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DEL S A C R A M E N T O DEL O R D E N
DR. RAFAEL MOLITOR, O. S. B.
EL E S P I R I T U
DEL SACRAMENTO DEL ORDEN
NIHIL OBSTAT:
FR. BERNARDINUS MARINA, O. P.
Soc. Theol. Lmctor.
FR. 80 N IF A C IU S LLAMERA, O. P.
Soc. Théo/- lector
IMPRIMI POTEST:
FR. ANICETU5 FERNANDEZ, O. P.
Prior Prov.
IMPRIMATUR:
FR. FRANCISCOS, O. P.
Ephcopus Salmanticus
Salm antîco, 3 de ¡ulïo de 1960
POR
FR. A L F R E D O SOLLA, O. P.
A: San Ambrosio.
Ag: San Agustín.
Agm: S. Agustini Sermones post Maurinos reperti. Ed. Morin.
Romae 1930.
Al: S. Alberti Magni ©pera omnia, Parisiis 1890 ss.
C: S. Cesarii Arelatensis Sermones. Ed. Morin. Maretioli 1937.
t¡t: Catalanus Pontificale Romanum. Paris 1850.
Hg: Hugo de San Víctor,
P: Puniet, Le pontifical Romain. 2 tomos, París 1930 ss.
Th: Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica.
PROLOGO
(2) Jn . 3, 27.
(3) Jn . 1, 33.
(4) II Cor. 3, 7 ss.
<5) 1. e. 4, 1.
Tanto el apóstol como el sacerdote son para el mismo
San Pablo ministros de la Iglesia. Elegidos por Dios
para la salud del pueblo creyente (6). Todo le per
tenece al creyente: Pablo, Apolo y Celas; el mundo,
la vida y la muerte (7).
El ideal que propone el Pontifical al clérigo y al
sacerdote es el de estar unidos del modo más íntimo
a Cristo, el Pontífice eterno, como instrumentos esco
gidos y dispuestos del Espíritu Santo, siendo minis
tros suyos rezando y sacrificando, enseñando y diri
giendo, ayudando, salvando y gobernando.
Así entendido, el sacerdocio no puede ser motivo
de molestas oposiciones en la Iglesia ni podrá entor
pecer y detener su vida y su espíritu. Es más; el
sacerdocio así entendido es una fuente de unión vital;
el instrumento, el guardián y el estímulo de la fuerza
vivificadora que ha de venir de Dios (8).
Señala San Agustín (9) como características de
los sacramentos cristianos el ser pocos en número,
fáciles de observar y ricos en significación. Esto se
cumple también en el sacramento del orden. De aquí
que llame tanto la atención el gran espacio dedicado
a las instrucciones del obispo sobre las virtudes del
estado que se abraza y las exhortaciones a su cum
plimiento. No es difícil adivinar el motivo. La eficacia
del sacramento, que obra ex opere operato, exige por
su naturaleza y por su dignidad, la correspondiente
cooperación del opus operantis como aspiración sin
cera, auténtica y constante a la perfección moral del
ordenado. El significado y cometido de la ordenación,
así como el puesto social que ocupa el ordenado en
la vida de la Iglesia, son una constante llamada al
perfectos homo Dei ad omne opus bonum instrue-
tus (10), hacia el hombre que no es un ángel por
naturaleza, sino un hombre en el auténtico y más
(12) Heb. 7, 3.
(13) A.: Ep. 43, 49.
LIBRO PRIMERO
cuestiones previas
de teología
CAPITULO PRIMERO
c í ) Heb, 8, 2.
(42) Heb. 5, 9 ss.; 7, 18. 22.
cerá siempre. Por eso el ordenado, con su divino Maestro,
puede salvar para siempre a aquellos que por El han llegado
a Dios. Como la ley mosaica lo dejó todo sin acabar, ahora
la alianza y el sacerdocio, la redención y la santificación han
alcanzado, en Cristo y por Cristo, su última realización, pues
El, en cuanto Hijo perfecto, es eterno y sin mancha bajo to
dos los aspectos (43). En nuestro sacerdocio late un poco de
esta fuerza y de esta dignidad. Todo lo que pertenece a su
ministerio no envejece ni puede perecer, y esto por voluntad
de Cristo, ya que El es la nueva y eterna alianza. Cristo, como
Sumo Sacerdote, entró por su propia Sangre en el tabernáculo
de una vez para siempre; en el tabernáculo en que sólo uno
puede entrar, el eterno Redentor (44). Después de ofrecer el
sacrificio único por todos los pecados, se sentó para siempre
a la diestra de Dios, pues con una sola oblación perfeccionó
para siempre a todos los santificados (45). Por la participa
ción en este sacerdocio puede su ministro consagrado comu
nicar a las almas la eterna salvación, el derecho a la gloria
eterna, la perfección y santidad verdaderas.
Según esto, la salvación del mundo depende del sacer
docio de Cristo. Igualmente la glorificación del Padre, así
como nuestra santificación y perfección. El es la medula de
la religión cristiana. En él descansa, de una manera profun
da, el significado y la habilitación de la creación entera. En
él ha sido purificado, santificado y consagrado el mundo caí
do. De él espera el mundo la resurrección, la renovación, el
nuevo renacer. Por el sacerdocio de Cristo se llena de vida
divina. Por el sacerdocio de Cristo es inundado y vivificado
por el Espíritu de Dios. Ante Dios es un sacrificio de alaban
za sin medida y sin fin, como corresponde a la infinita ma
jestad de la Trinidad. Por la participación gratuita en este
elevado sacerdocio, el clérigo se convierte en el sacerdote cris
tiano. Y aun las Ordenes Menores y Mayores, hasta el diaco-
nado, que no nos dan una participación, sino solamente nos
capacitan para una colaboración y un ministerio en las tareas
sacerdotales ¡ qué destino más estupendo dan al que las reci
be por la colaboración más o menos próxima en el sacrificio,
LAS ORDENES Y EL
CUERPO MISTICO DE CRISTO
(8) 1 c.
(9) 1 c.
obras, en su pensar, en su hablar y en su obrar, de tal ma
nera que, lejos de acusar lo humano y lo demasiado humano
que existe en la Iglesia de Dios, con la gracia de Dios, den
testimonio ante el cielo y la tierra de lo divino que hay en ella
y sean prueba elocuente de su belleza y perfección.
(10) i c.
revelada y del amor infinito del sacrificio, asi como la vida y
la obra de Cristo y la presencia del Espíritu Santo. Siglo tras
siglo, el sacerdote, con la palabra y el ejemplo, con la oración
y la predicación, si bien en distinta manera, realiza aquello que
se hizo por medio de María el día del nacimiento de Cristo
para todo el mundo: la luz del Dios eterno, inunda por él el
mundo (11). Por sus manos consagradas se repite en miles
de altares lo que el Señor hizo en la noche de la cena como
prueba de su ilimitado amor: Toma el pan y el vino, da gra
cias, lo bendice, lo convierte en el holocausto divino-humano
y lo ofrece a la Iglesia como fundamento y testimonio de la
íntima comunión con Dios y entre nosotros. Para la vida del
mundo (12). Como garantía de una nueva y eterna alian
za (13). Como sacrificio de alianza que es derramado por
todo el mundo (14). En el santo sacrificio cumple el sacer
dote día tras día su propísima obligación de estado para con
la Iglesia católica. Su sacrificium servitutis (15). Ejerce su
elevado ministerio como ministro de la Iglesia delante de
Dios y por nosotros (16). Este santo sacrificio es quien hace
crecer el Cuerpo Místico de Cristo. Aquí se realiza este mara
villoso misterio, que es, como ningún otro, nuestro misterio.
Aquí está, sobre el altar. Sobre esta mesa el Señor lo ha ben
decido, consagrado, y ejecutado como el misterio de la paz
y de la unidad (17). Es entonces cuando se hacen patentes la
verdad y el vigor de este misterio: lo que recibes de la mesa
del Señor eres tú mismo en cuanto miembro del Cuerpo de
Cristo, que se hace presente por la consagración del sacer
dote (18).
LAS ORDENES Y LA
SANTIFICACION PERSONAL
(1) Mt. 7, 1.
le mostrase qué sacerdote es el más santo y el que más cerca
está de Dios? La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo. Y sabe
con toda seguridad que toda gracia y toda vida que se le in
yecta proviene de la fuente divinamente pura y eternamente
serena. Y con no menos razón sabe que todo miembro activo
de este organismo es movido por su divina Cabeza y es uti
lizado por ella como instrumento visible, pero que el ministro
primero y principal es Cristo mismo. Por eso las palabras de
la consagración — para poner un ejemplo— han podido per
manecer exactamente las mismas a través de siglos y de mi
lenios y producir innumerables veces los mismos efectos sa
cramentales, aunque los cientos de millares de sacerdotes que
las Han pronunciado en el altar del Señor hayan sido distin
tos de nombre y en méritos. Quien te santifica y salva no es
en último término un hombre, aunque haya sido instituido
por Cristo ministro y mediador de tu santificación. Quien a
ti y al mundo santifica y salva es Cristo. Ni San Dámaso, ni
San Pedro, ni San Ambrosio ni San Gregorio han purificado
el mundo de sus pecados. Nuestras tareas son solamente mi
nisteriales; de Cristo es de quien vienen los sacramentos y
las gracias. Y ningún hombre tiene poder para donar lo di
vino. Esta es prerrogativa exclusiva de Cristo y del Padre. Es
un don suyo (2). Con ello no se niega en manera alguna la
necesidad de la cooperación humana en las obras de Dios.
Con todo, cuando se trata de la verdadera vida y de la verda
dera fuente de vida, no hay nadie que pueda sustituirle, pues
el Señor es el único de quien procede la vida; aquél cuya
vida se hace vida tuya. El Señor nos exige expresamente que
vivamos de El y que nuestra vida permanezca en El. Por éso
en el bautismo te dio su Espíritu Santo y en la Eucaristía su
propia Carne y su propia Sangre. Yo soy el pan de vida. Yo
soy quien da la vida al mundo. El que come mi Carne y bebe
mi Sangre está en mí y yo en él. Quien me come vivirá por
mí. Permanecerá en mí (3). Aunque las llaves que abren las
puertas de la vida sean de oro, de plata o de hierro, aunque
estén brillantes u oxidadas, no hacen la entrada ni más es
trecha ni más ancha. Ni más profunda, ni más rica, ni más
maravillosa. Aplicado esto a las Ordenes Sagradas se deduce
(4) Heb. 5, 1.
(5) Is. '6, 6 ss.
(6) Heb. 12, 29.
(7) Sal. 23 3.
(8) Jn . 3, 3; M t. 7, II; Sant. 1, 17.
santificado a su Hijo. Quiere verlo santo ante sí. Uno con el
Padre y el Hijo perfecto en esta unión. En posesión del amor
y de la alegría divinas (9). La sola ordenación no hace esto.
Es indispensable la virtud personal.
Ser sacerdote significa ser profeta de Dios. Después de
varios siglos de preparación, que se deslizaron pesadamente
como una débil sombra del que había de venir, envió por fin
el Padre a su Hijo, su instrumento más poderoso y más san
to, a quien constituyó heredero de todo, por quien también
hizo el mundo, y que era el esplendor de su gloria y la ima
gen de su substancia (10). Constituido mediador, el Hijo hubo
de asemejarse en todo a sus hermanos para poder tener con
nosotros y nuestras flaquezas una gran misericordia (11). No
obstante, fue incomparablemente más importante que este "ser
semejante a los hombres" su "ser semejante a Dios". Sola
mente porque este Hijo era perfecto (12) pudo verificarse en
El el sacerdocio perfecto. Sólo porque el Padre tenía en El
sus complacencias (13) le fue permitido presentarse ante la
presencia del Padre como mediador de un mundo cuyos pe
cados había cargado El sobre sus hombros. Porque en el Fi-
lius perfectus, su sacerdocio, su sacrificio, la redención por
El realizada y la Iglesia por El fundada y santificada son per
fectas (14). Sólo porque Cristo, la Verdad, estaba lleno de
verdad y de gracia (15), lleno del Espíritu Santo, pudo cum
plir la última voluntad del Padre, que abarcaba todas las de
más, mediante una perfecta adoración en espíritu y en ver
dad (16). Nuestro sacerdocio no puede desconocer esta ínti
ma conexión. La primitiva Iglesia miraba a Cristo, su Sumo
Sacerdote, como al Santo y al Justo (17). Cristo, el sacerdote
de la nueva alianza, es — sin más— el Santo, como hombre
engendrado por la virtud del Altísimo y del Espíritu Santo (18).
