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EVANGELII GAUDIUM

LA MUNDANIDAD ESPIRITUAL EN LA IGLESIA:


UN PROBLEMA PARA LA EVANGELIZACIÓN

Angel Hernández Bravo


4ºCCRR - UNIVERSIDAD SAN DÁMASO - ENERO 2018
Introducción

El 23 de noviembre de 2013 el Santo Padre Francisco publicó Evangelii gaudium ( La


alegría del Evangelio) que fue su primera exhortación apostólica tras el cierre del Año de la
Fe como fruto de la reunión del Sínodo de los Obispos en la XIII Asamblea General Ordinaria
sobre «La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana».

El Papa Francisco realiza en esta Exhortación un discernimiento de espíritus como buen


jesuita que sigue la metodología ignaciana y la aplica a discernir cuidadosamente la
situación actual de la evangelzación planteada como misión esencial y constitutiva de la
Iglesia.

Para entender bien el razonamiento de Bergoglio a propósito de la mundanidad espiritual


hay que entender un poco que es el discernimiento de espíritus según la espiritualidad
ignaciana que se plasma en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. El
discernimiento de espíritus es un proceso cuyo fin es elegir, en oración, entre caminos posibles,
solamente lo que más conduce al servicio del Reino de Cristo, y a nuestra salvación. El
discernimiento supone el Principio y Fundamento ignaciano, es decir:

“alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su ánima; y las
otras cosas sobre la haz de la tierra son creadas para el hombre y para que le ayuden en la
prosecución del fin para que es criado” (EE.EE).

Bergoglio analiza cuidadosamente los síntomas que percibe en el interior de la Iglesia y


sus miembros y discierne lo que realmente “sirve” a la misión de Cristo en el Espíritu que
nosotros, como Iglesia, somos llamados a compartir. Y discierne que hay muchas cosas
proceden del espíritu del mundo (del maligno, usando un lenguaje quizá de otro tiempo),
pero también discierne el camino correcto.

Aunque la evangelización siempre requerirá un anuncio explícito para “dar razón de nuestra
fe” , el primer paso siempre será el testimonio de los miembros de la Iglesia, un testimonio
de una Iglesia en salida a la búsqueda del hombre, pero ¿cómo dar testimonio si se
cae en la tentación de reflejar mas al mundo que a Jesucristo? . Es más, el testimonio
solo es verdadero si responde a una actitud de ser frente al hacer y el aparentar. Solo se
puede hacer presente a Jesucristo siendo un discípulo de Cristo.

La Iglesia actúa por que “es” mas que por su “hacer”. En realidad, su “hacer” es una
expresión de su “ser”. Y este “ser” es fundamentalmente una participación de la comunión
trinitaria. La iglesia es un Sacramento Universal de Salvación, y la Iglesiá evangeliza
porque es: por el ser de la Iglesia, por lo que refleja de la vida interior y misión de la
Trinidad. Igualmente los miembros de la Iglesia son miembros de eses Sacramento
Universal de Salvación. Tambien podemos expresarlo como que el “ser” de la Iglesia y
delos cristianos es una participación de la gracia (es decir del Ser de Cristo: somos una
representación apostólica del Ser de Cristo).

La Exhortación se dirige a los fieles cristianos para invitarles a una nueva etapa evangelizadora
marcada por la alegría y para indicar los caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos
años. La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida de los que se dejan salvar por Él y
son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior y del aislamiento (EG1)

Esta alegría es clave para evangelizar porque además de ser una característica esencial
del Evangelio, es lo mejor que podemos ofrecer a los hombres en estos tiempos de
grandes ofertas de pseudofelicidad (EG2). El mundo actual, con su consumismo degenera en
una tristeza individualista que “brota del corazón cómodo y avaro” , y la vida interior , las
ganas de hacer el bien , desaparecen . Ya no “es” la vida en el Espíritu que brota del corazón
de Cristo resucitado. Se cae en una vida virtual en la que muy a menudo solo aparentamos,
o somos pasivos o hacemos un mero seguidismo de la jerarquía.

