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TRANSICIÓN A LA DEMOCRACIA Y DERECHOS HUMANOS EN

MÉXICO: LA PÉRDIDA DE INTEGRALIDAD EN EL DISCURSO

Ariadna Estévez López*

RESUMEN. A través del método genealógico de Michel Foucault


este artículo describe cómo el discurso de derechos humanos
en México surge en la década de los ochenta como resultado de
una fusión ecléctica de los discursos de la transición a la de-
mocracia y la teología de la liberación. Esta fusión dio origen a
un discurso integral que daba el mismo valor a los derechos
civiles y políticos que a los derechos económicos, sociales y
culturales. Sin embargo, el discurso perdió integralidad en la
medida que se subordinó a la transición democrática y se pos-
tergó el aborde de los derechos relacionados con la desigual-
dad socioeconómica. Al agravarse la situación social en México
las organizaciones finalmente están abordando estos problemas
pero hasta ahora no han podido revertir el rezago causado por
una visión de implementación cronológica.

PALABRAS CLAVE: Derechos humanos, discurso, democracia, orga-


nizaciones de derechos humanos, genealogía.

SI BIEN EXISTE UN DISCURSO de derechos humanos con aspiraciones “uni-


versales”, también es cierto que la apropiación y el ejercicio de este dis-
curso tiene expresiones locales que están determinadas por factores
políticos, económicos, sociales y culturales tanto internos como externos.
En consecuencia no podemos hablar de un discurso de derechos
humanos, sino de una multiplicidad de discursos nacionales o regiona-

*
Doctora en derechos humanos por la Universidad de Sussex, Inglaterra. Correo
electrónico: aestevez@servidor.unam.mx

Volumen 3, número 6, junio, 2007, pp. 7-32 Andamios 7


ARIADNA ESTÉVEZ LÓPEZ

les cuyo origen se encuentra en la coincidencia de factores históricos


(Nyamu-Musembi, 2002; Baxi, 2002).
El discurso de derechos humanos en México1 surge en la década de
los ochenta y es producto del encuentro armónico entre dos discursos
que fueron opuestos durante mucho tiempo y que entraron a nuestro
país por la vía de los movimientos sociales y la intelectualidad lati-
noamericana: la transición a la democracia y la teología de la liberación.
Esta mezcla dio origen a un discurso que fue adquiriendo objetos y su-
jetos en función de las necesidades marcadas por la situación sociopolíti-
ca y económica de México —a su vez marcaba la liberalización econó-
mica y la consecuente crisis del corporativismo—. Con esta mezcla
ecléctica se construyó un discurso de derechos humanos que en un prin-
cipio propugnaba la integralidad de todos los derechos, pero que fue
volviéndose liberal en la medida en que la izquierda social se sumaba a
la lucha por la transición a la democracia.
Este artículo hace una descripción del surgimiento y el desarrollo del
discurso de derechos humanos en México a partir de una visión genea-
lógica. Para ello describe dos periodos marcados por momentos políticos
y socioeconómicos que ampliaron el discurso hasta su versión actual: 1)
el surgimiento del discurso integral (1984-1990), y 2) la subordina-
ción al discurso democrático y la resultante pérdida de la integralidad
(1991-2000). Las conclusiones son un epílogo a la situación actual del
discurso.

EL PRINCIPIO: CONSTRUYENDO UN DISCURSO INTEGRAL (1984-1990)

El discurso de derechos humanos en México fue de dominio casi


exclusivamente diplomático hasta mediados de los ochenta, cuando la
izquierda social empezó a utilizarlo en el contexto del conflicto armado
en Centro América, especialmente en El Salvador y Nicaragua, donde la

1
Aquí se entenderá el discurso según la definición de Michel Foucault, es decir, una
serie de enunciados que establece objetos y sujetos en una disciplina de conocimiento
que normaliza la conducta humana y crea relaciones de poder (Foucault, 1977, 1985,
1988, 1998, 2002).

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Iglesia progresista creó organizaciones que se encargaban de denunciar


abusos como tortura, desaparición forzada, ejecuciones, detenciones ar-
bitrarias, incomunicación, asesinato político, etcétera, cometidos contra
la oposición armada (Acosta, 2004; Aguayo, 2004; Concha Malo, 2004;
Maldonado, 2004; Fernández, 2004).
Decenas de defensores de derechos humanos pertenecientes a esas
organizaciones fueron asesinados, o en el mejor de los casos perseguidos,
como los hermanos Roberto y Benjamín Cuéllar, fundadores del Comité
de Derechos Humanos “Socorro Jurídico Cristiano” de El Salvador. Los
Cuéllar huyeron a la Ciudad de México, donde de inmediato buscaron a
la Orden de los Dominicos, con quienes estaban relacionados en El Sal-
vador en su trabajo de defensa de los derechos humanos. Los Dominicos
en México les dieron las facilidades para echar a andar una campaña de
solidaridad con el pueblo salvadoreño, a la cual se unieron académicos,
promotores de educación popular y simpatizantes de la teología de la li-
beración, quienes posteriormente crearían las primeras organizaciones
de derechos humanos en México.
Aunque los derechos humanos como práctica discursiva entraron a
través de este movimiento de solidaridad con Centroamérica, como dis-
curso surgió de la fusión de dos corrientes de pensamiento diferentes
pero convergentes en las luchas sociopolíticas en América Latina: la tran-
sición a la democracia y la teología de la liberación. En primer lugar, la
noción de derechos humanos como herramienta de la transición a la de-
mocracia fue utilizada por académicos y activistas laicos que abando-
naban progresivamente la idea de “revolución” y se sumaban a las ideas
de “democratización” prevalecientes en otros países del continente.2 De

2
Hay tres abordes de democratización. El primero es la teoría de la modernización, la
cual enfatiza los aspectos económicos de la democratización y la vincula con la mo-
dernidad y su supuesto de progreso. Establece que la democracia es un producto del
desarrollo capitalista. El segundo es el aborde estructural o de la sociología histórica,
el cual señala que la relación cambiante e histórica entre el Estado y las clases sociales
determinan el sistema político. El tercer y más reciente es precisamente el de la teoría
de la transición, el cual es uno centrado en el sujeto como agente de cambio, y se en-
foca en el papel de las elites políticas en los procesos democráticos. Toda causa es-
tructural se encuentra fuera del análisis. La teoría de la transición ha sido recientemente
reformulada por J. Grugel, quien encontró dos deficiencias fundamentales en estos

