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CAPITULO 1

La primera vez que la vi, no fue el momento más romántico de nuestra historia, pero si el más
importante. La vi con tantas fuerzas y profundidad que casi oí su palpitar en mis pupilas. Ella me
miro de reojo y siguió callada con una suave sonrisa en los labios. Nunca la he visto no sonriendo.
Aún en su seriedad, sonríe.

— ¿Qué precio tienen las hamburguesas? —Le pregunte sin dejar de intentar mirarla a los ojos.
—Depende. —Contesto ella.
Denote una urgencia de capacitación en orientación al cliente, y sobre todo porque era yo el que
preguntaba, el futuro amor de su vida aunque ella aún no lo sabía, y la cosa esa que estaba a su
lado, menos: su novio. Por el rabillo del ojo me percate de como el tipo me miro levantando
suavemente la mirada sin soltar lo que parecía un celular de lamparilla de los que en algunas tiendas
se ofrecen al dos por uno, mientras ella daba vuelta a una carne y preparaba otro pedido.

— ¿De qué depende? —Cuestione cruzado de brazos, volviendo a clavarle la mirada en su rostro
casi perfecto, y que lo era, pero el humo que subía al asar las carnes me impedía verlo.

—De qué tipo de hamburguesa quieras. —Respondió la cosa esa, sin levantarme la mirada, pues al
parecer el juego de snake había capturado su atención.

Pensé seriamente sugerirle juegos más actuales como Candy Crush u otra cosa que terminara de
atrofiarle el cerebro pero, lo pensé mejor y no me convenía, si las cosas salían bien quizá lo
contrataría de jardinero en nuestro hogar y hasta le permitiría a sacar a pasear a nuestro perro, el
que tendríamos ella y yo, obviamente después de conquistarla. Y ella dejarlo. Supongo.

—Cual me sugieres, amiga…

Lo sé, eso de “amiga”, era patético. Pero no sabía cómo se llamaba, además estaba súper nervioso
y me imagine cualquier cosa esta noche menos encontrar al amor de mi vida. Entonces el cielo me
ilumino y un ángel se posó sobre mi hombro derecho.

—Ammm…Karla.

— ¿Perdón? —Dijo ella extrañada y el tipejo ese no me quitaba ahora los ojos de encima. Tenía su
razón ese instinto de hombre que lo alertaba. De hecho si yo fuera el novio, ya hubiese apuñalado
al tipo y después extirpado un riñón vendiéndolo para huir a París con ella, por cuestionar a mi novia
¡en mi presencia!

—Te llamas Karla, ¿No? —Dije con nervio esperando cualquier reacción a la defensiva. Detuvo un
momento lo que estaba haciendo, vio a su novio de soslayo, encorvó un poco lOs labios y sin
dedicarme mucha atención, en verdad no me dedico mas de un par de segundos, contesto.

—No. Zoé, me llamo Zoé.

Sentí que el cielo me volvió a ayudar. A veces es necesario decir lo que alguien no es para que nos
diga lo que sí es. Antiguamente se creía que si conocías el nombre de una deidad tenías un acceso
directo a él, bueno pues yo ahora sabía su nombre, no era una deidad, pero si mi futuro amor, siendo
honestos, el único. Ahora podía susurrar su nombre cuantas veces quisiera y siempre llevarla a todos
lados tenía acceso a ella, a su corazón, todo esto significaba su nombre, Zoé, vida, ¡vida mía! Y sin
importar la calidad de sus hamburguesas yo ya era su cliente, frecuente. ¡Muy frecuente!

CAPITULO 2

El día de la semana que conocí a Zoé, fue el día que llegamos a vivir a Cancún; pues mis padres
decidieron mudarse sin cuestionar, (los papás son así, deciden y punto, dicen). Si todo resulta bien
con Zoé, les daré unos nietos tan tiernos que el gansito Marinela se sentirá el jorobado de Notre
Dame a su lado.

Y bueno, también tengo que decirlo, tengo una hermana, a nadie le importa pero la tengo. Cuenta
la leyenda que mamá la encontró en un mercado, entre las sandias de doña Chofi. Siempre he
soñado con la idea de que doña Chofi nos demandé y venga por ella, pero desde que a ella se le
antojaron las hamburguesas a media noche, el día de nuestra llegada a Cancún, pienso que merece
ser mencionada pues gracias a ella salí a buscar un puesto de comida, bajo amenazas de mi padre,
y conocí a Zoé.

