Professional Documents
Culture Documents
Sebastián J. Lipina1
1. Introducción
En este contexto de discusión, por una parte los sistemas educativos toman una relevancia
significativa por las implicancias que tienen sus prácticas sostenidas en el tiempo sobre el
desarrollo infantil. Y por otra parte, en la medida en que la pobreza no implica necesariamente
1
Unidad de Neurobiología Aplicada (UNA, CEMIC-CONICET) y Centro de Investigaciones
Psicopedagógicas Aplicadas (CIPA-UNSAM), Buenos Aires, Argentina (lipina@gmail.com).
1
déficit ni irreversibilidad, también urge mantener una discusión ética sobre el rol de cada
profesional involucrado en los esfuerzos por combatir la pobreza infantil en todo el mundo.
2
con estimulación adecuada o deprivación. Desde entonces, estos modelos continúan aplicándose
para analizar cómo diferentes ambientes de crianza modulan la estructura y función del SN a
diferentes niveles de análisis (Lipina & Colombo, 2009). Por otra parte, el estudio de la respuesta
fisiológica al estrés, también abordó el problema del impacto de diferentes experiencias
amenazantes (Lupien et al., 2009). Más recientemente, el análisis del estrés también se ha
comenzado a aplicar al estudio de fenómenos asociados a la pobreza y al desarrollo cognitivo
desde diferentes perspectivas, como por ejemplo las que estudian la vulnerabilidad y
susceptibilidad ambientales (Ellis & Boyce, 2011), las funciones ejecutivas (Blair et al., 2011), e
incluso la política pública (Shonkoff et al., 2012).
El estudio neurocientífico de la pobreza infantil en particular, es un área que ha surgido
recientemente (Hackman & Farah, 2009; Hackman et al., 2010; Lipina & Colombo 2009). Por una
parte, desde mediados de los años noventa comenzaron a aplicarse paradigmas conductuales
surgidos en el contexto de laboratorios de neurociencia cognitiva, al análisis comparado del
desempeño de poblaciones de niños con diferentes estatus socioeconómico. Posteriormente, con
los avances tecnológicos, se fue incorporando la dimensión de análisis neural, tanto a nivel
molecular como de la activación de redes. En la actualidad la agenda neurocientífica de la
pobreza incluye estudios sobre plasticidad neural, períodos sensibles, epigenética, vulnerabilidad
y susceptibilidad, exposición a tóxicos ambientales, nutrición, respuesta al estrés, impacto de
diferentes formas de pobreza sobre el procesamiento neurocognitivo, e influencias de la
experiencia de la pobreza infantil sobre el funcionamiento neurocognitivo en la vida adulta
(Hackman & Farah, 2009; Hackman et al., 2010; Lipina & Colombo, 2009). A continuación se
profundiza sobre cada una de estas áreas.
Plasticidad neural
En contextos experimentales con modelos animales, la exposición a ambientes con
estimulación o privación motora, sensorial y social, se asocia a diversos cambios en el SN, tanto
durante el desarrollo como en la reorganización después del daño, lo cual se conoce como
plasticidad neural. Es decir que el SN central se adapta al ambiente en base a la experiencia
durante todo el ciclo vital (Markham & Greenough, 2004). En particular, tanto el desarrollo como el
aprendizaje constituyen fenómenos complejos cuyos mecanismos de cambio dependerían de
procesos plásticos de diferente tipo. Uno de ellos es el de la plasticidad expectante de estímulos y
experiencias ambientales que contribuyen a que un recién nacido se convierta en persona (e.g.,
apego). Otro tipo es el de la plasticidad dependiente de la experiencia que se asocia a aquellas
experiencias y oportunidades de aprendizaje que difieren entre individuos (Galván, 2010).
