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Y otra de Mersenne: “La acción del oído no es otra cosa que la numeración
de los movimientos del aire, sea que el alma los cuenta sin que nosotros
los percibamos o que ella sienta el número que la toca.”3
En el juego infantil, esto se enlaza con algo que es de otro orden: el sostén
simbólico, aquello que permite que un sujeto sea reconocido como niño
hasta que ciertos procesos lógicos lo conduzcan a la postpubertad.
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En el juego se posibilita (al menos esa es mi experiencia) que el elemento
simbólico significante comience a circular. Para que circule, es menester
que algo esté en falta y que esa falta sea sostenida desde quien se pone
allí en juego; para el caso, un analista.
Que un niño o una niña estén jugando supone que se entienda que se
trata de un juego; para que eso suceda, el reconocimiento tiene que venir
del Otro. Es como si, de algún modo, se señalara: “Estabas jugando
aunque no sabías que estabas jugando; ahora sabes que esto es un juego.”
Paula de Gainza: ¿Se refiere usted a llamados de los padres que no están
preestablecidos o enmarcados en las entrevistas preliminares?
JF: Sí. Recuerdo algo, que para mí fue muy fuerte, sobre un chico que,
según decían los padres, tenía unos líos bárbaros en la escuela, se
escapaba y no se dejaba agarrar. En un momento dado, me llama la madre
y dice: “Le tuve que dar una cachetada; finalmente, esto es una tortura.”
Al escuchar la palabra “tortura”, le pregunté si durante el último Proceso
Militar le había ocurrido algo,5 y me respondió que no le pasó nada a ella
ni a su familia en forma directa, pero que unos amigos muy importantes
de los abuelos maternos habían sido “desaparecidos”. En ese momento,
me entero de que “tortura” era un significante importante del cual el
chico no podía desasirse. Dicho de otro modo, con lo que me encuentro
en las consultas por los niños, es con ciertas articulaciones de significantes
que a veces se relacionan claramente con el retorno de lo reprimido de los
padres (otras veces, no es tan claro o no se advierten las relaciones).
Por un lado, está la escansión, lo que se cuenta; y por otro, algo que
recuerdo de un libro de Héctor Bianciotti titulado Lo que la noche le
cuenta al día. Bianciotti, con su estilo autobiográfico y narrativo, refiere en
ese libro el impacto que significó para él su encuentro con la poesía, en
particular con un libro de Rubén Darío sobre el cual escribe: “Leí y releí los
versos de Darío en silencio, el oído interior me advertía que se regían por
una cadencia y que estaban dotados de repeticiones, de sonidos exactos.
Sentí que una conmoción se producía en mí, provocada por una magia
venida de más arriba del poeta, de las alturas mismas del lenguaje en los
lindes de la música.”
J.F.: Sí, entendiendo una intervención poética como referida a una frase
que una vez alguien dijo: “Hablaba en prosa sin saberlo.” No forma parte
de mi experiencia intentar hacerlo; surge en tanto yo me pueda dejar
llevar un poco por el juego de las palabras.
JF: Sí, aunque esto no cayó del cielo —o quizás, sí—; había antecedentes,
si bien no precisamente de esto. Una vez, la chica me dice que va a dibujar
la casa donde vive y el lugar donde trabaja una persona que es muy
importante para ella. Luego comenta que son casas gemelas. Entonces, yo
comienzo a hablar sobre los gemelos, pero no solamente acerca de
gemelos, sino también de siameses; y no sólo hablo de siameses sino que
además le muestro una foto que yo tenía por ahí sobre el casamiento de
un señor con una señora siamesa, en la que aparecían los novios y la
hermana de la siamesa. ¡Un casamiento de dos al precio de uno! Lo que
puedo decir sobre ese episodio es que, bien o mal, yo me dejé llevar.
Luego se irán viendo los efectos que tuvo el dejarme llevar; y si
eventualmente resultara que me equivoqué y “metí la pata”, podré
entonces rectificarme.
