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Lo inconsciente en las Confesiones de San Agustín

José Rey de Castro

Hace más de 1600 años comenzó la intrépida búsqueda de San Agustín. Su inquietud por
conocer la verdad lo llevó a explorar las más hondas vetas de la interioridad humana. La agudeza de
sus escritos ha hecho que a través de los siglos los hombres —no sólo cristianos— lo reconozcan
como un maestro de la introspección y de la realidad del ser humano.
En los amplios terrenos de su propio yo, San Agustín emprendió una aventura que lo puso
ante lo más profundo de sí y ante Dios. Las Confesiones, uno de sus escritos más conocidos, son
como la bitácora en la que quedaron registradas muchas de las travesías del Santo de Hipona, donde
su mundo interior es descubierto y se manifiesta para edificación de quienes las leen.
El motivo de nuestro estudio nos mueve a indagar sobre lo inconsciente en esta obra
magistral. Centraremos nuestro análisis especialmente en los libros VIII y X, donde están escritas
algunas pistas fundamentales que nos ayudarán a desentrañar un poco el misterio de la conciencia
humana según lo veía San Agustín.
Si bien no encontraremos una definición exacta de lo inconsciente, sí podremos recoger del
pensamiento agustiniano muchas nociones que iluminan este concepto y que evidencian cómo
conocía esta realidad humana. Para cumplir con esta tarea ahondaremos en la categorización
agustiniana de la facultad de la memoria.
Como se ve en las Confesiones, el hombre busca conocer su interioridad a la luz de Dios.
Esta cualidad está muy presente en los pensadores cristianos y marca una diferencia con otras
aproximaciones filosóficas que parten del hombre en relación al cosmos y la naturaleza.

La memoria

El concepto agustiniano de la memoria es más amplio que el que hoy comúnmente


manejamos, ya que considera como parte de ella la capacidad de percibirse a sí mismo: «Cuando
me acuerdo de la memoria, es la memoria la que hace la presentación de sí misma»1. Este rol activo
corresponde a la conciencia, aunque en un párrafo posterior afirme que «soy yo el que recuerdo, yo
el espíritu»2, haciendo referencia a lo que denominaremos el yo consciente. A pesar de los matices y
diferencias conceptuales, la realidad expresada por este gran pensador hace tantos siglos ilumina
muchísimo lo que ahora es nuestro objeto de estudio: lo inconsciente.
Esa amplitud de la que hablamos se manifiesta, por ejemplo, en la unidad que San Agustín
encuentra entre la memoria, el entendimiento y la voluntad, lo que es descrito detalladamente en La
Trinidad cuando afirma que las tres son «una vida, una mente, una esencia»3.
Reconociendo lo importantes que son los recuerdos almacenados en nuestra memoria, San
Agustín señala que la memoria personal es una de las claves para aproximarse a la propia
identidad4, además de ser una expresión concreta del dinamismo vital presente en el hombre5. M.F.
Sciacca sintetiza en pocas palabras lo que para San Agustín es la memoria al afirmar que «no es
sino la presencia del alma a sí misma, o, mejor, la facultad con que el alma está presente a sí
misma»6. Las Confesiones nacen en el recuerdo de sus experiencias pasadas, pues —en palabras de
Romano Guardini— la memoria «es aquella fuerza con la cual el hombre pone frente a sus ojos su
mundo interior y lo hace verdaderamente propio»7.
Cuando San Agustín indica que «todo lo que está en la memoria está en el espíritu»8, ¿no
1
San Agustín, Confesiones, X,16,24: «Ergo cum memoriam memini, per se ipsam sibi praesto est ipsa memoria». Ver
2
San Agustín, Confesiones, X,16,25: «Ego sum, qui memini, ego animus».
3
San Agustín, La Trinidad, X,11,18.
4
Ver San Agustín, Confesiones, X,16,25.
5
Ver allí mismo, X,17,26a.
6
Michele Federico Sciacca, San Agustín, Luis Miracle Editor, Barcelona 1955, pp. 281-282.
7
Romano Guardini, La conversione di Sant’Agostino, Morcelliana, Brescia 22002, p. 23.
8
San Agustín, Confesiones, X,17,26: «Cum in animo sit quidquid est in memoria».