Y porque es el Santo, el infierno le teme a causa de su poder
infinito y de su fuerza invencible y en cuanto que es el signo
SACERDOCIO COMUN
Y SACERDOCIO MINISTERIAL
tism al) y el del especial subsisten; en el almai como dos signos diver
sos en tre sí, o m ás bien aquél se desarrolla convirtiéndose en éste,
subsistiendo en él de u n modo em inente como u n único carácter.
este último caso, como se ha dicho ya, este carácter es parti
cipado de una manera esencialmente nueva, más elevada, más
amplia, más honda, por medio de un sacramento propio, y
dota de una semejanza esencialmente más elevada con el ca
rácter de Cristo y con ello capacita para producir efectos esen
cialmente más elevados, efectos que en modo alguno nos da el
bautismo. Es cierto que el renacer a la vida de Cristo por el
agua y el Espíritu Santo, por la filiación divina, nos da el sa
cerdocio común como derecho real y como capacidad real para
la recepción de ciertas gracias por medio del Santo Sacrificio
y de determinados sacramentos, en la cual recepción va ya in
cluida una colaboración más o menos necesaria. Pero la or
denación nos constituye ya por oficio, dotándonos de poderes
especiales, en celebrantes del Sacrificio Eucarístico y de toda
la liturgia, así como en los predicadores, encargados por la
Iglesia, de la palabra de Dios, con lo cual se continúa en la
Iglesia, de una manera eminente y especial, el oficio media
dor de Jesucristo. Por consiguiente, así como el cristiano, por
lo que se refiere a su carácter sacerdotal, se hace por el bau
tismo homo receptivos aliorum sacramentorum, así el que ha
sido deputado y facultado por medio de la ordenación, se
convierte, por medio de este carácter esencialmente más ele
vado, en dispensator mysteriorum Dei ( l ó) reconocido y ca
pacitado de hecho por Dios. Y el señalado por este carácter
queda así elevado por encima de la comunidad de los fieles
a una jerarquía especial, con facultades y poderes especiales
para celebrar la liturgia solemne, su Sacrificio y sus sacra
mentos (17).
El sacerdocio común y el ministerial convienen en que
ambos están capacitados y comisionados para celebrar y ofre
cer a Dios, siempre bajo la cooperación de la Iglesia univer
sal, el culto de Cristo y su liturgia completa. Ambos por con
siguiente cooperan, si bien de modo distinto, en la realización
de este culto. Aquel, como ministro y sujeto del matrimonio
como ministro en el bautismo de socorro, como sujeto en la
penitencia y en la extremaunción, por la incorporación y co
munión en el Sacrificio Eucarístico. El sacerdocio ministerial
como ministro de todos los sacramentos, exceptuados el ma-
(26) Jn . l, 16.
(27) Al. In Ev. Le. 10, 1.
espiritual y racionalmente vivos deben ser conscientes de su
origen real y de su participación en el ministerio sacerdotal.
En efecto, ¿qué más real que un alma (animus) sometida a
Dios rija el cuerpo? Y ¿qué más sacerdotal que nosotros
ofrezcamos a Dios con conciencia pura y con sentido de sa
crificio inmolado sobre el altar de nuestro corazón? Y puesto
que con la gracia de Dios esto ha sucedido en todos, es reli
gioso y laudable, dice el mismo Papa, que todos se alegren
de su elevación al pontificado (el sermón está pronunciado en
el aniversario de su elección para Papa) como si se tratara
de un honor tributado a cada uno de ellos, de modo que en
todo el cuerpo de la Iglesia se celebre el único sacramento
del ministerio pontifical que, derramado el óleo de bendición,
se infundió más copiosamente en los miembros superiores,
pero que se infunde también — y no en pequeña medida— ■
en los inferiores (28).
El sacerdocio común, y no menos que el ministerial, es
un fruto de Cristo, el Salvador, y un regalo de Cristo a toda
la Iglesia. Ambos proceden de la misma voluntad de Dios y
ambos pertenecen a la esencia de la Iglesia, tal como fue
ideada por la sabiduría de Dios. Et unirlos de un modo tan
estrecho que desapareciesen todas sus diferencias sería tan
absurdo como separarlos tanto que desaparecieran todas sus
relaciones mutuas o hacer que uno lo fuera todo y el otro
nada.
(18) Jn . 1. 14.
LIBRO SESUNDO
primera tonsura
y
órdenes menores
CAPITULO PRIMERO
N a tu ra le z a d e l acto
(17) I Cor. 4, 2.
(18) Fontif icale.
mo vigor! ¡ Que te lleve a su debido tiempo, paso a paso, has
ta el sacerdocio y no permita que te canses en el ejercicio de
su ministerio, hasta que la última llamada del Señor te abra
las puertas del cielo y te conduzca "ante el elevado altar de
la divina Majestad"!
Por eso, antes de que el obispo comience la ceremonia
sagrada, el futuro clérigo se arrodilla; según una antigua tra
dición, como signo de lo indigno que se cree de esta llamada
y de que la acepta humildemente como una gracia venida de
arriba, de las manos generosas y misericordiosas de Dios, y
de que, confiado en esta gracia, se pone a disposición de la
Iglesia. Esta ceremonia se repite en todas las demás Ordenes.
San Ambrosio alude a esta costumbre en su Hexameron. Do
blemos nuestras rodillas ante todo para pedir perdón al Señor,
para aplacar su indignación, para hacer descender sobre nos
otros su benevolencia. Y doblan sus rodillas el obispo que
ordena y el clérigo que recibe la ordenación porque ambos, a
su modo, prestan su colaboración a la gracia de Dios: el uno
dispensándola, el otro recibiéndola (19).
La s a g r a d a cerem on ia
OREMUS OREMOS
Praesta quaesumus, omnipotens Te rogamos, Dios omnipotente,
Deus, ut hi famuli tui, quorum hagas que tus siervos, que por tu
hodie comas capitum pro amore am or hemos tonsurado, se m an
divino deposuimus, in tua dilec tengan constantes en tu am or y
tione perpetuo maneant; et eos les guardes p ara siempre de toda
sine macula in sempiternum cus m ancha. Por Cristo Señor nuestro.
todias. Per Christum D. N. Arnen. Amén.
Lo que el amor ha comenzado llegue por el amor a su
más perfecto desarrollo. Como el obispo ha quitado al clérigo
el ornato del cabello por amor a Dios, que éste permanezca
perseverante eternamente en el amor de Dios y custodiado sin
mancha por Cristo. En adelante su vida debe ser una vida do
amor y de pureza. Esto no se consigue ni con las fuerzas ni
con el querer humanos. Cristo, nuestro Señor y Sumo Sacer
dote, ayuda a cumplir todo lo que está sobre nuestras fuerzas.
El Señor llama a quien halla gracia delante de sus ojos y con
vierte en un hombre temeroso de Dios a quien quiere (36).
Pidamos con la iglesia y con la liturgia que ei Dios eterno y
todopoderoso aumente en nosotros, sus siervos, el spiritus re
ligionis, para conservar siempre esta gracia en nosotros (37).
Oremus. Oremos.
(Diacono). Flectam us genua. Doblemos la rodilla.
]}. Levate. 1$. Levantaos.
Adesto, Domine, supplicationi Atiende, Señor, a nuestras sú
bus nostris, et hos fam ulos tuos plicas y dígnate bendecir a éstos
bene »J. dicere dignare, quibus in tus siervos, a los cuales impone-
tuo sancto nom ine habitum sa mos en tu santo nom bre el hábito
crae regionis im ponim us; u t te de la san ta religión, p ara que
largiente et devoti in Ecclesia tu a por tu gracia m erezcan perm a
persistere, et vitam percipere me necer devotos en tu Iglesia y re
rean tu r aeternam . Per C hristum cibir la vida eterna. Por Cristo
Dom inum nostrum . R. Arnen. Señor nuestro. R. Amén.
In d u at te Dominus novum ho V ístate el Señor el nuevo hom
m inem , qui secundum Deum crea bre que h a sido creado según
tus est, in ju stitia et sanctitate Dios en justicia y santidad ver
veritatis. dadera.
OREMUS OREMOS
O m nipotens, sem piterne Deus, Dios om nipotente y sempiterno,
propitiare peccatis nostris, et ab perdona nuestros pecados y pu
om ni servitute saecularis habitus rifica a éstos tus siervos de toda
hos fam ulos tuos em unda; u t dum servidum bre del hábito secular, a
ignom iniam saecularis habitus fin de que despojándose de ia
deponunt, tu a sem per in aevum ignom inia del mismo, gocen p ara
gratia perfruantu r; ut, sicut si siempre de tu gracia; y así como
m ilitudinem coronae tuae eos les hacem os llevar en sus cabe
gestare facim us in capitibus, sic zas una sem ejanza de tu corona,
tu a virtute haereditaem subsequi así merezcan por tu gracia obte
m ereantur aeternam in cordibus. ner Ja eterna herencia en sus co
Qui cum Patre, et Spiritu sancto razones. T ú que vives y reinas
vivis et regnas Deus, per om nia con el Padre y el Espíritu Santo,
saecula saeculorum, Dios, por los siglos de los siglos.
9 . Arnen. R. Amén.
(52) II Tim . 2, 4.
(53) Th. Suppi. 40, 3. Cfr. AL: In IV sent. d. 24, B, a 15: bene
possunt cogitare terrena in ordine ad coelestia, quia hoc m eritorium
est... non retrahendo cogitatum a coelestibus, sed terrena ut terrena
non debent cogitare.
(54) I Cor. 11, 14.
La Iglesia preceptúa al clérigo llevar la tonsura en su ca
beza, imagen de la divina corona. Que con la fuerza de Dios
consiga para su corazón y para su inteligencia la fuerza eter
na. En medio de los trabajos y padecimientos, cuando seamos
atendidos y cuando seamos despreciados por los hombres, en
los éxitos y en los fracasos, este signo nos trae a la memoria
diariamente y aun cada hora la corona espléndida, gloriosa,
esclarecida con que Cristo, el Rex gloriae, entró en el Taber
náculo como vencedor del tiempo y de la muerte, del mundo
y del pecado, cubierto de gloria, entre los cánticos de los biena
venturados. No olvidemos que por la tonsura hemos sido ads
critos de nuevo a este Rey, hemos sido tomados en su cortejo
de honor, entre sus ministros, para tomar parte ahora en su
humillación, en sus padecimientos, en su luz, en sus trabajos
y luego en su gloria y en su alegría.
Así aparece el joven clérigo con el ornato real de su há
bito clerical. Una imagen de la divina corona en la cabeza y
la magnificencia de una celestial vestidura de gracia. Libre de
toda esclavitud terrena y pecaminosa. En presencia de la Igle
sia y del pueblo, habilitado ante los ojos de Dios para la he
rencia de los más elevados bienes de la eternidad. Un porten
to del Espíritu Santo, bajo la protección de Cristo, que con el
Padre y el Espíritu Santo, vive y reina, Dios, por los siglos de
los siglos.
S ign o s s a g r a d o s: La tonsura
(82) id.
(83) Cfr. I Cor. 11, 1 s.
(84) Th. Suppl. 40, 1.
(85) Lom bardus: Sentent. IV, d. 24.
( 86 ) Ct. 1, 141.
de la voluntad. La tonsura por consiguiente exhorta a una san
ta autodisciplina, a una santa vigilancia, a una guarda de nues
tros pensamientos, representaciones, recuerdos, deseos y pro
pósitos.
(87) id.
( 88 ) Id.
(89) Id.
(90) CIC. can. 136 & 1, & 3.
El h á b ito clerical
La lla m a d a de Dios
Adsum. Presente.
Instrucción
Tocar la s ca m p an a s
Portaro
(29) 1. c.
ca de El y que oye nuestras súplicas. Un fruto de la Sangre
de Cristo, por quien se nos ha dado el ingreso en el Santuario
en virtud de su Sangre (30). Una garantía de que las biena
venturadas puertas del cielo nos llaman y nos esperan. Nuestra
iglesia es una imagen del Santo de los Santos de los cielos. De
él es de quien deben acordarse los fieles cuando el ostiario
consagrado abre y cierra las puertas y admite o rechaza a los
que van a entrar en la iglesia. El que se cumpla la oración del
obispo consagrante de que en el interior de la iglesia reinen
un puro servicio (purum servitium), un recogimiento sin obs
táculos, un trato sereno con Dios (devota libertas), depende
en gran parte de la vigilancia que el ostiario muestre para con
los que entran, así como del orden devoto que, bajo su vigi
lancia, guarden los fieles durante el culto divino (31).
Las puertas tienen un gran significado, no sólo en la es
tructura artística de la fábrica de la iglesia, sino también por
su profundo simbolismo. Las catedrales medievales nos mues
tran sus puertas profusamente adornadas, con adornos car
gados de sentido, con el fin de dar a los fieles una idea muy
elevada de la casa de Dios y de su santidad. El ostiario sirve
y vela sobre estas puertas y de este modo obra sobre los fie
les. El ostiario protege el santuario de una mediata o inme
diata profanación, una tarea que vuelve a tener tanto más sig
nificado cuanto que la disciplina y el respeto cristianos están
a punto de perderse en muchos de los que visitan nuestras
iglesias. El sirve al Señor, que es la puerta por la que tenemos
que entrar y salir nosotros. La tarea del ostiario consistía so
bre todo en cuidar de que nadie sin autorización se acercase
al altar y molestase al sacerdote en sus actos de culto (32).
No menor es su cuidado por todos los enseres y utensilios
que se guardan en la iglesia y en la sacristía. El obispo expre
sa así esta responsabilidad al entregarle las llaves: Sic agite
quasi reddituri Deo rationem pro iis rebus quae bis clavibus
recluduntur. ¡Cuántas cosas hay que preservar del polvo y la
humedad! ¡ Cuántas cosas hay que proteger para que no se
vendan o se traten desconsideradamente! ¡Cuántas hay que
limpiar, restaurar, renovar, completar! Esto necesita un guar
dián experto, tomado para el servicio de Dios, que aun hoy
El cu id ad o d e los libros s a g r a d o s
(54) 1. c. 5 ad 2.
(55) AL: In Ev, Mt. 25, 18.
(56) Th. II-II, 54, 1 ad 1.
como de una falta de sentimiento de responsabilidad. El ne
gligente es superficial, irreflexivo. Apenas si nota cuántas co
sas van echándose a perder, cuántos daños va haciendo con
sus manos, cómo él mismo va decayendo espiritualmente poco
a poco — paulatim decidit. Cristo está dormido en los negli
gentes y sólo en los santos está despierto (57). Cristo se mar
cha de los negligentes — cito enim deserit negligentes— (57).