Ha de ser el destino, o que le lloré al director, pero estoy en el mismo salón que ella, también gracias
a mi padre que eligió esta escuela sin mi consentimiento. Y por intervención divina, su novio, nuestro
futuro jardinero está en otro salón, en 6º semestre, nosotros en 4º, pero de la misma preparatoria.
Papá me enseñó que la oración eficaz del justo puede mucho, he considerado orar para que un OVNI
lo rapte y se lo lleve a la galaxia más lejana para experimentar con él nuevas formas de reproducción
de alienígenas, no es mala idea, si sobrevive pronto sería famoso en History Chanel.

Tenemos apenas dos días de haber llegado aquí, he tenido tanta tarea desde días antes de salir de
Chihuahua para así ponerme al corriente, (“según mi padre”), con mi nueva escuela que ni de
bañarme me acuerdo; cuando los zopilotes rondan en mi cabeza, es entonces que recuerdo que el
agua existe, y porque quizá es eso lo que aleja a Zoé de mí. Quién sabe, porque esta tarde en una
hora libre le dije: “Hola” y ella contestó. “Mmm…” levantó ligeramente la mano, se acomodó los
mechones que le cubrían el rostro y batió las manos en señal de saludo y volvió a su libreta, siempre
sonriendo. Quizá en otra vida fue vaca, no lo sé, pero fue el “Mmm…” más tierno que me han dado.

Me preguntó si llegué tarde a su vida, o debo esperar a que su novio muera de asfixia mientras bebe
el vino de la santa cena, porque resulta que es hijo de un pastor, pero cada vez que pienso en eso
le pido perdón a Dios, y a la vez me siento mejor por liberar al tierno psicópata que llevo dentro,
por amor a Zoé. Pero estoy enamorado de ella a destiempo. Y a veces sólo la veo de lejos cuando
camina de la mano con él. Además me irrita pensar que mi padre es un carnal que no oyó la voz de
Dios que debíamos asistir a la iglesia del pastor Severino, cuando nos mudamos, (papá de Tito, novio
de Zoé). Por lo menos allí tendría oportunidad de verla cada domingo, bajo la unción, y cuando ella
cayera yo correría a sostenerla, y susurrarle: “Me dijo Dios que te cases conmigo”. Pero estamos a
destiempo. Nadie me cuestionaría, he notado que cuando se dice: “Dios me dijo, dice Dios, Dios me
hablo” la gente no cuestiona. Pero obviamente mi mamá me acabaría la Biblia en la cabeza, porque
es muy piadosa, aunque dejo de pegarme con el cinturón a los doce años nadie sabe cuándo la furia
de las madres se despierta, y yo quería que la de mi mamá siguiera roncando.
Hace unos días, me animé porque escuché que había tenido problemas con Tito, y no quise perder
la oportunidad de expresarle lo que sentía, una mujer es más vulnerable a decir “sí” cuando acaba
de terminar o está terminando con su novio. Acababa de terminar la clase de química y sólo quedaba
ella y un par de sus amigas en el salón así que le dije:

—Zo…Zoé. —Tartamudeé más que Moisés frente a la zarza.


—Sí. —Me respondió ella con los labios ligeramente fruncidos, sin perder nunca la sonrisa.
—Estoy enamorado de ti. —Hubo un silencio ensordecedor. Sus amigas se miraron y sonrieron, de
esas sonrisas infernales que sólo las amigas de la chica que te gusta pueden dar.
—No me digas nada, sol…sólo déjame decirte lo que siento por ti.

Tenía su atención, ahora no me quitaba los ojos de encima y yo ya no sabía que decirle. Me sentí
como que iba a cantar el corito de “los carros de faraón” después de que Luciano Pavarotti cantara
“Vivo por ella”, frente a un público de magnates y jeques. Pero me armé de valor, y empecé a decirle.

—Sabes no pido nada más que estar entre tus brazos, y huir de todo el mal, que a todo he
renunciado, por estar junto a ti. —Sus amigas me miraron atónitas, y ella puso una ligera cara de
¡What! pero yo continué hablando. —Sabes no dejo de pensar que estoy enamorado, te quiero
confesar, que soy sólo un esclavo, que no sabe vivir sin ti.