Revista Vida y Espiritualidad, Lima, Enero-Abril 2008, Año 24 No. 69, pp. 59-76.
está diciendo acaso que todo lo que está en la memoria participa de alguna manera de algún grado
de conciencia?

Memoria y conciencia

Notemos que conciencia y memoria son dos realidades distintas en el ser humano. Leyendo
el pensamiento agustiniano expresado en las Confesiones reconocemos que la memoria es una
potencia9 constituida por un cúmulo de elementos particulares y únicos que, en su conjunto,
contribuyen a esa característica de cada uno de nosotros de ser irrepetibles. La conciencia, en
cambio, es la capacidad de verse a sí mismo y, con respecto a la memoria, es una facultad
organizativa que distribuye de acuerdo a criterios muy variados los recuerdos registrados en la
memoria10. Otra distinción que puede establecerse entre memoria y conciencia está referida a la
pasividad de la primera y al dinamismo de la segunda. También podemos decir que la memoria está
considerada como integrante de la psiqué, mientras que la conciencia es categorizada en el ámbito
espiritual.
Un aspecto que distingue en la memoria una realidad de otra es la actualidad temporal11. El
transcurso del tiempo acarrea naturalmente para la conciencia el olvido, y en la memoria un
recuerdo va tomando el lugar de otro12. Pero el tiempo es hasta cierto punto un factor relativo que
puede ser trascendido o superado con la intervención de la conciencia. Puede decirse que la
conciencia humana puede mantener en las capas más exteriores de la memoria ciertos recuerdos que
se consideran importantes o significativos para la realidad personal. La capacidad de “revivir” un
hecho es propia de la conciencia que, penetrando en la memoria, recoge de ella las partes que
constituyen una o más experiencias cuya actualidad es requerida en una situación particular. Es la
conciencia la que usa el depósito de la memoria para guardar en ella entidades que hasta ese
momento existían fuera de ella13.
En sus disquisiciones sobre el olvido, San Agustín nota cómo la conciencia va “pescando” el
recuerdo que busca en la memoria, uniendo sus partes progresivamente hasta llegar a formar el
todo14. En esta acción se muestra cómo la conciencia es una realidad dinámica.
Cuando en el ámbito de la conciencia hablamos de lo consciente, decimos que se trata de
actualidad inmediata, mientras que al referirnos a lo inconsciente reconocemos que existen
realidades subordinadas a factores diversos en cuanto a su posibilidad de ser actualizadas. El agente
que actualiza —el yo consciente— tiene límites, barreras constituidas no sólo por el transcurso del
tiempo, sino por diversos factores propios de la particularidad de cada ser humano, como las
pasiones.
Sabemos que no todo lo que se tiene guardado en la memoria goza de actualidad
inmediata15: «Dios mío, haz que yo evoque estos momentos de mi vida para darte gracias y que
reconozca tus misericordias para conmigo»16. Es el ser consciente quien rescata de la memoria e
integra coherentemente los recuerdos que conforman una o varias experiencias concretas. Los
recuerdos por sí solos no poseen la ligazón y el sentido que les otorgará la conciencia17.

9
Ver allí mismo, X,8,15.
10
Ver allí mismo, X,8,14.
11
Ver allí mismo, X,16,25: «Cum praesto essent ista, cepit ab eis imagines memoria, quas intuerer praesentes et
retractarem animo, cum illa et absentia reminiscerer» («Estando presentes estas cosas, la memoria recogió de ellas las
imágenes, para que yo las considerase en su presencia actual y, reconsiderándolas en el espíritu, las recordase en su
ausencia»).
12
Ver allí mismo, X,8,12a y c.
13
Ver San Agustín, Confesiones, X,10,17. Romano Guardini profundiza en la forma como son registrados los recuerdos
en la memoria. Ver, al respecto, su ob. cit., pp. 24-25.
14
Ver allí mismo, X,19,28.
15
Ver Michele Federico Sciacca, ob. cit., p. 277.
16
San Agustín, Confesiones, VIII,1,1: «Deus meus, recorder in gratiarum actione tibi et confitear misericordias tuas
super me».
17
Ver allí mismo, X,11,18: «...ubi sparsa prius et neglecta latitabant» («...antes de ser manifestados, estaban ocultos y
sin cuidado»).