La negligencia hace que los trabajos, que en sí son buenos y
virtuosos, se hagan pecaminosos (59).
El descuido exterior supone por tanto un menosprecio
de una cosa o de un ministerio. Piensa que lo que se te con
fía son los bienes de Dios, los bienes de la Iglesia, los bienes
de los pobres. Son por consiguiente bienes santos, que exigen
se les considere y trate como tales. Los ornamentos, los libros,
los utensilios y demás cosas parecidas sirven mediata o inme
diatamente a la Eucaristía. Muchos de ellos están bendecidos
por una consagración propia. Los instrumentos sagrados hay
que guardarlos previsoramente en un lugar digno. Hay obli
gación de guardarlos y conservarlos en buen estado y de ma
nera digna (60). No a todos está permitido el tocar los cáli
ces y paños sagrados. Su purificación debe hacerla un clérigo
de Ordenes Mayores (61). Si no hay limpieza y cuidado, ne
cesariamente sufre también la dignidad y el respeto a! altar,
a los sagrados instrumentos y a las ceremonias sagradas. Y
con ello sufre también no menos el alma del clérigo, que dia
riamente ve y soporta tales cosas, así como el alma de los fie
les que se escandalizan de ello, y que poco a poco, pero de
modo seguro, pierden el respeto a la iglesia y a su ministro.
Por el contrario, el cuidado por el ornato y la limpieza del
templo y de los sagrados instrumentos ejerce por sí mismo
un efecto beneficioso, edificante y sublime sobre el clérigo y
el pueblo, que es tanto más eficaz cuanto que es callado,
objetivo y duradero. Los sagrados instrumentos, sobre todo,
están, como ya dijimos, íntimamente relacionados con la Eu
caristía. Sirven para ofrecer el Santo Sacrificio. Se usan ad
(75) AL: In IV sent. d. 24, C, a. 17. Cfr. CIO. can. 211 & 1: Sacra
ordinatio, sentel valide recepta, rmmquam irrita. Conforme al Dere
cho y sin más, el m inorista que sale de u na O rden religiosa vuelve
al estado laical. CIC. can. 648; can. 669 & 2, o ta n pronto como ha
sido declarada nula su profesión por haber obrado con dolo, can. 2.387.
El O rdinario puede decretar la secularización cuando hay motivos
justos, por ejemplo cuando se ve que el m inorista no es apto para
recibir las Ordenes Mayores. Puede decretarla tam bién a petición del
ordenado, can. 211 & 2. Sobre la readm isión al estado clerical, can. 212.
tes, a los abandonados, a los demasiado hundidos en el polvo
de la tierra, como una voz que desde arriba, exhorta, consue
la, ilumina. ¡Ojalá el ordenado utilizase después, durante su
vida apostólica, de palabra y de obra, tanto para su provecho
espiritual como para el de las almas de los fieles, los elevados
pensamientos que se ofrecen a nuestra consideración en las
oraciones y en los símbolos de esta ordenación y de las si
guientes !
CAPITULO TERCERO
EL LECTORADO
Instrucción
(1) Act. 9, 6.
(2) Sal. 118, 34.
(3) Sal. 118, 73.
(4) Sal. 118, 12S.
(5) Ef. 3, 19; Col. 1, 9.
Et ¡mplete. Si Dios, a quien por naturaleza es ajeno todo
esfuerzo, ha trabajado en ti y por ti con tantos esfuerzos ¿por
qué quieres tú apartar de ti tan fácilmente todo esfuerzo y todo
trabajo? (6).
Nuestros talentos y nuestras fuerzas son limitadas, pero
Dios es lo suficientemente poderoso para aumentar en ti la
gracia de la eterna perfección. Otra vez en boca del obispo es
tas palabras tan maravillosas: gratia perfectionis aeternae. ¿A
quién se la da? A ti, un hombre perecedero, débil, imperfecto,
a quien le es tan difícil conocer lo perfecto y desearlo, y a quien
es imposible alcanzar la perfección, estando sin embargo obli
gado a ser perfecto. Nadie espera que ya desde un principio
seamos perfectos. Pero sí que desde un principio, progresando,
aspiremos a la perfección (7). Tenemos que pedirla, pues sin
una gracia especial es imposible llegar a ser perfecto (8).
Nuestra aspiración debe ser la perfección — en gracia— para
toda la eternidad. Exitos rápidos, demasiado fáciles y pasaje
ros, no bastan ni para las aspiraciones íntimas del corazón ni
para la dignidad y el significado de nuestra vocación. Ambas
cosas — el corazón y la vocación— encuentran su descanso y
su sosiego solamente en lo eterno, en la verdadera y duradera
perfección. Y esta perfección es posible para ti, con la ayuda
de Dios. No se quede atrás nadie voluntariamente. También
nosotros podemos y debemos ser perfectos y alcanzar la corona
de la victoria de los perfectos. También hay para nosotros, si
cooperamos fielmente con la gracia de Dios, una eterna corona.
Agnoscite et implete. Pidamos por consiguiente constante
mente este conocimiento pleno e interior. El rey salmista tenía
conciencia de que era un espiritual, un hombre de espíritu
— spiritualem se esse cognoscens— . De aquí sus ruegos por el
Espíritu Santo y por su gracia. Nos son indispensables un cono
cimiento claro y una inteligencia profunda. Sin ellos, nadie
puede ni aprender ni enseñar. Aquel a quien falta el conoci
miento no puede enseñar. Nunca será un maestro ni un hombre
de ciencia. Las dotes pedagógicas no dependen de la memoria,
sino de la inteligencia. Nada conseguirás leyendo mucho, apren
diéndotelo y guardándolo en la memoria, si no lo has entendi-
Oraciones finales
EL EXORCISTADO
Im tr cci6 n
(5) i Pe. 5, 8.
(6) Le. 4, 23.
(7) Lom bardus: Sentent. IV, d. 24,
Espíritu de verdad, de santidad, de vida y de amor que mora
en él, con una confianza humilde, lleno de una fe robusta y
con el corazón puro. Como un servidor de Cristo invencible,
victorioso, salvador y liberador. Orando y bendiciendo. Y, no
en último lugar, con su conducta.
La ordenación
(17) Caesarius Arel, ed M orin, pág. 121, 6. Cfr. Ag.: pág. 197
de tem p.
el reino de las tinieblas con sus terribles celos y su envidia
roedora desplegó sus alas sobre el alma de Caín, la voz de
Dios se levantó diciendo: Sé señor y rey de ti mismo (18).
Así y aún más debe el clérigo, y más aún el exorcista, vigilar
sobre los impulsos vitales, sobre los deseos sensuales brota
dos en él, sobre los movimientos del cuerpo y del alma, y
dominarlos conforme a las leyes de la razón y de la fe. O
como hizo notar San Ambrosio: Peccasti, quiesce. ¿Has pe
cado? Busca de nuevo el descanso. Tu pecado ha desencade
nado una tempestad de pasiones. Pon en silencio los gritos de
los celos y de las acusaciones que brotan de ti contra Dios.
Fuérzate a una vuelta interior, a volver de nuevo a la paz.
Sé dueño de tus pecados y de tus pasiones. Tú has sido cons
tituido rey y soberano sobre el maligno. Tu ergo princeps ope
ris tui. Tú eres dueño de tu voluntad y de tu obrar. Tu dux
criminis. Te tienes en tus mismas manos. Si pecas, tú eres el
que te llevas a ti mismo como jefe y como guía. Te ha arras
trado el error y te ha llevado, pero no contra tu voluntad o
sin tu voluntad, como tampoco por haberte faltado el conoci
miento (19). Sé dueño de ti mismo. Un jefe que no abandona
sin luchar las cosas de su señor, como un cobarde o un trai
dor. Que no pierde nunca la batalla y se deja coger como
esclavo.
Imperatores spirituales. Emperadores espirituales coloca
dos por la Iglesia en medio de una comunidad que tiene a su
vez un sacerdocio real: esto es el exorcista y, en máximo
grado, el sacerdote. O como llama en cierta ocasión San Am
brosio a los levitas: Primogeniti et redemptores ceterorum.
Primogénitos y redentores de los demás (20). En ellos tie
nen fija su mirada todos los demás y, con razón, esperan de
ellos dirección y ayuda. ¡Qué tarea! ¡Que seamos siempre
dignos de ella!
Imperatores spirituales. ¿E s tal nuestra conducta que me
rezcamos este nombre? O ¿vacila mi alma buscando y ten
tando entre el bien y el mal, entre el reino de las tinieblas y
el reino de la luz? ¿Sin consistencia interior? ¿Sin camino
seguro? ¿Sin valentía y decisión?
(18) Gen. 4, 7.
(19) A.: De Caín et Abel 2, 7, 24 s.
(20) A.: 1. c. 2, 4, 13.
No crea nadie que en virtud de su ordenación y de su
estado está seguro ante cualquier tentación. Antes del comien
zo de la actividad apostólica de Cristo, el diablo se acercó a El
personalmente y en el momento solemne del Sacrificio pontifi
cal criba a los que acaban de ser consagrados sacerdotes y
Apóstoles, a los discípulos fortalecidos con la Eucarista y las
promesas. Junto al mismo Cristo, de en medio del circulo de los
discípulos, toma posesión del alma de Judas. Entra en decisi
va y singular batalla con el enviado del Padre, el Hijo de Dios,
y nuestro Sumo Sacerdote. Viene el príncipe de este mundo.
Pero ¿quién, excepto Cristo y su santísima Madre, puede de
cir: en mí no tiene nada? (21 ).
El ayuno meritorio de cuarenta días del Señor en el de
sierto despoblado de hombres acaba con una triple tentación.
¿Cuándo y cómo puedes estar seguro de estar ya eximido de
la prueba? Sin recelo ninguno, extiende el diablo sus lazos:
lazos que son la gula, la vanagloria, la avaricia y la codicia,
la ambición (22). ¿Qué es lo que pide el maligno? Al princi
pio un poco nada más. Casi nada. Una pequeña condescen
dencia inocente para con la naturaleza. El hambre apremia.
Aquí hay piedras. Conviértelas, no en un manjar escogido y
apetitoso, sino en un sencillo, frugal y alimenticio pedazo de
pan. Esto es lo que exige la razón. Lo que exige la naturaleza
tal como Dios la ha creado. ¡ Lo que exige una simple con
sideración sobre tu salud! Salud que no te pertenece a ti, sino
que debes conservar para el servicio de Dios y de los hombres.
Se ve a primera vista cómo el diablo pretende revestir sus pen
samientos con los pensamientos de Dios, cómo pretende re
medar con sus palabras y con su tono la voz de Dios.
El asceta invencible, aparentemente libre de toda debili
dad humana, que ha desoído la necesidad de la naturaleza,
quizá — por vanagloria— se permita una pequeña otsentación.
Un espectáculo. Muestra al mundo que tu espíritu está libre del
peso y de las cadenas de tu corporeidad. Hazlo como yo, el
espíritu de alas ligeras. Prueba que los ángeles son tus servi
dores. ¿Se degradará el Señor con esta burda adulación hasta
convertirse en comediante del diablo? Lo que éste propone
como prueba evidente de su poder, a los ojos de Dios es una
tentación pecaminosa contra el Dios santísimo y sapientísimo.
EL A C O L I T A D O
(23) Jn. 1, 5.
la glorificación mediante la desviación de lo material, de lo
terreno, de lo unido a la materia. La luz es postulado de la
ascesis, del vencimiento de lo pecaminoso, de la conversión
en lo espiritual. Sería imprudente e injusto llevar la luz ra
diante en lámparas oscuras, la luz pura en lámparas impuras.
De aquí el mandato para el portador de la luz no sólo de lu
cir con el brillo de la luz, sino de ser luz. De hacerse luz. Sint
ergo! Para ello se necesita en esta vida la mortificación. Te
ned vuestros lomos ceñidos. Si no se hace caso o no se cum
ple este mandato, entonces el portador de la luz corre el pe
ligro de precipitarse o de ser removido para siempre junta
mente con su candelabro, sea éste de madera, de plata o de
oro (24).
(24) Ap. 2, 5.
(25) Le. 12, 35.
(26) Al. In Ev. Le. 12, 35.
(27) Prov. 31, 17.
dirigen las siguientes palabras: Sé fuerte, sé hombre. Ciñe
tu cintura cual varón. Atrévete a cosas altas. Practica la vir
tud. Rechaza todo lo injusto (28). Es fuerte quien sabe so
portar los padecimientos. Quien se vence a sí mismo, quien
domina su ira, quien no se apura por ninguna desgracia, quien
no se deja arrastrar por ningún placer, quien no se exalta
por ningún éxito y no es arrastrado inconscientemente por la
rueda de la fortuna de su tiempo. ¿Qué cosa más grande y
más honrosa que educar el espíritu, domar la carne y, en fin,
llevar a cabo nuestros proyectos y nuestros deseos cuando
nosotros nos empeñamos en un trabajo? (29). Esta fortaleza
te enseña a tener en menos la forma exterior y los bienes te
rrenos, a despreciarlos más que a buscarlos. Te enseña lo que
realmente es lo más grande: a ir tras de la virtud con la in
cansable fuerza del espíritu, con toda el alma, con todo el
amor. Te enseña a soportar impertérrito por la justicia to
dos los peligros, aun jugándote la propia vida. Un atleta de
este género se convierte, como San Pablo, por la virtud de
Cristo, a pesar de sus debilidades, en un héroe (30). Piensa
por tanto a qué poco precio debe valorar las cosas puramente
humanas quien recibe un ministerio eclesiástico (31). En
efecto, nadie puede ser un buen portador de la luz y amar
la luz de todo corazón si no es un hombre fuerte y esforzado.