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acuerdo con algunos estudios sobre las razones y usos de la democracia


en América Latina, la transición a la democracia tiene su origen en el
impacto que tuvieron los golpes de Estado de América del Sur de los se-
tenta en la intelectualidad de la época, la cual empezó a cuestionar seria-
mente la efectividad de los discursos revolucionarios del marxismo-
leninismo para el cambio político (Lesgart, 2003; Roitman Rosenmann,
2005).
La brutal represión de las juntas militares contra la guerrilla y los
líderes obreros fue atribuida al proyecto político-intelectual de la iz-
quierda de aquel entonces, que proponía la revolución armada como
método y el socialismo como meta. La idea de fondo era que el ideal de
la lucha armada como vía para el cambio político y económico había
suscitado una reacción feroz en la ultraderecha y polarizado las posturas
de los distintos actores políticos y sociales, y por ello era necesario cam-
biar la dinámica de pensamiento y en consecuencia de la acción política
(Lesgart, 2003; Roitman Rosenmann, 2005).

tres abordes. Por un lado, todos carecen de una visión integral del cambio político que
pueda dilucidar la influencia tanto del sujeto como de la estructura en los procesos de
democratización. Por otro lado, ninguno comprende una visión internacional que in-
corpore el rol de la economía política así como de la sociedad civil. Grugel, sin abandonar
la definición schumpetariana de democracia, propone una visión que ponga igual énfasis
en el Estado, la sociedad civil y la globalización. Para ello, hace una conexión entre los
procesos democráticos como el de México y los procesos globales de cambio político,
económico y cultural. En lo económico, Grugel observa una coincidencia en el sur-
gimiento de la economía global y la expansión mundial de la democracia como sistema
político. En este contexto, la democracia se construyó con base en estrategias de
liberalización económica global que redujeron la capacidad de los Estados autoritarios
para cooptar y comprar apoyo político. Esto no significa que la liberalización económica
haya llevado automáticamente a la democratización, pues solamente alentó la cons-
trucción de democracias formales al tiempo que incrementaba la pobreza y la desigualdad
social, lo cual actúa contra formas más sustantivas de democracia. En lo político, Grugel
cree que los procesos socioeconómicos tuvieron gran influencia en la formación de la
gobernabilidad global, la cual refleja las desigualdades estructurales entre pobres y
ricos, y por ende promueve el discurso democrático predominante que se enfoca so-
lamente en elecciones y alternancia en el poder. Finalmente, en relación con los aspectos
culturales, Grugel señala que el desarrollo tecnológico jugó un papel importante en la
difusión de los valores democráticos en todo el mundo (Grugel, 2002).

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De esta forma, los intelectuales del Consejo Latinoamericano de


Ciencias Sociales (Clacso) analizaron las características de los regímenes
militares —que los intelectuales empezaron a llamar sistemas burocrático-
autoritarios para diferenciarlos del viejo autoritarismo, definido por el
uso del corporativismo para prevenir la disidencia—, y decidieron ela-
borar alternativas intelectuales que llevaran a un cambio político que
pudiera poner fin a la represión y a los gobiernos militares, pero que evi-
tara movimientos de masa proclives a la revolución (Lesgart, 2003; Ruiz
Contardo, 2004).3 La respuesta fue la “democracia” (Lesgart, 2003: 68).4
La opción por la democracia fue una decisión difícil toda vez que la
izquierda latinoamericana siempre había sospechado de las posibilidades
emancipadoras de ese discurso. Durante décadas los activistas e
intelectuales de la región habían visto la democracia y los derechos huma-
nos con suspicacia, no sólo por la prevalencia de los discursos mar-
xistas, sino también por el contexto de la Guerra Fría en la que los dis-
cursos liberales eran promovidos en la Alianza por el Progreso, un pro-
grama patrocinado por Estados Unidos con el que se trataba de impedir
el “contagio socialista” a través de programas para el desarrollo y la de-
mocracia. Pero detrás del uso de la transición a la democracia como un
concepto había razones pragmáticas, ya que la democracia tenía un rol
práctico doble: oponerse al autoritarismo, y permitir la defensa individual
frente a la brutal represión de las juntas militares (Lesgart, 2003: 81).

3
Para una amplia discusión sobre las preocupaciones de la comunidad intelectual
latinoamericana véase Lesgart (2003).
4
La reacción contra el marxismo en el trabajo teórico-político en América Latina
también alcanzó a la teología de la liberación. En los ochenta, con miles de personas
muriendo con la guerra en curso en Centro América, los teólogos de la liberación hi-
cieron una crítica al uso de herramientas marxistas para el análisis social. La experien-
cia de la Iglesia denunciando violaciones a los derechos humanos durante la dictadura
militar en Chile fue muy iluminadora. Para una interesante discusión de los desafíos
que imponía la creciente importancia de los derechos humanos y la democracia en la
conceptualización de la teología a la libración, véase Sigmund (1990). Sobre las im-
plicaciones de la doctrina de seguridad nacional en la teología de la liberación, véase
Comblin (1979).Sobre la influencia de la teología de la liberación en la izquierda en
general, véase Castañeda (1993).

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Aunque México no había pasado por la terrible situación de represión


generalizada que hizo a los países de Sudamérica elaborar la teoría de la
transición a la democracia —en México todavía había elecciones y la si-
tuación de los derechos civiles no era tan atroz como la de esos países o
los de América Central—, la situación política imperante era lo su-
ficientemente mala como para relacionarla con el “autoritarismo bu-
rocrático” y la consiguiente necesidad de “transitar a la democracia”.5
En México “la transición a la democracia” significaba un cambio de
partido en la oficina presidencial, misma que el Partido Revolucionario
Institucional (PRI) había monopolizado durante 60 años. Incluía la ins-
tauración del Estado de Derecho, elecciones libres, un sistema de parti-
dos fuerte, la rendición de cuentas de los gobernantes, el goce de li-
bertades individuales y derechos políticos, y se veía como la forma de
lograr un gobierno verdaderamente electo por el pueblo que estuviera
dispuesto a revertir las políticas neoliberales y perseguir los ideales de
justicia social.
En México la visión de derechos humanos en el marco de la transición
a la democracia entendida en estos términos era esencialista. Se les
entendía como preexistentes a la ley y emanados de una supuesta na-
turaleza humana universal. También se enfocaban en el “Estado de
Derecho” como precondición para un régimen verdaderamente de-
mocrático, el cual veían como un fin en sí mismo, pues en la democracia
la ley se aplica en favor de los individuos para que puedan escoger li-
bremente a sus líderes y así asegurar cambios estructurales. Pero a di-
ferencia de los países del Cono Sur donde los asuntos económicos pasaron
a segundo plano debido a la represión generalizada contra activistas
políticos, en México, donde la represión estaba vinculada a la resistencia
contra el ajuste estructural y era mucho menos generalizada, las orga-
nizaciones laicas mantuvieron una visión integral de los derechos hu-
manos y advirtieron en sus publicaciones los peligros de remover de la
idea de democracia el análisis socioeconómico.6

5
La forma en que los derechos humanos y la democracia se relacionan en el caso
mexicano es muy ilustrativa en Acosta (1994).
6
Véase por ejemplo Academia Mexicana de Derechos Humanos (1990). Por otra
parte, la idea de democracia desvinculada al análisis estructural fue la promovida por