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También reconocemos que la conciencia que tenemos de nuestros recuerdos es una
intelección dinámica; es decir, que puede cambiar o enriquecerse. El valor y la repercusión de un
hecho varían de acuerdo a factores personales, que aumentan o disminuyen la carga o peso emotivo
que pueda tener el hecho en sí mismo. De esta manera la experiencia personal adquiere rasgos
particulares e irrepetibles18.
Las experiencias y conocimientos se guardan y acumulan en un depósito interno en el que
ocupan lugares diversos19. Mientras más importancia tengan en la estabilidad del ser personal o en
la consistencia de su desarrollo, más accesibles estarán y, por lo tanto, mayor facilidad para ser
actualizados por la conciencia tendrán y más directamente afectarán a las facultades con las que
estén vinculados. La cantidad y la calidad de los recuerdos varían muchas veces dependiendo de las
cualidades y capacidades personales de quien los posee.
Así, las dudas intelectuales de San Agustín desaparecen con el fortalecimiento de su fe y
voluntad; y si bien las cuestiones que alimentaban y constituían sus dudas siguen existiendo, se
alejan de lo consciente, adquiriendo una relevancia menor y un lugar distinto en la conciencia, dado
que han dejado de ser obstáculos para el despliegue de su ser por el camino cristiano.
Cuando las experiencias que forman el cúmulo de la memoria son contrarias al camino que
se recorre, se convierten, muchas veces, en obstáculos frente a los cuales se busca luchar con una
estrategia de la que depende el sobreponerse a ellas. Es así que San Agustín reconoce que la
irrupción en su conciencia del recuerdo de su vida en el mundo, cuando ya había abandonado este
sendero, le traía dolor y desconcierto20. La presencia cercana en la conciencia de un ideal al que se
anhela llegar y frente al cual se experimenta uno llamado, provoca conflictos con vivencias o ecos
aún actuales, independientemente de su licitud, cuando son opuestos o constituyen obstáculos tanto
mayores a tal ideal.
Por otro lado, los recuerdos personales pueden compartirse para motivar en el receptor una
reacción determinada. La evocación selectiva de acontecimientos en la memoria de Simpliciano
referentes a Victorino, por ejemplo, tiene la intención de exhortar a San Agustín a vivir la
humildad21. Este trabajo de evocación voluntaria, intencionada, que realiza la conciencia va
rasgando los niveles de lo que está almacenado en forma inconsciente a medida que el sujeto
profundiza en el recuerdo22 y lo hace aflorar con mayor claridad. Pero, ¿hasta dónde se puede
llegar?23.
Al mismo tiempo la memoria va registrando las huellas de los pasos dados por la voluntad.
Las acciones se transforman en recuerdo cuando traspasan el umbral de la actualidad temporal.
El yo consciente es el sujeto que vive guardando sus recuerdos en un peculiar baúl que
posee varios niveles de profundidad, cuya llave administra celosamente, aunque ciertos golpes del
devenir de la realidad pueden hacer saltar hacia la conciencia inmediata algún recuerdo inesperado.
Para San Agustín, la conciencia humana se encuentra al descubierto frente a Dios: «Señor, a cuyos
ojos está siempre desnudo el abismo de la conciencia humana, ¿qué secretos puede haber en mí,
aunque yo no te los quiera confesar?»24.
Nos aferramos a las costumbres como a los recuerdos de tiempos pasados que ya no son más
en el presente. Aunque sabemos que es mejor estar despiertos, a veces no queremos dejar el sueño y
vivimos amodorrados25. Los hábitos son, en muchos casos, el mejor ejemplo de la plasmación

18
Ver San Agustín, La Trinidad, XI,8,13.
19
Ver San Agustín, Confesiones, X,8,13. Vale la pena aclarar que San Agustín no considera bajo ningún aspecto que se
traten de espacios o lugares físicos.
20
Ver allí mismo, VIII,1,2; X,21,30c.
21
Ver allí mismo, VIII,2,3.
22
Ver allí mismo, X,8,12b: «Quaedam statim prodeunt, quaedam requiruntur diutius et tamquam de abstrusioribus
quibusdam receptaculis eruuntur...» («Apenas algunas cosas se presentan, ellas son buscadas con detención y son como
que extraídas de depósitos de lo más recónditos...»).
23
Ver allí mismo, X,8,15.
24
Allí mismo, X,2,2: «Et tibi quidem, Domine, cuius oculis nuda est abyssus humanae conscientiae, quid occultum
esset in me, etiamsi nollem confiteri tibi?». Ver también allí mismo, X,40,65a.
25
Ver allí mismo, VIII,5,12.

