fortunas . . . Hablando de mí mismo
como profesional ... puedo decir que cuanto más se conoce mi talento más me
encuentro incitado a atesorar guineas en mis propios bolsillos en lugar de
escribir artículos fabianos ... Todo joven caballero, soltero, sagaz y ardoroso,
disfruta entre dos y diez años del esfuerzo desinteresado, período durante el
256 TRABAJADORES
de clases, estaban obligados a recurrir a fuerzas tan vagas como
el progreso de la educación y de la ilustración en todas las clases
(Webb redujo, incluso, los distintos puntos de vista de clase a los
variables resultados de una discusión eterna) 14 y al desarrollo de
una conciencia social y de un altruismo. Por supuesto, esto no era
tan insípido como parece. Tanto el progreso de la ilustración (el
reconocimiento de la racionalidad del socialismo) como el:- de la con-
ciencia social de la clase media reflejaban <<nuestra conciencia cre-
ciente» de la tendencia de la evolución, tal como era estimulada
por la necesidad de las clases medias de llegar a un acuerdo con el
electorado de la clase obrera. 15 Sin embargo, lo básico era la supo-
sición de que ese reconocimiento de la racionalidad y de la nece-
sidad del socialismo no debía encontrar ninguna resistencia funda-
mental por parte de la clase media. Una vez estimulada, ésta
comprendería, por así decirlo, que esa forma de organización social
realmente le iba tan bien, si no mejor, que la capitalista. De todas
maneras, los fabianos nunca basaron su socialismo de clase media
sobre una inclinación a servir a la clase obrera o sobre una trans-
ferencia consciente de lealtad de clase. El suyo siguió siendo un
socialismo de la «gente comparativamente acomodada».
A primera vista parece raro que unos grupos de personas que, en
todo caso, representaban un estrato social cuyo poder, influencia
y prosperidad dentro del capitalismo se encontraban en ascenso,
levantaran por su cuenta el estandarte del socialismo, aunque se
tratara de un socialismo deliberadamente gradualista y no revolu-
cionario. En realidad, sin embargo, la peculiar situación intelectual
de Gran Bretaña permite explicar por qué los fabianos adoptaron
esta actitud.
III
La estructura econom1ca y política (y junto con ella la intelec-
tual) de Gran Bretaña a mediados del siglo XIX se apoyaba sobre
cual puede hacer un buen trabajo; pero a la larga llega a cansarse del esfuerzo
desinteresado.» (F. Tract 41, p. 27.)
14. «En toda la cuestión cabe adoptar dos concepciones diferentes, y opta-
remos por una o por otra según nuestro conocimiento y temperamento.»
(F. Tract 69, 1896, p. 17.)
15. !bid., pp. 4, 6.
~
.,,
RECONSIDERACIÓN DE LOS FABIANOS
tres pilares, que fueron sucumbiendo con mayor o menor rapidez
entre 1865 y 1890. Desde el punto de vista económico, se apoyaba
257
¡ I'.
sobre nuestro virtual monopolio de la producción industrial mun-
dial y sobre una economía excepcionalmente «libre», con unas em-
presas privadas de dimensiones bastante pequeñas, administradas
por sus propietarios y competitivas, que se desarrolló a la sombra
de ese monopolio, así como sobre una riqueza de recursos acumu-
lados espontáneamente o explotables, en virtud de la cual resul-
~aba i_~necesaria la organización compleja o la planificación de , la :¡
mvers1on o de la producción. Sobre esa base se asentó a su vez •Í
·~
~a ortodoxia de liberalismo económico de laissez-fai~e, que s~ li
llllpuso como una ley natural: un mundo en que, como en la física "li
I~
de Newton, los precios encontraban su nivel natural, igual que el !~;
:
agua; en que los salarios, igual que las piedras, debían descender
cuando se habían elevado en forma antinatural; y en que los came-
llos no pasaban por el ojo de las agujas. Se trataba de una ortodo-
xia que virtualmente no preveía (al menos en el importantísimo
campo de la producción) ninguna clase de «injerencia del Estado»
porque -a menos que la misma apuntase a «la sola tarea de desmon~
tar la injerencia del Estado>>-16 sus efectos resultarían ruinosos.
Desd: el punto de vis~a político, se apoyaba sobre el singular com-
pro.miso de 1832: . segun el cu~l los ~ntiguos gobernantes políticos
aplicaban la pohuca de los mdustnales (salvo en determinados
campos, que afectaban la posición social de la aristocracia terrate-
ni~nte ), y sobre l~ ausencia de un electorado obrero y de todo movi-
miento obrero dispuesto a, o capaz de, cuestionar seriamente la
. estabilidad social. En el aspecto militar y político se apoyaba sobre
1 la estabilidad del equilibrio de poder fundado en 1815, en virtud
11'-
del cual Gran Bre:~ña detentaba el control de los mares y se reser-
vaba un voto declSlvo en los asuntos internacionales. Las reformas
electorales de la década de 1860, las unificaciones de los Estados
'f!~dos y de Alem~a, el surgimiento del Japón y la Gran Depre-
s1on socavaron a partir de 1873 estos tres pilares.
Como_ cons~c~encia de ello, se produjo la quiebra del conjunto
de _creencias teoricas que predominaban a mediados de la época vic-
toriana en Gran Bretaña, al igual que la alianza entre whigs, libera-
, _16. G. S. Baden Powell, State aid and state interference Londres, 1882,
pagma 29. '
17. - HOBSBAWM
258 TRABAJADORES
les y radicales, que entre 1846 y 1874 les aseguraron unas mayorías ~ ibución de la riqueza». Hasta la década de 1880 esa denominación
parlamentarias casi constantes. La necesidad de una adaptación inte-
lectual se tradujo en un desplazamiento del pensamiento «individua-
lista» hacia el pensamiento «colectivista». Cabe señalar que, en
principio, se trataba de un problema intelectual propio del libera-
lismo, porque éste era el único cuerpo doctrinario coherente dispo-
nible. Desde el punto de vista práctico, los socialistas no existían, y
aquellos conservadores que trataban de pensar más que de sentir
eran (al menos en cuanto a sus teorías jurídicas y económicas) libe-
rales. Poi: consiguiente, no sólo la mayoría de los socialistas británicos
de clase media (o de cualquier otro tipo), que protagonizaron el
resurgimiento de la década de 1880, habían iniciado sus vidas inte-
lectuales como radicales liberales, sino que -de una manera mucho
más paradójica- la adopción sistemática de la actitud «prusiana»
· frente al Estado y la ju~tificación hegeliana de la misma se produjo
a través de T. H. Green, un radical de izquierdas, a través de persa- l._ , quier tipo de reorganización comercial que les procurase una vida
nalidades como Milner, Llewellyn-Smith, Morant y Haldane; y otros
reformadores de la máquina del Estado también procedieron de los
mismos círculos intelectuales de Oxford o de sus alrededores, y las
ideologías imperialistas sistemáticas fueron elaboradas en primer
lugar no sólo por el ex-radical Disraeli, sino también por izquierdistas
políticos de cosechas más recientes, como Dilke, Chamberlain y Cecil
Rhodes. Sus pasados liberales o radicales indicaban tan sólo' una
cierta agilidad intelectual. Resulta tan ilícito suponer que la teoría
elaborada por Sidney Webb en su madurez derivaba del radicalismo
ortodoxo de su juventud, como suponer que el Milner o el Haldane
de la madurez hubiesen contado con la aprobación de John Stuart
jf' ·"Jteoría social más ajustada a la realidad que la pasada ortodoxia del
Mili.
Puesto que la teoría liberal parecía tan comprometida con el
laissez-faire -la existencia de modificaciones marginales y la dispo-
sición de ciertos intereses sectoriales a reclamar excepciones para
casos especiales, son aspectos que no resultan pertinentes-, se con-
sideró que lo más natural era buscar justificaciones alternativas para
la «injerencia colectivista» o «estatal». Todo esto tendería automáti-
camente a ser considerado como «socialista», término que, todavía
en 1897 -según las palabras de un francés culto, próximo a los
fabianos-, sólo se refería a «cualquier doctrina opuesta al laissez-
faire ... , que confiere a la sociedad -cualquiera s<;:a su forma- el
derecho a intervenir en la producción y sobre todo en la distri-
t ,en fa. ed. inglesa de Labouring men. Studies in the history of labour Weiden~
RECONSIDERACIÓN DE LOS FABIANOS 259
17
no tenía conexión alguna con un movimiento socialista nativo -por-
que tal movimiento no existía- y los del extranjero estaban dema-
siado lejos como para parecer una amenaza. De hecho, ese término
era sólo el antónimo de la expresión laissez-faire, y como tal fue
utilizado -a veces en virtud de una opción deliberada contra su
uso actual- por diversos escritores no socialistas e incluso por algu-
nas personalidades de la primera época del movimiento socialista. 18
Aunque normalmente (pero, por cierto, no siempre) tenía cierta
relación con el bienestar social y con la situación de los pobres, al
igual que la expresión «problemas sociales», no aludía a más que
a eso y a veces podía aludir incluso a menos. El archidiácono Cun-
ningham, precursor de la historia económica, que rastreó el avance
del socialismo en la Contemporary Review de 1879, llegó a la con-
clusión de que «los capitalistas debieran dar la bienvenida a cual-
~más tranquila. Creemos que el socialismo se nos viene encima no
como un remedio para las miserias del pobre, sino como un alivio
para las preocupaciones del rico». Consideraba al parecer que sus
ideas acerca de un capitalismo de Estado racionalizado estaban em-
parentadas con el marxismo. Por consiguiente, la necesidad de en-
contrar alguna alternativa para el laissez-faire, la disposición para
definir cualquier alternativa de ese tipo como «socialista» y la ca-
pacidad de los britanos de ese período para separar el «socialismo»
del movimiento de la clase obrera, proporcionaron un trasfondo muy
adecuado para la singular versión fabiana del socialismo. 19
Sin embargo, .teóricamente había dos maneras de desarrollar una
laissez-faire; una teoría, sobre todo, capaz de legitimar las nuevas
actividades del Estado y de las empresas. Cabía hacerlo a través
del desarrollo de ciertas tendencias del radicalismo liberal: por ejem-
17. A. Métin, Le socialisme en Angleterre, París, 1897, p. 20.
18. Cf. Cairnes, Some leading principies, p. 316, objeta el uso que hace
J. S. Mili de ese término; Sidgwick, Principies of political economy p. 527·
Milner's Whitechapel lectures, Nat Rev., 1931, pp. 37 ss., 642; Mo~ley, Lif;
of Cobden, ed. de 1903, p. 303.
19. Acerca de la tranquilidad con que incluso Marx fue considerado du-
rante ese período, véase nuestro trabajo «Dr. Marx and the victorian critics»
feld and Nicolson, Londres, 1968 2, cap. 13. '
260 TRABAJADORES
plo, la tendencia que propiciaba una legislación antitrust, que -como'" 'ianza notable con las de aquéllos. Es interesante que S. y B. Webb
toda el ala jacobina del radicalismo, a la que pertenecía- permitía
avanzar bastante más por el camino de la acción colectiva que la
doctrina del laissez-faire. O bien para elaborar esa teoría alternativa
con respecto al laissez-faire se podía recurrir a una variedad de posi-
bles tradiciones no liberales (la mayoría de ellas extranjeras): el
hegelianismo alemán en filosofía; los economistas historicistas y los
Kathedersozialisten (también alemanes); los positivistas (franceses)
y el socialismo real (tanto francés como alemán). Todas estas doc-
trinas tenían la ventaja de no estar históricamente entrelazadas con
la doctrina del laissez-f aire. Cada uno de esos enfoques contaba con
sus propios defensores. Pero hay que señalar un par de cosas. Pri-
mero, que el modo normal del desarrollo de izquierdas desde el ra-
dicalismo liberal suponía una elaboración ulterior de las ideas radi-
cales, porque en el . pasado inmediato la posición normal de las
izquierdas británicas había correspondido al flanco izquierdo del Par-é .tJjberales (poderosas y muy arraigadas) tenían todas las probabilida-
tido Liberal. Era natural que la Federación Socialdemócrata se desa-
rrollara a partir de una alianza de asociaciones obreras radicales,
que Henry George proporcionase un puente entre el radicalismo y
el socialismo para muchos de los primeros socialistas británicos,
y que el movimiento obrero se negara (de una manera no totalmente
lógica) a desempatar la partida política entre conservadores y libe-
rales. Por el contrario, los grupos que deliberadamente rompieron
con la teoría liberal (al margen de los marxistas con conciencia de
clase) representaban normalmente a las tendencias imperialistas, del
gran capital o de otro tipo, que vagamente cabe clasificar como
«de derechas». 20 • t . 'fªn socialistas. Si no lo hubiesen sido, probablemente no se hubieran
Ahora bien: los fabianos (o en todo caso el grupo que determv
naba la política y la ideología de esa sociedad) pertenecen de lleno
al segundo grupo, en parte por su teoría y en parte por sus afiliados.
En el Methodenstreit internacional de los economistas -que de
hecho separaba a los liberales de los antiliberales no socialistas-,
S· Y B. Webb eran partl"d anos
· ' · d 1
extremos, aunque tacltos, e a escue a
1 21. Además de los conocidos pasajes de Beatrice Webb (Our partnership,
«historicista». Aunque su deuda para con los hegelianos de Oxford
sea mucho menor de lo que supuso Halévy, no cabe duda de que
las teorías caseras que Sidney Webb estaba elaborando (vía Spen-
cer y Darwin) antes de su casamiento con Beatrice, tenían una seme-
20. Cf. el excelente lihn]. de B. Semmel, Imperialism and social reform,
Londres, 1960.
.. RECONSIDERACIÓN DE LOS FABIANOS 261
encontraran a sus asociados políticos más afines durante mucho
tiempo en el grupo de imperialistas liberales que se había formado
alrededor de R. B. Haldane, ese colectivista bismarckiano. Resulta
igualmente interesante que tanto S. y B. Webb como Shaw demos-
traran (en parte por su deuda para con la teoría económica del
norteamericano F. A. Walker) una marcada preferencia por la gran
empresa (e incluso por la empresa monopolista) frente a la empre-
sa pequeña y mediana, porque la consideraban más eficiente, más
amplia de miras, capaz de pagar salarios más elevados y menos
comprometida con el laissez-faire.21
Estas afinidades explican tanto el carácter anómalo de las acti-
tudes fabianas dentro del movimiento obrero hasta la primera guerra
mundial, como la ineficacia de las mismas. Porque, dada la situación
concreta de Gran Bretaña, quienes se aislaban de las tradiciones
des de fracasar. La paradoja de Gran Bretaña era que, incluso las
teorías y políticas más divergentes de las ortodoxias cobdenistas
del pasado, sólo podían triunfar en la medida en que se aliaban con
el liberalismo histórico o bien operaban dentro del marco del mismo.
Joseph Chamberlain fracasó; Campbell-Bannerman y Lloyd George
triunfaron. Desde el punto de vista de la política británica, Milner
y Rhodes eran casos raros; pero los «imperialistas liberales» no lo
eran. Sin embargo, ni los fracasos fabianos ni sus afinidades hicie-
ron de ellos meros ideólogos del imperialismo, del capitalismo cor-
porativo y de la correspondiente burocracia de Estado. Se considera-
vinculado con el movimiento obrero y socialista, para no mencionar
su ulterior gravitación en la órbita de ese movimiento. Su socialismo
era sui generis, en parte porque su rechazo de la tradición mayorita-
p. 205) y de Shaw (Undershaft en Maior Barbara, y el sólo parcialmente irónico
Socialism for millionaires), vale la pena mencionar Moral aspects of socialism,
de Sidney Ball (F. Tract 72, 1896), que defiende la concentración industrial («un
monopolio, no del privilegio, sino de la eficiencia») y sobre todo The trust mo-
vement in British industry, de H. W. Macrosty (Londres, 1907). El autor, anti-
guo funcionario de la administración pública y miembro de la comisión directiva
fabiana, se opone a la política antitrust y justifica los monopolios británicos so-
bre la base de que éstos «sólo se apoyan en su eficiencia como instrumeDLus
~ ' fe producción y de distribución» {p. 345).
262 TRABAJADORES
~
riamente proletaria del socialismo les obligó a buscar otra tradición '
que no se apoyara en la clase obrera y porque su rechazo del radi-
calismo liberal les cerró otros caminos teóricos obvios; en parte
porque la ortodoxia dominante y profundamente atrincherada del
laíssez-faire de mediados de la época victoriana realmente hada apa-
recer como pequeñas y relativamente insignificantes las diferencias
existentes entre las diversas teorías que, en contra de ella, exigían
una mayor acción del Estado. La frase «ahora todos somos socialis-
tas» no era tan cínica entonces como ahora.
IV
Ninguna hipótesis · que trate de vincular las ideas con su trasfon-
do social puede ser demostrada a entera satisfacción de todos. Porf ·y caso, entonces la revisión de la historia fabiana debe ir más allá
consiguiente, como conclusión, sólo podemos resumir las pruebas
más importantes.
Primero, la composición social de la Sociedad Fabiana era pecu-
liar no sólo por su carácter francamente no proletario, sino también
porque contenía una gran proporción de una «nouvelle couche socia-
le», cuya importancia los fabianos reconocieron plenamente. Es bas-
tante probable que por ambos aspectos haya sido única dentro del
movimiento socialista internacional. Si bien había muchos grupos
socialistas integrados de hecho en su mayor parte por no proleta-
rios, resulta muy difícil .encontrar alguno que no hubiera reivindicado
al menos una condición obrera honoraria o que no se hubiera( , ·; administración; del control comunal de la producción y de la vida
considerado subordinado de alguna manera a la clase obrera o a «las
masas».
Segundo, el grupo dirigente fabiano era al mismo tiempo no
marxist¡:i., no jacobino/radical y no liberal. No por ello dejaba de
considerar que su enemigo principal e inmediato era el tipo de capi-
talismo de laíssez-f aire propiciado por Cobden, característico de la
Gran Bretaña de mediados de la época victoriana.
Tercero, la teoría socialista que llegó a dominar en la Sociedad
era tanto no marxista como no liberal. Sus afinidades la vinculaban
con teorías que en otros contextos políticos correspondían al impe-
rialismo, a la gran empresa, a la administración gubernamental y
a la derecha política. Los fabi anos que pertenecían a otras tradi·,. . t
\ '
RECONSIDERACIÓN DE LOS F ABIANOS 263
dones tendían a callar Q bien a irse de la Sociedad. 22 Por supuesto,
el antiliberalismo de la Sociedad era ampliamente reconocido, en
todo caso a partir de mediados de la década de 1890. «En el fondo
[sus] principales líderes no son demócratas sino burócratas», escri-
bió alguien ya en 1901 , aunque la utilización de ese argumento por
parte de la oposición a la «vieja camarilla» sólo se desarrolló entre
1906 y 1914.23
Cuarto, las políticas concretas de la Sociedad, hasta inmediata-
mente antes de la primera guerra mundial, divergían casi siempre de
las de la mayoría de los otros sectores de la izquierda política, radi-
cal o socialista. De hecho, los fabianos, en la medida en que se
habían aislado de la izquierda, eran bastante más sectarios que los
marxistas.
La tesis del presente ensayo consiste en afirmar la existencia de
una estrecha relación entre estas cuatro características. Si tal es el
de la mera reducción cuantitativa de la influencia fabiana, hasta
ahora su resultado más importante. No cabe considerar a los fabia-
nos (como hizo Eduard Bernstein cuando derivó su «revisionismo»
de la experiencia inglesa y de los contactos con los fabianos) como
un simple grupo particularmente empírico, testarudo y antirromán-
tico dentro del movimiento socialista británico y, por ese motivo,
como los precursores del rechazo o de la revisión del marxismo
doctrinario.24 No cabe considerarles (como sigue haciéndolo su últi-
mo historiador oficial) como los fundadores de una tradición «fabia-
na básica de abolición de la pobreza mediante la legislación y la
social, y de la conversión del público británico y de la clase gober-
nante inglesa ... mediante una andanada de hechos y de propaganda
"inteligente"».25
Los fabianos no eran «revisionistas» en el sentido que adquirió
22. Esto ocurría sobre todo en el caso de William Clarke, el ensayista fa.
biano que más firmemente adhirió a la tradición radical jacobina, junto con
Graham Wallas, liberal por instinto y quizá también junto con Ramsay Mac-
donald.
23. Labour Leader (8 junio 1901). Cf. también E. Aves en Economic ]our-
nal, 1898, p. 512; L. T. Hobhouse, Democracy and reaction, 1904, y The nation,
1907, p . 182 ( «The career of Fabianí3ll1~> ).
24. Zur Theorie und Geschichte des Sozialismus, ·II, Berlín, 1904, p. 38.
25. Margaret Cole, The story of Fabian socialism, Londres, 1961, XIV.
264 TRABAJADORES
esa palabra hacia finales de la década de 1890, porque pocos de
sus míembros más prominentes fueron alguna vez marxistas (aunque
varios estuvieron en la Federación Socialdemócrata), porque no sólo
rechazaban algunas partes de la teoría marxista (pero de ninguna
manera todas),26 sino también el sectarismo y la fraseología román-
tica insurrecciona! -rechazada en realidad por muchas otras perso-
nas, incluido F. Engels- y porque la izquierda británica disponía
de teorías suficientemente sólidas acerca del cambio gradual y paula-
tino, como para tener que esperar a que las formularan los fabia-
nos. Tampoco era algo específicamente novedoso o fabiano el escri-
bir panfletos pragmáticos en favor de objetivos izquierdistas e incluso
socialistas o semisocialistas. Su negativa a emitir «opiniones propias
acerca del problema del matrimonio, de la religión, del arte, de la
economía abstracta, de la evolución histórica, de la moneda circulan-
te, o de cualquier otro tema ajeno a su interés particular por la de-
mocracia y por el socialismo prácticos»,27 (incluidas la política ex-
terior y la guerra), no demostraría que la Sociedad tuviese dema-
siado sentido práctico (aunque eventualmente pudiera estar en lo
cierto). Su capacidad para proyectar medidas específicas de reforma
sólo hubiera sido una señal de realismo por su parte si también
hubieran considerado (como pocas veces hicieron con eficacia) la
manera de llevar a efecto tales reformas. Por tal falencia, su Nuevo
Proyecto de Reforma (New Reform Bill) de 1891 resultó tan utópico
como su propuesta para municipalizar el abastecimiento de leche,
como la Constitución de una Comunidad Socialista (Constitution of
a Socialist Commonwealth) elaborada por S. y B. Webb o, en tal
sentido, como el informe en minoría totalmente abortado de la Co-
misión sobre la Ley de Pobres (Minority Report of the Poor Law
Commission). No podía existir nada menos práctico que la estrategia
y la táctica políticas reales desarrolladas por los fabianos durante
el período en que persiguieron unas metas políticas total o parcial-
mente al margen de las del Partido Laborista. (Después ya dejaron
de tener una política propia y la historia de la Sociedad sólo tiene
interés para sus miembros o para unos pocos especialistas en los
asuntos del Partido Laborista, principalmente en la década de 1930.)
26. Pocos marxistas hubiesen estado en desacuerdo (ni de hecho lo estu-
vieron) con el ensayo de William Clarke sobre la base industrial del socialismo
publicado en los Fabian essays.
27. Shaw en F. Tract 70, p. 3.
RECONSIDERACIÓN DE LOS F ABIANOS 265
~ 'li
La ruptura respecto de las anteriores interpretaciones del movi-
miento fabiano no debe limitarse a este juicio negativo. Hay que
considerarlas como una parte «accidental» del movimiento obrero y
socialista, y no como una parte esencial del mismo (ya fuese eficaz
o ineficaz, reformista o radical). No hay que escribir su historia
desde el punto de vista del resurgimiento del socialismo en la década
de 1880, sino desde el punto de vista de las reacciones de clase
media ante la ruina de las certidumbres de mediados de la época
victoriana, y el surgimiento de nuevas capas sociales, nuevas es-
tructuras y nuevas políticas en el capitalismo británico: como una
adaptación de las clases medias británicas a la era del imperialismo.
Todavía tendríamos que explicar el hecho de que la Sociedad hubiera
surgido en el pequeño movimiento socialista de la década de 1880
(y no, como las otras corrientes imperialistas o de reforma social
de las clases medias y superiores, al margen o en la periferia de
e :,1 ese movimiento); el hecho de que hubiera permanecido dentro de su
órbita y que en realidad hubiera gravitado cada vez más hacia el
mismo; y el hecho de que varias personalidades dirigentes de la
misma hubieran seguido siendo (como lo demostró su evolución ulte-
rior) socialistas en el sentido tradicional de la palabra y no sólo
gente que solía utilizar la palabra socialismo como un seudónimo
vago o conveniente para denominar unas metas que no suponían
fundamentalmente la socialización de la economía.
Se trata de problemas menores (sobre todo el último), reducibles
en gran parte a las características biográficas de unos pocos indivi-
duos. Sin embargo, hay que solucionarlos. Pero si se considera a los
t . -; fabianos, según he sugerido, como la expresión de un «nuevo es-
trato social», podemos solucionarlos sin mayores dificultades. Porque
la posición de los nuevos cuadros profesionales asalariados, adrninis-
trativos, tecnológicos e intelectuales, del capitalismo posterior al
laissez-faire, es ambigua. Resultan en gran medida indispensables
en las versiones modernas de la economía capitalista; aunque a me-
nudo se les recluta en las clases medias acomodadas o se les asimila
socialmente (y, en el caso de los administradores industriales, finan-
cieramente) a la clase rica, ni la empresa privada ni el afán de lucro
son esenciales para su funcionamiento. 28 Además (como ocurría con
28. «Y así como en toda empresa que supere un tamaño mínimo se ha
hecho necesario contar con un administrador, del mismo modo podemos pre-
266 TRABAJADORES
los fabianos) suelen construir una élite de inteligencia y capacidad ~
reclutada en clases más bajas. Puede haber razones sociales e histó-
ricas para que los miembros de esos estratos sociales considere~ que
sus destinos están unidos a los del capitalismo, pero, como S1dney
Webb nunca se cansó de repetir, no existen razones funcionales para
que así sea. Un «socialismo» igualmente capaz de funcionar. d:ntro
de un capitalismo posterior al laissez-faire o dentro del socialismo,
expresa perfectamente esta situación.
Si se acepta esta argumentación, surgen dos últimas preguntas.
La primera se refiere a la causa por la cual los dirigentes fabianos
esperaron que, dada la situación real de Gran Bretaña, el .«n~evo
estrato social» abandonase el atractivo de las marmitas capitalistas
por las gratificaciones menos tangibles que les ofrecía el socialismo.
La segunda se refiere a la causa por la cual, desde el punto de vista
social, tal ideología surgió en ese preciso momento en Gran Bretaña
y no en otra parte. ~ educación primaria, secundaria y superior, eran cosa corriente en
La primera de estas preguntas también puede contestarse con
bastante facilidad. La idea que tenían los fabianos acerca de las
gratificaciones que los profesionales podían esperar está clara. Desde
el punto de vista material, se trataba, como hemos visto, de «una
cierta idea de lo que son unos medios de vida decorosos en una
[determinada] clase de sociedad . . . [y] una renta representativa
de ese nivel normal».29 Desde el punto de vista no material, se
trataba de las gratificaciones derivadas del trabajo interesante y crea-
tivo, «una vida de fascinante interés por el ejercicio de las capacida-
des y en la conciencia del servicio prestado, más que por la acumu-
30
lación de riquezas para sí mismos y para .sus descendie?tes». Re- { ")
sulta interesante que aquí el modelo del fab1ano es el escritor y sobre
todo el hombre de ciencia; pero es aun más interesante que el pro-
fesional socialista del futuro se pareciera tanto al tipo ideal del
profesional liberal de clase media de la Gran. Bre.taña v~ctorian~:
suficientemente acomodado como para no necesitar Ir <letras del d1-
decir con seguridad que . . . éste seguirá siend<? siempre un funcionario indispen-
sable sea cual sea la forma que asuma la soaedad.» (S. Webb, The . works ma-
nage; to-day, Londres, 1917, pp. 5-6. Cada página de este pequeño hbro resulta
extremadamente reveladora.
29. Shaw, T he case for equaiity_. p. 6. Cf. también Webb, W orks manager,
p. 156.
30. Webb, Works manager, p. 157.
RECONSIDERACIÓN DE LOS FABIANOS 267
nero por razones materiales, suficientemente seguro en un rango
social aceptado y respetado como para estar auténticamente exento
de envidia hacia el rico ocioso o hacia los acaparadores de nego-
cios, suficientemente interesados por su trabajo como para hacerlo por
su valor intrínseco y suficientemente de acuerdo con la sociedad
como para sentirse socialmente útil. De los muchos fallos cometidos
por los fabianos, el de no haber analizado la naturaleza y la base
histórica de su modelo de la élite socialista no es el menos llamativo.
Nuestra segunda pregunta ya está respondida en parte. Quizás
el resto de la respuesta sea el siguiente. El fabianismo surgió en
Gran Bretaña y no en otra parte, porque en Gran Bretaña la «nou-
velle couche sociale» era realmente nueva. El funcionario adminis-
trativo o burocrático dotado de instrucción, el gerente u hombre de
negocios adiestrado tecnológica o científicamente, e incluso el ofici-
nista o, para el caso, la mera existencia de un sistema nacional de
Alemania y en Francia desde comienzos del siglo x1x, pero no en
Gran Bretaña. El arcaísmo de la estructura económica, social y polí-
tica de este país, que explica por qué personas instruidas interpre-
taban cualquier desviación de la práctica manchesteriana en la época
de Cobden como algo indiscernible del socialismo, explica también
por qué la clase de personas que los fabianos creían representar y a
quienes invocaban, surgió sólo masivamente durante las tres décadas
previas a 1914. Todavía en 1897 un talentoso observador de la es-
cena británica 31 podía asombrarse por los primeros resultados de la
educación primaria y de la selección mediante exámenes. Los prime-
ros muchachos del Internado de Londres (London Board School)
que entraron en la administración pública superior, en la Iglesia
o en la enseñanza destinada a las clases altas, todavía podían recor-
darse por sus · nombres. Hacía muy poco tiempo que el periodismo
se había convertido en «una profesión liberal capaz de atraer a sus
columnas a toda clase de especialistas». La administración pública,
que hacia 1881 apenas había superado la discreta cifra de 100.000
cargos masculinos, hacia 1911 ya estaba por llegar a los 300.000;
las profesiones intelectuales (y sus servicios auxiliares) que entre
1851 y 1881 habían aumentado en un tercio, en los treinta años
31. T. H. S. Escott, Social trans/ormations o/ the Victorian age, Londres,
, !J 1897.
268 TRABAJADORES

siguientes casi aumentaron en dos tercios. Estaba naciendo ~n.a

nueva capa social. A un grupo de este tipo nunca le resulta factl
-sobre todo en sus primeras etapas de desarrollo- encajar dentro
de una estructura social no preparada para contenerle; sobre todo
cuando carece de la fuerza necesaria para modificarla. El socialismo
de clase media elaborado por los fabianos refleja la renuencia, o la in-
capacidad, de las personas a quienes se dirigían, para encontrar ~.m
puesto seguro dentro de la estructura de las clases media y superior
de la última etapa de la Inglaterra victoriana. 12. LA ARISTOCRACIA OBRERA
EN LA GRAN BRETAÑA DEL SIGLO XIX

Al menos desde mediados del siglo XIX, la expresión «aristocra-

cia obrera» se ha utilizado aparentemente para referirse a determi-
nados estratos superiores de la clase trabajadora: mejor pagados,
{ .. mejor tratados y, en general, considerados como más «respetables»
y políticamente más moderados que la masa del proletariado. El
propósito del presente ensayo consiste en revisar nuestros conoci-
mientos acerca de los aristócratas obreros del siglo XIX. Está di-
vidido en tres partes: una introducción general, un intento de
calcular el tamaño de dicho estrato en cada uno de ios diferentes
períodos, y un análisis de ciertos problemas específicos que el mismo
plantea.

!
1. ALGUNOS ASPECTOS GENERALES
- ·---"

{ 'J Las subdivisiones del siglo XIX

La historia del siglo -y junto con ella la de la clase trabaja-

dora- se div!de en tres períodos bastante bien definidos, cada uno
de los cuales abarca una fase de prosperidad económica general
(desde la década de 17~0 hasta finales de las guerras napoleónicas,
desde la década de 1840 hasta comienzos de la de 1870, y desde
finales de la de 1890 hasta la primera guerra mundial) y después
una fase de dificultades económicas generales (de 1815 hasta la
década de 1840, la Gran Depresión de los años 70 a los 90, y la
crisis entre ambas guerras). Durante el primer período (desde la dé-
cada de 1780 l1a:;ia la de 1840), que constituye la época clásica de

''
270 TRABAJADORES
la «revolución industrial», se produjo el nacimiento de la clase 1!
obrera. moderna. Durante el segundo (desde la década de 1840 hasta
la de 1890), se consolidó el predominio absoluto del capitalismo,
tal como se había erigido sobre aquellos cimientos iniciales. Con el
tercero (desde la década de 1890 hasta 1939) entramos en la era
del imperialismo y del capitalismo monopolista y, desde el punto de
vista técnico, del desarrollo de la producción en masa y de la gran
expansión de los sectores secundario y terciario. También entramos
en el período de la crisis permanente de la economía capitalista
británica. Sin embargo, los cambios más llamativos se produjeron a
partir de 1914. El presente análisis abarca también la primera mitad
de este período sobre todo porque la masa de investigaciones esta-
dísticas realizadas entre 1890 y 1914 arroja una valiosísima luz
retrospectiva sobre el siglo XIX.
¿En qué consiste la aristocracia obrera?
No existe un criterio único y simple para reconocer la pertenen-
cia a una aristocracia obrera. Teóricamente, cabe considerar al menos
seis factores diferentes. Primero, el nivel y la regularidad de los
ingresos de un trabajador; segundo, sus perspectivas de seguridad
social· tercero sus condiciones de traba¡· o, incluido el trato que
' de capataces y patronos; cuarto, sus relaciones con
recibe' por parte
los estratos sociales situados por encima y por debajo del suyo;
quinto, sus condiciones generales de vida y, por último, las perspec-
tivas de progreso futuro para él y para sus hijos. El primero de
estos factores es el más importante y también es el único acerca
del cual contamos con una cierta información global, aunque insu-
ficiente. Por consiguiente, lo utilizaremos como criterio prindpal.
A lo largo del siglo, el obrero que ganaba un buen salario regular
era también el que ahorraba lo suficiente como para no tener que
recurrir a la Ley de Pobres, para poder vivir fuera de las áreas de
peores tugurios, para ser tratado con cierto respeto y consideración
por los patronos, para tener cierta libertad de elección en su trabajo,
para brindar a sus hijos la posibilidad de recibir mejor educación,
etc. La regularidad de los ingresos es un factor importante. Los
trabajadores con ingresos buenos pero irregulares o fluctuantes no
eran considerados como aristócratas obreros tal como se entendía
LA ARISTOCRACIA OBRERA EN EL SIGLO XIX 271
'en Gran Bretaña; por ejemplo, tal era el caso de los fogoneros de
las fábricas de gas, casi dos tercios de los cuales ganaban en 1906
un salario semanal de 35 chelines. 1 Sin embargo, en determinadas
circunstancias esta clase de obreros se consideraban a sí mismos
aristócratas, por comparación con la masa de sus compañeros: por
ejemplo, los estibadores de Londres, con respecto a los trabajadores
portuarios comunes.
La naturaleza de la aristocracia obrera
Desde el punto de vista social, el estrato mejor pagado de la
clase trabajadora no se distinguía en forma nítida de lo que vaga-
mente podemos llamar «clase media baja». De hecho, este último
término se utilizaba a veces para referirse a la aristocracia obrera.2 • 1
¡
. . En la primera parte del siglo el término designaba probablemente
· en especial a los pequeños tenderos, a algunos patronos independien- 1 1
tes, a los capataces y a los administradores (quienes solían ser obre-
ros ascendidos de categoría). Hacia finales del siglo también desig-
naba probablemente a los empleados y a ese tipo de trabajadores.
Por ejemplo, durante la década de 1890, en Bolton, este término se
utilizaba para referirse a «los empleados mejor pagados, a los tene-
dores de libros, a los administradores y al sector más acomodado
de la clase trabajadora» 3 (por contraste con los «patronos, sacerdo-
tes, abogados, médicos y grandes comerciantes»). Hacia la misma
época, en Salford, se consideraba que abarcaba a «los viajantes de
- r comercio ... a los empleados, a los litógrafos, a los ebanistas, a los
< J carpinteros, a los ayudantes de tenderos, hasta los mineros del
carbón»; 4 quizás los trabajadores manuales calificados miembros de
la aristocracia obrera hayan gozado de una posición social superior
a la de muchos trabajadores de oficinas. El informe del comité depar-
l. Todas las referencias al año 1906 remiten a los correspondientes volú-
menes de la Earnings and hours enquiry (Censo salarial) salvo indicación explí-
cita de otras fuentes. '
. 2. Dep. Ctee. º1!, Pupil T eachers, 1898, XVI, passim y en especial pá-
gma 2.692; cf. tamb1en R. C. on Poor Law, 1905-1909 apéndice VIII pági-
na 86.298, Sir B. Browne (constructor naval). ' '
3. Allen Oarke, Effects of the factory system, 1899.
-A : Interdep. Ctee. on Physical Deteriora/ion, 1904 XXXII pp 4 422-
4.424. ' ' . .
/t --
1 '
 ,'
272 TRABAJADORES LA ARISTOCRACIA OBRERA EN EL SIGLO XIX 273

tamental acerca de la situación de los maestros de escuela presenta ~ i bién el hecho de que no constituyera un partido obrero indepen-
1

la descripción más completa de este estrato social compuesto, porque
al parecer esa profesión era desempeñada principalmente por hijos
de integrantes del mismo. En Birmingham, la desempeñaban hijos
de obreros (40 por ciento), de administradores de pequeños talleres
y empleados (15 por ciento), y de comerciantes al por menor. En
Merthyr, eran hijos de mineros del carbón (porque éstos constituían
prácticamente toda la población de la zona) «O de una clase muy
próxima: la de los capataces de las minas de carbón; o "contra-
maestres'', como les llamaban». En Bradford, procedían de una
clase «más acomodada»; en Manchester, de la de los «peones, me-
cánicos o pequeños tenderos»; en Lambeth, de las «clases de los
artesanos y comerciantes al por menor»; en Exeter, de la de los
«empleados y de un determinado sector de capataces o cajeros de
tiendas». Quienes ingresaban en una escuela para maestros en Chelsea
procedían de la clase de los carpinteros y ensambladores, emplea- ( '. \J a ~a clase pasase a otra». El secretario del Sindicato de Obreros
dos, jardineros, sastres y pañeros, viajantes y agentes de comercio,
mecánicos, herreros y carreteros, pintores, maquinistas de hilanderías,
abaceros, administradores o subadministradores de hilanderías, fa-
bricantes de botas y zapatos, granjeros, contables y mayordomos (así
como huérfanos y maestros de escuelas primarias).5 Sin embargo, de-
bemos recordar que muchas comunidades británicas del siglo XIX
estaban integradas casi totalmente por trabajadores manuales,6 de
modo que la aristocracia obrera podía ser casi pura.
Esta ausencia de una distinción nítida entre la aristocracia obre-
ra y ot.ros estrat~s. sociales es importante porque pern;i~e explicar
sus actitudes pohucas. De ese modo se comprende facilmente su .
persistente radicalismo liberal a lo largo del siglo xrx, como tam- ~ f que los sindicatos no eran los que conferían fuerza a los grupos
7
diente. Sólo llegó a atraerles la idea de un Partido Laborista cuando
el imperialismo comenzó a aislar a esa aristocracia obrera a) respecto
de la clase de los administradores y pequeños patrones, con la que
estaba confundida, y b) respecto de la clase de los oficinistas (que
se había extendido mucho y que había constituido una nueva aris-
tocracia obrera, políticamente conservadora).
Si por un lado de su territorio los límites de la aristocracia
obrera eran fluidos, por el otro en cambio eran precisos. En ningúp
caso había que confundir al «artesano» con el «peón». «El cred~
del artesano respecto del peón consiste en considerarle como miem-
bro de una clase inferior, a quien hay que señalarle su lugar y ha-
8
cérselo respetar.» Al secretario del Sindicato de Caldereros le es-
pantaba la sola idea de que un peón pudiera realizar el trabajo de
un artesano, porque «no sería deseable que un obrero perteneciente
· Hilanderos estaba seguro de que sus obreros se diferenciaban de los
trabajadores a destajo, Y en general de los obreros menos calificados
por su capacidad superior: «Los patronos han hecho una esplén:
dida selección Y se han quedado con los gigantes ... en cuanto a
9
capacidad de trabajo». Hasta el surgimiento de los «nuevos sindi-
catos», en 1889, solía creerse que los límites de la aristocracia coin-
~día1.1, con. lo? del sindicalism? (porque las grandes oleadas de orga-
mzac10n smdical de los traba1adores generales y no calificados eran
temporarias), allí donde cabía hablar de algún tipo de sindicato.
«Com? indica .su t~tu!o ?e "n~ calificado"», escrib,ía un trabajador,
0
«no tiene ofic10 m smdicato». De hecho, se creia corrientemente

de trabajadores, sino más bien los que ponían en evidencia una

5. Pupil Teachers, pp. 2.287-2.288, 8.524, 4.397, 5.329, 11.479-11.480, fuerza que estos últimos ya tenían.U Tal identificación de la aris-
3.471.
6. Por ejemplo, E. Potter, Picture of a manufacturing district, 1856, pá-
ginas 22-23. De una población total calculada en 21.000 personas, la clase media
se calculaba en 500 y la clase media baja no asalariada en 1.500, incluidas las
familias de los miembros de tales clases.
7. Antes del período del imperialismo, los grupos conservadores pertene-
cientes a la aristocracia obrera se daban, por ejemplo, entre los hilanderos del
algodón, pero normalmente se puede explicar su existencia por circunstancias
especiales como la oposición liberal a las Leyes Fabriles, una debilidad local
excepcional de las sectas disidentes, la dependencia respecto de una clientela
aristocrática, la reciente aparición de un ambiente conservador en el campo o
en l~s pequeñas ciudades, etc. Pero en líneas generales esos grupos eran ex-
cepcionales.
~· Tho~as Wright, Our ne~ masters, 1873, pp. 3, 6. Cf. el extraordinario
capitulo dec_licado al «The unskilled labourer», en W orking men and women
de A Working Man (1879). '
. 9. R. C. on Labour, 1893-1894, XXXII, pp. 2.801-2.810 1892 XXXV pá-
ginas 789-801. ' ' '
10. Loe. cit. También G. Howell: Conflicts of capital and lahour 1890
p. 175. ' '
11. Mayhew, L.ondon labour~ III, pp. 231-232. «El hecho de pertenecer a
algun.as de esas sociedades, que invariablemente distingue a la mejor clase de
. traba1adores respecto de la peor.» W. B. Adams, Englisb pleasure carriages,

