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La lengua familiar

Por Miquel Bassols

Desde Das Unheimlich de Freud “la familia se ha convertido en lugar de lo más extraño,
lo más extranjero, lo más ajeno e ignorado para cada ser hablante”. En la lengua árabe y en
hebreo la familia coincide con lo demoníaco, con lo más espeluznante. Unheimlich es
antónimo de Heimlich: lo íntimo, lo secreto, lo más familiar y doméstico. Pero una de las
acepciones de Heimlich coincide con su antónimo (“doble sentido antitético de las palabras
primitivas”): “en el origen de lo más familiar se encuentra su contrario, lo más escondido,
oculto y peligroso”. Das Unheimlich: “lo extrañamente familiar”. En nuestra lengua,
Unheimlich sería lo “in-familiar”, “entendiendo el “in” como la negación de lo familiar, pero
también como lo más interior a él, como lo más propio, como lo más éxtimo”.
Ese “in” que se transforma en un “ex” es el mismo que el Un del término freudiano que
designa lo inconsciente. Das Unbewusste y volvemos a encontrar en Das Unheimlich, lo
extrañamente familiar. Este Un, partícula aparentemente negativa, “la volvemos a encontrar
en el Un del Uno solo, del Uno sin Otro, del Uno sin alteridad posible, que habita en el
seno de cada una de nuestras lenguas más familiares”. Uno del goce, Uno solo, hay lo Uno.
“Uno solo en su goce que viene a afirmarse allí donde no hay relación entre los sexos
masculino y femenino”.

El uno total menos


plenicorrupto nones consentido apenas por el cero
que al ido tiempo torna con sus catervas súcubos sexuales y su fauna de olvido
Oliverio Girondo

La familia “es el lugar en el que para cada ser hablante se da una respuesta a ese no hay
relación sexual que pueda escribirse entre el hombre y la mujer. Cada familia es una
versión, una respuesta más o menos novelada, más o menos sintomática, a la no relación
entre los sexos. Cada forma familiar, sea cual sea, intenta decir al sujeto cómo habría que
relacionarse con el goce sexual, cómo hacer con el goce del Otro sexual, del sexo con Otro,
pero cuanto más la familia lo intenta, con todas sus transformaciones, más aparece en su
seno este Uno que funciona solo en su goce, sin el Otro, este Uno de lo Unheimlich,
demoníaco, bárbaro, que atraviesa formas y culturas, religiones y ateísmos, programas de
inserción y de planificación familiar incluidos. ¿Cómo el Uno del goce habita en las
distintas formas familiares de nuestro tiempo? Este es el asunto que les propongo tratar”.
“Creemos que decimos lo que queremos, pero es lo que han querido los otros, más específicamente nuestra familia
que nos habla.”
Jacques Lacan 16-7-1975

Sobre la cita de Lacan que figura en el argumento del VIII ENAPOL. “Cada sujeto es
siervo del discurso de su propia familia”. “Familia” proviene del latín famulus: “esclavo,
siervo, sirviente, sometido”. “Todos somos esclavos, de una forma u otra, de la estructura y
del discurso de la propia familia. Esto es así tanto en la novela familiar del neurótico como