JF: Eso lo decía Enrique Pichon-Rivière. No tan lejos, pero hace mucho
tiempo, pasé por su Escuela de Psiquiatría Dinámica cuando aún me
encontraba cursando la carrera de Medicina. Fue mi primer acercamiento
a algo de lo que no entendía mucho.
PG: Cuando usted se refiere a aquello que se sanciona como juego, uno
podría pensar que en dicha sanción participan no sólo los padres con sus
síntomas, sino además la cultura, la comunidad, todo lo que sostiene el
marco referencial parental. Un ejemplo: hace poco tuvimos oportunidad
de viajar a la ciudad de Potosí (Bolivia) y de hacer allí un paseo
acompañados por una persona que nos fue relatando la historia de ese
antiguo lugar. En un momento de la caminata, nos detuvimos en un viejo
almacén, atendido por una señora mayor, en el que también se
encontraba un niñito, el nieto de la almacenera. Nos pusimos a charlar y la
señora nos contó que, en otra época, en esa casa (de la cual formaba parte
el almacén) había duendes y que su nieto desde pequeño había escuchado
y visto a esos duendes que aparentemente tenían la intención de llevarse
al niño. Mientras la abuela relataba la historia, el niño intercaló algunos
comentarios en los que corroboraba el relato sobre los duendes. Además,
la señora expresó que los adultos también habían advertido la presencia
de los duendes por un hecho muy particular: por las noches,
invariablemente y sin que mediara explicación alguna, se sentía un olor a
pan horneado en toda la casa. La abuela también comentó acerca de
maniobras que hicieron para rescatar a su nieto, que incluían desde la
intervención de hechiceros hasta ritos comunitarios. Volviendo a lo que
decíamos sobre la incidencia de la cultura en lo que se sanciona como
juego; probablemente si en un consultorio de ciudad un niño cuenta que ve
o escucha duendes esto tiene una determinada connotación; en Potosí, en
cambio, donde seguramente una parte importante de la comunidad cree
en los duendes, el asunto pasa a formar parte de lo que se inscribe en el
marco de la mitología propia del lugar y de la familia.
JF: Sí, y también hay algo más: el olor. A mí me parece que el mito
freudiano sobre la posición erecta —y, por ende, el alejamiento de los
olores (movimiento que hace pasar a un segundo plano el receptor
proximal del olfato) — surge cuando en ese ámbito aparece algo así como
el padre de la horda, una imagen paterna bestial, sin entrar por ahora en
aquello de la instancia paterna y de la ubicación simbólica donde se nos
plantea lo que es más habitual, a saber: ¿Por qué mi papá no cumplió con
el lugar que la instancia simbólica le asignaba?
Por otra parte, no necesariamente tiene que tratarse del padre del chico,
podría ser el papá de sus padres. Yo tiendo a pensar que, cuando algo de
esto se ponía en juego para todo ese grupo familiar, el chico decía “hay
olor”, y el olor aparecía. Por lo que entendí, se trataba de un olor que no
sólo percibía el niño sino todo el grupo familiar.
JF: Sí, con relación al olfato, desde mi experiencia, creo que esta historia
de lo que se huele, en general, remite al miedo. ¡Viene King Kong y vaya
uno a saber qué va a hacer!
Respecto de la música, se trata de un imperativo, ya que afecta el cuerpo,
aunque no reconozca el sentido de esto que toma mi cuerpo. Mientras yo
no sea capaz de crear un enlace en relación con algo que falta en lo
simbólico —enlace que implica la muerte, la castración—, mi cuerpo
queda tomado; por eso yo lo comparaba con el grano de arena del
síntoma histérico a propósito de lo cual algo se organiza, en términos
freudianos; no la neurosis actual, sino otro tipo de neurosis.
JF: Hay dos aspectos a diferenciar. Cuando los padres consultan por un
chico, no intervengo en absoluto para impedir que ellos se pregunten
algo; puedo tener bastantes entrevistas en el inicio; no rechazo lo que
ellos traen como síntoma, que es el niño.