Los abordajes teóricos actuales proponen que el desarrollo depende de la actividad neural,
la cual a su vez es mediada por la experiencia. En consecuencia, se asume que los mismos
procesamientos cognitivos, emocionales y el aprendizaje, dan forma a las redes neurales que se
ocupan de tales procesamientos. Al mismo tiempo, esta actividad cambiaría la naturaleza de las
representaciones neurales y su procesamiento, lo cual daría lugar a nuevas experiencias y más
3
cambios en los sistemas neurales. Es decir que en términos neurocientíficos, este punto de vista –
denominado neuroconstructivismo- propone que la base del desarrollo cognitivo, emocional y del
aprendizaje puede ser caracterizada por cambios inducidos mutuamente entre los niveles de
organización neural y conductual, en un contexto ecológico complejo que involucra interacciones
sociales con especificidad cultural (Westermann et al., 2007).
Períodos sensibles
Un área de investigación reciente es la que propone explorar los períodos sensibles que
caracterizan la organización estructural y funcional de aquellas redes neurales que son
influenciadas por la privación socioeconómica (Borghol et al., 2011). Estos períodos se refieren a
momentos del desarrollo en que los diferentes componentes funcionales del SN son
especialmente sensibles al cambio ambiental, por encontrarse en un período de máxima
organización. La evidencia empírica disponible sugiere que los períodos sensibles de funciones
que dependen de la integración de diferentes módulos de procesamiento (como en el caso del
cognitivo, el emocional y del lenguaje), no son necesariamente fijos en términos de tiempos de
apertura y cierre, como en el caso de los períodos críticos de algunos sistemas sensoriales
visuales y auditivos (Armstrong et al., 2006).
La plasticidad dependiente de los circuitos de procesamiento más complejo –es decir, los
relacionados con las competencias de lenguaje, cognitivas y emocionales-, dependería del tipo de
información provista por esos circuitos, de manera que no completaría su organización hasta que
tales circuitos no logren su estabilidad madurativa. Y una vez que tal estabilidad se logra, es decir
que se van cerrando los períodos sensibles de diferentes sistemas, las posibilidades de
modificación de tal organización se hacen más difíciles, aunque no prácticamente imposibles
como en el caso de algunos períodos críticos para funciones sensoriales (Armstrong et al., 2006;
Tomalski & Johnson, 2010). Algunas de las áreas más estudiadas en cuanto a la exploración de
períodos sensibles en contextos de desarrollo han sido las de la adquisición de diferentes
aspectos del lenguaje materno (e.g., discriminación fonética, ortografía), la adquisición de una
segunda lengua, la discriminación de rostros y las competencias cognitivas de niños criados en
orfanatos (Fox et al., 2010).
4
madres que sufrían trastornos de ansiedad y depresión durante el tercer trimestre del embarazo
(Oberlander et al., 2008). Los hallazgos de estos estudios apoyan la noción de que el genoma de
los niños es sensible a las experiencias de sus madres desde la fase prenatal. No obstante, la
naturaleza compleja de la genética humana deberá analizarse con precaución en tal agenda, dado
que experiencias similares pueden producir resultados diferentes en distintas personas, lo cual
agrega un nivel más de complejidad al estudio de cómo la conducta es modulada por la
experiencia temprana (Roth & Sweatt, 2011).
Si bien la deprivación ambiental aumenta el riesgo de padecer alteraciones en la salud
física, el desarrollo emocional, cognitivo o social, existe una gran variación individual adaptativa en
niños y adultos expuestos tanto a niveles altos como bajos de adversidad ambiental (Obradovic et
al., 2010). En la actualidad, existe un consenso que asume que las diferencias individuales
modulan no sólo la susceptibilidad de las personas de ser afectados por estresores ambientales,
sino también en qué medida son influenciados positivamente por los recursos ambientales
(Bakermans-Kranenburg & van Ijzendoorn, 2011). Es decir que la variación en la susceptibilidad
neurobiológica al ambiente, constituye un mecanismo central en la regulación de patrones
alternativos de desarrollo humano.