Quizá soné demasiado cursi pero sonrió, con ganas de decirme algo. Pero yo continué hablando.

—Sabes te quiero confesar, que te encuentro irresistible, no dejo de pensar que haría lo imposible,
por quedarme cerca de ti…

De repente, levantó una mano, indicando que me detuviera. Y me dijo:

—Oye, qué lindó —Me sentí alagado, me bastaba. —Pero tengo una pregunta, ¿Qué esa no es una
canción de Reik?

De pronto sentí un frío correr por mi cara, mucha agua y un grito de mi mamá decirme. — ¡Ya
levántate Demián! Se te hace tarde para la escuela. Te he hablado más de tres veces, para la próxima
te hecho la cubeta de agua encima. Y me desperté, frustrado y consciente de que seguía enamorado
a destiempo de Zoé.

CAPITULO 3

Nunca me han impresionado los chicos guapos. Sí, me pueden atraer, porque las mujeres también
sentimos, pero obviamente somos más discretas que los hombres cuyos impulsos son capaces de
llevarlos a enamorarse de cualquier escoba con faldas. Mi madre me dijo en una ocasión:

—Zoé, eres nuestra única hija, y todo lo que eres representa un orgullo para nosotros, estás
empezando a crecer, —me miró de pie a cabeza y centró su mirada en mi pecho, y yo le levanté la
ceja derecha como diciéndole: “que oso contigo mamá, crees que jamás me veo en un espejo”, y
después continuó.

—Y los tiburones y zopilotes no faltarán en rondar tu persona. —Me decía entre risitas nerviosas,
porque como toda madre, ella también imagina ver a su hija en un altar de blanco y decir para sus
adentros: “uffff, lo logré, mi hija dignamente casada”. Aunque aún me pregunto cómo es que la hija
de la vecina podía sonreír tan libremente cuando llevaba el peso de los gastos enormes que sus
padres hicieron para ayudarle en su boda y que terminara sus estudios, y ella con dos meses de
embarazo encima. Yo ni de negro me caso aparentando algo que no es. En fin.

Quizá esa presión por advertirme de malas decisiones aumentó más cuando una tía que siempre
trató de ser muy cuidadosa en la educación de mi prima, terminó decepcionada al descubrir que a
un semestre de terminar la universidad salió con su domingo siete.

— ¡Ay pero lo fácil que es cerrar la piernas, caray! —Fueron los comentarios nerviosos de mi madre
cuando mi tía Federica se lo contó. — ¡Dios mío! en nuestros tiempos Federica, andar de la mano y
de besitos, ya significaban una mancha en el vestido moral.

—No sé qué hice mal Abigail, si nunca le impedimos tener novio a Valentina. Siempre traté de ser
su amiga para orientarla. —Decía mi tía entre sollozos y mocos que acababan en un clínex.

Ay, yo sí sabía que hizo mal. O quién sabe. Pero, cuestionarse qué hizo mal la tía Fede, sólo se reducía
a que le permitió a Valentina tener novio desde los 12 años. A los 22, Valu, como le decíamos, ya
había besado tantos chicos y tenido tantos novios que si en Google ponías “novia exprés” te salía
“Valentina Jacometti”. En cada esquina encontraba el amor de su vida. Y mi tía Fede siempre
presumiendo:

—Ay Zoé, que te cuento, que Valentina está saliendo con un muchacho muy guapo. —Me decía
como diciendo: “mi hija merece un Nobel a la “morrita calzones miados” más coqueta del barrio. Y
terminaba lanzando la última granada. —Cariño, ¿Y el novio? a ti no te hemos conocido a ninguno.
— ¨¿Y la dieta tía? ya lleva más de tres tamales y nadie le dice nada de los 50 kilos de más que
presume como quien carga oro”. Le decía desde mis adentros con la boca cerrada y con una falsa
sonrisa.

—No tía, ahora no estoy interesada en ningún chico. —Aunque últimamente había estado
interesada en Tito, el hijo del Pastor de la iglesia donde nosotros asistíamos de toda la vida, pero
sólo como amigos, aunque me interesaba.