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en el “familiarismo delirante” –expresión de Lacan- del psicótico. Y es así especialmente
cuando queremos hablar de la familia misma tomada como objeto del relato, de la novela o
del delirio. La expresión de Lacan: nuestra familia nos habla, no sólo debe ser entendida como
un complemente indirecto, nuestra familia nos habla a cada uno de nosotros, para cada uno de
nosotros, que somos sus hijos, también si somos el padre o la madre, el tío o la tía, sino debe ser
entendida sobre todo como un complemento directo: somos hablados por la familia”.
La familia habla de nosotros incluso antes de que nazcamos en ella, como objeto de su
discurso, pero también la familia habla en cada uno, cada uno es hablado por ella, y lo hace
siempre en forma de enigma, de un secreto para uno mismo; ese secreto que un análisis
debe ayudarnos a descifrar. Esto es especialmente cierto cuando uno quiere hablar
precisamente de la familia, ya sea de la propia familia o de la ajena. Cuanto más uno quiere
hablar de su familia, más la familia lo habla a uno. Es lo que constatamos en un análisis, es
la paradoja que se desarrolla necesariamente en un análisis: uno habla de su familia pero es
la familia quien habla en él, es la lengua familiar la que lo habla a uno, sin poder salir de la
propia lengua familiar para hablar de aquello que lo determina en ella como sujeto. Y tal
vez una buena forma de situar la apuesta de un final de análisis y de la experiencia del Pase
que realizamos en nuestras Escuelas, sería poder llegar a hablar de esa familia que lo habla a
uno, saliendo de la lengua familiar, en una suerte de des-familiarización de la lengua.
Al respecto hay una pregunta que se plantea a veces: ¿es mejor hacer un análisis con un
analista cuya lengua familiar sea la misma que la del analizante, que comparta con él ciertos
rasgos de identificación con la lengua común? No es para nada seguro si partimos de la
hipótesis de que un análisis conduce necesariamente a una des-familiarización de la lengua,
incluso a una des-identificación con la lengua familiar, si conduce de hecho a encontrar en esa
lengua familiar aquello que es precisamente lo menos familiar, aquello con lo que menos
puedo identificarme. Aunque alguien podría argumentar por otra parte, que es
precisamente por haberlo hecho en su propia experiencia y en su propia lengua familiar que
ese analista puede escuchar mejor las resonancias secretas de esa lengua familiar.
Finalmente, plantear las cosas así es confiar demasiado en la propia historia familiar de las
lenguas, porque las lenguas tienen también su historia y sus familias. Voy a hablar un poco
de ellas.
Se suele creer que las lenguas de una misma familia pueden entenderse mejor entre ellas,
aunque tengan también lo que los traductores llaman “falsos amigos”, esas palabras que se
parecen pero que significan cosas muy distintas, y que pueden llevar a toda suerte de
malentendidos, de equívocos y de disputas. Es conocida también la búsqueda mítica de
aquella lengua originaria, la proto lengua madre, que sería la madre de todas las lenguas de
una misma familia. O incluso la proto lengua general de todas las familias de las lenguas que
supuestamente habría existido antes de Babel. El libro de George Steiner, Después de Babel,
es interesante para tratar esta cuestión. Las familias lingüísticas tienen también su historia,
cada una puede funcionar como un rasgo de identificación que a veces es un factor clave de
segregación del goce que habita en cada una de ellas. Porque la lengua del Otro, o la familia
del Otro, es a veces el lugar en el que se encarna el goce más abyecto, extraño y rechazado
por cada uno. Fue de hecho así como empezó la historia de los bárbaros, palabra cuya
etimología remite precisamente a aquellos que hablaban una lengua extraña, aquellos que
parloteaban bar, bar, bar… -esa es la etimología de la palabra-, que hablaban de una manera
incomprensible, lo que los hacía acreedores de un extraño goce nada familiar. Creo que la
hipótesis lacaniana del Uno del goce, que se funda en el axioma hay lo Uno, la hipótesis de

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lalengua, implica que cada uno es finalmente un bárbaro en su propia lengua familiar. Y que
el analista debe ser también un bárbaro de la lengua para poder escuchar aquello que hace
que la lengua sea Una para el sujeto, aquello de la familia que lo habla a él al querer hablar
de ella. Es llamativo sin embargo que el término “bárbaro” que en su origen designa lo más
extraño e intrusivo en la lengua familiar y para la lengua familiar, que designa una forma de
gozar del Otro imposible de tolerar por lo familiar, haya venido a designar en algunos usos
de la lengua española, especialmente en Argentina, precisamente lo contrario, algo
especialmente valioso, genial, buenísimo, magnífico. “Bárbaro” decimos para designar
precisamente aquello que nos hace sentir un gran placer acorde con nuestra forma de
gozar. “Bárbaro” sería otro ejemplo de aquellas palabras que interesaron tanto a Freud y
que tenían dos sentidos antitéticos aparentemente antagónicos, y que nos hacen presente lo
Uno del goce y la falsa ilusión de que el goce del Otro existe como tal. Lo bárbaro es ya un
signo de que aquello que rechazamos, aquello que segregamos y discriminamos como
extraño, como radicalmente diferente, está a la vez en el lugar de lo más familiar, de lo más
íntimo y cercano a nuestra realidad y a nuestra forma de vivirla.
La lengua familiar es para cada uno, aquello que encierra entonces el secreto de lo Uno
del goce, opaco para sí mismo, desligado del Otro al que le suponemos ese goce rechazado,
segregado de la propia familia.
La cuestión es entonces: ¿En qué lengua nos habla la familia? ¿Cuál es esa “lengua
familiar” para cada uno realmente? ¿En qué lengua somos efectivamente hablados por la
familia?
La primera respuesta que nos viene es que la familia nos habla en la llamada “lengua
materna”. Pero, ¿por qué esa lengua se llama así precisamente? Es algo que ocurre en casi
todas las lenguas, lo he verificado. A veces en inglés se utiliza también la expresión first
language, “primer lenguaje”. Aunque para nosotros, lacanianos, ya no se trata de lo mismo,
dado que el lenguaje es distinto a la lengua, el lenguaje es para Lacan una elaboración de saber
sobre lalengua. Pero en la concepción general de las lenguas, la estrecha relación que existe
entre la lengua y el deseo de la madre, parece casi universal. Es una concepción que podría
estar de acuerdo con aquella primera teoría analítica de los post freudianos que situaban a la
madre como la primera relación de objeto del niño: la lengua materna sería recibida por el
niño como el primer alimento, como la primera leche materna; concepción tan discutible
como la propia teoría de la relación de objeto que Lacan criticó en su momento. De hecho
hay siempre este regusto que usamos, incluso para reivindicarla, la lengua llamada materna
como una relación originaria con el Otro más o menos paradisiaca, antes de Babel. Aunque
si investigamos el origen de esta expresión “lengua materna” podemos llevarnos una
interesante sorpresa. Según varios autores como el filósofo austríaco Iván Illich, la
expresión “lengua materna” fue introducida por primera vez por los monjes católicos hacia
el siglo IX para designar una lengua particular que usaban en la Iglesia en lugar del latín
oficial que era extraño al pueblo, cuando debían hablar desde el púlpito para realizar sus
sermones y adoctrinar a los feligreses. Era una suerte de lengua franca, una koiné, una
lengua común, construida un poco artificialmente, que era una mezcla de palabras de las
lenguas vernaculares del pueblo con un fondo común, lengua con la que podían transmitir
mejor los preceptos de la Iglesia a la población. A eso llamaron “lengua materna” por
primera vez. No sólo no era la lengua nativa, sino que se oponía a ella como lengua de
instrumentalización, como instrumento del poder de la Iglesia. La “lengua materna”
utilizada por los monjes era pues la lengua de la Iglesia, y la madre que está en el origen de