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TRANSICIÓN A LA DEMOCRACIA Y DERECHOS HUMANOS EN MÉXICO

En segundo lugar la noción de derechos humanos basada primero en


las “prácticas pastorales” de la Iglesia Católica en el Cono Sur y América
Central, y después en las ideas de la teología de la liberación vinculadas
a esas prácticas, fue promovida por los Dominicos y los Jesuitas. La
Clacso. Aquí, el tipo de democracia al que los sistemas autoritarios debían transitar
tendría que estar definido de acuerdo con una formulación pragmática de las causas de
la democratización. Al principio los intelectuales evaluaron las implicaciones de la cul-
tura política, las instituciones y los ciclos del capitalismo para el desarrollo de una de-
mocracia liberal. Pero los análisis mostraron que la desaparición de la democracia coin-
cidía con las crisis cíclicas del capitalismo, en especial en países con industrialización
tardía, como los del Cono Sur y en general como América Latina toda. Como este aná-
lisis tenía consecuencias negativas para la construcción de alternativas conceptuales
(Chile y Argentina estaban justamente en una época de crisis capitalista), los intelectua-
les tomaron la decisión de separar la democracia de su contenido socioeconómico y
cultural, y dejarla como una categoría exclusivamente política, independiente de factores
culturales y socioeconómicos (Lesgart, 2003). En consecuencia comenzaron a vincular
la democracia con categorías con las que no se le había vinculado antes, como
“transición”, la cual fue redefinida como cambio gradual; y “régimen político”, que se
refería al diseño de instituciones. Así pues, se dejó de analizar la democracia en términos
de requisitos y se empezó a valorar en términos de las posibilidades de tránsito. El én-
fasis en las elites políticas de la transición a la democracia viene precisamente de la idea
de que éstas tienen que negociar un pacto que eventualmente lleve a la instalación de
una democracia política. Las características sustantivas de la democracia formuladas
por otros teóricos fueron reducidas a la “construcción de la sociedad civil” y la “par-
ticipación” en el proceso de democratización (Lesgart, 2003: 85-90). Al reducirla a
términos meramente políticos, los intelectuales latinoamericanos transformaron la
democracia en “democracia política” y empezaron a considerarla únicamente en términos
de la construcción de instituciones y procedimientos, y en la representación. Esto es
porque la democracia política estaba construida sobre las bases de la “democracia liberal”,
la cual se define como aquella en la que los gobiernos son electos directa o indirectamen-
te en elecciones periódicas y libres; las elecciones se hacen con base en partidos políticos;
se garantiza un determinado número de libertades civiles para hacer efectivo el derecho
a elegir; se establece la igualdad frente a la ley; se protege a las minorías; y se acepta el
principio de máxima libertad (Macpherson, 1977: 11). Separar la democracia de su
contenido más sustantivo y circunscribirla exclusivamente al estudio de la ciencia política
significó desconocer los factores socioeconómicos y las relaciones de poder. De hecho
la transición a la democracia ha sido fuertemente criticada por intelectuales marxistas,
quienes creen que se trató de una elaboración en exceso pragmática y conservadora,
pues establece un concepto de democracia que no toma en cuenta los problemas más
sentidos en la región —la desigualdad y la pobreza—, al tiempo que contribuye a la
expansión de la democracia formal promovida por los grupos conservadores. Véase
Lesgart (2003) y Macpherson (1977).

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teología de la liberación nunca fue tan importante en México como en el


resto de América Latina7 —excepto en el caso de las comunidades ecle-
siales de base (CEB)— pero debido al involucramiento de la izquierda
social en la campaña por los derechos humanos en El Salvador y el
movimiento de solidaridad con los refugiados centroamericanos en Mé-
xico, la obra de teólogos de la liberación que teorizaron sobre los derechos
humanos —especialmente Leonardo y Clodovis Boff, Ignacio Ellacuría
y Jon Sobrino, los dos últimos basados en la Universidad Centroame-
ricana de El Salvador— fue ampliamente leída entre curas activistas.
Durante la década de los setenta, los teólogos de la liberación recha-
zaron los discursos de democracia y derechos humanos8 porque los veían
vinculados con la política intervencionista de Estados Unidos (Sigmund,
1990), pero en Chile y Brasil algunos sacerdotes utilizaban el discurso
de derechos humanos de forma pragmática para buscar a los desapa-

7
No interesa en este artículo abundar sobre este asunto, baste con decir que de acuerdo
con el sacerdote dominicano y activista de derechos humanos Miguel Concha, la razón
de esto es la naturaleza conservadora del clero mexicano, que persiguió y reprimió a
aquellos curas que simpatizaban con las causas políticas y sociales posteriores a la ma-
sacre estudiantil de 1968. Roderic Ai Camp asegura que la teología de la liberación no
fue muy popular en los setenta en México porque la violencia gubernamental no fue
tan grave como la de América del Sur. Véase Camp (1997), y Concha Malo, González
Gari, Salas y Bastian (1986).
8
La excepción fue José Comblin, quien compartía el punto de vista de sus colegas
teólogos de la liberación de que la Iglesia debía enfocarse en la crítica al desarrollo, pe-
ro además señalaba que en la práctica, dado lo extendido de la doctrina de seguridad
nacional, los derechos humanos se estaban volviendo clave en un nuevo aborde pastoral
a los problemas que presentaban los gobiernos militares. Señalaba que en los países
donde se había establecido la doctrina de seguridad nacional, las iglesias habían pro-
ducido declaraciones “en defensa de los derechos humanos”, las cuales no eran “estudios
teóricos de una doctrina ética elaborada en el vacío. Son actos públicos de confrontación
con el sistema político. Los derechos humanos definen la forma en que la Iglesia percibe
su presencia en el mundo real y su posición real en relación con el Estado” (Comblin,
1979: 105). La visión de Comblin respecto de los derechos humanos y su crítica a la
violencia provocada por las ideas marxistas de revolución fueron una excepción dentro
de la teología de la liberación de la década de los setenta. Sin embargo, una vez que la
violencia se extendió a Nicaragua y El Salvador a finales de esa década, los teólogos
empezaron a incorporar los derechos humanos en lo que Comblin anunciaba tiempo
antes como un doble aborde pastoral que observa los problemas relacionados con el
desarrollo y promueve los derechos humanos. Véase Comblin (1979).