Tito era músico. Guapo. Y muy buen chico, le agradaba a mis padres y yo le agradaba a los suyos,
quizá más adelante surgiera algo. Por el momento sólo lo estaba conociendo, aunque tenía un
defecto que una mujer como yo no toleraba, “existía, pero nunca pensaba”. En fin, hasta el
momento había encontrado muchas virtudes en él como para quizá, darle una oportunidad.

—Por eso Zoé, querida, ahora que estás a punto de cumplir 17 años y empezarás a considerar más
el enamorarte, usa esto —me picó mi madre la cabeza con el dedo índice.

—Antes que esto —Amortiguó el dedo en mi pecho, cerca de mi corazón. —Beba, cuando alguien
se enamora, pierde el sentido de la realidad. Y tiene los peores sesgos en su visión, y el futuro se
vuelve muy idealista, y no realista y lógico. Por eso es que si un chico te dice: “quiero vivir en un
árbol, tú le dices: también yo”. Porque nos cegamos tanto a las consecuencias de las decisiones que
estamos tomando que todo se nos hace fácil. Pero, Zoé, si no eres capaz de ver el efecto de tus
decisiones presentes en un futuro, y aun así te atreves a aventurarte a hacer algo (en este caso
iniciar una relación amorosa con algún chico), eres valiente, pero tonta. Por eso ser sabia es mejor
que ser valiente, porque ser sabia consiste en medir las consecuencias y efecto de mis decisiones
presentes en un futuro que se gesta a través de un diario vivir y decidir. Y allí se forma el carácter,
hija, que es lo que nos hace ser esforzadas a diario para ser mejores personas y no sólo valientes
arrebatadas de momento. —¿Me estás oyendo, Zoé? Te estoy hablando a ti. —Por alguna extraña
razón pensé en esa cantante llamada Paquita, no sé por qué pero creo que mi mamá estaba
buscando llamar mi atención, y continuó. —La mejor forma de enamorarse es ser lo suficientemente
frío para evaluar con la cabeza y no sólo con el corazón, el si debo o no estar con “X” persona. Por
ejemplo, amar a Dios no es suficiente, tienes que aprender a temerle, es el temor lo que te hace
apartarte del mal, no el amor, pero ambos van de la mano. La mayoría de la gente que peca siempre
asegura: “Aun amo a Dios” y sí, es verdad, ¿no? —Yo asentí con la cabeza. —El problema de esta
gente no es el amor, es la falta de temor. En una relación sentimental es similar, Zoé. Si no evalúas
la relación inteligentemente, si te conviene o no tal persona, terminarás diciendo: “Me casé muy
enamorada, pero no sé qué paso”. Y bueno, “Pasó que no te convenía”. Quizá había amor, pero te
falto, en este caso no temor, sino inteligencia. No te digo que reprimas tus sentimientos, sino que
aprendas a hacer uso también de esto, —Me tocó la cabeza como quien toca la puerta a media
noche porque un psicópata con una motosierra lo quiere hacer tacos.

No le dije a nada a mamá, pero la verdad es que me sorprende cuando me habla así, y al mismo
tiempo me da tanto miedo quizá porque aún soy una adolescente, que hasta las ganas de mear se
me aceleran, siento que me prepara para lo peor. En fin, sólo espero, siempre estar, hasta donde se
pueda, a la altura de las circunstancias para honrarle, pero antes que a ella, al Dios en el que yo creo,
y me puso en esta familia con tantos errores bonitos.

CAPITULO 4

Tengo que llamarle a Carolina y contarle el último chisme del momento. No hay nada que no le
cuente, y no hay nada que ella no termine descubriendo de mí. Es una especie de paparazi personal
y mi mejor amiga. Hemos compartido todo, y encuentro en ella la hermana que nunca tuve. No
conozco mujer que no tenga una mejor amiga con la que se desahogue y comparta los chismes del
momento, para orar por tales necesidades como: planificar y concretar dulces venganzas en contra
del tipo o la tipeja que nos lastimó y clamar juntas hasta ver como el fuego les consume, por
ejemplo. Pero en fin, gracias a Dios nuestros caprichos carnales nunca se cumplen, y eso nos hace
sentir mejor.

