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(Parte final)
El Derecho Canónico
La Iglesia católica organizó desde los primeros siglos su propio Derecho que se impuso en el
mundo occidental. Ese Derecho está destinado a organizar el gobierno de la Iglesia como
sociedad jurídica perfecta y las relaciones de ésta con sus fieles y la actividad religiosa
exteriorizada a través del culto y los sacramentos.
Además, la influencia creciente del catolicismo permitió que el Derecho Canónico penetre en el
laico inspirando sus soluciones, absorbiendo materias que –como el matrimonio, la familia, el
parentesco, etc.– dependen de las instituciones de la Iglesia.
El Derecho Canónico –de “canon”, que significa regla– tiene origen y fundamento en la
revelación divina desarrollada en la Biblia. A este Derecho divino se fueron agregando las normas
impuestas por la tradición, por los santos padres en sus libros (la Patrística), por los decretos de
los Papas y los cánones de los concilios que formaron el Derecho Canónico.
La diversidad de las fuentes y la dispersión de la Iglesia en los siglos de las invasiones originaron
la dificultad de conocer ese Derecho y cierto particularismo del mismo. Surgió así la necesidad
de recopilar y ordenar. Esta función se cumplió extraoficialmente. La primera colección de
cánones la hizo en Roma, a fines del siglo V o a principios del VI, un monje llamado Dionisio el
Exiguo. Pero la que tuvo mayor importancia y difusión en la Alta Edad Media fue la Hispana,
formada en la península ibérica durante el siglo VII por un autor desconocido.
Entre 1140 y 1142 el monje Graciano hizo una obra fundamental que tituló Concordia
discordantium canonum, más conocida como Decretum, una recopilación de fuentes y obra
doctrinaria porque ordena ese material heterogéneo procurando darle unidad y coherencia.
Enorme fue la influencia de este libro para el conocimiento y para la enseñanza del Derecho
Canónico porque sirvió de texto en la escuela de Bolonia, donde Graciano era profesor.
Sobre su base se formó el Corpus Iuris Canonici, que reunió varias compilaciones de los siglos
XIII a XV:
a) Las Decretales del papa Gregorio IX, recopiladas en cinco libros por San Raimundo de
Peñafort y promulgadas en 1234.
d) Las Extravagantes de Juan XXII, que comprendían decretales de este pontífice posteriores a
1317.
e) Las Extravagantes Comunes, que reúnen normas papales hasta fines del siglo XV.
Ricardo I. Kennedy
00:00 / 04 de abril de 2014
Los juristas del Derecho discuten si el Derecho Internacional Privado (dip) tuvo origen en la
antigüedad o si es una rama más moderna. Algunos, como Antonio Boggiano, descreen de los
antecedentes del dip en la antigüedad, aunque consideran al Derecho Romano para comenzar a
investigar y detallar el origen del mismo.
“...parece inoficioso estudiar si en los antiguos derechos griego y romano regían normas de DIP
análogas a las actualmente en vigor, pues, aun suponiendo su controvertida existencia, tales
reglas no han ejercido ulterior influencia, resultando curioso que los juristas romanos no nos
hayan legado en esta materia” (1).
Nuestra posición se inclina más a la de otros autores como Goldschmidt o Espinar Vicente, ya
que, si bien el dip, tal como lo entendemos hoy en día, no existió posiblemente hasta 1228, la
problemática del conflicto de leyes se inscribe en la historia desde antes. En tal sentido, cabe
remontarnos a la antigüedad para ver cómo en Grecia o Roma eran resueltos los casos
iusprivatistas con elementos extranjeros. Espinar Vicente aclara con puntualidad estos
conceptos.
“Pues bien, aunque en principio creemos posible admitir la existencia de relaciones privadas
“internacionales” y de fórmulas específicas para la solución de estos problemas, queremos
señalar que esta constatación no implica necesariamente la afirmación correlativa de que los
supuestos de tráfico externo y las respectivas jurídicas del mundo antiguo sean susceptibles de
asimilación a lo que hoy consideramos como el objeto y técnicas de reglamentación de nuestra
disciplina” (2).
Pacto de ‘contrahendo’
La naturaleza del ‘Pactum de contrahendo’ se encontraba en el principio de buena fe
Los comentaristas o posglosadores buscaron bajo la fórmula del Pactum de contrahendo una
manera de denominar a aquel pacto o convenio que en la mayoría de los casos no poseía una
fórmula de estipulación nominada, de tal manera que un conjunto de compromisos y
exteriorizaciones de voluntad engendraban por sí mismos una obligación futura de contratar.
Para los comentaristas o posglosadores del siglo XIV el Pactum de contrahendo obligaba a las
partes a convenir un contrato o un acuerdo que formase parte del cuadro restringido de
categorías contractuales o contratos nominados.