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• Ariane Díaz •

Se han comparado abundantemente las conceptualizaciones que


Clausewitz y Marx hicieran de la teoría. Aunque ha sido menos
problematizada que las posibles coincidencias en el método, los
comentadores interesados por las cuestiones bélicas han resaltado la
relación entre teoría y práctica como un eje en ambos.
Sigmund Neumann y Mark von Hagen por ejemplo ubican la
dinámica de la teoría marxista alrededor de la posibilidad de hacer de
la revolución proletaria una realidad, y critican cómo este aspecto
crucial ha sido dejado de lado por muchos estudiosos de la obra de
los fundadores del marxismo1. Aron, por su parte, señala que es en
torno a la relación entre teoría y práctica donde se encontraría el
centro filosófico del pensamiento de Marx2. Al parecer, abordado
desde el ángulo bélico, se llega rápidamente a uno de los ejes que
definen la cosmovisión que éste forjó en una extendida discusión
con representantes de la filosofía de la época. El enfoque militar no
sea quizás el más tradicional pero prueba ser adecuado. Si algo puede
destacarse como posible afinidad entre el pensamiento de Clausewitz
y Marx es el interés de ambos por definir una teoría de una praxis: la
guerra en el caso del primero, la revolución en el caso del segundo.
La relación entre la teoría y la práctica es sin duda un núcleo duro
del marxismo revolucionario. La apelación a una filosofía “no
contemplativa” de la famosa Tesis XI es un postulado de enorme
significación para el desarrollo de la teoría misma. Aunque en Marx
esta petición alcanzará una radicalización que redefinirá las nociones
de conocimiento e historia en un sentido en que Clausewitz no se
aventura, la conceptualización de la teoría que hace este último en
función de una “decisión estratégica”, muestra el común interés por
la terrenalidad de la teoría.
El lazo entre teoría y práctica sigue enunciándose como
postulado en los numerosos estudios académicos sobre el marxismo,
pero la relación entre el desarrollo de la teoría y el pensamiento
estratégico que Marx supo establecer, y que generaciones de


1 Sigmund Neumann y Mark von Hagen, “Engels and Marx on Revolution, War and

the Army in Society”, en Peter Paret (ed.), Makers of Modern Strategy, Princeton,
Princeton University Press, 1986, p. 262.
2 Raymond Aron, El marxismo de Marx, Madrid, Siglo XXI, 2010, p. 64.

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• El Estado prusiano y la ciencia alemana •

marxistas luego supieron enriquecer al calor de los renovados


desafíos de la lucha de clases, se ha degradado en el siglo XX.
Perry Anderson ha destacado la ruptura entre la teoría y la
práctica como una de las características centrales de lo que –en
contraposición a la tradición marxista clásica– llamó “marxismo
occidental”. Esta tendencia –con todos los matices que él mismo
señala y que podrían ampliarse–, dominó el panorama del debate
marxista desde poco antes de mediados del siglo XX. Sus
determinaciones son varias, pero la principal de ellas es la derrota de
los distintos procesos revolucionarios que abrieron el siglo y que,
con el concurso del stalinismo, terminaron por producir un
“divorcio estructural” entre el marxismo y la práctica política; así
también se vería truncada la inseparable relación entre las funciones
“políticas” e “intelectuales” que jugaron los marxistas clásicos en sus
respectivos partidos3. Desligados de una práctica política y de las
masas, los marxistas occidentales producirían un intrincado
“discurso del método” que invertiría la trayectoria de Marx.
Anderson escribiría estas hipótesis cuando la fuerza de los eventos
de 1968 aún le permitían entrever la posibilidad de una reunificación
de teoría y práctica que finalmente no se alcanzaría, y dejaría un
panorama aún más sombrío para la teoría marxista. Años después
Anderson reafirma el divorcio entre teoría y práctica como una de
las causas de un nuevo retroceso de la teoría en términos de
estrategia: “Más que una ‘miseria de la teoría’, lo que el marxismo
que sucedió al marxismo occidental comparte con su predecesor es
una ‘miseria de la estrategia’”4.
En la etapa de Restauración burguesa de los últimos 30 años, esta
relación ha llegado hasta casi liquidarse, apenas contrarrestada por
débiles hilos de continuidad –Anderson mismo hace tiempo ha
dejado de preocuparse por ella–. Corresponderá a nuevas
generaciones de marxistas volver a poner en el foco del debate.
Analizar el desarrollo de estos problemas en los escritos de
Clausewitz y Marx, en una época que también estuvo marcada por

3 Perry Anderson, Consideraciones sobre el marxismo occidental, México, Siglo XXI,

1998.
4 Perry Anderson, Tras las huellas del materialismo histórico, México, Siglo XXI, 1988,
p. 29.

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ascensos de la lucha de clases seguidos de políticas restauracionistas


y novedades históricas de las que fue necesario dar cuenta, tiene el
sentido de aportar a esta recomposición. Para ello deberá tenerse en
cuenta, por supuesto, el cambio de época que las atraviesa, pero
muchos de los elementos que en este cruce quedan planteados
señalan ejes centrales de las definiciones estratégicas del marxismo.
Las reflexiones de Clausewitz sobre la guerra se enmarcan entre
la revolución burguesa y los intentos de restauración del Ancien
Régime en que las potencias se disputan una nueva disposición
territorial y política mientras se reconfiguran las relaciones entre las
clases al interior de los Estados: es la época de la constitución de los
Estados-nación modernos, signada por la transición entre la
organización política que se daba la nueva clase burguesa dominante
y los viejos Estados monárquicos, como el prusiano. Clausewitz es
parte de una generación modelada en la particular situación de
“atraso” social y político alemán que definieran Marx y Engels como
origen de cierta “ventaja” en el terreno de las ideas: si bien el
pensamiento alemán no fue ajeno a los desarrollos de la Ilustración,
también exploró con distintas perspectivas muchos de sus
elementos. Ese “desarrollo desigual y combinado” (para usar las
palabras de Trotsky), conformó lo que Bensaïd ha llamado “la
ciencia alemana”5, de la cual Clausewitz tomó problemas y
herramientas, y en discusión con la cual Marx, una generación
posterior a la de Clausewitz, forjó sus ideas.
Muchas de las coincidencias que pueden trazarse entre ambos
autores configuran los problemas teóricos con que se enfrentaron
quienes quisieron comprender aquella nueva época en que todo lo
sólido, al decir de Marx, se desvanecía en el aire. Sus diferencias, a la
vez, dan cuenta del alcance que tuvieron estos intentos, cuyos límites
y logros podrían evaluarse como medida de cuánto supieron nutrirse
de las fuerzas sociales con las que contaban y los objetivos políticos
que pretendían alcanzar. Podría considerarse que la comparación
beneficia de antemano a Marx, a quien le tocó estar más cerca de las
primeras manifestaciones de lucha a gran escala de la clase peligrosa
que la propia burguesía había engendrado; pero habrá que reconocer

5 Daniel Bensaïd, Marx intempestivo, Bs. As., Herramienta, 2003.

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que el propio Clausewitz habría aceptado que grandes fuerzas en


movimiento y grandes objetivos son los que permiten grandes
estrategias.

I. EL ESTADO MODERNO

Las concepciones esbozadas por Clausewitz alrededor del


problema del Estado han sido estudiadas tanto en relación a su
propia biografía como en relación a las influencias de distintos
pensadores que le fueron contemporáneos. Aunque autores como
Fernández Vega han señalado que “las determinaciones del
concepto de Estado son bastante limitadas” en De la guerra6,
mientras Paret ha reconocido que Clausewitz trató menos los
problemas económicos y sociales que lo atravesaban7, el paralelismo
entre las condiciones de la guerra y las condiciones estatales
marcadas a fuego por la Revolución francesa permiten entrever en
De la guerra problemas relacionados con la constitución de los
Estados modernos que exceden las disyuntivas de Prusia, más allá de
que Clausewitz y los pensadores en los que se referencia hayan
sacado todas las conclusiones que de ello podrían derivarse.
La lectura clausewitziana de la novedad histórica que marcaban
las guerras napoleónicas, de la cual logra sacar provecho para
caracterizar la forma en que el Estado puede reclamar a sus súbditos
los esfuerzos que requieren su defensa, sin embargo, no deja de
considerar a los asuntos bélicos como una cuestión de relaciones
entre los Estados, justo a las puertas de una etapa en que los
problemas militares estallarán al interior de los Estados mismos bajo
la forma de la lucha de clases. Durante esa nueva etapa Marx, por su
parte, forjará no sólo la caracterización del Estado como órgano de
clase, sino que entreverá en la lucha de una de esas clases
enfrentadas la posibilidad de eliminación de la propia forma estatal;
dejará asentado con Engels en el Manifiesto Comunista: “En la


6José Fernández Vega, Las guerras de la política, Bs. As., Edhasa, 2005, p. 197.
7 Peter Paret, Clausewitz y el Estado, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales,
1979, p.17.

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misma medida en que sea abolida la explotación de un individuo por


otro, será abolida la explotación de una nación por otra. Al mismo
tiempo que el antagonismo de las clases en el interior de las
naciones, desaparecerá la hostilidad de las naciones entre sí”8.

Una visión realista influenciada por el idealismo


El estudio más extensivo sobre Clausewitz y el Estado es el de
Peter Paret, que entrelaza las nociones que esboza con las
circunstancias de su vida y el contexto de las ideas del período. La
preocupación de Clausewitz por la eficacia del Estado sin duda
estaba motivada por los problemas de la política exterior e interior
prusiana de la época. La amenaza francesa lo harían replantearse las
debilidades del Estado prusiano para responder a nuevos desafíos,
dificultades que muchas veces identificó en las formas políticas de la
dinastía Hohenzollern.
Según la reseña hecha por Paret, previamente a la derrota y
ocupación francesa de Prusia entre 1806 y 1808, Clausewitz tiende a
ver al Estado como una entidad diferenciada dotada de una energía
que se expresa en la guerra, aunque ello no implicaría considerarlo
como una mera máquina de poder sino como un organismo que
encarna ciertos valores éticos y tiene para con sus súbditos ciertas
responsabilidades. En ello tendrían influencia las ideas ilustradas del
mejoramiento del individuo a través de la educación9 tanto como del
pietismo –influencia también señalada por Azar Gat, quien estudió a
Clausewitz en el marco del pensamiento militar de su época y trae a
cuenta el hincapié en la experiencia personal de esta rama del
luteranismo10–.
Según Paret, ya en el marco de las guerras napoleónicas, el
Estado sería conceptualizado como “un ser heroico autónomo en el
mundo político”11, que podía pedir a sus súbditos medidas extremas
para sobrevivir en tanto servía a fines nacionales –aunque ello no
pudiera lograrse por las características que por la época Clausewitz

8 Karl Marx y Friedrich Engels en Obras escogidas, Tomo I, Moscú, Progreso, 1980, p.
127.
9 Paret, op. cit., p. 28.
10 Azar Gat, The origins of military thought, Oxford, Clarendon Press, 1991, p.145.
11 Paret, op. cit., p. 167.