— ¡Carolinaaa! —Le grité tan fuerte a la bocina del teléfono como quien advierte de un peligro.

— ¡Hey, mujer cálmate! Pero qué te pasa. No te había escuchado tan emocionada desde que Chris
Quilala se dignó a favear tu respuesta en un tuit hace dos años.

Su comentario me hizo soltar una carcajada al recordar ese momento. Chris Quilala es de mis
cantantes favoritos, ese amor platónico que me rompió el corazón cuando se casó aunque nunca
supo de mi existencia. Publicó un tuit en su cuenta que decía: “My wedding day, I’m so nervous I
have no nails left to bite on.”, obviamente cualquier fans de cualquier artista sabe que su posibilidad
de tener una relación con un artista famoso es de una en un millón. Así que le respondí su tuit
despechada: “YOU HAD ME WORRIED, MORRITO”. Y al otro día, allí estaba la notificación en twitter:
“@chrisquilala ha marcado como favorito uno de tus tuits”, sentí esa sensación tan maravillosa de
ser tomada en cuenta que inmediatamente hice el screenshot de la pantalla de mi celular y la
compartí en Twitter y Facebook con el hastag #impidiendolabodadelmorritochrisquilalalove. Llamé
a Carolina para contárselo y le grité de la emoción. La cual sólo me duró dos días hasta descubrir
que ese día Chris Quilala faveó todos los tuits de respuestas y felicitaciones.

— ¡Tito me invitó a cenar!


—Ah mira, me traías con el pendiente.
—No tonta, en serio.
—Sí, yo también te lo digo en serio.
—Carolina, eres odiosa cuando te lo propones pero no dejaré que me arruines mis cinco minutos
de plenitud, te contaré el chisme.

—Ay ya, cuéntame que me tienes más angustiada que una mujer en pleno parto de gemelos en
cesárea.

—Pues nos hemos estado escribiendo y tratando desde hace ya varios meses, ya te lo había dicho,
y hace unos días me empezó a insinuar sobre tener algo más formal y mi instinto de mujer me dice
que hoy me va a pedir que sea su novia.

Lo sé, estoy hecha a la antigua a mis casi 17 años. Que hoy un chico pregunte: ¿quieres ser mi novia?
ya no le causa emoción a muchas mujeres, a mí sí. Primero están las salidas, los besos, abrazos y
hasta sexo; y mucho, mucho tiempo después se preguntan qué son. Siempre que veo a las parejitas
de la iglesia juntas, que salen a cenar, van al cine, se escriben todo el día, y se llenan de celos y
emiten reclamos cuando no les responden a tiempo un mensaje o llamada, y que incluso se revisan
la tráquea entre beso y beso, me hela cuando les cuestionan si son novios y ellos responden que
sólo son “amigos”.

— ¿Qué? ¿Pero yo creí que ya hasta se iban a casar? —expresó Carolina con un fino y elegante
comentario sarcástico. —Tienen, qué, como 4 meses conociéndose ¿no? Que la verdad no sé por
qué le hacen tanto al misterio si lo conoces desde hace cinco años.

—Carolina, no es lo mismo conocer a un hombre en la fase de amigo, de pretendiente y de novio.


Como amigos son divertidos y se puede salir sin apariencias y compromisos, porque son amigos. De
pretendientes la mayoría son muy hipócritas, simulan atención, caballerosidad, respeto, etc. Pero
de novio se descubre lo que en realidad son, y aunque uno corre riesgos de salir lastimada tiene que
acceder a enamorarse, seriamente con alguna persona, en este caso si no es Tito, será otro. Pero
obviamente no hay otro más que él.

—Oye, —expresó Carolina con angustia y fingiendo sollozos. —Dónde puedo depositarte.
— ¿Qué cosa?
— ¡La ofrenda! por este sermón de noviazgo tan elocuente, manita.
—Te odio poquito, —dije entre risas.
— ¿Y a dónde te va a llevar?, digo, si dices el pecador di dónde será el pecado.
—Ammm… sólo dijo que él pasaría por mí este viernes por la noche, será sorpresa. Sólo espero que
no me lleve a comer tacos de moronga. En lo alto de la torre de París me conformo, aunque sea.
—Mira con que la comida no te suelte el estómago y termines tu cenita romántica en algún baño
público date por bien servida y con el favor de Dios.

