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EROSIÓN

Es tan derrumbante,
tan campanal el alarido:
de la niebla el incendiario,
del negror el sombristicio.

Carámbanos de aire que se enredan,


jirones de nube haciendo nudos en el cielo.

Ramales brazos que la luz extiende


hasta el arañal de dedos
que raspa la noche embravecida.

Sólido caudal de brumas,


de caída y roquedal.

Acerada fruta remejida


con la sal de los abismos;

mudo eco de la voz del fuego,


en sortijas de caníbal serpenteo
por su retornal terranía.

Vibrante la ceguera que se quiebra,


trémulo despeñadero que palpita.

Cimbran los cristales de la lluvia


cimbran las latencias de la lumbre,

y se estrellan contra las arenas,


arrebolando el soplo de la tromba,
abatiendo el hielo de la cima.

Giganta incandescencia
sumergida entre cenizas.

Durísima la quemazón
que recorre el tán del agua.

Lento fragmentar en cursos


del subsuelo evanescencia;
árbol inflamado de los rumbos,
presencia.

El gigante se levanta,
rojizo emerge
en tierra rojiza;

enfebrecida la corona,
empedrado su delirio,

ofrece su frente
al caer de la giganta.

Y el fierro enterrado
al fondo de la gigantura
se escurre por su cuerpo,
junto con el otro cuerpo,
como un fantasma entre la escarpadura:

cuerpo de montaña
atravesado por un río.

CHALCHIHUITL

Cuántas piedras laceradas


hambrientas están de forma.

Nacidas en el mismo choque,


de la quebradura crías,
las atraviesa idéntica marca.

Partícipes de la orfandad,
apenas pronunciado el eco,
parte son de rabia; parte,

de montaña:

vuelan de la cima
de la boca de una,
los quetzales;

brillan los legendarios trozos


de tierra endurecida,
gloria encarnada.

Con imponente gracia,


apacibles,
se posan en las ramas de la sangre,
en el venero de tierra que se yergue.
Escudriñal de huesos y raíces,
reptan luego
bajo la vastedad del polvo;
resurgen entre granos de añoranza,

con el ojo de la llaga buscan.

En silencio, a la distancia
advierten la presencia de los esmeriles…

Mas las piedras saben,


con su saber de escama,

que el destino de la joya es choque,


colisión, desgaste.

Saben que las alas se despliegan


a la hora del lucero
si se pulen jade contra jade.

INFLUENCIA

Si inyectases tu mirada
y al desboque se abriera paso
por las raudas grutas de mi carne,

violenta la luz goloparía


por debajo de mi corteza
–jinete del instante–;
y quebrada por relámpagos de sangre,
fluïría atroz entre bramidos;

entonces hundirías tus dérmicas raíces


antes de tus ojos derramarse.

Pero no:

Ya ni las lágrimas te acompañan.


De tu pecho, el mar se hizo desierto.
Lloras como el óxido: recuerdo,
seco y frágil,
del recuerdo de las aguas.

ESTUDIO CONTEMPLATIVO

Esta tierra roja que aprieto entre mis dedos;


esta húmeda tierra que se escapa de mis manos
como pequeños árboles que nacen de mi fuerza,
alimentados por las raíces de mi sangre.

Contemplo la rojura de mis brazos,


acaricio con mi piel del mediodía el rayo,
presiono este puñado como a una fruta,
y gime el polvo
y se escurre su llanto por mis nudillos.

Río con el agua,


río con la piedra niña,
que palpita transparencia;
el ramaje de mis venas
tiene sed de levantarse,
celebrar el vivo llanto de las nubes
con las luces cuyos pechos agrietaron
en el estruendo de la euforia enfurecida.

La mosquito se posa sobre mi corteza,


extrae la savia —rápida, furtiva—,
y de vida se emborracha.
¡Que se embriague de mi linfa
y que sorba y que se inflame,
de la lluvia, del bosque!

¡Que se vaya volando


viva de risa,
y que ría borracha de colores!

¡Y qué ría, borracha de colores!

¡Y qué tierra tan rojiza!

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