La exhortación pide a los cristianos, al Pueblo de Dios, renovar su encuentro personal con
Jesucristo (EG3). Desde la identidad de cristianos, desde el ser uno con Cristo,
encontramos el fundamento de nuestra misión evangelizadora. Si nos hacemos uno con
Cristo, entendemos la misión porque el Reino de Dios que anunciamos es el mismo
Jesucristo. No es una experiencia espiritual, no es una ideología, no es una promesa
abstracta ni un método de autorealización: es Jesucristo, el camino, la verdad y la vida. En
Él seremos libres y descubriremos la verdadera alegría . Todos están llamados a esta
alegría del Evangelio, todos son llamados a la santidad: “sed santos como Yo soy santo”.
Pero ¿para que?. Para testimoniar la santidad de Dios ante los pueblos. Es una santidad
llamada a la misión, que se vive en medio de la alegría, que está en medio de las pequeñas
cosas de la vida cotidiana. La evangelización se juega en la santidad de los cristianos, en
el “ser” santo de los cristianos.

Nuestra alegría cristiana bebe de la fuente del corazón rebosante de Jesucristo y como el
eunuco del Evangelio, apenas bautizado, «seguiremos gozosos su camino» (Jn8,39) con una
alegría sencilla, porque estamos unidos a Él como instrumentos de su misión. Aceptar ser
instrumento y no protagonista no es fácil y está sujeto a infinidad de tentaciones, pero es
la clave del Reino y la clave de una evangelización bien hecha.

Alegría del mundo, alegría del Reino

Algo le pasa al hombre de hoy que arrastra una pesada losa de desdicha: solo hay que
mirar las caras de la gente que va en el metro a su trabajo o a sus casas, metidos en
sus asuntos, aislados, con el gesto apesadumbrado. Tambien muchos cristianos arrastran
esa losa viviendo su fe como una Cuaresma sin Pascua (EG6). Es una tentación
mundana que aparece bajo la forma de excusas e innumerables condicionantes para que
sea posible la alegría, en esta sociedad tecnológica y post-post-moderna que ha logrado
multiplicar las ocasiones de placer y de evasión, pero que no engendrar la alegría (GiD8,
EG6).

La alegría del mundo parece ser de cartón piedra y solo superficialmente nos da la felicidad.
Parece que l a autoreferencialidad nos lleva al individualismo y al aislamiento, y nos
abandona luego a nuestra suerte. El peligro es grande pues esa alegría ficticia del mundo
empieza a contagiar a la misma Iglesia.
Hay testimonios de desapego a la riqueza y a la vanagloria “con un corazón creyente,
desprendido y sencillo que generan la alegría que bebe en la fuente del amor siempre más
grande de Dios que se nos manifestó en Jesucristo” (EG7). Es en la persona de Jesucristo
donde se encuentra la alegría profunda: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética
o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un
nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DCE1). Se trata de algo
relacional, pues este encuentro se convierte en una amistad que nos rescata , somos
rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad. Llegamos a ser
plenamente humanos cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos
para alcanzar nuestro ser más verdadero.

Se trata de vivir en un nivel superior pues la vida se acrecienta dándola y se debilita en el


aislamiento y la comodidad y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Es
la dulce y confortadora alegría de evangelizar, para que el mundo actual, que busca la
verdadera felicidad sin encontrarla o conformándose con sucedaneos, pueda recibir la Buena
Nueva a través de ministros del Evangelio que han recibido en sí mismos la alegría de Cristo
(EG10).

En realidad existe una pugna entre la débil alegría del mundo y la profunda alegría del
Reino de Dios, y, sin embargo, la primera parece contagiar a veces a los que trabajan
por el Reino.