Hay gente que trabaja mucho con los padres; yo lo único que puedo decir
es que, si trabajé más o menos bien durante las primeras reuniones que
mantuve con ellos, a mí no me hace falta.
JF: Lo que noto con frecuencia es que quienes están tratando al niño no se
interiorizan lo suficiente acerca de la otra generación, la historia de los
abuelos, la de los padres. Resulta importante el mapa significante en el
que puede ser ubicado el niño —o la niña— por quien se consulta.
Pero una vez que eso se establece, y los padres, por lo que fuere, suponen
que soy confiable, por lo general continúo con el chico.
ML: ¿Cuando usted habla de confiabilidad, lo ubica del lado de algún tipo
de transferencia? ¿Se refiere tal vez a aquel tono afectivo en el que Freud
recomendaba que transcurriera inicialmente la transferencia?
PG: Una vez instalada la transferencia de los padres, ¿de qué modo
ubicaría la transferencia del niño con el analista?
JF: Yo diría que hay una transferencia hacia el juego, de la que yo a veces
formo parte, sin saber exactamente de qué manera. Otras veces, sin
excluir lo anterior, sostengo la posibilidad de que sea “de jugando”,
aunque pueda suceder, durante mucho tiempo, que lo sostenga sin que
yo sepa de qué se trata.
En todo momento, trato que sea “de jugando”, y por supuesto le evito las
intervenciones didácticas, a las que fácilmente puede tenderse, tal como
me consta ocurre con frecuencia en personas que atienden niños.
Intervenciones didácticas que no suelen tener que ver con la sorpresa y
que son del tipo: “Lo que a vos te pasa es tal cosa o tal otra.”
PG: Eso siempre y cuando se trate de niños que juegan o que arman un
juego…
JF: Lo que pasa es que yo pienso que el juego precede al niño. Con la
diferencia del caso, del mismo modo en que puede decirse: el lenguaje, la
lengua precede al sujeto. Es un niño porque hay una dimensión de juego
que lo sostiene como tal; aunque pudiera ocurrir que yo no entienda esa
dimensión del juego.
JF: Pospuberalmente, no hay nada que impida que cada elemento sea
retomado en lo repitiente del adulto y se constituya como lo repetido. Lo
que sí creo que podemos lograr es que la niñez sea un poco menos sufrida
o un poco menos gozosa de ese goce excesivo.
JF: Me parece más productivo tratar de pensar esto desde otro lado. Yo
me preguntaría: en este “yo no quiero”, ¿se trata de una dictadura?
Dictadura que puede estar encarnada en tal o cual deseo parental. Esta
actividad autoerótica o masturbatoria, ¿de qué manera puede satisfacer a
la dictadura?
JF: Efectivamente.
EDIPO
Hay una anécdota que tal vez no puedo reproducir con precisión pero que
siempre me ha resultado divertida. La anécdota involucra a Ludwig
Wittgenstein y a Bertrand Russell. Wittgenstein entra a una clase y dice:
“En esta aula hay un elefante”; Russell, para contraponerse a esto, mira. El
asunto que va planteando Wittgenstein es que la inexistencia del elefante
no contradice la proposición. Entonces, ¿cuál es la relación entre la lógica
y la existencia? Me parece que algo así está planteado en este enunciado
aparentemente contradictorio: “Le hablo a analistas y me pregunto: ¿hay
un analista?”
PG: ¿El pasaje del mito a la estructura se relaciona con la referencia que
hace la persona respecto de su novela familiar?
Ahora bien, en la tragedia nos encontramos con el héroe —no sólo con el
coro y el público—, aquél que se pierde y queda expulsado. Esta expulsión
sigue repercutiendo en cada uno de nosotros. Una articulación más
exhaustiva requeriría considerar la relación entre saber y verdad.
JF: Lo diré así: nos encontramos con un niño que se está construyendo con
relación a la neurosis infantil de los padres.