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• El Estado prusiano y la ciencia alemana •

atribuía al pueblo alemán: un extremado espíritu autónomo y


crítico–. La experiencia de la derrota lo llevaría a formular la tesis de
que la esencia del Estado es el poder, y que “no puede permitirse
que convenciones o consideraciones de cualquier tipo estorben la
marcha del poder cuando la supervivencia o la independencia están
en cuestión”12, tesis que moderaría pero nunca dejaría atrás.
Es en este período que Clausewitz, a través de un escrito de
Fichte, evaluará la obra de Maquiavelo y las ideas de Fichte respecto
al Estado, aun con una serie de reservas para con las consideraciones
militares del filósofo. Según Paret y Gat, Clausewitz acordaba con
Fichte en que la “guerra de todos contra todos”, ya no se aplicaba en
la política interna de los Estados donde impera la ley, pero seguía
siendo el motor de las relaciones interestatales; es en ese punto en
que el legado de Maquiavelo seguía siendo de utilidad. También
coinciden ambos comentadores en que el acento nacionalista puesto
por Fichte en las “particularidades alemanas” que justificarían la
guerra, entusiasman a un Clausewitz que consideraba que Prusia
estaba en lucha por su supervivencia13.
Pero respecto a las relaciones con el conjunto del pensamiento
alemán de la época, sacan distintas conclusiones de esta
recuperación del político renacentista. Paret señala la afinidad
intelectual que el militar prusiano encontraría con un Maquiavelo
que “insistía en que, por encima de todo, el Estado era una
institución creada y mantenida por el uso realista de la fuerza”14,
justo en el momento en que se hacía necesario pedir una vez más, al
pueblo alemán, “máximos esfuerzos”. Ello lo habría distinguido de
las vertientes idealistas que dominaban la filosofía alemana del
momento: tanto de la paz perpetua kantiana derivada de las
necesidades del comercio, como del “desprendimiento” romántico
de la moralidad privada en pos de una ética superior defensora del
Estado. Para Gat, en cambio, el acento en el uso de la fuerza por
parte del Estado lo liga a la tradición romántica que reaccionaría


12 Ibídem, p. 180.
13 Paret, op. cit., pp. 236 a 238; Gat, op. cit., pp. 174 y 241.
14 Paret, op. cit., p.235.

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• Ariane Díaz •

contra la Ilustración15 y que se desmarcaría del liberalismo


occidental.
Paret, que encuentra dos etapas en las concepciones que
Clausewitz asume sobre el Estado, señala como punto culminante de
estas visiones “éticas” y a su vez, como punto de quiebre, el año
1812, cuando Clausewitz abandona decepcionado el ejército
prusiano para alistarse en el ruso que enfrentaba a Napoleón. En esa
decisión estaría considerando que en defensa de un Estado al que se
le atribuyen valores éticos, incluso puede cuestionarse la política del
rey16. Es a partir del alejamiento del Estado prusiano realmente
existente, y de la derrota de Napoleón en 1815 –que eliminaba el
peligro de supervivencia de Prusia–, que la visión de Clausewitz del
Estado comenzaría a moderarse. El marco de la Restauración
impuesta en Europa volvería a destacarlo como un partidario de las
reformas del Estado prusiano, e incluso lo pondría en la situación de
defender las reformas políticas previamente introducidas –como la
posibilidad de entrada a la carrera militar de quienes no eran nobles–
, frente a los sectores más conservadores de la restauración alemana.
Es contra ellos que defiende, por ejemplo, una política de leva y
entrenamiento militar de sectores civiles que estaba siendo
rediscutida. Clausewitz considera equivocado el argumento que sus
opositores restauracionistas presentaban en contrario: el peligro de
“armar al pueblo”. No niega que tal situación sería indeseable, pero
arguye que existe un peligro mayor, que es la posible desaparición
del Estado mismo si no se permite que Prusia se ponga a tono en
recabar las fuerzas necesarias para mantener la relación entre las
potencias europeas de la etapa. Paradójicamente para alguien que
exaltara “las particularidades alemanas” con Fichte, aquí estaba en
juego la crítica a los regionalismos que con sus intereses particulares
ponían en riesgo la política exterior del Estado; en definitiva,
mostraba los problemas de la unificación alemana. Pero además,
Clausewitz consideraba que la población no podía ser tratada como
una mera “masa inerte”17: si bien no se trataba para él de eliminar


15 Gat, op. cit., p.238.
16 Paret, op. cit., p.298.
17 Ibídem, pp.404/5.

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• El Estado prusiano y la ciencia alemana •

toda diferencia social, tampoco podían mantenerse antiguas formas


de privilegio en una situación en que las estructuras sociales se
habían modificado (especialmente, con una mayor participación de
sectores medios).
En ese sentido, Clausewitz oscila según el relato de Paret entre
posiciones más o menos constitucionalistas, pero siempre en pos de
una reforma “desde arriba”. Contemplaba como necesaria la
igualdad de derechos y deberes para los prusianos, pero no una
igualdad entre los distintos sectores de clase, lo que consideraba un
democratismo peligroso. Paret considera que en esta etapa su
concepto de poder, previamente idealizado, se hace más concreto: la
fuerza necesita una base material y una estructura de poder funcional
para ser eficaz. En ese sentido, la mirada se vuelve más escéptica
pero más realista hacia 1830. En este camino: “Para Clausewitz, el
Estado prusiano dejó de ser lo que seguía siendo para Hegel: la
realización de una idea ética”18. Para Gat en cambio, la apelación a la
“ética” estatal refleja una formulación temprana de una concepción
distintiva según la cual el Estado es “la más alta y unificada
expresión de la vida humana y el guardián de los fines políticos y
morales”19. Esto nos lleva entonces a las influencias de la filosofía
alemana de la época en su visión del Estado.

La “tradición alemana” y el Estado


Gat considera que Paret no logra ubicar a Clausewitz en su
contexto intelectual ni identificar sus influencias. Acuerda en que
hubo un cambio en el pensamiento de Clausewitz respecto al
Estado, pero trazado desde coordenadas distintas. Para Gat,
Clausewitz manifiesta una tendencia a la primacía de la “razón de
Estado” que era parte de la concepción alemana del Estado,
contrapuesta al “cosmopolitismo” liberal que la lectura de Paret
parecía endilgarle; el cambio en todo caso tiene que ver con reforzar
estos presupuestos en lo que considera una casi segura influencia de
la Filosofía del Derecho de Hegel, publicada en 1821: “Clausewitz
no era un hegeliano, pero algunas de las opiniones que sostuvo

18 Ibídem, p. 593.
19 Gat, op. cit., p. 215.

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• Ariane Díaz •

desde su juventud y que dominaban su ambiente intelectual parecen


haber recibido una conceptualización definitiva y distintiva bajo la
influencia de las ideas de Hegel”20.
Es cierto que la “razón de Estado” puede rastrearse en los
escritos de la primera etapa de Clausewitz cuando, preocupado por
la supervivencia de Prusia, apela a ideas nacionalistas y a los
esfuerzos extremos que el Estado tiene derecho a reclamar a sus
súbditos. Pero la lectura de Gat presenta problemas al homogeneizar
la visión de Clausewitz, incluso más allá del especulativo encuentro
que traza con Hegel. Si Clausewitz estuvo lejos de una posición
liberal –como Paret mismo señala en sus reticencias al
republicanismo–, y en su trayectoria es posible encontrar líneas que
acercan su concepción estatal a las del idealismo –por ejemplo a
través del historicismo–, resulta muy difícil desprender sus
posiciones de su propia experiencia con el Estado prusiano, con el
que tuvo relaciones tormentosas, y que lo alejarían del entusiasmo
ético de un Hegel. No sólo decidió en un momento dado oponerse a
la política del Rey, sino que mientras estuvo a su servicio, fue
considerado siempre un opositor por sus ideas reformistas –y
castigado por ello–. Resulta plausible pues que a lo largo de dichas
tensiones haya modificado las visiones idealizadas sobre el Estado, al
menos en cuanto al prusiano en particular.
En lo que respecta a la teoría sobre el propio Estado-moderno, la
lectura de Gat simplifica dos elementos. Por un lado, Fichte y Hegel
no tuvieron una visión común sobre el problema del Estado, dando
en sus distintas posiciones una visión mucho más compleja que la
que esboza el propio Gat (algo que retomaremos luego). Por otro
lado, la postulación de la “razón de Estado” que gobernaría al
modelo alemán, deja de lado que en el modelo francés no ejercitó
menos que en Prusia esta misma raison d´etat. Sin duda puede
caracterizarse un “modelo alemán” con sus propios acentos dentro
de las distintas tendencias ideológicas que buscaron dar cuenta de la
constitución de los Estados modernos, y sin duda el idealismo
alemán tuvo un peso allí, pero en muchos casos este modelo
desarrolló, dada su “ventaja del atraso”, problemas respecto a esa

20 Ibídem, p. 241. Las traducciones del inglés de esta edición son propias.

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• El Estado prusiano y la ciencia alemana •

nueva formación social que estaban presentes más en la Francia


revolucionaria que en la Prusia atrasada.
Por otro lado, en vistas a la situación de la propia Prusia y lo que
después sería la Alemania moderna, el hincapié en la unidad estatal
parece ser “compensatorio”, porque dicha unidad era lo que no iba a
lograrse hasta la llegada de Bismarck medio siglo después: en la
Prusia de Clausewitz, Fichte y Hegel, la centralización era un
problema acuciante para las clases dominantes que no lograban su
integración como nación, imposibilitada internamente por los
intereses territoriales que defendían los distintos poderes locales en
detrimento de un poder central que era necesario en un país
continental como la Prusia de la época, hostigada por potencias
vecinas como Francia —un problema que en sus últimos años
señalará Clausewitz21–. La Revolución francesa no sólo había dado
fuerzas morales y materiales nuevas a Francia, sino que había
permitido unificar su territorio, formar un mercado común e
instaurar una forma de gobierno que no sin dificultades y
contramarchas respondía a los intereses comunes de la nueva clase
dominante.

La guerra y las relaciones intraestatales


Más allá de la percepción subjetiva y de las conclusiones a las que
arribará Clausewitz a partir de sus desencuentros con el Estado
prusiano, hay en sus planteos un elemento que da cuenta de una
característica epocal: el reconocimiento de deberes y derechos
mutuos entre Estado y súbditos adquieren un sesgo más realista,
jalonado por las lecciones de las guerras napoleónicas. El Estado
podría hacer prevalecer sus intereses, y pedir sacrificios a cambio de
ellos, si podía ser reconocido por sus súbditos como representante
de los intereses generales. Aquí estaba en juego el problema de hasta
qué punto las viejas formas políticas seguían siendo funcionales a los
cambios sociales en curso, así como las nuevas formas de legitimidad
que el Estado requiere para hacer uso de esas fuerzas sociales.
Incluso en los modelos de transición expresados en las monarquías
como la prusiana, se hacía evidente que la legitimidad estatal era algo

21 Paret, op. cit., p. 185.

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• Ariane Díaz •

que cada vez menos podía fundarse en preceptos religiosos o


dinásticos. El enfrentamiento con el ejército de características
populares, como el de Napoleón, requería el uso de las energías de la
población, pero esa necesidad hacía problemática la estructura estatal
prusiana. Las políticas reformistas que para el ejército prusiano
proponía Clausewitz sin duda estaban impregnadas de las ideas
iluministas –que había tomado de su “tutor” intelectual, el también
reformista Scharnhorst22–, pero no respondían menos a la necesidad
de “ponerse a tono” con los desafíos que enfrentaba el Estado
prusiano y que sin embargo encontraba muchos reparos para
materializarse.
En el libro sobre el plan de guerra de De la guerra, Clausewitz
emprende un breve relato histórico de los modos de hacer la guerra.
En la base de las diferencias que esboza se encuentran las formas
estatales que les están relacionadas, y en definitiva, la relación que
éstas asumen con su pueblo, no como característica particular de
cada nación sino de toda una época. La idea que quiere apuntalar es
que “a principios del siglo XIX, los pueblos de ambos lados pesan
en la balanza”23.
Cuando dicha reconstrucción histórica llega a la guerra
napoleónica, resaltará que la guerra se habría acercado a su
“verdadera naturaleza”:

… en 1793 hizo su aparición una fuerza de la cual nadie había


tenido la menor idea. La guerra se había convertido
nuevamente, en forma súbita, en asunto del pueblo, y de un
pueblo que sumaba treinta millones, cada uno de los cuales se
consideraba a sí mismo como ciudadano del Estado24.