5
(RMF) en niños de 8 y 9 años. Los resultados no mostraron diferencias a nivel conductual, pero si
a nivel de la activación neural durante la respuesta inhibitoria, de manera que en los niños
expuestos se observaba un incremento de actividad en una red que incluía a áreas frontales y
subcorticales; mientras que en los no expuestos tal incremento involucraba áreas temporales y
occipitales. Más allá de que estos estudios son preliminares, lo cual implica la necesidad de
sostener una actitud de cautela sobre sus alcances, sus resultados sugieren que la exposición a la
cocaína durante la vida uterina afectaría al desarrollo de sistemas neurocognitivos asociados a la
regulación de la atención y la respuesta inhibitoria.
Otras drogas que también han demostrado tener impacto sobre el desarrollo cognitivo son
el tabaco y la marihuana. Por ejemplo, Fried y colegas (2003) han analizado el desempeño
cognitivo de adolescentes de entre 13 y 16 años expuestos durante su vida prenatal a marihuana
y tabaco, encontrando una relación significativa entre la exposición a tabaco con los niveles de
inteligencia general y atención auditiva; y de la exposición a marihuana con el desempeño en
tareas de memoria, análisis y síntesis. Recientemente, Barros y colegas (2011) encontraron que la
exposición a tabaco durante el embarazo se asociaba a mayores niveles de excitabilidad y
dificultades de regulación en la fase neonatal. Estos estudios, que también requieren incluir
análisis de mediación, sugieren que la exposición prenatal al tabaco y a la marihuana se asocia a
alteraciones neurocognitivas durante las dos primeras décadas de vida. Asimismo, la exposición
prenatal al tabaco también ha sido asociada recientemente a un mayor riesgo de obesidad,
hipertensión y diabetes gestacional desde la adolescencia (Cupul-Uicab et al., 2011), aunque tales
impactos se podrían reducir de mediar niveles adecuados de capital social en el entorno de
crianza, aún en el caso de niños que se desarrollan en contextos de pobreza (Evans & Kutcher,
2011).
6
preferencialmente afectada y de los instrumentos para medir tales eventuales impactos a nivel
molecular, sistémico o de redes neurales y conducta. Por ejemplo, el déficit de hierro ha sido
asociado a impactos a nivel molecular (e.g., síntesis de neurotransmisores monoaminérgicos),
celular (e.g., mielinización), sistémico (e.g., metabolismo energético en áreas del hipocampo
durante la fase neonatal); y conductual (e.g., alteraciones en velocidad de procesamiento,
cambios en la motricidad o el procesamiento emocional y procesos de memoria y aprendizaje).
Asimismo, la identidad de cada nutriente genera variaciones significativas en los impactos. Por
ejemplo, la deficiencia de zinc se asocia a alteraciones en el desarrollo del hipocampo, pero
también del cerebelo y de la regulación autonómica; mientras que la deficiencia de ciertas
cadenas largas de ácidos grasos afecta a los procesos de mielinización, sinaptogénesis y el
funcionamiento de la membrana celular (Georgieff, 2007).
Al igual que otras áreas de estudio en el análisis de la pobreza infantil, resulta complejo
determinar cuánto contribuye el déficit nutricional a los diferentes trastornos de desarrollo, dado
que los niños que pierden su acceso a una nutrición adecuada también tienden a perder el acceso
a otros recursos. Es decir que no resulta fácil determinar si una condición asociada a déficit
nutricional resulta de éste o si refleja cuidados prenatales y preventivos inadecuados, fallas para
obtener tratamientos médicos adecuados, o el incremento de la exposición a agentes infecciosos
(Adler y Newman, 2002).