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cotidiana de niveles de conciencia no evidentes. Ésta es una realidad que habla por sí sola de la
importancia de dimensiones no conscientes o parcialmente conscientes en la conducta humana.
El hábito parece arraigarse en niveles profundos de la conciencia. A más repeticiones del
mismo acto o de la misma experiencia, más arraigada puede tornarse26. San Agustín combatía
contra las costumbres de su concupiscencia y reconocía que su ánima sentía verdadero pánico de
verse apartada de la costumbre que la consumía hasta matarla27. Dada la unidad del ser humano, la
resistencia puesta frente a la costumbre puede reflejarse en expresiones corporales elocuentes, como
narra Agustín en el relato de su vívido recuerdo de la encarnizada pelea librada en su interior más
profundo en el huerto de Casiciaco. En esas profundidades se encuentra con pesados obstáculos
interiores que parecen esclavizar su voluntad28. El querer aún está en su poder, pero cuánto le cuesta
encaminarlo a lo que vislumbra como la verdad deseada, al bien sumo. ¿Falta convicción en la
verdad que percibe? En todo caso, experimenta el esfuerzo tremendo por mover el timón en sentido
opuesto a los vientos terribles de sus pasiones; ve a lo lejos una luz radiante29 y quiere llegar allí.
Aunque no entiende plenamente todo lo que pasa, está convencido por una cierta luz interior de que
se trata de aguas tranquilas donde podrá reposar y vivir en libertad. Una vez que se va navegando en
el rumbo correcto, se ha de buscar activar seguros que impidan que la nave se desvíe, las guías que
marquen el camino deben ser claras y contundentes, de manera que se constituyan en sólidas anclas
en momentos de tempestad30.
Los recuerdos compartidos por otra persona pueden despertar en el propio yo vivencias
dormidas que al contacto con un estímulo determinado resuenan con armonía, manifiestan su
disonante conflicto o permanecen en la más elocuente indiferencia31.

Lo inconsciente

San Agustín considera que la conciencia puede ocultarse de aquello que no quiere enfrentar
o cambiar. Al referirse a los efectos del relato de Ponticiano sobre él, afirma: «Y tú, Señor, a cada
palabra suya, hacías que me volviera y me retorciera sobre mí mismo, arrancándome de detrás de
mis espaldas, que era donde me había instalado, pues no me quería ver, y me colocabas delante de
mi rostro, para poder contemplar cuán feo, deforme, sucio, manchado y ulceroso que estaba»32. Este
autoocultamiento es efectuado ya en forma consciente, ya por el mecanismo de olvido que relega lo
que no se quiere tener presente a niveles profundos de la memoria, de no tan fácil acceso. Se trata
de una experiencia conocida que es rechazada continuamente, haciéndose el de la “vista gorda”,
ocultándola hasta convertirla en un débil recuerdo sin efectiva incidencia en la conducta33. Es el
acto de relegar en el depósito de la memoria un hecho o una realidad. Por ejemplo, Dios habitaba ya
en la memoria de San Agustín y éste se ocultaba, no era consciente de ello y lo buscaba, pero fuera
de sí mismo34. Por ello escribe: «Y he aquí que Tú estabas dentro de mí y yo fuera»35.
Así pues, en las Confesiones «la memoria es uno de los grados a través de los cuales pasa el

