Al comenzar el último cuarto del siglo XIX España era todavía una potencia mundial. Pero para una metrópoli relativamente débil no era fácil preservar las colonias, por lo que España realizó una Alianza entre con Francia para defenderse de Gran Bretaña. Sin embargo, llegada la Revolución francesa las relaciones cambian. España se une a la coalición europea contra Francia y entra en guerra con Francia. España pierde la guerra y tiene que firmar la Paz de Basilea en 1795, a partir de la cual, España se convierte en país subordinado a Napoleón. Todos estos hechos se realizaron bajo la gestión de Godoy. El secretario de Estado de Carlos IV desató las iras de la iglesia y del sector más tradicionalista, puesto que llevó a cabo una política para quitar poder a la iglesia (desamortización hospitales, hospicios y obras pías) y para establecer parte del programa de la Ilustración francesa. En 1808 se produjo el motín de Aranjuez organizado por los opositores a Godoy y afines al Rey Fernando. Carlos IV destituye a Godoy y dos días después abdica a favor de su hijo. Antes de que esto ocurriera, Napoleón ya había fijado sus planes imperialistas con España. En 1807, España y Francia habían firmado el Tratado de Fontainebleau para invadir Portugal, y por el que se permitía el paso de las tropas francesas hacia ese país a través de España. El ejército francés se comportó como un ejército de invasor y fue tomando posiciones estratégicas en la Península. La abdicación del rey Carlos, precipitó los planes de Napoleón y llamó a padre e hijo a una reunión en Bayona. Allí, ambos sometieron el pleito por el trono al arbitraje de Napoleón, que hizo que Fernando devolviera la Corona a su padre, y que este renunciara a favor de Napoleón, que a su vez se la cedió a su hermano José. Levantamiento contra los franceses y organización de los rebeldes El levantamiento contra los franceses surgió de la clases populares, bajo control de los notables locales y el bajo clero como agente movilizador, que consideró la guerra como una cruzada. Los sucesos de Madrid y la represión francesa ejercida en muchas zonas se propagaron rápidamente por todo el país. Las instrucciones de Fernando VII a las instituciones de gobierno tras dejar Madrid para acudir a Bayona, fueron de colaborar con el ejército francés. Pero ante los sucesos y represión francesa, la Junta de Castilla pierde el control de la situación. El resultado fue un vacío de poder y ante tal situación, se fueron organizando las juntas locales de defensa para defenderse de los franceses en cada pueblo y en cada ciudad. La formación de las nuevas juntas establece una nueva lógica. Fue una soberanía de facto en el sentido de que no fue una decisión monárquica sino que partió desde abajo, legitimada desde el mismo pueblo. La Juntas locales se convirtieron después en juntas provinciales, que se fundieron al final en una Junta Suprema Central, que presidida por Floridablanca, ejerció las funciones de gobierno. La Guerra de la Independencia La sublevación contra los franceses obligó a las juntas a buscar una alianza con Gran Bretaña. La guerra fue un hito importante europeo en el sentido de que fue una guerra de una serie por la hegemonía de Europa y contra la Revolución francesa que comenzaron en Europa desde 1792. La guerra reforzó la identidad nacional, asentada contra un ejército invasor que trataba de borrar las costumbres y tradiciones del país. La guerra tuvo tres etapas. 1- Julio de 1808. El ejército organizado por las juntas locales dirigidas por el general Castaños contuvieron al ejército de francés del general Dupont en la Batalla de Bailén. Tras la derrota, José Bonaparte deja Madrid y las tropas francesas se retiran al norte del Ebro. 2- Desde septiembre de 1808 a inicio de 1812. Napoleón asume las operaciones personalmente con 300.000 hombres. Ocupa Aragón, Cataluña y a finales de 1808 entra en Madrid tras la batalla de Guadarrama. A finales de 1810 los franceses dominan ya todo el país excepto Cádiz. 3- Inicio de 1812. El debilitamiento de los franceses por el envío de tropas al frente ruso, lo usa Wellington para lanzar una ofensiva en la península con tropas inglesas y españolas. En junio derrota a los franceses en los Arapiles y un año después en Vitoria. Los franceses se retiran a Francia junto con José I. Napoleón libera a Fernando VII, lo restablece en el trono y firman un tratado de paz y amistad franco-española. Fue una guerra desordenada y caótica, que tuvo su principal fuerza de choque en la guerrilla, que debilitó al ejército francés en todo el país. La mayoría eran soldados licenciados y gente sin recursos que mezclaban la necesidad de obtener una recompensa con el espíritu de lucha contra el opresor extranjero. Se organizaban tanto en pequeños grupos como en grandes formaciones como la de Expoz y Mina. Fue una guerra larga y destructora. Francia perdió 200.000 soldados. España entre 300.000 y 500.000 de su población. Fue una guerra devastadora, cuyos ejércitos se proveían de subsistencias sobre el terreno a través de requisas a la población. Las malas cosechas de 1811 y 1812 se sumaron a la falta de alimentos, por lo que la mortalidad fue enorme por hambre y enfermedades. La industria desapareció. El transporte se paralizó. Se produjo un fuerte déficit en las finanzas públicas. El reinado de José I Las ordenes de Fernando VII de colaboración de las instituciones españolas con las francesas, hizo que el Consejo de Castilla aceptara la convocatoria de una Asamblea de notables en Bayona. Los 65 miembros acudieron de los 150 convocados, ratificaron el acceso de José I a la Corona española y aprobaron un texto constitucional (Estatuto de Bayona) redactado por Napoleón. La mayoría de los notables no vieron ninguna contradicción entre su patriotismo y la colaboración con el nuevo rey. Al fin y al cabo, la cesión de la corona había sido voluntaria, y no era la primera vez que en la historia de España se producía este hecho, en el que una dinastía extranjera se hacía cargo de la corona española (Los borbones vinieron a España desde Francia cuando Carlos II no dejó herederos). José Bonaparte Bonaparte promulgó el Estatuto Real en julio de 1808. Era una carta otorgada porque era una concesión regia. Acorde con el ideario ilustrado, fue adaptado a la realidad española para conseguir el apoyo de las élites del Antiguo régimen. Reconocía la confesionalidad religiosa católica. No establecía una separación de poderes pero si una leve independencia del poder judicial. El ejecutivo estaba en manos del Rey y sus ministros. El legislativo en unas Cortes estamentales formadas por el clero, nobleza y pueblo, sin embargo el poder del monarca para influenciar era total. Establecía la igualdad ante el impuesto y la abolición de los privilegios. Reconocía la libertad de industria y comercio y la eliminación de aduanas internas. Junto a José I permanecieron y colaboraron los afrancesados, que ocuparon los puestos de la administración. Confiere por ello a la guerra de la independencia como una guerra civil. Tras la guerra, más de 10.000 afrancesados partieron al exilio. A lo largo de la guerra, José I trató de ejercer con autonomía su reinado, bajo una administración raciona y moderna, sin embargo, el permanente estado de guerra reforzó el poder de los mariscales franceses que no dejaron actuar a las autoridades civiles. Las Cortes de Cádiz Tras la derrota de las tropas españolas en Ocaña en 1809, la Junta Suprema se retiró a Cádiz. Desacreditada por las derrotas dio paso a una regencia, que decidió convocar Cortes para legitimar sus acciones. Se decidió que fueran unicamerales y electas por sufragio censitario de las personas y refugiados de otras provincias que se encontraban en la ciudad. Los diputados fueron profesionales liberales, funcionarios, militares y un tercio eran eclesiásticos. La mayoría de ellos se encuadraban en tres corrientes: absolutistas (soberanía en el Rey), jovellanistas (soberanía compartida) y liberales (soberanía en la nación representada en las Cortes). En septiembre 1810 dictan su primer decreto estableciendo que las Cortes son depositarias del poder de la nación, y que por lo tanto se erigían como Cortes constituyentes, cuyo primer objetivo era elaborar una Constitución. Esta proclama abría un nuevo orden jurídico, político y económico, cuyo principio básico es que la soberanía reside en la nación, compuesta por ciudadanos libres e iguales, y que tiene la obligación de conservar y proteger las leyes, la propiedad privada y los derechos legítimos. La teoría política de los liberales se inspiraba en varias Fuentes: Montesquieu, pensamiento Ilustrado, Jeremy Bentham, escuela de derecho natural. Era evidente la influencia de la revolución francesa, aspecto que los liberales obviamente no podían afirmar. Al no poder invocar los principios de la Ilustración y revolución francesa, se remontaron al pasado, a una Castilla medieval habían compartido y disminuido su poder con las Cortes. Se aprueba el 19 de marzo de 1812. No contiene una declaración explícita de derechos pero los principales figuran en su articulado: libertad de imprenta (rompía con la censura del gobierno e iglesia), igualdad jurídica, inviolabilidad del domicilio, garantías penales y procesales y abolición de la tortura. Promulgó también el derecho a la educación como un bien público por el que debía velar el Estado. Estableció la igualdad ante el impuesto y el reparto de las contribuciones. Reconoció la igualdad entre los ciudadanos de la Península y de las colonias. Aunque establecía la confesionalidad del Estado, intentó racionalizar las relaciones entre ambas instituciones. Determinó el sufragio universal limitado a mayores de 25 años e indirecto estructurado en tres niveles: parroquia, municipio y provincia. Estableció la división de poderes: ejecutivo en el Rey con ministros, legislativo en las Cortes unicamerales y judicial en los jueces independientes. La responsabilidad del Rey recaía sobre el gobierno mediante el refrendo obligado de los ministros. No podía disolver, ni suspender ni impedir la reunión y convocatoria de las Cortes. Ni conceder ningún privilegio o privar de derecho a nadie. Aunque era el jefe de las fuerzas armadas, la organización estaba a cargo del Gobierno. La Constitución instituyó un ejército permanente y la Milicia Nacional. Las Cortes promulgaron también varios decretos que desmantelaban las instituciones del antiguo régimen. La abolición del régimen señorial se produjo mediante la desaparición de los señoríos jurisdiccionales. La mitad de la población vivía bajo los señores feudales que, cada uno con sus propias leyes, administraban justicia y recaudaban impuestos de los ciudadanos. Dejaron también de designar a las autoridades locales, puesto que la Constitución estableció que debían ser electas por sufragio universal. Importante también fue el decreto de liberalización del comercio e industria y las aduanas interiores, derechos coartados por los gremios que controlaban tanto la actividad productiva como los precios. Se permitió cercar las fincas a sus propietarios, algo que prohibía la Mesta para la libre circulación del ganado. Se decretó también una desamortización civil de los bienes de los afrancesados, y otra eclesiástica de los bienes de los jesuitas y monasterios de órdenes extinguidas. Y obviamente se decretó la abolición de la Inquisición. En diciembre de 1813 Fernando VII es restablecido en el trono por Napoleón. Tras haber medido fuerzas entre los liberales y las fuerzas del antiguo régimen, del ejército e iglesia se negó a sancionar la Constitución. Contó para ello con el apoyo de un centenar de diputados absolutistas que redactaron el Manifiesto de los Persas para reclamar la supresión de las Cortes y el retorno al antiguo régimen. Así se hizo, el rey disuelve las Cortes, suspende la Constitución, deroga la obra legislativa y se dispone a perseguir a los liberales que fueron encarcelados o tuvieron que exiliarse. La revolución Hispanoamericana El imperio aportaba prestigio y riqueza económica a la nación, al mismo tiempo que como metrópoli ejercía el monopolio comercial con las colonias. Sin embargo, sostener el imperio era complicado ante el acecho constante sobre todo de los británicos y la destrucción de la flota en Trafalgar debilitó más aún la defensa del imperio. La primera causa que impulsó el independentismo fue el descontento de los criollos por el distinto trato y privilegio que recibían con respecto a los ciudadanos de la península. La segunda se originó por el vacío de poder que se produjo a causa de la guerra. Las colonias reprodujeron las juntas locales formadas por criollos pero en este caso no eran juntas de defensa, sino para reclamar la independencia mediante la acción directa del pueblo. El movimiento secesionista no fue una revolución social, ya que fue impulsado por funcionarios y propietarios para preservar sus privilegios frente a la población indígena. En 1810 la Junta de Buenos Aires destituye al Virrey y emancipa virtualmente a Argentina, que consigue la Independencia en 1816. El resto de colonias fueron emancipándose entre 1810 y 1825. El Imperio quedó reducido a Cuba, Puerto Rico, Filipinas, Islas Marianas y las Carolinas. España perdía así su condición de potencia mundial. La consecuencia de la pérdida de las colonias se hizo notar dramáticamente en el país sufriendo un enorme debilitamiento de la economía. La balanza comercial pasó a ser negativa a causa de la disminución de un 405 de las importaciones. El pago del déficit exterior se realizó mediante la salida monedas de oro y plata de las reservas. Se produjo también un déficit de materias primas que deterioró la producción industrial. El coste militar añadido al de la Guerra de la Independencia aumentó el déficit del Estado de manera que podríamos sumió al país en una gran depresión económica.