El relato termina con el primer desafío real que en esa situación


podía recibir el mismo Napoleón: la resistencia popular en España y
posteriormente en Prusia, donde la guerra se convirtió en una causa
nacional. Clausewitz da así cuenta del impacto de la Revolución


22 Ibídem, pp. 105/6.
23 Karl von Clausewitz, De la guerra, Bs. As., Mar Océano, 1960, p. 543.
24 Ibídem, p. 552.

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• El Estado prusiano y la ciencia alemana •

francesa no sólo en la guerra, sino también en lo referente al “arte de


gobernar”:

El tremendo efecto producido en el exterior por la


Revolución Francesa fué causado, evidentemente, mucho
menos por los nuevos métodos y puntos de vista introducidos
por los franceses en la conducción de la guerra que por el
cambio en el arte de gobernar y en la administración civil, en
el carácter del gobierno, en la situación del pueblo, etc. Que
otros gobiernos consideraron todas estas cosas desde un
punto de vista erróneo, que se esforzaron, con sus medios
corrientes, en defenderse contra las fuerzas de nuevo tipo y de
poderío abrumador, todo esto fué un error craso de la
política25.

La cita es parte de un balance de las victorias de Napoleón,


justamente alrededor de la incomprensión de los otros Estados de
las fuerzas que se habían puesto en movimiento:

Solamente si la política se hubiera elevado hacia una


apreciación justa de las fuerzas que habían despertado en
Francia y de las nuevas relaciones en el estado político de
Europa, la política podría haber previsto las consecuencias
que habrían de sobrevenir con respecto a las grandes
características de la guerra26.

Señalemos que esta breve historia de las distintas formas de


guerrear Clausewitz deja apuntado un eje que cobraría nuevas
determinaciones en la sociedad moderna y que era materia de
discusión en la época: la relación entre el poder estatal y la “sociedad
civil” que había planteado el complejo mundo de la producción
capitalista y que la Revolución francesa había propuesto
“solucionar” con una nueva forma de régimen, la republicana. Esta
novedad planteará al resto del continente europeo la necesidad de

25 Ibídem, p. 570 [sic].
26 Ibídem, p. 571.

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• Ariane Díaz •

reformas de las monarquías absolutas del antiguo régimen en las


monarquías del tipo constitucionales que caracterizarían el período.
Si es cierto que el pensamiento de Clausewitz aborda el problema del
Estado desde el punto de vista de su fortaleza para la guerra con
otros Estados, también lo es que en ello se topa con el problema de
su “legitimidad” interna. Un problema que excede el marco
prusiano: el de la constitución de los Estados modernos como
órgano de gobierno de una nueva clase dominante, la burguesía, que
en la Prusia de la época no existía como tal y que sin embargo sí era
una preocupación que la filosofía alemana de la época había logrado
desarrollar.

Estado y capitalismo
Mencionamos ya las diferencias entre Fichte y Hegel alrededor de
la definición del Estado. En 1802 Hegel discute, a propósito del
derecho natural, las posturas de un Fichte previo al que leyera
Clausewitz (1797). Resume Lukács en El joven Hegel las diferencias
que esbozaron en sus intentos de comprender los nuevos
fenómenos surgidos con la Revolución francesa:

Fichte imagina del modo siguiente la realización de esa plena


soberanía del pueblo: en épocas normales, el poder ejecutivo
tiene toda la fuerza en sus manos. Pero a su lado hay una
instancia especial, los llamados éforos. Estos no tienen ningún
poder real en sus manos, pero cuando el ejecutivo viola los
marcos de la Constitución pueden pronunciar un interdicto,
suspender el poder del ejecutivo y convocar al pueblo […] El
punto decisivo de la argumentación de Hegel es la recusación
redonda del derecho de insurrección, "pues este puro poder
consta de meras voluntades privadas que no pueden, por
tanto, constituirse como voluntad común". Hegel es, pues, de
la antidemocrática opinión de que la voluntad del pueblo
directamente manifestada no puede crear una real y ordenada
situación de derecho. La debilidad de su posición se aprecia
aquí muy claramente. En cambio, en la refutación de la
construcción fichteana se expresa a su vez la clara y sobria
concepción hegeliana de la situación real. […] Hegel

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• El Estado prusiano y la ciencia alemana •

comprende que una duplicidad de poder en un Estado de


funcionamiento normal –y toda constitución está pensada
para un largo período de funcionamiento normal– es cosa
imposible. […] Está claro que el objeto del litigio ha sido
propiamente el problema de la duplicidad revolucionaria de
poderes. […] Hegel ha llegado hasta a comprender el
formalismo y la impotencia de las meras determinaciones
jurídico-constitucionales, y a ver problemas de poder real en
los conflictos en torno a la Constitución. Pero este
conocimiento se le oscurece por el hecho de que Hegel es
ciego para con las capacidades creadoras de los movimientos
revolucionarios del pueblo27.

Este debate, que los pensadores alemanes habían delineado pero


para el que no tenían solución concreta, mostró elementos
avanzados que daban cuenta de un problema al que Clausewitz
devalúa, aunque pronto se plantearían contundentemente en toda
Europa y en la propia Alemania: la conflictividad interna entre las
clases que se extendían con una nueva forma de producción.
Fue en este interregno, entre las últimas apreciaciones de
Clausewitz y las revoluciones de 1848, que Marx esbozaría sus
primeras definiciones sobre el Estado moderno. Ya en 1842
analizaba la penalización que hace el Estado de la recolección de
leña, mostrando cómo no sólo acompaña la privatización de los
bienes públicos sino que garantiza esta privatización a los
propietarios28. Posteriormente, en La cuestión judía de 1843, se
acercaría más a las definiciones posteriores del Estado en la sociedad
capitalista, caracterizado por la creciente independencia de los
fundamentos religiosos en pos de un nuevo anclaje en la clase
burguesa y por ello mismo, también crecientemente
“autonomizado” y centralizado frente a una “sociedad civil”
atomizada. Discutiendo con Bauer el problema del “Estado
cristiano” alemán, Marx termina discutiendo el problema del Estado


27 Georg Lukács, El joven Hegel y los problemas de la sociedad capitalista, Barcelona,
Grijalbo, 1970, pp.292/3.
28 Karl Marx, Los debates de la Dieta Renana, Barcelona, Gedisa, 2007.

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• Ariane Díaz •

en general, incluso aquellos como el de Francia, donde la monarquía


había sido derrocada:

El Estado anula a su modo las diferencias de nacimiento, de


estado social, de cultura y de ocupación al declarar el
nacimiento, el estado social, la cultura y la ocupación del
hombre como diferencias no políticas, al proclamar a todo
miembro del pueblo, sin atender a estas diferencias, como
copartícipe por igual de la soberanía popular, al tratar a todos
los elementos de la vida real del pueblo desde el punto de
vista del Estado. No obstante, el Estado deja que la propiedad
privada, la cultura y la ocupación actúen a su modo, es decir,
como propiedad privada, como cultura y como ocupación, y
hagan valer su naturaleza especial. Muy lejos de acabar con
estas diferencias de hecho, el Estado sólo existe sobre estas
premisas, sólo se siente como Estado político y sólo hace
valer su generalidad en contraposición a estos elementos
suyos29.

Pocos años después, en el Manifiesto comunista avanza en


carcaterizar cómo la burguesía va aglutinando los medios de
producción, la propiedad y la población de un país, centralizando
políticamente territorios antes independientes o apenas aliados. La
necesidad de centralización caracteriza a la sociedad burguesa
porque en la forma de explotación capitalista, formalmente, todos
son libres de ofrecer su fuerza de trabajo y de comprarla en el
mercado para ponerla a producir, mientras que sería el Estado el que
regularía el mercado, acumularía los impuestos y los redistribuiría.
Propietarios y funcionarios no son ya necesariamente las mismas
personas; de hecho, el Estado parece ser algo externo a esas
relaciones sociales de producción que se manejarían según leyes
autónomas. La extracción de plusvalía se realiza en principio
“económicamente”, sin la intervención de la coerción explícita –
aunque ésta siempre esté en sus orígenes y siempre sea su último
recurso–. Desde las monarquías absolutas hasta la forma

29 Karl Marx, Sobre la cuestión judía, Bs. As., Prometeo, 2004. Destacados del original.

17
• El Estado prusiano y la ciencia alemana •

parlamentaria de la República (como forma de representación de


todas las alas de la burguesía), se va forjando el Estado burgués.
Lenin, retomando a Engels y disputando con distintas tendencias
políticas que aun reconociendo la concepción marxista evitaba las
consecuencias políticas que de ella se derivaban, resumiría la
definición marxista del Estado como la expresión misma de la
existencia de una sociedad dividida en clases:

Es más bien un producto de la sociedad en una etapa


determinada de desarrollo; es la admisión de que esa sociedad
se ha enredado en una contradicción insoluble consigo misma,
que se ha dividido en antagonismos irreconciliables que es
incapaz de eliminar30.

Las distintas conceptualizaciones de Clausewitz son expresiones


de este fenómeno en desarrollo, sobre el que fue capaz de plantear
algunos elementos, aunque devaluó otros que estaban a las puertas
de la Europa decimonónica. En sus críticas a la política prusiana
señaló elementos que serían clave, como la necesidad de una
unificación del territorio, aunque apuntaba a ello por necesidades de
la política exterior y no por las necesidades de una creciente clase
burguesa alemana que, para competir, necesitaba constituir un
mercado común de trabajo y de circulación de mercancías, que no
alcanzaría hasta la unidad aduanera establecida por Bismark décadas
más tarde. Clausewitz, si bien fue partidario de la reforma del Estado
para ponerlo a tono con la nueva realidad social europea, siempre
consideró que ésta debía y podía llevarse a cabo “por arriba”, atento
a la peligrosidad de una reforma que alentara “al populacho”. Su
insistencia en no tener en cuenta el título de nobleza para poder
realizar una carrera militar recuerda a aquello que Marx describiera
como dejar de lado las diferencias “no políticas” en la esfera estatal
para “dejar que actúen” en la sociedad civil. No era un republicano
ni sentía entusiasmo por este aspecto amenazante de la Revolución
francesa, sino que justamente admiraba en Francia el momento