26
Ver allí mismo, X,30,41b.
27
Ver allí mismo, VIII,11,26b.
28
Ver allí mismo, VIII,12,28b: «Ne memor fueris iniquitatum nostrarum antiquarum. Sentiebam enim eis me teneri.
Iactabam voces miserabiles: “Quamdiu, quamdiu: ‘cras et cras’? Quare non modo? Quare non hac hora finis
turpitudinis meae?”» («No te acuerdes, Señor, de nuestras iniquidades pasadas. Sentía que ellas me tenían prisionero,
y lanzaba voces afligidas: “¿Hasta cuándo, hasta cuándo: ‘mañana y mañana’? ¿Por qué no de una vez? ¿Por qué no
terminar en este mismo momento con mis torpezas?”»).
29
Ver allí mismo, X,40,65b.
30
Ver allí mismo, VIII,11,25a.
31
Ver allí mismo, VIII,6,14.
32
Allí mismo, VIII,7,16: «Tu autem, Domine, inter verba eius retorquebas me ad me ipsum, auferens me a dorso meo,
ubi me posueram, dum nollem me attendere, et constituebas me ante faciem meam, ut viderem, quam turpis essem,
quam distortus et sordidus, maculosus et ulcerosus».
33
Ver lug. cit.
34
Ver Romano Guardini, ob. cit., p. 29.
35
San Agustín, Confesiones, X,27,38: «Et ecce intus eras et ego foris».

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alma para llegar hasta Dios»36. M.F. Sciacca reconoce que en San Agustín existe una «memoria
metafísica» que está como por debajo de todo, que es el ámbito en el que habita Dios sin ocupar
lugar, y es en este estrato íntimo en el que la memoria toma el significado de conciencia, cuando el
tener memoria de Dios es realmente el ser consciente de su presencia actual y perenne37.
«El alma que se ignora a sí misma es un alma que tiene escondido el conocimiento de sí
cubierto por otra cosa; no es un no saber, es una caída»38. Este ocultamiento no hace que el recuerdo
desaparezca, sólo lo esconde y lo arroja a niveles de conciencia más cercanos a lo inconsciente. Al
punto que, de ser el caso de una experiencia no categorizada adecuadamente, este recuerdo puede
regresar repentinamente a la conciencia como respuesta a un estímulo determinado y arremeter con
fuerza, presentándose acompañado de una fuerte resonancia emotiva que hasta ese momento
permanecía oculta o parecía no existir: «Había llegado el día en que me hallaba desnudo ante mí
mismo y en que mi conciencia me echaba en cara: “¿Dónde están tus bravatas?”...»39.
¿Quién puede decir que sondea sus profundidades y las conoce como a las palmas de sus
manos? Procurando expresar esta realidad San Agustín eleva su voz a Dios y le dice: «Tú eres,
Señor, el que me juzgas. Porque aunque nadie de entre los hombres conoce la intimidad del
hombre, sino el espíritu del hombre que hay en él, sin embargo, a pesar de todo, hay en el hombre
algo que ni siquiera conoce el espíritu del hombre que hay en él»40. En todo caso, esta intimidad del
hombre está alojada en niveles remotos de su conciencia.
En otro momento de sus Confesiones Agustín dialoga con Dios en estos términos: «He aquí
que hay, en un modo incalculable, en los campos abiertos, las grutas e innumerables cavernas de mi
memoria, innumerables objetos de toda especie, sea en imágenes, como es el caso de los cuerpos
todos, sea por la presencia de sí mismos, como es el caso de las artes, sea por no sé cuales nociones
o improntas mentales, como son los sentimientos del espíritu (que la memoria retiene aunque el
espíritu no los experimenta, pues todo lo que está en la memoria está en el espíritu). Por todos ellos
discurro, unas veces volando de acá para allá, otras adentrándome en ellos cuanto me es posible, sin
nunca llegar al fin»41.
San Agustín evidencia cómo la memoria humana posee compartimientos o niveles que son
explorados por la conciencia, recuerdos que puede repasar y juzgar libremente, pero retoma el
sentido de lo inalcanzable del misterio, al que ya se ha hecho referencia.
Podemos recordar que hemos olvidado algo. El olvido, «sepulturero de nuestros
recuerdos»42, es una realidad con la que se debe contar. Podemos encontrar lo perdido porque
reconocemos su ser, porque en algún momento tuvimos una experiencia que pasó luego a guardarse
en la memoria. Así, los recuerdos entran en diversos campos de conciencia; de manera que algunas
partes de ellos quedan más expuestas al campo de percepción de la conciencia y ésta los recupera al
presente de manera casi instantánea, progresiva, o por un estímulo, siendo capaz de recordar una
experiencia hasta ese momento hundida en las profundidades donde la luz es cada vez más tenue.
San Agustín reconoce que en lo más hondo del depósito de la memoria existen recuerdos
que ya no es posible rescatar fácilmente por nosotros mismos43; es lo que constituye lo más