1814-1833. REACCIÓN Y REVOLUCIÓN BAJO EL REINADO DE
FERNANDO VII Tras la derrota de Napoleón, las potencias europeas intentan restablecer el orden anterior a la revolución. Se forma así en 1815 la Santa Alianza entre Austria, Prusia y Rusia (posteriormente lo haría Francia) para hacer frente a las posibles revoluciones que pudieran surgir en Europa. Restauración absolutista Derogada la Constitución de 1812 y todas las medidas adoptadas por las Cortes de Cádiz, Fernando VII hizo cuanto pudo para volver a la España de antes de la guerra. Restituyó la Inquisición y las Instituciones del Antiguo Régimen, suspendió la desamortización y devolvió los bienes a la iglesia. Pero además realizó una persecución brutal contra los liberales y afrancesados, depuró el ejército y a los funcionarios de la administración sospechosos de ser liberales. Ejerció el poder personalmente rodeado de una camarilla de asesores y amigos. Entre las medidas que tomó, la primera fue para sanear la pésima situación económica dejada por la guerra y la pérdida de las colonias aumentando la presión fiscal. Por otro lado, restauró los obstáculos para evitar la liberalización del comercio y la industria, bloqueando el desarrollo y despegue económico. Lejos de sanear las cuentas del Estado de esta forma, la falta de recursos obligó a reducir oficiales del ejército, a la vez que apartaba a los presuntos liberales. El descontento del ejército se hizo palpable y se produjeron numerosos pronunciamientos que fueron reprimidos con dureza. Pero el 1 de enero de 1820, se produjo la sublevación de Riego en Cabezas de San Juan con el ejército dispuesto para partir a América. Aunque no triunfó inicialmente, a los dos meses se suman a la insurrección ejércitos en La Coruña, Barcelona, Zaragoza, Pamplona y Cádiz. Ante esta situación y la debilidad del Estado para hacerle frente, Fernando VII es obligado ante las Cortes a jurar la Constitución de 1812. El Trienio Liberal Restablecida la Constitución, Fernando VII nombra una Junta Provisional consultiva hasta la formación del gobierno que saldría de la convocatoria de elecciones. La Junta Provisional suprime la Inquisición y restablece libertades de expresión y reunión. El nuevo Gobierno salido de las elecciones de Evaristo Pérez llamado Gobierno de presidiario, restituye la Milicia Nacional. Continúa con la desamortización mediante la Ley Reforma Clero Regular). También se restablece la liberalización del comercio e industria. Se vuelven a abolir los señoríos jurisdiccionales y se desvinculan los mayorazgos que prohibían la libre circulación de propiedad de la tierra. Las reformas se expandieron pro todo el país, así como la nueva cultura liberal y el debate político. Se abrieron los clubes liberales para hablar de elecciones y política, al mismo tiempo que se abrieron una enorme cantidad de periódicos que contribuyó a la formación de la opinión pública. En esta expansión del liberalismo, pronto aparecieron en las Cortes dos tendencias políticas: moderados y exaltados (progresistas) Los moderados (Martinez de la Rosa) defendían una transición pactada con las élites del Antiguo Régimen. Apostaban por la búsqueda de equilibrio. Respeto a la Corona, querían reformar la Constitución de 1812 para reforzar el ejecutivo frente al legislativo, y la introducción de una segunda cámara (Senado) para corregir excesos del legislativo (Congreso). Los exaltados, bajo la proclama “Pueblo Nación y Libertad”, tenían una interpretación radical de la revolución liberal y consideraban intocable la constitución de 1812. Sus apoyos eran los grupos populares urbanos (artesanos, propietarios y comerciantes) y las sociedades patrióticas, que se extendieron en gran número por todo el país. También tenían el apoyo de la milicia nacional y del ejército de Riego. A lo largo de todo el trienio, se produjo el choque de las dos tendencias. El temor entre ellos, hizo que el gobierno de Evaristo Pérez, en 1820 desmovilizara al ejército de Riego e ilegalizara las sociedades patrióticas radicales. El enfrentamiento llegó a su punto más alto en 1822 con el Motín de la Guardia Real en Madrid, dirigido a instaurar el absolutismo, y que fue sofocado por la Milicia Nacional. Por otro lado, partidas guerrilleras del País Vasco, Norte Castilla y Cataluña instigaban permanentemente al gobierno, con el apoyo encubierto de Fernando VII y de la Iglesia que predicaba en los pueblos donde no había llegado los vientos del liberalismo. Pero fue la intervención de Fernando VII tras la llamada a la Santa Alianza y el envío de los Cien Mil hijos de San Luis mandados por el duque de Angulema, que con su entrada en Madrid en mayo de 1823 ante la pasividad del ejército español, quien terminó por acabar con el trienio liberal. Con la entrada en Madrid el Gobierno con el Rey se traslada a Cádiz, que sitiada por los franceses se rinde en el mes de octubre. A petición del Rey, las tropas francesas permanecieron en España hasta 1828. Las dos caras del absolutismo: apostólicos y reformistas La derogación de la obra del trienio liberal significó una vuelta al pasado. Se anuló la desamortización, la desvinculación de los mayorazgos y el régimen señorial. De nuevo se persiguió en una fuerte represión a liberales y ejército que le apoyaba. El general Riego fue ejecutado. Se crearon para ello las Juntas de Purificación y la Policía del Reino, con el objetivo de desmantelar la oposición, que fracasó en las sucesivas sublevaciones desde fuera del país, como la de Espoz y Mina o el General Torrijos. Convencido ya de que sólo un cambio de política económica le guiaría hacia la salida de la crisis, Fernando VII encaró unas reformas hacia la modernización del país. Entre 1823 y 1834 se crearon el Consejo de Ministros, el Banco de San Fernando, el Tribunal de Cuentas. Se establecieron por primera vez unos presupuestos anuales y el primer Código de Comercio. Se creó un Cuerpo de Carabineros para preservar el orden público. La Bolsa de Madrid comenzó sus primeras operaciones. Se creó la Secretaría de Estado de Fomento General Reino, y en 1933 Javier de Burgos realizó una división del Reino en provincias para acabar con las fronteras administrativas de los viejos Reinos. Sin embargo, a pesar de esta apertura hacia la modernización, no soluciona los grandes problemas que sufre el país: la quiebra de la hacienda, la crisis agrícola y ganadera y la desorganización de las AA.PP. El impulso de las reformas produjo una división en las filas absolutistas, que se posicionaron entre apostólicos y reformistas, creando sucesivos conflictos en dentro del gobierno. Los apostólicos defendían una monarquía tradicional fundada en la religión. Contaban con el apoyo de los Voluntarios Realistas, grupos de civiles armados que se formaron durante el trienio liberal en oposición a la Milicia Nacional. En 1827 se produjo una insurrección en Cataluña protagonizada por los malcontents con el apoyo de los Voluntarios Realistas, el clero y los campesinos, que exigían el fin de las reformas y el restablecimiento de la Inquisición. El ejército se encargó de sofocarla. En 1829, Maria Cristina de Nápoles se casa con Fernando VII. Ante el inminente nacimiento de Isabel, mediante la Pragmática Sanción se deroga la Ley Sálica, que desde el siglo XVIII impedía reinar a las mujeres. De esta manera, Fernando VII asegura el trono de su hija en detrimento de su hermano Carlos, que aspiraba a ocupar el trono. Una maniobra oscura de los apostólicos hace que se derogue la Pragmática mientras el Rey se encontraba enfermo. Tras la sorprendente recuperación, el Rey expulsa a los apostólicos del gobierno. El reformista Cea Bermudez ocupa la presidencia del Consejo de ministros. Posteriormente, expulsa a los partidarios de su hermano, los carlistas del ejército y desarma Voluntarios Realistas. En 1833 Isabel II jura como heredera el trono a los tres años, ante unas Cortes estamentales. Obviamente, el pretendiente Don Carlos no reconoce a la nueva Reina.
1833-1840. LA 1ª GUERRA CARLISTA
Tras la muerte del Rey Fernando, voluntarios realistas realizan la Proclamación del infante don Carlos como Rey de España en Talavera de la Reina. El carlismo hundía sus raíces en la reacción de la Iglesia contra la Ilustración, y defendía las instituciones del Antiguo Régimen en contra de la revolución liberal. Tuvo un fuerte arraigo en zonas rurales del País Vasco y Navarra, donde la resistencia al cambio se identificó con la defensa de los fueros. También se extendió por Cataluña, Castilla La Vieja, La Rioja y el Maestrazgo. El principal apoyo popular del movimiento se encontraba en el campesinado de los pueblos, pero también en los artesanos de las ciudades, que protestaban por la liquidación de los gremios. Su principal fuerza movilizadora fue el clero y el ejército armado de voluntarios realistas. No apoyaban el carlismo la nobleza y nueva aristocracia, beneficiaria de las reformas liberales. Tampoco encontró mucho apoyo en los oficiales del ejército, excepto Zumalacárregui, Maroto o Cabrera. Tampoco de los políticos fernandinos, que apoyaban a la reina regente y a su heredera. Fueron 7 años de guerra civil sangrienta y cruel. Se produjeron entre 150 y 200 mil muertos, de una población española que por entonces estaría entre los 13 millones de habitantes. El comienzo de la contienda fueron alzamientos aislados, pero ante la débil reacción del ejército liberal, y la dirección de Zumalacárregui que consiguió reunir a 50.000 hombres, se consolidó el movimiento al norte del Ebro, donde los carlistas instauraron un microestado con su propia administración, academia militar, moneda y tributos. Se produjeron varias inclusiones hasta Asturias y Galicia, e incluso hasta Andalucía, pero no consiguieron que el movimiento triunfara en esas zonas. El ejercito cristino, que dirigía Espartero, ya había comenzado a ganar terreno. En 1837 don Carlos viaja con la Expedición Real hasta las puertas de Madrid con 20.000 hombres. Tras sopesar sus fuerzas, decide retirarse al Norte. Por este hecho, se produce entonces una división en las filas Carlistas: los partidarios de firmar la paz y los que pretendían seguir con la guerra. El General Maroto, que tras la muerte de Zumalacárregui mandaba las tropas carlistas, firma en 1839 con Espartero el Convenio de Vergara, no sin antes haber fusilado a los oficiales que se oponían al mismo. Los carlistas reconocen a Isabel II como Reina de España y entregan las armas. A su vez, los liberales reconocen los fueros y permiten la readmisión de los oficiales carlistas al ejército liberal. El general Cabrera, se opuso al Convenio y continúa con las operaciones bélicas en Cataluña y Maestrazgo, hasta que es derrotado en 1840.
1833-1843. DIVISIÓN EN LAS FILAS LIBERALES
Ante el incremento de las voces a favor de liberalizar la política, la regente María Cristina nombra a Martínez de la Rosa, que ya había dirigido un gabinete del trienio liberal, al frente del gobierno. La política en tiempos del Estatuto Real El moderado Martínez de la Rosa preconizaba una transición gradual y pacífica del absolutismo reformista al liberalismo. Para ello redactó el Estatuto Real que fue promulgado por Maria Cristina en 1834. No era una Constitución sino una Carta Otorgada o concesión regia de poder, por lo que era una antítesis de la Constitución de 1812. Aun con una soberanía compartida entre el Rey y las Cortes, los poderes que atribuía a la Corona eran muy amplios. Podía convocar Cortes, cerrarlas o disolverlas. No se encuentra en el texto una declaración de derechos fundamentales ni una división de poderes. Le correspondía la iniciativa legislativa y podía vetar las decisiones del parlamento. Establecía dos cámaras: la de Próceres, equivalente al Senado, obedecía al orden sociopolítico del antiguo régimen al estar formado por próceres hereditarios y otras personalidades nombradas por el Rey entre obispos, aristócratas cargos de la administración o del ejército. Su número era ilimitado y eran puestos vitalicios. La de Procuradores, equiparable al Congreso, era electiva de entre personas que tuvieran una renta anual. Su elección era por sistema indirecto, censitario y muy restringido, de manera que en las primeras elecciones sólo votó el 0,1% de la población. Los Procuradores se dividieron en dos grandes partidos políticos que se perfilaron estos años: el moderado y el progresista. Eran agrupaciones de notables, sin ningún tipo de organización ni dirección, que aportaban al tronco común sus propias redes clientelares y que votaban según sus creencias. Durante 1834 y 1835 hubo dos gobiernos moderados: Martinez de la Rosa y Conde de Toreno. Los Progresistas comenzaban a mostrar su rechazo al orden constitucional y al Estatuto Real, basándose en que no era una norma emanada de la voluntad popular. Ayudados por la Prensa progresista como agente movilizador de la opinión pública, tuvo el apoyo de la Milicia Nacional, como agente de acción. Así, en 1835, se produjo el primer estallido de una revuelta progresista, por la que se crearon juntas populares para organizar la insurrección en Cadiz, Málaga, Valencia, Zaragoza, Madrid, Barcelona y otras ciudades. Ante la presión de las Juntas, Maria Cristina encarga el gobierno al progresista Mendizabal. Gobierno de Medizabal promovió la autonomía local, reforzó la Milicia Nacional que pasó de 30.000 a 400.000 hombres. En plena guerra carlista y para financiar las operaciones bélicas también elevó la presión fiscal y sobretodo abordó una desamortización eclesiástica nacionalizando sus bienes y vendiéndolos en subastas. En mayo de 1836, Maria Cristina fuerza la dimisión de Mendizabal y lo sustituye por el moderado Istúriz, que disuelve las Cortes y convoca unas nuevas elecciones donde se impone una mayoría moderada. El Gobierno de Istúriz afronta la movilización de la Juntas, la insurrección de la Milicia Nacional en varias capitales y la sublevación de algunas unidades del ejército del Norte. En Agosto de 1936, se produjo la Sargentada de La Granja. Obligó a la Reina a jurar la Constitución de 1812 y a nombrar un gobierno progresista que presidió Calatrava. La Constitución de 1837: una apuesta por el consenso Aunque la Reina juró la Constitución de 1812, los progresistas ya la consideraban como un texto que había que reformar y adaptar a los nuevos tiempos. La Constitución de Cádiz, desconfianza del poder ejecutivo, y se coincidía en que dificultaba el ejercicio de gobierno. Además, la Regenta y la Reina ya eran liberales. Por otro lado, la Cortes unicamerales eran raras en el panorama internacional. A esto hay que añadir, que la Guerra Carlista requería un frente común de todos los liberales. De esta manera todos coincidían en la necesidad de un nuevo texto con una redacción de consenso. Así, en agosto de 1836 el gobierno de Calatrava convoca elecciones y las facciones más moderadas del Partido Moderado y Progresista pactan la Constitución de 1837. Su preámbulo proclama el principio progresista de la soberanía nacional. El poder legislativo recae en las Cortes con el Rey, principio moderado de soberanía compartida. El Rey poseía el poder ejecutivo y era sagrado, inviolable e irresponsable, por el refrendo de los ministros de sus decisiones. Las Cortes eran bicamerales. El rey nombraba a los senadores de entre los elegidos por cada provincia. Los diputados eran electos mediante sufragio directo y censitario pero menos restringido, pasando el censo electoral de 65.000 personas a 635.000 al acabar la regencia de Espartero. El texto recogía algunos derechos fundamentales y organizaba la Milicia Nacional. La Constitución de 1837 o del consenso, era breve y flexible, remitiendo muchos asuntos al desarrollo de la legislación. Así, los diferentes gobiernos tenían un amplio margen de maniobra en temas fundamentales como la libertad de imprenta, la Ley Electoral, la Milicia Nacional o los Ayuntamientos. Maria Cristina promulga la Constitución en junio de 1837. En agosto cae el Gobierno progresista de Calatrava, ante el hostigamiento de los moderados, los apuros financieros y la situación militar. Tan sólo 3 años siguientes duró el consenso. Aun con un gobierno moderado tras la caída de Calatrava, el enfrentamiento entre Maria Cristina y el general progresista Espartero, héroe nacional por los triunfos militares contra los carlistas que se había hecho con las riendas de la política militar, condicionó las decisiones de estos gobiernos. En 1840, el Gobierno moderado Evaristo Pérez intenta modificar la Ley de Ayuntamientos con el objetivo de quitar la autonomía local a los municipios para elegir a sus alcaldes. Los moderados, que veían en los municipios un instrumento de revolución, querían que los alcaldes de las ciudades y municipios fueran nombrados por el Gobierno, como en la legislación tradicional ocurría. A esto se oponían los progresistas que para movilizar la opinión pública de los ciudadanos, era crucial para ellos preservar la autonomía de los ayuntamientos y se alejaran del control del gobierno. Aún así, en Agosto de 1840, Maria Cristina sanciona Ley. Se produce a continuación una insurrección en Barcelona que se extiende a todo el país, y que cuenta con el apoyo del ejército, comandado por Espartero y obviamente con la Milicia Nacional. En Septiembre Madrid se declara en rebeldía y se crea una Junta de Gobierno Provisional. Las Juntas se extienden por todo el país. A finales de Septiembre, Espartero entra Madrid triunfal. En octubre se produce la renuncia de Maria Cristina y se exilia a Francia. La Regencia de Espartero Espartero ocupa la Regencia y suspende Ley Ayuntamientos. Todo parecía augurar una larga etapa de Gobierno, pero pronto las grandes figuras del progresismo se distancian de Espartero, que actúa de manera caudillista con un gobierno de camarilla. En unas nuevas elecciones los progresistas consiguen una mayoría aplastante puesto que los moderados no se presentan en solidaridad con María Cristina. Sin embargo, sufre la oposición de los mismos progresistas. El deterioro de la imagen del general se acrecienta tras los hechos de Barcelona. Un creciente número de trabajadores empezó a participar en organizaciones como la Asociación de Tejedores de Barcelona, una suerte de sindicato rudimentario que reclamaba la limitación de la jornada laboral y otros derechos. Lo mismo que ocurrió en otras ciudades, de los grupos populares urbanos que tradicionalmente habían apoyado al Partido Progresista se separó una izquierda más radical, republicana, que empezó a organizarse. Esta movilización a la izquierda del progresismo en Barcelona, coincidió con la irritación de los industriales catalanes ante la reforma de los aranceles en 1841, que servían de cortina proteccionista frente a la importación de productos extranjeros sobre todo británicos. El nuevo arancel rebajó las tarifas arancelarias. En noviembre de 1842, una refriega entre trabajadores y guardias de consumos derivó en una insurrección popular en la que convergieron industriales, progresistas y la izquierda republicana. Espartero sofoca la rebelión bombardeando Barcelona y se produce la pérdida completa del respaldo incluso de varios generales. En este sentido, en 1841 ya había fracasado un pronunciamiento moderado de O´Donnell, que se exilió a Francia junto con Narváez, y de Diego de León, que fue fusilado. Sin embargo, con la oposición a Espartero en el punto más alto, en 1843 triunfa un pronunciamiento militar progresista en Andalucía, en Cataluña, al mando del general progresista Prim y el moderado Serrano, y en Valencia con el progresista Narváez. Espartero incapaz de contener la revuelta, parte al exilio en un buque británico.