30 Vladimir I. Lenin, “El Estado y la revolución”, Obras selectas, Tomo 1, Bs. As.,
CEIP-IPS, 2013.

18
• Ariane Díaz •

bonapartista en que había derivado la República; pretendía


incorporar algunas de esas “virtudes” para obtener la fuerza de la
población, mediante la autoreforma de la monarquía prusiana y no
mediante su destitución. Por ello, en las discusiones con sus pares
reformistas que reseña Paret, se mantuvo siempre en posiciones más
o menos constitucionalistas de una monarquía y no se vio tentado
por los ideales republicanos, aunque sí pretendió hacer suyas las
ideas ilustradas de mejoramiento del individuo y el reconocimiento
de determinados derechos a los ciudadanos (sobre todo en el terreno
de la educación)31.
La conciencia de la necesidad de reforma del Estado prusiano en
un sentido “moderno” tuvo un punto álgido en la defensa de las
reformas de 1807 a 1814, en disputa con los sectores más
conservadores durante la Restauración. Si en ello encontró algunas
lúcidas ideas sobre la naturaleza del Estado, también mostró allí sus
limitaciones. Visto retrospectivamente, estos sectores conservadores,
aunque “atrasaban” respecto a los cambios sociales y económicos
que ya marcaban el pulso de la Europa de la época, sí tuvieron razón
en que dicho proceso entrañaba un peligro que internamente
surcaba el “territorio controlado” de los Estados modernos: la lucha
de clases. En este sentido, Clausewitz estuvo por detrás de los
alcances más amplios que logró llevar a cabo, aún sin solución
práctica a la vista y con giros conservadores posteriores, el
pensamiento alemán del que se nutrió.
Marx y Engels, pocos años después y al calor de los
acontecimientos, sacarían una conclusión diversa, de peso en su
concepción de la historia: la “paz” interna que para Clausewitz
parece ser necesaria para guerrear con otro Estado puede
rápidamente mostrar sus grietas internas y convertirse en guerra civil
intraestatal, así como el sentimiento hostil entre dos Estados puede
volverse fácilmente una mancomunidad de las clases dominantes de
distintos Estados cuando se trata de enfrentar el peligro amenazante
de la guerra entre las clases, como mostraron los procesos

31 Fernández Vega reseña las encontradas posiciones de distintos comentadores, en

especial Barbieri, Moran y Munkler, sobre las posiciones de Clausewitz respecto al


parlamentarismo durante la Restauración y los alcances de su “reformismo” (op. cit.,
pp. 120 a 125).

19
• El Estado prusiano y la ciencia alemana •

denominados “Primavera de los pueblos”. “La historia conocida


hasta ahora es la historia de la lucha de clases”, y para esa guerra, que
tiene entre sus objetivos eliminar la necesidad misma de la existencia
de Estados, se preparan los revolucionarios.

II. POLÍTICA Y ESTÉTICA

Las tempranas discusiones entre Fichte y Hegel expresaban un


problema de la época: ¿cómo conjugar una sociedad civil atomizada
en individuos que producen de forma independiente y competitiva,
con un Estado centralizado que pudiera dar un marco común a esta
ciudadanía de la vida moderna capitalista? Si el pensamiento alemán
que le fue contemporáneo a Clausewitz trató de resolver este
problema entre lo general y lo particular en el terreno político, las
distintas variantes del idealismo alemán trataron de dar cuenta de
éste también en el terreno del conocimiento: ¿cómo el pensamiento
abstracto y los planteos de leyes generales podrían compatibilizarse
con los fenómenos concretos, es decir, cómo hacer que el
conocimiento de una cierta legalidad no se separara, en
abstracciones vacías, de las particularidades de su objeto?
Es quizás la búsqueda de solución a este problema el hilo que
recorre la atracción del pensamiento filosófico alemán por ciertas
categorías de una actividad donde lo general y lo particular parecían
encontrar una unidad plena. El enorme desarrollo de la teoría
estética en la época parecía aportar herramientas para conceptualizar
aquello que parece concurrir armoniosamente en el hecho estético:
la obra de arte estructura ciertos materiales según una lógica que le
es intrínseca, pero esta legalidad que puede reconocerse en ella no es
algo separado de su calidad de artefacto concreto. No es extrañar
entonces que el pensamiento de la época encontrara en la disciplina
que pretendía analizar este proceso, una fuente de herramientas para
abordar los problemas que se planteaba ni que, como señalan varios
de sus comentadores, Clausewitz abrevara de estas fuentes para
pensar el “arte de la guerra”, con sus medios específicos.

20
• Ariane Díaz •

Una nueva legitimidad estatal


Terry Eagleton, en La estética como ideología, analiza la tradición
alemana de los siglos XVIII al XX señalando la relación entre las
teorías estéticas de la época y las nociones de legitimidad de
gobierno. Lo que se define como estética en la época es esa forma
híbrida de conocimiento en que la razón –que para establecer
generalizaciones debe eliminar las particularidades– encuentra “una
imitación operativa de sí misma, una especie de colaborador
cognitivo que reconoce en su unicidad todo aquello ante lo cual la
razón superior se muestra necesariamente ciega”32. La estética
permitiría dar cuenta de ciertas reglas respetando sin embargo las
particularidades del fenómeno. Ahí introduce Eagleton la analogía
con las formas de legitimidad estatal, que debían respetar la
autonomía de los individuos en un marco legal común, no
imponiéndose desde fuera sino reconociéndolos y organizándolos.
Pero no se trata de una simple analogía. La tesis de Eagleton es
que lo estético (en su acepción primera, es decir, aquello que está
ligado a la experiencia corporal, su percepción y las sensaciones que
provoca) asume la importancia que tiene en la Europa moderna
porque aporta a las posibilidades de lograr la hegemonía política.
Dado que la unidad y legalidad de los Estados modernos no podía
basarse ya en la religión, y tampoco podía controlarse la población si
sólo se reconocía un libre pulular de los instintos corporales, se
necesitaba otra base común de legitimidad. Ella, como manejo de los
cuerpos, se intenta con el establecimiento del “estilo”, el “buen
gusto” y los “modales” considerados como ejemplos de armonía
entre la subjetividad y el mundo exterior. Para Eagleton, este
“apéndice” de la razón que era la estética, una forma particular de
conocimiento que unía razón y sensibilidad, constituye una temática
especialmente desarrollada por la Ilustración alemana que
reaccionara contra las versiones más dogmáticas del Iluminismo
enciclopedista surgido a la par de la revolución burguesa. Pero para
Eagleton la invocación a la estética en la Alemania del siglo XVIII es
también una respuesta al absolutismo político, es decir, un
pensamiento que responde a las particulares condiciones de “atraso”

32 Terry Eagleton, La estética como ideología, Madrid, Trotta, 2011, p.69.

21
• El Estado prusiano y la ciencia alemana •

alemán, donde una capa ilustrada ejercía un liderazgo cultural pero


estaba desligada del poder político y económico al que debía respeto.
En este sentido Eagleton plantea que el desvío hacia “la
sensación” es preventivo frente a la crisis del absolutismo: para no
desencadenar la revolución, debe acomodarse a la “inclinación
material” de una época donde la autoridad entra en crisis, incluso
por peligrosas que sean las consecuencias de este giro al “sujeto
afectivo”33. Trae a colación como uno de los representantes de esta
tendencia a la figura de Shaftesbury —para quien a quien los
manners son una disciplina del cuerpo que convierte la moral en
estilo—, y que Paret señala como una influencia en Clausewitz por
su intento de dar cuenta de una teoría de la acción y por poner el
énfasis “en el poder de las sensaciones y los sentimientos”34. Este
enfoque abre paso a una concepción en que los imperativos morales
no se imponen ya “con la carga plúmbea del deber kantiano sino que
se infiltran en la propia fibra sensible de la experiencia vital como
tacto, habilidad y decoro innatos”35. El sujeto, como la obra de arte,
introyecta los códigos que le gobiernan como la propia fuente de su
autonomía. Es más bien en el tratamiento kantiano de la estética,
que de la moral, donde pueden encontrarse analogías con las formas
modernas del Estado. Así como para Kant hay una especie de “ley”
que opera en el juicio estético pero que parece inseparable de la
particularidad del artefacto, se puede hablar de una “legalidad sin
ley” que brinda un paralelismo con esa “autoridad que no es una
autoridad” que Rousseau encuentra en la estructura del Estado
político ideal.
Sin embargo, en Kant esto sigue siendo algo demasiado separado
del cuerpo, demasiado formalista. Es Hegel quien viene a recuperar
lo sensitivo: su idea de razón “acompasa lo cognitivo, lo práctico y
lo afectivo”. Es el Hegel que encuentra que la sociedad moderna
sufre de un “mal particularismo” y un “mal universalismo”: los

33 Eagleton agregada que la intuición estética podría también terminar diferenciándose
tanto del dominio de la “razón” y la totalización, que terminaría cuestionando la propia
legitimidad “racional”. En su lectura, la estética será un terreno en que esta tensión no
dejará de expresarse (ibídem, p. 205).
34 Paret, op. cit., p. 221.
35 Eagleton, op. cit., p.97.

22
• Ariane Díaz •

intereses privados se reúnen en el Estado como equivalentes y


abstractamente libres, configurando una sociedad burguesa que es
una parodia grotesca del artefacto estético que interrelaciona lo
general y particular armoniosamente. Es en el bildung, la educación
racional del deseo a través de la praxis, donde se renueva una y otra
vez el vínculo entre lo particular y universal. El individuo vive así de
acuerdo a una ley que está ahora de acuerdo con su “ser
espontáneo” (dejando atrás su primera naturaleza de apetitos por
una segunda naturaleza, espiritual). Los vínculos orgánicos de esta
segunda naturaleza son una forma más fiable de gobierno que las
estructuras opresivas e inorgánicas del absolutismo36.
Las características del bildung en que insiste Clausewitz no están
lejos de estas coordenadas: el bildung requiere tanto de la educación,
que Clausewitz consideraba necesaria para los oficiales, como de la
experiencia, algo de lo que de ninguna manera podía prescindirse
para dirigir la guerra. He aquí una relación más profunda entre
Clausewitz y la “tradición alemana” que la que señala Gat: no se
trata tanto del predominio de la “razón de Estado” como aparato
autónomo, sino más bien un acuciante problema de cómo legitimar
ese Estado en un contexto que le fue particular37.

El genio
Paret señala que en el concepto de genio que utiliza para describir
al “jefe guerrero”, Clausewitz también se vale del punto de vista
general de la tradición estética alemana que su profesor Kiesewetter
(difundidor de la obra de Kant) definía como “la unión de
imaginación y razón”38.
El general prusiano va a dedicar el capítulo 3 del Libro I al
“Genio para la guerra”. En principio declara que su abordaje va a
tomar el sentido normal del término: “una capacidad mental muy

36 Ibídem, pp. 74/5.
37 Franco Moretti, citado por Eagleton, señala que el desarrollo del Bildungsroman,
aquellas novelas de aprendizaje o formación donde el protagonista se constituye
psicológica y moralmente a sí mismo a lo largo de un aprendizaje reflexivo sobre sus
experiencias, uniendo acción y reflexión, es propio del período y marcará a la tradición
alemana (Eagleton, op. cit., p. 100).
38 Paret, op. cit., p. 219.