En nuestra primera reunión, comentaba sobre una niña que jugaba con
tres circulitos, el ratón Mickey, etc. En un encuentro posterior a ese
comentario, la nenita me dice, y no por primera vez: “¿Por qué hay tres
banquetas acá?”, a lo que respondo: “Porque si vienen siamesas necesitan
dos bancos, y uno es para mí. Si vienen gemelas que no se pueden separar
por nada, por nada, por nada, necesitan un banco para cada una de ellas”
(por supuesto que la nena no piensa que vienen siamesas). Luego le
comento, cosa que por otra parte es cierto, que en una oportunidad una
paciente me dijo: “Tengo una hermana que es idéntica a mí, si viniera aquí
usted no se daría cuenta”; a lo cual le había respondido (se lo cuento a la
niña con una cierta intención) que yo sabría reconocer, al escucharla, si
era ella o no. Agrego, además, que esta mujer había dicho que, en una
oportunidad, una de ellas había salido con el novio de la otra. Entonces, la
nena dice: “¡Ah! cuando yo era chiquita jugaba con las Barbies a que eran
gemelas y que podían salir una y la otra con el mismo novio.”
Peste que, dicho sea de paso, Freud deseaba introducir en Estados Unidos.
Yo creo que repercute en la fantasía en tanto que, si nos acercamos al
goce, algo del horror se presenta; me refiero al “horror”, no
necesariamente al escándalo.
Ésta es la vuelta que hace Lacan sobre lo que para Freud era la satisfacción
pulsional: cómo es la relación entre quienes hablamos y los cuerpos que
nos tienen. Entonces tenemos: cuerpo, imagen del cuerpo para que esto
sea visible y, además, algún tipo de relación con este cuerpo planteada en
términos de goce.
Hago un nuevo paréntesis: ¿ustedes han visto alguna vez los autorretratos
fotográficos de Nebreda? Este señor (que yo sepa, aún vive), internaciones
psiquiátricas de por medio, realizó una serie de retratos a los que colocaba
en una especie de recipiente y enterraba. Los autorretratos tienen cierta
característica: no son directos, son retratos de lo que aparece en el espejo
(porque el señor no podía mirarse al espejo) y tienen, además, (excepto
en uno) la peculiaridad de que la máquina fotográfica no se ve. En estos
autorretratos hay aspectos muy importantes relativos a la marca y a los
productos del cuerpo (la orina, las heces) y, también, a cierta operatoria
ritmada muy estrictamente.
En el caso de Nebreda, esas relaciones siguen caminos que no son los más
habituales. Me entretuve, en algunas de mis charlas, llevando fotocopias
de estas fotografías, aunque más no sea para tener presente que las
cuestiones sobre las cuales pensamos, o con que las nos encontramos, no
son —para decirlo de algún modo— tan asépticas; nos vemos
confrontados con ciertos vericuetos del goce.
Atención, que Nebreda dice que eso no es masoquismo, que allí no hay
placer. En principio, lo que él plantea es a tener en cuenta: la construcción
de otra realidad en la que él puede estar; como si se tratara de un camino
para que el cuerpo pudiera adquirir una cierta consistencia imaginaria,
absolutamente diferente que la que comúnmente tenemos.
JF: Primero está la condición de que no se vea. Hay una sola foto en la que
aparece la máquina. Como se trata de la foto de un espejo, la máquina
podría verse; pero aquí aparece envuelta en el campo oscuro o en relación
con el espejo, de modo tal que la máquina permanece oculta.
PUBERTAD
Recuerdo una frase judía: “Kreplaj en sueños no son kreplaj, son sueños.”3
JF: Eso queda marcado apenas comienza a jugarse por algo. Si juego al
truco con un niño se podrá poner en escena el divertirse un rato o el
asunto de quién logra ganar. Pero si hacemos un truco de cuatro, aunque
más no sea, la pareja que pierde paga lo que bebimos; ahí ya apostamos
algo, que tiene que ver con la apuesta de Pascal, una apuesta perdida de
antemano. Esto que ya está perdido lo ponemos en juego, y eso es una
marca. El jugador, el de la novela de Dostoievski,9 muestra esto de la
marca en el cuerpo.