1833-1843. LA LIQUIDACIÓN DEL ANTIGUO RÉGIMEN
A partir de 1833, con la monarquía constitucional consolida, la liquidación del Antiguo Régimen era ya irreversible. En 1843 ya existía el libre comercio, la libertad industria, se protegía la propiedad privada, y la iglesia y aristocracia habían perdido la mayoría de sus privilegios. La desamortización eclesiástica En la Edad Media una disposición jurídica de la iglesia permitía comprar patrimonio pero no venderlo, para impedir la dispersión de su patrimonio. Eso significaba la exclusión del mercado de numerosos bienes entre ellos el de la tierra. Los motivos para las iniciativas de desamortización eran varios. Uno de ellos era el de disminuir el poder de la iglesia, cuyos bienes, como la tierra eran utilizados para financiar el culto y mantener el clero, a través de los diezmos que se cobraban a los campesinos que las cultivaban. El sometimiento de la iglesia al poder civil era uno de los objetivos de los gobiernos liberales. Otro de los motivos resultó ser, que la desamortización era un medio eficaz para nutrir las arcas del Estado, en continuo gasto militar por las guerras. Otro motivo formaba parte de los principios básicos del liberalismo y la expansión de la propiedad individual y el libre derecho de los propietarios de disponer de ella a su voluntad. Las tierras de manos muertas, la mayoría se encontraban en manos de la iglesia eran improductivas o no se cultivaban y no creaban riqueza. En 1798 Godoy promovió la desamortización de hospitales, hospicios y obras pías, con la idea de socavar parte del poder del clero, cuestión que para Godoy era fundamental en su propósito de introducir las políticas de la revolución francesa y de la Ilustración. En 1813, las Cortes de Cádiz decretaron la desamortización de las propiedades de la iglesia, de las órdenes militares y de la Inquisición. De poco sirvió puesto que fue derogado por Fernando VII en 1814. En 1820, durante el Trienio Liberal, pudo aprobarse la Ley del Clero Regular, como continuación de la desamortización decretada en 1813. La Ley fue también derogada por Fernando VII en 1823. De 1835 a 1836, Mendizábal dio impulsó a una nueva desamortización, esta vez con el intento de sanear las arcas del Estado, muy deterioradas por la pérdida de las colonias y por la guerra carlista. La desamortización y la supresión del diezmo fueron privando a la Iglesia de recursos. Pero las decisiones de los gobiernos, sobretodo moderados, hizo que en 1837 el Estado creara una dotación presupuestaria para mantener el culto y las necesidades del clero. La iglesia pasó así a depender del Estado. Las desamortizaciones tuvieron consecuencias positivas en el sentido de que se realizó un ingente trasvase de propiedades (20% territorio español hasta 1855) y sirvieron para reactivar la actividad económica, aumentar la producción y ayudar a sanear las cuentas del Estado. Pero también tuvo causas negativas o inútiles, en el sentido de que no cambia la estructura de la propiedad. Surge una nueva gama de “propietarios agrarios” (especuladores, capitalistas urbanos. Políticos, abogados …) que compran de las tierras y favoreciendo el latifundismo. Se produce la proletarización de los jornaleros que se sienten explotados. Y también un aumento del coste del arrendamiento. Esto crea una polarización social rural muy definida, entre jornaleros que muchos viven en la miseria y que se proletarizan, con los grandes propietarios, que obtienen la mayor parte del beneficio. La abolición de los señoríos En 1811, las Cortes de Cádiz abolen los señoríos jurisdiccionales. Transfirió a la nación la potestad de los señores para ejercer justicia y realizar nombramientos administrativos. Además suprimió todos los privilegios que poseían y eliminó el vasallaje, por el cual los ciudadanos tenían que pagar prestaciones a los señores. El mismo decreto reconoció como suyas, las propiedades que los señores podían demostrar como suyas. Esto provocó numerosos litigios entre señores y campesinos, puesto que ambos se las ingeniaban para demostrar la propiedad de las tierras. Para solucionar este problema, durante el gobierno de los exaltados del trienio liberal, para favorecer a los campesinos, se obligó a los señores a documentar la posesión de la tierra con títulos de propiedad. Sin embargo, en 1837 bajo la Regencia de Maria Cristina, para afianzar el respaldo de la aristocracia, se modificó este decreto facilitando a los señores que habían ejercido jurisdicción sobre las tierras obtener el título de propiedad sin necesidad de documentarlo. De esta manera, los señores se hacen con la mayoría de las tierras. Es así como la nobleza pierde los derechos jurisdiccionales pero gana la propiedad, aún de dudosa procedencia, y aumenta su patrimonio en detrimento del campesinado, lo cual atrajo a aristocracia a causa liberal. La desvinculación de los mayorazgos Durante el siglo XIV en Castilla, se generalizó la institución del mayorazgo. Era un régimen de propiedad que impedía la venta de bienes de la nobleza, con el propósito de la preservación de sus bienes. De esta manera, la propiedad de la nobleza siempre iba en aumento y nunca disminuía. Como en el caso de la iglesia, este régimen mantenía las tierras fuera del mercado. En 1820, durante el Trienio Liberal, mediante decreto se intentó suprimir el régimen de los mayorazgos. Sin embargo, en 1823, Fernando VII anula supresión. En 1836, bajo el Gobierno progresista de Calatrava, se reforma la legislación, y no se obligó a los nobles a vender las tierras, pero si a la autorización de hacerlo, de manera que se introducía los bienes dentro del mercado. La nobleza obtuvo un claro beneficio puesto que como podía administrar libremente sus posesiones y sacarlas a mercado al precio que estimara, las tierras subieron de valor. Este hecho también atrajo a la nobleza a la causa liberal. Consolidación de los derechos de los propietarios y liberalización del tráfico económico En la década de 1830 los Gobierno moderados y progresistas ampliaron la legislación que eliminaba las trabas a la libre disposición de la propiedad, promovía la libertad de empresa y liberalizaba el tráfico económico. En 1833 se dio libertad a los propietarios de tierras y fincas para su cerramiento y el aprovechamiento. En 1836 se suprimió la Mesta, gremio de ganaderos, que perdió la libertad de circular con su ganado por las tierras de los propietarios. A lo largo de la década se liberalizaron los precios, el tráfico de productos y el arrendamiento de tierras. En ese mismo año, se permitió a los extranjeros la instalación de empresas sin tener que obtener un permiso para ello. Así, se fomentó la competencia, y posibilitó que vinieran inversiones desde fuera del país. Esto fue la puntilla para los gremios. De 1830 a 1840 puede decirse que se produjo la instalación del capitalismo en el mundo agrario, industrial y comercial. 1843-1874 DEL MODERANTISMO A LA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA
1844-1874. ENTRE LA PERMANENCIA Y EL CAMBIO. LA SOCIEDAD
ESPAÑOLA TRAS LA REVOLUCIÓN LIBERAL A lo largo de estos años, los partidos que defendían la monarquía constitucional, fueron incapaces de establecer un marco convivencia pacífica. El ejército se convirtió en el motor del cambio político y adquirió un protagonismo esencial. Según Sanchez Albornoz, durante épocas, España fue un país dual, en el que convivió la economía del Antiguo Régimen con la moderna economía capitalista. Una sociedad rural con prácticas y cultura urbana liberales. Realmente, en esta época existía un número muy reducido de personas que influían en la política y en la economía nacional. Se trataba de una nueva élite social que había nacido de la revolución liberal. Una élite de grandes propietarios que habían adquirido las tierras procedentes de la desamortización. Hombres de negocio, especuladores de banca, del ferrocarril, políticos estatales, jerarcas eclesiásticos, funcionarios, generales del ejército, profesionales liberales etc, sin embargo, entre ellos, no figuraban grandes industriales. Madrid se convirtió en foro de atracción de la alta sociedad y de la ambición de muchos políticos y profesionales ambiciosos. Los principios del liberalismo pusieron en valor el individualismo, el mérito del enriquecimiento, la libertad de disfrute de bienes. Nuevos valores que sucumben a la fascinación por los símbolos y prestigio de la vieja aristocracia, en la búsqueda de títulos nobiliarios y reuniones en los salones aristocráticos. Con las reformas liberales, la Iglesia pierde la mayoría de sus privilegios, sin embargo, como la nobleza, no pierde su capacidad de influencia sobre las élites políticas, económicas y sociales. España ha sido durante años una sociedad dominada por la etiqueta religiosa y moral. A mediados del siglo XIX, los liberales empezaron a emplear el término clase media o acomodada para definir al cuerpo de la sociedad entre élites los dirigentes y el pueblo llano. Les distinguía de las clases populares que poseían una determinada formación y propiedad. Eran profesionales liberales, medianos o pequeños propietarios de tierras, comercios o fábricas, oficiales del ejército, funcionarios. Con un 20% de alfabetización, poseer una formación profesional y tener la condición de propietario era sinónimo de prestigio social y distinción, además de ser los dos requisitos que conferían el derecho a voto. Estas clases medias formaban la masa crítica liberal, como difusoras de los valores políticos, económicos y sociales liberales, a través de su interés por participar en la política nacional o local, llevar el debate a los cafés y clubes. Sobre 1860, esta clase media ascendía a unas 600.000 personas, de casi 16 millones población del país. La revolución liberal, consolidó la estructura de la propiedad agraria: pequeña y mediana propiedad en el Norte y Levante, y latifundios en el Sur. Las desamortizaciones no sirvieron para distribuir la tierra equitativamente, pasando de manos de la iglesia a manos de los grandes terratenientes. Por lo tanto puede decirse que se alcanzó la consolidación del modelo de propiedad agrario del Antiguo Régimen. La legislación liberal sobre desamortización a los largo del siglo XIX, que forzó a la proletarización de los campesinos, se sumó en 1855 a la de las tierras comunales de los municipios, que fue a parar a quien tenía recursos para comprarlas. Estas tierras, que eran empleadas por los campesinos o jornaleros del campo, que vivían en condiciones miserables, para completar sus bajos ingresos con la caza, pesca, recogida madera o pastoreo, tuvieron que dejar de hacerlo. Este hecho forzó a un empeoramiento de las condiciones de vida de estos jornaleros agrícolas (2,3 millones), entre los que cundía el analfabetismo, la miseria y las enfermedades. Esta situación alentó desde finales del siglo XIX las revueltas y motines y la expansión del republicanismo mesiánico. A finales del siglo fueron el caldo de cultivo del anarquismo. Las clases populares urbanas estaban formadas por pequeños y medianos artesanos, comerciantes o talleres. Suponían un 1 millón, y se trataba de una red atomizada cuya actividad se reducía a un mercado de entorno, al estilo del Antiguo Régimen. Se distribuían principalmente en las ciudades. Por debajo de estas clases populares, se encontraban los trabajadores por cuenta ajena. Eran jornaleros industriales. Alcanzaban la cifra de 154.000, y sólo en Cataluña vivía 1/3 en torno a la industria textil. Estas clases, sobre todo en Cataluña, comenzaron a organizarse en asociaciones reivindicativas y que constituyeron el primer punto de partida del asociacionismo obrero y sindicalismo. Asimismo, habitaban las ciudades un sinfín de obreros especializados en oficios artesanales, como peones de construcción, dependientes de comercio o hostelería, vendedores ambulantes, verduleros, aguadores, traperos, y que vivían hacinados en barrios populares con condiciones de vida y de higiene miserables. Aunque las ciudades iban creciendo por la inmigración del campo a la ciudad, que ya empezó a mediados de siglo, como consecuencia de estas condiciones y falta de higiene, elevó la tasa de mortalidad urbana a un 41%. En mejores condiciones vivían los sirvientes, en número de 800.000, que servían a las clases altas y que en muchas ocasiones vivían en la misma casa donde servían. Aunque durante el siglo XIX España era una sociedad todavía rural y la mayoría de la población vivía en campo, progresivamente fue aumentando la inmigración a las grandes ciudades. Unas veces en busca de nuevas oportunidades. Otras, saliendo de las condiciones de vida que el nuevo sistema liberal llevó a las zonas rurales. Sin duda, que la mejora de las infraestructuras de transporte y comunicaciones acrecentó este hecho. Se produjo así un cambio intenso en las ciudades. Se pasó de ciudades pequeñas, a la eliminación de las antiguas murallas, a la construcción de ensanches, de nuevos barrios, de nuevos servicios, de nuevos edificios para las nuevas Instituciones. Esto generó un aumento de la actividad de la construcción y de los servicios. Podemos decir que la administración, el mundo de los negocios y la política eran el lugar de las élites y clases medias; el clero, el comercio o el servicio doméstico era el de los campesinos.