36
Michele Federico Sciacca, ob. cit., p. 288.
37
Ver allí mismo, pp. 294-295.
38
Allí mismo, p. 277.
39
San Agustín, Confesiones, VIII,7,18.
40
Allí mismo, X,5,7: «Tu enim, Domine, diiudicas me, quia etsi nemo scit hominum, quae sunt hominis nisi spiritus
hominis, qui in ipso est, tamen est aliquid hominis, quod nec ipse scit spiritus hominis, qui in ipso est». Es difícil
comprender bien el sentido que San Agustín le da a esta paráfrasis suya de la Escritura, salvo que su experiencia lo
abrumase tanto que lo llevara a releer de esta manera el conocido pasaje escriturístico.
41
Allí mismo, X,17,26: «Ecce in memoriae meae campis et antris et cavernis innumerabilibus atque innumerabiliter
plenis innumerabilium rerum generibus sive per imagines, sicut omnium corporum, sive per praesentiam, sicut artium,
sive per nescio quas notiones vel notationes, sicut affectionum animi (quas et cum animus non patitur, memoria tenet,
cum in animo sit quidquid est in memoria) per haec omnia discurro et volito hac illac, penetro etiam, quantum possum,
et finis nusquam».
42
Allí mismo, X,16,25: «meminerimus obruitur».
43
Ver allí mismo, X,19,28. Burnham encuentra en este pasaje una referencia importante a lo inconsciente, que es para
él uno de los elementos más destacados de la psicología agustiniana. Ver W.H. Burnham, Memory, Historically and

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propiamente inconsciente en el hombre. Cuando reconocemos la presencia de lo inconsciente,
decimos que no sólo se trata de realidades que han quedado en el olvido total, sino también de
acciones obradas sin encontrar un referente consciente44.
Lo inconsciente en el pensamiento agustiniano será, en su sentido más profundo, el
desconocimiento del vínculo íntimo del hombre con Dios.
Las experiencias varían en su intensidad y, dependiendo del peso espiritual que tengan, se
alojarán en lugares más o menos selectos de la conciencia. Mientras estén más cercanas al campo de
percepción de la conciencia, más afectarán al sujeto que las evoca. San Agustín reflexiona sobre
cómo la felicidad en cuanto tal está presente en la conciencia humana, cuándo y cómo se hace
presente en nuestras vidas; pues la deseamos, y si la deseamos es que la conocemos, por lo menos
podemos estar seguros de que tenemos una noción cierta que refleja el ser real de la felicidad en
mayor o menor medida.
Para el Santo Obispo de Hipona hay sólo una felicidad verdadera, la que se encuentra en
Dios. La felicidad es el gozo de la verdad y Dios es la Verdad. Agustín reconoce la experiencia
paradójica en la que vive el ser humano que conoce parcialmente la verdad pero que tiene la mayor
parte de su conciencia ocupada por preocupaciones y cosas que lo hacen infeliz; estas experiencias
son las que van tomando el espacio de la verdad y así oscurecen poco a poco la vida del hombre,
que debe optar con prontitud antes de que la luz de la verdad sea cubierta por las tinieblas del
error45.
San Agustín explica el odio que tienen muchos hombres a la verdad, y al hacerlo toca un
punto fundamental: el ser humano se engaña a sí mismo; lo hace porque «el amor de la verdad es
tan grande, que todos aquellos que aman otra cosa quisieran que eso que aman fuera la verdad. Y
como no les gusta que les engañen, tampoco les gusta convencerse de que se engañan»46. En este
autoengaño está una de las claves del porqué se entierran en los niveles más remotos de la
conciencia algunas experiencias vividas: el ser humano siente un rechazo natural a ser evidenciado
en el error, a ser descubierto, y por eso rechaza la verdad que lo descubre, aunque pueda amar la
verdad que se descubre. Sin embargo, el deseo por gozarse de la verdad permanece en el hombre y
deja una luz de esperanza para poder alcanzar la verdad y la felicidad.
Cuando los juicios y las convicciones que guían los actos humanos están más de acuerdo
con la verdad, se puede considerar la conciencia más sana. Una conciencia sana vive en paz y
libertad, precisamente porque es consciente de que no guarda nada a lo que pueda temer, nada que
sea capaz de desestabilizar su ser, pues ha encontrado un sólido fundamento en Dios. La clave es el
encuentro con Dios y su designio.
Cuando se habla de la vigilia y el sueño pueden reconocerse estados de conciencia diversos.
San Agustín recordaba haber realizado actos durante el sueño que no realizaba al encontrarse
despierto, como consecuencia de la fuerza que tenían en su conciencia algunos recuerdos de sus
experiencias pasadas47. Reconoce, además, que el proceso de lograr la coherencia de sus sueños con
respecto a lo que vivía durante la vigilia requería de tiempo y de la ayuda de Dios, experimentando
de esta manera su propia flaqueza y dificultad para luchar contra los recuerdos, ya remotos ya
cercanos, que fluyen en su conciencia y entorpecen sus momentos de sueño.
En el libro VIII San Agustín trata el tema de lo que él llama dos voluntades en conflicto48.
Con esta imagen alude a un fenómeno existencial, una cierta enfermedad del espíritu, por el que el
ser humano descubre en sí dos quereres encontrados, uno más consciente, otro menos, uno que