PG: Pienso en los púberes o adolescentes de los primeros años del colegio
secundario que suelen reunirse, beber y pasar toda la noche despiertos,
representando para ellos una actividad muy importante. Esas escenas
parecieran tomar la forma de desafío grupal al sueño, pero sin la
connivencia del adulto; allí no suele haber un adulto sosteniendo esa
experiencia.
JF: Esa práctica en sí misma es ubicada como actividad de grandes: “Ya me
puedo emborrachar porque ahora puedo beber.” Este planteo de “ahora
puedo” es curioso, porque tiene relación con la sexualidad; y por otra
parte, la confrontación con el sexo implica algo inquietante. La relación
sexual no transcurre por rieles de tranquilidad. Nos inquieta, nos pone
nerviosos, cualidad que, en la actualidad, en los jovencitos de esa edad,
aparentemente no está.
Recuerdo una noticia sobre una púber que le practicaba sexo oral a un
compañero mientras otro filmaba con el celular. Luego la filmación pasó a
ser exhibida por Internet y, como la jovencita tenía puesto el uniforme de
su colegio, la institución la expulsó. Esto, más allá de lo anecdótico,
funciona aparentemente como si ese tipo de encuentro sexual ocurriera
como si nada. En la actualidad, también me he anoticiado sobre ciertos
intercambios escolares del estilo de: “Me haces el examen y te hago una
fellatio”, que aparentemente suceden sin mayores inconvenientes. Si
estos jóvenes entraran en análisis, en algún momento comenzaría a
aparecer en la transferencia todo lo que implica de nervios la sexualidad:
los temores, las fantasías. Aunque podría haber una apariencia de
libertad, lo que la sexualidad de mínima implica de culpa, eso lo sigue
teniendo. La muchacha podría decir: “¿Qué culpa? Él tenía ganas, yo
también; ¿por qué no?”; pero luego la culpa aparece de otro modo.
ML: A propósito de lo que usted comentaba sobre los ritos iniciáticos, voy
a leer un breve relato, incluido en una obra de Mircea Eliade: “En el
castillo del Grial, Perceval tiene que pasar la noche en una capilla donde
yace un caballero muerto. Perceval escucha tronar y ve como una mano
negra apaga la única vela encendida...” Esto corresponde a la descripción
de un velatorio iniciático. Elíade recorre pautas iniciáticas en distintas
épocas y culturas, articulando ciertos temas literarios a partir del siglo XII,
con ritos de iniciación remotos en el tiempo. Se encuentra también una
mención a sociedades secretas del siglo XVIII que profesaban un culto a la
mujer, bajo la figura de la “Madonna Intelligenza”. Lo que me ha
resultado destacable es una recurrencia, en la puesta en escena de las
iniciaciones, de aquellas dos motivaciones que, según nos ha enseñado
Freud, se encuentran en el fundamento de la fantasía: la ambición y el
erotismo.
JF: Si lo voy siguiendo, sería cómo se relaciona, se imbrica el fantasear en
tanto sueño diurno —como soñar con kreplaj— con aquello que los
psicoanalistas franceses han planteado como fantasma,11 que no es
equivalente. Sería interesante saber, respecto de ese relato sobre
Perceval, en qué época se ubica, porque me hizo recordar algunas
cuestiones que he estado leyendo sobre el papel clave del descubrimiento
de la perspectiva. En esa escena que usted leyó, parece haber alguna
incidencia de la perspectiva.
ML: Esto que comenta parece ligado al relato que citábamos: “… Alguien
está velando al señor muerto: una mano negra apaga la única vela
encendida, se escuchan truenos…”; y a partir de ahí, ¡que cada quien se
arregle como pueda!
JF: Sí, por eso yo preguntaba sobre la época del relato, ya que estaba
tratando de pensar qué relación podía haber entre esa escena y la
perspectiva; es decir, con la representación del espacio.
