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Introducción
En el presente trabajo se buscará rescatar los aportes de los filósofos del lenguaje
John Austin y John Searle a la teoría de los actos de habla, a partir de la revolucionaria
noción de “juegos de lenguaje” introducida por Wittgenstein. Se tendrá en cuenta el
interés de cada uno en las obras “¿Cómo hacer cosas con palabras?” (J.L. Austin, 1971),
y “Actos de Habla” (J. Searle 1977), con el propósito de comparar ciertos conceptos o
nociones que son abordados, como también el alcance de sus propuestas. En cuanto a la
diferenciación de los conceptos, se puntualizará en los componentes del acto de habla y
en las clasificaciones de los tipos de actos que cada uno plantea.
No obstante, si bien se destacarán dichas diferencias, se buscará también
exponer la construcción de la teoría de los actos de habla que iniciaron éstos autores, en
contraposición con las teorías lingüísticas y filósofos logicistas que entendían al
lenguaje como representación del mundo.
Desarrollo
a) el acto locucionario
b) el acto ilocucionario
c) el acto perlocucionario.
- Verbos judicativos
- Verbos ejercitativos (
- Verbos compromisorios
- Verbos comportativos
- Verbos expositivos
Sin embargo, el autor asegura que ésta división es provisional, y sólo profundiza
en los compromisorios, tomando el ejemplo del verbo “prometer”.
El tercer tipo de acto, el perlocucionario, consiste en producir ciertas
consecuencias o efectos pensamientos, sentimientos o acciones del oyente o
destinatario, ya que, según Austin, es posible que al decir algo lo hagamos con el
propósito de producir tales efectos. A estos efectos los divide en los pretendidos por el
hablante y los imprevistos o no deseados.
Una distinción que hace el filósofo sobre estos tres tipos de actos, es que los
ilocucionarios y aún los locucionarios, son convencionales, mientras que los
perlocutivos no lo son. Ésta convencionalidad está dada por los usuarios del lenguaje, es
decir, por los hablantes de una lengua.
Es esta diferenciación la que da comienzo al intento de aislar el acto ilocutivo
del perlocutivo, ya que el primero también produce ciertos efectos.
Austin sostiene que tiene que lograrse un efecto sobre el o los oyentes para que
el acto ilocucionario se lleve a cabo; efecto que equivale provocar la comprensión del
significado y de la fuerza de la locución: asegurar la aprehensión del mismo. Para el
filósofo los efectos de este acto comprenden entonces: la comprensión del significado y
de la fuerza de la locución que pretende realizar el hablante, el “tener efecto”, y la
respuesta o secuela que ciertos actos reclaman en virtud de una convención.
El efecto del acto ilocucionario es distinto a producir consecuencias en el
sentido de provocar estados de cosas, esto es, cambios en el curso natural de los
sucesos.
No obstante, Austin no logra diferenciar los efectos ilocucionarios y los
perlocucionarios de forma convincente, y el planteo queda abierto. Por otra parte, la
gama de los efectos perlocucionarios es demasiado amplia y variada, y con algunos
ejemplos hasta parece excederse de los límites de la lingüística; además, no especifica si
la calificación de perlocucionaria debe ser atribuida sólo a los efectos pretendidos o a
cualquier efecto.
Ahora bien, se puede afirmar que Austin hizo un primer intento de
tipologización de los actos de habla, y que sólo definió de forma unívoca a los
compromisorios. Por otro lado, como vimos, no logró aislar de forma convincente el
acto ilocucionario del perlocutivo, y sus correspondientes efectos.
El mismo autor, planteó que era necesario “continuar haciendo listas de nombres
disponibles en el lenguaje ordinario, nombres que designan cosas que hacemos y que
tienen relación con las palabras” (pág. 79), y ver qué es lo que se puede extraer del
lenguaje ordinario, para luego encarar esas cuestiones directamente en el terreno de la
lingüística y la psicología.
Por su parte, John Searle en su obra “Actos de habla. Ensayo de Filosofía de
Lenguaje” (1969), logra hacer esa abstracción a partir de la propuesta de una serie de
reglas semánticas que los hablantes de un lenguaje natural deben conocer.
Sin embargo, asume sobre la filosofía de lenguaje que “su método de
investigación, empírico y racional más que a priori y especulativo, obligará a quienes se
enmarquen en la filosofía del lenguaje, a prestar atención a los hechos de los lenguajes
naturales efectivos” (pág. 14).