Fruto* d e la luz
(56) T h. I, 6, 4.
(57) Th. I, 105, 2 ad 2.
facilidad de ánimo, la moderación en el mandar, la afabilidad
en el hablar, la paciencia para escuchar y para expresar nues
tros pensamientos, la modestia, apenas si puede creerse a qué
grado de caridad puede elevarnos (58). No queremos con
ello vituperar la habilidad y el talento; sencillamente alaba
mos la bondad (59). De esta bondad es de la que padecen
hambre los corazones de los buenos y de los mejores.
(69) Gal. 2, 4.
(70) I I Cor. 11, 26.
(71) III Jn . 4.
(72) Al.: In Ev. Le. 12, 1.
(73) Mt. 16, 6.
(74) Jer, 5, 31,
Ventas. La verdad pura y vigorosa, tanto en nuestra vida
espiritual como en el alimento de la misma. Desde hace siglos
las leyendas piadosas han sido producto de la poesía, de la
piedad y del alma popular. Llenan visibles lagunas, doran y
cubren faltas reales o irreales. Exageran y disminuyen. Acla
ran e interpretan. Cambian las cosas más o menos libre y há
bilmente. Acercan más las cosas a la vida y les dan una for
ma más vital. Se apoderan de las fuentes y frecuentemente
van más allá de lo que éstas permiten, o las adornan tan ex
cesivamente que casi no se las puede reconocer. Frecuente
mente se prestan a excitar de un modo religioso la fantasía y el
sentimiento. Las más de las veces contienen una base históri
ca y aclaran los fundamentos profundos de un hecho. La ver
dad, sin embargo, exige que distingamos siempre y en todo
lugar entre los hechos y las leyendas; exige guardarse dentro
de los debidos límites en la explicación alegórica y moral de
las Escrituras. No en vano los santos ponen en guardia contra
toda falsedad en materia de religión. No hace más que ofen
der a Dios, dañar a las almas, rebajar el honor y la fama de
la Iglesia, injuriar la figura de los santos y hasta deshonrarlos.
Me parece carente de sentido — dice San Alberto Magno (75 )—
desviar el espíritu de fe y la piedad. Por eso omitimos toda
explicación irreal de las Sagradas Escrituras, pues fácilmente
degenera en bagatelas y en puras apariencias sin fuerza de
ninguna clase y llenas de ocurrencias ingeniosas. Si otros para
ello dicen falsedades o simplezas, al Santo le importa poco
— de quibus non curamus— . Y con razón. Dios jamás hace
uso de una falsedad o de una mentira, ya que nunca jamás
necesita aducir cosas falsas ni para la propia honra ni para el
propio triunfo ( 7 6 ). Todos los fieles exigen que se les diga la
verdad. Aun los jóvenes. Cristo fue enviado por el Padre para
todos, para dar testimonio de la verdad. Para nadie es Cristo
camino de tinieblas. Ni viene de las tinieblas ni lleva a las ti
nieblas. Es camino y verdad. Como verdad, y mediante su ver
dad, nos hace conocer lo verdadero para que la verdad nos
haga libres (77). ¿Quién se atrevería a dudar aquí angustiosa
mente o a poner límites demasiado estrechos? ¿O hemos de ver
V in o y a g u a
La ordenación
Oraciones finales
órdenes mayores
CAPITULO PRIMERO
EL SUBDIACONADO
Introducción
te) Heb. 7, 3.
puja infinitamente al de Melquisedec. No sólo porque es ver
dad y disipa las tinieblas, sino más aún: Porque es espíritu
y verdad. El Cuerpo del Señor es un cuerpo espiritual. El
Cuerpo de Cristo es del Espíritu Santo (7), es decir, formado
por el Espíritu de Dios, informado y animado por la ley del
Espíritu, glorificado por el Espíritu de Dios, igual a El en pu
reza, claridad y santidad. El mismo argumento con que San
Ambrosio explica el mandato del Apóstol de que el candidato
al cargo episcopal haya tenido unas solas nupcias, lleva nece
sariamente al celibato. ¿Qué diferencia habría entre el modo
de vivir del seglar y del sacerdote, si ambos tuvieran las mis
mas leyes? El modo de vida de un sacerdote debe ser más
elevado que el del no sacerdote, como son más elevados el
modo y la medida de la gracia de la vocación (8).
La caridad de Cristo nos constriñe (9). Nos aguijonea
hacia la cumbre y hacia lo más alto, hacia lo último de todo.
La Encarnación de Cristo y su vida en la tierra nos han traído
una vida nueva y una nueva ley de vida. Nos han edificado
un mundo nuevo. Desde entonces, sacerdotes santos enseña
rán la castidad y ejemplos numerosos de pureza virginal res
plandecerán como en una luz sobrenatural (10). De la nueva
alianza creada en Cristo se destaca luminosa una última con
secuencia. Ahora conocemos nuevas obligaciones y virtudes.
Hemos trabado conocimiento con nuevas costumbres y las ha
cemos propias (11). El relato de la Encarnación confirma el
incomparable valor moral de la virginidad. No sólo en el Ver
bo de Dios, que tomó nuestra carne. También en su madre
virginal. En San José, el esposo virgen. En San Juan, el Pre
cursor del Señor. Y como enseña la liturgia y los Santos Pa
dres, no es ninguna casualidad que el Evangelista virgen sea
quien anuncia la profundísima diferencia entre el nacimiento
eterno de Cristo y su encarnación, así como que fuera quien
en el primer Sacrificio Eucarístico descansó sobre el Corazón
de Cristo y asistió al pie de la Cruz al Sacrificio cruento con
la virginal Madre del Señor.
g
Sancte Raphaël, !“ San Rafael,
Om nes sancti Angeli et Todos los santos Angeles
Archangeli, orate pro nobis. y Arcángeles, rogad por nos
otros.
O m n e s sancti beatorum Todos los Santos Coros de
spirituum ordines, orate pro los bienaventurados espíri
nobis. tus, rogad por nosotros.
Sancte Joannes B aptista, San J u a n B autista, ruega
ora pro nobis. por nosotros.
Sancte J o s e p h, ora pro San José, ruega por nos
nobis. otros.
Omnes sancti Patriarchae Todos los santos P atriar
et Prophetae, orate pro nobis. cas y Profetas, rogad por
nosotros.
Sancte Petre, , S an Pedro,
Sancte Paule, I San Pablo,
Sancte Andrea, San Andrés,
Sancte Jacobe, 1 Santiago.
Sancte Joannes, 1 San Juan,
Sancte Thom a, 1f O Santo Tomás,
Sancte Jaeobe, ! o Santiago,
Sancte Philippe, \TJ San Felipe,
Sancte B artholom aee, /) o San Bartolomé,
Sancte M athaee, | O
3
S an Mateo,
Sancte Sim on, 1 cr S an Simón,
Sancte Thaddaee, 1l M San Tadeo
Sancte M athla, | S an M atías.
Sancte B arnaba, 1 San Bernabé,
Sancte Lnca, , San Lucas,
Sancte M arce, / San Marcos
Om nes sancti Apostoli et Todos los santos Apóstoles
Evangelistae, o r a t e pro y Evangelistas, rogad por
nobis. nosotros.
Om nes s a n c t i Discipuli Todos los santos Discipu
Domini, orate pro nobis. le» del Señor, rogad por nos
otros.
Omnes sancti Innocentes, Todos los santos Inocen
orate pro nobis. tes, rogad por nosotros
Sancte Stephane, ora pro San E steban, ruega por
nobis. nosotros.
Sancte ¡Laurenti, ora pro San Lorenzo, ruega por
nobis. nosotros.
Sancte V incenti, ora pro San Vicente, ruega por
nobis. nosotros.
Sancti Fabiane et Sebas- Santos F abián y Sebas
tiane, orate pro nobis. tián, rogad por nosotros.
Sancti Joannes et Paule, Santos Ju a n y Pablo, ro
orate pro nobis. gad por nosotros.
Sancti Cosma et Dam iane, Santos Cosme y Dam ián,
orate pro nobis. rogad por nosotros.
Sancti Gervasi et Protasi, Santos Gervasio y Prota-
orate pro nobis. sio, rogad por nosotros.
O m n e s sancti M artyres, Todos los santos M árti
orate pro nobis. res, rogad por nosotros.
Sancte Silvester, \ San Silvestre,
San Gregorio,
i 9 S an ta Agueda,
S ancta Lucia, f °
1VTJ“S S an ta Lucía,
S ancta Agnes, i °
S an ta Inés,
S ancta Caecilia, 11 °’
° S an ta Cecilia,
S ancta C atharina, 1M S an ta C atalina
S ancta A nastasia, S an ta Anastasia,
Om nes sanctae Virgines et Todas las santas Vírgenes
Viduae, orate pro nobis. y Viudas, rogad por nosotros.
Omnes santi et sanctae Todos los santos y santas
Dei, intercedite pro nobis. de Dios, interceded por nos
otros.
Propitias esto, parce no Sénos propicio, perdónanos,
bis Dómine. Señor.
Propitius esto, exaudi nos Sénos propicio, ó y e n o s ,
Dómine. Señor.
Te rogamos, óyenos
I rI 3
c tierra,
Ut omnibus fidelibus de- ) Que te dignes conceder el
functis requiera aeternam I 1 eterno descanso a los fieles
donare digneris, ]| difuntos,
Aquí el obispo se levanta y bendice a los ordenandos.
y. Ut hos Electos bene>|« y. Que te dignes bende
dicere digneris, cir a estos Electos presentes,
1$, Te rogamus, audi nos. 9 . Te rogamos, óyenos,
y. Ut hos Electos bene*J* y. Que te dignes bende
dicere, et sanctificare dig cir y santificar a estos Elec
neris, tos presentes,
R. Te rogamus, audi nos. 5 . Te rogamos, óyenos,
y . Ut hos Electos bene»J« y. Que te dignes bende
dicere, et sanctificare, et cir, santificar y consagrar a
consecrare digneris, estos Electos presentes,
5 . Te rogamus, audi nos. R. Te rogamos, óyenos.
El obispo vuelve a arrodillarse y prosigen las letanías.
Ut nos exaudire digneris, Que te dignes escuchar
te rogamus, audi nos. nos, te rogamos, óyenos.
Fili Dei, te rogamus, audi H ijo de Dios, te rogamos,
nos, óyenos.
Agnus Dei, qui tollis pec Cordero de Dios que qui
cata mundi, parce nobis Do tas los pecados del mundo,
mine. Señor, perdónanos,
Agnus Dei, qui tollis pec Cordero de Dios que qui
cata mundi, exaudi nos Do tas los pecados del mundo,
mine. Señor, escúchanos.
Agnus Dei, qui tollis pec Cordero de Dios que qui
cata mundi, miserere nobis. tas los pecados del mundo,
ten compasión de nosotros.
Christe, audi nos. Cristo, óyenos,
Christe, exaudi nos. Cristo, escúchanos.
Kyrie, eleison. Señor, ten com pasión de
nosotros.
Christe, eleison, Cristo, ten com pasión de
nosotros.
Kyrie, eleison. Señor, ten compasión de
nosotros.
En todas las Ordenes Mayores, y por consiguiente tam
bién en el subdiaconado, las letanías mayores preceden al ver
dadero acto de la ordenación.
i s ) Heb. 12, 1.
(49) A.: De Isaac e t anim a 1, 2.
ron estos elegidos con una ardiente ansiedad por !a Reden
ción, llenos de celo por la salvación de los hombres y del pue
blo de Dios, así como por la extensión del reino de los cielos I
Ellos, que debieron experimentar, soportar y sufrir los pade
cimientos y la glorificación del mundo venidero, se hallan pre
sentes a esta ordenación rogando y dando gracias con nos
otros. Saben que sobre estos clérigos se ha de posar y en ellos
ha de continuarse un poco de aquel espíritu y misión que vi
vió en ellos. Reunidos alrededor del altar del cumplimiento,
hacen descender, con sus cantos y oraciones, la felicidad y la
ansiedad que ellos han experimentado y gustado en su interior.
Segunda parte
(81) Id. ad 3.
(82) Is. 11, 10.
(83) Ap. 1, 13.
(84) Sab. 18, 24.
(85) Al.: In Apoc. 1, 1, 14,
(86) Is. 49, 18.
nar otra vez a Cristo, el divino-humano altar, y tengan plena
participación en el Santo Sacrificio. Este es, pues, el precioso
ornato con que rodeamos el altar. El adorno personal de al
mas semejantes a Cristo y glorificadas por la gracia. Este or
nato, el más semejante a El, que brota de la belleza y santidad
de Cristo, es digno de El. También para este ornato del altar
es imprescindible el subdiácono. El ministerio de la enseñanza
y de la predicación le está todavía prohibido, pero su ejemplo
es una continua enseñanza.
Para todo ello necesita los dones del Espíritu Santo. Del
Espíritu de Dios que no descansa nunca y que es un Espíritu
de santidad. Como luchadores de Cristo, obligados también
(105) A.: 1. c. 1, 3, 12 s.
(106) A.: 1. c. 1, 19, 84.
ministerio litúrgico es siempre un punto culminante de ale
gría santa.