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TRANSICIÓN A LA DEMOCRACIA Y DERECHOS HUMANOS EN MÉXICO

recidos y defender a los torturados y los detenidos arbitrariamente por


los gobiernos de la doctrina de seguridad nacional. Pero en la medida en
que la transición a la democracia ganaba terreno entre la izquierda social
del Cono Sur, y la violencia se extendía en toda América Central, en la
década de los ochenta los teólogos de la liberación se volvieron más re-
ceptivos y aquellos con base en la Universidad Centroamericana (UCA)
empezaron a desarrollar sus propias teorías de derechos humanos
(Sigmund, 1990: 77).
Boff, Ellacuría y Sobrino propusieron la idea de derechos humanos
como “derechos de los pobres”, siguiendo la idea liberacionista de que
Dios tiene una “opción preferencial por los pobres”. La idea de los de-
rechos de los pobres contrastó con el individualismo de la doctrina de
derechos humanos promovida por Estados Unidos, toda vez que proponía
los derechos humanos como los derechos de la comunidad y no del in-
dividuo (Czerny, 1992). De mucha influencia para esta formulación resultó
la idea de la historización de los derechos humanos elaborada por Ella-
curía, quien señalaba la importancia del contexto socioeconómico en la
construcción de los derechos humanos. Decía que antes de analizar “el
problema de los derechos humanos” era necesario descartar cualquier
noción abstracta de derechos humanos y examinar el contexto para de-
terminar si el concepto imperante servía únicamente para mantener el
estatus quo y los intereses de la minoría poderosa en detrimento de la
mayoría empobrecida (Ellacuría, 1990).
Esta visión de la necesidad de contextualizar los derechos humanos
rechazaba cualquier separación entre derechos civiles y políticos, y eco-
nómicos, sociales y culturales, y proponía una jerarquía basada en la lu-
cha de los pueblos por su liberación, la cual era entendida como la lucha
del pueblo contra la opresión para lograr su libertad. Esta jerarquía debía
ser cronológica y priorizar un derecho sobre todos los demás: el derecho
a la vida. La centralidad de este derecho estaba vinculado a la represión
sistemática y generalizada en América Central (Sigmund, 1990; Ellacu-
ría, 1990; Czerny, 1992).
En México, la visión religiosa de los derechos humanos se fusionó
con la concepción laica ofrecida por el discurso de la transición a la de-
mocracia y dio origen a una primera versión de un discurso de derechos
humanos propiamente mexicano. Esta visión mexicana establecía que

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las violaciones a los derechos civiles y políticos (DCP) —como tortura,


asesinato, detención arbitraria y desaparición forzada— eran expresiones
obvias de violaciones masivas a los derechos económicos, sociales y cul-
turales (DESC). A partir de mediados de los ochenta, se puso igual énfasis
en la importancia de estos dos tipos de derechos.
Sin embargo, la fusión de estas dos corrientes de pensamiento que
enfatizaban la necesidad de adquirir conciencia sobre el contexto socio-
económico e impulsar la solidaridad no eliminó las diferencias funda-
mentales entre las visiones laica y religiosa de los derechos humanos ya
que una de ellas era legal (iusnaturalismo) y la otra estaba basada en las
prácticas pastorales de la teología de la liberación, como la organiza-
ción de las bases. Estas diferencias llevaron a la creación de dos diferentes
tipos de sujetos de derechos humanos: las ONG académico-profesiona-
les y las religiosas (jesuitas y dominicas). Impulsados por el trabajo de los
Cuéllar y en respuesta al problema de los refugiados centroamericanos,
los dominicos crearon el Centro de Derechos Humanos “Fray Francisco
de Vitoria” en abril de 1984; y un grupo de académicos, políticos y acti-
vistas laicos crearon la Academia Mexicana de Derechos Humanos, en
octubre de ese año.9
Al principio estas organizaciones no abordaban problemáticas rela-
cionadas con violaciones a los derechos humanos en México. El Vitoria
se dedicaba a registrar la violencia política en Centro América, y la Aca-
demia se concentraba en educación e investigación en derechos humanos.
No es que estas organizaciones no tuvieran conciencia de la relevancia
de los derechos humanos para la problemática mexicana, pero no ha-
bía las condiciones para hacerlo: el discurso estaba muy relacionado
con la política “imperialista” de Estados Unidos, y muy poca gente fuera
del circuito de solidaridad latinoamericana sabía lo que eran los dere-
chos humanos, por lo que éste no tenía respaldo social y los activistas
ponían sus vidas en peligro. Los coordinadores de las organizaciones
9
Antes de que aparecieran las organizaciones de derechos humanos existían grupos
que luchaban contra los mismos objetos del discurso (tortura, desaparición forzada,
ejecuciones), como el Frente Nacional contra la Represión (FNCR), creado por Rosario
Ibarra en 1977. Sin embargo, el análisis genealógico de este artículo está interesado en
las luchas de poder dentro de una disciplina determinada, que es la de derechos hu-
manos. La lucha del FNCR se daba en el ámbito de la represión política.

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decidieron que la mejor forma de lograr respaldo social era una difusión
amplia entre la clase política, la academia y el activismo social, de lo que
son los derechos humanos, a través de publicaciones y seminarios, y la
multiplicación de grupos de derechos humanos en la base.
Pero además de crear una cultura de derechos humanos, los activistas
vieron la necesidad de producir información sobre violaciones. Así pues,
en 1988 se publicó el informe Las violaciones a los derechos humanos in-
dividuales en México, en el Primer Informe sobre la Democracia en México,
un libro editado por Pablo González Casanova. El informe registraba las
violaciones a los derechos a la vida, la libertad y la integridad personal,
publicadas en la prensa mexicana de 1971 a 1986, y mostraba que mien-
tras las ejecuciones, las desapariciones forzadas y la tortura eran prácticas
generalizadas en Argentina, El Salvador y Guatemala, y donde la víctima
podía ser cualquier persona de la oposición, en México estas prácticas
eran sistemáticas pero no generalizadas pues se aplicaban sólo a líderes
sindicales y campesinos, estudiantes y miembros de la oposición política.
En contraste con América del Sur y Central, en México la represión era
aplicada selectivamente (Concha Malo y Centro de Derechos Humanos
“Fray Francisco de Vitoria”, 1989).
El informe fue importante no sólo porque logró poner en contexto la
situación de represión de México, sino también porque fue el primer in-
tento de ver la represión del gobierno mexicano desde una perspectiva
de derechos humanos. De esta manera el informe estableció las bases
para la construcción del discurso y la metodología en el futuro cercano:
la documentación de casos de violaciones a derechos civiles y políticos.
Este factor fue decisivo en la elaboración de un discurso mexicano de
derechos humanos, pues desde este momento la construcción de casos
paradigmáticos y la estadística de violaciones individuales se volvieron
centrales en la metodología de derechos humanos.
En el largo plazo, ésta dificultaría la adaptación del método a casos
de violación de DESC. Pero en aquel entonces el énfasis en DCP no quería
decir que el discurso estuviera desasociado de los DESC y de una visión
integral, pues desde su creación en 1984 el Centro Vitoria había publicado
en su boletín Justicia y Paz artículos y reportajes sobre DESC tales como
vivienda, trabajo, medio ambiente, alimentación y pueblos indígenas.
Si bien la metodología era pobre —se hablaba de DESC con escasas