Searle, al igual que Austin, retoma la crítica a la tradición lingüística y filosófica
anterior al giro lingüístico, y asevera que la unidad de la comunicación lingüística no es
el símbolo, palabra u oración, ni sino más bien la producción o emisión del símbolo,
palabra u oración al realizar el acto de habla. En otras palabras, la producción o emisión
de una oración, bajo ciertas condiciones constituye un acto de habla, y éstos últimos,
según el filósofo norteamericano, son las unidades básicas mínimas de la comunicación
lingüística.
A diferencia de Austin, al principio de su trabajo, plantea la hipótesis que va a
tratar de comprobar a lo largo de éste: afirma que hablar es participar de una forma de
conducta, gobernada por reglas. Pero para llegar a estas reglas semánticas, primero
introduce un conjunto de condiciones necesarias para la realización de géneros
particulares de actos de habla.
Searle plantea que un hablante al emitir una oración, está realizando tres tipos de
géneros de actos de habla:
a) actos de emisión: un acto físico que consiste en emitir expresiones
lingüísticas (palabras, oraciones, morfemas).
b) actos proposicionales: acto que consiste en expresar un contenido, es
decir, referir, reconocer una identidad, y predicar algo sobre ellas
c) actos ilocucionarios: afirmar, ordenar, preguntar.
El autor aclara que estos actos sean cuestiones aisladas o separadas, sino que al
realizar un acto ilocucionario se realizan simultáneamente actos proposicionales y actos
de emisión.
En este punto radica otra diferencia entre los dos autores: la diferencia entre los
componentes del acto de habla. A continuación, se desarrollarán las diferencias.
Searle, por un lado, introduce el concepto de acto proposicional (que en Austin
se corresponde con el acto rético), pero afirma que éste acto no supone un medio para
un fin, el acto ilocucionario; por esto, propone la siguiente estructura del acto
ilocucionario:
F (p)
Donde F representa a la fuerza ilocucionaria y p el contenido preposicional.
Searle usa esta fórmula, ya que explica el mismo contenido proposicional puede ocurrir
con fuerzas distintas, y una misma fuerza puede afectar a contenidos proposicionales
diferentes. Entonces, los actos ilocucionarios y proposicionales consisten en emitir
palabras dentro de oraciones, en ciertos contextos, bajo ciertas condiciones y con ciertas
intenciones.
Por otro lado, Searle incluye los actos réticos y fónicos al acto de emisión.
Searle también toma de su profesor la noción de “acto perlocutivo”, esto es, las
consecuencias o efectos que los actos ilocutivos tienen sobre las acciones, pensamientos
o creencia en los destinatarios u oyentes.
No obstante, aquí radica otra diferencia teórica: en la propuesta del filósofo
norteamericano, decir algo y su significado es un problema de intentar realizar un acto
ilocucionario, no necesariamente un acto perlocucionario. Esto implica que el acto de
habla se completa cuando el oyente entiende lo que el hablante quiso hacer a partir del
reconocimiento de las reglas de producción de la emisión lingüística. De esta forma
reduce la concepción del efecto ilocucionario a la comprensión del oyente y no incluye
ni el “tener efecto”, ni “la posible invitación a una respuesta”.
Searle, además, al introducir el efecto ilocucionario, como conocimiento o
comprensión del significado de la emisión por el uso de reglas que tanto el hablante
como el oyente conocen, deja fuera los efectos perlocucionarios postulados por Austin.
Son varias las razones con las que argumenta esta disposición:
-Primero, muchas oraciones usadas para realizar actos ilocutivos no tienen
efectos perlocutivos asociados al significado; por ejemplo, cuando un hablante dice
“Hola” y lo significa, no necesariamente intenta producir un estado o una acción en el
oyente, más que el conocimiento de que ha sido saludado.
- Segundo, incluso donde hay una correlación con efecto ilocucionario, puedo
decir algo y significarlo sin intentar producir ese efecto (no deseado): se puede hacer
una afirmación sin tratar de que quien esté oyendo lo crea, sino simplemente porque
siente que es su deber hacerlo.
- Tercero, si alguien le habla a otro con la intención de contarle algo,
generalmente no intenta que su razón para creer lo que está contando sea el intento de
que él crea.1
Searle también ratifica que los actos perlocutivos no se encuentran en el
lenguaje, sino que se logran gracias a él (aunque esto concuerda en cierta forma con la
afirmación de Austin sobre la no convencionalidad de las locuciones perlocutivas).
Sin embargo, dejar por fuera la cuestión de un efecto perlocucionario, le ha
valido al norteamericano ciertas críticas, ya que explicar el significado y la fuerza
ilocutiva desde la sola perspectiva del hablante, evidencia una perspectiva no interactiva
del lenguaje, es decir, unilateral.
