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“alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su ánima; y las
otras cosas sobre la haz de la tierra son creadas para el hombre y para que le ayuden en la
prosecución del fin para que es criado” (EE.EE).
Aunque la evangelización siempre requerirá un anuncio explícito para “dar razón de nuestra
fe” , el primer paso siempre será el testimonio de los miembros de la Iglesia, un testimonio
de una Iglesia en salida a la búsqueda del hombre, pero ¿cómo dar testimonio si se
cae en la tentación de reflejar mas al mundo que a Jesucristo? . Es más, el testimonio
solo es verdadero si responde a una actitud de ser frente al hacer y el aparentar. Solo se
puede hacer presente a Jesucristo siendo un discípulo de Cristo.
La Iglesia actúa por que “es” mas que por su “hacer”. En realidad, su “hacer” es una
expresión de su “ser”. Y este “ser” es fundamentalmente una participación de la comunión
trinitaria. La iglesia es un Sacramento Universal de Salvación, y la Iglesiá evangeliza
porque es: por el ser de la Iglesia, por lo que refleja de la vida interior y misión de la
Trinidad. Igualmente los miembros de la Iglesia son miembros de eses Sacramento
Universal de Salvación. Tambien podemos expresarlo como que el “ser” de la Iglesia y
delos cristianos es una participación de la gracia (es decir del Ser de Cristo: somos una
representación apostólica del Ser de Cristo).
La Exhortación se dirige a los fieles cristianos para invitarles a una nueva etapa evangelizadora
marcada por la alegría y para indicar los caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos
años. La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida de los que se dejan salvar por Él y
son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior y del aislamiento (EG1)
Esta alegría es clave para evangelizar porque además de ser una característica esencial
del Evangelio, es lo mejor que podemos ofrecer a los hombres en estos tiempos de
grandes ofertas de pseudofelicidad (EG2). El mundo actual, con su consumismo degenera en
una tristeza individualista que “brota del corazón cómodo y avaro” , y la vida interior , las
ganas de hacer el bien , desaparecen . Ya no “es” la vida en el Espíritu que brota del corazón
de Cristo resucitado. Se cae en una vida virtual en la que muy a menudo solo aparentamos,
o somos pasivos o hacemos un mero seguidismo de la jerarquía.
La exhortación pide a los cristianos, al Pueblo de Dios, renovar su encuentro personal con
Jesucristo (EG3). Desde la identidad de cristianos, desde el ser uno con Cristo,
encontramos el fundamento de nuestra misión evangelizadora. Si nos hacemos uno con
Cristo, entendemos la misión porque el Reino de Dios que anunciamos es el mismo
Jesucristo. No es una experiencia espiritual, no es una ideología, no es una promesa
abstracta ni un método de autorealización: es Jesucristo, el camino, la verdad y la vida. En
Él seremos libres y descubriremos la verdadera alegría . Todos están llamados a esta
alegría del Evangelio, todos son llamados a la santidad: “sed santos como Yo soy santo”.
Pero ¿para que?. Para testimoniar la santidad de Dios ante los pueblos. Es una santidad
llamada a la misión, que se vive en medio de la alegría, que está en medio de las pequeñas
cosas de la vida cotidiana. La evangelización se juega en la santidad de los cristianos, en
el “ser” santo de los cristianos.
Nuestra alegría cristiana bebe de la fuente del corazón rebosante de Jesucristo y como el
eunuco del Evangelio, apenas bautizado, «seguiremos gozosos su camino» (Jn8,39) con una
alegría sencilla, porque estamos unidos a Él como instrumentos de su misión. Aceptar ser
instrumento y no protagonista no es fácil y está sujeto a infinidad de tentaciones, pero es
la clave del Reino y la clave de una evangelización bien hecha.
Algo le pasa al hombre de hoy que arrastra una pesada losa de desdicha: solo hay que
mirar las caras de la gente que va en el metro a su trabajo o a sus casas, metidos en
sus asuntos, aislados, con el gesto apesadumbrado. Tambien muchos cristianos arrastran
esa losa viviendo su fe como una Cuaresma sin Pascua (EG6). Es una tentación
mundana que aparece bajo la forma de excusas e innumerables condicionantes para que
sea posible la alegría, en esta sociedad tecnológica y post-post-moderna que ha logrado
multiplicar las ocasiones de placer y de evasión, pero que no engendrar la alegría (GiD8,
EG6).