— ¿Por qué eres tan sucia Carolina? —Le reclamé con una sonrisa entre dientes y una expresión de
asco en la cara imaginándome con esa escena tan ridícula.

Ese es problema de mujeres, nuestro eterno dilema, por lo menos el mío y de muchas que
conocemos. Perfeccionamos tanto nuestras citas y príncipes que nos cortejaran, que cuando
aparece la realidad, suponemos que no son dignos de nosotras. Vivimos casadas con el hombre ideal
que sólo habita en nuestra cabeza, reforzados con consejos de nuestros padres y amigos que nos
dicen: “y debe ser muy trabajador, inteligente y debe saber planchar, barrer y más, por si un día tú
te enfermas, cariñoso, buen padre, con dinero y en sus ratos libres resucitar muertos de tres días…”
¡Ay de mí! Tito a penas y pasaba la prueba de que era hombre y le favorecía que era músico. Sí
cubría muchas características de mis requisitos, pero a papá le oí decir: “Ese Tito, hijo del pastor,
como que no se ha dado cuenta que hay vida inteligente a sus alrededores y más allá de su guitarra,
¿Verdad. Abi?” y mamá sólo levantó la ceja derecha mirándome y esbozando una leve sonrisa de
complicidad como si me supiera algo.

Después de hablar otras cosas de menos importancia con Carolina colgué y me quedé tumbada en
la cama boca arriba cerrando los ojos poco a poquito en dirección del calendario que estaba cerca
del reloj de mi cuarto, como queriendo quemarlo para que se acelerara el tiempo y llegara el viernes,
“vamos miércoles, termina, jueves empieza, acaba, inicia viernes ¡Inicia!” Dormí.

CAPITULO 5

Había esperado el fin de semana con tantas ganas que los días se me habían hecho tan eternos y a
la vez tan veloces, una bella y extraña paradoja. Y llegó el día. Por la mañana me levanté con esa
sensación en el estómago de cierto miedo y ansiedad por no saber dónde y cómo resultaría la cita,
lo que me hizo recordar las palabras de carolina: “Mira, con que la comida no te suelte el estómago
y termines tu cenita en algún baño público, date por bien servida…”

Corrí las cortinas de mi habitación y abrí las ventanas para respirar el fresco aire del día, “este es el
día que hizo Dios, me alegraré, y me gozaré en el…y por la noche cenaré con Tito”, me dije con los
brazos abiertos, entornando los ojos mientras se dibujaba en mis labios una bonita sonrisa. “Toc-
toc…”, sonó la puerta.

— ¿Zoé, ya estás despierta? —oí la voz de mi mamá del otro lado de la puerta. —Hija, tu papá ya se
está arreglando recuerda que si no estás lista a tiempo te va a dejar y se te hará tarde para llegar a
la escuela.

—Ya voy mamá, me estoy arreglando. —Le dije dirigiéndome con prisa al baño quitándome a
velocidad de la luz la ridícula pijama de Tinkerbell que Valu me había regalado en mi cumpleaños
número 16.

—Son las seis y media, Zoé, tu papá se va en 15 minutos. —dijo mi mamá con tono de urgencia.
—Cinco minutos mamá, ¡cinco minutos! —Abrí la regadera a todo lo que da metiéndome bajo el
agua y ¡waaaaa! ¡Rayos mamá! ¡Está calienteeee!

— ¿Qué? ¿Qué dijiste, Zoé? —me cuestionó mi madre a gritos no despegándose de la puerta.
Siempre me he preguntado el porqué de esa paranoia de las madres de cuestionar todo lo que haces
y por qué lo haces, a todas horas, sobre todo por las mañanas teniendo en cuenta que en este
momento el tiempo apremia y uno debe detenerse a contestarles porque si no es muy seguro de
que estalle la guerra de nervios “madre vs hija”.

—Oiga señorita, ¿me puede explicar por qué razón, motivo o circunstancia estoy oyendo el ruido
del agua de la regadera? ¡Zoé, te estoy hablando!