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referencias a los instrumentos internacionales o regionales, los cuales de


cualquier forma eran muy limitadas en ese entonces— había un esfuerzo
consciente por mantener la integralidad entre la situación socioeconómica
(DESC) y la represión contra la resistencia pacífica a esta situación (DCP).
Por este tiempo (1988) las organizaciones de derechos humanos no
eran numerosas —apenas unas seis (Maldonado, 1995)—. Pero ese año
se creó el Centro de Derechos Humanos “Miguel Agustín Pro Juárez”,10
el cual, junto con el Centro Vitoria, empezó a promover la creación de
organizaciones de derechos humanos de base, y a ayudar a organizacio-
nes populares que se oponían al gobierno. Se crearon tantas organi-
zaciones de derechos humanos en un tiempo tan corto que para 1989 se
creó la Red de Organismos Civiles de Derechos Humanos “Todos los
Derechos para Todos”,11 la cual tenía el fin de coordinar actividades y
crear una red de apoyo para el trabajo solidario. Ese año también se creó
la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de Derechos Humanos
(CMDPDH), como resultado de una escisión en la Academia, donde un
grupo de activistas decidió que preferían defender “casos” en vez de
“causas”, como ocurría en la Academia. Con la convicción de litigar ca-
sos paradigmáticos, esta organización agregó al discurso en ciernes una
práctica que se volvería crucial para adaptar la metodología de DCP a
DESC: la defensa jurídica.
Al mismo tiempo, la Red TDT logró elaborar la primera agenda con-
junta, misma que no pudo incluir los DESC. Comprendía impunidad y
violaciones a lo que empezaron a llamar “derechos fundamentales”, es
decir, los derechos a la vida, la libertad, la seguridad personal y la inte-
gridad física y psicológica (Concha Malo, 2004 [entrevista]). El trabajo
coordinado de las organizaciones a través de la Red TDT definió la agenda
de represión (violación a los derechos fundamentales) y la estrategia po-
lítica (defender a los grupos que estaban en resistencia frente a las políti-
cas de ajuste estructural) en un marco de derechos humanos claramente
integral.

10
En adelante, me referiré a esta organización como “Centro Prodh”.
11
En adelante, me referiré a esta organización como “Red TDT”.

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TRANSICIÓN A LA DEMOCRACIA Y DERECHOS HUMANOS EN MÉXICO

En las publicaciones de estas organizaciones, especialmente en las re-


ligiosas, la contextualización de las violaciones y la estrategia ubica las
violaciones a los derechos políticos en un contexto de violación masiva
de DESC. Sin embargo, las organizaciones académicas y religiosas trata-
ban los DESC exclusivamente como una forma de dar contexto y no los
analizaban en sí mismos debido a las limitaciones del discurso
internacional que no daba muchas herramientas de implementación, y
también porque la represión era sistemática y sus recursos y cono-
cimientos limitados. Por ello, como lo recomendaron los teólogos de la
liberación, los activistas establecieron sus prioridades de una forma
cronológica que priorizara el derecho a la vida y estableciera un cumpli-
miento secuencial de los diferentes derechos humanos.
La expresión de esto fue la adopción de las “tres generaciones de
derechos humanos”, un aborde que establece que la instauración de un
sistema de protección individual y de ciudadanía política corresponde a
los siglos XVII y XVIII y conforma la primera generación; el establecimiento
de protección de social y económica corresponde a los siglos XIX y XX, y
conforma una segunda generación de derechos; y el reconocimiento de
asuntos que interesan a los pueblos como el desarrollo, la paz y el medio
ambiente corresponden a una tercera generación de derechos que se ha
expresado a partir de la década de los setenta del siglo XX (Davidson,
1993).
Los resultados de la fusión de la teología de la liberación y la transición
a la democracia en la metodología de las tres generaciones de derechos
humanos puede verse en las formulaciones estratégicas de reportes y
boletines de las organizaciones, las cuales promovían las ideas de que las
violaciones a los derechos civiles y políticos tenían sus raíces en causas
políticas, sociales y económicas; y que la defensa de estos derechos debía
llevar eventualmente a un régimen democrático que apoyara un proyecto
de justicia social (la prioridad de los derechos civiles y políticos llevaría
inevitablemente a la realización de los DESC). Estas prioridades fueron
definidas en parte por las circunstancias —represión sistemática y
selectiva— pero también por la creciente importancia que cobraba el
discurso de transición a la democracia, que ponía como objetivo estratégi-
co la defensa de los DCP. Las organizaciones apoyaban la integralidad
formalmente, pero en la práctica daban poca atención a los DESC.

Andamios 19
ARIADNA ESTÉVEZ LÓPEZ

Debido al aborde de las tres generaciones y el contexto político espe-


cífico que hacía de los derechos civiles y políticos una prioridad, los
asuntos de la economía política no se establecieron como un objeto del
discurso de derechos humanos en el momento que el gobierno empezaba
a responder a la acción cada vez más asertiva de las ONG. Esto ocurrió
con la creación del primer organismo oficial de derechos, la Comisión
Nacional de Derechos Humanos (CNDH), la cual marcó claramente el
momento en que el discurso de derechos humanos se volvía un terreno
en disputa, pues el gobierno dejó de repeler los ataques y lanzó sus pri-
meros intentos por definir los límites del discurso. El gobierno, que ha-
bía sido sujeto y autoridad para hablar del discurso de derechos huma-
nos internacional (el de la Organización de las Naciones Unidas y de los
Estados Americanos), tomó la decisión de disputarse los límites del dis-
curso interno de derechos humanos de acuerdo con su propia agenda
de intereses políticos.
La creación de la CNDH marcó el momento en que las ONG se con-
virtieron en un interlocutor oficial del gobierno porque la CNDH se creó
como una reacción a las agendas y preocupaciones de las organizacio-
nes. Al decir que la observancia de los derechos humanos tenía que ser
ajena a la política y que no podía erigirse en un órgano jurisdiccional
que reemplazara a las cortes existentes, la CNDH definió un manda-
to que le impedía (e impide) admitir quejas sobre violaciones a los dere-
chos político-electorales y los laborales, dos de los derechos más violados
en México entonces (y todavía ahora). En consecuencia, las organiza-
ciones de derechos humanos empezaron a distanciarse del discurso
gubernamental pues en su opinión el gobierno no consideraba, como
ellas, la promoción y defensa de todos los derechos humanos de forma
integral. Las organizaciones reforzaron su propia identidad al marcar
una diferencia cualitativa entre su discurso y el del gobierno.
Sergio Aguayo dice que la CNDH marcó también un momento de
expansión del discurso de derechos humanos. La agenda se amplió en
dirección del proyecto político de la sociedad mexicana en su conjunto,
la democracia. Esta se construía como un objetivo estratégico para alcan-
zar la justicia social, pues a través de ella se elegiría libremente a un
gobernante que cambiara el rumbo económico del país.