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la expresión “lengua materna” no es otra madre que la Madre Iglesia. No está mal para
sacarse de encima la idea que vincula la noción de “lengua materna” con la lengua de la
supuesta relación con el objeto primario y armónico. Es un dato que introduce ya un rasgo
un poco siniestro en la expresión “lengua materna”, un rasgo extrañamente familiar donde
habita el poder del Otro que nos lleva a la idea de una oposición, incluso de una sustitución
primera, de la lengua llamada materna que ya viene al lugar de otra. Debajo de la lengua
materna está el poder del Otro, el poder fálico si quieren ustedes, siempre enigmático y por
descifrar como una “x”. Y de hecho es lo que encontramos muchas veces en el lugar y la
función que la lengua materna tiene en la novela familiar del neurótico. Es la lengua de los
significantes como fundamentales de su historia, los significantes que le sirven también
para identificarse con los otros y entre los otros; hablamos la misma lengua para
identificarnos en oposición a lo extraño y lo extranjero. Pero lo extraño y lo extranjero está
igualmente debajo de estas identificaciones fundamentales. Costaría poco, decir entonces,
siguiendo el paradigma freudiano del complejo de Edipo y de su formalización con Lacan
con la Metáfora Paterna, que lo que llamamos la “lengua materna” es más bien la lengua
paterna: la lengua que viene a sustituir una lengua de la que no sabemos bien su naturaleza,
así como el Nombre del Padre viene a sustituir el Deseo de la Madre en la fórmula
lacaniana de la Metáfora Paterna para dejar ese Deseo de la Madre en un estado de
incógnita, de una “x” por descifrar.
La lengua primera del sujeto, su verdadera lengua familiar, sería entonces la lengua
paterna. Pues bien, mi segunda sorpresa siguiendo el hilo de esta investigación, “Familias
de lenguas”, ha sido encontrar esta misma hipótesis de la lengua paterna formulada en
términos extrañamente científicos: es lo que se denomina The father tongue hypothesis, “La
hipótesis de la lengua paterna”. Esta teoría fue efectivamente expuesta por la bióloga y
genetista suiza Estella Poloni en el año 2000, después de una cantidad considerable de
estudios de antropología genética en poblaciones africanas y europeas. La hipótesis de la
lengua paterna propone que los seres humanos tienden a hablar necesariamente la lengua
de su padre. Esta hipótesis está basada en el descubrimiento hecho en 1997 de una estrecha
correlación supuesta entre el lenguaje y una variación genética del cromosoma “Y” que
sigue una línea patrilineal de transmisión hereditaria. Los estudios genéticos realizados
mostrarían supuestamente una mayor correlación de la aparición del lenguaje con esta
variación genética, y no tanto con las variaciones del ADN mitocondrial que sigue la línea
matrilineal de transmisión hereditaria. Lo que querría decir que la lengua surgida en el
organismo humano, supuestamente a partir de una variación genética, es siempre la lengua
del padre; y que la madre no hace otra cosa que enseñar a sus hijos la lengua de su esposo,
de su pareja. Parece que varios lingüistas siguen desarrollando las consecuencias de esta
hipótesis de corte claramente cientificista. Pero no está tan alejada en su fundamento de la
idea de Noam Chomsky, desarrollada después por algunas líneas del cognitivismo, sobre un
origen y un soporte genético del lenguaje.
Digamos por nuestra parte, que esta suerte de realización de lo simbólico, donde lo real del
organismo –entendido como su base genética- vendría a realizar lo simbólico del lenguaje y
de la Metáfora Paterna, se acerca mucho lo que Lacan definió como la operación de la
esquizofrenia en la que todo lo simbólico es real. Por supuesto, la idea más o menos delirante de
que el lenguaje se hereda por vía genética, queda inevitablemente atenuada en esta hipótesis
de la lengua paterna, por el hecho de que finalmente es el discurso de la madre, es decir su
deseo y no otra cosa, lo que transmite la lengua, sea la del marido, la de su propio padre o
de quien sea; por una vía entonces y un soporte que no pueden ser en ningún caso
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genéticos, sino a través del discurso, con el soporte del significante, de la palabra
efectivamente enunciada, de hecho a través de la letra de ese discurso, de la instancia de la
letra en el inconsciente. Pero en todo caso, esta hipótesis de la lengua paterna se erige como
una objeción cientificista a la designación universal de la lengua vernácula como lengua
materna. Y es la objeción que también hemos encontrado curiosamente en la hipótesis de
la Madre Iglesia, aunque ahí serían los padres de la Iglesia, los monjes, los que transmitirían
el poder de esa Madre en la lengua, también a través del soporte de la letra. No sería la
primera vez que la ciencia y la religión se encuentran aunque sea por caminos diferentes.
Como indicaba Lacan, ciencia y religión son a veces complementarias, van muy bien juntas.
Todo ello nos indica que no es nada fácil discernir finalmente qué y cuál es la lengua
familiar del sujeto, cuál es el real de la lengua sobre el que el lenguaje como aparato
simbólico elucubra, intenta situar lo real en juego para cada ser hablante. Y se entiende por
qué Lacan tuvo que inventar un neologismo, lalangue, en su propia lengua familiar, en una
suerte de invención etimológica particular para abordar este real de la lengua, del goce de la
lengua que lo hablaba a él. Hemos adoptado y traducido este neologismo, pero no basta
con hacerlo para poder responder a la pregunta sobre cuál es la lengua familiar para cada
uno.
Esta lalengua inventada por Lacan es definida precisamente por los equívocos que la
historia ha depositado, ha dejado persistir en cada lengua, por los malentendidos, por los
“falsos amigos” interiores a ella misma, que hacen aparecer lo menos familiar de la lengua
que la lingüística estudia y reduce demasiado fácilmente a un código común. No hay nada
común en la lengua entonces si lo tomamos desde esta perspectiva de lalangue.
He conocido un divertido ejemplo de los efectos de lalengua familiar y de sus equívocos
en el testimonio de un médico de familia que trabajaba en los pueblos del interior de
Cataluña. En una consulta con una pareja ya mayor, la mujer se presenta explicando su
malestar después de haber padecido lo que ella llama “un experimento de rutina” (un
experiment de rutina). El marido lo confirma a su lado con una expresión entre el
asentimiento y la queja: “vea usted las cosas por las que debe pasar mi mujer”. El médico,
prudente, que sabe que no debe situarse precisamente en el lugar del experimentador
rutinario, va preguntando poco a poco intentando no ser demasiado intrusivo, para
entender de qué experimento se trata el malestar de la mujer: “y cómo y dónde fue ese
experimento”. La mujer le señala finalmente los ojos: “aquí, ¿dónde iba a ser?” Se trataba
de un desprendimiento de retina (un despreniment de retina). Lo que la buena mujer estaba
tratando de decir en realidad, lo que hablaba en ella a través del equívoco de la lengua
familiar, era de hecho que lo más traumático había sido para ella ser precisamente el objeto
de un experimento sobre su cuerpo, de la rutina médica a la que se había visto sometida. Es
lo que había que escuchar también más allá del testimonio de su malestar físico. Es un
ejemplo “bárbaro”, si me permiten decirlo así, para acercarse a los secretos de la lengua
familiar. Seguir las resonancias singulares de este experimento de rutina en la vida de la
pareja, sería ya adentrarse en la lógica analítica de la lengua familiar, del goce de la lengua en
la propia historia del sujeto.
Volvamos ahora a considerar los “asuntos de familia” bajo la perspectiva de este goce
del bárbaro, el goce del Uno familiar que se nos aparece como Otro extraño, el goce que
no se deja asimilar tan fácilmente por la lengua familiar, y que está de hecho transformando
la estructura familiar clásica.