Por último el obispo confía al ordenado el libro de las
Epístolas (107). Se le entrega con la potestad de leer las Epís
tolas en la santa Iglesia de Dios tanto si ejerce el ministerio
de Dios por los vivos como si lo ejerce por los difuntos. Tan
to si la palabra libertadora de Dios se da para bendecir a los
vivos como si se da para bendecir a los muertos. ¡Qué pa
labras más ricas de contenido! La Iglesia no se limita en modo
alguno a una parte de su rebaño. Lejos ella misma todavía de
la patria celestial, anuncia la palabra que bajó a los hombres
desde arriba a la tierra, llena de gracia y de verdad. Pero piensa
también constantemente en los miembros que padecen en el
purgatorio y les envía las mismas palabras, como mensaje
consolador en sus ardores y tormentos. Se lo envía como una
prenda de su amor maternal. Como garantía de la pacífica
unidad en Cristo. Como mensaje de vida y paz eternas.
Antiguamente en Roma la dirección del canto litúrgico
estaba también confiada a un subdiácono. Actualmente un
subdiácono es quien entona la Antífona de Vísperas y de Lau
des del Pontifical y da el Aleluya al obispo el Sábado Santo
como la gran alegría del día.
In nomine Patris et Fiiii et Spiritus Sancti. El obispo pro
nuncia estas palabras siempre que entrega al ordenado las
vestiduras o el libro. Porque todo se hace con la autoridad
de la Trinidad santísima. Porque de ella procede de modo es
pecial la gracia de la ordenación y las tareas santas que ella
encierra. Porque ella es quien da y mantiene la gracia de la
vocación. Porque todo se hace para gloria suya. Porque la
Trinidad misma es y permanece en todo como la primera cau
sa eficiente y santificadora. Porque sólo en Dios Trino puede
vivir y obrar el ordenado. Así sea. Amén.
Según la opinión que ya vimos de Pedro Lombardo, Cris
to el Señor ejerció este ministerio cuando en la noche de la
Cena lavó los pies a los Apóstoles y se los secó con la toalla.
Con este servicio dio un signo de humildad servicial, preparó
a los suyos para la recepción de la Eucaristía, elevó la alegría
y el honor de la Iglesia (108).
(107) ct. I, 197.
(108) Al.: In Ev. Jn. 13, 13.
CAPITULO SEGUNDO
EL DIA C O N A D O
Introducción
(2) Act. 6, a S. 5 s.
tríente, a los ojos de todos, en presencia de todos los intere
sados, únicamente con la mirada puesta en Dios, santísimo y
omnisciente, sin pasar los límites impuestos por la justicia y
la verdad, el amor, el respeto y la humildad, sin dejarse lle
var por la pasión humana (3). Una oración del obispo, que
posteriormente se une a la instrucción sobre el diaconado,
exalta de nuevo esta colaboración de la comunidad y la de
signa con el nombre de commune votum, de deseo y ruego,
juicio y recomendación del pueblo de la Iglesia, que, natural
mente, se convierte en la communis oratio, en la oración co
mún, en las preces totius Ecclesiae.
¡Qué hermoso cuando aún hoy asiste a la ordenación, no
sólo la familia del ordenando, sino todo el pueblo creyente
con ella y está alrededor del altar con santa reverencia y
orando humildemente en sus corazones, pues un hijo suyo ha
sido llamado a la dignidad de diácono! ¡Qué hermoso cuando
en todas las parroquias de la diócesis se hacen oraciones es
peciales con el deseo de obtener dignos clérigos y sacerdotes
y, de modo especial, se hacen oraciones públicas en todos los
lugares el día de la ordenación. No en vano nos ha exhortado
el Señor. Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su
mies (4).
G r a d o ierárquico
Per om nia saecula saeculorum. Por todos los siglos de los siglos.
R. Amen. R. Amén.
y. Dominus vobiscum. y. El Señor sea con vosotros.
R. E t cum Spiritu tuo. R. Y con tu Espíritu.
y. Sursum corda. y. Levantad vuestros cora
R. Habemus ad Dominum. zones.
y. G ratias agam us Domino R. Los tenemos en el Señor.
Deo nostro. V. Demos gracias al Señor
R. Dignum et justum est. Dios nuestro.
Vere dignum et jusum est, R. Es cosa digna y justa.
aequum et salutare, nos tibi sem- En verdad es digno y justo,
per et ubique gratias agere, Do* equitativo y saludable el que te
mine sancte, P ater omnipotens, demos gracias en todo tiem po y
aeterne Deus, bonorum dator, or lugar, oh Señor santo, Padre to
dinumque distributor, atque of dopoderoso, Dios eterno, dador
ficiorum dispositor, qui in te m a de todos los honores, distribuidor
nens innovas om nia et cuncta de los órdenes y adm inistrador
disponis, per verbum, virtutem , de los m inisterios, que perm ane
sapientiam que tuam Jesum C hris ciendo inm utable renuevas todas
tum Filium tuum Dominum nos- las cosas y las dispones con tu
t r u m, sem piterna providentia verbo, virtud y sabiduría, Jesu
praeparas, et singulis quibusque cristo, H ijo tuyo, Señor nuestro,
tem poribus ap tanda dispensas. las preparas con eterna provi
Cujus corpus, Ecclesiam videlicet dencia y las otorgas ajustándolas
tuam , coelestium gratiarum va según los tiem pos. A cuyo cuer
r i e t a t e distinctam , suorumque po, a saber, tu Iglesia, distingui
connexam distinctione membro da por la variedad de gracias
rum , per legem m irabilem totius celestiales y trabada en sus dis
compaginis initam , in augm en tintos miembros, una por la ley
tum tem pli tui crescere, dilatari- adm irable que rige todo el con
que largiris; sacri m uneris servi junto, le concedes que crezca y
tutem trinis gradibus m inistro se dilate p a ra decoro de su tem
rum . Nomini tuo m ilitare cons plo. Y así dispusiste que el ser
tituent, electis ab initio Levi fi vicio de las sagradas funciones
liis, qui in m ysticis operationibus se ejecutase en tu nom bre por
d o m u s tuae fidelibus excubiis tres órdenes de m instros, a se
perm anentes, haereditatem bene m ejanza de los en u n principio
dictionis aeternae sorte perpetua escogidos hijos de Leví, que ve
possiderent. Super hos quoque lando fiel y constantem ente en
famulos tuos, quasemus Domine, el desempeño de las místicas
placatus intende, quos tuis sacris funciones de tu casa lograsen
altaribus servituros in officium poseer en herencia perpetua eter-
diaconatus supliciter dedicamus. - Señe:-, mires propicio a estos tus
Et nos quidem tamquam homi - na bendición. Rogárnoste, pues,
nes divini sensus et summae ra siervos que humildemente dedi
tionis Ignar horum vitam, quan camos al servicio de tus altares
tum possumus, aestimamus. Te en el oficio de diáconos. Nos
autem, Domine quae nobis sunt otros, en verdad, como hombres
ignota, non transeunt, te occulta ignorantes de la mente y juicio
non fallunt. Tu cognitor es se- irreformable de Dios, juzgamos
rcetorum, tu scrutator es cor- de la vida de éstas en la medida
dium. Tu horum vitam coelesti que se nos alcanza. Pero a Ti,
poteris examinare indicio, quo Señor, no se te pasa lo que a
semper praevales, et admissa pur nosotros nos es desconocido, las
gare, et ea quae sunt agenda, apariencias no te engañan. Tú
concedere. eres conocedor de los secretos y
e s c u d r i ñ a s los corazones. Tú,
pues, podrás aquilatar la vida de éstos con tu juicio celestial, en el
que siempre prevaleces, purificar los defectos cometidos hasta aquí
y darles lo que han de obrar en adelante.
Imposición d e manos
(59) Cfr. G rabm ann: Die Lehre des hl. Thom as von der K irche
ais Gottesvolk. Regensburg 1903, pág. 180 ss.
Según la Constitución Apostólica "Sacramentum Ordinis"
de Pío X II (30 nov. 1947), la forma del diaconado está cons
tituida por las palabras del Prefacio, de las que son esencia
les, y por tanto, requeridas para la validez, las que acabamos
de destacar. El obispo las pronuncia teniendo la mano dere
cha extendida sobre el ordenando.
Envía, Señor — así ruega— el Espíritu Santo. Envía del
seno de la Santísima Trinidad este Espíritu que procede del
Padre y del Hijo. Envíala con el mismo amor y con la misma
fuerza con que le derramaste sobre el Hijo de Dios y le hiciste
aparecer visiblemente el día de su bautismo ante los ojos del
mundo. Envíale con el mismo propósito con que tu Hijo lo
prometió y lo dio a sus discípulos antes de su Ascensión. En
víale como llama de fuego, tal como brilló el día de Pentecos
tés sobre las cabezas de los Apóstoles. Envíale para que estos
diáconos se fortalezcan y se decidan, enriquecidos por los
siete dones, a cumplir dignamente su ministerio. Envíale para
que se entreguen con desprendimiento y empleen todas sus
fuerzas para el bien de las almas y honor de tu nombre. Para
que el Espíritu Santo les lleve hasta el fin del mundo. Para
que acompañe sus pasos. Para que les ilumine el camino.
Haz que sus almas rebosen (abundet). Perfecto por todas
las virtudes. Lleno de gracia y de virtud — dice la Sagrada
Escritura de San Esteban— . Lleno del Espíritu Santo (60).
Realmente este santo diácono y protomártir no era una per
sona endeble. Ni una caña vacilante que se inclina al menor
soplo del viento. Su espíritu estaba poseído, penetrado y en
cendido por la gracia. Su alma no sentía temor. Este espíritu
joven lleno de fuego era un héroe. A él se parece el ordenado
que no soporta en sí mismo una fe cobarde, una virtud medio
marchita, un amor casi apagado; que más bien es lo sufi
cientemente rico en gracia y en virtud, en fortaleza y hermo
sura, para comunicarlo a los demás de su vida, para ser guía
suyo hacia la fuente divina de la vida, para consolarles cari
tativamente en las horas amargas de abandono y necesidad.
(62) A.: 1. c,
(63) A.: 1. c.
(64) A.: In Rs. 61, 21.
(65) Cfr. A.: De ofíiclis m inistrorum 1, 50, 255.
( 66 ) A .: De excessu fratris sui Satyri I, 52.
dadera virtud llega hasta el extremo de dominar la vista para
que en caso de necesidad veamos y al mismo tiempo no vea
mos. El corazón queda intacto aun cuando la vista haya tenido
que ver algo inconveniente. El sólo ver no es pecado. Guar
démonos sin embargo de dejarnos llevar al borde del pecado.
Así hace todo hombre sensato que ve el fuego. Nadie lo coge
en la mano para guardarlo bajo sus vestidos (67).
Pudor constans. Esta virtud necesita como ninguna otra
un gran dominio de sí mismo. La pureza exige un cuidado
vigilante. Un alma pudorosa ama la soledad igual que la im
púdica el libre trato (convenlum) (68). Necesita también un
prudente dominio de sí misma y una gran circunspección en
el hablar. El pudor verdadero y virtuoso es aquel que hace
su propia alabanza mediante el silencio (68). No hay edad
ni estado libre de peligros, ¿N o era David en sus salmos el
órgano del Espíritu Santo? ¿No era un hombre verdaderamen
te espiritual?, un magnus mortalium magister? (70). Sin em
bargo, ya de edad avanzada, tuvo una caída. Lo mismo los
ancianos en el jardín de Susana. Quizás a causa de su edad,
pues a sus años se daba una más grande reverencia y respeto,
una mayor confianza y libertad. Porque a su edad se habían
olvidado de desconfiar de sí mismos. No sin fundamento pide
el Prefacio una virtud perseverante, firme, constante. Pudor
constans! En lo oculto y a la luz del día. En nuestra habita
ción particular y en la calle pública. Cuando estamos solos y
cuando estamos con los demás. En la juventud pueden ser las
tentaciones más frecuentes e impetuosas, pero ¿quién puede
garantizar que en la vejez no aparezcan de modo sorprendente
y violento o de modo más violento todavía que en la juventud?
Por eso, tanto para \ o ^ jóvenes como para los ancianos, el
mismo mandato: Sabia prudencia y oración humilde.
Con prevención habla el Pontifical de la honestidad con
perseverancia. La virtud se acredita resistiendo la tentación y
permaneciendo inflexible a la seducción. Y no sin fundamento
habla San Ambrosio con preferencia del pudor bueno y noble
— pudor bonus— para distinguirlo de la falsa actitud del alma
Oraciones finales
Oremus. Oremos.
(Diacono). Flectam us genua. Doblemos las rodillas.
Levate. 9- Levantaos.
Exaudi, Domine, preces nostras, Escucha, Señor, nuestros rue
et super hos fam ulos tuos Spiri gos y envía sobre estos tus sier
tum tuae bene-J-dictionis em itte; vos el Espíritu de tu bendición;
ut coelesti m unere ditati, et tuae a fin de que, enriquecidos con el
m ajestatis gratiam possint acqui don del cielo, puedan ellos obte
rere, et bene vivendi aliis exem ner la gracia de tu majestad y
plum praebere. Per Dominum nos dar a los demás ejemplo de bue
trum Jesum C hristum Filium na vida. Por nuestro Señor Jesu
tuum : Qui tecum vivit et regnat cristo, tu Hijo que contigo vive y
in u nitate ejusdem Spiritus sanc reina en unión del Espíritu San
ti Deus, per om nia saecula sae to, Dios, por los siglos de los
culorum. siglos.
5 . Amen. —^ 5 . Amén.
