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ARIEL ÁLVAREZ

¿FECHA DEL FIN DEL MUNDO O MENSAJE DE SALVACIÓN?


La batalla de Har-Maggedon (Ap 16,16)

No es fácil interpretar el Apocalipsis, la “revelación que


Dios confió a Jesucristo para que mostrase a sus siervos
lo que va a suceder pronto, y él la manifestó enviando su
ángel a Juan, el cual atestigua que cuanto vio es palabra
de Dios y testimonio de Jesucristo” (Ap 1,1). Y resulta
todavía menos fácil explicar de forma coherente y útil pa-
ra el creyente un texto tan oscuro y, a veces, mal in-
terpretado como el de la famosa batalla de “Har-Maggedon”,
en término hebreo. Esto lo consigue el autor del presente
artículo que, por su brevedad y concisión, reproducimos
íntegramente. En él se muestra cómo, mediante el lenguaje
de los símbolos, se puede expresar el acontecimiento cen-
tral de la fe cristiana: la resurrección del crucificado
por nuestra salvación.

Le sens biblique de la bataille de Har-Maggedon, Nouvelle


Revue Théologique (2001)

El combate terrorífico

Basándose en el libro del Apocalipsis, el fundador de los


Testigos de Jehová, Carlos Russel, predijo que en 1914 esta-
llaría una espantosa batalla en la que Dios destruiría a todos
los malos y pecadores de la tierra: la famosa batalla de Har-
maggedon. Según Russel, con ella daría comienzo el fin del
mundo.
Semejante anuncio atrajo la atención de mucha gente, que
temerosa de esta profecía se afilió de inmediato a la nueva
secta. Pero, al llegar 1914, nada sucedió. Para justificar su
fracaso, Russel explicó a sus seguidores que Dios quería tener
un poco más de paciencia con los pecadores; y confirmó para
1918 la gran batalla. Pero su predicción volvió a fallar. Ante
la nueva frustración su sucesor José Rutherford rehizo los
cálculos y fijó, por tercera vez, la fecha para 1925. Pero
tampoco acertó. Por último los Testigos de Jehová pronostica-
ron la batalla de Har-maggedon para 1975.Y se equivocaron de
nuevo.
A pesar de estos y otros fracasos, numerosas sectas con-
tinúan anunciando, de vez en cuando, la llegada de la batalla
de Har-maggedon. ¿Por qué nunca aciertan? ¿Acaso el Apocalip-
sis (16,16) no afirma que, al final de los tiempos, habrá un
gigantesco combate en el que todos los malos serán extermina-

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dos y se salvarán únicamente los buenos? ¿Para cuándo debemos
esperarlo? ¿Dónde tendrá lugar?

El día de Dios

Para responder a estas preguntas, hay que explicar por qué


la Biblia anuncia esta batalla. Desde épocas muy antiguas el
pueblo de Israel padeció injusticias y persecuciones de parte
de numerosos pueblos por mantenerse fiel a su Dios. Ante tanto
dolor, los profetas anunciaron que este sufrimiento no iba a
progresar indefinidamente; que en algún momento Dios iba a in-
tervenir en el mundo para castigar a los pecadores. Y como el
pueblo de Israel era un pueblo guerrero, los profetas imagina-
ron que esa intervención de Dios sería mediante una acción mi-
litar; que el Señor en persona aparecería en la tierra con su
ejército celestial para derrotar a sus enemigos, y asumiría Él
el gobierno del mundo. Y a este futuro día lo llamaron “El día
de Yahvé”.
El primero en anunciar la llegada del día de Yahvé fue el
profeta Amós (5,18-20). Más tarde lo siguieron los demás pro-
fetas, como Ezequiel (38-39), Sofonías (1,14-18), Joel (4,1-
3.11-16), Zacarías (12;14). Así, poco a poco, fue entrando en
la mentalidad de la gente la idea de un combate entre Dios y
los malvados de este mundo, que sucedería en los últimos tiem-
pos, o sea, en los tiempos “escatológicos”.
Pero el combate no llegó. Siglo tras siglo los judíos se
quedaron aguardando y suspirando por esa intervención militar
divina que pondría orden en la historia. La profecía se fue
postergando indefinidamente y no se cumplió jamás.

¿Dónde queda ese lugar?

