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casi 30 años— cerró una prolongada etapa de la vida política santia-gueña. Mientras la noticia
corría de un punto a otro del territorio, la lucha por la sucesión del poder enfrentaba a dos
grupos familiares emparentados con el caudillo fallecido y vinculados desde hacía tiempo con
el gobierno: los Carranzas y los Taboadas.
Poco después al ser confirmado en el cargo por la legislatura provincial, el goberna dor
escribió nuevamente al Restau rador “con el placer de comunicar le que sólo espera la voz del
Exmo. Jefe Supremo de la Nación para correr presuroso a la par de sus conciudadanos donde
él mismo lo ordene y según las huellas de ho nor y de la gloria, de todo lo quo V. E. es el más
esclarecido modo lo”.
Estas muestras de incondicio nalidad —unidas a las derrotas m
litares infligidas por Antonino a ¡os partidarios de los Carranzas
rindieron su fruto político, pero se convirtieron en pesado lastra cuando el triunfo de
Caseros acabó con Rosas y encumbró a Urquiza sobre el panorama nacional.
Esa interesante posición comenzó a deteriorarse hacia 1869, cuando la fractura del bando
liberal provocó un serio entredicho con Sarmiento, por entonces presidente de la Nación. Ante
las quejas de los Taboadas, que denunciaron la injerencia de las fuerzas militares de Buenos
Aires en las elecciones de varias provincias cercanas, especialmente en Tucumán, el fogoso
sanjuanino escribió a Manuel Taboada una carta que tuvo amplia difusión. Entre otras cosas,
lo tildaba de “presidente del Norte” y de “gobernador perpetuo” y le preguntaba con acritud si
se consideraba “gerente, prefecto o apoderado de las susodichas provincias”.
Los Taboadas sobrellevaron el embate presidencial con cautela y ejercieron su dominio
durante varios años más, pero en septiembre de 1871 el fallecimiento de Manuel —el talento
político de la familia— debilitó notoriamente al clan.