18. - HOBSBAW.M
274 TRABAJADORES
tocracia obrera con los sindicalistas correspondía a la verdad: el ~
registro sindical de Londres revela lo escasas y débiles que eran
las secciones sindicales de los distritos del East End en 1871.12 La
frontera entre los miembros de la élite obrera y el resto de los
trabajadores solía ser una frontera geográfica.
Entre los «peones» y la aristocracia obrera se insertaban diver-
sos grupos de trabajadores no pertenecientes a ninguna de ambas
clases, situados en una especie de zona de penumbra: peones que
gozaban de una situación más acomodada, obreros con calificación
normal, y casos similares. Entre la aristocracia obrera y estos últimos
no existía una clara línea divisoria, aunque por cierto el miembro
de la aristocracia se consideraba superior a estos «obreros, que
-a pesar de su gran honestidad y de su afán por hacer bien las
cosas- se diferencian ... del primer tipo de trabajadores por su
falta de educación y quizás por una cierta carencia de fuerza moral
y de coraje».13 En realidad, al observador superficial la clase obrera t
debió parecerle a veces como un complejo jerárquicamente organi-
zado de grupos y categorías sectoriales, en el que las grandes divi-
siones no eran fáciles de percibir.
2. EL TAMAÑO DE LA ARISTOCRACIA OBRERA
Hasta la década de 1840
No es seguro que en este período pueda hablarse de un aristo-
cracia obrera, aunque ya existían sus elementos característicos. Ni
siquiera es seguro que pueda hablarse de un proletariado propia-
mente dicho, porque esta clase todavía estaba surgiendo de la masa
1837, p. 187, que por esa razón consideraba que los sindicatos no eran peligro-
sos. Statistical tables and returns of frade unions, 1887; R. C. on Trade Unions,
testimonio de Applegarth, 1867, XXXII, pregunta 168.
12. Beehive (25 marzo 1871). Así, los sindicatos de mecánicos, enladrilla-
dores, carpinteros y albañiles combinados tenían 13 secciones con un total de
1.001 miembros en los municipios representativos del East End, pero 29 con
un total de 3.204 miembros al sur del Támesis. · mercancías para convertirse en un salario a destajo.
13. R. C. on Aged Poor, 1895, pp. 16.545-16.549, testimonio de H. Allen,
secretario de la Asociación de Trabajadores Joyeros de Birmingham. Ver tam-
bién W. B. Adams, op. cit., pp. 188-189, acerca de la jerarquía social existente
entre las diferentes categorías de obreros calificados de las fábricas de vagones
de ferrocarril.
LA ARISTOCRACIA OBRERA EN EL SIGLO XIX 275
'i! de los pequeños productores y patronos, campesinos, etc., de la so-
ciedad preindustrial, aunque en ciertas regiones e industrias ya había
adquirido un perfil bastante definido. 14 Este hecho complica mu-
chísimo el análisis. Para este período quizá sea más sencillo operar
con el concepto de «pueblo trabajador» ( working peo ple) o «traba-
jadores pobres» (labouring poor), términos muy utilizados en la
época; 15 vale decir, un concepto que abarque a todos los explotados
y oprimidos por el capitalismo industrial: proletarios propiamente
dichos, trabajadores semiproletarios que realizaban su faena fuera de
los talleres, pequeños productores y comerciantes que se enfrentaban
a los grandes capitalistas, así como las formas peculiares de transi-
ción situadas entre ellos. 16 Sin embargo, desde el punto de vista del
análisis, puede ser útil destacar el caso de aquellos «trabajadores po-
bres» que cabe considerar como proletarios; vale decir, el sector
integrado esencialmente por asalariados que no poseían ningún medio
de producción importante.
'if
No disponemos de ninguna estimación general de la proporción
de «trabajadores pobres» que eran proletarios, sobre todo porque
los estadísticos de la época clasificaban automáticamente a los obre-
ros calificados y especializados junto con los patronos y los produc-
tores independientes (aunque solían tratar a los «peones», es decir
a los obreros no calificados, mineros y grupos similares, como una
clase aparte).17 Si consideramos al sector de la población del país que
en 1841 todavía se encontraba en una etapa preindustrial -es decir,
los trabajadores dedicados al «comercio al por menor y a las indus-
trias artesanas, en calidad de maestros o de obreros»-, y compara-
mos las cifras pertinentes con las relativas a los peones (no agríco-
< 1': las), comprobamos que en los condados agrícolas de Inglaterra los
14. Por supuesto, de hecho la mayoría de los trabajadores británicos ya
dependían totalmente de sus salarios para subsistir; pero la forma de esos sala-
rios todavía solía corresponder (como en el caso de los trabajadores domésticos
de algunos tipos de mineros, etc.) a un pago por la compra de las mercancía;
prod~cidas (por ei,emplo, pieza~ -~e tela) .Y no por la compra de la fuerza de
traba¡o. En un periodo .de trans1c1on, no siempre resulta fácil reconocer el punto
en que tales pagos de1an de ser una retribución por la adquisición de unas
15. G. Briefs, The proletariat, 1937, p. 6, donde se mencionan ejemplos.
16. Así, Mayhew, op. cit., III, p. 311, clasifica a los «pobres» en tres
grupos: artesanos, peones y pequeños comerciantes.
17. HMSO, Guides to Official Sources 2, Census reports of Great Britain
1801-1931, 1951, pp. 27 SS.
276 TRABAJADORES
LA ARISTOCRACIA OBRERA EN EL SIGLO XIX 277
peones representaban entre una sexta parte y la mitad del total de~ '1
ba compuesto por obreros. 20 Un minucioso empadronador de New-
los maestros y obreros artesanos, y que normalmente representaban
castle daba cifras similares en 1851: alrededor del 80 por ciento
entre una cuarta parte y un tercio de ese total. En las áreas urbani-
de los que no estaban clasificados como maestros ni co1Do peo-
zadas como Middlesex, Surrey, Kent, Edimburgo y en la ciudad de
nes o barqueros estaban empadronados como «oficiales» es decir
York, la proporción era aproximadamente la misma, aunque es pro-
como
'
asalariados. 21 Una muestra algo más completa de 12 distritos
'
bable que fuera un poco más elevada. 18 En los condados puramente
de empadronamiento de Newcastle revela que allí la cantidad de
agrícolas de Escocia era mucho más baja. Dentro del conjunto de
peones era igual a la cantidad de los oficiales más la del resto de los
«maestros y obreros» la proporción de cada grupo, y de los pequeños
q~e no eran ~aestros. Una muestra de cinco distritos de empadrona-
productores independientes de mercancías, era variable. En 1851
miento de Bnstol da una proporción un poco menor de peones eón
-fecha del primer censo que presentaba cifras (parciales) por sepa-
respecto a la cantidad de oficiales, aunque esa diferencia quizá no
rado para los maestros y los obreros-, alrededor del 80 por ciento
sea significativa.
de los maestros sastres, alrededor del 71 por ciento de los maestros
En las industrias fabriles (textiles, minería, hierro y acero) la
zapateros y casi el 90 por ciento de los maestros herreros empleaban
proporción de los asalariados de tiempo completo era por supuesto
entre O y 2 obreros, aunque alrededor del 60 por ciento de los
mucho más elevada, porque hay que incluir entre ellos a los traba-
maestros constructore~, un poco más del 60 por ciento de los curti-
jadores semiproletarios que realizaban su faena fuera de los talleres
dores, un poco más del 50 por ciento de los cerveceros y casi la
'.'# (tejedores de telares de calcetería, tejedores de telares manuales, et-
mitad de los fabricantes de máquinas y motores empleaban entre r
cétera). La proporción de trabajadores no calificados también era muy
3 y 19 obreros. (Los primeros tres grupos abarcaban el 8 por ciento
e~evada'. aun .en l.os casos en que no predominaba el trabajo feme-
de la población masculina no agrícola mayor de nueve años; los cuatro
mno e mfantil. Sm embargo, en esos oficios, sólo unos pocos obre-
grupos siguientes, abarcaban un porcentaje un poco superior.) 19 Por
ros especializados y dedicados a tareas de supervisión seguían sien-
consiguiente, podemos suponer en líneas generales que en las indus-
do considerados como «peones», aunque de una clase superior.
trias donde no se había producido la revolución industrial, los asala-
riados debían representar entre un 50 y un 80 por ciento de la pobla- De modo que, en este período, no conviene separar general en
ción empleada, y que los que no eran peones representaban no menos los elementos. de una «aristocracia» proletaria con respecto al resto
de la mitad de ese porcentaje, y quizás una proporción aún mayor. de los «traba1adores pobres». Una encuesta realizada en Bristol en
(La industria de la construcción constituye una excepción dentro del 1838 comprobaba que el 15,7 por ciento de los cabezas de familia
conjunto de las industrias artesanales, porque en ella la cantidad de obrera realizaban ingresos en cajas de ahorro y estaban adheridos
~ a sociedades mutuales o a círculos gremiales (trade clubs). Otra en-
peones por artesano era muy elevada.) Acerca de este punto, dispo-
cuest~, realizada en Hull en 1839, muestra que entre el 10 y el 13
nemos de un par _d e pruebas cuyo valor es relativo. Una inves-
tigación realizada en la ciudad de Hull en 1839, que distinguía en- po: ciento de los obreros contaban con viviendas «de amplias insta-
lac10~e.s», frente a ~na proporción de entre un 25 y 30 por ciento
tre los obreros de industrias artesanas empleados y parados, reve-
la que alrededor del 75 por ciento de la población ocupada esta- d~ vi~iend~s «ma! m~taladas», lo cual constituye probablemente un
entena mas preciso. Estos datos pueden servir como indicadores
.18. Se han omitido de este cálculo los condados con población minera. La
me1or fuente para las cifras de empleo en 1841 es W. F. Spackman, An ana- . 20. J. R . .s:~t. S., IV (1841), p. 164; pero el 75 por ciento incluye muchos
lysis of the occupations of the people (1847). tlpos de trans1c1on.
19. Cf. J. H. Clapham, An economic history of modern Britain, II, p. 35. 2.1. Cifras manuscritas .del. Censo de 1851, PRO, HO 107. El empadrona-
p~a un resumen más adecuado d<: los informes. Acepto el criterio de Clapham, dor informaba. acerca del .~strlto de empa~onamiento 5524jD, 17, pp. 434 ss.
quien supone que, en estas profes10nes, los patronos (masters) que no informa- 22. B. Fnpp, . <~Conditlon of ~e work:ing class in Bristol», J. R. Stat. S.,
ban acerca de1: número de empleados. eran principalmente pequeños producto- I!, p. 372; «Condinon of the working ~ass in Hull», ibid., V, pp. 212 ss. Las
1
res que trabajaban por cuenta propia. - . ctfra.s se han. calculado restando la cantidad de casas pertenecientes a los «ran-
t ..f gos mtermedios y elevados» (213). La cifra más elevada se basa solamente sobre
278 .TRABAJADORES
aproximados del tamaño del estrato superior de }ª «pob_lació~ tra-
bajadora». Por supuesto, podemos detectar adem.as la ex1stenc1~ d,e
diversas categorías de trabajadores que cabe considerar como ansto-
cratas obreros y que a veces demostraban el conservadurismo típico
y el exclusivismo sectorial característicos de ese grupo; sobre todo
en el caso de aquellos artesanos cuya posición no fue substancial-
mente afectada (y que eventualmente fue fortalecida) por la revo-
lución industrial: obreros gráficos, obreros de la industria del me-
tal,23 productores artesanales de artículos de lujo y casos similares.
No fue casual que los cajistas de Manchester se negaran a celebrar
la aprobación del proyecto de Ley de Reforma,24 mientras los ~~~­
dores de hierro evitaban las huelgas y confiaban en la negoc1ac10n
pacífica, y los mecánicos no participaban en el movimiento en favor
del Sindicato General y en 1842 permanecieron neutrales. 25 En rea-
lidad resulta difícil pensar en algún constructor de máquinas o fun-
dido; de hierro que se destacara en los grandes movimientos sociales r. ,··i
del período 1830-1842, aunque muchos otros artesanos sí lo hicieron.
Sin embargo, conviene evitar las afirmaciones generales, dada la
complejidad y la magnitud de los cambios que afectaron incluso a
quienes entre 1780 y 1815 podían ser considerados como pertene-
cientes a la élite obrera.26
la cantidad de viviendas de la clase obrera cuyas instalaciones pudieron ser
investigadas.
23. K. Marx, El Capital, l, capítulo 24, donde se dan razones que expli-
can el incremento de su fuerza.
24~ Minutes of the Manchester Typographical Society, Colección Webb EA, (
XXX, p. 51. (LSE Library).
25. Webb, Hist. TU, 1894, pp. 180-182; J. B. Jefferys, Story of the engi-
neers, 1946, pp. 18, 22. . bl
26. Estos cálculos arrojan un poco de luz sobre el controvertido pro ema
de Jo que ocurrió con el nivel de vida de la clase. obrera. CJapham,. ;\sht~n. Y
otros especialistas en histori? económi~a han cu~st10nado la concepaon clasica
según Ja cual ese nivel habna descendido a par~1r de 1815. Estos aut.ores apo-
yan su argumentación principalmente sobre la idea de que los . ~alanos re~les
habrían aumentado entre 1815 y la década de 1840. Esta pretension ya ha sido
socavada por las dudas relativas a las estadísticas del co~te de la vida sobre
las que se apoya. Sin embargo, cabe mosa:ar que los salarios reales de algunos
obreros probablemente a~entaron. Pero s1~ ,como he. argumentado en este estu-
dio los estratos favorecidos de la poblacion trabaiadora eran mucho menos
n~erosos que el resto, la concepción optimist~ se derrumb_a. Si_n emb?rgo, n,o
es éste el lugar apropiado para desarrollar esta importante discusión . Vease mas
arriba, capítulos 5-7 (pp. 84-146).
LA ARISTOCRACIA OBRERA EN EL SIGLO XIX 279
~ ·•1
De la década de 1840 hasta la de 1890
Durante este período el problema de los estratos intermedios y
de transición ya no resulta tan molesto. En todo caso, ya es fácil
distinguir un proletariado propiamente dicho, aunque se trata de
un proletariado que trabaja en pequeñas unidades de producción. Sin
embargo, alrededor de la industria moderna sigue existiendo una
producción realizada en pequeños talleres. Aunque la fabricación in-
dustrial de botas y de ropa se ha desarrollado ya -sobre todo a
partir de la década de 1870-, en Escocia sigue habiendo un maes-
tro por cada cuatro sastres asalariados y un maestro zapatero por
cada dos zapateros asalariados. Aunque las industrias del encaje, cal-
cetería, lana, yute y el resto de los ramos textiles se convirtieron en
industrias fabriles, las numerosas pequeñas industrias del metal de
las áreas de Birmingham y Sheffield siguieron siendo complejos de
talleres especializados y de producción realizada fuera de los talleres.
En realidad, en el área de Birmingham todavía en 1931 casi el 10
por ciento de los trabajadores empleados en la fundición y en los
procesos secundarios, y en «otras industrias del metal», y el 25 por
ciento de los empleados en la joyería y en la industria de la plata
(industrias que abarcaban unas 120.000 personas), eran patronos o
productores independientes.27 Sin embargo, aunque en cada etapa
del desarrollo capitalista se verifica una renovación relativa de la pro-
ducción en pequeña escala, esto se ajusta (y de hecho se ha ajus-
. tado) a una escala decreciente, que supone un incremento de su de-
pendencia con respecto a la gran empresa.
''.l Podemos considerar algunas estimaciones generales del tamaño
. de la aristocracia obrera durante este período. La primera es la rea-
lizada por Dudley Baxter a propósito del sector de la clase trabaja-
dora que en 1867 ganaba un salario medio de 28 chelines o más.
Este sector estaba integrado por 0,83 millones de obreros sobre
un total de 7 ,8 millones de trabajadores (hombres, mujeres y niños,
incluidos los trabajadores agrícolas y el servicio doméstico) o sea
alrededor del 11 por ciento. Si descontamos a los peones agrícolas y
al servicio doméstico femenino, el porcentaje llega casi al 15 por
ciento.28 La segunda estimación se basa sobre la cantidad de miem-
. ·'
27. West Midland Group, Conurbation, 1948, pp. 122-123.
!' 28. D. Baxter, The national income, 1868, apéndice IV.
280 TRABAJADORES LA ARISTOCRACIA OBRERA EN EL SIGLO XIX 281
~
bros. que tenían los sindicatos antes de la . expansión de 1889 (es No podemos tomar las cifras de Baxter como una guía fiable para
decir, antes de las «negociaciones fuertes» típicas de ese período). determinar la composición efectiva de esta aristocracia, porque su
Según la primera estimación fidedigna de la cantidad de afiliados a estimación no tiene en cuenta la irregularidad de los ingresos y
los sindicatos generales -realizada por S. y B. Webb en 1892-, esa -como solían hacer los investigadores de la época victoriana- esta-
masa sindical representaba alrededor del 20 por ciento del total de blece un promedio entre los ingresos muy altos y muy bajos de
la clase trabajadora (cifra quizás un poco exagerada). Si partimos de cada gremio. La composición del movimiento sindical en 187 5 cons-
esa cifra para calcular la cantidad de trabajadores sindicalmente orga-
nizados que no formaban parte de la aristocracia obrera (trabajado- CUADRO 1
ras de la industria del algodón, muchos obreros de las minas, miem-
Gremios que en 1865 tenían tarifas salariales de 40 o más
bros de los sindicatos de obreros no calificados creados en 1889, etc.),
chelines por semana
no nos apartaremos demasiado de la verdad. 29 Recordemos que, se-
gún Mayhew, el porcentaje de trabajadores sindicalizados en un gre-
Astilleros: algunos carpinteros na- res, tintoreros, estampadores a
mio normal de Londres constituía el 10 por ciento del total de obre-
vales. máquina, cortadores.
ros del mismo.30 De hecho, estas estimaciones se basaban sobre unas Ferrocarriles: algunos maquinistas. Piel: adobadores de Londres.
conjeturas relativamente plausibles, y sólo las mencionamos porque Encuadernación: destajistas, acaba- Vidrio: muchos obreros calificados.
no son incompatibles con los mejores datos disponibles para el t' dores, expedidores. Industria gráfica: cajistas de perió-
período siguiente. Instrumentos científicos: la mayoría dicos, lectores de pruebas, algu-
Cabe mencionar, para completar lo anterior, una estimación, ba- de los obreros. nos cuidadores de máquinas y
sada también en la encuesta de Baxter, acerca del tamaño del estrato Cuchillería: 32 forjadores de limas, mecánicos.
más bajo, con ingresos menores a los 20 chelines. Ese estrato es- auxiliares de herrero, afiladores Fabricantes de instrumentos musi-
taba integrado por 3,3 millones o sea algo más del 40 por ciento de (sobre todo de piezas de más de cales: algunos.
12 pulgadas), productores de sie- Litógrafos: muchos.
la clase trabajadora, con exclusión de los peones agrícolas, soldados
rras, muchos rectificadores de Tallistas: muchos.
y pensionistas y del servicio doméstico femenino. 31 Este P<?rcentaje sierras. Relojeros: muchos; algunos produc-
coincide curiosamente con los establecidos por las encuestas socia- Construcciones navales: algunos ca- tores de relojes de pie.
les ulteriores. pataces. Calcetería: algunos supervisores de
Ebanistas: un sector. fábrica.
29. Las estadísticas acerca de la cantidad de miembros de los sindicatos
antes de la expansión de 1871-1873 no son representativas, salvo para oficios o t •'J Sombrereros: muchos trabajadores Torneros de marfil y hueso: algu-
ciudades aisladas. Las de mediados de la década de 1870 (después de la inci- manuales calificados. nos.
dencia del aflujo de 1871-1872, pero antes de la contracción de la Gran Depre- Joyería: muchos obreros calificados. Alfarería: modeladores de arcilla,
sión) están viciadas por la organización desigual de los diferentes gremios «aris- Hierro: algunos «slingers»; más la- muchos torneros, muchos fogone-
tocráticos». De modo que las de 1890-1894, menos las correspondientes a los «no minadores; muchos herreros y ros de bizcocho.
aristocráticos», constituyen la mejor guía de que disponemos.
30. Op. cit., III, p. 231. auxiliares de herrero. Acero: la mayoría de los fundido-
31. Se ha llegado a esta cifra de la siguiente manera: sobre la base de las Textiles: estampado de calicó; mez- res, fraguadores y vertedores, la-
subdivisiones V-VII de Baxter (hombres que ganaban menos de 20 chelines) cladores de colores, blanqueado- minadores.
más todas las mujeres y niños que eran obreros; con las excepciones mencio-
nadas. Puesto que los precios eran más elevados en la década de 1860 que a
finales de siglo, los límites elegidos suponen probablemente una sobrevalora-
ción del tamaño de la aristocracia obrera. En 1858 se consideraba que un sala- FUENTE: Leoni Levi, Wages and Earnings of the Working Classes (1867).
rio de 27 chelines (sin contar las pérdidas por mal tiempo) no era suficiente
como para mantener a salvo de la «pobreza» a una familia con tres niños de un 32. De aquí hay que deducir los salarios que los trabajadores calificados
obrero de la construcción de Londres; cf. T own lífe, del autor de Liverpool pagaban a sus peo;;;.Gs. En las industrias del hierro y del acero este desembolso
life, etc., 1858, pp. 65-66 estaba previsto.
282 TRABAJADORES
tituye una guía . mejor. Poco más de la mitad del mismo estaba in-
tegrado por artesanos pertenecientes a los gremios poco afectados
(salvo en cuanto a sus materiales y por el hecho de la aplicación de
motores a las herramientas manuales) por la revolución industrial:
constructores, mecánicos, obreros navales y casos similares, así como
varios gremios más antiguos (trabajadores gráficos, ebanistas, sastres,
vidrieros, encuadernadores, constructores de vehículos y casos simi-
lares). El resto estaba integrado principalmente por mineros, obreros
del hierro y del acero, y obreros textiles calificados; estos últimos
constituían el grupo más pequeño, aunque numéricamente más esta-
ble. El cuadro 1, de la página anterior, presenta una lista de los
gremios que tenían tarifas salariares semanales más elevadas.
Este cuadro muestra más la composición del sector superior de
esa aristocracia, que la situación media del artesano próspero; cabe
compararlo con el cuadro correspondiente al período 1890-1914 (ver
cuadro 5, pág. 293 ). Hay que señalar que si dispusiéramos de una ~
lista similar para la primera mitad del siglo, no percibiríamos dema-
siadas diferencias.
¿Podemos averiguar mejor el origen de la aristocracia obrera? De
hecho, no estamos en condiciones de obtener estimaciones numéricas
:fidedignas.33 Sin embargo, podemos hacer un análisis general. Hay
tres hechos que se destacan: la disminución del trabajo doméstico y
el correspondiente desarrollo del sistema fabril; la declinación rela-
tiva de la industria textil y de las viejas industrias de producción
de artículos de consumo, y el desarrollo de la industria pesada y de
la industria metalúrgica; el incremento del trabajo femenino. Estos
tres hechos aparecen combinados. Por ejemplo, el incremento del tra- t
bajo femenino queda estadísticamente disimulado por su declinación
en algunas industrias domésticas: aunque entre 1851 y 1891 el por-
centaje de mujeres ocupadas no aumentó de manera significativa, no
menos de 122.000 puestos femeninos desaparecieron en oficios como
la manufactura y costura de cintas, encaje, sombreros de paja, ca-
misas y guantes.34
33. Las cifras del Censo salarial de 1886 no son fidedignas. Difiere,n hasta
tal punto de la subdivisión del Censo salarial de 1906 (sin motivo evidente
para ello) que conviene no tenerlas en cuenta. Probablemente esa diferencia se
debe a que en 1886 se registraron las tarifas salariales, mientras. que-en 1906
se registraron los ingresos.
34. T. A. Welton, «Ün forty years industrial changes in England and
LA ARISTOCRACIA OBRERA EN EL SIGLO XIX 283
La declinación del trabajo doméstico puede o no haber supuesto
un incremento de la proporción de miembros de la élite obrera o
una mejora de la posición de los trabajadores de las industrias afec-
tadas por ese proceso, pero sin duda situó a esa aristocracia. obrera
en un puesto más prominente y supuso un descenso de la tempera-
tura política de las respectivas industrias. Los trabajadores domés-
ticos de las grandes industrias que utilizaban el sistema del putting-
out solían vivir en poblaciones o distritos urbanos especializados
(por ejemplo, Spitafields y Cradley Heath), y era frecuente y pr~vi­
sible que formaran grandes conglomerados dependientes de uno o
dos patronos. Hay ejemplos de patronos de fábricas de clavos que
controlaban entre 1.800 y 2.000 obreros.35 De modo que su decli-
nación supuso en efecto una reducción del tamaño promedio de la
unidad de producción. En la pequeña fábrica , o en el laberinto de
talleres especializados interdependientes --como los que encontra-
'il mas en la industria de la calcetería, en el ramo de la fabricación de
cañones de Birmingham o en algunos ramos de Sheffield-, el arte-
sano indispensable o el operario especializado no sólo era más im-
portan te sino que consideraba que lo era. En esas condiciones, tam-
bién la unión de los trabajadores resultaba más difícil. Los trabaja-
dores domésticos de Cradley Heath intentaron infructuosamente crear
un sindicato; los artesanos de Birmingham, por su parte, apenas co-
nocían las asociaciones gremiales. (El terrorismo de Sheffield fue una
reacción defensiva ante el surgimiento de la máquina y de la fábri-
ca, y ante la crisis de una determinada modalidad de trabajo domés-
tico subcontratado. Por consiguiente, este fenómeno no es pertinente
, 1~ para la presente argumentación. En todo caso no fue una muestra
de radicalismo sino una alternativa con respecto a este último.) 36
Lo mismo puede decirse respecto del aumento de la proporción
de mujeres que trabajaban en las diferentes industrias (dato que
cabe utilizar como un índice del aumento de la proporción de obre-
Wales», Trans. Manchester Stat. Soc., 1897-1898, pp. 153 ss., presenta conve-
nientemente las cifras.
35. G. C. Allen, The industrial development of Birmingham and the Black
Country, 1939, p. 126.
36. Los mejores informes acerca de sus actividades se encuentran en: Na-
tional Association for the Promotion of Social Science, Report on trade socie-
ties, 1860, pp. 521 ss., sobre todo pp. 540-541; R. C. on Trades Unions, 1876,
passim. Véase también las memorias de Dronfield y Uttley en Notes and queries,
~ 1948, pp. 145-148, 279-280.
284 TRABAJADORES

ros no calificados). Aunque ese aumento posibilitara la aparición de

un proietariado femenino organizado (posibilidad que no fue aprove.
.
~
-~
LA ARISTOCRACIA OBRERA EN EL SIGLO XIX

' (~ sistema fabril establecido. La producción fabril, o los sistemas aná-

1

logos, sólo supusieron un gran desarrollo de la aristocracia obrera

en el siglo XIX cuando su maquinaria era imperfecta y dependía de
285

chada en gran escala hasta la década de 1880, y entonces sólo en la

d~termina~a~ h~bilidad~s manuales. La industria británica del algo-
industria del algodón), tendió a asegurar a los trabajadores varones
don es la umca mdustna europea de su tipo en la que los hilanderos
calificados una posición obviamente prominente y dominante. De
formaban parte de esa aristocracia, por el hecho de haber surgido
modo que la proporción de hilanderos varones dentro del conjunto antes y de ser la más primitiva. Sin embargo, en las fábricas de
de la mano de obra de una fábrica algodonera descendió del 15 por botas de la década de 1860 la aristocracia (con salarios de 30 cheli-
ciento en 1835 al 5 por ciento en 1886,37 mientras que la de mujeres nes o más) superaba, al parecer, el 20 por ciento del total de obre-
y muchachas adolescentes aumentó del 48,1 por ciento en 1835 al ros.41 En los casos en que la expansión adoptó la forma de la sub-
60,6 por ciento en 1907; y su promedio durante las décadas que esta·
co?trataci.ón, del putting-out y de la expoliación generalizada, las
mos considerando fue de un 55 por ciento.38 En la industria del es- aristocracias obreras pudieron mantenerse -por ejemplo: especialí·
tambre la proporción de varones adultos (dejando de lado el sector zándose e? tareas de categoría superior-, pero rodeadas por una
39
del tejido) disminuyó en un 50 por ciento entre 1853 y 1886. Lo masa creciente de trabajadores domésticos o de artesanos en situa·
mismo ocurrió en los casos de los tejedores de .lana varones de Leeds ción de crisis. El cuadro 2, tomado del censo de 1906 ilustra la
y del distrito lanero de mayor densidad,40 aunque la principal declina- situación de las industrias artesanales que estaban atravesa'ndo enton-
ción se produjo al parecer después de la década de 1870. En la calce-
tería la proporción de varones disminuyó de tres a dos quintos del
CUADRO 2
total de la mano de obra entre 1851 v 1891. Sólo en la industria
del encaje esa proporción aumentó (en ~l contexto de un descenso de Oficios calificados que en 1906 tenían un porcentaje anormalmente
la cantidad de trabajadores empleados), gracias a la declinación del elevado de trabajadores varones con bajos salarios
trabajo manual. De modo que en las industrias textiles en que las aris-
tocracias obreras llegaron a establecerse (algodón, calcetería y encaje) Porcentaje de Porcentaje de
miembros de la miembros de la
ocuparon posiciones más importantes, aunque los trabajadores texti- «aristocracia» «plebe» (sala-
les probablemente constituyesen un porcentaje decreciente dentro de (salarios de 40 rios de 25 o
la aristocracia obrera de todo el país. (Sin embargo, este proceso Profesión o más chelines J menos chelines)
quizá resultara compensado por la reducción de la cantidad de traba·
Talabartería, monturas, fustas 12,5 35,4
jadores domésticos y especialistas que gozaban de una buena posi· t '(} Baúles, carteras, diversos artículos de
ción -cardadores, peinadores, tundidores y oficios similares- que piel 19,6 31,9
en períodos anteriores habían constituido una especie de aristocracia.) Sombrereros . 39,7 27,8
Lo mismo vale en el caso de otras industrias de bienes de con- Toneleros 18,9 27,3
sumo, salvo en muchos ramos de la industria del metal integrados Ebanistas . . 19 22,7
por pequeños talleres. Donde el sistema fabril alcanzó mayor desa- Sastrería de medida 29,4 41,6
rrollo, la situación de la aristocracia obrera era similar a la existente Reparación y confección a medida de
en la industria textil, aunque sus miembros quizá no fueran tantos botas y zapatos 5,1 40,8
y su posición fuera menos segura cuanto más «moderno» era el
FUENTE: Censo salarial de 1906.
37. A. L. Bowley, W ages in the nineteenth century, 1900, p. 117.
38. G. H. Wood, History of wages in the cotton trade, 1910, p. 136.
39. ]. R. ~tat. S., LXV (1902), p. 109. 41. Miscell. Statistics, 1866, LXXIV, p. 743.
40. Ibid., pp. 116, 125.

286 TRABAJADORES
ces una etapa de transición, aunque esos ramos no eran necesaria- f
mente los que resultaron afectados en el período 1850-1890.
En definitiva, es probable que la aristocracia obrera de estos ra-
mos hubiera disminuido con respecto al total de trabajadores em-
pleados en ellos.
(Hay que señalar que el surgimiento de las fábricas supuso una
reducción de los grupos peor pagados y una expansión de los que
recibían una paga menos terrible. Sin embargo, como ni los patro-
nos ni los obreros estaban aún familiarizados con el concepto de
«trabajador semicalificado»,42 tanto los miembros de la élite como
otras clases de trabajadores seguían considerándoles como meros
· peones que trabajaban con máquinas.)
Esa disminución se acentuó cuando aparecieron industrias en las
que virtualmente no había aristocracia, como el transporte y la mi-
nería del carbón (aunque probablemente en ambas la aristocracia haya
crecido durante ese período). 43 En 1851, los mineros, marineros, fe- r
rroviarios, carreteros y otros trabajadores de este tipo constituían
alrededor de medio millón de personas; en 1881 eran más de 1,3 mi-
llones . Sin embargo, este incremento es consecuencia en gran parte
del traslado de los peones rurales y de otros obreros no calificados
hacia profesiones un poco mejor pagadas; por consiguiente, no alteró
la jerarquía general de la clase obrera tanto como cabría pensar.
Por otra parte, durante este período se produjo un inmenso re-
fuerzo de la aristocracia obrera debido al crecimiento de las indus-
trias del metal. Así, el número de trabajadores del hierro se triplicó
entre 1851 y 1881 y el de los constructores navales, mecánicos y ofi-
cios similares alcanzó proporciones aún mayores. En muchas de esas t
industrias el porcentaje de obreros calificados era muy elevado, qui-
42. No he encontrado registro alguno del uso moderno de la palabra «se-
micalificado» anterior a 1894 (Gas-workers and General Labourers' Union Con-
ference, p. 77), aunque el New English Dictionary no lo registra hasta 1926.
El W orkers' Union Record de septiembre de 1916, p. 11, incluye un primer
reconocimiento de esos trabajadores en cuanto grupo, al referirse a los movi-
mientos de 1904 en la B.S.A. (fábrica de armas pequeñas de Birmingham).
43. P. W. Kingsford, Railway labour 1830-1870, tesis doctoral, Biblioteca
de la Universidad de Londres, 1951, p. 6, muestra que la cantidad de obreros
«calificados» aumentó desde el 9 hasta alrededor del 12 por ciento entre 1847-
1850 y 1884; pero las categorías administrativas y de supervisores experimen-
taron un descenso desde un 6,7 por ciento en 1850 hasta un 3,7 por ciento
en 1884.
~ .,.
)
LA ARISTOCRACI A OBRERA EN EL SIGLO XIX 287 ¡¡
¡,'I
zás e~tre un 70 y un 75 por ciento en la industria mecánica; 44 y con ¡,
segundad su posición relativa mejoró. El desarrollo de las construc- 1
ciones navales de hierro redujo el porcentaje de los aristócratas -que
J:
había sido a~rumador en la época de los barcos de madera, aunque
no todos hubieran gozado de una posición igualmente próspera- 45 y 1
p~o~ablemente se mantuvo entre el 50 y el 60 por ciento hasta el sur-
gimiento de. las m~quinas automáticas. 46 La cantidad de obreros grá-
ficos (otra Industria con elevado porcentaje de trabajadores califi-
ca~os) también aumentó más de tres veces. El porcentaje de obreros
calificados era elevado en la industria del hierro (casi el 44 por ciento
en la muestra analizada por Levi en 1865) 47 y los salarios eran altos
pero los ingresos eran irregulares y al parecer el volumen efectivo d~
pobr~z.a era también elevado, como lo eran la suciedad y las malas
condiciones de sus viviendas. Ciudades como Middlesbrough, Wol-
verhampton y Neath se encontraban casi a la cabeza de todas fas
) lista~ de an~lfabetismo o ancianidad indigente.48 Sin embargo, los
salan.os nommal~s extraordinariamente elevados y el predominio ge-
neralizado del sistema de subcontratación convirtieron a las indus-
trias del hierro y del acero en un baluarte de la aristocracia obrera.
Los gremios de la construcción también experimentaron un cre-
c~miento relativo y, como conservaron su vieja estructura, mantu-
vieron la fuerza de la aristocracia obrera.
Por consiguiente, es probable que el período se caracterizara por
un desplazamiento del centro de gravedad dentro de la aristocracia
obrera, en virtud del cual las nuevas industrias pasaron a ocupar la
posición antes detentada por los viejos oficios artesanales; así como
1() ·
~4. 1: Y M. Jefferys, «The wages, hours and trade customs of the skilkd
engmeer m 1861», Econ. Hist. Rev., XVII I (1947) p 30 · J R Stat S ''
LXVIII (1905), p. 384. ' ' . ' . . . .,
45. Véas.e The shipwri~hts' journal, Sunderland, 1858, pp. 20-21 donde se
expresan que¡as en tal sentldo. '
46. R. C. on !~acle Unio~s, 1867, XXXII, p. 17.167 (35 por ciento de los
empleados en fundic10nes de hierro del Támesis eran no calificados) pp 17 363-
17.364 (alrededor del 50 por ciento de los constructores navales ed hi~ro ·eran
peon~s). ~· e: º? Labour, 1892, XXXVI, p. III, grupo A, respuesta a los
cuesn~nanos smdicales, pp. ~74-287. (El 5~ por ciento de los obreros de 8 asti-
lleros mgles~s y el ~6 por aento de 6 as~eros escoceses eran calificados.)
47. Lev1, op. ~zt. p86~), p. 122. La mttad de los «slingers» junto con sus
«ayudantes» han sido mdwdos en cada uno de esos grupos.
48. ~ce~ca d~l ~nalfabeti,smo, véase los Registrar-General's reports; acerca
de la anciarudad md1gente, vease C. Booth, The aged poor 1894 y Lady Bell
~ At the works, 1900, p. 84. ' ' '
.1 •
288 TRABAJADORES
por la aparición de una cierta aristocracia obrera en :amos que hasta
t a
entonces se habían considerado (erróneamente) como mtegrados s?~re
todo por peones. Sin embargo, es probable que la fuerza numenca
de esa aristocracia no aumentara.
Desde la década de 1890 hasta 1914
En este período comienzan a aparecer unas estadísticas autént~ca­
mente útiles. Salimos de la oscuridad y penetramos en algo parecido
a la luz del día. Sobre todo contamos con estimaciones generales :fide-
dignas acerca del tamaño de los diferentes estratos de la. clase obre-
ra, porque los elementos semiproletarios ya no son tan llilportantes
como antes.
Puesto que la mayoría de las investigaciones sociales .apuntaban
más a distinguir la situación de los indigentes que la de quienes goza- r
han de una comodidad excepcional, sabemos mucho más sobre .el
estrato inferior que sobre el superior. Las estimaciones d~ que dis-
. ponemos son consistentes entre sí. En el Lo~dres. analizado por
Booth, el «pobre», el «muy pobre» y la «clase inferior» re~~esenta­
ban en conjunto el 30,7 por ciento del total de la poblacion Y el
40 por ciento de la clase obrera. En el York analizado po~ Rown-
tree ( 1899) las clases equivalentes constituían un 27 ,8 por ciento de
la població~ y un 43 por ciento de los trabajadores asalariado~.
49
Una estimación más intuitiva acerca de la situación en las Pottenes
50
( 1900) da más o menos la misma cifra: tres o.ctavas pa~tes. Por con-
siguiente, un cuarenta por ~iento es una medi.da aproximada b~stante f
buena del sector «sumergida>> de los trabaJadores; dos tercios de
ese porcentaje, en algún momento de sus vidas (sobre tod~ en la
vejez), estaban destinados a convertirse en indigentes, la úl~ima de-
gradación posible.si Cabe señalar que este sector era, c?nsiderable-
mente más amplio que el de quienes ganaban lo que tecmcamente se
consideraba como un «salario de peón». Así, las familias cuya renta
era menor de 21 chelines constituían sólo el 13,8 por ciento de los
asalariados de York, y la «línea de pobreza primaria» en las Five
Towns, analizadas por Bowley y Burnett-Hurst en 1910-1912, pasa-
49. B. S. Rowntree, Poverty, edición popular, pp. 150-151.
50. H. Owen, The Staffordshire potter, 1900 ?P· 346-347.
51. Charles Booth en R. C. on Aged Poor, 1895, pp. 10.860-10.862.
LA ARISTOCRACIA OBRERA EN EL SIGLO XIX 289
ba por encima del 13 o del 13 ,5 por ciento de las familias o del
16 por ciento de los trabajadores.s2 (En Rowntree, el 12,7 por ciento
de la población estaba integrado por los que vivían en una situación
de «pobreza primaria».)
Las estimaciones relativas al estrato superior también son bastante
consistentes entre sí. La estimación de Owen le atribuye una octava
parte (digamos un 13 por ciento) en las Potteries en 1900. En la
muestra realizada por Booth, el 17 por ciento de 75.000 obreros de
Londres ganaban más de 40 chelines, pero Booth consideraba esta'.
cifra un poco excesiva. En las investigaciones que realizó en el East
End, la clase «F» contenía el 14,9 por ciento de los trabajadores. 53
Sin embargo, la muestra de 356.000 trabajadores de 38 industrias
descritas por el censo salarial de 1886 incluía sólo un 8,1 por ciento
de obreros con salarios superiores a los 35 chelines.s4 Podemos supo-
ner de manera aproximada que la aristocracia obrera no abarcaba
(tmás del 15 por ciento de la clase trabajadora, aunque este porcen-
taje podría ampliarse con la inclusión de los «empleados mejor paga-
dos, los contables, los administradores», etc. Todos los observadores
concuerdan en que estos últimos representaban una pequeñísima mi-
noría.5s
52. A. L. Bowley y A. R. Burnett-Hurst, Livelihood and poverty, 1915. Esta
investigación no tiene en cuenta las irregularidades de los ingresos, salvo en el
gremio de la construcción.
53. Booth, IX, p. 371; I, p. 35.
54. General report on the wages of the manual labour classes in the UK,
pp. 1.893-1.894, LXXXIII.
55. No sabemos hasta qué punto estas estimaciones podrían resultar afec-
(_.adas por un mayor conocimiento acerca de los ingresos de la familia en con-
junto. Las cifras inicialmente establecidas por Bowley y Burnett-Hurst, op. cit.,
sugieren que en ciertas áreas los ingresos de la familia probablemente estaban
incrementados por lo que gam.ban otros miembros además del padre. En esa
muestra, cada trabajador se mantenía --<:orno promedio-- a sí mismo y a 1,3
miembros de su familia. Las cifras iniciales sugieren que lo mismo ocurría en
algunas áreas industriales (por ejemplo, W. Nield, «lncome and expenditure
of the working classes in Manchester and Dukinfield in 1836 and 1841», J. R.
Stat. S., IV, pp. 320 ss.). Pero en otras áreas probablemente no ocurría eso
(minas de carbón: «Conditions of working class in Hull», ]. R. Stat. S., V,
p. 213, etc.). Una muestra de las planillas manuscritas del Censo relativo a
Newcastle en 1851 revela que menos del 5 por ciento de las esposas traba-
jaban, mientras que en Bristol trabajaban alrededor del 15 por ciento. Las in-
vestigaciones de Booth acerca de los ingresos familiares de los trabajadores de
veinte gremios de Londres -I, p. 381- revela que entre los que recibían un
salario superior (de 38 chelines o más), los ingresos del resto de los miembros
<Je ·ia familia sólo añadían alrededor de un 10 por ciento al ingreso semanal
19. - HOBSBAWY.
290 TRABAJADORES LA ARISTOCRACIA OBRERA EN EL SIGLO XIX 291

Lo importa~te es que esta aristocracia obrera no incluía a todos t CUADRO 3

los trabajadores que técnicamente cabría describir como calificados o Industrias con una proporción elevada, moderada y baja
como artesanos. Mientras puede decirse sin temor a equivocarse que de aristocracia obrera en 1906
prácticamente ninguna mujer ganaba más que un salario de peón, y
casi con la misma seguridad que pocos «peones» ganaban lo suficiente
40 o más 45 o más
como para alcanzar el tope del 15 por ciento, era muy difícil que en Obreros varones que ganaban chelines chelines
una profesión calificada no existiera un sector de obreros que gana-
se una renta de categoría inferior, a bastante distancia de la jerar- Salarios elevados
quía de oficios más o menos aristocráticos en industrias generalmente Manufactura de hierro y acero 26,8 19,6
«calificadas»: los carpinteros y los ensambladores entre los construc- Mecánica, calderería 21,2 11,3
tores; los fabricantes de pinceles, entre los fabricantes de cepillos; los Construcciones navales . 22 14,9
cajistas de periódicos, en la industria gráfica, etc.56 En los gremios
«Industrias metalúrgicas varias» 20 11,4
Algodón 18,6 10,1
estables, como la construcción y la mecánica, los que ganaban 25 che- Construcción 18,2 6,8
lines o menos en 1906 (que no fue un mal año) representaban alre- Ebanistería, etc 19,1 9,0
dedor de un 1O por ciento. Sin embargo, como hemos visto, otros Industria gráfica 31,6 19,2
gremios podían tener una «cola» más larga. . t 1} ' Calcetería 19,1 10,6
El tamaño efectivo de la aristocracia variaba mucho según las in-
dustrias. Es oportuno dividir las industrias en tres grupos: aquellas Salarios moderados
en que, en 1906, la aristocracia representaba alrededor del 20 por Vestido . 11,2 6,2
ciento del total de obreros varones; aquellas en las que representa- Cerámica 11,3 6,1
Diversas industrias 57 10,3 5,4
ba alrededor del 10 por ciento, y aquellas en las que representaba
Química 9,3 4,6
mucho menos del 10 por ciento: Ferrocarriles 8,7 5,6
Servicios públicos 8,5 3,6
corriente del padre. De hecho, podemos suponer que la principal función desem-
peñada por quienes aportaban unos ingresos suplementarios a la familia en Salarios bajos
tales áreas o industrias consistía en elevar la renta semanal hasta el nivel normal Comida, bebida, tabaco 7,8 3,7
de la categoría del obrero, en los casos en que lo que el padre ganaba no basta-
ba para ello. El salario del padre era la renta de la familia, y los obreros que t' ,. Lana
Botas y zapatos de confección
5,7
5,4
3,0
2,1
no podían mantener a sus familias podían considerarse correctamente como
pertenecientes a una clase mucho más pobre que la aristocracia obrera, y era Fábricas de ladrillos y tejas 5,4 2,4
muy probable que perdieran el respeto por sí mismos. El apasionado rechazo de Goma 6,8 3,6
la Comprobación de Medios de Vida (Means Test) por parte de algunos traba- Seda. 3,4 1,4
jadores en la etapa intermedia entre las guerras mundiales (a menudo miembros
desclasados de la aristocracia obrera) confirma esta interpretación. Sin embargo,
Yute. 2,2 0,8
en algunos casos los ingresos aportados por otros miembros de la familia proba- Lino. 4,9 2,6
blemente incrementaron el tamaño de la aristocracia obrera. Por otra parte, no
sabemos hasta qué punto esto era compensado por la necesidad de ayudar a los
miembros pobres de la familia (principalmente a los ancianos). Las informa- FUENTE: Censo Salarial. (N. B. Este censo no incluye las minas de carbón.)
ciones que da Booth, The aged poor (columna: Ayuda a familiares), no aportan
suficientes datos cuantitativos, pero sugieren a) que había bastantes situaciones 57. Curtiduría, construcción de coches, fabricación de cepillos molienda
de ese tipo y b) que por lo menos la familia pagaba la renta de ancianidad, de granos, atención de puertos, muelles y canales, transporte por ca;ros elabo-
lo que mostraba «qué era Io--que más se temía» (p. 159). ración de goma, elaboración del linóleo, talabartería, etc., fabricación de baú-
56. Booth, V, p. 74, IX, p. 210, VI, p. 230; R. C. on Labour, grupo C, les, etc., de instrumentos musicales, paraguas, tonelería, almacenaje y transporte
pp. 18.820-18.826, 18.860-18.861. ·1'1 por carro del carbón, y otros gremios.
w,
 ,1
292 TRABAJADORES LA ARISTOCRACIA OBRERA EN EL SIGLO XIX 293
ri
Sin embargo, el nivel de la aristocracia obrera no sólo se mide ·~ ' industria en la que, en circunstancias normales, hubiesen ocupado
en forma absoluta sino también en forma relativa . Por consiguiente, unos puestos mucho más bajos; y que el conservadurismo no tan
, es importante distinguir entre las industrias en que los miembros de extremo de los obreros de las fábricas de botas y zapatos derivaba
esta élite se destacaban por encima de una masa excepcionalmente del hecho de que habían conseguido un conjunto anormalmente am-
grande de trabajadores con bajos salarios y las que no presentaban plio de «ingresos moderados», frente a una masa de ingresos bajos,
tal situación. El siguiente cuadro exhibe esta comparación: que, en otras circunstancias, hubiese sido mucho mayor. En realidad,
sabemos que los trabajadores de la industria británica del algodón
eran los únicos de su tipo en la Europa occidental que habían esta-
CUADRO 4
blecido sindicatos de oficios permanentes; los trabajadores de la in-
Porcentaje de «plebeyos» en ciertas industrias en 1906 dustria de botas y zapatos eran el único grupo integrado en parte
por obreros de fábricas de producción en masa, que había establecido
Trabajadores varones que ganaban 25 chelines o menos sindicatos permanentes antes de finales del siglo XIX.
En realidad, las posiciones políticas y económicas de la aristocra-
Grupo superior cia obrera se reflejan mutuamente con maravillosa :fidelidad. El si-
guiente cuadro presenta una lista de algunas de las profesiones mejor
Hierro y acero . . . . 31,4 Algodón 40,6 : ~ pagadas:
Construcciones navales 32,2 Construcción . 25,4 t'!'.
Industria mecánica y caldere- Ebanistería 22,7 CUADRO 5
ría . . . . . . . . 29,7 Industria gráfica 16,0 Pro/esiones en las que más del 40 por ciento de los trabajadores
Industrias metalúrgicas varias. 31,1 Calcetería 33,3 varones ganaban 40 chelines o más en 1906
Grupo intermedio
40 chelines 45 chelines
Profesión o más o más
Vestido 36,2 Química 40,3
Cerámica 40,4 Ferrocarriles . . 49,7
Chapista (construcción naval) . 81,7 73,7
Industrias varias 42,4 Servicios públicos 40,5 f1
Calafateador (construcción naval) 78,3 61,4
Grupo inferior Hilanderos del algodón ( 80 hilos o más) 77,6 52,6
Fabricantes de encaje (sección de palancas) 77,4 67,0
Comida, bebida, tabaco . 47,3 Goma 54,6 # i')' Maquinistas (ferrocarriles) . . . . . . 71,7 54,9
Lana 50 Seda 51,9 Remachadores (construcción naval) . . . 70,5 60,5
Botas y zapatos de confec- Yute 69,8 Chapistas (industria mecánica, trabajo a destajo). 68,5 50,3
ción . 39 Lino 66,9 Hilanderos del algodón (de 40 a 80 hilos) . . 67,9 48,3
Ladrillos y tejas 50,2 Engranaje y laminación (acero, trabajo a destajo). 61,5 52,1
Remachadores, calafateadores (industria mecáni-
ca, por pieza) . . . . 56,7 38,0
Como se ve, salvo unas pocas excepciones (algodón, botas y za- Torneros (industria mecánica, pieza) . . 48,8 30,4
patos, ferrocarriles y quizá vestido), el tamaño del sector con sala- Montadores (industria mecánica, pieza) . 47,6 26,6
rios bajos es casi inversamente proporcional al de los aristócratas. Hilanderos del algodón (menos de 40 hilos) . 44,9 20,4
Por consiguiente, podemos suponer que el extremo conservadurismo Chapistas (industria mecánica, salario por tiempo
de trabajo) . . . . . . 44 16,4
de los aristócratas de la industria del algodón derivaba del hecho de
P'.ld-:ladores (hierro y acero, pieza) . . . . . 39,7 27,2
que sabían que estaban defendiendo posiciones de privilegio en una ',~~~~~~~~~~~~~~~~~~~