PG: Freud escribió, en su artículo “El poeta y los sueños diurnos”,14 que,
cuando deja de ser niño y cesa de jugar, el hombre prescinde del apoyo en
objetos reales y, en lugar de jugar, fantasea, construye castillos en el aire.
Nos interesa su comentario acerca de ese movimiento de sustitución que
da paso al fantaseo, prescindiendo de la apoyatura en el juguete.
Cuando yo era niño, solía leer un cuento sobre un nene que entraba en un
cuadro y no podía salir; al estilo del cuento de Cortázar, ése que trata
sobre un hombre que va a un acuario a observar unos peces. Fascinado,
repite una y otra vez la visita, hasta que un buen día él se ve saliendo; él
mismo pasó a estar colocado del lado de la pecera. En el cuento, no se
menciona quién es aquel que sale. Se configura una situación en la que la
mirada aprisiona.
Recuerdo a una persona que, tras una descripción de las características
que mencionaba, comienza a recordar que cuando era pequeña su madre
la retrataba en pinturas de aspecto tristón. ¿Cómo salir de ese cuadro?
Ese cuadro, en tanto pueda tener alguna ubicación imaginaria, no es sólo
una mirada ubicada en el Otro; sino que además implica la posibilidad de
imaginar a este Otro y, a partir de allí, abrir otros caminos posibles. La
expresión “se melancolizó” alude a una suerte de jerga psiquiátrica, que
deja el psicoanálisis de lado, en tanto no remite a qué está escrito ni a lo
que se está diciendo allí.
Retomando la pregunta sobre qué pasa con los objetos. En el niño, los
pequeños objetos soportan ciertas palabras, ciertos significantes. En el
sueño diurno, lo que se poner en juego es el objeto mirada, soportando
los significantes del relato que de él se hace. Por supuesto, me refiero al
sueño diurno relatado de algún modo, ya que también se puede contar
sintomáticamente.
JF: Lo que suelo plantear, tanto con niños como púberes, es: “Si te dan
ganas, podemos charlar, dibujar o jugar.” A veces, en los púberes el jugar,
y paulatinamente el juego reglado (el truco por ejemplo), se ubica como
una suerte de basamento sobre el que se habla. Se puede hablar mientras
se van repartiendo cartas y el juego comienza a perder valor de juego.
Creo que eso es lo más frecuente. Quizás porque en el período previo, de
un modo u otro, ofrecemos escuchar. Lo indudable es que no
demandamos y, de ese modo, vamos abriendo una puerta para luego
entender que ahí se está demandando algo.
JF: Sí, pero es un ida y vuelta en el que no hay un pedido de parte suya de
ser escuchada. Usted podrá decirlo mejor, en tanto tiene la experiencia
directa. Podrá hablar, tomar nota de lo que está escuchando, cuánto
escucha, cómo escucha y, luego, continuar. Pero seguramente usted no
dice: “Estoy hablando yo.” Permite que la demanda aparezca del otro
lado.
ML: Lacan ha sostenido que el mito freudiano del asesinato del padre es el
último mito del que nuestra modernidad ha sido capaz. Usted ha
comentado, en otro contexto, en lo que parecía una alusión a la
articulación de ese mito, sobre cómo la posibilidad de agruparse
postpuberalmente y conformar algún tipo de comunidad está vinculada al
parricidio y al fracaso de la incorporación del padre ¿Cuál es su enfoque
sobre el modo en que Freud y Lacan ubican la temática del padre?
JF: Sí, y con poca diferencia de años. De hecho, Lacan le pudo mandar un
trabajo a Freud. Asimismo, el primer ensayo sobre el espejo es escrito en
vida de Freud.
ML: Aquél que intentó presentar en el Congreso de Marienbad. A propósito
de eso, ¿conoce algo respecto de la anécdota que cuenta sobre Ernst
Jones, interrumpiendo al joven Jacques Lacan en su exposición?