Ahora bien, aclaradas esas diferencias en los conceptos de cada autor, es
necesario retomar la estructura del acto ilocucionario que ofrece Searle. Desde el punto
de vista semántico, se pueden distinguir dos elementos en la estructura sintáctica de la
oración, a los que denomina indicador proposicional e indicador de fuerza
ilocucionaria. El primero incluye (al menos en castellano) el orden de las palabras de
un acto, el énfasis, la entonación, el modo verbal y los verbos realizativos (noción
austiniana); y agrega que en situaciones de habla efectivas, el contexto clarificará la
fuerza ilocutiva de la expresión.
Entonces, volviendo a la representación de la estructura mediante el simbolismo
general F(p), la variable F toma como valores los dispositivos indicadores de fuerza
ilocutiva y p expresiones que representan proposiciones. Y propone diferentes símbolos
para los distintos géneros de actos ilocucionarios.
1
Si bien Searle presenta esta argumentación o contraejemplo frente a la propuesta de Paul Grice en
“Meaning” (1957) sobre el significado no natural y los efectos perlocucionarios, puede trasladarse a la
noción de efectos perlocutivos de Austin, a modo de diferenciación.
Si se sigue esta línea, puede decirse que el contenido proposicinal está en
función de la fuerza ilocutiva, la cual define que género de acto ilocucionario representa
una proposición.
Así, una vez que Searle define las condiciones necesarias para la realización
exitosa de un acto ilocutivo, ejemplificando con el acto de “prometer”, abstrae de éstas
condiciones, las reglas semánticas para el uso de cualquier dispositivo indicador de
fuerza ilocucionaria.
En este punto, se puede decir que Searle vuelve a la perspectiva del lenguaje
como juevo, ya que presenta dos tipos de reglas: constitutivas y regulativas,
ejemplificando con las reglas del ajedrez.
Las reglas constitutivas, explica, crean nuevas formas de conducta y constituyen
una actividad cuya existencia es dependiente de las mismas; mientras que las regulativas
sólo regulan una actividad preexistente.
El filósofo sostiene que las reglas constitutivas a menudo tienen la forma de “X
cuenta como Y en el contexto C.
Las reglas que propone el filósofo se adecuarían para la realización de cualquier
tipo de acto ilocutivo, que, en principio, valen para cualquier lengua natural.
Las reglas que sistematiza de las condiciones para la realización de los actos
ilocucionarios, son las siguientes:
- Regla de contenido proposicional
- Reglas preparatorias
- Regla de sinceridad
- Regla esencial (tiene la estructura de “X cuenta como Y”, por lo que
pertenece al género de las reglas constitutivas).
De ésta forma, siguiendo a Habermas (1987), Searle ya no se guía por una lista
de verbos realizativos que se han formado en una determinada lengua, como lo hace
Austin, sino por las intenciones o metas ilocucionarias que un hablante sigue a través de
los distintos tipos de actos de habla, con independencia de cómo éstos se realicen en
cada lengua particular.
A partir de estas reglas, Searle puede definir una taxonomía válida para todas las
lenguas y que no apele al contenido semántico de los verbos. Aquí se presenta otra
diferencia, en este caso taxonómica o de clasificación entre ambos filósofos.
Como se expuso anteriormente, Austin distingue cinco tipos de categorías de
actos ilocucionarios, la cual tanto Searle, como posteriormente Habermas, señalan como
defectuosa. Esto se debe a que la clasificación de Austin se sustenta en los verbos
ilocucionarios, no en los actos iloucionarios mismos, y esto conlleva a una
superposición de categorías. De aquí, se desprende la crítica de que la propuesta de
clasificación es imprecisa y condicionada por cada lengua particular, a diferencia de la
clasificación general y más abstracta que determina Searle.
Así, queda definida por Searle la siguiente taxonomía de los actos de habla:
Conclusión
Bibliografía:
- AUSTIN, John, 1971 [1962]: Cómo hacer cosas con palabras, Madrid:
Paidós.
- HABERMAS, Jürgen, 1987 [1981]: Teoría de la acción comunicativa I.
Racionalidad de la acción y racionalización social, Madrid: Taurus.
- SEARLE, John, 1977 [1969]: Speech acts. An essay in the philosophy of
language, New York: Cambridge University Press.
- WITTGEINSTEIN, Ludwig, 1988 [1953], Investigaciones filosóficas, G. E.
M. Anscombe y R. Rhees (eds.), México D.F. UNAM, Crítica.