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el Tiempo de Navidad
Dios ha venido. Está aquí. Y, en consecuencia, todo es distinto de como a
nosotros nos parece. El tiempo, que había sido hasta entonces un flujo sin fin,
se ha convertido en acontecimiento que imprime silenciosamente a cada cosa
un movimiento en una única dirección, hacia una meta perfectamente
determinada. Estamos llamados, y el mundo juntamente con nosotros, a
contemplar en todo su esplendor el rostro mismo de Dios. Proclamar que es
Navidad significa afirmar que Dios, a través del Verbo hecho carne, ha dicho
su última palabra, la más profunda y la más bella de todas. La ha introducido
en el mundo, y no podrá retomársela, porque se trata de una acción decisiva de
Dios, porque se trata de Dios mismo presente en el mundo.
Todo el período navideño no sólo pone ante los ojos de la Iglesia, admirada y
conmovida, el misterio de la venida de aquel que «es sostenido por los brazos
maternos de María y sostiene el universo», sino que enseña también que él es
aquel que ha fijado para siempre su morada entre los hombres para hacer de
cada hombre un hermano y amigo y reconducido al Padre común.
Dirá san Gregorio de Nisa, celebrando el misterio de Navidad, que «el Hijo de
Dios asume nuestra pobreza para hacernos entrar en posesión de su
divinidad»; se despoja de su gloria para hacernos partícipes de su plenitud».
Como María, la virgen de la Palabra, que conserva todas estas cosas en su
corazón y las medita, también nosotros queremos ser testigos fiables de la
Navidad acogiendo en nosotros al Verbo de la vida.
Continúan las profecías sobre el Mesías, en las que se subraya la alegría que
señala su venida, la salvación ofrecida a todos los pueblos, el tema de la luz
(primera lectura). Los evangelios narran el hecho del nacimiento de Jesús y
hechos pertenecientes a su infancia. Algunos textos invitan a reflexionar sobre
el «sentido» de este acontecimiento: de modo particular el Prólogo de Juan,
leído en la misa del día de Navidad y repetido en el segundo domingo después
de Navidad asociándolo con Eclo 24,1-4.8,12 y también con las segundas
lecturas.
El leccionario ferial
En los días feriales se escucha la primera carta de san Juan, escrito en el que el
Apóstol ha condensado lo esencial de su experiencia religiosa. El discurso gira
en torno a temas tan caros a Juan como la luz, la justicia, el amor, la verdad,
desarrollados en paralelo, para mostrar la riqueza sobrenatural de la situación
de aquellos que han nacido como «hijos de Dios». La contemplación del
misterio del Hijo de Dios, que en María se hace hijo del hombre, se prolonga
en la del hombre que nace como hijo de Dios. Juan continúa el tema
mostrando sus implicaciones morales: el «hijo de Dios» adopta un estilo de
vida que basa todo sobre la fe en Cristo y sobre el amor a los hermanos.
Las perícopas evangélicas están elegidas entre las que ilustran la
"manifestación" del misterio de Dios en la humanidad de Cristo: los
acontecimientos de la infancia descritos por Lucas; el gran prólogo y el
comienzo de la misión de Jesús según el evangelio de Juan; varios episodios
epifánicos tratados por los sinópticos (multiplicación de los panes, caminar
sobre las aguas, etc.).
Inmediatamente después de Navidad se celebran algunas fiestas de santos: san
Esteban, san Juan evangelista, los Santos inocentes. Son el fruto del
nacimiento de Cristo, aquellos que «no de la sangre, ni del querer de la carne,
ni del querer del hombre, sino de Dios han sido engendrados» (Jn 1,13). María
los presenta con Cristo al mundo como sus hijos, manifestándose como Madre
de Dios y de los santos.