20 Andamios
TRANSICIÓN A LA DEMOCRACIA Y DERECHOS HUMANOS EN MÉXICO

El siguiente periodo, pues, estuvo definido por la subordinación del


discurso de derechos humanos al de transición a la democracia, con
la consecuente pérdida de integralidad pues ésta se concentraba en la
defensa de los DCP.

LA TRANSICIÓN A LA DEMOCRACIA Y LA PÉRDIDA DE LA INTEGRALIDAD (1991-2000)

El énfasis en la transición a la democracia llevó a una interpretación más


bien dogmática de la historización de los derechos humanos de la que
hablaba Ellacuría. Esto se expresó en la adopción acrítica de la me-
todología de las tres generaciones de derechos humanos, la cual indicaba
que los DESC solamente se podían cumplir una vez que los DCP fueran
satisfechos. Esta interpretación, junto con las circunstancias particula-
res del contexto político, llevó a que las organizaciones se volvieran
complejas en su aborde a los derechos civiles.
Sin embargo, en 1991, gracias a la acción conjunta y la retroali-
mentación de las organizaciones participantes en la Red TDT, y en
respuesta a las distintas circunstancias represivas que producía la acción
del Estado autoritario, el discurso estaba pasando de incluir, como ob-
jetos, los asuntos relacionados exclusivamente con la represión política
(violaciones a los derechos a la integridad personal, la vida, un juicio
justo, y la libertad de expresión, asociación y opinión, a través del ase-
sinato, la tortura, la incomunicación, la ejecución extrajudicial y la
detención arbitraria), a incluir también asuntos relacionados con la vi-
da civil (abuso policiaco y violaciones perpetradas por los militares en
la lucha antinarcóticos). Asimismo, el análisis histórico de las violaciones
y el creciente desarrollo de capacidades en el campo jurídico estaban
añadiendo asuntos estructurales a la agenda, como la impunidad en las
esferas civil y política.
Sin embargo, el énfasis más fuerte en la ampliación del discurso em-
pezó a ponerse en el campo de los derechos políticos, en particular los
derechos a ser elegido y a votar en elecciones democráticas, pues éstas
eran áreas de especial disputa entre la sociedad civil y el Estado, por la
primacía del discurso democrático. Dos eventos ayudaron al rápido desa-

Andamios 21
ARIADNA ESTÉVEZ LÓPEZ

rrollo de los derechos políticos como derechos humanos. En primer lu-


gar, en 1990 y 1991 la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
(CIDH) emitió una resolución en relación con los fraudes en los proce-
sos electorales en Chihuahua, Durango y Nuevo León en la segunda
mitad de la década de los ochenta.
Las quejas, que habían sido interpuestas por el derechista Partido
Acción Nacional (PAN), llevaron a la CIDH a establecer que el gobierno
federal había violado los derechos políticos protegidos en la Convención
Americana de Derechos Humanos, pues había faltado a su obligación de
respetar los derechos de los mexicanos a participar en elecciones autén-
ticamente democráticas y a contar con un marco legal adecuado para in-
terponer quejas sobre violaciones a sus derechos políticos (Concha Malo,
1994). La resolución tuvo un gran impacto, pues transformó el típico
comportamiento fraudulento del PRI en violaciones a garantías univer-
sales, proporcionando mecanismos para la lucha nacional por la tran-
sición a la democracia.
En segundo lugar, durante las elecciones intermedias de 1991, las
organizaciones de derechos humanos que habían buscado de forma cons-
ciente y activa extender la agenda de derechos humanos hacia la lucha
por la democracia, como la Academia (el nuevo director, Sergio Aguayo,
orientó la agenda en esa dirección), empezaron a llevar a cabo obser-
vaciones electorales en la Ciudad de México y en estados donde iban a
llevarse a cabo elecciones locales, como San Luis Potosí, Guanajuato,
Jalisco y Coahuila. La Red TDT se unió a la observación electoral, pero
nuevamente el PRI volvió a cometer fraude y propició en todo el país un
amplio movimiento ciudadano que defendía explícitamente los dere-
chos políticos. La observación proporcionó información empírica —ma-
nipulación y compra de votos, parcialidad de los medios, manipulación
del padrón electoral— que fácilmente fue interpretada desde la
perspectiva de los derechos humanos, convirtiendo las elecciones en un
objeto más del discurso de derechos humanos en ciernes. Además, la
denuncia de violaciones a los derechos civiles —actos represivos ante-
riormente relacionados con la lucha campesina y obrera— se extendió a
la de los militantes de partidos de oposición.
Aunque la expansión del discurso estaba siendo subordinada al
discurso democrático, las organizaciones de derechos humanos trataron

22 Andamios
TRANSICIÓN A LA DEMOCRACIA Y DERECHOS HUMANOS EN MÉXICO

de conservar su visión integral participando en conferencias sobre el


libre comercio y observación de elecciones sindicales, o incluyendo re-
portes sobre violaciones a los derechos a la educación, el medio ambiente
sano, la vivienda y la alimentación en informes anuales (Centro de
Derechos Humanos “Miguel Agustín Pro Juárez”, 1992 y 1993). No
obstante, estos análisis no tenían la misma efectividad que los análisis
de DCP, pues carecían de referencias a instrumentos internacionales de
derechos humanos.
Al mismo tiempo, el enfrentamiento entre el Estado autoritario y las
organizaciones colocaba las disputas de poder en el campo del discurso
de la democracia, así que fueron los asuntos electorales y no los eco-
nómicos o culturales los que empezaron a volverse objetos del discurso
de derechos humanos. De hecho, en su participación en conferencias
relacionadas con el libre comercio,12 las pocas organizaciones de dere-
chos humanos que participaron (en especial el Centro Prodh y la
CMDPDH) no establecieron demandas de DESC propiamente dichas, como
el impacto del libre comercio sobre el empleo, el campo o la producción
local, sino “demandas democráticas”, como exigir a los Estados que
firmaran convenios internacionales de derechos humanos, o que el
gobierno mexicano pusiera fin a las violaciones relacionadas con la
represión a campesinos, trabajadores, líderes sociales y políticos, o con
las operaciones policiacas y militares en la lucha contra el narcotráfico.

12
Resaltan dos eventos. Primero, el Foro Internacional La Opinión Pública y la Negociación
del Tratado de Libre Comercio: Alternativas Ciudadanas, que tuvo lugar en la ciudad de
Zacatecas, México, del 25 al 27 de octubre de 1991. Los grupos de trabajo eran: de-
sarrollo, soberanía y deuda; trabajo y derechos sociales, y salud; medio ambiente,
desarrollo urbano y agricultura; democracia, derechos humanos y mujeres; y educación,
cultura y etnicidad. Segundo, la conferencia Intercambio trinacional. Perspectivas inter-
nacionales de derechos humanos, realizada en Reynosa, Tamaulipas, México, del 11 al 13
de septiembre de 1992. La conferencia se enfocaba exclusivamente en la relación entre
el libre comercio y los derechos humanos, pero fue un fracaso por dos razones: las
organizaciones no lograron encontrar el vínculo entre problemas de derechos huma-
nos a nivel nacional y la agenda comercial, y los tres países tenían visiones muy distintas
de los derechos humanos (los estadounidenses no consideraban los DESC como de-
rechos). Véase Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos
(1992), Acosta (2002) y Acosta (2004 [entrevista]).