Experimentally Considered. I. An Historical Sketch of the Older Conceptions of Memory, en «The American Journal of
Psychology», vol. 2, n. 1 (nov. 1888), pp. 39-90.
44
Ver allí mismo, X,33,49.
45
Ver allí mismo, X,36,59b.
46
Allí mismo, X,23,34. Ver allí mismo, X,37,62.
47
Ver allí mismo, X,30,41: «Et tamen tantum interest, ut, cum aliter accidit, evigilantes ad conscientiae requiem
redeamus ipsaque distantia reperiamus nos non fecisse, quod tamen in nobis quoquo modo factum esse doleamus» («En
realidad, hay tanta diferencia entre estos dos estados, que nos hacen pensar que no fuimos nosotros en persona los que
hicimos aquello que, de un modo u otro, nos pesa que se haya realizado en nosotros»).
48
Ver Rudolf Allers, Naturaleza y educación del carácter, Labor, Barcelona 1950, pp. 46-47 y 78.

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obedece y otro que no. El Santo de Hipona deja así entrever que la experiencia humana de
reconocer haber realizado actos que no estaban plenamente presentes en el querer consciente se
explicaría por la presencia de lo inconsciente, que el ser humano descubre en sí mismo luego de un
examen de su propio interior, tal como lo realiza el propio San Agustín49. Para el psiquiatra católico
Rudolf Allers, el pasaje aludido en las Confesiones «es el primero en introducir el concepto de lo
“inconsciente”, si no de un modo expreso, sí con propiedad»50.

Conciencia y espíritu

Cuando San Agustín afirma que «también los sentimientos de mi espíritu están contenidos
en esta misma memoria, pero no en el mismo modo a como ellos están en el espíritu cuando ése las
experimenta, sino en otro modo muy diferente, que corresponde a la naturaleza misma de la
memoria»51, plantea una clara diferencia entre el rol de la memoria y el que realiza el espíritu. El
espíritu manifiesta su ser de manera activa, percibiendo a través de la conciencia la realidad en la
que se desenvuelve. La memoria recibe los mismos estímulos que la conciencia, pero de manera
diversa. Es decir, como afirma San Agustín, mientras se da el recuerdo de una tristeza pasada, la
experiencia del yo consciente puede ser de alegría por el mal ya concluido o por el bien que éste
acarrea luego de sobrellevado.
Con respecto al espíritu52, la memoria es una facultad que funciona como un vientre que se
llena con el alimento de los recuerdos. Lo consciente es una cualidad de la actividad del espíritu.
Las funciones de la memoria y del espíritu no son las mismas; se puede decir que se vinculan con
una relación de analogía53. Es el espíritu consciente el que otorga valor y sentido a lo que la
memoria guarda.
Por otro lado, San Agustín hace notar que no todos los recuerdos almacenados en la
memoria necesariamente pasan por una percepción consciente54. Aunque, en sentido amplio, no se
puede ignorar que el individuo que percibe la realidad goza en sus estados normales siempre de
conciencia, el grado de conciencia presente en el momento concreto de la asimilación de un
estímulo puede variar entre lo consciente y lo no consciente.