23
• El Estado prusiano y la ciencia alemana •

superior para ciertas actividades”39. Sería entonces una capacidad


“del común” que puede presentarse ampliamente, pero en distinto
grado, en los distintos pueblos. Esta concepción empalmaba con su
espíritu reformista en el sentido de dar mérito al talento y no a los
títulos de nobleza. Pero lo que permitiría “el ejemplo más brillante
de realizaciones militares” será la combinación de este genio
guerrero colectivo con un elevado grado de civilización: en el genio
militar superior serán las fuerzas intelectuales una fuerza de
importante participación40. Para poder actuar frente a lo inesperado,
además del valor, se necesitarán dos cualidades: “en primer lugar,
una inteligencia que aun en medio de la oscuridad más intensa, no
deje de tener algunos vestigios de luz interior que conduzcan a la
verdad [lo que llamará coup d’oeil] y, en segundo lugar, el valor para
seguir a esta tenue luz [lo que será la determinación]”41. En el jefe
guerrero estas cualidades no sólo estarán por sobre la media en la
medida en que la dirección correcta y exitosa de la guerra supone
convertirse a la vez en “estadista” por la cantidad de elementos de
de una sola mirada debe comprender y preveer, sino que el jefe es
aquel que “se eleva por sí mismo por encima de todas las reglas”.
Esta descripción del genio es la que Kant había definido el genio
artístico, quien establecería sus propias reglas manejando también
“fuerzas y efectos espirituales”, distinta a la idea de genio que
predominaba en la estética neoclacisista. Paret lo resume así: “La
creatividad individual, la habilidad para vencer los impedimentos
espirituales y materiales, alcanza su nivel superior en el genio, y la
teoría debe intentar seguirlo hasta las alturas a las que se eleva”42.
Gat señala que Clausewitz –en un texto que estima escrito hacia
comienzos de la década de 1820–, al igual que Kant, distingue entre
la ciencia –cuyo objetivo es el conocimiento a través de la
conceptualización–, del arte –cuya esencia es el logro de
determinado objetivo a través de la habilidad de combinar
determinados medios–; pero, apunta Gat, Clausewitz reconoce un


39 Clausewitz, op. cit., p.38.
40 Ibídem, p. 39.
41 Ibídem, p. 41.
42 Paret, op. cit., p. 506.

24
• Ariane Díaz •

cierto solapamiento en que el arte es asistido por el conocimiento43.


La adaptación de la teoría estética kantiana al arte de la guerra, para
este comentador, le sirvió a Clausewitz para criticar a los teóricos
militares iluministas y desarrollar su propia concepción: ambas
prácticas, la estética y la guerrera, requerían una teoría de la acción;
en ambas determinados medios se combinaban para lograr un efecto
determinado a través de un proceso creativo que suponía principios
de naturaleza operacional.
Es cierto que estas referencias apuntan al juicio kantiano, la
capacidad de apreciar las reglas trazadas por la subjetividad, reglas
que son inherentes al artefacto, y que si bien no son aquellas de la
razón, tienen una legalidad que logra ser concreta. Sin embargo,
como señalan varios de sus comentadores, a diferencia de Kant, para
Clausewitz este talento no necesariamente era sólo innato e
intransferible44, y por otro lado, el genio guerrero no es simplemente
un observador o alguien que crea a partir de determinados
materiales: las fuerzas allí en cuestión son fuerzas vivas. En este
sentido puede decirse que el arte de la guerra no es exactamente un
arte más, aunque encuentre en la estética categorías que ayuden a
definirlo.
Paret agrega otro elemento tomado de la estética que será para él
una clave metodológica en Clausewitz:

… los sistemas estéticos de finales de la Ilustración no sólo le


ayudaron a aclarar ideas sobre teoría, y demostraron hasta qué
punto pueden analizarse los factores emocionales: también
tomó de ellos los conceptos-modelo “medios” y “fin” para
interpretar con ellos las formas tomadas por el conflicto
militar y evaluar las acciones de los protagonistas”. En
particular menciona las definiciones de Kiesewetter para el
cual “combinar medios y fines es crear”. La teoría puede dar


Gat, op. cit., pp.176/7.
43

Ver al respecto José Fernández Vega, “War as ‘art’” en Hew Strachan y Andreas
44
Herberg-Rothe (eds.), Clausewitz en the Twenty-First Century, Oxfor, Oxford
University Press, 2007.

25
• El Estado prusiano y la ciencia alemana •

cuenta de estas combinaciones pero no del “talento” y de la


“experiencia”45.

La estética alemana, si bien en parte es producto de la Ilustración,


a diferencia del neoclasicismo iluminista daba cuenta de los aspectos
emocionales y subjetivos, la imaginación y la creatividad, un nuevo
campo de interés que es resaltado en el movimiento conocido como
Sturm und Drang y que se seguiría desarrollando, con amplias
implicaciones morales y políticas, en el romanticismo alemán
desplegado pocos años después. En ese marco de desarrollos
teóricos y disputa entre tendencias es que Clausewitz va a abordar el
problema de una posible teoría de la guerra, y criticar los modelos
previos.

III. TEORÍA Y GUERRA

Adentrándose en los problemas de la guerra, Clausewitz parte de


que ésta, si bien es un medio, tiene su propia legalidad, es decir, que
aunque esté enmarcada en determinados objetivos políticos y éstos
sean lo primero que debe considerarse, no es reductible a lo que
éstos dispongan: “el objetivo político no es, por ello, regla despótica;
debe adaptarse a la naturaleza de los medios a su disposición, y de tal
modo, cambiar a menudo completamente”46. Aquí despunta un eje
central de las observaciones de Clausewitz, preocupado por cómo
puede trazarse una “legalidad” propia de la guerra cuando se trata
justamente de una actividad práctica donde entran en juego fuerzas
vivas, el azar y las fricciones en el plan de guerra.

Una teoría de fuerzas vivas


En el terreno militar, fue de Scharnhorst, según Paret, de quien
tomó las elaboraciones que concernían al “conflicto innato” entre
teoría y realidad, y también la negativa a darle solución mediante


45 Paret, op. cit., pp. 221/2.
46 Clausewitz, op. cit., p. 23.

26
• Ariane Díaz •

abstracciones47. Es en los libros I y II de De la guerra donde


Clausewitz aborda este problema, pero encontramos observaciones
al respecto también en otros, sobre todo en el VIII48.
En este libro II Clausewitz apunta a señalar la contradicción entre
la teoría positiva con la práctica. Se refiere a modelos
matematizantes previos y se puede observar aquí la crítica al modelo
“ilustrado”, demasiado confiado en poder extender a todos los
terrenos los modelos científicos positivos que se habían desarrollado
en disciplinas técnicas y científicas “duras”49:

Se aferran a cantidades determinadas, mientras que en la


guerra todo es indeterminado, y los cálculos deben ser hechos
con cantidades totalmente variables. Dirigen su atención sólo
a cantidades materiales, mientras que la acción militar está
completamente impregnada de fuerzas y efectos inmateriales.
Consideran la acción sólo unilateralmente, mientras que la
guerra es una acción recíproca constante entre un bando y el
otro50.

Sin embargo, Clausewitz no deja de reconocer que a las fuerzas y


efectos espirituales hay que poder atribuirles cierto valor objetivo. Si
el jefe, para conducir la guerra, tiene que reconocer la volatilidad de
las fuerzas puestas en juego, también es cierto que debe procurar
manejar y reconocer de alguna manera estas variables. La experiencia

47 Paret, op. cit., p.104.
48 Cabe destacar que las lecturas de la relación entre el primer y el último libros de la
obra magna de Clausewitz están cruzados por amplias discusiones respecto al estado
más o menos definitivo de la obra y a un posible significativo cambio de perspectiva
que el autor desarrollara cuando escribía el capítulo VII, cuyos nuevos presupuestos
estarían presentes tanto en el capítulo siguiente como en la revisión del primero.
Señalemos por lo pronto que, en cuanto al problema de las teorías previas, las
reflexiones del capítulo II parecen haberse mantenido en lo que hace a no considerar la
teoría como una receta. Ver al respecto Hew Strachan, “Clausewitz and the dialectics of
war” en Hew Strachan y Andreas Herberg-Rothe (eds.), op. cit.
49 Vale aclarar, como señala Gat, que la imagen del siglo XVIII como una era de
objetivos políticos limitados y estrategias de maniobras cautelosas es probablemente
una visión estereotipada creada en el período postnapoleónico e iluminada por la
escuela militar alemana del siglo XIX (op. cit., p. 95).
50 Clausewitz, op. cit., p. 75.

27
• El Estado prusiano y la ciencia alemana •

es la primera forma de orientarse en ello, pero ¿cumple la teoría


también allí un papel? Clausewitz plantea que la teoría, habiendo
desbrozado el camino, permite no empezar cada vez de cero; a
modo de un tutor inteligente, educa al jefe guerrero, aunque no lo
acompaña en el campo de batalla. Aboga entonces por:

… una teoría satisfactoria de la dirección de la guerra, es decir,


una teoría que será útil y no estará nunca en contradicción con
la realidad, y su conciliación con la práctica dependerá tan sólo
de su manejo inteligente, de modo que no existirá ya esa
diferencia absurda entre teoría y práctica, producida a menudo
por teorías erróneas, divorciadas del sano sentido común, y
que han sido frecuentemente utilizadas por mentes ignorantes
y de criterio estrecho como pretexto para continuar en su
ineptitud congénita […] La teoría, por lo tanto, tiene que
considerar la naturaleza de los medios y los fines51.

En el libro I Clauseiwtz esbozará cómo es que el uso de la fuerza,


para enfrentarse a otra, recurre a las creaciones del arte y de la
ciencia, insistiendo en que, sin embargo, la guerra no puede ceñirse a
un modelo teórico. Si las comparaciones históricas sirven para “dar
matices” a la pintura sobre el fondo, no puede considerarse a la
misma como un camino lineal ni un arcón de fórmulas
inmediatamente trasladables a una situación distinta. De lo contrario,
no avanzaremos de la abstracción vacía. La guerra no trata de
fuerzas y magnitudes fijas, sino que:

En el arte de la guerra hay que actuar con fuerzas vivas y


morales, de donde resulta que lo absoluto y lo seguro no
pueden ser alcanzados; siempre queda un margen para lo
accidental, tanto en las cosas grandes como en las pequeñas52.

51 Ibídem, p. 83.
52 Ibídem, p. 22. Fernández Vega plantea que el “arte” en Clausewitz no es más que
otro nombre dado a la crítica, esto es, el poder de reunir la teoría y la práctica. Así como
el artista debe reunir en una nueva obra su experiencia y las escuelas previas, el estratega
militar reunirá las concepciones militares tomadas de la experiencia o de otras teorías,
con los desafíos de la realidad (“War as ‘art’”, op. cit., p. 130).

28
• Ariane Díaz •

El planteo de Clausewitz en el Libro I es que siendo la guerra un


“instrumento político”, medio para un fin, ésta pueden variar según
sus motivaciones políticas. Por lo tanto, saber qué guerra se pelea es
“el primero y más amplio de todos los problemas estratégicos”53. Es
desde la perspectiva estratégica entonces desde donde se parte para
analizar las particularidades de este medio, la guerra, y la teoría que
de ella pueda trazarse. La “conclusión” para la teoría que de allí
deriva es la necesidad de considerar los tres elementos de la
conocida “trinidad” –el odio del pueblo; las probabilidades y el azar;
la política a la cual la guerra sirve de instrumento– sin rehuir
ninguno de ellos ni fijar una relación arbitraria entre ellos, a costa de
entrar en abierta contradicción con la realidad54.
En estas mismas páginas Clausewitz promete al lector examinar
este problema estratégico con más detenimiento en el tratamiento
del plan de guerra. En el libro VIII encontramos efectivamente
también estos planteos:

De esta suerte, el que emprende la guerra es llevado


nuevamente a un camino intermedio, en el cual actúa, en
cierta medida, basándose en el principio de emplear sólo esas
fuerzas que sean justamente necesarias para el logro de su
objetivo político y de proponerse sólo ese objetivo bélico.
Para hacer practicable este principio, deberá renunciar a toda
necesidad absoluta de un resultado y excluirá del cálculo las
contingencias remotas. Es aquí donde la actividad de la
inteligencia abandona el dominio de la ciencia estricta, de la
lógica y de las matemáticas y se convierte en arte, en el sentido
más amplio del término, o sea, en la habilidad para escoger,


53 Clausewitz, op. cit., p. 25.
54 Thomas Waldman considera acertado el señalamiento de Gat respecto a la crisis que
Clausewitz habría atravesado en relación a cómo se relaciona la teoría con la realidad
histórica, pero encuentra que dicha solución la halló, más que en Hegel, en el planteo de
la “trinidad”. El capítulo 1 del Libro I sería el compromiso entre el primer Clausewitz,
esencialmente un soldado, y el último, un teórico (War, Clausewitz and the Trinity,
Coventry, University of Warwick, 2009, p. 160).