OREMUS OREMOS
Domine sancte P ater fidei, spei, Señor Santo, Padre de la fe, de
et gratiae, et profectuum rem u la esperanza y de la gracia, re-
nerator qui in coelestibus et te munerador de las perfecciones,
rrenis Angelorum m inisteriis ubi que derramas los efectos de tu
que dispositis, per om nia elemen bondad sobre todos los elementos
ta voluntatis tuae diffundis ef del cielo y de la tierra por mi
fectum , hos quoque fam ulos tuos nisterio de los ángeles distribui
spirituali dignare illustrare affec dos por todas partes en los cielos
tu ; u t tuis obsequiis expediti, y en la tierra, dígnate ilustrar
sanctis altaribus tuis m inistri puri con amor espiritual también a
accrescant; et indulgentia tua estos tus siervos, a fin de que,
puriores, eorum gradu, quos Apos siempre prontos para tu servicio,
toli tui in septenarium num erum , sean admitidos en tus santos al
beato Stephano duce ac praevio, tares como ministros incorruptos;
Spiritu sancto auctore, elegerunt,
y purificados m ás y m ás por tu
digni existant, et virtutibus uni
misericordia, sean dignos de aque
versis, quibus tibi servire oportet,
lla promoción p a ra la cual tus
instructi, tibi complaceant. Per
Apóstoles, con inspiración del Es
Dominum nostrum Jesum Chris píritu Santo, eligieron a los siete
tum Filium tuum; Qui tecum vicuyo guía y jefe fue el bienaven
vit et regnat in unitate ejusdem
turado E steban, de m anera que,
Spiritus sancti Deus, per omnia
arm ados de todas las virtudes que
saecula saeculorum. tu servicio exige, consigan agra
5 . Arnen. darte; por nuestro Señor Jesu
cristo, tu Hijo, que contigo vive
y reina en unión del mismo E íritu Santo, Dios, por todos los
siglos) dd los siglos. Amén.
El obispo, después de invitar a orar, pronuncia dos ora
ciones. La primera implora sobre los ordenandos, no sencilla
mente la bendición divina, sino el Espíritu de bendición. El es
el autor de todo lo que la ordenación realiza de modo mila
groso en el alma. El puede por consiguiente custodiar y per
feccionar su obra. Por su misericordia y por su presencia en
el alma del ordenando, ésta se hace fuente de copiosas ben
diciones para los demás. Bendiciones que son a su vez signo
de la gracia conseguida, y que el ordenando hace propia con
virtiéndose en un hombre realmente rico y feliz. De este modo
le será concedido hacer descender sobre sí las misericordias
de Dios, conformarse a sus santas intenciones, cumplir su san
ta voluntad y ser al mismo tiempo, por medio de una vida
santa, un ejemplo para los demás.
En la última oración el obispo y el ordenando se arrodi
llan ante Dios, el Padre Santo de la fe, de la esperanza, de la
gracia y del progreso. Ante Dios, que recompensa todo progre
so y todo buen comportamiento. A El es a quien servimos, con
sus dones y con sus auxilios. A El, el Señor, como servidores
y esclavos. Al Padre Santo, como hijos santificados y consagra
dos. Precisamente en la oración sacerdotal se vuelve Cristo al
Padre Santo, cuya voluntad es que todos nosotros le sirvamos
en santidad y que, por la Iglesia y sus ministros, sea santifica
do el mundo. El Padre celestial despierta en nosotros ia vida
de la fe, sin la cual la ordenación es incomprensible e imposi
ble. Despierta y nutre en nosotros la vida de la esperanza, sin
la cual nos falta el valor y la fuerza necesarias para comenzar
nuestros trabajos y llevarlos a su plena realización. Como Padre
Santo, nos da la gracia santificadora, conservándola viva y efi
caz. Como Padre, recompensa de modo superabundante todos
nuestros esfuerzos y todos nuestros éxitos. Dios es el Señor y
el Padre de este mundo espiritual de fe, de esperanza y de gra
cia en que, ya por el bautismo, y ahora por la ordenación,
estamos instalados, cuyo punto central y culminante es el Sa
crificio Eucarístico, cuyo fin último y cuya última perfección
es nuestra unión con Dios ¡Que nuestros pensamientos y nues
tras obras sean siempre de este mundo de arriba! ¡Que se
nutran con su luz! ¡Que se muevan en sus cumbres! Volvá
monos diariamente a nuestro Dios, el Padre de la fe, de la es
peranza y de la gracia, buscando su ayuda, dándole gracias y
cantándole alabanzas por nacer, ser rejuvenecidos y fortaleci
dos en El de una manera nueva todos los días.
Así como este Dios se sirve de sus ángeles para gobernar
el mundo visible y hacer que en él se cumpla su voluntad, díg
nese también ahora distinguir e iluminar al diácono recién or
denado con el fuego espiritual del amor, para que, entregado
sin reservas al ministerio divino como levita sin mancha y sin
pecado, unido espiritualmente cada vez más al altar, signifique
para el ministerio del altar una ganancia y una adquisición.
Que por la indulgencia y la misericordia de Dios permanezca
siempre como digno miembro del colegio escogido, cuyo guía
y jefe, San Esteban, fue elegido por el Espíritu Santo, para que,
adornado de todas Jas virtudes que exige el ministerio divino,
alcance la complacencia de la divina majestad.
Una vez más vemos en esta oración fina! lo esencial del
diácono y todo su mundo resumidos en una magnífica imagen,
sumamente significativa también para el sacerdote, sobre todo
hoy, que tantas veces tiene que ejercer el ministerio de! diáco
no. Este mundo es e! mundo de Dios. Su Dios y Señor el Padre
de la virtud y de la gracia, de todos los resultados y de los
éxitos eternos. Su profesión el servicio de Dios, aue le hace
semejante a los ánoeles. Su acción !e une con el altar y e! Sa
crificio de Cristo. Con ellos está sincronizado su desarrollo es
piritual. Su diaconado es obra del Espíritu Santo. Un ministe
rio honroso, santo, que se ejerce en el Espíritu de Dios, supone
muchas y maduras virtudes y tiene por objeto la gloria de
Dios. Un ministerio cuyo cumplimiento es sólo posible median
te !a más profunda y duradera unión con Cristo, que, como
Hijo del eterno Padre, ejerce en todo tiempo en el Santo Sa
crificio el más elevado ministerio litúrgico y al mismo tiempo
sirve al Padre, y con el Padre reina en unión con el Espíritu
Santo por los siglos de los siglos.
EL PRESBITERADO
P R I M E R A PARTE
(16) CIC can. 1.182 & 1; can. 1.184; can. 1.185; can. 1,260; sobre
relaciones del sacerdote p ara con el pueblo cfr. entre otros B ertram ,
A.: Charism en priesterlicher G esinnung, Preiburg 1931, 101-137.
(17) CIC can. 1.257; can. 1.259.
(18) Sal. 112, 6 ss.
un fin completamente distinto y más noble. Porque el mayor
entre vosotros — subsiste por consiguiente una diferencia de
rango— será como el menor, el que manda como el que sir
ve (19). Esta es por tanto la prerrogativa del más alto. Fiat
sieut minor. Sicut ministrator. ¿Por qué esto? Porque Cristo,
el Rey de todos los mundos y de todos los tiempos, el Sumo
Sacerdote, a quien el Padre donó un nombre sobre todo nom
bre/ se abajó hasta la forma de siervo y escogió la Cruz para
altar del Sacrificio. Porque entre los Apóstoles estuvo como
uno que sirve. Porque el reino de Cristo debe levantarse sobre
la humildad y el amor. Y quien más preparado estaba para
ello era el que superaba a todos los demás en humildad. En
tonces los fieles se preocupaban poco de su poder y de su
fuerza exterior. Todos tenían puestos sus ojos en el que les
había dado el más hermoso ejemplo de humildad y de amor.
En efecto, nada hay más fácil que gobernar a los súbditos con
humildad y suavidad mientras lo permite el tiempo y su es
píritu. Pero, tan pronto como el crecido número de malos
haga necesario proceder con severidad, entonces el cargo de
gobernante se convierte pronto en un peso que a veces parece
insoportable para los mismos hombros de un Moisés. Enton
ces hay que recurrir a lo que suelen hacer los reyes y magna
tes, pues la Iglesia, después de que alcanza la extensión de
una Iglesia mundial, no puede ser gobernada de otro modo.
Mejor, por tanto, si no disputamos por el primer puesto, ya
que Cristo saca de la bajeza y de las filas de los humildes los
príncipes de su Iglesia (20).
Praeesse. Y hacerlo según el sentido de la primera epís
tola de San Pedro: Apacentad el rebaño de Dios que os ha sido
confiado. Cuidad de él. No por fuerza, sino con blandura, se
gún Dios; ni por sórdido lucro, sino con prontitud de ánimo;
no como dominadores sobre la heredad, sino sirviendo de
ejemplo al rebaño (21). Sin duda le nacen de aquí al sacer
dote muchos trabajos y cuidados que no son precisamente es
pirituales y que no siempre hay que rehusar. Aquí se abre un
peligro que ya San Gregorio Magno lamentaba amargamente.
Su bárbaro tiempo le sofoca, y aunque le hace frente, se en-
(33) T it. l, 9.
(34) Ag.: Serm o 178; cfr. Sal. 90, 3.
(35) Agm. 193, 4.
(36) Ag.: Sermo 137, 14.
para recaudar. Y sin embargo, donde podemos, donde halla
mos un motivo para ello, donde nos es permitido y donde te
nemos noticia, corregimos, conjuramos a los hombres, les
anatematizamos y excomulgamos, y aún así no los hacemos
mejores. ¿Por qué no? Porque ni el que planta es algo, ni el
que riega, sino Dios, que da el crecimiento (37).
Praeesse. A esta tarea pertenece también el ministerio
sacerdotal en el sacramento de la penitencia y en la dirección
de las almas. San Benito llama a este ministerio cosa alta y
difícil, penosa y muchas veces pesada; y San Gregorio Magno
ve aquí el ars artium (38). Un arte que sobrepuja a todos los
demás, en nobleza y dignidad, por el número y elevación de
exgencias que lleva consigo. Nuestro ejemplo es también aquí
el divino Pastor. Va en busca de los que le han sido confiados,
pues le pertenecen. No para encadenarlos, sino para ponerlos
en libertad. Los saca de la oscuridad y de la noche. Los lleva
del frío país extraño al caliente hogar de la paz de Dios. Los
apacienta en las montañas y en los calles, en los prados abun
dantes, donde disfrutan de un descanso seguro. Conduce al
hogar a los desheredados. Reúne de nuevo a los heridos y
enfermos y los incorpora al rebaño. Hace fuerte y poderoso
a lo débil. Lo sano y lo fuerte lo guarda en el rebaño fiel (39).
Este cuidado pastoral está lleno de un santo respeto ante la
imagen de Dios en las almas. Prestad atención a las intencio
nes y a la voluntad de Dios para con ellas. Prestad atención a
los efectos de Dios en ellas. Sabed que vosotros tenéis que
alejar los obstáculos y abrir el camino a Cristo, que es el
Creador, el Salvador, el Señor y el Esposo de esas almas. Que
quiere ser su Cabeza y su Vida. Que no habéis recibido el es
píritu de adopción, por el que clamamos: Abba, Padre (40).
Un exceso o un defecto por parte del pastor de almas apenas
en ninguna otra parte más que aquí daña y arriesga la vida
de Dios. Obre con seriedad y con exigencia, con bondad y con
misericordia. El deseo de San Pablo de que los fieles crezcan
más y más en discrección y en todo lo que concierne a la vida
cristiana, tiene también aquí pleno valor (41). Para ambos en
(60) Jn . 10, 7.
(61) G loria de la Misa.
(62) Flp. 1, 18.
(63) Al.: In Ev. Me. 1, 17.
Praedicare. Por el poder sacrificial recibido, el sacerdote
está ante Dios, le ofrece el Verbo eterno hecho carne y ali
menta a los fieles con el Pan eucarístico bajado del cielo. Por
la misión y el poder de predicar ha sido puesto por Dios en
el mundo para darle la palabra de vida, la palabra que Cristo,
el Hijo de Dios, vive junto al Padre (64). La palabra por la
que vive el hombre (65). Que es un manjar que no perece,
que nos ha dado el Hijo del Hombre y que conduce a la vida
eterna (66). Esto nos lo muestra claramente la profunda
unión que en la antigüedad cristiana existía entre la celebra
ción de la Eucaristía y el anuncio de la palabra de Dios.
¿Por qué predicar? Sacerdotem oportet praedicare. Esto
pertenece a su ministerio, que consiste en dar la vida que
procede de Dios. Vida como fe, que viene por los oídos, así
como esto último por la enseñanza y la predicación. Esto a su
vez tiene su punto de partida en una misión y por consiguien
te en un mandato de altísima dignidad e importancia (67).
Esta es la especial grandeza del ministerio de la predicación:
anunciamos el Verbo de Vida (68). Cuanto más íntimamente
busque el sacerdote cumplir su ministerio en unión con Cris
to, con su espíritu y su mensaje, tanto más podrá decir como
su divino Maestro: El que me ha enviado es veraz (69).
Praedicare. ¿Quién debe predicar? La Iglesia solamente
entrega el Evangelio al obispo en su consagración, cuando el
consagrante le pone en silencio el libro abierto sobre sus es
paldas y hombros antes de invocar sobre él por primera vez
el Espíritu Santo. Cuando el consagrado tiene en la mano el
báculo y el anillo, recibe de manos del consagrante el libro
cerrado con el mandato: Recibe el Evangelio. Ve a tu pueblo
y predica. El Señor es poderoso para aumentar en ti su gra
cia; El, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Aquí se manifiesta brevemente, con palabras y con hechos,
quién es el que ejerce el ministerio de la predicación, a quién
se le entrega inmediatamente, y a quién está destinado. A ello
(64) Jn . 3, 11.