— ¡Ay mamá ya te dije que me estoy arreglando!, me acabo de quemar con el agua caliente de la
regadera, no sé por qué esta tan caliente ¿piensan pelar marranos con ella o qué?, ¿por qué papá
no se ha dignado a ponerle color rojo y color azul para diferenciar cual es la manija del agua caliente
y cuál del agua fría? —Le contesté graduando la manija del agua fría con la caliente para equilibrarla
ni tan fría ni tan caliente.

—Zoé, tu papá no puede hacerse cargo de tu torpeza de las mañanas hija, te levantas como zombi
todos los días a las prisas y ahora quieres que tu papá resuelva el problema de las manijas con
colores. —Punto para mi papá, y bueno, también para mi mamá. —Apresúrate señorita, ya no te
dará tiempo de desayunar, y ya no te maquilles que sólo te alborotas lo fea.

— ¡Ya, mamá! Te recuerdo que soy tu hija.

—Te recuerdo que te pareces más a tu papá.

Oí sus pasos bajar las escaleras a toda prisa y me corrió un frio por la espalda pensando que mi papá
ya estaba en el comedor y estaba a punto de irse. Salí del baño con una toalla envuelta en la cabeza
y otra envuelta en el cuerpo. “Zapatos, zapatos…” ¡Dónde rayos están los zapatos! Me acomodé el
uniforme que no planché la noche anterior y se veía mascado como por una vaca hambrienta en
cautiverio, “Zoé, ¿ya planchaste tu uniforme?” me dijo mamá la noche anterior, y yo le dije que sí,
porque creí que lo había planchado, pero creo que soñé. Me lo quité a toda velocidad, conecté la
plancha y la puse sobre la cama cerca de la blusa del uniforme, mientras me iba a improvisar un
exótico peinado resumido en un chongo. Me percaté de que los zapatos no estaban lo
suficientemente limpios y recordé a la prefecta Kelly: “Zoé, la próxima vez que te vuelva a ver con
la blusa desfajada y con los zapatos sucios te pondré a limpiar los baños de mujeres”, me justifiqué
diciéndole que se me hizo tarde, como era costumbre, que no volvería a pasar, y bueno, era cierto,
soy despistada pero no sucia. Con un pequeño cepillo para zapatos los boleé lo más rápido que pude
sentada sobre una silla, levanté la cabeza y no sé cómo la plancha había caído sobre la blusa
achicharrando con la punta sin teflón la parte baja y trasera de la blusa, ¡mamaaaaá, quemé la blusa!

—Zoé, ¡Tu papá ya se va, hija! —Oí los gritos de mamá desde el comedor.

—Ya voy, cinco minutos.

—Eso me dijiste hace 15 minutos.

—Es que me preguntaste tres veces.


Planché rápidamente la blusa, fui al espejo para ver cómo me veía, “ammm…sí paso”. Recogí los
libros del buró, los metí en mi bolsa enorme de mano, todas las mujeres tenemos una donde
metemos todo, a estas alturas de la vida y en este siglo ya no deberíamos decir “trágame tierra”
cuando pasamos un momento vergonzoso, sino “trágame bolsa de un millón de terabatys”. Bajé
corriendo las escaleras justo cuando papá estaba sacando el auto de la cochera y me le acerqué a la
puerta tocándole la ventana del copiloto.

— ¡Oiga, señor! ¿Cuánto me cobra a la preparatoria “se me hace tarde” ubicada en calle “se lo
ruego” entre “lléveme” y “por favor”?

—Ya súbete hija, que yo también llegaré tarde si no te apresuras.

Saqué las manos por la ventana despidiéndome de mamá mandándole muchos besos.

—Te escribiré cuando llegue al Congo, mamá. Un año no es un siglo, volveré. —Sólo vi cuando mamá
me esbozaba una linda sonrisa batiendo la mano en señal de adiós desde la puerta, como diciendo:
“pedacito mío”.

—Hija, tienes que disciplinarte más en tus horarios para dormir y despertar. Estás por cumplir 17
años y ya no te puedes estar dando los lujos de una adolescente de 15.

—Sí papá. —Le respondí volteando a verlo y poniendo carita triste por el regaño.

—No pongas esa cara, sabes que es por tu bien. Tienes que aprender a hacerte responsable a
temprana edad. Mientras más temprano, mejor. La vida se va hija, la vida no se detiene y cuando te
des cuenta serás toda una jovencita con mayores responsabilidades que las que tienes ahora, las
cuales se reducen la escuela y una que otra cosa en casa, y claro no olvidemos la iglesia.