29
• El Estado prusiano y la ciencia alemana •

mediante el juicio instintivo, los objetivos y circunstancias más


apropiadas y decisivas, de entre la multitud que se presentan55.

Los elementos categoriales y las definiciones con que comienza el


libro I, que inmediatamente se encuentran determinados por el
espacio, el tiempo, el azar, las características psicológicas de los
participantes y la política, encuentran en el libro final de De la guerra
un nuevo tratamiento, en este caso histórico, enmarcados en la
definición de una teoría “estratégica” de una actividad esencialmente
práctica como es la guerra. En este camino es donde entran a jugar
las relaciones, mediaciones y moderaciones que muchos autores han
atribuido a un método dialéctico tomado de la tradición alemana de
la época, y a una definición de la guerra como arte en el sentido de
una teoría de la práctica, que también encontrará en el conjunto del
libro otra analogía significativa que impactará a Engels casi tres
décadas más tarde: “Estoy leyendo De la guerra de Clausewitz. Una
extraña manera de filosofar pero muy bueno en su tema. Sobre la
cuestión de si la guerra debe ser un arte o una ciencia, la respuesta
dada es que la guerra es más como el comercio”56.

Clausewitz y la filosofía alemana


Como vimos, existen diversas relaciones entre las ideas filosóficas
del idealismo alemán y las categorías que Clausewitz esboza en De la
guerra. Por ellas se lo ha afiliado tanto a Kant como con Fichte o
con Hegel y, a través de esa vía, a Marx. Otros han señalado que
tales relaciones no pueden considerarse unívocamente, sobre todo
teniendo en cuenta su propio objeto, la guerra, que implicaría un
abordaje diferente. Peter Paret lo identifica con el espíritu del Sturm
und Drang por la reivindicación de la idea de genio; señala el uso de
la dialéctica pero no en el espíritu hegeliano; advierte que si usa
terminologías del idealismo alemán, no es por ello trascendentalista
sino realista; y que si había señalado como particularidad alemana la
tendencia al pensamiento especulativo, no siempre consideró esto,
como los románticos, como algo positivo frente al realismo

55 Ibídem, pp. 544/5.
56 Citado en Neumann y Hagen, op. cit., p.265. La carta es del 7 de enero de 1858.

30
• Ariane Díaz •

francés57. Para Paret, Clausewitz combinaba estas distintas


tendencias, que eran propiedad común de su generación.
Gat presenta en este punto, una vez más, una lectura diferente. Si
coincide en la influencia del contexto del pensamiento alemán de la
época, difiere en el lazo que puede establecerse con Hegel. Hace
especial hincapié en el contexto de la crítica al Iluminismo del
pensamiento alemán, del que sin embargo Clausewitz no dejaría de
ser deudor. La figura más representativa de ello sería el propio Kant,
quien es a la vez el pináculo de la Ilustración alemana a la vez que
quien minará algunos de los presupuestos fundamentales del
Iluminismo. Describe entonces dos grandes “olas” en las que podría
dividirse lo que constituiría la tradición idealista alemana: una
primera ejemplificada en el Sturm und Drang, de ideas opuestas al
establishment cultural iluminista de la época, y una segunda
relacionada al romanticismo que se extendiera por Europa, paralela a
la reivindicación de valores nacionalistas acelerada por la amenaza
napoleónica58. Para Gat, ambas olas produjeron una transformación
intelectual enraizada en tendencias irracionalistas que pondría en el
centro de la experiencia humana y que cambiaría el ideal ilustrado de
entendimiento y control por un ideal vitalista59; este sería el marco ya
asentado en el que Clausewitz desarrollaría sus ideas respecto a la
guerra. Según la lectura de Gat, la influencia de Hegel le permitiría
resolver los problemas que hacia 1827 producen un “giro” en su
conceptualización de la guerra, un creciente escepticismo respecto a
las posibilidades de la teoría misma en su contradicción con la
realidad. La lectura de Paret proyectaría la imagen del último trabajo
de Clausewitz en sus escritos tempranos, cuando en realidad la
influencia decisiva de las doctrinas del idealismo se vería recién en
sus últimos años, y fueron lo que dieron a su trabajo la reputación de
estar cubiertas por una “bruma metafísica”. Lo mismo reprocha a
Aron, quien ve en el Libro I la culminación de un “sistema”
clausewitziano que rastrea como metodología en trabajos previos. Si
para Clausewitz hacia 1827 se había hecho clara la discrepancia entre


57 Paret, op. cit., pp. 99, 121 y 187 respectivamente.
58 Gat, op. cit., pp. 140/1.
59 Ibídem, p. 182.

31
• El Estado prusiano y la ciencia alemana •

su concepción de una naturaleza universal de la guerra y la


experiencia histórica, afortunadamente su camino se cruzó con la
creciente ascendencia del idealismo hegeliano, que entre sus
lecciones establecía que los contrastes y contradicciones de la
realidad no eran sino aspectos diferenciados de una misma unidad.
Aunque para Gat no habrá una afinidad a la metafísica hegeliana o a
su concepción de la historia, sí se percibiría a partir de entonces una
influencia de las ideas sociales y políticas hegelianas y en el uso de las
herramientas dialécticas, aunque adaptándolas a sus propios
asuntos60.
Si tiene razón Gat contra Aron en que la noción de un sistema
ideal que después se muestra “operando” en la realidad es extraño a
Clausewitz, también es cierto que no es tan sencillo definir a
Clausewitz como un hegeliano tardío dada la problematización que
éste hace del conflicto entre práctica y teoría siempre a favor de la
primera; sin contar que no parece haber dejado huella en la obra el
cuestionamiento que Hegel realizara a Kant, a pesar de que
Clausewitz se nutriera en no poca medida de este último. La
hipótesis de Gat respecto al descubrimiento de categorías dialécticas
que le permitieran dar cuenta de la relación entre lo general y lo
particular –aunque hace definiciones muy escuetas de las mismas–,
puede ser atendible, aunque no queda claro por qué sería Hegel el
pensador que explotara para darse nuevas herramientas y no, como
plantea Paret, también otras vertientes del pensamiento filosófico
alemán de la época. En realidad Gat establece la relación, más que
en las herramientas metodológicas o teóricas que puedan rastrearse,
en la relación que cree encontrar en la exaltación del “Estado fuerte”
en Hegel y en Clausewitz que ya mencionamos, preocupado porque
pueda confundirse a Clausewitz con un liberal. Pero es justamente
en la relación entre teoría y realidad donde la relación con Hegel
puede ser harto problemática en la medida en que justamente es el
cierre de su sistema lo que termina subsumiendo a la realidad en su
propia conceptualización. Si una diferencia específica del sistema
hegeliano respecto a otras variantes subjetivistas del idealismo
alemán fue un intento de incluir la experiencia y el desarrollo

60 Ibídem, pp.232 a 234.

32
• Ariane Díaz •

histórico concreto, no es menos cierto que el Libro I de Clausewitz


es lo suficientemente antisistemático como para no problematizar
que el uso de un “modelo ideal impuesto a la realidad” bien podría
haber sido una crítica que Clausewitz dirigiera contra Hegel, o que la
conceptualización teleológica de la historia difícilmente podría haber
satisfecho a un Clausewitz atento al azar, aun influenciado como lo
estaba por el historicismo.
En todo caso, en ese sentido es más plausible la lectura de Paret
según la cual, al igual que en sus ideas sobre el Estado, Clausewitz
participa con sus propias características de lo que Bensaïd ha
llamado la “ciencia alemana”, una tradición que no necesariamente
desprecia las ciencias positivas, pero no se contenta con ellas: “No
se trata de renunciar a la totalidad con el pretexto de aclarar cada una
de sus partes, sino de encontrar lo universal en lo singular, a la
manera en que la ciencia de Goethe confluye con el arte”61. Una
ciencia que, surgida del atraso alemán, encuentra allí la condición de
su avance, y que siendo crítica de sus propias categorías, “replica a la
ciencia establecida”. Quien define esta “ventaja del atraso” alemán, y
usufructúa esta tradición aunque a su vez criticándola radicalmente,
es alguien que también, como Clausewitz, fuera acusado por algunos
comentadores de excesiva “bruma metafísica” en un terreno donde
tampoco se la consideraba bienvenida —en este caso la economía—:
Marx.

La crítica y el método
Para Clausewitz, establecer un modelo meramente analítico era
establecer un modelo de laboratorio que no lograría dar cuenta de
una guerra real. Ello no significa, sin embargo, que la consideración
de Clausewitz hacia la teoría sea simplemente la de un pragmatista
erudito. Por ello, dirá, “La teoría debe tener la naturaleza de la
observación, no la de una regla para la acción” que, sin embargo,

… si arroja sobre todo el campo de la guerra la luz de una


observación crítica deliberada, ha logrado el objetivo principal
en la tarea que le corresponde. Entonces se convierte en guía

61 Daniel Bensaïd, op. cit., p. 306/7.

33
• El Estado prusiano y la ciencia alemana •

para todo aquél que quiera familiarizarse con la guerra a través


de los libros, y en todo momento le iluminará el camino,
facilitará sus progresos, educará su juicio y evitará que se
desvíe62.

La tendencia historicista alemana, contra la idea de progreso


lineal abstracto del iluminismo francés, hablaba de “desarrollo” y,
contra la modernidad como modelo para todas las épocas, trataba de
comprender los distintos “espíritus de época” que constituía cada
configuración histórica como algo orgánico. Ese historicismo daría
fuerza al recurso a las comparaciones históricas que usará como
recurso, con visos metodológicos, en De la guerra. Pero este gusto
historicista puede volverse problemático si, por un lado, cierra cada
formación histórica sobre sí misma impidiendo así la posibilidad de
un uso productivo de las comparaciones o, por otro lado, si supone
una nueva forma de subsunción de la realidad fundamentado en una
visión teleológica de la historia. La mayoría de los comentadores
rechazan que exista una apuesta teleológica en los planteos de
Clausewitz, pero sigue en pie entonces si la reconstrucción en el
Libro VIII de una breve historia de la guerra, pivoteando sobre las
características de la misma en la época napoleónica, no sería meter el
en molde napoleónico configuraciones históricas que le son diversas.
La reconstrucción que hace Clausewitz, con conciencia de este
problema, es interesante. En una cita sobre la aparición de las
guerras napoleónicas, apunta que es la aparición de esta novedad la
que permite a la teoría avanzar: permite

… conferir carácter a ciertas ideas que están en la raíz de


pensamiento y acciones cuyas razones inmediatas parecen
dispersas […]. Sin estos ejemplos aleccionadores que
advierten sobre la fuerza destructiva del elemento
desenfrenado, habría enronquecido inútilmente tratando de
hacerse oír; nadie habría creído posible lo que a todos en vida
han visto realizado63.