•,
294 TRABAJADORES
Dos cosas le·llamarán la atención al lector: primero, el desplaza- Qi.
miento decisivo de la «superaristocracia» desde los oficios artesanales
hacia las industrias metalúrgicas y en menor medida hacia la indus-
tria del algodón, a partir de 1867 (compárese con el cuadro l); se-
gundo, el hecho de que todos estos superaristócratas (salvo los ma-
quinistas ferroviarios y un sector de obreros mecánicos) pertenecían
a ramos en que el trabajo a destajo era predominante o bien era exi-
gido por los sindicatos.58 Sin embargo, la Asociación de Mecánicos
Unidos se limitaba a tolerarlo, aunque de hecho sus miembros mejor
pagados trabajaban según ese sistema. El trabajo a destajo demostró
ser la forma de retribución salarial más adecuada al capitalismo, de
un manera mucho más amplia que la prevista por Marx.
Con las excepciones parciales de los mecánicos y los maquinistas
ferroviarios, todos los obreros mencionados en esta lista pertenecían
a sindicatos con una hoja de servicios totalmente conservadora. Los
hilanderos del algodón invertían sus ahorros personales y sindicales ~
en las hilanderías de algodón.59 Los obreros calificados de los astille- """
ros de Jarrow y Newcastle hacían lo mismo en su industria y los
funcionarios del Sindicato de caldereros también desempeñaban sus
tareas en las asociaciones de sus patronos.60 Los obreros del encaje
se caracterizaban por su respetabilidad a ultranza. Los fundidores de
acero se encontraban de hecho entre los primeros sindicatos que
apoyaron el Comité de Representación Obrera (Labour Representa-
tion Committee). Quizás hubiera sido así porque, en cierto sentido,
constituían un «sindicato nuevo» (formado en 1886 ). La industria
del acero se destacaba por reclutar más a sus operarios entre los peo-
nes en ascenso que cualquier otro gremio aristocrático, y porque su
sindicato -probablemente por esa razón- tenía inclinaciones más '#
industriales que gremiales, y era un gran defensor de la instauración
compulsiva del coto cerrado. Sin embargo, su líder, John Hodge, era
y siguió siendo liberal y no socialista. El sindicato de trabajadores
58. Webb, Industrial democracy, 1897, pp. 1, 286.
59. Chapman y Marquis, «The recruiting of the employing classes from the
wage-earners in the cotton industry»,]. R. Stat. S., LXXXV (1912); P. de Rou-
siers, The labour question in Britain, 1896, pp. 261 ss.; D. M. Good, Economic
and political origins of the Labour Party, tesis, LSE Library, 1936, pp. 221-222.
60. Booth, The aged poor, p. 113; D. C. Cummings, History of the United
Society of Boilermakers, 1905, pp. 103, 119; S. Pollard, Economic_JJistory of
British shipbuilding, 1870-1914, tesis doctoral, Biblioteca de la Universidad de
Londres, 1950, p. 159.
LA ARI STOCRACIA OBRERA EN EL SIGLO XIX 295
·~' del hierro, que era más antiguo, todavía en 1912 se negaba a adhe-
rirse al Partido Laborista.61
Sin embargo, durante este período ciertos miembros antiguos de
la aristocracia obrera comenzaron a sentir la competencia de la ma-
quinaria y la amenaza del descenso de categoría. Una vez más, ·esto
se reflejó en sus actitudes políticas. Hasta el juicio de Taff Vale no
hubo muchos sindicatos que se adhirieran al Comité de Representa-
ción Obrera. Salvo excepciones sin importancia, se trataba de los
principales sindicatos <<nuevos» creados en 1889, más los siguientes
sindicatos «viejos»: el Sindicato de la Industria del Latón, el Sindi-
cato de Encuadernadores de Londres, el Sindicato Nacional de Ope-
rarios de la Industria de Botas y Zapatos, el Sindicato de Cajistas de
Londres, el Sindicato de Pintores, el Sindicato de Pulidores, el Sin- ''i
dicato de Fundidores de Hierro, el Sindicato de Obreros de Artículos '"
de lujo en Piel, el Sindicato de Carpinteros navales y la Asociación
:j Tipográfica. Dentro de este grupo, el Sindicato de Encuadernadores 1
estaba embarcado en una lucha contra la mecanización y la desapari- )'
·¡,
ción de las diferencias de categoría, el Sindicato de Cajistas afrontaba
el desafío de las máquinas de linotipo y monotipo, los pulidores y
¡!
trabajadores de la industria de artículos de lujo en piel eran casos •I
'
tf
claros de gremios acosados por la subdivisión y por la subcontra- 1
tación, los fundidores de hierro estaban amenazados por el desarrollo .t
del moldeado a máquina y los carpinteros navales estaban luchan-
do para mantenerse frente a los gremios en alza de los constructo-
res navales en metal.62 Resulta difícil considerar a los pintores como
un gremio aristocrático, porque en su gran mayoría eran obreros se-
micalificados y trabajadores eventuales. Los productores de botas y
} zapatos acababan de ser derrotados en una gran batalla con los patro-
nos acerca de la cuestión de la mecanización y se encontraban en una p
fase del retroceso. 63 Los trabajadores de la industria del latón se en- •'
'
61. A. P~gh, Men of steel, 1951, p. 81; John Hodge, From workman's
cottage to Wmdsor Castle, 1931, pp. 61, 138-139.
62. Encuadernadores: E. Howe y J. Child, The London Society of Book-
binders, 1952, cap. XXI: «The fight for full employment»; gráficos: E. Howe
Y.H. Waite, The London Society of Compositors, 1940, pp. 202-206, S. Gilles-
p1e, A hundred years of progress, 1953, pp. 111 ss.; fundidores de lúerro:
véase los «Reports for unemployment indices», y tambiéri el Annual Report of
Amal. Society of Plate and Machine Moulders, Oldham, 1894, p. 5; carpinteros
navales: Pollard, op. cit., pp. 156-159.
63. A. Fox, History of the National Union of boot and Shoe Operatives
1958, capítulos 21-22. '
¡!
 296 TRABAJADORES
frentaban con la declinación del sistema de vaciado y el incremento ~ -tll
del sistema, «menos calificado», de estampado y prensado; así como
con cambios de largo alcance en las demandas y una grave derrota
en el arbitraje de 1900, que debilitó muchísimo al sindicato.64
En síntesis, en este período la aristocracia obrera siguió siendo
básicamente del mismo tipo y composición que durante el tercer
cuarto del siglo, aunque su centro de gravedad se desplazó más hacia
las industrias metalúrgicas.
No es fácil resumir este análisis del tamaño de la aristocracia
obrera. ¿Su tamaño relativo aumentó a disminuyó? Realmente no
sabemos lo suficiente como para decidir. A título de conjetura pode-
dos decir que en las décadas de 1860 y 1870 no era más grande de
lo que habían sido los estratos favorecidos antes de 1850 (aunque más
no fuera por el gran desplazamiento de mano de obra no aristocrá-
tica desde la agriculturn, donde quedaba al margen de la «jerarquía
proletaria», hacia las áreas industriales). Pero, en cambio, su posición ~ JI
en cuanto aristocracia era mucho más firme. Por ejemplo, ya dejó de
ser cierto que las depresiones la afectaran más gravemente que a
los que no pertenecían a ella, como alguna vez se dijo. 65 A partir
de la década de 1870, y hasta la de 1900, probablemente aumentó.
En un período de descenso de los precios y del coste de la vida, y
de aparición de una nueva gama de artículos de consumo más bara-
tos, era fácil que los estratos superiores marginales de la masa de
los obreros de nivel medio o promedio gozaran de los beneficios de
una posición aristocrática, aunque probablemente ello no supusiese
mayores ventajas para los «plebeyos», salvo una subsistencia no tan
angustiante. Sin embargo, quizá sea arriesgado extraer de nuestro e t> el ejército industrial de reserva de parados y de subempleados, que
análisis otra conclusión que la siguiente: la aristocracia obrera repre-
sentaba entre el 10 y el 20 por ciento del total de la clase trabajado-
64. G. C. Allen, op. cit., pp. 228-231, 251-252; R. D. Best, Brass Chan-
delier, 1940, cap. x, pp. 80-81; Cadbury, Matheson, Shann, W omen's work and
wages, 1906, p. 263 y en general, W. A. Dalley, The life of W. J. Davis.
65. H. Ashworth, «Statistics of the present depression of trade at Bol-
ton», I- R. Stat. S., V (1842), p. 79. De ahí el temor expresado en la época
del cartismo: «Bastaría con rebajar el nivel de la clase artesanal de este país
hasta el del pe6n, para que haya que conceder la Carta». R. C. on Trade Unions,
1867, p. 8.753. Los movimientos radical y cartista de las décadas de 1830 y
1840 tuvieron tanta amplitud porque, salvo algunas excepciones, los artesanos
habían sido efectivamente rebajados temporariamente de nivel.
LA ARISTOCRACIA OBRERA EN EL SIGLO XIX 297
ra, aüfique en determinadas regiones o industrias quizás hubiera sido
más grande, o más pequeña.
No he tomado en cuenta deliberadamente las variaciones regiona-
les de los niveles salariales. Estas eran muy amplias, aunque a partir
de la década de 1870 se multiplicaron los signos de una estandariza-
ción y de una reducción de los salarios diferenciales. Sin embargo,
en cada región la aristocracia obrera seguiría ocupando la misma po-
sición respecto de sus «plebeyos», mientras no variasen otros pará-
metros, aunque su nivel absoluto (como en el caso de Escocia) fuese
más modesto que en otras partes.
3. EL PUESTO DE LA ARISTOCRACIA OBRERA EN LA ESTRATIFICACIÓN
SOCIAL
En esta sección consideraré tres problemas: el «salario diferen-
cial» entre los miembros de la élite obrera y el resto de los traba-
jadores, la distancia entre ellos y la pequeña burguesía y los patro-
nos, y el problema de la «coexplotación».
El «salario diferencial»
La razón principal de la existencia de una gran diferencia sala-
rial entre las profesiones calificadas y no calificadas, las «aristocrá-
ticas» y las «plebeyas» en el sistema capitalista es el hecho de que
determina el movimiento general de los salarios, afecta de manera
diferente a las diferentes categorías de trabajadores. Opera en prime-
ra instancia sobre todo manteniendo bajos los salarios de la clase de
mano de obra que se expande con más facilidad: es decir, los de
la m~o de obra menos calificada. Una razón específica para que eso
ocurnera en Gran Bretaña era que los pertenecientes a la élite obrera
eran por lo general capaces de crear artificialmente una escasez de su
tipo de trabajo, ya fuese mediante la restricción de la entrada a sus
P.rofesiones ~bien mediante otros recursos. Cuando perdían esa capa-
c1~ad (por e1emplo, por el desarrollo incontrolable de las máquinas),
de1aban de pertenecer a la élite, como ocurrió en el- caso de los carda-
dores. Por _consiguiente, en la Gran Bretaña victoriana había siem-
298 TRABAJADORES
,. .·'.~ por mucho menos de lo que éstos hubiesen podido cobrar, porque
~
pre algunos grupos de trabajadores que vivían casi si~mpre ~n c.o~-
diciones de pleno empleo, mientras que una masa mas amplia v1v1a
casi siempre en una situación que suponía para los patronos un ma-
ravilloso mercado para comprar mano de obra. El desarrollo del ca-
pitalismo iba a entrañar una reducción de est~ rel~tiva se~ri?ad de
la aristocracia obrera, y las dos guerras mundiales iban a elimmar la
vieja presión del ejército industrial de reserva sobre los trabaj.adores
no calificados. Por consiguiente, a partir de 1914 se produjo una
notable disminución de la diferencia salarial entre ambos estratos. Sin
embargo, antes de esa fecha esos factores todavía no eran fuertes .
Sin embargo, de hecho otro factor mantuvo unas rígidas diferen-
cias entre los salarios de las diferentes categorías de obreros, en los
66
gremios que se ajustaban a un modelo antiguo: la costumbre. El
salario de un peón de albañil estaba en relación con el salario del
oficial, aunque ese vínculo podía tener una cierta elasticidad. En
esas industrias, cuando los patronos contrataban a sus obreros se
~
guiaban por escalas salariales tradicionales; los trabajadores, por su
parte, también fijaban el salario que pedían mediante consideracio-
nes de tipo tradicional: lo que siempre se había considerado como
un «buen» salario o como una diferencia salarial fija; lo que obte-
nían otros trabajadores situados en una posición similar (o en una
posición que consideraban comparable con la suya.67 Por consiguien-
te, hay que distinguir entre dos tipos de industria: las tradicionales,
donde seguían en vigencia los salarios diferenciales establecidos; y
las nuevas industrias, donde las consideraciones capitalistas habían
hecho retroceder a las viejas tradiciones, y en las que, por consi-
guiente, las categorías inferiores de obreros se encontraban en una
situación relativamente peor y los miembros de la aristocracia obre- ~
68
ra en una situación relativamente mejor. Sin embargo, debiéramos
recordar que a) el salario del «peón» era, en origen o esencia, en
todas las industrias un salario de subsistencia, y b) que los elementos
tradicionales siguieron activos durante mucho tiempo en el capita-
lismo británico y que todavía no han desaparecido. La principal con-
secuencia de esto durante el siglo XIX era la posibilidad de que
los patronos contrataran incluso a los miembros de la élite obrera
66. Véase el capítulo 14 (pp. 352-383).
67. J. W. F. Rowe, W'ages in theory and practice, 1929, pp. 156 ss., con-
tiene un buen análisis de este fenómeno.
68. Mayhew, op. cit., III , plantea esta distinción con mucha claridad.
LA ARISTOCRACIA OBRERA EN EL SIGLO XIX 299
tardaron mucho en aprender a pedir lo más posible en vez de pedir
lo que consideraban como un «buen» salario para un obrero califi-
cado con respecto a lo que ganaban los otros obreros calificados y
los peones. Por otra parte, en ese sistema la frontera entre la aristo-
cracia obrera y el peonaje era probablemente mucho más nítida y
fija.
En términos generales, en las industrias tradicionales el «peón»
o «ayudante» recibía alrededor de la mitad, o poco más, del salario
del artesano. Eden, en su State of the poor, calculaba que los sala-
rios de los artesanos rurales en 1795 eran de 2 chelines y 6 peni-
ques a 3 chelines, y los de los peones de labranza de 1 chelín y 6 pe-
niques por día. En Macclesfield, en 1793, los artesanos ganaban
3 chelines y los peones 1 chelín y 8 peniques. Los salarios de los
carpinteros navales de Portsmouth desde 1793 a 1823 eran de un
·,t promedio de alrededor del doble del de sus peones.69 En la mayoría
de las profesiones urbanas, ya más avanzado el siglo XIX (y quizás
incluso antes), el salario diferencial era al parecer menor (quizás es-
taba más cerca del 40 ·por ciento), aunque si dejamos de lado los
ingresos medios de los artesanos (la mayoría de los cuales, como
hemos visto, ganaban un salario subaristocrático) y consideramos sólo
los ingresos de la élite obrera, cabe dudar de que fuese mucho menor.
Por ejemplo, en los gremios de la construcción, los artesanos gana-
ban al parecer alrededor del 30 o del 40 por ciento más que los
peones.70 Por regla general, podemos decir que el salario diferencial
debió estar más cerca del 100 por ciento cuanto más fuerte, más
exclusivo y más «aristocrático» era el gremio, o bien que era mayor
J cuanto más baja era la tarifa según distrito para los obreros no cali-
ficados (como por ejemplo, en las áreas puramente rurales). Así, en
Manches ter, la tarifa salarial de los peones oscilaba alrededor del 50
por ciento de la tarifa de los montadores mecánicos entre 1830 y
1871, mientras que en Leeds, donde la tarifa de los montadores
era más baja, también lo era el salario diferencial. En Londonderry,
entre 1821 y 1834, los peones ganaban por lo general menos de la
69. Eden, passim. Bowley, Wages in the nineteenth century, p. 61; «A sta-
tistical account of the parish of Madron, Cornwall», J. R. Stat. S., II, p. 217.
70. Postgate, .T,l:Je builders' history, 1923; A. L. Bowley, «Statistics of wa-
ges in the UK in the last 100 yeats», VI-VII, J. R. Stat. S., LXIII ·(1900);
E . . J, VIII, ]. R. Stat. S., LXIV (1901); Bowley, op. cit., p. 90.
' .,
300 TRABAJADORES
'-3' <"·~
mitad que los salarios de los carpinteros navales.71 Si tomamos en
consideración estos datos, el 100 por ciento es una guía suficiente-
mente útil para determinar la diferencia salarial entre las categorías
superiores y las inferiores, aunque no para determinar las de las
categorías intermedias.
La situación era bastante distinta en las nuevas industrias, salvo
en los casos en que toda la estructura salarial estaba basada sobre
72
la tarifa de subsistencia del peón no calificado. Allí el salario dife-
rencial era más amplio y m-ás elástico. Por ejemplo, entre 1823 y
1900, los salarios de los hilanderos de las selfactinas nunca bajaron
del 221 por ciento de los salarios de sus anudadores, y sólo en
cuatro años estuvieron por debajo del 200 por ciento con respecto a
los salarios de los tejedores. En la industria del hierro, desde 1850
hasta 1883, los salarios de los pudeladores eran entre un 200 y un
240 por ciento superiores a los salarios de los peones. En los talle-
res de blanquear, entre 1850 y 1883 el salario diferencial entre los ~ ti' los obreros calificados; pero las observaciones de Marshall acerca del
operarios manuales (varones) y las mujeres que cuidaban de las má-
quinas de blanquear, variaba entre 230 y 393 (siendo el salario de
estas últimas igual a 100). En la década de 1860, los obreros más
importantes de la industria del encaje de Nottingham ganaban un
salario por lo menos tres veces superior al de los ayudantes y zur-
cidores.73
La causa de la existencia de estos salarios diferenciales excepcio-
nalmente amplios podía residir en el hecho de que ciertos obreros
ganaban salarios excepcionalmente altos (sobre todo en las indus-
trias muy cíclicas, donde de hecho la curva del abastecimiento de
mano de obra podía descender bastante en épocas de mucha ocupa- t. ,' j mit~d del siglo. Como he~os visto, las ind~strias ~o~ésticas, que
ción), o bien en el hecho de que los obreros no calificados, así como
las mujeres y los niños, ganaban salarios excepcionalmente bajos,
que podían, en estos dos últimos casos, ser rebajados sin peligro por
debajo del mínimo de subsistencia. Esto era importante, sobre todo,
en las industrias cuyos salarios diferenciales eran variables, pero
donde la entrada de mano de obra se encontraba efectivamente res-
71. A. L. Bowley y G. Wood, «Statistics o.f wages in the UK in the last
100 years», X-XI, ]. R. Stat. S., LXVIII (1905), pp. 137, ~76-377, 380-381.
72. Kingsford, op. cit., p. 145, acerca de los ferrocarriles, ]ournal of Gas
Lighting 52 (1888), p. 286, acerca del gas. Estadísticas de Trevethin (Ponty-
pool), ].'R. Stat. S., III, p. 370, acerca de los peones y los mineros del carbón.
73. Algodón: calculado a partir de Wood, op. cit., p. 131; hierro y blan-
queado: Levi (1885), pp. 143, 126; encaje: Mise. Stats. (1866), p. 274.
LA ARISTOCRACIA OBRERA EN EL SIGLO XIX 301
tringida; de ahí las constantes quejas en gremios como el gráfico por
el incremento de la cantidad de aprendices y la introducción de las
mujeres. Sin embargo, incluso en estos gremios, existía probable-
mente un salario diferencial fijo. En todo caso, Dudley Baxter consi-
deraba que el,l la mayoría de las industrias los salarios medios de
un muchacho, de una mujer y de una muchacha podían equivaler
en conjunto al de un varón adulto.74
¿Qué ocurrió con estos diferenciales a lo largo del siglo XIf{?
Nuestra información acerca de la primera mitad del mismo es dema-
siado imperfecta como para que podamos decir mucho, pero es evi-
dente que entre las décadas de 1840 y 1890 el salario diferencial se
amplió y que no se redujo notablemente (en caso de que en realidad
hubiera dejado de ampliarse) entre la década de 1890 y 1914. Esto
choca con la afirmación de Marshall según la cual los salarios de los
obreros no calificados habían crecido más rápidamente que los de
tema de los trabajadores calificados y no calificados son excepcional-
mente poco fidedignas (o quizá representen sólo una expresión de
•
deseos). 75
Las características peculiares del mercado de trabajo británico
determinaron que ese período fuese anormalmente favorable al desa-
rrollo de elevados salarios diferenciales. Así, desde 1851 hasta 1911
había en Gran Bretaña alrededor de 108 mujeres en edad de tra-
bajar (de 15 a 49 años) por cada 100 hombres; había un gran exce-
dente de mano de obra muy barata, que sólo en parte fue absorbida
por la demanda creciente de servidumbre doméstica en la segunda
· hab1an dado empleos parciales a muchas mu1eres, disminuyeron ca-
tastróficamente a partir de 1851 (por ejemplo: la fabricación de en-
caje; guantes y sombreros de paja; y también desaparecieron ciertas
formas de trabajo femenino en la minería y en la agricultura).76 Ade-
más, el trabajo infantil siguió siendo sorprendentemente importante
en este país y casi hasta finales del siglo no mostró ninguna tenden-
cia significativa hacia la disminución en las industrias importantes.
74. Baxter, op. cit., p. 49.
75. Principies, 8.ª edición, p. 716. También p. 3.
76. Clapham ha reproducido en su Econ. hist. of modern Britaín, II, el
mapa del censo de 1851, que permite :i_!)reciar la gran difusión de esa forma de
IC' j trabajo en las áreas rurales.
•
 TRABAJADORES
302
e:
En 1881 constituía todavía casi el 5 por ciento del total de la po-
blación ocupada, en comparación con el 3 por ciento escaso de ~e­
mania.71 Era inevitable que esto provocase un descenso de los nive-
les de muchos no pertenecientes a la élite.
Hay pruebas abundantes de que la brecha entre la arist?cracia y
los estratos más bajos se amplió en las décadas de mediados de
siglo, independientemente de las afirmaciones generales en este s:?-
tido.78 Así ocurrió con seguridad en los gremios de la construcdon
de Londres, aunque quizás en esta industria el salario diferencial ~ue-
ra más rígido que en muchas otras. Entre 1850 y 1870, las tarifas
de los obreros calificados aumentaron con más frecuencia Y, como
promedio, tres años antes que las de los no calificados. La. diferente
evolución de los salarios de hombres y mujeres (las mu1eres eran
par excellence la categoría peor pagada y la más fácil de reempla-
zar) apuntan en la misma dirección. En la industria del estambre el
aumento medio de los salarios de los hombres entre 1855 y 1866- t.
1868 (1850 = 100) era del 66 por ciento y el de las mujeres del
6 por ciento. En la industria del algodón, los ingresos semanales
medios de los hilanderos de selfactinas aumentó desde 1850 hasta
1871 en 8 cheline.s y 3 peniques, y el de las tejedoras en 3 che-
lines. Entre 1856 y 1870 el índice de la tarifa uniforme de los
modelistas y montadores se focrementó en seis puntos, mient~as
que el de los peones mecánicos lo hizo en dos. Las comparado-
nes relativas al período que va desde 1834 hasta 1884, en ~~n­
chester, dan resultados similares. En realidad, en un taller mecaruco
de Manchester los ayudantes de los chapistas ganaban un poco menos
en 1874 que en 1851, mientras que los salarios de los chapistas
habían aumentado en un 25 por ciento. En las minas de carbón de
Lancashire los salarios de los descargadores no calificados descen-
dieron ent;e 1850 y 1880, los de los carreteros semicalificados aumen-
taron más aun. En los astilleros el salario diferencial entre los cha-
pistas y los ayudantes éra del 85 por ciento en 1863-1865, del 88
79
por ciento en 1871-1877 y del 91 por ciento en 1891-1900. Dada
77 . K. Oldenberg, «Statistik der jugendlichen Fabrikarbeiter», Schmollers
Jahrbuch, XVIII, p. 969. . .. .
78. J. D. Bum, A glimpse at the social condztzons of the workzng classes
during the early part of the present ce~tury, 18?0, p. 30.
79. Construcción: Bowley, Wages zn the nzneteenth century, p. 90; G . T.
Jones, Increasing return, 1933, pp. 258 ss.; J. R. Stat. S., LXIV (1901). Estam-
LA ARISTOCRACIA OBRERA EN EL SIGLO XIX 303
la ausencia de series comparables de ingresos, o incluso de datos sobre ,.
las tarifas salariales de los trabajadores calificados y no calificados t
1
(porque no sabemos nada cierto acerca de los salarios de los obreros
no calificados), resulta difícil hacer este tipo de compa:i;aciones. Sin
embargo, una estimación general referente a la situación de Lancas-
hire en 1839-1859, confirma nuestra impresión .80
Naturalmente, no debemos esperar que este salario diferencial se
haya ampliado de manera gradual y continua. Hubo épocas en las qlJe
los salarios de los trabajadores no calificados aumentaron más rápi-
damente que los de los obreros calificados: por ejemplo, en áreas de
expansión veloz y durante ciertos booms. En cambio, hubo otras en
las que descendieron con mayor rapidez (sobre todo durante las de-
presiones). Puesto que el salario normal del obrero no calificado
estaba determinado por una saturación normal del mercado de tra-
bajo, cabría esperar que fuese bastante más sensible que el salario del
:; obrero calificado y que, por consiguiente, se moviese de una manera
mucho más espasmódica. Así, según el índice de ingresos elaborado
por Pollard en la industria pesada de Sheffield entre 1850 y 1914,
las fluctuaciones de los ingresos de los obreros no calificados fueron
entre tres y cuatro veces más amplias que las de los ingresos de los
fundidores calificados desde 1850 hasta 1896, y entre dos y tres veces
más amplias que las de los mecánicos calificados. Los ingresos medios
de los mecánicos en la década 1890-1900 estaban 39 puntos por
encima de los de 1851-1860, y los de los fundidores estaban 31 pun-
tos más arriba, mientras que los de los trabajadores no calificados
sólo habían aumentado 18 puntos, a pesar de que sus fluctuaciones
eran mucho mayores (1900 = 100).81 Quizá la idea de que los salarios
11
bre: J. R. Stat. S., LXV, pp. 110-111. Algodón: G. H. Wood, W ages in the
cotton trade, 1910, p. 131. Mecánica: J. R. Stat. S., LXIX, pp. 158-159; Tr.
Manchester Stat. S., 1884-1885, pp. 13, 30; Leone Levi, W ages and earnings
of the working classes, 1885, p. 136. Astilleros: J. R. Stat. S., LXXII, pági-
nas 174 ss.
80. D. Chadwick, «Ün the rate of wages in Manchester and Salford and
the manufacturing districts of Lancashire 1839-1859», J. R. Stat. S. XXIII
(1859). I
81. S. Pollard, «Wages and earnings in the Sheffield trades, 1851-1914» en
Y orkshire Bulletin of Economic and Social Research, VI (1954 ), p. 62. El do~tor
Pollard. presenta un índice de los .ingresos. ,anu~les en diversos gremios, pero
desgraciadamente no aporta mucha informac1on directa acerca de los salarios di-
ferenciales. Para obtener una medida aproximada de las fluctuaciones salariales
comparativas he añadido todos los incrementos y disminuciones anuales. Vale
304 TRABAJADORES
de los obreros no calificados tendían a aumentar más rápidamente
que los salarios de los obreros calificados, derivase de una mala inter-
• Es prácticamente seguro que esta tendencia duró hasta la pri-
pretación (basada en determinados prejuicios) de la tendencia de los
primeros a fluctuar más que los segundos. Resulta fácil observar que
los salarios de los obreros no calificados de Sheffield aumentaron 13
puntos entre 1872 y 1873 (los mecánicos, 8 puntos; los fundido-
res, 5), o que aumentaron 24 puntos entre 1880 y 1881 ( 13 y 6 res-
pectivamente) o 20 puntos entre 1880 y 1889 (3 y 4 respectivamen-
te). Resulta fácil soslayar, en cambio, el hecho de que esos mismos
salarios descendieron 14 puntos en 1874-1875 (frente a un aumento
de 5 puntos y a una caída de 1 punto en los gremios mencionados),
24 puntos en 1883-1884 (frente a una pérdida de 2 y 2 puntos res-
pectivamente), y 35 puntos en 1890-1892 (frente a 14 y 10 puntos).
Sin embargo, teniendo en cuenta todas las variaciones, no caben ma-
yores dudas acerca de la tendencia general de los salarios de los
obreros calificados a aumentar más rápidamente que los salarios de f;
los obreros no calificados.
Puesto que las décadas de mediados de siglo se caracterizaron
por un aumento de precios, el nivel de vida de los aristócratas me-
joró en comparación todavía más que sus ingresos efectivos. Tampo-
co en este caso disponemos de mucha información. Hay pocos in-
ventarios de los bienes que solían encontrarse en la casa de un tra-
bajador calificado.82 Sin embargo, conocemos en general bastante la
imagen del «artesano» bien vestido y bien calzado, con su reloj de
oro, sus sólidos muebles y su comida consistente, como para apre-
ciar el contraste con las masas miserables que por unos chelines acu-
dían al montepío (en agosto de 1855, el 60 por ciento de los empe-
ños era por montos de 5 chelines o menos, y el 27 por ciento por
montos de 2 chelines y 6 peniques o menos), 83 y que vivían en el
límite de la subsistencia.84
la pena señalar que este artículo constituye una de las contribuciones más im
portantes a nuestro conocimiento de los salarios del siglo XIX desde la época
de Bowley y Wood.
82. Le Play, Les ouvriers des deux mondes, 2.• ser., III, p. 69; también
P. de Rousiers, op. cit., pp. 14 ss.
83. Tabular returns on pawnbroking, Liverpool, 1860, pp. no numeradas.
(Goldsmiths' Library, pp. XIX, 60 [2].)
84. Jane Walsh, Not like this, 1953, presenta un cuadro del margen de
subsistencia incluso en el siglo xx; Mrs. P. Reeves, Round about a pound a
week, 1913.
LA ARISTOCRACIA OBRERA EN EL SIGLO XIX 305
mera guerra mundial. Así, los cálculos de Rowe muestran que el
porcentaje promedio de las tarifas salariales de los obreros no cali-
ficados de la construcción, de las minas de carbón, de la industria
del algodón, de la industria mecánica y de los ferrocarriles descen-
dió entre 1886 y 1913 del 60,2 al 58,6 con respecto a los salarios
de los trabajadores calificados, a pesar de la leve reducción del sala-
rio diferencial entre los obreros de la construcción. En la industria
del algodón la situación es bastante clara. 85 (Por supuesto es evi-
dente que en ciertas áreas y períodos no lo era.) El verdadero pro-
blema del período del comienzo del imperialismo se refiere a la inci-
dencia de los trabajadores semicalificados y a la evolución de sus
salarios. Es probable que en el período que va desde la década de
1840 hasta. la de 18?0 ganaran sólo un poco más que los peones,
per? .e,s casi seg~ro, (s1 cabe basa~se .en l~ que dice Chadwick) que su
0 pos1c1on no me¡oro de manera s1gmficativa respecto de los aristócra-
ta~ obrer?s. Entre 1886 y 1913 perdieron terreno respecto de esa
~nstocr.acia obrera, salvo (pero esta excepción es importante) en las
mdustnas metalúrgicas, que estaban atravesando las primeras etapas
de la revolución de la producción en masa, y en la industria del alo-o-
dón. Sus .tarifas me~i~s en las cinco industrias estudiadas por Ro~e
permanecieron estabilizadas en alrededor de un 77 por ciento respec-
to de las de los obreros calificados.86
La aristocracia obrera y los estratos superiores
Es casi seguro que la relación entre la aristocracia obrera v Jos
estratos superior;s empeoró durante la última etapa del siglo, XIX
Y qu.e eso empezo, a afectar gravemente su posición social, aunque no
sus mgresos. Aqm nos movemos en un terreno poco estudiado, por-
que no se sabe mucho acerca de temas como las perspectivas de pro-
85. Rov.-~e, op. cit .. p. 49. R. Gibson, Cotton textile wages in the United
S tatt;~ and Great Brzt~m 1860-1945, Nueva York, 1948, p. 56.
. ~o. El des~lazanuento de obreros mal remunerados hacia profesiones en
c1ert~ modo me¡or pagadas.' que se produjo durante el período subsiguiente a
la decad~ de _1840 (por e¡~mplo, de~de la &gricultura hacía la minería y Jos
ferrrn;arriJes,, d~sde el. trab:.i¡o no calificado hacia el semicalificado 0 desde el
tra?aio domestico hacia el trabajo fabril), no afectó de por sí a la estratificació,..
social. -
20. - HOBSBAWM

306 TRABAJADORES
moción_, de «emergencia de la clase obrera» y cuestiones similares. ~-
Aunque el mejor estudio sobre el tema corresponde a una peque-
ña ciudad danesa, 87 la situación general resulta clara. La clase tra-
bajadora se fue separando progresivamente de las otras clases y sus
miembros se fueron reclutando cada vez más en su propio seno, y la
posibilidad de que ellos (o sus hijos) se establecieran como patro-
nos o productores independientes se fue haciendo cada vez más rara
a medida que se fue desarrollando el industrialismo. Sin embargo,
es evidente que hasta :finales del siglo XIX las posibilidades de que
la aristocracia obrera se estableciera de manera independiente o se
uniera a las clases patronales no eran en absoluto soslayables. Por
supuesto, debemos soslayar una gran cantidad de cambios sociales
que de hecho no les sacaron de ese estrato inferior de «clase media»
al que, como hemos visto, se consideraban pertenecientes.88 Casi el
5 por ciento de los miembros del sindicato de fontaneros que se
establecieron en forma independiente cada año de la década de 1860 89 ,_
probablemente no salieron de esa posición social; como tampoco lo
hicieron los líderes sindicales que se establecieron como taberneros
o impresores y agentes de noticias.90 (En cambio, una cajista capataz,
hijo de un joyero y relojero independiente, nieto de un hojalatero y
productor de estufas, o un mecánico de la B.S.A. [fábrica de armas
pequeñas de Birmingham], hijo de un pequeño mecánico indepen-
diente de esa ciudad, probablemente no se hubieran sentido desclasa-
dos.) 91 Sin embargo, hay abundantes ejemplos de trabajadores acomo-
dados que se elevaron hasta las filas medias de la clase patronal,
aunque pocos llegaron a ser muy ricos. La pequeña escala de muchas
industrias y el predominio universal d<:l s!~tema, de su~~ont~atación
8
posibilitó ese proceso y de hecho desd1buJO la lmea divisoria entre
el obrero y el patrono (master).92 Además, incluso en las industrias
87. T. Geiger, Soziale Umschichtungen in einer daenischen Mittelstadt,
Acta Jutlandica, 1951.
88. Véase más arriba, pp. 271-274.
89. Calculado a partir de sus informes trimestrales.
90. Por ejemplo, John Doherty (Webb, Hist. TU, p. 104), Martín Jude
(Welbourne The miners' unions of Northumberland and Durham, 1923, p. 61),
William N~wton( Webb, p. 188 n.), T. Dunning el Zapatero (Dunning's Re-
miniscences, Trans. Lancs. and Chesh. Antiq. Soc., LIX, 1947).
91. T. A. Jackson, Solo trumpet, 1953, pp. 26-27, Workers union record,
abril 1922.
92. Nat. Ass. for Prom. Soc. Sci., Report on trade societies, 1860, pp. 530,
534.
1 1
.'
LA ARISTOCRACIA OBRERA EN EL SIGLO XIX 307
) •en que prácticamente ningún trabajador podía confiar en lanzar una
empresa con éxito, seguía estando ampliamente abierto el camino
par: alcanzar puestos administrativos superiores en las plantas pe-
. ,:
.!
quenas. Al parecer, la mayoría de los administradores de las factorías ~I
de algodón de la década de 1890 y de comienzos de la de 1900 pro-
cedían de las filas del sindicato de hilanderos; y el principal fabri- J
cant~ d~ botellas d~ Castledorf había sido antes secretario general 1
~I
del smd1cato de esa mdustria. Suele admitirse que muchos administra-
dores de la industria del hierro y del acero habían sido capataces
ascendidos de categoría. 93 .!.,
Sin embargo, sería un error suponer que las opiniones de la aristo-
cracia obrera dependían mucho de sus perspectivas (en el mejor de los
casos remotas) de salir de ese estrato social. Lo que sí las afectó fue
l~ co~cienci~ de que ocupaba una posición firme y aceptada, en un
mvel mmediatamente inferior al de los patronos, y muy por encima
·• del rest? de los trabajadores. En la mayoría de los países de la Euro-
pa con~mental, todavía en la década de 1860 había una gran cantidad
de aspirantes a ocupar la posición de esa aristocracia. Había impor-
tante~ grupos de pequeñoburgueses prósperos y de campesinos ricos;
amplios y respetables grupos de funcionarios públicos, de clero me-
nor, de maestros de escuela o incluso de oficinistas. Había sistemas
de educación pública primaria y secundaria que brindaban medios al-
ternativos para ascender en la escala social distintos de la fortaleza
física, l~ ~estreza man~al, el ~ominio de dn oficio y la experiencia,
caracteristlcos de la aristocracia obrera: la diferencia social entre el
trabajo físico y el intelectual estaba mucho más marcada incluso en
. los niveles inferiores. En Inglaterra (el caso de Escocia 'es un poco
..1) diferente) no existía nada de eso, salvo el ministerio sacerdotal di-
0
sidente; y el primero se reclutaba en gran parte en el seno de la clase
dominante, mientras que el segundo a menudo funcionaba como un
vínculo entre la aristocracia obrera y los rangos más bajos de la clase
~atronal. Hasta 1870 no existió ningún sistema de educación prima-
ria general y hasta 1902 ninguno de educación secundaria. Los estra-
tos de ofi~inistas y funcionarios tenían una importancia insignifican-
te. (P~r ~Jemplo: en 1841, sólo había en Inglaterra 114.000 emplea-
dos publicas y «otras personas instruidas» -entre quienes se incluía
93. Chapman Y Marqui_s, ~p. cit.; R. C. on Labour, grupo e, .30.069-
• 'J 30.081; D. L. Burn, Economzc hzstory of steelmaking 1867-1939, 1939, pp. 3_12.
308 TRABAJADORES
~
tanto a los banqueros, comerciantes, cambistas y gestores, como a
los empleados, tenderos y hombres de ciencias y de letras- dentro
de un conjunto de 6 millones y medio de personas en edad de ser
empleadas.)
La era del imperialismo alteró profundamente esta situación, por-
que los propietarios administradores fueron reemplazados por los
patronos que no desempeñaban funciones administrativas o por los
accionistas, porque se introdujo una cuña de trabajadores de oficinas
y, en menor grado, de técnicos y administradores reclutados en forma
independiente, entre los miembros de la aristocracia obrera y los
«patronos» (masters), reduciendo de ese modo su posición social re-
lativa, limitando sus posibilidades de promoción y creando una «je-
rarquía alternativa» de funcionarios del gobierno nacional y local
y de maestros. Hacia 1914 este proceso ya se había desarrollado, por
cierto, bastante, aunque más se lo sintió en el sur y en las ciudades
portuarias que en las comunidades puramente manufactureras y mine- I-
ras del norte y de la «periferia celta». Se sabe que la mayoría de los
nuevos estratos sociales eran, de una u otra manera, hijos de la
«clase media baja» (incluidos algunos sectores de la aristocracia obre-
ra), pero este hecho no incidió en el proceso. En todo caso, pode-
mos afumar con seguridad que hacia finales de la era eduardiana la
brecha existente por encima de la aristocracia obrera se había am-
pliado, aunque la que la separaba de las clases inferiores no hubiera
disminuido de manera signi:ficativa.94
«Coexplotación»
En sus primeras etapas, el capitalismo se extiende, y hasta cierto
punto opera, no tanto mediante la subordinación directa de grandes
masas de trabajadores al dominio de los patronos, como mediante el
sistema de la subcontratación de la explotación y de la administra-
ción. La estructura característica de una industria arcaica como la
de Gran Bretaña a comienzos del siglo XIX es aquella en la que, salvo
94. Véase también Cannan y Bowley, Amount and distribution other than
wages below the income tax exemption limit in UK, British Ass., 1910. No
disponemos de buenas cifras relativas a la declinación de la administración por
parte de los propietarios o al aumento del estrato separado compuesto por
«técnicos y administradores».
LA ARISTOCRACIA OBRERA EN EL SIGLO XIX 309
la de los peones inferiores, todas las categorías incluyen hombres· o
mujeres que tienen alguna clase de «incentivo de beneficio». Así, el
patrono mecánico podía subcontratar la construcción de una locomo-
tora a un piece-master, quien podía emplear y pagar a sus propios
artesanos utilizando para ello una parte del pago recibido; éstos a
su vez podían emplear y pagar a sus propios peones. El patrono tam-
bién podía contratar y pagar a los capataces, quienes a su vez podían
contratar y extraer un beneficio financiero al pagar a aquellos obre-
ros que no trabajaban en régimen de subcontratación. Ese laberinto
de subcontrataciones entrecruzadas tenía ciertas ventajas. Permitía
que la pequeña empresa desarrollara operaciones sin tener que mover
grandes volúmenes de capital circulante, difíciles de manejar, propor-
cionaba «incentivos» para todos los grupos de obreros pasibles de
ser estimulados de ese modo y permitía que la industria hiciera
frente a las abruptas fluctuaciones de la demanda sin tener que so-
t' portar la carga permanente de un desembolso excesivo. (Por esta
razón, ciertos tipos de subcontratación se utilizan todavía amplia-
mente en industrias con grandes fluctuaciones de la demanda, como
el ramo del vestido, y en industrias primitivas que experimentan una
rápida expansión, como el auge de la construcción de viviendas en
la década de 1930.) Por otra parte, este sistema tiene ciertas desven-
tajas, que hicieron que el capitalismo desarrollado en gran escala lo
abandonara por la administración directa, el empleo directo en todas
las categorías y la provisión de «incentivos» mediante diversas for-
mas de pago por producción. Desde el punto de vista histórico, ese
sistema puede ser considerado como un estadio de transición en el
1~ desarrollo de la administración capitalista, del mismo modo en que 11
la compra y venta de los cargos de la administración pública y el re-
clutamiento de .ejércitos mediante subcontratación en los siglos XVI
y XVII pueden ser considerados como un estadio de transición en el
desarrollo de las burocracias y de las fuerzas armadas modernas. Pro-
pongo denominar a este fenómeno «coexplotación», en la medida en
que supuso que muchos miembros de la aristocracia obrera se con-
virtieran en copatronos de sus compañeros y de sus trabajadores no
calificados .95
95. D. F. Schloss, Methods of industrial remunera/ion, 1892, es el trabajo
fundamental sobre el · tema. Véase también las numerosas encuestas parlamenta-
• . 1j rias acerca de la situación de los trabajadores, los sindicatos, las leyes de pa-
310 TRABAJADORES
~­
¿Qué amplitud tuvo esa coe:xplotación? ¿Cuál fue su efecto so-
bre la naturaleza de la aristocracia obrera? El segundo problema es
más fácil de analizar que el primero.
Resulta fácil exagerar la contribución de la coexplotación a la
constitución de una aristocracia obrera. Es casi seguro que estaba más
difundida en la primera mitad del siglo, etapa en la que la élite
obrera no estaba plenamente desarrollada. Muchos miembros de esta
élite se opusieron a la misma tal como se expresaba en el subcon-
trato y en la subcontratación de los cargos de capataz o incluso en el
pago por producción, porque se dieron perfecta cuenta de que se
trataba de un mecanismo para aumentar su explotación. Así, sectores
que pertenecían incuestionablemente a la aristocracia obrera como
los mecáriicos se oponían firmemente al trabajo a destajo (y más aún
al subcontrato) y quizá lograron contener un poco su expansión 96
hasta el período del imperialismo; por su parte, los carpinteros na-
vales, aunque solían trabajar en régimen de subcontratación, eran pa- t
. gados en la mayoría de los casos por tiempo de trabajo.97 La hostili-
dad de los sindicatos hacia sistemas de subcontratación como el píece-
masterín g, el buttyíng, el charter-mastering, etc., era bastante cons-
tante. Una vez más, la difundida práctica de los obreros calificados de
pagar a sus ayudantes no calificados podía, y de hecho pudo, elevar
apenas el salario diferencial fijo habitual. Como tal, esa práctica so-
brevivió en forma residual en la industria del hilado del algodón
hasta 1949 y hasta más tarde incluso en los astilleros. Por último, el
subcontrato en cuanto sistema general bien pudo favorecer el surgi-
miento no tanto de una aristocracia obrera como de una masa, com-
bativa y a menudo no particularmente próspera, de pequeños patro- é
nos y explotadores, algunos de los cuales lograron pasar al estrato de
los patronos mientras que otros recaían cada tanto en el trabajo asa-
lariado. Las típicas «industrias explotadas» en Gran Bretaña y en
la Europa continental no eran necesariamente aquellas en las que
existía una aristocracia obrera fuerte. De modo que tenemos que
considerar a la coexplotación como un fenómeno que reforzó la po-
tronos y empleados, el sistema de sobreexplotación y temas similares, y mono-
grafías acerca de algunas industrias sobreexplotadas. - 99. Schloss, op. cit., cap. XII .
96. J. y M. Jefferys, op. cit., p. 43.
97. El 84,5 por ciento de la muestra de í886 sobre la construcción naval
en madera cobraba por el tiempo de trabajo. Los carpinteros se opusieron desde
1882 a los subcontratos en los astilleros. R. C. Labour, A., 22.077.
LA ARISTOCRACIA OBRERA EN EL SIGLO XIX 311
:f
sición de una aristocracia obrera ya existente más que como un fenó-
meno que de por sí permitió que la misma naciera. Probablemente
su resultado principal haya sido la acentuación del senthniento de
superioridad cualitativa que tenían sus miembros respecto de los :f
«plebeyos» y de los trabajadores de las capas intermedias. Los capa-
taces y supervisores, que constituían entre un 3 y un 4 por ciento de
Ja fuerza de trabajo de muchas industrias de la década de 1860 98
-todos los cuales, a lo largo de todo el siglo XIX, desempeñarqn
cierta función de coexplotación y de subcontratación- 99 fueron siem-
pre tan claramente conscientes de la misma (aunque sólo fuera por
su capacidad para contratar y para despedir), que los trabajadores
les consideraron por lo general como «hombres del patrón». El solo
hecho de pagar un salario de peón convertía al artesano en un traba-
jador de clase superior y no sólo en un obrero más acomodado, aun-
que eventualmente no tuviera interés alguno en explotar a ese peón.
• Además, esas relaciones facilitaron a los miembros de la élite obrera
el mantenimiento de una exclusividad y de una restricción de puestos
de trabajo que de otro modo les hubiese sido difícil conservar (por
ejemplo, en la calderería y en la industria del algodón).
¿Qué fuerza tuvo la coexplotación? Como subcontratación, tuvo
mucha fuerza en la industria del hierro y del acero, en la construc-
ción naval de hierro, en un sector de la minería del carbón (sobre
todo en los Midlands), en los pequeños talleres o en los gremios
«sobreexplotados», en muchos gremios del transporte, como el tra-
bajo en los muelles, durante el período de rápida construcción, en las
obras públicas, en los ferrocarriles, en la construcción minera y en
_. gremios similares. En las industrias de la construcción y mecánica es
seguro que hacia 1850-1873 estaba librando una batalla de retaguar-
dia, y en la industria gráfica, en la que pesaba bastante, su empuje fue
frenado en parte por la acción del sindicalismo y en parte por la apa-
rición de auténticos contratos con grupos cooperativos (aunque estos
últimos disminuyeron rápidamente). 100 El sistema también tuvo im-
portancia en la forma más general de la contratación y pago de los
98. Baxter, op. cit., p. 48.
100. !bid., cap. XII. Acerca de la localización de las quejas sobre la sub-
contratación en determinadas industrias y áreas, cf., S. C. on Mines, 1866,
XIV_; S. C. on Master and Servant, 1866, XIII; R. C. Labour, 1891-1893,
J pamm.
312 TRABAJADORES
\.,'\
trabajadores no calificados por parte de los trabajadores calificados '
con quienes ·trabajaban, o bien del pago de los trabajadores califica-
dos según su producción, mientras que sus ayudantes eran pagados
por el tiempo trabajado, como ocurrió en la industria del algodón, de
la cerámica, en las minas y en realidad de una u otra manera en la
mayoría de las industrias en que se impuso el trabajo a destajo. El
sistema estricto de subcontratación entró por cierto en rápida deca-
dencia a partir de la década de 1870 (salvo en las industrias y situa-
ciones mencionadas más arriba). Comparativamente muy pocas indus-
trias lo mantuvieron después de la primera guerra mundial. 101 Lo mis-
mo ocurrió en el caso del funcionamiento de los trabajadores califica-
dos como copatronos de los trabajadores no calificados. Estos sistemas
fueron substituidos progresivamente por el trabajo a destajo corrien-
te, o bien (a partir de 1900) por métodos de pago por producción
más «científicos», que sirvieron para elevar los ingresos de muchos
miembros de la aristocracia obrera, pero que también sirvieron (como
demostraron los acontecimientos) para quebrar la barrera existente
entre ellos y los trabajadores a destajo semicalificados. Sin embargo,
podemos suponer que hasta el último cuarto del siglo XIX, la coex-
plotación tiñó las relaciones de la mayoría de los miembros de la élite
obrera con las categorías inferiores, salvo las importantes excepcio-
nes de los ramos de la construcción, la industria mecánica y algunos
de los antiguos gremios artesanales. 102
4. LA ARISTOCRACIA OBRERA DURANTE EL CAPITALISMO
MONOPOLISTA
Si este estudio se limitase al período que termina en 1914, y no
aludiese para nada al desarrollo ulterior de la aristocracia obrera del
siglo XIX, daría una impresión engañosa. Porque 1914 representa un
ilusorio «veranillo de San Martín» para ese estrato social, así como
para el conjunto del capitalismo británico. En esa fecha ya habían
nacido nuevas tendencias, que habrían de socavarlo, aunque sólo al-
gunas de ellas se habían manifestado abiertamente. Durante el perío-
101. G. D. H. Cole, The payment of wages, 1918, resume la situación.
102. Webb, Industrial democracy, cap. V, donde. .;~ C!lcuentra el mejor
análisis de las actitudes frente al trabajo pagado por tiempo y a destajo.
LA ARISTOCRACIA OBRERA EN EL SIGLO XIX 313
do que se inicia en 1914 se produciría un colapso de la vieja aris-
tocracia obrera, comparable con el colapso de las viejas industrias
artesanales calificadas y de los trabajadores especializados fundamen-
tales en las industrias domésticas (cardadores, tundidores, peinado-
res, y oficios similares) de las décadas que siguieron a las guerras
napoleónicas, aunque probablemente más grave. Podemos señalar
brevemente los siguientes factores. Primero, las regiones de las «in-
dustrias básicas» del siglo XIX (es decir, los baluartes de la aristocra-
cia obrera de esa época) cayeron dentro de las áreas de depresión
de los años de entreguerras. Segundo, la modificación de los sistemas ,
de pago de los salarios hizo que la diferencia entre los salarios de
los obreros «calificados» y «no calificados» se fuese reduciendo en
forma continuada desde 1914 hasta la década de 1950, aunque en las
industrias donde regía el sistema del trabajo a destajo este proceso
no se reflejara necesariamente en una aproximación correspondiente
:t de los ingresos. Tercero, el surgimiento de una amplia clase de tra-
bajadores semicalificados que operaban con máquinas (obreros que en
su gran mayoría eran pagados por producción) y la disminución re-
lativa de la cantidad de antiguos peones no calificados «de traer y ''
llevar», colmaron en gran parte la brecha antes existente entre el
aristócrata y el plebeyo; además, en algunas industrias, la mecaniza-
ción desclasó de hecho a la aristocracia obrera. Cuarto, el crecimien-
to continuo de los estratos de oficinistas, administradores y técnicos
(de la «oficina» por oposición al «taller») hizo descender más aún
su posición social, en forma relativa y quizá también en forma abso-
luta; porque los nuevos técnicos y administradores ya podían reclu-
t tarse no sólo entre los hijos de los antiguos miembros de la . élite
obrera, sino también entre los hijos y las hijas de la primera genera-
ción de oficinistas y técnicos.
Este descenso de categoría se refleja hasta cierto punto en el
cambio de la política de los sindicatos de los trabajadores que antes
habían pertenecido a la aristocracia obrera. No es casual que algunos
de los sindicatos más conservadores de finales del siglo XIX (mecá-
nicos, caldereros, fundidores de hierro y varios grupos de mineros)
se convirtieran en los sindicatos en que el liderazgo de izquierdas era
más fuerte. Sin embargo, no cabe hablar de un descenso de categoría
en gran escala por parte de la aristocracia obrera. Algunos sectores
(en las industrias anticuadas) mantuvieron sus salarios diferenciales
'ti fJ virtualmente intactos: por ejemplo, en la industria del algodón, donde
314 TRABAJADORE S
los sindicatos siguieron siendo también muy conservadores. A algunos
,,.
el monopolio les protegía de los peores efectos de las depresiones,
como ocurría en la industria del hierro y del acero ; algunos, como
en la industria de la construcción, sobrevivieron casi sin ningún cam-
bio de envergadura con respecto a la situación del siglo XIX; algunos,
como en la industria gráfica, se adaptaron a los nuevos cambios tec-
nológicos antes de 1914 . Otros, incluso, se beneficiaron con el sur-
gimiento de nuevas industrias: automóviles, obras eléctricas, mecá-
nica ligera e industrias similares. Todavía hoy una gran cantidad de
grupos integran el sector mejor pagado de la clase obrera, como e?
1900 hubiesen integrado la aristocracia obrera. Sin embargo, ha habi-
do un cambio. Incluso en el área de Birmingham, que desde 1886
hasta 1945 votó por Chamberlain, por el conservadurismo y por el
imperialismo, se produjo un vuelco hacia el Partido Laborista .
Por consiguiente, el análisis de la aristocracia obrera durante la
etapa del capitalismo monopolista tiene que enfocarse de una ma- &
nera distinta del análisis de la aristocracia obrera del capitalismo del
siglo XIX. En este ensayo sólo puedo concluir con algunas indicac~~­
nes acerca de las líneas por las que habría que desarrollar ese análi-
sis, y señalar que ya no cabe reducirlo a un análisis de los estratos
mejor pagados de la clase obrera británica.103 Primero, habrá que se-
ñalar las supervivencias y adaptaciones de la aristocracia obrera del
siglo x1x, incluida la expansión de lo que entonces era un grupo
numérica y políticamente muy pequeño: el funcionariado de dedica-
ción exclusiva de los sindicatos y los líderes obreros dedicados en
forma exclusiva a las actividades políticas. Segundo, habrá que hacer
hincapié en la existencia de la nueva aristocracia obrera de los ofi- ~
cinistas asalariados, trabajadores técnicos y casos similares, quienes
(salvo excepciones sectoriales o temporarias) se consideraban lo bas-
tante «diferentes» de la clase trabajadora como para seguir siendo en
su mayor parte conservadores en materia política y como para no
estar organizados sindicalmente (salvo en las asociaciones especia-
les). Tercero, habrá que tener en cuenta el surgimiento de un estrato
relativamente satisfecho de «plebeyos», promovidos a la categoría de
trabajadores fabriles semicalificados, que obtenían empleos en el dila-
tado aparato del gobierno, etc.; así como a los grupos en gran parte
103. Para un m álisis más completo, véase el capítulo 13 del presente libro:
«Las tendencias del movimiento obrero británico a partir de 1850», pp. 317-351. 1'
.
. LA ARISTOCRACIA OBRERA EN EL SIGLO XIX
organizados por los dos grandes Sindicatos Generales, quienes, ·a
315
pesar de haberse iniciado como organizaciones revolucionarias e in-
cluso marxistas, se fueron convirtiendo en los principales baluartes de
la política sindical de derechas. 104 Por último, habrá que considerar
con seriedad las consecuencias de la observación de Engels según la
cual «el proletariado inglés se está volviendo cada vez más burgués;
de modo que, al parecer, esta nación más burguesa que todas las
demás tiende a tener, en última instancia, tanto una aristocracia bur-
guesa y un proletariado burgués, como una burguesía. Por supuesto,
esto se explica hasta cierto punto en el caso de una nación que ex-
plota al mundo entero».1º5 En las condiciones del imperialismo y del
capitalismo de Estado y monopolista ¿hasta qué punto los trabaja-
dores -o una mayoría de ellos- se benefician de alguna manera por
la posición imperialista de su país? ¿Hasta qué punto el conjunto
de la clase obrera británica se encuentra en la misma posición que
• esos huelguistas del norte de Italia contra quienes se envió en 1917
-como cuenta Gramsci- 106 una brigada de soldados procedentes de
la atrasada Cerdeña? «¿Para qué habéis venido a Turín?», pregunta-
ron los comunistas. «Hemos venido para bajarles los humos a los se-
ñoritos que están en huelga.» «Pero no son señoritos quienes están 1
en huelga, sino obreros, gente pobre. » «Estos mozos son todos seño-
ritos; todos llevan cuello y corbata y ganan 30 liras por día. Conozco
a la gente pobre y sé cómo va vestida. En Sassari hay pobres; y ga- 1
namos 1 lira y media por día.» En el siglo XIX este problema casi no
se planteaba, porque esas migajas de las grandes ganancias iban se-
guramente casi en su totalidad a la aristocracia obrera. En la etapa
l
1
..l moderna del capitalismo británico ya no pudo seguir siendo así. Sin
embargo, el análisis de la estratificación de la clase obrera y de los
efectos políticos del hecho de que los trabajadores reciban beneficios
sectoriales, por pequeños o ilusorios que sean, puede ayudarnos a
comprender los problemas de la clase obrera británica a mediados del
siglo xx, aunque las divisiones existentes en el seno de la misma
ya no sean las típicas del siglo XIX.
El concepto de «aristocracia obrera» desempeña un papel muy
104. Véase el capÍtulo 9 del presente libro: «Los sindicatos generales en
Gran Bretaña entre 1889 y 1914», pp. 184-214; G. D. H. Cole, Trade unio-
nism and munitions, 1923, p. 205.
105. Marx-Engels, Selected correspondence, 1934, pp. 115-116.
; 106. A. Gramsci, La questione meridionale, Roma, 1951, pp. 18-19.
316 TRABAJADORES

importante dentro del análisis marxista de la evolución de los movi-

mientos obreros. También ha sido utilizado por otros observadores:
por ejemplo, por J. A. Hobson. Los antimarxistas han tendido a
sembrar dudas sobre el mismo, así como sobre muchos otros aspec-
tos del análisis marxista. Así, una reciente obra polémica señala que
«la teoría de la aristocracia obrera es tan artificial como la teoría de
la lucha de clases en el campesinado». 107 Espero que el presente
ensayo haya mostrado que, al menos en lo que al si~lo .XIX brit~n_ico
atañe, ese concepto se apoya sobre unas bases econom1ca y pohuca- 13. LAS TENDENCIAS DEL MOVIMIENTO
mente sólidas. OBRERO BRITÁNICO A PARTIR DE 1850

Este ensayo no es una historia del movimiento obrero británico,

sino un intento de analizar, con más detalle que lo habitual, el fun-

,, cionamiento de dos conceptos corrientes usados con frecuencia por

• los marxistas para explicar las tendencias de los movimientos obre-
ros dentro del sistema capitalista: el concepto de una «aristocracia
obrera», que gozaba de privilegios especiales y que por consiguiente
se inclinaba a aceptar las opiniones de sus patronos; y el de la «es-
pontaneidad» del movimiento obrero, que, de una manera bastante
más primitiva, lleva a los mismos resultados. Es probable que am-
bos conceptos hayan sido extraídos originalmente de la experiencia
británica. Por cierto, el libro de Lenin sobre El imperialismo, en
el que se analiza el primero de esos conceptos, debe mucho a la
obra previa de los pensadores británicos socialistas e incluso radi-
cal-liberales, que estudiaron el tema. No suele saberse, en cambio,
4
que su libro ¿Qué hacer?, que incluye un análisis completo del se-
gundo de esos conceptos, refleja una lectura detallada y muy crítica
de la gran defensa que hicieran S. y B. Webb del movimiento sindi-
cal británico «espontáneo», en una obra traducida poco antes por
Lenin durante su exilio en Siberia.1 Por ciento, Gran Bretaña es el
locus classicus de ambos conceptos en el siglo XIX. Un análisis como
éste permitiría aclarar la fuerza y la naturaleza del «reformismo»
en el movimiento británico actual. En todo caso el presente bosquejo
podría servir para estimular la discusión acerca de un tema muy
poco explorado hasta ahora.

l. Industrial democracy, Londres, 1898.