1844-1868. EL TIEMPO DE LOS MODERADOS
El Partido Moderado gobierna estos años excepto el bienio progresista 1854-1856, con un gobierno de coalición de progresistas y una escisión moderada (puritanos), y de 1858-1863, con un gobierno de la Unión Liberal. Tras la revolución liberal, los conflictos y la guerra, los moderados construyeron un marco constitucional y legislativo a la medida de su programa, en el que priorizaron la estabilidad y el orden, lo que requería afianzar y reforzar el poder ejecutivo frente al legislativo. Durante 10 años (1844-1854) impidieron gobernar al Partido Progresista con la inestimable colaboración de Isabel II y del ejército. Los progresistas inician desde entonces un camino hacia la movilización y los pronunciamientos militares. El hecho de que el uso de la fuerza fuera la principal baza de unos y otros para ocupar y mantener el poder, alentó la presencia de los militares en los partidos. Comenzaba así la época de los espadones. La década moderada En 1843, Espartero (progresista) abandona España tras el pronunciamiento militar moderado apoderado por algunos generales progresistas. Los progresistas se debilitan. Los moderados se fortalecen. En 1843 se forma el Gobierno moderado de Gonzalez Bravo. Pocos días antes, las Cortes proclaman a Isabel II mayor de edad a los 13 años. Dese el gobierno, González Bravo desmanteló la obra de Espartero. Las primeras decisiones fueron la supresión de la Ley Ayuntamientos y la supresión de la Milicia Nacional. Al mismo tiempo se restringió la libertad de imprenta y la suspensión de la venta de los bienes de la última desamortización. En 1844, tuvieron lugar varios pronunciamientos progresistas, pero fueron reprimidos por el general Narvaez. Ese mismo año, Narvaez es nombrado Presidente del Consejo de Ministros. Narvaez presenta a las Cortes una reforma de la Constitución de 1837, pero que suponía una nueva Constitución, que fue promulgada en 1845, con los progresistas fuera del parlamento puesto que no se habían presentado a las últimas elecciones. Fueron los puritanos, el ala izquierda del Partido Moderado, quien fijó la oposición denunciando la ruptura del consenso constitucional de 1837, y que traería consecuencias de aquí en adelante puesto que abría el camino al inmovilismo. La Constitución de 1845 reforzó el poder de la Corona frente al parlamento. La soberanía era compartida entre el Rey y las Cortes. Aunque se reconoce la separación de poderes de manera implícita, el legislativo recaía en las Cortes con el Rey, el ejecutivo en el Rey y el judicial en los tribunales y juzgados. Se recogían también algunos derechos fundamentales, aunque algunos otros fueron restringidos como la libertad de expresión a través de la censura de prensa. El parlamento era bicameral, con un sufragio directo, censitario y muy restringido (se pasó de los 635.000 votantes a 100.000) para el Congreso. El Senado, que pretendía ser el freno al Congreso, los senadores no eran elegidos por los ciudadanos sino por el Rey, entre nobles, eclesiásticos y altos cargos. Obviamente, el era un Estado confesional católico. Consolidación de las Instituciones: Los moderados apuntalaron la estructura del Estado Liberal mediante la racionalización y modernización de la administración. Para ello se diversificaron las funciones del Estado. En 1844, se fundó el cuerpo de la Guardia Civil, para preservar el orden y perseguir el delito, el bandolerismo y también sofocar los conflictos obreros. En 1845 la reforma del sistema educativo implantó planes generales de estudio, se crearon los institutos de enseñanza media y se unificó el currículum formativo, pero no logró bajar las tasas de analfabetismo, que rondaba el 75%. Se apostó también por sistematizar la organización del funcionariado, aunque no impidió que el acceso, los nombramientos y los ceses dependieran de prácticas clientelares. Todas estas reformas constituyeron un esfuerzo de clarificación y ordenación, pero no contribuyó a crear un Estado fuerte. Prueba de ello, es que los presupuestos no alcanzaron el 10% del PIB, y donde se destinaba mucho gasto al ejército y al orden público pero poco a educación e infraestructuras. Respecto a la política de administración local de los moderados, la Ley de Organización de Ayuntamientos en 1845, hizo que los alcaldes de capitales de provincia y cabezas de partido de más de 2000 habitantes fueran nombrados por el gobierno y no fueran electos. De esta manera, el gobierno central ejercía el control de la política local y con ello el de las elecciones. Los alcaldes eran delegados del poder central, subordinados al gobernador. Esto reforzó el poder de los notables con influencia local o caciques. Se consolidó por entonces la práctica del caciquismo que perduró en España hasta bien entrado el siglo XX. La Ley Electoral de 1846 reforzó este sistema. Estableció la sustitución de las circunscripciones provinciales por pequeños distritos uninominales (1 diputado), con lo que se facilitaba aún más el control de las redes de influencia a través de los notables locales y caciques. En 1845 se realizó una importante reforma tributaria. De los muchos pequeños tributos locales existentes, se pasó a la contribución territorial, industrial e impuesto de consumo. Aunque no acabó con el déficit público, se unificó y clarificó el sistema tributario de todo el país, excepto en el País Vasco y Navarra, donde se mantenía el compromiso con los fueros. Tampoco recaudó recursos suficientes para las nuevas funciones del Estado, y por otra parte, surgió mucho fraude ante una administración débil e ineficaz para evitar esas prácticas. En 1849 se instauró la Ley del sistema métrico decimal, con lo que se fusionaron las distintas medidas de cuenta que poseía cada territorio o región. En 1848 se aprobó la Ley del sistema monetario, con la unificación de moneda al real de Vellón. En 1848, también se impulsó la reforma de la administración de justicia y se aprobó el Código Penal. Inestabilidad política: los partidos y la reina: Los gobiernos moderados tuvieron una gran inestabilidad y se formaron muchos gabinetes. Esto tenía dos razones: 1- La estructura del Partido Moderado, y de todos los partidos. Eran partidos sin ningún tipo de disciplina ni organización interna, sin cargos directivos, sin reuniones pautadas, sin afiliados. Eran una coalición de notables que a través de sus redes clientelares se agrupaban alrededor del líder. Es este escenario, la competición por ocupar posiciones de fuerza era extraordinaria. Lo cual, alentó la creación de facciones que animó a la ingobernabilidad. 2- La intervención de la Reina era absoluta en lucha política. Con una estrategia clara para fomentar la división entre notables y evitar así la formación de un partido fuerte que pudiera restarle poder. El poder que la Constitución confería a la Corona, hacía que los notables compitieran por alcanzar el favor de la Reina, que se rodeó de un Gobierno de camarilla de aristócratas y religiosos, en permanente maquinación para evitar cualquier posibilidad de que los progresistas pudieran acceder al gobierno. La deriva autoritaria del Partido Moderado En 1848, la revolución estalla en Francia, instauró la República, y se extendió por otros países, en lo que se hizo llamar la “Primavera de los pueblos”. Las élites conservadoras de toda Europa sintieron pavor ante la marea que propagaba principios como los de sufragio universal, soberanía nacional, reivindicaciones sociales y laborales. Significaba para ellos la irrupción de las clases no inteligentes en la política, y que traería mal gobierno, mala administración y la anarquía. La difusión de estas ideas democráticas en España tuvo débil repercusión. Un motín en Madrid, un pronunciamiento militar progresista y brotes aislados Andalucía Cataluña y Levante fácilmente sofocados. De mención importante es el protagonismo y la implicación directa de la izquierda republicana en todas esas revueltas. Aun así, Narvaez, con quien se cerró filas moderadas, suspendió las garantías constitucionales, utilizó métodos dictatoriales y escarmentó con deportación a los políticos progresistas y republicanos que habían participado en las revueltas. En 1851, Narváez fue relevado por Bravo Murillo, del sector más que endurece las medidas autoritarias con el apoyo de la camarilla de la Corte, la nobleza, los grandes propietarios y sobretodo Iglesia. Tras años de reconciliación de los gobiernos moderados, Bravo Murillo selló un acuerdo definitivo. Firmó un Concordato con la Santa Sede, cuyos acuerdos establecían la religión católica apostólica y romana como la única en la nación española, el sostenimiento del clero por el Estado, el reconocimiento del derecho a adquirir bienes y el restablecimiento de poder crear órdenes religiosas. El Concordato garantizó la sacralización de la sociedad española a través de la enseñanza en centros públicos y privados. A cambio, la Santa Sede reconoce la validez de la desamortización ya consumada y reconoció el Estado liberal. La estrategia de Bravo Murillo culminó en 1845 con la presentación de un Proyecto de Constitución, a modo de dictadura civil a lo Napoleón III. El proyecto pretendía instaurar un parlamento meramente consultivo, con sesiones a puerta cerrada, en el que no se reconocía la división de poderes ni los derechos fundamentales. Obviamente, contó con la oposición progresista y la de muchos moderados, que tras muchos años volvieron a actuar coordinados. Llegados a este punto, Isabel II cesa a Bravo Murillo. A partir de entonces, tuvo lugar una sucesión de continuos gobiernos moderados inestables, que terminó con la fractura del Partido Moderado, con la escisión de puritanos que abandonan el partido pasan a la oposición. Los puritanos fueron perseguidos y sus jefes militares desterrados. Alcanzado este punto, en 1854 el general puritano O´Donnell se alza en armas. Fracasa en su primer intento y se retira a La Mancha. Alli busca el apoyo de los progresistas. Un joven puritano, Cánovas, redacta ese mismo año el Manifiesto de Manzanares, con la intención de acercar a los progresistas, el Manifiesto alienta la formación de juntas populares y asume parte de su programa, como la autonomía de los Ayuntamientos, la restauración de la Milicia Nacional y la Libertad de Imprenta. A esto, se une también el Partido Demócrata, que había nacido en 1849 con la agrupación del ala izquierda del Partido Progresista, de republicanos y de socialistas. Defendían el sufragio universal masculino, la libertad de cultos, de conciencia, de reunión, de asociación y el derecho a la educación gratuita. Principios estos muy en consonancia con los aires revolucionarios que corrían por Europa desde la revolución de 1848. Publicado el Manifiesto en 1854, las juntas populares se extienden y se forman en todo el país. La pérdida del control de la situación por parte del gobierno y su debilidad para sofocar las revueltas, se suman los motines y revueltas por la situación de crisis, de carestía, por el impuesto de consumos y protestas por las quintas. En julio de ese mismo año, se forma en Madrid la Junta de Salvación, integrada por puritanos, progresistas y algunos demócratas, que obligan a la Reina a entregar el poder a Espartero como presidente del Consejo de Ministros. El bienio progresista (1854-1856) y la reacción moderada El nuevo Gobierno surgió del pacto de progresistas y puritanos. Espartero se situaba como Presidente Consejo de Ministros y O´Donnell como Ministro de la Guerra. Al final, los demócratas se descuelgan del acuerdo, y optan por capitalizar el descontento en la calle y la movilización popular en un contexto de conflictividad social causada por la pésima situación económica. El gobierno progresista toma iniciativa, y conforme al programa de gobierno, lleva a cabo la recuperación de la Ley de imprenta 1837, la eliminación de la censura, y la Ley electoral de 1837 que resultaba mucho menos censitaria. Dando la vuelta a la política moderada de los últimos años, se inicia la descentralización de la administración local, y la regulación e impulso Milicia Nacional. La máxima expresión del programa progresista fue la Constitución de 1856, que aunque fue aprobada por las Cortes, no entró en vigor, por la irrupción de O´Donnell en el poder. La Constitución de 1856 proclamaba la soberanía nacional. Reconocía implícitamente la división de poderes: el legislativo en la Cortes con el Rey, el ejecutivo en el Rey y el judicial en los jueces. Los derechos fundamentales estaban ampliamente recogidos. Un parlamento bicameral, el Congreso era elegido por sufragio directo, y censitario para el Senado. Las relaciones iglesia-estado se regían por la tolerancia religiosa. Durante los dos años que duró su gobierno, los progresistas realizaron todos los esfuerzos en recuperar lo perdido durante la década moderada, a través de la política del Ministro de Hacienda Madoz, que se ocupó de liberalizar la economía, promover el desarrollo de los mercados, relanzar la desamortización, reducir el volumen de deuda del Estado o suprimir el impuesto de consumos. Precisamente fue la desamortización de bienes de la iglesia y su posterior subasta pública, lo que generó un conflicto con Isabel II, que se negó a sancionarla al principio, y la ruptura de la relaciones con la Santa Sede. Madoz llevó a cabo también, una nueva desamortización de bienes comunales de los municipios. Aunque la subasta fue un éxito de recaudación, perjudicó y causó un gran mal estar entre los campesinos y vecinos que las utilizaban para la caza, recogida de leña, pastos etc, como complemento a sus jornales. Sin embargo, los beneficios de las subastas, hizo que el Estado pudiera impulsar el ferrocarril. La Ley General de Ferrocarriles y Ley Sociedades de Crédito estimularon la inversión extranjera, que produjo una euforia inversora en la Bolsa. Se produjo también una mejora en el transporte de viajeros y de mercancías por la construcción de carreteras y otras infraestructuras. La activación económica fue uno de los hechos más importantes durante este periodo, en el que también se fundó el Banco de España. Sin embargo, este incremento de la actividad económica generó también una alta conflictividad social. La subida de precios de los alimentos, el incremento de los precios de los cereales a causa de la del bloqueo de las importaciones desde Rusia por la Guerra de Crimea, el descontento de los jornaleros que redujeron su capacidad adquisitiva, y una epidemia de cólera que asoló el país consecuencia de la falta de higiene y de salubridad urbanas, desembocó en motines y protestas contra los impuestos en todo el país. Se sumó a estas revueltas la Milicia Nacional. El conflicto de especial virulencia en Cataluña, por la fuerza que había adquirido el movimiento obrero de la industria textil, que el gobierno atajó decretando la disolución de las asociaciones obreras, a lo que se respondió con la convocatoria de la primera huelga general de España en 1855. Todas las revueltas fueron reprimidas duramente por el ejército, como correspondía conforme a las prácticas de Espartero, en ese tiempo presidente de Gobierno. En Julio de 1856, para instaurar el orden, O´Donnell da un golpe de Estado, asume la Presidencia y depone a Espartero. Disuelve las Cortes, restituye la Constitución de 1845 y realiza diversas concesiones a los progresistas en un acta adicional a la Constitución. Pero el programa de O´Donnell resultó demasiado blando para Isabel II, que lo destituye y nombra a Narvaez como nuevo Presidente de Gobierno. Narváez deroga el acta adicional, suspende la desamortización, restituye la Ley de Ayuntamientos y anula las disposiciones contrarias a los acuerdos con la Santa Sede. Sin embargo, los moderados estaban tan divididos, que en 1857 Narvaez cae, y