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¿Cómo encontramos esta incidencia del goce del Uno, del Uno solo, en la actualidad de
la familia?
La antropología y la sociología actuales constatan que las nuevas formas de familia
tienden cada vez más a una fragmentación y a una des-multiplicación de las formas
llamadas precisamente “monoparentales” –encontramos ya allí algo de lo Uno también, en
ese mono. La desvinculación estructural entre la sexualidad, la reproducción y el matrimonio,
una desvinculación que la ciencia ha hecho todavía más presente con las tecnologías de
reproducción asistida, ha hecho aparecer a la vez un desplazamiento progresivo de la pareja
parental, como eje de la familia, hacia la procreación y el cuidado de los hijos, como el eje
más importante de la familia. No es tanto la pareja lo que hace específica la familia, sino el
modo de procreación y cuidado de los hijos. Este desplazamiento del eje horizontal, la
relación parental, hacia el eje vertical, la descendencia, tiene consecuencias importantes.
En primer lugar, se da una creciente valoración de la infancia como objeto de la familia
a la vez que se constata cada vez más aquel declive de la imago del padre que Lacan anticipó
ya hace mucho tiempo en su texto Los complejos familiares en la formación del individuo. La
familia como aparato de regulación del goce entre los sexos, cede entonces cada vez más su
función hacia la regulación de la relación del goce con la descendencia. Eric Laurent lo
señalaba en una de las referencias bibliográficas tan útiles y bien ordenadas que han sido
publicadas en la Web de este ENAPOL: hoy es el niño el que hace la familia y no tanto la
pareja parental. En el eje horizontal de la pareja parental es cada vez más frecuente la
fórmula que ha tomado la paradójica expresión del LAT, living apart together, parejas
separadas que, o bien no tienen descendencia, o bien se hacen cargo de ella de diversos
modos. Vivir juntos y separados a la vez, es una nueva forma de hacer con la falta de
relación entre los sexos y con la diversidad de formas de gozar. En relación a la
descendencia, esto se traduce generalmente en un living sometimes together, por decirlo así, una
intermitencia continuada de las relaciones de los padres con los hijos, viviendo a veces
juntos, a veces no.
Añadamos a estas nuevas situaciones, la reciente aparición de la política de las
identidades LGBT, a la que ya se añaden nuevas letras: la Q de queer (raro, torcido o
extraño), la U de unsure (inseguro), o la A de asexual que también entra en la serie de
posibilidades de parejas con identidades diversas. Frente a esta diversidad de modos de
gozar en el eje horizontal, se mantiene sin embargo una constancia en el eje vertical. El
niño, la infancia, toma el primer plano de la organización familiar. Ya sea en la relación
madre-hijo/hija, o en la relación padre-hijo/hija, es ahí donde se juega el centro de
gravedad actual de las estructuras familiares.
¿Qué es lo que nos muestra este desplazamiento? ¿Qué es lo que pone al descubierto
como un verdadero asunto de familia? Pone al descubierto algo que de hecho ha estado desde
siempre como un secreto mayor en la familia y que sólo pudo empezar a escucharse a partir
de Freud. Lo diré con una fórmula sintética para desarrollarla un poco después: el niño es el
primer y mayor bárbaro en la familia.
Tómenlo al estilo argentino: ¿Cómo está tu nene? Está bárbaro. O tómenlo al estilo
brasileño: dulce y bárbaro a la vez, los conocidos Doces Bárbaros -que han dado lugar a un
nombre de la Red Zadig en Brasil. Tómenlo en los sentidos que quieran: el niño llega
siempre a la familia como un verdadero bárbaro inesperado, llega como un intruso en la
pareja parental.