La alegría del mundo parece ser de cartón piedra y solo superficialmente nos da la felicidad.
Parece que l a autoreferencialidad nos lleva al individualismo y al aislamiento, y nos
abandona luego a nuestra suerte. El peligro es grande pues esa alegría ficticia del mundo
empieza a contagiar a la misma Iglesia.
Hay testimonios de desapego a la riqueza y a la vanagloria “con un corazón creyente,
desprendido y sencillo que generan la alegría que bebe en la fuente del amor siempre más
grande de Dios que se nos manifestó en Jesucristo” (EG7). Es en la persona de Jesucristo
donde se encuentra la alegría profunda: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética
o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un
nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DCE1). Se trata de algo
relacional, pues este encuentro se convierte en una amistad que nos rescata , somos
rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad. Llegamos a ser
plenamente humanos cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos
para alcanzar nuestro ser más verdadero.
En realidad existe una pugna entre la débil alegría del mundo y la profunda alegría del
Reino de Dios, y, sin embargo, la primera parece contagiar a veces a los que trabajan
por el Reino.
Dice el Papa Francisco que no se puede analizar este asunto de una manera puramente
sociológica sino que es imperativo un discernimiento evangélico desde la mirada del discípulo
misionero que permita vigilante capacidad de estudiar los signos de los tiempos: es necesario
esclarecer aquello que pueda ser un fruto del Reino y también aquello que atenta contra el
proyecto de Dios. Esto implica no sólo reconocer e interpretar las mociones del buen espíritu
y del malo, sino elegir las del buen espíritu y rechazar las del malo. (EN51)
Es importante ver los avances que han mejorado el bienestar de la gente, pero al mismo
tiempo hay muchos que viven precariamente el día a día, lo que genera miedo y
desesperación. La alegría de vivir frecuentemente se apaga, la falta de respeto y la violencia
crecen, la desigualdad cada vez parece aumentar(EG52) . Además, estamos en la era del
conocimiento y la información, pero aun siendo positivo, se trata de una fuente de nuevas
formas de poder muchas veces anónimo y manipulador..
La exhortación dice que hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la
inequidad» (EG53) donde todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más
fuerte. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar
y luego tirar. Impera la cultura del descarte; no es ya explotación como en tiempos pasado
sino que se trata de exclusión; una alienación todavía mas profunda del ser humano.
Tras esta actitud está el rechazo de la ética y el rechazo de Dios, cosas consideradas
demasiado humanas, porque relativizan el dinero y el poder y condenan la manipulación y la
degradación de la persona (EG57).
“En la cultura predominante, el primer lugar está ocupado por lo exterior, lo inmediato, lo visible,
lo rápido, lo superficial, lo provisorio. Lo real cede el lugar a la apariencia” (EG62), y el proceso
de secularización tiende a reducir la fe y la Iglesia al ámbito de lo privado y de lo íntimo,
negando toda trascendencia y un progresivo aumento del relativismo, que generan una
desorientación generalizada. Y frente a todo ello se presentan todos los que trabajan en la
Iglesia participando en construir el Reino de Dios: cuántos cristianos dan la vida por amor,
ayudando a tanta gente con alegría. Ese testimonio me hace mucho bien y me sostiene en mi
propio deseo de superar el egoísmo para entregarme más.
Pero como personas con esta doble pertenencia al mundo y a la Iglesia, nos vemos
afectados por el contagio de la cultura globalizada actual que, teniendo tantas cosas valiosas,
también puede condicionarnos e incluso enfermarnos (EG77).
Muchos cristianos, incluso clérigos y consagrados, tienen una preocupación creciente por los
espacios personales de autonomía y de espacio vital, lo cual lleva a vivir la vida cristiana y las
tareas evangelizadoras como un mero apéndice de la vida. Se vive en compartimentos
estancos cuando no una doble vida .
Al mismo tiempo, se desacopla la vida espiritual del encuentro con los otros, con el
compromiso en el mundo y con la acción evangelizadora. En esta vida de compartimentos
estancos muchos cristianos, agentes de pastoral, pueden tener una vida de oración que
desde fuera aparece como profunda pero que dentro tiene al menos tres problemas que se
realimentan entre si:
• Individualismo
• Crisis de identidad
• Caída del fervor y vida interior.