tras varios gobiernos breves y los moderados divididos e incapaces de gobernar, Isabel II opta por llamar de nuevo a O´Donnell, que a estas alturas ya había fundado la Unión Liberal. El Gobierno largo de la Unión Liberal (1858-1863) En 1854, las gestiones para formar un partido que ocupara el centro político dieron sus resultados. Así, moderados puritanos (ala progresista del partido Moderado) y progresistas templados (ala moderada del partido Progresista) formaron la Unión Liberal. Su líder, el general O´Donnell, era hombre de orden, que asume las demandas históricas de los progresistas. Accede al poder por debilidad del Partido Moderado, y permaneció en el poder más tiempo que cualquier otro gobierno del Reinado de Isabel II, por lo que se le llamó el “Gobierno largo”. Si en la política general las diferencias con el bienio progresista fueron evidentes, en la política económica están diferencias fueron claras. La UL reactiva la desamortización civil iniciada en 1855, aunque deja en suspenso la eclesiástica. Aprovechó también la liberalización emprendida durante el bienio para reactivar la expansión económica realizando en 1859 con un Plan de Inversiones dando un impulso decidió a las obras públicas para fomentar la marina y construcción de puertos, ampliando la red de carreteras y ferrocarriles y desarrollando la red de telégrafos. Fueron los años de expansión de los ferrocarriles, de euforia de la Bolsa y de auge de las inversiones. En política internacional, el gobierno de la UL quiso que el país tuviera una presencia mayor en el exterior. En un momento en que las grandes potencias europeas rivalizaban por expandir sus imperios coloniales, O´Donnell participó en varias operaciones diplomáticas y militares en diversas partes del globo. Apenas tuvieron ganancias territoriales, pero más bien tenían el objetivo de alentar el nacionalismo español y reforzar la unidad del país. Fueron diversas operaciones en Indochina por el asesinato de misioneros, y en México junto a tropas francesas y británicas para forzar al pago de su deuda exterior, O´Donnell inició la campaña de más envergadura: la guerra de África, que duró entre 1859 y 1860. Tras el ataque de rifeños a Ceuta, que el gobierno de Marruecos no quiso castigar, 50.000 hombres desembarcaron en Marruecos, ocuparon Tetuán y doblegó al ejército del sultán. La guerra contó con el apoyo unánime de los políticos, una visión positiva en la prensa y en la opinión pública. El gran respaldo popular fomentó el sentimiento patriótico. En 1863, el desgaste y la división de la coalición liberal llevaron a la deriva al gobierno de la Unión Liberal. El incumplimiento del programa progresista, bien por el sesgo conservador que fue adquiriendo el gobierno tras la insurrección republicana de jornaleros que reclamaban el reparto de las tierras y que terminó con un centenar de fusilados, bien por la presión constante de Isabel II que conspiraba sin cesar contra O´Donnell para frenar cualquier intento de formar un gobierno de sesgo progresista, el caso fue que se fue minando las posibilidades del gobierno. Ante esta situación, en 1863 se produce la dimisión de O´Donnell y el fin del gobierno de la UL. La crisis de la monarquía isabelina Agotada la Unión Liberal, Isabel II, rodeada de su camarilla de neocatólicos, o bien llamada “Corte de los Milagros”, entrega el gobierno a los moderados, aunque en ese momento se encontraran rotos y divididos. En las elecciones de 1863 los progresistas deciden retraerse no participando en las elecciones. Esta decisión les coloca fuera del sistema, e inician a partir de entonces el camino de la revolución por vía de las armas con un objetivo prioritario: derrocar con Isabel II. Tras algunos breves gobiernos, en 1864 Isabel II llama de nuevo a Narváez, que se aprestó a defender el trono ante las continuas revueltas alentadas por los progresistas a sangre y fuego. Así ocurrió en 1865 en la llamada noche de San Daniel. Una protesta estudiantil a favor de Castelar, cesado de su cátedra por haber escrito un artículo contra la Reina, se sofoca mediante una carga brutal con 9 muertos y 100 heridos. Este suceso conmocionó a la opinión pública y terminó con la dimisión de Narvaez ese mismo año. Le reemplazó O´Donnell bajo un nuevo gobierno de la Unión Liberal que auguraba una apertura liberal. Pero a estas alturas los progresistas ya se habían embarcado en la estrategia insurreccional. Así, en 1866 se produce el pronunciamiento del general progresista Prim, pero el gobierno desbarató. Ese mismo año, se sublevan en Madrid los sargentos del Cuartel de San Gil junto a una revuelta popular con barricadas en la ciudad, que también es sofocado y sus responsables sometidos a un castigo ejemplar con 70 fusilados. En estas que Isabel II destituye a O´Donnell por demasiado débil, que arto de los vaivenes de Palacio abandonó definitivamente el país. Vuelve a llamar a Narvaez. El general moderado suspende las Cortes, suspende las garantías Constitucionales y lleva a cabo la depuración ejército y de la administración. También cerró la prensa opositora y amplió el Concordato educativo con iglesia, a la vez que cesaba de sus cátedras a Giner de los Ríos, Castelar y Salmerón. Pero en 1866 reventó uno de los logros del reinado de Isabel II. Explota la crisis económica y se produce el colapso del sistema financiero y la quiebra de los bancos (de 70 a 15). Al desplome de la bolsa se le suma las malas cosechas de esos años que hacen subir los precios, la disminución de los ingresos del Estado, que entra en déficit y la crisis de la industria textil de Cataluña. Creció la mortalidad, y el hambre y la miseria se extendieron por todo el país. La suma de todos estos factores acrecentó el clima de malestar en todo el país. La crisis del modelo de crecimiento isabelino coincidió con el aislamiento de la Reina. A esto, se produce la muerte de O´Donnell en 1867 y la de Narvaez siendo aún presidente de gobierno en 1868. Mientras, la oposición se iba organizando. Con el debilitamiento de los progresistas que durante el reinado de Isabel II habían huido a la UL y al Partido Demócrata, buscaban la unidad de acción con los demócratas. Para ello, en 1866, ambos partidos, los progresistas y los demócratas firmaron el pacto de Ostente, al que al final se sumó el Partido Liberal del General Serrano, que asumió la dirección en 1868 tras muerte de O´Donnell. Se trataba de una coalición revolucionaria en torno a una unidad de acción, esta vez no para apartar del gobierno a los moderados sino para derrocar a Isabel II.
1868-1874. EL SEXENIO DEMOCRÁTICO
En septiembre de 1968 estalla la revolución. Comienza con la sublevación en Cádiz del general progresista Prim y el almirante unionista Topete. Pronto se extiende a todas las capitales de provincia, donde se forman juntas revolucionarias con las milicias populares, o como se hacían llamar, los Voluntarios de la Libertad. La última batalla entre los rebeldes y las tropas de la reina se produce en el Puente de Alcolea (Córdoba). Tras la derrota, Isabel II, que cuenta con 38 años, se exilia a Francia. La Junta Provisional Revolucionaria de Madrid asume el poder al frente de un gobierno provisional presidido por el general Serrano. Gobierno provisional y Regencia de Serrano En 1868, se forma un Gobierno provisional. Aunque lo presidía el jefe de la UL Serrano, fue Prim, como jefe de los progresistas, quien promovió este gobierno provisional, donde se hallaban los principales notables de su partido como Cánovas y Ruiz Zorrilla. Los progresistas se situaban en una posición estratégica entre demócratas y unionistas, lo cual les dio fuerza en tanto que grupo bisagra. Tras unos primeros meses de convivencia de poderes entre el gobierno provisional de Madrid y las juntas revolucionarias de las ciudades, que asumieron el programa demócrata, estas acceden a disolverse a cambio de una extensa gama de derechos fundamentales. El gobierno provisional, llevó a cabo medidas importantes: - Medidas sociales: Expulsión de los Jesuitas. Establecimiento del matrimonio civil. Obligación del Clero a jurar la Constitución. Reinicio desamortización Construcción de numerosos colegios - Medias económicas del Gobierno Provisional: Liberalización comercio y capitales Abolición del Impuesto de Consumos Aprobación de la Ley de Minas, que significaba una desamortización del subsuelo y la concesión de licencias de explotación. Este hecho produjo la entrada de capital extranjero. Aparición de la peseta Sin embargo, el gobierno provisional no suprimió las quintas, otro de los compromisos adquiridos con las juntas, por causa del comienzo de la guerra independentista en Cuba, que obligó a los gobiernos a trasladar tropas a la isla. La guerra comenzó con la rebelión del terrateniente Manuel Céspedes, que proclamó la república independiente de Cuba y abolió la esclavitud. Al hacerlo, obtuvo el apoyo de campesinos y esclavos, aunque no lo tuvo de los terratenientes criollos que utilizaban mano de obra esclava. Fue una guerra de desgaste y de guerrillas, que obligó al gobierno español a realizar un gran esfuerzo presupuestario. Se cobró 65000 muertos y terminó, de momento, en 1878 con la Paz de Zanjón. Poco después, la coalición revolucionaria se rompió, cuando unionistas y progresistas anunciaron la defensa de la monarquía como futura forma de gobierno. El Partido Demócrata se parte en dos. La mayoría de sus integrantes, republicanos, abandonan la coalición. No obstante, los “cimbrios”, un grupo minoritario que consideraba que la monarquía era compatible con la democracia, mantuvieron el pacto con unionistas y progresistas. En las elecciones de enero de 1869, los monárquicos (progresistas, unionistas y cimbrios) obtienen 236 diputados y el Partido Demócrata 85 que se convierte en la principal fuerza de oposición. Como paso decidido, las Cortes aprueban ese mismo año la Constitución de 1869. La soberanía recaía en la nación, de donde emanan todos los poderes. Se proclamaba la monarquía como forma de gobierno pero con profundas limitaciones de poder. Existía una clara división de poderes con el legislativo en poder sólo en las Cortes. Se estableció unas cortes bicamerales. El Congreso era elegido por sufragio universal directo y el Senado universal e indirecto. Las mujeres todavía no podían votar. El rasgo más característico de esta Constitución, que adquiere un carácter democrático y que hizo de ella un texto singular, fue una declaración extensa de derechos fundamentales, como así se pactó con las juntas revolucionarias demócratas. Junto con los principales derechos reconocidos por constituciones anteriores como el de expresión, imprenta, se sitúan otros como la libertad de reunión, la de asociación, la de enseñanza y la inviolabilidad del domicilio y de correspondencia. Obviamente, la constitución también establecía la plena autonomía de los municipios para elegir a sus representantes. Por primera vez en un texto constitucional, en cuanto a las relaciones Iglesia-Estado, la constitución establecía una plena libertad de cultos. Aprobada la Constitución en junio de 1868, el general progresista Prim preside el gobierno. En espera de elegir un rey, el general Serrano se convierte en Regente. El republicanismo se había extendido por todo el país, y en las elecciones municipales de 1869 vencieron en 20 capitales de provincia. En muchos jornaleros y campesinos, cundió el desencanto porque la revolución de 1868 no devino en república, ni asumió el programa máximo de las reformas a las que aspiraban. Creían que el republicanismo no era un mero cambio de régimen, sino un sinónimo de las trasformaciones políticas, sociales y económicas que acabaría con los males de la sociedad. Los motines republicanos eran constantes por todo el país, a los que el ejército se encargaba de aplastar con dureza uno tras otro. La conflictividad social siguió latente. La agitación republicana y los motines en protesta contra la carestía de la vida y las quintas, sumado a los conflictos industriales reclamando subida de salarios, reducción de jornada y mejores condiciones laborales, sumado también a la constitución de la sección española de La Internacional, que se encargó de difundir las ideas socialistas y sobretodo anarquistas, produjo en el Gobierno terror a una subversión general al estilo de la Comuna de París en la primavera de 1871, de ahí que ese mismo año se ilegalizara la Internacional española. Legalizada por el Tribunal Constitucional, el gobierno utilizó la suspensión de garantías constitucionales para reprimir el asociacionismo obrero. Mientras tanto, sancionada la Constitución, la búsqueda de un rey desata la tensión entre las colación de gobierno. Los unionistas lo encuentran en Francia Unionistas en Francia, los Progresistas y Demócratas en Portugal. Tras varios rechazos como el de Espartero, y algún veto como el de Francia, Prim lo encuentra en Italia con el hijo de Victor Manuel II. En noviembre de 1870, las Cortes, con 190 votos a favor contra 97 en contra, aprueban que Amadeo de Saboya sea el nuevo Rey de España. En diciembre de ese mismo año, Amadeo de Saboya desembarca en España. El mismo día, Prim muere asesinado. La monarquía de Amadeo I Tras la muerte de Prim, principal valedor del Rey, el general Serrano pasa a presidir el Consejo de Ministros. Se produce una reorganización de las fuerzas políticas, con la irrupción de nuevos líderes y partidos políticos, ante la desmembración de los viejos. Sagasta creó el Partido Constitucional con la facción derecha del partido progresista y la vieja UL. Sagasta pensaba que la monarquía amadeísta sólo sobreviviría dándole un sesgo conservador, para evitar los vientas que corrían por Europa con La Comuna y la Internacional. Ruiz Zorrilla fundó el Partido Radical con la facción izquierda del partido progresista y los demócratas. Ruiz Zorrilla pensaba en una monarquía democrática para atraer a los republicanos y evitar el contagio de los movimientos de izquierda europeos. Sagasta y Ruiz Zorrilla tuvieron posiciones muy distanciadas y fueron incapaces de entenderse ni a nivel personal ni ideológico. La lucha entre ambos partidos creó una gran inestabilidad política con la sucesión de gobiernos cortos. Aunque la constitución vigente era plenamente democrática, no había en el parlamento muchos políticos demócratas convencidos, que recelaban del sufragio universal. Las prácticas electorales habituales seguían la misma tónica del reinado de Isabel II. El gobierno que organizaba las elecciones trasmitía a través de los muñidores las órdenes a los gobernadores civiles, y éstos a su vez a los alcaldes y caciques. Sin embargo, las últimas elecciones ya hubo un 50% de abstención. Aún así, para preservar el control gubernamental, el general Serrano reformó la Ley Electoral tras las primeras elecciones de 1869. Se cambió la circunscripción de la provincia por distritos uninominales, por lo que el control y el fraude electoral fue mucho mayor. El escenario para Amadeo de Saboya, estuvo marcado por la lucha constante entre constitucionales y radicales, a lo que se sumó la oposición de los republicanos. También la oposición conservadora tradicional, ya que los católicos no veían con buenos ojos que el hijo de Victor Manuel, rey que acabó con los Estados Pontificios en la unificación italiana, fuera su rey. También tuvo en contra a los partidarios del retorno de los borbones que se organizaron en torno a Cánovas, cuya aristocracia vetó los actos de palacio. Y también como no, se pusieron en contra los carlistas, que combatieron a la nueva dinastía con las armas, en la que se llamó la II Guerra Carlista, que duró desde 1872 a 1875. En 1872, el nieto del primer pretendiente Don Carlos, penetró en España. Al principio se mantuvieron algunos frentes