Dice el Papa Francisco que no se puede analizar este asunto de una manera puramente
sociológica sino que es imperativo un discernimiento evangélico desde la mirada del discípulo
misionero que permita vigilante capacidad de estudiar los signos de los tiempos: es necesario
esclarecer aquello que pueda ser un fruto del Reino y también aquello que atenta contra el
proyecto de Dios. Esto implica no sólo reconocer e interpretar las mociones del buen espíritu
y del malo, sino elegir las del buen espíritu y rechazar las del malo. (EN51)

Es importante ver los avances que han mejorado el bienestar de la gente, pero al mismo
tiempo hay muchos que viven precariamente el día a día, lo que genera miedo y
desesperación. La alegría de vivir frecuentemente se apaga, la falta de respeto y la violencia
crecen, la desigualdad cada vez parece aumentar(EG52) . Además, estamos en la era del
conocimiento y la información, pero aun siendo positivo, se trata de una fuente de nuevas
formas de poder muchas veces anónimo y manipulador..

La exhortación dice que hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la
inequidad» (EG53) donde todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más
fuerte. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar
y luego tirar. Impera la cultura del descarte; no es ya explotación como en tiempos pasado
sino que se trata de exclusión; una alienación todavía mas profunda del ser humano.

En el contexto del mundo, se defiende, a veces ingenuamente, a veces cínicamente, la cultura


del “derrame”, la cual supone que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de
mercado, logra provocar por sí mismo mayor igualdad e inclusión social en el mundo. Es una
concepción tan falsa como el propio optimismo y alegría mundanos. Sin embargo, cada
vez hay mas exluidos y para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros se ha
desarrollado una globalización de la indiferencia qe nos hace incapaces de compadecernos
ante los clamores de los otros. La cultura del bienestar nos anestesia y pero genera ansiedad
si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado (EG54). Se trata de la idolatría del
dinero, del dios Mamon, la cual aceptamos pacíficamente y la traducimos en su predominio
sobre nosotros y nuestras sociedades.

Tras esta actitud está el rechazo de la ética y el rechazo de Dios, cosas consideradas
demasiado humanas, porque relativizan el dinero y el poder y condenan la manipulación y la
degradación de la persona (EG57).

“En la cultura predominante, el primer lugar está ocupado por lo exterior, lo inmediato, lo visible,
lo rápido, lo superficial, lo provisorio. Lo real cede el lugar a la apariencia” (EG62), y el proceso
de secularización tiende a reducir la fe y la Iglesia al ámbito de lo privado y de lo íntimo,
negando toda trascendencia y un progresivo aumento del relativismo, que generan una
desorientación generalizada. Y frente a todo ello se presentan todos los que trabajan en la
Iglesia participando en construir el Reino de Dios: cuántos cristianos dan la vida por amor,
ayudando a tanta gente con alegría. Ese testimonio me hace mucho bien y me sostiene en mi
propio deseo de superar el egoísmo para entregarme más.

Pero como personas con esta doble pertenencia al mundo y a la Iglesia, nos vemos
afectados por el contagio de la cultura globalizada actual que, teniendo tantas cosas valiosas,
también puede condicionarnos e incluso enfermarnos (EG77).

Mundanidad en los estilos de vida cristianos

Muchos cristianos, incluso clérigos y consagrados, tienen una preocupación creciente por los
espacios personales de autonomía y de espacio vital, lo cual lleva a vivir la vida cristiana y las
tareas evangelizadoras como un mero apéndice de la vida. Se vive en compartimentos
estancos cuando no una doble vida .

Al mismo tiempo, se desacopla la vida espiritual del encuentro con los otros, con el
compromiso en el mundo y con la acción evangelizadora. En esta vida de compartimentos
estancos muchos cristianos, agentes de pastoral, pueden tener una vida de oración que
desde fuera aparece como profunda pero que dentro tiene al menos tres problemas que se
realimentan entre si:

• Individualismo
• Crisis de identidad
• Caída del fervor y vida interior.