107. H. Seton-Watson, The pattern of communist revolution, 1953, p. 341. 'f •
318 TRABAJADORES
I los empresarios siguiesen siendo reacios a emprender esos amplios y
Como introducción pueden ser útiles algunas palabras acerca del
carácter general de la economía británica y del desarrollo del movi-
miento obrero. En la época de su apogeo (circa 1850-1875), el capi-
talismo británico era, en líneas generales, cosa de pequeños empre-
sarios individuales, altamente competitivos. (Incluso la sociedad de
capital social era una forma de organización que se difundió sólo
lentamente hasta finales del siglo.) Además, se trataba de un sistema
conservador desde el punto de vista técnico. La gran época de la
revolución británica en la técnica y en la organización de la industria
se produjo, en general, hacia 1850. Los triunfos alcanzados en el
«taller del mundo» se obtuvieron más por la aplicación de los pro-
gresos técnicos de los pioneros, que por la experimentación de dis-
positivos nuevos y revolucionarios. Hasta la primera guerra mundial ")
las nuevas industrias, basadas en los tipos de mecanización más mo-
dernos, en la producción en masa, etc., se encontraban eclipsadas
por las viejas industrias básicas relativamente estables, como la mi-
nería del carbón, la industria textil y la construcción de máquinas
con tecnología anticuada. Apenas había empezado a producirse la
fusión del aparato del Estado con los intereses capitalistas, tan ca-
racterística del capitalismo moderno. La Gran Bretaña de mediados
de la época victoriana era todavía más lógicamente partidaria de la
«libre empresa» que los capitalistas norteamericanos, porque recha-
zaba incluso los derechos arancelarios. El hecho de que su política
de laissez-faire se apoyara en ciertas ventajas temporarias, no altera A\
esta situación.
Ésa fue, aproximadamente, la situación dominante hasta 1875.
A partir de entonces podemos distinguir tres estadios principales en
el progreso -o más bien en la regresión- del capitalismo británico.
Desde la Gran Depresión de 1873-1896 hasta la primera guerra mun-
dial, el crecimiento del capitalismo monopolista hacia la concentra-
ción industrial, el crecimiento de la producción moderna en masa,
etc., fue anormalmente lento comparado con el de Alemania y Es-
tados Unidos, mientras que el de la política imperialista y el aparato
de Estado imperialista fue bastante rápido. La inversión en el extran-
jero y el resurgimiento de la vieja industria básíca de exportación
después de la depresión, disimularon suficientemente el deterioro
'f};
1850
_, EL MOVIMIENTO OBRERO A PARTIR DE 319
esencial de la posición internacional de Gran Bretaña como para que
costosos planes de reequipamiento y reorganización que habían sido
ampliamente discutidos durante la depresión. (La actual generación
de pensadores del mundo de los negocios le está echando amarga-
m~nte en cara .esta omisión a la del pasado.) Por otra parte, el surgi-
miento de senos competidores en el exterior y de un movimiento
obrero político en el interior, obligó a la clase dominante a intro-
duci: importantes cambios administrativos y políticos y a quebrar
en ciertos aspectos en forma tajante la política del laissez-faire.
La gravedad de su crisis pesó sobre el capitalismo británico entre
ambas. guerras, período en que Gran Bretaña adquirió rápidamente
el .c~~Junto de. características típicas del imperialismo, según la de-
fimc10n de Lemn: sobre todo la concentración de la producción hasta
el nivel del monopolio o del oligopolio, y la «creación de una olí-
,. garquía financiera sobre la base del "capital financiero"». La situa-
ción desesperada que puso en evidencia la segunda guerra mundial
aceleró la fusión del Estado con la gran empresa. '
A ~i~s?o de incurrir en un cierto exceso de simplificación, pode-
mos dividir, pues, el período que estamos considerando en tres fa-
ses: 1) hasta 1875, la fase premonopolista; 2) de 1875 a 1918 la
fase de transición, quizá con la divisoria de aguas decisiva justo h~cia
la fecha en que la situara Lenin: alrededor de 1900; 3) a partir de
1918, la fase plenamente monopolista. Hay que recordar que el
progr_eso del capitalismo monopolista también supuso importantes
cambios en la estructura industrial, en especial vinculados con el
surgimiento de las nuevas industrias basadas sobre la mecanización
.t y los tipos modernos de organización fabril, así como con un aumen-
to del tamaño de. las unidades industriales y comerciales.
El. d~sarrollo del movimiento obrero se ajusta a unos períodos
muy similares. Durante la primera fase se produjo un movimiento
bastante pequeño de sindicatos gremiales o sectoriales, de sociedades
mutuales y agrupaciones análogas, que en política tendían a situarse
de~tro del mar~o liberal. En la segunda fase se produjeron una
sene de expans10nes que cambiaron la escala del movimiento: en
1889-1890, en 1910-1914 y durante la primera guerra mundial se
inició un movimiento político al margen de los partidos tradici~na­
l~s, que exigía unas políticas incompatibles con la fase del capita-
• lismo del laissez-faire; también se produjo un renacimiento de los
 320 TRABAJADORES
grupos revolucionarios y socialistas. Durante la última fase, el mo- -~,
vimiento en conjunto adoptó -en teoría- la creencia en la nece-
sidad de substituir al capitalismo, aunque al mismo tiempo echó
hondas raíces en el suelo del capitalismo monopolista; se produjo
también el surgimiento de un Partido Comunista. Por supuesto,
estas adaptaciones no fueron graduales. La tendencia general del
movimiento se manifestó a través de una serie de curvas en zig-zag;
períodos de avance radical dejaron paso a otros de relativo conserva-
durismo o de regresión absoluta. Así, períodos de combatividad a
comienzos de la década de 1850, finales de la de 1860 y comienzos
1
de la de 1870, a comienzos de la del 1890, desde 1910 hasta 1914,
desde 1917 hasta 1926, a mediados y finales de la década de 1930 y
desde 1941 hasta 1945, dejaron paso a reacciones en sentido con-
1
trario, como por ejemplo del notable giro a la derecha del Trade
Union Congress (TUC) después de la Huelga General, y del gobier-
1 no laborista después de 194 5.
II
Todos los estudiosos del movimiento obrero del siglo XIX en
Gran Bretaña estaban familiarizados con el concepto de «aristocra-
cia obrera». Sin embargo, al analizarla tenemos que distinguir de una
manera bastante tajante entre la era preimperialista y las restantes.
En la «edad de oro» del capitalismo británico su participación en
los beneficios de los patronos dependía, para todos los efectos prác-
ticos, de la fuerza de negociación directa de determinados grupos
de trabajadores (o, lo que se reduce a lo mismo, del valor de la
mano de obra en función de su escasez o de la capacidad de negarse
a trabajar); y las organizaciones obreras -sindicatos, cooperativas,
sociedades mutuales --desempeñaron un papel fundamental en ello.2
La aristocracia obrera tendía a ser un grupo netamente deslindado
del resto de los trabajadores. Entre 1850 y 1875 los salarios reales
2. Esto no quiere decir -como se ha afirmado a menudo- que sólo los
artesanos formados o los que poseían lo que entonces se consideraba como «cali-
ficación», gozaran de esa participación; aunque el predominio de las formas anti-
cuadas y casi preindustriales de calificación artesanal -por ejemplo, en la fabri-
cacióo de máquinas y en la industria de la construcción- coloreaba un gran
sector del movimiento sindical.
EL MOVIMIENTO OBRERO A PARTIR DE 1850 .321
··'3
aumentaron sólo para aquellos obreros cuyos ingresos en dinero
podían aumentar más rápido que los precios. Además, sólo los tra-
bajadores que contaban con recursos importantes podían tener ac-
ceso -en forma individual o bien mediante grupos como las coope-
rativas- a los únicos artículos de consumo de buena clase y calidad,
cuyos precios se encontraban en niveles accesibles a la clase media.
Para el resto debían bastar los harapos y los artículos adulterados ¡.
que convertían lo barato en sinónimo de asqueroso; porque la co~
1
mida barata de ultramar no comenzó a llegar hasta la década de 1870
y, salvo algunas excepciones, la producción de artículos de consumo
para un mercado de masas barato (por ejemplo, ropa de confección)
no se puso en marcha hasta el período de la Gran Depresión. Por
eso las ventajas obtenidas por los «negociadores fuertes» eran des-
proporcionadamente grandes.
,~ :ero lo.s términos de las negociaciones (efectivos o implícitos)
surgian casi totalmente del regateo en una gran cantidad de merca-
dos de trabajo, sectoriales y regionales. (En ese período no hay que
sobrevalorar -salvo en contextos muy limitados, o en un análisis
muy general- el papel desempeñado por el mercado de trabajo «na-
cional».) Por lo general, no eran inicialmente el resultado de una
política consciente. Los patronos eran hostiles por principio a los
sindicatos, salvo donde estaban obligados a tratar con ellos. Sólo
en las décadas de 1860 y 1870 se descubrió que los mecanismos
formales para allanar las relaciones laborales eran deseables desde el
punto de vista patronal, y entonces la negociación de grupos de tra-
bajadores con grupos de patronos alcanzó diversos grados de reco-
A\ 4 · nocimiento oficial u oficioso. En ese período se creó la legislación
sindical de 1867-1875, las diferentes instancias para la conciliación
y para los acuerdos sobre escalas móviles; y los hombres de nego-
cios se convirtieron en partidarios de la existencia de los sindicatos
como instrumentos para evitar los trastornos económicos.3 Pero se
trataba en gran parte del reconocimiento de unos hechos ya estable-
cidos, aunque sin duda de un reconocimiento acelerado por el míe.
do a la fuerza política de las ciudades artesanales, que en 1867 con-
quistaron el voto parlamentario. Con otras palabras: la transforma- ~"
·'
3. . En vista de los ulte;iores de~arrollos imperialistas, la defensa que de
t:µos hizo ~os~ph ~hamb;rlam a comtenzos de la década de 1870 resulta espe-
oalmente s1gnificanva. Ve·anse sus Speeches, editados por C. Boyd, I, pp. 27 ss.
21. - HOBSBAW.14
 . ..-... ,..--- - - .
322 TRABAJADORES
ción de los trabajadores cartistas militantes en miembros respetables4
de la aristocracia obrera, percibida y deplorada por Thomas Cooper,
se produjo «espontáneamente», sin ningún cambio importante en
la política capitalista y con cambios relativamente pequeños en la
5 honr~do y el traba1ador honrado, el burgués generoso, amigo de los
conciencia política de los obreros.
Con el reconocimiento oficial del sindicalismo y el advenimiento
de la Gran Depresión en la década de 1870, cobró estado público
la colaboración de clases consciente y deliberada. Entonces el Sin-
dicato de Caldereros ya podía cantar (1872):
Ahora es cierto que el capital
Todos los riesgos tiene que correr,
Como un barco expuesto a todos
Los vientos que bajo el sol existen;
Cuando el primero sl.ente el flujo y el reflujo de la industria,
Tiene que conocer la dura competencia.
De modo que es justo y conveniente
Que los trabajadores tengan que cooperar,
Y ayudar con toda su fuerza 6
A los patronos para que éstos puedan competir.
Fue entonces cuando se establecieron los grandes sistemas de
sindicalismo casi empresarial (quasi-business unionism) en las prin-
4. The life of Thomas Cooper, written by himself, Londres, 1872, pági-
nas 393 ss.
5. Es decir basta mediados de la década de 1860. Quizás haya que hacer
una excepción ;n el caso de la obra de la escuela Socialista CristiW;a d~, filán- ij.\..ttconomía capitalista británica se encontraba en un estado de crisis
tropos de clase media, cuyos esfuerzos ayudaron a obtener. 13: legislaoon de
sociedades mutuales en la década de 1850. En cuanto al movllnlento obrero, la
History of trade unionism de S. y B. Webb ha exagerado la imp<;>rtancia del
<<nuevo modelo» de asociaciones unificadas -como la de los mecánicos- y de
la aceptación de la concepción económica liberal por parte de los líderes obre-
ros antes de la década de 1870. En primer término, los líderes cartistas y owe-
nistas de los nuevos movimientos -ya se tratase del Sindicato de Mecánicos o
de los cooperativistas de Rochdale- no se p~oponían. el?- modo alguno aba?-~o-
nar sus objetivos a largo plazo. Lo que ocurrió fue .sencillamente que las v1e1as
consignas cambiaron dado el nuevo contexto econóIDic.o; hasta que, por la ausen-
cia de una teoría socialista clara, se fueron vaciando progresivamente de
sentido.
6. Citado en J. B. Jefferys, Labour's formative years, Londres, 1948, p. 48:
«Now'tis true that capital / All the risk must run, / Like a ship exposed to
ali / Winds beneath the sun; / Feels the first trade's ebb and flow, / Must
keen competition know. / So'tis just and meet / Labour should co-operate, /
And to belp with ali their might / Masters to compete~.
EL MOVIMIENTO OBRERO A PARTIR DE 1850 323
..c~~ales industrias d~ ~portación -hilandería de algodón, construc-
ct~n de barcos, yac1m1entos de carbón del noreste-, tan admirados
mas ,tarde por S. y B. Webb en su libro Industrial democracy: «El
patron razonable Y. el trabajador sindicalista razonable; el capitalista
traba1adores, y el. proletario con estrecha mentalidad burguesa (na-
rrow-bourg.eozs-mmded) se condicionan recíprocamente y ambos son
con~~c;ienctas ,de. una misma relación, cuyo fundamento ha sido la ,
pos1cton econom1ca de Gran Bretaña a partir de mediados del si-
glo XIX ... ».7
~or supuesto, la colaboración de clases practicada por la aristo-
c:a:1a obrera en las décadas de 1880 y 1890 era de una escala más
limttada que la que llegó a practicarse ulteriormente. Daba por
descontado el. funcionamiento rentable de la economía británica, siem-
, pre que contmuase en vigencia el sistema de libre comercio, y limi-
':aba s~s esfuerzos a mantener a su propio patrono o a su propia
mdustna en una situación adecuada para que le otorgara concesio-
nes. Todav~a no existía la creencia general de que al movimiento
obrero «le mteresa la prosperidad de la industria ... puede beneficiar-
se más con una industria eficiente que con una anticuada· y los sin-
dicatos _rue.~en ~tili~ar su fuerza tanto para promover y 'orientar la
reorg~ruzac10n científica de la industria, como para obtener ventajas
~atenale~ d~ esa reorganización». 8 Ese sindicalismo de empresa (bu-
siness unzonzsm) organizado a escala nacional -como lo suponían
las co~er~ncias entre Mond y Turner de 1927-1928- surgió del
descubnm1ento por parte de los sindicatos del hecho de que la ..
t
t
grav~ .. Tampoco suponía ninguna inclinación a modificar la táctica ,!
t~ad1~10nal d~ los . sindicatos. Hasta finales de la década de 1940
r
run~n Con~eJO General del TUC pudo aceptar un congelamiento de :!,
s~~nos en epo:as de auge de los beneficios, para asegurar la esta- .~
r1
bilidad del conJunto de la economía. Sin embargo, bastaba básica-
?1ente .con que la actitud sectorial adoptada por los obreros de la
mdustna del algodón durante la Gran Depresión -quienes se nega-
'
189
~·) ~osa ~uxemburg, «British spectacles», Leipziger Volkszeitung (9 mayo ,1
. , ·. e eqmvoca ~l pensar que _la dominación incuestionada de la industria 1
1
bntaruca era necesaria para el funcionamiento de esa colaboración de clases 1¡
,_..,. 8. I(nfTUormC eR del Consejo General del TUC sobre las conferencias M~nd- '
'~ urner eport, 1928, p. 209). ·1
~
.to

TRABAJADORES
324
ron a luchar por la jornada de ocho horas porque ello ~~b~ese su-
puesto un debilitamiento de las perspectivas de competltlvidad de
su industria -o la adoptada por los caldereros- qu~enes reembol-
saron a sus patronos cualquier pérdida :financiera debida_ a defe~tos
de fabricación o a huelgas ilegales realizadas por su~ a?,lia~os-. .se
generalizara y se insertara en el contexto de negociaaon ms~1tuc10-
nal y de política propio del siglo :xx, para llegar a ~lgo semeJante a
la política de los Consejos Generales ~el TU~ posteriores a 1945.
Es importante recordar que la aris;ocrac1a obr.er~ o -en la m~­
dida en que se diferenciaban entre s1- el mov1mi~n,to obrero de
ese período excluían necesariamente a muchos , y qmzas a la mayor
parte de los obreros. En primer lugar, sólo poco~ eran capaces de
lograr alguna clase de organización sindical. La mmens~ masa de
semiproletarios, de in~gentes con empleos flotantes e_ irregulares,
de trabajadores domésticos y de peones de los p,equenos talleres,
el mundillo miserable pintado por Mayhew en la decada de 18~0 en ® 'l se convirtieron en la espina dorsal de toda una serie de sindicatós --
su libro London labor and the London poor o por el estud10 de
Booth sobre las décadas de 1880 y 1890, se encontraba de hecho
más allá del alcance de los sindicatos. Además, en la medida en que
determinados grupos de trabajadores tenían afinidades co~ ese subs-
trato flotante -emigrantes estacionales, como los trabaiadores del
gas; obreros eventuales, como los portuarios, o much~s de .10.s t~a­
bajadores de las categorías fabriles inferiores- ?~decian ~mltac10-
nes similares. La fuerza del cartismo había residido precisamente
en su capacidad para movilizar a esas amplias masas de obreros no
del todo proletarizados. Lo mismo harían las grandes oleadas de
militancia político-industrial de 1889 y 1911. Pero .todos est~s ~o- ¡\) t.l• generaciones para doblegar en forma decisiva la tradicional docilidad
vimientos triunfaron porque sobrepasaron los lílllltes del smdica-
lismo estrecho y dotaron al movimiento obrero de un liderazgo Y
de una perspectiva revolucionaria o social~s;a. A f~ta de :sa. con-
ciencia política, esos sectores de la poblac1on tra~aiadora s1gu1e.r?n
estando durante mucho tiempo desorganizados y sm representacion.
No hay que olvidar que, salvo unos pocos centros: h~sta :fina~es del
siglo no se desarrolló plenamente el sistema fabril ru otro tipo de
.,
unidad de produccion en gran esca a.
1 10
º
9. Véase mi Labour's turning point, Londres , 194_8,lpp. 10 ss · Y 1 4· [hay
10 Cf D bb St dies in the development o1 capzta tsm, pp. 263-267
trad. ·castellan~: Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, Siglo XXI, Ma- «O reros comunes», que podian ser contratados, despedidos o in-
drid, 1976].
EL MOVIMIENTO OBRERO A PARTIR DE 1850 325
Este relativo arcaísmo de la estructura industrial británica se
refleja también en el tamaño de lo que podríamos denominar fo
población «dócil». Los trabajadores de los ferrocarriles norteameri-
canos, por ejemplo, organizaron pronto unos sindicatos fuertes. En J
cambio, los de los ferrocarriles británicos --cuyo personal (salvo el
de movimiento y el correspondiente a determinadas categorías en i
los talleres) se reclutaba en principio entre la gran reserva de mano 1
I~
de obra aldeana, barata y sumisa- sólo lo hicieron mucho más tar-
de. Y cuando el sindicalismo llegó, se trataba en gran medidad de
un sindicalismo de industria. Sin embargo, es cierto que la lentitud
del cambio técnico y la relativa protección e inmovilidad de ciertas
1
industrias, compensó en alguna medida ese fenómeno. Allí donde, i
por razones históricas, ya existía un núcleo de «negociadores fuer-
tes», dispuestos a luchar, no era tan fácil ahogarlo en la corriente
de mano de obra barata. Así, los operarios de las selfactinas de
Lancashire conservaron y extendieron el control de su industria, y
que abarcaban varias categorías de obreros (incluidas las mujeres)
de la industria del algodón, mientras que, en cambio, en los Estados
Unidos las transformaciones más audaces dejaron al margen en el
noreste a grupos similares (que siguieron constituyendo pequeños
grupos de artesanos), en tanto que en otras partes se establecía una
industria de mano de obra barata dotada de sindicatos débiles. Incluso
entre los grupos más bajos, factores como la solidaridad nacional de
los irlandeses facilitaron en diversos casos el surgimiento de orga-
nizaciones sindicales bastante eficientes: por ejemplo, en el caso de
los estibadores. Sin embargo, en general, se necesitó la lucha de dos
de un gran sector de la mano de obra barata británica.
III
El tercer y más importante factor que incide en la limitación del
tamaño de la aristocracia obrera era la creencia -dominante en las
políticas de contratación de la mayoría de los patronos- de que los
obreros podían dividirse en dos grupos: los «artesanos», dotados
de unas habilidades o calificaciones especiales, y la masa de los
b , .
•lir \J
326 TRABAJADORES
tercambiados a voluntad, sin que ello significara ninguna diferencia•· . - • table). ~urante el t~anscurso de esta doble lucha, introdujo no sólo
apreciable en cuanto a la eficiencia, y de los que normalmente se
disponía en cantidades que excedían la demanda (salvo, quizá, en
el momento más intenso de un boom cíclico o estacional). Sólo cier-
tos tipos de obreros estaban en condiciones de provocar o de pre-
servar la suficiente escasez de su tipo de mano de obra, para obtener
un buen contrato. Pero las condiciones relativamente favorables que
obtenían se lograban, en gran medida, a expensas de sus compañeros
menos favorecidos, y no sólo a expensas del resto del mundo, do-
minado por el capitalismo británico. No es necesario insistir en
los frecuentes vestigios de la primera época del capitalismo (como el
sistema de subcontratación y mecanismos similares), que de hecho
convertían a muchos obreros calificados o supervisores en copatro-
nos de sus compañeros menos favorecidos , puesto que sindicatos
como el de los mecánicos, a menudo los combatieron o bien no
hicieron ningún esfuerzo destinado a perpetuarlos.11 Es más impor-
, flf
tante destacar el hecho de que la escasez de los obreros· relativamen- '
te prósperos estaba en función de la relativa abundancia existente
en el resto del mercado de trabajo. El principio básico del sindicato
de oficio clásico consistía en mantener un control sobre ei gremio
y sobre el ingreso al mismo, sin mencionar los argumentos de tipo
previsional a propósito de la conveniencia de excluir a los obreros
menos robustos o menos calificados, quienes sólo hubiesen supuesto
un drenaje de los fondos sindicales y otra manera de debilitar su
fuerza de negociación. De modo que el sindicalismo generalizado es-
taba fuera de consideración -aunque la mayoría de los sindicatos
fuesen honestamente partidarios del mismo, salvo donde se presen-
4:11 .-1 hemos de hablar para este período de una «aristocracia obrera» con
taba como una amenaza para su monopolio sectorial del trabajo.
Sin embargo, este tipo de sindicalismo sectorial no carecía de
un alcance más amplio. Después de todo tenía dos caras: aunque
luchaba contra el resto de la clase obrera para defender su posición
especial, también luchaba contra el patrono (por lo menos hasta con-
seguir el reconocimiento por parte de éste) para defender su dere-
cho a participar en los beneficios (una participación pequeña y es-
lt. Una excepción importante era la existencia de algunas formas de tra-
bajo infantil en las industrias del algodón y de la minería del carbón, donde
los sindicai.os lucharon durante mucho tiempo y con gran energía por su per-
duración: en esos casos los miembros de los sindicatos estaban expoliando prin-
cipalmente a sus propios hijos.
EL MOVIMIENTO OBRERO A PARTIR DE 1850 327
una serie de mecanismos e instituciones que se convirtieron en el
patrimonio común del movimiento obrero -Consejos de J:ndustria
(Tra?~s C~~ncil),. Congreso Sindical (Trades Unión Congress), la
admimstrac10n eficiente de los intereses de los sindicatos la estrate-
g!a Y la táctica de Jas campañas a corto plazo--, sino ~ambién un
sistema completo de ética combativa.12 Aunque el miembro de la
aristocracia obrera usase el mismo sombrero y pensase lo mismo que
su patrono en materia económica, sabía lo que había que hacer cuan-
do los piquetes salían a luchar contra el patrono. Además, desarrolló
-aunque no fuera más que sobre una base limitada- una solidaridad
y una concie~cia de clase, una creencia de que, en tanto que un
hombre trabaJaba por un salario sus intereses estaban exclusivamente
determinados por ese hecho: convicción que se ha convertido en un
valioso componente de la tradición obrera británica. El secretario
''f del sin~icato de hi!a~deros o de sopladores de vidrio bien podía
co.nvertirstt_en admlllistrador de una fábrica o en empresario, pero
mi.entra~ era un hombre del sindicato se comportaba como tal. y la
~xisten~ia de, i:n fuerte núcleo de sindicalismo en la mayoría de las
mdustnas basicas (porque los sindicatos de oficio británicos cose-
charon, gracias a su estructura industrial, muchos más éxitos que los
norteamericanos) facilitó la expansión ulterior del movimiento obrero.
IV
El advenimiento del imperialismo modificó esta situación. Si
1
tendencias reformistas, tendremos que describir un grupo mucho
más complejo que la própera «clase artesanal» de la década de 1860
En aquella época, había ma~as de obreros británicos que práctica~
ment~ no se habian beneficiado como consecuencia del monopolio
mundial detentado por el capitalismo británico. En cambio cuanto
más avanzamos en la era imperialista, más difícil resulta e~contrar
grup~s de obreros. ~?e de una u otra manera no hayan extraído
ventajas de la poslClon de Gran Bretaña, que no hayan tenido un
12. Cf. Maxime Leroy, La coutume ouvrier~ 1913, donde se analizan las
«obligaciones» del sindicalismo, pp. 190-361. '
fJ¡)
 ! "Sf .
328 TRABAJADORES
nivel de vida bastante superior al que hubiesen tenido de pertenecer ~ tf que el patrono administrador fue reemplazado por la corporación
a un país cuya burguesía no contase con tantas ra~ones para acu-
mular beneficios y dividendos procedentes del exte~10r o con t~nto
poder para iID:poner las condiciones en el. comercio con l~~ ar~as
más atrasadas. O bien -puesto que no existe una correlac1on slm-
ple entre el nivel de vida y la moderación política- más difí.cil re-
sulta encontrar obreros a quienes no se les haya hecho sentir que
sus intereses dependían de la continuidad del imperiali~mo. ~~ rea-
lidad, sabemos que en cada etapa los «beneficios» d~l impena~smo,
y sus promesas, se distribuyeron de manera desigual. entre ~o.s
diferentes grupos de obreros, y que algunos de los mecarusmos utili-
zados para distribuirlos sólo llegaron a funcionar plenamente des-
pués de la primera guerra mundial. También sabemos que la cre-
ciente crisis de la economía británica complicó el esquema. Pero en
líneas generales sigue siendo cierto que la situación cambió.
En la década de 18-60, pues, el «proletariado burgués» (del que
hablaba Marx) pertenecía casi totalmente al estrato de l~s «arte- ~ "+ donde el «viejo» movimiento obrero estaba más :firmemente atrin-
sanos» privilegiados. En el período imperialista, en cam?1.o, :1º lo
encontramos sólo allí y en nuevos grupos de obreros privilegiados,
sino también -hecho igualmente significativo-- en importantes gru-
pos de obreros hasta entonces no privilegiados y mal pagados? así
como en lo que podemos llamar el movimiento obrero prof~s10nal
integrado por políticos, funcionarios sindicales y otros trabaJadores
l .d d ·
especialmente susceptibles de adoptar una menta 1 a cap1ta 1sta. r 13
Resulta bastante paradójico que los menos «fiables» de estos
trabajadores privilegiados fueran los miembros de la élite obrera del
primer período, porque la nueva era suponía un desafío ~ara. su
posición de privilegio. Es bastante probable -.habland~ ;n. termmos , .
relativos- que la posición del artesano calificad? bnt~ruco nu~ca
hubiera sido mejor que en la década de 1860 -m su nivel de v~da
y su acceso a la educación, la cultur~ y los vi~jes, t~n satisfacton~s
(según los criterios de la época}-; ru que ht~b1era s.1do tan pequena
la brecha que le separaba de los pequeños rndustnales locales que
-eran sus patronos; como tampoco tan amplia la que le separaba de
14
la masa de los «trabajadores». Pero la primera de esas brechas
se fue ampliando a medida que la producción se fue concentrando Y
13. Véase más arriba, capítulo 12 (pp. 269-316). . .
14. En realidad, se lo vinculaba cada vez más con la «clase media h~~!l».
EL MOVIMIENTO OBRERO A PARTIR DE 1850 329
'I
1
de capital social, y a medida que un nuevo grupo de empleados de !
1
categoría y de administradores técnicos vino a insertarse entre el 1
«obrero calificado» y su patrono. Mientras que la segunda de esas
brechas se fue reduciendo a medida que determinados estratos de
obreros semicali:ficados -operadores de máquinas y similares- fue-
ron colmando el abismo antes existente entre ei «artesano» y el
«peón», e incluso fueron empujando al propio artesano hacia un
trabajo que él consideraba como semicalificado. La mayoría de los
miembros del actual Sindicato de Mecánicos Unidos no hubiesen
sido admitidos por su predecesor de la década de 1880. Además, la
difusión de los alimentos baratos, de los artículos de consumo de
producción masiva, de la educación pública y de la seguridad social
fue reduciendo las ventajas anormales de los salarios más altos del
período previo. Por último, por supuesto, la crisis de entreguerras
afectaría precisamente a las industrias básicas del siglo XIX británico,
cherado. Paso a paso la aristocracia obrera se vio forzada a entrar
en las filas de la clase obrera; y en general se desplazó hacia la iz-
quierda. Esto explica la facilidad con que a partir de 1900, ese
grupo se alió con los socialistas en el Partido Laborista, rompíó con
el Partido Liberal al que había apoyado con entusiasmo, y por úl-
timo apoyó el programa socialista.
Sin embargo, mientras tanto habían surgido nuevos grupos de la
aristocracia obrera en las categorías formadas por los administrado-
res, los técnicos y los oficinistas: allí es donde tenemos que buscar
el verdadero «proletariado burgués del imperialismo», a quien sus
rj amos mimaban (la nueva prensa popular estaba dirigida sobre todo
a él) y que, incluso, se negaba a considerarse parte de la clase
trabajadora. Su posición especial ni siquiera dependía de la negocia-
ción colectiva, como había ocurrido en el caso de los «artesanos>»
los ingresos reales de sus estratos más bajos no eran muy superiores'
a los de los artesanos: la mayoría de sus ventajas diferenciales se
vinculaban con la superioridad de su nivel social. Por tanto, dado
que su principal aspiración consistía en elevarse por encima de las
categorías mejor pagadas de los trabajadores de mangas de camisa,
su hostilidad política hacia los obreros le suponía una intensa satis-
facción. Sólo poco a pqco la crisis de la economía imperialista les
fue acercando al movimiento obrero. Los sindicatos de oficinistas
330 TRABAJADORES
aparecieron, en pequeña escala, en la década de 1890; y más tarde,~
inmediatamente antes de la primera guerra mundial. Como resultado
de esa guerra comenzaron a surgir sindicatos profesionales de hom-
bres de ciencia, profesores universitarios y otros trabajadores de ese
tipo; también aparecieron entonces unos sindicatos fuertes de al
menos un grupo de oficinistas: los funcionarios de la administración
pública. Sólo a finales de la segunda guerra mundial -como resul-
tado de la expansión de los sindicatos de profesionales y superviso-
res, así como por la conmoción política que supuso el voto po~ pri-
mera vez laborista de las masas de hombres y mujeres que trabaiaban
en las oficinas y en puestos administrativos- se produjeron despla-
zamientos realmente importantes en la fidelidad de esos grupos (aun-
que quizás esos cambios todavía no fuesen decisivos).
Aun más importantes resultaron los cambios en la posición social
de la masa de trabajadqres que hasta entonces no gozaban de pri-
vilegios ni estaban reconocidos ni tenían. ~na organización si?dical. ~~
Estos cambios se reflejaron en la reduccron de la brecha existente
entre las tarifas salariales de los obreros «calificados» y las de los
«no calificados».15 Los desarrollos modernos de la producción posi-
bilitaron el ascenso desde .las tareas no calificadas hacia las semica-
lificadas; desde el subempleo eventual hacia el empleo regular, aun-
que no necesariamente mejor pagado; desde una fuerza de nego-
ciación insignificante hacia una respetable. La moderna legislación de
seguridad social llevó en todo caso un ligero alivio a las tremendas
ansiedades de quienes carecían de toda reserva financiera. Dos gue-
rras mundiales produjeron incluso la contingencia única de la es-
casez de mano de obra. Para los parias totales de los barrios pobres
de mediados del siglo XIX incluso las mejoras modestas parecían ~·
ganancias absolutas. Para el montador calificado, la introducción de
una máquina semiautomática manejada por obreros que cobraban
sólo uno o dos peniques más que el peón, era evidentemente una
manera de intensificar la explotación. Para el obrero no calificado, en
cambio, podía muy bien suponer (con todas las reservas del caso),
al menos por un tiempo, una promoción triunfante. El arcaísmo de
15. Por ejemplo, la tarifa del peón de la construcción, que antes de 1914
correspondía al 50 por ciento de la del artesano, corresponde hoy al 80 por
ciento de esta última. Sin embargo, la difusión deí pago por producción ha su·
puesto que el nivel de los ingresos no se identifique con el de las tarifas.
~)
EL MOVIMIENTO OBRERO A PARTIR DE 1850 .331
la estructura industrial británica en el período previo, aumentó la
repercusión de tales cambios.
Además, cualquiera fuese la situación del conjunto de los tra-
bajadores no privilegiados, es indudable que diversos grupos de ese
sector mejoraron su posición, aunque sólo fuese en virtud de los
cambios automáticos producidos en la distribución y en la estructura
de las industrias. Mientras los viejos centros de la mano de obra
calificada se convirtieron en áreas anticuadas -pobladas por tra-
bajadores que pasaban largos períodos en situación de paro-, los
viejos centros de mano de obra eventual y de categoría inferior pa-
saron a ser los hogares relativamente prósperos de la industria ligera
de producción en masa, de distribución, etc. Entre 1929 y 1937 la
tasa de paro en Londres nunca llegó a la mitad de la de la costa
noreste. 16 En la década de 1880, los obreros de los muelles habían
sido considerados -y, a pesar de que contaban con algunos grupos
más fuertes, correctamente considerados- como un grupo típica-
mente débil e indefenso; en 1948 se encontraban entre los trabaja-
dores mejor pagados. Además, la gran expansión del gobierno cen-
tral y local creó una gran cantidad de trabajos protegidos y relati-
vamente seguros para unos obreros con baja calificación, que antes
inevitablemente hubiesen formado parte de la reserva de trabajado-
res eventuales. Sería interesante rastrear el desarrollo de estas redes
de «intereses creados en la estabilidad», por ejemplo en áreas como
el sur de Gales y Londres, en las que el Partido Laborista ha tenido
el control del patrocinio municipal durante un largo período. ~o­
dríamos multiplicar ejemplos de este tipo.
Resulta todavía más importantes el hecho de que los trabajadores
'J' no privilegiados hayan llegado por primera vez a ser capaces de uti-
lizar en gran escala los métodos de negociación del movimiento
obrero. El alcance del convenio colectivo se amplió; se desarrolló
cada vez más en el contexto de una trama de instituciones públicas
o semipúblicas, y con el respaldo que significaba la presión de un
movimiento obrero político, independiente y amenazador. Para el
sindicato ya establecido (por ejemplo, el de los caldereros o los
cajistas) eso no representaba demasiado; porque ya estaba recono-
16. Compárese con el juicio de Schulze-Gaevernitz a comienzos de siglo,
según el cual «el problema del paro es sobre todo un problema de Londres y
del estrato más bajo del proletariado».

332 TRABAJADORES
cido y de todas formas su fuerza de negociación era formidable. En
cambio, para los trabajadores hasta entonces débiles y carentes de .
privilegios; supuso un cambio profundo y, como veremos, grandes
tentaciones.
Es cierto que la crisis de la economía británica contrarrestó
estas tendencias. Quizá si el país se hubiese enfrentado con una cri-
sis catastrófica, cuyos efectos sobre el nivel de vida de todos los
trabajadores hubiesen sido palpables, esas tendencias hubiesen sido
aplastadas. Pero las ganancias acumuladas por el monopolio mun-
dial y el imperio, y la posición estratégica del capitalismo británico,
protegieron tanto a los obreros como a los patronos de ese choque
tan rudo con la realidad, y permitieron que el limitado movimiento
obrero favorable a la «libre empresa» de la década de 1870 llegase
a ampliarse y se transformara en el poderoso movimiento reformis-
ta-fabiano de nuestro siglo. Así, el desplazamiento de los viejos
aristócratas obreros hacia la izquierda fue más suave y más parcial
de lo que cabía esperar, aunque se hubiese producido inequívoca- ~)_
mente en sindicatos gremiales clásicos, como el Sindicato de Mecá-
nicos Unidos; aunque lo que hoy pueda decir el secretario general
del Sindicato de Caldereros haría removerse en su tumba a su pre-
decesor de la década de 1880; y aunque el venerable Sindicato
de Fundidores de Hierro, fundado en 1809, sea hoy un sindicato de
izquierdas, integrado por obreros semicalificados y mal pagados.
Pero esos no fueron los únicos sindicatos que se transformaron;
hubo otros que lo hicieron en forma todavía más llamativa: en espe-
cial los dos grandes sindicatos generales, el de los Trabajadores Mu-
nicipales y el de los del Transporte, que representan hoy una cuarta
parte del total de obreros sindicalizados. · El Sindicato de Trabajado. ~ <t' visto, en la edad de oro del monopolio mundial británico la clase
res de Gas, de Will Thorne -antepasado del Sindicato de Trabaja-
dores Municipales-, nació en el turbulento año 1889 y era lo más
parecido a un grupo «rojo» que cabía concebir antes de la fundación
de los partidos comunistas. Eleanor Marx tenía gran influencia en su
comité ejecutivo; su esposo fue quien redactó sus estatutos y obje-
tivos; prácticamente todos sus líderes nacionales y de distrito eran
socialdemócratas marxistas. (Cabe añadir que ése fue probablemente
el sindicato general con más éxitos de los fundados en 1889.) Sin
embargo, en veinte años se desplazó considerablemente hacia la de-
recha; y las grandes figuras de su segunda y tercera generación -el
honorable J. R. Clynes, Lord Dukeston, Sir Toro Williamson- es-
,f
~-
EL MOVIMIENTO OBRERO A PARTIR DE 1850 333
tán situadas lo más a la derecha posible dentro del Partido Laboris-
ta. La historia del Sindicato de Portuarios, otro hijo d~ 1889 v
antepasado del actual Sindicato de Trabajadores del Transporte, e.s
un poco más compleja. Entre 1892 y 1910 se derrumbó catastrófica-
n:ente y sólo resucitó cuando se produjo una nueva expansión agre-
siva, que supuso para sus primitivos dirigentes rebeldes un segundo ,¡
período de prominencia; además, algunas de sus secciones, como la iJ
de los co.nductores de autobuses, se enfrentaron con problemas que
las empuJaron también hacia la izquierda. Sin embargo, la tendencia
general resulta bastante obvia si examinamos, por ejemplo, la carre-
ra de Ernest Bevin, el mayor de sus líderes de la segunda aeneración
'
co? s~~ on.ge~es .socia.Id emóc:atas marxistas en Bristol, sub etapa de'
ag1t~c1on smd1cahsta mdustnal activa y, finalmente, su llegada al
Gabinete como ministro de Relaciones exteriores carrera lo más
"
alejada
del
posible de la de un jefe izquierdista del' mayor sindicato
país. Los dos grandes sindicatos de los parias de 1889 se con-
virtieron en los pilares principales del conservadurismo en el mo-
vimiento obrero británico.17
V
La complejidad de estos cambios deriva de la notable combina-
ción de corrientes políticas que corrían tanto hacia la derecha como
hacia la izquierda; por ejemplo: la intensificación local del refor-
mismo dentro de un contexto general de radicalización. Como hemos
dominante había comprado la estabilidad social y lo que consideraba
como producción eficiente 18 por un precio grotescamente barato,
como Joseph Chamberlain fue el primero en recordar a sus colegas.19
17. El Sindi~ato ~e T!abajadore~ Generales y del Transporte se ha despla-
zado otra vez hacia la 1;Zqwerd.a, grac1~~ a la sucesión en cierto modo inesperada
del trono d: F .. Cousms, qwen deb10 su ascenso dentro del sindicato a los
sectores de tzquterda, y que representaba a tales sectores.
18. De acuerdo con los criterios modernos de la administración de la mano
d: obra esa producción era muy ineficiente. Véase más abajo capítulo 14 (pá-
gmas 352-383). '
19. «¿Qu.é seguro tendrá la ~iqueza para su privilegio contra al riesgo a que
se encuen?"i;t mdudablemente su¡eto?» (es decir, ahora que los obreros ya no
son tan doctles); Speeches, ed. Boyd, I, p. 130.
334 TRABAJADORES
En teoría, l~ argumentación en favor de un reformismo deliberado
-o de U:na «economía de salarios elevados» como medio para ob-
tener esos dos resultados dentro de las condiciones de la nueva era-
tenía bastante fuerza; y numerosos grupos de intelectuales, desde
Toynbee y Alfred Marshall hasta Sidney y Beatrice Webb instaron
al cambio. Lo mismo hicieron algunos patronos; irónicamente se
trataba de hombres que solían tener estrechas relaciones con las
colonias: como los de fumas dedicadas a la producción de cacao,
chocolate y jabón. En la práctica, sin embargo, los capitalistas eran
conscientes de la amenaza creciente que ese proceso suponía para
sus intereses y pocas veces hacían concesiones importantes, salvo
bajo coacción. Después de todo, el imperialismo británico marcó
prácticamente desde sus comienzos un retroceso a partir del mono-
polio mundial potencial hacia un monopolio real que sólo abarcaba
una cuarta parte del mundo; aunque en cifras absolutas este último
hubiera resultado más amplio que el primero. Pero precisamente
en el momento en que ese horizonte ilimitado se estaba contrayendo
para ellos, los hombres de negocios británicos eran incitados al pa-
recer, mediante concesiones directas, impuestos u otros medios, a
que incrementaran la participación de una mayor cantidad de obre-
ros en sus beneficios. (No estoy discutiendo aquí si tal cosa ocurrió
de hecho; pero así pensaba que estaba sucediendo el hombre de ne-
gocios individual.) Por cierto, se les incitó a que renunciaran a ese
derecho absoluto a que «cada cual haga lo que quiera con lo de cada
cual», al que estaban acostumbrados.
Por consiguiente, se arrancaron ciertas concesiones por la fuerza
y los contraataques desesperados que se desarrollaron cada vez más
como respuesta a ello obligaron a desplazarse hacia la izquierda
incluso a los obreros moderados. El ejemplo más famoso es la de-
cisión de los sindicatos de constituir un Partido Laborista ( 1898-
1906) como resultado del ataque contra su situación legal. En rea-
lidad, tanto el reformismo como el ataque se produjeron en forma
simultánea. Así, después de la huelga general de 1926 los propieta-
rios de las minas de carbón y los sectores más estúpidos del Par-
tido Conservador contraatacaron al estilo tradicional mediante la
destrucción de los sindicatos y una legislación punitiva antisindical.
_W.J.entras tanto, otro grupo de patronos, encabezados por Sir Alfred
Mond, del trust químico, enfrentó la amenaza de una manera exac-
tamente inversa: invitó a la dirección del Trade Union Congress a
EL MOVIMIENTO OBRERO A PARTIR DE 1850 335
famosas conferencias sobre la paz industrial y la racionalización
que, con el nombre de conferencias Mond-Turner, constituyeron un
hito en la historia de la colaboración de clases. Análogamente, am-
bas tendencias coexistieron dentro del movimiento obrero. Así, du- '¡'
rante el período general de la Gran Depresión (sobre todo desde
1880 hasta mediados de la década de 1890) se produjo tanto una
I~
radicalización del movimiento (renacimiento del socialismo, organiza-
ción de sindicatos nuevos y combativos) como una intensificación
del «aburguesamiento» de los viejos sindicatos, proceso cuyos ini-
cios señalamos más arriba. ¡.I
Por consiguiente, el historiador que considera retrospectivamente
todo el período, comprueba con igual asombro los importantes as-
pectos regresivos de la colaboración de clases y las grandes ventajas .
de la misma. El paro producido durante la Depresión de la década
de 1880 hizo más para conmover la creencia de los sindicalistas bri-
• 'f tánicos en la libertad total de la empresa privada, que lo que el re-
conocimiento oficial de la aristocracia gremial pudo hacer para re-
forzarla. En realidad, el desesperado contraataque de los patronos
contra el sindicalismo radical de 1889 y años ulteriores logró des-
truirlo casi por completo; pero su principal resultado a largo plazo
iba a consistir en empujar incluso a los viejos sindicatos conserva-
dores hacia una simbiosis con los socialistas, hacia la constitución
de un Partido Laborista independiente, potencialmente separado del
liberalismo de clase media. Durante años ese partido fue tan sólo
un pequeño grupo de presión sobre el flanco de los liberales; un
grupo de presión fácil de aplacar. Pero mientras los líderes del la-
~ 1
1f borismo parlamentario se iban domesticando (sólo pocos habían sido
alguna vez realmente salvajes), el fracaso del imperialismo eduardia-
no en mantener las condiciones de la clase trabajadora, precipitó
otro estallido de agitación obrera, conducido por los sindicalistas de
base y por los miembros de los sindicatos de industria. La primera
guerra mundial influyó todavía más para que los trabajadores dejaran
de creer en el sistema capitalista, rompió la lealtad del Partido La-
borista con respecto a los liberales -partido al que en pocos años
substituyó- e incluso comprometió en teoría al partido con un
programa socialista. Es cierto que entre 1921 y 1934 los patronos
contraatacaron con mucha eficacia. Hacia 1934 los sindicatos tenían
apenas unos pocos más afiliados que en 1913, al Partido Laborista
lf) 5j1 sólo le quedaban alrededor de 50 miembros del Parlamento; y, como
e,
\

336 TRABAJADORES
4l ·i haya supuesto siempre una excesiva simplificación, todavfa no ha
consecuencia de una ~iseria humana difícil de igualar, el coste ines- .
peradamente elevado de los servicios sociales había sido sometido a
un drástico «saneamiento previsional». Los líderes moderados del
movimiento obrero tampoco opusieron mayores resistencias, porque
estaban ansiosos por retirarse de la incómoda posición radical a que
les había empujado la agitación del período 1911-1926, cuando no,
como en los casos de Macdonald, Snowden, J. H. Thomas Y otros,
por pasarse totalmente al partido de las duquesas. Sin embargo, el
resultado más importante de las duras décadas del período de en-
treguerras fue el de mantener a un núcleo constante de .millones de
ciudadanos alejados en forma permanente (podemos decir con segu-
ridad) de cualquier partido que no prometiera el socialismo. La res-
puesta a esta situación fue la victoria aplastante. del laboris~o. en
1945. Esto no significa que la conducción reforffilsta del moviffilen-
to obrero hubiera dejado en lo más mínimo de estar comprometida
con statu quo; en todo caso, ocurrió más bien lo contrario. ~e~ulta '.\ ' nómico y técnico vigentes tanto en el caso de los hombres de ne-
casi más fácil justificar una política moderada con palabras socialistas,
que con palabras liberales o conservadoras; e incluso puede resultar
mucho más efectivo hacerlo con ese lenguaje. Pero aunque la con-
ciencia socialista de la clase obrera británica sea más potencial que
real aunque de hecho en cualquier momento pueda transformársela
en su opuesto dentro del contexto de un movimiento reformista Y
de unas instituciones imperialistas, sería sin embargo un error su-
bestimar la importancia del amargo proceso de educación política
que le eriseñó a rechazar absolutamente el capitalismo, aunque pue-
da no saber qué consecuencias supone ese rechazo.
D (!· economías atrasadas o débilmente desarrolladas. El segundo es la
VI
Sin ~mbargo, al observador le llama más la atención la supervi-
vencia del reformismo británico, que su debilitamiento; le asombra
más que un partido comunista o la izquierda semimarxísta no hayan
dado un franco paso hacia adelante, que el cambio producido en el
espíritu político del conjunto del movimiento.
Suele decirse que esta fuerza del reformismo estaba basada sobre
los beneficios de la explotación imperial y que por consiguiente
duraría mientras los obrero1> británicos dispusiesen de esa protección
contra todos los rigores de su posición. Aunque este argumento
1) -"
EL MOVIMIENTO OBRERO A PARTIR DE 1850 337
perdido toda su fuerza, porque lo más asomproso de la Gran Breta- .
ña del período posterior a 1945 es la extraordinaria lentitud con
que todos los sectores de la política británica se fueron adaptando
a la decadencia y caída del imperio británico. No puede decirse
que hasta mediados de la década de 1950 ese proceso se hubiera
puesto seriamente en marcha; y todavía a comienzos de la de 1960
había avanzado muy poco. Cabe argumentar (y de hecho es proba-
1
ble que así hubiese sucedido) que si Gran Bretaña se hubiera en- 1
contrado verdaderamente expuesta a las realidades económicas Y' 'j
políticas del período postimperial, se hubiesen producido unos cam-
bias profundos en su política interna y externa. En realidad, uno de
los argumentos menos divulgados esgrimidos por los partidarios
del Mercado Común europeo· afirmaba que la exposición del sistema
británico a las economías europeas supondría una ruptura de la
fuerza de los inmensos intereses creados en el conservadurismo eco-
godos como en el de los sindicatos, provocando la bancarrota de
los más ineficientes en el primero-y la destrucción en el segundo. El
·argumento según el cual el reformismo británico en su forma ac-
tual dependería de la existencia de esa protección contra las reali-
dades económicas, es independiente del supuesto de que la explo-
tación imperial sigue existiendo de la misma manera que antes.20
Como tal, ese argumento puede formularse de manera que dependa
de uno o más de cuatro supuestos diferentes.
El primero de esos supuestos se refiere a la inmensa y creciente
ventaja que todas las economías avanzadas tienen sobre todas las
ausencia de depresiones económicas serias, es decir de paro masivo,
a partir de 1941. El tercero es la fuerza extraordinaria del movi-
miento obrero en 'Gran Bretaña. El cuarto es la supervivencia de la
explotación económica imperialista anticuada o remodelada, fenó-
meno que no cabe desestimar totalmente. Sin embargo, no es de
ninguna manera seguro que la adaptación de la posición económica
real de Gran Bretaña en el mundo hubiese supuesto una transforma-
ción del movimiento obrero reformista en revolucionario, aunque
20. Cabe argumentar que nunca ha dependido de ello. Cf. Barratt Brown,
A/ter imperialism, 1963.
, 22. - HOBSBAWM
 338 TRABAJADORES
. •
sólo sea porque hay factores muy importantes que se oponen a todo
intento drástico de resolver las dificultades económicas a expensas ·
de los obreros, en especial la competencia política entre los sectores
capitalista y socialista del mundo.21 Por consiguiente, es insensato
profetizar tal transformación, aunque no más que sostener que el
obrero occidental ha entrado en una era de permanente satisfacción
económica. Pero en este ensayo no es necesario recurrir a la pro-
fecía. Nos interesa más la descripción del mecanismo mediante el
cual se ha mantenido una conducción cada vez más reformista.
Ese mecanismo plantea un problema porque la persistente lucha
entre izquierda y derecha dentro del movimiento obrero demuestra
que el reformismo -en el sentido que suele dar a ese término la
· conducción obrera- dista mucho de dominar en forma indiscutida.
_En movimientos obreros como el de los Estados Unidos no existe
ningún ala izquierda importante y el socialismo no desempeña nin-
gún papel significativo. En los partidos socialdemócratas que domi- f.i ,,. ti:Io en un .obj~tivo más bien .académico, dada la progresiva exclusi-
nan en varios países europeos, como el de Alemania Occidental, el
de Austria y el de Francia, tampoco existen cuestionamientos serios
a las políticas de derechas desarrolladas por su dirección, o bien
esos cuestionamientos proceden de fuera del partido, por ejemplo
de los comunistas. En Gran Bretaña esos cuestionamientos tienen
una fuerza persistente. Además, cada tanto esa fuerza aum~nta de
manera evidente --como en el período 1957-1962, en que acabó
la larga dominación del TUC por parte de un pertinaz bloque de
derechas, y la consiguiente derrota de la dirección del Partido Labo-
rista en una lucha franca .
Esta fuerza de la izquierda depende de cuatro causas. La prime- !lo J' dicales siempre han procedido del grupo que en cada etapa repre-
ra es el hecho de que la aspiración a una sociedad nueva, y no sólo · '
mejorada, se encuentra profundamente arraigada en los movimien-
tos obreros europeos y probablemente en todos los movimientos
obreros, salvo los verdaderamente atípicos. Esto no quiere decir que
esa aspiración sea muy efectiva en la práctica. La segunda causa re-
side en el sentido masivo de la solidaridad de clase y de la unidad
de clase que tiene la clase obrera británica. Todavía hoy el principal,
en realidad el más abrumador atractivo del Partido Laborista sobre
su electorado consiste en que se trata de un partido de clase. La
tercera reside en el hecho a menudo soslayádo de que el movimien-
- -
21. T. Prager, Wirtschaftswunder oder keines?, Viena, 1963.
EL MOVIMIENTO OBRERO A PARTIR DE 1850 339
)~ b
to o rero británico no sufrió la división que luego de la revolución
de 1917 separó a los comunistas de los socialdemócratas, sino más
bien una división que empujó a unos obreros inicialmente liberales
hacia un partido de la clase obrera, independiente y oficialmente
socialista. Este hecho fue reconocido por Lenin y la Internacional
Comunista y les indujo a apoyar la política excepcional y consistente
en instar a los comunistas británicos a que entraran en el Partido
Laborista para transformarlo y captarlo, en vez de competir con él.
A pesar de las desviaciones ocasionales hacia la política alternativa
(en gran medida por efecto de la presión internacional, como ocu-
rrió en el período 1928-1935 y a partir de 1948), la política de
empujar al Partido Laborista hacia la izquierda en vez de crear un
partido de masas alternativo ha seguido siendo la política normal
de los comunistas británicos. Por supuesto, ese objetivo original
de la afiliación de los comunistas al Partido Laborista se ha conver-
v1dad doctrmana de este partido y su tendencia a dejar fuera de la
masa de sus afiliados o asociados a una variedad cada vez más am-
plia de concepciones y organizaciones.
La cuarta causa consiste en que en Gran Bretaña (al igual que,
de alguna manera, en Australia) la izquierda siempre ha desempeña-
do una función real, si no revolucionaria, dentro del movimiento
obrero: la de hacer que el reformismo sea efectivamente reformista.
Siempre ha actuado como el brain-trust del movimiento obrero es-
pecialmente en el sector industrial. Virtualmente todas las inicia;ivas ,J
orientadas hacia la modernización de la estructura y la política sin-
1
sentaba la izquierda: los marxistas de la década de 1880, los mar-
xi:tas sindicalistas de la década de 1910 y los comunistas de las
decadas de 1930 Y 1940. Los militantes y los líderes de base, o los
líderes de los sindicatos nuevos y no consolidados, o viejos y ame-
nazados, han tendido a desplazarse hacia la izquierda. Si esa izquier-
?ª
no hubiera existido, el movimiento obrero hubiese tenido que
mventarla porque, como hemos visto, en Gran Bretaña el líder con-
servador o moderado combativo, del tipo de John L. Lewis o
James Hoffa en los Estados Unidos, se había convertido en una rara
. avis. En síntesis: la izquierda ha sido y es una parte masiva e inte-
gral del movimiento obrero; movimiento que ha seguido estando
fl ,, fundamentalmente unido, . tanto desde el punto de vista electoral
l
340 TRABAJADORES EL MOVIMIENTO OBRERO A PARTIR DE 1850 341

como en las actividades sindicales. Puede discutirse acerca de la• '! «conciencia socialista», que no desarrollan de ese modo. La argu-
amplitud de esa izquierda, pero ni siquiera el halo de ~ublicidad · mentación de Lenin es doble.23 Por una parte, la experiencia espon-
favorable que rodea a todo líder del ala derecha -por e1emplo,_ al tánea de los trabajadores se limita a los problemas de su lucha econó- I'
difunto Hugh Gaitskell- nunca ha logrado oscurecer su relativa mica, es decir, al contexto de las relaciones entre patronos y obre-
falta de atractivo electoral, y la mucha mayor popularidad de la iz- ros. Pero de esa experiencia no puede surgir un sentido más amplio
22
quierda entre los militantes del partido. • • • de unos objetivos, de una estrategia y de una táctica socialistas a ¡
Sin embargo, al margen de la fuerza que ha temdo, la izqmerda largo plazo, que sólo surgen de «la esfera de las relaciones entre el /"
de la clase obrera ha sido en general mucho más ineficaz que la dere- conjunto de las diferentes clases y estratos sociales, y el Estado y el i

cha salvo en momentos de extrema tensión social. Casi siempre sólo
ha ~ontado con la fuerza suficiente para modificar una política con-
trolada por la derecha. Su fuerza hubiese bastado para situarla en
la posición más conveniente para desplazar al Partido Labori::a haci~
un punto levemente a la izquierda del centro. Pero su palmea casi
invariablemente ha estado en el mejor de los casos un poco a la de-
recha del centro, y en el peor de los casos (como en 1923-1924, en
1929-1931 y en la década de 1950) muy a la der~cha del mis1?º· ;rn- '
cluso en el período 1945-1950, el gobierno labonsta era de «lzqmer-
das» sólo según los criterios liberales y no según los socialistas o
incluso según los de un radicalismo populista como el de la segu?da
administración de Franklin D. Roosevelt. Lo que hay que explicar
es precisamente esta inferioridad casi permanente de la izquierd~ con
respecto a la derecha (y dentro de la izquierda, de los revoluc10na-
rios respecto de los no revolucionarios).
VII
En esta etapa se vuelve pertinente la teoría de la «espontanei- lJI
dad» en los movimientos obreros, mejor conocida en la forma de la
distinción establecida por Lenin entre la «conciencia sindical» limi-
tada, que los movimientos obreros desarrollan espontáneamente, Y la
gobierno», 24 situada, al menos en un comienzo, más allá de la pers-
'
~·
pectiva «espontánea» del proletariado. Por otra parte, cuando falta
esa perspectiva, los movimientos espontáneos tienden a caer dentro
de la estela de la ideología burguesa. Pueden discutirse los detalles
del análisis de Lenin, pero la importancia de su distinción es fun-
damental.
Quizá sea útil para nuestro propósito elaborar y reformular esa
11 distinción. La experiencia «espontánea» de la clase obrera le lleva
a desarrollar dos cosas: por una parte, un conjunto de reivindicacio-
nes inmediatas (por ejemplo: mejores salarios) y de instituciones,
modos de conducta, etc., adecuados para conseguirlas; por otra parte,
pero de una manera más vaga y no en forma invariable, un descon-
tento general con respecto al sistema vigente, una aspiración general
hacia un sistema más satisfactorio y un esquema general (cooperati-
vo en vez de competitivo, socialista en vez de individualista) de unas
organizaciones sociales alternativas. Lógicamente, el primer grupo de
ideas es mucho más preciso y específico que el segundo. Además, está
siempre presente, mientras que el segundo tiene poca importancia
l1'1 práctica -aunque su importancia moral sea inmensa-, salvo en los
momentos comparativamente raros en que la destrucción total del
sistema vigente parece probable o inmediatamente practicable.25 En
las condiciones de un capitalismo estable, «la conciencia sindical» re-
sulta bastante compatible con la aceptación de facto (o incluso con