guerrilleros en Navarra, País Vasco, Cataluña y Aragón, pero en 1873, reforzaron sus posiciones ocupando grandes zonas de esos territorios, que con su base en Estella, instalaron su propio Estado pero sus 40.000 hombres no pudieron expandirse más allá del Ebro. La guerra se prolongó hasta 1875 en Cataluña y hasta 1876 en el País Vasco y Navarra. Todas esta situación llevó a Amadeo I a abdica en febrero de 1873. A los continuos enfrentamientos entre los partidos del parlamento, y la oposición incluso de los sectores conservadores, añadido a la guerra carlista y cubana, se le sumó también una falta de respeto de la prensa hacia el propio monarca. La Primera República En Febrero de 1873, Congreso y Senado reunidos en asamblea nacional declararon como forma de gobierno de la nación la República. Fue una decisión inconstitucional puesto que la Constitución del 69 no lo permitía. Esto ocurrió por la decisión del Partido Radical. En las elecciones de 1872, el Congreso estaba distribuido de la siguiente forma: (274 Partido Radical, 25 otros partidos monárquicos, 78 republicanos federales y 2 republicanos unitarios. El Partido Radical de Ruiz Zorrilla, se opuso a que los borbones ocuparan de nuevo la corona española, así que, con la idea también de no perder el espíritu de la revolución de 1968, votaron a favor del nuevo sistema. El mismo día de la abdicación de Amadeo en febrero de 1873, se nombró a Estanislao Figueras como Presidente de un gobierno formado por una coalición del Partido Radical y del Partido Republicano. El Partido Radical, que veía en el federalismo insurrección y caos, defendía una república unitaria, conservadora y de orden, y el Partido Republicano una federal. Aun con una mayoría radical unitaria en el Congreso, Figueras anunció que defendería en las futuras Cortes Constituyentes la solución federal, a lo que el Partido Radical contestó con la organización de un golpe de estado para llevar a la presidencia a Serrano. No prosperó. Figueras disolvió las Cortes. Figueras soportó durante su mandato la división entre unitarios y federales. Los federales, o intransigentes, sabían que era imposible establecer una república federal mediante una victoria electoral, y pensaban que sólo llegaría a través de la insurrección popular, organización de juntas, luego junta central y luego cortes constituyentes. Debía construirse por lo tanto desde abajo hacia arriba. Los intransigentes no entendían por qué había que esperar a que unas Cortes constituyentes proclamaran la república. Sólo había que hacer lo que el pueblo había empezado ya. Por eso, Figueras acusó desde el primer momento continuas insurrecciones. Desde motines de los campesinos por ocupación de tierras que se extendió por Andalucía, hasta la proclamación por parte de los intransigentes del Estado Catalán dentro una República Federal Española. Al poco tiempo Figueras dimitió De este modo, la República no vino por la vía de la insurrección, ni tampoco a través de las elecciones. Los líderes republicanos se encontraron una república dada por las circunstancias y hubieron de instituir una república federal desde el propio Estado, desde arriba hacia abajo. En las elecciones de 1873 a Cortes Constituyentes unicamerales, los monárquicos se retrajeron. Los republicanos obtuvieron 343 escaños, frente a 31 del resto de minorías. La abstención llegó al 60%. En junio de 1873, las Cortes proclamaron la República Federal. Tras la dimisión de Figueras, Pi i Margall ocupa la presidencia de la república. Poco tiempo después, presenta el proyecto de la Constitución de 1873. La soberanía recae en la Nación. Una rígida separación de poderes. Los derechos fundamentales se encontraban ampliamente desarrollados y se consagraban como naturales. Unas Cortes bicamerales, eran elegidas en el Congreso por sufragio universal y directo. El Senado, que carecía de iniciativa legislativa era elegido por los parlamentos de los estados federados. En cuanto a la religión, se declaraba la libertad de cultos y la aconfesionalidad del Estado. Pero su principal novedad era la organización del Estado Federal, dividido en 15 estados más Cuba y Puerto Rico. Cada uno podía elaborar su propia Constitución y tendría su poder ejecutivo, legislativo y judicial. El Estado Federal se reservaba importantes competencias en relaciones internacionales, el ejército, la moneda, las comunicaciones y la sanidad. Sin embargo, los intransigentes ya habían comenzado la insurrección desde las bases contra el sistema construido desde arriba. Desde Madrid constituyeron el Comité de Salud Pública, con el objetivo de que se extendiese por todas las ciudades. El objetivo era proclamar estados o cantones, que una vez constituidos debían unirse y establecer la República de facto. La revuelta cantonal se extendió por Andalucía y Levante, aunque también llegó algunas ciudades de Castilla. Cartagena Málaga, Alicante, Castellón, Sevilla, Granada, Salamanca, etc. Pi i Margall que no quiere utilizar ejército para sofocar rebelión, termina por dimitir. Le sucede Salmerón como nuevo Presidente, quien encarga a los generales Martinez Campos y Pavía sofocar la insurrección, como así sucedió. Sin embargo, Salmerón termina por dimitir a negarse a firmar dos penas de muerte por consejos de Guerra. Le sucede Castelar como nuevo Presidente, que ante el caos de los primeros meses de la República, se vuelve republicano unitario. Quiere un gobierno conservador que prime el orden público. Para ello suspende las garantías constitucionales con frecuencia. Su programa de gobierno consistía en preservar la unidad de la Nación, recuperar la disciplina militar, acabar con los frentes bélicos abiertos (Guerra Carlista, Guerra Cuba, Guerra cantones que quedaban), y reactivar la economía. Castelar quiso obtener el coto de confianza de la Cámara para desarrollar sus políticas, aun sabiendo que saldría derrotado. En el mismo pleno, el general Pavía entra en el Parlamento con un destacamento militar y disuelve las Cortes. Pavía no quiso asumir la presidencia de la República y dejar el gobierno a una coalición de partidos, pero las fuerzas políticas se negaron. Serrano asume la Presidente. Estableció un gobierno de orden con el Partido Constitucional de Sagasta y el Partido Radical de Ruiz Zorrilla. Suspende las garantías constitucionales, disuelve la Internacional e ilegaliza los partidos republicanos federales junto con sus periódicos. Serrano intentó consolidar una república sin republicanos, gobernada por partidos monárquicos y con una Constitución monárquica de 1869 (la de 1873 no se proclamó). Era el fin de la República. Tampoco contaba con el apoyo de los alfonsinos de Cánovas. Mientras tanto, Alfonso XIII, exiliado en Gran Bretaña, llega a la mayoría de edad. Con la ayuda de Cánovas, redacta un manifiesto político para España, que constituía un programa de gobierno con una monarquía liberal que garantizara el orden legal y la libertad política. Ante la oposición de Cánovas, en diciembre de 1874 se produce el pronunciamiento del general Martinez Campos en Sagunto y proclama a Alfonso XIII rey de España. El ejército no reacciona. Dos días después, Cánovas presidía un Ministerio-regencia en nombre de Alfonso XIII. 1875-1902 RESTAURACIÓN
EL SISTEMA POLÍTICO DE LA RESTAURACIÓN
Tras los pronunciamientos e insurrecciones de sexenio democrático existía en los españoles un ansia de paz, estabilidad y tranquilidad. El nuevo sistema de Canovas (con la complicidad de Sagasta), se basaba en un sistema de Monarquía Constitucional bipartidista a modo del británico, donde el Partido Conservador y el Partido Liberal se turnarían en el gobierno. La Constitución de 1876 y la institucionalización del sistema político A comienzos prioriza el mantenimiento orden público, de ahí que mantuviera la limitación de la libertad de expresión, de reunión y de asociación. Dispuesto a formar un gran partido conservador, aceptó algunas de las demandas de los más conservadores. Así, restablece el Concordato de 1851, que suponía la recuperación de los bienes desamortizados desde 1868, la derogación del matrimonio civil, el pago de los gastos de culto y clero, y la prohibición toda enseñanza contraria al dogma católico. Sin embargo, la presión para el restablecimiento de la Constitución 1845 no la admitió. Un nuevo sistema necesitaba una nueva Constitución. El Proyecto fue elaborado por una comisión de viejos parlamentarios alfonsinos, moderados y centralistas (una escisión del Partido Constitucional liderados por Alonso Martinez), agrupados todos bajo el nombre ya de Partido Liberal-conservador. El principal escollo fue la religión. Los moderados exigían que fuera confesional católica, pero terminaron por abandonar la comisión constitucional, ya que se adoptó una solución intermedia: libertad de culto no pública. Cánovas, partidario del sufragio censitario, para legitimar su sistema quiso aprobar la nueva Constitución en unas Cortes elegidas por sufragio universal, para asegurarse también el compromiso con la izquierda radical. De esta manera, se ganó el apoyo del Partido Constitucional de Sagasta. No obstante, se organizan las elecciones de enero de 1876 con Francisco Romero como muñidor. Se cursaron órdenes a los gobernadores civiles para estorbar las candidaturas carlista y republicana. Por el contrario mantuvo una negociación con la del Partido Constitucional de Sagasta. Los resultados fueron 333 diputados para el Partido Liberal Conservador (Cánovas), 40 para el Partido Constitucional (Sagasta) y 12 para el Partido Moderado. En julio Cortes aprueban la Constitución de 1876. Con un texto breve parecía más una modificación de la moderada de 1845 conforme a la revolución del 68. La soberanía recaía en el Rey y las Cortes. En cuanto a los poderes, el legislativo recaía principalmente en las Cortes y el Rey las sancionaba. El ejecutivo recaía en el Rey pero con el refrendo de los ministros. El Rey disponía de libertad para disolver y convocar Cortes, y para nombrar y cesar gobiernos, para lo cual necesitaba la confianza del Parlamento. El parlamento era bicameral, y aunque los primeros años se eligieron por sufragio restringido y censitario, a partir de 1890 fue universal, más poca importancia tenía esto dado el fraude continuo que se efectuaba. Se reconocían una amplia gama de derechos individuales que se remitían a una legislación posterior, lo mismo que la organización de la administración local y el sistema electoral. Así pues, una Constitución breve, flexible para el desarrollo posterior de leyes, y compatible adaptada para un sistema bipartidista, donde la Corona tenía amplias atribuciones pero que juraba lealtad a la Constitución de donde emanaba su poder. 1876 coincidió con la última ofensiva carlista. Los Carlitas se fueron replegando hasta que Estella fue conquistada. Cánovas aprovechó para proceder a la derogación de los fueros, aunque otorgaba parte de autonomía fiscal mediante un Concierto (cupo vasco), donde las DD.PP cobraban sus impuestos. A cambio los vascos contribuían al servicio militar y renunciaban definitivamente a recurrir a la insurrección militar. Desde 1880, el carlismo encontró un competidor en el seno del catolicismo a través de la Unión Católica, partido que pretendía unir a todos los católicos y aceptar las reglas del juego. Durante estos años, se produjo un florecimiento de iglesia, que recuperó la influencia moral y capacidad de control social. Aprovechando la poca dotación presupuestaria para educación, las órdenes religiosas dominaban la enseñanza primaria, secundaria y parte universitaria (Universidad Deusto). La iglesia fue el Caballo de Troya antiliberal. En cuanto a la izquierda republicana, sus fuerzas se encontraban divididas en 4 partidos en torno a Salmeron, Pi i Margall, Ruiz Zorrilla y Castelar, pero una vez abandonaron las insurrecciones optaron por participar en instituciones. Se fueron integrando en el Partido Liberal de Sagasta. La Guerra de Cuba fue otro de los problemas que todavía estaría vivo hasta final de siglo. Tras Paz de Zanjón, se decretó la legalización de los partidos políticos en Cuba y hubo cierta autonomía a través de las convocatorias de las elecciones locales, medidas que no contentaron a los criollos que seguían optando por el independentismo. Por otra parte, la venta de azúcar a EE.UU, hizo que se produjera una preocupante dependencia económica de EE.UU. Aprobada la Constitución y liquidadas las guerras, Cánovas imprimió un marcado sesgo conservador al sistema político, separándose de la línea democrática del sexenio democrático. Se produjo la supresión de juicios con jurado, se instauró el sufragio censitario, y la promulgación de la Ley de Bases de la Administración Local en 1876, posibilitó el nombramiento por parte del gobierno central a los alcaldes de las capitales, cabezas de partido y de los municipios de más 30.000 habitantes. Además, los gobernadores civiles podían cesar a los alcaldes. Habían pasado desde el primer gobierno del Partido Conservador 6 años (1874-1881). En esto, creció la inquietud de Sagasta por no llegarle el turno de gobierno. Sagasta se coaliga con los republicanos de Castelar para las elecciones de 1979. Cánovas vuelve a ganar pero, para evitar la ruptura total, nombra a Martinez Campos como Presidente. A los pocos meses, Cánovas hace caer a Martinez Campos. Martinez Campos se pasa al Partido Constitucional de Sagasta. El Partido Constitucional gana adeptos moderados, haciéndose llamar Partido Liberal-Fusionista. Reforzadas sus huestes, Sagasta se lanza al asalto del poder. En 1881, apela al Rey y amenaza con retraimiento. Ante el peligro de que El Partido Liberal se opusiera al sistema y abriera la ventana a la insurrecció, Alfonso XII cesa a Cánovas, nombra a Sagasta y entrega decreto de convocatoria de elecciones. El turno de partidos: prerrogativa regia, encasillado y caciquismo Con el nombramiento de Sagasta, se produjo la primera alternancia entre el Partido Liberal y el Partido Conservador. Al llamar a Sagasta y ofrecerle el decreto de disolución de las Cortes, Alfonso XII utilizaba la prerrogativa regia, es decir la atribución que le otorgaba la Constitución para designar gobiernos y otorgarles decreto de disolución. No figuraba en el texto de la Constitución, pero la doctrina constitucional restauracionista le otorgaba el poder armónico o moderador. Cánovas y Sagasta aceptaban ese mecanismo de arbitraje para garantizar la estabilidad y evitar las insurrecciones. La experiencia negativa de excluir al contrario y evitar los desencuentros, encontró una solución con la prerrogativa regia. Ese era el principal papel del Rey: el de modelador. Si el partido dinástico de la oposición pedía el turno de gobierno, o si el partido gobernante perdía el respaldo de las Cortes, el Rey consultaba con los presidentes de las cámaras y jefes de los partidos para valorar la situación. Una vez valorada, el Rey evaluaba si el mismo presidente del Consejo de Ministros debía continuar en el poder, si su sucesor debía surgir de la misma mayoría parlamentaria o si, por el contrario, convenía llamar al líder del partido dinástico de la oposición y entregarle el decreto de disolución de las Cortes. Con el tiempo, se institucionalizaron unas normas del turno de partidos: el decreto de disolución no podía darse dos veces seguidas al mismo partido para favorecer la alternancia; también, el nuevo gobierno debía aceptar la traza general del anterior gobierno aun siendo contrarias a sus convicciones; y el partido de la oposición no debía obstruir al gobierno en su política. El decreto de disolución permitía al gobierno convocar nuevas elecciones. La convocatoria electoral precedida de las negociaciones correspondientes para evitar el desplazamiento político del partido de oposición, como