Puesto que la cultura actual, mediática e intelectualoide, desprecia todo lo que venga de la
Iglesia se produce en sus miembros un complejo de inferioridad que les lleva a:

“relativizar u ocultar su identidad cristiana y sus convicciones y se produce un círculo vicioso,


porque así no son felices con lo que son y con lo que hacen, no se sienten identificados con
su misión evangelizadora, y esto debilita la entrega” (EN79)
La alegría misionera queda ahogada en la tendencia obsesiva a ser como todos y las tareas
evangelizadoras se vuelven artificiales y producen hastío. Justo la misma sensación de falsa
felicidad mundana. Resulta que el mundo que íbamos a evangelizar nos está mundanizando
a los miembros de la Iglesia.

El Papa Francisco habla de un relativismo, no doctrinal como el que indicaba Benedicto


XVI, sino vital y existencial que es más peligros que aquel . Se desarrolla en los agentes
de pastoral, más allá del estilo espiritual o la línea de pensamiento que puedan tener. Tiene
que ver con las opciones profundas que determinan la forma de vivir. Se trata de un
relativismo práctico que consiste en “actuar como si Dios no existiera, decidir como si los
pobres no existieran, soñar como si los demás no existieran, trabajar como si quienes no
recibieron el anuncio no existieran “ (EG80).

Ocurre que personas dentro de la Iglesia, con sólidos fundamentos doctrinales y espirituales
llevan un estilo de vida que se afferra a seguridades económicas, al poder, al prestigio, es
decir, lo que el papa Francisco llama la gloria humana. Poco a poco se va perdiendo la
capacidad de dar la vida por los demás en la misión y se apaga el entusiasmo misionero
dando paso a una “acedia egoísta” que es un cáncer para la Iglesia. La acedía desemboca
en pesimismo y en lo que el Papa llama “psicología de la tumba”, con su lenguaje
siempre tan descriptivo.

La respuesta debe ser el mirar a esos problemas, esas miserias y deficiencias, frutos del
pecado, como como desafíos para crecer, desafios en los que la mirada creyente sea capaz
de reconocer la luz que siempre derrama el Espíritu Santo en medio de la oscuridad, sin olvidar
que «donde abundó el pecado sobreabundó la gracia» (Rm 5,20) (EG84) . No se trata de
dar paso a un optimismo ingenuo sino de mirar los signos de los tiempos con un realismo
apropiado, profético, a la luz de la fuerza del Espíritu y en la confianza de la Providencia
cuyos planes desconocemos pero que nos llevan al mayor bien de la Iglesia .

Un ejemplo demostrativo de la mundaneidad con la que se mueven muchos miembros de


la Iglesia es la conciencia de derrota. Seguramente esta sociedad competitiva y alientante
del individuo, que premia los resultados y olvida el verdadero ser de los hombres, nos ha
grabado a fuego esa forma de afrontar los retos. Esta sociedad nos dice: se fuerte pues
solo los fuertes tienen éxito, mientras que Cristo dice: “Te basta mi gracia, porque mi fuerza
se manifiesta en la debilidad” (2 Co 12,9). No significa que no nos preparemos, nos formemos
o nos pongamos metas, pero la referencia no es ser mas fuertes, mas exitosos; la referencia
es el Reino de Dios, y en el camino está el desierto y la Cruz: “El triunfo cristiano es siempre
una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una
ternura combativa ante los embates del mal. “ (EG85).

Nuestros contemporáneos viven en un desierto de Dios, tienen sed espiritual, los


ambientes en los que vivimos son áridos y hostiles, y lo que hacen falta no son
evangelizadores que se miren el ombligo de su pequeña gloria personal o su espacio
vital, sino hombres que renuncien a si mismos superando el egoismo para guiar a los otros
a la Tierra Prometida.