Puesto que la cultura actual, mediática e intelectualoide, desprecia todo lo que venga de la
Iglesia se produce en sus miembros un complejo de inferioridad que les lleva a:
Ocurre que personas dentro de la Iglesia, con sólidos fundamentos doctrinales y espirituales
llevan un estilo de vida que se afferra a seguridades económicas, al poder, al prestigio, es
decir, lo que el papa Francisco llama la gloria humana. Poco a poco se va perdiendo la
capacidad de dar la vida por los demás en la misión y se apaga el entusiasmo misionero
dando paso a una “acedia egoísta” que es un cáncer para la Iglesia. La acedía desemboca
en pesimismo y en lo que el Papa llama “psicología de la tumba”, con su lenguaje
siempre tan descriptivo.
La respuesta debe ser el mirar a esos problemas, esas miserias y deficiencias, frutos del
pecado, como como desafíos para crecer, desafios en los que la mirada creyente sea capaz
de reconocer la luz que siempre derrama el Espíritu Santo en medio de la oscuridad, sin olvidar
que «donde abundó el pecado sobreabundó la gracia» (Rm 5,20) (EG84) . No se trata de
dar paso a un optimismo ingenuo sino de mirar los signos de los tiempos con un realismo
apropiado, profético, a la luz de la fuerza del Espíritu y en la confianza de la Providencia
cuyos planes desconocemos pero que nos llevan al mayor bien de la Iglesia .
Para superar el egoísmo mundano hay que fijarse en Jesucristo, cuya misión
encomendada por el Padre en el Espíritu, refleja un diálogo relacional entre ellos y con los
hombres. En una sociedad en la que los instrumentos de la comunicación humana han
alcanzado niveles impensables hace tiempo resulta que triunfa el individualismo mas atroz.
Dice el Papa que “descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de
encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo
caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana
solidaria, en una santa peregrinación” (E87). La clave está en “el método relacional” de Jesús,
que saca a las personas de su individualismo y la desconfianza en el otro. El mandamiento
más importante, “amarás a Diós sobre todas las cosas y al prójimo”, significa que amarás
a tus hermanos los hombres, que te acercarás a ellos. No es un enunciado abstracto;
significa que debes ir al encuentro de los hemanos.
Esta mundanidad esta asociada a dos tipos de comportamientos que están muy
emparentados:
• Uno es lo que el Papa Bergoglio llama la fascinación del gnosticismo, es decir, fundamentar
todo en base a una experiencia subjetiva y racional que busca solamante la satisfacción
intelectual y sentimental sin compromiso alguno con los otros. Uno doctrina que no se
hace “carne”, que poco se diferencia de cualquier ideología.
• El otra es lo que él llama neopelagianismo autorreferencial y prometeico, es decir, la
confianza en las propias fuerzas y el sentimiento de superioridad por cumplir las normas,
alcanzando una falsa seguridad y complacencia: “Es una supuesta seguridad doctrinal o
disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar
lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia
se gastan las energías en controlar” (EG93)
Desde esta mundanidad se mira todo con aire de superioridad y todo se maneja con
criterios y formas de relación mundanas, de forma similar a como aparecen tensiones
entre “trepas” en cualquier empresa o cualquier despacho de nuestras ciudades. El Papa
ha dicho en varias ocasiones que la Iglesia no es sitio para hacer carrera sino que es un
sitio para servir.
En el evangelio Jesús tiene duras palabras contra los escribas que se beneficiaban de lo
religioso bajo “ropajes espirituales”, devorando los bienes de la viudas so pretexto de ‘largos
rezos’: “Guárdense de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje y quieren ser
saludados en las plazas, ocupar de los primeros asientos en las sinagogas, y los primeros
puestos en los banquetes; y que devoran los bienes de las viudas, bajo pretexto de largas
oraciones. Éstos tendrán una sentencia más rigurosa” (Lc 20, 46-47). Se trata de una
perversión de lo religioso, que no queda lejos de otras formas más sutiles pero no menos
dañinas y que son demaseado frecuentes en el interior de la Iglesia de hoy.
¿Cómo se supera esto?
¿Cómo curar esta mundanidad? Dice el Papa que se cura “saliendo al aire puro del
Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una
apariencia religiosa vacía de Dios” (EG97). Para evitarla hay que ponerse en “salida”,
hay que centrarse en la misión que nos encomendó Jesucristo y que compartimos con Él,
en el Espíritu.