62 Clausewitz, op. cit., p. 82 [sic].
63 Ibídem, p. 541.

34
• Ariane Díaz •

Es el desarrollo más acabado de las tendencias que entran en


juego en la guerra lo que permiten dar un marco más amplio al arte
bélico previo, establecer relaciones entre elementos que aparecían
dispersos, descubrir causalidades en nuestros pensamiento, al modo
en que las estructuras más complejas permitían explicar las más
simples al decir de Marx en los Grundrisse usando la analogía entre
la anatomía del hombre que permite explicar mejor la del mono.
Claro que esto puede ser comprendido también teleológicamente,
en el sentido de que la guerra de gabinete debía avanzar hacia la
guerra popular o que la anatomía del mono tenía que evalucionar a la
del hombre, hipostasiando un determinado desarrollo concreto en
una férrea ley histórica. Ello no sólo convierte a los desarrollos
históricos en triviales, sino que establece a las conclusiones a las que
se ha arribado como naturales. La crítica, propia de la tradición
alemana, que consideraba no sólo los fenómenos analizados sino las
conceptualizaciones que de ella se habían hecho, podía ser un buen
contrapeso a ello a condición de que, como criticaran
insistentemente Marx y Engels a sus contemporáneos “críticos”, no
se la tratara sólo como una historia de las ideas sino que se buscara
con ella las condiciones materiales por las cuáles esas teorías se
habían desarrollado.
Según señala Gat, Clausewitz habría prestado atención a un
pensador como Burke, reaccionario pero por eso mismo crítico del
capitalismo, que cuestionará a Smith y otros miembros de la
economía política clásica por plantear como leyes universales lo que
en realidad no eran más que el reflejo de las ideas particulares del
capitalismo prevaleciente64. En De la Guerra no encontramos sin
embargo muchas más definiciones que las críticas a la construcción
de modelos que terminan prescindiendo de la experiencia aunque
hayan partido de ella, pero en esos esbozos aparece un problema


64 Gat, op. cit., p. 148. Fernández Vega plantea que Clausewitz utiliza la noción de
crítica, típicamente kantiana, para designar la solución que encontró para la disyunción
entre teoría y práctica, aunque justamente en este punto se apartaría de un Kant, que
separaba la función del artista de crear a través de una determinada praxis, de la función
del crítico de juzgar desde determinadas concepciones. El genio militar, en cambio,
debe necesariamente hacer ambas cosas (Fernández Vega, “War as ‘art’”, op. cit., p.
128).

35
• El Estado prusiano y la ciencia alemana •

que, con otro alcance, criticara Marx a Ricardo en los Grundrisse,


reconociéndole haber llegado hasta la definición del “valor trabajo”
pero volatilizándolo en una nueva abstracción donde, por no poder
superar el horizonte del mundo capitalista en que lo “descubrió”,
podrían incorporarse toda clase de definiciones acríticamente. Es
decir, por terminar convirtiendo una categoría construida en un
principio que fuerza los hechos.
Si bien pueden señalarse coincidencias como las arriba
mencionadas entre Clausewitz y Marx, ir más allá en la comparación
sería forzar tanto lo que llega a plantear Clausewitz como abordar
superficialmente los desarrollos metodológicos de Marx65. Los
elementos metodológicos comunes que pueden establecerse entre
Clausewitz y Marx dan cuenta de un trasfondo común de
discusiones que circulaban en el pensamiento de la época, de los que
Clausewitz supo sacar provecho para sus propios objetivos teóricos,
en muchos casos, con una lucidez que podemos atribuir no sólo a su
talento, sino también en parte a su objeto de estudio y a sus
circunstancias, que le demandaban una crítica concreta de los
modelos previos.
Este tipo de procedimientos eran parte de la riqueza de la ciencia
alemana, y bien puede decirse que Clausewitz se nutrió de ella tanto
como aportó a la misma en un terreno particular. Pero será Marx –
para quien la historia es la base de un nuevo materialismo que sabe
apreciar los avances de la ciencia positiva iluminista pero a su vez
demuele sus inconsistencias, tanto como las del idealismo alemán–
quien considere este problema en relación directa con las
posibilidades de la teoría.
Marx abordaba el problema metodológico considerando que: “lo
concreto es concreto porque es la síntesis de múltiples
determinaciones, unidad de lo diverso. Es el resultado y no el punto


65 Autores como Juan Carlos Marín han trazado un paralelismo casi exacto entre los
elementos metodológicos elaborados por Marx con los planteos de De la guerra.
Ejemplo de ello sería la idea marxista de “ascenso de lo abstracto a lo concreto”,
equiparable a la afirmación con que comienza De la guerra delineando sus objetivos, o
la mayor concretización que va adquiriendo la categoría del duelo, considerada paralela
a las primeras páginas de El capital sobre el intercambio mercancía-dinero-mercancía
(Leyendo a Clausewitz, Bs. As., PICASO, 2009, pp. 11 y 51).

36
• Ariane Díaz •

de partida, aunque también lo es”. Este camino implica que las


determinaciones surgidas de la abstracción y el análisis, “conducen a
la representación de lo concreto por el camino del pensamiento”; es
decir, es una manera de apropiarse de lo concreto, “no es lo
concreto mismo ni su formación”66. A su vez, afirma que sería
erróneo “intentar ordenar las categorías tal como fueron
históricamente determinadas”67. Es decir, que el pensamiento hace el
camino inverso al desarrollo histórico cuando parte de las categorías
más concretas determinadas por el desarrollo social, pero a partir de
ello puede reconstruir ese desarrollo histórico, y no leyendo
“ordenadamente” los libros de historia de la Antigüedad hasta acá.
En las “Tesis sobre Feuerbach” Marx había reivindicado el “lado
activo” desarrollado por el idealismo alemán, ese necesario trabajo
de conocimiento del sujeto. Pero los “descubrimientos” teóricos
responden también a hechos históricos. Lo que tenemos no es una
idea desarrollándose a sí misma, como en Hegel, sino el producto de
un trabajo que transforma representaciones abstractas en concretas.
El conocimiento teórico es el producto de una mente apropiándose
del mundo “del único modo posible”. El que teoriza no está por
fuera del objeto teorizado –en su caso, el capitalismo–, y la
posibilidad de "descubrir" categorías como la de valor está
determinada por su existencia en la realidad en un grado avanzado
tal que permite ver mayores relaciones multilaterales. Por eso
también es necesaria la crítica de las teorías previas: en aquellos que
son buenos representantes de sus disciplinas, como Ricardo, existen
elementos que dan cuenta de determinados problemas que existen
en la realidad, aunque su teorización sea mistificada.
El problema teórico de cómo dar cuenta de legalidades que no se
impongan sin embargo a los hechos encuentra en Marx una solución
que redefine con la noción de ley. En el análisis de la totalidad
concreta, Marx no pretende decretar leyes universales. Las
legalidades que Marx describe en El capital son las propias de una
totalidad, capitalismo, dentro de la cual tienen sentido. Lo que


66Karl Marx, Grundrisse, México, Siglo XXI, 1997, p. 21/2.
67Ibídem, p. 28. El mismo punto se plantea en el epílogo a la segunda edición alemana
de El capital cuando diferencia el método de investigación del de exposición.

37
• El Estado prusiano y la ciencia alemana •

tenemos entonces es el, al parecer, el oxímoron de las “leyes


tendenciales”. Lo que describen éstas son las formas de
comportamiento de esas relaciones en una totalidad según su
contenido concreto. Como no es una totalidad vacía que se imponga
a los hechos sino una totalidad abierta sujeta a cambios, no le
impone su lógica a los hechos sino que analiza cómo pueden
desarrollarse y eventualmente modificarse. El marxismo tiene
capacidades predictivas, y en ese sentido es “científico” (contra
quienes desestimaban a El Capital como “demasiado filosófico”),
pero no entendido en el sentido del positivismo, porque los
“hechos” mismos de los que intenta dar cuenta no están dados de
una vez y para siempre, así como según el general prusiano, ninguna
victoria y ninguna derrota son definitivas. En ese marco, la crítica es
lo que permitiría a Marx no quedarse en los límites de la ciencia
positiva y “mantenerse alerta” para no naturalizar sus resultados, a la
vez que para ubicarse históricamente como teoría misma y no caer
en los peligros del teleologismo hegeliano. En ese sentido la destaca
Bensaïd: la crítica “no puede hacer nada mejor que desengañar y
resistir, plantear las condiciones para el desilusionamiento y el
desengañamiento reales. Lo demás se juega en la lucha. Donde las
armas de la crítica ya no pueden prescindir de la crítica de las armas.
Donde la teoría se vuelve práctica. Y el pensamiento, estrategia”68.

El trabajo y la teoría
Si para Clausewitz fueron las guerras napoléonicas las que le
permitieron avanzar en su teorización de la guerra, ¿cuál es el
“hecho histórico” que permite avanzar a Marx y transfigurar
radicalmente la ciencia alemana? Dijimos que si una relación podía
establecerse entre Clausewitz y el marxismo era el interés por una
teoría de la práctica: guerra y revolución. Pero fue también una
preocupación del pensamiento alemán de la época una práctica
específica que constituía el fundamento de la sociedad capitalista: el
trabajo. El siglo XIX encontrará a un pensamiento alemán
preocupado por la subjetividad y las capacidades creativas del
hombre no sólo en el terreno estético sino en un marco de un

68 Bensaïd, op. cit., p. 342.

38
• Ariane Díaz •

sistema social que producía lo contrario: la alienación en una práctica


laboral que reducía a los hombres a movimientos mecánicos o,
como diría más adelante Marx en El capital, a ser los apéndices de la
maquinaria.
Este problema tuvo repercusiones políticas en los distintos
agrupamientos intelectuales de las primeras décadas del siglo XIX, y
cobraría también estatus filosófico. El ejemplo más destacado es el
de Hegel, que en 1807 dedica un tramo central de su Fenomenología
del Espíritu a la “dialéctica del amo y el esclavo”, donde la lucha a
muerte entre dos conciencias enfrentadas se define justamente por
su relación con el trabajo. En la conceptualización que hace
Clausewitz del “propósito de desarmar al enemigo” como acción
recíproca donde, mientras no haya derrotado a mi enemigo, debo
temer ser derrotado por él, parece resonar este tipo de relación. Esta
dialéctica sería algo a lo que Marx prestaría gran atención casi cuatro
décadas después en sus Manuscritos de 1844. También en ese año
un joven Engels describiría en La situación de la clase obrera en
Inglaterra los padecimientos de la clase obrera en la moderna e
industrialmente avanzada Manchester.
Ya hacia la década de 1840, mientras el Estado prusiano
promovía en sus cátedras universitarias una lectura de Hegel que
servía de justificación moral al absolutismo, en el hegelianismo de
izquierda se desarrollaría una nueva concepción política y teórica que
tendría al trabajo como su eje. Trabajo ya no entendido sólo como
síntoma de la decadencia social que caracterizara al romanticismo, ni
como fenómeno de análisis sociológico de la sociedad capitalista
como en la moderna economía política inglesa, ni como problema
filosófico o antropológico tal como lo trataran las distintas
tendencias del idealismo alemán, sino sobre todo como productor
de un sujeto político que tiene la potencialidad de ser el sepulturero
de esa misma sociedad que lo engendra. Las “Tesis sobre
Feruerbach” y La ideología alemana, de ese período, son a la vez la
revisión crítica de la ciencia alemana que los antecede como los
puntales de la nueva concepción forjada por los fundadores del
marxismo.
Pero en la disputa entablada con el hegelianismo de izquierda,
incluso con el socialismo utópico francés, no debe hacer perder de