Para superar el egoísmo mundano hay que fijarse en Jesucristo, cuya misión
encomendada por el Padre en el Espíritu, refleja un diálogo relacional entre ellos y con los
hombres. En una sociedad en la que los instrumentos de la comunicación humana han
alcanzado niveles impensables hace tiempo resulta que triunfa el individualismo mas atroz.
Dice el Papa que “descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de
encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo
caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana
solidaria, en una santa peregrinación” (E87). La clave está en “el método relacional” de Jesús,
que saca a las personas de su individualismo y la desconfianza en el otro. El mandamiento
más importante, “amarás a Diós sobre todas las cosas y al prójimo”, significa que amarás
a tus hermanos los hombres, que te acercarás a ellos. No es un enunciado abstracto;
significa que debes ir al encuentro de los hemanos.

La mundaneidad se expresa pues en el aislamiento, el inmanentismo, en una falsa autonomía


que a muchos les lleva a excluir a Dios, pero que también a muchos cristianos les lleva a
encontrar en lo religioso “una forma de consumismo espiritual a la medida de su individualismo
enfermizo” (EG89). Un espiritualismo desencarnado no es lo que nos enseña Jesucristo.
El Evangelio requiere de relaciones personales, de buscar el rostro del otro, de quedar
comprometido en el encuentro.´

Si no se muestra el Evangelio de esa manera, infinidad de personas que están volviendo


a la búsqueda espiritual y a lo sagrado, a la sed de Dios en suma, acabarán apagando
su sed en cualquier propuesta lejos de la plenitud de Jesucristo. Por lo tanto, la
evangelización debe partir de la relación personal y el compromiso estable con el otro
descubriendo el rostro de Cristo en ellos. De esta manera construiremos comunidad que
sea realmente fermento del Reino y que nos permita sanarnos de la mundanización que
amenaza a la Iglesia: “Allí está la verdadera sanación, ya que el modo de relacionarnos con
los demás que realmente nos sana en lugar de enfermarnos es una fraternidad mística,
contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo, que sabe descubrir a Dios en
cada ser humano, que sabe tolerar las molestias de la convivencia aferrándose al amor de
Dios, que sabe abrir el corazón al amor divino para buscar la felicidad de los demás como la
busca su Padre bueno (EG92).

El gran problema: la mundanidad espiritual

El papa Francisco indica en la Exhortación Evangelii Gaudium que la mayor tentación a


evitar en la Iglesia y en su acción de evangelización es la mundanidad espiritual. Se trata
de una mundanidad mucho mas perniciosa que otras mundanidades de tipo moral. La
mundanidad espiritual es buscar la gloria humana y el bienestar personal en lugar de la
gloria del Señor, es decir, buscar los propios intereses y no los de Cristo Jesús. Lo peor de
esta actitud es que puede coexistir perfectamente con una apariente religiosidad e incluso
con el amor a la Iglesia, y a menudo no “conecta con pecados públicos de manera que
por fuera todo parece correcto (EG93).

Esta mundanidad esta asociada a dos tipos de comportamientos que están muy
emparentados:
• Uno es lo que el Papa Bergoglio llama la fascinación del gnosticismo, es decir, fundamentar
todo en base a una experiencia subjetiva y racional que busca solamante la satisfacción
intelectual y sentimental sin compromiso alguno con los otros. Uno doctrina que no se
hace “carne”, que poco se diferencia de cualquier ideología.
• El otra es lo que él llama neopelagianismo autorreferencial y prometeico, es decir, la
confianza en las propias fuerzas y el sentimiento de superioridad por cumplir las normas,
alcanzando una falsa seguridad y complacencia: “Es una supuesta seguridad doctrinal o
disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar
lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia
se gastan las energías en controlar” (EG93)

Son ambas una manifestación de inmanentismo antropocéntrico que entorpecen e incluso


imposibilitan la acción evangelizadora pues , en el fondo, el objetivo no es Jesucristo, ni el
Reino de Dios, sino el propio interés. Si se analiza bien, es un comportamiento heredado
de los comportamientos mundanos de competitividad e individualismo que ya hemos
comentado.