Andamios 23
ARIADNA ESTÉVEZ LÓPEZ

Así pues, a pesar de los esfuerzos de las organizaciones, las cir-


cunstancias llevaron a que de 1991 a 1993 la agenda de derechos hu-
manos perdiera en gran medida su carácter integral y se enfocara en los
DCP, justo lo que se habían propuesto evitar. La razón más obvia de esto
fue justamente las circunstancias que favorecían el desarrollo del discurso
democrático, pero también incidieron otros factores. Por una parte, de
más en más el discurso de derechos humanos se definía en el terreno del
derecho, así que la construcción de capacidades en asuntos socioeco-
nómicos era prácticamente inexistente. Por la otra, el aborde de las tres
generaciones de derechos humanos, que estaba subordinado al proyec-
to de la transición a la democracia, favorecía la idea de que la lucha por
los derechos humanos tenía que ser necesariamente por los de la pri-
mera generación, pues eran justamente los más violados por la represión
y el fraude electoral estatales (Cortez, 2004 [entrevista]). Sólo hasta alcan-
zar el cumplimiento de éstos podía empezarse la lucha por los de segunda
generación, es decir, los DESC.
Esta situación hizo borrosa las diferencias de origen entre organi-
zaciones religiosas y laicas, ya que ambas perseguían los mismos objeti-
vos enfocados en los derechos civiles y políticos: la defensa de los
individuos y su voto frente a la represión estatal y en la lucha por la
democracia.

LA LLEGADA INCONCLUSA DE LA “SEGUNDA GENERACIÓN” (1994-2000)

El levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN)


fue una gran influencia en la ampliación y construcción del discurso de
derechos humanos. Para empezar, el Zapatismo amplió el marco con-
ceptual para el que los derechos humanos servían de objetivo estratégico,
pues replanteó la definición de democracia usada en los movimientos
sociales hasta entonces. Para los zapatistas ésta debía ir más allá de lo
electoral: las organizaciones civiles y sociales tenían que ser considera-
das como un actor político más cuya función fuera la de reclamar la
rendición de cuentas de los gobernantes mediante la participación acti-
va en los procesos políticos y la toma de decisiones. Y aunque los entre-
vistados insisten en que el Zapatismo hizo a las organizaciones entrar en

24 Andamios
TRANSICIÓN A LA DEMOCRACIA Y DERECHOS HUMANOS EN MÉXICO

la cuenta de la urgencia de demandar los derechos económicos y socia-


les de las poblaciones indígenas en el país, la expansión no se dio en ese
sentido, sino que llevó a la especialización de las organizaciones en los
campos de los derechos políticos, los derechos culturales y la denuncia
de violaciones a los derechos civiles en la esfera internacional (la inser-
ción de la sociedad civil mexicana en el discurso internacional).
La ampliación del discurso en este sentido obedece a varias razones.
Primero, a que la represión sobre los rebeldes indígenas y su replan-
teamiento de la democracia hicieron que algunas organizaciones in-
volucradas superficialmente en la observación electoral abandonaran
este campo para dedicarse de tiempo completo a denunciar el gran nú-
mero de detenciones arbitrarias, cateos, intimidaciones, amenazas, tor-
turas, desapariciones forzadas, asesinatos, ejecuciones, suspensión de
garantías civiles y hostigamiento a defensores de derechos humanos que
se dieron en la zona de conflicto durante los primeros años. Otras orga-
nizaciones apoyaron estas causas, pero no quitaron el énfasis sobre la
parte electoral de la lucha sobre la democracia. Mientras éstas se espe-
cializaron en la observación electoral, el monitoreo de los medios y su
cobertura de los procesos electorales, así como en la construcción de
propuestas para un sistema electoral ciudadano y democrático, aquéllas
se concentraron, durante los siguientes cinco años, en las violaciones a
los DCP en los ámbitos del conflicto en Chiapas y en la lucha contra el
narcotráfico (campo definido desde principios de los noventa).
Segundo, las violaciones a los derechos civiles en el conflicto chia-
paneco alcanzaron magnitud internacional y las organizaciones enfocadas
en la denuncia aprovecharon esto para llevar el caso chiapaneco al ámbito
internacional, apoyadas por organizaciones internacionales. En primer
lugar fueron a la CIDH, donde denunciaron el carácter ilegal de la mili-
tarización en Chiapas y las violaciones a los derechos civiles menciona-
das arriba. Luego en marzo de 1994 fueron a la Comisión de Derechos
Humanos de la ONU, donde denunciaron las violaciones y llamaron a
los Estados parte y las ONG internacionales a apoyarlas en su llamado al
gobierno mexicano a castigar a los perpetradores, a ratificar convenciones
y protocolos sobre derechos civiles, y, de forma más importante, a invitar
a una delegación de la comisión que evaluara la situación de derechos
humanos en el país. Este último reclamo se volvería la base de una

Andamios 25
ARIADNA ESTÉVEZ LÓPEZ

estrategia internacional para mejorar la situación de los DCP en el país,


basada en la creciente legitimidad del discurso internacional de dere-
chos humanos y en la tendencia del gobierno mexicano a apoyar cau-
sas de derechos humanos en otros países. Con ello, la arena internacional
se volvió el sitio privilegiado para la disputa entre el gobierno y las
organizaciones por la función enunciativa en el discurso internacional.
Tercero, aunque en un principio los zapatistas no hablaban de sus
demandas en términos de derechos o de discriminación, la solidaridad
de las organizaciones de derechos humanos —las cuales empezaron
proporcionando cinturones de seguridad y terminaron presentando las
ventajas del Convenio 169 de la Organización Internacional del Traba-
jo (OIT) para la formulación de los acuerdos de San Andrés— los llevó a
formular sus demandas identitarias de acuerdo con los mecanismos de
derechos humanos. Así, en sus primeros comunicados, los zapatistas
atribuían sus problemas a la falta de democracia más que a la ausencia
de derechos. Antes de 1996 hablaban de su lucha por “democracia,
justicia y libertad”, pero en febrero de 1999 dijeron que “Nuestras de-
mandas principales son el reconocimiento de los derechos de los Pueblos
Indios, y democracia, libertad y justicia para todos los mexicanos”
(Molina, 2000).
Con esto, las organizaciones de derechos humanos ampliaron el dis-
curso de derechos humanos en la dirección de los derechos culturales.
La ampliación del discurso en esta dirección fue una expansión casi
natural pues el asunto de los derechos indígenas había estado en la preo-
cupación de las organizaciones desde mediados de los ochenta. Sin
embargo, la expansión del discurso hacia los DESC para retomar la inte-
gralidad con la que nació el discurso de derechos humanos en México
no fue posible a pesar de la conciencia tomada a partir de las terribles
condiciones de la población indígena y del deterioro de las condiciones
de vida de las mayorías después de la crisis económica de 1994.
Hasta 1999 la agenda permaneció enfocada en los DCP y en menor
medida a los culturales, aunque con frecuentes referencias al “contexto
socioeconómico” de esas violaciones y con un mejor manejo de los
instrumentos internacionales en la fundamentación de éste y del análi-
sis de algunos DESC. Pero aun en contextos evidentemente económicos
como el del libre comercio, la coyuntura era utilizada para la denuncia