22. La falta de división electoral en el movimient? obrero ha conde~a?~, a
los partidos rivales a integrarse en el Partido Laborista; la falta ~e division
dentro del movimiento sindical ha favorecido el desar!ollo de l~s IDismos. J?or
ejemplo, el Partido Laborista _Indepen~ente desapareció de la vista pocos anos
después de separarse del Partido Laborista en 1932, a pesar. de. contar c.on. m~­
merosos representantes en. el parlamento, porq?e .s,u base sm~cal era msigru-
ficante. El Partido Comurusta, que nunca consiguio o se apoyo en un electo-
rado separado, no ha sido mayormente afectado por sus fracasos electorales, dada
su fuerza en los sindicatos.
23. ¿Qué hacer?, partes II y III, Selected Works, II.
24. Loe. cit., p. 98.
25. Lenin no se dio cuenta de que un utopismo vago -y por consiguiente,
completamente ineficaz-- puede ser un producto tan «espontáneo» de la expe-
riencia proletaria como el reformismo. En este sentido, los sindicatos de oficio
británicos no son más espontáneos que el anarquismo español. La debilidad de
ambos consiste en que no establecen ninguna vinculación operativa entre los pe-
queños combate~ i:0tidianos de los trabajadores y su lucha principal por el
• ~poder .
.
342 TRABAJADORES
la aceptación formal) del capitalismo, salvo que el sistema no atienda •
la reivindicación sindical mínima de <mna buena jornada laboral por ·
un buen jornal». (Cuando no lo hace, la conciencia sindical parece
suponer automáticamente unos cambios del segundo orden.) Por con-
siguiente, los movimientos obreros espontáneos se comportan proba-
blemente como si el capitalismo fuese algo permanente, y reducen sus
aspiraciones socialistas, donde las hay, a la función de unos apéndi-
ces políticamente insignificantes de sus actividades «reales», o a la
función de apoyo para los grupos de presión políticos. Esto no ocu-
rre sólo porque la propaganda burguesa es más antigua, más influ-
yente y más omnipresente que la ideología socialista, sino también
porque incluso los movimientos socialistas en sus actividades coti-
dianas tienen que actuar en la mayoría de los casos como si el capi-
talismo fuese permanente. Salvo en las raras épocas de crisis revo-
lucionaria, se necesita un grado superior de conciencia política, un
esfuerzo especial, para evitar que el movimiento caiga en un mero '1
reformismo; salvo que algún hecho obvio como el hambre total o el
paro masivo mantenga el talante revolucionario de los trabajadores.
Ese factor especial se encuentra en un movimiento socialista cons-
ciente y sobre todo en un partido comunista. Si una clase obrera se
adhiere a un movimiento de ese tipo en la fase crucial de su desa-
rrollo -en que crea tales adhesiones-, dispondrá de una garantía
interna contra la tendencia a caer en el reformismo, porque la con-
ciencia de clase y la unidad (solidaridad, lealtad) son dos de las lec-
ciones más elementales de la experiencia proletaria espontánea. Pero
si, como en el caso británico, se adhiere a un movimiento en su
mayor parte constituido dentro del molde premarxista, no ocurrirá"
eso. La lealtad y la inercia teórica que extrae de su experiencia espon-
tánea mantendrán sus adhesiones tradicionales y, a menos que se
produzcan catástrofes bastante extraordinarias (y en tal caso, tam-
poco de un modo fácil o rápido), seguirá aferrándose a ellas. Mien-
tras el movimiento obrero siga siendo «nuestro» movimiento, los de-
sacuerdos locales o sectoriales con éste o aquel aspecto de su polí-
tica y de su conducta no afectarán la lealtad básica.26
. 26. No se han estudiado seriamente los factores que condicionan un cam-
bio de lealtad, aunque se han registrado varios cambios de ese tipo: normal-
mente desde la socialdemocracia hacia el comunismo, o desde el liberalismo
hacia el socialismo, pero ocasionalmente (como ha ocurrido en Alemania occi-
dental) desde el comunismo hacia la derecha. Cabe sugerir brevemente tres de
EL MOVIMIENTO OBRERO A PARTIR DE 1850 343
La «espontaneidad» permite que la base se desplace pasivamen'te
hacia la derecha (o que mantenga la lealtad hacia una izquierda tra-
11~. dicional); pero impulsa activamente a los cuadros del movimiento
hacia la moderación. El puñado de técnicas sencillas basadas sobre
la conciencia de clase y la solidaridad, mediante las cuales la base
determina su conducta política, no es una guía suficiente para el
nivel superior. Mientras el movimiento está fuera de la ley~ es per-
seguido y no ha sido reconocido, basta con esa guía; y a veces detec-
tamos en la izquierda teórica una cierta nostalgia de esa situación
sencilla, un deseo de prolongar mediante la condena a priori de todo
compromiso, coalición o maniobra, la edad de oro en que nada per-
turbaba la mente del simple militante aguerrido. Pero salvo que el
sistema capitalista sea destruido en una etapa inicial, se llega al
reconocimiento y a las complicaciones que éste supone, de una u
otra forma, para todos los movimientos obreros, cuando son dema-
1 siado fuertes como para ser ignorados o destruidos. En ese momen-
to, sólo la teoría revolucionaria o el compromiso moral más firme y ·
más claro pueden impedir que el cuadro sindical caiga en un mero
reformismo.
En Gran Bretaña, donde la clase obrera había sido durante casi
un siglo demasiado fuerte como para que las clases gobernantes qui-
sieran destruirla, su movimiento había sido atrapado en la trampa de
la conciliación y de la colaboración más profundamente, y desde
mucho tiempo antes que en cualquier otra parte. En la mayoría de
los países europe'os la decisión de tolerar al movimiento obrero y
de operar con él en vez de contra él, no se tomó hasta finales del si-
'f/tl glo XIX. En Francia se produjo en la década de 1880, después del
· final de la histeria que siguió a la Comuna; en Alemania, después
de Bismarck, con la abolición de las leyes antisocialistas; en Italia,
después del fracaso de la represión de Crispí. En Gran Bretaña, en
cambio, tanto la aceptación oficial del sindicalismo como del electo-
rado de masas (en este caso predominantemente proletario) se pro-
dujo a mediados de la década de 1860. La investigación histórica
reciente ha arrojado mucha luz sobre el examen de conciencia rea-
lizado por las clases dominantes antes de llegar a la decisión delibe-
tales factores: la escisión organizativa, el surgimiento de una región nueva o de
una nueva generación no condicionadas por las lealtades de las viejas, y un
fracaso o abdicación espectacular por parte del viejo movimiento. O bien una
t
;,' .
1Í combinación de estas tres condiciones.
 I
/
J44 TRABAJADORES
.. ft
rada de adoptar tal aetitud.27 A partir de entonces no se produjo en
Gran Bretaña ningún intento sistemático de suprimir el movimiento ·
obrero, salvo los intentos de determinados sectores patronales, que
incluso los gobiernos más conservadores nunca respaldaron total-
mente. Por el contrario, la actitud fundamental del gobierno y cada
vez más de las grandes industrias fue la del domador de leones, y ya
no la del aficionado a la caza mayor. Los períodos más combativos
de ataque o destrucción contra el movimiento obrero -sobre todo
a finales de la década de 1890- fueron aquellos en que la política
laboral escapó al control de los gobiernos para quedar en manos de
los consorcios de capitalistas, mucho más cortos de miras, y de los
abogados ultraconservadores. 28 El sueño de un país sin sindicatos y
sin Partido Laborista (o aunque sólo fuera sin socialistas) sigue en-
dulzando las conversaciones de sobremesa de aquellos hombres de
negocios que no conocen las realidades de la vida industrial -espe-
culadores de bolsa, banqueros y similares- o bien de los pequeños '1 ,(
empresarios incompetentes; y encuentra eco en los discursos de los
políticos más estúpidos y en las publicaciones de los señores de la
prensa más feudales . Pero incluso entre 1921 y 1933, cuando los
«ultras» se impusieron temporariamente y trataron de poner de ro-
dillas al obrero, chocaron, como hemos visto, con una especie de
freno impuesto por el ala dominante y moderada del Partido Con-
servador asistida tácitamente por los liberales. En momentos de
miedo e histeria todavía puede haber intentos de atacar al moví-
.miento obrero de modo frontal; pero los gobernantes de un país con
un 90 por ciento de ciudadanos que viven de salarios y con dos
tercios que son trabajadores manuales, fueron lo bastante sagaces ~i·
como para no permitirse ese lujo, incluso en la década de 1930, en
que el fascismo europeo presentaba como tentadora y posible la
destrucción del movimiento obrero.
27. Cf. sobre todo Royden Harrison, «The Tenth April of Spencer Wal-
pole: the problem of revolution in relation to reform, 1865-1867» (lnternational
Review of Social History, VII, 1962, p. 352), y Asa Briggs, The age of im-
provement, Londres, 1959, cap. X.
28. Lo que «no anduvo bien» en el contraataque de los patronos de la
década de 1890 -acerca del cual cf. J. Saville en A. Briggs y J. Saville, eds.,
Studies in labour history, Londres, 1960- fue que una ofensiva dirigida contra
los sindicatos nuevos y débiles, o contra determinados sindicatos, se convirtió
-mediante una serie de decisiones legales-- en una ofensiva que amenazó a
la totalidad del movimiento obrero. incluidos los sectores más moderados.
EL MOVIMIENTO OBRERO A PARTIR DE 1850 345
,.
En tales circunstancias hay dos factores que impulsan al movi-
miento obrero hacia la derecha. Por una parte, las complejidades
técnicas de la actividad sindical reconocida dentro de una economía
capitalista moderna, comprometen ya a los líderes situados por encima
del nivel del taller o de la fábrica en una red de actividades conjun-
tas con los patronos y con el Estado, y lo mismo supone la mera
existencia de un partido de la clase obrera, que es un gobierno po-
tencial o un integrante potencial de coaliciones gubernamentales en
los sistemas parlamentarios. Este problema se plantea tanto para los
partidos comunistas como para los socialdemócratas, como ocurrió en
Francia durante el Frente Popular y en los períodos de inmediata pos-
guerra. Por otra parte, están los esfuerzos sistemáticos del gobierno
y de las empresas (en general la gran empresa) por fortalecer la
posición de los obreros moderados y debilitar la de los revoluciona-
rios. Hasta ahora los comunistas han estado a salvo de esto, porque
el gobierno y las empresas les han considerado colectivamente como
intransigentes, pero no es en absoluto imposible (especialmente a
partir de la década de 1960) que se les aplique ·1a misma táctica.
VIII
Tenemos que examinar este proceso desde los puntos de vista
algo diferentes de los patronos, del gobierno (es decir, de los grupos
gobernantes que adoptan una concepción nacional de la política y ya
no individual o sectorial) y de los obreros.
No hay mucho que decir acerca de los patronos, porque su acti-
tud sigue siendo de profundo rechazo ante la aceptación de la exis-
tencia del movimiento obrero como tal, salvo como un mal menor.
Esto se refleja en la forma en que la prensa suele presentar la gran
mayoría de las huelgas o reivindicaciones sindicales, así como en la
persistencia de un folklore de clase media referente a las lacras de
la «dictadura sindical». Todavía hoy el trabajador que se niega a
adherirse a un sindicato suele ser considerado como un héroe, el
enlace sindical como un tirano -cuyo único atenuante admitido es
una educación inadecuada (cómica, según los directores de pelícu-
las}--, y el sindicato como una subespecie del totalitarismo. «La
dirección» -sobre todo en las empresas grandes e inteligentes- ha
aceptado desde hace mucho al sindicalismo, tanto en el nivel nacional
346 TRABAJADORES
como en el . local; pero, salvo relativamente pocas excepciones,
patronos no han tomado la iniciativa de domesticar al movimiento
obrero.
Sin embargo, en el plano político, los partidos no obreros y el
gobierno habían tomado deliberadamente ese tipo de iniciativas a
partir de 1867. El Partido Liberal trató de afumarse como el partido
«del pueblo» (que abarcaba a los trabajadores), y quizá lo hubiese
logrado si los políticos más viejos -como Gladstone- y ciertos gru-
pos de hombres de negocio del partido no se hubiesen mostrado
reacios a pagar por ello el precio necesario en «injerencia guberna-
mental». A esta era liberal corresponden el patrocinio deliberado
de candidatos obreros, la promoción de ministros de la clase obrera
( 1906) y los primeros otorgamientos de honores reales -por ejem-
plo, el nombramiento como miembro del Consejo Privado-- a tra-
bajadores.
Una característica especial del capitalismo británico favoreció la .,.
absorción de las organizaciones obreras en el aparato gubernamental,
proceso que también comenzó antes de 1914: la ausencia de una
burocracia profesional de la administración pública. Tanto ésta como
los primeros sistemas estatales rudimentarios de administración de la
mano de obra y seguridad social tuvieron que improvisarse casi si-
multáneamente. En el contexto de una política de conciliación pare-
cía tan natural emplear sindicalistas en la administración pública
-hacia la década de 1890 muchos de ellos ya preveían que ocupa-
rían esos cargos después de retirarse- 29 como utilizar los servicios
estadísticos sindicales. La Ley de Seguros Nacionales (National In-
surance Act) de 1912 convirtió incluso a los sindicatos en una parte •
de la administración del seguro de salud en calidad de «sociedades
autorizadas», y de ese modo confirió a los sindicatos que no tenían
demasiada· fuerza de negociación una razón convincente para retener
a sus miembros al tiempo que desalentaban toda combatividad ex-
cesiva. De allí sólo había un paso hasta las modernas técnicas para
atrapar al movimiento obrero en la red de cuerpos de asesoramiento
y consulta que se desarrolló sobre todo durante las dos guerras mun-
diales y que alcanzó una gran importancia a partir de 1945.30 Los
29. Beatrice Webb, Our partnership, Londres, 1948, p. 24.
• 30. Cf. W. Milne-Bailey, Trade unions and the state, Londres, 1934; D . F.
Macdonald The state and the trade unions, Londres, 1960; V. L. Allen, Trade
unions and the government, Londres, 1960. Acerca de las aplicaciones de esta
EL MOVIMIENT O OBRERO A PARTIR DE 1850 347
sindicatos son hoy los intermediarios imprescindibles entre el Es-
tado y los trabajadores.
El ascenso del Partido Laborista a partir de 1918 planteó el pro-
blema especial de un posible gobierno laborista. Dada la moderación
de los líderes del partido, nunca hubo mayores dudas sobre la solu- ,1
ción que tendría ese problema. A partir de 1923 quedó claro que '~..
una coalición de liberales y laboristas, incluso con un primer minis- ;;ilt
tro laborista, no era sólo algo tolerable . sino en realidad deseable ..~
como un medio pa-ra atajar a los «irresponsables».31
El efecto de esta política de conciliación y de reconocimiento so-
bre el militante obrero «espontáneo» fue complejo. En el nivel más
simple, esa política pudo haber supuesto un debilitamiento de la
coraza de ignorancia y de alejamiento con respecto a la tentación, y
pudo convertirle en una presa fácil de la hospitalidad, la seudocama-
radería o directamente el cortejo del poderoso. En un nivel algo
'I menos elemental, el ex-militante podía identificar el reconocimiento
de su partido o sindicato, y su propio éxito personal, con el éxito
del movimiento obrero. Podía pensar que el hecho de que un hom-
bre como él hubiera llegado tan lejos no sólo era un reflejo de la
fuerza del movimiento, sino que demostraba en realidad que éste
ha logrado realizar sus objetivos. Desde un punto de vista más obje-
tivo, el descubrimiento de que la política y la negociación de alto
nivel eran bastante más complejas de lo que podía haber sospecha-
do un simple agitador, propagandista y organizador, podía inquie-
tarle profundamente. Si se trataba de un rebelde; el militante «es-
pontáneo» podía reaccionar ante este descubrimiento con una hosti-
lÍI' lidad general respecto del parlamento, de la política y de todas las
otras instituciones que atentaban contra la pureza del movimiento;
una corriente de este tipo de hostilidad suele surgir durante las pri-
meras fases del proceso de absorción del movimiento obrero en la
vida oficial: por ejemplo, en Inglaterra entre 1911 y 1926.
Pero inevitablemente incluso los más revolucionarios tienen que
luchar por las mejoras y por la reforma adaptándose a la naturaleza
del terreno, que corresponde al cálculo «realista» dentro de una eco-
política en época de guerra, cf. W. K. Hancock y M. Gowing, The British war
economy, 1949; Lord Inman, Labour in the munitions industry, 1957; Parker,
Ma.npower, 1957, estudios todo:. pertenecientes a la historia oficial de la se-
gunda guerra mundial.
~ , (ti 31. Cf. R. Lyman, Tht: first Labour government, Londres, 1959.

348 TRABAJADORES
4 ~4 y en 1as condiciones vigentes después de la huelga general eso supo-
nomía capitalista y de un Estado capitalista. Quiere decir que tienen
que pactar, aliarse y en general comportarse como reformistas. Si
ha de ser eficaz dentro de una economía capitalista estable, incluso
el líder sindical comunista debe obrar de ese modo, cualesquiera sean
sus reservas y cálculos privados. Un municipio comunista dentro de
un Estado no comunista debe comportarse la mayor parte del tiem-
po de una manera muy parecida a cualquier otro municipio de iz-
quierda. De modo que lo más natural es que para muchos militantes
obreros «espontáneos» la alternativa con respecto a la militancia
estúpida sea a efectos prácticos un reformismo eficiente dentro de un
entorno capitalista considerado de facto como permanente; o consi-
derado, en el mejor de los casos, como pasible de cambios sólo gra-
duales y fragmentarios.
La atracción ejercida por ese empirismo quizá se refleje inmejo-
rablemente en la carrera del difunto Ernest Bevin -el líder sindical
más influyente del período posterior a 1918- y quizá también en la fii ·'1 miras del movimiento. La mayoría .de los intelectuales laboristas bri-
del más hábil, Arthur Horner, del sindicato de mineros (aunque Hor-
ner probablemente era inferior en inteligencia y seguramente inferior
en abnegación). Como hemos visto, Bevin comenzó su carrera como
hombre de la extrema izquierda -escogió deliberadamente a los so-
cialdemócratas en vez del Partido Laborista Independiente (ILP),
porque eran más revolucionarios- y no cabe considerarle moderado
por inclinación natural o tradición. Sin embargo, de hecho, su carre·
ra corresponde a una moderación política cada vez mayor. Parecería
claro -aunque su biografía sólo arroja una luz indirecta sobre este
aspecto- 32 que el factor más importante en su evolución fue el des-
cubrimiento de que el capitalismo no se estaba desintegrando, tal •
como lo puso de manifiesto el fracaso de la huelga general y una vi-
sita que Bevin realizó a las industrias entonces muy florecientes de
los Estados Unidos. No hay pmebas de que abandonara sus con-
vicciones socialistas de inmediato o incluso ulteriormente. A comien-
zos de la década de 19 30 todavía estaba dispuesto a colaborar estre-
chamente con G. D. H. Cole y otros izquierdistas, y todavía en 1936
declaraba su creencia en el socialismo de una manera que la derecha
laborista de la década de 1950 hubiese considerado extremista. Sin
embargo, de hecho, la empresa del sindicalismo tenía que funcionar
32. Alan Bullock, The life and times of Ernr:si Bevín, vol. I, Londres,
1959, especialmente pp. 390, 446 y 505.
, ~
EL MOVIMIENTO OBRERO A PARTIR DE 1850 .349 ""
nía, según él, una creciente colaboración con el Estado y la direc-
,.ció~ de las e~presas. La lógica de esta actitud le condujo al Minis-
teno de Relac10nes exteriores en 1945. .
Sin ~~bargo, la carrera de Bevin también ilustra otro aspecto
del mov1m1ento obrero británico, que dificultó más aún el abandono
de la «espontaneidad»: su marcado antiintelectualismo. Esta carac-
terística, frecuente en los movimientos obreros espontáneos,. es tm
cierto sentido un índice de la fuerza de su conciencia de clase si la
pertenencia a la clase se define como «el trabajar con las p~opias
manos». Pero en otro sentido, se trata de una señal de sus limitacio-
n~s .. En la medida en que los intelectuales socialistas aportan al mo-
Villllento, como sugería Lenin, precisamente esa ampliación de las
perspectivas políticas que corrige su «espontaneidad», una actitud
de sospecha frente a todos los intelectuales perpetúa la estrechez de
tánicos (y para ser justos con Bevin hay que decir que también rece-
ló de ellos) eran emigrantes relativamente tardíos del liberalismo
cuyo efecto esencial sobre el Partido Laborista no consistió justa~
mente en empujarle hacia la izquierda. El obrerismo espontáneo de
los movimientos proletarios tampoco está inevitablemente unido a
una ideología reformista. En Francia (donde el Partido Comunista
presenta signos en tal sentido) está ligado históricamente a una es-
pecie de jacobinismo a lo Robespierre, y en los países hispánicos suele
estar vinculado con ciertas tradiciones anarquistas de acción directa.
Sin embargo, en Gran Bretaña las tradiciones del antiintelectualismo
(ft de la clase obrera son en su mayor parte reformistas, y la exclusivi-
' dad de la clase lo perpetúa y de hecho lo acentúa.
IX
En resumen. Es indudable que las raíces del reformismo británi-
co se hunden en la historia de un siglo de supremacía económica mun-
dial, y en la creación de una aristocracia obrera o incluso más am-
pliamente de toda una clase obrera que extrajo ventajas de la misma.
A .1~ i~iversa, el mantenimiento de la creencia de que el capitalismo
bntaruco. es un.a empresa que funciona y que no está expuesta a un
_ colapso rnmed1ato, es una condición necesaria (aunque probable-
1\1 (}! f
350 TRABAJADORES
EL MOVIMIENTO OBRERO A PARTIR DE 1850 351
mente no suficiente) para la supervivencia de ese reformismo. Una 4
v?lucio~arias. La segunda (como muestra la historia del Partido So- ...
segunda razón, nada desdeñable, para el mantenimiento de ese refor-
cialdemocrata alemán antes de 1914) puede reducirse meramente a
mismo corresponde a la superestructu1a de la historia. Se refiere a] .una conversión tácita al reformismo.
hecho de que el movimiento obrero británico se formó y se modeló
·'
en la época en que la tradición dominante era la de un radicalismo "
(1949-1963)
liberal reformista, cuyo sello todavía sigue marcándole. Sin embar-
go, la tercera y quizá más importante razón para su supervivencia es
más general que específica. Se refiere a que, en las condiciones de
un capitalismo estable o floreciente, y de un reconocimiento oficial
de los movimientos obreros, una política reformista resulta «natu-
ral» porque es la política obvia y práctica, mientras que una política
revolucionaria resulta difícil. Por consiguiente, la inclinación espon-
tánea del paisaje político y social tenderá a provocar el deslizamiento
de los movimientos obreros hacia el reformismo, a menos que se
resistan a ello, y a menudo incluso a pesar de tal resistencia.
Esto no quiere decir que los movimientos obreros tengan que ~·
volverse reformistas en tales circunstancias (comunes hoy a todos o
a la mayoría de los países desarrollados no socialistas). Ciertos fac-
tores históricos, como la impregnación de un movimiento obrero por
una ideología revolucionaria en la etapa crucial de su desarrollo, o
bien la negativa del Estado y de los patronos a pactar con él, pueden
contrarrestar esa tendencia general hacia el reformismo. Ciertos mo-
vimientos revolucionarios pueden diseñar estrategias para la trans-
formación de la sociedad, que no requieran (salvo como autodefensa
y después de la victoria) barricadas o actos insurreccionales, o cam-.
bios políticos repentinos y catastróficos.33 En realidad, esa quizá sea
su única alternativa, si no quieren caer en el insurreccionalismo even- • !(f •
tual de minorías, como el que intentaron las izquierdas europeas en
el período sindicalista previo a la primera guerra mundial, o en la
autoexclusión masiva de un movimiento obrero que se limite a espe-
rar la llegada del momento histórico oportuno. La primera de estas
tácticas no tiene probabilidades de ser efectiva en situaciones no re-

33. Al parecer, tal es la perspectiva que consideró en sus últimos años

Friedrich Engels para Alemania; pero, como los marxistas de todas las épocas,
enfocaba las perspectivas pacíficas o incluso graduales de algunos países dentro
del contexto general de una situación mundial en la que los desarrollos revolu-
cionarios «del viejo estilo» en algunas regiones -Engels pensaba en Rusia-
habrían de repercutir sobre los desarrollos no revolucionarios.
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14. COSTUMBRE, SALARIOS .¡1

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E INTENSIDAD DE TRABAJO "

EN LA INDUSTRIA DEL SIGLO XIX

El principio básico de la economía de empresa privada del si-

glo XIX era comprar en el mercado más barato y vender en el más t)
caro. Para el patrono, comprar trabajo en el mercado más barato su-
ponía comprarlo según la tarifa más baja por unidad de produc.t~,
es decir, comprar el trabajo más barato con la más alta productivi-
dad. A la inversa, para el trabajador, vender su trabajo en el mer-
cado más caro significaba lógicamente venderlo según el precio más
alto por la unidad mínima de producto. Obviamente, al enladrilla-
dor le convenía obtener 7 peniques por una hora que suponía la colo-
cación de 50 ladrillos en lugar de 100. La situación ideal para la
economía clásica era aquella en que la tarifa salarial estaba fijada ex-
clusivamente por el mercado, sin la introducción de compulsiones no
económicas por ninguna de las partes. Para los patronos, esto supo- ·
1
nía contar con un ejército laboral de reserva permanente en todas
las categorías de calificación requeridas; para los trabajadores, supo-
nía contar con una situación de pleno empleo permanente, o mejor
aún de exceso de demanda de mano de obra. También suponía que
ambas partes se comportaran en función de las motivaciones del
mercado: los patronos, en función de la búsqueda de los beneficios
l. La expresi6n productividad de la mano de obra (labour productivity)
más altos posibles (lo que suponía el coste de mano de obra más suele usarse como sin6nimo de producto por hombre y hora ( output per man-
bajo posible); los trabajadores, en función de la búsqueda de los hour) o de alguna unidad similar. Este uso no suele distinguir entre los cam-
salarios más altos posibles (lo que suponía una sensibilidad total bios en la producci6n provocados por la maquinaria y los provocados por otras
causas: por ejemplo, los cambios en la organizaci6n, en la estructura. ?el per-
a los incentivos salariales). Por groseras que sean estas simplificacio- sonal en la utilización eficiente del tiempo, del esfuerzo y de la habilidad de
nes, representan sin embargo los aspectos esenciales del modelo teó- los trabajadores. En este ensayo ese término se aplica solamente al segundo tipo
rico simple de una economía autorreguladora de mercado al que han de ;::l1!lbio. Por supuesto, en la práctica los dos tipos de cambio suelen combi-
lJ '\)narse y son difícilmente separables.
'iJ, - HOBSBAWM
354 TRABAJADORES
bre o empíricamente, en caso de que recurrieran a algún tipo de cri- •
terio para· ello.
3. La segunda corresponde al aprendizaje completo de las reglas
del juego. (Desde nuestro punto de vista no importa que en esa
época el modelo ideal de una economía autorreguladora de mercado
-salvo quizás en el mercado monetario internacional- estuviese de-
jando de ser tan siquiera aproximadamente realista.) Los trabaja-
dores comenzaron a pedir lo más posible y, cuando cabía alguna posi-
bilidad de elección, a medir el esfuerzo en función del pago. Los
patronos descubrieron maneras verdaderamente eficientes de utilizar
el tiempo de trabajo de sus obreros («organización científica del tra-
bajo»).
I
¿Cómo decidían los trabajadores de la primera época de la eco-•
no mía industrial los salarios y las condiciones que debían aceptar, y
qué esfuerzo ponían en su trabajo, suponiendo que contasen con al-
guna posibilidad de elección? Muy pocas veces nos lo han dicho, de
modo que estamos obligados a hacer conjeturas, basadas en parte
sobre la observación y en parte sobre el análisis de los datos históri-
cos dispersos de que disponemos.2
En el caso de los obreros no calificados o de aquellos cuya mano
de obra existía en abundancia no se planteaba en principio ningún
problema de determinación de los salarios. Tenían que recibir un
salario de subsistencia (si eran hombres) o bien un salario fijado e~
un nivel apenas suficiente para incitarles a abandonar, por ejemplo, el"
trabajo agrícola. 3 (Por supuesto, las mujeres y los niños ganaban
2. J. W. F. Rowe, W ages in practice and theory, 1928, y Barbara Wootton,
The social foundations of wage policy, 1955, sugieren diversas maneras de
abordar este problema.
3. Por ejemplo, P. W. Kingsford, Railway labour 1830-1870, tesis docto-
ral, Biblioteca de la Universidad de Londres, p. 145. En el ]ournal of Gas Ligh-
ting, LII ( 1888), p. 286, se encuentra un análisis útil de la base de esta «tarifa
de distrito» para la mano de obra, desde el punto de vista de la dirección de
las empresas. Ese análisis forma parte de una serie dedicada a «La administra-
ción de los trabajadores». Acerca de algunos factores que tendían a elevar esta
«tarifa de distrito» por encima del mínimo estrictamente económico, cf. R. New-
man, «Work and wages in East London now and twenty years agm> (Charity
Organization Review, julio 1887, p. 273); Charles Booth, Life and labour ... ,
2.ª serie, V, pp. 365 ss.
COSTUMBRE, SALARIOS E INTENSIDAD DE TRABAJO 355
menos que lo necesario para la subsistencia, pero como su tarifa solía
fijarse con respecto al salario masculino, podemos soslayarles.) El
hecho de que los salarios de los trabajadores no calificados se fijaran
en el nivel del coste de subsistencia o alrededor del mismo, se en-
cuentra abrumadoramente documentado por los teóricos, los indus-
triales y los historiadores. Por consiguiente, podemos considerar el
salario de subsistencia del peón no calificado o cuya mano de obra
existía en abundancia o de los mozos de labranza, como el punto de
referencia respecto del cual se fijaban las posiciones del resto de las
categorías. Podemos soslayar los problemas planteados por el pago
del salario en especie. Por supuesto, la «subsistencia» no era una ca-
tegoría :fisiológica absoluta sino una categoría convencional, que va-
riaba según las épocas y los lugares.
El obrero calificado típico de los gremios preindustriales espera-
ría obtener idealmente alrededor del doble de lo que recibía el peón
común: salario diferencial de mucha antigüedad y persistencia, por-
que podemos encontrarlo tanto en las determinaciones de precios y
salarios de Diocleciano como en la de los jueces de paz ingleses de
las épocas de Enrique VI y Carlos II, en la Italia del siglo XVIII, en
Francia, en los gremios de la construcción de Barcelona en el siglo XIX
y sin duda en otras partes también. (Por supuesto, se trata de tarifas
y no de ingresos.) De hecho, el obrero calificado tendía normalmen-
te a obtener menos que lo fijado por ese salario diferencial, sobre
todo cuando no era capaz de restringir el ingreso a su gremio de obre-
ros procedentes de categorías no calificadas; y más cuando ese ingre-
so estaba efectivamente restringido, como en los casos en que el
;r obrero calificado era blanco y el no calificado de color. En la prácti-
ca, la relación entre las tarifas del peón preindustrial y del artesano
preindustrial -por ejemplo, el albañil y su peón- era más proba-
blemente de dos a tres o de tres a cinco, que de uno a dos.4
¿Cómo :fijaba un obrero calificado su nivel salarial con respecto
al de otros obreros calificados? En este caso los cálculos eran bas-
tante complejos, aunque tácitos y a menudo inconscientes. Por una
4. E. Young, Labor in Europe and America, Washington, 1876; L. Dal
Pane, Storia del lavoro in Italia-secolo XVIII, Milán, 1944, apéndice III;
H. Sée, Histoire écon. de la France, II, p. 179; Angel Marvaud, La question
sociale en Espagne, París, 1910, p. 426. Acerca de los salarios diferenciales en
Gran Bretaña, véase el capítulo 12 del presente libro, «La aristocracia obrera
• ., en la Gran Bretaña del siglo XIX», p. 269 ss.

356 TRABAJADORES
parte cada trabajador se consideraría como miembro de un es~rato
particular -por ejemplo, el estrato de los artesanos, por oposición .
al de los peones- y por consiguiente esperaría un salario adecuadJ
a su posición social: los albañiles, tejeros y carpinteros esperarían
ganar salarios del mismo orden de magnitud, así como lo esperarían
los herreros, mecánicos, sastres calificados y zapateros. Por otra parte,
dentro de cada estrato o industria había una jerarquía bien definida-,
aunque no siempre se puede determinar si correspondía a una dife.
rencia en los ingresos, o si los ingresos la reflejaban. Así, los cons-
tructores de coches en 1837
no son un grupo homogéneo, sino dividido en clases ordenadas je- i
rárquicamente ... los primeros de la lista son los cons~ructores de
carrocerías; después vienen los constructores de carruajes; después
los desbastadores; después los herreros; después los productores de
muelles; después los ruederos, pintores, chapistas, productores de
tirantes, etc. Los productores de carrocerías son los más ricos y
forman una especie de aristocracia, que los otros obreros consideran
con una mezcla de sentimientos de respeto y de celos. Se sienten
importantes y tratan a los demás con diversos grados de considera-, -
ción: los constructores de carruajes merecen una especie de fami-
liaridad condescendiente; los desbastadores son considerados dema-
siado buenos como para merecer desprecio; es probable que traten
con respeto a un capataz de pintores, pero a los obreros pintores a
lo sumo les favorecerán con una inclinación de cabeza.5
La existencia de jerarquías como ésta se encuentra documentada en
los casos de las nuevas industrias, en Alsacia, en Lancashire, en los
talleres de mecánica y en otros sitios.6 Sin duda, la posición social
era un reflejo de las . diferencias salariales, o bien esas diferencias
salariales se solidificaban en forma de hábito; pero los obreros no .
distinguían con claridad entre esas diferencias salariales y las posi-
ciones sociales que asociaban con las diferentes clases de tareas: por
5. W. B. Adams, English pleasure carriages, Londres, 1837, pp .. 188-189.
6. Por ejemplo, Volz, «Die Fabriksbevoelkerung des Oberelsass un Jabre
1850» (Ztschr. f. d. ges. Staatswissenschaft, vu, p. 136): «Der Drucker hasst
'den Stecher dieser fiihrt stolz an jenem vorüber; der Zeichner und der Maler
spricht mit Verachtung von Spinnem ... » y las difer~~tes ob~erv~ciones acerca de
la negativa de los ,«n;iecánicos» a a~andonar su pasmón s.oc1~l, mclu~o ante ~a
gran presión econom1ca en tal sentido, cf. Char1ty Orgamzatlon Sooety, Spectal
committee on unskilled labour, 1908, por ejemplo, pp. 102, 112.
COSTUMBRE, SALARIOS E INTENSIDAD DE TRABAJO 357
emplo, si un cajista no obtenía un salario superior, digamos, al de
sastre local, no se consideraba satisfecho, independientemente de ·
" demanda relativa de cada una de esas profesiones en el mercado.
· ·. Por supuesto, los salarios diferenciales de tipo tradicional no eran
taP importantes en las nuevas industrias ni en aquellas donde predo-
JrtÍnaba el trabajo a destajo (salvo en los casos en que los precios
9.Hginales ofrecidos para las diversas categorías de trabajadores se
fi)aran por referencia a una escala salarial previamente existente). No
eonviene exagerar el papel desempeñado por la costumbre en la es-
tfuctura salarial de una economía plenamente industrial, como han
s~cho algunos estudiosos recientes; pero es indudable que ese factor
Ja distorsionaba en alguna medida. (Después de todo, los criterios
~sados por los trabajadores para considerar que un salario era o no
aceptable, no eran los únicos factores que intervenían en la fijación
de dicho salario.) Lo importante es que la estructura salarial de una ¡,,
~ ...
economía capitalista no se constituía en el vacío~ En un principio era I~
UDa modificación o una distorsión de la jerarquía salarial de la época
p~eindustrial y sólo poco a poco se iba acercando al nuevo modelo;
eo.n mayor rapidez en las áreas de aguda escasez de mano de obra o
cf~ saturación del mercado de trabajo, y en las economías en que
predominaban las fluctuaciones económicas agudas; y por cierto más
rápidamente en las economías que lograban destruir o desarticular
las organizaciones de autodefensa de los pequeños productores o de
los trabajadores preindustriales. Sin embargo, lo importante es el
hetho de que el cálculo salarial que hacía el obrero siguió siendo du-
rante mucho tiempo, y en cierto modo todavía sigue siendo, en gran
rte un cálculo basado en la costumbre y no en el mercado.
. Una consecuencia de esto fue que los patronos del siglo XIX casi
seguramente obtuvieron su mano de obra calificada por menos del
!l>.ste de mercado. Esto no sólo es válido para países con un nivel
sálarial bajo, como Alemania y Bélgica, sino también para Gran
Bretaña. Parece claro que, incluso teniendo en cuenta las agudas
fluctuaciones cíclicas a que estaban sujetos, los fundidores de hierro y
los mecánicos de Gr~n Bretaña vivían, por ejemplo, hasta 1840 en
un mercado de venta maravilloso y hubiesen podido pedir mucho
más que la tarifa de alrededor de 30 chelines que los mecánicos de
Tuancashire obtenían en la década de 1850.7 Obviamente, la campe-
J. B. Jefferys, The story of the engineers, 1?45, p. 23; D. Chadwick,
358 TRABAJADORES
tencia entre las fumas pequeñas y la ausencia de sindicatos efic¡c
desempeñaron un papel importante en ello; así como el hecho ·d
que los obreros pidieran algunas de sus retribuciones extra en forrii¡
de satisfacciones no económicas, como la independencia con respecto·
a la supervisión, un tratamiento más digno y movilidad en el trabajo~
Sin embargo, el carácter esencialmente modesto de sus demandas era
y sigue siendo importante, como puede certificarlo cualquier austra-
liano que llega a este país. Cuanto más tradicional y jerárquica era ·
su sociedad, mayor era esa modestia de sus exigencias. , aproximadamente qué cantidad de productos podía obtener; el patro-
Puesto que sólo podemos especular acerca de lo que era posible'·
pedir en esa época, no estamos en condiciones de medir el volumen
de los dividendos que extraían los patronos de la renuencia de s~s
obreros a llegar a ese límite. Podríamos conjeturar que eran al menos ,
tan grandes como los dividendos que habían extraído en el siglo XVIII
del desequilibrio entre «beneficio e inflación», descrito por el profe. ,
sor Hamilton. También parece probable que ese hecho incidiera
sobre sus ideas acerca de la productividad individual. El esfuerzo de
trabajo del obrero, o el nivel de producción por unidad de tiempo,
también estaba determinado por un cálculo basado sobre la cos-
tumbre y no sobre la situación del mercado, por lo menos hasta que
éste comenzó a aprender las reglas del juego. El ideal de «un buen
día de trabajo a cambio de un buen jornal» tenía (y tiene) poco en
común con el ideal de comprar en el mercado más barato y vender
en el más caro. Los criterios para determinar las características de
un buen día de trabajo eran probablemente demasiado complejos
como para agotarlos en un análisis somero. Dependían en parte de
consideraciones :fisiológicas (por ejemplo, la velocidad de trabajo y el
esfuerzo que un obrero podía sostener indefinidamente, teniendo en
cuenta los descansos durante y entre los días o turnos de trabajo);
de consideraciones técnicas (por ejemplo, la naturaleza de las tareas
que cabía esperar que realizara en un día o en un turno); de consi-
deraciones sociales (por ejemplo, la necesidad de que un equipo tra-
bajase con un ritmo tal que los miembros más lentos no quedaran
rezagados y ganaran a su vez un buen jornal); de consideraciones
morales (por ejemplo, el orgullo natural que siente un obrero por
hacer un trabajo lo mejor que puede); de consideraciones económi-
«Ün the rate of wages in Manchester and Salford ... 1839-1859» (Journ. Stat.
Soc., XXIII, 1859).
COSTUMBRE, SALARIOS E INTENSIDAD DE TRABAJO 359
(por ejemplo, qué cantidad de trabajo corresponde a un «bueff
ario»); de consideraciones históricas y sin duda de otras más. Esos
'terios eran impuestos por poderosas presiones colectivas.8 De
.'cho, como sabemos, tales normas estaban tan aceptadas que -en
· s casos en que los trabajadores podían optar- no solía haber gran
· erencia entre las tarifas por tiempo de trabajo y por pieza produ-
¿¡da: era muy fácil establecer una equivalencia entre ambas. El pa-
re que empleaba obreros que cobraban por tiempo trabajado sabía
no que empleaba obreros que cobraban por pieza producida sabía
cómo observó Adam Smith) 9 que no era probable que consiguiera
ufia producción mayor que la normal en una semana de trabajo, aun-
@e los obreros estuvieran capacitados para realizarla en menos días.
t,iis estadísticas de que disponemos tienden a mostrar que en las in-
~strias no mecanizadas la producción tendía a fluctuar alrededor de
un nivel. En las minas del Ruhr (salvo durante el período de 1796
1802 y a comienzos de la década de 1830) la productividad se man-
. vo bastante estable desde 1790 hasta 1850: entre un 87 y un 97
or ciento con respecto al nivel de 1850. En las minas de cobre
e Halle era de un promedio de entre 12 y 13 toneladas por hombre-
furno para cada período de ciclo económico entre 1800 y 1850.10 En
ª~ minas de carbón francesas también era estable entre 1834 y
$52.11 Ese nivel no era necesariamente el más alto que se podía
ograr, pero es probable que los obreros trabajaran lo más intensa-
.ente que podían o lo · más que se esperaba tradicionalmente que
fo harían, siempre y cuando sintiesen que estaban ganando un «buen»
lilario y que la faena no interfería con su comodidad en el trabajo 1 ·.:\~~
I'
en el ocio. Por supuesto, los obreros carentes de toda experiencia,
s obreros destinados a trabajos forzosos y otros consagrados a
.reas desagradables o no tradicionales, para quienes no existían cri-
erios establecidos por la costumbre, que se sentían mal pagados o
8. Por ejemplo, las declaraciones del señor Dent --<:apataz de la construc-
ción- acerca de tal nivelación colectiva, en Special ctee. on unskilled labour,
o'. cit. , p. 104.
,.-
1
9. Wealth of nations, cap. VIII (ed. de Cannan, I, pp. 83-84). Cf. también
Pi Smith, Workshop management, s. d., 1884?, p . 1: «Por razones de conve-
mencia, el tiempo se computa como su equivalente en trabajo realizado».
·' 10. J. Kuczynski, Geschichte der Lage der Arbeiter in Deutschland, Ber-
lín, 1954, I , pp. 112-116.
· ' 11. Ministere dés Travaux Publics, Statistiques de !'industrie minérale, Pa-
rís, 1935.
360 TRABAJADORES COSTUMBRE, SALARIOS E INTENSIDAD DE TRABAJO 361

que no podían .sentir orgullo alguno por su trab,ajo, trabajaban n~ ·

ralmente sólo con la intensidad que se les pedia. Pero el placer en
el trabajo es algo más corriente de lo que suele pensarse. Las
cuestas realizadas por De Man en la década de 1920 revelaron que
en Alemania el 6 7 por ciento de los obreros calificados y casi el 44
por ciento de los no calificados declaraban que sent~an más placer que"
disgusto por su trabajo.12 Entre tales grupos el estigma moral contra
quien aflojaba en el trabajo era y sigue siendo muy fuerte. El pa.
trono que empleaba a esos obreros de tipo preindustrial, o a los que
se ajustaban a ese modelo, podía estar basta~te seguro. de que les
extraería en principio tanto trabajo por cantidad de tiempo com9
cabía esperar socialmente, salvo o hasta que intr.o~ujera los criterios
de la economía de mercado. Naturalmente tal rigidez en la produc.
ción podía ser un obstáculo cuando necesitaba que la productividad
aumentara en forma rápida o que los obreros se adaptasen a unos
procesos de trabajo que cambia . b an con rap1.dez.13
. ~
Por consiguiente, es evidente que los obreros calificados, y en
II
en..
, Hacia mediados del siglo, se observa en los obreros calificados
una adaptación consciente a las «reglas del juego», al menos en Gran
Bretaña. Así, en la década de 1840 los sindicatos comenzaron a reco-
nocer en sus disposiciones para hacer frente al paro, la naturaleza
particular del ciclo económico, y poco después comenzaron a desa-
rro].ar las políticas características del <<nuevo modelo» sindical: la
rest'ricción de la entrada en el gremio, la movilidad laboral máxima
entre las áreas de poco y de pleno empleo, la asistencia a la emigra-
ción, el uso sistemático de la asistencia mutua, etc. 15 Como sabemos,
la teoría económica subyacente a esas políticas apuntaba a la creación ,,;f
ele una escasez permanente de mano de obra calificada para provocar :!
un aumento de su precio de mercado. También, como veremos, tanto "
ÍOs obreros calificados como los patronos de las décadas de 1850 y
•1
1860 tendieron a favorecer las formas de contratos de locación de 11

realidad quizá todos los obreros que sentían al~n respe~o ~or sí filano de obra más breves posibles, para que cada una de las partes I,,¡
mismos y no eran incitados a la revuelta, no aplicaban critenos de pudieran negociar en los plazos más cortos posibles los términos
mercado para medir el volum~n de sus esfuerzos. Los obreros no contractuales más convenientes. Pero aun teniendo en cuenta aque-
calificados estaban, por supuesto, normalmente saturados de estímu- llas excepciones al laissez-faire a las que los sindicatos se aferraban
los y mal pagados, pero de todos modos los patron?s no esper.aban naturalmente (sobre todo la protección legal y el sindicalismo), esa
de su parte más que el mínimo absoluto de traba)~ voluntano, y adaptación al mecanismo de negociación del mercado libre era sólo
confiaban -quizás erróneamente antes de que apareciera la produc- parcial. Los criterios para determinar en qué consiste un «buen sala-
ción en masa moderna- en la disciplina o en la «estimulación» para rio» seguían siendo tradicionales en muchas industrias, y los concer-
14
obtener todo el esfuerzo que cabía esperar de ellos. nientes a un «buen día de trabajo» también seguían careciendo de
ilex.ibilidad. En realidad, algunos sindicatos combinaban la negocia-
12. H. de Man, ]oy in work, 1928. Sin embargo, hay que ~eñalar que las ción según el sistema del laissez-faire con la estricta penalización del
primeras investigaciones so):>re este tema, realizadas ~n Alen_iarua por A. ;Le- ttabajo mal hecho, como ocurría por ejemplo en el caso de los cal. f¡
venstein, dan resultados diametralmente opue~tos (Dze Arbezterfraf,e, Muruch, dereros. 16 .. i
1912). El 60,5 por ciento de su .muestra de romeros, el 75,~ P?r oento de sus ~
obreros textiles y el 56,9 por oento de sus obreros metal~gicos (todos ellos !'
pagados por producción) manifestaban d!sgusto por el trabaJo; el 15,2, el 7,1 Y ••-='----
el 17 por ciento respectivamente, manifestaban placer activo con respecto al huye en parte a la baja calidad de la mano de obra y en parte al hecho de que
mismo. . ~ estado social donde, como entre nosotros, la mano de obra suele exceder
13. Cf. algunas de las quejas de los patronos norteameric.~os .con~a 1os li demand11, tiende a engendrar indiferencia hacia el mejoramiento de la misma,
obreros calificados británicos; por ejemplo, R. T. Berthoff, Brttzsb .11:1mzgrants r se llega a considerar que ambas situaciones van necesariamente unidas» (pá-
in industrial America 1790-1950, Harvard, 1953, p. 66. Pero tamb1en es pro- gihas 330-331). La sintaxis es oscura, pero el sentido general es claro.
bable que los patronos y los capataces británicos se q~ejaran .de lo~ norteam~- 15. S. y B. Webb, Industrial democracy, passim; J. B. Jefferys, op. cit.;
ricanos diciendo que no trabajaban si no se les proporc10naba mcenuvos especl· A. Youngson Brown, «Trade union policy in the Scots coalfields 1855-1885»
ficos; por ejemplo, Special ctee. on unsk~lled labour, pp. 108-109. . (E'c. Hist. Rev., 2". serie, VI, I, 1953 ). Véase también el capítulo 4 del presente
14. Geo. White, A treatise on weavmg, Glasgow, 1846, se .queia del pr~- iliiro, «El artesano ambulante», pp. 49 ss
dominio de la administración de mano de obra puramente coerouva, Y la atn- _"· 16. R. C. on Labour, grupo A, 1893-1894, XXXII, Qs. 20, 769.
 COSTUMBRE, SALARIOS E INTENSIDAD DE TRABAJO · 363
TRABAJADORES
362
El- período inmediatamente pos~erior a, la Gran Depresión_ pu~
s incentivos, o bien que el debilitamiento de las formas más anti-
s de disciplina o de tradición laboral produjera el mismo re-
haber supuesto un cambio de actitud mas fundamen~al, asi · corn
tado.
supuso una revolución más fundamental en la economia y en la es.;
:Aunque en la década de 1890,20 ciertos militantes sindicales como
t ctura de la mano de obra. En primer lugar; como ha mostrado ,
ru algunos grupos de obreros -por ejemplo, los ferroviarios- oro Mann desarrollaron la teoría de la negociación según los crite-
Rowe, 1 , 'bl E d , os del mercad.o libre mediante la variación del esfuerzo de trabajo
comenzaron a pedir por primera vez. o mas po~i e. n se~n 0
1 gar en una serie de industrias de diferentes paises se produ30 ~ ob:e.ro, es mduda~le que este ti?o de aflojamiento consciente y
~ j 'miento muy marcado de la productividad individual, que con- .tematice en el trab~Jº. no e:~ corriente. Cuando alguien lo propo-
chocaba con una mdignac10n moral considerable no sólo --como
tr:S:aba notablemente con el aumento muy aceler~do que había ca-
~, natural, aunque sea ilógico-- por parte de los patronos, sino
racterizado al tercer cuarto del siglo. Así, en las mmas de carbón de, .
Francia la producción por día y hombre (calculada en 100 para los , bie~ por parte ~e los ~ropios obrero~ cal~ficados y sus simpati-
tes. La tendencia a afloJar en el trabajo mmaba la autoestima de
trabajadores de fondo en 190~) ascendí~ ,de 66 en la década de 1840
_., obreros, por más que les permitiese mejorar su posición en el
loo. eEn
ª1914.
n 1887-1895 y despues descendio suavemente a 95 en 1909- ·
Alemania,' la productividad por trab'd aJa or en 1as mmas.
· efcado; y la autoestima es algo mucho más fundamental que las
egorías históricamente evanescentes de la economía de mercado
de carbón pesadas aumentó de 45 en 1844-18.~2 a ,100 en 1887-1894
( 1900 = 100), después de lo cual permaneci~ mas .º, ~enos estable! re.
E~tre 1880 y 1~14, pues, los patronos comenzaron a perder las
hasta 1913.17 El producto per capita en las romas britam~as Y b,elgas,
emios de la construcción de Londres y en las hilanderias de · taJas de que hab1an gozado hasta entonces en virtud de la igno-
en 1os gr . . . · d 1 d' ~a de las «reglas del juego» por parte de los obreros -o de su
algodón de Lancashire mostró tendencias similares ~ partir e a e;
cada de 1890.18 Esta tendencia sigue siendo suficientemente suge· ta de disposición para jugar de acuerdo con ellas-; circunstancia
la que habían extraído importantes beneficios. En algunos casos
rente aunque tengamos en cuenta -allí donde corresponde hacerlo-
el efecto de la disminución de las retribuciones, el aumento de la mo en la industria británica de la hilatura del algodón- la exis-
cantidad de trabajadores no productivos incluidos a veces en estos cia de una situación casi monopolista les protegía de los efectos
, d'd
totales, 0 la reducción de las horas de tr~bajo. E~ u~o o dos casos
esta per 1 a; 22 en otros casos, no. Tenemos que examinar pues
perspectiva patronal sobre el problema. ' '
se la ha atribuido específicamente a un cierto aflo3amiento en el. es-
traba1· o individual de los obreros.19 Al menos es posible
fu ~o de afl' .
que ciertos grupos de trabajadores c?~en~aran entonces a ?Jar sis-
temáticamente su ritmo de produccion si no se les proporcionaban

gina 179· Short history of labour condztzons zn Germany, 1945, p. 15lcl

señalar que estos cálculos merecen la máxima confianza, porque sus res ta os·
cr .
17. J. Kuczynski, Short history of .l~bour_ conditions in France, 1946, pá-
no encajan bien dentro de la tesis general del autor. . .
18. M. Saitzew, Steinkohlenpreise u. Dampfk~aftkosten, Le1pz1g: 191~ pá'.
gina 141; G. T . Jones, Increasing re~ur1!, Cambridge, 1933, p. 90, Jew es y,
Gray, Wages and labour in ~otton .spznmng, Manche~ter, 1935, PP· 42 ss. d .· ª.~onal de Traba¡adores de Barc~s, Muelles y Ríos, 2 octubre 1896.) Cf.
19. Por ejemplo, en la mdustrta de ~a construcoón. J. M. Ludlow y 11o~ ,
Jones en su obra Progress of the workzng class 1~32-186~, 1867? pp. 267 b .¡
0
menciona las primeras quejas de que. los patronos uenen dificultades par,a te-
ner «una jornada de trabajo por un ¡ornal>~ y d: que l_os obreros son mas podpera
zosos que antes; pero el análisis es demasiado 1mpreoso. como para que
mos ver qué eventual fundamento podían tener esas que¡as.
, 2~. Cf;, el siguiente pasaje: «Si el trabajo y la habilidad son "mercancías
ables "entonces los poseedo1es de esas mercancías tienen derecho a ven-
su traba10 y su hab!-lldad de la misma 'manera que un sombrerero vende
~ombrero ~ un carrucero carne ... Si [el ama de casa] ... paga sólo dos
< es, tendra que conten~arse,con carne de inferior calidad o bien con menor
ttd~d de carne». C"'!hat zs ca canny?, octavilla emitida por la Federación In-
' ien, E . P~:mget, Le sabot'!ge, Par1s, s. d., cap. 2: «La "mercancía" trabajo>>.
w, ºf-. czt., p. 155, an~a este tema a propósito del supuesto descenso de
roducUvtd~d en este penado.
.fl. Por ejemplo, S. y B. Webb, The decay of capitalist civifi111tion, 1923,
.. 62. . .
22. Jewkes y Gray, op. czt., p. 45.
364 TRABAJADORES
III
Si el hecho de no aprender o de no aplicar las reglas del juégo·
determinó que los obreros trabajasen a menudo más intensamente y
por menos dinero de lo que teóricamente hubiese correspondido, el
hecho de que los patronos no aprendieran o no aplicaran esas regias
determinó que utilazaran la mano de obra que contrataban de una
forma notablemente ineficiente.
Naturalmente, al considerar el comportamiento de los empresa-
rios del siglo XIX tenemos que distinguir entre lo que podría resultar
ineficiente en la actualidad, pero que desde un punto de vista racio-
nal podría ser justificado teniendo en cuenta las condiciones impe.
rantes en la época, y lo que no admitiría semejante justificación. (No
es necesario que estemos de acuerdo con las justificaciones raciona.
les de los patronos de esa primera etapa del capitalismo: basta con
que reconozcamos su carácter racional.) El empresario industrial de
esa época creía, no sin cierta justificación, que su mano de obra era
en gran medida insensible a los incentivos monetarios, que era reacia
a trabajar de la manera que a él le convenía o que lo era, de hecho,
a cumplir como fuese con sus obligaciones. Como observaba Town-
send en 1780: «Para el pobre no cuenta mucho los motivos que esti¡
mulan la actividad de los rangos sociales más elevados: dignidad,
honor y ambición. Por lo general, sólo el hambre puede aguijoneark
e incitarle a trabajar».23 Y, podríamos añadir, sólo la disciplina puede
hacer que siga trabajando. Para los patronos resultaba lógico, pues,
recurrir a la compulsión -tanto económica como no económica-
para reclutar la mano de obra y para mantenerla en su trabajo. De
modo que la primera mitad del siglo XIX se caracteriza por cualquier
cosa menos por su política de laissez-faire en materia de relaciones
laborales. En Gran Bretaña supuso la codificación de una ley de rela-
ciones laborales (Master and Servant Law ), que castigaba los in•
cumplimientos de contrato con más dureza en el caso de los obreros
que en el de los patronos,24 la puesta fuera de la ley sistemática
-aunque no siempre efectiva- de los sindicatos y de las huelgas
23. J. Townsend, Dissertation on the Poor Laws by a well-wisher of Mank- y, The practica[ COtton spinner Edimburgo 134'5. Daru' l' s u' Th. en-
ind; J. R. McCulloch, ed., Scarce and valuable economical tracts, 1859, p. 404. ..ber's asszstant,
24. D. Simon, «Master and servant», en J. Saville, ed., Democracy and g; ~nn., 1850). El Scott 1s practzcal cotton spinner and manufacturer de R
the labour movement, 1954, pp. 160 ss.
COSTUMBRE, SALARIOS E INTENSIDAD DE TRABAJO 365
(la ~ulación de las Leyes de Asociación no alteró casi nada esta si-
túa:ion), una preferencia marcada por los contratos de trabajo ine-
lfisttcos Y ~ largo plazo (como la obligación anual o mensual en el
25
caso del mtnero ), y la nueva Ley de Pobres, ese implacable instru-
lllento de coerción económico-legal. En otras partes abundaban m _
.
01smos l egales si'milares. eca
! odo esto era en parte racionalmente justificable desde la pers-
. pect~va de la teoría de la ~poca, aunque no por completo; porque
los. y~tronos estaban muy dispuestos a abandonar el criterio del lais-
¡ez-fatre cuand? éste no se ajustaba a sus intereses. Los contratos
anuales, por ejemplo, comprensibles como respuesta a la escasez
!ocal de mano de obra -como en el caso de las minas durante el
~glo XVII.I-, no eran fáciles de defender para un discípulo de
Adam S~tt~. Lo que no resulta justificable de manera alguna es la I·
extraordinana negligencia con respecto al problema de la productivi- ¡.
~d Y de la utilización eficiente de la mano de obra. En pocas pala- 1
~tás:. los patronos suponían que cuanto menor fuera la cuenta de
arios Y mayor la cantidad de horas de trabajo, menor sería el coste
la man~ d~ obra por unidad de tiempo; que el esfuerzo del obre-
no podia tncrementarse mayormente por encima de determinada
.rm~, aunque éste solía ser demasiado perezoso como para alcanzar
~' n~~el; que el pr?b1:1;1ª de la productividad era esencialmente una
~st10n de mecaruzacion. c?mbtna?a con disciplina; y que, en el
~Jor d~ los casos, la prtncipal utilidad de los incentivos consistía
funcion~, como au~~liar.e,s para esta política. Aunque dedicaran
~cha atencion a la utilizacion económica de las materias primas los
ual~s para empresarios y administradores de empresas soslaya-
. casi26por completo el problema de la organización de la mano
obra.
'•
'25. Su historia se cuenta en «The miners' bond in Northumberl d d
(haml946-»,19d5eO)Hylton Scott, Proc. Soc. Antiq. of Newcastle-upon-Tyne
' pp. 55-78, 87-98.
4•
' .
s3!
.,
~6. De trs .manuales so~re el hilado del algodón que he consultado los
entes se ni:t~ a hacer cálculos de taller y en algunos incluso se omite todo
-~º de salar1<;>s. W. Etchells, T~e c~tton spinner's companion, Manchester
7, G. Galbraith, The cotton spznner s companion Glasgow 1834· A K '
· b ezng
· a co ndense~' treatise on ' the cotton
' e ne , e ma-
manufacture (Hart-
tt, ondres y Manchester,_ 1851 3 , considera el problema del pago a lo~ hilan~
s Y aconse1a llevar un hbro de pagos adecuado para el cálculo de la efi-
 COSTUMBRE, SALARIOS E INTENSIDAD DE TRABAJO 367
TRABAJADORES
366
.ar supue sto , esto entraña una simplifiación exagerada del .papel. pervisar en forma efectiva.28 O, para citar las palabras del señor
P 'onson, de Lieja: «El sistema de jornal es el método menos venta-
- d por los incentivos dentro del esquema con que se ma-
d esempena o lid d
nejaba el empresario de aquella época. En re~ a , se os ut za a .
1 m· b . joso en las minas, porque al no estar interesados en trabajar activa-
roente, la mayoría de los obreros aflojan sus esfuerzos tan pronto como
. en parte en forma de salarios a destaJO y en parte en forma 29
mue º·h
. embargo ninguna de esas mo dal'd
1 a d es era ·m~ se acaba la supervisión». De hecho, tenemos ejemplos de minas pro-
d e sub contratos. Sm ' · 1 . fi¡ndas en las que se pagaba por tiempo de trabajo en los primeros
· 1 concepción que acabamos de resuIDlr. E subcon-
cons1stente con a · 'b JIÍetros -mientras era posible la supervisión- y por producción
· t. de empresario y los empresar10s eran sens1 les,
tratista era un ipo ' · b IJlás allá de ese límite.30 En general, cuando se necesitaba un incre-
·ncenti'vos Además el subcontratlsta marca a el
por supuesto, a 1os i · ' . 1 . r.eeto del esfuerzo se lo obtenía mediante una «estimulación», aun-
· d producción de quienes estaban ba10 su contro Y no goza. que ello pudiera suponer la entrega de incentivos a una cantidad res-
ritmo e· · . de hecho el predomllliO . . de l a sub contratac1ofi ·, '
b an d e mcentlvos, Y • · d fringida de «caballos de varas». Por supuesto, este tratamiento no
1 1 Ca rácter en gran parte mnecesano e la p<i>día aplicarse a las categorías de obreros que se resistían a la super-
demostrab a a parecer e 1 d
entrega de incentivos a los propios obreros, .salv? en e caso ~ ge- Visión disciplinada: por ejemplo, los artesanos calificados.31
nuinos salarios colectivos por trabajo a destajo fi1ados por cuadnllas. Esta argumentación no se aplica de la misma manera a las indus-
El piece-master, el charter-master o co~o fuera ~ue se le llamase, trias en que siempre había existido el pago por producción -por
r.cado hilandero chapista o fundidor-, que paga- ~emplo, en las industrias domésticas donde el trabajo a destajo era
e1 artesano calin - ' d '
ba de su bolsillo a sus ayudantes no calificados (a menu o segun es- üna forma degenerada del pago recibido inicialmente por los artesa-
.
trictas tarifas ·
por tiempo trab ªlª· d o ), e1 capataz o el contramaestre
.. , b' . iios independientes al vender su producto- o en los oficios directa-
que, casi siempre, trabajaba sobre la base de una com~s10n o ien mente conformados según el modelo de tales industrias.
como subcontratista: 21 éstos eran quienes marcab~ el ritmo de pro- _Aunque tal actitud de los patronos no puede justificarse, resulta
ducción, y el resto no tenía otra opción q~e se~irlo. en cambio comprensible. Una vez que los obreros estaban adiestra-
El propio pago por producción (a diferencia del su~contrato) dqs y alcanzaban un cierto grado de experiencia, la combinación de
tampoco estaba pensado incialmente como una mane:a de i~cre~en­ u'nos costes salariales muy baratos con un nivel de esfuerzo de tra-
tar la productividad, sino como una manera de impedu ~ue a mis~a jo ajustado a una norma habitual, permitía a los patronos recoger
. d 1 norma Como declaraba el fabricante de hie- un excedente considerable, quizá mayor del que hubieran consegui-
cayera por d eb aJO e ª · d 1
rro galés citado por el doctor John, esa era la única manera e og~ dO mediante el pago de salarios elevados y la obtención de unos es-
que los obreros «cumpliesen con su deben> cuando no se 1es po a fuerzos más intensos por parte de los obreros. Por ejemplo, los mi-
n~os de carbón belgas estaban peor pagados que los de la cuenca