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El descubrimiento freudiano no fue sólo que el niño era un objeto sexual para el adulto,
que podía ser su objeto de goce –de hecho se había intuido ya antes de Freud-, sino sobre
todo que el niño mismo, la infancia, es el lugar de un goce extraño, incluso cuando lo
imaginamos como un goce perdido en la infancia. El descubrimiento freudiano de la
sexualidad infantil, puso en primer plano que esta existe como un goce perverso y
polimorfo y que el adulto, tanto la madre como el padre, no saben muy bien qué hacer con
él.
Generalmente -y es lo mejor que puede ocurrir-, la pareja parental hace con eso un
síntoma, y es lo que Lacan observó en su conocida Nota sobre el niño: el niño es el síntoma
de la pareja parental; y eso en la misma medida que encarna el retorno de un goce extraño
para cada uno; en la misma medida que encarna una verdad reprimida; en la misma medida
que se hace representante de la verdad, como escribe allí Lacan.
La otra posibilidad puede ser mucho más siniestra todavía. Es la que se produce cuando
el niño encarna el objeto del fantasma materno (veremos después algún ejemplo).
El niño empieza siendo pues un bárbaro en la lengua familiar, porque su parloteo es ya
en efecto el de un bárbaro en el sentido más etimológico que hemos visto de la palabra.
Nadie entiende ese parloteo, ese laleo, que es a la vez el que Lacan hizo resonar al inventar
ese neologismo lalangue, donde resuena el laleo del bebé, que conserva esa aliteración de las
huellas del laleo del niño. Y suelen ser la madre y el padre quienes empiezan a interpretar la
lengua del bárbaro dándole un sentido, son ellos los que lo civilizan supuestamente con la
lengua familiar. Todo esto iría muy bien si el proceso de interpretación siguiera realmente
las leyes de la Madre Iglesia, o de la hipótesis de la lengua paterna de la ciencia que hemos
visto antes. El problema es que esta lengua familiar, supuestamente civilizadora, es ella
misma un dialecto, más o menos lejano, de la lengua bárbara del goce perverso y polimorfo
de la propia infancia de los padres en primer lugar, esos padres que también fueron
bárbaros en su momento.
Lo que se produce entonces es parecido a lo que uno de los mejores analistas de la
primera generación –cuando los analistas eran también un poco bárbaros-, Sándor
Ferenczi, explica en un precioso artículo evocado por Lacan y que lleva por título La
confusión de lenguas entre los adultos y el niño. Dicho de una manera resumida, ocurre un
malentendido radical entre la lengua amorosa y tierna de los adultos, que quieren sin duda
lo mejor para su retoño, y la lengua del goce infantil que interpreta ese amor como un goce
inasumible, como una seducción imperdonable y finalmente traumática. Allí es el niño
quien toma ese lenguaje como una lengua bárbara, una lengua ajena. Y es allí donde el niño,
en el mejor de los casos, hace su síntoma que retorna a la pareja parental la verdad de lo
bárbaro que está en el origen de su lengua familiar. Creo que muchos psicoanalistas que
trabajan con niños podrán verificar esta hipótesis que sitúa al goce bárbaro en el nudo
secreto de la lengua familiar, de sus malentendidos y de sus síntomas actuales. Podemos
llamarla “hipótesis de la lengua bárbara” y se enuncia así: en toda lengua familiar habla la lengua
bárbara del goce; y podríamos añadir un escolio o comentario al margen: y el analista es el que
sabe escuchar el síntoma como una formación de esta lengua bárbara del goce.
Esta hipótesis de la lengua bárbara es la que debe servirnos también para abordar los
síntomas que se producen en otro momento crucial de la vida y de la lengua familiar: el
momento en el que el bárbaro llega a la pubertad y debe recomenzar de algún modo –como
decía Freud- su vida sexual a partir de las metamorfosis experimentadas en su cuerpo.