26 Andamios
TRANSICIÓN A LA DEMOCRACIA Y DERECHOS HUMANOS EN MÉXICO

de violaciones a los DCP. Tal es el caso de la participación de organizacio-


nes de derechos humanos en un grupo de organizaciones y redes
encargado de incidir en las negociaciones y en la inclusión de una cláu-
sula democrática, del acuerdo de libre comercio México-Unión Europea.

EL FIN DE LA TRANSICIÓN: CRISIS EN IMPASSE

Para el 2000, las organizaciones de derechos humanos se habían vuelto


sofisticadas y profesionales al defender casos, presentar informes sobre
la situación en México en organismos internacionales y abordar una
amplia gama de temas que incluía el multiculturalismo. Pero cuando la
agenda de la transición a la democracia se relajó, las ONG se vieron
perdidas. En el contexto de las tres generaciones de derechos humanos,
el cabal cumplimiento de los derechos civiles y políticos dio lugar a la
defensa de los DESC, pero en el caso de México las ONG encontraron esta
transición difícil.
El relajamiento de la agenda electoral comenzó en 1997 cuando el
perredista Cuauhtémoc Cárdenas ganó las elecciones para jefe de
gobierno de la Ciudad de México. Sin embargo, no fue sino hasta 2000
cuando la presidencia pasó a manos del PAN y la transición a la de-
mocracia se dio por concluida. El cambio de partido en la presidencia de
la República no sólo hizo del proyecto de la transición democrática una
causa pasada, sino que también cambió las reglas del juego de poder en
la construcción del discurso de derechos humanos porque el nuevo
presidente, Vicente Fox, estableció una política de derechos humanos
engañosa.
Mientras que Fox respondía favorablemente a las demandas de la
agenda de las organizaciones en los noventa, al mismo tiempo imple-
mentaba una política económica que empeoraba las condiciones so-
cioeconómicas en el país. Por un lado empezó una agresiva campaña
internacional para mejorar la imagen del gobierno respecto de su récord
de derechos humanos. La campaña incluyó la firma de diversas con-
venciones internacionales, la aceptación de la jurisdicción de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos, la invitación a diversos relato-
res internacionales y el nombramiento de una “embajadora” de dere-

Andamios 27
ARIADNA ESTÉVEZ LÓPEZ

chos humanos, un puesto que al final no pudo justificar y terminó


desapareciendo. Acerca de las violaciones “tradicionales”, las ONG le
dieron el beneficio de la duda y resultó que la situación mejoró un poco
(García Alba, Gutiérrez y Torres Ramírez, 2004). Por otro lado, el nuevo
gobierno de derecha no mostró señales de revertir la política económica
de los últimos 25 años. Lejos de eso, Fox reforzó las medidas de liberación
económica y colocó a personas de negocios en carteras sociales impor-
tantes como la secretaría de trabajo.
Esta situación contradictoria indicaba que la disputa por el discurso
se había movido al campo de la economía política, así que postergar el
aborde del tema dejó de ser opción para las organizaciones. Pero no sa-
bían cómo hacerlo pues carecían de experiencia y conocimiento en los
campos de economía y política social para construir una agenda de DESC,
y encontraron difícil establecer prioridades de la forma como estaban
acostumbradas a hacerlo y que estaba definida por la transición a la de-
mocracia. La gama de objetos económicos y sociales era muy amplia y
era difícil decir que era “urgente” de la misma forma que se podía decir
que la prevención de la tortura lo era.
Como resultado, las ONG de derechos humanos entraron en crisis.
Toda vez que no pudieron encontrar su lugar en el México post-2000,
entre 2000 y 2002 hubo un impasse (Fernández, 2004 [entrevista]). En
este tiempo se concentraron en terreno conocido —los derechos civiles
e indígenas— y aprovecharon los beneficios de la actitud de Fox respec-
to del sistema internacional de derechos humanos. Los derechos políti-
cos se abandonaron casi en su totalidad, y se empezó a abordar el derecho
a la información y la participación. Les llevó un tiempo a las organi-
zaciones encontrar su nicho en el área de la política social y económica.
No fue sino hasta 2002-2003 que empezaron a encontrar su lugar al
abordar temas “tradicionales” desde una perspectiva más estructural (la
reforma del sistema judicial, y la política de seguridad pública), pero
también abordando los temas de la pobreza y el neoliberalismo. Algu-
nas organizaciones se dedicaron al tema de la discriminación, y otras se
dedicaron al desarrollo social, el cual se integraba al discurso de dere-
chos humanos desde mediados de los noventa a través de la participación
de las ONG de desarrollo que empezaron a adoptar el aborde de “dere-
chos básicos” al desarrollo social.

28 Andamios
TRANSICIÓN A LA DEMOCRACIA Y DERECHOS HUMANOS EN MÉXICO

CONCLUSIONES

El actual discurso de derechos humanos en México podría verse reflejado


en el de sus inicios, cuando se formuló la integralidad de todos los de-
rechos humanos. Incluso algunas organizaciones se han propuesto
erradicar la idea de las tres generaciones de derechos humanos que tanto
daño causó a la defensa de los DESC. Sin embargo, una defensa efectiva
de estos derechos aún se encuentra lejos y con ello también el rescate de
los objetivos del discurso originario. Esto se debe a dos cosas. En primer
lugar, algunas organizaciones no han logrado desarrollar capacidades
para mantenerse como sujetos activos del discurso —no han podido
desarrollar metodologías adecuadas o no logran definir sus nuevos man-
datos—. En segundo lugar, con la supuesta transición a la democracia,
las principales autoridades del discurso de la sociedad civil (los acti-
vistas más connotados) se han ido a instancias gubernamentales, de-
jando a las organizaciones sin líderes y cuadros que pudieran guiar a
éstas en la construcción del discurso.
Frente a esta perspectiva, la construcción de un discurso integral de
derechos humanos como fue planteado en los inicios, cuando se toma-
ron las ideas de la teología de la liberación y de una democracia con ad-
jetivos, parece lejana.

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Fecha de recepción: 19/05/2006


Fecha de aceptación: 2/10/2006

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