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El Experimento de Milgram: Método, Resultados, Réplicas

El experimento de Milgran fueron una serie de pruebas que sirvieron para estudiar la obediencia a la autoridad.
El precursor de dicha serie de experimentos fue el psicólogo social Stanley Milgram (Nueva York, 1933-1984) que
pertenecía a la Universidad de Yale y que los realizó alrededor de la década de los 60, tras los crímenes masivos que
caracterizaron al holocausto nazi de la Segunda Guerra Mundial.
Concretamente, en el año 1961 Milgram se preguntaba si todos los partícipes en estos crímenes actuaban motu proprio
o bien, lo hacían porque estaban siguiendo órdenes. Todas estas cuestiones le sobrevinieron a Milgram tras la sentencia
de Adolf Eichmamn (teniente coronel nazi) sentenciado a muerte por los crímenes contra la humanidad.
Milgram pretendía evaluar si las personas estamos dispuestas a acatar órdenes por el mero hecho de que éstas vinieran
impuestas por un jefe o superior. Lo realmente controvertido de estos experimentos es que estas órdenes implicaban
hacer daño a la otra persona e, incluso, llegaban a poner en juego la vida del otro.
Finalmente, Milgram publicó en 1963 un estudio en la revista Journal of Abnormal and Social Psychology bajo el título de
‘Estudio del comportamiento de la obediencia’ y una década más tarde, en 1974 resumió y publicó todos estos
experimentos en su libro ‘Obediencia a la autoridad’. Un punto de vista experimental.
A continuación, vamos a conocer los detalles del experimento, así como los resultados obtenidos y las conclusiones que
hallaron tras las investigaciones y análisis posteriores.
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Método de Milgram
El equipo de trabajo del profesor Milgram, a través de unos anuncios en el periódico New Haven, solicitaron voluntarios.
Este anuncio era realmente un engaño porque, realmente, se les invitaba a participar en un estudio de memoria y
aprendizaje que supuestamente se estaba realizando desde su departamento.
La muestra estaba compuesta por 40 hombres de entre 20 y 50 años de distintos grupos sociales y con distintos niveles
educativos. Entre ellos figuraban personas que apenas habían terminado los estudios de primaria y otros habían obtenido
su título de doctorado. Todos ellos recibieron cuatro dólares (esta cifra corresponde a unos 28 dólares actuales) más los
gastos de desplazamiento y dietas.
A estos participantes se les explicaba que dentro de la investigación existían tres roles: el investigador (el propio Milgram
o uno de sus colegas, vestido con una bata blanca y actuando con ciertos aires de superioridad), el maestro y el alumno.
Los participantes eran recibidos de dos en dos, uno de ellos era un participante voluntario y el otro formaba parte del
equipo de Milgram. Al recibirles, se les explicaba que el departamento estaba estudiando la relación existente entre la
memoria y el aprendizaje.

A continuación, a través de una serie de sorteos trucados, todos los


participantes voluntarios recibían el rol de maestro, puesto que los roles de
alumnos eran desempeñados por los colaboradores de Milgram, ellos fingían
que les había tocado ese puesto en el sorteo.
Después, entraban por parejas en el laboratorio. Es decir, un profesor y un
alumno. La sala estaba dividida por un módulo de vidrio y cada uno de ellos
tomaba asiento a un lado. El alumno se sentaba en una silla que asemejaba a
la silla eléctrica y, además, se le ataba con el objetivo de impedir que se
moviera en exceso.
También, se le colocaban unos electrodos por todo su cuerpo a través de los
que recibiría las descargas y se le untaba crema para que no sufriera
quemaduras. Asimismo, se le informaba de que las descargas podrían
provocar un profundo dolor, pero que no dejarían secuelas duraderas, ni
daños irreversibles.
Todo esto se le explicaba al alumno, estando el maestro delante y escuchando
toda esta información.
Tras estas explicaciones, el maestro tomaba asiento en una silla que contaba
con un panel de control en la que aparecían las distintas cargas que podía
enviar a la silla del alumno. Para comenzar, a modo de prueba, ambos recibían
una descarga real de 45 voltios. De esta manera, los
investigadores se aseguraban que los maestros sabrían qué
sentirían los alumnos al recibir una descarga.
El experimento se trataba de que el maestro fuera
realizando una serie de preguntas al alumno. Si éste fallaba,
el maestro debería presionar una descarga e ir aumentando
la intensidad de la misma a la vez que el alumno aumentaba
el número de fallos.

