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A PLENO PULMÓN

AGONÍA SIN ESPERANZA

Federico Henríquez Gratereaux

La enfermedad y la salud, lo mismo que la tristeza y la alegría, son


puertas por las que entran y salen hombres y mujeres de todas las
edades. Entrar y salir por ellas es una experiencia que nos enriquece
emocionalmente. La vida entera de los individuos es un perpetuo
tránsito entre la desilusión y la esperanza. Sin embargo, en nuestro
tiempo esa pendulación inexorable es más frecuente y violenta que
nunca. Las alzas y bajas –sociales, económicas, políticas– arrollan los
habitantes de las ciudades de medio mundo. Crisis monetarias,
trastornos sociales, guerras intestinas, llenan de angustiosas noticias los
periódicos. Confusión e incertidumbre son notaciones universales.

La vida urbana, asiento tradicional de los adelantos técnicos, de


los inventos de la ciencia aplicada, de la innovación artística, es también
ámbito del crimen organizado, teatro de los grandes fraudes
financieros. La policía, los tribunales, los partidos políticos, han
fracasado estrepitosamente en la tarea de dar esperanzas a los
ciudadanos. No hay ideología que resista el continuo abuso de
dirigentes políticos malversadores de fondos públicos y privados. Los
hombres de hoy ya no escuchan las predicas de líderes y publicistas.
Desconfían de hermosas palabras que se vuelven humo y paja al día
siguiente de ser pronunciadas. El descreimiento y la desilusión
paralizan cualquier iniciativa para corregir problemas colectivos.

Las personas mayores carecen de energía para enfrentar


problemas gigantescos como son los de hoy; su principal preocupación
es el mantenimiento de pensiones y jubilaciones con “algún poder
adquisitivo”, que la seguridad social no reduzca los servicios médicos a
los enfermos crónicos. Muchos jóvenes de las ciudades se dedican a
“disfrutar de sus vidas”, buscan rápido enriquecimiento en profesiones
de servicio. Otros terminan estragados por el consumo de drogas.
Jóvenes y viejos no se “dejan llevar” por discursos políticos.

Las puertas de la desilusión y de la esperanza ya no son las


puertas de vaivén del pasado; ahora operan como los puentes
levadizos; nos impiden el paso imperativamente. El asfalto y el
cemento de las ciudades reclaman nuevos “poemas elegíacos” y
visiones teóricas. No es que “la bañista de la Coca-cola” sustituya a la
“La maja desnuda”; ni que las palomas huelan a gasolina, como en los
versos de Bernardo Clariana.

henriquezcaolo@hotmail.com

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