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Vuelve a ser, en efecto, el momento de la pubertad de los hijos, un momento de
malentendidos absolutos y de una gran confusión de lenguas en el seno familiar –es la
Babel familiar. Y es el momento que llamamos, con un término muy poco preciso en
realidad: “la adolescencia”. Es un momento cada vez más difícil de delimitar, de definir
cronológicamente. Es un tiempo que puede parecer también a veces un periodo “bárbaro”
de la vida de cada uno… en el sentido porteño. Lo designamos con el término
“adolescencia” para intentar responder a un real que siempre aparece de manera inesperada
y que no sabemos cómo incluir en la lengua familiar.
La adolescencia más que un periodo definible de la vida de un sujeto, es una
construcción que realizamos de manera retroactiva sobre ese goce extraño, tal como lo ha
subrayado de hecho Jacques-Alain Miller, en una conferencia que no por nada ha puesto en
relación este momento de la adolescencia con otro fenómeno que resulta hoy imposible de
incluir en la lengua familiar y que es el islamismo. Tampoco sabemos muy bien qué se
designa hoy con este término, pero sí sabemos que responde a un modo de gozar
radicalmente distinto al de la tradición judeocristiana en el que se ha formado nuestra
lengua familiar.
Debo decir que los últimos acontecimientos sucedidos este pasado mes de agosto en mi
ciudad, Barcelona, me han hecho releer esta importante conferencia de Jacques-Alain Miller
proponiendo una orientación de trabajo para el Instituto Psicoanalítico del Niño, una
conferencia titulada En dirección a la adolescencia –está publicada en la web de la Universidad
Jacques Lacan. Leída desde los atentados del pasado 17 de agosto en Barcelona, creo que la
conferencia de Jacques-Alain Miller también podría haberse titulado “En dirección de una
mutación de la familia”, si seguimos las consecuencias de lo que expone con respecto a la
adolescencia. Dice ahí: “Es sobre los adolescentes que se hacen sentir con la mayor
intensidad los efectos del orden simbólico en mutación”, es decir, los efectos de “la
decadencia del patriarcado”, y eso especialmente en las transformaciones actuales de la
familia.
Los atentados perpetrados en Barcelona y en Cambrils, por lo que podemos llamar un
grupo de adolescentes yihadistas -“una barra de pibes” dirían seguramente en Argentina-,
han sido también un asunto de lengua familiar. Han sido un asunto de familia aunque más
no sea porque el objetivo primero del atentado que fue frustrado por fortuna por la
inexperiencia de los adolescentes en el manejo de los explosivos, el primer objetivo del
atentado no era otro que volar y hacer saltar en pedazos uno de los monumentos más
emblemáticos de la ciudad de Barcelona, el monumento nada más y nada menos que La
sagrada familia, la conocida y turística basílica ideada por el genio delirante de Antoni Gaudí
–“gaudí” por cierto que quiere decir “goce” en catalán, nota al margen.
Según varios testimonios, la obsesión del grupo y su objetivo único, inicial, era dejar La
sagrada familia hecha polvo –debo decir que esta misma noche en Barcelona ha habido una
nueva alerta en La sagrada familia por un supuesto atentando que ha alertado de nuevo a
toda la ciudad, La sagrada familia condensa algo muy singular del goce más íntimo de lo
familiar. Bien, ese era el plan A de esa barra de pibes yihadistas. La explosión imprevista un
poco antes de las cargas de explosivos, en esa casa del pueblo de Alcanar, precipitó un plan
B improvisado en Las Ramblas de Barcelona y en los atentados de Cambrils. Podemos
pensar incluso la dimensión del acto fallido, de varios actos fallidos que se sucedieron, y
que ayudaron después a desentrañar los pasos seguidos del atentado. No habría que dejar

