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En los procesos de investigación, tras una toma de distancia del vínculo tradicional
entre un “sujeto” que conoce y un “objeto” que se busca conocer (S-O), las ciencias
sociales han llegado a entender esta relación como una correspondencia entre
sujetos (S-S). Entendemos que al alero del debate teórico sobre esa relación, se
juega la posibilidad de un aterrizaje concreto de las apuestas por el reconocimiento
de la subjetividad en la investigación.
De ahí que la metodología cualitativa, tal y como señalase Wiesenfeld (2000), sea
vista como un espacio privilegiado para el auto-análisis de los investigadores, en la
medida que se acepta la implicación de sus subjetividades y el diálogo reflexivo en
los procesos de investigación. Hay quienes sostienen que “existe un consenso entre
las comunidades epistémicas acerca de la necesidad de considerar las ciencias
socioculturales como ciencias interpretativas, lo que se ha traducido en una
proliferación de investigaciones de corte 'cualitativo' en oposición a las
'cuantitativas’” (Aguado y Rogel 2002:2). Dicho incremento, así como la constitución
del campo de lo cualitativo como espacio específico de teorización metodológica
transdisciplinaria, no obedecería solo a devenires metodológicos intra-científicos,
sino también, como nos lo demuestran Cornejo, Besoaín y Mendoza (2011), al
interés contemporáneo de constituir como objetos de estudio al sujeto y a lo
subjetivo. No obstante, esto no quiere decir que la metodología cualitativa sea el
único espacio posible para pensar en formas de desarrollar la reflexividad como
principio de la investigación. Las nuevas propuestas, según Aguado y Rogel (2002),
permiten plantear la necesidad de renunciar a la ‘pureza’ de los géneros o
perspectivas, sobre todo si se reconoce que hay una dimensión cualitativa en lo
cuantitativo y viceversa.