—Pero sí he sido responsable, pa’. —Le dije algo incomoda.

—Lo has sido, es cierto. No eres una chica problemática, has sido una muy buena hija y estoy
orgulloso de ti, pero… hija ¿y el día qué te enamores? Obviamente eso será como a los 25, porque
eres una bebé, —me lo dijo tan seguro de su declaración que tragué saliva y se me aceleraron las
ganas de mear.

No le había dicho a papá que hoy tenía una cita, con Tito, el hijo del pastor, el que “no se había dado
cuenta de que había vida inteligente a su alrededor más allá de su guitarra”. ¿Y si no me dejaba
salir? Podía mentirle, la mayoría de mis amigas lo hacen cuando salen con sus novios, “voy a la
reunión de oración, creo que llegaré muy tarde ¡wujuuu, avivamiento!”, sería buena idea. No, pero
¿y la honra que se merecen? Mis papás no se merecen una hija mentirosa que traicione la confianza
que me han dado, una hija indisciplinada se las puedo dar, pero no una mentirosa.

—Pa’… —Le dije frunciendo los labios y tronándome los dedos como quien rompe tiernas zanahorias
a falta de un cuchillo, mirándolo de reojo.

—Es que… ay, papá.


— ¿Qué hija?
—No nada, olvídalo.
—Oye ¿todas la mujeres son así? —espetó con asombro.
— ¿Cómo? —Le contesté abriendo los ojos como platos.
—Nada, olvídalo.
—Oye no. No seas así. ¿Dime cómo? —Había caído en su trampa, las mujeres no somos como los
hombres, la curiosidad nos mata, nosotras no toleramos el “nada”.

—Me acabas de decir: “Pa’”, yo te dije “qué”, tú me dijiste “nada”, y ese es el problema con ustedes
que siempre que quieren ocultar su frustración sobre algo lo resumen con ese infernal “nada”.
¡Dime qué pasa!

Sin darme cuenta habíamos llegado al colegio, se había estacionado cerca de la entrada y faltaban
tres minutos para que cerraran el portón, así que tenía dos minutos para que Dios hiciera un milagro
ablandando el corazón de mi padre y me permitiera ir a cenar con Tito, y un minuto para que obrara
un prodigio y que la prefecta me dejara entrar sin que me cuestionara el cabello hecho un chongo
aun mojado y la blusa desfajada mal planchada.

—Un chico me invitó a cenar esta noche.

— ¿Perdón? Te invitó quién.

—Ammm…Tito, el hijo del pastor. Estemmm… no te quiero ocultar nada, y por eso te estoy pidiendo
permiso, porque no quiero que te enteres por terceros.

—A ver Zoé, ¿estás consciente de que tienes casi 17 años en un par de meses, de que aún no eres
mayor de edad y que una de las cosas que venía señalándote en el camino es que no has sido lo
suficientemente responsable con tus compromisos como levantarte temprano para ir a la escuela y
que salidas con chicos te va a distraer más de tus responsabilidades?

—Si papá. Pero… bueno me he estado escribiendo con Tito, y nos hemos estado tratando, nunca
hemos salido y no he hecho nada indebido, y pues, ammm… me gusta, me interesa.

—Van a cerrar el portón, toma, —me extendió un billete para los gastos del día, se acercó y me dio
un beso en la mejilla seguido de un “buen día, te amo”.

—Papá… —Lo miré y él tenía los ojos fijos en el parabrisas.

—En la noche hablamos, lo pensaré. En todo caso si no sales con él, puede ir a cenar a la casa.

Bajé del auto más paniqueada que una cucaracha fumigada con Baygon. Intenté correr al portón
pero sentí que mis zapatos se pegaban al concreto, me acomodé un mechón de cabello que se había
resbalado por mis ojos y gracias a Dios crucé el portón justo cuando la prefecta Kelly lo cerró, no me
dijo nada y vi que se fue en dirección a su oficina, y yo seguía en shock… “cenar”, “casa”, “papás”,
“Tito”, “Yo”… ¡Trágame bolsa!

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