Pobreza y autorregulación
Los estudios acerca de los efectos de la pobreza sobre el desempeño cognitivo y
académico fueron iniciados por la psicología del desarrollo, la educación, la demografía y la
pediatría. En forma sintética, los resultados de los estudios sobre efectos realizados durante la
segunda parte del siglo XX, han encontrado una disminución de los coeficientes de desarrollo
motor y mental durante los primeros 36 meses de vida; así como también en los coeficientes
verbales y de ejecución de pruebas generales de inteligencia en niños de edad preescolar y
escolar. A ello se agrega menos cantidad de años de educación completados, una mayor
incidencia de dificultades de aprendizaje y tasas más altas de ausentismo y abandono escolar
(Bradley & Corwyn, 2002; Lipina & Colombo, 2009). Respecto al lenguaje, los estudios actuales en
el contexto de estas disciplinas también verifican perfiles de desempeño modulados por pobreza
en indicadores de vocabulario, habla espontánea, desarrollo de la gramática y estilos y
habilidades de comunicación (Hoff, 2003). Durante la última década estos abordajes continuaron
desarrollándose incorporando mejoras metodológicas que han contribuido con profundizar la
comprensión de los mecanismos de mediación (Najman et al., 2009).
Sólo en la última década y media han comenzado a realizarse los primeros estudios que
evalúan la asociación entre diferentes formas de pobreza y su impacto en los procesamientos
cognitivos y de lenguaje básicos desde la perspectiva neurocientífica. Por ejemplo, Noble y
colegas (2006), estudiaron a niños de entre 6 y 9 años que habían sido seleccionados por tener
puntajes promedio bajos en tareas de conciencia fonológica y encontraron un rol modulador de la
7
pobreza, de manera que diferentes niveles de ingreso se asociaban a relaciones específicas entre
el nivel de procesamiento fonológico y la activación neural en un área específica (giro fusiforme
izquierdo). Asimismo, en un estudio reciente Raizada y colegas (2008), evaluaron
simultáneamente el desempeño en una prueba auditiva de identificación de rimas y la activación
neural concomitante de niños de 5 años de edad provenientes de hogares con diferentes niveles
de ingreso. Los resultados mostraron una relación directa entre el nivel socioeconómico de los
hogares y el grado de especialización de un área específica (Broca). Ambos estudios sugieren
además, que el desarrollo de estas áreas corticales y del desempeño en tareas que involucran a
la conciencia fonológica, sería modulado en parte por la complejidad de los ambientes linguísticos
de crianza (Hoff, 2003).
En forma reciente han comenzado a realizarse estudios en los que se aplican técnicas de
potenciales evocados (ERP) para obtener medidas de la actividad cerebral en simultáneo a las del
desempeño cognitivo. Este abordaje ha permitido verificar que los niveles de atención auditiva a
estímulos relevantes e irrelevantes son diferentes en niños provenientes de hogares con
diferentes niveles socioeconómicos (D´Angiulli et al., 2008; Stevens et al., 2009). En otro estudio
reciente Kishiyama y colegas (2009) analizaron el impacto de las diferencias socioeconómicas
sobre una tarea de control inhibitorio encontrando diferencias sólo a nivel de la activación
prefrontal (i.e., diferentes amplitudes para niños de hogares con y sin pobreza), pero no del
desempeño.
Precisamente, uno de los sistemas neurocognitivos más explorados durante la última
década a nivel conductual, es el de los procesos cognitivos de control asociados a la activación de
redes que involucran diferentes áreas prefrontales. En estudios con poblaciones de niños de
diferentes edades (infantes, preescolares, escolares), el nivel socioeconómico bajo se asocia a
una reducción en el desempeño en tareas con demandas de atención, control inhibitorio y
memoria de trabajo (Hackman et al., 2009, 2010, Lipina & Colombo, 2009). Otro de los sistemas
neurocognitivos que han sido evaluados en este contexto, es el de memoria asociada a la
activación preferencial de áreas corticales temporales. Por ejemplo, Farah y colegas (2006)
aplicaron un paradigma de aprendizaje incidental en el que niños de edad escolar no sabían que
iban a ser evaluados en sus habilidades de memoria durante la fase de aprendizaje de la prueba.