Conclusión

No cabe duda de que para el pensamiento del Santo Obispo de Hipona existen realidades
inconscientes. Hay, pues, un campo de lo inconsciente en la realidad humana. Sin embargo, esto
inconsciente no es una realidad separada del espíritu humano. Aunque el Santo reconozca que no
puede explorar, hasta agotarlo totalmente, todo su ser por sí mismo, deja abierta la posibilidad a que
los secretos del alma humana puedan desentrañarse con ayuda de la gracia divina.
Las diversas referencias a la memoria y los diversos ángulos desde donde ésta es analizada
manifiestan cómo para San Agustín existen elementos anidados en ella que son como destellos o
chispas que irradian el misterio de Dios alojado en la interioridad más profunda del ser del hombre.
Percibiendo estas pistas, el ser humano puede encontrar señales que apuntan al horizonte de
encuentro pleno con quien es la fuente de nuestro existir. El ideal más humano se despliega

49
Ver San Agustín, Confesiones, VIII,9,21.
50
Rudolf Allers, ob. cit., p. 47.
51
Allí mismo, X,14,21: «Affectiones quoque animi mei eadem memoria continet non illo modo, quo eas habet ipse
animus, cum patitur eas, sed alio multum diverso, sicut sese habet vis memoriae».
52
En muchos casos se encontrará que para San Agustín espíritu, mente y hombre interior tienen un significado
semejante. En el presente trabajo el término latino animus ha sido traducido por espíritu. Ver Bernardo Bravo, S.J.,
Angustia y gozo en el hombre, Razón y Fe, Madrid 1957, p. 120; Étienne Gilson, Introduzione allo studio di
Sant’Agostino, Marietti, Génova 1998, pp. 61-74.
53
Ver allí mismo, X,14,21.
54
Ver allí mismo, X,14,22: «...sed eas ipse animus per experientiam passionum suarum sentiens memoriae
commendavit, aut ipsa sibi haec etiam non commendata retinuit» («El mismo espíritu, por la experiencia de sus
pasiones, las entregó a la memoria, o fue la memoria misma quien las retuvo, sin que nadie a ella las recomendara»).

Revista Vida y Espiritualidad, Lima, Enero-Abril 2008, Año 24 No. 69, pp. 59-76.
entonces en el caminar hacia Dios, y esto lo vemos reflejado en su propia vida.
Entender la existencia de niveles de conciencia es una forma coherente para comprender
mejor la presencia y el influjo de experiencias que luego de ser vividas adquieren en el ser humano
una latencia variable, que depende de factores muy diversos que pueden ser interiores, exteriores o
una combinación de ambos. Desde la perspectiva agustiniana el ser humano no es víctima de la
esclavitud impuesta por una historia personal ni tiene que lidiar con un fenómeno inconsciente que
prácticamente tiene una existencia ajena a su ser, como algunas corrientes erradas de finales del
siglo XIX y principios del siglo XX han planteado, dotando a lo inconsciente de una especie de
personalidad autónoma, e incluso llamándolo “el inconsciente”, en una terrible concepción alienada
de la realidad de la persona que queda así fracturada bajo un lente que se revela ideológico y se
mueve en la fantasía. La experiencia de San Agustín respecto a la profundización en su propia
interioridad abre horizontes de esperanza55, de libertad y de autodominio, además de manifestar que
a la luz de Cristo el hombre encuentra respuestas lo suficientemente contundentes como para
transformar aspectos muy profundos de su ser, y hacer aflorar elementos guardados en dimensiones
hondas de la memoria.
La apertura a la verdad, la reconciliación personal, el encuentro con otros seres humanos son
claves que, seguidas con perseverancia, permiten desarrollar un exitoso trabajo de humanización y
personalización en el que la conciencia adquiere proyecciones que la llevan a conocimientos y
exploraciones de la memoria en un sentido constructivo y ofrecen un camino de realización
personal desde la mismidad propia.

José Rey de Castro Esposto, peruano, licenciado en filosofía, es el responsable de la Biblioteca


Electrónica Cristiana (BEC), así como miembro del Consejo Editorial de la revista «Vida y
Espiritualidad».

55
Ver allí mismo, X,43,69b.

Revista Vida y Espiritualidad, Lima, Enero-Abril 2008, Año 24 No. 69, pp. 59-76.

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