La máquina que controlaba las descargas contaba con 30


llaves ordenadas de menor a mayor descarga. Comenzaba
con 15 voltios y, sumando de 15 en 15 voltios, acababa con
el máximo voltaje: 450 voltios. Además, cada una de ellas
tenía una etiqueta en la que aparecía la intensidad de la
descargar. Por ejemplo, en la primera ponía “descarga leve”
y en la de mayor intensidad (450 voltios) aparecía “peligro:
descarga severa”.
Cuando el investigador terminaba de explicar al maestro
todo el mecanismo y funcionamiento de la prueba, éste le
ofrecía una lista con parejas de palabras que el maestro
debían preguntar al alumno.
Entonces, el maestro leía al alumno la pregunta y, a
continuación, enumeraba cuatro posibles respuestas. El
alumno debía presionar uno de los cuatro botones que tenía
a su alcance. Si la respuesta era correcta, el maestro tenía
que pasar a la siguiente. En caso contrario, debía administrar una descarga que iría aumentando de intensidad en función
del número de respuestas incorrectas.
Lo que ocurría realmente es que el maestro pensaba que le estaba administrando descargas al alumno cuando en realidad,
la reacción de dolor de éste era totalmente simulada, para ello habían sido aleccionados los colaboradores de Milgram.
A medida que el maestro iba aumentando la carga de voltios, el alumno comenzaba a chillar y a quejarse, incluso gritaban
que eran personas que sufrían una enfermedad cardíaca y pedían que finalizaran el experimento. Cuando se alcanzaban
los 270 voltios, gritaban de agonía y si se llegaban a la carga de 300 voltios, los alumnos fingían una situación previa al
estado de coma. Realmente, todos estos gritos no estaban ocurriendo, sino que eran grabaciones.
Al alcanzar el botón de los 75 voltios, los maestros comenzaban a ponerse nerviosos ante las quejas de sus alumnos y
mostraban un fuerte interés por acabar el experimento, aunque el investigador se mostraba autoritario y les obligaba a
continuar con la prueba.
Cuando llegaban a los 135 voltios, era común la respuesta de los maestros de parar y cuestionar al investigador el real
propósito del experimento. Algunos de ellos querían frenar la prueba e, incluso, insistían en que estaban dispuestos a
devolver el dinero que se les había ofrecido por participar.
Si el maestro quería acabar con la prueba, el investigador ordena que continuara. Las respuestas que debían dar por orden
eran las siguientes:

 “¡Continúe, por favor!”


 “¡El experimento requiere continuar!”
 “¡Es absolutamente esencial que usted continúe!”
 “¡Usted no tiene opción alguna! ¡Debe continuar!”
Si tras esta última, el maestro se negaba a continuar con la prueba, se acababa el experimento.
En otros casos, los maestros continuaban afirmando que ellos no se hacían responsables de las consecuencias que las
descargas podrían tener en sus alumnos. Incluso, se registraron algunas respuestas de risas nerviosas ante los gritos de
dolor y sufrimientos de los alumnos provocados por la alta carga de la descarga.
El experimento podría acabar, también, si el maestro había llegado a administrar la máxima carga y había pulsado el botón
hasta tres veces.
Resultados

Previamente a la realización de
los experimentos, Milgram se
atrevió a exponer los resultados
que él y su equipo obtendrían.
Estimaron que el voltaje medio
de descargas rondaría en torno a
los 130 voltios y que la
obediencia del maestro al
investigador sería del 0%.
También, contemplaron la
posibilidad de que entre los
participantes voluntarios
hubiera algún sádico que fuese
capaz de aplicar el botón de
mayor voltaje.
La sorpresa que se llevaron
Milgram y todo su equipo fue al comprobar que el 65% de los maestros llegaron a aplicar hasta los 450 voltios a sus
alumnos, aunque algunos de ellos no parecían sentirse cómodos al hacerlo.
También, fue curioso el hecho de que ninguno de ellos parase ante los 300 voltios ya que, en este momento, el alumno
mostraba que comenzaba a perder su vida.
Aparentemente, la conducta de los participantes voluntarios no revelaba que fueran personas sádicas puesto que en la
administración de las cargas de voltaje mostraban preocupación por lo que estaban haciendo y, además, se les veía
nerviosos (se removían, se clavaban las uñas en la carne, etc).
Al acabar el experimento, los maestros fueron informados de que, en realidad, los alumnos eran actores y que no habían
sufrido ningún daño. Los investigadores indicaron que, al contárselo, los maestros mostraban sentirse aliviados. También,
se les preguntó sobre si eran conscientes del dolor que habían provocado en los alumnos y en una escala de 1 al 14, siendo
14 el mayor nivel de dolor, la media se situó en el nivel 13.
Los estudios que se realizaron posteriormente y el exhaustivo análisis de los distintos perfiles de todos participantes
demostraron que los maestros cuyos alumnos eran de un contexto social parecido, frenaban antes el experimento.