había ocurrido en los tiempos de Isabel II y Amadeo I. El fruto de la negociación era una lista de candidatos oficiales, que incluía representantes del partido de Gobierno y de la oposición, lo cual recibía el nombre de “encasillado”. Cada distrito electoral era una casilla para encasillar a los candidatos a diputados. Tras ello, y como venía siendo costumbre desde la década moderada, el gobernador civil gestionaba con todos los recursos a su alcance el triunfo de la lista oficial. El gobernador tenía el control de las diputaciones, podía destituir a los alcaldes problemáticos, enviar las fuerzas de orden público para controlar votaciones, concedía favores, etc… Las negociaciones para el encasillado funcionaban de la siguiente manera: Los Gobiernos pactaban los candidatos a diputados con sus partidos, que eran aún coaliciones de notables, que aportaban sus redes clientelares al tronco común y que no tenían ningún tipo de dirección. El clientelismo político fue un fenómeno habitual en aquellos países donde los regímenes representativos convivían con sociedades poco desarrolladas. Las clientelas eran redes jerárquicas de notables que utilizaban los recursos de la administración, para realizar favores (influencia tribunales, exención impuestos o servicio militar, ayuda económica, etc). La cantidad de recursos dependía del grado de poder que adquiriera una facción: cantidad de ministerios o altos cargos que controlaba, del número de diputados que tenía… Por otra parte, los principales notables del partido de la oposición debían ocupar un puesto en la lista oficial que les garantizase salir diputados. Incluso también se extendió a otros partidos como republicanos y carlistas, como Castelar. El encasillado era la consecuencia de las negociaciones entre el gobierno y los caciques, que eran los notables con una influencia importante en su territorio. Estos a su vez, actuaban de intermediarios para poder acceder a los recursos de la administración, incluidos también la represión con las fuerzas de orden público. No obstante, como la lista era diseñada por el Gobierno que asignaba un candidato a diputado, para evitar el conflicto, el cacique debía aceptar de buen grado el candidato de lista oficial del gobierno, posteriormente, el diputado devolvería los favores. Con el tiempo, los distritos mostrencos, aquellos en los que el gobierno no tenía problema para encasillar incluso a candidatos cuneros, disminuyeron, ya que poco a poco, las organizaciones locales exigían poder elegir al diputado, lo cual no pocas veces dificultaba el encasillado. El efecto del encasillado es obvio: el gobierno que convocaba las elecciones nunca las perdió entre 1876-1923, y siempre la suma de los diputados de los partidos dinásticos alcanzaban el 80% del Congreso. No obstante podía haber competencia. En ocasiones, se presentaban listas no oficiales. En estos casos, el aparato del Estado se ponía a favor del candidato oficial y en contra del no oficial con todos los medios a su alcance, como la alteración del censo, el cierre de urnas antes de terminar la votación, la sustitución urnas (pucherazo), el envío de partidas de matones, etc… La organización de los distritos también estaba concebida para el control gubernamental de las elecciones. La mayoría de distritos eran uninominales. En las grandes ciudades, donde el republicanismo cada vez se hacía más fuerte, había listas plurinominales, pero el censo se mezclaba con municipios rurales circundantes. No obstante, las negociaciones no garantizaba el apoyo total de las Cortes durante todo el mandato. Hubo numerosas crisis de confianza al gobierno del parlamento. Durante el reinado de Alfonso XII (1902-1931) se sucedieron 30 gobiernos. 18 cesaron por falta de apoyo en el parlamento. Las razones fueron varias: la escasa cohesión de los partidos, la falta de disciplina de voto y de ideas, la alta fiscalización y control a los gobiernos desde el Parlamento, donde incluso los partidos minoritarios tenían igualdad para el control y fiscalización, es decir, mismo tiempo oral o derecho a tener representación en todas las comisiones. Estos factores arrojaban una falta de agilidad para legislar, ya que las decisiones se trataban de consensuar con los líderes de los partidos. La década liberal El Partido Liberal de Sagasta gobierna 1881 tras el cese de Cánovas. Sagasta trató de reforzar sus lazos con los nuevos socios exconservadores de su partido, dando a su gobierno un sesgo templado, apartando de la primera línea a los notables de su partido. Por ello, Sagasta no recupera el espíritu del sexenio revolucionario, pero adoptó una política liberal respecto a las libertades de reunión, imprenta y asociación, con la eliminación del fiscal de imprenta o la autorización de libertad a las asociaciones obreras para realizar sus congresos. Eso sí, mantuvo la mano dura contra las movilizaciones anarquistas de la Mano Negra. Esta política, produjo una división del Partido Liberal, cuyos críticos reclamaban un giro a la izquierda. Sagasta, que no veía todavía el turno de los conservadores, y cuyo liderazgo estaba ya cuestionado por los suyos, pide al rey que de un turno de Gobierno a la Izquierda Dinástica, que a pesar de abrazar la Constitución de 1869 había aceptado la monarquía de Alfonso XII. El Rey accede y nombra a Posada como Presidente. Era octubre de 1883. Pocos meses más tarde, Sagasta tumba a Posada para demostrar su liderazgo en el Partido Liberal. En 1884, agotada la mayoría de los liberales en el parlamento, devino el turno de los conservadores, con Cánovas de nuevo en la Presidencia. Pero en noviembre de 1885 se produce la pronta muerte de Alfonso XII. Se produce la regencia de Maria Cristina, que se encontraba embarazada de Alfonso. Fue una prueba dura del sistema, pero Cánovas y Sagasta ya habían acordado el cambio de turno para consolidar el sistema de la Restauración. Sagasta de nuevo es Presidente. Llamado el parlamento largo de Sagasta (1885-1890), el Partido Liberal de Sagasta había firmado y aceptado parte del legado del sexenio para preservar la unidad de su partido, la Ley de Garantías, que se trataba de un acuerdo de programa de gobierno entre los liberales de izquierda, cuyas principales puntos era el establecimiento de los juicios con jurado, el sufragio universal y la reforma constitucional. A cambio, la izquierda del Partido Liberal aceptaba la Constitución de 1876. Se conseguía así, la integración en la monarquía constitucional y en el sistema de la izquierda liberal (herederos de radicales y demócratas). La segunda lectura viene dada en el sentido de que a la vez que se asumían todos los principios del sistema, como la soberanía del Rey y las Cortes, y no en la nación, y la complicidad también en el sistema electoral, con lo cual se vio pérdida una gran oportunidad de establecer una verdadera Restauración democrática. El Gobierno de Sagasta cumplió en general con el acuerdo de la Ley de Garantías. En 1887 aprobó la Ley de Asociaciones y Ley sobre el Contencioso administrativo. En 1888 la Ley de Juicios con Jurado y el Código Civil. También la estableció el sufragio universal masculino, sin embargo, los partidos políticos tanto liberales como conservadores pensaban que la política debía estar reservada a unas élites capacitadas por su formación, y desconfiaban de las virtudes de una ciudadanía rural con una tasa de analfabetismo que en 1890 aún rondaba el 67%. Si bien es cierto que con la Restauración finalizaron los pronunciamientos militares y el ejército abandonó el primer plano de la política, también lo es que conservó un amplio grado de autonomía frente al poder civil.
OTRAS FORMAS DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA: PRODUCTORES,
OBREROS Y NACIONALISTAS Durante la restauración, al margen de la intensa actividad parlamentaria, diversos grupos con proyección social trataban de influir por otras vías en el proceso de toma de decisiones políticas.
La movilización de los productores y el viraje proteccionista
Entre 1850 y 1883, la economía española tuvo un ciclo claramente expansivo, de manera que en tres décadas se dobló con creces el PIB. Sin embargo, a partir de 1883 comenzó a decrecer. Una de las causas fue la caída de los precios agrícolas. La mejora de los transportes y comunicaciones favorecen la globalización de los mercados. El coste de producción era más bajo en América o Asia que en Europa, lo que las importaciones desde esos países producen una bajada de precios agrícolas en torno al 20 % en España. Al mismo tiempo, aumentan las importaciones y se produce el cierre de muchas explotaciones. Esto forzó a la emigración a América. Casi 1 millón de campesinos se fueron entre 1882-1900. Como el 66% de la población activa trabajaba en la agricultura, esto afecta a la economía en general y al consumo. Los salarios bajan y también la capacidad adquisitiva para comprar productos industriales. Así, la industria textil también cayó en crisis. La crisis alentó las movilizaciones de los agricultores contra el aumento importaciones y a favor de poner aranceles, que fueron siendo eliminados por acuerdos comerciales bilaterales. Estas protestas activaron el asociacionismo agrario. En 1881 se creó la Asociación General de Agricultores. Los años siguientes se produjeron congresos agrícolas, mítines, manifestaciones, que desembocaron en la creación en 1887 de la Liga Agraria, para la defensa y demanda de medidas proteccionistas. Las protestas y críticas fueron dirigidas contra la clase política, a la que consideraba un grupo cerrado que no se preocupaba de los problemas reales. Las protestas llegaron al parlamento, donde se constituyó una comisión para analizar la situación que contó con la presencia de muchos agricultores, y a través de diputados defensores de sus territorios. Se produjo un debate que terminó en el Partido Liberal en un enfrentamiento entre proteccionistas y librecambistas durante el Gobierno Largo de Sagasta. Sin embargo, fue Cánovas, tras el gobierno largo de Sagasta, quien emprendió en 1890 un viraje proteccionista de su política económica, con el establecimiento de aranceles a los productos agrícolas, ganaderos e industriales. No sólo los agricultores, sino también los productores industriales sobre todo de industria Textil Catalana quien se movilizó e inició una campaña de protestas contra el gobierno, redactado el llamado Memorial de Greuges, que se trataba de una memoria para defender los intereses morales y materiales de Cataluña, considerado después como el primer texto político del catalanismo, y que fue dirigido a Alfonso XII. También los productores asturianos de carbón hicieron campaña a favor del proteccionismo. La siderurgia vizcaína compraba carbón a Inglaterra por ser de más calidad y más barato, con lo que bajó el consumo de carbón asturiano. Por ende, la siderúrgica vasca, tras haber pasado un etapa de gran desarrollo, sufrió la pérdida de competitividad exterior por el cambio del sistema de producción, por lo que también reclamó medidas proteccionistas para poder vender su producción en España. Las protestas y movilizaciones de productores, demostraron ser eficaces, hasta el punto de que el sistema no había sido inmune al problema. Las medidas que se tomaron fueron al principio beneficiosas puesto que los precios se recuperaron. Sin embargo, a la larga, las consecuencias del proteccionismo fueron negativas. Produjo un crecimiento económico más lento, y la falta de incentivos para la modernización, puesto que las empresas estaban protegidas por el Estado a nivel de política económica, terminó con una extraordinaria pérdida de competitividad. El movimiento obrero y la cuestión social El asociacionismo obrero moderno dio sus primeros pasos en el Sexenio Democrático, tras la fundación de la Sección española de la Internacional y la Federación de Trabajadores de la Región Española. En la Internacional, se produjo una división de corrientes: la Anarquista, que era predominante, y la socialista. Durante los primeros gobiernos conservadores de la restauración, las organizaciones sobreras fueron ilegalizadas y tuvieron que moverse en la clandestinidad. En el primer Gobierno de Sagasta, se realizó una interpretación abierta de la legislación, que permitió salir de la clandestinidad, aunque se sofocó cualquier revuelta que surgía con mano dura. La corriente socialista arraiga en Madrid. En 1871 se crea la Asociación General del Arte de Imprimir de Pablo Iglesias. Que en 1879 fundaron el PSOE. Sin industria en Madrid, se nutre de artesanos, oficios y profesionales liberales. En 1888 se celebra el primer Congreso. Ese mismo año se funda en Barcelona la UGT. El programa político de 1880 proclamó la división de la sociedad en dos clases: la burguesía o clase predominante, y el proletariado, esclavo en todas sus formas. Abogó entonces para acabar con esta situación por la posesión del poder político de las clases trabajadora y la transformación de la propiedad individual en propiedad común, hito que permitiría la abolición de las clases. Sin embargo, en la práctica rehuyeron la actividad insurreccional y adoptaron una actividad centrada en mejorar y reivindicar las condiciones de los trabajadores, a través de la presión a empresas, y también a través de la política, con nuevas formas de reivindicar como la huelga, la manifestación o el mitin. El PSOE hizo gala al principio de antipoliticismo, trabajando por la expansión del asociacionismo obrero y la difusión de la conciencia de clase, pero desde la aprobación en gobierno largo de Sagasta del sufragio universal, se presentan a las elecciones. Hasta 1910 Pablo Iglesias no alcanza parlamento. Los anarquistas dieron sus primeros pasos con el gobierno largo de Sagasta, con la Formación Federación Trabajadores Región Española alumbrada por la Ley de Asociaciones. Tuvo mucha implantación en Cataluña pero sobretodo en Andalucía, donde abogaba por la revolución social y el reparto de tierras. Entabló una lucha radical general contra los propietarios, los patronos y Estado que les amparaba, por lo que su fin último era la abolición del Estado, por eso, aparte de tener “fobia organizativa”, nunca formaron un partido político ni se presentaron a las elecciones. Su estrategia no se limitó a defender o reivindicar cuestiones puntuales, sino que buscaban la paralización total de las actividades de un lugar, por lo que tuvo mucha fuerza en las huelgas generales. La relación con el Estado se producía sobre un escenario de acción- reacción, donde las acciones del Gobierno eran contestadas con dureza e incluso violencia y asesinato por los anarquistas. La toma de Jerez de la Frontera por 500 anarquistas terminó con la condena y ejecución de 4 anarquistas. A partir de entonces, se desató una oleada de violencia indiscriminada de atentados, donde La Mano Negra sembró el terror en el Liceo de Barcelona y en la Procesión del Corpus. En 1887, el gobierno de Cánovas comenzó una campaña contra todo el entorno anarquista. Los acusados fueron perseguidos hasta el proceso de Montjuit, donde se condenó a muerte a 5 detenidos, 20 condenas de prisión y 60 destierros. La reacción no se hizo esperar, con el asesinato de Cánovas en 1887. En las últimas décadas del siglo XX, proliferaron los políticos y publicistas laicos y católicos, conservadores y liberales que mostraron su preocupación por cuestión social. Las organizaciones obreras hicieron visibles las condiciones miserables de vida de los trabajadores, y se tuvo miedo de que todo pudiera terminar en un conflicto social o incluso que estallara una revolución, a menos que todo aquello cambiara. Miedo que se extendió por todos los gobiernos europeos, teniendo que tomar medidas para mejorar esas condiciones de vida y de trabajo. Así lo hizo en 1880 Bismark en