Aquellos niños provenientes de hogares con bajo nivel socioeconómico tuvieron niveles más bajos
de desempeño, pero tal diferencia no se observó inicialmente en los niños de edad preescolar,
sino sólo cuando se agregó una demanda de memoria de trabajo. Este perfil de resultados sugiere
que la modulación de la pobreza sobre estos sistemas neurocognitivos, no necesariamente sigue
un patrón lineal, además de su dependencia de los niveles de integración de procesamientos
cognitivos de diferente tipo durante la primera década de vida (Lipina & Posner, 2012).
8
pobreza sobre el desarrollo emocional, cognitivo y social, tanto en niños como en adultos
(Shonkoff et al., 2012). Las amenazas, los eventos vitales negativos, la exposición a peligros
ambientales, la violencia familiar y comunitaria, los procesos de cambio y disolución familiar, las
mudanzas, la pérdida de empleo o la inestabilidad laboral y la privación económica persistente,
son situaciones cuya probabilidad de ocurrencia aumenta en las condiciones de pobreza (Bradley
y Corwyn, 2002).
Los sistemas neurales que instrumentan esta compleja regulación, el eje HPA, incluyen al
hipocampo, la amigdala y diferentes áreas de la corteza prefrontal. En conjunto, estos sistemas
regulan los procesos fisiológicos y conductuales de respuesta al estrés, adaptándose en el corto
plazo o bien generando impactos a largo plazo por dificultades en los procesos adaptativos, como
en las situaciones crónicas de abuso y maltrato, o bien de pobreza extrema (Lupien et al., 2009;
Shonkoff et al., 2012). Estos procesos regulatorios surgen de patrones de comunicación
bidireccionales entre el cerebro y los sistemas autonómicos, cardiovasculares e inmunológicos a
través de mecanismos neurales y endocrinos que a su vez sustentan las experiencias
conductuales y cognitivas. Por una parte, los mecanismos bidireccionales de regulación de la
respuesta al estrés son protectores en el sentido de que promueven adaptaciones en el corto
plazo; pero también pueden asociarse a desregulación en el largo plazo, en cuyo caso promueven
inadaptaciones que desgastan al organismo bajo condiciones de estrés crónico, comprometiendo
los procesos de recuperación y la salud en general (McEwen & Gianaros, 2010).
El estrés y la incertidumbre que generan las condiciones de privación económica,
aumentan la probabilidad de ocurrencia de estados emocionales negativos (ansiedad, depresión,
ira). Ello puede a su vez, inducir más frecuentemente el uso de estrategias de control parental
negativas, menor sensibilidad emocional, negligencia y dificultades para promover ajustes
socioafectivos adecuados en los niños. No obstante, es importante señalar que algunos estudios
permitieron verificar que aún en condiciones de pobreza, el mantenimiento de pautas de crianza
adecuadas puede constituir un factor protector del desarrollo (Brody et al., 2002).
10
Bennet, D.S., Bendersky, M., Lewis, M. (2008). Children´s cognitive ability from 4 to 9 years old as
a function of prenatal cocaine exposure, environmental risk, and maternal verbal
intelligence. Developmental Psychology, 44, 919-928.
Blair, C., Willoughby, M., Greenberg, M.T., Kivlighan, K.T., Fortunato, C.K., Granger, et al. (2011).
Salivary cortisol mediates effects of poverty and parenting on executive functions in early
childhood. Child Development, 82, 1970-1984.
Borghol, N., Superman, M., McArdle, W., Racine, A., Hallett, M., Pembrey, M. et al., (2011).
Associations with early-life socio-economic position in adult DNA methylation. International
Journal of Epidemiology, 40, 1-13.
Bradley, R.H., Corwyn, R.F. (2002). Socioeconomic status and child development. Annual Review
of Psychology, 53, 371-399.
Brody, G. H., Dorsey, S., Forehand, R., Armistead, L. (2002). Unique and protective contributions
of parenting and classroom processes to the adjustment of African American children living
in single-parent families. Child Development, 73, 274-286.