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pasar tampoco que el explosivo manejado de manera tan inexperta por los adolescentes,
tiene también un nombre muy familiar en el Estado Islámico, ese explosivo se llama “la
madre de Satán”.
Pero sin necesidad de aguzar tanto el oído a esas expresiones, es ya un asunto de familia
todo esto cuando sabemos que la célula yihadista de unos 20 miembros actuaba de forma
muy cohesionada gracias a lazos familiares que los unían. Al menos había cinco parejas de
hermanos entre esos integrantes de la célula, lo que nos indica la importancia de la relación
horizontal fraterna. Se trata de un vínculo de hermandad, en una fratria que no funciona
según la lógica del Nombre-del-Padre sino según la lógica del Uno del goce.
No estamos hablando de jóvenes nacidos y criados en países islámicos, ni adiestrados de
manera sistemática en Siria para la Guerra Santa –ni siquiera han ido a Siria. Si vemos las
historias de estos muchachos, son muchachos que han nacido, han crecido en Ripoll –
Ripoll no está en Siria sino en el núcleo de Cataluña, de la Cataluña más profunda-, y más
bien es interesante escuchar los testimonios de los propios muchachos, sus mensajes en las
redes sociales para intentar descifrar algo. Uno de ellos, Moussa Oukabir, respondía en las
redes sociales unos días antes cuando alguien le preguntaba qué haría en su primer día
como reina o como rey, respondía: “matar a los infieles y sólo dejar a musulmanes que
sigan la religión”. Este muchacho era un amante del rap, lanzaba perfectas rimas en la red
social, que indicaban algo de lo que iba a buscar en el goce del Otro. Una de esas rimas
decía: “soy un pirata, no quiero ni tu oro ni tu plata, lo que quiero es lo que tienes entre
pata y pata”. El problema es que entre pata y pata estaba también La sagrada familia, y todos
los infieles del mundo metidos en ella. La fratria de hermanos de la lengua yihadista,
mimetizada con el medio social de tal modo que había pasado totalmente desapercibida, se
movía no en nombre de un padre, padre que no tenía lugar en la tradición islámica -en
ningún lugar se habla de Alá como padre en el Corán-, sino que funcionan en nombre del
Uno del goce, que se transmite en línea horizontal de hermano a hermano, y en la que el
“reclutador” cumple la función del mayor de los hermanos fieles en su goce cada uno en el
goce del Uno solo. Esto es lo que, como decía Jacques-Alain Miller en esa conferencia,
“permaneció intocable” en la tradición islámica “frente a las mutaciones del orden
simbólico en occidente”.
Conviene medir las consecuencias entonces de un encuentro en el que se anudan dos
fenómenos que parecen ahora muy difíciles de desanudar: el encuentro del goce del Uno en
la adolescencia con la función del goce del Uno en la tradición islámica, del Dios Uno y
único sin dialéctica ni compromisos.
Es en esa dirección que creo que podemos empezar a estudiar lo que son las
transformaciones de las estructuras familiares actuales. Es de señalar una única constante
que aparece en los testimonios que encontramos en el discurso del entorno familiar de
estos adolescentes, donde son siempre las madres las que hablan, casi nunca el padre. Para
entender algo de esta transformación de las estructuras familiares actuales, aconsejo leer un
libro que ha sido de mayor interés para mí y que es un libro de testimonios de los familiares
de los adolescentes yihadistas, que han sido recogidos por una periodista, Alexandra Gil,
titulado En el vientre de la yihad, y que está hecho a partir de los atentados en Francia de
2015.
Y llama la atención en efecto que, como en el caso de los jóvenes de Ripoll, aparezcan
sobre todo los testimonios de las madres, tan sólo algún padre se hace escuchar a veces,