Alemania con su socialismo de Estado. En España, en 1883, durante el gobierno largo de Sagasta, se creó Comisión Reformas Sociales, que debe su origen a los krausistas de la Institución Libre de Enseñanza, que abogaba por la intervención de los poderes públicos para limitar los excesos del individualismo. También los conservadores, tras la encíclica Rerum Novarum, que en 1891, estableció la doctrina social de la iglesia. El trabajo de la Comisión no llegó a cuajar en la práctica, y no fue hasta 1900 con la Ley de Accidentes Trabajo de Fco. Silvela, cuando se inició el camino de la legislación social. Esta ley suponía la eliminación de los principios individualistas del derecho romano, por el que una persona era responsable de los daños a otra persona si se hallare culpa. A partir de la ley, la responsabilidad era de la empresa aunque no tuviera ninguna culpa. Otra cuestión fue la eliminación del principio liberal de no intervención en los asuntos privados entre patronos y obreros, que hasta la fecha era una cuestión reservada a la iniciativa privada. Los nacionalismos emergentes El resurgimiento de la literatura y de las lenguas regionales, provocó la recuperación de las viejas costumbres autóctonas. De esta pasión por la historia local, le sucedió el estudio de las instituciones perdidas de cada región. A la vez, se producían las reuniones de profesionales liberales de diversa ideología, que compartían el interés por la recuperación los bienes culturales regionales. Estas reuniones se convierten en sociedades y certámenes para renegar del Estado Central y realzar las instituciones históricas. A la vez, se suma el apoyo de intelectuales que escriben de historia, arte o derecho. No faltan tampoco las aportaciones simbólicas inventadas o reinventadas (himnos, banderas… ), que contribuyen a la construcción de la identidad regional, caso de Cataluña, País Vasco o Galicia. Los principios de estos movimientos regionalistas no se percibieron como incompatibles con la permanencia a la nación española, pero luego se convirtieron en movimientos políticos nacionalistas. Nacionalismo catalán: En 1979 un republicano federalista fundó el Diari Catalá, escrito en lengua catalana. Su fundador abogaba por una completa descentralización del Estado español, y presentaba una imagen de Cataluña como víctima de un modelo centralizado importado de Francia, ajeno a la tradición española. Pero también los tradicionalistas católicos y los conservadores liberales apoyaban la autonomía catalana. El sector empresarial impulsó el Memorial de Greuge, que dirigido a Alfonso XII, abogaba por dotar una mayor autonomía a las regiones españolas, que pedía la cooficialidad del catalán o la protección de la industria catalana mediante un arancel proteccionista. A partir de 1880 proliferación las asociaciones catalanistas como Unió Catalanista, que redactó las Bases de Manresa, un Proyecto de Constitución Catalana, pero consideandola siempre dentro del Estado. La importancia que estaba cogiendo la representación política en el Parlamento español, hizo que varios gobiernos, como el de Fco. Silvela, incorporaran catalanistas al Consejo de Ministros. En 1901, se fundó la Lliga Regionalista de Catalunya, partido conservador de Prat de la Riba y Francesc Cambó, que obtuvo una representación en el parlamento español tan significativa hasta el punto de poder condicionar las decisiones e incluso la formación de gobiernos. - Nacionalismo Vasco: En 1890 Sabino Arana sentó las bases teóricas del nacionalismo vasco. En 1895 fundó el PNV, partido que habría de defender los postulados y diseñó parte de su repertorio simbólico: desde el nombre de la patria, la ikurriña o el lema “”Dios y leyes antiguas” que concibió desde el “Dios y fueros” carlista. A diferencia de los catalanes, desde el primer momento fue un movimiento independentista desde, que consideraba la relación con España como de sometimiento. Inspirado en los planteamientos de Arthur Gobineau sobre decadencia mestizaje, defendía la superioridad de la raza vasca frente al mestizaje de la española. Tal es el caso, que renegó de los matrimonios entre vascos y españoles o inmigrantes. Estaba basado en el ideario reaccionario, tradicionalista y católico, que alentó el carlismo, en el sentido de posicionarse en contra del liberalismo, de la modernización e incluso de la vasco-industrialización siderúrgica, como según él, contaminaba el paisaje vasco. A finales de siglo, el nacionalismo vasco tuvo que moderarse. Primero porque se incorporó a las instituciones nacionales (Sabino Arana fue parlamentario en 1898), y segundo, porque para ganar adeptos sumó a sus filas a un sector del fuerismo, que no cuestionaba la integración en España. Nacionalismo gallego: A lo largo del siglo XIX, Galicia tuvo un pujante regionalismo que tuvo su primera manifestación en el provincialismo, movimiento de protestaba contra la división del viejo reino de Galicia en provincias llevada a cabo en 1833 por Javier de Burgos. En 1886 se redactó el Proyecto de Constitución para Estado Galáico, por parte de la asamblea federal gallega del Partido Democrático Federal. En 1889 se fundó la Asociación Regionalista Gallega, que con su periódico Patria Gallega y con sus activistas más notables, Brañas y Murguía, dieron un nuevo impulso al regionalismo gallego. En 1992 Brañas publicó las Bases Generales del Regionalismo y su aplicación a Galicia. A su vez, Murguía deriva hacia un nacionalismo basado en factores étnicos y culturales, como la raza o idioma, que asentaba la especificidad gallega en el celtismo formado por las tribus celtas de condición superior.
EL DESASTRE DEL 98 Y SUS CONSECUENCIAS
Las Guerras coloniales: 1895-1898 Tras la anterior guerra de Cuba que duró 10 años, desde 1868 hasta 1878, en 1895 volvió a estallar la insurrección. Tras Paz de Zanjón de 1878, se decretó la legalización de los partidos políticos en Cuba y hubo cierta autonomía a través de las convocatorias de las elecciones locales, medidas que no contentaron a los criollos que seguían optando por el independentismo. Por otra parte, la venta de azúcar a EE.UU, hizo que se produjera una preocupante dependencia económica de EE.UU. También tras la Paz de Zanjón, los líderes cubanos se exilian a EE.UU, hasta que en 1895 de nuevo estalla la insurrección, con el desembarco de las tropas de Martí, que muere en una emboscada. La nueva guerra fue llamada guerra de tierra quemada, por la nueva táctica de las guerrillas de quemarlo todo. En este caso, los rebeldes tuvieron el apoyo de EE.UU. Cánovas envía más tropas a contener la insurrección y nombra a Martinez Campos capitán general Cuba, que ya había firmado la Paz de Zanjón. El general busca acuerdos con los rebeldes pero esta vez ese camino no fue posible. Martinez Campos es sustituido por el General Valeriano Weyler, cuya táctica militar consistió en encerrar en campos de concentración civil vigilados, a los habitantes de la isla para evitar el apoyo a los rebeldes. Este hecho alentó las protestas de la opinión pública de EE.UU por la brutalidad del general español. A su vez, en 1896 se produce también una insurrección en Filipinas, que es también tras los refuerzos enviados desde España, fue sofocada y se firmó un acuerdo con los rebeldes. Al tiempo que esto ocurría, en 1896 EE.UU lanza una oferta de compra de Cuba a España, que el gobierno español rechaza. Cánovas, con la presión de los EE.UU y de los frentes de los guerrilleros, decreta la autonomía Cuba y Puerto Rico, con intención de suavizar la situación. Tras la llegada al poder de Sagasta después del asesinato de Cánovas en 1897, el nuevo Presidente destituye a Weyler, como gesto hacia EE.UU, que criticaba y protestaba por las prácticas del general. Sin embargo, los independentistas rebeldes siguen luchando y la presión EE.UU continúa. → Guerra a favor de España En febrero de 1898, cuando la guerra se ponía a favor de España, se producía la explosión del Maine, en la que 264 soldados EE.UU murieron y EE.UU culpó a España. El ultimátum EE.UU no se hizo esperar. Con unas condiciones inaceptables, España lo rechaza. EE.UU declara guerra España. Los acorazados de la armada Estadounidense destruyen a la flota española en Cuba y en Filipinas. España tiene que formar el Tratado de París, donde EE.UU se queda con Filipinas, Puerto Rico y la isla de Guam, y Cuba es declarada independiente bajo control EE.UU. Un año después de la derrota, en 1899, Alemania compra a España sus últimas colonias en las Carolinas, Marianas y Palaos, lo que supone el fin definitivo del imperio colonial español. Regeneración La guerra colonial no despertó apenas oposición en la opinión pública española. Todos los políticos apoyaban guerra, y se sucedían las manifestaciones de apoyo a los soldados que partían hacia la guerra, incluida una demencial campaña patriótica de la prensa. El único pensamiento era en la victoria, y tras la derrota, se apoderó del país un sentimiento moral de abatimiento, que desembocó en una crisis nacional sin precedentes por la angustia y el dolor de la derrota. Coincidió este abatimiento con la crisis a partir de 1890 del espíritu positivista de Occidente, en el sentido de la pérdida de fe en el progreso tras un siglo XIX floreciente de progreso. Ya en 1892, Lucas Mallada escribió “Los males de la patria”, un estudio de la decadencia española en tono de angustia y dolor. Los intelectuales coincidían que la decadencia era exclusivamente responsabilidad de los políticos, que concebían la política y la criticaban por ser la suma de oligarquía y caciquismo, como decía Costa. Según ellos, la política vivía al margen de la España real. El Parlamento era el espacio de los oligarcas donde hacían acuerdos entre si, en su propio interés. Francisco Silvela acuñó la frase “un país sin pulso”. Los regeneracionistas coincidían en la conveniencia de que una mano de hierro o de un cirujano, cómo decía Costa, regenerara la política. Coincidían también en que la reconstrucción nacional había que hacerse desde el Estado. Era necesario impulsar una reforma de la política y de las administraciones del Estado, un nuevo desarrollo económico para modernizar la industria, mejorar las condiciones de vida de las clases populares, erradicar la miseria, proceder a la alfabetización de los ciudadanos e impregnar al país de cultura y conocimiento. La coincidencia era total por parte de toda la sociedad. Tanto de los productores, de obreros, de intelectuales y de políticos tanto dinásticos como republicanos. El gobierno regeneracionista de Francisco Silvela Tras la muerte de Cánovas, Fco. Silvela se convirtió en el líder del Partido Conservador y en 1899 presidente Gobierno. Su objetivo era el de proceder a la reconstrucción de los organismos de la vida nacional y regenerar moralmente la acción de Gobierno, a través de un nuevo conservadurismo, redactó un programa de gobierno, acorde con los objetivos que toda la sociedad deseaba. Comenzó medidas en los ministerios, dividiendo en dos el Ministerio de Fomento y creando el Ministerio de Instrucción Pública y el de Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas. Paralelamente a esto trató de reactivar la economía a través de fuertes inversiones del Estado sobre todo en la construcción infraestructuras. Se ocupó también de las relaciones sociales y de mejorar las condiciones de los trabajadores, así Eduardo Dato llevó a cabo la Ley de Accidentes de Trabajo. Procuró también un acercamiento de los regionalistas catalanes, a través de un concierto económico (como el vasco) y de incorporar ministros catalanes en su gobierno. La pérdida de las colonias tuvo diversas consecuencias positivas para la economía nacional. La repatriación a la metrópoli y el retorno de capitales y empresas a España, produjo una activación económica conocida como el auge finisecular. Las grandes empresas modernas que giraban en torno al ferrocarril y a la minería, se extendieron a otros sectores industriales, como el químico, eléctrico, alimentario, papelero, cementero…. Fueron estos años de nacimiento gran banca. Gran protagonismo tuvo el Ministerio Hacienda de Villaverde. Su primer objetivo fue liquidar la deuda contraída durante las guerras coloniales, cuyo sostenimiento se hizo a través créditos, y que dejó en una situación desastrosa a las finanzas públicas. Sólo los gastos por intereses ascendían a un 43% presupuesto nacional. El país se en contra en riesgo de insolvencia y la desconfianza internacional era cada vez más preocupante. Villaverde llevó a cabo un programa de control del déficit presupuestario a través de la disminución de gastos, y un programa de reformas fiscales, para reforzar los ingresos. Esto último solivianta a las organizaciones patronales, cuyas protestas arrecian a través de asambleas organizadas por las Cámaras de Comercio de industriales, agricultores y empresarios. Este hecho hizo que surgiera la Liga Nacional Productores. Sin embargo, la gestión de Villaverde consiguió en poco tiempo un superhábit en las cuentas del Estado, minorar la deuda y sanear la hacienda pública. Dentro de la política económica, Villaverde se opuso al concierto catalán, nada positiva para la economía nacional, lo que hizo que los ministros catalanes dimitieran de su cargo. Esto cataliza el movimiento catalanista, que ya se había puesto en alza, y se funda la Lliga Regionalista Catalana, partido político surgido por la desconfianza que los catalanistas tenían con partidos dinásticos. 1902-1931 EL REINADO DE ALFONSO XIII
El sistema de partidos de la Restauración resolvió uno de los
principales lastres del discurrir político español durante todo el siglo XIX: la incapacidad de los partidos de la monarquía constitucional para convivir de forma pacífica y estable bajo un mismo sistema político. Los artífices de de la restauración entendían la política como un asunto a dirimir entre élites. El sistema fue capaz de superar la crisis abierta por la pérdida de las colonias, pero no entró con buen pie en el siglo XX. El faccionalismo se acentuó en los partidos dinásticos, que atravesó una crisis de liderazgo con la muerte de Cánovas y Sagasta. De otra parte, a diferencia de su padre, que alcanzó la mayoría de edad en 1902, se mostró dispuesto desde el inicio de su reinado a intervenir en el juego político no ya como árbitro entre los partidos en su condición de poder moderador, sino como protagonista activo.
1902-1917. EL TURNO DE PARTIDOS EN LA ENCRUCIJADA
Al comenzar el siglo XX, varios cambios en el comportamiento electoral entorpecieron la confección del encasillado. Un sector urbano se emancipó del control gubernamental. Los republicanos ganaron en las elecciones de 1903 35 escaños. La LLiga Regionalista avanzaba en Cataluña. Pablo Iglesias logró su primer escaño en 1910. Uno una mudanza menos evidente: el número de distritos propios aumentó en detrimento de los mostrencos. En los distritos propios un diputado, gracias al pacto con las fuerzas vivas locales, renovaba escaño elección tras elección con independencia del partido que gobernara. Por el contrario, en los mostrencos el gobierno imponía sin problemas a cualquier candidato. Luchas por el liderazgo conservador y liberal: 1902-1907
1907-1912. Aires de renovación. La revolución desde arriba de
Maura y el nuevo liberalismo de Canalejas 1913-1917. Asalto al turno de partidos
LA ECONOMÍA ESPAÑOLA Y LA I GUERRA MUNDIAL
LA MODERNIZACIÓN DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA
1917. JUNTAS MILITARES, ASAMBLEA DE PARLAMENTARIOS Y
HUELGA GENERAL Junio: Las juntas militares Julio: la asamblea de parlamentarios Agosto: la huelga general
1917-1923. LA CRISIS DE LA RESTAURACIÓN
Gobiernos de coalición versus gobiernos de partido Militares versus civiles El golpe de Estado de septiembre de 1923