Cupul-Uicab, L.A., Skjaerven, R., Haug, K., Melve, K.K., Engel, S.M., Longnecker, M.P. (2011). In
utero exposure to maternal tobacco smoke and subsequent obesity, hypertension, and
gestational diabetes among women in the MoBa cohort. Environmental Health
Perspectives, 11, 34-47.
D’Angiulli, A., Herdman, A., Stapells, D., Hertzman, C. (2008) Children’s event-related potentials of
auditory selective attention vary with their socioeconomic status. Neuropsychology 22, 293–
300.
Ellis, B.J., Boyce, W.T. (2011). Differential susceptibility to the environment: Toward an
understanding of sensitivity to developmental experiences and context. Development and
Psychopathology, 23, 1-5.
Evans, G.W., Kutcher, R. (2011). Loosening the link between childhood poverty and adolescent
smoking and obesity: The protective effects of social capital. Psychological Science, 22, 3-
7.
Farah, M.J., Shera, D.M., Savage, J.H., Betancourt, L., Giannetta, J.M., Brodsky, N.L., et al.
(2006). Childhood poverty: specific associations with neurocognitive development. Brain
Research, 1110, 166–174.
Fox, S.E., Levitt, P., Nelson, C.A. (2010). How the timing and quality of early experiences influence
the development of brain architecture. Child Development, 81, 28-40.
Fried, P.A., Watkinson, B., Grav, R. (2003). Differential effects on cognitive functioning in 13- to 16-
year-olds preantally exposed to cigarettes and marihuana. Neurotoxicology and Teratology,
25, 427-436.
Galván, A. (2010). Neural plasticity of development and learning. Human Brain Mapping, 31, 879-
890.
Georgieff, M.K. (2007). Nutrition and the developing brain: nutrient priorities and measurement.
American Journal of Clinical Nutrition, 85, 614S-620S.
Hackman, D. A., Farah, M. J. (2009). Socioeconomic status and the developing brain. Trends in
Cognitive Sciences, 13, 65–73.
Hackman, D.A., Farah, M.J., Meany, M.J. (2010). Socioeconomic status and the brain: mechanistic
insights from human and animal research. Nature Reviews Neuroscience, 11, 651-659.
Hoff, E. (2003). The specificity of environmental influence: socioeconomic status affects early
vocabulary development via maternal speech. Child Development, 74, 1368-1378.
Hubbs-Tait, L., Nation, J.R., Krebs, N.F., Bellinger, D.C. (2008). Neurotoxicants, micronutrients
and social environments. Individual and combined effects on children´s development.
Psychological Science in the Public Interest, 6, 57-121.
Kishiyama, M. M., Boyce, W. T., Jimenez, A. M., Perry, L. M., Knight, R. T. (2009). Socioeconomic
disparities affect prefrontal function in children. Journal of Cognitive Neuroscience, 21,
1106–1115.
Knudsen, E., Heckman, J., Cameron, J., Shonkoff, J. (2006). Economic, neurobiological and
behavioral perspectives on building America’s future workforce. Proceedings of the National
Academy of Sciences, 103, 10155-10162.
Lipina, S.J. (2006). Vulnerabilidad social y desarrollo cognitivo. Aportes de la neurociencia
cognitiva. Buenos Aires: UNSAM-Baudino.
11
Lipina, S. J., Colombo, J. A. (2009). Poverty and brain development during childhood: An approach
from cognitive psychology and neuroscience. Washington, DC: American Psychological
Association.
Lipina, S.J., Posner, M.I. (2012). The impact of poverty on the development of brain networks.
Frontiers in Human Neuroscience, 6, 1-12.
Lupien, S.J., McEwen, B.S., Gunnar, M.R., Heim, C. (2009). Effects of stress throughout the
lifespan on the brain, behaviour and cognition. Nature Reviews Neuroscience, 10, 434-445.
Markham, J.A., Greenough, W.T. (2004). Experience-driven brain plasticity: beyond the synapse.