. . al , . de un total de 395. El úrúco libro

ciencia producuva: dediTcha td~a 2 PJ&;pnt:ning master's assistant or the theory ' 28. A. H. John, The industrial development of South Wales, Cardiff,
digno de su nombre - ~ ca~ tng an d J M (J. Montgomery}- 1950, p. 80.
and practice of cotton sptnnz?1g, . ~lasgoi' 1~~' deeob~a ~ 3 0 4 páginas- . 29. A. T. Ponson, Traité de l'exploitation des mines de houille (Lieja,
trata el problema de la orgaruzaoon de a blema de «instaurar en forma uni· 8 4), p. 80. ,
sobre todo fundamentalmentle como.dd prd ada» (p. 221). De los manuales . 30. A. T. Ponson, loe. cit., IV. Pero Ponson aconseja también la supervi-
forme el orden correcto y a auton a a ecu. (1845) es una obra pura- '·n permanente, allí donde sea posible, incluso cuando las excavaciones se
sobre tejid<;>, The .ar~ ~4 wea vint de C. .tcd G!ºbeo. Whlte (Glasgow, 1846) an por metro cúbico extraído: I (1832), pp. 320-321.
mente técruca e h1stonca, y 1a o ra ya o aba o uno de los cuatro temas 31. Sin embargo, el patrono o el capataz inteligentes también debieran te-
· · ' d e 1a mano de o ra com
considera la orgaruzaoon 'l le dedica 5 páginas (págJ.·. . en cuenta las costumbres locales de los trabajadores, porque -aun cuando
no referidos al tejido que hay que coloceri pe~Ó so/ la hilaza 31 dedicadas 11 i no lo sugirieran ya consideraciones prácticas derivadas de la experiencia
nas 329-334), cont~a 16 ded1cadasl a ba .se ec~1 dedi~adas a la ~didura en telal ~ ' - «l'abandon des habitudes invétérées des ouvriers est chose difficile a
diversos cálculos vmculados con e tra a10 Y tenir», y, según opina Ponson, no cabe imponerlo salvo en casos de absoluta
res ~~u&~sD. Schloss, Methods of industrial remuneration, 1892, cap. XII.
esidad (op. cit., n, p. 598).
368 TRABAJADORES
del Ruhr; entre ~886 y 1910 su producción era normalmente inf~- '
rior en un 30 o 40 por ciento a la de los alemanes. Pero durante el ·
mismo período (1892-1910) la incidencia del coste de la mano de·
obra sobre el precio del carbón belga -medida en función de un por..
centaje sobre su precio en la bocamina-, era menor que en el caso
alemán: 53,9 por ciento, contra 55,9 por ciento.32 Otro ejemplo: los
talleres pequeños -quizá por la estrecha supervisión y por otros
factores- pueden tener costes de mano de obra inferiores a los de
los otros talleres (salvo los muy grandes y muy eficientes); en todo
caso, así parecen sugerirlo las cifras dadas por Rostas para la in.
dustria británica en 19 37 .33 La mayoría de los talleres de la primera
época eran pequeños y donde así sucedía y el capital no era abundan.
te, los empresarios podían pensar que era mejor utilizar más el factor
abundante -la mano de obra- que el escaso, aunque ello supusiese
una cierta pérdida de productividad por obrero. Por último, parece
probable que incluso con pocos incentivos, la mano de obra no cali.
ficada o simple puede ser utilizada con mucha mayor eficiencia que
la mano de obra calificada o compleja: sencillamente porque su ritmo
de trabajó puede ser supervisado y controlado de manera más efec-
tiva, ya sea por medios humanos o mecánicos. Un libro de texto nor-
teamericano corriente sobre «organización científica del trabajo» calcu-
laba que lo_µ:>breros.._µo calificados y los empleados dedicados a tareas
rutinarios fúpervisados-:en forma directa en grupos pequeños traba-
jan con una efieiendá"del 50 por ciento; los maquinistas semicalifi.
cadas, con una eficiencia de entre el 38 y el 40 por ciento; los me- .
cánicos plenamente calificados, con una eficiencia del 30 por ciento;
y los obreros altamente calificados -como los fabricantes de herra-
mientas-, con una eficiencia de entre el 25 y el 28 por ciento.34
Pero esto no modifica el hecho de que por cada unidad salarial paga·
da los patronos obtenían mucho menos de lo que hubiesen podido
obtener, y de que en gran medida no eran conscientes de ello.
Además, la combinación de una mano de obra no calificada, ni
adiestrada, con la mecanización tendía a cegarles. No cabía esperar
que la mano de obra bruta tuviese alguna clase de eficiencia: había
que hacer el presupuesto contando con una producción per capita
32. Saitzew, op. cit., pp. 141, 175-176.
33. L. Rostas, Productivity, prices and distribution, Cambridge, 1937, p. 37.
34. L. P. Alford, Cost and production handbook, Nueva York, 1942, pá·
gina 1.333.
COSTUMBRE, SALARIOS E INTENSIDAD DE TRABAJO
ja. El aumento de la producción debido a la innovación técnica
~a tan grande que result~~a fácil olvi~ar cuánto mayor hubiese po-
~do ser con una explotac1on eficiente. «Mediante la ayuda de unos
dedos mecá~cos»,, exclamaba el doctor Ure, 35 <~un inglés puede hilar
en su self~ct~na mas que 200 de los mejores hilanderos del Indostán».
~o parecia 1m~ortante que hubiese podido hilar más" aún, porque
pocos,empresarios se. ~aban cuenta de las economías potenciales que
~Pº:11~ª una explotac1on de la mano de obra realmente eficiente. El
Auefjtar del Maestro Ca:dador e Hilandero de 1832 aconsejaba a
!~s ~atronos que no modificaran la disposición de su maquinaria una
~ Instalada -aunque esa disposición distara mucho de parecerles
ideal-, potque los costes de reorganización probablemente excede-
rWn las economías logradas por la nueva disposición.36 Sin embar-
go.; se ~rataba de un error evidente. Quizá sea imposible -en todo
~o m~entr~s no se realice un estudio extenso y laborioso-- hacer
una .e~~1mac1ón de esa ineficiencia, pero por lo menos el informe de la
com1s10n de las Naciones Unidas sobre la industria textil en Améri
~tina (19 50) -al~os de cuyos sectores son extremadamente· a~~
cos- nos proporciona una guía en tal sentido. En este estudio
pr:cur~or se trata de distinguir entre la ineficiencia debida a la ma-
Fana obsoleta o ~mp~~fecta, y ~a debida a otros factores, en espe-
a.I a la mala organ~z~c10.~, ~or eJ~mplo, el exceso de personal; con
tra~, palabras: la utilizac10n mefic1ente de la mano de obra. La con-
~s10n ~s ~ue ambos factores son causas igualmente importantes de
. ~efic1enc1~. En B~asil y en Ecuador -donde se encuentran lama-
?,ha d~ l~s mdustr1as estudiadas más anticuadas desde el punto de
sta tecruco--, la re~rgani~ación mejoraría la eficiencia en mayor
\~do que las nue~as mv~rs10nes. «Al contrario de lo que siempre
~~ supuesto», dice el mforme, «la mala organización y adminis-
~1on afecta
3
tanto la productividad como la tradicional escasez de
.Pit~l». ~ Es~e descubrimiento no sorprenderá en lo más mínimo a
gun histon~dor de la primera época del industrialismo en Europa.
, Las. tentac10nes de la economía de mano de obra barata también
. termmaron que los patronos se mostraran reacios a reconocer su
., 35. Dictio:zary of arts, manufactures and mines, ed. de 1863, 1 , p. 529.
· 36. Op. czt., p. 218.
37.. El informe. (Report of the UN Commission on Latín America Textile
dustrzes)dse publicó en forma si~té~ica en la International Labour Review
. agosto e 1952.
 TRABAJADORES COSTUMBRE, SALARIOS E INTENSIDAD DE TRABAJO 371
370 I',

ineficiencia, cuando la misma les era señalada. Salvo unos pocos hotn ~ ~. os y se d ab a e1 caso de que en esa m
V · · dustria la discusión técnica·
38
bres de ciencia, como Charles Babbage, se sabe que no había niu. a particularmente intensa y actualizada.43
chas personas capacitadas para enseñar a los empresarios industtiale8 · , T.ambién esta r~sist.encia a saber resulta comprensible. En la
la organización científica del trabajo. Por otra parte, el hecho de qtie" ~actica la gran eficiencia de la mano de obra suponía salarios más
los bajos salarios y las muchas horas de trabajo no coincidían nece. fvados y menos .horas de trabajo. Pero en primer lugar, a ningún
sariamente con los costes más bajos de mano de obra era algo proba.. ·robre de negoc10s le gusta elevar sus costes a menos de estar
do una y otra vez en los negocios, y que en realidad podía ser obser. · ro de recobrar su dinero, y los empresarios no contaban con
vado. Brassey dio amplia publicidad a su prueba.39 Como señaló · ~, guna garantía segura en tal sentido. En segundo lugar, no era
Lujo Brentano, incluso la experiencia del gran aumento de salarios ese~le alentar a los obreros para que pidieran salarios más eleva.
de 1872 probaba ese hecho, aunque se pensó que estaba formulando · s Y menos horas de trabajo, porque ¿qué límites tendrían tales
una paradoja y muchos observadores se negaron terminantemente a ;ro.anda~? Era más seguro, aunque menos eficiente, aferrarse a los ·'
creer lo que estaban viendo.40 Varias décadas antes, la experiencia de ~¡os me:odos -salvo que las presiones sobre los márgenes de bene-
Owen en New Lanark ya lo había demostrado. En 1853, el sensato G!OS, el incremento de la competencia, las demandas de los obreros
Ponson, quien daba unas estadísticas de producción por hombre y . otros hechos ineludibles obligaran a cambiarlos-. Pero los pe-
día para los picádores de carbón de 113 minas de cuatro países cuyos ó~os de ~~an ajuste econó~co después de las guerras napoleónicas
turnos iban de las seis a las quince horas, llegaba a la conclusión .Ja depresion de 1873 sometieron a los patronos precisamente a este
-sin que se le pudiera atribuir ninguna inclinación filantrópica-. 'eo de presión y, por consiguiente, provocaron grandes modificacio-
de que ocho horas parecería un turno promedio razonable en el caso ,s en el método de utilización de la mano de obra. En el período
del carbón.41 Pero todavía eri 1901, el 80 por ciento de los obreros ' stna?oleónico ese efecto fue retardado, porque los patronos trata-
belgas seguían trabajando más de once horas.42 Cuando en 1889 los. n primero de agotar las posibilidades de reducir los costes de mano
sindicatos obligaron a la industria británica del gas a adoptar tres . ' obra media? te la a~pliación de las horas de trabajo y la reduc-
turnos de ocho horas en lugar de dos de doce, la industria creyó ón de las tarifas salariales monetarias. Durante la Gran Depresión
1896
que se encontraba ante a) una evidente pérdida de eficiencia y b) un 1873 - ), los nuevos métodos tendieron a adoptarse en forma
método de trabajo totalmente carente de precedentes; pero varias, 1s ~celerada. Podemos decir en forma aproximada que a mediados
fábricas de gas del país habían funcionado con turnos de ocho horas . ,. siglo comenzó ª producirse el reemplazo de la utilización «exten-
por períodos de hasta quince años, sus resultados podían ser exami- ~» de la mano de obra por su utilización «intensiva», y que en la
t¡ma parte de la Gran Depresión comenzó a producirse el reem-
~o de !ª
utilización «intensiva» empírica por la utilización «inten-
38. On the economy of macbinery and manufactures, 1832. Dicho sea de .~» rac10nal o por la «organización científica del trabajo».
paso Babbage también insisúó mucho en la necesidad de establecer el pago con .
ince¿tivos en la forma de la parúcipación en los beneficios. .i
39. T. Brassey, On work and wages, 1873, passim. Este tema suscitó al- 43 The J . .
parecer por primera vez amplia atención d~ante el debat~ _ace~ca de, la reduc· " ~ . d durnai of Gas Ltg'?tzng, LIII (1889~, p. 894, declaraba no conocer
ción de la jornada o de la semana de trabaJO. Cf.: «Al. exigir siete dias de ~a- . gu ª ciu ª en ª.que estuvi~se en uso el sistema de tres turnos de ocho
bajo obtenéis menos que seis días d~ producción. Éste ~s ~ aserto amplia· · ~ª~¿nªadnque en reah~ad (lo:. ctt., PP· 953, 1.000, 1.0~3 )_ese sistema hubiera
mente verificado». Palabras del superintendente de maqumaria de la Eastem, · do durante. quince anos en Burnley, durante dieciocho años en Hull
and Continental Steam Packet Co., citadas por John T. Baylee en su obra · ~~e
Statistics and facts in reference to the Lord's Day, 1852, p. 68.
ºreen Bnstol Y por lo meno~ durante nueve en Birkenhead, para n~
nar os casos_ de D~ndee Y de. Liverpool, donde estaba establecido desde
40. L. Brentano, Ueber d. Verhaeltnis v. Arbeitslohn u. Arbeitszeit zur ¡/ «c~tor~e ºh qubnce /nos» (loe . cit., L, 1887, pp. 109-110). El libro Practical
Arbeitleistung, Leipzig, 189J2. al¡mE~~ C,1 /;ci~a0 Ae 11! ~tten~;§ the early payment ~f wages_. . ., _de J. Lil-
8
41. Ponson, op. cit., IV , pp. 275-~82. , . . ~ de em ~e~;~ d ssoc;:iatwn,1, ' ~taca un tipo. de 1_gnora~oa sllllilar por
42. Handworterbuch der Stadtswissenschaften, articulo «Arbeitszeit». eSas
-., de Lon p d res que
e pnmbera
paga an 1rnea .e mcluye
os viernes una lista
y/o daban rmpres1onante
medio de em·
sábado feriado.
r'
 TRABAJADORES COSTUMBRE, SALARIOS E INTENSIDAD DE TRABAJO 373
372
.
~ecuencia estos cambios legales eran la ratificación de una situación
IV jp.- facto. Es evidente que el reemplazo de la negociación impuesta
P.°r la negociación voluntaria supondría una elevación de la moral de
Aunque es muy probable que la eficie~cia en la/ utilización de los obreros calificados y, por consiguiente, de su productividad. (Este
la mano de obra hubiera aumentado a partir de la decada de 1840, f¡:nómeno era más importante en los países donde imperaba la doctri-
no resulta fácil demostrarlo con estadísticas. Sin embargo, es evi- na del laissez-faire, que en aquellos donde estaba difundido el pater-
dente que el sistema de las relaciones laborales de Gran Bretaña expe- -nalismo, como en el caso de la industria pesada alemana; pero en
~;
rimentó unos cambios fundamentales, y en otras partes pueden ob. este ensayo no corresponde analizar estas interesantes diferencias.)
servarse cambios similares (por ejemplo, la legalización de las huel- Es más importante el hecho de que el movimiento en favor de una \.
•
gas por parte de Napoleón III). La extinción de la obligación de iMucción de las horas de trabajo hubiera ido ganando terreno, en
los mineros y de otros contratos a largo pl~o,. ~a aboli~ió~ d~ las parte a través de la legislación y en parte a través de negociaciones
"
leyes de relaciones laborales y ~a. ?lena legahzac10~ /del srndic~lis~o y convenios privados (como en el caso del medio sábado feriado, que
supuso prácticamente la desapanc10n de la compuls10n no econ01mca. apartir de la década de 1840 se fue imponiendo entre los obreros de
Podemos rastrear la difusión de los contratos a corto plazo durante construcción y en algunas regiones de provincias; y a partir de
44
la década de 1850, sobre todo en Escocia; pero ta!?bién en una 111ediados de la década de 1850, en Londres).47 La menor cantidad
serie de convenios locales del gremio de la construcc1on. Es proba- Je horas de f:fabajo obligaba en la práctica a los patronos a buscar
ble que el piece-mastering y la subcontrat~ción --:-C~nc~~itant~s :asi un incremento de la productividad, y el hecho de que era posible
permanentes de las primeras etapas de la mdustnalizac1on capitalista [Qgrarlo ya iba teniendo mayor aceptación.
acelerada- ya hubieran pasado su momento de apogeo, eh todo caso Sabemos tan poco acerca de los sistemas de administración de
en las industrias más antiguas.45 Las modificaciones introducidas en empresas y de pago de salarios que resulta peligroso generalizar a
la Ley de Pobres (por ejemplo, la de 1867) también tend~an a eli. ·
propósito de los mismos, sobre todo dada la increíble complejidad
minarla como un instrumento de coerción contra los traba¡adores y
46 del mundo industrial. En todo caso, sólo tres hechos son seguros.
a convertirla en un instrumento de asistencia a los mismos. Con
Primero, que a partir de la década de 1830 los economistas -que
·,
44 Por ejemplo, W. H. Marwick, Economic developments in Victorian , mtes sólo habían analizado los sistemas de pago de salarios de un
Scotla~d, 1936, pp. 178·180; Proc. Industrial Remuneration Conference, 1885, niodo incidental (como en los casos de Adam Smith, Malthus, Say
p. 106; Sel. Ctee. on Master and Servant, 1866, XIII, pp. 1.281·1.~20, 2.320 s.s., y Sismondi)- comenzaron a prestarles atención en forma sistemá-
701-715 469 ss., 562 ss.; National Association for the Promot:J.on of Social
Science' Report on Trade Societies, 1860, pp. 290, 332-333; N. A. P~om. Soc. tlea. A partir de :finales de la década de 1830 los tratados de econo-
Sci., Pdpers and discussions on social economy, 1863, pp. _24, 37 (el sistema. de mía contenían normalmente una sección especial acerca de la forma
pago por horas en el gremio de los albañiles y en Escocia); W ebb Collectt~n,
Coll EA 31 British Library of Política! Science, manusmto pp. 258-264 (m·
trod~cción del sistema de pago por horas en el gremio de los enladrilladores . . . ,
d B" · h 1865) 311 (fracaso de la huelga contra la implantación del . 47. Sobre la literatura general acerca de la fest:J.vidad del sabado, que pro-
e. mrungGaml ' ' P18· 49)· R w Postgate The builders' history s. d., pá· ·eró a partir de mediados de la década de 1840, d. R. Cox, The literature of
tnlsmo
·na 209en asgow Workshop
. F. Smith, en ' management,
· · ' 1884?, obra dirigida ' en primer .
s. d., be Sabb.ªt.h questzon,
· n, Edimb ~go, 1865 . Sob re. 1/as act1Vl· "dad es y 1os ~tos
/ ·
fu g 0
ar a los constructores y a los ebanistas, observa que el pago por horas «poco
fu reemplazando al pago por día a pesar de la opo- ·
~10v1m1ento para el acortatruento de la durac10n semanal del horam~ de
ba¡o, d. J. R. Taylor, Government, legal and general Saturday half holtday,
ª.stoon
I?c;c dPer1o conb .mdeza» v(pa 32 )
ePoros supuesto,
tra a¡a ores ·en otros
·
'
/
857 4 ; John Lilwall, The half holiday question, 1856; (J. Lilwall) Practica!
· · 1858 , que trata so· b.re tod o d e Lond res, pero que con?e1.1e
· infor- .
. salvo países de Europa, donde ~n esa ep?ca se rtz.tlfon!es:··,
· · 45 ·, 1 · d t ·aliz ·, y se produ¡·o por lo tanto la expansión del sistema cron mc1dental acerca de la prunera etapa del desarrollo del moVltnlento en
1ruoo· a m us n· acwn
· d '
·bcontratación '
Cf L Bernhard · Akkordarbezt· · ·
provmc1as. La mayona ' d e Jas empresas d e Londres que cerrab an mas ' tero-
d. e Dptece-mhlast edrmLeg ·y · e 1s9u03 passz·m · · · '
Dze
rano, y que mencionaban las fechas de la introducción de este sistema, decla-
tn eutsc an , 1pz1g, ' · · 1 h b'
,ª~ que o a ian puesto, en
fu nc1onam1ent?
· · durante 1os u'l tunos
· -
46 · P · Asehrott ' The Englisb Pu.Jr Law system, 1888, l.ª parte, seccrones ' acticamente todas lo habtan hecho en la decada de 1850.
tres anos, y
XII y XIII.
374 TRABAJADORES COSTUMBRE, SALARIOS E INTENSIDAD DE TRABAJO 375

del pago de salarios.48 Autores que, como McCulloch y Michet ·en la mayoría de los países de la Europa occidental, y pudieron
Chevalier,49 habían sido neutrales, o levemente hostiles con respecfu . charse las primeras defensas tímidas de una «economía de sala-
al pago a destajo, se volvieron entusiastas del mismo. Segundo, en ri~s altos». 56 Sin embargo, ignoramos casi por completo cuál pudo
varios países, los patronos mostraron una marcada tendencia a di- : r el incremento efectivo de la eficiencia de la mano de obra, y es
fundir el pago por producción -es decir, el pago con incentivos-:.. evidente que grandes áreas de la industria siguieron siendo decidida-
la mayor parte al principio en combinación con la subcontratación ; llÍente anticuadas.
el piece-mastering. Todo esto sugirió a Marx la conocida idea de que A partir de 1880 navegamos por aguas no tan ignotas. Dado que
el pago por producción era el tipo de sistema salarial que mejor precisamente en ese período la eficiencia de la mano de obra comen-
convenía al capitalismo.so Como no disponemos de estadísticas fía- w
a ser considerada como un tema de estudio específico -al menos
bles, no estamos en condiciones de apreciar los resultados de tales tá1l importante como el del uso eficiente del equipo y de las mate-
esfuerzos. En algunos casos fracasaron, como entre los mecánicos y nas primas-, atrajo la atención del investigador, del ingeniero, del
obreros de la construcción de Gran Bretaña.si En otros, tuvieron gobierno y de otros proveedores de materiales para el historiador.
éxito, como cuando los Krupp introdujeron a partir de 1850 el pago'. La conocida tendencia hacia la disminución de los márgenes de
a destajo junte con la producción en masa,s 2 o cuando en las !feneficios durante la Gran Depresión constituyó el principal incen-
nuevas minas de carbón -como las del sur de Gales- se pagó a la tlvo para modificar la situación. En este período también fue cuan-
mayoría de los obreros según la producción (mientras que en las más do se manifestó en gran escala la competencia imperfecta, cuando
viejas -como en las del noreste- esa forma de pago sólo se apli- sé: puso en marcha la «segunda revolución industrial» y cuando sur-
caba a algunas categorías de trabajadores, por ejemplo, los extracto- ~ó en varios países un movimiento obrero poderoso, integrado ade-
res de carbón).s3 Pero no hay dudas acerca de cuál era la tendencia, más por trabajadores que conocían cada vez mejor las «reglas del
tal como observaban los informes de los inspectores de fábricas de Nego». No sabemos qué pesó más sobre los patronos -la presión
Gran Bretaña.54 La construcción masiva de ferrocarriles, donde se de la competencia o la de los obreros- para que su pensamiento se
aplicó mayoritariamente el pago por producción, aceleró mucho la volcara hacia el tema de la eficiencia de la mano de obra. Hay argu-
57
difusión del sistema y ayudó a extender el principio del trabajo a mentas en ambos sentidos. Desde nuestro punto de vista, la pre-
destajo, por ejemplo, en la agricultura alemanass y en la industria de si9n de los obreros es más importante, aunque conviene no olvidar
la construcción. Por último, es evidente que disminuyó la reluctanci e las dimensiones y la complejidad cada vez mayores de la produc-
a aumentar los salarios monetarios. A partir de mediados del siglo
las tarifas salariales monetarias experimentaron un notable incrernen ~ • 56. En parte como una manera de evitar la radicalización política de los
· ~reros -como en el c~so de los alegatos de Mundella (W. H. Armytage, Mun-
lella, 1951, p. 23) y mas tarde de Joseph Chamberlain; pero también por razo-
48. He tomado esta observación de la obra ya citada de L. Bernhard, pá- ~es de productividad -por ejemplo, Brassey y John Ward, Workmen and
ginas 3-8. UJ(lges at home and abroad, 1868, este último gran creyente en las verdades de
49. Cf. McCulloch, Statistical account, u, p. 43, que llega incluso a atri- ~ econo~ía políti~a: «Gran cantidad de personas mantienen la opinión de que
buir la superioridad de la industria inglesa al predominio del trabajo a dest~jo. tos salarios altos. ~<;Dden a generar hábitos de ociosid.ad .Y de disipación en los
50. Capital, 1, ed. inglesa de 1938, pp. 561 ss. [trad. castellana: El Capital obreros. Esta oplDlo_n se basa sobre unos datos muy mciertos y muy poco con-
Barcelona, Grijalbo, 1976, trad. de M. Sacristán, libro I, vol. 2 (OME 41), pá, cluyentes. Los .salarios so~ la recompensa y el aliento de la industria, y ésta
ginas 189 ss.]. -::como cualqu~er otra calidad hum.ana- se desarrolla en forma proporcional al
51. Jefferys, op cit., p. 63; Postgate, op. cit., p. 149. aliento qu~ rec1~e. Doi:i~e los salarios son elevados, encontramos por lo general
52. E. Ehrenberg, Kruppstudien III (Thuenen-Archiv, m, pp. 53, 89 ss.) o)>reros mas activos, diligentes y perseverantes, que donde son bajos» (p. 216).
53. G. D. H. Cole, The payment of wages, ed. de 1928, p. 10. , 57: C. B. Thomps~n, Scient~fi.c management, Harvard, 1914, pp. 648 ss.;
54. Cf. Leonard Horner, quien en 1851 observaba que «cada dia er , N; Br~sco, The. economtcs of efftctency, Nueva York, 1914, p. 5. Cf. también
mayor la proporción de [trabajo a destajo] con respecto a los salarios seman F.~ SIDlth, op. czt., ~884, p. 2: «E? estas épocas de ~xcesiva competencia, es más
les fijos» . que nunca ne~esario que el patron obtenga el equivalente completo de lo que
55. L. Bernhard, op. cit., pp. 39 ss. gasta en salarios».
 COSTUMBRE, SALARIOS E INTENSIDAD DE TRABAJO 377 fí
376 TRABAJADORES

ción industrial .volvieron a las empresas más vulnerables que antes a. científica del trabajo descubrió que el esfuerzo óptimo era mucho más
la misma, al tiempo que volvían menos aplicables los viejos métodos ~to que lo que se había pensado; de modo que, en la práctica, se
de administración de la mano de obra. Como expresó uno de los dis- ~nvirtió en un conjunto de métodos orientados más a elevar que a
cípulos de F. W. Taylor: «Solíamos estimular a los obreros, pero !Jlántener el nivel del esfuerzo de trabajo.
-sobre todo si se trata de obreros calificados-... éstos no tienen Todo esto supuso importantes cambios en el comportamiento de
que soportarlo».58 Como observa un historiador de la organización los patronos. Podemos seguir la evolución de sus ideas --o más bien
científica del trabajo, una de las razones por las que no necesitaban de las ideas de los ingenieros de producción- en los debates desa-
hacerlo era que entonces tenía que existir «un substituto de la su- rrollados aproximadamente a partir de 1886 en la Sociedad Nortea-
pervisión eficaz, típica del pequeño tallen>.
59 lllericana de Ingenieros Mecánicos. Comenzaron buscando unos in-
El resultado de este proceso fue la «organización científica del ~ntivos para substituir la supervisión o la «estimulación», que habían
trabajo».60 En sus fases iniciales -las únicas que nos interesan en sido eficaces durante la primera época. Por consiguiente, su primera
el presente contexto- constaba de tres elementos principales: preocupación se vinculó con la elaboración de nuevas formas de pago
par producción, y en la década siguiente se inventaron los principa-
a) un análisis minucioso del proceso de producción; su fragmen- fes métodos actualmente en boga: los sistemas de bonos de recom-
tación en segmentos simples; y el establecimiento de normas de tra- 'psnsa elaborados por Halsey y Rowan, por Taylor, por Gantt, etc.
bajo para cada uno de ellos; Drspués los ingenieros pasaron a considerar los sistemas de cálculo
. b) un sistema de cálculo de costes que permitiese a la empresa 4e costes; y de hecho en algunos países los encargados de ese cálculo ·'·
descubrir el coste de mano de obra de cada operación y mantenerlo füeron los verdaderos precursores del movimiento, como ocurrió en
en constante observación; Gran Bretaña, donde en 1887 Fells y Garcke (dos jóvenes miembros
e) la elaboración de sistemas de incentivos o de supervisión ca- . de la Sociedad Fabiana, hecho bastante interesante) publicaron sus ~I
61
paces de hacer que los obreros trabajaran con un máximo de intensi- Factory accounts. Más tarde las discusiones se orientaron en forma
dad. En la práctica esto suponía el pago por producción. natural hacia la organización y la administración de empresas propia-
iíjente dicha, y en ese momento fue cuando intervino Frederick
En la práctica estos factores solían combinarse con la mecaniza- Winslow Taylor, quien a partir de entonces dominó todo el proceso.
ción, aunque desde el punto de vista teórico esto no es esencial. · Hasta 1914 y fuera de los Estados Unidos no era común encon-
Puede haber mecanización sin que exista una organización científica trarse con la organización científica del trabajo en el sentido mo-
del trabajo consciente, como ocurría a comienzos del siglo XIX; o , derno: la racionalización basada sobre el estudio de la relación entre
bien puede haber organización científica del trabajo sin que exista tíempo y movimiento, y aspectos similares. Sin embargo, de una
inversión de capital en nuevas máquinas. Al principio, la organiza- manera más empírica, esa concepción estaba implícita en la produc-
ción científica del trabajo compartía la vieja idea de que existía un ción en masa meqiante máquinas ' o procesos especializados, que por
esfuerzo de trabajo óptimo y de que la función del director consis- entonces experimentó una gran expansión, sobre todo donde la mano
tía en evitar que los obreros cayeran por debajo del mismo. Pero de obra era el factor más caro. Sin saber nada de taylorismo, los
cuando abandonó el criterio habitual y la tradición, la organización · tronos de la industria de calzado de Bristol que alrededor de 1890
daboraron el «sistema de trabajo en equipo» estaban aplicando sus
58. Thompson, op. cit., p. 685. .
59. H. S. Person, Scientific management in american industry, Nueva York, 61. L. Urwick y E. F. L. Brech, The making of scientific management n
1929, p. 7. . 946, pp. 22, 90, 148. La mayor conveniencia del pago por producción 'co~
60. H. B. Drury, Scientific management, Columbia, 1915, donde_ s~ mcluye . pee.to al pago por tie;'DPº tr~bajado~. para el cálculo de costes, es subr;yada,
un breve bosquejo y una historia de las primeras etapas del movtm1ento en r ejemplo, en C. Hetss, «Die Entlohnungsmethoden in der deutschen Me-
Norteamérica. : 'ndustrie» (Schmollers Jahrb., XXXVII, 1913), p. 1.479.
378 TRABAJADORES
principios. Subdividieron el proceso de producción y se
de que el equipo fuese «esperado con todo listo y de que 'nunca
tuviese que quedarse esperando, porque toda "negociación" de lo que
se ha hecho supone una pérdida de tiempo». 62 Todo proceso nuevo
suponía automáticamente este tipo de cálculo de costes de la mano
de obra. Cuando la mano de obra que lo ejecutaba era barata y dócil
--como en muchas fábricas nuevas dedicadas a la producción de bie-
nes de consumo- eso no tenía mucha importancia, porque de todas
maneras los costes salariales eran bajos. Sin embargo, el núcleo de
la nueva revolución industrial estaba formado por una industria que
hasta entonces había funcionado sobre una base mayoritariamente se-
miartesanal de trabajadores autosuficientes y bien pagados: la in-
dustria metalúrgica y mecánica. En este caso la transición al nuevo
sistema tenía que ser pensada y calculada de una manera mucho más
minuciosa que en otros sectores. Tampoco resulta sorprendente que
como consecuencia de ello los trabajadores metalúrgicos -que hasta
entonces habían sido más bien conservadores- se convirtieran en
la mayoría de los países del mundo en los típicos líderes de los movi-
mientos obreros militantes. La historia de tales movimientos a partir
del lock-out británico de 1897 puede escribirse en gran parte desde
la perspectiva de los obreros metalúrgicos, más aún por cuanto los
movimientos antibélicos de 1916-1918 -por ejemplo- se ajustaron
a un ritmo marcado casi exclusivamente por ellos. (Basta con pen-
.sar en el sindicato de Merrheim en Francia, en los delegados sindi-
cales de Berlín, en los shop stewards británicos, en los talleres Puti-
lov de Petrogrado, en los talleres Manfred Weiss de Budapest, en
los obreros metalúrgicos de Turín y de Milán.)
Aunque la raci~nalización estuviera en su infancia, el pago por
producción y los programas de incentivos, en cambio, se desarrollaron
rápidamente. En Gran Bretaña, fueron impuestos a la Asociación de'
Mecánicos Unidos hacia 1903 -después de duros conflictos a lo
largo de la década de 1890- y hasta la guerra de 1914 siguieron
62. Report of factory inspectors for 1894, p. 213; S. y B. Webb, Industrial
democracy, p. 399. Cf. también el consejo de F. Smith, op. cit., en el mismo
sentido, porque «cada minuto que [el artesano] pierde de su ocupación esp~í­
fica [significa] una pérdida proporcional para el patrón», y sobre la convemen-
cia de contar con obreros semicalifiéados especializados para cada máquina (pá·
ginas 5-6, 13-14).
COSTUMBRE, SALARIOS E INTENSIDAD DE TRABAJO 379
tfilundiéndose con ritmo sostenido. 63 La empresa Armstrong-Whit-
worth adoptó la organización científica del trabajo antes de 1900·
ese mismo año, la empresa Siemens-Schuckert de Viena adoptó ei
sistema de primas.64 No hay dudas acerca de la rápida difusión del
pago por producción. En 1886, el 5 por ciento de los trabajadores 1
mecánicos y de los caldereros británicos cobraba según ese sistema· · l
en. 1906, lo hacía el 27,5 por ciento. (Los torneros: en 1886 entr~
el 6 Y el 7 por ciento; en 1914, el 46 por ciento; los maquinistas:
_en 1886, el 11 por ciento; en 1913, el 47 por ciento.) 65 A menudo
podemos. observar. el cambio de los salarios por tiempo trabajado a
los salarios por pieza producida, como en los casos de las fundicio-
nes de hierro de Lorena (sobre todo en las más grandes) 66 los talleres
ferroviarios británicos,67 los ferrocarriles alemanes y 'otras indus- 't,
;rias.68 Incluso en l?s casos en que los salarios por pi~za producida •·.,
ya estaban establecidos desde hacía tiempo --como en la industria
'del algodón-. , la Gran Depresión introdujo modificaciones significa-
ftvas. Lo menos que produjo --como en el caso de la nómina de
los hilan~eros de Bolton en 1887- fue una sistematización general
ae las tarifas a destajo; pero también pudo suponer el franco recono-
cimiento del «incremento de productividad» como un elemento perti-
nente par-a los ~alarios por pieza producida, como ocurrió en Oldham,
donde predominaban las sociedades anónimas. 69
Por supuesto, el objetivo de esas innovaciones era reducir el coste
de man? de obra por unidad de producto. Cuando esto no se lograba,
~l _P~tron n? ganaba nada con la intensificación del trabajo, salvo
"quizas un cierto ahorro general de capital y de mano de obra en
.?tros sectores de la producción. Los trabajadores atrasados o dóciles
, 63. J~f~erys,. op . .c~t, pp . .129-~30, 154-155; M. L. Yates, Wages and La-
~our condztzons m Brztzsh Engzneerzng, 1937, pp. 86, 88, 98.
'., 64. ~· C. on Govt. Contracts (2.469); J. Deutsch, Auslese u. Anpassung
tn del Szemens-Schuckert Werken, Wien (Schriften des Vereins f. Sozialpolitik,
vol. CXXXIV).
~:;
65. Yates, op. cit., p. 98;. Cens? salarial de 1906, Cd. 5.814 (1911), p. 15.
~6. A. Carbonnel de Camsy, L ouvrier dans les mines de fer ... de Briey,
Pans, 1914, pp. 81-82; L. Bosselmann, Entlohnungsmethoden in d. südwest-
peutsch-luxemku~gischen Eisenindustrie, Berlín, 1906, p. 144. 1
67. A. ~illiams, Life in a railway factory, 1916. 't;;
68. A. Zunmermann, «D. Arbeitstarifvertrag im Deutschen Reich» (Schmo-
/lers .Jahrb., XX?U• ~907, ~· 339), _Dora Landé, Arbeíts-u. Lohnverhaltnisse i. d.
Perlzner Maschznemndustrte (Schriften des Vereins f. Sozialpolitik vol cxxx1v ' ¡
1910) y muchas otras publicaciones alemanas sobre el terna. ' · ' '
. 69. Jcwkes y Gray, op. cit., pp. 60 ss., 82 ss.
¡·r"
.,."'
380 TRABAJADORES COSTUMBRE, SALARIOS E INTENSIDAD DE TRABAJO 381

no presentaban ningún problema. Idealmente se les podía «estimular»· ~ ertos en eficiencia o tasadores calificados para establecer los pre-
sólo aumentando la velocidad de la máquina o mejorando la efectivi- 4os de las tareas de una manera correcta y completa. Era raro que
dad de la supervisión, pagándoles tarifas fijas por tiempo de tra- / 11 producción en masa estuviera tan uniformada como para que los
bajo y apropiándose, por consiguiente, de todo el beneficio. Este sis- ' productos permanecieran idénticos durante períodos prolongados. Los
tema -llamado «sistema continental»- 70 se aplicó a veces: por 1I1étodos técnicos y los productos presentaban variaciones. Por con-
ejemplo, cuando la industria de cintas de Coventry pasó a la pro- ~guiente, los nuevos programas de pago no solían asegurar una adap-
ducción fabril en la década de 1850; así como en muchas fábricas ~~ión gr~~ual. Podían cre~r incluso -como en el caso de la indus-
de calzado de la primera época.71 La difundida práctica de sobornar . fha mecaruca- esos conflictos permanentes a propósito de la fija-
ª los «caballos con cencerro» o «perseguidores» para que marcaran dón de precios para tareas nuevas o para el trabajo con máquin~s
el ritmo de trabajo a los demás obreros, también evadía el problema nuevas, que hicieron la fortuna de los delegados sindicales. Esto ex-
de los pagos con incentivo. Los trabajadores un poco menos inde- · vlica la tendencia moderna a volver a las tarifas fijas por tiempo
fensos o un poco menos ignorantes podían recibir una simple grati- trabajado (aunque basadas sobre una norma de producción por uni-
ficación o premio por toda producción que excediera la norma, sin dad de tiempo calculada y controlada de un modo mucho más cien-
que importara el volumen de la misma. Este sistema se utilizó mucho tilico), como en la industria automotriz norteamericana. Sin embar-
en Lancashire hasta que los sindicatos de tejedores lograron elimi- go, como lo atestiguan los escritos de Alfred Marshall,73 hasta 1914
narlo. 72 Pero los obreros fuertes o «instruidos» debían recibir unos la organización científica del trabajo y la difusión del pago por pro-
incentivos más realistas, porque de lo contrario se limitaban a hacer ducción siguieron desarrollándose paralelamente.
«huelga de celo». . Es casi innecesario demostrar la eficacia de los nuevos métodos.
Por consiguiente, la enorme importancia del pago por produc- Jewkes Y Gray han calculado el alcance del incremento de producti-
ción durante este período refleja ampliamente el hecho de que los . vi.dad en las hilanderías de algodón entre 1876 y 1906, y sus esti-
patronos ya tenían que negociar con una clase trabajadora conoce- ~aciones concuerdan con las realizadas en la época por la Comisión
dora de las «reglas del juego» y dispuesta a realizar un esfuerzo sólo . lfeal acerca de la Depresión del Comercio.74 Sin embargo, el ahorro
proporcional a la recompensa, estuviese o no organizada en sindica- real de coste de mano de obra -23 por ciento entre 1876 y 1886-
tos. Esta circunstancia también desalentó el trabajo a destajo corrien- fue frenado a partir de entonces por la resistencia de los obreros.
te; porque con este sistema la única forma de lograr que los costes El incremento de producción per capita que supuso la substitución
de mano de obra disminuyeran eran las periódicas reducciones de de los salarios por tiempo trabajado por los salarios por producción
tarifas, procedimiento siempre impopular. Por lo tanto, todos los -7-Y el incremento de los accidentes que ello solía traer aparejado-
nuevos sistemas de pago por producción tendían automáticamente a e8 cosa tan obvia que casi no requiere prueba alguna. Según el
introducir el pago regresivo: es decir, que cada nuevo incremento de manual norteamericano citado más arriba, la eficiencia del trabajo a
la producción se pagara según una tarifa inferior a la del incremento destajo o con primas era de un 78 por ciento, frente a los porcenta-
precedente, hecho éste generalmente (y a menudo intencionadamen- jes antes mencionados.75 Bastará un solo ejemplo tomado del perío-
te) oscurecido por la inmensa complejidad de esas tarifas. Pero aun- do que estamos considerando. Durante la década de 1890, la pro-
que de esta manera la reducción de los costes de mano de obra resul- . ducción por hombre en la industria belga del vidrio permaneció esta:•
taba en teoría automática e implícita, en la práctica eso ocurrió ' ~ilizada entre 750 y 800 unidades; aumentó alrededor de un 25 por
pocas veces. Era raro que las empresas contaran con los suficientes 01ento hasta 1903, fecha en que se introdujo el pago por producción

73. Industry and trade, libro 2, cap. XII .

70. R. c. on Labour, grupo e, 1893-1894, XXIV, Qs. 33.296-9. .· 74. Jewkes y Gray, op. cit., pp. 41-42; Royal Commission on the Depres-
71. S. y B. Webb, Industrial democracy, pp. 397 ss., 401 n. on of Trade, citado en Schulze-Gaevernitz, D. Grossbetrieb, 1895, p. 117.
72. Schloss, op. cit., p. 53. . 75. AHord, op. cit., p. 1.333.
 -- -"Ir - -

382 TRABAJADORES COSTUMBRE, SALARIOS E INTENSIDAD DE TRABAJO 383

junto con una prolongación de la jornada de trabajo; a partir de en-~ ·
tonce¿ subió rápidamente, con fluctuaciones, hasta representar hacia
1909 un 300 por ciento con respecto al nivel de 1890 y un 200 por
ciento con respecto al de 1903.76 Por fin los patronos se habían dado
cuenta de las fantásticas economías en el coste de mano de obra que
podía suponer la utilización científica de la misma. Cabe argumentar
que el recurso a esta reserva mediante la explotación eficiente era al
menos tan importante para el progreso continuo de la economía corno
la reducción de otros costes.77
En este análisis somero he tenido que hacer simplificaciones ne-
cesarias y deliberadas. Por ejemplo, me he concentrado en un aspec-
to de los programas de incentivos -los salarios a destajo regresi-
vos-, con exclusión de otros métodos para lograr resultados funda-
mentalmente idénticos; a veces, como en el caso del propio sistema
de Taylor, a expensas de otras empresas mediante el acaparamiento
de la mejor parte de la mano de obra existente en el mercado local.
Además, me he concentrado en un aspecto de la organización cientí-
fica del trabajo -el ahorro directo real de tiempo de trabajo por
trabajador-, en lugar de considerar otros aspectos que también inci-
den sobre el uso eficiente del tiempo de trabajo, aunque no tanto
por el ahorro de mano de obra como por el ahorro de capital; por
ejemplo, los diversos sistemas de trabajo por turnos y de trabajo
continuo, que también fueron muy reformados y desarrollados a par-
tir de 1860, en parte como respuesta a la presión de los obreros en
favor de una reducción de las horas de trabajo.78 También me he li-
mitado a ilustrar el análisis con ejemplos procedentes de unos pocos
países situados alrededor del Atlántico, porque he querido evitar las
complicaciones que hubiese supuesto la consideración de grandes di-
, rendas en la cronología del desarrollo industrial. Esta simplifica-
'ón corresponde al deseo de dirigir la atención hacia las conclusio-
nes p~incipales expuestas al comienzo. Conclusiones, obviamente, muy
aproximadas, y que sólo podrán ser verificadas en forma satisfactoria
cuando se haya investigado más el tema de la intensidad en el tra-
~.ajo Y de la pro~u~ción_ por obrero en el siglo x1x. Tales investiga-
o,ones deberan dtstmgmr en la medida de lo posible --<:orno muy
pocas veces se ha hecho hasta ahora- entre los diferentes efectos
de reducción de costes derivados de la mecanización y los derivados
de ~tras. f?r.mas de reorganización de la división del trabajo, por el
camtno imc1ado por la comisión de las Naciones Unidas sobre la
índust_ria ~:xtil ~e América Latina. Esto supondrá un gran trabajo de
wvest1gacron, as1 como la cooperación de estudiosos dotados de bue-
os c~nocimi;~t.os de mecánica, contabilidad e historia, porque su-
gondra el anahs1s de los procesos de trabajo y la contabilidad de los
c_?stes d~ muchos tipos particulares de trabajo. La importancia de
~s cambios sobre los que este artículo ha tratado de llamar la aten-
~ón quizás haya sido de alguna manera subestimada por el hecho
de q_ue el materi_al dis~onible no suele decir mucho acerca de los tipos
P?rtlculares de mtens1dad en el trabajo y por el hecho de que mu
ºd ~ y
t>,O~~s. veces 1os hi stona ores es tan capacitados para emprender tales
anáhs1s.

76. E. Mahaim, Untersuchungen über Preisbildung: Bdgien (Schriftten

des Vereins f. Sozialpolitik, vol. cxuv B), p. 269. (Este trabajo está publicado
en forma de libro en versión francesa.)
77. Y que la superioridad de la industria norteamericana sobre la británica
se debía en gran parte a ese factor. Cf. la fecunda observación, realizada en
1872, según la cual en Gran Bretaña el «ahorro de mano de obra» significaba
un desplazamiento de esa mano de obra, mientras que en los Estados Unidos
significaba una reducción de tiempo o de mano de obra en una determinada
tarea. (J. Richards, A treatise on ... woodworking machines, Londres y Nueva
York, 1872, pp. 55-56.)
78. Cf. P. Boulin, L'organisation du travail dans les usines a feu conti::z:,
París, 1912, y J. Rae, Eight hours work, 1894, acerca de algunos sistemas desa-
rrollados en el período que estamos considerando.