Al llegar la era cristiana, un escritor llamado Juan com-


puso el libro del Apocalipsis. Y en él anunció que el día de
Yahvé, es decir, la batalla del fin del mundo, estaba cerca, y
le dio un nombre: “la batalla de Har-maggedon”.
Sobre ella el Apocalipsis habla tres veces. Por lo tanto,
para tener una idea completa del tema hay que considerar los
tres pasajes en los que se la menciona, y completarlos entre
sí (cosa que no suelen hacer los predicadores de las sectas).
El primer pasaje sobre la batalla de Har-maggedon dice
así: “Y los espíritus demoníacos fueron a buscar a los reyes
de todo el mundo para convocarlos a la gran batalla del gran
día del Dios Todopoderoso. Los convocaron en el lugar llamado
en hebreo Har-maggedon” (Ap 16,16).
En esta primera alusión, el Apocalipsis señala la reunión
de un poderoso ejército mundial. Aún no indica quién lo condu-
ce, ni contra quién peleará, ni cuándo será la refriega. Sólo
adelanta el lugar de la batalla: Har-maggedon.
¿Dónde queda Har-maggedon? Este nombre, que nunca más
vuelve a mencionarse en la Biblia, ni en ninguna otra parte de

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la literatura antigua, está formado por dos palabras: har, que
en hebreo significa “montaña”, y maggedon -nombre de la famosa
ciudad de Meguido-. Así queda claro el lugar donde será la
gran batalla: en la montaña de Meguido.

La perla codiciada

¿Por qué el Apocalipsis ubica en Meguido la batalla? ¿Qué


significado tenía este nombre? En la historia de Israel, Meg-
gido fue la ciudad más estratégica de todo el país. Estaba
construida a la salida de un pasadizo, abierto entre las mon-
tañas del Carmelo y las montañas de Samaria. Este desfiladero
(hoy llamado Wadi Ará) era el camino obligado para los ejérci-
tos y para las caravanas de comerciantes que viajaban desde el
sur (Egipto) hacia el norte (Damasco y Mesopotamia). Por él
pasaba nada menos que la ruta internacional (la famosa vía ma-
ris) que unía el África con todo el Medio Oriente.Por consi-
guiente, quienes atravesaban esta quebrada se encontraban con
la fortaleza de Meguido controlando el paso.
Por lo tanto, si ya Israel era un lugar clave en el Medio
Oriente, pues era el puente obligado entre el norte y el sur,
Meguido era un lugar clave dentro de Israel. Era el puente del
puente. La ciudad se convirtió así en una perla codiciada. Y
durante siglos, en sus alrededores se libraron batallas deci-
sivas, que terminaron modificando la situación histórica de la
región.
Así,por ej., en el 1125 a.C. los israelitas vencieron allí
al general cananeo Sísara, y cambiaron el destino de las tri-
bus hebreas (Jue 4-5). En el 841 a.C. el militar sublevado
Jehú mató allí a Jorán -rey de Israel- y a Ocozías -rey de
Judá-, y modificó el destino de los dos reinos (2 Re 9,22-29).
En el 609 a.C. el rey Josías fue allí asesinado, y se perdió
para siempre la reforma religiosa programada (2 Cro 35,19-25).
En síntesis: en los tiempos bíblicos, unas 12 batallas se
libraron en esta ciudad o en el valle que la rodea (y unas 34
batallas, si contamos las ocurridas en épocas posteriores).
Ninguna otra región del mundo ha sido escenario de tantos en-
frentamientos bélicos como Meguido.
Así, poco a poco Meguido y sus alrededores se convirtie-
ron, para la tradición judía, en un símbolo de las batallas
decisivas. Y por eso el Apocalipsis, al decir que la batalla
del final de los tiempos tendrá lugar en Har-maggedon, no pre-
tendió dar una ubicación geográfica real, sino sólo trató de
expresar, simbólicamente, que será una batalla decisiva y que
transformará para siempre el curso de la historia.

Luchar contra un cordero

El segundo pasaje del Apocalipsis que se refiere a la ba-


talla de Har-maggedon dice así: “Éstos (es decir, los reyes de
la tierra que se reunieron en Har-maggedon para la lucha) le

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harán la guerra al Cordero. Pero como el Cordero es Señor de
los Señores y Rey de Reyes, los vencerá en compañía de los su-
yos: los llamados, los elegidos y los fieles” (Ap 17,14).
Aquí el autor añade un nuevo dato sobre el tema. Y es que,
en la tan ansiada batalla del fin del mundo, no intervendrá
personalmente Dios Padre como se creía hasta ese momento, sino
que lo haría a través de su Hijo Jesucristo, al que el Apoca-
lipsis llama el Cordero. Él será el encargado de cumplir la
esperada profecía.
Pero agrega también un detalle esencial, para ir compren-
diendo mejor este acontecimiento. Y es que el Cordero no
vendrá a luchar ayudado por ejércitos divinos ni por legiones
de ángeles ni por milicias bajadas del cielo, como pensaba la
gente; sino que lo hará ayudado por los suyos. Y, según Ap
14,1, los suyos -los que acompañan al Cordero y forman su
ejército- son todos los cristianos que perseveran en la fe y
se mantienen fieles a su Palabra. Por lo tanto, el autor afir-
ma que el éxito que obtendrá el Cordero será posible gracias a
que los cristianos le ayudarán y combatirán con Él.