Réplicas del experimento


Con el objetivo de conocer si los resultados obtenidos se replicarían, Milgram y su equipo decidieron repetir el
experimento en otros países y con distintas personas.
En esta ocasión, otra de las variables que estudiaron fue la distancia entre el maestro y el alumno. Los resultados vertidos,
confirmaron que cuanto más alejados se encontraban el alumno del maestro, el índice de obediencia al investigador era
más alto.
En otros casos, la administración de la descarga era a través de que el maestro cogiera la mano del alumno y la acercase
a una placa.
En estos casos, el 30% de los participantes llegaron al nivel final de la descarga, frente al 40% que lo hacían bajo las otras
circunstancias. Aunque el porcentaje sea menor, este dato resulta igualmente sorprendente ya que en esta situación se
le añade la variable de que el maestro debe tener contacto físico con el alumno para que éste reciba la descarga.
Bajo otras circunstancias estudiadas, el participante recibiría apoyo de un compañero que se negaría a continuar con el
experimento. Se produjo un descenso del 10% de la obediencia.
Cuando ese compañero en vez de negarse, mostraba apoyo al investigador, se alcanzó un porcentaje del 93% de maestros
que llegaron a usar los 450 voltios.
Otras variables que se estudiaron en las réplicas del experimento fueron sobre la presencia de dos experimentadores y
cuando ellos daban órdenes opuestas. En estos casos, la obediencia era nula. En el caso de que el investigador principal
abandonase la sala y dejara a un colega, también se producía un descenso del 20% en el nivel de obediencia de los
maestros.
También se contempló la variable de género y, al comparar los niveles de obediencia entre hombres y mujeres, constaron
que no había diferencias significativas.

Reacciones posteriores
El propio Milgram y todo su equipo estaban totalmente sorprendidos por los resultados obtenidos. En ese momento, se
cuestionaron la ética en la experimentación científica debido a los altos niveles de tensión emocional que experimentaron
los participantes, aunque el equipo argumentó que fueron ellos mismos los que decidieron continuar.
Hoy en día, un experimento de estas características sería casi imposible de llevar a cabo y estaría catalogado como inmoral
debido a que hicieron creer a los participantes voluntarios que estaba en juego la vida de personas, además de que se
administraron consignas falsas a los participantes.
Realmente, tras esta serie de experimentos, la comunidad científica puso una serie de normas y criterios éticos para evitar
que se volvieran a realizar investigaciones de este tipo.
En los múltiples cuestionarios que se les administraron a los participantes, al acabar, se les preguntó sobre si su nivel de
satisfacción por haber participado en el experimento. De hecho, el 84% de ellos dijeron que estaban muy contentos tras
haber participado. Además, muchos de ellos mostraron su gratitud al propio Milgram.
Tras los experimentos, Milgram creó una película-documental en la que demostraba el experimento y los resultados
obtenidos. Hoy en día es casi imposible encontrar una de estas copias.

Explicaciones
La explicación que ofreció el propio Milgram sobre los asombrosos resultados que se obtuvieron de sus estudios es que
los sujetos entraron en un estado que él mismo denominó como “estado agente”.
Este estado estaba caracterizado por el hecho de que los individuos (en este caso, los maestros) se percibían a sí mismos
como agentes de una autoridad que ellos mismo habían atribuido como legítima.
Normalmente, las personas se consideran autónomas y proactivas en muchas situaciones y distintos contextos, pero
cuando entran en una estructura jerárquica, tienden cambiar la percepción que tienen de sí mismos. Entre otras cosas,
pueden descargar la responsabilidad de sus actos en las personas con un rango mayor.
A pesar de que estos sujetos habían accedido a participar de manera voluntaria, tenían fácil identificar cuál era la autoridad
legítima: los investigadores. Éstos además de mostrarse autoritarios, vestían una bata blanca. Todas estas características
pueden activar la obediencia a la autoridad.
Además, existen otros factores que ayudan a explicar los resultados. Una de ellas eran las órdenes que los investigadores
decían a los maestros cuando estos se negaban a continuar con el experimento. Éstas parecían indicar a los maestros que
lo correcto en ese momento era continuar con el experimento a pesar del dolor que pudieran estar provocando.
También, todos estos participantes (como la mayoría de los individuos) habían aprendido desde pequeños las normas
sociales que hablan sobre que no se le debe hacer daño a los demás. Además, de que se les debe prestar ayuda cuando la
necesiten. Al encontrarse bajo la situación del experimento, sentían un gran dilema sobre si continuar, o no, con la
ansiedad que les acarreaba.
Otro mecanismo que interviene es el de llegar a pensar si la supuesta víctima, el alumno, es merecedor de las descargas
que está recibiendo.
Si una persona llega a pensar que la víctima se merece tal dolor, contribuirá a aliviar el sufrimiento ocasionado al mandar
la descarga.
Puede existir también la tendencia a culpabilizar a la víctima y este hecho contribuirá a que la persona se siente más
protegida.

Fuente: https://www.lifeder.com/experimento-de-milgram/

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