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con un discurso absolutamente heterogéneo y siempre marcado por la acusación de la
traición, ya sea la traición del padre por el hijo, o viceversa. En cambio, lo que queda
siempre intocado es el lugar sagrado del deseo de la madre. Hay que subrayar que no surge
de esta lectura ningún perfil definido del “joven radicalizado”. Si llama la atención algo es
un alejamiento casi general de la función paterna en todos los casos. Cuando aparece el
padre es directamente como un infiel que guarda por ejemplo una lata de cerveza en la
nevera -por eso ya es un infiel-, o como un padre odiado por la madre. Voy a dar sólo una
cita, que no puede valer como generalización pero que sí vale tal vez como un caso
paradigmático de esta maquinaria con la que tenemos que vérnoslas en lo más bárbaro de la
lengua familiar. Es el testimonio de una madre que dice lo siguiente: “Su relación con mi
marido fue empeorando a medida que mi hijo iba acercándose a ese reclutador” –figura
siempre crucial-, “pero hablar con él no sirvió de nada, su padre lo intentó sin parar, pero
ya nada tenía impacto en él, ya no le escuchaba, mi marido era un cobarde para él, y cuando
llegó allí, a Siria, se lo dijo por teléfono: eres un cobarde y un infiel, tendrías que estar aquí conmigo
a mi lado, si un día volviese a Europa tendría la obligación de matarte. En este momento mi marido
dijo ¡basta! Pero conmigo no tuvo nunca esta actitud. No puede. En la religión musulmana
no pueden cortar el contacto con la madre. Es el respeto, ¿lo entiende? Por eso se dice que
el paraíso está en los pies de la madre. Y por eso muchas veces, los hijos mantienen el
contacto con sus madres y no con sus padres, porque a ellos los consideran cobardes, y
porque la madre en el Islam es lo más importante después de Alá”.
Testimonio impactante, porque la madre sagrada aparece como aquella a la que se le
pide y de la que se espera el perdón por todo el daño que se pueda producir en el entorno
familiar.
Digámoslo en los términos que hemos desarrollado aquí. El poder de la lengua materna
se hace escuchar de un modo especialmente familiar en los testimonios, todos ellos
impactantes, donde el enigma del deseo de la madre permanece siempre indescifrado -y es
con eso con lo que tiene que vérselas cada sujeto. Pero sería un error de buena fe creer que
esta maquinaria infernal es absolutamente exterior y extraña a la lengua familiar que
nosotros pensamos conocer. Parece más bien una de sus lenguas originales, igualmente
míticas, como en el caso de las familias de las lenguas, que nos dicen algo del equívoco que
existe en toda etimología. Para escuchar esa lengua, esa lengua bárbara que hay en cada
lengua familiar, necesitamos sujetos que hayan podido desfamiliarizarse de su lengua
materna para poder escuchar y desentrañar la lógica interna de esta maquinaria infernal. Y
no para interpretarla, porque es seguramente tan ininterpretable como la obra de Joyce -
como indicó Lacan-, sino para poder desactivarla ahí donde el lapsus del acto lo permita.
Dicho de otro modo y para concluir: el psicoanálisis tiene razones para leer en esta forma
brutal de aparición de la pulsión de muerte, lo que hay de más íntimo y extraño en toda
lengua familiar, pero no sabremos leerlo si sólo lo atribuimos desde lo que creemos
comprender con nuestra lengua llamada “materna”, no sabremos leerlo si sólo lo
atribuimos a la lengua incomprensible de los bárbaros.
Gracias estimados colegas y amigos. Les deseo un buen trabajo en el ENAPOL VIII.
Hasta pronto.
14-09-17

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