En un lago de fuego

La tercera vez que el Apocalipsis se refiere a la batalla


de Har-maggedon, y en la cual finalmente relata el combate,
dice así: “Entonces vi el cielo abierto y apareció un caballo
blanco. El que lo monta se llama Fiel y Veraz, porque juzga y
combate con justicia. Sus ojos brillan como llamas de fuego.
Lleva en su cabeza muchas coronas y tiene escrito un nombre
que sólo Él conoce. Viste un manto empapado en sangre. Su nom-
bre es Palabra de Dios. Lo siguen los ejércitos del cielo,
vestidos de lino blanco y puro, montados en caballos blancos.
De su boca sale una espada afilada para herir con ella a las
naciones(...). Vi entonces a la Bestia y a los reyes de la
tierra con sus ejércitos, preparados para combatir contra el
que iba montado en el caballo y contra su ejército. Pero la
Bestia fue capturada, y con ella el Falso Profeta (el que hab-
ía trabajado al servicio de la Bestia haciendo prodigios, para
seducir a los que llevaban la marca de la Bestia y adoraban su
imagen). Los dos fueron arrojados vivos al lago de fuego que
arde con azufre. Todos los demás fueron exterminados por la
espada que sale de la boca del que monta el caballo” (Ap
19,11-21).
Aquí el autor aporta los datos que faltaban para entender
completamente la batalla de Har-maggedon.

Por la sangre húmeda

Comienza diciendo que Juan vio abrirse el cielo. Ya antes


lo había visto abierto tres veces, pero siempre por una peque-
ña puerta (4,1; 11,19; 15,5). Ahora en cambio es el cielo en-
tero el que se abre y no se vuelve a cerrar más. Esto signifi-

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ca que lo que está por ver es una revelación total y definiti-
va, que ya no podrá ser modificada.
Contempla entonces un jinete que baja del cielo a caballo,
preparado para la guerra. No nos dice quién es. Pero por la
descripción que hace de él (viene a juzgar, su nombre es Pala-
bra de Dios, lleva muchas coronas, monta un caballo blanco que
simboliza la salvación, tiene el título de Fiel y Veraz), no
hay duda de que se trata de Jesucristo.
El jinete aparece envuelto en un manto empapado en sangre.
¿De quién es esa sangre? No puede ser de sus enemigos, pues
todavía no empezó la lucha.Por consiguiente, si el jinete baja
del cielo con su vestido ya empapado en sangre, ésta no puede
ser más que su propia sangre.
Pero fijémonos en que Juan no dice que su ropa esté man-
chada de sangre (o sea, no es sangre seca), sino empapada en
sangre, es decir: es sangre fresca, recién vertida. Por lo
tanto, el Jesús que aparece aquí en su caballo blanco es el
que acaba de morir desangrado en la cruz, el que ha dado su
vida por los hombres y ha salvado así a la humanidad. Ese
Jesús es el que va a enfrentarse ahora con todos sus enemi-
gos.

El triunfo de un muerto

Pero,para sorpresa nuestra, cuando todo está listo para


librarse el combate (v.19), éste no viene relatado. Mejor di-
cho, no hay ninguna batalla. Sólo se dice que el jinete, con
la ropa ensangrentada, castiga a los dos jefes principales de
la coalición enemiga: la Bestia (que por el capítulo 13 sabe-
mos que es el Imperio Romano), y el Falso Profeta (que, por la
aclaración que trae entre paréntesis, es la religión pagana de
Roma, montada por el emperador para seducir y convencer a los
cristianos de que lo adoren a él como dios).
A continuación (v.21) se narra la destrucción total de los
enemigos del Cordero. Pero no mediante una lucha sangrienta,
como esperaban los judíos, sino mediante “la espada que sale
de la boca del jinete”. Y en el Apocalipsis (1,16; 2,12.16) la
espada simboliza la Palabra de Dios.
Queda aclarado, así, lo que quiso decir el autor del Apo-
calipsis. Que la batalla del final de los tiempos, anunciada
por los profetas hebreos, con la cual Dios debía intervenir en
el mundo para poner orden, aniquilar a todos los malos y peca-
dores y asumir Él el control definitivo de la historia, tuvo
lugar con la muerte y resurrección de Jesucristo. Ése día Dios
intervino finalmente en la humanidad. La muerte de su Hijo fue
la verdadera lucha contra sus enemigos. Y mediante su resu-
rrección los venció, los hundió en el abismo y asumió Él el
gobierno del mundo definitivamente. Ya no hay que esperar,
pues, ninguna otra intervención de Dios en la historia, porque
el mismo día de la resurrección de Cristo las fuerzas del mal
fueron derrotadas, su poder mermado, y el mundo entero quedó