15. TRADICIONES OBRERAS
¿Qué papel desempeña el hábito, la tradición y la experiencia
histórica específica de un país en sus movimientos políticos? En lo
que al movimiento obrero se refiere, el problema ha sido analizado
más por los políticos (Marx frente a Wesley) que por los historiado-
res. En este ensayo me propongo ilustrarlo a partir de una compa-
ración de la experiencia de Francia y de Gran Bretaña, los dos países
en que el movimiento obrero data de más largo tiempo.
Por supuesto, el movimiento obrero -considerado desde el punto
de vista político o industrial- es un fenómeno histórico reciente.
Hubiera o no continuidad entre las asociaciones de oficiales y los
primeros sindicatos, es una mera cuestión de anticuario enfocar el
movimiento de la década de 1870, o incluso el de la década de 1830,
por ejemplo, desde el punto de vista de los primitivos gremios de
sombrereros y de adobadores de piel. Sin embargo, desde la perspecti-
va histórica, el proceso de construcción de nuevas instituciones, nuevas
ideas, nuevas teorías y nuevas tácticas pocas veces empieza siendo una
tarea deliberada de ingeniería social. Los hombres viven rodeados
por una amplia acumulación de mecanismos institucionales del pasa-
do, y es natural que escojan los más convenientes y los adapten a sus
propios (y nuevos) fines. Por supuesto, el historiador que rastrea estos
procesos no debe olvidar la función específica asignada a las nuevas
instituciones; el analista funcional tampoco debe olvidar que el con-
texto histórico específico tiene que colorearlas (y quizás ayudar, obs-
taculizar o distraer el funcionamiento de las mismas).
·
Consideremos un par de e1emplos
· extremos. En 1855 los obreros
de los yacimientos de pizarra de Trelazé, descontentos con sus con-
diciones económicas decidieron pasar a la acción: marcharon sobre
,
· , ·
TRADICIONES OBRERAS 385
.
Angers Y proclamaron una Comuna revolucionaria, inspirándose pro~
1 ..",
bablemente en la Comuna de 1792. Nueve años más tarde los mi-
neros de~ carbón de Ebbw Vale también estaban agitados. Lds grupos
de las diversas aldeas del valle marcharon hacia la montaña enca-
bezados por bandas de música. Se pronunciaron discursos, el grupo
de f:b?w Val_e ~istribuyó té a razón de 6 peniques por persona y
el mitm termmo con el canto del Gloria in excelsis Deo. 2 Tanto los
JIJineros galeses como los picapedreros bretones estaban comprome-
údos en el mismo tipo de agitaciones económic;as. Es evidente que
arn~as d~fería~ entre sí porque las historias de sus respectivos países
habian sid? diferentes entre sí. El volumen de experiencia pasada al
que recurrieron para aprender cómo organizarse, para qué organizarse,
dónde escoger su cuadro dirigente, así como la ideología de esos diri-
gentes, estaba integrado al menos en parte por elementos específica-
111ente franceses y británicos: grosso modo, en el primer caso la tra-
dición revolucionaria; y en el segundo, la del radicalismo di~idente.
Quizá convenga mencionar otros ejemplos concretos. Cuando en
)828 los. te!edores y lo.s subcontratistas de Lyon quisieron organi-
.r un smdicato, orgamzaron naturalmente su «Mutualidad» sobre
' base del modelo revolucionario. Por ejemplo, se referían al año
e su fundación como al «Año Uno de la Regeneración» -eco evi-
ente. del jacobinismo- y se organizaron en pequeños grupos de
r nspiradores, al parecer inspirados en cierto modo en el modelo de
abeuf, • aunqu~ q?izá también en los viejos Compagnonnages,4 y en
3
.necesidad practica d~ eludir la Ley Chapelier. Otro ejemplo: du-
te el Segundo Imperio, el programa de los obreros derivaba mani-
est~men~e de la clásica doctrina jacobina radical; los izquierdistas
dian simplemente a Robespierre y a Saint-Just, cuando no a Hé-
, rt Y a Jacques Roux en busca de inspiración, mientras que los li-
rales buscaban la suya más hacia la derecha. Todavía en la década
e 1890 el anarquista Émile Pouget -más tarde dirigente de la
GT- tomaba como modelo para el estilo y el título de su periódico
vie ouvriere en France sous le second Empire, París,
. 2. Ness Edwards The hz.sto 0 ¡ th s h wales · L
,gma
· 39. ' ry e out mzners ondres 1926
' '
81 f- 1:ª1¿º}/{x
~· a L~, mouvement ouvrier et les idées sociales en France de
:4
w 11!, Zf G szekcle, L~s CouUrs de lahSorbonn~.: Fas~. III, PP- 83-84.
· exis, ewer verezne u. nterne merverbande zn Frankréch Leip-
' 1879, pp. 123-124. ' ,
386 TRABAJADORES
Le Pere Peinard al Pere Duchene de Hébert. Además la ideología
revolucionaria se imponía automáticamente a los obreros e intelec-
tuales avanzados que formaban el núcleo del grupo dirigente del rno-
vimiento. Los obreros de la porcelana de Limoges eran republicanos
y pasaron fácilmente de los métodos sindicales a los políticos; por
ejemplo, cuando su sindicato fue prohibido, organizaron de inmediato
una comuna revolucionaria.5 La izquierda del departamento del Nie-
vre se opuso al golpe de estado de Louis Napoleón y se organizó en
una sociedad secreta conocida por el nombre de «Jeune Montagne».6
En Gran Bretaña la situación es más compleja, porque la origina-
ria tradición radical democrática se había desarrollado en dos alas,
cuya línea divisoria era en gran parte (para simplificar) la misma que
separaba a los artesanos y a los miembros de los gremios de las ciu-
dades más antiguas, de los obreros de los nuevos centros fabriles y
mineros: por un lado, los secularistas radicales; por el otro, los meto-
distas disidentes. En Londres, por ejemplo, la tradición disidente
nunca arraigó realmente como una tradición de izquierdas, hecho
que quizás explique la influencia relativamente mayor del marxismo
en ese lugar en épocas ulteriores. De todos modos, un trabajador
tan inclinado hacia la religión como George Lansbury se encontró
en la Federación Socialdemócrata marxista en los comienzos de su
carrera política, y nunca se sintió atraído hacia las capillas disiden-
tes, aunque sí hacia la Iglesia de Inglaterra, caso muy poco común.
En las provincias el camino conducía más naturalmente hacia el Par-
tido Laborista Independiente (ILP) o hacia el metodismo laico. De
hecho, nos encontramos con dos líneas de descendencia intelectual.
Una arranca de hombres como Tom Paine, pasa por hombres como'
los radicales ateos del período de Owen y Carlyle, hasta llegar a los
secularistas de mediados de la época victoriana, como Holyoake y
Bradlaugh, y, a partir de 1880, hasta los marxistas. De esta tradi-
ción derivan algunos de los mecanismos de organización más impor-
tantes del movimiento obrero: la «Corresponding Society» de la dé-
cada de 1790, el panfleto, el periódico de la clase obrera, la petición
al Parlamento, el mitin y el debate públicos, etc.; y también, por su-
puesto, su interés -nada excesivo sin duda- por la teoría.
En cierto sentido, esta primera tradición se remonta hasta la rama
5. W. Lexis, op. cit., pp. 183-184.
6. Duveau, op cit., pp. 89-91.
TRADICIONES OBRERAS 387
': aquellos disidentes del siglo XVII que en el siglo siguiente evolu-
.:onaron hacia el deísmo y luego hacia el agnosticismo. Una parte
e la otra tradición -sobre todo en la Escocia calvinista- se re-
onta directamente a la revolución del siglo XVII, que todavía com- ..
¡.
tía .en el plano de la ideología religiosa. Incluso en Inglaterra, el
etano independiente siguió siendo un tipo puro, retratado, por
jemplo, en el Zechariah Coleman de Mark Rutherford.7 Sin em-
go'. lª. tradición obrera de disensión deriva en su mayor parte del
urgim1ento del metodismo; más particularmente, de la serie de
pturas que se produjeron a partir de 1810, la más conocida de las
ales es el Metodismo Primitivo. Ésa fue la escuela en que los
uevos proletarios de las fábricas, los peones rurales, los mineros y
tros trabajadores de esa clase aprendieron cómo organizar un sin-
'cato tomando como modelo la capilla y la parroquia. Basta con
er el informe de distrito de un sindicato de peones de granja de
8
, st Anglia para advertir cuánto deben a ese modelo. Como ha
ostrado el doctor Wearmouth, del metodismo también procedieron
~ortantes mecanismos de agitación de masas y de propaganda: el
'ttn de campo, el mitin de clase, etc. Sin embargo, la disidencia
~~porcionó, por e?c~ma de todo, el fondo ideológico común del grupo ·•
igente del mov1m1ento, sobre todo en las áreas mineras. Cuando
· 18~3 Lord Londonderry expulsó a los líderes de la agitación de
~ mmeros de Durham, dos tercios de los metodistas primitivos de
zona resultaron perseguidos; 9 y cuando en la década de 1870 un
' dicato de peones de labranza de Lincolnshire se encontró en difi-
tades, contempló la posibilidad de fusionarse con los metodistas
!fuiitivos. Es evidente que esta secta era para los mineros de Dur-
de la década de 1840 o para los peones de Lincolnshire de la f
écada de 1870, lo mismo que el Partido Comunista es actualmente ,i'"
:¡:
' .ª los trabajadores franceses: el marco de referencia para su grupo
igente.
Semejante fenómeno religioso no es totalmente desconocido en
.rancia. En algunas zonas del sur, la minoría hugonote siempre ha
do, por razones obvias, más bien anticonservadora y por consi-
7. M:;ttk Rutherford, The revolution in Tanner's Lane.
8. Rermpreso en E. J. Hobsbawm, ed., Labour's turning point 1880-1890,
ndres, 1948, p. 89.
9. R. F. Wearmouth, Some working-class movements of th~ ~ineteenth cen-
ry, Londres, 1948, p . 305.
'
/
TRADICIONES OBRERAS 389
388 TRABAJADORES
Además, el sector del socialismo francés que más tarde apoyaría con
guiente de ella ha surgido una cantidad enorme de líderes de izquier- ¡Dás entusiasmo la política de apaciguamiento, y que colaboraría con
das. Pero en conjunto ese fenómeno no tiene gran importancia para ' pétain -Dumoulin, Belin y otros-, derivaba en gran parte del ala ..
·
el movimiento obrero francés. Esta diferencia de tradición propor~ arquizante del movimiento obrero de antes de 1914. En general,
dona una explicación fácil de los diferentes grados de radicalismo . el sistema político francés había aprendido hacía mucho tiempo a
político de Gran Bretaña y de Francia. ¿Pero es válida esta expli- !llanejarse con estas formas más antiguas de revolucionarismo, a me-
cación? nudo intrínsecamente moderadas. Cuando en 1920 se formó el Par-
Una t~adición revolucionaria puede ser políticamente moderada; tldo Comunista Francés, de inmediato se adhirieron a él una serie
una tradición religiosa no tiene por qué serlo necesariamente. Cuan- de respetables :figuras de clase media, porque, según una tradición
do los principales communards volvieron del exilio en 1880 se en- iµuy arraigada, «el hijo de la familia comienza su carrera en la extre-
contraron por lo general 10 situados en la extrema derecha de un lila izquierda, bajo la indulgente mirada del clan, para terminarla en
movimiento que rápidamente estaba cayendo bajo la influencia socia- la más respetable de las posiciones»P De hecho, un grupo de ferro-
lista. La disposición para levantar barricadas no indica necesa.riamen- viarios revolucionarios, que más tarde daría una serie de líderes · al
te la existencia de un programa extremista. Durante gran parte del nuevo partido (Sémard, Monmousseau, Midol), al principio se negó
siglo XIX la tradición revolucionaria francesa era sólo un aspecto del a; afiliarse por esa razón. Sólo se «bolchevizó» unos años más tarde. 13
radicalismo liberal francés, cuyos partidarios se encontraban ideoló- Por otra parte, una tradición religiosa puede ser muy radical. Es
gicamente bastante cerca de respetables secularistas republicanos bri- cierto que algunas formas de religión se utilizan como droga para
tánicos como George Odger. Resulta significativo que la forma calmar el dolor provocado por las tensiones sociales intolerables, y
moderna de movimiento revolucionario, el Partido Comunista, haya proporcionan una alternativa con respecto a la rebelión. Algunas,
supuesto en ciertos aspectos una ruptura igualmente grande con res- como el wesleyanismo, lo hacen de modo deliberado. Sin embargo,
pecto a las tradiciones francesas que con respecto a las inglesas, ep la medida en que la religión es el lenguaje y el marco de toda
aunque en otros aspectos sea una continuación de ambas. acción general en las sociedades no desarrolladas -y también lo fue
Los avatares de la corriente anarquista -evidentemente una de en gran medida entre la gente común de la Gran Bretaña preindus-
las más violentas del movimiento obrero francés- ilustran este trial-, las ideologías de rebelión serán también religiosas.
punto. En general, los pequeños maestros y artesanos que constituían. Dos factores ayudaron a mantener a la religión como una fuerza
el soporte principal del anarquismo francés eran muy combativos. ~otencialmente radical en la Gran Bretaña del siglo XIX. En primer
· (Sin embargo, su padre espiritual, Proudhon, era notablemente pa- lugar, el acontecimiento político decisivo de nuestra historia, la re- tr
d:fico.) Lucharon, a menudo en forma descontrolada --como lo hi- volución del siglo XVII, se había producido en una época en que la
cieron sus homólogos de los pequeños gremios metalúrgicos de &ente común todavía no había adoptado el lenguaje secular moderno
~!
Sheffield- y atrajeron con facilidad a ciertos intelectuales radicales. de la política: fue una revolución puritana. A diferencia de Francia,
Pero así como los terroristas de Sheffield eran muy moderados en pues, la religión no se identificaba primariamente con el statu quo. Por
su política,11 del mismo modo los anarquistas franceses estaban situa- otra parte, los hábitos tardan mucho en morir. Todavía en la década
dos básicamente en el ala derecha de su movimiento. Después del de 1890 encontramos un ejemplo casi puro de la perspectiva medie-
estallido de la primera guerra mundial, su mayor logro -la CGT- val o puritana: las Iglesias Obreras. Su fundador, John Trevor, era
se desplazó con notable velocidad desde una posición aparentemente un retoño inadaptado de una de esas sectas, pequeñas y muy pia-
ultrarrevolucionaria hacia una prudente posición socialdemócrata.
' 12. A. Rossi, Physiologie du parti communiste fran~ais, 1948, p. 317.
A Zé ' De l'i troduction du marxisme en France París 1947 pá- • 13: A~erca de la crisis en. el Partido Comunista Francés, ~· L. '.frotsky,
. 10ÍlG · vaes, n ' ' ' The fzrst fzve years of the Comzntern, II, Nueva York, 1953, casi passzm, pero
gmas
11. Ass.cerca de 1a comb'maa.6n de acaon . , directa con moderaaon
·, extr ema en · especialmente pp. 153-155' 281-282 ' .321.
Sheffield, cf. S. Pollard, A history of labour in Sheffield, Liverpool, 1959. ·
/'
TRADICIONES OBRERAS 391
390 TRABAJADORES

.' El segundo factor era la extraordinaria presión psicológica ejer-

dosas, formadas por puritanos resentidos de clase obrera o de baJ·a · 1 · , · d · 1 1 '
d >1da por el industrialismo inicial en e primer pats m ustna , a ra-
clase media, que continuamente se divi ían para constituir comuni- P di al b d b 1
dades más devotas. Como otros movimientos intelectuales de media- ~~~:~:est~~ª~!~:r; d:i ~:s:r;~~~d:!e~~n~~º~ra' in::i~a~les~:: la:
dos de la época victoriana, la Disidencia se fue resquebrajando lenta- , 1 b b
JIJasas de desarraigados y la nueva c ase o rera uscaran una expre-
mente por la presión de los cambios sociales y políticos que se pro- sión emocional de su inadaptación, algo que reemplazara el viejo
<lujeron a partir de 1870; y durante la Gran Depresión Trevor se Jllarco de vida. Así como en la actualidad los mineros del cobre del
sintió atraído hacia el movimiento obrero, después de varias crisis de norte de Rhodesia se congregan alrededor de los Testigos de Jehová,
conciencia y de una carrera espiritual bastante llena de altibajos. In- 1 b 1 lº · 1 '
y así como entre os asutos e catac ismo ~ocia se .ex~resa a t~aves ,,¡,
capaz de concebir un nuevo movimiento político que no tuviera su de un resurgimiento de los cultos de magia y bruJena, del mismo •.
expresión religiosa, hizo del trabajo una religión. No era un socia- ~odo los comienzos del siglo XIX fueron en toda Europa una era de
lista cristiano; creía que el movimiento obrero era Dios, y alrededor atmósfera religiosa sobrecargada, intensa y a menudo apocalíptica,
de est.a creencia construyó su aparato de iglesias, escuel~s. dominica- · que se tradujo en campañas de renovación de la fe. en las áreas mi-
les, himnos, etc. Por supuesto,
. los tercos
, artesanos
. disidentes
, de ner as, en gigantescos mitines campestres , en conversiones, etc. Ahora
Yo:k shi re y d ~ L ~~cashne no comparti~n ~u pecu1i~r. teo1_ogia, cuya bien: allí donde la religión organizada era en general una importante
me1or caract~nzac10n_ es la de un ,urntansmo espmtuah~ado. Sin fuerza conservadora -como la Iglesia católica- el movimiento
embargo, habian crecido en una atmosfera en la que la capilla era el brero activo se desarrolló necesariamente al margen de ella. En
centro de su vida social y espiritual. La Gran Depresión (y aconte- ~tanda, además, la gran experiencia emocional de la Revolución había
·,,.

c~mientos tales com_o el ar~ncel de McKinley ~'; 1891.) les fue v~l- generado, a partir de un combustible puramente secular, su propio
viendo cada vez mas conscientes de la separac10n de mtereses ex1s- hiego emocional capaz de calentar la fría vida de los obreros. Recor-
tente entre el hermano patrono y el hermano obrero en el seno de demos al viejo obrero de la década de 1840 que murió con estas pa-
•'
las capillas; y nada les pareció más natural que suponer que la división labras, «Üh, sol de 1793, ¿te veré salir otra vez?». La gran imagen
política tenía que asumir la forma de una secesión de capilla, así como de la República jacobina ejercía su atracción, y alrededor de la repú-
antes la división entre los metodistas wesleyanos y los metodistas plica personificada se agrupaban las emociones de los hombres y mu-
primitivos había sido una división entre grupos políticamente conser- jeres que luchaban, del mismo modo en que más tarde se agruparon
,,".I
vadores y grupos políticamente radicales. De ese modo surgieron en en Alemania y en Austria alrededor de la personificación de sus pro-
el norte de Inglaterra las Iglesias Obreras, con su conocida paraferna- pias luchas: los partidos marxistas y sus líderes. En Gran Bretaña
lia de himnos, escuelas dominicales, bandas de música y coros de ño existía esa experiencia viva; pero estaban los conventículos y las
capilla, reuniones de damas para actividades benéficas en favor de s~ctas disidentes, independientes del Estado, comparativamente demo-
las pobres, etc. En realidad, eran algo que se encontraba a mitad de ctáticas y vivas. Esto explica la experiencia tan típica del movimien-
camino entre el radicalismo liberal político ortodoxo y el Partido La- to obrero británico: el joven obrero que «ve la luz», a menudo como
borista Independiente (ILP), con el que las Iglesias no tardaron en metodista primitivo, y que traduce sus metas políticas al lenguaje de
fusionarse. 14 Este fenómeno, producido hace menos de sesenta años, la Nueva Jerusalén. 15
hubiese sido imposible por cierto en un país en el que las tradiciones , No por ello ~se ~oven obrero tiene que ser menos militante o
políticas preseculares no hubiesen desarrollado unas raíces especial- fener menos concrencia de clase. Abundan las pruebas de la natura-
mente hondas.
15. Para este pasaje y los siguientes, véase el capítulo sobre Sectas obreras
en mi libro Primitive rebels, Manchester, 1959 [hay trad. castellana: Rebeldes
14. Cf. K. S. Inglis, «The labour church movement», International Review primitivos, Barcelona, Ariel, 1968].
of social History, III (1958).
392 TRABAJADORES TRADICIONES OBRERAS 393

leza muy combativa de los metodistas primitivos; Y a veces -com~ ecciones de táctica y divisas políticas, aunque éstas fueran inaplica-
en el remoto Dorset- incluso los conservadores wesleyanos podían es. Era muy difícil eliminar el hecho de que la tradición revolu-
ser. el punto de convergencia de los dirigentes obreros locales. Esta ¡:ionaria glorificaba la rebelión armada del «pueblo» contra el «rico»;
tradición tampoco impedía que los obreros hicieran progresos polí- ·_; eliminar los métodos consagrados de tal rebelión: comunas revolu-
ticos ulteriores. En nuestros días, hombres como Arthur Horner tionarias, dictaduras revolucionarias, etc. Si había que convertirla en
(evangelista en su infancia) y William Gallacher (cuya primer.a expe- su opuesto -por ejemplo, en una teoría de la evolución gradual y
riencia política se desarrolló en el movimiento por la abstinencia, de la colaboración social-, sólo podía hacerse de una manera indi-
subproducto de la Disidencia) llegaron a ser comunist~s: tecta; por ejemplo, utilizando sus aspectos liberales radicales contra
·Hemos de considerar entonces a estas dos tradiciones como si igs comunistas, como la CGT del período de entreguerras y la Igle-
se t~atara de otros tantos trozos de plastilina, susceptibles de ser sia católica posterior a 1945 trataron de hacer al idealizar su trai:li-
modelados hasta ajustarse a la forma de la situación concreta y a eión vinculada con Proudhon contra sus tradiciones vinculadas con
la modalidad de los movimientos obreros de cada país? Ninguna teo- B,¡ibeuf y con Blanqui; o bien -como hizo Gambetta-17 poniendo
ría se presta menos a convertirse en una doctrina de la «inevitabi- el énfasis en el interés común de todas las clases integrantes del
lidad del desarrollo gradual» que la teoría de Marx. Sin embargo, «pueblo» contra algún enemigo externo, como la «Reacción» o el
entre finales de la Gran Depresión y la primera guerra mundial esa «.Clericalismo». Pero el verdadero proceso de limar sus filos sólo po-
conversión se cumplió -en forma tácita o bien mediante llamativas día realizarse en la práctica mediante la glorificación de la Revolución
piezas de acrobacia ~x.egética- e~ .una se~ie de ?ª~se~. La lgles~a en teoría. Tarde o temprano el auténtico conservador tenía que rom-
católica en pocas maximas de polltlca social ha msistido con mas r netamente con esta tradición. La tradición de disidencia, en
fuerza que en la indeseabilidad de organiz~r a los i:atrono~ Y. a lo_s ~mbio, en la medida en que era religiosa, no estaba ligada con nin-
obreros en forma separada; sin embargo, sm excepciones sigruficati- , programa o experiencia pasada específicos, aunque durante mu-
vas las organizaciones conjuntas que ha respaldado en los países in- o tiempo hubiera estado asociada con unas exigencias políticas
du;triales quedaron al margen del movimiento obrero o bien -des- articulares. En esto reside precisamente la falacia de la afirmación
16
pués de algunas luchas- se convirtieron en sindicatos . normales. 'oderna según la cual «el socialismo británico deriva de Wesley
En realidad las ideas son más elásticas que los hechos. Sm embargo, t; no de Marx». En la medida en que el socialismo (o, en este
una tradiciÓn política o ideológica, sobre todo si resume auténticos ~ tido, también el liberalismo radical) era una crítica específica
modelos de actividad practica del pasado o si está incorporada a · e un determinado sistema económico y un conjunto de propuestas
unas instituciones estables, tiene vida y fuerza independiente Y debe ~a el cambio, derivaba de las mismas fuentes seculares que el
afectar el comportamiento de los movimientos políticos. Evidente- ~arxismo. En la medida en que era sólo una manera apasionada de
mente la teoría de la plastilina supone una simplificación exagerada. ·- alar la existencia de la pobreza, no tenía ninguna conexión in-
Si~ embargo cuando tratamos de calcular el peso efectivo que ínseca con ninguna doctrina política particular. En todo caso,
tienen tales tradiciones, abordamos una de las tareas más difíciles 'astaba con un leve desplazamiento del énfasis teológico para con-
que se le plantean al historiador. No obstante, podemos s~ge~ir l:gí- ertir al disidente activamente revolucionario en el disidente más
timamente algunas cosas. En primer lugar, que, al ser mas bien im- ·anquilo (como lo habían hecho ya tanto los anabaptistas como los
precisa políticamente, la tradición de disidencia era mucho má~ m~­ 'áqueros), o para que el militante de izquierdas se convirtiese en
leable que la revolucionaria. Detrás de ella no había una experiencia moderado. La diferencia de elasticidad de ambas tradiciones
histórica específica como la Revolución francesa, con sus programas,
17. Cf. sobre todo el «Discours prononcé le 12 aoilt 1881 a la réunion élec-
16. Cf. R. Goetz-Girey, La pensée syndicale fran~aise, París, 1948, pá· rale du :xx· arrondissement» (Discours ... de Léon Gambetta, ed. por J. Reí-
ginas 96 ss. . , París, 1895).
394 TRABAJADORES TRADICIONES OBRERAS 395

pueqe ilustrarse mediante casos individuales: la ~ransformaci?~ de '., -01encia, y que situaciones muy tensas, como la que se planteó en
John Burns de la posición de agitador revolucionario a la ~e rrurustr.o Glasgow en 1919, no hubiesen podido ser controladas con tanta fa-
20
liberal supone inevitablemente una ruptura con sus creencias marxis- lliidad.
tas de la primera época. Por otra parte, el seño: ~ov~, propietario Por supuesto, es bastante cierto que en la vida cotidiana normal
minero de Brancepeth, que en su juventud fue sindicalista Y que en del movimiento obrero la presencia o la ausencia de una tradición
1863-1864 destruyó la Asociación de Mineros de Durham, pudo ter- revolucionaria no tiene una importancia inmediata. Desde el punto
minar su vida tal como la había iniciado: como un metodista primi- de vista de la obtención de salarios más elevados y mejores condi-
tivo, activo y piadoso.18 .. , _dones de trabajo, la disposición de los picapedreros de Trelazé a
De este primer punto deriva un segundo. Una tradicion revo- proclamar la república social arrojando sombreros hacia el cielo sólo
lucionaria es de por sí una constante incitación tácita a la acción, o era una forma específicamente combativa de manifestación .de masas.
a simpatizar con la acción. El alzamiento de Newport, de ~839 fue, .Incluso pudo no haber sido la manera más efectiva de imponer sus
desde el punto de vista numérico, un asunto mucho mas seno -aun- reivindicaciones económicas inmediatas. O bien, quizás hubiera sido
que mucho peor manejado- que el alzamient? del ~st~ de Dublín útil sólo p~rque cuando se trata de organizar a unos obreros débiles
de 1916. Sin embargo, sus efectos sobre la decada sigmente fueron y no organizados, que han de enfrentarse con una fuerte oposición,
mucho menores que los de la intentona irlandesa, Y su repercusión la táctica agresiva y aparatosa siempre resulta la más eficaz. (Por esa
en la tradición popular británica, o incluso en la galesa, fue incom- ·: razón, los revolucionarios políticos siempre han desempeñado un papel
parablemente menor. Uno encajaba dentro de un ;uadro en .el que desproporcionadamente grande en ese modo de organización, ya fuese
«el rebelde» tenía asignado ya un puesto desde hacia mucho tiempo; en los movimientos del <<nuevo sindicalismo» británico de 1889 y
el otro, no. . 1911, entre los enlatadores de sardinas de Douarnenez, en la industria
Por consiguiente, uno se convirtió fácilmente en fuente de ms- tQ.ecánica ligera británica de la década de 1930 o incluso en los sin-
piración 0 en mito; el otro sólo se convirtió en un oscuro incide~te dicatos norteamericanos y canadienses de la misma década.) Sin em-
histórico. Esa diferencia es muy importante, porque lo que determma oargo, en épocas de rápido cambio político y de gran tensión, su
que un movimiento sea revolucionario no es la di~posic~ón a utilizar presencia o su ausencia puede ser un factor independiente impor-
la violencia sino una cierta manera de usar la v10lencia o de ame- !ante; por ejemplo, en Alemania a partir de 1918.
nazar con usarla. Ningún otro país europeo tiene una tradición más Por consiguiente, la tradición revolucionaria era política por na-
fuerte de amotinamientos que Gran Bretaña; tradición que perduró turaleza; la tradición de disidencia, en cambio, no lo era de una ma-
hasta bastante más allá de la mitad del siglo XIX. En el siglo XVIII nera tan directa. No es fácil decir hasta qué punto este hecho ha
el motín estaba reconocido como una parte habitual de la negociación é'ontribuido a que el movimiento obrero francés tenga un carácter
colectiva.19 La coerción y la intimidación eran vitales en las primeras ucho más político. Los movimientos sindicales débiles suelen vol-
épocas del sindicalismo, cuando la inmoralidad del hecho de romper carse hacia el activismo político en busca de fuerza adicional; mien-
una huelga todavía no formaba parte del código ético del ol;>rero or- ~as que los fuertes no tienen que preocuparse en tal sentido; y a lo
ganizado. Sería insensato afumar que, si Gran B:etaña hubiera ~~n- largo de todo el siglo XIX y del xx los sindicatos franceses han sido
tado con una tradición revolucionaria, habría temdo una re~oluc10n. mucho más débiles que los británicos. Sin embargo, esto no explica
Sin embargo, es lícito afirmar ~ue episo~ios como l?s alzamien~os de. d~~ todo dos hechos llamativos: la mayor velocidad con que la opi-
Derbyshire y de Newport hubiesen podido produorse con mas fre- mon de la clase obrera francesa se volvió socialista y la mayor inter-
sambiabilidad de la agitación política y sindical.
18. E. Welbourne, Tbe miners' unions of Northumberland and Durbam,
Cambridge, 1823, p. 115. - . ·, 1 · , 20. Cf. Y'.·Gallacher, Revolt ~n_ the Clyde, Londres, 1936, cap. X, para un
19. Halévy, op. cit., 1, pp. 148 ss. Acerca de la negociac1on co ect1va a relato autocntico de uno de los «dirigentes lmelguistas sólo eso· habíamos olvi-
través del amotinamiento, véase más arriba, capítulo 2 (pp. 16 ss.). do que éramos dirigentes revolucionarios». ' '
 TRABAJADORES
396 TRADICIONES OBRERAS 397
Así en Francia el movimiento socialista y obrero comenzó a .
ganar ~unicipios unos veinte años antes que en Gran ~retaña. El significativo en el sindicato de mineros.) La carrera de Horner se
primer ayuntamiento británico que tuvo una mayoría labonsta-radical- '.divide en dos partes: el primer período, en que era fundamental-
irlandesa fue el de West Ham en 1898. Ya en 1881 el Parti Ouvrier mente un líder político, con una poderosa base local en Maerdy; y
ganó su primera mayoría en Commentry. Hacia 1892, cuando los con- ·el segundo, en que --después de su salida de los puestos dirigentes
sejeros socialistas (a menudo aún no electo~ como tales~ tod~vía eran del Partido Comunista- se concentró en la tarea sindical. Pero el
poquísimos en Gran Bretaña, sólo los marxistas r~voluc1onanos -sin Horner que llegó a ser el más hábil líder que jamás hayan tenido los
contar a los posibilistas, a los alemanistas y a vanos otr~s _g~upos que mineros británicos, nunca fue un líder de su partido en ningún sen-
22
lucían la etiqueta socialista- gobernaban en 12 mumc1p1os, entre tido significativo, aunque haya sido un ornamento del mismo.
ellos Marsella, Tolón y Roubaix. La disparidad es todavía más mar- Del mismo modo, es difícil encontrar huelgas políticas con éxito
cada en las elecciones parlamentarias. o tan sólo seriamente emprendidas en Gran Bretaña, aunque sean
Además, las actividades políticas de los sindicatos. británicos siem- corrientes las huelgas de simpatía y de solidaridad (que corresponden
pre han sido muy limitadas, aunque este hecho hubiera quedado os- a los más estrictos cánones del sindicalismo). La huelga general de
curecido por la circunstancia de que quienes tomaban parte en las 1926 pertenece a esta clase. Resulta difícil pensar en un equivalente
mismas a menudo eran también sindicalistas. Los sindicatos financian británico de las huelgas generales en favor de la reforma electoral,
al Partido Laborista, aunque dista de estar claro (salvo en determi- emprendidas en otros países de Europa por movimientos dirigidos
nados casos especiales) hasta qué punto los miembros de los sindica- por marxistas entre 1890 y 1914; como ocurrió en Bélgica y en
tos votan por el Partido Laborista por el hecho de que sus sindicatos Suecia. Sin embargo, las huelgas políticas no son inconcebibles en
apoyen a ese partido o bien son tanto miembros de sindicatos como Gran Bretaña, especialmente en épocas de excitación intensa y casi
votantes del Partido Laborista por el hecho de ser «gente de la revolucionaria, como en 1920, en que hubo una amenaza de huelga
clase obrera». Por cierto, los candidatos · puramente sindicales muy de ese tipo contra la intervención británica en la guerra ruso-polaca.
pocas veces han tenido éxito. En el Londres d~ la~ d~cadas de 1870 Con todo, la existencia de una tradición política casi siempre las
y 1880 los candidatos propuestos por el ConseJO Smd1cal de Londres favorece, aunque por supuesto el alcance de las mismas es siempre
(London Trades Council) obtuvieron muchos menos votos que los .más limitado (salvo en épocas de revolución) de lo que suelen supo-
propuestos por organizaciones políticas como la Sociedad Secular Na- _ner sus defensores.
cional (National Secular Society),21 y en la década de 1950, el repre- 1• En tercer lugar -aspecto éste muy importante-, una tradición
sentante electo de los delegados sindicales (comunista) de una gran revolucionaria apunta por definición a la transferencia del poder.
fábrica automotriz sólo obtuvo una cantidad ridícula de votos en una Puede hacerlo de una manera tan poco eficiente, como los anarquis-
región llena de obreros que en su fábric~ votab_an por él y -.?e~o tas, que no es preciso tomarlo en serio. Pero esa posibilidad siempre
aún más importante- le seguían. El caracter tajante de la distmc1on és explícita. El .historiador del cartismo, por ejemplo, difícilmente
resulta especialmente claro en el caso de un hombre como Arthur puede dejar de apenarse por la extraordinaria debilidad del mayor de
Horner, quien fue tanto una figura política como un sindicalista, com- todos los movimientos de masas de los trabajadores británicos; y
binación muy poco frecuente. (Aneurin Bevan, por ejemplo, fue una más aún por la ecuanimidad con que lo observaba la clase dominante
figura política muy importante, pero nunca deesmpeñó un papel muy
. 2~. A la inversa, en Franc~a, Pierre Semard, que comenzó siendo un sin-
dicalista puro, fue durante un uempo secretario general del Partido Comunista
y_Lé~i; Mauvais (secretario de la CG~ en 1933) lleg? a ser, secretario de orga~
1 .
21. Así en las elecciones de 1882 para la Junta de Educación de Lon?res
(London School Board), los candidatos sindic~les (salv_o uno que ya era tn1em- mzacron de~ P: C. en 1947. _Charles Tillon, que también tema una base princi-
bro de la Junta) hicieron un papel muy mediocre; rmentras que Helen Taylor p~ente smdi_ cal en Bretana .-~;ro c_o~binada con_ la P<;>lítica m~nicipal­
y Aveling, cuyas vinculaciones eran b_ásicamente políticas o ideológicas, resulta- ll~go a ser el J_efe de la orgaruzacron rmlitar de la resistencia comurusta y mi-
ron elegidos. lllstro del gobierno de De Gaulle; otro tanto sucedió en el caso de Luden
· Midol. Esta lista podría ampliarse.
 TRABAJADORES
398
britátiica, cuando no estaba asustada por una revolución extraniera. 23
Esta ecuanimidad estaba justificada. Los cartistas no tenían la menor
idea de qué hacer si su campaña de recolección de firmas para una
petición no lograba transformar al Parlamento, como por supuesto
inevitablemente ocurriría. Porque incluso la propuesta de una huelga
general («mes sagrado») era, como señalaron quienes se oponían a
ella sólo otra forma de expresar una incapacidad para pensar en lo
que' había que hacer: «¿Vamos a echar sobre la ~ociedad. a c~ntena­
res de miles de hombres desesperados y hambrientos, sm ninguna
meta específica a la vista o sin haber establecido ningún plan de ac-
ción sino confiando en un conjunto de afirmaciones azarosas sobre
las ~onsecuencias que ese hecho pudiera entrañar?... Me opondré a
que se fije un día para la huelga ( holiday) . ~asta que dispongam?~ de
más pruebas, primero respecto de su viabilidad o de la probabilidad
de que sea llevada a cabo, y después respecto de la manera en que
se la ha de utilizar».24 Además, cuando en el verano de 1842, se
produjo una especie de huelga general espontánea, los cartistas fuer?n
incapaces de utilizarla de alguna manera, y tuvo men~s consecuencias
que el amotinamiento espontáneo de los peones ~g~1cola~ ~e 1830,
quienes de hecho tuvieron gran éxito en su obJet1vo limitado de
detener el avance de la mecanización en las granjas. Y la causa de
la falta de efectividad del cartismo residía al menos en parte en la
poca familiaridad de los ingleses con la auténtica idea de insurrección,
de la organización necesaria para la insurrección, y de la transferen-
cia del poder.
Por el contrario, el movimiento de la Resistencia francesa duran-
te la segunda guerra mundial deliberadamente se abstuvo de ser ~n
intento de toma del poder, en todo caso por parte de los comunis-
tas, quienes, como es habitual, constituían con mucho su contingente
más jmportante y activo. El argumento de que sí lo era, propuesto
como excusa para fines propagandísticos después de 1945 y durante25
la «guerra fría», es un canard, y ha sido categóricamente refutado.
Nunca ha tenido grado alguno de plausibilidad ni han habido prue-
bas que lo respaldaran, salvo las previsibles acciones de ciertos gru-
23. Cf. F. c. Mather, Public order in the age of the chartists, Manches- nado en ella, salvo en ciertos períodos históricos (por ejemplo, desde
t er, 1960
·
24. William Carpenter en The Charter (21 J·ulio. 1839)
· .
25. A. J. Rieber, Stalin and the French Communzst Party 1941-1947, Nue·
va York y LOndres, 1962, analiza el tema in extenso, pp. 142-155.
TRADICIONES OBRERAS 399
pos locales que no aceptaban la política central o que la descono-
cían. Sin embargo, lo interesante es el hecho de que, dadas las
condiciones particulares del movimiento francés, hubo que hacer un
esfuerzo especial para evitar que la Resistencia aceptara lo que bien
hubiese podido parecer una lógica (aunque no necesariamente muy
aconsejable) invitación al poder; el hecho de que los grupos de la
Resistencia, abandonados a su propia dinámica, hubiesen terminado
.,comprometiéndose con los intentos locales de toma del poder .26 :gs
·muy poco probable que un movimiento británico, por combativo y
radical que fuera, se comportase espontáneamente de esa manera.
Seguirá siendo motivo de especulación la manera de valorar la
importancia de tales diferencias de tradición en la práctica. Es evi-
dente que no son decisivas. Hacen al estilo de las actividades de un
movimiento, más que a su naturaleza. Sin embargo, el estilo puede
tener un interés más profundo, y pueden haber épocas donde ese
Fstilo es el hombre, o mejor dicho el movimiento social. Es obvio
que muy pocas veces puede serlo donde -por ejemplo- los movi-
¡pientos se ajustan a unas pautas de organización, de ideología y de
comportamiento rígidamente determinadas, como en el caso de los
partidos comunistas. Sin embargo, cualquiera que conozca los movi-
mientos comunistas sabe que la extrema uniformidad internacional
9ue se impuso a los mismos a partir de mediados de la década de
1920 ( «bolchevización») fue tan incapaz de evitar la aparición de
diferencias llamativas en la atmósfera nacional y en el estilo de los
somunistas, como la uniformidad del clero católico de evitar que la
Iglesia irlandesa se diferenciara de la italiana o de la holandesa. Allí
'donde las fuerzas conscientes que dan forma al movimiento no son
tan fuertes, los efectos estilísticos de la tradición pueden ser incluso
, ,
mas patentes.
Un ejemplo instructivo es el del «movimiento pacifista», que
siempre ha sido extraordinariamente fuerte en Gran Bretaña y rela-
tivamente débil en Francia. (No hay que confundirlo con el movimien-
t? antimilitarista, que suele acompañarle.) Desde la época de los ja-
cobinos, un patriotismo agresivo y a veces militante ha echado pro-
fundas raíces en la extrema izquierda francesa, y de hecho ha domi-
aproximadamente 1880 hasta 1934) en que_ la bandera tri.color fue
1 -
-1
26. Rieber, op. cit., pp. 150-151.
400 TRABAJADORES TRADICIONES OBRERAS 401

empufiada por otras manos. Podríamos sugerir incluso que los perío- un llamamiento antinuclear y recogió una gran cantidad de firmas.
dos de mayor unidad y poder del movimiento obrero francés fueron Los británicos no habían tenido ninguna organización política im-
aquéllos en los que estigmatizó a las clases dominantes no sólo como portante que desease movilizar a la opinión pública contra la guerra
explotadoras sino también como traidoras: como ocurrió durante la nuclear o que fuera capaz de lograrlo. (La estrecha conexión existente
Commune de París, durante el período del Frente Popular y en es- entre el «movimiento mundial por la paz» y los comunistas proba-
pecial durante la Resistencia. (En cierto sentido, se trata sólo de . blemente retardó la emergencia de un movimiento pacifista de masas
una expresión más de la aspiración intrínseca al poder propia de de amplia base en Gran Bretaña, hasta que terminó la peor histeria
una tradición revolucionaria: los jacobinos y sus herederos siempre de la «guerra fría».) En cambio, un grupo oficioso de personas fu~
se consideraron potencial o realmente como portadores de una capa- capaz de improvisar la campaña para el desarme nuclear, implícita-
cidad estatal o de una fuerza gobernante.) 71 Por otra parte, en el mente pacifista, que no sólo se ha convertido en el movimiento anti-
movimiento obrero británico siempre arraigó profundamente un re- nuclear más masivo del mundo -salvo quizás el de los japoneses-
chazo moral por la agresión y por la guerra, que constituye evidente- Y. en un ~~delo para los extranjeros (que han tenido menos éxito),
mente uno de los componentes más importantes de su herencia radi- smo tambten en una gran fuerza de la política británica al margen de
cal liberal, y a menudo específicamente de su herencia de disensión. sus estrechos cánones propios. Porque el tema de la «paz» fue en
No es casual que en 1914 el Partido Laborista Independiente (lLP) gran medida el que permitió al ala izquierda unirse para derrocar la
fuese el único partido socialista no revolucionario de un país en larga dominación ejercida sobre el partido por un grupo dirigente de
guerra -y de hecho el único partido socialista de todos 16s países im- derecha.
plicados- que se hubiera negado en conjunto a apoyar la guerra;
pero en ese momento Gran Bretaña fue el único país beligerante en
el que dos ministros -ambos liberales- renunciaron al .gabinete por
la misma razón. En repetidas ocasiones la oposición a la agresión o a
la guerra ha sido el método más eficaz para unificar o dinamizar a la
izquierda británica: a finales de la década de 1870, en la época de la
guerra de los bóers, durante la década de 1930 y nuevamente a fina-
les de la década de 1950.
El contraste entre los movimientos pacifistas de Francia y de Gran
Bretaña a partir de 1945 resulta particularmente esclarecedor, por-
que es difícil encontrar otros factores que no sean los vinculados con
la tradición, capaces de explicar sus diferencias. En Francia no había
habido ningún movimiento pacifista de masas espontáneo, salvo en
una etapa en la que el Partido Comunista puso todas sus energías tras

27. El ejemplo en contrario aparentemente más obvio, el caso Dreyfus, de-

muestra lo que estamos afirmando. Su efecto sobre el movimiento obrero fue la
división y no la unión; porque frente a «la adhesión de los políticos socialistas
a la causa de la República amenazada y a un rapprochement entre la mayoría
de los grupos socialistas» hay que destacar el fortalecimiento de un sindicalis-
mo antipolítico (G. D. H . Cole, History of socialist thought, III, p. 343 [hay
trad. castellana: Historia del pensamiento socialista, Fondo de Cultura Econó-
mica, México], para no mencionar la división causada por la aceptación de un
ministerio por parte de Millerand.

26. - HOBSBAWM
APÉNDICES

i.
'
 1

ROBLEMAS DEL CONSUMO DE ALIMENTOS

Hay que considerar cuatro problemas: 1) el problema teórico de · la

bstitución de la antigua dieta por otras de nuevo tipo, 2) el problema
écnico de la medición y del uso de las fuentes, 3) el problema de las .
endencias y 4) el problema de las cantidades efectivamente consumidas.
s últimos tres problemas serán analizados desde el punto de vista del
onsumo de carne. · ;
1) La adopción de un nuevo tipo de dieta no indica a priori una
ejora ni una deterioración de los niveles de vida. Algunos optimistas · .
stienen al parecer el primer punto de vista a propósito del pan blanco:
el té, etc.; algunos pesimistas, como J. Kuczynski (History ·of labour
onditions) sostienen el segundo. La aparición de un nuevo tipo de ali;; '·
ento sólo puede ser considerada como prueba de una elevación del nivel ' . . ·
e vida si el mismo es adoptado porque se lo considera superior (desde , ..,
punto de vista nutritivo o social) al anterior y si para adquirirlo la · ~""
te no tiene que sacrificar los artículos que considera imprescindibles.
or consiguiente, el solo hecho de que una nueva dieta sea inferior desde
punto de vista nutritivo con respecto a la anterior no es decisivo, salvo
esde la perspectiva del especialista de la nutrición. Si se adopta el pan
lanco porque se considera que es un signo de un nivel más elevado,
tonces esa adopción tiene que ser considerada como un signo de mejora
el nivel de vida. Y a la inversa: si --como se sostuvo ampliamente a
mienzos del siglo XIX (Hammond, Village labourer, pp. 124 y 125, don: . ,
e recoge opiniones de la época)- los trabajadores adhirieron al té para ·
cer tolerable una dieta cada vez más mala, entonces un incremento del
nsumo del té no puede valer como prueba de la existencia de una
evación del nivel de vida. Nadie podría ª4itmar que los trabajadores
e Sunbury, que en 1834 vivían de «pan, patatas, un poco de té y azú-
» (R. C. on Poor Laws, Parl. Papers, 1834, XXXVI) estaban mejor
lo porque sesenta años antes -supongo que pan blanco sí comían-
..
406 TRABAJADORES APÉNDICES 407
probablemente. consumiesen menos cantidad de esos nuevos alimentos. ·los cerca de 70 dietarios registrados en T he State of the Poor, de Eden
El problema general ya fue bien formulado hace mucho tiempo por '. porque las dietas de indigencia obviamente se elaboraban para la clase' d~
Grotjahn en Ueber Wandlungen in der Volksernaehrung (Leipzig, 1902). trabajadores menos prósperos y menos exigentes. Sesenta de esos dieta-
La industrialización produjo un cambio en la dieta tradicional, que era rios preveían carne tres o más veces por semana; quince, entre cinco
adecuada desde el punto de vista nutritivo -salvo en los períodos de · y siete veces por semana. En los casos en que se especifican las cantidades,
hambruna-, aunque sórdida. La nueva dieta podía ser igualmente buena a veces éstas resultan sorprendentemente elevadas: ~ libra por comida
y más variada, siempre que se dispusiera de medios suficientes para pro- por persona. Las dietas de los cosechadores revelan lo que los obreros
curársela; pero a menudo sólo el trabajador bien pagado estaba en esas consideraban deseable para los trabajadores adultos que realizaban ta-
condiciones y al comienzo pocos trabajadores sabían lo suficiente como . reas pesadas (Batchelor, Agriculture of Bedfordshire, 1813, p. 584, Agri-
para elegir una dieta nueva adecuada. (Véanse las quejas por la mala admi- culture of Hertfordshire, 1813, p. 219): carne tres veces por día -una
nistración doméstica en R. C. on Poor Laws, 1834, XXXVI, passim). Por cuarta parte o un tercio de la misma carne fresca vacuna u ovina. No
consiguiente, a igualdad de renta, la vieja dieta es normalmente mejor , sabemos si el consumo promedio estaba más cerca de uno o de otro de
que la nueva. Durante cierto tiempo, hasta que los trabajadores lleguen J estos extremos convencionales. Podemos suponer que ese consumo se
a ganar lo suficiente o hasta que los gobiernos adopten las medidas ade- • incrementó a lo largo del siglo XVIII y que era bastante elevado hacia la
cuadas, la industrialización tiende a generar una peor alimentación de la década de 1790, época en que la situación alimenticia empeoró: «Ahora
población. Sin embargo, no criticamos la dieta de comienzos del siglo XIX · cenan carne fresca, patatas y pudding» (Westmorland, 1793, en Marshall,
sólo porque los dietistas prefieren las generosas raciones de North Country [I Review of the Reports to the Board of Agriculture for the Northern De-
(véase, por ejemplo, Marshall, Review of the Reports to the Board of partment, York, 1808, p. 214 ). Cabe suponer también que en Inglaterra,
Agriculture far the Northern Department, York, 1808), en lugar del pan t a diferencia de otros países de Europa, el trabajador que comía «la corni-
blanco, las patatas, el té y el azúcar, sino también porque la nueva dieta l da de John Bull: pan, carne vacuna y cerveza (R. C. on Poor Laws, 1834,
contenía menores cantidades de los alimentos que el inglés consideraba , XXXVI, respuestas de Warsop) no se consideraba enormemente rico sino
deseables, que las que contenían las dietas anteriores. pagado en forma correcta, mientras que el que no podía conseguir carne
2) Es razonable considerar el consumo de carne como un criterio . regularmente se consideraba casi como un miserable. (Recordamos la fra-
del nivel de vida; sobre todo en Inglaterra, donde comer carne constituye ¡ se de «Una Dama» -Domestic cookery, 1819, p . 290-, que daba con-
una verdadera mística. Sin embargo, todas nuestras fuentes contienen con- . sejos para la comida del pobre: «Cortar una corteza de pan muy delgada
siderables deficiencias. y echarla en la cacerola cuando la carne salada está hirviendo y casi a
Están los cálculos generales, entre los que merece principal atención l• punto; absorberá algo de grasa y cuando se haya hinchado será un plato
para nosotros el de Gregory King (citado en la English social history de bastante apetitoso para quienes no suelen probar la carne».)
Trevelyan, ed. de 1946, p. 276). Este autor afirma que en la mitad Parece evidente que a partir de la década de 1790 el consumo de
de los hogares pobres de finales del siglo XVII se comía carne todos los . carne descendió entre los peones rurales, como también probablemente
días; en la mayor parte de los restantes, dos veces por semana; y sólo en ~ la crianza de cerdos. En el caso de Shropshire la declinación de ambos
los de los indigentes, una vez por semana. La importancia que atribuya- r parece probada (J. P. Dodd, «The state of agriculture in Shropshire,
mos a este cálculo dependerá de nuestra evaluación de la precisión y del i 1775-1825», Tratts. Shropshire Arcbaeological Society, LV, 1954, p. 2;
criterio de ese hombre talentoso. Los cálculos generales ulteriores, como Marshall, Review of Reports... for the Western District, 1810, p. 242).
la hipótesis de Mulhall (Dictionary of Statistics), según la cual entre 1811 ' En la década de 1830 los párrocos locales y otras personas de la misma
y 1830 el consumo era de 80 libras por año y entre 1831 y 1850 de 87 categoría consideraban que en 491 de 899 parroquias los trabajadores
libras, no se basan en hechos conocidos, porque durante ese período no .- podían vivir con las tarifas salariales vigentes y comer carne; pero el de-
hubo censos de ganado. Como veremos, Jo más probable es que esos talle de las estadísticas revela a) que carne pocas veces quería decir carne
cálculos resulten demasiado elevados. fresca y b) que no se la solía comer regularmente ni en cantidad. (Estas
El único conjunto de información amplio acerca del consumo de carne . estadísticas son analizadas por R. Giffen en «Further notes on the pro-
de que disponemos procede de las descripciones, de los presupuestos y gress of the working classes», ]. R. Stat. Soc., XLIX, 1886, pp. 55-61,
de unas pocas invi::stigaciones que quizá sea correcto denominar encues- 81-89.) En realidad la situación típica era al parecer la de los trabajado-
tas sociales. Para el siglo XVIII, las pruebas más importantes proceden de .. res de Hampshire, quienes en 1813 sólo comían tocino y cerdo -salado;
408 TRABAJADOlIBS
y la de los de Berkshire, que comían tocino. (Vancouver, Agriculture of
Hampshire, p. 338; Mavor, Agriculture of Berkshire, p. 419; R. C. on
Poor Laws, 1834, XXXI, pregunta 14, passim.) El primer cálculo de
cantidades, realizado en 1862, revela que los peones rurales comían un
promedio de 16 onzas semanales por a~u,lt~ (6th Report of ~edical Offi-
cer to Privy Council, 1863 ). Resulta diflCll creer que esta dieta, aunque
probablemente superior a la de comienz~s del siglo .xrx, haya sido más
abundante en carne que la de finales del siglo xvru; s1 no los obreros que
la consumían hubiesen desarrollado el mito de un John Bull campechano
y alimentado con carne vacuna.
En cuanto a las ciudades, tenemos que desechar los cálculos optimis-
tas elaborados por los observadores de clase media, quienes afirmaban
que los trabajadores comían alrededor de 6 libras de carne por semana
(W. Lethaby, Lectures on the economy of food, 1857; The family oracle
of health, 1824 ). Incluso los cuchilleros de Sheffield, descritos por Le
Play en 1855, tenían al parecer un consumo anual por .adulto de sólo 81
libras es decir considerablemente menos que aquella cifra (Le Play, Les
ouvri~rs européens, 1855, p. 197). Un cálculo para la familia de un
artesano de Londres en 1841, que ganaba el buen salario de 30 chelines,
permite un consumo semanal per capita de 2,8 ~bras; suponga~os que
una ración de adulto fuese de 4 libras. En el mvel de 20 chelines, el
consumo desciende a 1,4 libras; en el de 15 chelines, a 1 libra; cálculo
que incidentalmente revela la elevada elasticidad de la demanda en
función de la renta y la amplia variabilidad del consumo (S. R. Bosan-
quet, The Rights of the Poor, 1841, pp. 97-98). Los cuestionarios de las
ciudades elaborados en 1834 (Parl. Papers, 1834, XXXVI) presentan
unos resultados similares a los rurales. Sobre un total de alrededor de
57 ciudades, sobre las dietas de cuyas clases trabajadoras se proporcionan
detalles precisos en 10 no se menciona la carne; en 6 el consumo de
'
la misma es descrito como «amplio», «decente» o de «cuatro o mas
, Quedan las fuentes estadísticas, que consisten básicamente en las se-
veces por semana»; en 24, es descrito mediante expresiones tales como
«ocasionalmente», «un poco», «una vez por mes»; para las restantes no
se mencionan cantidades, salvo en 7 casos en que el consumo es descrito
como «bueno» o de «uno o dos días por semana». La carne que se
comía solía ser de cerdo, no carne fresca (es decir, sólo tocino y salazón
de cerdo), aunque a veces se menciona el cerdo para los días normales Y
la carne fresca para los días festivos y las celebraciones. La respuesta pro-
cedente de Limehouse (Londres} nos permite relacionar esto con el coste
de la vida: «Una familia puede subsistir con 100 libras esterlinas co-
miendo carne dos veces por semana; la comida ordinaria consiste en
sopa, gachas, pan, patatas, arenques y otro pescado, cuando está barato».
Pero una renta de alrededor de 2 libras esterlinas por semana ya era
elevada.
APÉNDICES 409
Las cifras de Neild para Manchester y Dukinfield -1836 y 1841
(]. Stat. Soc., IV, p. 320)- son las más detalladas para las áreas indus-
triales. En 1836 el gasto promedio per capita en esas zonas variaba entre
2 Vi peniques y 11 Vi . peniques por semana; y el caso más frecuente
estaba más cerca de los 3 peniques que de los 4 peniques. De ·acuerdo
con los precios vigentes, esa cantidad difícilmente podía bastar para ad-
quirir una libra de carne. Algunos otros cálculos: el sector mejor situado
de los cardadores de Keighley, grupo cuyo nivel de -paro era muy elevado,
comía (1855) 1 % libra de carne (una familia}; dos familias comían alre-
dedor de Vi libra de carne por cabeza; 15, no más de 5 onzas de caro~,
pero por lo general mucho menos; la mitad de ese sector no compraba
carne o bien no incluía el consumo de carne en su cálculo semanal
(Report to the General Board of Health: Keighley, 1855). El 96 por
ciento de los pobres de las ciudades investigados por el Consejo Privado
en 1862 (loe. cit.) comían carne; el consumo promedio era de 13,6 onzas
por adulto: desde 18 % onzas entre los cosedores de guantes hasta 3,25
onzas entre los tejedores de seda de Macclesfield.
1
Como punto de comparación, podemos señalar que en 1936-1937 la
clase más pobre, integrada por quienes ganaban menos de 2 libras ester-
linas y 10 chelines por semana, comía un promedio de 30,4 onzas de
carne por semana (W. Crawford y H. Broadley, The People's Food, 1938,
pp. 177-188), mientras que las dietas de la Ley de Pobres recomendadas
por Chadwick en la década de 1830 variaban entre las 8 y las 16 onzas.
(W. Guy, «Sufficient and insufficient dietaries», J. R. Stat. Soc., XXVI,
1863, p. 253.) Por consiguiente, podemos suponer que el consumo de carne
promedio per capita en la ciudad en la primera parte del siglo xrx era al
menos un tercio menor que el de la clase más pobre en 1936-1937, y que
probablemente apenas superaba 1 libra por semana. Obviamente, el con-
fumo de carne fresca era aún menor.
ries de Smithíield y de los Impuestos sobre el consumo, además de algu-
os otros datos dispersos. Aunque no hay duda de que las investigacio-
es ulteriores las ampliarán.
La principal deficiencia de las series de Smithíield reside en que no
· cluyen toda la carne vendida en Londres, porque dejan de lado. la de
erdo y la de los animales sacrificados en el campo y en las casas -carne
vendida prindpalmente en Newgate-. Sobre la carne de cerdo no es mu-
o lo que sabemos, salvo que la crianza de esos animales en la ciudad era
tácticamente insignificante: en 1843, en el área urbana de Birmingham
ólo se criaban 3.375 cerdos. (Apéndice al Second report of the inquiry
'nto the state of large towns, Parl. Papers, 1845, XVIII, p. 134.) Es
robable que la matanza doméstica de otras clases de animales también
ubiera disminuido. En realidad, parte del consumo de carne reflejado
410 TRABAJADORES APÉNDICES 411