(65) M t. 4, 4.
( 66 ) Jn . 6 , 27.
(67) Rom. 10, 15; u n a hom ilética valiosa y densa en el C ardenal
B ertram : Charism en priesterlicher G esinnung, Freiburg 1931, 138-165.
( 68 ) I Jn. 1, 1.
(69) Jn . 7, 28.
se une profundamente la referencia al poder de Dios, cuya
asistencia es imprescindible, al Dios que vive y reina por los
siglos de los siglos, cuya palabra, llena de poder y de vida,
pasa de la boca del predicador a los corazones de los fieles.
Predicar es por consiguiente, ante todo, cosa del obispo y so
lamente quien recibe mandato de él desempeña esta misión
lícitamente y puede considerarse como obrando en nombre
de Cristo.
La predicación según el espíritu del Evangelio y la pre
dicación del Evangelio sólo puede hacerlas digna y eficazmen
te el hombre en quien la gracia de Dios es vital y poderosa.
La predicación según el espíritu del Evangelio anuncia los
misterios de los eternos decretos divinos, que son anteriores
al mundo y que han de sobrevivirle. La predicación según el
espíritu de Cristo y de la Iglesia reparte las verdades que flu
yen de la vida de Dios y nos dan una participación en El. Se
apoya por tanto en el poder y en la majestad del Señor y por
eso la palabra de Dios nunca puede estar encadenada (70).
Naturalmente el sacerdote y el diácono ejercen este ministerio
solamente en dependencia del obispo y bajo su dirección. De
él reciben la missio canónica (71). Quien sin ella se atribuye
el ministerio de la predicación cargó sobre sí el disgusto de
Dios y se repitió en él lo que el Señor lamenta amargamente
en Jeremías: Yo no he enviado a esos profetas: Vienen en
nombré propio. Yo no Ies he hablado y profetizan. A ninguno
de ellos he enviado Yo. A ninguno de ellos he dado mi mensa
je ni mi mandato. A ninguno he hablado (72). El ministerio
de la predicación es un ministerio apostólico. Los discípulos
deben predicar por la misión de Cristo, como Cristo lo ha he
cho por la misión del Padre. Cumplen con ello un ministerio
deudor para con su divino Maestro y su Evangelio. ¡Ay de
mí, si no predicara! (73). Si bien en grado muy distinto, estas
palabras del Apóstol de las Gentes valen para cualquier sacer
dote. El predicador no confía al banco el precioso talento a
él confiado. Trafica con él. Le hace fructífero. De este modo
trabaja y da fruto. Fiel al mandato de su Señor, hasta que
(70) II Tim . 2, 9.
(71) CIC can. 1.327 & 2; can. 1.328; can. 1.337.
(72) Jer. 23, 21; 14, 14,
(73) I Cor. 9, 16.
venga a exigirle el talento que le fue prestado, con todas las
rentas (74). Los dones de la gracia, cuando se comparten con
otros, aumentan. Cuando se les guarda y se les almacena, se
corrompen (75). [Qué responsabilidad si el sacerdote se pa
rece al siervo haragán y perezoso! ¡Si deja inutilizarse el te
soro de la gracia! ¡Colocó bajo el celemín la luz que se le
dio en las manos! ¡Dejó volverse insípida la sal con que de
bió sazonar y conservar sana la vida de las almas inmorta
les! ¡Se negó a esparcir la semilla de la vida divina!
Postulat Sancta Mater Ecclesia! La Iglesia ha conducido
al altar al ordenando para que, en el fuego del Santo Sacri
ficio, se incendie de amor por las almas. Avívelo diariamente
en el altar. Unido profundamente ante la faz del mundo a su
divino Maestro por el altar, dé testimonio de la verdad. Para
abrir a las almas el agua de la vida eterna. Con palabras san
tas. Como exhorta el Señor con suave reproche: Dad de co
mer vosotros mismos a los hambrientos { 7 6 ) . Como sintió un
San Gregorio Magno el peso de esta responsabilidad. Se ve
colocado ya ante el tribunal de Cristo. Mira a Pedro con las
numerosas comunidades ganadas para la vida eterna. A Pa
blo, que lleva tras de sí un mundo convertido. A Andrés, a
quien sigue Acaya; a Juan, a quien sigue el Asia; a Tomás, a
quien sigue la india. ¿Qué presentaremos nosotros en com
paración con ellos? Nosotros, miserables, que a! fin de la jor
nada volvemos al Señor con las manos vacías. Nosotros, que
llevávamos el nombre de pastor y que ahora no presenta
mos el rebaño que se nos había confiado. Nosotros, que so
bre la tierra nos dejamos llamar pastores y en el más allá no
tenemos ningún rebaño que poder llevar detrás de nos
otros (77). Este Santo estaba invadido hasta lo más profun
do por la obligación ineludible de predicar, aun cuando la
palabra anunciada se levantara contra él mismo. ¿Callar? No
podemos hacerlo. Y eso que temo que mis palabras se vuel
van contra mí y me hieran. Sin embargo, ni puedo ni quiero
dejar de hacerlo. ¡Quiero hablar! ¡Hablar! La espada de la
palabra de Dios debe también por mí traspasar el corazón de
Cum m agno quippe ad tan tum Con grande tem or, se h a de su
gradum ascendendum est timo bir, pues, a ta n alto grado y se
re, ac providendum u t coelestis h a de velar que a los elegidos
sapientia, probi mores et diutur les recomiende su sabiduría ce
n a justitiae observatio ad id lestial, su intachable conducta y
electos com m endent. u n a probada práctica de la virtud.
El diaconado era ya una distinción no pequeña. ¡Cuánto
más el presbiterado! A un grado tan elevado no hay nadie
que se acerque sin un gran temor. ¿Quién subirá al monte de
Yavé, se estará en su lugar santo? (141). Este estado es santo.
No puede haber ningún elegido del Señor que no sea conscien
te de esto todos los días. Temor de Dios, santa y profunda
devoción ante el Santo, ante el Santísimo, es la primera exi
gencia que pide la santidad elevada del ministerio sacerdotal.
(192) Heb. 1, 3.
(193) A.: De sacram entis 6 , 1, 4.
(194) Ag.: Sermo 293, 11.
y mi madre me dieron una vida humana mortal. Dame tú la
vida de Cristo. Dame con ella la salvación, la resurrección, la
vida eterna. Dame la vida de los hijos de Dios, Dame la gra
cia, hazme un miembro de la Santa iglesia, un miembro de
Cristo. Dame la gracia de vivir bajo El, mi Cabeza. De vivir
de El, mi fuente. De que ya no sea yo quien viva sino que sea
Cristo quien vive en mí. Ni siquiera un ángel es capaz de dar
me esta vida. Para ello te ha elegido a ti el Señor, te ha lla
mado la Iglesia y te ha ordenado el obispo. Cuando el Señor
moraba sobre la tierra, los ángeles bajaron para servirle y
alimentar su cuerpo terrenal. Pero no podían dar esta vida. Ni
siquiera el ángel que en el sudor de sangre fortaleció a esta
santa Vida que padecía angustias. Ni siquiera Gabriel, que
anunció su venida. La Virgen no fue fecundada por él, sino
por la virtud del Altísimo, por el Espíritu Santo. Este Espíri
tu Santo se baja a los ritos sacerdotales y palabras del sacer
dote que bautiza. Nace una nueva vida unida a Dios y llena de
Dios. Más que el pozo de Jacob, la pila bautismal y lo que en
ella sucede te grita: Si scires donum De¡!
Agnoscite quod agitis. Unos instantes y el obispo da al
ordenando el poder de perdonar los pecados. ¿Quién puede
perdonar los pecados, sino sólo Dios? El sacerdote puede ha
cerlo porque participa del poder de las llaves de Cristo. Por
su poder y su mandato perdona él los pecados. Rompe las
cadenas que hicieron a la creatura de Dios esclava del pecado
y servidora de Satanás. Restablece la pureza y la hermosura
del Hijo de Dios. Revalida el derecho a la herencia del cielo.
Vuelve al hijo perdido a los brazos paternales de Dios. Llena
su alma sedienta de salvación con el torrente de la vida di
vina. Disipa las tinieblas de su corazón. Hace que Cristo,
la luz eterna de la alegría, de la consolación y de la gloria
amanezca y luzca sobre él. ¿N o es semejante el absolvo te al
fíat lux que el Creador pronunció ei primer día? ¿N o es se
mejante al veni foras con que el Hijo de Dios sacó de la muer
te a su amigo putrefacto?
Agnoscite quod agitis. La vocación sacerdotal lleva al le
cho de los enfermos moribundos. Una palabra de condolen
cia, una referencia al Dios Salvador consuela y reanima. Muy
importante y eficaz es el sacramento de la extremaunción,
que, si así es la voluntad de Dios, ayuda a recuperar la vida
terrena, y, en todo caso, libra al alma de la opresión del pe
cado y la fortalece y santifica para la última batalla. Cuando
todos los remedios humanos fallan, las palabras y los ritos
sacramentales del sacerdote no pierden su eficacia santifica-
dora, y así el sacerdote, en este abandono, es un último ami
go que reparte con amor y bondad paternales las bendiciones
de la Iglesia, y fortalece y alimenta en el enfermo la vida de
Cristo cuando la vida humana de la tierra amenaza extinguirse.
Agnoscite. |Ojalá aumentase de año en año en nosotros
el conocimiento de la singular dignidad y misión que nos da
el sacerdocio para que ejecutásemos con comprensión interior
creciente, con humildad profunda y con ardiente acción de
gracias a Dios, el gran milagro que hacemos con nuestras ma
nos y con nuestras palabras! Esto depende en gran parte de
la meditación ejecutada con fidelidad. Se impone como obli
gación el cuidado del absconditus cordis homo. Sin ello corre
mos el peligro de perder el contacto íntimo con nuestras ac
tividades sacerdotales y la liturgia. Nos parecemos a las vír
genes fatuas. Non sumpserunt oleum secum. Nuestra alma de
bería abrasarse y arder en ansias en la mesa del Señor, aun
que tengamos en nuestras manos el cáliz rebosante de la sal
vación. ¿Qué debemos meditar? Ante todo la palabra de Dios.
Después las obras de Dios en nosotros y por nosotros. Lo di
vino que nuestros labios y nuestras manos hacen por El.
(196) T it. 1, 9.
(197) Sal. 103, 14 s.
mentos. Ni hacen mella en mi espíritu los más terribles su
plicios. Ni pienso en los castigos, ni siquiera en el horror de
los dolores. Todo me parece fácilmente soportable. Mi único
temor está en que Cristo, conociendo mi poco valor, me re
chace, me cierre el paso y me expulse del colegio de los
sacerdotes (198). Y en un escrito dirigido a su joven amigo
Félix de Como, a quien él mismo había consagrado obispo
imponiéndole las manos, resume el santo sus deseos en estos
pensamientos: Ejecuta buenas obras para que merezcas la
alabanza en el día de Cristo. Contento y alegre pon manos
a la obra sin cansarte, con una inquebrantable confianza en
Dios. Así podremos estar mutuamente tranquilos (199). Para
que ambos, yo en ti y tú en mí, gocemos del descanso eterno.
SEGUNDA PARTE
La O rd e «e dé n ;
Las Le tan ías d e to d o s los Sa n to s
La p rim e ra im posición de m an o s
La p rim e ra im posición de m a n o s
Efecto sa c ra m e n ta l de la p rim e ra
im posición de m a n o s
(205) Cfr. Apg. 8 , 18 ss.; 9, 17; 13, 3; 19, 6 ; Dt. 34, 9: Josue vero
filius Nun repletus est Spiritu sapientiae quia Moyses posuit super
eum m anus suas.
(206) Lv. 16, 1 ss.
(207) Is, 53, 4 ss.; 11, 12,
(208). El salmista se sabe creado por Dios, elegido por Dios
mensajero y mediador, constituido para el servicio de Dios,
tomado por Dios para ello. De modo parecido Cristo, el Se
ñor, y la Iglesia toman al ordenado para servicio suyo para
siempre, y en el instante en que recibe la augusta dignidad,
le hacen su ministro. De este modo nace una nueva semejan
za con el eterno Sumo Sacerdote. Por el juramento del Padre
celestial, Cristo, que tiene sobre su cabeza la excelsa corona
sacerdotal, y que fue llamado a la diestra del Padre, se hace
al mismo tiempo siervo de Dios (209), como uno que sirve.
Las palabras con que Cristo enmarcó la ordenación sacerdotal
de sus Apóstoles prueba de qué manera más vital estaba ante
su alma esta conciencia de servicio. Ego autem ¡n medio ves-
trum sum, sicut unus qui ministrat (210). Mientras el diácono
se inclina bajo las manos extendidas del consagrante, expe
rimenta el efecto del juramento santísimo con el que el di
vino-humano Maestro fue consagrado sacerdote, y del Espíritu
Santo que le ha ungido sacerdote y ha bajado sobre él. Igual
mente se reconoce, con perfecta humildad y abandono, mi
nistro del Señor, de la Iglesia y de su obispo.
En nuestra imposición de manos palpita algo de la con
sagración y unción de Cristo.
(217) i Cor. 4, 1.
(218) M t. 21, 41.