Esta mundanidad, a veces tan sutil, se expresa de múltiples formas:

• A veces el un cuidado excesivo ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la


Iglesia, pero sin preocupar por que el Evangelio tenga una real inserción en el Pueblo fiel de
Dios
• O en una vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos
• También puede traducirse en diversas formas de mostrarse a sí mismo en una intensa vida
social llena de salidas, reuniones, cenas, recepci.
• O bien en un funcionalismo cargado de planificaciones y evaluaciones que ve ala glesia
como una organización. O muchas otras formas…

No hay fervor evangelizador sino mera autocomplacencia que alimenta la vanagloria de


quienes se conforman con tener algún poder o un momento de gloria o ser el centro de
atención o el protagonista. Nada que ver con lo que pidío Jesucristo a sus discípulos
cuando los envío a evangelizar haciendo discípulos en todos los pueblos. Echamos por tierra
“nuestra historia de Iglesia, que es gloriosa por ser historia de sacrificios, de esperanza, de
lucha cotidiana, de vida deshilachada en el servicio, de constancia en el trabajo que cansa”
(EG96).

Bajo esta mundanidad espiritual se planifica y se teoriza simulando ser maestros


espirituales con aureola de santidad. Dicen lo que hay que hacer pero sin implicarse y
considean la Iglesia como otro campo más de actividad mercatilizada al estido de otras
realidades mundanas.

Desde esta mundanidad se mira todo con aire de superioridad y todo se maneja con
criterios y formas de relación mundanas, de forma similar a como aparecen tensiones
entre “trepas” en cualquier empresa o cualquier despacho de nuestras ciudades. El Papa
ha dicho en varias ocasiones que la Iglesia no es sitio para hacer carrera sino que es un
sitio para servir.

Cuántas guerras genera esta actitud mundana disfrazada de apariencia espiritual y


santurrona. Envidias y celos que arruinan la pertenencia cordial a la Iglesia por alimentar un
espíritu de intereses particulares sutilmente camuflados.

En el evangelio Jesús tiene duras palabras contra los escribas que se beneficiaban de lo
religioso bajo “ropajes espirituales”, devorando los bienes de la viudas so pretexto de ‘largos
rezos’: “Guárdense de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje y quieren ser
saludados en las plazas, ocupar de los primeros asientos en las sinagogas, y los primeros
puestos en los banquetes; y que devoran los bienes de las viudas, bajo pretexto de largas
oraciones. Éstos tendrán una sentencia más rigurosa” (Lc 20, 46-47). Se trata de una
perversión de lo religioso, que no queda lejos de otras formas más sutiles pero no menos
dañinas y que son demaseado frecuentes en el interior de la Iglesia de hoy.
¿Cómo se supera esto?

¿Cómo curar esta mundanidad? Dice el Papa que se cura “saliendo al aire puro del
Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una
apariencia religiosa vacía de Dios” (EG97). Para evitarla hay que ponerse en “salida”,
hay que centrarse en la misión que nos encomendó Jesucristo y que compartimos con Él,
en el Espíritu.

Es decir, hay que volver a examinar cual es la naturaleza de la misión evangelizadora de


la Iglesia la cual no es una tarea centrada en nosotros y en nuestro “hacer”, nuestra
inteligencia y valía, sino que se trata de “ser” instrumento que se ponen al servicio de una
misión que surge de la vida trinitaria; de la misión que el Padre encomienda al Hijo en el
Espíritu. El Espíritu Santo desborda y primerea nuestra misión, esto es, trabaja
anticipadamente sobre los hombres: no tenemos nada de lo que vanagloriarnos, pues
nuestra pobreza y nuestra alegría verdadera es SER INSTRUMENTOS EN MANOS DE ÉL.

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