por las cifras del mercado corresponde quizás al paso de la carne de ; Cantidad de cerdos
animales sacrificados en las casas a la de animales sacrificados por el (aproximación de
carnicero, tal como ocurrió en Sheffield, según me informa el Dr. Po- Año Ganado vacuno un millar) Ganado ovino
llard. Por consiguiente, nuestra ignorancia acerca de la matanza domés-
tica supone en todo caso una sobrevaloración de las cifras con que con- 1839 43 57.000
tamos. 1840 66.000
Hasta finales de la década de 1840 no disponemos de cálculos cuan- 1841 322 66.000
titativos de la carne de animales sacrificados en el campo (Report of the 1842 4.086 98.000
commissioners ... relating to Smithfield market, Parl. Papers, 1850, XXXI; 1843 7.197 142.000
G. Dodd, The food of London, 1856, p. 273). Pero, por las razones que 1844 6.789 132.000
,¡¡!
expongo a continuación, no creo que ello invalide las cifras de Smithfield, 1845 23.682 234.000 55.000
que a mediados de la década de 1830 eran consideradas como represen- 1846 53.586 327.000 104.162
tativas. (On the condition of the agricultura! classes of Great Britain
and Ireland; con extractos de los documentos parlamentarios y pruebas ~lt
FUENTE: Facts and figures, principally relating to railways and commerce,
acerca del período 1833-1840, así como observaciones del compilador por Samuel Salt, Londres y Manchester, 1848, p. 57.
francés; publicado en Viena, con un prefacio de Henry Drummond, Esq.,
1842, vol. II, p. 259.)
Ya a mediados de la década de 1830 se consigna el abastecimiento Por consiguiente podemos suponer que los ferrocarriles no alteraron
por vía marítima de carne de animales sacrificados en Escocia; el viaje fundamentalmente el cuadro de la situación hasta después de la de-
duraba alrededor de un par de días (John Hogg, London as it is, Lon- presión de 1842. Opinión confirmada por la evolución de los precios
dres, 1837, p. 273; Drummond y Wilbraham, The Englishman's food, de mercado de la carne en Londres durante la década de 1840 (Parl. Pa-
1939, pp. 262-263). Fue quizás a mediados de la década de 1820 cuando pers, 1850, LII, pp. 310 ss.). En 1840-1842 los animales más baratos
este tipo de transporte llegó a ser económicamente significativo. Pero costaban (por unidades de 14 libras de peso) 3 chelines 1 peniques y 3
aunque esta fuente de abastecimiento haya dejado de ser desdeñable, sal- . chelines 4 Yz peniques; a partir de entonces el precio cayó notablemente
vo en verano, las fuentes de la época no contienen la menor sugerencia y el promedio para el resto de la década fue de 2 chelines y 8 peniques,
de que la misma haya sido suficientemente amplia como para colmar la . salvo en los años malos de 1847-1848. (Sin embargo, el precio de la
brecha que había en esa década entre la cantidad de carne disponible '. carne ovina no presenta tal descenso, aunque sí el precio de los terne-
y el número de la población. Por supuesto, los ferrocarriles modificaron ros, a partir de 1842 inclusive.)
aun más la situación tanto en el abastecimiento de carne de animales ' Por otra parte, en períodos anteriores había habido un notable des-
sacríficados en el campo como de ganado en pie; éste último procedía censo de la cantidad de reses sacrificadas. Entre 1818 y 1830 habían
sobre todo de los condados cercanos a Londres, que antes enviaban reses -disminuido casi en un 50 por ciento (Smithfield Commission, Pregunta
muertas a la ciudad, puesto que a partir de entonces el principal incre- -892). Podemos suponer que esto compensa el posible nuevo abas-
mento de carne de animales sacrificados procedía de más lejos (Smithfield tecimiento de carne por vía marítima durante ese período, aunque de
Commission, Pregunta 795, 892-893 ). Pero en 1842 estos suministros hecho no lo incluya. ...
todavía no habían afectado demasiado al abastecimiento (C. Knight, ed., No sabemos con certeza si ya en 1850 Smithfield había perdido mu-
Lon'don, 1842, II, p. 322; véase también las pruebas presentadas por ·cho terreno frente a los otros mercados. En todo caso, quienes presta-
R. Moseley acerca del Ferrocarril de los Condados del Este, en Smithfield ron declaración ante la Smithfield Commission no estaban dispuestos
Commission, Pregunta 1.871 ). El incremento realmente drástico del trans- a afirmarlo, a pesar de lo mucho que se insistió en tal sentido (Pregun-
parte de carne o de ganado por ferrocarril se produjo al parecer a me- tas 250 ss., 1.105). En el mejor de los casos, pues, podemos sostener
diados de la década de 1840, como lo ilustra el siguiente cuadro de trá- que las cifras de Smithfield tendieron a subestimar cada vez más la
fico de ganado por el Gran Ferrocarril del Empalme de Liverpool (que cantidad de ganado ovino disponible en Londres, a medida que la carne
era un puerto importante para el tráfico procedente de Irlanda). de este tipc fue pasando a Newgate (Report, p. 17), interpretación con-
firmada por la tendencia de las ventas de ganado ovino en Smithfield
412 TRABAJADORES
a rezagarse durante los tres meses en que las ventas de carne muerta
eran más fuertes : de diciembre a febrero (Pregunta 1.866). Por razo-
nes obvias la carne muerta difícilmente podía ser llevada al mercado
en verano.
Por consiguiente podemos concluir -teniendo en cuenta el estado
actual de nuestro conocimiento- a) que las series relativas al ganado
ovino pueden no ser del todo correctas; b) que las series relativas al
ganado vacuno son correctas; e) que, en cambio, entre 1818 y 1830, la
no consideración de las reses sacrificadas introduce una tendencia a la
sobrevaloración, y d) que los efectos distorsionantes de los nuevos mé-
todos de transporte o de las nuevas fuentes de abastecimiento no fue-
ron al parecer demasiado grandes hasta comienzos de la década de 1840,
época en la que de todas maneras el consumo per cápita comenzaba a
elevarse. Por consiguiente, en líneas generales, las series de Smithfield
pueden ser utilizadas para Londres sin mayores vacilaciones. Desde la
fecha de la publicación original de este trabajo, se las ha utilizado cada
vez más (B. R. Mitchell y Phyllis Deane, Abstrae! of British Historical
Statistics, 1962, p. 341).
Se ha argumentado que estas cifras están distorsionadas por un su-
puesto incremento del tamaño promedio de los animales vendidos en
Smithfield. No hay pruebas de esto. Los cálculos con que contamos acer-
ca del peso en canal de la carne de ganado vacuno en esa época son de
668 libras en 1821 , 630 libras en 1836 {otro cálculo para la misma fe-
cha es de 650 libras) y 640 libras en 1842. En líneas generales estos pe-
sos corresponden a los entre 6 y 7 quintales {cada quintal vale 112 libras)
establecidos por la Marina a :finales del siglo XVIII como tamaño de los
animales adquirido para salar. (Select Committee on the depressed sta-
te of agriculture, Parl. Papers, 1821, IX, p. 267; General Statistics of the
British Empire, 1836; H. Drummond, On the condition of the agricul-
tura! classes .. ., 1842, 11, p. 261, quien cita a Youatt; C. Knight, op cit,
11, p. 325; Phyllis Deane y W. A. Cole, British Economic Growth
1688-1959, 1962, pp. 69-70, quienes citan a Beveridge.) Por consiguien-
te, al parecer el cuadro general reflejó una cierta mejora del tamaño de
los animales en el siglo XVIII, mejora que Deane y Cole calculan en al- . índice de la producción, aunque si dividimos por dos la recaudación del
rededor de un 25 por ciento, pero ningún incremento significativo du-
rante el período que estamos considerando. A partir de comienzos de
la década de 1840 el incremento del peso bien pudo haber sido más
importante.
Nos queda la pregunta más amplia y para la que no tenemos ninguna
respuesta: ¿hasta qué punto las series de Smith:field son representativas
de las tendencias generales? No estamos en condiciones de suponer que
lo sean; pero lamentablemente a partir de 1825 no contaifü:fs con ci-
fras que puedan ser utilizadas a nivel nacional y tampoco de series que
APÉNDICES 413
puedan ser utilizadas ni siquiera a nivel regional. Nuestra fuente nacio-
nal más importante es el impuesto sobre el consumo de cueros y pieles,
que Deane y Cole siguiendo el criterio de este trabajo- han aceptado
como un indicador potencial del abastecimiento de carne. ¡,
El principal problema que plantean las series del impuesto sobre 1
1
el consumo -que se detienen en 1825- es el siguiente: ¿hasta qué
punto cabe utilizarlas como índices del consumo de carne? Sólo cabe i··
argüir que ya en 1821 se las utilizó en tal sentido (S. C. on !he depres-
sed state of agriculture, Par!. Papers, 1821, IX). Lamentablemente para
~
períodos prolongados sólo contamos con series nacionales; salvo un úni- ..
/"~
1:.
co caso en que se distingue entre el producto de Londres y el del país
(Customs ,House Library). Algunas de las series nacionales también apa-
recen en S. C. on Agricu,lture, Parl. Papers, 1833, V, p. 628; Par!. Pa-
pers, 1830, XXV, p. 61; 1851-1852, XXXIV, p. 503 y en Statistical
Illustrations of the British Empire, 1825, pp. 68-69. Acerca de los pro-
blemas planteados por estas series, cf. Gayer, Rostow y Schwartz, Growth
and fluctuations of the British economy, II, p. 720. Alguna vez tienen
que haber existido cifras relativas a los diferentes productos del país,
·porque en las S. C. on the depressed state of agriculture, 1821, se las
utiliza, pero las únicas que al parecer quedan en la Customs House Li-
brary consisten en un compendio de los informes de los recaudadores
del país de las obligaciones consolidadas del impuesto sobre el consumo
(Abstrae! of Country Collectors Accounts for Consolidated Duties of Ex-
cise ), correspondientes al período del 5 de enero de 1826 al 5 de enero
de 1827, que sólo proporciona una comparación estática de órdenes de
magnitud. La ventaja de estos impuestos reside en que, salvo en los ca-
sos de la vitela, el pergamino y unas pocas pieles raras (ante, gamo,
venado), se mantuvieron bastante estables durante todo el período, salvo
entre 1812 y 1822, en que se duplicaron. Normalmente se aplicaban
. por libra de peso, de modo que -al menos hasta cierto punto- su
monto expresaba las diferencias de tamaño entre los animales. Por con-
siguiente, las recaudaciones efectivas pueden ser utilizadas como un
período 1812-1822 el resultado es un poco inferior a lo que sugiere el
resto de la curva, presumiblemente por el incremento de la evasión.
Para evitar las complicaciones que supone separar las series que repre-
sentan, digamos, el ganado ovino o bovino, del conjunto de las pieles
curtidas, curadas con alumbre y sal o adobadas en aceite con sus diversas
. '
subvar1edades, me he basado sobre el producto bruto de las recaudacio-
nes, aunque éste incluya también las pieles de otros animales y por
consiguiente resulte bastante más aproximativo de lo deseable.1
l. El producto bruto es el recaudado realmente por los recaudadores. Las
 TRABAJADORES APÉNDICES 415
414
El cuadro A presenta las cifras del producto bruto anual de estos Las cifras locales efectivas, tal como se presentaron ante el Comité de
impuestos para Londres y el país, con respecto a los porcentajes de 1821, demuestran sobre todo la notable elasticidad de la demanda de
1801; el año contable va del 5 de julio al 5 de julio. carne en función de la renta. Por ejemplo, entre 1818 y 1820 la matanza
Como se apreciará, el producto de Londres no revela señales de in- de animales descendió en Birmingham alrededor del 29 por ciento; en
cremento absoluto hasta 1810. Parece poco probable que el consumo de Walsall, alrededor del 38 por ciento; en Dudley, alrededor del 29 por
carne medido sobre esta base haya recuperado hacia 1820 el nivel apro- ciento; en Leeds, alrededor del 19 por ciento; en Liverpool, alrededor
ximado de 1800, aunque se admita que la serie entraña cierta infrava- del 18 por ciento; pero en Manchester sólo alrededor del 13 por ciento
loración de la situación real; en cambio, la expansión de comienzos y en Sheffield alrededor del 12 por ciento. Por el contrario, la matanza de
de la década de 1820 aparece reflejada. La serie no es incompatible con terneros en Liverpool se incrementó en alrededor de un 25 por ciento
las cifras de Smithfield. Las provincias se encontraban en una situación entre 1803 y 1805; la de ganado vacuno, en alrededor de un 37 por cien-
claramente mejor -o al menos no estaban tan rezagadas-, salvo en los to (1814-1817) y en Manchester, durante el mismo período, en alrededor
de un 26 por ciento. La depresión de 1842 revela unos descensos igual-
años bastante malos del período 1815-1821.
mente drásticos. En el gremio lanero de Yorkshire se calculaba que el
consumo de carne y comestibles se redujo a la mitad desde 1835-1836;
CUADRO A
en Kendal, el descenso se calculaba en un tercio; en Rochdale, se calcu-
Producto bruto del impuesto sobre el consumo de pieles y cueros laba en la mitad con respecto al de 1837 (Report of Statistical Commit-
durante el período 1796-1826 con respecto a los tee of the Anti-Corn Law League, pp. 18, 28, 33). Este último cálculo
porcenta;es de 1801 supone al parecer una infravaloración, porque C. Knight (op. cit., II,
p. 325) da unas cifras de matanza en Rochdale de 180 bueyes por sema-
Año Londres País Año Londres País na en 1836 y de 65 a 70 en 1841. El volumen de ventas de 14 carnice-
ros de Manchester descendió de 27 .800 libras esterlinas en 1839 a 17 .200
1796-1797 87 96 1811-1812 126 128 en 1841. (J. Adshead, Distress in Manchester . . ., Londres, 1842, p. 55.)
1797-1798 89 96 1812 1813 2 • 97 117 La comparación entre décadas sólo puede realizarse en los casos de
1798-1799 94 92 1813-1814 106 119 Liverpool y de Manchester para el período 1801-1820, y revela una de-
1799-1800 103 96 1814-1815 110 120 clinación en el consumo per capita en Liverpool y un probable incre-
1800-1801 100 100 1815-1816 100 106 mento en Manchester. Véase el cuadro B:
1801-1802 94 100 1816-1817 97 106
1802-1803 89 99 1817-1818 108 111
1803-1804 87 100 1818-1819 116 111 CUADRO B
1804-1805 90 106 1819-1820 110 106
1805-1806 87 111 1820-1821 113 106 Liverpool Manchester
1806-1807 84 113 1821-1822 108 101
1807-1808 84 114 1822-1823 3. 142 123
Porcentaje de aumento de la población entre el pe-
1808-1809 94 119 1823-1824 . 142 129
ríodo 1801-1811 y el período 1811-1820 . . 22 25
1809-1810 90 122 1824-1825 . 150 135
Porcentaje del aumento promedio de matanza de
1810-1811 107 122 1825-1826 4 • 137 133
ganado vacuno, para los mismos períodos . 18 29
Porcentaje del aumento en el caso de la ternera o 20
cuentas se presentan a la antigua: por un lado el «Debe» y por el otro el Porcentaje del aumento en el caso del cordero 12 25
«Haber».
2. Nuevos impuestos: las cifras representan la mitad del producto de los
mismos. ¡Hay que tener en cuenta la mayor evasión!
3. Vuelta a los antiguos impuestos. En el cuadro C se tabulan todos los datos presentados en la S. C. on the
4. Las cifras anuales representan el producto de medio año multiplicado d;pressed state of agriculture, 1828, pp. 243-244, 265-267.
por dos.
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APÉNDICES 417 e
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"' "' "' "' "' '<t I"
En el caso de Birmingham, las cifras para 1818 son de 127,91 y 582;
"O "'o
o ~ \.OOON'<tO\,Q
para 1819, 104,93 y 470; para 1820, 91,90 y 388. Como se apreciará la
1
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,.....:¡
"' '° '° "' "' "'
depresión de 1815-1816 no afectó al parecer a la matanza de ganado va- (.
cuno en ninguna de las cuatro ciudades, y afectó a la de ternera sólo en
bil una. Sólo el cordero resulta afectado de una manera franca. Esto resulta (
::> O\ "' V\ o o '<t
"' '<t '<t "' "' '<t
sorprendente porque normalmente esperaríamos que la carne más barata
fuese menos sensible a tales fluctuaciones.
...oo"' También disponemos de unos pocos cálculos individuales en el caso
"O
....
o o o v o ......... oov
,.....O\ONN,.....O,.....r-- de Dundee y de Glasgow, para 1833 (en M'Queen, op. cit.), y en los de
o <"\ <"\ <"\ <"\ <"\ <"\ <"\ <"\ N
u Wolverhampton, Liverpool, Manchester, Glasgow y Newcastle para 1848-
1850 (en Braithwaite Poole, op. cit.). En el caso de Glasgow estos cáfcu-
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;.:¡::
..."'oo los revelan un incremento del 25 por ciento en el ganado vacuno, un des-
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"<T '<t "<T V\ "' "' "' "<t "<t censo del 60 por ciento en la ternera y del 10 por ciento en el cordero.
...~ <"!
º C/) E-< También existen cifras de la matanza semanal comparada en Leeds, en 1!1
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o o 1835-1836 -2.450 animales- y en 1841 -1.800 animales-; y en Roch-
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dale, 180 bueyes semanales en 1836 y entre 65 y 70 en 1841 (C. Knight,
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~ :::> OJ)
op cit., p. 325). No conozco las fuentes de donde proceden estas cifras.
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El problema de los cambios en el- tamaño de los animales aún no ha
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<u \.Ot'--OOOOt'--O\t'--0,.....00,.....,.....\.0N<"\N'<t<"\<"\ sido analizado. Lo único que cabe decir es que en Londres el consumo
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o ~ de carne vacuna tiene que haber descendido salvo que el peso promedio
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de las respectivas reses haya aumentado por lo menos en un 40 por ciento
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aproximadamente entre 1801 y 1841, y el de las de ganado ovino por lo
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menos en un 15 por ciento. Aunque el peso promedio de ambos tipos de
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E-< ganado haya aumentado en un 25 por ciento aproximadamente, sigue sien-
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do probable que se haya producido una declinación del consumo.
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Todas estas cifras son globales; es decir, que no discrimina entre el
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~ 6'o consumo de la clase obrera y el del resto de la población, como tampoco
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;; <u entre el consumo de los diferentes estratos de los trabajadores pobres.
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Esto supone que están expuestas a una interpretación incorrecta hacia el
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.... ~G~~~G~~~G~~~$r--~oor--r--r-- lado optimista, porque los cambios en el consumo por parte del sector
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relativamente pequeño de la población que comía bastante carne provo-
can un desequilibrio notable. El siguiente ejemplo permite ponderar las
posibilidades de error que entrañan tales cifras. El Report of the Statis-
-~
tical Committee appointed by the Anti-Corn Law Conference, reunido
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en Londres del 8 al 12 de marzo de 1842 (Londres, sin fecha), p. 18,
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o o c31culaba que en Leeds el consumo había descendido alrededor de un
i:: "O lr\lr\lf\\.O"<tlr\\.O<"\N@88~~~~~~~s
8<IS~i:: S°'oooo°'°'°'S~ ............................................... 25 por ciento desde 1835-1836; pero, dado que el consumo de las clases
:::> OJ) más favorecidas no había disminuido, la reducción del consumo en la
clase obrera se calculaba en un 50 por ciento.

27. - HOBSBAWM
 .
TRABAJADORES APÉNDICES
418
Pesadores de grano .
Obreros de la madera
Obreros del carbón .
APÉNDICE 2 Obreros de minerales
TIPOS DE TRABAJADORES DE ALGUNOS PUERTOS Representantes de los armadores . .
Empleados del Consorcio del Clyde (Trust Clyde)

FUENTE: Encuesta Shaw, apéndice 77.

l. HuLL 1897
Peones y otros trabajadores directamente empleados para 5. LIVERPOOL 1919
6.000
los armadores .
Cargadores de granos . . . . . . . . 500 Trabajadores de a bordo (incluidos los operadores de ma-
Cargadores de distribución (Deal camers) 600 lacates) . . . . . . . . . .
600 Cargadores (incluidos los operadores de grúas, verificado-
Cargadores de carbón .
900 res, contadores, pesadores, toneleros, etc.)
Lanchoneros, etc.
Estibadores (empleados por contratistas) 1.500 Obreros del carbón .
Trabajadores de cubierta, cargadores de frutos, etc. 500 Barqueros . .
Obreros de los remolcadores .
FUENTE: The position of the dockers and sailors in 1897 and the Interna_tio- Vigilantes . . • .
nal Federation of Ship, Dock and River Workers, por Tom Mann (Clanon, Obreros de las cuadrillas costeras
1897), p. 11.
FUENTE: loe. cit., apéndice 52.
2. SOUTHAMPTON 1890
6. SwANsEA 1919
Cargadores de trigo, cargadores de carbón, estiba, carga general y
descarga de barcos. Consorcio del Puerto de Swansea (Swansea Harbour Trust):
Dock, Wharf, Riverside and General Labourers' Union Annual Re-
FUENTE: Peones (eventuales) . . 1.000
port, 1890, p. 92. Operadores de grúas (eventuales) 51
Tarjadores (eventuales y permanentes) 64
Capataces (permanentes) 10
3. BRISTOL 1890
Pesadores (permanentes) 15
Obreros de los comerciantes Importación de algodón y de Contadores .(permanentes) . . . . . . . . . . 11
de frutos linaza Obreros de las entradas de los muelles (permanentes) . 61
Productos generales Cargadores de grano Obreros de los remolcadores y ferry boats (perma-
Cargadores de distribución Lanchoneros nentes) . . . . . . 16
Estiba Tripulación de las dragas (permanentes) . 37
Obreros de las usinas térmicas e hidráulicas (perma-
FUENTE: loe. cit., pp. 44ss. nentes) 30
Vigilantes 7
Oficinistas (permanentes) . . . . . 68
4. GLASGOW 1919 Otros (salvo el departame~t~ locomotor) 25
Obreros de carga general . 7.000
 420 TRABAJADORES APÉNDICES 421

Otros 5 grandes patronos:

Trabajadores eventuales . 345
22 APÉNDICE 3
Trabajadores permanentes
JORNALES EN LOS PUERTOS BRITANICOS, 1914
FUENTE: loe. cit., apéndice 98, p. 101.

7. ARDROSSAN 1919 Londres . de 5 chelines a 7 chelines y 6 pe-

) niques
\ Peones (eventuales) . . . . . 80 Southampton 5 chelines 5 peniques
Estibadores de carbón (eventuales) . 32 Plymouth 7 chelines o 4 chelines 10 pe-
Grúas y montacargas (permanentes) 36 niques
Cargadores (permanentes) . . . . . . 4 Bristol 7 chelines
Obreros de los cabrestantes (permanentes) 4 Avonmouth 5 chelines 6 ~ peniques
hli¡.
..,
Obreros de las roldanas (permanentes) 11
Gloucester 7 chelines
Maquinistas (permanentes) 4 Cardiff 5 chelines 6 peniques o 6 che-
Bomberos (permanentes) . 4
lines 6 peniques
Electricistas (permanentes) 2
Swansea 7 chelines
Port Talbot . 8 chelines
F UENTE: loe. cit., apéndice 117. Liverpool 4 chelines 6 peniques y 5 che-
lines
8. LONDRES 1908 Manchester 5 chelines
Garston . 4 chelines
Trigo y madera (Surrey Commercial) ... alrededor del 10% Prestan 4 chelines 9 peniques
Descarga de grano (Millwall) 4% Barrow in Furness 5 chelines 7 ~ peniques
:~ ;''.J"'
Estiba especializada . . . . 12% Glasgow . 5 chelines o 6 chelines 8 pe-
' '!

Otros (London and India Docks Co. 20% niques

Armadores . . . . . . . 13 % Ardrossan 6 chelines 4 peniques
Dársenas . . . . . 41 % Greenock 6 chelines 8 peniques
incluidos ciertos obreros especializados, por ejemplo Aberdeen 5 chelines 10 peniques
los estibadores no sindicalizados de los muelles de Dundee . 6 chelines 3 peniques
Victoria y Alberto) . . . . . . . 74% Grangemouth 6 chelines 8 peniques
Leith . 5 chelines 10 peniques
FuENTE: Charity Organization Society Report on Unskilled Labour, junio Tyne (ferrocarril) 5 chelines 1 ~ peniques
1908, pp. 28-30. Hartlepool Oeste 7 chelines 11 . peniques
Middlesbrough 5 chelines y 8 chelines
Hull . 5 chelines 7 ~ peniques
Goole . 6 chelines 6 peniques

FUENTE: Shaw pnquiry (Encuesta Shaw), apéndice 130. Estas cifras proce-
den de la parte patronal. Se mencionan según el orden de los puertos a lo largo
de la costa a partir de Londres.
 TRABAJADORES APÉNDICES 423
422
Para este período disponemos de varias listas impresas de miembros.
A partir de ellas he tratado de rastrear las ocupaciones de la mayor can-
tidad posible de fabianos. Las fuentes de estos análisis son demasiado nu-
APÉNDICE 4
merosas como para mencinarlas, pero (dado el carácter de la Sociedad
COMPOSICIÓN SOCIAL DE LA SOCIEDAD FABIANA Fabiana) contamos con indicaciones biográficas en los casos de muchos
de sus miembros. Por supuesto, la muestra resultante no es representa-
ENTRE 1890 Y 1907
tiva. La cantidad de sacerdotes, médicos y sindicalistas -bastante exhaus- t.

1890 1892 1904 1906 tiva quizá- puede servir como control para las restantes.
Los grupos 1 a 10 incluyen algunas mujeres con profesiones conoci-
Cantidad total de miembros 188 626 1 767 1.060 das, pero la mayoría aún no tenía ocupaciones profesionales.
Tamaño de la muestra . 67 197 194 244

Trabajadores: con empleo 7 48 19 15

!U;
sin empleo. 2 6 15 19
"'
Total 2 9 54 34 34 APÉNDICE 5

Empleos de clase media: ALGUNAS MANERAS POSIBLES DE AVERIGUAR LA

( 1) Periodistas, escritores 3 12 32 19 31 COMPOSICIÓN DE LA ARISTOCRACIA OBRERA
(2) Universidades . 4 10 33 44
(3) Maestros 5 17 13 14
(4) Sociales y Políticos 4 • 4 6 9 13 El criterio principal para reconocer la pertenencia a la aristocracia
(5) Empleados Públicos 5 6 8 13 13 obrera han sido las tarifas salariales y los ingresos (en los casos en que
(6) Leyes . 1 2 3 7 se contaba con información acerca de los mismos). Dada la falta de datos
(7) Negocios, comercio . 3 5 8 8 acerca de la época anterior a la década de 1890, cabe sugerir algunos mé-
(8) Artes 6 3 5 6 9 todos de análisis suplementarios. La desventaja de los mismos consiste en
(9) «Oase media baja» 7 14 8 9 que los hechos están expuestos a diferentes interpretaciones, es decir:
(10) «Profesionales» 7 5 8 4 6 que hay que saber a priori qué interpretación debe preferirse. Por esta
(11) Médicos . 4 8 13 17 razón tales métodos no se han utilizado en el texto del presente estudio.
(12) Clero 11 28 31 39 El primer método parte de la proporción de mujeres y niños que tra-
Mujeres 49 117 140 253 bajaban en una industria determinada. Al parecer, la existencia de una
497 elevada proporción de mujeres y niños siempre corresponde a un nivel
Total 116 314 334
general de salarios bajos o a una amplia «cola» de artesanos desclasados.
Sin embargo, este hecho no basta para determinar si la aristocracia obrera
l. Sin los miembros provinciales. en una industria es tan pequeña como para no tomarla en cuenta (como
2. Cifra estimativa. Se ha tomado como criterio el total de miembros de en la industria del yute), o bien sólo se encuentra separada de la masa
los sindicatos. La expresi6n «sin empleo» se refiere a obreros como Keir Hardie,
que por entonces eran políticos o funcionariC?s con _Plt;na dedii;ación.
3. Cifra estimativa. Se ha contado a las personas que consideraban que ga-
naban la mayor parte de sus ingresos escribiendo o que pasaban. la mayor parte , ~- Pintu~a, artesanía, teatro, música'. Sin embargo, las empresas de artes
de su tiempo en esa tarea. Este grupo se superpone con el grupo (4). tecmcas, como Emery Walker de Morris, figuran en el grupo {10).
4. Tareas de conciliación, organización de la caridad, Parlamento, tareas de 7. Los grupos (9) y (10) son muy aproximativos. (9) abarca a tenderos car-
organización o de propaganda con plena dedi~ción. :1-as cifras consignadas. no teleros, impresores, ~a~ricantes de lib~os, encargados de casas de huéspedes,
incluyen a los «obreros sin empleo» que tamb1en realizaban tateas de este upo. a~en.tes de segu~os, Vl~Jantes ~e comeroo y empleados. (10) abarca a científicos,
5. Sólo algunas de estas personas eran altos funcionarios de la administra- tecrucos, contables, editores, libreros y personas dedicadas a tareas de adminis-
tración y retribuidas con salarios superiores.
ci6n pública.
424 TRABAJADORES APÉNDICES 425
de los trabajadores (como en la industria del algodón). Además, algunas · loc~~s más _ce.rradas en que es común la ayuda del vecindario y de la
profesiones son esencialmente impracticables para mujeres y jóvenes (por familia (por e1empl?, en las. aldeas y en las ciudades pequeñas) y b) ·e1
ejemplo, la fabricación de gas). La existencia de una elevada proporción he~ho de; que en ciertas reg10nes hay una propensión a ahorrar para la
de muchachos en las mismas puede significar ya sea que los sueldos de , veJez mas notable que en otras.
los hombres eran bajos o bien, más probablemente, que había una ven- ~as primeras dos argumentaciones nos permiten investigar la aristo-
taja anormal en favor de los hombres y que, por consiguiente, la aristo- cracia obrera por sectores; las dos restantes, por regiones o por localida-
cracia obrera potencial era más grande (como ocurría quizás en algunas des .. Las estadísticas sobre las que se basan proceden de los censos y de
minas de carbón). los informes del Registro civil y de la Ley de Pobres.
El segundo método de análisis se basa sobre la proporción de traba- Podemos ilustra~, el primer aspecto de la cuestión. El siguiente cuadro
jadores ancianos. En este caso la argumentación es la siguiente. La exis- presen.ta la proporcion de muchachos y mujeres que habían en diferentes
tencia en una profesión de una proporción anormalmente elevada de profesiones en 1865 (fuente: Levi) .
hombres, digamos, de más de 60 años, indica ya sea que en ella el trabajo
es muy calificado y muy ligero (como la fabricación de relojes), que sólo
es muy ligero (como el de portero) o bien que la profesión atrae a los Proporción de muchachos y muieres en distintas profesiones (1865) ,,,
viejos y a los débiles y por esa razón es probable que la gran mayoría "'
de sus miembros no pertenezca a la aristocracia obrera. Si el trabajo
es especialmente duro, una proporción relativamente elevada puede resul- l. Oficios con menos de un 30 por ciento de muchachos y pocas mujeres
tar bastante baja en términos absolutos. Por consiguiente, podemos con-
cluir que las profesiones «de viejos» son o bien muy «aristocráticas» o Oficios ligeros Oficios más pesados Trabaio pesado
bien muy «plebeyas». Sin embargo, no debemos olvidar que en muchas
profesiones a los viejos les resulta físicamente imposible trabajar, por Instrumentos musica- Mecánica 1 Elaboración del azúcar
ejemplo en la de fogonero en las fábricas de gas o en la de pudelador les 1 '."'
de hierro. Litografía 1 Aserradores, Molineros
Cuando examinamos estas dos clases de argumentación tenemos que toneleros 1
recordar que las profesiones no calificadas normalmente estarán integra- Instrumentos científi- Construcciones Picapedreros
das por un pequeño porcentaje de obreros muy jóvenes y muy viejos. cos 1 navales 1
El tercer método de análisis se basa sobre las estadísticas relativas al Sastres para hombres 2 Construcción 2 Elaboración de sal
analfabetismo. Esta argumentación es un poco más complicada. a) Podría Peleteros, curtidores 1 Panadería 2 Cerveceros
sostenerse que las áreas «aristocráticas» son menos analfabetas que las Relojeros 1 Abastecimiento de Jaboneros
«plebeyas». Pero no hay que olvidar que existe una tendencia general de aguas
las viejas profesiones económicas, bien o mal pagadas, a ser más alfabe- Fabricación de vago- Trabajadores del gas
tizadas que las nuevas (por ejemplo, a comienzos del siglo XIX la ten- nes 1
dencia de una parte de la agricultura a ser, de un modo bastante para- Fabricación de arreos 2 Ladrilleros
dójico, más alfabetizada que la industria. b) Podría sostenerse que una Fabricación de peines 1
disparidad anormal entre la alfabetización de hombres y mujeres indica
una condición anormalmente mala para las mujeres y, por consiguiente,
para los obreros no calificados y para los trabajadores de las categorías 2. C?ficios con Jl!enos de un 30 por ciento de muchachos y más de un 30 por
ciento de muJeres:
inferiores en general.
El cuarto método de análisis se basa sobre las estadísticas acerca del
Encuadernadores 1 Talla en madera 1
pauperismo, sobre todo en la vejez. En este caso se supone que las áreas
Botas y zapatos Sombrereros 1
menos «aristocráticas» serán también las que contengan más vejez indi-
Fabricación de estu- Oro y plata t
gente. Sin embargo, a esta suposición se oponen a) el hecho de que la
ches de piel 1
indigencia en la vejez será generalmente más pequeña en las comunidades
426 TRABAJADORES
3. Oficios con más de un 30 por ciento de muchachos:
Oficios ligeros Oficios pesados o agotadores (más ?e un 30 por
ciento de muchachos y muieres)
Industria gráfica 1 Minas de carbón
Ebanistería, tapicería 2 Hierro 2
Cuchillería 2 Química
Fabricación de cepi- Vidrio 1
llos 2
Otros trabajos en ma- Metales distintos del
dera 2 hierro 2
Por consiguiente, pareciera que, en ausencia de otra información, la
proporción de muchachos y de mujeres nos permite detectar. sobre todo
1. los oficios calificados que tienen una larga «cola» de traba¡adores mal
pagados, «cola» ésta que de otro modo hubi:se pasad? desaperci~ida.
1Sería un error utilizar esas cifras para extraer mas conclusiones: por e¡em-
, plo, para deducir que, en 1865, el gremio de artes gráficas tenía una aris-
tocracia menos fuerte o menos destacada que el de los sastres.
El segundo método tampoco permite extraer conclusiones definitivas.
Así un análisis del censo escocés de 1861 revela que los hombres de
60 ~os o más constituían más del 10 por ciento de la fuerza de trabajo
de numerosas industrias manufactureras, principalmente en las textiles y
en lo que quedaba de la industria doméstica; y entre u~ 7 Y un 10 por
ciento (proporción muy elevada) en las faenas de traba¡o pesado, como
el acarreo del carbón la fabricación de gas y el trabajo en las canteras.
Pero también consti~ían más del 10 por ciento en una serie de oficios,
como el de la construcción, zapatería, tonelería y cuchillería, que no te-
nemos razones para considerar especialmente mal remunerados. . ..
El tercer criterio da resultados más interesantes. Podemos dividir
las áreas ocupacionalmente especializadas de ~nglate~r~ y Gales en. ~os
grupos: las «viejas» y las <<lluevas». Entre las areas vie¡as hay una distm·
ción neta entre las áreas agrícolas y las viejas ciudades artesanales. En
las primeras (si tomamos como punto de referencia el año 1863) el. anal-
fabetismo masculino era bastante elevado: entre un 28 y un 36 por ciento,
y los soldados un 29 por ciento; y el analfabetismo femenino era mucho
l. Oficio conocido como propio de la aristocracia obrera o ejercido por
una elevada proporción de miembros de la aristocraci.a obrera. . Huntingdonshire, Bedfordshire -¡60 por ciento!-, Essex y Wiltshire).
2. Oficio con una aristocracia obrera, pero también con muchos trabaiado-
res mal pagados.
APÉNDICES 427
menor que el de los hombres. {Pero este fenómeno sólo se desarrolló en
la década de 1850.) En las segundas, el analfabetismo en general era
mucho menor que el promedio, pero las mujeres tenían peor nivel que
los hombres: por ejemplo, en Melksham (industria textil del oeste de
Inglaterra) los porcentajes eran de 23 y 26 respectivamente, en Stroud
(industria textil del oeste de Inglaterra) eran de 21 y 24, en Bristol de
19 y 26, en Rotherhithe (construcciones navales y oficios portuarios) eran
de 16 y 23. Dentro de las áreas nuevas cabe hacer tres distinciones. En
primer lugar, hay ciudades en las que el trabajo calificado era importante,
con un nivel de analfabetismo muy bajo. A veces resulta difícil distin-
guirlas de las viejas ciudades artesanales, pero es significativo el hecho
de que no sólo los viejos centros de la construcción naval, sino también
los nuevos centros de construcción naval y de reparaciones navales, como
I¡.
Birketlhead (15 y 25 por ciento) tuvieran un bajo nivel de analfabetismo.
En segundo lugar, están los centros atrasados y analfabetos de la industria
minera y del hierro, y las áreas asombrosamente embrutecidas, semidomés-
ticas y semiartesanales, del oeste de los West Midlands. En ellas, tanto
hombres como mujeres eran ignorantes, aunque las mujeres lo eran un
poco más. En 1863 el promedio conjunto era superior al 45 por ciento
(cifra terrible) en sitios como Merthyr (64), Dudley (59), Neath (52),
Wolverhampton (47), Walsall (46), Monmouth (47) y de hecho en el
conjunto de Staffordshire y del sur de Gales. En tercer lugar, están las '"
áreas textiles en las que los hombres eran moderadamente analfabetos y
las mujeres lo eran en forma notable. Así, en las principales ciudades al-
godoneras la cantidad de mujeres analfabetas duplicaba a la de los hom-
bres, y el promedio para éstos estaba entre un 25 y un 30 por ciento. Lo
mismo vale para las ciudades laneras, aunque el analfabetismo masculino I·
promedio era mucho más bajo, quizá por la mayor antigüedad de la in-
dustria. En las ciudades con industria de calcetería y de encaje la situa-
ción de las mujeres era notablemente mejor.
.1
Este cuadro se modifica un poco por el progreso de la alfabetización 1
I•
1
entre el primer registro de estadísticas de 1838-1839 y 1874-1878. En '
1838-1839 las áreas granjeras todavía no estaban tan bien colocadas. Se
las puede dividir en tres sectores: el lejano norte (Cumberland, West-
morland y Northumberland), donde estaban los condados más alfabetiza-
dos (sin contar Londres), quizá por influjo de sus vecinos escoceses edu-
cados; los condados del sur y del suroeste, donde el analfabetismo mascu-
lino era casi tan amplio como en 1864, aunque el femenino era aun
más elevado, y los condados del este y de los East Midlands, así como
algunos de los del valle del Támesis, en los que era apabullante (el pro-
medio conjunto llegaba o superaba el 50 por ciento en Hertfordshire,
Sin embargo, Lancashire tenía la mayor tasa de analfabetismo masculino
428 TRABAJADORES
(sin contar los nueve condados agrícolas) . Por entonces el sur de Gales
y los West Midlands se encontraban al final de la lista. Como todavía
no se había producido Ja gran expansión de la minería del carbón, Dur-
ham tenía un analfabetismo masculino muy bajo y el femenino no era
ll,lenor que el promedio (24 y 49 por ciento). La expansión de la mine-
ría la convertiría en un área relativamente muy analfabeta, lo que
ilustra muy bien los sorprendentes efectos de la industrialización sobre
la situación del pueblo. Entre 1841-1845 y 1874-1878 los progresos tanto
para los hombres como para las mujeres fueron más leves en Londres, el
noreste, Yorkshire y Worcestershire. A :finales de la década de 1870 los
condados industriales más analfabetos seguían siendo los del sur de Gales,
Worcestershire y Staffordshire y las áreas mineras del norte. El salario di-
ferencial entre hombres y mujeres siguió siendo más amplio en Lanca-
shire.
La investigación de detalle confirma el cuadro anterior. Los porcenta-
jes más elevados para los hombres (más del 20 por ciento) se dan ahora
APÉNDICES 429
personas mayores de 65 años eran indigentes: Llanelly (36), Neath (37),
Pontypool (38), Swansea (39), Bridgend (40) y Bedwellty (42). En Nort-
humberland, Durham y el norte de Riding, Middlesbrough (46) era con
mucho el peor centro de indigencia de la vejez). En líneas generales (y
dejando de lado las aldeas depauperadas), los peores centros eran los de
las ciudades portuarias con obreros no calificados y los centros similares
(Londres, Liverpool, Bristol), los centros del hierro y del acero y las usua-
les m~nchas negras de la industria semidoméstica de pequeña escala de
los Midlands: Dudley, Kidderminster y centros de ese tipo.
P?r consi~uiente, el ~nálisis del analfabetismo y de la indigencia ,de
l~ ve1ez permite profundizar en alguna medida, y hasta cierto punto mo-
dificar, nuestro cuadro de la estratificación de la clase obrera.
(1~54) 1
1
j
1

en centros no calificados como Liverpool, en áreas mineras como Easing- 1

ton, Bishop Auckland, Barnsley, Houghton-le-Spring, en centros de hierro

1
y acero como Middlesbrough, Warrington, Hunslet, pero también en APÉNDICE 6
centros laneros en crisis como Dewsbury. El analfabetismo femenino que
duplica al masculino se da en ciudades como Keighley, Halifax, Bradford, LISTA DE SINDICATOS, ASOCIACIONES
Bolton, Bury, Salford, Manchester, Oldham, Prestan, Blackburn y Burn- Y OTRAS ORGANIZACIONES CITADOS EN ESTA OBRA
ley. Lógicamente, la alfabetización específica de los obreros pertenecientes CON SU DENOMINACióN INGLESA '
a la élite resulta cada vez más difícil de descubrir porque la situación en los
centros donde están establecidos sus gremios (por ejemplo, los talleres fe-
rroviarios de Swindon y York) se parece con frecuencia a la de las ciudades Antiguos Mecánicos Old Mechanics
de tamaño mediano rodeadas por áreas rurales, en las que cabría esperar un Asociación de Caldereros Unidos United Society of Boilermakers
buen nivel de educación, por ejemplo, Lancaster. Sin embargo, la dife- Asociación de Mecánicos Unidos Amalgamated Society of
rencia entre la ciudad ferroviaria de Doncaster y la ciudad minera de Engineers
Barnsley es notable. Asociación de Empleados de Amalgamated Society of
Podemos concluir que unas áreas con analfabetismo netamente ele- Ferrocarriles Unidos Railway Servants
vado no pueden ser normalmente consideradas como «aristocráticas» en Asociación de Mineros de Durham Durham Miners Association
el sentido del siglo x1x, por más que incluyan grupos de trabajadores bien Asociación Norteamericana de American Society of Mechanical
pagados (aunque inseguros). Si no intervienen otros factores, cabría espe- Ingenieros Mecánicos Engineers
rar que en ellas existiera un elevado grado de pobreza secundaria. Por Asociación de Tejedores Unidos Northern Counties Amalgamated
otra parte, las áreas con un amplio salario diferencial entre hombres y de los Condados del Norte Association of Weavers
mujeres, y aquéllas con un analfabetismo netamente bajo, podrían haber Asociación Tipográfica Typographical Association
sido centros de aristocracia obrera. Asociación Tipográfica Nacional National Typographical Association
El análisis de la pobreza en la vejez confirma en parte lo anterior, Asociación Tipográfica Provincial Provincial Typographical
aunque muestra que los centros de minería del carbón se encontraban en Association
una situación netamente superior en este aspecto a los centros del hierro Asociación de Trabajadores Joyeros Working Jewellers' Trade Society
y del acero (por ejemplo, en 1894 en Glamorgan, Monmouth y Carmar- Asociaciones Federadas de la North East Coast Federated
then, en seis sindicatos de un total de 18, el 46 por ciento o más de las Costa Nordeste Societies
430 TRABAJADORES
Consejo Nacional de Trabajadores
Generales
Federación de Fletadores
Federación Internacional de
Trabajadores de los Barcos,
Muelles y Ríos
Federación Internacional de
Trabajadores del Transporte
Federación Nacional de
Trabajadoras
Federación Nacional de
Trabajadores del Transporte
Federación Norteamericana del
Trabajo
Federación de Patronos de la
Industria Mecánica
Gran Unión Nacional de Sindicatos
Liga para la Protección de los
Obreros Estibadores Unidos
Liga para la Protección de los
Trabajadores
Liga de Trabajadores de Londres
y de los Condados
Sindicato de Arrumadores y
Estibadores del Norte de
Inglaterra
Sindicato de Artesanos de Gales
Sindicato de Barqueros del Tyne
Sindicato de Barqueros del Tyne y
el Támesis .
Sindicato de Cajistas de Londres
Sindicato de Cardadores de
Yorkshire
Sindicato de Carpinteros Navales
Sindicato de Conductores de
Locomotoras
Sindicato de Empleados
Municipales
General Labour National
Council
Shipping Federation
International Federation of Ship,
Dock and River Workers
International Federation
Transport Workers'
National Federation of Women
Workers
National Transport Workers'
Federation
American Federation of Labor
(A.F.L.)
Engineering Employers'
Federation
Grand National Consolidated
Trades Union
Amalgamated Stevedores Labour
Protection League
Labour Protection League
London and Counties Labour
League
North of England Teemers and
Trimmers
W elsh Artisans
Tyne Watermen
Tyne and Thames Watermen
London Compositors
Yorkshire W ool-combers
Shipwrights
Locomotive Drivers
Municipal Employees
APÉNDICES 431
Sindicato de Encuadernadores de London Bookbinders
Londres
Sindicato Escocés de Trabajadores Scottish Union of Dock
de los Muelles Labourers
Sindicato de Estibadores de Cardiff Cardiff Trimmers
Sindicato de Estibadores de London Stevedores
Londres
Sindicato de Estibadores del Norte Northern Trimmers
Sindicato de Fundidores de Hierro Ironfounders
Sindicato General de Carpinteros General Union of Carpenters
Sindicato de la Industria del Latón Brassworkers
Sindicato de Mecánicos Unidos Amalgamated Engineering Union
Sindicato Nacional de Trabajadores National Union of General and
Generales y Municipales Municipal Workers
(N.U.G.M.W.)
Sindicato Nacional de Trabajadores National Union of Dock
de los Muelles Labourers
Sindicato Nacional de Trabajadores National Amalgamated Union of
Labour (N.A.U.L.)
..
Sindicato Nacional y del Tyne de Tyneside and National Labour
Trabajadores Union
Sindicato Nacional de Operarios de National Union of Boot and Shoe ' '!!'
la Industria del Calzado Opera tives
Sindicato de Obreros de Artículos Fancy Leather Workers
de Lujo en piel
'11
Sindicato de Obreros Hilanderos Operative Spinners 111 ~
Sindicato de Operarios de Carda y Card and Blowing Room Operatives
Aventamiento
Sindicato de Operarios de las Boot and Shoe Operatives
Fábricas de Calzado l.,
Sindicato de Operarios de Talleres Cardroom Operatives
de Carda
Sindicato de Pintores Painters
Sindicato de Portuarios Dockers
Sindicato de Portuarios de Londres London Dockers
Sindicato de Productores de Steam Engine Makers
Máquinas de Vapor
Sindicato de Pulidores French Polishers
Sindicato de Tejedores de Cotton Weavers
Algodón
Sindicato de Trabajadores Workers' Union ~-
Sindicato de Trabajadores Australian Workers Union
Australianos
432 TRABAJADORES
Sindicato de Trabajadores del Gas
Sindicato de Trabajadores
Generales y a Máquina Unidos
Sindicato de Trabajadores
Generales, de los Muelles, de
las Dársenas y de los Puertos
Sindicato de Trabajadores
Generales y Municipales
Sindicato de Trabajadores
Generales y del Transporte
Sindicato de Trabajadores de los
Muelles y del río Tyne
Sindicato de Trabajadores de
Tranvías y Vehículos
Sindicato Unificado para la
Protección de los Conductores
de Locomotoras, Conductores de
Grúas y Encargados de
Dispositivos Hidráulicos y
Calderas
Unión de Talleres de Carda
Gas Workers
Amalgamated Union of Machine
and General Labourers
Dock, Wharf, Riverside and
General Labourers' Union
General and Municipal Workers
Transport and General Workers'
Union ÍNDICE
Tyne Dock and River Workers
Traro and Vehicle Workers
Prefacio 7
Amalgamated Protective Union of
Engine Drivers, Crane Drivers, 1. Thomas Paine . 11
Hydraulic and Boiler 2. • Los destructores de máquinas 16
Attendants
3. El metodismo y la amenaza revolucionaria en Gran Bte-
36
taña .
4. El artesano ambulante 49
Card-Room Amalgamation 5. El nivel de vida en Gran Bretaña entre 1790 y 1850
1 84
6. ~ La historia y «las sombrías fábricas infernales» . 122
7. < La discusión acerca del nivel de vida: un post scriptum . 140
8. Las fluctuaciones económicas y algunos movimientos so-
ciales a partir de 1800 . 147
9. Los sindicatos generales en Gran Bretaña entre 1889 y
1914 184
10. Los sindicatos nacionales en las zonas portuarias . 215
11. Reconsideración de los fabianos . 244
12. La aristocracia obrera en la Gran Bretaña del siglo XIX • 269
13. Las tendencias del movimiento obrero británico a partir
de 1850 317
14. • Costumbre, salarios e intensidad de trabajo en la in-
dustria del siglo XIX 352
15. •Tradiciones obreras . 384 <-
28. - HOBSBAWM
434 TRABAJADORES

Apéndices

1. Problemas del consumo de alimentos 405

2. Tipos de trabajadores de algunos puertos 418
3. Jornales en los puertos británicos, 1914 421
4. Composición social de la sociedad fabiana entre 1S90 y
1907 422
5. Algunas maneras posibles de averiguar la composición
de la aristocracia obrera . 423
6. Lista de sindicatos, asociaciones y otras organizaciones
citados en esta obra, con su denominación inglesa . 429

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434 TRABAJADORES

Apéndices

1. Problemas del consumo de alimentos 405

2. Tipos de trabajadores de algunos puertos 418
3. Jornales en los puertos británicos, 1914 421
4. Composición social de la sociedad fabiana entre 1S90 y
1907 422
5. Algunas maneras posibles de averiguar la composición
de la aristocracia obrera . 423
6. Lista de sindicatos, asociaciones y otras organizaciones
citados en esta obra, con su denominación inglesa . 429

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