(219) II Cor. 3, 6 .
dona m ultiplicet: et quod ejus presbiterado, m ultiplique los ce
dignatione suscipiunt, ipsius con lestiales dones y consigan con su
sequantur, auxilio. Per C hristum auxilio, lo que reciben de su dig
Dominum nostrum . nación. Por Cristo Señor nuestro.
1$. Arnen. Amén.
La oración invita a los sacerdotes presentes a unirse, al
menos interiormente, a las palabras que el consagrante pro
nunciará como forma del sacramento. Mientras que en la
concelebración todos los celebrantes pronuncian las palabras
de la consagración y en la consagración episcopal los dos
obispos asistentes dicen a la vez el accipe Spiritum Sanctum,
en la ordenación sacerdotal la colaboración de los demás
sacerdotes se reduce a la imposición de las manos en silencio.
Por las palabras del consagrante, el obispo, el clero y el
pueblo se vuelven a Dios, el Padre omnipotente, de quien el
mismo Cristo, el eterno Sumo Sacerdote, ha recibido el sacer
docio. Ruegan que, de la plenitud infinita de su vida y bon
dad, multiplique sobre los que están arrodillados ante su
altar los dones celestiales. O mejor dicho, el obispo pronun
cia esta oración deprecatoria en nombre suyo y del pueblo,
que mediante la oración y el deseo se une a él y suplica los
dones celestiales. ¿Qué dones? Pues el don del Espíritu Santo,
con su septiforme gracia, que es quien imprime sacramental
mente en el alma del diácono la imagen de Cristo, el eterno
Sumo Sacerdote. Esta gracia es quien le santifica. Quien le
da el poder sacerdotal. Quien le da las gracias necesarias
para su nueva vocación. Coelestia dona. Estas dos palabras
muestran los ricos tesoros de la gracia que por disposición
de Dios necesita el hombre para ser sacerdote y para ejercer
el sacerdocio eficaz y dignamente. La familia de Dios, para
cuyo servicio ha sido designado el sacerdote, es una ciudad
de Dios que, como su divino fundador, viene de arriba. Asi
mismo las gracias de la vocación le vienen al sacerdote sola
mente de arriba: de Dios, del cielo. Solamente de arriba y
solamente de Dios vienen las fuerzas esenciales y santísimas
del sacerdocio, de sus trabajos y de sus éxitos. Hacia arriba
se dirigen todos nuestros deseos y oraciones cuando estas
fuerzas resucitan de nuevo. Cuando parecen amenazadas.
Cuando necesitan que se las aumente y se las eleve. Cuando
dan buenos frutos. Cuando deben ser, no para nuestra mal
dición y la de la Iglesia, sino para bendición. Cuando deben
ser sacadas a la luz de entre ios escombros y pecados. Es un
consuelo para nosotros poseer dones que obran en nosotros
como una emanación de la ¡limitada omnipotencia divina y
de la bondad sin fronteras del Padre. Como garantía de los
efectos de Dios en nosotros y por nosotros. Estos dones, que
a nosotros, indignos, nos ha repartido Dios con su bondad
tan condescendiente, merecen que no se nos hayan dado en
balde. Pues no se nos han dado para nosotros o sólo para
nosotros, sino para que trabajemos con ellos y den fruto (220).
Por Cristo, nuestro Señor, pues toda germinación, todo creci
miento, todo florecimiento, toda fortificación viene de El, el
Hijo del Dios vivo. En el Hijo, que es la vida eterna e increada.
El Prefacio. La fo rm a de la ordenación
Oremus. Oremos.
(Diacono). Flectamus genua. Doblemos las rodillas.
5 . Levate. í$. Levantaos.
Exaudi nos, quaesumus Domine Te rogamos nos oigas, oh Se
Deus noster: et super hos famu ñor Dios nuestro, e infunde so
los tuos benedictionem Sancti bre estos tus siervos la bendición
Spiritus, et gratiae sacerdotalis del E spíritu Santo y la virtud
infunde virtutem; ut quos tuae de la gracia sacerdotal, de suerte
p i e t a t i s aspectibus offerimus que sigas favoreciendo con la
aonsecrandos, perpetua muneris perfecta m unificencia de tus do
tui largitate prosequaris. Per nes a aquellos que presentam os
Dominum nostrum Jesum Chris a tus piadosos ojos para que
tum Filium tuum, qui tecum vi sean consagrados. Por nuestro
vit et regnat in unitate ejusdem Señor Jesucristo, H ijo tuyo, que
Spiritus sancti Deus. contigo vive y reina en unión
del mismo Espíritu Santo Dios,
y . Per omnia saecula saecu y. Por todos los siglos de los
lorum. siglos.
1$. Arnen. 1$. Amén.
y . Dominus vobiscum. y. El Señor sea con vosotros.
]}. Et cum spiritu tuo. 5 . Y con tu espíritu.
y. Levantad vuestros cora
y. Sursum corda. zones.
TERCERA PARTE
La iniciación del O rd e n a d o
La v e s t i c i ó n
Accipe jugum Dom ini: jugum Recibe el yugo del Señor; por
enim ejus suave est, et onus que su yugo es suave y su car
ejus leve. ga ligera.
Accipe vestem sacerdotalem , Recibe la vestidura sacerdotal,
per quam caritas intelligitur: po por la cual se significa la cari
tens est enim Deus, u t augeat dad; pues poderoso es Dios para
tibi caritatem , et opus perfectum . aum entar en ti la caridad y
p a ra consum ar su obra.
R. Deo gratias. R. Demos gracias a Dios.
La costumbre de la vesticlón proviene del mandato de
Dios a Moisés de revestir a Aarón con los vestidos sacerdo
tales y después de su muerte a Eleazar, su hijo, con e! ornato
sacerdotal. La Iglesia siguió muy pronto este ejemplo. Sacer
dos sacerdotem consecrare debet, escribe San Ambrosio. Para
él preferentemente esto simboliza lo siguiente: Por sus ves
tiduras, el sacerdote queda como rodeado de las virtudes sa
cerdotales, y tan pronto como esté cierto que nada falta al
vestido sacerdotal, debe empezar el servicio del altar (1).
Ahora, al comenzar la iniciación, el sacerdote queda revestido
de la estola y de la casulla. El obispo desata la estola, que has
ta ahora el ordenado traía a la manera del diácono, y se la
pone en forma de cruz sobre el pecho con estas palabras:
Recibe el yugo del Señor, porque su yugo es'suave y su car
ga ligera.
A continuación se le impone la casulla. Por delante esté
totalmente extendida, mientras por detrás está plegada sobre
las espaldas. El obispo dice: Recibe la vestidura sacerdotal
por la que se siqnifica la caridad: pues poderoso es Dios para
aumentar en ti la caridad y para consumar su obra.
La estola v la casulla son en nuestros tiempos la vestidu
ra sacerdotal. El signo de su dignidad y poder. Imagen sen
sible de su sujeción y de su recoaimiento. Para el ministerio
litúrgico se exige una vestidura limpia y llena de dignidad.
Una vestidura de fiesta, que, como ya hace notar San Hioó-
litó, debe ser algo más hermosa que el traje del pueblo (2).
Aun seqún la idea de los judíos y de los paganos, debe estar
expresamente bendecida para ello.
Nuestras oraciones y ceremonias litúrqicas tienen una
forma f ii a y sacramental y por ello están totalmente inmersas
en el espíritu de los misterios, por encima del cambio constan
te del lenguaje y de las costumbres, y se conservan a pesar de
los caprichos de la moda. Son como la expresión de la unidad
de fe y de ritos que abarca todo ei mundo. Algo parecido
puede aplicarse a las vestiduras litúrgicas. Su forma con el
correr de los siglos ha sufrido considerables modificaciones.
Pero en lo esencial permanecen idénticas, al menos por lo que
se refiere a su significado. Las vestiduras litúrgicas son un
(15) A.: Ep. 28, 2; para lo que sigue cfr.: Pío X I, Encíclica «Ad
catholici sacerdotii» (20 Dic. 1935) II.
(16) A.: Ep. 28, 7.
amor y sobre todo sin adoptar un modo de ser áspero o una
dureza que hiera a los demás, probemos nuestra censura vi-
vendí. Demos muestra de que estamos acostumbrados a crear
nos obligaciones elevadas y estrechas tanto por lo que respec
ta a nuestra propia persona como por lo que respecta a nues
tra manera de vivir.
La Virgen Madre de Dios es también aquí nuestro mode
lo. San Ambrosio no es capaz de imaginarse su figura de otra
manera distinta. Humilde de corazón. Comedida y seria en el
hablar. Nada inconveniente en su conducta. Todo en ella res
pira respeto, dominio de sí misma, educación. Ni un movi
miento impensado, ni un paso no dominado. Sin dejarse ja
más llevar de sus naturales inclinaciones. Ni un solo grito in
moderado o inconveniente. De un modo tal que el exterior de
su cuerpo era una fiel imagen de su alma. Una imagen de las
virtudes practicadas. Una virtud por consiguiente auténtica y
completa. En perfecta armonía interior y exterior. Todo lo que
hacía lo ejecutaba con un completo dominio de sí misma.
Todos sus movimientos, dirigidos y controlados por la razón,
eran emanación de la nobleza de su alma. Estaban santifica
dos por la gracia que habitaba en su interior. Animados por
el Espíritu de Dios que la llenaba (17). Un modelo ideal.
(26) 8 8
A.: De poenitentia 2, , 73; 2, , 78 s.
(27) A.: De obitu Theodosii oratio 16.
(28) Eclo. 17, 28.
(29) Eclo. 18, 13.
conoce culpable de esta suavidad en el día del juicio. Verda
deramente feliz aquel hombre de cuyo umbral jamás marcha
un pobre sin haber sido socorrido (30). A un patsor de al
mas profundamente inundado por el amor salvador de Cristo
nunca se le podrá lanzar el reproche que en cierta ocasión ve
mos en labios de San Agustín: ¡Estos hombres impíos!
Cuanta menos atención ponen a sus pecados, con tanta más
curiosidad tratan de descubrir los de los demás. No buscan
una cosa para mejorarla, sino para murmurar de ella. No han
conseguido todavía perdón para sus faltas y están sin embar
go preparados en todo tiempo a lamentar las de los de
más (31).
II V • nI Creotor
Jam non dicam vos servos, sed Y a no os llam aré siervos, sino
amicos meos, quia om nia cogno amigos mios; pues habéis cono
vistis quae operatus sum in me cido todo lo que he hecho h a
dio vestri, Alleluja. llándom e en medio de vosotros,
Aleluya.
Accipite Spiritum Sanctum in Recibid en vosotros el Espíritu
vobis Faraclitum . Santo Paráclito.
Ille est quem P ater m ittet vo El es el que os enviará el P a
bis, Alleluja. dre, Aleluya,
Vos am ici mei estis si feceritis, Vosotros sois m is amigos, si
quae ego praecipio vobis. hacéis lo que Yo os m ando.
Accipite... Recibid...
Gloria P atri... Gloria al Padre...
Ille est quem... El es...
Prom ittis m ihi, et successo ri- ¿Me prom etes a mí y a mis su
Prom ittis m ihi et successori- cesores reverencia y obediencia?
dientiam ? R. Prometo.
R. Prom itto.
Si es de o tra diócesis:
P rom ittis Pontifici ordinario ¿Prom etes al Pontífice, tu ordi
tuo, reverentiam et obedientiam ? nario, reverencia y obediencia?
Si es religioso:
Prom ittis, praelato ordinario ¿Prom etes al prelado ordinario
tuo, reverentiam et obedientiam ? tuyo, reverencia y obediencia?
Prom ittis Pontifici (vel praela ¿Prom etes al Pontífice (o pre
to) ordinario tuo pro tem pore lado) ordinario tuyo, por el tiem
existenti, reverentiam , et obedien po que lo fuere, reverencia y obe-
tiam ? dinecia?
R, Prom itto. R. Prom eto.
y . Pax Domini sit s e m p e r y . La paz del Señor sea siem
tecum . pre contigo.
R. Arnen. R. Amén.
Q uia res, quam tractatu ri es Pues el m inisterio que habéis
tis, satis periculosa est, filii di- de adm inistrar es m uy delicado,
lectissimi, moneo vos, nt diligen es am onesto que antes de que os
ter totius Missae ordinem, atque acerquéis al a lta r a celebrar la
hostiae consecrationem ac frac Misa, aprendáis con sum a dili
tionem, et communionem, ab aliis gencia de otros sacerdotes doctos
jam doctis sacerdotibus discatis, y experim entados el orden de
priusquam ad celebrandam Mis todo ello y la consagración, frac
sam accedatis. ción y com unión de la hostia.
Benedictio D e i omnipotentis La bendición de Dios, Padre
Pa «fi tris, et Fi lii, et Spi om nipotente, y del Hijo, y del
ritus »{« Sancti, descendat super E spíritu Santo, descienda sobre
vos, ut sitis benedicti in Ordine vosotros, p ara que seáis colma
sacerdotali; et offeratis placabi dos de bendiciones en el orden
les hostias pro peccatis, atque of sacerdotal y ofrezcáis hostias pro
fensionibus populi omnipotenti piciatorias por los pecados y las
Deo; cui est honor, et gloria, per ofensas del pueblo a Dios omni
omnia saecula saeculorum. potente, a quien sea el honor y
la gloria por todos los siglos de
Arnen. los siglos. R. Amén.
Deo gratias!
La tr a d u c c ió n d e lo s textos d e l Ritual h a s id o
to m a d o d e "Ritual de las Ordenes Sagradas",
p u b lic a d o p o r la A b a d í a d e Montserrat.
LIBRO I.— C u estio n e s p re v ia s d e Teo lo gía