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bajo el dominio de Dios, para siempre.
Por lo tanto, con la muerte y resurrección de Cristo, es
decir, con la batalla final (que el Apocalipsis llama simbóli-
camente Har-maggedon, para significar que se trata de un com-
bate decisivo y que transformará definitivamente la historia),
los seres humanos hemos entrado a vivir ya en los últimos
tiempos.

No era fácil decirlo

Pero ¿por qué cuando el Apocalipsis narra el triunfo final


de Cristo (o Har-maggedon), el Señor aparece venciendo a dos
figuras tan concretas como el Imperio Romano y la religión pa-
gana, en lugar de vencer a las fuerzas malvadas del mundo?
Porque el Imperio y su religión eran lo que en aquel momento
más aterrorizaba a los lectores de Juan.
En efecto, cuando Juan escribió el Apocalipsis, sus lecto-
res estaban atravesando una situación dolorosa. El emperador
de Roma había desatado una sangrienta persecución contra los
cristianos. Muchos habían sido asesinados de un modo horrendo,
atormentados por fieras salvajes y torturados cruelmente en
diversiones públicas. Otros habían perdido sus bienes, su tra-
bajo, sus amigos y hasta su familia por mantenerse fieles a la
fe de Jesús. Todos estaban temerosos y angustiados, y vivían
escondidos mientras se preguntaban: “¿Hasta cuándo el Imperio
Romano nos perseguirá? ¿ No hará nada Dios para socorrernos?”.
A estos angustiados lectores, Juan les responde que no de-
ben desesperar, pues con Jesucristo ha llegado la batalla del
fin de los tiempos; y que los primeros derrotados en ella son
la Bestia -el Imperio Romano- y el Falso Profeta -la religión
pagana-. Pero, para que se produzca de una vez la victoria,
deben colaborar en la batalla los suyos, es decir, todos los
cristianos, manteniéndose fieles y no abandonando la fe.
Haber tenido el coraje, la osadía y la lucidez de anunciar
la derrota total del Imperio Romano, cuando el emperador esta-
ba en su apogeo y los cristianos en su peor momento, fue el
gran acto de fe del autor del Apocalipsis, que terminó salvan-
do a la comunidad. Porque ésta le creyó y así perseveró hasta
el final de la persecución.

Una batalla que ya pasó

Para el Apocalipsis, la batalla de Har-maggedon ya tuvo


lugar. Fue el día en que Jesucristo, con su muerte y su resu-
rrección, salió triunfador de todas las fuerzas que se habían
confabulado contra Él.
Hoy también, como en los tiempos de Juan, hay mucha gente
angustiada por lo mal que anda el mundo. Unos piensan que ya
no tiene solución. Otros, más desesperados, han llegado a sui-
cidarse oprimidos por la congoja, sin haber hallado otra sali-
da. Y otros (como los miembros de las sectas), esperan que en

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algún momento Dios intervenga de nuevo en este mundo, con su
ejército celestial o mediante cataclismos, para castigar a la
humanidad corrupta y solucionar los males de este mundo.
El Apocalipsis nos enseña que el mal que vemos rebasar en
todas partes ya ha sido vencido, aunque no lo parezca, en la
batalla de Har-maggedon. Y que los cristianos podemos y debe-
mos creer que el bien ya ha triunfado. Aunque no lo veamos. Y
aunque el dolor y la muerte nos asalten, como le sucedía a la
comunidad de Juan. Pensar que Dios debe intervenir otra vez en
el mundo para poner orden es pensar que la salvación de Cristo
no ha servido para nada.
Pero también nos enseña que, si bien Cristo ha vencido ya,
los cristianos debemos continuar esa batalla. Y que el arma de
la que disponemos es la Palabra de Dios. Ella es como una es-
pada de doble filo, capaz de vencer cualquier mal. Por eso los
cristianos debemos conocerla, creer en ella y vivirla en los
distintos momentos de cada día.
Pocos son los cristianos que, realmente, enfrentan sus
problemas cumpliendo la Palabra de Dios. Pero el mundo entero
los está esperando. Porque disponen del arma vencedora:
ellos tienen la misión de hacer real la victoria de Har-
maggedon.

Revisó: MÀRIUS SALA

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