39
• El Estado prusiano y la ciencia alemana •

vista que el desarrollo de la teoría marxista estuvo estrechamente


relacionado a la realidad de la lucha de clases de la época, más
precisamente, a las irrupciones en la escena de distintas luchas
obreras que desafiaban las condiciones a que quería sometérsela, así
como a las nuevas organizaciones que de la misma clase surgían y se
coordinaban. Marx esbozó sus primeras conceptualizaciones sobre
el Estado en los escritos sobre el robo de leña, que revelaban el
posicionamiento político del Estado a favor de las clases
propietarias. En los análisis del mismo período de la Manchester
industrial que conociera Engels de la mano de una trabajadora
inmigrante irlandesa, hasta la planificación urbana de la ciudad-
factoría muestra ser un enorme terreno de batalla entre clases. La
concentración de esa “guerra de clases” que se extendía por Europa
lo haría pronosticar una revolución que haría ver a la Revolución
francesa como “un juego de niños”. Marx, en una carta a Feuerbach
de 1844, aún le reconoce a éste ser el padre del socialismo, pero a
propósito de las reuniones en las que participan obreros franceses,
ingleses y alemanes, declara que “la historia va alumbrando ya entre
estos ‘bárbaros’ de nuestra sociedad civilizada el elemento práctico
para la emancipación del hombre”, y lo contrapone a la corriente
“crítica” alemana del tipo de Bauer que se considera a sí misma
como “el único elemento activo en la historia” que se confronta a
toda la humanidad como “una masa inerte”69. Pronto arreglará
cuentas con el mismo Feuerbach caracterizando a su materialismo
como pasivo también.
Si esta relación con la situación de la clase obrera llevó a Marx y a
Engels a denunciar que las consecuencias de la sociedad capitalista
para los trabajadores eran inéditamente crudas, no consideraron a la
clase obrera sólo en su condición de objeto de explotación del
capital, sino en sus posibilidades como sujeto revolucionario que
emergían precisamente de esas condiciones; una clase que daba sus
primeros pasos en forjarse como fuerza política dispuesta a
intervenir malogrando los planes de una burguesía que avanzaba por
Europa y el mundo. Para esa clase que pronto mostraría su

69 Karl Marx, “Carta de Marx a Ludwig Feuerbach”, Escritos de juventud, México,
FCE, 1982, p. 680/1.

40
• Ariane Díaz •

peligrosidad en la “Primavera de los pueblos”, Marx y Engels


escribirían, a pedido de la Primera Internacional, el Manifiesto
Comunista, llamando a la clase obrera a unirse más allá de las
diferenciaciones nacionales contra el enemigo común burgués.
Entretanto, la práctica de la lucha de clases había enriquecido, y
forjado, su teoría. A pesar de la alienación a que los somete el
capital, a pesar de las condiciones en que los obliga a vivir, Marx y
Engels confían en las capacidades no sólo destructivas de la clase
respecto a la sociedad burguesa, sino también constructivas y
creativas respecto a una nueva forma de organización social que
acabara con la explotación; aquello que los lleva a declarar en el
Manifiesto que “la revolución será obra de los trabajadores mismos”,
es a la vez la “premisa” de la realidad que no puede separarse de su
teoría y del trabajo intelectual que conforma sus concepciones
teóricas y políticas.

Teoría y práctica
Clausewitz y Marx comparten, efectivamente, una serie de
herramientas y preocupaciones con las generaciones de pensadores
alemanes de principios del siglo XIX. Pero también es en ese
interregno que se manifestarían abruptamente muchas de las
novedades que el cambio de época traía; el pensamiento de Marx,
aun haciendo uso de mucho de esa tradición, significaría una
discontinuidad no sólo en posicionamientos políticos radicalmente
opuestos a los de los pensadores previos, sino en las consideraciones
teóricas y metodológicas que aborda. Pero es cierto que en la
consideración de la teoría en relación a la práctica Clausewitz apunta
a uno de los núcleos estratégicos para la tradición del marxismo
revolucionario. Por un lado, Marx se nutrió de las novedosas
prácticas que se desarrollaban en su época, en especial la lucha
creciente del movimiento obrero y sus intentos de organización, sin
la cual no podría haber desarrollado su teoría. Pero a la vez, estos
desarrollos teóricos le permitieron sentar las bases de una práctica
política que, en sus circunstancias respectivas a las que tuvieron que
dar respuesta, enriquecieron las generaciones de revolucionarios que
lo siguieron.

41
• El Estado prusiano y la ciencia alemana •

Los marxistas revolucionarios han apelado en muchos casos a


una definición de la teoría como “guía para la acción”, no en el
sentido de un pragmatismo politicista que ofrezca una teoría para
cada acción a tomar, ni una teoría abstracta en la que encajar las
novedades históricas, sino en el mismo sentido que Clausewitz: la
teoría no será un lugar de donde tomar recetas aplicables a toda
situación, sino un desarrollo que pueda servir de “puente” entre la
práctica previa y la actual y futura.
La definición de puente es de Trotsky, discutiendo la lectura que
hacía Stalin de las diferencias entre marxismo y leninismo alrededor
de sus respectivas prácticas teóricas y políticas. En ese trance,
Trotsky distingue al marxismo tanto del idealismo de las distintas
versiones de la “teoría de los factores”70, como del empirismo que
no puede ir más allá de un “civismo teórico que, simplemente, hace
algunas comisiones para las tareas prácticas del día”71.
Trotsky reconoce, como primer elemento indiscutible, la
primacía de la práctica por sobre la teoría, en el sentido de que es en
ella en que se engendra y a ella a la que intenta generalizar. Pero
señalar el carácter histórico de la teoría –en concreto, la diferencia
entre la época del librecambio en que se forjó la teoría marxista y la
etapa imperialista que ponía a la orden la revolución proletaria en la
que actuó Lenin–, no podía significar considerarla un mero reflejo, al
modo empirista, de las condiciones en que se desarrolla. Al igual que
Clausewitz, insiste en que la relación entre teoría y práctica no puede
considerarse en modo lineal:

Ser guiado por la teoría es ser guiado por generalizaciones


basadas en toda la experiencia práctica anterior de la
humanidad, con el fin de poder pautar, con el mayor éxito
posible, uno u otro problema práctico de hoy. De ese modo, a
través de la teoría, descubrimos precisamente la primacía de la


70 Trotsky traza un paralelo entre la práctica burocrática y la teoría de los factores, y
retoma las concepciones que había aprendido de Labriola para criticarlo en el terreno
teórico (León Trotsky, “Tendencias filosóficas del burocratismo”, Escritos filosóficos,
Bs. As., CEIP, 2004).
71 Ibídem, op. cit., p. 173.

42
• Ariane Díaz •

práctica en su conjunto sobre los aspectos particulares de la


práctica”72.

Lo que distingue al marxismo es no sólo haber analizado las


determinaciones profundas del sistema capitalista, sino haberse
“anticipado” en la formulación de sus posibilidades, a la era de la
revolución proletaria. Y en ese sentido también, formar a aquellos
que “estén a la altura de las tareas prácticas del porvenir”. En ese
marco, Trotsky definirá los desarrollos teóricos de Marx y Lenin, y
su relación con los fenómenos históricos, utilizando términos
“militares” que bien podrían compararse con las definiciones hechas
por Clausewitz:

El lazo entre la teoría y la práctica corriente se hace a través de


la táctica. La teoría, al contrario de lo que dice Stalin, no toma
forma en alianza inseparable con la práctica corriente. Se eleva
por encima de ella y no es más que por eso que tiene la
capacidad de dirigir una táctica indicando, además de las tareas
actuales, los puntos de referencia en el pasado y las
perspectivas para el porvenir. […] Si bien el marxismo, que ha
aparecido en un período prerrevolucionario no es de ningún
modo una teoría “prerrevolucionaria” sino, al contrario, se ha
elevado por encima de su propia época para convertirse en
una teoría de la revolución proletaria, entonces la táctica –es
decir, la aplicación del marxismo a las condiciones específicas
del combate– por su esencia misma, no puede elevarse por
encima de su propia época, es decir, por encima de la madurez
de las condiciones objetivas. Desde el punto de vista de la
táctica –sería más exacto decir, desde el punto de vista de la
estrategia revolucionaria–, la actividad de Lenin difiere
enormemente de la de Marx y los primeros discípulos de
Marx, exactamente como la época de Lenin difiere con la de
Marx73.


72 Ibídem, p. 162.
73 Ibídem, p. 174.

43
• El Estado prusiano y la ciencia alemana •

Es decir que si la teoría está históricamente determinada, ello no


significa que se deriva de forma directa de la práctica corriente, y por
otro lado, que tampoco puede considerarse mera auxiliar respecto a
la actividad práctica. La tradición marxista revolucionaria otorgará a
la teoría un lugar destacado en su práctica política, a la vez que
buscará que esta teoría no pierda su lazo con sus objetivos
estratégicos. En ese sentido, es acertada la definición que traza
Anderson entre los desarrollos teóricos del marxismo occidental y
sus variantes posteriores como una “miseria de la estrategia” que no
podía más que afectar a la teoría misma.
Clausewitz se acercó a los problemas de la teoría con el objetivo
de dar cuenta del “arte de la guerra”. Marx entendió la teoría no sólo
como explicación y análisis de lo existente sino también, como
prefiguración de una práctica capaz de forjar lo posible. No es casual
que Trotsky apele a los términos de la práctica militar para dar
cuenta del núcleo teoría/práctica en el marxismo ni que, en lo que
también podría considerarse un paralelo con la definición de “arte”,
utilice nociones como “inspiración” o “imaginación” para dar cuenta
del momento en que “la teoría se convierte en poder material” al
prender en las masas74, y del lugar de Lenin:

La conciencia teórica más elevada que se tiene de una época


en un determinado momento, se fusiona con la acción directa
de las capas más profundas de las masas oprimidas alejadas de
toda teoría. La fusión creadora de lo consciente con lo
inconsciente es lo que se llama comúnmente inspiración. La
revolución es un momento de impetuosa inspiración en la
historia. […] Para poder dirigir estos trabajos había que tener,
aparte de otras cualidades, una capacidad gigantesca de
imaginación creadora. Una de las facultades más valiosas de
este talento de representación es la de imaginarse a los
hombres, a las cosas y los hechos tal como son en realidad,
aun sin haberlos visto nunca. Saber utilizar todas las
experiencias de vida y las bases teóricas, unir los pequeños

74 Karl Marx, “En torno a la Crítica de la Filosofía del Derecho”, Escritos de juventud,
op. cit., p. 497.

44
• Ariane Díaz •

rasgos distintivos, tomados al vuelo, completándolos según las


leyes todavía no formuladas de coincidencia y probabilidad, y
de este modo hacer brotar, con todo su relieve concreto, un
determinado sector de la vida humana: esta es la imaginación,
sin la que no puede concebirse un legislador, un
administrador, ni un líder, sobre todo en una época
revolucionaria. Esta imaginación realista era el gran fuerte de
Lenin75.


75 León Trotsky, Mi vida, Bs. As., IPS-CEIP, 2012, p. 349 a 358.

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