Neuron and Glia Biology, 1, 351-363.
McEwen, B.S., Gianaros, P.J. (2010). Central role of the brain in stress and adaptation: Links to
socioeconomic status, health, and disease. Annals of the New York Academy of Sciences,
1186, 190-222.
McGowan, P.O., Sasaki, A., D´Alessio, A.C., Cymoy, S., Labonté, B., Szyf, M., et al (2009).
Epigenetic regulation of the glucocorticoid receptor in human brain associates with
childhood abuse. Nature Neuroscience, 12, 342-348.
Najman, J.M., Hayatbakhsh, M.R., Heron, M.A., Bor, W., O’Callaghan, M.J., Williams, G.M. (2009).
The impact of episodic and chronic poverty on child cognitive development. Journal of
Pediatrics, 154, 284-289.
Noble, K.G., Wolmetz, M.E., Ochs, L.G., Farah, M.J., McCandliss, B.D. (2006). Brain-behavior
relationships in reading acquisition are modulated by socioeconomic factors.
Developmental Science, 9, 642-651.
Oberlander, T.F., Weinberg, J., Papsdorf, M., Grunau, R., Misri, S., Devlin, A.M. (2008). Prenatal
exposure to maternal depression, neonatal methylation of human glucocorticoid receptor
gene (NR3C1) and infant cortisol stress responses. Epigenetics, 3, 97-106.
Obradovic, J., Bush, N.R., Stamperdahl, J., Adler, N.E., Boyce, W.T. (2010). Biological sensitivity
to context: The Interactive effects of stress reactivity and family adversity on socio-
emotional behavior and school readiness. Child Development, 81, 270-289.
Posner, M.I., Rothbart, M.K. (2005). Influencing brain networks: Implications for education. Trends
in Cognitive Sciences, 9, 99-103.
Posner, M.I., Rothbart, M.K. (2007). Educating the human brain. Washington, DC: American
Psychological Association.
Raizada, R.D.S., Richards, T.L., Meltzoff, A., Kuhl, P.K. (2008). Socioeconomic status predicts
hemispheric specialization of the left inferior frontal gyrus in young children. Neuroimage,
40, 1392–1401.
Riley, E.P., Infante, M.A., Warren, K.R. (2011). Fetal alcohol spectrum disorders: an overview.
Neuropsychology Review, 21, 73-80.
Roth, T.L., Sweatt, J.D. (2011). Epigenetic mechanisms and environmental shaping of the brain
during sensitive periods of development. Journal of Child Psychology and Psychiatry, 52,
398-408.
Sheinkopf, S.J., Lester, B.M., Sanes, J.N., Eliassen J.C., Hutchison, E.R., Seifer, R., et al. (2009).
Functional MRI and response inhibition in children exposed to cocaine in utero.
Developmental Neuroscience, 31, 159-166.
Shonkoff, J.P., Garner, A.S., Committee on Psychosocial Aspects of Child and Family Health,
Committee on Early Childhood, Adoption, and Dependent Care, and Section on
Developmental and Behavioral Pediatrics, Siegel, B.S., et al. (2012). The lifelong effects of
early childhood adversity and toxic stress. Pediatrics, 129, e232-e246.
Stevens, C., Lauinger, B., Neville, H. (2009). Differences in the neural mechanisms of selective
attention in children from different socioeconomic backgrounds: an event-related brain
potential study. Developmental Science, 12, 634–646.
Tomalski, P., Johnson, M.H. (2010). The effects of early adversity on the adult and developing
brain. Current Opinion in Psychiatry, 23, 233-238.
Zhang, T.Y., Meany, M.J. (2010). Epigenetics and the environmental regulation of the genome and
its function. Annual Review of Psychology, 61, 439-466.
Zigler, E., Finn-Stevenson, M. (2007). “From research to policy and practice: The school of the
21st Century”. American Journal of Orthopsychiatry, 77, 175-181.
12